Vallejo y los hermanos abril
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La relación amical entre César Vallejo y los hermanos Pablo y Xavier Abril
estuvo marcada por el fuego de la subsistencia y la poesía. Con el correr de los
años, el público lector ha podido adentrarse en algunos aspectos de la
personalidad del poeta de Santiago de Chuco abordando las misivas que él le
dirigió a Pablo Abril entre enero de 1924 y febrero de 1934, durante su etapa
europea.2 En ellas los biógrafos de Vallejo han encontrado un valioso material
para rastrear algunos aspectos álgidos de su tráfago discurrir existencial; sin
embargo, la intención de estas líneas es detectar cómo la relación de Vallejo con
los hermanos Abril, a través de esa correspondencia y otros documentos,
repercutió entre ellos en tres niveles: el artístico, el logístico y el periodístico.
Fue Abraham Valdelomar, coetáneo de Vallejo, quien lo relacionó con los
jóvenes escritores que nucleaba en lo que se conoce como el grupo «Colónida»,
entre los que se encontraban Pablo Abril, Percy Gibson, los hermanos Gonzalo y
Ernesto More o Luis Berninzone. De todos ellos, Berninzone sería el primero en
partir hacia Francia instado por Valdelomar, quien antes había gozado de una
inmejorable experiencia en Europa en tanto que trabajó en la legación peruana de
Roma.
La fluida relación de Vallejo con Lima data, pues, de1918. Se trata de una
relación laboral y artística. Es ahí donde conoce a las dos grandes figuras de las
letras peruanas de entonces: José María Eguren y Manuel González Prada. El
joven poeta provinciano observa, recorre las calles del centro, vive sin mayores
apremios, trabaja en la docencia escolar, difunde algunos poemas en la conocida
revista Mundo Limeño, publica su primer libro3 y sobre todo establece algunos
lazos de amistad que le serán luego de vital importancia en su experiencia
parisina. Luego vendrá el encarcelamiento de Vallejo en Trujillo, por hechos
confusos ocurridos en Santiago de Chuco, en noviembre de 1920. Libre
provisionalmente en el verano de 1921, el poeta se instalará casi inmediatamente
en Lima para trabajar en la docencia, continuar en sus estudios universitarios (o
por lo menos eso pensaba) y seguir escribiendo los poemas que al año siguiente
aparecerían con el nombre de Trilce.4
La aventura limeña no le es ingrata. Conoce gente en el Patio de Letras de
San Marcos, trabaja en el Colegio Guadalupe, tiene uno que otro amorío y, sobre
todo, madura la idea de salir cuanto antes del Perú rumbo a Europa. Lo atosiga,
eso sí, el hecho de que su expediente judicial continúa abierto en el fuero
trujillano.5 Dentro de sus amistades limeñas encuentra un espíritu receptivo en
Pablo Abril. Lo visita con frecuencia en su casa del jirón Caylloma. Un buen día
no lo halla y, en cambio, coincide con su hermano menor, el inquieto Xavier, de
apenas 16 años y un metro ochenta y cinco. Me imagino esa noche de diciembre
de 1921, cuando Xavier identifica con asombro y júbilo al autor de Los heraldos
negros, parado en la puerta de su casa, preguntando por su hermano Pablo.
Asombro y alegría digo porque de inmediato se entabló entre ellos una relación
de empatía a pesar de los trece años de diferencia de edad. Caminaron hasta el
barrio chino para asumir lo que el mismo Xavier Abril ha llamado —no sin cierta
alegría— como su «primera noche de bohemia».
Trujillo, Lima y París —como bien se sabe— fueron las ciudades más
significativas en la vida de Vallejo. En las tres amó y en las tres supo de la
bohemia a la vez corrosiva y estimulante. En Trujillo («silenciosa y conventual»)
y en Lima («orgullosa y centro de poder»), nuestro poeta se formó
intelectualmente y asumió trabajos vinculados casi siempre a la docencia o a la
administración. París, en cambio, cosmopolita y coqueta, fue la ciudad que
colocó a nuestro escritor en una plataforma tal que le permitió estar al día con las
corrientes estéticas e ideológicas de entonces.
A Vallejo le interesó desde muy temprano estar en el centro y no en la
periferia. Estar físicamente en Trujillo, por ejemplo, significó un progreso para el
joven aldeano que aspiraba a convertirse en profesional. Es la Universidad de
Trujillo la que le da un grado universitario con el que conseguirá algunos trabajos
como maestro de escuela. A su vez, esta capital de provincia le permitirá
relacionarse con sus coetáneos del grupo "Norte", leer con especial detenimiento
—como ha señalado Espejo Asturrizaga6 — a escritores franceses como Samain,
Verlaine o Baudelaire; o a poetas de nuestro continente como Darío, Lugones o
Herrera y Reissig. Las playas, la campiña y las muchachas trujillanas también lo
seducían poderosamente. Luego de la amarga experiencia carcelaria, Vallejo
paulatinamente va a incubar la idea de dejar el país. Entre 1921 y 1923, el poeta
cuaja dicha idea y la ejecuta.
Abandonar el Perú significaba para Vallejo seguir asumiendo el rol de
viajero, tarea que conocía más o menos bien. Se trata de un viajero con escasos
recursos, de un migrante provinciano que se transporta en tercera clase en un
trasatlántico a vapor con destino a Francia. Investido de entusiasmo y callada
alegría, Vallejo se alejaba físicamente del Perú para siempre.
Generalmente, se abandona el hogar en busca de una vida mejor. Las
razones de la emigración son harto conocidas: pobreza en el lugar de origen,
guerras, malestar social, hambre, opresión o desempleo. Se trata de iniciar una
nueva vida con la esperanza de evidentes mejorías. Un viajero con estas señas
parte ligero de equipaje y con un millón de ilusiones, como reza una vieja
canción.
Si el joven poeta limeño Luis Berninzone asume el viaje a Europa como
una suerte de regalo de su familia, si Vallejo lo encara como la única posibilidad
que tiene para huir de la inoperancia judicial peruana, diremos con serena
objetividad que Pablo Abril lo haría poco tiempo después protegido de un puesto
diplomático en la legación peruana de Madrid.
Tal vez un par de rasgos sobre Pablo Abril sean pertinentes: nació en Lima
en 1894 y dejó de existir a los 94 años en 1988. A su muerte Luis Alberto
Sánchez dijo: «Fue el abril más extenso que yo haya conocido».7 Había
publicado dos libros de poemas, el primero en Lima con el título Las alas rotas
(1918) y el segundo en París con el nombre Ausencia y prólogo del español
Ramón Pérez de Ayala, en 1927.8 Cuando apareció este último, Vallejo escribió
una amable reseña para la revista Variedades de Lima donde acuñaba frases
como «obra de un poeta profundo y sencillo, humano y transparente»; luego
añadía términos como «equilibrio, voz sana, fresco brillo, emoción lírica, alto
tono poemático».
La brevísima poesía de Pablo Abril se articula, sin lugar a dudas, con el
discurso lírico posmodernista, tal como se aprecia en estos versos que cito un
poco al azar: «No tener un regazo que nos brinde, piadoso, / tras los rudos
cansancios del humano fracaso, / la ilusoria certeza de un sereno reposo. / ¡No
tener un regazo! // [...] No tener una estrella // [...] No tener un perfume redentor
// [...] No tener una amada, melancólica y buena, / que nos cante, muy quedo, la
canción ya olvidada del amor». Estas líneas, sin duda, pudieron haber sido
suscritas, por ejemplo, por Alberto Ureta, poeta que gozó de mayor fortuna en el
parnaso peruano.
Es sabido que el nombre de Pablo Abril circuló por su adhesión al grupo
«Colónida» ya que había participado del esfuerzo estético que Valdelomar
plasmó en Las voces múltiples, libro colectivo de 1916. Fue, casualmente, el
autor de «El Caballero Carmelo» —como ya lo hemos dicho— quien le presentó
a Vallejo en un café del centro de Lima en 1918, y desde entonces esa amistad
sería imperecedera.9
Ya instalados en Europa, Pablo Abril, gracias a sus buenos oficios, logró
una beca en 1925 para que Vallejo continuara sus estudios de Jurisprudencia en
la Universidad de Madrid. El 16 de marzo de aquel año, el poeta santiaguino
anotaba estas líneas plenas de gratitud: «Ya podrá usted imaginar mi contento por
la concesión de la beca para España. A usted se la debo, Pablo generoso. Mi
gratitud y mi cariño crecen más y más hacia usted, por lo bueno y lo fino de su
gran corazón para conmigo». Tal vez por ello y por otras conocidas razones de
orden crematístico, Vallejo jamás dejó de colaborar en la revista Bolívar que
desde Madrid fundó e impulsó Pablo Abril entre 1930 y 1931. Vallejo fue un
puntual colaborador de ella, difundiendo algunas crónicas derivadas de su viaje a
Rusia. Su firma estuvo presente en casi todas las ediciones de «Bolívar». Es
más, Abril lo conmina para que supervise activamente la distribución del
magazine en París, amén de agradecerle por su crónica periodística, tal como
apreciamos en esta misiva del 1 de febrero de 1930 y que cito en extenso:
Mil gracias por su magnífico artículo sobre Rusia. Me llegó cuando ya tenía compuestas varias
páginas de ‘Bolívar’. A esto se debe que no tenga mejor colocación, pero como la firma hace
el lugar, la de usted está en primera plana. Le repito que estoy verdaderamente encantado por
su espléndida colaboración, que seguramente despertará en todos gran interés. Confío en que
para el próximo número [...] podré disponer de sus primeras impresiones soviéticas. Para mí
sería terrible que esto no sucediera. Acabo de remitirle 50 ejemplares de ‘Bolívar’ a la librería
de Sánchez Cuesta y mañana temprano le enviaré 250 a la Maison Hachette. [...] Le suplico se
moleste en cerciorarse de la colocación de esos ejemplares en los kioskos y demás lugares de
venta.
Como es sabido, el epistolario entre ambos tiene el signo de la
incondicional amistad. En dichas cartas, Vallejo manifestaba sin tapujo alguno
sus apremios para enrostrar la vida diaria pero, de otro lado, le exponía a Pablo
Abril —con cierto tono de pesimismo y de desesperanza— sus temores por el
futuro que el autor de Trilce presentía y vislumbraba como nublado, incierto y
peligroso; y que sólo una sensibilidad generosa como la de Abril podía
interpretar y comprender.
En ese contexto, es pertinente acotar el hecho de que Pablo, radicado
siempre en Madrid, tenía una profunda preocupación por la suerte que corría su
hermano Xavier en París, menor que él por once años. En estos afanes del
amigo, Vallejo no dudó en informarle a Pablo sobre las acciones de su joven
hermano, ya que una oscura bohemia maltrataba la salud del entonces
vanguardista. Estrecheces económicas acompañaban su vida diaria. Por aquel
tiempo, la poesía de Xavier Abril es invadida por motivos vinculados al
menoscabo del cuerpo, la intensidad de la noche, el descubrimiento del erotismo
y el presagio de la muerte. El 23 de agosto de 1927, Vallejo le escribe a Pablo:
[...] su enfermedad sigue en el mismo estado, aunque está ya curándose en una forma más seria
y regular. Vive en un hotelito muy cómodo, donde también come y disfruta de absoluto
reposo. En cuanto a sus proyectos de Cannes, Niza y demás puntos turísticos del
Mediterráneo, creo que ya no piensa en ellos. Le digo todos los días que es menester que se
cure de preferencia, pues, de lo contrario, nada podrá ya hacer y ni siquiera escribir versos
vanguardistas. Ojalá así lo haga, aunque creo que lo más prudente es que viva, por el tiempo
de su enfermedad, bajo el cuidado y paternal dirección de usted. En fin, yo le avisaré después
cómo sigue, para que usted tome la decisión que más convenga. Por el instante, está curándose
y ya no piensa en locuras literario-suicidas. Tranquilícese usted, Pablo, y ya veremos lo que
haya que hacer con nuestro poeta ultra-avanzado.
Semanas después, el 12 de setiembre, Vallejo vuelve a comunicarse
epistolarmente con Pablo: «Xavier vive lejos de mi hotel, en la Porte Champerret.
Allí está más tranquilo, un poco cerca de la campiña de París. Está mejor de su
enfermedad y me dice que lo que le hace falta es dinero para seguir curándose.
Nos vemos con cierta frecuencia. No siempre, dada la distancia a que estamos.
Le he observado que está dispuesto a volver a Madrid, a fines de este mes. Digo
‘observado’ porque, como varía tanto de decisiones, no hay que atenerse mucho a
lo que él dice por medio de palabras». Por entonces, Xavier Abril no cumple los
22 años y da la sensación que ha ingresado a la bohemia parisina, confuso y
asombrado, como actor y testigo de excepción.. Conoce y frecuenta a los poetas
surrealistas, entre ellos a André Breton, Louis Aragon y Paul Éluard. Pero Xavier
también observa a Vallejo, se detiene en sus movimientos y acciones. A título
personal me animo a citar unas líneas de una carta que el propio Xavier Abril me
envió en 1979 y que a la letra dice: «Con respecto al posible contacto de Ezra
Pound con Vallejo, en Europa, no existe posibilidad alguna que ello haya
acontecido. Vallejo principió a conocer a algunas de las grandes figuras de las
letras de Francia, principalmente con motivo de la Guerra Civil de España». Y
más adelante sentencia: «Vallejo, por lo general, era muy retraído» (3-4).10
Esta semblanza retrata el perfil discreto con que el poeta liberteño se
desplazaba por París. Casualmente por ello, en las misivas entre Pablo Abril y
César Vallejo hay mutuo y permanente compañerismo; traslucen comprensión y
solidaridad. Ni uno ni otro escatima esfuerzos para apoyar al amigo. Contra todo
pronóstico, por ejemplo, Pablo, el activo e inteligente diplomático, se ve en
apremios monetarios en la capital francesa y tiene que recurrir a su amigo César,
tal como apreciamos en estas frases correspondiente a una epístola de enero de
1930: «Le acompaño 220 francos, a cuenta de los 300 que tan generosamente me
prestó usted en París».
El viaje, la lejanía del terruño natal y las dificultades por enfrentar la vida
en un país ajeno explican en gran parte la entraña de las misivas vallejianas. Al
respecto, resalto levemente el perfil viajero de nuestro poeta mayor. Vallejo a lo
largo de su vida asume el viaje como una condición fundamental de su
existencia. Viaja porque necesita otros espacios y otros aires. Su poderosa
personalidad lo empuja a movilizarse. Desde temprana edad así lo han
acostumbrado sus hermanos mayores. De Santiago de Chuco a Huamachuco;
luego sus destinos serán Trujillo, Lima, Huánuco, nuevamente Trujillo y Lima,
y finalmente Europa, sea París, Madrid, Berlín o Moscú. Movilizarse es su norte.
Sus viajes son para conquistar un ansiado estado anímico de libertad. Él no va en
busca de dinero ni de herencia alguna. El no es el Inca Garcilaso que va a España
en busca de honra y herencia; ni Flora Tristán que deja Europa y viaja hacia el
Perú reclamando también reconocimiento y moneda de la familia paterna. ¡No!
Vallejo viaja para conquistar su libertad personal y artística. Viaja porque
necesita escapar de la inoperancia judicial peruana, de sus amenazas, de sus
intrigas y coartadas. Y en estos afanes, Vallejo no dudó en transgredir formas y
modales, no dudó en escribir cartas pedigüeñas con el propósito de permanecer
lejos del Perú, que tanto amaba, pero cuyos funcionarios amenazaban con
privarlo de su libertad en un caso de claro matiz kafkiano. La experiencia de la
cárcel ha marcado su alma para siempre. La cárcel lo aterra, la ineficacia del
Estado en administrar justicia, lo aterra. A esos temores individuales hay que
añadir los males de la época: el avance del fascismo italiano y del nazismo
germánico que culminarían en la explosión de la II Guerra Mundial. De haber
continuado con vida, Vallejo para huir de la guerra —según especulaba Xavier
Abril— hubiera escogido como destino, para la continuidad de su voluntario
exilio, o Nueva York o México, menos el Perú de Oscar R. Benavides y sus
cancerberos.
Notas 1 Texto leído en el «Segundo Congreso Internacional de Poesía Peruana: Vallejo, 70 años»,
organizado por el Dr. José Antonio Mazzotti en Tufts University (Boston), los días 12 y 13 de octubre de 2008.
2 El producto textual de esos diez años de intermitente intercambio epistolar animó tanto al receptor como al editor Juan Mejía Baca, en 1975, a publicar todo el conjunto con el rótulo de Cartas. 114 de César Vallejo a Pablo Abril. 37 de Pablo Abril a César Vallejo.
3 Los heraldos negros data de diciembre de 1918, aunque recién circula, se difunde y se comenta al año siguiente.
4 Trilce (1922), publicado con prólogo de Antenor Orrego, reúne 77 poemas de entraña vanguardista;
algunos de ellos abordan como tópico la funesta experiencia carcelaria. 5 En su libro Vallejo, en la encrucijada del drama peruano, Ernesto More rescata el testimonio del Dr.
Carlos C. Godoy, abogado de Vallejo en el irregular juicio al que fue sometido el poeta en las cortes judiciales de la ciudad de Trujillo. Godoy abre su archivo a More y muestra un puñado de cartas que Vallejo le escribiera entre 1923 y 1926. Desde Lima, Vallejo le envía a Godoy (16 de junio de 1923) una misiva de despedida y de zozobra: «Mañana me embarco con rumbo a París. […] Me permito rogarle, si ello no lo distrae mayormente, tenga la bondad de dar un vistazo por el expediente sobre el juicio de agosto, el que según me notifican, ha vuelto al tapete negro del Tribunal de Trujillo. Hágalo, doctor, por mi ausencia y por la tranquilidad de los míos, por cuya suerte me voy inquietando acerbamente. Yo se lo agradeceré con todo mi alma» (81). Tres años después, el 7 de junio de 1926, Vallejo le vuelve a escribir a su abogado, pero esta vez desde París, manifestando preocupación extrema: «Hoy me ha sorprendido una carta de mi hermano Víctor en que me dice que el Tribunal de Trujillo ha ordenado mi captura. […] Me quedo lleno de inquietud, puesto que sé que todo es posible en materia judicial.» (82) En un texto más, fechado en la Ciudad Luz el 23 de junio de 1926, el poeta acotaba: «Ojalá que los asuntos del Tribunal no me traigan mayores y nuevas mortificaciones» (83). Sin duda alguna, todo este embrollo burocrático cobraba visos de desesperación y terror en la sensibilidad del escritor. Al analizar estas cartas, More escribe: «Estos documentos son notables porque ilustran un pasaje de la vida del poeta y nos muestran cómo la inquietud por el juicio y temor a que el Tribunal lo hiciera apresar en París, no lo abandonan mucho tiempo, aún tan lejos de su patria» (84).
6 César Vallejo. Itinerario del hombre es un libro clave para entender el periplo peruano de Vallejo. 7 Frase que Luis Alberto Sánchez (1900-1994) mencionó en la semblanza que hizo de Pablo Abril a
raíz de su deceso en su diaria intervención matutina que tenía en la cadena RPP (Radio Programas del Perú).
8 Ausencia. París: Editorial París-América, 1927. 9 Aludiendo a esos frecuentes encuentros con ‘El Conde de Lemos’, Vallejo narra en una carta de
1918, dirigida a sus colegas trujillanos, ciertos detalles: «Anoche comimos juntos con Valdelomar, Gamboa y su hermano. Después de endilgarnos numerosas biblias en el Palais, nos pusimos chispos y así pasamos la noche». (Espejo, 194)
10 Carta publicada en la revista limeña La Casa de Cartón (I Época, Año IV, n. 6, 1983).
Referencias
Abril, Pablo. Cartas. 114 de César Vallejo a Pablo Abril. 37 de Pablo Abril a César Vallejo. Lima: Librería Editorial Juan Mejía Baca, 1975.
- - -. Ausencia. París: Editorial París-América, 1927.
Abril, Xavier. «Carta inédita». La Casa de Cartón. Lima: Año IV, n. 6, 1983; 3-4.
Espejo Asturrizaga, Juan. César Vallejo. Itinerario del hombre. Lima: Librería Editorial Juan Mejía Baca, 1965.
More, Ernesto. Vallejo, en la encrucijada del drama peruano. Lima: Librería y Distribuidora Bendezú, 1968.