Vals Con Bashir

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1 VALS CON BASHIR. BY ARI FOLMAN GUERRA DEL LÍBANO Página web de Vals con Bashir En junio de 1982, el ejército israelí invadió el sur del Líbano como represalia por los continuos bombardeos infligidos a las poblaciones del norte de Israel desde aquel país. El gobierno israelí pensaba ocupar una franja de seguridad de 40 kilómetros, impidiendo así que los misiles palestinos alcanzasen Israel. Pero Ariel Sharon, el entonces ministro de Defensa israelí, desarrolló un plan tan imaginativo como fantástico: se trataba de ocupar Líbano hasta el mismo Beirut. Eso permitiría a su aliado cristiano Bashir Gemayel convertirse en presidente del Líbano, así como erradicar la amenaza al norte de Israel y consolidar sus posiciones contra Siria, país fronterizo con Líbano y que Israel siempre ha considerado como su peor enemigo. El gobierno aprobó una penetración de 40 km de profundidad, pero el ejército israelí se lanzó hacia Beirut. A la semana habían tomado Líbano y estaban a las afueras de Beirut. Pero entonces surgieron varias preguntas: ¿Qué hace el ejército en una capital extranjera, lejos de su casa? ¿Por qué mueren soldados israelíes a diario en acciones bélicas que poco tienen que ver con la protección de la frontera norte de Israel? El paralelismo con la guerra de Vietnam era inevitable. En agosto, a los dos meses de estallar la guerra y con el ejército israelí todavía a las puertas de Beirut esperando la orden de entrar en la ciudad, se firmó un tratado con los palestinos por el que todos los combatientes palestinos serían evacuados por barco a Túnez. A cambio, Israel retiraría sus tropas. Esa misma semana, Bashir Gemayel, comandante en jefe de la milicia cristiana falangista, fue elegido presidente del Líbano. Además de ser un hombre joven, elegante, apuesto, con mucho carisma, era muy admirado por las milicias cristianas y sus familias. También era apreciado por los líderes israelíes. El

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VALS CON BASHIR. BY ARI FOLMAN

GUERRA DEL LÍBANO

Página web de Vals con Bashir

En junio de 1982, el ejército israelí invadió el sur del Líbano como represalia por los continuos bombardeos infligidos a las poblaciones del norte de Israel desde aquel país. El gobierno israelí pensaba ocupar una franja de seguridad de 40 kilómetros, impidiendo así que los misiles palestinos alcanzasen Israel. Pero Ariel Sharon, el entonces ministro de Defensa israelí, desarrolló un plan tan imaginativo como fantástico: se trataba de ocupar Líbano hasta el mismo Beirut. Eso permitiría a su aliado cristiano Bashir Gemayel convertirse en presidente del Líbano, así como erradicar la amenaza al norte de Israel y consolidar sus posiciones contra Siria, país fronterizo con Líbano y que Israel siempre ha considerado como su peor enemigo. El gobierno aprobó una penetración de 40 km de profundidad, pero el ejército israelí se lanzó hacia Beirut.

A la semana habían tomado Líbano y estaban a las afueras de Beirut. Pero entonces surgieron varias preguntas: ¿Qué hace el ejército en una capital extranjera, lejos de su casa? ¿Por qué mueren soldados israelíes a diario en acciones bélicas que poco tienen que ver con la protección de la frontera norte de Israel? El paralelismo con la guerra de Vietnam era inevitable.

En agosto, a los dos meses de estallar la guerra y con el ejército israelí todavía a las puertas de Beirut esperando la orden de entrar en la ciudad, se firmó un tratado con los palestinos por el que todos los combatientes palestinos serían evacuados por barco a Túnez. A cambio, Israel retiraría sus tropas. Esa misma semana, Bashir Gemayel, comandante en jefe de la milicia cristiana falangista, fue elegido presidente del Líbano. Además de ser un hombre joven, elegante, apuesto, con mucho carisma, era muy admirado por las milicias cristianas y sus familias. También era apreciado por los líderes israelíes. El nombramiento de Gemayel debía asegurar una relativa tranquilidad en la tensa frontera entre los dos países.

Pero Bashir Gemayel fue asesinado mientras daba un discurso en la sede falangista de Beirut Este. Nadie reivindicó el atentado, pero se cree que fue obra de facciones sirias y palestinas.

Esa misma tarde, las tropas israelíes penetraron en una zona de Beirut Oeste, poblada mayormente por refugiados palestinos, y rodearon los campos de Sabra y Chatila. Al atardecer, un gran número de tropas falangistas, empujadas por el deseo de vengar la muerte de su amado líder, empezaron a llegar a la zona. Cuando cayó la noche, las tropas falangistas entraron en los campos de Sabra y Chatila, ayudadas por los soldados del ejército israelí. Supuestamente iban a limpiar los campos de combatientes. Sin embargo, apenas quedaban combatientes, ya que habían sido evacuados a Túnez dos semanas antes. Durante dos días seguidos se oyeron los tiros desde los puestos israelíes. Al tercer día, el 16 de septiembre, las mujeres palestinas consiguieron salir y se precipitaron hacia los soldados israelíes que les cerraban el paso. Hacía tres días que los falangistas masacraban a los habitantes de los campos. Mataron sin piedad a hombres, mujeres y niños. Se ha hablado de 3.000 víctimas aunque, hasta la fecha, se desconoce el número exacto.

Las protestas espontáneas de cientos de miles de israelíes obligaron al gobierno a crear un comité de investigación y a estudiar la responsabilidad de las autoridades políticas y militares. El comité culpó al ministro de Defensa, Ariel Sharon, por no haber parado el horror cuando se le puso al corriente de la masacre. Fue obligado a dimitir y se le prohibió volver a ocupar el cargo de ministro de Defensa. Sin embargo, fue elegido primer ministro veinte años después.

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Manuel González Riquelme

Un perro casi espectral, de ojos anaranjados, fiero, sale de repente de una esquina movido por algo. Al primero se le une un segundo, al segundo un tercero. Corren por las calles de Tel Aviv bajo un cielo anaranjado. Los tonos son grises, las calles mojadas, llenas de basura, sucias. La impresión es un poco surrealista. El director juega con el espectador. Todo parece formar parte de un sueño. Pero ¿de quién? Y ¿por qué? El grupo de tres perros se convierte en una jauría. Corren con un propósito. Por donde pasan, obligan a frenar a los coches. El paso de los cánidos intimida a una joven que se aferra a su hijo. En la terraza de un bar, los perros se llevan por delante mesas y taburetes. Uno de ellos se detiene ante un tipo que está en el suelo indefenso. Lo huele. ¿Un enemigo? ¿Atacar o ignorar? El perro lo ignora. El grupo se detiene bajo una ventana. Ladran y babean esperando su presa. Un rostro se asoma. Los canes no cesan de ladrar. Han llegado a su destino. Pero ¿qué es lo que vemos? La respuesta la da una voz en off que narra la escena: “Se quedan ahí ladrando, son 26 perros. Veo sus rostros despiadados. Han venido a matar y entonces le dicen a mi jefe Berthold: ‘Danos la cabeza de Boaz Rein o devoraremos a los clientes en un minuto’”. La voz es la de Boaz Rein que charla con Ari Folman sobre la barra de un bar. Ari Folman pregunta: “¿Son 26 perros?”. “Exacto” –contesta Boaz Rein. “¿Cómo sabes que son 26 y no treinta?” –insiste Folman. Pero justo en ese preciso momento Rein se despierta. Hace dos años y medio que tiene ese sueño. Sin duda tiene una explicación. Boaz Rein tiene que remontarse al Líbano: “Al principio de la guerra entramos en aldeas libanesas a detener a palestinos que estaban en busca y captura”. El film realiza un flash back. Un comando de soldados israelíes camina en fila india bajo la oscuridad de la noche. Boaz Rein sigue contando: “Cuando alguien entra en una aldea, los perros te huelen y ladran para avisar. Todo el mundo se despierta y los fugitivos que están escondidos huyen. Alguien tenía que liquidarlos, si no, nuestros hombres habrían muerto”. “¿Pero por qué tú?” –pregunta Ari Folman. “Sabían que yo era incapaz de matar a una persona. Solamente me dijeron ‘ve y mata a todos los perros’”. Boaz Rein empuña su rifle, apunta al perro y dispara con silenciador. El chucho cae sin vida. “26 perros, recuerdo a todos ellos. Cada rostro, cada herida, cada movimiento, cada mirada, 26 perros” –afirma Boaz Rein con desesperación. “¿Cuándo empezaron a aparecer en tus sueños?” –pregunta Ari Folman. “Veinte años” –contesta Rein. “¿Has probado con algo Terapia, un psiquiatra, un shiatsu, algo…?” –aconseja Folman. “No, nada, te he llamado a ti” –responde Rein. “Yo solo soy un director de cine” –sostiene Folman. “¿Es que el cine no puede ser terapéutico? Has afrontado el conflicto en todas tus películas ¿verdad?” –observa Rein. “Pero no he hablado de cosas como esas” –responde Folman. “¿No recuerdas imágenes del Líbano?” –pregunta Rein. “No, la verdad es que no” –contesta Folman. “Beirut, Sabra y Shatila” –señala Rein. “¿Qué pasa con Sabra y Shatila?” –pregunta sorprendido Ari Folman. “Pues que tu estuviste a menos de cien metros de la masacre” –recuerda Rein. “Yo diría que a 200 o 300 metros pero aquello no se almacenó en mi sistema” –sostiene Folman. “¿No te vienen imágenes, no tienes sueños, nunca piensas en ello?” –pregunta Rein. “No” –contesta Folman. En la puerta del pub, bajo la lluvia se dan un abrazo de despedida. Ari Folman le da ánimos y los amigos se separan. Mientras Boaz Rein camina hacia la playa, Ari Folman da media vuelta para mirarle. Un minuto ¿Qué pensará? Se vuelve a girar y reanuda la marcha.

Ya en el coche, reguardado de la lluvia y mecido por el ritmo del limpiaparabrisas, Folman piensa: “Mi encuentro con Boaz tuvo lugar en el invierno de 2006 (¿Navidad?). Aquella noche, por primera vez en veinte años me volvieron a la cabeza imágenes de la Guerra del Líbano. No sólo del Líbano sino de Beirut Oeste y no sólo de Beirut sino de la matanza en los campos de refugiados de Sabra y Shatila.

La siguiente escena es de nuevo muy extraña. Se trata de un cielo nocturno anaranjado, iluminado por bengalas en una playa de Beirut Oeste. Tres chicos salen del agua. Uno de ellos es Ari Folman. Salen desnudos, con el fusil en la mano. Todo es muy onírico. Como si fuera parte de un sueño. Los chicos se visten y comienzan a caminar por las calles. Las paredes

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todavía tienen pegados los carteles con la foto de Bashir, el líder cristiano asesinado. Al doblar una esquina, Ari se encuentra con un flujo incesante de mujeres, vestidas de negro, con los rostros doloridos que caminan en sentido opuesto a su propia dirección.

A través de la mirilla de una puerta, vemos a Ari Folman que toca el timbre. Visita a un amigo psiquiatra, Ori Shivan, para comentarle su encuentro con Boaz Rein. Folman le explica: “La verdad es que no lo entiendo ¿por qué Boaz sueña con perros? ¿Por qué sueña con lo que le pasó hace tantos años? ¿Por qué me ha hecho recordar? No tiene nada que ver conmigo”. “La memoria es fascinante. Te pondré como ejemplo este experimento psicológico: a un grupo de personas les mostraron diez imágenes variadas de la infancia. Nueve pertenecían efectivamente a su infancia y una era falsa. Su foto había sido pegada sobre la imagen de un parque de atracciones en el que nunca habían estado. El 80% recordó la fotografía. Identificó la fotografía falsa como real. Pero resulta que el 20% no lo recordaba. Los investigadores volvieron a preguntarles. Entonces este grupo dijo que recordaba la imagen: ‘qué día tan maravilloso en el parque de atracciones con mis padres’. Recordaron una experiencia totalmente ficticia. La memoria es dinámica, está viva. Cuando faltan algunos detalles, la memoria es capaz de rellenar los huecos con cosas que nunca han pasado” –concluye Ori Shivan. “O sea, que entonces, mi visión de la masacre es como la fotografía falsa. Nunca sucedió nada de eso. Me la he inventado. ¿No es real? –afirma Ari Folman. “No lo sé, ¿quién estaba contigo? ¿Te acuerdas?” –pregunta Shivan. “Estaba Carmi. Lo conoces del colegio y otro al que no consigo identificar”. “Ve y pregúntale a Carmi qué es lo que recuerda” –le aconseja Ori Shivan. “Está en Holanda. Vive allí desde hace veinte años” –comenta Folman. “Vete a Holanda. Pregúntale, si te angustia” –sugiere Shivan. “¿No es peligroso?, tal vez descubra cosas que no quiero saber de mí mismo”. “Al contrario, será bueno. Descubrirás cosas importantes que deseas saber. Las personas no vamos a lugares a los que en realidad no queremos ir. Los seres humanos tenemos un mecanismo que nos impide entrar en lugares sombríos. La memoria nos lleva adonde necesitamos ir” –explica Ori Shivan.

Un coche se aproxima a través de un paisaje nevado. Dentro Carmi Cna´an y Ari Folman comparten un canuto (en Holanda el uso privado del cannabis es legal). Carmi le comenta que todo lo que ve es suyo. Cuatro hectáreas. Carmi amasó una fortuna durante tres años vendiendo falafels, a principios de los noventa: “Estaba de moda la comida sana y también Oriente Medio. Es una croqueta sana y también de Oriente Medio. Carmi renunció a una carrera de físico nuclear por la venta de falafels. Pero a los veinte años, aquel futuro se había esfumado. Carmi señala que cuando Ari lo llamó, su hijo de siete años jugaba con una pistola de plástico y empezó a hacerme preguntas: “¿Qué hiciste en el ejército? ¿Disparaste a alguien alguna vez?”. “¿Lo hiciste?” –pregunta Ari. “No lo sé” –contesta Carmi. El niño juega con una ametralladora a la guerra. Carmi le cuenta el sueño que tiene sobre la noche en que los movilizaron: “Aunque resulte extraño, nos trasladaron al frente en un pequeño barco tipo ‘Vacaciones en el Mar’. Alquilado a Dios sabe quién por el ejército. Pretendían engañar al enemigo y lanzar un ataque sorpresa”. “¿Cómo que un barco tipo ‘Vacaciones en el Mar’, con Jacuzzi, bares y todo eso? –pregunta Ari. “Así es como pensaba que iba a ser. Más tarde descubrí que no era más que un viejo barco con un comando” –contesta Carmi. “Para tener 18 años, me parecías alguien bastante listo. Nunca te tuve por un soldado” –observa Ari. “Francamente, era importante para mí por una razón práctica. Tenía la sensación de que todos los demás estaban follando como conejos y yo era el único al que se le daba bien el ajedrez y las matemáticas. Pero tenía problemas de masculinidad, así que necesitaba demostrar que era el mejor soldado y un gran héroe”. “Y ¿qué pasó? ¿Lo conseguiste?” –pregunta Ari. “Sí, sorprendentemente. De pronto comencé a sentirme fuerte y capaz. Entonces comenzó la guerra y nos subieron a aquel condenado barco de ‘Vacaciones en el mar’. Pero yo, vomité como un cerdo. Me preguntaba qué pensaría de mí el enemigo si me veía así. Por fin, me desplomé en la cubierta y caí dormido. Duermo cuando estoy asustado. Incluso hoy, escapo durmiendo. Inconsciente en la cubierta soñé que llegaba una mujer gigante. Venía hacia mí y me cogía entre sus brazos. Vi a mis mejores amigos envueltos en llamas, ante mis ojos”. Carmi, a salvo, sobre la mujer gigante,

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observa cómo un avión destruye el barco en el que viajaban. “Me desperté justo antes de llegar a tierra. Amanecía y habíamos llegado a una ciudad, Sidón, me parece. Por puro miedo y ansiedad, empezamos a disparar como posesos sin saber a quién. Entonces apareció un Mercedes antiguo, disparamos contra él, histéricos. Dos años de adiestramiento y tuvimos miedo, un miedo incontrolable. Luego, el silencio. El terrible silencio de la muerte. Al salir el sol, contemplamos los estragos que habíamos causado. Sin saber siquiera dónde estábamos. Dentro del coche, yacían los cadáveres de una familia entera. ¿Para qué has venido hasta aquí? –pregunta Carmi. “Yo he perdido la memora” –responde Ari. “¿En un accidente de tráfico o un accidente laboral?” –pregunta Carmi. “No, no he sufrido ningún accidente. Sencillamente no logro recordar absolutamente nada de lo que me pasó en la Guerra del Líbano. Sólo tengo una imagen en la cabeza. No sé por qué, tú apareces en ella” –responde Ari. “¿Qué imagen?” –pregunta Carmi con curiosidad. La imagen es la que mencionamos arriba. “¿Estuviste tú también allí?” –pregunta Ari. “Es difícil de saber” –responde Carmi. Éste último no lo tiene claro: “no recuerdo nada de la masacre” –afirma. “¿Pero estuviste en Beirut cuando tuvo lugar el asunto de la masacre?” –insiste Ari. “Sí, recuerdo que estuve allí. Nunca olvidaré cuando marchamos sobre Beirut pero la masacre, como has dicho, no se almacenó en mi sistema”.

Ari Folman, de regreso en el taxi. A través de la ventanilla contemplamos como se transforma el paisaje. La extensión nevada deja paso a las palmeras y a soldados haciendo fuego desde un blindado por las playas de Beirut. “Entonces me pasó algo en el taxi yendo hacia el aeropuerto de Ámsterdam. De pronto, volvieron todos los recuerdos. No fue una alucinación de mi subconsciente. El primer día de la guerra, con apenas 19 años, ni siquiera había empezado a afeitarme, íbamos en un vehículo por la carretera. Había huertos a un lado y el mar a otro. Disparábamos hacia todas partes, contra todo, hasta que oscureció. Aquella noche, nos detuvimos, un oficial me dijo: ‘venga, carga los muertos y a los heridos tienes que deshacerte de ellos rápidamente”. “¿Deshacerme, pero dónde? –pregunta Folman al oficial. “Como quieres que yo lo sepa. Por allí, no está muy lejos, cerca de aquella luz que brilla. Allí es donde me han dicho que se arrojan” –el oficial da media vuelta y desaparece en la oscuridad.

Ari Folman sigue narrando este episodio: “Así que conduje otra vez de vuelta. Nunca había visto una herida abierta y ninguna clase de hemorragia. Y, de repente, estaba al mando de un tanque repleto de muertos y heridos buscando una luz que brillaba: la salvación. Finalmente, vimos la luz del helicóptero como un halo. Según nos acercamos a la luz, vimos muertos y heridos por todas partes”. El blindado se coloca junto a las camillas. Abre una compuerta y empiezan a sacar los muertos y heridos del tanque. “Descargamos mecánicamente como si estuviéramos ausentes. Luego, dimos media vuelta y nos marchamos”.

En la siguiente escena, Ari Folman muestra unas fotos de la Guerra del Líbano a un colega: Ronny Dayag, para intentar reconstruir su pasado. “Durante el primer día de la guerra estuve transportando muertos y heridos en un tanque por la carretera de la costa. Busco a soldados que estuvieron conmigo ¿crees que podrías haber estado tú entre ellos?” –pregunta Ari Folman. “Sería lógico. Estuvimos en la zona de la costa, en el sector oeste. Es posible. Cruzar la frontera por Rush Hanikra fue casi una excursión para nosotros, haciéndonos fotos, contábamos chistes, cantábamos. Tuvimos tiempo para hacer el tonto antes de entrar en combate. El paisaje era precioso. Había árboles por todas partes, algunas casas dispersas. Era una escena campestre verdaderamente idílica. Como conducíamos despacio podíamos permitirnos disfrutar del paisaje. En un tanque siempre te sientes a salvo. Un tanque es un vehículo potente y blindado. Dentro del tanque estábamos protegidos. De repente, nuestro regimiento dejó de responder. Perdimos el contacto. Nuestro oficial recibió un disparo. Estaba a mi lado. Íbamos arriba. Vi que la cabeza se le inclinaba hacia delante. Bajé y vi sangre dentro del tanque. La sangre salía de su cuello” –comenta Ronny Dayag.”¿Eras el siguiente al mando?” –pregunta Ari Folman. “Sí, lo era pero no reaccioné inmediatamente. No sabía qué hacer. No estaba preparado para eso. Nos quedamos dentro del tanque sin pensar siquiera en contraatacar. Dos minutos después hubo una explosión. Nos asustamos. Todos tratamos de escapar del tanque como locos. Sin armas ni nada. Los que

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se quedaron murieron dentro del tanque. Yo corrí con todas mis fuerzas en zigzag. En dirección al mar. Sólo pensaba una cosa: ‘se acabó, estoy muerto. Llegarán en cualquier momento. Lo único que puedo hacer es quedarme aquí y esperar el final (se refugió detrás de una duna). Vi el edificio del que nos estaban disparando. Confiaba en que los tanques de mi regimiento pudieran acercarse. No sé por qué pero comenzaron a retroceder. Me sentí totalmente abandonado por mis tropas. Me imaginé como se sentiría mi madre. Estábamos muy unidos. Siempre fui su mano derecha. Era el único que ayudaba en casa, el primogénito. Eché un vistazo. Los vi charlando y fumando tan tranquilos. Me pregunté ¿por qué no me veían? Volví a asomarme unas cuantas veces. Comprendí que probablemente creían que habíamos muertos todos en el ataque. Decidí esperar a que anocheciera, tenía un buen escondite. No sé por qué, decidí arrastrarme hasta el mar. No quería permanecer cerca de la costa, quería poner distancia. Así que nadé bastante rato. Cuando me pareció que me había alejado bastante, empecé a nadar hacia el sur. El mar estaba como un plato en calma. No había ni una ola. Me sentía sereno y en paz, solos el mar y yo. Me sentía a salvo porque el mar estaba en calma y tranquilo pero seguía teniendo mucho miedo de que me fallaran las fuerzas y me ahogara o de que alguien me descubriera, me disparase o me matase. Mientras nadaba en aquellas aguas tranquilas, oí, de pronto, un fuerte ruido. Noté que el mar vibraba, sentí como una turbulencia de agua me envolvía. Mi cuerpo tembló de miedo. (¿Un disparo desde la orilla?, ¿una mina? Sobre su cabeza pasó un helicóptero de reconocimiento). Vi luces a lo lejos y me encaminé en aquella dirección podían ser tropas israelíes. Seguí nadando pero mis fuerzas iban menguando. Apenas podía mover las extremidades. A veces, dejaba simplemente que el agua me arrastrase. Por fin, llegué a la orilla y eché a andar. Oí voces hablando por un radio transmisor. Sabía que tenía que llegar hasta ellos a pesar de mi agotamiento. Para mi asombro se trataba del regimiento que me había abandonado. Cuando regresé con mi regimiento, sentí como si hubiera sido yo quien hubiera abandonado a sus compañeros y no al revés. Siempre me pareció que me tenían por alguien que no había ayudado a rescatar a mis amigos. Como si hubiera huido del campo de batalla para salvar mi propio pellejo sin pensar en los demás. A veces me sentía muy incómodo. Corté todo contacto con las familias de los fallecidos. Al principio, visitaba sus tumbas pero la verdad es que pasado un tiempo dejé de hacerlo porque quería olvidarlo todo. No quería revivir aquellos momentos. Cuando visitaba las tumbas, me sentía culpable. Como si no hubiera hecho lo suficiente. No era de esos héroes que cargan con las armas y salvan la vida a todos, yo no soy así, no soy de ese tipo”.

En la siguiente escena, el director utiliza la cámara rápida para presentar muchas cosas al mismo tiempo. Un soldado sin camisa utiliza su fusil como guitarra eléctrica en el escenario de una batalla. El escenario es la playa de la que Ronny Dayag había escapado unos días antes: tanques, aviones, bombardeos. Otros soldados jugando con unas raquetas. Un soldado haciendo surf bajo las bombas. Un oficial pidiendo ayuda. Más bombardeos. Un civil con un refresco en una mano y una piedra en la otra observa en cuclillas el escenario de destrucción del bombardeo, al tiempo que suena la canción “Bombardeé Sidón cada día”. Otro soldado corre con los brazos extendidos bajo una lluvia fosforescente (como la nevada de Oesterheld) hasta que cae fulminado por uno de aquellos copos. Un civil se detiene a orinar, mientras un soldado con un bazooka destruye su coche. Otro soldado fríe un huevo sobre la carrocería de un coche quemado que le explota en la cara.

Ari Folman sigue reconstruyendo su pasado: “Un mes después de que Ronny Dayag volviera a nado sano y salvo. El ejército tomó la playa desde la que había huido. Nos dijeron que pronto atacaríamos Beirut y de que moriríamos todos. Pero en la playa, no pensábamos mucho en la muerte. Yo tenía una choza de hojas de plátano. Cuando echo la vista atrás y recuerdo el olor del aceite de Pachuli aún me entran náuseas. Estaba muy de moda en los ochenta. Para mi compañero de habitación Frenkel, el Pachuli no era sólo un perfume, era una forma de vida”.

En la siguiente escena, Shmuel Frenkel practica un ejercicio de kárate: “Con el Pachuli, tus compañeros siempre sabían que estabas ahí. Recuerdo que mis hombres siempre me decían lo

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mismo: ‘Frenkel caminas demasiado rápido, como un conejo’. A oscuras, de noche, nunca me perdían. Sabían siempre donde estaba, el olor es muy fuerte incluso en campo abierto. Lo sigo usando, me gusta (ahora suena la canción con la letra cambiada “Bombardeé Beirut cada día”)”.

En la siguiente escena, un helicóptero se aproxima a un punto de encuentro donde hay cuatro soldados que esperan (sigue sonando la canción). Tres logran agarrarse, el cuarto es abatido por un coche rojo que circula a toda velocidad. Otro grupo de soldados toman un refresco en la puerta de una hamburguesería cuando el mismo vehículo rojo los ametralla. El piloto del automóvil rojo está en el centro de la mirilla de un francotirador israelí. Abre fuego pero acierta a un civil que pasaba al mismo tiempo sobre una mula. Ahora el vehículo está siendo observado por unos prismáticos desde un punto de artillería. Los tanques abren fuego pero sin dar en el blanco causan grandes destrozos en las viviendas de primera línea de playa, ya dañadas por efecto de los bombardeos. No siquiera un caza con un misil teledirigido es capaz de alcanzarle. Todo el ejército israelí es incapaz de dar en el blanco. Pensemos en la desproporción de fuerzas: una enorme maquinaria bélica contra un enemigo inferior que fracasa en sus objetivos produciendo un escenario de terror y muerte. Beirut todavía sufre sus consecuencias. Somos incapaces de aprender de la historia, basta con pensar en Irak, Afganistán, Pakistán. Hemos sido incapaces de abolir las guerras del escenario internacional. La guerra es camaleónica, se adapta a los tiempos y a las circunstancias. Cambia de piel, de modo, de sistema. En la actualidad cobra muchas formas desde la piratería, como el secuestro del Alakrana en el índico, al hambre, la sequía, el petróleo o la explotación infantil. Pero sigamos con nuestra historia.

La escena que viene a continuación es sintomática de la guerra moderna. Ariel Sharon, el responsable político de la Guerra de Líbano y de la masacre de Sabra y Shatila, desayuna un buen filete con huevos fritos. Sobre la mesa: zumo de naranja con dos teléfonos. Detrás un rebaño de ovejas. Estamos en su residencia privada, lejos del escenario de guerra. Aparentemente, un hombre que desayuna plácidamente (en realidad, un criminal que debería haber sido juzgado en el Tribunal Internacional de la Haya por crímenes contra la humanidad) mientras gestiona sus negocios. ¿De qué negocios se trata? De la guerra. Levanta un teléfono. Marca una extensión. Un funcionario da una orden. Coge el otro teléfono marca otra extensión. Un oficial que también desayuna plácidamente recibe otra orden. Al fin, el último eslabón en la cadena de mando: un soldado que desayuna felizmente carne de lata y huevos levanta el teléfono que suena. La orden es salir en busca de terroristas. Centrémonos un momento en esto. Alguien a cientos de kilómetros de distancia (a veces, miles) de la escena de guerra, levanta un teléfono, da una orden que pasa a través de la cadena de mando hasta que llega al soldado raso que tiene que enfrentarse con la muerte.

La acción se desarrolla ahora en un huerto de limoneros. Suena una sonata al piano. El sol se filtra a través de las ramas de los árboles. El comando camina alerta, en silencio. Un tanque les sigue detrás. Dos sombras delante de ellos se deslizan debajo de los árboles. Van armados con bazookas. Parecen muy jóvenes. Observan a los soldados. Uno de ellos se planta de frente, apunta al tanque y dispara. La explosión obliga a los soldados a lanzarse cuerpo a tierra para evitar la metralla. El chico sale huyendo. El comando hace fuego y el niño cae al suelo. “Dime Frenkel, yo estuve allí” –pregunta Ari Folman. “Claro, desde que dejamos el campamento tu viniste conmigo a todas partes”.

Ari Folman dialoga con Zahava Solomon psicóloga. “¿Cómo es posible que no pueda recordar un suceso tan dramático?”. “Lo llamamos trastorno disociativo. Es cuando una persona vive una situación pero se siente al margen de ella. Una vez me visitó un hombre joven. Era fotógrafo. Le pregunté: ‘en 1983 ¿Cómo sobreviviste a aquella penosa guerra?’. Me contestó ‘fue bastante fácil, me lo planteé como un largo viaje de un día’, se decía: ‘vaya que escenas tan grandiosas viendo: disparos, artillería, personas heridas gritando. Veía todo lo que estaba pasando como si fuera a través de una cámara imaginaria’. Entonces pasó algo, su cámara se rompió. Me contó que la situación se volvió traumática para él cuando llegaron cerca de las caballerizas de Beirut

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(el hipódromo). Vio una enorme cantidad de cadáveres de caballos árabes masacrados. ‘Me partió el corazón. ¿Qué habían hecho aquellos caballos para merecer tanto sufrimiento?’ No pudo soportar ver aquellos caballos muertos y heridos. Había utilizado un mecanismo para permanecer al margen de los acontecimientos como si estuviera viendo una película de guerra en lugar de estar participando en ella. Aquello le protegió. Una vez que se vio inmerso en los acontecimientos no pudo seguir negando la realidad. El horror le rodeaba y le entró pánico. Me ha dicho usted que no recuerda haber estado en el huerto donde se encontraba el niño con el lanzagranadas. ¿Recuerda otras cosas como ir a su casa, charlar con los amigos, acontecimientos de aquella época, algo que quizás le recuerde a sí mismo en aquel entonces?” –pregunta la profesora Solomon. “Sí, con bastante detalle recuerdo todos los permisos” –contesta Folman. Vemos a Ari Folman delante de un escaparate de televisores en los que se ve a un político largando un discurso, al tiempo que suena un tema punky “No es una canción de amor”. Ari parece desubicado. Más adelante, en un salón recreativo, unos jóvenes juegan a la guerra disparando a marcianitos. Ari Folman contempla las escenas urbanas como un espectador que estuviera a años luz: “recuerdo que cuando tenía diez años hubo una guerra y todo se detuvo. Los padres en el frente y los niños quedamos con nuestras madres encerrados dentro de casa, con las persianas bajadas, a oscuras, esperando que un avión lanzara una bomba y nos matara a todos. A nadie se le ocurría salir a la calle. Cuando regresé a casa del Líbano por primera vez en seis semanas, vi que la vida continuaba con absoluta normalidad. Mi objetivo al volver de permiso era recuperar a mi novia Yaheli. Me había dejado la noche antes de que todo empezara”.

Ari Folman dialoga Boaz Rein en la barra de un bar mientras se preparan un tequila. “Estoy recobrando la memoria. Me he encontrado con hombres que sirvieron conmigo. Tengo la imagen casi completa” –observa Folman. “¿De qué momento?” –pregunta Rein. “Del primer día de la guerra, del asedio de Beirut” –contesta Folman. Rein le confiesa que estuvo enamorado de Yaheli, que lo dejó por él una semana antes de irse a la guerra. Folman tenía su casa, su familia. Folman contrariado le contesta que no es así. Su padre le contaba que cuando combatió en la Segunda Guerra Mundial, a los soldados rusos de Stalingrado les daban sólo unos días de permiso tras un año en el frente: “cogían un tren, llegaban a la estación del pueblo. Se bajaban del tren. Besaban a su novia en el andén y volvían a subir al tren para regresar al frente. ¿Entiendes? Su padre pensaba que eso le consolaría y de hecho tenía razón. Al cabo sólo de 24 horas me movilizaron de nuevo. En aquel entonces surgió una nueva moda: los coches bomba. Llegué a una villa a las afueras de la ciudad. Todo estaba hecho de oro. Bañeras lujosas, mármol, grifería de oro, ese tipo de cosas. Un oficial drogado estaba sentado frente al televisor. No me miró, repetía constantemente: ‘rápido, rápido, pásalo rápido, rápido’. Estaba viendo una peli porno, me miró y dijo: ‘hemos recibido un soplo acerca de un Mercedes rojo. Pretende hacer volar a tus hombres por los aires. Quiero que lo voléis vosotros antes’. ‘¿Volamos todos los Mercedes rojos?’ –aclara Folman al oficial. ‘¿Tú eres tonto o qué?’ –exclamó el oficial”. “¿Apareció el Mercedes? –pregunta Rein. “Estuvimos toda la noche esperando un Mercedes rojo que iba a estallar. Esperando que sucediera un desastre inmediato” –señala Folman. Un flash-back nos sitúa en esa noche. A un puesto de control llega un autobús. Detrás andando despacio, casi flotando en el aire, una joven con un vestido blanco que brillaba en la oscuridad de la noche como si fuera un fantasma. “Entonces, en mitad de la noche, sonó el teléfono. El oficial de la peli porno comunica que Bashir ha muerto. Bashir Gemayel. El presidente electo del Líbano. Un hermano, un aliado, un cristiano. Despierta a todos. Entráis en Beirut dentro de dos horas” –finaliza el comunicado.

“No recuerdo muy bien el vuelo a Beirut Oeste excepto que estuve pensando obsesivamente en la muerte como mi novia Yaheli me había dejado una semana antes, la muerte sería mi venganza. Le acosarían los remordimientos el resto de su vida. Mientras fantaseaba con mi muerte nos aproximamos a Beirut. Una ciudad de hoteles, playas, gentes por todas partes. Aterrizamos en el aeropuerto internacional. Los helicópteros de nuestro ejército estaban al lado de aviones de Air France, TWA y British Airways. Estaba excitado como su fuera a emprender un

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viaje al extranjero. Muy excitado. En un momento dado, sencillamente eché a andar y entré en la terminal. Me pareció estar realizando un viaje de placer. Fue una especie de alucinación, como si estuviera en la terminal esperando para elegir un destino. Ante aquel panel de vuelos de salidas de los ochenta, la elección era sólo mía. Había un vuelo a las 14:10 a Londres. Otro a las 15:20 a París, otro más a las 16:00 a Nueva York. Deambulé por la terminal mirando las tiendas de Duty Free. Las joyas, el tabaco, el alcohol. Mientras seguía en aquel viaje, me di cuenta, de pronto de lo que estaba pasando. A través de un ventanal, vi que los aviones de TWA y Air France, sólo eran cascarones bombardeados. Las tiendas estaban vacías, habían sido saqueadas hacía mucho y los vuelos que aparecían en los paneles eran los mismos desde hacía meses. Empecé a oír ruidos, voces. Oí como la ciudad era bombardeada, como las Fuerzas Aéreas lanzaban sus bombas, lentamente fui comprendiendo donde estaba y tuve miedo de lo que iba a pasar a continuación. Empezamos a caminar desde el aeropuerto a la ciudad. Altos hoteles se cernían sobre nosotros. Avanzábamos junto a la costa. Caminamos por una larga avenida en dirección a un enorme cruce. Entonces nos atacó un francotirador desde los pisos superiores de un hotel. No veíamos de donde procedían los disparos ni quien nos estaba disparando. Un soldado herido yacía en medio de la calle. Pero no podíamos llegar hasta él. Estábamos muertos de miedo. Luego, en medio de aquel infierno, apareció Ron Ben-Yishai, un corresponsal de televisión. Caminaba muy erguido esquivando las balas como Superman. Caminaba como si no pasara nada mientras las balas pasaban silbando a su lado. Delante de él, avanzaba a rastras un cámara aterrorizado. Temblaba de miedo y no podía ver más allá de su casco”. Ron Ben-Yishai recuerda estos sucesos: “Estábamos en un cruce muy grande, una de las calles más amplias conducía directamente a Hamra. Hacia el barrio de Hamra en Beirut Oeste. Recuerdo el sonido chirriante, una especie de silbido. Estaban disparando con lanzagranadas pero parecía que estuvieras rodeado de indios americanos con sus arcos y flechas. Antes de que una granada estalle produce un silbido. No oyes una explosión solamente, ese silbido y luego el ruido de los muros que se vienen abajo, mientras ocurría todo aquello, podíamos ver civiles en las terrazas: mujeres, niños y ancianos miraban todo lo que pasaba como si fuera una película”.

Ahora es Frenkel quien narra estos mismos acontecimientos: “nos disparaban desde todas partes. Era tremendo. No podíamos cruzar. Durante el campamento militar usé una ametralladora MAG. Cuando empecé mi adiestramiento como oficial, pensé: ‘has usado una MAG durante mucho tiempo ¿por qué no pruebas otra cosa? Y me dieron un rifle Galil’. Mientras nos disparaban desde todas las direcciones, me di cuenta de que no podía disparar con mi Galil como hacía antes. Echaba de menos aquella vieja MAG a la que estaba acostumbrado. Le dije a Erez: ‘Erez hazme un favor, déjame tu MAG. No llegaré hasta el otro lado con el rifle. Déjame tu MAG y conseguiremos cruzar la calle. Dispararé mucho mejor’. Me respondió: ‘Frenkel, estás loco, nos están atacando. Deja de hablar y dispara, dispara’. Finalmente, comprendí que debía tomar una medida drástica. Lo agarré y le dije: ‘Oye Erez. Dame la ametralladora o, si no, tendré que quitártela a la fuerza’”. Ari Folman continúa narrando lo sucedido: “fuera una eternidad o solamente un minuto. Allí estaba Frenkel en el cruce. Mientras las balas le pasaban por alto desde todas direcciones. En lugar de cruzar la calle, lo vi bailar como si estuviera en trance. Maldecía a los francotiradores como si deseara seguir allí eternamente, como si quisiera presumir de su forma de bailar el vals en medio del tiroteo, con todos aquellos carteles de Bashir sobre su cabeza. Los seguidores de Bashir preparaban su gran venganza a sólo unos metros: la matanza de Sabra y Shatila”.

En la siguiente escena, Carmi y Ari dialogan de nuevo en el exterior de su casa de Ámsterdam, ya es primavera. “Por fin estoy empezando a recordar. He hablado con personas. He oído historias sobre mí, no quería creerlas”. “Bueno y ¿qué no recuerdas?” –pregunta Carmi. “El día de la masacre. Recuerdo todo lo demás pero ese día no” –contesta Ari. “Lo que no entiendo es por qué a la gente le sorprendió tanto que los falangistas llevaran a cabo aquella matanza. Yo sabía desde el principio lo crueles que eran. Durante el asalto a Beirut, estuvimos en ‘el matadero’. Aquel patio donde llevaron a los palestinos. Donde los interrogaron y los ejecutaron.

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Fue como hacer un viaje de LSD. Se llevaban trozos de los cadáveres de los palestinos asesinados en tarros de formol. Tenían dedos, ojos, lo que quisieras. Y había carteles de Bashir por todas partes. Colgantes de Bashir, relojes de Bashir. Bashir esto, Bashir lo otro. Bashir era para ellos, lo que era para mí David Bowie. Una estrella, un ídolo, un príncipe admirable. Creo que incluso veían cierta sensualidad en él. Era totalmente erótico. Su ídolo estaba a punto de convertirse en rey y nosotros seríamos quienes le coronaríamos. Al día siguiente, fue asesinado. Era obvio que vengarían su muerte de un modo perverso. Fue como si hubieran asesinado a sus mujeres. Era una cuestión de honor familiar. ¿Por qué has vuelto?” –pregunta Carmi. “Sigo teniendo aquellas alucinaciones sobre la masacre, en la playa y tú estás allí conmigo (de nuevo, la imagen recurrente de los chicos saliendo de la playa bajo un cielo iluminado por bengalas). “Estás loco. Te has obsesionado con eso. ¿La playa? ¿De qué hablas? ¿Quién estuvo en la playa aquella noche? ¿De qué playa hablas? –pregunta enfadado Carmi.

Siguiente escena: Ari Folman dialoga con Ori Shivan en el porche de su casa: “He llegado a un callejón sin salida. No encuentro a nadie que estuviera conmigo en la playa. Ninguno de los compañeros que estuvieron a mi lado guarda un recuerdo fiable de los días de aquella masacre. Yo sólo tengo una visión y Carmi, la única persona que aparece en mi visión, niega haber estado allí conmigo”. “¿Quieres que te lo explique? ¿Qué crees que simboliza tu sueño? ¿Miedo? ¿Sentimientos? La masacre te asusta, te produce inquietud, estuviste cerca de ella. Tu interés por la masacre se desarrolló mucho antes de que ocurriera. Tu interés por esos campos es en realidad interés por los otros campos. ¿Estuvieron tus padres en un campo?” –pregunta Shivan. “Sí, en Auschwitz” –contesta Folman. “En ese caso, está claro que la masacre te acompaña desde que tenías seis años. Sobreviviste a la masacre y a los campos. La única solución es que descubras lo que pasó realmente en Sabra y Shatila. Busca a personas, averigua que pasó de verdad. Pregunta quién estuvo allí. Consigue detalles y más detalles. De esa forma, tal vez descubras dónde estuviste realmente y cuál fue el papel que jugaste” –aconseja Shivan.

La peli realiza un flash back. Regresamos a los días de la masacre. Dror Harazi narra su experiencia sobre esos días: “Aquel día nos enviaron a un puesto determinado. Estaba en una colina. Aquella colina se encontraba al otro lado del sector oeste del campo de refugiados. Desde donde me encontraba, podía ver las casas de los asentamientos. Había tiroteos ocasionales. Intentaron localizar su origen y tomar represalias. Empezaron a llegar las fuerzas falangistas cristianas, soldados con uniforme israelí y equipamiento completo. Tomaron posiciones detrás de los tanques. Me llamaron para una reunión informativa. Se desarrolló en inglés. Nos dijeron que los cristianos entrarían en el campo y que nosotros les cubriríamos. Nos quedaríamos fuera. Cuando hubieran depurado los campos, nosotros asumiríamos el control. Depurar la zona de terroristas palestinos. A la mañana siguiente, empezaron a evacuar a los civiles. Los civiles fueron conducidos fuera de los campos en una larga fila. Los falangistas observaban, les gritaban constantemente y de vez en cuando, disparaban al aire. Había mujeres, ancianos y niños que caminaban en fila hacia el estadio”. “Dentro del tanque, ¿te preguntabas a dónde los llevaban? ¿Pensaste en ello? –pregunta Folman. “La verdad es que no porque siempre que llegábamos, se informaba antes de entrar en el campo. Después se ordenaba salir a los civiles. Si no salían todos, los que se quedaban escondidos eran considerados rebeldes. Siempre era igual. Esta vez también. Nos parecía natural decirles a los refugiados ‘si no queréis resultar heridos, salir de ahí’”. Los refugiados suben a los camiones, en uno de ellos distinguimos a un niño que mira angustiado (¿el niño del bazooka en el huerto?).

Ron Ben-Yishai toma el relevo en la narración del reato. “Aquel día, conduje hasta Docha, una ciudad costera que tenía una pista de aterrizaje de las Fuerzas Aéreas israelíes. Por el camino, me crucé con muchos vehículos semioruga falangistas. Gritaban alegres mientras se dirigían al aeródromo. En el aeródromo, me encontré con un amigo coronel, me dijo: ‘¿Has oído lo que está pasando en los campos de refugiados?’, señaló en dirección a Sabra y Shatila. ‘¿Qué pasa?’ –pregunté. ‘No lo he presenciado personalmente pero dicen que ha habido una matanza espantosa’. Los palestinos fueron masacrados. Oí que los trasladaban en camiones. Me dijeron

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que les grababan crucifijos en el pecho. Había heridos. Algunos en condiciones críticas. Los subían a un camión y los llevaban a un destino desconocido’”.

De nuevo, Dror Harazi: “Vimos a un soldado falangista meter en una casa a un anciano y, poco después, oímos disparos. Después silencio. Luego, el soldado salió solo. Le preguntamos qué había pasado. No pudimos oír lo que dijo pero hizo un gesto: ¡pum!, ¡pum! Comprendimos que le había dicho al anciano que se arrodillase delante de él y como se negó, le disparó a las rodillas. Al negarse de nuevo, le disparó en el vientre y la cabeza”. “¿No te diste cuenta en ningún momento de que los camiones salían llenos y volvían vacíos que sacaban a las mujeres y a los niños y entraban los buldócer, de que quizás estaba teniendo lugar una masacre?” –pregunta Folman. “Sí, por supuesto que sí. Me di cuenta de que algo estaba pasando cuando me lo dijeron mis hombres. Desde lo alto de los tanques empezaron a gritar ‘¡están matando a la gente!’ Aseguraban que la gente era colocada de cara a la pared y ejecutada. Entonces fue cuando llamé a mi superior y le conté todo lo que me habían dicho que estaba pasando en los campos. Me dijo: ‘Estamos al corriente. Está bajo control, ya hemos dado parte’. Que yo supiera, el ejército se estaba ocupando de lo que estaba ocurriendo”. “¿Dónde estaba la sala de operaciones, el cuartel general?” –pregunta Folman. “Estaba a menos de cien metros en la azotea de un edificio bastante alto –responde Harazi. “¿Cómo de alto?” –pregunta Folman. “Lo bastante como para verlo todo. Estoy seguro de que gozaban de mejores vistas que yo” –responde Harazi.

Ron Ben-Yishai sigue narrando: “No quería andar por la calle, así que volví a mi casa de Bahada en Beirut. Micha Friedman estaba conmigo. Decidimos preparar la cena. Micha invitó a unos tipos de la Brigada 211. Durante la cena, el comandante del regimiento me llevó a un aparte. Me dijo: ‘Ron, mis hombres dicen que se está produciendo una masacre en los campos’. Me comentó que había habido uno o dos incidentes. Me dijo que una familia había sido tiroteada. Volví a preguntarle: ‘¿pero lo has visto tú mismo?’ ‘No lo he visto. Pero me lo han contado mis hombres. Los oficiales que están ahí sentados también lo han visto’ –contestó. Hablamos con ellos durante la cena. En cuanto se marcharon a las 11:30 de la noche, me tomé un whisky y telefoneé al ministro de defensa Ariel Sharon. A su rancho. Le dije: ‘he oído que se está llevando a cabo una matanza horrible. Ari, están masacrando a los palestinos. Hay que ponerle fin’. Me preguntó: ‘¿lo has visto tú mismo?’ ‘No pero hay varios testigos que lo han visto y quería decírtelo’. ‘De acuerdo, muchas gracias por ponerme al corriente’. Eso fue todo, normalmente, uno dice: ‘lo investigaré, me enteraré de que pasa’. Pero no, me dijo: ‘gracias por ponerme al corriente. Feliz año nuevo. Bueno, algo parecido y luego, siguió durmiendo”.

Ari Folman dialoga con Ori Shivan: “Es increíble. Hubo una masacre. Los responsables fueron los falangistas cristianos. En la zona, nuestras tropas se repartían en círculos. Todos los círculos tenían alguna información. El primero era el que más tenía. Sin embargo, no veían la realidad, no eran conscientes de que estaban siendo testigos de un genocidio” “¿En qué círculo estabas tú?” –pregunta Shivan. “En el segundo o en el tercero” –contesta Folman. “¿Qué hicisteis vosotros? ¿Visteis algo?” –pregunta Shivan. “Subimos a una azotea y vimos el cielo iluminado por bengalas (las bengalas de la alucinación). Las bengalas debían guiarles a hacer lo que estaban haciendo”. “¿Tú disparaste bengalas?” –pregunta Shivan. “¿Tiene alguna importancia? ¿Qué más da que disparara las bengalas o que sólo viera las bengalas que ayudaban a aquella gente a matar a los demás?” –contesta Folman. “Dada tu situación anímica en aquel momento, no hay ninguna diferencia. No puedes recordar la masacre porque en tu opinión los asesinos y todos los que los rodeaban pertenecían al mismo círculo. Te sentiste culpable a los 19 años. Involuntariamente, asumiste el papel de un nazi, Estuviste allí disparando bengalas pero no participaste en la masacre” –puntualiza Shivan.

Amanece sobre los campos de refugiados. Un jeep se acerca. Es Ron Ben-Yisahi: “me levanté a las 5 ó 5:30 y desperté a todo el mundo. A todo el equipo. Luego me dirigí a Sabra y Shatila. Cuando llegué allí ¡qué catástrofe! ¿Conoces la fotografía del gueto de Varsovia? Esa en la que

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aparece un niño con los brazos en alto. Ese era el aspecto que tenía la larga fila de mujeres, ancianos y niños. Pensé que tenía que ir al cuartel general del comandante Amos. Pero según estaba saliendo, apareció el propio Amos. Se dirigió a un grupo que salía. Sus gestos furiosos, obligaron a que éste se detuviera y, en ese momento, se terminó todo. ‘¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego inmediatamente! ¡Es una orden! ¡Alto el fuego inmediatamente! ¡Vuelvan todos a sus casas! ¡Vuelvan a sus casas ahora!’”. Dio media vuelta y se marchó por dónde había venido. “Los falangistas se replegaron y las mujeres y niños regresaron al campo. Les dije a mis hombres ‘sería mejor que fuésemos con esas mujeres y niños así podremos ver lo que ha pasado allí’. Dentro del campo, vimos una enorme cantidad de escombros. Me llamó la atención una mano, una mano pequeña. La mano de una niña sobresalía entre los cascotes. Miré más detenidamente y vi unos rizos. Una cabeza llena de rizos, cubierta de polvo. Era difícil de distinguir pero era una cabeza. Se le veía lacara perfectamente, una mano y la cabeza. Mi hija tenía la misma edad que aquella pequeña y también tenía el pelo rizado. Los palestinos de los campos de refugiados tenían casas con patio. Los patios estaban llenos de cadáveres de mujeres y niños. Habían ejecutado antes a los hombres jóvenes. Después se habían ocupado del resto de las familias. Entramos en un callejón muy estrecho. Del ancho de un hombre y medio. El callejón estaba lleno de cuerpos. Había muchos. Los cadáveres de jóvenes se apilaban hasta la altura del pecho de un hombre. Entonces fui consciente del alcance de la matanza”.

Por una calle, una multitud de mujeres gritando de dolor se dirigen a un puesto donde está Ari Folman y otro soldado más. Ari Folman las mira, mientras su respiración se vuelve cada vez más agitada.

ENTREVISTA CON ARI FOLMAN

¿La película se basa en su experiencia?Es mi historia personal. La película empieza el día que descubrí que algunas partes de mi vida se habían borrado de mi memoria. Los cuatro años que trabajé en VALS CON BASHIR me provocaron un violento trastorno psicológico. Descubrí cosas muy duras de mi pasado y, sin embargo, durante esos cuatro años, nacieron mis tres hijos. Puede que lo haya hecho para mis hijos. Para que, cuando crezcan y vean la película, les ayude a saber escoger, a no participar en ninguna guerra.

¿Realizar VALS CON BASHIR fue como una terapia?La búsqueda de recuerdos traumáticos enterrados en la memoria es una forma de terapia. La terapia duró lo que la producción de la película, cuatro años. Durante este tiempo, pasaba de la depresión más absoluta, fruto de los recuerdos que me volvían a la memoria, a la euforia más desbordante por hacer una película de animación innovadora, que iba mucho más rápido de lo que había esperado. Si fuera un loco de la psicoterapia, diría que realizar la película me ha transformado profundamente.

¿Todos los personajes entrevistados en la película son reales?Siete de nueve. Por razones personales, Boaz (el amigo que soñaba con los perros) y Carmi (el amigo que vive en Holanda) no han querido que aparezcan sus nombres verdaderos. Pero sus testimonios son reales.

¿Conoce a más gente que haya pasado por la misma experiencia?Claro, no soy el único. Creo que miles de ex soldados israelíes han enterrado sus recuerdos en lo más profundo de su memoria. Algunos podrán vivir así siempre. Pero existe el peligro de que explote en cualquier momento, y en ese caso los daños son imprevisibles. Lo llaman estrés postraumático.

¿Cuál fue su primera intención, realizar un documental o una película de animación?

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Siempre lo imaginé como un documental de animación. Ya había realizado varios documentales, y me entusiasmó lanzarme a este proyecto. Mi primera experiencia con la animación fue con una serie documental, “The Material Love is Made of”. Cada episodio empezaba con tres minutos de animación durante los que unos científicos evocaban la “Ciencia del amor”. Era animación Flash básica, pero funcionó tan bien que siempre pensé en llevar el mismo proceso a un largometraje.¿Puede decirse que el proyecto se concibió como un documental de animación?Sí, VALS CON BASHIR siempre fue un documental de animación. Hacía varios años que había tenido la idea, pero rodarlo en imágenes “reales” no me convencía. ¿Qué habría sacado? Un hombre de cuarenta años entrevistado sobre fondo negro, contando historias de hace 25 años, sin una sola imagen de archivo para ilustrar sus palabras. Habría sido un aburrimiento. Por eso la animación me pareció la única solución, porque concede una gran libertad imaginativa. La guerra es muy irreal, la memoria es muy ladina, más valía hacer semejante viaje con la ayuda de buenos grafistas.

¿Cómo crearon la animación de la película?Primero rodé VALS CON BASHIR en vídeo en un estudio y se montó como un largo de 90 minutos. A partir de ahí, realizamos un storyboard que desarrollamos con 2.300 dibujos y que animamos posteriormente.El director de animación, Yoni Goodman, creó el estilo de animación en nuestro estudio, el Bridgit Folman Film Gang. Es una mezcla de animación Flash, de animación clásica y animación 3D. Es importante dejar claro que no se usa el rotoscopio, en el que se vuelve a pintar la imagen de vídeo. Cada dibujo se creó desde cero gracias al magnífico talento del director artístico David Polonsky y de sus tres asistentes.

¿Qué siente hoy acerca de la matanza de Sabra y Chatila?Lo mismo que antes. Es lo peor que puede pasarle a un ser humano. Estoy seguro de que los falangistas cristianos fueron los responsables de la masacre. Los militares israelíes no dieron ninguna orden. Pero el gobierno israelí sabe hasta dónde alcanza su responsabilidad; estaba al corriente de esta masacre premeditada.

¿Y la guerra?He rodado VALS CON BASHIR desde el punto de vista de un soldado cualquiera, y solo puede concluirse que la guerra es terriblemente inútil. No tiene nada que ver con las películas estadounidenses. No tiene nada de glamouroso ni de glorioso. No son más que hombres muy jóvenes, que no van a ninguna parte y que disparan contra desconocidos, les disparan desconocidos, y que vuelven a su casa intentando olvidarlo todo. Algunas veces lo consiguen. Pero no ocurre en la mayoría de los casos.

¿Cómo cree que reaccionará el público israelí?Siempre me ha parecido muy difícil anticipar la reacción del público ante cualquier película. Eso sí, no es ninguna noticia para los israelíes decirles que la invasión de Beirut oeste en 1982 era inútil y no servía de nada. Es una enorme mancha negra en nuestra historia. Incluso estoy dispuesto a apostar que Ariel Sharon, actualmente en coma, habría dado lo que fuera para reescribir la historia e impedir esta expedición sin sentido que tanto defendió. Por ese lado, no creo que nadie diga: “¿Cómo se atreve a decir que no debimos estar?” Puede que el modo en que se presenta el ejército moleste más al público israelí. La película carece de momentos gloriosos. Todas las personas entrevistadas son más bien antihéroes, excepto uno, el periodista Ron Ben-Yishai, pero no es un soldado.Puede parecer que una película de animación moleste menos a las personas que no aprueben cómo se presenta al ejército.