Varela Varelita

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58 V I VA 11.10.2015 BOHE Varela Varelita Bar notable de Buenos Aires, alcanzó su pico de despacho vicepresidencial. Hoy es punto de cruce entre faunas POR MIGUEL FRIAS

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b o h e m i o sVarela Varelita Bar notable de Buenos Aires, alcanzó su pico de fama cuando Chacho Alvarez lo transformó en una suerte de

despacho vicepresidencial. Hoy es punto de cruce entre faunas y personajes singulares, con normas propias: el Planeta VV.

por Miguel frias fotos: ariel grinberg

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b o h e m i o sVarela Varelita Bar notable de Buenos Aires, alcanzó su pico de fama cuando Chacho Alvarez lo transformó en una suerte de

despacho vicepresidencial. Hoy es punto de cruce entre faunas y personajes singulares, con normas propias: el Planeta VV.

por Miguel frias fotos: ariel grinberg

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odríamos escri-bir: el Varela Va-relita es uno de los bares notables de Buenos Aires; su nombre no alude a la orquesta de jazz

sino a sus viejos dueños, Manuel Varela e hijo; Chacho Alvarez lo transformó, durante el gobierno de la Alianza, en una especie de despacho vicepresidencial bis; muchos artistas notables paran ahí hoy; aparece en novelas y películas; se mantiene más o menos como hace me-dio siglo; el mozo hace malabares con botellas y copas; blablabla. Pero pare-mos con la guía turística. Mejor intente-mos un acercamiento más epidérmico. Digamos que pasada la medianoche, o antes, se convierte en algo así como la cantina de Mos Eisley en Star Wars: un punto de confluencia de seres de distin-tas galaxias, unidos por el exotismo –vo-luntario e involuntario–, la bohemia y la desconexión de la realidad. ¿Les parece ciencia ficción? Prueben: Scalabrini Or-tiz y Paraguay, Planeta VV.

pvodevil. A las 3 a.m. puede tocar, porque sí, gratis, la mejor banda de jazz, después de haberlo hecho a pocas cuadras a 100 dólares per cápita. O armarse un torneí-to de ajedrez con tableros propios o de la casa. Algunas noches entran personajes que nadie conoce y piden palabra. A sa-ber: una treintañera, linda, bien vesti-da, sobria en todo sentido, anuncia que nunca tuvo un orgasmo y, cuando todo pinta para el stand up a la gorra, larga un discurso místico. El resto, como si nada. Ah, el bar cierra cuando se va el último cliente: nadie espanta con la escoba.

“¿Si estar en el Varela es como invitar a mis amigos a casa? Para nada. En el Va-rela se practica la sociabilidad aleatoria, sin cargas de anfitrión. Llegás y, según lo que se te cante, hablás con amigos por horas o jugás ajedrez en silencio o salu-dás y te vas a otra mesa a leer o a parlarte una mina”, dice Strafacce, el pelo sobre los hombros, copita de cognac en mano.

A la sociabilidad aleatoria se le suma la amistad desinformada. En la mesa madre se mezclan taxistas, abogados, psicoanalistas, porteros, periodistas,

El Varela no tiene carteles que lo anuncien ni comida elaborada ni deco-ración vintage ni luces cálidas ni ino-doro en el baño de hombres: letrina. No finge antigüedad ni modernidad ni posmodernidad. Es lo que es, y qué: el encanto de tener personalidad. Su mesa madre, la de los galanes, junto a la barra, parece anclada en el tiempo: el líder es-piritual es Ricardo Strafacce, escritor y abogado. Por las mesas satélite –el res-to– pueden pasar Celina Murga, Ariel Ardit, César Aira, Hilda Lizarazu, Luis Ortega, Luis Chitarroni, Rodolfo Me-deros, Elena Roger o Martín Piroyans-ky. O también hipsters palermitanos. O jóvenes con menos nivel de coolesterol (Peter Capusotto dixit). O gente común (la gente, Clarín dixit). O turistas que disfrutan de la atracción no turística.

El VV es parroquiano friendly. Sus medidas de fernet y whisky, gloriosas. El ambiente, más descontracturado que estar en casa en pantuflas. Las polémi-cas intramesa o intermesas, frecuentes, parecen guionadas y tal vez lo estén. Dos entradas con puertas vaivén dan paso al

barra En el Varela abundan los sifones, los licua-dos en jarrito de plástico verde y otros elementos que no buscan la onda retro.

la mesa de los galanes Ideal para el ejer-cicio del debate, del ajedrez y de la amistad en versión mascu-lina, carente de infidencias.

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desocupados, jubilados, rentistas. Im-posible saber, desde afuera, quién es quién. Tampoco desde adentro. “Si un día hay un hecho policial, viene la cana y me pregunta a qué se dedica el tipo con el que hablo desde hace diez años, no sé; cómo está conformada su familia, no sé; dónde vive, no sé; cuál es el apellido... bueno, sé algunos apellidos porque ma-nejo el Gran DT Varela Varelita. Somos 34 y ponemos 50 pesos por semana”, explica Strafacce, también organizador de reuniones de póker post Varela, en su casa, entre la madrugada y el día.

Alguien le pide a Javi, el mozo, un Pepe Bianco, apodo que le puso Héctor Libertella al whisky JB, en homenaje a José Bianco. Libertella fue otro funda-mentalista del bar, hasta su muerte en 2006. Ahora está en una foto blanco y negro, los índices dándole a la máquina de escribir, junto a la que fue su mesa. El VV tiene más muertos inolvidables. La esperanza de vida de sus habitués es, sí, más baja que la del resto del país. Habla-mos de vidas bien gastadas, elegidas.

Javi sirve el Pepe Bianco y sigue con sus simultáneas gastronómicas. Esto es: juega ajedrez de pie mientras atiende

todas las mesas solo. Entremedio, hace dibujos sobre la espuma de los cafés con una cucharita. Javier Giménez: self-ma-de man correntino. Alma y cerebro del Varela. Entró a trabajar atrás de la barra hace 24 años, tras haber sido repartidor de la pizzería de enfrente, florista del puesto de la otra cuadra, ayudante de portería del edificio de Strafacce, repar-tidor de diarios del kiosco de Paraguay y Scalabrini, en el que trabajó el Che antes de ser el Che. Hoy, pocos lo saben, Javier es uno de los dueños del bar. Strafacce le dedicó su novela La transformación de Rosendo, que transcurre durante la cri-sis de 2001, con “Cacho” Alvarez ocul-tándose en el sótano del bar, hasta que una turba decide dinamitar el VV.

Chacho/Varela: un vínculo de amor/distancia para el que no tenemos espa-cio. Dijimos que durante el gobierno de la Alianza el VV se transformó en una suerte de oficina vicepresidencial, con su desfile de políticos y personajes pe-digüeños. También de periodistas. Uno le preguntó a Javier a quién votaba y contestó Patricia Walsh, clienta del bar. La falta de café descafeinado, y tal vez motivos menos importantes, alejaron

a Alvarez del Varela. Su renuncia lo en-contró en una confitería de enfrente, moderna, híbrida, de luces dicroicas.

En el VV brillan también personajes menos públicos, como Chechenia –ha-bla igual que Amigacho sin estar actuan-do–, que da vueltas manzana, no im-porta cuántas, hasta que se desocupa su mesa, barre alrededor y recién entonces se sienta, sector La Nave de los Locos; o Rubén Peterlana, taxista, que habla sin pausa la noche entera y se presenta co-mo “asceta de la palabra”; o La saeta ru-bia, alto cargo en el poder judicial, 1m 18s por cada cerveza de 3/4 -cronometrado desde la mesa de los galanes- y record-man con 13 botellas en un día.

En la Zona de Prófugos, tres mesas imperceptibles desde la calle, una pa-reja suele besarse hondo detrás de una columna. “El viene siempre en equipo de gimnasia y jamás le vi una gota de su-dor. No entiendo cómo la esposa no se da cuenta de que no hizo un abdominal en su vida”, señala Strafacce. Para cerrar, lo malo. El Varela no abre los domingos. Si alguien comete una imprudencia por falta de contención, la culpa, anoten, se-rá de Javier Giménez. n [email protected]

cafe literario El escritor Héctor Libertella, muerto en 2006, fue fanático del Varela: su foto pre-side su mesa. Al lado, cafés temáticos de Javier, mozo y uno de los dueños del bar.

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