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    | LA MSCARA Y LA PALABRA|

    ELLA Y L SE VAN A SEPARARen esta ciudad dormida deprovincia. l est por partir al extranjero a reencontrarsecon su familia. Ella tomar sola el mnibus de regreso a lacapital, pero antes quiere conocer el famoso museo deciencias naturales de la ciudad. l la acompaa a travs del

    parque y en lo alto de las escalinatas del museo se besanlargamente. Es la despedida. Quiz ella espere escucharuna palabra, l no la dice. Les cuesta separarse, sin embar-go l se aleja y ella, algo avergonzada, trata de sonrer a los

    guardianes apostados en la puerta.El interior del museo es vetusto, los saurios pleistocni-

    cos acumulan el polvo de un tiempo mezquino, no geol-gico, la mujer vaga por extensas galeras, elipsis concn-tricas en torno a desconcertantes centros dobles. Hayvitrinas y vitrinas con pjaros embalsamados, poco quedadel brillo de sus plumas. La mujer apenas siente el dolor delo no dicho, slo se deja ser. Deambula. Tras una de lastantas escaleras que ha subido o bajado descubre, como un

    remanso, una pequea tienda de recuerdos con un viejovendedor dormido y opacos objetos entre los que resaltauna mscara de piedra. A ella le gusta la mscara pero nose detiene: quiere algo autntico. Mucho ms all por las

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    galeras curvadas encuentra la original, justo justo a la al-tura de sus ojos. Es una mscara mortuoria, bella en sus pu-ras lneas de granito. El sol que entra por una ventana a es-

    paldas de la mujer pega sobre la polvorienta vitrina y lebrinda un espejo traslcido. Ella se mueve con infinita de-licadeza est sola en la sala, por todas las salas vag sola

    buscando la posicin exacta para lograr que el reflejo de surostro coincida rasgo por rasgo con la mscara. As perma-nece largo rato, como con la mscara puesta, pensando enla palabra no dicha, consciente por vez primera de que ellatambin, s, tambin en ella estuvo la posibilidad de expre-sar algo. Amor quiz, o un ansia. Ya es tarde. Decide vol-

    ver a este presente y encaminarse a la tiendita del museopara comprar la rplica. Al fin y al cabo la mscara no tie-ne expresin de dolor, slo su placidez eterna. Entoncesdesteje sus pasos por las curvadas galeras y desciende lasescaleras y pasa bajo la ballena azul y contornea glipto-dontes y no encuentra la tienda. Ya cerca de la entrada, op-ta por pedirles indicaciones a los guardianes.

    Mientras tanto l ha tenido tiempo de arrepentirse veinteveces de lo no dicho y decide volver al museo aunque sea

    para un ltimo abrazo. Pregunta a los guardianes de la en-trada si han visto salir a una mujer as y as. La mujer queust estaba besando, confirman los guardianes, y le dicen:acaba de asomarse hace pocos minutos en busca de la tiendade recuerdos. Siguiendo las indicaciones l llega a la tien-da. A ella no la encuentra. Slo ve un viejo vendedor que

    parece estar dormido desde siempre y ve un extrao rostrode piedra con ojos y boca perforados. Ni uno ni otro llamansu atencin. Es a ella a quien busca, y ella debe de haber-

    se perdido en el museo. Se lanza de prisa por las vastas ga-leras, pasa bajo la ballena azul, contornea esqueletos dedinosaurios, todos modelos de utilera, se dice, no ve losreflejos en las vitrinas, slo la busca a ella, escaleras arri-

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    TRES POR CINCO

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    ba y escaleras abajo la busca, a veces hasta atina a llamar-la por su nombre, a los gritos, total el museo parece de-sierto, la llama por las salas desiertas, desdobladas, dondeella no est. Pudo haberse ido? los guardianes de la entra-da frente a los que se encuentra una vez ms dadas las ine-luctables vueltas del museo le aseguran que no. Esta es lanica salida y por aqu no pas, afirman. A lo lejos suenala bocina del taxi, llamndolo, l no quiere irse sin verlauna vez ms, sin quiz decirle, quiz, pero el avin no es-

    pera, ella no aparece en ninguna parte ni en el bao de da-mas ni en el otro, l quiere abrazarla. Ella no est. Agrisa-do, l busca la salida, baja las escalinatas, se dirige al taxi,

    al aeropuerto, al mundo.Dentro del museo de ciencias naturales, la mscara de la

    vitrina parece sonrerle a su rplica en la tienda.Y el viejo vendedor sigue durmiendo.

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    LUISA VALENZUELA

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