Usted No Está Solo

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La fuerza, el amor y la sabiduría de Dios es el gran y poderoso imán universal que a cada uno de nosotros le quiere atraer hacia Sí. Cada vez que se lo permitimos, Él toma una comunicación más intensa con nuestro corazón interno, en el que el potencial de fuerza original de nuestro ser eterno está esperando su liberación. Nosotros lo sentimos como intuición, como anhelo, como una irradiación más fuerte que nos eleva y nos satisface plenamente. El primer paso que posibilita esto tiene que salir siempre de nosotros, del hombre, pues la luz de Dios nos espera todo el tiempo que necesitemos hasta que nos decidamos a ir a nuestro interior, para orientarnos cada vez más a la fuente eterna, Dios, en nosotros. ¿Cómo? Por medio de ejercitarnos y aprender, por la propia superación espiritual, por medio de la entrega interna, por sumersión en el silencio interno y por la oración. Y al fin y al cabo rezar no significa otra cosa que esforzarse en tener comunicación con Dios, con Cristo en el interior. La búsqueda de amor, felicidad, acogimiento, hogar y seguridad dura entre la mayoría de las personas toda la vida. A pesar de muchos encuentros, «relaciones» y amoríos, a pesar de algunos contratos matrimoniales, más de alguno tendrá que reconocer, a más tardar en la vejez: no he llegado a puerto; estoy solo o incluso abandonado. La mayoría de los seres humanos buscan en los otros aquello que ellos mismos no tienen. Proyectan todos sus deseos a unos cuantos aspectos que el otro parece poseer, y

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Libro para entender la vida

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La fuerza, el amor y la sabiduría de Dios es el gran y poderoso imán universal que a cada uno de nosotros le quiere atraer hacia Sí. Cada vez que se lo permitimos, Él toma una comunicación más intensa con nuestro corazón interno, en el que el potencial de fuerza original de nuestro ser eterno está esperando su liberación. Nosotros lo sentimos como intuición, como anhelo, como una irradiación más fuerte que nos eleva y nos satisface plenamente.

El primer paso que posibilita esto tiene que salir siempre de nosotros, del hombre, pues la luz de Dios nos espera todo el tiempo que necesitemos hasta que nos decidamos a ir a nuestro interior, para orientarnos cada vez más a la fuente eterna, Dios, en nosotros. ¿Cómo? Por medio de ejercitarnos y aprender, por la propia superación espiritual, por medio de la entrega interna, por sumersión en el silencio interno y por la oración. Y al fin y al cabo rezar no significa otra cosa que esforzarse en tener comunicación con Dios, con Cristo en el interior.

La búsqueda de amor, felicidad, acogimiento, hogar y seguridad dura entre la mayoría de las personas toda la vida. A pesar de muchos encuentros, «relaciones» y amoríos, a pesar de algunos contratos matrimoniales, más de alguno tendrá que reconocer, a más tardar en la vejez: no he llegado a puerto; estoy solo o incluso abandonado.

La mayoría de los seres humanos buscan en los otros aquello que ellos mismos no tienen. Proyectan todos sus deseos a unos cuantos aspectos que el otro parece poseer, y

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creen que con él, que representa la imagen de sus deseos, podrían sentirse «bien acogidos». La realidad es que el hombre sólo atrae lo que él mismo es, y no lo que quiere tener, puesto que lo igual atrae siempre a lo igual.

Llevar una vida digna en la juventud significa tener una muerte digna en la vejez.

Ninguna persona podrá decir a la larga «yo he logrado sentirme acogido». En este mundo nunca llegaremos a sentirnos acogidos. ¿Por qué no? ¡Porque no somos de este mundo! Jesús, el Cristo nos advirtió de ello, diciéndonos: …El Reino de Dios está dentro de vosotros. Y: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.

El que en su existencia terrenal toma consciencia de esas palabras provenientes del Espíritu y rige su vida por las mismas, nunca estará solo, tampoco en la vejez cuando, por ejemplo, la pareja y los hijos ya no se hallen presentes, cuando la familia se haya disuelto. La vida del que aprende a tiempo a llegar al Reino de Dios que está en nosotros, en el Espíritu de nuestro Padre eterno, tiene un sentido. En ese caso la vejez está sostenida por amor, sabiduría y acogimiento.

Aquel que ama verdaderamente a Dios no está solo.

Tomemos una y otra vez consciencia de que el Reino de Dios, el eterno SER, es nuestro hogar eterno, al que ya en traje terrenal, siendo hombres, nos podemos acercar más, para por fin sentirnos acogidos, es decir, llegar a casa. Se trata del Reino interno, el Reino del silencio y de la paz, el Reino de la vida interna.

Habiendo despertado a raíz de la aspiración espiritual de nuestra alma, nuestra herencia espiritual se activa cada vez más. Si por tanto nuestro ser eterno imperecedero se eleva en lo más profundo de nosotros, con el aumento de la pulsación del corazón interno se refortalece la añoranza, la intranquilidad del corazón humano que el hombre con frecuencia malinterpreta, lo cual lo desvía hacia el exterior, al mundo de los sentidos. El anhelo insaciable, la añoranza inexplicable, no es otra cosa que un presentir de que tiene que existir el lugar del acogimiento, de la paz y de la felicidad. Por eso el ser humano no para, es intranquilo y busca y busca.

Es la búsqueda y la aspiración de algo que no podemos explicar, porque a lo que buscamos lo denominamos «hombre», «mujer», «riqueza», «dinero», «salud», «bienes», «lujo» y de muchas otras maneras. En realidad la búsqueda tiene un motivo mucho más profundo: buscamos el origen primario de nuestro corazón, nuestro hogar eterno.

El hombre y el alma estarán intranquilos hasta que el alma se haya sumergido en el gran océano de la vida, en Dios, el gran amor y la unidad. El hombre y el alma seguirán buscando hasta que el hombre y el alma amen verdaderamente a Dios, al eterno Padre de todas las almas y hombres. Sólo cuando el hombre haya encontrado su hogar en Dios, que es la unidad en todos los hombres, seres vivos y formas de vida, es decir, cuando haya logrado sentirse acogido, la búsqueda llegará a su fin.

Aprende, no aceptando simplemente todo aquello con lo que te encuentras y te mueve, como lo hace la mayoría de las personas. Reflexiona sobre lo que te mueve. Sumérgete en la fuerza de la vida que fluye en ti, o conduce la petición de ayuda y solución hacia el

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cuarto centro energético que late cerca de tu corazón físico. La fuerza luminosa que pulsa fuertemente en el cuarto centro de consciencia es la fuerza del Cristo de Dios, la luz energética que ayuda y sana.

Después de cada paso que hayas realizado hacia Dios, podrás reconocer que, en todo lo que tú te encuentras y te mueve, lograrás una visión cada vez más profunda. La sabiduría, que no es de este mundo, te indica el camino en muchas situaciones del día. Tú no estás solo.

Cada día te habla a través de innumerables sucesos grandes y pequeños. Como consecuencia, siempre hay posibilidades de mantener un diálogo con Dios. Él te escucha. Un pensamiento en Dios, una buena palabra al prójimo, un acto de ayuda, son pensamientos, palabras y actos comunicativos que alcanzan también a Dios.

Todo lo que vemos y lo que no vemos es energía. Ninguna energía se pierde. Cada persona es un volumen de energía, cada animal es energía. Toda la naturaleza, hasta la florecilla más insignificante, es energía. Cada mineral es energía que contiene vida de Dios. Vida es energía.

Tú tienes la vida en ti. Las formas de vida de la naturaleza son un regalo del Creador a todos los seres humanos. Dios respira también a través de los animales. Su respiración es la fuerza vital. Ella puede sentirse en toda la naturaleza.

Encuéntrate con Dios, el silencio eterno…

Haz de tu paseo un paseo consciente, por ejemplo, por la naturaleza. Detente y deja vagar tus ojos por campos, prados y bosques. Considera que en todas partes Dios sale a tu encuentro. Deja que tu entorno actúe sobre ti; ábrete a los impulsos que proceden del reino de la naturaleza, que quieren tocar tu corazón, tu interior.

En el árbol, en la flor, en la hierba, en el campo de cereales, en el pájaro, en el gatito se encuentra la vida. La vida está, pues, viva. La vida es consciencia. Se comunica; emite y recibe. ¿Qué? Aquello de lo que se compone la consciencia, finas fuerzas, fluidos de sensaciones que podríamos llamar impulsos. Así, con nuestra consciencia que se está volviendo cada vez más tranquila, con nuestro interior, podemos acoger, que es lo mismo que percibir, los impulsos de la vida. Entonces nos «habla» la vida en el árbol, la vida en la flor, en la hierba, en el campo de cereales, en el pájaro, en el gatito, en la estrella en el firmamento, y al fin y al cabo es el Espíritu de la vida, Dios.

La mejor condición para que podamos recibir los impulsos del reino de la naturaleza es que callen nuestros ruidosos pensamientos y también que nuestros sentidos estén en silencio. El estar en silencio puede ejercitarse. El estar en silencio puede aprenderse.

El verdadero amor es la fuerza originaria que une todo y a todos. El verdadero amor es por tanto un poder del Cielo. Repito: Éste se encuentra en cada persona, en cada criatura, en los elementos y en todo lo que vemos y lo que no vemos.

Aprende a ver y te encontrarás a ti y a tu prójimo. Aprende a escuchar en ti y aprenderás también a prestar atención. Aprende a ver el trasfondo de todas las cosas y superarás tu

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vida diaria. Aprende a entender el mensaje en el dolor y el sufrimiento; éste siempre indica el camino hacia una vida mejor y más elevada.

El verdadero amor hace libre, el verdadero amor no conoce la soledad, el verdadero amor siempre está presente – es Dios.

El amor es la cultura del corazón, que da espacio a la conciencia para sopesar y medir, para ponerse en sintonía con el amor.

El amor perdona y siempre encuentra un camino hacia la confianza.

El amor puede esperar para entonces dar cuando el tiempo para ello haya llegado.

El amor deja al prójimo la libertad, sin abandonarlo.

El amor lleva al prójimo en el corazón, igual sea cómo éste se comporte con el que ama.

El amor es la nobleza del corazón que se manifiesta en el prójimo y hacia el prójimo.

El amor a Dios significa buscar siempre Su voluntad, para luego cumplirla.

Una ayuda para aprender a amar:

Comienza en un círculo pequeño, en la familia, en una comunidad pequeña. Aprende a comprender al otro. Escúchale, sin interrumpir en seguida con tus comentarios. Pronto vas a notar que él no es como tú tal vez has pensado de él, sino que posiblemente tiene que luchar y trabajar con cosas parecidas a las tuyas. Si necesita ayuda, porque no logra arreglar algunas cosas, entonces ayúdale sin esperar reconocimiento ni agradecimiento. Esto son pasitos pequeños, pero a menudo significativos hacia el amor a Dios y al prójimo.

Amar no significa amar y afirmar lo excesivamente humano, el pecado del otro, sino lo bueno en el hombre, que es Dios. Para hacer nuestra esta profunda enseñanza de Jesús, el Cristo, sobre la ley, para convertirla en la medida de nuestra vida, es necesario ejercitarnos y aprender.

El amor verdadero es la fuerza liberadora que no ata al prójimo, que le deja la libertad.

El amor de Dios en ti es más grande de lo que puedes pensar, o lo que es lo mismo, captar.

Aprende y ejercítate diariamente para alcanzar la concienciación de que Dios está en ti. Detente varias veces al día y piensa: Dios en mí.

Aprende y practica a encontrarte a ti mismo, sabiendo que en ti está la vida eterna, que tú no estás solo.

Sólo aquello que contribuye a la dicha y alegría de los demás es lo que por último hace realmente feliz.

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Cuando se habla de Dios, a menudo surge el reparo de «¿Dónde está Dios? ¿Se mantiene Él oculto? ¿Por qué se esconde?», o se duda de su existencia. Dado que Dios es omnipresente, es también «visible», esto es, «se Le puede vivir, experimentar». Para nosotros los seres humanos Dios sólo es invisible en la medida en que nos apartamos de la luz y la vida, que es Dios.

Muchos pierden también la fe en Dios, porque identifican a Dios con la Iglesia. Si a la persona le falta la base de la fe en la existencia de Dios, y así también la confianza, con el tiempo se convierte en una persona inestable.

Quien no se dé por vencido, quien se esfuerce en aprender de todo lo que le sucede y así dar pasos de aprendizaje, empezará con ello recién a vivir. La vida verdadera satisface plenamente y hace feliz.

Hazte presente que lo que sientes y percibes, lo que piensas y dices, lo que te mueve, tiene un mensaje para ti. Analiza lo que te preocupa, y así aprenderás a conocerte cada vez mejor. Entonces paulatinamente llegarás a ser tu propio controlador. Podrás darte cuenta en ti, y más tarde en tu prójimo, de algunas cosas que hasta ahora no podías constatar.

No te decepciones si tus buenos propósitos tienen una reacción que está en contra de las leyes divinas. Esto es lo más natural. La consecuencia debe ser: ¡Hay que mantenerse firme! Hazte consciente de cuánto tiempo has cultivado ese antiguo comportamiento. Entonces es comprensible que no desaparezca de un día para otro.

En ti florece la vida. Coge la rosa del amor en ti y te transformarás en su aroma.

Aprende a mantener la calma en el torbellino de nuestro tiempo. Organiza tus días de modo que antes de cada problema, de cada situación, de cada conversación te tomes un poco de tiempo para alcanzar la tranquilidad y concentración internas, para que así tú mismo te capacites para distinguir lo esencial de lo irrelevante.

Dios es la fuerza universal y que está más cerca de nosotros que nuestros brazos y piernas. O sea que Dios está en nuestra alma y en todas las células, en cada vaso sanguíneo, en todas las funciones de nuestro cuerpo. Una y otra vez se plantea la pregunta de cómo llega la poderosa Fuerza universal DIOS a nuestro cuerpo físico. Un hombre que posea sabiduría espiritual proveniente de la fuente eterna respondería: «A través de la respiración, pues la respiración es vida».

La oración meditativa es una fuente de fuerza y luz. No rara vez desemboca casi por sí sola en la oración por el prójimo, por aspectos determinados de la gran totalidad que nos tocan realmente el corazón, por la naturaleza, los animales y por otras cosas más. Eso es un rezar que satisface y nos acerca a Dios, especialmente cuando nosotros mismos nos regimos por ello, es decir, si nos comportamos de la forma correspondiente. Una «conversación» semejante, una comunicación de esta naturaleza con Dios, con Cristo, deja a menudo un sentimiento interno de plenitud y agradecimiento que trae sol a nuestra vida diaria.

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Aquel que al aprender y ejercitarse ha encontrado el camino hacia su verdadero ser, no está solo, porque ha logrado sentirse acogido en sí mismo y aprecia la cercanía interna, que es la alegría de los hombres.

Dios es todo en todo. Él también quiere ser todo en todo para ti. Él espera. ¿Dónde? ¡En ti!

 

¿Estás  solo  en  la  pareja  y  en  el  matrimonio?  ¿Solo  en  la  vejez?  ¡Vivir  en  la  unidad!  Tú  no  estás  solo.  DIOS  está  contigo  

Extractos del libro escrito por Gabriele.