v v gv - N1

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CONTRATIEMPO Primavera 2012 No te conformes con mirar

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Transcript of v v gv - N1

  • CONTRATIEMPO

    Primavera 2012

    No te conformes con mirar

  • Algo grande est naciendo. As, Los Prisioneros nos resuman la dcada de los 80. En medio de las solitarias y fras noches, de una atmsfera saturada de aburrimiento se estaban forjando actores principales, capaces de romper el estancamiento. Hacan el lla-mado explcito a toda una generacin a escuchar el murmullo ya que algo se senta venir.

    Han pasado 30 aos y pareciera que seguimos viviendo en plena edad del plsti-co, donde el envase importa ms que el contenido y lo accesorio cobra vida natura-lizando la esencia de las cosas. Y es que las principales fuerzas polticas no han he-cho ms que cambiar algo para que todo siga igual, haciendo todo lo posible para impedir que desde las entraas de nuestras ciudades surja la piel que vestir al mundo.

    Ante dcadas de silencio, inercia y conformidad, cansados de una poltica espuria con frases hechas muchos aos atrs, como Izquierda Autnoma surgimos decididamente como esfuerzo, por un lado, para ser un contratiempo, un obstculo que impida que las garras de la comercializacin conviertan al malestar social en un producto ms en el mercado, y por otro, mostrar que nos encontramos contra el tiempo, que es una tarea urgente y de todos luchar por mundo diferente, un llamado constante a darnos cuenta que estamos vivos.

    Abrir los ojos y ponerse de pie no es fcil en momentos donde todo se re-suelve sin nosotros. Un hecho que debemos entender es que la histo-ria avanza porque otros la hacen rodar. Si no hacemos esfuerzos a contrape-lo para modificar su rumbo, podremos cacarear bastante, pero jams avanzar.

    Por eso nuestra rebelda no es ingenuidad. Sabemos que esto es slo una revista, una buena intencin. Pero tambin sabemos que si nos callamos, morimos. Nosotros, los hijos del jaguar de latinoamrica, los que crecimos escuchando alabanzas a los niveles econmicos y la estabilidad de las instituciones, al slo darnos cuenta que no nos conformbamos con mirar, pusimos en jaque la pasividad pactada durante la transicin a la democracia.

    Por eso es que levantamos Contratiempo, publicacin que es fruto del esfuerzo de una colectividad que, a punta de aciertos y errores, ha buscado recuperar y acu-mular aprendizajes en pos de reinventar la esperanza revolucionaria como algo posi-ble y necesario en tiempos en que nos intentan convencer de que la historia se acab.

    En esta edicin buscamos proponer varias discusiones que van en dicha direccin: desde qu orientaciones, actitudes y prcticas concretas implica el ser revolucionario hoy, hasta una lec-tura concreta (libre de autocomplacencias y pesimismos) acerca de qu ocurri el ao 2011 y cules son las perspectivas para hacer de este estallido el comienzo de un nuevo ciclo de luchas sociales en Chile, entre otros contenidos que el lector podr ir descubriendo en estas pginas.

    La tarea que tenemos por delante es inmensa, pero no por ello una utopa. Instrui-dos, conmovidos y organizados llegamos para quedarnos. No eludiremos las crti-cas ni nos doblegaremos ante la apata, porque seremos fuerza y seremos cambio

    Seremos fuerza, seremos cambioEDITORIAL

  • Las derrotas y fracasos de las distintas estrategias que intentaron superar el capitalismo durante el si-glo XX, han abierto un profundo abismo entre las intenciones de los revolucionarios y su prctica po-ltica efectiva. A tal punto ha llegado esta fractura, que la propia condicin revolucionaria aparece hoy como un enigma sin respuesta imaginable o como un trasnoche pasado de moda, ms parecido a un acto de fe que a un tipo determinado de accin poltica.

    Hay quienes creen que se trata de un dilema de fcil solucin. Segn dicen, tiene que ver con adherir a un conjunto de ideas y prcticas propias de los revolu-cionarios, en oposicin a las de los reformistas. Y as muchas veces, para zanjar la discusin, se le profesa ingenuamente adhesin a doctrinas abstractas, me-diante declaraciones de fe al marxismo e incluso al rtulo estalinista de marxismo-leninismo, o bien a la va del poder popular en oposicin a la va institucional. Como si el declamarlo bastara para resolver algo, eludiendo as el proceso mucho ms complejo y menos homogneo que es elaborar y ejecutar una estrategia concreta y realizable de transformacin de la realidad social

    Este tipo de respuestas no son nuevas, de hecho cal-can fielmente divergencias surgidas en el seno de la socialdemocracia rusa a principios del siglo pasado o en posteriores divisiones al interior del movimiento socialista. Pero en la prctica no son sino un refu-gio identitario, que en su defensa a ultranza de un pasado diferente cargan con pesadas dosis de con-servadurismo que estancan la accin revolucionaria. Es una suerte de consecuencia conservadora, que degenera el propio espritu de la obra y lucha de los referentes a los que apela.

    La condicin revolucionaria, segn esta divulga-da visin, dependera de cuan consecuente sea una organizacin en la aplicacin de tcticas que en su momento recibieron el apelativo de revolucionarias,

    cuanto uso haga en el discurso de la fraseologa cata-logada como tal y cuan imbuido se est en el univer-so cultural ad hoc. Es decir, en funcin de cualquier cosa menos de cuan efectiva sea esta fuerza, a travs de su prctica, en la construccin de una va reali-zable de superacin del orden actual.

    As, los necesarios esfuerzos de conduccin polti-ca revolucionaria, se diluyen entre la agitacin de contenidos generales, muchas veces descontextua-lizados y abstractos, como toda muestra posible de consecuencia.

    No es extrao entonces que, de un tiempo a esta parte, las organizaciones que propugnan este tipo de visiones hayan optado por autodenominarse de intencin revolucionaria y no revolucionarias. Sus prcticas y discursos son fcilmente aislables, incapaces de construir una fuerza social transfor-madora y de subvertir las relaciones de dominacin, pero estn tan apegados a ellas, que seguir estndolo pas a preocuparles ms que su efectividad concreta. Mala cosa, pues la mxima la intencin es lo que vale no corre en poltica.

    La condicin revolucionaria es, antes que todo, una cuestin relativa a la accin que tiene su centralidad en la poltica. No es, por lo tanto, reductible ni al pensamiento ni al manejo de abstractas generalida-des ideolgicas o imperativos de tipo moral. Rene algunos componentes sustantivos e indisociables. Una orientacin, una actitud y una prctica, que no son fciles de construir, pues deben hacerlo en opo-

    sicin constante al tipo de mentalidad y actitud que la dominacin capitalista produce y estimula y a la que nadie es inmune.

    En cuanto a su orientacin, implica la construccin de una mirada, de una forma de ver el mundo, do-tada de disposicin y capacidad para captar las exi-gencias que la totalidad de las relaciones de fuerza que determinan el curso de una sociedad plantean al esfuerzo revolucionario, y no tan slo de aquellas que intervienen en el entorno inmediato (sea este una facultad o un colegio, una fbrica o una poblacin, etc.). Esta mirada de totalidad slo se puede crear atendiendo ms all de las relaciones que marcan nuestra cotidianeidad, mirando all donde se rela-cionan todas las clases con el Estado y el gobierno, donde se relacionan de distintas formas todas las clases entre s.

    En tiempos de derrota como los actuales, suelen sobreponerse las miradas localistas o gremialistas, que desatienden las dificultades y oportunidades que plantea la dinmica poltica global, por la preponde-rancia de las limitantes del entorno local o sectorial. De esa forma, o se extrapola a lo global el relieve del territorio inmediato y acta ante el escenario nacional de la misma manera que en la fbrica, la universidad o la poblacin, o, las ms de las veces, se renuncia de frentn a actuar para alterar las co-rrelaciones centrales de fuerza que determinan el curso de la sociedad.

    Adems de una mirada de totalidad, la orientacin revolucionaria tiene una particular concepcin del poder. La concepcin dominante nos dice que el poder reside en cosas o instituciones, como las ar-mas, el dinero o el parlamento. All opera, siguiendo la idea de fetichismo de la mercanca de Marx, un fetichismo de la poltica, para el cual las cosas adquieren una objetividad ilusoria, una imagen de independencia y poder intrnseco, que oculta lo fundamental: el carcter de las relaciones humanas que estn en su base y las constituyen.

    Esta imagen del poder nos desva de los procesos de formacin de las situaciones sociales y polticas, ha-ciendo que solo nos concentremos en sus momentos de realizacin ms espectaculares, cuando son ya hechos consumados y casi siempre incontestables: sean los enfrentamientos armados, las competencias electorales, o los juegos institucionales en general.

    Quedan as en la oscuridad los procesos mediante los cuales se conforman y reproducen, a travs de mltiples factores y dinmicas especficas, las re-laciones de poder; dificultando en consecuencia la eleccin de las armas adecuadas para intervenir en tales procesos. Los dominados quedan as limitados a actuar en escenarios que construyen sus enemigos y con las armas que ellos eligen!

    El poder es fruto de relaciones sociales, no una condicin que resida en la esencia de determina-dos objetos, instituciones o procesos formales. Para visualizar la poltica desde una perspectiva revo-lucionaria, de liberacin de los dominados para la emancipacin humana, es preciso superar la racio-nalidad capitalista de la poltica, y concebir el poder como un proceso de construccin y moldeamiento de relaciones sociales ininterrumpido y extendido por toda la sociedad, entre fuerzas sociales en pug-na, en alianzas y con diferentes grados de unidad y conformacin como tales.

    Ahora bien, lo dicho hasta aqu no basta. En la me-dida que la accin revolucionaria es un proyecto de vida, y que la dominacin tambin estimula una moral y ciertos comportamientos, contempla tam-bin la construccin de una actitud particular. No ahondaremos en los aspectos sobre los cuales ms comnmente se insiste, respecto a la necesaria cali-dad moral de los revolucionarios. Nos detendremos en uno muy presente de la boca hacia fuera, pero poco en la conciencia diaria: el reconocimiento de la rebelda como rasgo constitutivo y condicin ne-cesaria para la emancipacin humana.

    Muy divulgada ha sido la idea segn la cual la rebel-da sera propia de inadaptados sociales o exclusiva de los jvenes y, por tanto, una cuestin pasajera y en ltima instancia, individual. No es novedad que los poderosos la difundan: lo grave es que la asuma gran parte de la propia izquierda. El conservaduris-mo, la disciplina entendida como imposicin y no como eleccin libre, la negacin de la creatividad y la iniciativa, en definitiva, el conformismo, son rasgos cada vez ms predominantes al interior de la cultura de la izquierda y sus organizaciones.

    No. La rebelda es lo ms humano que tenemos, es lo que nos constituye como tales. Es un rechazo sin renuncia. Es la articulacin entre la negacin de la dominacin de todos los hombres y mujeres y la

    QUE SIGNIFICA SER REVOLUCIONARIOS?

    La rebelda es lo ms humano que tenemos. Es la articulacin entre la negacin de la dominacin y

    la afirmacin de un nuevo orden, libre y justo para la humanidad.

    Jos Camus

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  • afirmacin de un nuevo orden, libre y justo para la humanidad toda. Es la fuerza de superacin del conformismo y la resignacin, lo que hace del futuro deseado una realidad en tiempo presente. Por lo tanto, no es nunca algo meramente individual. Es la superacin del individuo por un fin comn: la emancipacin del hombre en todos los aspectos de la vida.

    La rebelda es una actitud permanente e inherente a la accin revolucionaria. No accesoria, ni esttica. No se acaba dentro las filas de la organizacin. Es una actitud de vida, siempre incompleta, en la medida que es la gesta colectiva por la recuperacin de la libertad y la humanidad perdida a manos del poder que oprime, es el movimiento que lleva la historia hacia delante.

    Finalmente, la accin revolucionaria en cuanto tal es siempre prctica, concreta. Dicha prctica, al ser histrica y situada, implica una apropiacin colectiva del presente, una voluntad de conocer y asumir las transformaciones sociales, polticas, econmicas y culturales que han cambiado a la sociedad y con ello las condiciones de lucha. Transformarlas en una perspectiva revolucionaria, requerir siempre de la accin colectiva organizada y consciente, autnoma de los intereses sociales antagnicos, y por lo tanto, masas dispuestas a hacerlo.

    Y ese presente, si es que se es revolucionario, debe prefigurar el futuro buscado. Los medios de lucha no pueden negar el fin que persiguen. La accin revolucionaria no es solo una tarea de conduccin de la fuerza social y poltica transformadora: es, al mismo tiempo, un proceso de construccin. El carcter de la nueva sociedad est en juego en el carcter de la fuerza que la construye. No es un problema a enfrentar en el futuro: la nueva sociedad se edifica desde el presente.

    Sern necesarias enormes dosis de creatividad, astucia y voluntad para imaginar y practicar una accin revolucionaria as concebida. Siempre habr experiencias que arrojen pistas y conocimiento que nos ser til. Pero apropiarnos nosotros mismos de las actuales condiciones de lucha es una necesidad irremplazable para reconstruir los puentes entre las intenciones de cambio revolucionario y las prc-ticas concretas que realizamos para conseguirlo

    2011Despiertan

    los hijos del jaguarBenja @cualqueira

    Lee el artculo a continuacin >>>7

  • A estas alturas parece ocioso escribir una vez ms sobre el movimiento estudiantil del ao pa-sado. La televisin, los diarios, las mesas de nuestras casas se han llenado de interpretaciones sobre qu pas, y en qu minuto se tambale ese paisaje que nos venan diciendo que era Chile.

    Pero a pesar de la tinta gastada es necesario volver a mirar hacia atrs, no desde el inters acadmico puertas afuera, o la opinologa meditica apurada en decir algo antes que se pase la micro. Urge una interpretacin desde los esfuerzos de transformacin que gastaron sus zapatillas en la calle engrosando las filas del movimiento. No porque se trate de una visin ms o menos comprometida, sino por esa profunda necesidad de tomar conciencia del lugar que se ocupa en la historia para poder actuar en ella. Esta es una de esas interpretaciones posibles.

    La lectura del empresariado, asumida tambin por sectores del oficialismo y la Concertacin, plantea que la escalada de movilizaciones recientes se expli-ca por una ciudadana ms exigente debido al nivel de desarrollo alcanzado. Siguiendo a Eugenio Tironi, cuando se han superado los 15 mil dlares per cpita la ciudadana comienza a padecer la enfermedad del 15M, y el problema ya no es la desnutricin, sino la obesidad, el miedo a la pobreza se cambia por el miedo al sinsentido, en definitiva se revuelven los malestares de las clases medias. Con la cabeza en-terrada en sus datos macroeconmicos, la elite niega hasta la estupidez las contradicciones econmicas que estn en el origen del movimiento estudiantil.

    Desde la otra vereda, igual de ciego a estas con-tradicciones, est el pesimismo de una izquierda que no ha pensado dos veces antes de etiquetar las movilizaciones como una mera revuelta burgue-sa. No se trata de un idealizadopueblo pobreen las calles y, por lo tanto, no existe potencial re-volucionario alguno en el movimiento estudian-til. De uno y otro lado se confunde la reaccin contra nuevas condiciones de explotacin, con la defensa de unos privilegios actuales o futuros.

    Tampoco se avanza mucho por el lado de la izquier-da voluntarista que ante la masividad desplegada en las calles ve venir la revolucin a la vuelta de la esquina, desconociendo el trecho que an que-da por recorrer en la constitucin de un arma po-ltica propia del pueblo. Desde esta perspectiva,

    la revolucin se agota en el estallido, omitiendo los desafos que impone el cambio de las correla-ciones de fuerza que sostienen el actual estado de cosas. Enamorada del movimiento, conformndo-se con unos cuantos palmoteos de espalda, la iz-quierda voluntarista acaba coartando as la larga proyeccin histrica de la lucha revolucionaria.

    Lo mismo ha hecho la interpretacin a-histrica, que desconecta la movilizacin del ao pasado de las experiencias de lucha precedentes, dando mayor importancia al desgaste institucional, los procesos de ciudadanizacin y la novedad de la derecha en el gobierno. Perdida en la coyun-tura, tapando el sol con un dedo, deja de lado el aprendizaje colectivo arrastrado durante la l-tima dcada en que, con experiencias como el Mochilazodel 2001 o la Revolucin Pinginadel 2006, se va abriendo paso un movimiento nutrido por fuera de los actores tradicionales,expresando la descomposicin del sistema poltico, la ma-duracin de nuevas formas de acumulacin ca-pitalista, consumo y sociabilidad a ras de calle.

    Los postpinochetboysHay que ir un poco ms atrs en el pasado inme-diato para comprender el estallido de hace un ao.El malestar con la transicin pactada fue aflorando tmidamente desde mediados de los 90, mientras los partidos del arcoris se destean y ya era se-creto a voces que la alegra de la Concertacin no llegara. Ese malestar apareca en focos espordi-cos de movilizacin que, o congregaban alos ms convencidos, o no lograban ir ms all de estalli-dos localizados (como la lucha de los obreros del carbn de Lota y las movilizaciones estudiantiles del 97). Los chilenos se fueron aburriendo del circo de las coaliciones y miraban de reojo a los paya-sos pegndose tortazos. Las urnas, a esas alturas ya bastante vacas, se llenaban de desconfianza.

    Y as, con el correr de una democracia a medias y un experimento neoliberal consolidado, sin un gran estallido, soterradamente, comenzaba a tam-balearse la legitimidad de la poltica tradicional, del parlamento, de las instituciones democrticas. Esta crisis de legitimidad, incubada por dcadas y ltimamente tan machacada en las encuestas, fue el teln de fondo de las movilizaciones de 2011.

    Pero el malestar subterrneo no basta para llamar a cientos de miles de chilenos a las calles. Es el carc-ter social de los actores y el contenido econmico y poltico de sus demandas lo que distingue al ciclo re-ciente de movilizacin de otras experiencias del Chi-le postpinochetista. Pese a que la conduccin formal del proceso y sus caras ms visibles provienen de los sectores tradicionales de la educacin superior, se in-corporan masivamente nuevos actores. Los estudian-tes de lasuniversidades privadas, CFTs e IPs, des-pliegan una fuerza social que acaba desbordando la conduccin comunista, que busc desde un inicio la va institucional como capital para negociar suinte-gracin al ala progresista del sistema de partidos.

    Resistiendo las cortapisas que vienen desde arriba, se comienza a articular la suma de esfuerzos que integra al sector universitario tradicional, los pin-ginos y los estudiantes de privadas, CFTs e IPs.

    No se trata solamente de caras nuevas. Con la en-trada de los sectores emergentes, el conflicto educa-cional deja de plantearse solo como respuesta a un paquete de propuestas de poltica pblica. El com-bate contra el lucro expresa abiertamente el enfren-tamiento entre los especuladores de la educacin y ese segmento que representan los 7 de cada 10 estu-diantes que son primera generacin en la educacin superior. Se hace evidente que la riqueza de unos proviene de la extraccin de los frutos del trabajo de losotros. En definitiva, se cuestionan por primera vez las estrategias de acumulacin capitalista que fueron proliferando en el sistema educacional desde los 80.

    La radicalidad de las contradicciones materiales en la raz del conflicto determina su explosividad. Lo que en varios pases desarrollados es un derecho, en Chi-le se paga. Y se paga con los aranceles relativos ms altos del mundo, con un arancel promedio de 41% del PIB per cpita (lo que equivale aproximadamente a $280.000 pesos chilenos). Adems, desde fines del 2000 se vienen incorporando sobre todo estudiantes de los primeros quintiles de ingreso (aproximada-mente un 38% de los estudiantes de la educacin superior provienen de los dos primeros quintiles), de la mano del abultamiento del componente tc-nico profesional de la matrcula y un creciente control de la educacin privada sobre el mercado1 .

    Precariedad ilustradaLa asfixia del sistema pblico y un intrincado siste-ma de crditos, permitieron sostener la expansin de la matricula por la va de financiamiento a la de-manda. El total de crditos entregados por el estado subsidiario representaba en 2010 un 70% del total del presupuesto estatal para la educacin superior. Desde 2006, el CAE profundiz los mecanismos de subvencin a la demanda hacia los planteles privados no tradicionales, convirtiendo incluso a los ms po-bres en clientes por la va del subsidio estatal. Dej de ser un problema la capacidad de pago actual o futura de quienes adquieren los crditos, pues aun-que el estudiante no pagara, con el CAE el Estado aseguraba el retorno de un 90% de la deuda al banco.

    De esta forma, a pesar del alto costo de la educa-cin en Chile, un 60% de los beneficiarios del CAE perteneca a los dos quintiles de menor in-greso, porcentaje equivalente a cerca de 100.000 estudiantes. Con ellos los bancos lograron tasas de ganancia sobre un 18%. Se enriquecieron tambin las instituciones privadas, legal o ilegalmente, por medio de sociedades espejo, sobresueldos, etc. Suma y sigue, la acreditacin institucional no qued ajena al hambre de ganancia, convirtindose en otra cara del negocio, al condicionar la entrega de crditos.

    Como en otros mbitos del modo de desarrollo chileno, la privatizacin y posterior subsidio de derechos acab abriendo paso a la desbocada mul-tiplicacin de ansias rentistas, que transando en el mercado una educacin cara y no necesariamente buena (cuando no abiertamente mala) fue vistin-dose de cordero al satisfacer, aunque fuese solo aparentemente, ilusiones de ascenso social profun-damente arraigadas en las familias chilenas. Y es que, si bien las contradicciones econmicas de la expansin de la matricula se viven con mayor cru-deza por debajo de la pirmide de distribucin de ingreso, el saqueo se siente con fuerza en los bolsi-llos de la gran mayora de las familias. La indita convocatoria de las jornadas de protesta se jug ah.

    La amplificacin del conflicto a lo largo y ancho de la estructura social se explica porque se compar-ten condiciones de vida materialmente similares. Muy lejos de la imaginaria clase media chilena que, segn dicen, creci con la vuelta a la democracia,

  • un 90% de las personas que trabajan ganan menos de $650.000 y un 76% gana $350.000 o menos2. Gravitantes son los efectos de esta profunda des-igualdad considerando que cada vez ms aspectos de la vida (salud, previsin, acceso a la educacin, etc.) quedan sujetos a la capacidad de consumo in-dividual. Y, como dice la sabidura popular, no hay mal que dure cien aos ni cuerpo que lo aguante.

    Pero no solo por este motivo las movilizaciones des-piertan grandes niveles de adhesin. El acceso a la educacin superior y la promesa de movilidad social que conlleva, alimenta esperanzas que justifican la conformidad con la actual estrategia de desarrollo. Por ello, las contradicciones del sistema educacional adems de hacer tambalear las condiciones materia-les de miles de familias, a la larga, acaban afectando tambin las bases subjetivas y culturales del orden vigente, es decir, la fe de que tal vez algn da exista un futuro mejor si las cosas siguen tal cual estn hoy.

    La articulacin entre promesas incumplidas y apremio econmico se anuda en torno al sistema de educacin superior, abriendo la puerta a los nive-les de frustracin, exaltacin y pica que vivimos durante el ao que pas. Quienes mantuvieron y profundizaron la educacin mercantil luego de la transicinpusieron una bomba de tiempo sobre una de las expectativas ms sentidas, cuya frustracin resulta muy difcil de procesar por unas institu-ciones que, por lo mismo, vieron agudizarse pro-blemas de legitimacin arrastrados por dcadas.

    La acumulacin de estas contradicciones tom por sorpresa la acostumbrada calma de las elites. Y es que no deja de ser paradjico que quienes irrum-pieron desestabilizando el orden vigente sean pre-cisamente aquellos jvenes que deban encarnar todo el xito logrado desde el retorno a la demo-

    cracia. Son los hijos legtimos del neoliberalis-mo los que defienden a sus padres en las calles.

    Ya no basta con twittearDebemos avanzar sorteando los riesgos que traen consigo las interpretaciones mencionadas al prin-cipio. Hacerse cargo de la centralidad del conflicto educacional, de la acumulacin de frustraciones y padecimiento econmico que porta, de su ca-rcter revolucionario, obliga a tomar con respon-sabilidad nuestra accin poltica. Evitar a toda costa una instrumentalizacin del movimiento para adornar las calculadoras de los partidos, para maquillar el orden social que han construi-do las elites robndole a Chile y su gente. No dar espacio a la autocomplacencia, a los enamorados de la forma, del gesto, de la pose revolucionaria.

    Debemos desterrar las pretensiones gremiales, re-cordando que detrs de cada estudiante en la ca-lle hay una familia endeudada, embargada, traba-jadores precarios, desempleados, etc. Dejar fuera los intentos por echar tierra a las contradicciones que ponen en movimiento nuestra accin poltica. Apartar los divisionismos sectarios, que no ven la relevancia estratgica de aunar los esfuerzos de estudiantes secundarios, de instituciones p-blicas, privadas tradicionales y no tradicionales.

    Pero por sobre todo, es necesario comprender que el conflicto abierto hace un ao no ha termi-nado. La posibilidad de un cierre desde las elites y sus instrumentos partidarios para clausurar el reciente proceso de organizacin sigue a la vuel-ta de la esquina. Debemos trabajar el doble, que la lucha es larga y recin comenzamos a hablar con nuestras palabras y mirar con ojos propios.

    1) Orellana, Vctor (2011) Nuevos Estudiantes y Tendencias Emergentes en la Educacin Supe-rior: Una Mirada al Chile del Maana en Jimenez, Mnica y Lagos, Felipe Nueva Geografa de la Educacin Superior y de los Estudiantes, Aequalis, Santiago.2) Ingreso tico o Salario tico?, Gonzalo Durn (Fundacin Sol), La Tercera, 30 de Septiem-bre de 2011.

    La articulacin entre promesas incumplidas y apremio econmico en torno a la educacin abri la puerta a los niveles de frustracin y pica que vivimos du-

    rante el ao que pas

  • Ms all del estallido proyecciones de la lucha estudiantil

    ngel Martin y Diego Corvaln

    El estallido social del 2011 no solo revela el agota-miento de los cimientos de la obra post-dictatorial, sino que a la vez, permite entender y analizar la estrategia revolucionaria de construccin de fuer-zas como un proceso histrico. Ese ao marca un antes y un despus en el proceso poltico del Chi-le reciente, ya que cun distinto sea el despus respecto del antes -en funcin de los niveles de cohesin y articulacin poltica de los distintos sectores en lucha- es algo que ningn factor aje-no a la lucha poltica misma podr determinar. A continuacin, esbozaremos un balance, particu-larmente del frente estudiantil durante el 2012, para proyectar su lucha para los aos venideros.

    Los movimientos sociales y ms an, aquellos que anidan en su interior un potencial transformador, no pueden concebirse como fuerza episdica. Si as lo hiciramos, entenderamos a los procesos de acumulacin de fuerza -agobiados por el coyun-turalismo- para detonar conflictos economicistas, sin plantearse el problema de la organizacin so-cial bajo una perspectiva ms amplia y perma-nente. Por el contrario, cuando buscamos las ra-ces del presente en el suelo del pasado, no slo le otorgamos un sentido de construccin a la fuerza de los movimientos, sino que de ello deriva una mejor capacidad para proyectarlos en el futuro.

    Por eso, el anlisis del movimiento estudiantil durante el 2012 debe sobrepasar sus propios lmi-tes envolventes. Ni la temporalidad, ni el espacio de insercin, ni la fuerza desplegada deben es-tar en base a lo realizado o no durante este ao.

    Ahora bien, esto no quiere decir que el ao no pueda ser caracterizado por una serie de particu-laridades, las cuales trataremos en su momento.

    Debemos tener una cosa clara: el movimiento es-tudiantil es ms que convocatorias a marchas para que el gobierno responda un pliego de demandas. Se trata para nosotros de una experiencia prefigu-rativa, en donde los ascendentes procesos de con-trol y direccin popular, permiten el desarrollo de relaciones sociales democrticas que potencian la vivencia colectiva por sobre la individual. Un espacio en el que no slo se desarrolla una crti-ca espontnea a los de arriba: en el movimiento estudiantil adems se forja, al seno y al calor del conflicto, un actor social con vocacin de poder, y del que seguro un anlisis ao a ao, episodio tras episodio, no puede abarcar en su completitud.

    Si no fuera de este modo, no habra forma de conec-tar los distintos aos en que el movimiento estudian-til ha aparecido con fuerza en las calles y captar el valor que poseen esas luchas en las que actualmente se expresa. Si a mediados de los noventa la polti-ca estudiantil se reduca a derribar los resabios de dictadura militar al interior de las Universidades del Estado, hoy no slo se ha modificado el foco del conflicto sino tambin su carcter social. Eso es avance y a la vez aprendizaje del movimiento social.

    Como estudiantes, debemos entender que las ex-periencias del 2001, 2005, 2006, 2008 y 2011, por slo mencionar algunas, no son slo precedentes, sino que a su vez son experiencias y fuerzas acu-

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  • muladas que se encarnan en el actual movimien-to. La actual expresin de lucha estudiantil, por tanto, no es ms que el murmullo que hace mucho se senta venir y es necesario comprender que sin ellas, la historia hoy sera completamente distinta.

    Teniendo esto en consideracin, nos detendremos en el ao 2012 para someterlo a una crtica evaluacin. No en una que nos sumerja en visiones autoflage-lantes ni autocomplacientes, sino aquella que nos permita avanzar y proyectar la lucha estudiantil.

    Para ello, hay que establecer con certeza cmo empez el 2012. En primer lugar, es un error pensar que era posible ni deseable que este ao fuese una copia fiel del 2011. Dif-cilmente tal cosa era posi-ble, no solamente porque las condiciones materiales en las cules se renovaron las con-ducciones en las Federaciones de Estudiantes en las diversas universidades aglutinadas en el CONFECH y en las organizaciones de estudiantes secundarios, no eran precisamente de las mejores: quiebre en las confianzas entre secundarios y uni-versitarios, amenazas con prdida de beneficios, estudiantes que perdieron el ao, cierres de aos acadmicos fuera del perodo normal, predominio del basismo por sobre la politizacin, entre muchos otros factores. Tambin era difcilmente posible re-plicar fielmente un ao como el 2011 porque sim-plemente, ste hecho nunca antes haba ocurrido.

    Hasta antes del 2011, dos particularidades atrave-saban al movimiento estudiantil. La primera, era su carcter cclico. Los estudiantes aparecamos con fuerza durante un ao para luego estancarnos en varios de reflujo y reagrupacin. Ya sea por los costos asumidos a la hora de movilizarnos o por la incapacidad de resquebrajar la poltica de go-bernabilidad propuesta por los gobiernos de la Concertacin, nunca haba sido posible estar dos aos seguidos en movilizaciones, manteniendo un mismo conflicto abierto y similares niveles de intensidad. Incluso la sola idea de pensar en un conflicto de largo plazo y de carcter nacional era inusitado, ya que las movilizaciones estudiantiles solan acontecer entre Mayo y las vacaciones de In-

    vierno y con un espectro de accin muy reducido.

    La segunda caracterstica era que la movilizacin sola mantenerse dentro de los lmites naturales del propio sistema educativo. Secundarios por un lado, universitarios por el otro. Generalmente de liceos emblemticos o Universidades Pblicas. Pensar en la participacin del sector privado o del tcnico profesional no slo llegaba a ser una uto-pa, sino que derechamente una cuestin impro-ducente. Basta recordar que a inicios de los 2000,

    mientras los ilustres estudiantes del CONFECH desfilaban por semidesiertas calles de la ca-pital, le gritaban 300 puntos, 300 puntos a los estudiantes de las Universidades Privadas.

    Por eso, la principal preocupa-cin que se ha tenido durante el 2012 ha sido no ceder ni un slo centmetro del terreno conquis-tado. Para ello, ha sido funda-mental el re-establecer las con-fianzas, elaborando un marco

    reivindicativo comn y consensuado entre los dife-rentes actores (emplazamientos directos al ejecutivo en Junio y Septiembre), ensanchando las espaldas del movimiento estudiantil (intensificando el ingreso de universidades privadas al CONFECH) y procu-rando mantener la base social de apoyo (convocato-rias a marchas desde los secundarios, universitarios, profesores, padres y apoderados, y trabajadores).

    Podramos hablar que se ha cavado una trinchera ideolgica desde la cual el movimiento estudiantil se puede cohesionar y reagrupar ante los ataques del mercado y sus fuerzas polticas. Puede que no haya sido tan espectacular como el 2011, que no hubo paros prolongados, que las marchas no tu-vieron un carcter carnavalesco, por lo que de se-guro hay mucho por avanzar. Pero slo as puede entenderse que por ms que el gobierno pretenda responder las demandas estudiantiles con ajustes o reformas neoliberales, o que los partidos pol-ticos se muestren como interlocutores vlidos de las demandas sociales y les presenten un apoyo irrestricto, su aprobacin social sigue cuesta abajo.

    Inmersos en este escenario y sopesando todas nuestras condiciones de posibilidad, es que tene-

    mos que preguntarnos cul es el programa que le permite al movimiento estudiantil avanzar en la direccin correcta y cmo podemos proyectar el movimiento hacia el futuro. Ante estos desafos, hay que comprender que cuando exigimos educa-cin pblica, gratuita y de calidad, fin al lucro y desmunicipalizacin, no lo hacemos con la ao-ranza de la vieja educacin estatal ni mucho me-nos con afanes de rejuvenecer el capitalismo y regular sus excesos, sino con la determinacin de hacer de la educacin un espacio en donde las re-laciones sociales no estn mediadas por el dinero.

    Para que estas transformaciones sean posibles debe-mos atacar el corazn del problema, que a nuestro modo de ver se trata de un conflicto contra el carc-ter de clase del Estado. Para enfrentarlo determina-damente, debemos superar visiones caricaturescas y no dejarnos enceguecer por los distintos medios por los cuales se ejerce la dominacin. La mayor parte del tiempo, la clase dominante no necesita de la represin para mantener su posicin. El poder se expresa con un silencioso garrote que, a la vez de acallar cualquier intento de manifestacin, sienta las bases para la existencia de una democracia an-tipopular y una sociedad extremadamente desigual.

    Para entender la centralidad de este punto debemos despejar de la discusin cualquier desviacin estruc-turalista que entienda al Estado puramente como un aparato ideolgico. Es preciso comprenderlo como un espacio en donde la sntesis entre el consenso y la coercin genera las condiciones favorables para la ex-pansin de la clase dominante. En ese sentido, la dis-puta del carcter del Estado est ntimamente ligada con una disputa de clase y por ello debe ser elemento fundante de cualquier movimiento social que pre-tenda transformar radicalmente la sociedad actual.

    El tipo de Estado heredado de la dictadura y refor-mulado meticulosamente durante los aos de la Con-certacin, es uno de carcter subsidiario. El impacto de este tipo de poltica se basa fundamentalmente en la erradicacin de la idea de derechos sociales universales, mediante la focalizacin de recursos pblicos para un determinado porcentaje de la po-blacin (bajo el nombre de subsidios, bonos o vou-chers), la bsqueda de apoyo en capitales privados para la entrega de ciertos servicios (eso que Piera llama los bienes de consumo) y el consiguiente sometimiento de mayoritarios sectores de la pobla-

    cin a endeudamiento para acceder a estos derechos.

    Las consecuencias sociales de estos hechos son la mantencin de un determinado orden social, la pro-fundizacin de las brechas sociales e imposibilitar la creacin de espacios comunes donde los unos se vean iguales a los otros. De ah deriva que hayan colegios para ricos y liceos para pobres. Que solo a algunos les hayan dado de verdad esa cosa llama-da educacin. De este modo, a la vez que se abren espacios de acumulacin para el empresariado se cierran posibilidades de articular, organizar y ca-nalizar los intereses de los sectores subalternos.

    Por eso, la revuelta estudiantil no ha sido en vano. Si de verdad queremos incidir y hacer de nuestra lucha ms que ancdotas, debemos volcarnos a la construc-cin de actores polticos con vocacin revolucionaria y transformadora que nos permitan forjar la sociedad del maana. A su vez, debemos comprender el mo-mento en el que nos encontramos. Estos son recin los primeros pasos de la constitucin de una fuerza social que vaya ms all de un estallido episdico. No estamos en la recta final ni mucho menos ad portas de una revolucin social y por ello, en la moviliza-cin constante y en el cotidiano crecimiento de nues-tra organizacin, est el futuro de nuestras fuerzas.

    En ese sentido, Gramsci nos recuerda que todo acto histrico (es decir, aquel que pretende disputar hege-mona) tiene que ser realizado forzosamente por un hombre-colectivo sobre la base de una misma y co-mn concepcin del mundo. Por ello, no es slo una sumatoria de procesos lo que constituye esta posicin, sino un aprendizaje colectivo y un sentido de perte-nencia que, como generacin, tenemos por delante.

    Nuestro horizonte ya cuenta como antecedente de las transformaciones realizadas durante la dcada de los 70, la implementacin de reformas neoliberales en los 80 y la profundizacin de la hegemona domi-nante durante los 90 y la primera dcada del Siglo XXI. Como estudiantes, pero fundamentalmente como constructores sociales, debemos mejorar y de-sarrollar histricamente nuestras propuestas tanto en su amplitud social como en su direccin poltica. Y es que un proceso de transformacin social slo puede ser sostenido por inmensas mayoras conven-cidas de disputarlo. De nosotros depende que esto sea posible

    No se trata de aorar la vieja educacin estatal ni mucho menos de rejuvenecer el capitalismo. Se trata de hacer de la educacin un espacio en donde las re-laciones sociales no estn mediadas por el dinero.

  • Chile es un pas donde suelen pasar cosas muy parti-culares. El primer presidente del Frente Popular sali electo con los votos de los nacionalistas despus de la Matanza del Seguro Obrero, fueron los conser-vadores los que impulsaron el voto de la mujer, y el primer presidente socialista despus de Allende fue amado por los empresarios. Siguiendo con esta poco insigne tradicin republicana, en pleno ao 2012, des-pus de lo que fue el mayor estallido social desde el retorno de los gobiernos civiles, todos los precandida-tos presidenciales son o defienden ideas de derecha.

    Sern muchos los que se ofendan con esta afirma-cin, pero es cosa de constatar los hechos para dar-se cuenta que Allamand, Golborne, Velasco, Parisi, Bachelet, Orrego y todas las precandidaturas que hasta ahora se han levantado defienden una con-cepcin de la sociedad en comn, una visin que es incompatible e irreconciliable con la construc-cin de una sociedad ms humana y solidaria. Y es justamente hoy cuando esa concepcin de mundo y sociedad se hace ms necesaria y la tarea de empujar ese proyecto se torna ms indispensable y urgente.

    Sin embargo, dentro de lo que fue la izquierda tradi-cional se escucha cada ms ntida la idea de que es posible constituir una nueva mayora con los sectores progresistas de la Concertacin, una alternativa de gobierno al neoliberalismo. Todo lo anterior detrs del discurso de la unidad de la izquierda, del todos contra la derecha. Una tesis que resulta importante combatir en miras a la constitucin de una izquierda transformadora, que sea capaz de poner en prctica lo que la gente ha exigido en las calles durante estos ltimos aos. De lo contrario, el movimiento social corre el riesgo de desaprovechar una oportunidad histrica de acumulacin de fuerzas, viendo dilapi-darse su capital social y poltico en la prolongacin de la inexorable agona de la Concertacin, sus fuer-zas auxiliares y la vieja forma de entender la poltica.

    La imposibilidad de levantar una alternativa antineoliberal con... neoliberales

    Hace muchos aos que se viene escuchando sobre la crisis de la Concertacin, agudizada luego de su primera derrota electoral y su incapacidad de recomposicin. Sin embargo, as como los econo-mistas neoliberales slo son capaces de explicar las crisis econmicas con justificaciones externas,

    sobre la causa de esta crisis slo se ha culpado a coyunturas particulares, o a lo sumo a una falta de relato. Se ha culpado a la DC por no permitir avanzar hacia polticas ms progresistas, as como tambin se ha responsabilizado al sistema binomi-nal, a los qurums contramayoritarios en el Congre-so y a los enclaves autoritarios de la constitucin.

    Sin embargo, la incmoda verdad es que las mo-dernizaciones neoliberales que emprendi la Con-certacin no fueron resultado de ningn amarre ni impedimento externo: fueron una decisin cons-ciente y deliberada. Tanto es as, que muchas de las reformas implementadas por la Concertacin mercantilizan aspectos de la vida que ni siquie-ra la dictadura se propuso realizar, como lo es la entrada de la banca al financiamiento de la Edu-cacin Superior con el CAE, el copago en los colegios subvencionados y la privatizacin del cobre a manos de grandes empresas extranjeras.

    Polticamente, los partidos de la Concertacin no pueden sacar cuentas alegres. La implementacin de polticas neoliberales alej completamente a sus bases sociales, las cuales siempre vieron en ella, sino un proyecto de izquierda, al menos uno so-cialdemcrata. Todo esto se ha traducido en que, al no existir reales discrepancias con la oposicin, la discusin poltica se vio reducida a un concurso de discursos y caras, desencantando cada vez ms a los espectadores de ese triste espectculo. Apor-tando slo a la despolitizacin de un movimiento popular que recin despierta hoy luego de aos de desarticulacin. Por parte de los sectores ms cer-canos a la izquierda del conglomerado, a pesar del constante auto-flagelamiento, no se ha visto una verdadera voluntad autocrtica y reformulacin de su poltica, sino ms bien intentos oportunis-tas de maniobrar y lograr montarse sobre el capi-tal poltico de los distintos movimientos sociales.

    Si bien dentro de estos conglomerados existen di-versos oportunismos y agendas personales, que en funcin de la calculadora electoral siempre se abrirn a cualquier cosa con tal de volver a ser go-bierno, los arquitectos polticos e intelectuales de la Concertacin siguen preocupados de como imple-mentar el programa poltico de la dictadura. En el caso de la educacin por ejemplo, personajes como Mariana Aylwin, Mnica Jimnez, Jos Joaqun Brunner y otros siguen enfrascados pensando en

    EL FANTASMA CONCERTACIONISTA y LOS LLAMADOS A LA UNIDAD

    @Pablo ViollierLa izquierda no debe caer en los cantos de sirena, de los que por 20 aos implementaron el programa de la dictadura y que hoy detrs del todos contra la derecha comprom-

    eten nuestro horizonte transformador.

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  • el pacto de la transicin (un Estado subsidiario y una democracia anti-popular), no es ms que la rearticulacin espuria de lo mismo que el pue-blo tuvo que soportar durante 20 aos: precarizacin y desmovilizacin social. El camino de la transformacin es mucho ms difcil y escabroso, y la construccin de una izquierda moderna que sea capaz de estar a la altura del desafo no slo resulta deseable, sino que resulta imprescindi-ble para alcanzar el tremendo desafo y oportunidad que se nos presenta.

    Hoy la izquierda debe evitar caer bajo los cantos de sirena, de aquellos que durante 20 aos implementaron el programa poltico de la dicta-dura pero que hoy dicen estar con el movimiento popular, y de aque-llos que detrs de la consigna de la unidad y todos contra la derecha comprometen el horizonte transformador de la izquierda al sumarse al proyecto mezquina de los primeros. Es innegable que para transformar Chile se necesitan alianzas amplias. Pero si existe la posibilidad de dar ese paso tctico, ste nunca puede comprometer el horizonte estratgi-co. Levantar un proyecto poltico supone, al menos, tener ciertas ideas fuerza en comn del proyecto de sociedad que se pretende impulsar.

    Es justamente eso lo que no se ve entre los sectores denominados progresistas de la Concertacin y la izquierda hoy. Ms bien existen proyectos irreconciliables entre ambos. Urge levantar un proyecto al-ternativo al neoliberalismo hoy? S. Se requerirn alianzas amplias para lograrlo? Muy probablemente. Pero siempre ser necesario tener presente que dicha alianza debe estar en funcin de una transformacin social profunda y jams de darle continuidad al proyecto neoliberal . La pregunta que debemos responder hoy, como proyecto histrico, sigue siendo la misma que hace muchos aos Cmo sumar y no ser sumados?

    cmo focalizar el gasto social de una forma ms eficiente que la derecha. Todo esto le da un portazo a la posibilidad de avanzar con las demandas del movimiento popular, ya que esa forma de polti-ca est diseada especficamente por la dictadura como una forma de frenar las demandas populares.

    La nueva promesa: Escuchar a los movi-mientos sociales.

    Mientras tanto, el progresismo ha optado por mos-trarse en sintona con los movimientos sociales y ciudadanos. En un comienzo, se remiti a repetir sus consignas y demostrar su apoyo a las demandas, a contrapelo de lo que fue y sigue siendo su prctica poltica. Ms recientemente, ha decidido convocar a los movimientos sociales a engrosar las filas de la oposicin y construir una nueva mayora capaz de derrotar a la derecha en las prximas elecciones y constituir un gobierno (esta vez s que s) ciudadano.

    Sin embargo, bajo la consigna de los polticos de-ben escuchar a los movimientos sociales, vuelven a demostrar que no ha existido un real ejercicio de reformular su forma de entender la poltica y que-da al descubierto la abismante distancia que, para ellos, existe entre lo social de lo poltico. La idea de un dilogo entre los partidos y los movimien-tos, presupone que los primeros son los llamados a representar a los segundos en la arena poltica.

    Esta premisa es una de las bases de la democracia anti-popular que se construy en el pacto inter-elite de la transicin. Lo poltico es para actores preparados para tal funcin, reza el discurso del poder. Las renovadas convocatorias operan bajo la misma premisa, y en el fondo no buscan ms que revitalizar la vieja forma de hacer poltica con los nuevos aires del incipiente movimiento popular.

    Los llamados a la unidadMs preocupantes para la izquierda resultan los cada vez ms explcitos llamados de la (hasta hace poco) izquierda extraparlamentaria. La tesis sera que a travs de un acercamiento con cier-tos sectores de la Concertacin, se podra lograr una alianza amplia de izquierda, la que junto con el centro sera capaz de derrotar a la derecha en las prximas elecciones. A travs de esta tctica

    se buscara jalonear a la Concertacin, cons-truyendo un gobierno que s sea capaz de empu-jar reformas sociales que le devuelvan al pueblo chileno las conquistas que le han sido arrebatas.

    Sin embargo, dicha estrategia no se hace cargo de ciertos problemas que resultan indispensables para que esto efectivamente resulte y no sea solamente un discurso de justificacin. La primera es que la idea de un acercamiento con el sector ms progresista de la Concertacin presupone que existencia de un actor constituido en torno a esa poltica, en este caso el Par-tido Radical (PRSD) y el Partido Por la Democracia (PPD). Sin embargo, la falta de proyecto colectivo ha demostrado que ms que partidos, sectores o corrien-tes, lo que reina en la Concertacin es una seguidi-lla de iniciativas individuales ante las cuales tienen escasa injerencia real las definiciones de partido.

    Es as como vemos democratacristianos compro-metidos con la renacionalizacin del cobre, pepeds creando el CAE y socialistas privatizando las em-presas del Estado. Peor aun cuando fuimos testigos del triste espectculo del informe de la comisin investigadora del lucro en la Cmara de Diputados, donde fueron justamente parlamentarios del sec-tor con que la izquierda tradicional se busca aliar, los que con su inasistencia a la votacin termina-ron blindando el lucro en la educacin superior.

    Si la izquierda en algn momento se propone una alianza con los sectores ms moderados, esta alianza debe ser en funcin de los objetivos que se proponga la izquierda, para levantar un efectivo proceso de acumulacin de fuerza que le permita ejecutar el pro-grama de gobierno que se plantee. Sin embargo, ha quedado claro que dichos sectores no slo no se han replanteado lo que hicieron durante 20 aos, sino que el neoliberalismo ha calado tan hondo en ellos, que lo nico que tienen para ofrecerle a la gente, en contra-posicin a la derecha, son discursos, picas y rostros, pero no una forma distinta de entender la sociedad.

    Un camino difcil para el proyecto de una izquierda transformadora

    En el largo y tedioso camino al que el movimiento popular le queda por recorrer, siempre existe la ten-tacin de tomar atajos. Es importante tener presente que, cualquier esfuerzo que no sea capaz de superar

  • OTRA SOCIEDAD ES POSIBLE: OTRO CINE TAMBIN

    Hace poco se anunci el estreno de una pelcula que resultar particularmente insultante para los amantes de zombies, vampiros, aliengenas y otras (alguna vez) oezas. Se titular Warm Bodies (Cuerpos Tibios) y su trama tratar sobre un zom-bie que entabla una relacin de amor con la novia de una de sus vctimas, algo as como una mezcla entre Twilight y The Walking Dead. Definitiva-mente George A. Romero se sacude en su tumba.

    Es evidente que esta pelcula se viene a col-gar del xito que han tenido sus predeceso-ras. Pero cabe preguntarse Qu hay detrs de la ola de pelculas, series y novelas acerca de zombies, vampiros y futuros apocalpticos?

    Quizs ms relevante que contestar que cosas en comn muestran dichas pelculas es lo que no mues-tran. En general se ha visto durante las ltimas dcadas una incapacidad de la cultura popular de imaginar cualquier futuro radicalmente distinto si no es a travs de una explicacin sobrenatural o un acontecimiento apocalptico Cundo fue la ltima vez que vieron una pelcula en donde la humanidad en el futuro se encuentra bajo un orden social dis-tinto? En efecto, siempre que el futuro es retratado en una pelcula, este acontece en una sociedad, en que a pesar de existir un gigantesco salto tecnol-gico, el orden social es bsicamente el mismo, a lo sumo sucede que las grandes corporaciones os-tentan mayor poder que los gobiernos nacionales.

    Si, por otro lado, se retrata una sociedad que por

    alguna razn ha cambiado, esto nunca se le atribu-ye a la accin del hombre (menos colectiva), sino a algn tipo de catstrofe o acontecimiento sobre-viniente, puede ser un virus, un meteorito, una in-vasin extraterrestre, pero nunca se abre la posi-bilidad de que el hombre haya abierto el camino a una sociedad distinta. As sucede con pelculas como Robocop, Wall-E, Terminator, Matrix y gran-des anims como Evangelion y Ghost in the Shell.

    Sin embargo la historia est llena de ejemplos de autores que han imaginados futuros con so-ciedades radicalmente distintas, Terry Gilliam imagin un Estado policaco y totalitario de la mano de la burocracia liberal en Brazil y tanto Lang en Metropolis como H.G Wells en La M-quina del Tiempo concibieron sociedades donde la lucha de clases se profundizaba a niveles que afectaban la misma definicin del ser humano.

    Qu ha cambiado desde entonces? La incapacidad de imaginar un futuro distinto es muestra de que para un porcentaje inmenso de la poblacin parece ms probable que se estrelle un meteorito contra la tierra, o que un derrame txico haga que los muertos se le-vanten como zombies, a que la humanidad sea capaz de superar el capitalismo. Orwell, Lang y Wells eran capaces de representrselo porque vivan en un mun-do donde no pareca demasiado descabellado que en 20 aos el planeta se pasara a otro tipo de paradigma de sociedad, o que una nueva concepcin del mundo naciera de repente y cambiara el rumbo del planeta.

    La verdad de la dominacin es sutil. Nos han repetido que es posible curar el cncer con nano-bots inyectables en la sangre, pero un siste-ma educativo basado en la colaboracin y no la competencia es ridculo.

    Esta situacin no es achacable a una conspiracin de Hollywood o de los poderosos que controlan los medios de comunicacin, la verdad de la dominacin es mucho ms sutil, y por lo tanto, mu-cho ms difcil de combatir. Nos han repetido tanto, y est tan inte-riorizado en nuestro da a da, que cosas como curar el cncer con nano-bots inyectables en la sangre son posibles pero que pensar un sistema educativo basado en la colaboracin, y no en la compe-tencia es ridculo, que no slo nos lo creemos, sino que se ha na-turalizado. Se ha definido as cuales son los lmites de lo posible.

    Es por ello que nuestra rebelda no debera comenzar solo por de-clararnos contra el estado actual de cosas, sino por ser capaces de pensar un mundo distinto, un mundo sin explotacin del hombre por el hombre, y en funcin de ese mundo nuevo declararnos anti-sistmicos. Slo as llegar el da en que, al ser parte de nuestra vida cotidiana, imaginar una sociedad que ha superado el capitalismo nos ser mucho ms fcil y natural que pensar en un apocalipsis zombie. Cuando eso ocurra, sin duda que podremos ver grandes pelculas

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  • 24

    LA LUChA ES UNA SOLA: RECUPERAR LA EDUCACIN

    PARA ChILE

    Presidenta Federacin Estudiantes U. Central (FEUCEN)

    Jos Miguel Sanhueza

    Desde comienzos del ao pasado los estudiantes de la Universidad Central protagonizaron una intensa movili-zacin, a raz del anuncio de la venta del 50% de la ins-titucin a Inversiones Norte-Sur, decidida por la Junta Directiva presidida por el DC Ernesto Livacic, vinculado directamente a dicha sociedad. Como resultado, lograron detener definitivamente dicho proceso de venta, as como

    una serie de nuevos compromisos en materia de demo-cratizacin interna, en lo que sera una de las primeras experiencias exitosas de movilizacin en la educacin

    superior privada.

    Los aprendizajes de dicho proceso, la problemtica del mercado en la educacin, y algunas perspectivas sobre

    el rol de los estudiantes de las privadas en el movimiento estudiantil, son algunos de los temas que revisamos en esta conversacin con Daniela Lpez, actual Presidenta

    de la Federacin de Estudiantes de la Universidad Central (FEUCEN)

    El cuestionamiento a la educacin chilena no puede ser aislado. El problema es sistmico y estamos todos llama-dos a converger en una misma plataforma y pelear por un mismo objetivo.

    ENTREVISTA A DANIELA LPEZ

  • De productoras de fiestas a actores polticos

    Cuntanos un poco acerca del contexto en que sur-ge la organizacin estudiantil como la conocemos en la Central. Con qu lmites y potencialidades

    se fueron encontrando en el camino?

    A diferencia de la mayora de las privadas, en la Central siempre ha existido reconocimiento for-mal a la organizacin estudiantil. Pero la poltica se reduca a unos pocos, era tpico que los ms activos egresaban y se perda por aos. A par-tir del intento de venta, comenz a generarse una mayor masa crtica en la Universidad, surgieron colectivos y se constituyeron Centros de Estu-diantes en facultades donde antes no existan. Las organizaciones estudiantiles han ido pasando de ser productoras de fiestas a actores polticos.

    Adems, este ao logramos levantar federaciones en las sedes regionales, que nunca antes se haban organizado, y eso significa que tanto el movimiento nacional como el de la UCEN han hecho eco. An-tes primaba mucho una relacin de cliente con la institucin, ahora de a poco cobra ms impor-tancia la palabra organizacin, existiendo cada vez ms compaeros que creen que los grandes cambios se hacen a travs de la accin colectiva.

    Cules fueron las conquistas del proceso del ao pasado en la Universidad Central?

    La Central era la tpica universidad privada, aca-dmicamente no muy buena y con nula partici-pacin estudiantil en las decisiones. En la movi-lizacin arriesgamos prcticamente todo, muchos compaeros estudian con crditos a intereses altsimos, pero la conviccin era tan fuerte que llev a la victoria del movimiento estudiantil.

    Logramos que no se vendiera la Universidad, pero la demanda no qued ah. La gente comenz a cuestio-narse por qu se lleg a esto: inexistencia de partici-pacin estudiantil efectiva, toma de decisiones entre cuatro paredes, lgicas mercantilistas y gerencialis-tas dentro de la institucin. Entonces la problemtica mayor era pensar qu universidad queremos. Esto ha generado alergia en las autoridades, pero la legitimi-dad que ha logrado el movimiento estudiantil de la

    Universidad ha ayudado a doblegar su intransigencia.

    Hemos avanzado en democracia, pero eso debe llevarnos a transformar otras cosas que entre to-dos los estamentos hemos diagnosticado: edu-cacin de mala calidad, falta de profesores de planta e investigacin, mallas que no apuntan a un desarrollo integral. Bajo todo punto de vis-ta el 2011 es positivo, pero nos trajo un desafo gigante, no podemos dejar las cosas a medias.

    La movilizacin nacional del ao pasado eviden-ci el surgimiento de organizacin estudiantil en espacios no-tradicionales, particularmente en este

    caso del sector privado surgido con la reforma de 1981. Qu le aporta la organizacin de estos sectores emergentes al movimiento estudiantil?

    Implica que se comienza a constituir un actor nue-vo en la discusin nacional, que vive de manera ms directa las contradicciones de una educacin mercantilizada, y que es capaz de contribuir con esa vivencia a ensanchar las espaldas del movi-miento estudiantil. Todos entendemos que la pro-blemtica es estructural, pero el que sean estu-diantes de privadas los que salgan diciendo no al lucro le duele directamente al empresariado y al gobierno: el estudiante de privada no es su aliado.

    Las instituciones buscan que nuestros compae-ros sientan gratitud por entregarles educacin, evitando cuestionamientos sobre cmo lo hacen: con sobre-endeudamiento, entregando educacin de mala calidad, derechamente estafando a las fa-milias con sus instituciones. Pero hemos ido com-prendiendo que nuestra primera labor es eliminar de ellas los criterios mercantiles de nuestras ins-tituciones, actuando como un estudiante ms, que lucha como todos por educacin pblica para Chile.

    Qu le puede aportar, en trminos concretos, la experiencia de la Universidad Central a la organi-

    zacin en otras instituciones?

    Se nos han acercado compaeros de varias univer-sidades, incluso CFTs e institutos, muchos de los cuales por primera vez constituan federaciones. Nos decan que venan a partir de lo significati-vo que fue para ellos el proceso de la Central, y tambin a preguntarnos cmo, siendo universidad privada, nos organizamos, disputamos espacios y logramos cosas como lo obtenido el 2011. Hemos participado en varios procesos de democratiza-cin de universidades, nos han pedido nuestros estatutos, hemos ido a foros y otras actividades.

    Adems, a pesar de que algunas voces decan que los estudiantes no queran ms paros e iban a elegir otras instituciones, este ao la admisin de la Cen-tral se llen. Y la gente que entraba te deca que eli-gi esta universidad porque sus estudiantes son cr-ticos y siendo privada se organizan como si fuera pblica. Ah te vas dando cuenta de que los proce-sos no son aislados y son significativos para el resto.

    El lucro distorsiona todo criterio acad-mico

    En los ltimos aos han sucedido diversos con-flictos en el mbito privado no-tradicional, siendo el ms reciente el ocurrido en la Universidad del Mar. El Gobierno ha calificado estos casos como situaciones aisladas y ha mostrado voluntad para su cierre. Crees que esta lnea de accin contri-

    buye a resolver el problema de la reproduccin de la precariedad en la educacin superior?

    Ver cada caso como aislado es funcional para legiti-mar y mantener la fe pblica en este sistema educa-cional. Lo que ocurre con estas instituciones es un problema del modelo, y cerrarlas no va a terminar con el lucro ni su mercantilizacin. Nunca se ha manifestado la voluntad de sancionar a los dueos. Va a existir algn proceso a los controladores de la U. del Mar por ejemplo? No, y ya se llenaron los bolsillos con las familias, que tendrn que in-gresar a otra institucin para seguirse endeudando y quizs sacar un cartn igualmente cuestionable.Prometer cerrar instituciones es una medida popu-lista, para decir que se estn acogiendo las deman-

    das sociales. Mientras no exista voluntad real de querer avanzar en cambios estructurales, slo va-mos a estar consolidando la educacin de Pinochet.

    Respecto a la oposicin al lucro en educacin. Desde sectores defensores del modelo se lo ha planteado como una forma de demonizar mo-

    ralmente el legtimo emprendimiento educativo privado. Qu consecuencias concretas tiene a tu

    juicio el lucro en la calidad de la educacin?

    El lucro es el corazn del mercado educacio-nal, y distorsiona todos los criterios existentes en una comunidad educativa. Cada peso que hoy se va a los bolsillos de los controladores y no se reinvierte en las instituciones, es un peso que falta para no tener que costear aranceles usure-ros, para poder contratar profesores de planta, recibir una educacin de buena calidad, o contar con polticas de bienestar estudiantil que permi-tan que las familias no tengan que endeudarse.

    En la medida que se priorizan criterios comerciales por sobre criterios acadmicos, solo se genera un negociado para genera un negociado para intereses particulares, que a costa de las familias se llenan los bolsillos ofreciendo cartones que no valen nada. El lucro bajo todo punto de vista es nefasto para la edu-cacin, se ha demostrado con hechos concretos, y es lo que ms se aleja a entregar educacin de calidad.

    Por qu, a tu juicio, desde la institucionalidad existente no se investig ni actu sobre las pro-blemticas del negocio de la educacin en aos

    anteriores?

    Tanto la Concertacin como la Alianza tienen in-tereses en el mercado de la educacin superior. Es cosa de repasar un poco: el PC en la ARCIS, el ao pasado en la Central estaba la DC, la UDI en la UDD, y as en otras instituciones. Nunca han querido confrontar el tema, y hasta el da de hoy estn buscando una forma de denunciarlo pero sin atacar la temtica de fondo. Han sido cm-plices de un delito, porque tienen intereses crea-dos de manera directa con el empresariado de la educacin. Y hoy les pretendemos quitar lo que les ha llenado los bolsillos por ms de 20 aos.

    Mientras no exista voluntad real de querer avanzar en cambios

    estructurales, slo vamos a es-tar consolidando la educacin de

    Pinochet

  • El ao pasado levantamos la idea de que, in-dependiente de la institucin, somos todos es-tudiantes, lo importante es la unidad en base a que la demanda es una sola: no es regular los excesos, lo que se busca es el cambio estructu-ral. Y ah donde el sistema mixto es un proble-ma en s, porque desnaturaliza un derecho social. En este sentido, el solo decir que existen demandas del sector privado y otras de las tradicionales es legitimar este sistema con un altsimo porcentaje del sector privado. Ms que plantear cosas distin-tas, venimos a enriquecer la discusin nacional: por ejemplo en materia de financiamiento agregamos el problema del Crdito CORFO, que es ms propio del mundo privado. Pero las demandas nos convergen: cuando decimos no al lucro es para todos los niveles, la educacin gratuita la queremos para Chile en general.

    Plantearnos desde una de-fensa corporativa como privados es perdernos en la lucha, dividir al movi-miento estudiantil y en-tregarle ms herramientas al gobierno para matar de-finitivamente la educacin pblica, imponer sus ideas y legitimar an ms el mercado educacional. Adems, nos volve-ra una agrupacin sectorial, lo que se contradice con la tesis del 2011 en que queramos avanzar de un movimiento gremial a un movimiento social, y eso conlleva a la articulacin con los secundarios y otras organizaciones sociales.

    Entre el ao pasado y este, varias federaciones de universidades privadas se han incorporado a la

    CONFECh. Una de las primeras en hacerlo el 2011 fue justamente la Central. En qu se fundamenta

    esta apuesta?

    Salvo casos muy excepcionales, un privado siem-pre va a querer sacar beneficios de un campo en el que ejerce. De ah que, independiente de nues-tra institucin, debemos apostar a recuperar una educacin con hegemona pblica, no de univer-

    sidades tradicionales ni privadas, sino de institu-ciones que materialicen la funcin pblica de la educacin. Esto implica recuperar la educacin pblica con gratuidad universal y un Estado ga-rante. Y tambin trae consigo una regulacin al sector privado, no para maquillarlo, sino derecha-mente para desincentivar su explosivo crecimiento.

    Bajo esta lgica habr instituciones que van a tener que cerrar si no se ajustan a un Programa Nacio-nal de Educacin, con una poltica de reduccin de aranceles, erradicacin efectiva del lucro, generacin de universidades complejas y existencia de meca-nismos orientados a corregir las brechas sociales con que ingresan sus estudiantes y no reproducirlas

    como hacen hoy. Y el sector pblico tiene el deber de incorporar a los estudiantes

    de estas instituciones que cierren.

    Por lo tanto, el cuestionamien-to a la educacin chilena no puede ser aislado. Partici-par en la CONFECh en lu-gar de generar plataformas paralelas, implica com-prender que el problema

    es sistmico y que estamos todos llamados a converger

    en una misma plataforma y pelear por un mismo objetivo.

    Ojal sigan democratizndose institu-ciones, y sean cada vez ms partcipes de la

    discusin nacional ms all del sector que perte-nezcan. Slo podremos cambiar las cosas cons-truyendo una organizacin de mayoras, donde el da de maana podamos disputar el poder a esta clase que ha extirpado los derechos a la mayora de la sociedad. No podemos retroceder, hay que seguir acumulando y avanzando, porque la lucha es una sola: recuperar la educacin para Chile

    Tras la invasin de Hungra en 1956 se produjo una fractura irreparable en la comunidad marxista de oc-cidente. Durante las dcadas anteriores, y ms an despus de derrotar a los nazis en la guerra, la Unin Sovitica haba recibido el cerrado apoyo de la mayora de los intelectuales, partidos y organizaciones sociales obreristas. Sin embargo, a partir de este instante co-menz a ser vista bajo el halo de una duda, empezando a surgir cuestionamientos acerca de qu tan sustantivas eran sus diferencias con la dominacin capitalista im-perante en el resto del mundo. As fue como la disiden-cia del marxismo-leninismo (verdadera doxa socialista emanada desde el oriente estalinista) volvi desde los mrgenes a los que haba sido relegada, comenzando nuevos estudios y trabajos que revisitaban la obra de au-tores como Gramsci, Trotsky, Luxemburgo, entre otros.

    Es en estos tiempos tericos que Perry Anderson co-menz un alejamiento del comunismo oficial, acer-cndose al marxismo occidental desde posiciones crticas al canon de Mosc, al igual que muchos otros intelectuales marxistas ingleses de su generacin, como E.P. Thompson (con quin polemizara en los 70), su hermano Benedict Anderson, Robin Blac-kburn o Stuart Hall. Los sucesos de mayo de 1968, concebidos por Immanuel Wallerstein como una re-volucin mundial contra el conservadurismo de la izquierda, apresuraron la bsqueda referencial de nuevas experiencias polticas que llenaran el vaco dejado por el estancamiento del mito de 1917, espe-cficamente en el recin imaginado tercer mundo.

    Hasta 1976, Perry Anderson se haba destacado por sus investigaciones sobre el carcter de clase del absolutis-mo, as como de las transiciones polticas y econmicas que experiment la antigedad hacia el feudalismo. Aquel ao realiza un cambio en su foco de estudio, lanzando Consideraciones sobre el Marxismo occi-dental, un libro que tiene tanto de historia del materia-lismo histrico como de una posicin crtica respecto de la prctica poltica de las izquierdas en occidente.

    La tesis de Anderson se puede sintetizar en que el marxismo occidental, ante la derrota del impulso revolucionario tras 1920, entr en una espiral de pe-

    simismo y despolitizacin. El pesimismo fue la cara que puso el marxismo occidental ante la derrota po-ltica, ante el avance de la socialdemocracia por una parte, y del fascismo por otra. La despolitizacin se origina en la misma situacin, y tiene que ver con la disociacin entre la prctica obrera de masas y la pro-duccin terica marxista, la que Anderson en el fondo identifica con la dislocacin entre las masas trabaja-doras y los partidos del marxismo-leninismo oficial. En esa lnea, entra en una historia de la politizacin y contingencia del marxismo desde Marx a Althusser.

    Sus conclusiones, la salida a la tragedia recin presen-tada, tienen cierto aire trotskista. Adems de insistir en que asumir los errores de la teora marxista es la nica forma de reivindicar su carcter cientfico potente, An-derson cierra con la siguiente aseveracin: La teora revolucionaria puede ser acometida en un relativo ais-lamiento como Marx en el Museo Britnico o Lenin en Zurich durante la guerra: pero slo puede adquirir una forma correcta y definitiva cuando est vinculada con las luchas colectivas de la clase obrera. Aadiendo adems que La mera pertenencia formal a una organi-zacin de partido, del tipo comn en la historia recien-te, no basta para establecer tal vnculo: es necesaria una estrecha conexin con la actividad prctica del proleta-riado. Tampoco es suficiente la militancia en un peque-o grupo revolucionario: debe existir un lazo con las masas reales. Solo cuando las masas son revoluciona-rias, la teora puede completar su vocacin eminente.

    En el eplogo del libro, Perry Anderson matiza y mo-dera un poco el tono de sus afirmaciones, aduciendo los errores al candor de los aos posteriores a 1968. Nueve aos ms tarde, en 1983, lanzar una especie de segunda parte de Consideraciones..., Tras las hue-llas del Materialismo histrico, en donde revisa crti-camente algunas de sus conclusiones, para desde ah continuar su revisin del marxismo occidental. Ambos textos, creemos, deben leerse juntos para as formarse una completa imagen de las tesis de Anderson. Por lo dems, entre ambos no suman ms de 300 pginas, las que no precisan de la excentricidad lrica para alcanzar una brillante profundidad analtica e historiogrfica

    Consideraciones sobre el marxismo occidental (1976)Perry Anderson

    Luis Thielemann h.

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