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UNIVERSIDAD NACIONAL FEDERICO VILLARREAL FACULTAD DE HUMANIDADES ESCUELA PROFESIONAL DE FILOSOFIA Asignatura: Introducción a la Filosofía Prof. Lic. Jesusa Escandon García IV UNIDAD: Ética, Axiología y Ética Aplicada LECTURA EL QUEHACER ÉTICO” 1 UNA GUÍA PARA LA EDUCACIÓN MORAL Adela Cortina. Universidad de Valencia Esta es la función que pretende cumplir esta pequeña guía: la de servir de orientación a quienes, por virtud o por necesidad, se interesan por la ética en general y por la educación moral en particular. En lo tocante a la primera, quisiéramos dar noticia de su objeto, qué es la moral, de su situación en el mundo del saber, como también de las principales corrientes actuales y su significado. Y en lo que a la educación moral respecta, nos proponemos ofrecer un modelo diseñado, no al azar, sino desde el hilo conductor de distintas propuestas éticas, hoy ya irrenunciables. De cada una de ellas iremos extrayendo los valores y las actitudes concretas que se siguen para ir conformando los rasgos, no de una persona ideal, sino sencillamente de una persona moralmente bien educada a la altura de nuestro tiempo. Lógicamente, la idea de moral que perfilaremos está indisolublemente conectada con el modelo de educación moral que vamos a ofrecer. Y es que, en definitiva, a menudo nos parece estúpido o incluso perjudicial educar moralmente porque tenemos una idea bastante peregrina acerca de ese territorio,

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UNIVERSIDAD NACIONAL FEDERICO VILLARREAL

FACULTAD DE HUMANIDADES

ESCUELA PROFESIONAL DE FILOSOFIA

Asignatura: Introducción a la Filosofía Prof. Lic. Jesusa Escandon García

IV UNIDAD: Ética, Axiología y Ética Aplicada

LECTURA

“EL QUEHACER ÉTICO”1

UNA GUÍA PARA LA EDUCACIÓN MORAL

Adela Cortina. Universidad de Valencia

Esta es la función que pretende cumplir esta pequeña guía: la de servir de

orientación a quienes, por virtud o por necesidad, se interesan por la ética en

general y por la educación moral en particular.

En lo tocante a la primera, quisiéramos dar noticia de su objeto, qué es la

moral, de su situación en el mundo del saber, como también de las principales

corrientes actuales y su significado.

Y en lo que a la educación moral respecta, nos proponemos ofrecer un

modelo diseñado, no al azar, sino desde el hilo conductor de distintas propuestas

éticas, hoy ya irrenunciables. De cada una de ellas iremos extrayendo los valores

y las actitudes concretas que se siguen para ir conformando los rasgos, no de una

persona ideal, sino sencillamente de una persona moralmente bien educada a la

altura de nuestro tiempo.

Lógicamente, la idea de moral que perfilaremos está indisolublemente

conectada con el modelo de educación moral que vamos a ofrecer. Y es que, en

definitiva, a menudo nos parece estúpido o incluso perjudicial educar

moralmente porque tenemos una idea bastante peregrina acerca de ese territorio,

tan próximo y tan lejano, que es el mundo moral. Lejano, porque ha sido

totalmente desvirtuado en multitud de ocasiones. Cercano, porque ser moral es

una de las características que acompaña de forma inevitable a cualquier persona.

No digamos ya lo célebre que ha venido a hacerse lo moral en los últimos

tiempos en la vida pública, gracias a los escándalos de corrupción, las escuchas

ilegales, los diversos terrorismos, el tráfico de influencias, y todo ese conjunto de

desacatos contra el sufrido "pueblo soberano", que han conseguido por fin

arrebatarle -o casi arrebatarle- un bien preciado: la capacidad de asombro.

La ciudadanía ya no se extraña de nada, pero constantemente reclama una

moralización de la cosa pública, luego algo entenderá de moral cuando pide que

aumente.

Lo que le parece más extraño es la ética. Porque la ética, como filosofía

moral que es, trata de lo moral con un lenguaje filosófico que las más de las veces

parece una "jerga de rufianes". El lenguaje de los filósofos resulta esotérico, y

preciso es reconocer que muchos de ellos se esfuerzan por que lo sea. En

ocasiones, porque ellos mismos no entienden lo que dicen y en la ceremonia de la

confusión todos los gatos son pardos. Y otras veces por prestar a su saber un

cierto grado de sublimidad.

En efecto, dan las gentes en creer que lo ininteligible es más profundo que

lo diáfano, y por eso al terminar alguna conferencia totalmente abstrusa, suelen

comentar enfervorecidas: "¡Qué nivel! ¡Qué profundidad!". Sólo que con el tiempo

se cansan, porque aquello que para ser entendido exige un cierto esfuerzo

estimula el interés y enseña cosas nuevas; pero lo que, con esfuerzo o sin él,

rebasa nuestra capacidad de comprensión acaba suscitando la más profunda

apatía. A la larga, la ininteligibilidad tiene, lógicamente, un efecto disuasorio y no

provocativo, y las gentes acaban pensando que allá se las compongan los intelec-

tuales con su jerga esotérica.

Por eso llevaba razón Ortega al afirmar que la claridad es la cortesía del

filósofo, pero aún se quedaba corto: es un deber moral, no sólo de los filósofos,

sino de todas las gentes que se preocupen por construir un mundo más humano,

porque ese mundo no puede edificarse desde la mutua incomprensión, sino

1 Cortina, Adela. El quehacer ético: Guía para la educación moral. Santillana, 2001.

desde la comprensión recíproca.

Cosa que en ética no resulta imposible. En primer lugar, porque, como

hemos dicho, trata sobre algo que todos llevamos en el cuerpo -es decir, la

moral- y por eso tenemos las antenas preparadas para sintonizar con lo que sobre

ella se diga. No hay nadie amoral, entre otras razones, porque todos entendemos

algo cuando se utilizan términos propios del lenguaje moral, tales como

"honradez", "justicia" o "lealtad".

Pero, en segundo lugar, la ética es especialmente accesible a cualquier

persona porque el lenguaje que emplea es el llamado "lenguaje ordinario", el que

habla el ciudadano de a pie, y no un lenguaje formalizado, como el de la lógica o

las matemáticas.

Sólo que -y esto sí ha de tenerse en cuenta-, a fuerza de siglos de reflexión

filosófica, algunos términos de ese lenguaje cotidiano se han cargado ya de un

significado que sólo suelen reconocer en toda su profundidad los que se han

dedicado a estudiarlo; y, por otra parte, los profesionales de la ética, como ocurre

constantemente en los distintos ámbitos de la vida social, emplean para dialogar

entre ellos expresiones que funcionan como claves; claves que, en este caso, no

precisan ser descifradas.

Supongamos que un ético dice: "me refiero a la idea de felicidad en el

sentido de Aristóteles". Naturalmente, quien no sepa nada de la ética aristotélica

tampoco entenderá en qué sentido está empleando el término el hablante; pero, si

se trata de gentes que conocen la propuesta de Aristóteles, resultaría interminable

explicitar en cada caso en qué sentido se está utilizando el término "felicidad".

Cosa que ocurre, no sólo en los lenguajes técnicos, sino en el habla

cotidiana, cuando alguien dice de un amor que es "platónico" y no por eso aclara

en qué consiste la doctrina de Platón; o cuando ante una desgracia afirmamos

compasivamente, por consolar, que "más se perdió en Cuba" y no nos sentimos

obligados a explicar a nuestro interlocutor qué fue exactamente lo que se perdió

en Cuba ni quién lo perdió, porque esperamos que haya un saber común que nos

permita utilizar estas claves.

Precisamente uno de los mayores problemas de la educación hoy y de la

relación entre las distintas generaciones es que se está perdiendo ese saber común

de trasfondo que nos permite entendernos sin necesidad de interminables

explicaciones: el desconocimiento de las raíces de la civilización occidental -es

decir, de la cultura griega, del cristianismo, de los "siglos de oro" de los distintos

países- dificulta enormemente encontrar canales de comprensión mutua.

Recuperarlos y activarlos es hoy uno de los grandes retos éticos.

Por eso lo que intentaremos en estas páginas es ofrecer un modesto código

para interpretar algunos de los mensajes que parecen cifrados en el campo de la

ética, sin dar por supuesto ningún especial conocimiento en este ámbito. Se trata,

pues, de una guía introductoria, no de una "Guía para Perplejos", como la que

nos legó Maimónides, sino de una guía para interesados, por vocación, por

necesidad, o por ambos a la vez, que suele ser lo más corriente. De una "Guía",

por tanto, "para Curiosos y Necesitados".

1. MAPA FÍSICO DE LA ÉTICA

1.1 Tanteando el terreno

La ética es una parte de la filosofía que reflexiona sobre la moral y por eso

recibe también el nombre de "filosofía moral". Igual que hay dimensiones de la

filosofía que tratan sobre la ciencia, la religión, la política, el arte o el derecho,

también la reflexión filosófica se ocupa de la moralidad y entonces recibe el

nombre de ética2.

Ética y moral se distinguen simplemente en que, mientras la moral forma

parte de la vida cotidiana de las sociedades y de los individuos y no la han

inventado los filósofos, la ética es un saber filosófico; mientras la moral tiene

"apellidos" de la vida social, como "moral cristiana", "moral islámica" o "moral

socialista", la ética los tiene filosóficos, como "aristotélica", "estoica" o "kantiana".

La verdad es que las palabras "ética" y "moral", en sus respectivos orígenes

griego (êthos) y latino (mos), significan prácticamente lo mismo: carácter,

2 A. Cortina, Ética mínima, Tecnos, Madrid, 1986, parte 1; Ética sin moral, Tecnos,

Madrid, 1990, cap. 1; Ética aplicada y democracia radical, Tecnos, Madrid, 1993.

costumbres. Ambas expresiones se refieren, a fin de cuentas, a un tipo de saber

que nos orienta para forjarnos un buen carácter, que nos permita enfrentar la

vida con altura humana, que nos permita, en suma, ser justos y felices. Porque se

puede ser un habilísimo político, un sagaz empresario, un profesional avezado,

un rotundo triunfador en la vida social, y a la vez una persona humanamente

impresentable. De ahí que ética y moral nos ayuden a labrarnos un buen carácter

para ser humanamente íntegros.

Precisamente porque la etimología de ambos términos es similar, está

sobradamente justificado que en el lenguaje cotidiano se tomen como sinónimos.

Pero como en filosofía es necesario establecer la distinción entre estos dos niveles

de reflexión y lenguaje -el de la forja del carácter en la vida cotidiana y el de la

dimensión de la filosofía que reflexiona sobre la forja del carácter-, empleamos

para el primer nivel la palabra "moral" y reservamos la palabra "ética" para el

segundo. Precisamente por moverse en dos niveles de reflexión distintos -el

cotidiano y el filosófico- José Luis Aranguren ha llamado a la moral "moral

vivida", y a la ética, "moral pensada"3.

1.2. ¿Qué es eso de lo moral?

La moral del camello

Por las playas valencianas, hace ya bastantes años, se paseaba un cuerpo

de policía a caballo, velando por la decencia de los trajes de los bañistas. La gente

les llamaba "la Moral". Con esos antecendentes es fácilmente comprensible que la

pobre moral no tuviera muy buena prensa entre las gentes de a pie y que la

identificaran con un conjunto de prohibiciones, referidas sobre todo a cuestiones

de sexo.

Para qué decir si recordamos aquel personaje representado por el actor

Agustín González en la película La Corte del Faraón: el clérigo y profesor de ética,

escandalizado ante las ingenuas alusiones de doble sentido que salpican la obra y

que él califica de "contumaz regodeo en la concupiscencia".

Parecía, pues, que la moral debía consistir en mandatos, encargados de

3 J.L.L. Aranguren, Ética, en Obras Completas, II, Trotta, Madrid, 1994.

amargar la existencia al personal prohibiéndoles cuanto pudiera apetecerles:

cuanto más a contrapelo el mandato, más mérito en cumplirlo. ¿Adónde iba la

pobre moral con este cartel?

Naturalmente, no era esto la moral, ni lo es tampoco actualmente, pero así

lo entendía la gente por razones sociales de peso, entre otras, porque así se lo

habían enseñado. Por eso, cuando oían la palabra "moral" se les venían a las

mientes la policía de la playa, el inquisidor de turno, o la imagen de ese camello

cargado con pesados deberes, que es como Nietzsche describía gráficamente la

moral tradicional del deber. No es extraño que, al oir hablar de moral, la gente se

pusiera inmediatamente en guardia.

La verdad es que si la moral fuera esto, no merecería la pena dedicarle

tantos libros, ni se entendería tampoco por qué está tan de moda hablar de ella, a

no ser que la humanidad sea masoquista o ya no tenga en qué entretenerse. Pero

como no parece que la humanidad en su conjunto esté por el masoquismo, y

motivos de entretenimiento le sobran, habrá que pensar que la moral es otra cosa

y por eso nos preocupa.

Estar en el quicio

Decía Ortega -y yo creo que llevaba razón- que para entender qué sea lo

moral es mejor no situarlo en el par "moral-inmoral", sino en la contraposición,

más deportiva, "moral-desmoralizado"

"Me irrita este vocablo, 'moral' -nos dice en "Por qué he escrito El hombre a

la defensiva". Me irrita porque en su uso y abuso tradicionales se entiende por

moral no sé qué añadido de ornamento puesto a la vida y ser de un hombre o

de un pueblo. Por eso yo prefiero que el lector lo entienda por lo que significa,

no en la contraposición moral-inmoral, sino en el sentido que adquiere

cuando de alguien se dice que está desmoralizado.

Entonces se advierte que la moral no es una performance suplementaria y

lujosa que el hombre añade a su ser para obtener un premio, sino que es el ser

mismo del hombre cuando está en su propio quicio y vital eficacia. Un

hombre desmoralizado es simplemente un hombre que no está en posesión de

sí mismo, que está fuera de su radical autenticidad y por ello no vive su vida,

y por ello no crea, ni fecunda, no hinche su destino"4.

Decir de alguien que es inmoral es acusarle de no someterse a unas

normas, de lo cual puede incluso sentirse muy orgulloso si no las reconoce como

suyas; pero a nadie le gusta estar desmoralizado, porque entonces la vida parece

una losa y cualquier tarea, una tortura.

Por eso, está alta de moral una persona o una sociedad-seguía diciendo

con toda razón Ortega- cuando "está en su quicio y en su plena eficacia vital",

cuando le sobran agallas para enfrentar la vida; está desmoralizado, por contra, el

desquiciado, el que ha perdido la medida humana.

Hoy la moral es un artículo de primera necesidad precisamente porque

nuestras "sociedades avanzadas", con todo su avance, están profundamente

desmoralizadas: cualquier reto nos desborda. No sabemos qué hacer con los

desempleados, con los inmigrantes, con los ancianos y los discapacitados; la

corrupción acaba pareciéndonos bien con tal de ser nosotros quienes la

practiquemos y, por supuesto, que no se nos descubra; no sabemos dónde situar a

los enfermos de sida ni cómo valorar la ingeniería genética. Y todo esto es

síntoma de la falta de vitaminas y de entrenamiento, propia de equipos que ya

sólo saben jugar a la reacción, a la defensiva, pero se sienten incapaces de atacar

porque están bajos de forma, les falta una buena dosis de "moral del Alcoyano";

de esa alta moral de un defensa del Alcoyano que, perdiendo por nueve a cero,

pidió prórroga para ver de empatar.

1.3. Moralita: no "moralina".

¿Y por qué no nos entrenamos? En definitiva, porque aunque la ética está

de moda y todo el mundo habla de ella, nadie acaba de creerse que es importante,

incluso esencial, para vivir. Sea por lo de la policía de la playa o por la moral del

camello, en el fondo a la gente le parece que eso de la moral es simple "moralina",

sermones aburridos y aguafiestas.

Otros vocablos terminados en "ina"

4 José Ortega y Gasset, "Por qué he escrito El hombre a la defensiva", Obras Completas,

Madrid, Revista de Occidente, IV, p. 72.

En realidad "moralina", si miramos el diccionario, viene de "moral", con la

terminación "ina" de "nicotina", "morfina" o "cocaína", y significa "moralidad

inoportuna, superficial o falsa". A la gente le suena en realidad a prédica

empalagosa y ñoña, con la que se pretende perfumar una realidad bastante

maloliente por putrefacta, a sermón cursi con el que se maquilla una situación

impresentable. Y es verdad que la moral se puede instrumentalizar,

convirtiéndola en "moralina", pero también es verdad que es posible

instrumentalizar la política, convirtiéndola en "politiquina", la ciencia en

"cientificina", el derecho en "juridicina", la economía en "economicina" y, sin

embargo, no se han creado esos vocablos.

¿Hay cosa más falsa y nociva que la "politiquina", ese dar a entender que

la salvación viene de la política y de los políticos, que por eso se arrogan poderes

casi omnímodos y acaban devorando a la sociedad civil?

¿Hay cosa más engañosa que la "cientifina", esa fe ciega e irracional en las

palabras de los científicos, buenos o malos, como si "fuera de ellas no hubiera

salvación"?

¿No huele bastante mal una realidad que se trata de encubrir únicamente

con la colonia del derecho, como si crear leyes sin cuento, juridificar la sociedad

hasta las entrañas, fuera la solución a todos los males?

¿Y no es una droga bien dura la "economicina", esa cháchara petulante de

economistas de pacotilla, que nos quieren hacer creer que su ciencia es lo único

serio en el mundo, y que todo lo demás -la solidaridad, la justicia, la esperanza-

son ñonerías de subnormales, pura moralina?

Ciertamente, a todos los saberes humanos se les puede añadir la

terminación "ina" cuando se les instrumentaliza para conseguir prebendas

individuales o grupales y, por contra, todos tienen mucho que aportar cuando se

intenta alcanzar, con toda modestia, aquello que cada uno puede ofrecer. Pero no

deja de ser curioso que sólo a la moral se le añada esa humillante terminación,

como si sólo ella pudiera degenerar en un producto pernicioso. ¿No será que,

tomada en serio, nos obliga a cambiar nuestras formas de vida, y no estamos en

exceso por la labor? ¿No será que la moral más tiene naturaleza de "moralita" que

de "moralina"?

Elogio de la moralita

La "moralita" -decía Ortega- es un explosivo espiritual, tan potente al

menos como su pariente, la dinamita. No se fabrica con pólvora, claro está, sino

con la imagen de lo que es un hombre -varón o mujer- en su pleno quicio y

eficacia vital, con el bosquejo de lo que es un comportamiento verdaderamente

humano.

¿No sería bueno, tal como andan las cosas, ir poniendo potentes cargas de

moralita en lugares vitales de nuestra sociedad? En las escuchas no autorizadas

por un juez con razones contundentes, en el terrorismo criminal, en los pactos

políticos ajenos a la voluntad de los votantes, en los medios de comunicación a los

que no importa informar, sino sólo vender, en la corrupción universitaria... En

todos esos puntos estratégicos que, al saltar por los aires, irían abriendo camino

para una convivencia más presentable. ¿Y por qué no lo hacemos?

Entre otras razones, porque resulta muy sencillo desactivar la moralita,

privarle de su potencial revolucionario. Basta con llamarle "moralina", decir que

es cosa ñoña y empalagosa, propia de mujeres, para que pierda toda su fuerza

explosiva. Como si, por otra parte, la ñoñería y el empalago fueran cosa de

mujeres y no tuviéramos tantos arrestos como cualquier bípedo implume.

Y se dice aquello de "no me digas que me vas a salir ahora con problemas

de conciencia: aquí lo que importa...". Aquí lo que importa es conservar el poder,

aquí lo que importa es el pueblo, caiga la persona que caiga, aquí lo que importa

es ganar dinero, aquí lo que importa es que se beneficien sólo los de casa y no los

de fuera. Y todo lo demás es estúpida moralina.

La perversión de las palabras es la más grave de las perversiones. Cuando

a la escucha telefónica no autorizada la llamamos "seguridad del Estado" -así

llamaban también en Argentina a las desapariciones forzadas de los opositores a

la dictadura-, cuando justificamos el asesinato terrorista recurriendo a la "defensa

del pueblo", cuando convertimos la difamación en libertad de expresión y la

corrupción universitaria en "autonomía de la universidad", entonces hemos

trucado todos los perfiles de la realidad y nos conviene transformar la explosiva

moralita en dulzona moralina.

Ciertamente la realidad acaba siendo inapelable y vuelve por sus fueros, a

pesar de todos los intentos de manipulación. Pero ya han quedado en la cuneta

sin remedio intimidades violadas, muertos, difamados, excluídos, esperanzas e

ilusiones frustradas y una sociedad desmoralizada. Por eso es importante ir

poniendo cargas de moralita revolucionaria en puntos estratégicos de nuestra

vida personal y social: para ir orientando nuestra vida hacia el quicio humano y

la eficacia creadora.

1.4. Orientarse en la vida:

Un saber racional

Por ir precisando términos, diremos que la moral es un tipo de saber que

pretende orientar la acción humana en un sentido racional. Es decir, pretende

ayudarnos a obrar racionalmente, siempre que por "razón" entendamos esa

capacidad de comprensión humana que arranca de una inteligencia sentiente, de

una inteligencia no ajena a los sentimientos y a la experiencia. La razón es capaz

de diseñar esbozos, propuestas, que funcionan como brújulas para guiar nuestro

hacer vital, pero hunde sus raíces en ese humus fecundo de nuestra inteligencia

sentiente, del que en último término se nutre.

Por eso las tradiciones filosóficas empeñadas en abrir un abismo tajante

entre inteligencia, sentimientos y razón nos hacen un flaco servicio: la razón

enraíza en la inteligencia, que es ya sentiente5. La moral es, en este sentido, un

tipo de saber racional.

Un saber que orienta la acción

Ahora bien, a diferencia de los saberes también racionales pero preferente-

mente teóricos (contemplativos), a los que no importa en principio orientar la

acción, la moral es esencialmente un saber práctico: un saber para actuar.

Pero no sólo para actuar en un momento puntual, como ocurre cuando

queremos fabricar un objeto o conseguir un efecto determinado, que echamos

5 Xavier Zubiri, Inteligencia sentiente, Madrid, Alianza, 1980. Por esta línea caminan

también los trabajos de José Antonio Marina, Teoría de la inteligencia creadora,

mano del saber técnico o del artístico. El saber moral, por el contrario, es el que

nos orienta para actuar racionalmente en el conjunto de nuestra vida,

consiguiendo sacar de ella lo más posible; para lo cual necesitamos saber ordenar

inteligentemente las metas que perseguimos6.

Por eso, desde los orígenes de la ética occidental en Grecia, hacia el siglo

IV a.J.C., suelen realizarse dos distinciones en el conjunto de los saberes

humanos:

1) Una primera entre los saberes teóricos, preocupados por averiguar ante

todo qué son las cosas, sin un interés explícito por la acción, y los saberes

prácticos, a los que importa discernir qué debemos hacer, cómo debemos orientar

nuestra conducta.

2) Y una segunda distinción, dentro de los saberes prácticos, entre aquellos

que dirigen la acción para obtener un objeto o un producto concreto (como es el

caso de la técnica o el arte) y los que, siendo más ambiciosos, quieren enseñarnos

a obrar bien, racionalmente, en el conjunto de nuestra vida entera, como es el caso

de la moral7.

1.5. Diversas formas de saber moral

Ahora bien, las sencillas expresiones "racional" y "obrar racionalmente" son

más complejas de lo que parece, porque a lo largo de la historia han ido ganando

diversos significados, que han obligado a entender el saber moral también de

diferente manera. Cuatro, al menos, de esos modos de entender lo moral son

esenciales en la historia de la ética de Occidente8, por eso los comentaremos de

forma muy breve y en la segunda parte de este trabajo extraeremos consecuencias

de ellos para la educación moral.

1) Búsqueda prudencial de la felicidad.

Según una tradición que arranca de Aristóteles, concretamente de la Ética a

Nicómaco, obra moralmente quien elige los medios más adecuados para alcanzar

la felicidad, entendida como autorrealización.

En definitiva -piensa esta tradición- las personas tendemos necesariamente

Barcelona, Anagrama, 1993; Ética para náufragos, Barcelona, Anagrama, 1995.

6 Adela Cortina (ed.), Diez palabras clave en ética, VD, Estella, 1994.

7 Aristóteles, Ética a Nicómaco, libro VI, caps. 2, 3 y 4.

8 A. Cortina, Ética aplicada y democracia radical, Tecnos, Madrid, 1993, cap. 11.

a la felicidad, de forma que la felicidad es el fin natural de nuestra vida. Pero no

sólo el fin natural, sino también el fin moral, porque alcanzarlo o no depende de

que sepamos elegir los medios más adecuados para llegar a ella y de que

actuemos según lo elegido.

Obrar moralmente es entonces lo mismo que obrar racionalmente, siempre

que entendamos aquí por "razón" la razón prudencial, que nos aconseja elegir los

medios oportunos para ser feliz. ¿Y quién es prudente?

Aquél que, al elegir, no tiene en cuenta sólo un momento concreto de su

vida, sino lo que le conviene en el conjunto de su existencia. Por eso sopesa los

bienes que puede conseguir y establece entre ellos una jerarquía para obtener en

su vida el mayor bien posible. Quien elige pensando sólo en el presente y no en el

futuro es imprudente y, lo que es idéntico, inmoral.

Una propuesta semejante aconseja, sin duda, cuidar el presente -aceptar la

invitación al "carpe diem"-, pero sobre todo tener conciencia de que la elección de

cada día tiene repercusiones para el futuro, percatarse de que el pan de hoy

puede ser hambre para mañana. El prudente no es entonces "presentista", sino

que sopesa y pondera los bienes que elige en el momento concreto, de modo que

en la "cuenta de resultados" de la vida toda surja el mayor bien posible.

A la tradición que entiende así la vida moral se le conoce como

"eudemonismo" (de "eudaimonía", que significa "vida buena”, “felicidad" en el

sentido de autorrealización plena), y permanece hasta nuestros días, con especial

vigencia en la Edad Media, en filosofías como las de Averroes (s. XII) o Sto.

Tomás de Aquino (s. XIII). Hoy surge con fuerza en el llamado "movimiento

comunitario" (Alasdair MacIntyre, Michael Walzer, Benjamin Barber), en la

hermenéutica (Hans-Georg Gadamer), y en la vertiente de la ética zubiriana que

se refiere a la "moral como contenido".

2) Cálculo inteligente del placer.

También en el mundo griego nace otro modo de entender el saber moral y

el modo de funcionar en él de la racionalidad, que es el propio del hedonismo (

de "hedoné", que significa "placer").

Según los hedonistas, puesto que, como muestra la más elemental de las

psicologías, todos los seres vivos buscan el placer y huyen del dolor, tenemos que

reconocer que el móvil del comportamiento animal y del humano es el placer.

Pero, a la vez, que el placer es también el fin al que se dirigen todas nuestras

acciones y el fin por el que realizamos todas nuestras elecciones. De donde se

sigue -concluyen- que el placer es el fin natural y moral de los seres humanos.

¿Quién obra moralmente entonces?

El que sabe calcular de forma inteligente, a la hora de tomar decisiones,

qué opciones proporcionarán consecuencias más placenteras y menos dolorosas,

y elige en su vida las que producen mayor placer y menor dolor.

Desde esta perspectiva, la moral es el tipo de saber que nos ayuda a

calcular de forma inteligente las consecuencias de nuestras acciones para lograr

el máximo de placer y el mínimo de dolor. Pero el máximo y el mínimo ¿para

quién?

En la tradición hedonista se produce un cambio trascendental desde el

mundo griego al moderno al intentar contestar a esta pregunta, porque el

primero entiende que cada individuo tiene que procurar maximizar su placer y

minimizar su dolor, mientras que el hedonismo moderno (utilitarismo) propone

como meta moral lograr la mayor felicidad (el mayor placer) del mayor número

posible de seres vivos. Es esencial, pues, aprender a calcular las consecuencias de

nuestras decisiones, teniendo por meta la mayor felicidad del mayor número, y

actuar de acuerdo con los cálculos.

El hedonismo nace en el siglo IV a. J.C. de la mano de Epicuro de Samos y

sigue también vigente en nuestros días. Los representantes clásicos del

hedonismo social o utilitarismo son, fundamentalmente, Jeremy Bentham, John

Stuart Mill (con su libro El Utilitarismo) y Henry Sigdwick. En la actualidad el

utilitarismo sigue siendo potente en la obra de autores como Urmson, Smart,

Brandt, Lyons, en las teorías económicas de la democracia y ha tenido una gran

influencia en el nacimiento del "Estado del bienestar".

3) Respeto a lo que es en sí valioso.

A fines del siglo XVIII Immanuel Kant cambia el tercio en lo que se refiere

al modo de entender el saber moral. Es evidente -afirma- que, por naturaleza,

todos los seres vivos tienden al placer y que todos los seres humanos queremos

ser felices. Pero precisamente los fines que queremos por naturaleza no pueden

ser morales, porque no podemos elegirlos. La naturaleza es el reino de la

necesidad, no el de la libertad, por mucho que podamos elegir entre los medios.

Por eso serán fines morales los que podemos proponermos libremente, y no los

que ya nos vienen impuestos por naturaleza. ¿Cuáles son esos fines?

Para responder a esta pregunta Kant cree tener una buena ayuda: las

personas tenemos conciencia de que hay determinados mandatos que debemos

seguir, nos haga o no felices obedecerlos. Cuando digo que "no se debe matar" o

que "no hay que ser hipócrita", no estoy pensando en si seguir esos mandatos

hace feliz o no, sino en que es inhumano actuar de otro modo. El asesino, el

hipócrita no están actuando como auténticas personas. ¿De dónde surgen estos

mandatos, si no es de nuestro deseo de felicidad?

La respuesta que da Kant abre un nuevo mundo para la moralidad: esos

mandatos surgen de nuestra propia razón que nos da leyes para comportarnos

como auténticas personas. Y un ser capaz de darse leyes a sí mismo desde su

propia razón es, como su nombre indica, un ser autónomo.

Por eso las normas morales mandan sin condiciones y no prometen la

felicidad a cambio; sólo prometen realizar la propia humanidad. De ahí que se

expresen como mandatos (imperativos) categóricos, incondicionados. Ser

persona es por sí mismo valioso, y la meta de la moral consiste en querer serlo

por encima de cualquier otra meta: en querer tener la buena voluntad de cumplir

nuestras propias leyes.

La razón que proporciona esas leyes morales no es la razón prudencial ni

la razón calculadora, sino la razón práctica, que orienta la acción de forma

incondicionada.

Kant defendió esta posición por primera vez en su obra Fundamentación

de la Metafísica de las Costumbres y, aparte del gran número de kantianos que ha

habido y sigue habiendo, actualmente no existe ni una sola ética que se atreva a

prescindir de la afirmación kantiana de que las personas son absolutamente

valiosas, fines en sí, dotadas de dignidad y no intercambiables por un precio.

4) Saber dialogar en serio.

A partir de los años 70 Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas, profesores de

la Universidad de Frankfurt, proponen continuar la tradición de la ética kantiana,

pero superando sus insuficiencias. Los creadores de lo que se llama "ética

del discurso" están de acuerdo con Kant en que el mundo moral es el de la

autonomía humana, es decir, el de aquellas leyes que los hombres nos damos a

nosotros mismos. Precisamente porque nos las damos, podemos promulgarlas o

rechazarlas, aceptarlas o abolirlas.

Sin embargo, discrepan de Kant -entre otras cosas- a la hora de determinar

qué significa "nos damos nuestras propias leyes". Porque así como Kant entiende

que cada uno de nosotros ha de decidir qué leyes cree que son propias de las

personas, consideran los autores que comentamos que deben decidirlo los

afectados por ellas, después de haber celebrado un diálogo en condiciones de

racionalidad.

La razón moral -concluyen- no es una razón práctica monológica, sino una

razón práctica dialógica: una racionalidad comunicativa. Las personas no

debemos llegar a la conclusión de que una norma es ley moral o es correcta

individualmente, sino a través de un diálogo. Pero no a través de cualquier

diálogo, sino a través de un diálogo que se celebre entre todos los afectados por

las normas y que llegue a la convicción por parte de todos de que las normas son

correctas, porque satisfacen los intereses de todos.

Evidentemente, no es así como se decide normalmente si una norma es o

no correcta, pero así es como debería decidirse.

Saber comportarse moralmente significa, desde esta perspectiva, dialogar

en serio a la hora de decidir normas, teniendo en cuenta que cualquier afectado

por ellas es un interlocutor válido y como tal hay que tratarle.

Esta posición recibe indistintamente los nombres de "ética dialógica", "ética

comunicativa" o "ética discursiva", y tiene hoy en día seguidores en un buen

número de países.

******************************

Éstos son, pues, cuatro modos de entender cómo comportarse en la vida

de una forma moral. Ciertamente, la historia de la ética nos ha pertrechado de

otros modelos, pero como estos cuatro constituyen la clave para comprender los

restantes, vamos a darnos por satisfechos con ellos, al menos en una primera

aproximación.

TIPOS DE

RACIONALIDAD

CARACTERISTICAS

PRUDENCIAL

(tradición

aristotélica)

1. Fin último natural y moral: felicidad (lo que conviene a

una persona en el conjunto de su vida).

2. Ámbito moral: el de la racionalidad que delibera sobre

los medios más adecuados para alcanzar un fin.

CALCULADORA

(tradición utilita-

rista)

1. Fin último natural y moral: felicidad (el máximo de

placer y el mínimo de dolor).

2. Ámbito moral: el de la maximización del placer y la

minimización del dolor para todos los seres sentientes.

3. Criterio moral: entre dos cursos de acción elegir aquél

cuyas consecuencias procuran el mayor placer al mayor

número.

PRÁCTICA

(tradición

kantiana)

1. Fin moral: conseguir una buena voluntad, que se guíe

por las leyes que nos damos a nosotros mismos.

2. Ámbito moral: el de las leyes que nos hacen

verdaderamente personas. Es decir, el de nuestra

autonomía.

3. Criterio moral: elegir las normas que pueden

expresarse como imperativos categóricos.

1. Fin moral: conseguir una voluntad dispuesta a entablar

un diálogo racional con todos los afectados por una

COMUNICATIVA

(tradición

dialógica)

norma a la hora de decidir si es o no correcta.

2. Ámbito moral: el de las normas que afectan a los seres

humanos.

3. Criterio: que satisfagan intereses universalizables.

5. Los vecinos de la moral: derecho y religión

Moral, derecho y religión tratan de dar orientaciones para las acciones

humanas y, en este sentido, se les considera como saberes prácticos. Ahora bien,

precisamente porque los tres coinciden en serlo, existe una pronunciada

tendencia a confundirlos, o bien a pensar que basta con alguno de ellos para vivir

y que los dos restantes están de más. Sin embargo, no es así: moral, derecho y

religión son necesarios para la vida humana, aunque es verdad que están

estrechamente relacionados entre sí y que se complementan.

Moral y religión

En principio, si estar alto de moral es estar en el quicio humano, también

las religiones buscan llevar a las personas a su plenitud vital. Aunque de ellas se

han dicho muchas tonterías, nacieron para responder al afán de salvación que

experimentamos; un afán de salvación que, al menos en las tres religiones

monoteístas (judaísmo, cristianismo, Islam), se refiere sobre todo al anhelo de

librarse del mal voluntario (el pecado), de la muerte y de algo casi peor que el

pecado y la muerte: el sinsentido, la convicción de que el origen y la meta de cada

persona y de la humanidad en conjunto es o bien la pura casualidad o bien el

absurdo9.

La religión -como decía Immanuel Kant- trata de responder a la pregunta

"¿qué puedo esperar?", más que a la pregunta "¿qué debo yo hacer?"10. Su lugar

más propio en el conjunto de saberes prácticos es, pues, el ámbito de la

9 Hans Küng et alii, El cristianismo y las grandes religiones, Madrid, 1987.

10

Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, A805 B 833.

esperanza, no tanto el del deber11.

Por eso Ernst Bloch, uno de los filósofos que ha dedicado sus energías a

investigar si es posible para los seres humanos la esperanza en un mundo mucho

más humanizado, dedicó a la religión un buen espacio12. En algún momento de

su trabajo pensaba Bloch que la finalidad de la religión -salvar al hombre- es más

fácil de alcanzar que la meta del socialismo, que consiste en alimentarlo. Sin

embargo, en sus últimos trabajos invierte los términos: es más fácil, siendo difícil,

lograr la justicia que la salvación.

"Un sabio antiguo decía -y se quejaba- que es más fácil redimir el

hombre que alimentarlo. El futuro socialismo, precisamente cuando todos los

invitados se hallen sentados a la mesa, cuando puedan sentarse, tendrá ante sí,

como particularmente difícil, la usual inversión de esta paradoja: es más fácil

alimentar al hombre que redimirlo"13

Y es que las religiones nacen de la experiencia vivida por personas

concretas y por pueblos concretos de que Dios salva del pecado, de la muerte y

del absurdo, lo cual tiene mucho que ver -todo que ver- con alcanzar la

felicidad14. Pero desgraciadamente en muchas ocasiones se han olvidado de que

Dios es "el que salva" y se han empeñado en que es "el que manda", sobre todo,

"el que prohíbe", con lo cual algunos de sus representantes han acabado vigilando

bañistas y cosas similares, igual que una moral mal entendida.

Como es natural, toda religión lleva aparejada una moral, unas

orientaciones para la forja del carácter y para adquirir hábitos humanos, y las

actuales morales tienen todas en muy buena

medida orígenes religiosos. Pero en Occidente el proceso de modernización

supuso el retroceso de las imágenes religiosas del mundo y, en consecuencia, la

moral fue independizándose paulatinamente de la religión, y tratando de buscar

un fundamento racional, común a creyentes y no creyentes15. Lo cual -como

11

Olegario González de Cardedal, Raíz de la esperanza, Sígueme, Salamanca, 1995.

12

Ernst Bloch, El principio esperanza, Aguilar, Madrid, 1977; Ateísmo en el

cristianismo, Taurus, Madrid, 1983.

13

Ernst Bloch, Ateísmo en el cristianismo, p. 253.

14

Adela Cortina, Ética civil y religión, PPC, Madrid, 1995.

15

Adela Cortina, Ética mínima, sobre todo caps. 5, 6 y 7.

dijimos- no significa que en ella no tenga una parte fundamental el sentimiento,

que por supuesto la tiene, sino que una moral racional ha de ser aceptable por

toda persona, sea creyente o no.

Una ética civil

Este proceso de independización de la moral con respecto a la religión ha

culminado en una "ética cívica" o "ética civil".

Llamamos "ética cívica" al conjunto de valores morales que ya comparten

los distintos grupos de una sociedad moralmente pluralista y que les permiten

construir su mundo juntos precisamente por compartir esa base común.

La ética civil es una ética laica, y no religiosa ni tampoco laicista, porque

no recurre expresamente a Dios para señalar dónde está el "quicio humano" de

que hablábamos, pero tampoco se empeña en que alcanzar ese quicio exige

eliminar la religión, cosa que sí dice una ética laicista16. Por eso, como ética laica,

intenta encontrar un criterio para marcar ese quicio y un fundamento para él que

pueda ser admitido por cualquier persona, sea cual fuere su fe religiosa, su

ateísmo o su agnosticismo.

Ahora bien, es importante recordar que una ética cívica situada a la altura

de nuestro tiempo, como es el caso de la ética civil propia de las democracias

liberales pluralistas, difiere poco en el contenido del de una moral religiosa,

igualmente situada a la altura del tiempo; sobre todo, en lo que se refiere a unos

mínimos de justicia. Porque una y otra exigen que se respeten los derechos

humanos, valoran la libertad, la igualdad y la solidaridad, rechazan la

intolerancia y la tolerancia pasiva, y apuestan por una actitud dialógica para

resolver los conflictos.

¿Qué aportan entonces las religiones? La experiencia de salvación, la

esperanza de vida futura, la redención de los que en el pasado perecieron a

manos de la injusticia, la superación de la soledad radical por el diálogo con un

"Tú" a la vez diferente y, sin embargo, totalmente íntimo a cada persona.

16

Adela Cortina, Ética de la sociedad civil, Anaya, Madrid, 1994, cap. 8: Ética civil y

religión, cap. 3.

Moral y derecho: ¿Un mundo de normas?

Prácticamente todos los manuales de introducción al derecho dedican un

capítulo a señalar las semejanzas y diferencias entre derecho y ética, porque son

dos tipo de saber tan estrechamente ligados entre sí que en ocasiones se

confunden y parece que basta con cumplir las normas jurídicas para actuar de

una forma moralmente correcta.

Sin embargo, se trata de dos tipos de saber que -como hemos dicho- están

estrechamente unidos, guardan una gran semejanza entre sí y son

complementarios, pero no se identifican. Comentaremos en este apartado en

qué se asemejan y en los dos siguientes, en qué difieren y en qué resultan

complementarios.

* En primer lugar, moral y derecho se asemejan, no sólo porque ambos

son saberes prácticos que intentan orientar la conducta individual e institucional,

sino también porque los dos se sirven de normas para orientar la acción.

En el caso del derecho, podemos decir que se trata sobre todo de un

mundo de normas, que se articulan en diversos códigos, de modo que los

ciudadanos sepan qué tipo de conducta se espera de ellos. El derecho es, no sólo

una saber práctico, sino eminentemente un saber que proporciona normas.

También la moral da normas, especialmente cuando se ocupa de

cuestiones de justicia y cuando quiere orientarnos hacia la humanización y no

hacia la deshumanización. Pero el ámbito de lo moral es bastante más amplio que

el de las normas y se adentra en ideales de vida buena y en propuestas de

humanización que van más allá de las simples normas.

* Por otra parte, las semejanzas entre ambos se acrecientan cuando algunos

éticos de tradición kantiana, como es el caso de los representantes de la ética

discursiva, insisten en que es tarea de la ética determinar cuáles son los

procedimientos que nos garantizan que una norma es moralmente correcta. Las

normas morales nacen en los distintos campos de la vida cotidiana y la ética

debería mostrarnos cuáles son los procedimientos racionales para decidir que una

norma es correcta.

El procedimiento consistiría, según dicha ética, en establecer un diálogo

entre todos los afectados por la norma, que se celebrara en condiciones de

simetría, es decir, que todos tuvieran posibilidad de intervenir, replicar y

defender los propios intereses en igualdad de condiciones. Podríamos decir que

la norma es correcta cuando todos los afectados, actuando como interlocutores en

el diálogo, llegaran a la conclusión de que la norma les parece correcta porque

satisface intereses generalizables.

No se trataría, pues, de llegar simplemente a un pacto de intereses

sectoriales, sino a la adhesión de todos los afectados por la norma que, tras

participar en el diálogo en condiciones de simetría, consideran de modo unánime

que la norma es correcta.

Esta consideración de la ética como saber que se ocupa de los

procedimientos por los que sabemos si una norma es correcta, la ha aproximado

al derecho que también trata de formular los procedimientos adecuados para fijar

una norma, aunque en este caso, jurídica.

El derecho viene "de fuera"

En lo que se refiere a las diferencias entre moral y derecho, conviene

recordar que no proceden tanto del contenido, en ocasiones idéntico, como de la

forma en que obligan las normas morales y las jurídicas. Por ejemplo, normas

como "no matar" o "no mentir" son tanto normas jurídicas como morales, y

reconocemos si son una cosa u otra ante todo por cuatro elementos formales:

cuál es su origen (quién está legitimado para promulgarlas), quién está

capacitado para obligar a cumplirlas, cuál es el tipo de sanción que puede

recibirse por transgredirlas, de quién cabe esperar cumplimiento.

1) Las normas jurídicas son promulgadas por los órganos competentes del

Estado, mientras que las morales proceden del propio sujeto autónomo.

2) Es el Estado el que está legitimado para exigir que se cumplan las

normas jurídicas mediante coacción, mientras que en el caso de lo moral el sujeto

se "autobliga".

3) Es también el Estado quien tiene el poder de castigar a quien transgrede

normas legales. Y por eso, para no ser arbitrario tiene que tipificar los posibles

delitos y fijar las sanciones correspondientes. En el mundo moral, no hay más

sanción que el remordimiento que experimenta quien ha violado su propia ley.

Son estas tres razones, en principio, las que hacen del derecho un tipo de

legislación que la persona experimenta como "externa", como viniendo "desde

fuera". Por eso puede decirse que para obedecer normas jurídicas podemos

tener razones estratégicas, mientras que para obedecer normas morales no

puede existir ninguna razón estratégica: atenerse a los mandatos morales

interesa por sí mismo o no interesa en absoluto. Alguien puede considerar una

ley jurídica inadecuada, pero cumplirla por estrategia, por miedo a la sanción;

mientras que para sentirse obligada moralmente una persona necesita estar

convencida de que la norma es correcta: nadie, salvo ella misma, le va a

sancionar si no la cumple.

4) Esta situación explica algo que ocurre en el mundo jurídico y no en el

moral. Desde el punto de vista jurídico, el desconocimiento de una ley no exime

de su cumplimiento; y, por lo tanto, si alguien transgrede una ley por ignorancia,

podrá considerarse tal ignorancia como una circunstancia atenuante, pero no

como eximente. Mientras que desde el punto de vista moral el desconocimiento

de una norma sí exime de su cumplimiento, porque aquí la intención de quien

obra es, no sólo importante, sino esencial.

Así ocurre que las personas podemos llegar a vivir el mundo jurídico

como un mundo extraño, incluso en los países democráticos en los que hemos

elegido a nuestros presuntos representantes. Porque cuando se produce un

intenso proceso de juridificación, es decir, cuando todos los ámbitos de la vida

social se van regulando hasta el punto de que los ciudadanos son humanamente

incapaces de conocer la legislación en su totalidad, aumenta en ellos la sensación

de que ese inabarcable mundo no es cosa suya: de que en él son totalmente

heterónomos. Y eso, lógicamente, es perverso en una democracia, que se supone

es el "gobierno del pueblo".

Acercar la legislación al ciudadano en el doble sentido de que sea la que

él podría querer y de que la conozca, así como las razones por las que se

promulga, es un deber moral. Porque ya que resulta imposible que en el mundo

jurídico cada uno legisle, al menos que los presuntos representantes formulen las

leyes pensando en lo que cada ciudadano podría querer, traten de darlas a

conocer y expliquen las razones por las que las promulgan.

No bastan las normas jurídicas para que una sociedad sea justa

Para que una sociedad sea justa no bastan las leyes jurídicas, al menos por

las siguientes razones:

1) Las leyes jurídicas no siempre protegen suficientemente todos los

derechos que son reconocidos por una moral cívica.

2) A veces exigen comportamientos que no parecen justos a quienes se

saben obligados por ellas.

3) Las reformas legales son lentas y una sociedad no siempre puede

esperar a que una forma de actuación esté recogida en una ley para considerarla

correcta. Por eso muchas veces la ética se anticipa al derecho.

4) Por otra parte, este tipo de leyes no contempla ciertos casos particulares

que, sin embargo, requieren consideración.

5) Por último, "juridificar" es propio de sociedades con escasa libertad. En

las sociedades más libres la necesidad de la regulación legal es menor porque los

ciudadanos actúan correctamente.

6) Aunque parezca que las normas jurídicas que protegen derechos

fundamentales garanticen esa protección en mayor medida que las normas

morales, es decir, aunque parezca que son más eficaces, lo bien cierto es que su

capacidad protectora es muy limitada. Las leyes pueden eludirse, manipularse y

tergiversarse; sobre todo, por parte de los poderosos. Por eso creo que la única

garantía de que los derechos se respeten consiste en que las personas estén

convencidas de que vale la pena hacerlo. Podríamos decir que "una convicción

moral vale más que mil leyes".

Por tanto, sin atender a la dimensión moral de las personas, es imposible

que una sociedad sea justa.

CAPÍTULO 2. RASGOS DE LOS ACTUALES HABITANTES DEL MUNDO

ÉTICO

2.1. Una ética de andar por la calle

Presentar la ética de nuestros días -aquí, la ética; aquí, un lector- no es

tarea fácil, pero podríamos emprenderla diciendo que goza de excelente salud,

hasta el punto de que los especialistas en descabellar ideologías con la puntilla de

un "post", llenando los cementerios de cadáveres -postmodernidad,

postcapitalismo, postsocialismo- no han podido todavía mandarla al mundo de la

"post-ética". Y eso que gentes como Lipovetsky han corrido el rumor de que la

moral, tan cercana a la ética, ha pasado al otro mundo, quedando el nuestro

convertido en un mundo "postmoralista"17. Pero en estas calumnias del

postmoralismo entraremos más adelante, por ahora nos basta con recordar que la

ética rebosa salud. ¿De dónde le viene su lozanía?

Le viene, simple y llanamente, de haberse atrevido a salir de las aulas y los

anaqueles, donde se repite hasta el aburrimiento qué dijo Platón y qué Heidegger

y huele a rancio, para enfrentarse a los problemas de la vida cotidiana e intentar

encontrarles soluciones.

Pasaron para ella los tiempos de la impunidad, en que el filósofo

justificaba el sueldo con una jerga esotérica y enrevesada, de la que el público no

sacaba nada en claro. Hoy la gente se ha hecho más lista y reclama sus derechos:

"bien está -dice- que reflexionen ustedes pero, si quieren ganarse el sueldo,

dígannos algo para la vida cotidiana, y algo que se entienda".

El derecho a entender es un derecho humano que la filosofía ha

despreciado demasiado tiempo y por eso al gran público no suele interesarle.

También la ética ha caído en ese defecto y en el de hablar de cosas que no le

importan prácticamente a nadie, tarea a la que se dedicó hasta hace bien poco

tiempo, en parte por deformación profesional, en parte por motivos serios.

2.2 Ética intrascendente

En efecto, desde hace algunas décadas empezó la ética a profesar una

vocación de intrascendencia verdaderamente llamativa. Dejó en segundo término

aquellas cuestiones que siempre le habían preocupado -¿en qué consiste el bien?

17

Giles Lipovetsky, El crepúsculo del deber, Madrid, Anagrama, 1992.

¿qué hacer para ser justos?- y se devanaba el seso en asuntos que a nadie

interesaban ("¿es posible deducir lo permitido de lo obligado?" "Si digo a alguien

'usted debería jugar mejor al tenis', ¿qué estoy queriendo decirle...?"). ¿Por qué los

éticos abandonaban el barco de las cuestiones importantes y se arrojaban al mar

de lo intrascendente? Tres razones, al menos, podríamos aducir para

explicar este desaguisado.

1) Aclarar el lenguaje

La primera de ellas consistió en percatarse de que la mayor parte de

discusiones y desacuerdos que se producen en la moral procede simplemente de

falta de entendimiento en el lenguaje.

Si yo digo que "esto es justo" y tengo por "justo" aquello que cada quien

debe tener para llevar adelante una vida digna, y, sin embargo, mi interlocutor

tiene por "justo" lo que cada uno se merece por el esfuerzo que ha puesto, no nos

entenderemos y pasaremos discutiendo una buena cantidad de tiempo, hasta que

nos daremos cuenta de que, sencillamente, entendíamos cosas distintas por la

misma palabra.

O si digo "la eutanasia es inhumana", y para mi "eutanasia" significa

eliminar a los recién nacidos que tienen taras, y mi interlocutor entiende por

"eutanasia" incluso rechazar el encarnizamiento terapéutico, está claro que

tardaremos en entendernos, por lo menos, tanto tiempo como necesitemos para

darnos cuenta de que lo que pasa es que hablamos de cosas distintas.

Con los cual muchos éticos llegaron a la conclusión de que lo mejor era

dedicarse a analizar el lenguaje moral, para tratar de aclarar nuestros

desacuerdos, y no empeñarse en hacer "ética normativa", es decir, no empeñarse

en dar normas. Ya a principios del siglo XX había nacido una corriente ética de

análisis del lenguaje moral de la mano de E.G. Moore18, y hace unas décadas se

puso de moda, en parte, por este deseo de aclarar el lenguaje moral.

2) La obsesión por la neutralidad

Una segunda razón para limitar el quehacer de la ética a esta tarea, que dio

18

G.E. Moore, Principia Ethica, 1903 (hay trad. cast. en UNAM, México, 1983). Para la

evolución de la filosofía del análisis del lenguaje moral ver José Hierro, Problemas del

análisis del lenguaje moral, Tecnos, Madrid, 1970; W.H. Hudson, La filosofía

contemporánea, Alianza, Madrid,

en llamarse "metaética" por distinguirse de la ética normativa, consistió en

satisfacer el afán de objetividad que invadió al mundo del saber en la segunda

mitad del siglo XIX y primera del XX19.

Ya en 1919, en su célebre conferencia "Ciencia como vocación" Max Weber

había afirmado que el auténtico científico es aquél que se atiene a los hechos,

prescindiendo de las valoraciones, porque quien, al dedicarse a un saber,

introduce valoraciones, está introduciendo sus creencias subjetivas y no

ateniéndose a los hechos. El científico, dirá Weber, debe estar dotado de "la

probidad intelectual necesaria" para comprender que existen dos tipos de

problemas heterogéneos: la constatación de los hechos y la respuesta a la pre-

gunta por el valor de la cultura y, dentro de ella, de cuál debe ser el comporta-

miento del hombre en la comunidad cultural y en las asociaciones políticas20.

A esta convicción de que un saber, para ser científico, no debe hacer

valoraciones se ha llamado el Principio de Neutralidad de las ciencias; y, de tal

modo ha sido una obsesión hasta hace bien poco, que también los éticos se

empeñaron en hacer de la ética un saber neutral, un saber objetivo: si la ética

quería ser una ciencia, tenía que ser neutral, y para eso el procedimiento más

expeditivo consistía en limitarse a estudiar el lenguaje de la moral, pero sin hacer

ella misma valoraciones21.

3) El complejo de Pepito Grillo

La tercera razón tuvo unas raíces más bien sociales. Si la ética orienta de

alguna manera la acción -se preguntaban los éticos-, ¿significa esto que hemos de

decirle a la gente lo que debe hacer? ¿Y quiénes somos -continuaban- para hacer

tal cosa?

De hecho, los moralistas de diversas religiones orientan a las demás

personas, pero no desde un saber que poseen por méritos propios, sino desde un

saber que heredan de su iglesia o grupo religioso. Sin embargo, los éticos

reflexionan por cuenta propia y no merecen más crédito que el que su misma

19

Hans Albert, Ética y metaética, Cuadernos Teorema, Valencia, 1978.

20

Max Weber, El político y el científico, Madrid, Alianza, 1980.

21

Karl-Otto Apel, La transformación de la filosofía, Taurus, Madrid, 1985, vol. II, pp.

344 ss.

reflexión pueda inspirar. ¿Quién les ha dado la credencial para informarnos

acerca de lo que debemos hacer para ser justos y felices?

El temor a prescribir -el temor a convertirse en "Pepito Grillo"- fue, pues, la

tercera de las razones que indujo a la ética desde hace algunas décadas a rechazar

cualquier intento de ética normativa y a dedicarse a un tipo de ética descriptiva: a

describir qué es lo que hacemos cuando usamos el lenguaje moral y qué

significan los términos que lo componen, es decir, a limitarse o hacer filosofía del

análisis del lenguaje moral, también llamada "metaética"22.

Este tipo de ética continúa boyante en muchos lugares de nuestro planeta,

sin embargo, ha perdido la hegemonía de que gozó en tiempos.

Por una parte, porque los éticos empezaron a cansarse de no hacer otra

cosa que hablar de qué queremos decir cuando decimos "bueno" o "justo", y a

pensar que esta aclaración de términos muy bien podía ser una parte de la ética,

pero no la única tarea23. Por otra parte, porque descubrieron, como muchos

otros científicos obsesionados por lograr saberes "puros", que tal cosa no existe.

No hay ningún saber humano en el que no introduzcamos valoraciones. Incluso

si hacemos algo tan modesto como aclarar el significado del término "bueno",

estamos introduciendo el modo de entenderlo y usarlo de la cultura en la que

hemos sido educados, y, por lo tanto, estamos prescribiendo a la gente qué tiene

que entender por "bueno"24.

Pero también sucedió, con todos estos dimes y diretes, que al público la

ética dejó de interesarle por completo. Los moralistas podían decir cosas

discutibles, e incluso irritantes, pero, por lo menos, decían algo que se podía

discutir o podía irritar; mientras que los éticos se enredaban en interminables

análisis de términos, juicios y razonamientos, de los que un ciudadano normal no

sacaba más claridad, sino un solemne aburrimiento y, aunque resulte curioso,

todavía más confusión. Con lo cual la poca clientela que podía interesarse por

estos asuntos acabó dejando la tienda vacía.

Y la ética se refugió en las aulas y los anaqueles, donde el polvo del

22

Javier Muguerza, Presentación a Mary Warnock, Ética contemporánea, Labor,

Barcelona, 1968, pp. 5-14.

23

Javier Muguerza, La razón sin esperanza, Taurus, Madrid, 1976.

24

Karl-Otto Apel, La transformación de la filosofía, II, pp. 363 ss.

desinterés ciudadano cubre los lomos de los libros.

2.3. Nació la filosofía para dar razón

Bien es verdad que en esas aulas acabó encontrando algunos temas, que

hubieran sido de interés para el público si se le hubieran explicado con alguna

claridad, por ejemplo, el de la fundamentación de la moral.

¿Por qué debo?

Hasta hace algo más de una década los éticos invirtieron buena parte de su

tiempo en investigar si es posible encontrar un fundamento para lo moral, y

creían adecuado formular la pregunta por él de la siguiente forma "¿por qué

debo obedecer normas morales?".

En definitiva, la mayor parte de los ciudadanos ignórabamos esas sutilezas

de que la moral habla de unas formas de vida más humanas que otras, y

habíamos sido educados simplemente en la convicción de que la moral consistía

en un conjunto de deberes, y además en unos deberes que normalmente iban en

contra de nuestras apetencias y deseos. No era, pues, raro que la gente, cuando se

decía que esos deberes eran sagrados, preguntara: ¿por qué?

Mientras la respuesta válida para la sociedad en su conjunto fue religiosa,

el problema parecía quedar resuelto con un "porque eso es lo que Dios quiere" o

"porque es lo que enseña la Iglesia". En realidad, el problema no se resolvía, sino

que se trasladaba a una reflexión ulterior, que con respuestas como éstas quedaba

pendiente25.

Por su parte los filósofos llevaban siglos intentando fundamentar la moral

y encontrar una respuesta que no valiera sólo para los creyentes, y así habían ido

encontrando, entre otras, respuestas muy relacionadas con las formas de entender

lo moral que ya hemos comentado.

Si tenemos que cumplir unos deberes o practicar unas virtudes -decían- es

por razones como las siguientes:

Los seres humanos queremos ser felices, es decir, realizar nuestro modo de

25

Adela Cortina, Ética civil y religión, pp. 113 ss.

ser más propio, y para eso cumplir algunos deberes resulta ineludible

(eudaimonismo).

Los hombres queremos obtener todo el placer posible y a veces es

necesaria la obediencia a esos deberes para conseguirlo (hedonismo).

Los seres racionales tenemos conciencia de que debemos cumplir unos

determinados deberes, aunque con ello no obtengamos bienestar, sencilla-

mente porque actuar según ellos forma parte de nuestro ideal de

humanidad (kantismo).

Captamos intuitivamente unos valores que nos exigen ser realizados (ética

de los valores).

Somos seres dotados de competencia comunicativa y al comunicarnos nos

atenemos, querámoslo o no, a normas morales (ética del discurso)26.

No hay porqué

Obviamente, las disputas entre los defensores de los distintos modelos de

fundamentación han sido y son múltiples y diversas, porque todos creen que el

suyo es el único convincente. Con lo cual los éticos se ven en una comprometida

situación porque, por una parte, se empeñan en que las fundamentaciones

religiosas no pueden valer para todos, ya que no todos son creyentes pero, por

otra, se encuentran con que tampoco parece posible descubrir una fundamen-

tación racional que valga universalmente: existen distintas ofertas de fundamen-

tación ética que entran entre sí en competencia.

El asunto vino a complicarse todavía más cuando algunos autores

empezaron a opinar que la moral no puede fundamentarse de ninguna manera

ya que, a fin de cuentas, cualquier intento de fundamentación llega a un punto en

el que quien está buscando razones inmuniza alguna de ellas frente a cualquier

crítica racional y pretende haber encontrado el fundamento. Con lo cual, en

realidad, todo el proceso fundamentador viene a descansar en un irracional

"porque sí".

26

He intentado ofrecer una panorámica de las distintas posiciones en torno a la

fundamentación de la moral en: Ética mínima, parte II; Ética sin moral, cap. 3; La moral

del camaleón (Espasa-Calpe, Madrid, 1991), cap. 13, y en Ética aplicada y democracia

Éste sería el caso, en nuestros días, del Racionalismo crítico, iniciado por

Karl Popper y continuado, entre otros, por Hans Albert.

Ni hay porqué, ni falta que hace

Otros autores decían, por su parte, que ni la moral puede fundamentarse

ni falta que le hace. Según ellos, llevaban razón Nietzsche y Heidegger cuando

decían que la obsesión por buscar fundamentos es un problema de la

Modernidad, pero que hoy en día, en nuestra época postmoderna, carece de

sentido dedicarse a ese menester y andar discutiendo si unos son superiores a

otros. El afán por dar respuestas seguras, por dar razones, por fundamentar, está

pasado de moda, es un residuo del pasado.

Ésta es la posición del pensamiento postmoderno, en general, y muy

especialmente de autores Gianni Vattimo o Jean-François Lyotard27.

Fundamentos habrá, pero más vale silenciarlos

Por último, una potente corriente norteamericana -el liberalismo político-,

en la que "militan" autores de la talla de John Rawls, insiste en que, para el

filósofo que vive en un país democrático, lo interesante no es emplear tiempo

buscando fundamentos, sino intentar potenciar la democracia en su sociedad y

dejarse de libros de caballerías.

Con el asunto de los fundamentos -continúan estos autores- no llegamos

sino a discusiones entre creyentes y no creyentes, hedonistas y kantianos,

integristas y laicistas, cuando lo que necesita una sociedad democrática es que

todos sus ciudadanos se esfuercen por consolidar y potenciar los valores

democráticos.

En potenciar eso que nos une -afirma el liberalismo político- consiste la

"tarea social práctica" del filósofo, no tanto en reivindicar cada uno su idea de

fundamento, que puede llevar a discrepancias. Con lo cual el liberalismo político

hace ostentosamente gala de ese pragmatismo que es tan consustancial al pueblo

norteamericano como el Mac Donald, la Coca-Cola o los personajes de Walt

radical, parte I.

27

Gianni Vattimo, El fin de la Modernidad, Barcelona, Gedisa, 1986; Jean François

Disney.

Sin embargo, este pragmatismo esconde varias cartas en la manga, porque

no dice sin más que no haya un fundamento para lo moral, sino que puede haber

varios en disputa en una misma sociedad, y que más vale abandonar la tarea de

dilucidar cuál es más verdadero para emplear todas las energías en potenciar lo

que ya nos une. Con lo cual sí admite que hay fundamentos racionales y que

tienen su buena eficacia en la vida social, cuando orientan positivamente la vida

de los que los tienen por buenos. Lo que no quieren es entrar en la disputa de si

hay uno que sea el verdadero.

De la discordia a la concordia

En los últimos tiempos, pues, el problema del fundamento de lo moral ha

servido de discordia entre todos estos grupos que lo tienen por imposible o por

innecesario, y los que siguen defendiendo la existencia de un fundamento

racional, como es el caso de los utilitaristas, los zubirianos, los kantianos, la ética

de los valores, o la ética del discurso.

Sin embargo, hoy en día el calor de las disputas en torno al fundamento ha

remitido, en parte por el cansancio de los contendientes, ahítos de tanta discusión,

en parte porque la vida cotidiana está exigiendo insistentemente a la ética que le

preste sus servicios en otras dependencias.

En efecto, desde hace un par de décadas al menos, en Estados Unidos

sobre todo, ha empezado a pasar al primer plano el asunto de la aplicación a la

vida cotidiana de aquellos principios que pueden haberse descubierto a través de

la reflexión ética. Y no porque los éticos un buen día decidieran que merecía la

pena dedicarse a ello, sino porque así lo pedían los distintos ámbitos sociales, que

necesitaban orientaciones para actuar y no podían recabarlas sólo de las

religiones en sociedades pluralistas.

La ética se vio obligada a lanzarse al ruedo y a ejercer otra de sus tareas

tradicionales: la de aplicar a la vida cotidiana los principios ganados en el proceso

de fundamentación. ¿Significa esto que ya no importa en absoluto si lo moral

puede fundamentarse o no, si tenemos razones para ser morales, porque el

Lyotard, La condición postmoderna, Madrid, Tecnos, 1984.

pragmatismo de las decisiones concretas nos ha ganado?

Ciertamente, así lo considera, entre otros, el liberalismo político del que

hemos hablado. Pero también apuntamos que esta corriente esconde cartas en la

manga, porque da por supuesto que habrá distintos fundamentos, defendidos

por diversos grupos, y que algo bueno tendrán cuando orientan la acción.

Yo, por mi parte, bien por tener poco de norteamericana, bien por no tener

mucho de pragmática, propongo algo mejor: reconocer que distintas tradiciones

éticas han desvelado distintos modos de fundamentar lo moral, porque cada una

ha intentado dar razón sobre todo de una de las múltiples perspectivas de lo

moral, y que hoy en día a la hora de aplicar a los problemas diarios lo ganado

mediante la reflexión, es imposible prescindir de ninguna de ellas. Cada tradición

ética es imprescindible para resolver determinados tipos de problemas. Lo

importante es dilucidar para qué asuntos es insustituible cada tradición y desde

dónde articularlas.

Éste es, a mi juicio, el tema ético de nuestro tiempo. Por eso en la segunda

parte de este trabajo, dedicada a la educación moral, tendremos en cuenta

distintas tradiciones éticas, que considero insoslayables para orientar la acción en

sociedades como las nuestras, articulándolas en último término desde la ética del

discurso.

2.4. La ética se lanza al ruedo

Experimentar con humanos

En los campos nazis de concentración, durante la II Guerra Mundial, se

llevaron a cabo experimentos médicos con prisioneros, en contra de cualquier

sensibilidad moral normalmente constituida. Quienes los realizaban no eran

precisamente individuos incultos, resentidos con su mala fortuna social y

preparados para el sadismo en alguna escuela especializada, sino profesionales

de la medicina, con un buen prestigio académico y social. ¿Cómo fue posible que

llegaran a ese grado de inhumanidad?

Naturalmente, la desastrosa teoría de la diferencia entre las razas y de la

superioridad de unas sobre otras estaba en el trasfondo de todo aquello, como

también la convicción de que las supuestamente inferiores no es que lo fueran, es

que sus miembros ya no eran siquiera seres humanos. Pero también,

curiosamente, andaba en la trastienda de todo aquello la idea de que es lícito

experimentar con algunos seres humanos porque de aquí se pueden extraer

beneficios para un mayor número de gentes. Afirmación que es más peligrosa, si

cabe, que las anteriores, porque parece una justificación humanitaria.

Perdida en las nubes del análisis del lenguaje, de la fundamentación y de

otros problemas similares, ¿no tenía la ética nada que decir ante todo esto?

El caso Watergate

Por citar un ejemplo de otro ámbito, escándalos como el del caso

Watergate en Estados Unidos o como el que protagonizó aquella empresa

alemana que vendió leche radioactivada en el Tercer Mundo, sin importarle en

absoluto el daño que con esto producía, produjeron una conmoción en la opinión

pública.

Las gentes empezaron a preguntarse si las empresas están legitimadas

para perseguir su beneficio empleando para ello cualquier medio, o si, por el

contrario, existen unos límites, aunque en ocasiones no esté escrito cuáles son ni

esté especificada una sanción por traspasarlos. Y de esta pregunta surgía

inevitablemente una nueva cuestión: ¿no tiene la ética nada que decir?

Un largo etcétera

Y, por acabar de momento con este rosario de ejemplos, ¿no tiene nada

que decir la ética de la corrupción política, de la corrupción universitaria, de la

destrucción del medio ambiente, del negocio de la guerra, de los periódicos que

hacen suya aquella consigna: "que nunca la verdad te estropee un buen titular"?

Urgida por interpelaciones sin cuento la ética ha salido a la calle y se ha

puesto a trabajar codo a codo con médicos, economistas, políticos y periodistas.

Lo que desean unos y otros en este trabajo interdisciplinar es encontrar soluciones

concretas a los problemas concretos: dar a los principios abstractos de la ética

carne de concreción. Y este aterrizaje en la vida cotidiana, este lanzarse al ruedo,

va cristalizando en ese conjunto de "éticas aplicadas" que constituyen su parte

más prometedora28: bioética29, ética de la información30, ética económica y de la

empresa o ética de los negocios31, ecoética32, ética de la ciencia y de la técnica,

GenÉtica33, ética de las profesiones34.

Se multiplican las publicaciones periódicas, las fundaciones, institutos,

cátedras y congresos dedicados exclusivamente a cada una de estas éticas, tanto

en Estados Unidos como en América Latina y Europa. Los bancos y las empresas

exhiben sus códigos de ética, redactan otros los periodistas, los científicos sellan

compromisos éticos y los hospitales cuentan con comités de Ética para supervisar

la investigación clínica y para asesorar a los profesionales sanitarios. En los

congresos e investigaciones científicas es obligado dedicar un capítulo a la ética,

hasta el punto de que en la Comunidad Europea no se subvencionan investiga-

ciones que no hayan sido aprobadas por un comité ético.

Lo cierto es que la ética ya no es una "ética de andar por el aula", sino "de

andar por la calle", con el compromiso de mojarse y el riesgo de equivocarse.

TAREAS DE LA ÉTICA

1) Tratar de aclarar en qué consiste lo moral.

Cuestiones de aclaración.

2) Intentar dar razón de por qué hay moral.

Cuestión del fundamento.

28

Para una aclaración de cuáles son los puntos nucleares de una ética aplicada y para un

modelo de ética aplicado a la bioética, la genÉtica, la educación y la empresa, ver Adela

Cortina, Ética aplicada y democracia radical, parte III.

29

Diego Gracia, Fundamentos de Bioética, Madrid, Eudema, 1988; Procedimientos de

decisión en ética clínica, Madrid, Eudema, Javier Gafo, Diez palabras clave en bioética,

VD, Estella, 1993.

30

Enrique Bonete (ed.), Éticas de la información y deontologías del periodismo,

Tecnos, Madrid, 1995.

31

Adela Cortina, Jesús Conill, Agustín Domingo, Domingo García Marzá, Ética de la

empresa, Trotta, Madrid, 1994; José Luis Fernández, Ética para empresarios y directivos,

ESIC, Madrid.

32

Nicolás Martín Sosa, Ética ecológica, Madrid, 1990.

33

José Sanmartín, Los nuevos redentores, Anthropos, Barcelona, 1987.

34

José Luis Fernández/ Augusto Hortal (eds.), Ética de las profesiones, Madrid,

Universidad Comillas, 1995.

3) Procurar aplicar lo ganado para orientar la acción en los

distintos ámbitos de la vida social.

Cuestiones de ética aplicada.

Pero además tampoco es ya apenas una ética individual, sino una ética

social, incluso sociable. ¿Qué significa esto de que no es una ética individual sino

social?

2.5. Ética social, más que individual

En algún momento afirmó José Luis Aranguren con toda razón que

estamos en tiempos de "ética intersubjetiva", más que de "ética intrasubjetiva", en

tiempos de ética social más que en época de ética individual35. Antaño la ética se

ocupaba sobre todo de reflexionar sobre la persona -sobre su conciencia, sus

deberes, sobre el modo como puede lograr ser feliz-, y a esta parte se le

denominaba "ética individual". Después venía la "ética social", organizada en

capítulos sobre la naturaleza del trabajo humano, el salario, el precio, las

condiciones de la guerra justa, los requisitos para poder hablar de "legítima

defensa", y otras cuestiones que pueden plantearse a un ser humano que vive en

sociedad. Pero de las dos partes era en la primera -en la referida a la felicidad y

los deberes individuales- en la que se insistía especialmente, mientras que la

segunda parecía resultar de los compromisos que inevitablemente una persona

adquiere en sociedad.

Hoy en día, sin embargo, el panorama ha cambiado sustancialmente, la

ética individual queda en segundo plano y es la ética política, económica, médica,

mediática, ecológica, o de las profesiones la que aparece en la primera plana de

las revistas del ramo ¿Qué es lo que ha pasado?

Tres son las razones que podríamos aducir al menos para este tránsito de

lo "intrasubjetivo" a lo "intersubjetivo":

1) La primera de ellas es la constatación de que una persona puede obrar

35

Prólogo a Adela Cortina, Ética mínima, pp. 11-15.

de forma impecable, con la mejor voluntad y la mejor intención, y encontrarse con

que los resultados de su actuación son catastróficos. Y no sólo porque las

consecuencias de nuestras acciones no siempre están en nuestras manos, sino

también porque nuestras decisiones se unen a las de otros y el resultado final es el

de la "acción colectiva", y no el de la acción individual.

Algunos autores sugieren por eso sustituir la ética individual por la

colectiva, la ética de las personas por la de las organizaciones y las instituciones.

Y no les falta razón, sólo que sería más adecuado hablar de complementar

la ética individual con la de las instituciones y organizaciones que de sustituir la

primera por la segunda. Porque es verdad que urge "moralizar" las empresas, las

profesiones y los oficios en los que las personas desarrollan sus vidas; pero la

buena intención personal, la honradez, la lealtad y la credibilidad siguen siendo

indispensables para vivir una vida verdaderamente humana.

2) Crece, por otra parte, la convicción de que no podemos ser libres y

justos si no es a través de nuestra relación con los demás. Imaginar la libertad y

justicia personales como la de Robinsón Crusoe antes de la llegada de Viernes es

ridículo: nos vamos haciendo libres y justos a través de nuestros proyectos

comunes, de nuestros conflictos y nuestros diálogos: a través de una historia

compartida. Porque somos en historia y en diálogo.

Con todo y con ser esto cierto, pienso yo que subrayar la dimensión

comunitaria no nos puede llevar a olvidar la personal: complementar lo

individual con lo comunitario es siempre más verdadero que sustituirlo.

3) Por último, piensa un buen número de autores que la ética, como

filosofía que es, ha de ocuparse de la dimensión racional de los fenómenos, y la

razón está ligada de forma indisoluble a la intersubjetividad, no a la subjetividad

de cada individuo.

Pongamos algún ejemplo: supongamos que estoy absolutamente

convencida de haber descubierto la causa de un suceso; sin embargo, no puedo

constatarlo de ninguna manera. Es, pues, una

creencia que tengo, pero ¿cómo podré decir que es un saber racional? ¿Bastará mi

creencia subjetiva o tendré que confrontarla con otros y, sólo si coinciden

conmigo, podré tenerla por saber racional?

Supongamos que una norma me parece correcta. Sin embargo, entablo un

diálogo sobre ella con otras personas, y me doy cuenta de que carezco de

argumentos, no sólo para convencerles, sino también para confirmar yo misma

mi convicción. ¿Tiene sentido que siga manteniéndola como una exigencia fuerte,

o más bien debería pertrecharme de razones que pueda compartir con otros; es

decir, intersubjetivables?

"Racionalidad" e "intersubjetividad" parecen, pues, coextensivos. Y si la

filosofía ha de ocuparse de la dimensión racional de los fenómenos -piensan estos

autores-, habrá de centrarse más en lo intersubjetivo que en lo intrasubjetivo: más

en la justicia que en la felicidad. Por eso la gran pregunta de la ética actual es

"¿qué es una sociedad justa?"

Pregunta central en la vida humana, que no debería bloquear, sin

embargo, la indagación de la felicidad, ya que, a fin de cuentas, no hay ética

intersubjetiva sin ética intrasubjetiva, no hay diálogo con otros sin "diálogo

consigo mismo".

Deberíamos en cualquier caso tratar de complementar, nunca de sustituir.

CAPÍTULO 3. MAPA POLÍTICO ACTUALIZADO

A nuestro mapa le pasa lo que al de Marco Polo: que para él existen

continentes desconocidos, como África y la mayor parte de Asia (por no decir la

totalidad). La filosofía, tal como la entendemos, no se ha desarrollado como tal en

el continente africano, y las éticas orientales van haciendo su aparición entre

nosotros, pero me temo que por el momento con un tinte más folclórico que otra

cosa. Los grupos que hacen yoga para adelgazar bien poco tienen que ver con la

hondura del pensamiento oriental.

En lo que respecta al mundo ético que conocemos, podríamos aventurar

una modesta distribución geográfica, si bien a todos sus habitantes une en este

momento -como hemos dicho- el intento de responder a la misma cuestión:

¿cómo podemos construir una sociedad justa? ¿cómo hacer posible la conviencia

pacífica en sociedades pluralistas, e incluso multiculturales? La otra gran

pregunta de la filosofía moral -"¿qué hemos de hacer para ser felices?"- parece

haber quedado por el momento en un segundo plano.

Parece la felicidad cosa de los individuos y de los grupos, cuestión que

cada persona ha de responder desde su modo de ser y de querer, desde su modo

de esperar y soñar. En cambio la justicia se nos muestra como cosa de todos

nosotros, como negocio que hemos de hacer juntos y del que nadie puede

evadirse.

Porque las sociedades no son felices ni desdichadas: lo son la personas;

pero las sociedades sí que son, en cambio, justas o injustas. Por eso la ética de

nuestros días, que es bien modesta, prefiere en su mayor parte asegurar un marco

de justicia -asegurar la calle- que meterse a dar consejos en la vida privada. ¿Qué

propuestas pretenden en nuestro momento dibujar ese marco de justicia?

* Si empezamos nuestro recorrido por Norteamérica, nos encontraremos

con un mundo de animadas discusiones, provocadas sobre todo por el libro de

John Rawls, la Teoría de la Justicia (1971)36. La Teoría de la Justicia inició una

corriente de ética política, el liberalismo político, a la que se han sumado autores

de la talla de Charles Larmore37, Ronald Dworkin o Richard Rorty38. En su

segundo libro, Political Liberalism, perfila Rawls los rasgos de esta propuesta y

sus virtualidades para sociedades pluralistas con democracia liberal39.

El liberalismo político prolonga la tradición del "pragmatismo" americano

de William James y Charles.S. Peirce, pero sobre todo la de John Dewey.

Tradición que también inspira la célebre propuesta de "Filosofía para niños" de

Matthew Lipman, ampliamente difundida y aceptada en muchos países por

profesores de enseñanza primaria y secundaria, gracias a los bien empleados

36

John Rawls, Teoría de la Justicia, Madrid, F.C.E., 1978. Ver también John Rawls,

Justicia como equidad (edición a cargo de M.A. Rodilla), Madrid, Tecnos, 1986.

37

Ch. Larmore, "Political Liberalism", en Political Theory, vol. 18, n1 3 (1990), pp.

339-360.

38

Ronald Dworkin, "El liberalismo", en S. Hampshire (comp.), Moral pública y

privada, México, F.C.E., 1983, pp. 133-167; Los derechos en serio, ; Richard Rorty,

"Postmodernist bouergois Liberalism", en The Journal of Philosophy (1983), pp. 583-589;

Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1991.

39

John Rawls, Political Liberalism, Columbia University Press, 1993.

esfuerzos de Félix García Moriyón40. Lipman entiende que los niños son

perfectamente capaces de comprender cuestiones filosóficas y de encontrar

respuestas, siempre que se las planteen en un grupo -la clase-, que funciona como

"comunidad de investigación", dirigida por un adulto. Para ayudarles en el

proceso investigador ha escrito Lipman un conjunto de novelas para diferentes

edades, en las que van planteándose las grandes cuestiones filosóficas, amén de

un "libro para el profesor" acompañando a cada una de ellas.

Y regresando al núcleo del que hemos partido, el liberalismo político de

John Rawls, trabajando con Rawls estrechamente construyó Lorenz Kohlberg

una "psicología del desarrollo moral", que es hoy punto obligado de referencia

en el mundo educativo. Kohlberg muestra cómo la formación de la conciencia

moral es fruto de un desarrollo, que recorre en todas las personas los mismos

niveles (preconvencional, convencional y postconvencional), divididos en seis

estadios. Esto no significa que todos alcancen los últimos estadios, sino que

siguen el mismo recorrido, lleguen a donde lleguen. Con ello ofrece Kohlberg

pautas para "medir" la madurez moral de los niños, para ayudarles a ir creciendo

moralmente, y también para hacer de la escuela una "comunidad justa". Para ello

emplea el método de los dilemas morales, que resulta muy fecundo para el aula41.

Algunos discípulos de Kohlberg han criticado seriamente su propuesta,

pero las críticas más conocidas son las de su discípula Carol Gilligan, quien en su

libro Con una voz diferente (1982) ha querido mostrar cómo los grandes

psicólogos (Freud, Piaget, Kohlberg) han empleado preferentemente muestras

masculinas y cómo a partir de ahí han entendido que la "voz femenina" no es que

40

Aparte de otros trabajos, Félix García Moriyón ha publicado una excelente historia

de la filosofía, junto con Magdalena García e Ignacio Pedrero: Luces y sombras. El

sueño de la razón en Occidente, De la Torre, Madrid, 1994. Es éste un trabajo óptimo para

introducir la filosofía en enseñanza secundaria, en los primeros cursos de facultad y para

cuantos quieran tener noticia de ella de forma amena, clara y completa.

41

Lorenz Kohlberg, Psicología del desarrollo moral, DDB, Bilbao, 1992. Sobre la

propuesta de Kohlberg ver, entre nosotros, José Rubio, "La psicología moral", en Victoria

Camps, Historia de la ética, III, Barcelona, Crítica, 1989, pp. 481-532; Esteban Pérez-

Delgado y R. García Ros, La psicología del desarrollo moral, Madrid, Siglo XXI, 1991;

Esteban Pérez-Delgado y Mª Vicenta Mestre, El crecimiento moral, Universitat de

València, 1995.

es "diferente" de la masculina, sino "desviada"42. Por eso Gilligan trata de

reconstruir también las etapas del desarrollo moral de quienes hablan en esa voz

femenina y no masculina. Lo moral se expresa, por tanto, al menos en dos voces,

cada una de las cuales no se identifica necesariamente con la de los mujeres o los

varones concretos.

Por otra parte, tomando como referentes los estadios del desarrollo moral

en el niño que Kohlberg propone, ha elaborado Jürgen Habermas una "teoría de

la evolución social". Las sociedades aprenden -afirma Habermas-, no sólo

técnicamente, sino también moralmente, y la lógica del desarrollo de Kohlberg

nos permite reconstruir, no sólo el desarrollo moral del niño, sino también el de

las sociedades. En nuestro momento la conciencia moral de las sociedades con

democracia liberal se encuentra en el tercer nivel de Kohlberg (el postconven-

cional).

* Sin salir de Norteamérica, frente al liberalismo político surgió de

inmediato una polémica, al menos desde tres instancias:

- El "anarcocapitalismo" y el liberalismo de Robert Nozick, que algunos

autores caracterizan como "liberalismo insolidario"43. En su libro Anarquía,

Estado y Utopía ataca Nozick a John Rawls y su teoría de la justicia, por entender

que dicha teoría propugna un intervencionismo "inmoral" del estado en la

economía. Los derechos de propiedad -piensa Nozick- son derechos naturales, y

cualquier intervencionismo socialdemócrata, cualquier teoría de justicia

redistributiva, atenta contra ellos.

- El "socialismo liberal" de Michael Walzer, disconforme con una

uniformización de la justicia distributiva, tal como Rawls la propone44. Walzer

piensa -por el contrario- que en una comunidad política existen distintas esferas,

en cada una de las cuales se distribuye un bien diferente. Hecho por el cual cada

una de ellas debe venir regida por un diferente criterio de justicia.

- La arrolladora corriente "comunitaria", compuesta por autores tan

heterogéneos como Alasdair MacIntyre, Charles Taylor, Michael Sandel o

42

Carol Gilligan, La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino, México,

F.C.E., 1985.

43

Philippe Van Parijs, ¿Qué es una sociedad justa?, Barcelona, Barcelona, Ariel, 1994.

44

Michael Walzer, Esferas de la justicia, México, F.C.E., 1993.

Benjamin Barber45, que convienen en un punto: en acusar al liberalismo como

causante de buena parte de los males que nos aquejan por profesar un individua-

lismo abstracto.

Los liberales -piensan los comunitarios- defienden que cualquier persona

es sujeto de derechos y deberes, pero parecen olvidar que esas personas nacen en

una comunidad y en ella aprenden a vivir moralmente; olvidan que son personas

concretas, enraizadas en familias, asociaciones y tradiciones concretas. Quien

desee hacer ética -siguen pensando los comunitarios- debe tener en cuenta este

ser comunitario de las personas, como ya aconsejaron Aristóteles o Hegel.

Conviene recordar, antes de pasar a otra corriente, que el comunitarismo

norteamericano no ha dejado de tener su eco en los nacionalismos europeos46.

* Si, continuando nuestro recorrido por el mapa político de la ética, nos

dirigimos Alemania, la segunda patria de la filosofía -la primera fue

indicutiblemente Grecia-, cuatro rótulos, al menos, son ineludibles:

- La "Teoría Crítica" de la Escuela de Frankfurt, iniciada en el primer

cuarto del siglo XX por Max Horkheimer, Theodor W. Adorno y Herbert

Marcuse47. La Teoría Crítica trataba de proseguir la búsqueda marxiana de un

criterio desde el que desenmascarar la ideologización de las sociedades

avanzadas, criterio que cada vez resultaba más difícil de encontrar porque era la

propia racionalidad moderna la que debía criticar a la racionalidad moderna.

El fracaso de los primeros frankfurtianos en esta búsqueda sugirió a

Jürgen Habermas la conveniencia de buscar por un camino distinto a los

45

Alasdair MacIntyre, Tras la virtud, Barcelona, Crítica, 1987; Justicia y racionalidad,

EIUNSA, Barcelona, 1994; Tres versiones rivales en teoría moral, RIALP, Pamplona,

1993;

Charles Taylor, Sources of the Self, Harvard University Press, 1989; Michael Sandel,

Liberalism and the Limits of Justice, Cambridge University Press, 1982; Benjamin Barber,

Strong Democracy, University of California Press, 1984. Ver A. Cortina, Ética sin moral,

cap. 4; C. Thiebaut, Los límites de la comunidad, Centro de Estudios Constitucionales,

Madrid, 1992.

46

Para un análisis de los nacionalismos ver Nicolás Mª López Calera, Nacionalismo.

¿Inocente o culpable?, Madrid, Tecnos, 1995.

47

Para una exposición clara y sucinta de los proyectos y realizaciones de los

frankfurtianos, acompañada de una bibliografía accesible, ver Adela Cortina, Crítica y

Utopía: la Escuela de Frankfurt, Madrid, Cincel, 1985.

emprendidos ese criterio que nos permite discernir cuándo una sociedad

funciona por mecanismos ideológicos: cuando es incapaz de distinguir entre las

normas que están simplemente vigentes y las que son verdaderamente

legítimas.

- Para descubrir ese criterio desarrolló Jürgen Habermas en la década de

los setenta y los ochenta su teoría de la acción comunicativa48, y construyó, junto

con Karl-Otto Apel, la "ética del discurso"49.

Es ésta una ética racional que, tras la experiencia nazi, se niega a dejar las

cuestiones morales en manos del "sano sentir común del pueblo", y exige que

demos razón de nuestras opciones morales. Los dirigentes nacionalsocialistas

rehusaban dar razón de sus acciones -fundamentarlas-, acogiéndose a la coartada

de que para legitimarlas bastaba con el "sano sentir común del pueblo alemán".

Habida cuenta de las atrocidades que semejante negativa desencadenó, exige la

ética discursiva dar razón de las opciones morales, por lo menos de aquellas que

afectan a los mínimos de justicia a los que cualquier ser humano tiene derecho.

Es importante -piensa la ética del discurso- que las personas busquemos la

felicidad. Es importante que expresemos nuestros sentimientos. Pero es

indispensable dar razones de aquellos actos que afectan a los bienes básicos de los

seres humanos. Por eso Apel y Habermas se han esforzado por descubrir un

fundamento para las normas morales, pero también por aplicar este tipo de ética

a diversos ámbitos de la vida social50, y por diseñar un modelo de "política

deliberativa", como "tercera vía" entre el liberalismo y el comunitarismo51.

- El "Racionalismo Crítico", iniciado por Karl Popper con La sociedad

abierta y sus enemigos y Miseria del historicismo, y proseguido por Hans

48

Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Madrid, Taurus, 2 vols.

49

Karl-Otto Apel, Transformación de la filosofía, II, pp. 395 ss.; Estudios éticos,

Barcelona, Alfa; Teoría de la verdad y ética de la responsabilidad, Barcelona, Paidós,

1991; Jürgen Habermas, Conciencia moral y acción comunicativa, Barcelona, Península,

1985. Ver también Adela Cortina, Razón comunicativa y responsabilidad solidaria,

Salamanca, Sígueme, 1985; Ética aplicada y democracia radical; Javier Muguerza, Desde

la perplejidad, Madrid, F.C.E., 1991; Domingo García Marzá, Ética de la Justicia, Madrid,

tecnos, 1992.

50

Karl-Otto Apel, Diskurs und Verantwortung, Suhrkamp, Frankfurt, 1988.

51

Jürgen Habermas, Faktizität und Geltung, Frankfurt, Suhrkamp, 1992.

Albert52, nace como una frontal oposición a cualquier dogmatismo, en el más

limpio sentido de la tradición ilustrada "atrévete a servirte de tu propia razón".

Los dogmas, las afirmaciones o mandatos que se resisten a dejarse criticar por la

razón, son la fuente del fanatismo y tienen nefastas consecuencias para las

personas. Claro ejemplo de ello es el dogmatismo practicado por las corrientes

que se empeñan en descubrir leyes de la historia, como ha sido el caso del

materialismo histórico. Frente a este futuro ya cerrado, es urgente potenciar

"sociedades abiertas" según un modelo de democracia liberal.

* Por el mundo británico sigue campeando triunfante el "Utilitarismo",

embarcado en la tarea de conseguir "la mayor felicidad para el mayor número",

de la mano de Smart, Lyons y un largo etcétera; y también los marxistas de

Oxford, que componen una bien curiosa tradición. Mientras que los franceses,

individualidades aparte, adscritas a la ética del discurso o al liberalismo político,

siguen apostando, después del estructuralismo, por la postmodernidad.

* ¿Y qué decir de España nuestra y de América Latina? En ellas sigue

presente la tradición de José Ortega y Gasset, tanto la que prolonga Julián

Marías53, como la que uniéndose a la de Xavier Zubiri, es proseguida por José

Luis Aranguren y Pedro Laín54. Pero también la ética latinoamericana de la

liberación, abanderada por Ignacio Ellacuría, Enrique Dussel, Leopoldo Zea o

Juan Carlos Scannone, que en los últimos tiempos va transitando paulatinamente

del conflicto al diálogo, de una ética que hunde sus raíces en Marx y Levinas, a

una que se aproxima a la ética del discurso55. En definitiva, el pobre, el

marginado, es el interlocutor potencial de una gran cantidad de diálogos sobre

decisiones que le afectan, un interlocutor potencial que nunca lo es real56.

52

Karl Popper La sociedad abierta y sus enemigos, Barcelona, Paidós y Miseria del

historicismo, Madrid, Alianza, 1973; Hans Albert, Tratado de la razón crítica, Buenos

Aires, Sur, 1973.

53

Ver recientemente Julián Marías, Tratado de lo mejor, Madrid, Alianza, 1995.

54

De ella tratamos en la parte II de este libro cap. 5.

55

Karl-Otto Apel, Adela Cortina, Julio De Zan, Dorando Michelini, Ética comunicativa

y democracia, Barcelona, Crítica, 1992.

56

Adela Cortina, La moral del camaleón, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, cap. 13..

CAPÍTULO 4. ¿QUÉ ES LA EDUCACIÓN MORAL?

4.1. Indoctrinación y Educación

Al hablar de educación, y muy especialmente de educación moral, suele

hacerse una distinción imprescindible para entender qué queremos hacer al

educar moralmente: la distinción entre indoctrinar y educar. "No se debe

indoctrinar -decimos- y, en cambio, es necesario educar, tanto porque es un

beneficio para los alumnos como porque la sociedad necesita personas

moralmente educadas"57. ¿Cuál es esa diferencia entre indoctrinación y

educación, que hace que la primera sea indeseable y la segunda, irrenunciable?

¿Reside en el método que utilizamos (¿cómo enseñamos?) o en el contenido

(¿qué enseñamos?).

¿Cuestión de método o de contenido?

En un trabajo monográfico sobre el tema, consideraba J. Wilson que la

indoctrinación es mala y la educación es buena, y que la diferencia entra ambas

no podía residir en el método, sino en el contenido por las siguientes razones.

El método, en el caso de los niños -afirmaba-, no puede ser el racional (la

argumentación) porque, como todavía no razonan, sólo podemos llegar a ellos

mediante métodos no racionales, pero esto no significa que estemos intentando

indoctrinarles: simplemente nos servimos del único método con el que podemos

acceder a ellos. La diferencia entre indoctrinación y educación radica entonces -

piensa Wilson- en el contenido que les queremos transmitir.

Ese contenido -prosigue- será educativo si consiste en modelos de

conducta y en sentimientos que cualquier persona sana y sensata consideraría

agradables y necesarios; estos modelos serán racionales porque derivan de la

realidad social, más que de valores, temores y prejuicios de los individuos58.

Ciertamente, existe una tradición acreditada que parte en último término

57

Para el nuevo horizonte normativo de la educación moral en España ver Josep M0

Puig Rovira, La educación moral en la enseñanza obligatoria, Horsori, Barcelona, 1995,

pp. 15-32.

58

J. Wilson, "Education and Indoctrination", en T.C.B. Hollins (ed.), Aims in

Education, Manchester, UP, 1964.

de Platón, según la cual hay algún tipo de persona o personas capacitadas para

determinar qué es lo mejor en la vida humana y, por tanto, para indicar en qué

contenidos debe educarse. Sin embargo, la dificultad consiste en determinar

quiénes son esas personas especialmente facultadas y cómo elegirlas. En el caso

de Wilson, cómo elegir a esa persona "sana y sensata" que debería actuar como

juez respecto de qué contenidos son agradables y necesarios, porque es fácil

colegir que distintos grupos presentarían distintos candidatos al oficio de "juez

moral", y se negarían a tener por normativas las orientaciones de los candidatos

presentados por los restantes.

Como, por otra parte, no se trata aquí de atender a la opinión de la

mayoría, porque la regla de las mayorías es un mal menor en la vida política, y

absolutamente inadmisible en la vida moral59, cada grupo quedaría con su

propio juez, que para él tiene autoridad moral, y consideraría totalmente

irrelevante lo que opinaran los "jueces" ajenos.

La meta de la educación

Por eso parece bastante más acertada la posición de Richard M. Hare,

quien considera que la diferencia entre la indoctrinación y la educación reside en

la meta que persiguen el "indoctrinador" y el "educador", respectivamente, meta

que determinará el tipo de método y de contenido60.

El indoctrinador pretende transmitir unos contenidos morales con el

objetivo de que el niño los incorpore y ya no desee estar abierto a otros

contenidos posibles; pretende, en definitiva, darle ya las respuestas y evitar que

siga pensando: encerrarle en su propio universo moral, para que no se abra a

otros horizontes. Éste es el proceder propio de lo que se ha dado en llamar una

moral cerrada.

El educador, por el contrario, se propone como meta que el niño o

adolescente piense moralmente por sí mismo, cuando su desarrollo lo permita,

que se abra a contenidos nuevos y decida desde su autonomía qué quiere elegir.

El educador pone así las bases de una moral abierta.

59

Adela Cortina, Ética de la sociedad civil, pp. 72 ss.

60

Richard M. Hare, Essays on Religion and Education, Oxford Clarendon Press, 1992,

La diferencia entre indoctrinar y educar no es, por tanto, una diferencia de

método sino de meta.

Educar en la autonomía: moral abierta

Si, por ejemplo -continúa Hare-, intentando enseñar a mi hijo que mentir

es malo, me doy cuenta de que no capta los argumentos y que lo que más le

convence es que emplee un tono de voz fuerte, ¿le estoy indoctrinando por

utilizarlo? ¿o sencillamente se encuentra en una etapa en la que lo que más le va a

convencer es percibir mi propia convicción a través del tono de voz? Eso no

significa que yo vaya a dejar de aducir argumentos, pero también tengo que

emplear los recursos con los que puedo llegar a él en esa edad, porque lo más

importante es mi disposición a ayudarle a pensar por sí mismo en cuanto sea

posible.

Lo mismo ocurre con la obsesión de algunos padres o educadores por no

influir en la manera de pensar de sus hijos y de sus alumnos, creyendo que ésa es

la manera de respetar su autonomía. Si en realidad influir en ellos es inevitable,

¿no será lo mejor ver cómo y en qué dirección lo hacemos, poniendo las cartas

boca arriba tanto para ellos como para nosotros? Porque, en definitiva, los que

presumen de neutralidad, de no influir en los niños, lo están haciendo, quieran o

no, y además sin sacar a la luz en qué sentido lo hacen.

La indoctrinación empieza -concluye Hare- cuando queremos detener en

los niños la capacidad de pensar por sí mismos sobre cuestiones morales. Por el

contrario, no les estamos indoctrinado si, cuando estamos influyendo sobre ellos,

pensamos: "tal vez cuando tenga capacidad de pensar por sí mismo decida que el

mejor modo de vida es totalmente distinto del que le estoy enseñando, y tendrá

perfecto derecho a decidirlo"61. Precisamente, que un educador tenga esta actitud

es una garantía de que no es un indoctrinador.

4.2. EDUCAR EN VALORES

cap. 7.

61

Ibid., p. 117.

El contenido de la autonomía

Sin embargo, y aceptando que la posición de Hare con respecto a la

educación moral es más adecuada que la de Wilson, hay en la afirmación que

acabamos de hacer con él algo que no nos deja muy satisfechos. De acuerdo en

que es fundamental educar a los niños para la autonomía, de modo que sean

capaces de pensar, juzgar y decidir por sí mismos. En definitiva, la convicción de

que toda persona es un ser autónomo y que la educación se dirige a formar

personas autónomas es el mejor logro de la Modernidad. Sin embargo, cuando

un padre o un maestro están intentando transmitir unos valores morales porque -

valga la redundancia- les parecen valiosos, no les resulta tan atractiva la idea de

que un buen día su hijo o alumno piense algo totalmente distinto a lo que ellos

piensan. Y no por eso se merecen -creo yo- que les tachemos de indoctrinadores.

Supongamos que una persona, harta de ver cómo se humilla en su barrio a

los inmigrantes, intenta transmitir a sus hijos o alumnos la convicción de que

todas las personas son iguales en valor y, por lo tanto, que quien maltrata a otra

por considerarla inferior se comporta como un animal, con el debido respeto a los

animales. Si al cabo del tiempo los hijos o alumnos andan por las calles

martirizando inmigrantes porque así lo han decidido de modo "autónomo", ¿va a

sentirse por eso muy satisfecha, pensando que a fin de cuentas son ellos quienes

libremente lo han elegido, o más bien le entrará una enorme sensación de fracaso?

Y en el caso de que se sienta fracasada por el resultado obtenido, ¿diremos de ella

que es una indoctrinadora autoritaria e impresentable?

La verdad es que no. La verdad es que pensaremos que le sobran razones

para sentirse fracasada, porque ella quería educar seres autónomos, no

encanallar. Y "autonomía", en el sentido moderno del término, no significa "hacer

lo que me venga en gana", sino optar por aquellos valores que humanizan, que

nos hacen personas, y no por otra cosa. Con lo cual el educador no tiene más

remedio que transmitir también a través de la educación aquellas cosas que él

considera humanizadoras. ¿Qué cosas son ésas? ¿Modelos de hombre? ¿Valores?

Modelos de hombre

El problema de los modelos de hombre es que la historia de la humanidad

ha ofrecido y ofrece múltiples y diversos. ¿Por cuál optar?

En principio, muchos de ellos entran en conflicto. Recurriendo a la historia

de la filosofía, podemos apreciar cómo el modelo aristotélico de vida plenamente

humana poco tiene que ver con el del proletario marxista empeñado en la

revolución social o con el del anarquista autogestionario. El ideal aristotélico de

quien puede dedicar su vida al estudio y la investigación, a la reflexión y el

pensamiento -a la contemplación, en suma62- parecen reñidos con la vida activa

de quien piensa que "hasta ahora los filósofos se han dedicado a contemplar el

mundo y ya es hora de transformarlo"63.

Y lo mismo ocurriría si, adentrándonos en la vida cotidiana, rastreáramos

qué ideales de hombre las gentes han soñado y sueñan: el triunfador en los

negocios, la política y la vida social, el solidario hasta la entrega día a día de la

propia vida, el científico tenaz y prestigioso, el artista (cantante, torero) capaz de

llenar locales, y así un largo etcétera. ¿No ocurre que muchos de estos ideales

entran entre sí en conflicto? ¿Y no sucede que cada uno de ellos es deficitario,

porque carece de los valores de los que otros gozan, o al menos los tiene en

menor grado?

En la misma Grecia homérica un personaje como el de Héctor, valeroso

guerrero, esposo fiel, tierno padre, necesitará complementarse con la amistad, de

la que son ejemplo Aquiles y Patroclo, con la prudencia de Príamo o con la

astucia de Ulises, para llegar a la perfección. Porque ninguno de ellos es

paradigma de todos esos valores (coraje, fidelidad, ternura, amistad, astucia), sino

"tipo ideal" de alguno de ellos.

Particularismo de los modelos

Al modelo educativo que va recogiendo virtudes para transmitirlas en la

eduación se ha llamado modelo del "saco de virtudes" y parece haber caído en

desgracia. No resulta muy convincente ir espigando virtudes de los textos

sagrados, de la literatura y de las diferentes tradiciones para acabar haciendo de

los niños "dechados de virtudes".

62

Ética a Nicómaco, libro X.

63

Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach, tesis 11.

A mayor abundamiento, cada ideal de persona es hijo de su época y del

lugar en que se sueña. Con lo cual, a la hora de educar, tiene la ventaja de la

concreción, pero también el inconveniente de que la concreción le resta

universalidad.

En efecto, es mucho más atractivo el héroe de una narración que la fuerza

de una argumentación por convincente que resulte; sin embargo ¿cómo voy a

pretender que éste es el ideal de hombre (varón/mujer) para todas las épocas y

lugares? ¿No será más bien que los valores por los que orienta su vida nos

parecen suficientemente valiosos como para afirmar que cualquier ser humano,

deseoso de comportarse como tal, debería apreciarlos?

Pero en tal caso lo que universalizamos no es el ideal de hombre, sino los

valores que cada persona encarnará a su modo y manera, según las épocas y los

lugares. Educar moralmente será, pues, educar en valores, más que en modelos

de hombre.

4.3. NI COPIAS NI REPRODUCCIONES

Creadores morales

Ciertamente, esos valores los descubren personas con capacidad creadora,

que lanzan la humanidad hacia adelante. Son esas personas -como decía Henri

Bergson- las que hacen posibles las morales abiertas, buscadoras impenitentes de

horizontes nuevos, porque lo clausurado esclerotiza y, al cabo, mata la vida64.

Buda, Sócrates, Jesús de Nazareth y otros muchos ejemplos de vida

comprometida con los grandes valores, han abierto caminos nuevos de

humanización, barruntados de algún modo en la experiencia colectiva, pero

puestos a la luz del día con su vida y su palabra. Sin ellos, el horizonte de la

humanidad sería infinitamente más estrecho de lo que es.

Sin embargo, y con ser esto cierto, el creador moral no es nunca un modelo

a reproducir, porque él es también hijo de su tiempo y lugar, tiene unas

características personales que le constituyen como persona única e irrepetible, ya

que cada persona goza de unas peculiaridades por las que es única e irrepetible.

Por eso no se trata en la educación moral de mostrar modelos para que se

64

Henri Bergson, Las dos fuentes de la moral y la religión,

reproduzcan, porque la reproducción, la copia y la mera imitación congelan la

vida. Lo que importa, a fin de cuentas, es avistar valores y aprender a saborearlos,

sabiendo que por atractivos que resulten unos personajes u otros, yo voy a tener

que crear el mío, el que nadie puede representar por mí; pero que vale la pena

hacerlo con valores que valgan. ¿Cuáles son esos valores? Y sobre todo, ¿qué

criterio debemos emplear para espigarlos, si no queremos acabar tejiendo un

"saco de valores", una vez pasado de moda el de las virtudes?

Distintas tradiciones éticas

Como ya hemos comentado anteriormente, para intentar responder a una

pregunta de este calibre creo que hoy en día es necesario recurrir a las

aportaciones de diversas tradiciones éticas y no optar únicamente por alguna de

ellas, descartando las restantes65.

Todas estas tradiciones muestran que ser moral es interesante para una

persona porque no es algo distinto de explotar las mejores posibilidades que

como persona tiene. Por eso intentaré articular un modelo de educación moral,

cuyas piezas han ido siendo propiciadas por esas tradiciones:

- Desde la base antropobiológica por la que somos inevitablemente seres

morales (tradición zubiriana), pasando por:

- La moralidad como un ineludible modo de estar "en forma" (tradición

del raciovitalismo orteguiano).

- La pertenencia a comunidades, entre ellas la comunidad política

(tradición comunitarista).

- La búsqueda de la felicidad (tradición aristotélica).

- La necesidad del placer (tradición utilitarista).

- La capacidad de actuar por leyes que, como seres humanos, nos

daríamos a nosotros mismos, sea en la versión "monológica" (tradición kantiana),

sea en la dialógica (ética discursiva).

Como es fácilmente observable, la enumeración no es histórica

sencillamente porque no es una enumeración: intenta ser una exposición

65

En Ética aplicada y democracia radical intenté ya tener en cuenta distintas tradiciones

morales para los diversos sectores de la ética aplicada, aunque dentro del marco de una de

articulada que parte de la base antropobiológica para llegar hasta las creaciones

de la razón.

CAPÍTULO 5. SOMOS INEVITABLEMENTE MORALES

5.1. Una tradición hispana

Para empezar la tarea de averiguar qué es ser una persona moralmente

educada resulta de gran utilidad recurrir a una tradición española que, iniciada

por Xavier Zubiri y proseguida por José Luis L. Aranguren, continúa hoy su

andadura en trabajos como los de los miembros del Seminario Xavier Zubiri, y

muy especialmente en los de su director, Diego Gracia. Entiende la mencionada

tradición que, para hablar de ética, es preciso acudir en principio a la

antropología biológica con objeto de descubrir cuáles sean las raíces antropo-

lógicas de la moralidad, porque es imposible dar razón del fenómeno moral sin

preguntarse por el modo de estar del ser humano en el mundo.

A esta tarea dedicó Xavier Zubiri algunos de sus cursos orales66 y

Aranguren tuvo buen cuidado de aprovechar tales enseñanzas en su Ética67. Por

su parte Diego Gracia recoge y profundiza la "fundamentación" zubiriana de lo

moral en lugares centrales de sus Fundamentos de Bioética68, y otros autores

hispanohablantes e "hispanoescribientes" le han dedicado sustanciosos comenta-

rios69. A todos estos trabajos vamos a remitirnos con objeto de dilucidar si nuestra

misma estructura biológica exige alguna línea de educación moral, línea cuyos

trazos iremos dibujando a lo largo de todo el capítulo.

Atendiendo a esta tradición podemos decir que todo ser humano se ve

obligado a conducirse moralmente, porque está dotado de una "estructura moral

o, por decirlo con Diego Gracia, de una "protomoral", que tiene que distinguirse

ellas (de la ética del discurso). El cap. 13 del libro está dedicado a la educación moral.

66

X. Zubiri, Sobre el hombre, Madrid, Alianza, 1986, sobre todo caps. I y VII.

67

J.L. L. Aranguren, Ética, parte 10 cap. VII.

68

D. Gracia, Fundamentos de Bioética, Madrid, Eudema, 1988, pp. 366 ss.

69

A. Pintor-Ramos, Verdad y Sentido, Universidad Pontificia de Salamanca, 1993; J.

Conill, "La ética de Zubiri", El Ciervo, n1 507-509 (1993), pp. 10 y 11. Por mi parte,

modestamente me he permitido ocuparme de esta ética en Ética sin moral, Madrid,

Tecnos, 1990, pp. 55 ss.

de la "moral como contenido". Precisamente porque todo ser humano posee esta

estructura, podemos decir que somos constitutivamente morales: podemos

comportarnos de forma moralmente correcta en relación con determinadas

concepciones del bien moral, es decir, en relación con determinados contenidos

morales, o bien de forma inmoral con respecto a ellos, pero estructuralmente

hablando, no existe ninguna persona que se encuentre situada "más allá del bien

y del mal". ¿En qué consiste esa estructura moral?

5.2. La estructura moral del ser humano

Necesitamos sobrevivir

En principio, recuerda Zubiri que cualquier organismo se ve enfrentado al

reto de ser viable en relación con su medio y para ello se ve obligado a responder

a las provocaciones que recibe de él ajustándose para no perecer. La estructura

básica de la relación entre cualquier organismo y su medio es entonces

"suscitación-afección-respuesta" y es la que le permite adaptarse para sobrevivir.

Sin embargo, esta estructura se modula de forma bien diferente en el animal y en

el ser humano.

En el animal la suscitación procede de un estímulo que provoca en él una

respuesta perfectamente ajustada al medio, gracias a su dotación biológica. A este

ajustamiento se denomina "justeza" y se produce de forma automática. En el ser

humano, sin embargo, en virtud de su hiperformalización, la respuesta no se

produce de forma automática, y en esta no determinación de la respuesta se

produce el primer momento básico de libertad. Y no sólo porque la respuesta no

viene ya biológicamente dada, sino también porque, precisamente por esta razón,

se ve obligado a

justificarla.

El momento básico de libertad

En efecto, el ser humano responde a la suscitación que le viene del medio a

través de un proceso en el que podríamos distinguir los siguientes pasos:

1) En principio, se hace cargo, a través de su inteligencia, de que los

estímulos son reales, es decir, que proceden de una realidad estimulante por la

que se siente afectado. El ser humano no está afectado, por tanto, por el "medio",

sino por la realidad, lo cual supone un compromiso originario con ella que

tendrá, como veremos, sus implicaciones morales.

2) La respuesta no le viene dada de forma automática, sino que, a la hora

de responder, crea él mismo un conjunto de posibilidades, entre las que ha de

elegir la que quiere realizar. Si bien tales posibilidades enraízan en la realidad,

ellas mismas son irreales y es la persona quien tiene que elegir cuál quiere

realizar. De ahí que los representantes de la tradición que estamos comentando

convengan en afirmar que ya en ese nivel biológico básico se produce el primer

momento de libertad: no estamos determinados por el estímulo real, sino que

nos vemos forzados a elegir.

No somos libres para dejar de ser libres.

3) Para elegir una posibilidad el ser humano ha de renunciar a las demás y

por eso su elección ha de ser justificada; es decir, ha de hacer su ajustamiento a la

realidad, porque no le viene dado naturalmente, justificándose. Lo que en el

animal era justeza automática, en el ser humano es justificación activa, y esta

necesidad de justificarse le hace necesariamente moral. Por eso la exigencia de

apelar a un referente moral se encuentra inscrita en la estructura básica del ser

humano, de donde se sigue que es constitutivamente moral.

El contenido desde el cual una persona justificará sus elecciones no

importa ahora, porque sin duda variará, lo que importa es recordar que se siente

afectada por la realidad y para sobrevivir ha de responder a ella, eligiendo entre

posibilidades y justificando su elección. ¿Qué se sigue de todo ello para la

educación moral?

3. Consecuencias para la educación moral

En principio, si cualquier persona capta las cosas como realidades y su

modo de estar en el mundo es el de estar en la realidad, necesitamos hacer pie en

ella para construir cuantas posibilidades seamos capaces de idear; posibilidades

entre las cuales tenemos que elegir la que consideremos más adecuada. Y este

sencillo reconocimiento comportará un buen número de implicaciones para quien

desee ser una persona moralmente bien educada, aunque para extraerlas

emplearemos el término "realidad" en un sentido un tanto heterodoxo en lo que a

la tradición zubiriana se refiere.

La primera de esas implicaciones consiste en reconocer que una persona

inteligente trata de conocer la realidad.

Conocer la realidad

Si de la realidad tenemos que partir inevitablemente, parece aconsejable

tratar de conocerla lo mejor posible, porque otra cosa es, no sólo suicida, sino

también "homicida".

Es suicida ya que quien construye castillos en el aire, desconociendo el

terreno que pisa, no tarda en caer en algún hoyo. La imaginación pueril -como es

sabido- es la que se pierde en ensoñaciones sin punto de apoyo en la realidad, y

después sucede que el niño, a fuerza de imaginar sin fundamento, se creyó

Tarzán y se rompió el fémur pensando que saltaba de liana en liana. La

imaginación creadora, por contra, la imaginación adulta, es la que se nutre de la

realidad y trata de ampliarla proyectando desde ella.

Por otra parte, desconocer la realidad y construirse la vida de espaldas a

ella es también "homicida": el que vive siempre en las nubes, es un peligro

privado y público, bien porque propone proyectos ilusorios, que acaban en la

frustración de quienes se alistaron confiados, bien porque ignora si está causando

daño o bien. Su ignorancia resulta en cualquier caso peligrosa.

Por eso conviene informarse, recurrir a las aportaciones de distintos

saberes, y echar mano de la experiencia ajena a través de la literatura, el cine, las

artes plásticas y unos medios de comunicación "bien administrados". Una mente

abierta a los problemas y a las propuestas de solución ya existentes es esencial

para una persona moralmente educada.

Tomarla en serio

Ahora bien, precisamente quien se afane por conocer la realidad al

máximo caerá en la cuenta de que con ella no se pueden hacer mangas y capirotes

como a veces cree un "idealismo" mal entendido. Y digo "un idealismo mal

entendido" porque el término "idealismo" tiene diversas acepciones, algunas de

las cuales son imprescindibles para culminar con éxito el proceso de

humanización de la humanidad, mientras que otras resultan totalmente contra-

indicadas para llevar a cabo ese proceso.

Sería idealismo positivo considerar que la historia humana se construye

también con ideas e ideales, y que es puro conformismo, dejación de humanidad,

resignarse a pensar que no hay más cera que la que arde, aferrarse con uñas y

dientes a la vulgaridad y la ramplonería, tachando de ilusos a cuantos intentan

abrir nuevos horizontes.

Es también positivo el idealismo filosófico de corte kantiano, según el cual

cuando hacemos ciencia somos nosotros los que construimos modelos y

planteamos preguntas que después formulamos a la experiencia. Una teoría

científica no es nunca un simple reflejo de la realidad, sino que cuenta, como

ingrediente, con una buena dosis de imaginación y razón creadoras.

Sin embargo, cuando extremamos estas posiciones y llegamos a afirmar

que somos nosotros quienes construimos el mundo a nuestro sabor, desde

nuestras ideas, sin necesidad siquiera de hacer pie en la realidad, hemos

convertido el idealismo sano en un idealismo patológico. Y como sucede que

todo conocimiento viene movido por un interés, como ya recordaron Scheler,

Apel o Habermas70, las más de las veces este idealismo enfermo está manipulado

desde intereses individuales o grupales: interesa creer que somos nosotros

quienes construimos la realidad porque así podemos manipularla a nuestro

gusto.

Éste es el caso ejemplar de la célebre "razón instrumental" moderna, que se

viene empeñando desde hace siglos en tratar como objetos de usar y tirar a la

naturaleza y a cada uno de los seres humanos71. Así hemos llegado en nuestro

70

Max Scheler, Sociología del saber, Buenos Aires, Siglo XX, 1973, pp. 76-81; Karl-

Otto Apel, La transformación de la filosofía, I, p. 31; Jürgen Habermas, Ciencia y técnica

como ideología, Madrid, Tecnos, 1984; Conocimiento e interés, Madrid, Taurus, 1982;

Adela Cortina, Ética y Utopía: la Escuela de Frankfurt, pp. 115-119.

71

Como decía Max Horkheimer, criticando el hecho de que la razón instrumental se

haya convertido para Occidente en "la" razón: "Hoy se considera que la tarea, e incluso la

verdadera esencia de la razón, consiste en hallar medios para lograr los objetivos

propuestos en cada caso. Los objetivos que, una vez alcanzados, no se convierten ellos

mismos en medios, son considerados como supersticiones" (Crítica de la razón

instrumental, Buenos Aires, Sur, 1969, p. 7).

momento, sin ir más lejos, a una manipulación total del medio ambiente, gracias a

la cual puede hablarse sin temor a errar de desastre ecológico.

La desertización del planeta Tierra es ya un hecho, y al menos cincuenta

millones de "ecorrefugiados" están abandonando sus países de origen, totalmente

expoliados por intereses económicos, y buscan donde vivir. Es difícil calcular el

número de muertes que se producen por el camino. Es difícil prever qué ocurrirá

cuando lleguen a las puertas de los "países ricos". Y no es mucho más sencillo

predecir qué sucederá con los que logren entrar en ellos: marginación, búsqueda

de permiso de trabajo, desconfianza y recelos por parte de los ciudadanos de toda

la vida.

Por contra, lo que sí es evidente es que la realidad empieza a "vengarse"

con el agotamiento de las materias primas, la desertización y la progresiva

destrucción de la ecosfera, porque la realidad, al cabo, termina "vengándose" de

alguna manera. Termina presentando repleto su libro de reclamaciones a una

humanidad que ha perdido el norte.

Frente a esta idea errada de que podemos tomar la realidad a beneficio de

inventario, podemos extraer una segunda consecuencia del "reismo" zubiriano:

no podemos organizar nuestra vida de espaldas a la realidad, sino que hemos de

tomarla en serio.

La imaginación al poder

Pero tomarla en serio significa, entre otras cosas, saber que puede ser

ampliada de una forma prodigiosa, siempre que no dejemos de hacer pie en ella y

mientras agudicemos al máximo la capacidad creadora para imaginar

posibilidades sin cuento.

Como antes hemos comentado, es un hábil recurso de los conformistas -de

los "realistas" de pacotilla- frenar cualquier propuesta innovadora alegando que

no hay más cera que la que arde, que no hay que estirar el brazo más que la

manga, y otros refranes disuasorios. Sin embargo, lo humano, lo realmente

humano, consiste en la capacidad de crear más cera y alargar las mangas, para

conseguir la luz que deseamos y tener el brazo a cubierto.

Las más de las veces las depresiones, los malos humores vienen motivados

por el agobio que produce no vislumbrar salidas para nuestros problemas. Por

eso la piedra filosofal para salir del mal paso, para convertir en serenidad la

amargura, consiste en idear alternativas viables. Una cosa es soñar utopías cuyo

fracaso conduce a la frustración de los ideales por los que nacieron, otra bien

distinta ampliar el ámbito de la realidad posible, para encontrar siempre ante

cualquier problema una salida.

Los enigmas excitan la imaginación y la razón creadoras; las aporías, los

callejones sin salida bloquean las capacidades humanas y acaban matando el

impulso vital.

Ser realistas

Actuar en el sentido que venimos comentando es, en definitiva, ser realista

de un modo plenamente humano: ser realista en el sentido en que lo entendió un

zubiriano como Ignacio Ellacuría, cuyo planteamiento moral y ético tuvo un

agudo sentido de la realidad72.

Por "ser realista" suele entenderse en principio ser pragmático, ser egoísta,

no comprometer demasiado para no tener sinsabores. Pero esto no es realismo,

sino cinismo.

También puede entenderse por "realismo" atenerse a la realidad tal como

es, a los hechos tal como son. Pero sucede que "lo que es, no es todo", sino que

puede ser muchísimo más, dependiendo de nuestra "ambición".

Por eso consideramos aquí auténtico realismo el que, al formular las

grandes preguntas éticas, trata de ampliar lo real desde lo que ya es. Y hoy en

día -fuerza es reconocerlo- no es realista preguntarse "¿qué hacer?" sólo desde el

Primer o el Segundo Mundo, prescindiendo del Tercero, porque no existe ya

ningún mundo que sea independiente de los restantes.

Como muestra la globalización de los problemas económicos o ecológicos,

la interdependencia entre todos los lugares de la tierra es un hecho, y para ser

realista, para actuar con sentido de la realidad, es preciso preguntarse qué hacer

72

Ignacio Ellacuría, "Ética Fundamental", Curso inédito, San Salvador, 1978; "La

función liberadora de la filosofía", en Escritos políticos, I, San Salvador, 1991.

desde el contexto de la humanidad en su conjunto73.

Por eso los planteamientos éticos que parten de la psicología de cada

individuo y tratan de llegar a partir de ella a la conveniencia para cada uno de

aceptar determinadas propuestas morales carecen de realismo, porque no existen

individuos abstractos, independientes de los pueblos, las culturas y las épocas.

Cada uno de nosotros es hijo de su tiempo y de su lugar, sencillamente porque

devenimos personas a través de un proceso de socialización, en el que recibimos

el legado de tradiciones de nuestra sociedad concreta.

Por lo tanto, el punto de partida de la moralidad no es nunca un individuo

cualquiera, sino este individuo en este grupo social en esta época y en este lugar.

Recordar que la pregunta por el hacer humano siempre se formula desde

una situación fue una de las claves de la ética realista de la liberación de Ignacio

Ellacuría.

Un imperativo ético

Una simple mirada a la globalidad -recuerda Ellacuría- nos muestra que

existen "pueblos enteros crucificados", al menos dos tercios de la humanidad, lo

cual significa que partimos ya de una situación de "des-humanidad". Un

proyecto ético no puede eludir este punto de partida, sino intentar que el proceso

evolutivo de hominización, por el que fue surgiendo paulatinamente el ser

humano, se prolongue en un proceso de humanización.

Para lograr llevar a cabo ese proceso de humanización, quien quiera ser

libre ha de asumir un "imperativo ético" que se articula en tres momentos:

hacerse cargo de la realidad, cargar con ella y encargarse de ella para que sea

como debe ser.

"Hágase usted cargo" -decimos cuando pretendemos que alguien

comprenda bien una situación antes de decidir, no sea cosa que tome una

decisión de la que después podría arrepentirse.

"Cargue usted con las consecuencias" -decimos cuando queremos mostrar

a alguien que es a él a quien van a pedirse responsabilidades de lo que sucede,

porque es quien toma la decisión, por mucho que quiera escabullir el bulto.

73

J.M. Tortosa, Sociología del Sistema mundial, Madrid, Tecnos, 1992.

"En definitiva es usted el encargado" -decimos cuando el responsable se

esfuerza por pasar la pelota al superior, al inferior, o al sistema en su conjunto.

Asumir estas tres obligaciones con la realidad social en la que ya estamos

implantados es lo contrario de encogerse de hombros alegando que, a fin de

cuentas "no soy guardián de mi hermano". Pero en este caso no sería Yahvé quien

pediría responsabilidades, sino la realidad de un ingente número de seres

humanos despojados de sus derechos, realidad ante la cual es preciso haber

perdido mucha humanidad para no sentirse conmovido, es preciso haber perdido

mucha inteligencia para no comprender que las cosas deben ser de otro modo y

que son también responsabilidad nuestra.

Curiosamente Occidente se vanagloria de tener por justas las leyes que

enunciamos poniéndonos en el lugar de cualquier otro. "Póngase usted en mi

lugar" -decimos al administrativo que nos pide lo imposible. "Póngase usted en

mi lugar" -repetimos en situaciones de desesperación. Ponerse en el lugar del

dominicano agredido o del turco humillado es un buen comienzo para juzgar

después si el racismo es humanamente aceptable.

Ser responsables

Desde esta perspectiva se abre paso lo que llamaríamos una "moral de la

responsabilidad", entendida ahora no tanto en sentido weberiano como

contraposición a la moral de la convicción74, sino como contrapartida de la moral

de la irresponsabilidad. Porque el que intenta eludir la realidad y no responder

de ella, como si no presentara sus exigencias ni tuviera relación con él, practica

una "moral de la irresponsabilidad" que a la larga acaba pagándose. Y digo el

impersonal "se" con plena conciencia porque, lamentablemente, no siempre es el

irresponsable quien paga las malas consecuencias, sino otros más débiles que él.

No es extraño, en este orden de cosas, que Ignacio Ellacuría hiciera suya

esa moral de la responsabilidad de que vengo hablando -dejarse afectar por la

realidad, hacerse cargo de ella y responder de ella-, hasta el punto de introducir

en el Plan de Estudios de la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas"

una asignatura llamada "Realidad Nacional". Ni resulta extraño tampoco que el

74

Max Weber, "Política como vocación", en El político y el científico, pp.81-179.

filósofo Hans Jonas propusiera sustituir el "Principio Esperanza" del marxista

utópico Ernst Bloch por un "Principio Responsabilidad" con respecto a la

naturaleza75.

Ser inteligentes

Si, como hemos dicho, vamos a vernos obligados constantemente a elegir

entre posibilidades para apropiarnos unas, renunciando a otras, y a tener que

justificar nuestras elecciones, más nos vale intentar ir aclarándonos a nosotros

mismos desde dónde hacerlo para lograr buenas elecciones. Sin duda nuestra

razón tiene una función calculadora, pero nos conviene que esos cálculos sean

prudentes76. Es decir, nos conviene tener criterios fundados desde los que tomar

las decisiones, no sea cosa que elijamos las opciones menos acertadas.

En este sentido, la historia de la ética ha sido en buena medida la historia

de la sabiduría moral, el intento de pertrechar a las personas de los criterios

necesarios para hacer buenos juicios y, consiguientemente, buenas elecciones.

Ejercitar la capacidad de juzgar para tomar decisiones prudentes es, pues,

otro de los rasgos imprescindibles en la educación moral. ¿Desde dónde pueden

hacerse las elecciones?

5.4. ¿Desde dónde tomar las decisiones?

La respuesta de Zubiri ante esta cuestión es básicamente la siguiente: en

principio, cada hombre está dotado de unas tendencias inconclusas que le llevan

a preferir unas posibilidades, a considerarlas deseables, y son esas tendencias

precisamente las que justifican sus preferencias y, por tanto, sus elecciones.

Tales tendencias proceden fundamentalmente de la constitución temperamental

de cada persona, que le viene dada por nacimiento, de los ideales de hombre y

los códigos morales vigentes en la sociedad de su época, del nivel de desarrollo

moral alcanzado tanto por la persona como por la sociedad en la que vive. Es

decir, ante todo de factores temperamentales y sociales, que son sin duda

variables.

75

Hans Jonas, El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización

tecnológica, Círculo de Lectores, Barcelona, 1994.

Consistiría el particularismo en creer que entre las distintas formas de

vida de los diferentes pueblos no existe ninguna sintonía, de suerte que

"diversidad de contenidos morales" significaría "separación tajante" entre unas

formas de vida y otras, e imposibilidad de hallar algunos elementos comunes a

todas ellas. A un particularismo semejante podría acabar conduciéndonos un

comunitarismo que, llevado por su entusiasmo por la comunidad, tuviera por

normas de justicia únicamente las vigentes en ella77.

Si el particularismo se toma en serio, entonces resulta imposible establecer

un diálogo sobre cuestiones morales entre diferentes culturas, porque entre dos

"interlocutores" que no tienen nada en común, no puede haber un diálogo. Y, sin

embargo, vemos cómo uno de los rasgos peculiares de nuestro tiempo es el

diálogo intercultural, que está resultando bien fructífero, por cierto.

Por su parte, el relativismo no pone en duda que existan valores

"valiosos", normas válidas o ideales atractivos, sólo que declara que la calificación

moral de una acción como buena o mala depende de cada cultura o de cada

grupo. En el ámbito moral -según el relativista- no hay nada universal, sino que el

reconocimiento de una acción como buena o mala, o de un valor como valioso o

anodino, es relativo a cada cultura concreta y a cada grupo determinado.

La verdad es que el relativismo es humanamente insostenible, como se

echa de ver en nuestras sociedades que sólo de palabra son relativistas.

Abochornados por nuestro inveterado etnocentrismo, nos parece a los

europeos de mala educación, autoritario y dogmático, decir que no todas las

opiniones son igualmente respetables y afirmamos que tan racional es cualquier

cultura como la nuestra, e incluso mucho más. Pero en realidad, si recordamos el

caso de Salman Rusdhi, nos parece irracional que una cultura condene a muerte a

un ciudadano por escribir un libro, por muy blasfemo que sea; nos indigna el

trato dado a las mujeres en esa misma cultura; desaprobamos el sistema de castas

de la India, e incluso afirmamos que los fundamentalistas del FIS "todavía" andan

por la Edad Media y "aún" no han llegado a la Modernidad, como si todos

tuvieran que seguir nuestro mismo proceso.

76

N. Rescher, La racionalidad, Tecnos, Madrid, 1993.

77

A. MacIntyre, Is patriotism a Virtue?, The Lindley Lecture, The University of Kansas,

Y es que a la hora de la verdad el relativismo no se lo cree nadie. Quien

tiene por irracional quitar la vida, dañar física y moralmente, privar de libertades,

o no aportar los mínimos materiales y culturales para que las personas

desarrollemos una vida digna, no lo cree sólo para su sociedad, sino para

cualquiera. Y, lo diga o no, considera que una cultura indiferente al respeto a esos

mínimos, está ella misma bajo mínimos de racionalidad o, lo que es idéntico, de

moralidad.

Podemos decir, por tanto, que entre el rechazo del diálogo por innecesario

(dogmatismo) y el rechazo del mismo diálogo por imposible (relativismo), se

sitúa el justo medio, el quicio de una buena educación.

5. Moral de actitudes

Es bien sabido que en la educación moral la formación de actitudes es una

tarea tan básica al menos como la transmisión de contenidos78; y no tanto por

aquella extraña y grotesca idea de que al cabo los contenidos se olvidan mientras

que la inteligencia permanece, como si pudiera haber desarrollo de la inteligencia

sin el de la memoria, sino porque en lo moral la actitud, la predisposición del que

obra sigue siendo una pieza clave.

Podemos entender por "actitudes", con José Mª Puig, "aquellas tendencias

y predisposiciones aprendidas y relativamente fijas que orientan la conducta que

previsiblemente se manifestará ante una situación u objeto determinado"; la

actitud es, pues, una predisposición conductual, que no consideramos innata,

sino como algo que la persona adquiere79.

Para concluir este capítulo, y tomando como punto de partida la

descripción de la estructura biológica de los seres humanos realizada por la

tradición zubiriana, podemos extraer las siguiente actitudes como propias de una

1984.

78

Como bien muestra José Mª Puig Rovira, los contenidos que deben transmitirse en la

eduación no son los que dibujan modelos de persona, ni tampoco los que conducen a una

simple reproducción de la sociedad existente, sino los que se obtienen desde un criterio

que nos permite criticar también las realizaciones de la sociedad. Ver La educación moral

en la Enseñanza Obligatoria, parte II.

79

José M0 Puig Rovira, ibid., p. 125. Ver también J.M. Cobo, Educación ética, Madrid,

Endymion, 1993, p. 186.

persona moralmente educada:

1) Responsabilidad ante la realidad natural pero, sobre todo, ante la

realidad social; la responsabilidad de quien sabe que se hace hombre (varón o

mujer) en contacto con la realidad, y que intentar desentenderse de ella como si

no fuera con él, supone incurrir en una "falacia abstractiva", que acaba pagándose.

Porque la realidad tiene un grueso libro de reclamaciones y acaba presentándolo.

A la persona la realidad "le va" en su modo de estar en el mundo y es

irresponsable -inmoral- intentar desembarazarse de ella. Por eso el frívolo podrá

ser socialmente muy bien educado, pero moralmente hablando es un

maleducado.

Y lo mismo ocurre con el cínico80. El cínico -como decía en genial expresión

Oscar Wilde- es el que conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna.

El cínico -podríamos añadir- es el que cree posible adjudicar a las cosas el precio

que bien nos parezca, como si pudiéramos ordenar el universo desde nuestra

inventada ley del intercambio. Es, en consecuencia, ciego ante el valor que las

cosas y las personas de suyo poseen, impotente para degustar lo valioso. La

actitud cínica es entonces la de un ignorante (ignorante del valor), impotente para

gozar de lo valioso y, por tanto, es la actitud de alguien moralmente maleducado.

2) De todo ello se sigue que una actitud de seriedad ante la realidad es la

propia de la persona que hace pie en ella. Y "seriedad" no significa aquí -

entiéndase bien- abominar del disfrute, la ironía o el juego, optando por una

visión de la vida propia de aguafiestas y cenizos. "Seriedad" significa aquí asumir

la profundidad, el calado, de quien sabe que vivir en la superficie acaba siendo de

tontos. Y que los tontos, en definitiva, siempre resultan útiles a alguien.

3) La moral de la seriedad constituye la base de una moral de la buena

voluntad, aunque no tengamos por qué entenderla inmediatamente como

relacionada con el imperativo categórico kantiano. La buena voluntad es, a fin de

cuentas, la buena actitud, la predisposición a tomarse en serio lo serio y en broma

lo jocoso. Y sin esta capacidad de discernir y sin la predisposición a vivir en serio

80

Aunque aquí entraríamos ya en el nivel de la distinción de valores que Zubiri

considera propio del logos, no ya de la inteligencia, y que se expresa en el juicio.

lo que en serio merezca ser vivido, en broma lo que requiere broma, no hay moral

posible.

4) Por último, podemos extraer de esta primera parte la conclusión de que

"pensar positivamente" resulta esencial. Es decir, afrontar las decisiones, que

inevitablemente tenemos que tomar, desde una decidida actitud de tomar la

mejor posible, la que abra más caminos de futuro. Pensar positiva y

resolutivamente es una buena actitud moral.

CAPÍTULO 6. LO MORAL ES COSA NUESTRA

Una vez admitido que los seres humanos poseen una estructura moral o

protomoral, de la que ya hemos ido extrayendo consecuencias para la educación,

parece que deberíamos pasar a preguntarnos por la "moral como contenido", es

decir, plantear abiertamente la cuestión de los criterios desde los que hemos de

tomar las decisiones.

Obviamente, como comentamos anteriormente, a lo largo de la historia de

la ética se han ofertado distintos criterios, pero, antes de comentar qué se sigue de

los más relevantes para una educación moral a la altura de nuestro tiempo,

recordaremos un elemento del que ya hemos hablado en estas páginas y que es

previo a cualquier otra consideración: cuando alguien se pregunta cómo interesar

en la moralidad, sea a niños, sea a adultos, está entendiendo por "moral" habitual-

mente un conjunto de normas o incluso de criterios, que el destinatario va a

experimentar en principio como ajenos. No es extraño que se pregunte entonces:

¿por qué he de atenerme a ellos? Pregunta de difícil respuesta si no modificamos

nuestro concepto de moralidad, en el sentido que hemos sugerido en la primera

parte de este libro.

6.1. Moral frente a desmoralización

La expresión "moral" significa, en primer lugar, capacidad para enfrentar

la vida frente a "desmoralización". Recogiendo la herencia de la razón vital

orteguiana, la moral no es un añadido que podemos utilizar como ornamento,

porque siempre nos encontramos en un tono vital, siempre nos encontramos en

un estado de ánimo. Es posible estar alto o bajo de moral, es posible tener la

moral alta o estar desmoralizado. Un hombre alto de moral, una sociedad alta de

moral, tienen agallas, tienen arrestos para enfrentar la vida con altura humana.

Claro que la pregunta inmediata es: ¿en qué consiste la altura humana y quién es

el que dice cuál es la talla que es preciso alcanzar?

Trataremos de responder a esta pregunta más adelante, porque en este

momento nos importa dejar "constancia" de que el canon de estatura no puede

venir de fuera, que no puede tratarse de un conjunto de deberes que alguien se

empeña en imponer, sino que tiene que venir del hombre mismo y llevarle a

plenitud. Con lo cual nuevamente la moralidad conecta de algún modo con la

biología.

2. ¿Ser moral = estar sano?

Cada persona, a la hora de elegir entre posibilidades llevado de sus

tendencias, se decanta por aquello que le parece bueno. Ésta es la razón por la que

en la ética tradicional se decía que, cuando elegimos, lo hacemos "sub ratione

boni", es decir, optando por lo que creemos que es bueno para nosotros. Ciertamente,

cómo saber que es lo realmente bueno es la gran pregunta de la ética, entendida

como filosofía moral; pero, en principio, al nivel simplemente de estructura

podemos afirmar ya que cada persona al elegir entre las posibilidades busca

aquéllas que le permiten ser cada vez más dueña de sí misma: una persona busca,

en último término, apropiarse de aquellas posibilidades que le ayudan a

autoposeerse.

Y en este punto se muestra de nuevo que la moral tiene unas innegables

raíces biológicas, aunque no pueda reducirse a biología. A entender estas raíces

biológicas de lo moral nos ayudará la definición de "salud" que viene dando la

Organización Mundial de la Salud en los últimos tiempos, a diferencia de la que

ofreció en 1946.

En efecto, en el año 1946 la OMS entendía por salud "un estado de perfecto

bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o

enfermedades"81. Como es palmario, si tomamos un patrón semejante para la

81

Preámbulo al documento de Constitución de la Organización Mundial de la Salud,

salud y la enfermedad, nos encontramos con que la mayor parte de la humanidad

está enferma, por no decir "la humanidad en su conjunto". Y, por otra parte,

cualquier Estado que quiera proteger el "derecho a la salud" de sus ciudadanos

tendrá que "medicalizarse"; es decir, tendrá que invertir todos sus recursos en la

prevención y cura de la enfermedad con toda suerte de medidas sociales.

Como tal opción resulta inviable, la OMS tomó conciencia de lo ambicioso

de la definición, y ofreció más tarde una caracterización de salud bastante más

modesta. A tenor de esta nueva caracterización, el grado de salud de las

personas se mide por el grado de autoposesión: la autoposesión de cuerpo y

mente por parte del sujeto es síntoma de salud, mientras que la imposibilidad de

controlarse a sí mismo es síntoma de enfermedad. Cuando tal falta de control se

lleva al extremo, se produce la muerte82. ¿Qué factores debemos tener en cuenta

para medir el grado de autoposesión de las personas?

Según la bibliografía del ramo, elementos como los siguientes son

esenciales para medirlo:

la capacidad de desplazamiento,

la capacidad de autocontrol,

la conciencia,

la capacidad de relación interpersonal.

Cuando una persona, por su enfermedad, va perdiendo estas facultades, es claro

que su salud se deteriora y la enfermedad progresa hasta culminar en la muerte.

El impulso a la autoposesión es, pues, una tendencia biológica que opera

en nuestra conducta. ¿Qué relación guarda con la moralidad?

6.3. Ser moral = ser uno mismo

Desde luego cuanto acabamos de decir no significa que exista una

continuidad tal entre lo biológico y lo moral, que esté sano y además sea

moralmente impecable quien tenga conciencia, pueda desplazarse,

autocontrolarse y sea capaz de entrar en relación con otras personas. En absoluto.

Disfrutando de todas estas posibilidades una persona puede ser moralmente

Nueva York, 22 de julio de 1946.

82

D. Gracia, Fundamentos de bioética, Eudema, Madrid, 1988.

impresentable, y careciendo de algunas de ellas (capacidad de desplazamiento, de

control de ciertos aspectos físicos, incluso de relación comunicativa expresa),

puede ser persona en el sentido pleno del término.

Lo que queremos decir es que, si a lo largo de la vida nos vemos obligados

a elegir entre las diversas posibilidades que creamos, y estas sucesivas elecciones

nos llevan a ir apropiándonos de algunas características que van pasando a

formar parte de nuestro carácter, si somos inteligentes, iremos eligiendo aquéllas

que aumenten nuestras posibilidades de autoposesión, y no las que vaya

produciendo una "alienación", una "enajenación": no las que nos conviertan en

otro, sino las que cada vez nos hacen ser más "nosotros mismos". Cuantas

opciones alejan a alguien de su capacidad de poseerse están comprometiendo su

ser persona.

6.4. La drogadicción: un fenómeno reaccionario

Éste es el caso, sin ir más lejos, de la drogadicción. Sin duda, es éste un

fenómeno que tiene consecuencias sociales desastrosas: destrucción de familias,

delincuencia generalizada y opresiva en los países productores de droga, como es

el caso de Colombia, no tanto en los países consumidores de esa droga. Sin

embargo, hay en él un aspecto que puede resultar verdaderamente confundente:

puede parecer que una sociedad es tanto más liberal cuanto con mejores ojos ve

que la población se drogue o no según su voluntad, y también que optar por la

droga es una expresión de la autonomía de la persona. Y, sin embargo, no es así.

Ciertamente, las causas por las que alguien entra en el mundo de la droga

son diversas: ser bien acogido por el grupo de amigos que están enganchados,

intentar una experiencia nueva, buscar algún procedimiento para liberarse de una

situación inhóspita, hacer una opción socialmente prohibida. Parece en este

último caso que la persona está realizando un acto de libertad frente a la sociedad

que lo prohíbe y que más liberal es una sociedad cuanta más libertad da a sus

miembros para que se droguen cuando bien les parezca.

Y, ciertamente, una sociedad liberal no acostumbra a poner barreras frente

a las opciones personales de vida feliz. Sin embargo, el liberalismo auténtico -no

ese sucedáneo que consiste en realidad en desentenderse de las personas y allá se

las compongan- desaconseja todas aquellas elecciones que después resultan

irreversibles.

Considera el liberalismo auténtico que una persona puede cambiar de

opinión a lo largo de su vida y que es importante que pueda volver atrás en ese

caso, porque, de lo contrario, se encuentra atada de pies y manos. La

drogadicción es, por tanto, un fenómeno absolutamente iliberal y reaccionario,

porque quien se introduce en él tiene difícil el camino de regreso a ser él mismo, a

poder elegir desde sí mismo.

A través de la drogodependencia no se consigue, pues, la libertad, sino

todo lo contrario: se consigue alienarse, enajenarse, convertirse en alguien distinto

de uno mismo. Y, como el camino de regreso resulta extremadamente difícil, llega

un momento en que se ha perdido toda posibilidad de autonomía -de decidir

desde sí mismo- y es una sustancia, o quienes trafican con ella, quien toma las

decisiones.

Una vez más las apariencias engañan: hacer la apología de la droga no es

propio de un auténtico liberalismo, porque se trata de un fenómeno a todas luces

reaccionario.

6.5. La necesaria autoestima

Estrechamente relacionada con el ideal de autoposesión se encuentra la

necesidad de la autoestima, porque mal va a ser dueño de sí mismo quien ni

siquiera se siente capaz de llevar adelante proyectos que le ilusionen. Los

proyectos serán distintos en las diferentes personas, y por eso encontrar los

propios es una de las grandes tareas personales y comunitarias, pero saber que

contamos con cierta capacidad para llevarlos a cabo es condición necesaria para el

éxito. Aunque sin duda, no suficiente83.

Desde esta perspectiva, educar moralmente consistirá en ayudar a sentirse

en forma, ayudar a ilusionarse con los propios proyectos de autorrealización,

desde la conciencia de que es posible llevarlos a cabo. Por tanto, cuantos trabajos

se lleven a cabo en el terreno de la enseñanza en la línea del autoconcepto, con

vistas a fomentar la autoestima de los individuos serán siempre pocos. Porque

83

A. Cortina, Ética aplicada y democracia radical, cap. 13.

entre un altruísmo mal entendido, que exige del individuo el olvido de sí mismo,

y un egoísmo exacerbado, que lleva al cabo al desprecio del resto, se encuentra el

quicio sano de una autoestima por la que un individuo se encuentra antes alto de

moral que desmoralizado.

Por otra parte, conviene no olvidar que mal puede infundir ilusión una

sociedad desilusionada, contagiar esperanzas una sociedad desesperanzada. De

ahí que la tarea educativa constituya a la vez la piedra de toque de la altura moral

de una sociedad, porque carecerá de arrestos para comunicar energía, si ella

misma se encuentra depauperada.

CAPÍTULO 7. LA EDUCACIÓN DEL HOMBRE Y EL CIUDADANO

1. La pertenencia a la comunidad

Los fines del individuo y de la comunidad

El actual movimiento comunitario recuerda a los liberales que la moral

resultó impensable en algún tiempo al margen de las comunidades, en las que los

individuos desarrollan sus capacidades para lograr que la comunidad sobreviva

y prospere, porque, en definitiva, del bien de la comunidad se sigue el propio84.

El abismo abierto por el liberalismo moderno entre los intereses del

individuo y los de la comunidad -piensa el comunitarismo-, es el que hoy nos

fuerza a preguntarnos: ¿por qué a un individuo le va a interesar ser moral?

Pregunta que carece de sentido si el individuo se sabe ya miembro de una

comunidad, cuyos fines coinciden con los suyos propios.

Por "moral" -recuerdan los comunitarios- se entendió en Grecia el

desarrollo de las capacidades del individuo en una comunidad política, en la

que tomaba conciencia de su identidad como ciudadano perteneciente a ella. Lo

que además le facultaba para saber cuáles eran los hábitos que había de

desarrollar para mantener y potenciar esa comunidad, hábitos a los que cabía

denominar virtudes85.

La pérdida de la dimensión comunitaria -prosiguen- ha provocado la

84

Ver bibliografía citada en nota 45 de este mismo trabajo.

85

C. Thiebaut, "Virtud", en A. Cortina (ed.), Diez palabras clave en ética, Estella, VD,

situación en que nos encontramos, en que los seres humanos son más individuos

desarraigados que personas, átomos disgregados en una masa informe, que

pueblo. Y, por si faltara poco, ignoran qué tareas morales han de desarrollar.

Mientras que en el mundo de las comunidades hay mapas que ya nos indican el

camino: hay virtudes que sabemos hemos de cultivar, hay deberes que es de

responsabilidad cumplir. En ellas -y esto es lo que me importaba destacar- el

nuevo miembro de la comunidad se sabe vinculado, acogido, respaldado por un

conjunto de tradiciones y de compañeros.

Por eso -concluyen los comunitarios- es tiempo de fortalecer los lazos de la

comunidad desde los que los hombres aprenden a ser morales, entre ellos el lazo

cívico.

Ser ciudadano

Ciertamente, atendiendo al consejo de los comunitarios y también de la

ética del discurso que preconiza el fortalecimiento de comunidades de

comunicación, es preciso recordar que la educación empieza por sentirse

miembro de comunidades: familiar, religiosa, étnica. Pero también miembro de

una comunidad política, en la que el niño ha de sentirse acogido desde el

comienzo.

Porque cada niño se encuentra en el contexto de una realidad social

determinada, que le ayudará a desarrollar las predisposiciones genéticas en un

sentido u otro. Y, como muy bien apuntan los "culturalistas" frente a los

"genetistas", el medio en el que se desenvuelva es esencial para el desarrollo de

unas tendencias u otras.

Como en las primeras etapas del desarrollo necesita forjarse una identidad

desde los grupos a los que pertenece, la comunidad familiar y la comunidad

religiosa, en su caso, van ofreciéndole esos vínculos de pertenencia que constitu-

yen una necesidad psicológica intrínseca. Pero también la comunidad política

tiene la obligación de hacer sentir al niño que, además de ser miembro de una

familia, de una iglesia, de una etnia, de una cultura, lo es también de una nación,

que espera de él que participe activamente como ciudadano.

1994.

Podría pensarse que la primera tarea de la educación moral consiste en

formar a los niños como hombres e interesarles más tarde en los valores de la

ciudadanía. Sin embargo, ambas cosas no pueden hacerse por separado, porque

las personas, para devenir tales a través del proceso de socialización, necesitamos

unas señas de identidad, que brotan de distintas formas de pertenencia a la

sociedad y, en este sentido, podemos decir que:

1) El ejercicio de la ciudadanía es crucial para el desarrollo de la madurez

moral del individuo, porque la participación en la comunidad destruye la inercia

y la consideración del bien común alimenta el altruísmo.

2) La ciudadanía subyace a las otras identidades y permite suavizar los

conflictos que pueden surgir entre quienes profesan distintas ideologías, porque

ayuda a cultivar la virtud política de la conciliación responsable de los intereses

en conflicto.

Para formar hombres es, pues, necesario formar también ciudadanos.

La educación cívica

Sin embargo, la educación cívica puede despertar sospechas, que lleven

incluso a su descalificación: ¿no es un procedimiento para formar ciudadanos

dóciles, manejables, que no causen problemas al poder político?

Si así fuera, estaríamos educando víctimas propiciatorias para cualquier

totalitarismo, y no personas autónomas, dispuestas a regirse por su propias leyes,

contraviniendo así las exigencias de una escuela moderna. ¿Es ése el objetivo de la

educación cívica?

Ante preguntas de esta guisa conviene recordar, en principio, que las

escuelas siempre han enseñado a los niños a ser buenos ciudadanos, sea a través

de la selección del material que indefectiblemente transmite un mensaje, sea a

través del "curriculum oculto", es decir, de los mensajes subliminales que el

alumno absorbe en la relación con los profesores y en la organización de las

clases.

Por lo tanto, si queremos educar en las exigencias de una escuela moderna,

que asume como irrenunciable la autonomía de sus miembros, la clave consiste

en bosquejar los rasgos de ese ciudadano autónomo, no dando por bueno

cualquier modelo de ciudadanía.

Ciudadanía cosmopolita

No es fácil precisar un modelo de ciudadanía, porque la idea de

ciudadanía tiene una larga historia: su origen se remonta, al menos, a la polis

griega y, a través de Roma y el Renacimiento, cobra especial fuerza a partir de la

Modernidad. Sin embargo, desde ella todavía es grande el número de modelo

posibles, sean liberales, socialistas, nacionalistas o totalitarios.

Aquí optaremos por un modelo de ciudadanía a la vez nacional y univer-

sal, que se configura con las siguientes características:

- Autonomía personal (el ciudadano no es ni vasallo ni súbdito)

- Conciencia de derechos que deben ser respetados.

- Sentimiento del vínculo cívico con los conciudadanos, con los que se

comparten proyectos comunes.

- Participación responsable en el desarrollo esos proyectos, es decir,

conciencia, no sólo de derechos, sino también de responsabilidades.

- A la vez sentimiento del vínculo con cualquier ser humano, y participa-

ción responsable en proyectos que lleven a transformar positivamente nuestra

"aldea global".

Ciertamente, la asunción de la "doble ciudadanía" -nacional y universal- es

fruto de un doble movimiento de diferenciación, por el que el ciudadano se sabe

vinculado a los miembros de su comunidad por una identidad que le diferencia

de los miembros de otras comunidades y, sin embargo, de identificación, en

tanto que persona, con todos aquellos que son también personas, aunque de

diferentes nacionalidades.

Este último modelo de ciudadanía -la cosmopolita- presenta especiales

dificultades, porque así como el niño de los 4 a los 7 años desarrolla claras

identidades nacionales, ligadas a símbolos de pertenencia, y no es excesivamente

difícil encontrar tales símbolos de pertenencia en la tradición e historia de un

pueblo, que son los que al cabo respaldan emocionalmente la identidad nacional,

las tradiciones y símbolos compartidos por la humanidad en su conjunto son

escasos: la experiencia de la raza humana como tal no es el agregado de

experiencias particulares, sino la adquirida a través de proyectos comunes. Por

eso, educar en la doble ciudadanía supone introducir afectivamente en el doble

simbolismo e implicar a los niños en proyectos tanto locales como de alcance

universal86.

Un alto en el camino

En este punto conviene hacer un alto en el camino para resumir lo que

hasta ahora hemos ganado en este trabajo:

1) La moral no es algo ajeno al individuo, un conjunto de mandatos que

brota de otro mundo y que sólo pueden interesar a una persona -niño o adulto- si

le convencemos mediante alguna gratificación o alguna sanción externa.

2) La moral es indeludible, en principio, porque todos los seres humanos

hemos de elegir entre posibilidades y justificar nuestra elección; con lo cual más

vale que nos busquemos buenos referentes para justificarlas, no sea cosa que

labremos nuestra propia desgracia.

3) Estamos en el mundo con un tono vital u otro, altos de moral o

desmoralizados, y para levantar el ánimo dos cosas al menos son indispensables:

tratar de descubrir qué proyectos nos son más propios y tener la autoestima

suficiente para intentar llevarlos a cabo.

4) Por último, nuestra socialidad exige que proyectos y autoestima broten

de una identidad psíquicamente estable, ganada en la comunidad familiar,

religiosa, cívica, al sentirse ya desde el comienzo miembro acogido y apreciado -

valioso, por tanto- de un grupo humano con proyectos compartidos.

De ahí que podamos decir que si la comunidad política no se

responsabiliza de la educación cívica de los ciudadanos potenciales, haciéndoles

sentir que son miembros suyos, parte suya, y que esa pertenencia es gratificante,

carece de sentido preguntar más tarde cómo interesarles en la cosa pública.

Y es indudable que sin, al menos, cierta igualdad y justicia no puede haber

86

La educación en la ciudadanía universal exige recurrir también al ejemplo de

personalidades que han llevado a cabo proyectos de alcance universal, como es el caso de

Gandhi o Martin Luther King. Porque sin símbolos que afecten también emocionalmente,

es decir, con la pura argumentación, es imposible educar. La narrativa es ineludible en el

proceso educativo.

ciudadanía, porque los discriminados no pueden sentirse ciudadanos: ¿no es

puro cinismo intentar interesar en valores cívicos de libertad, tolerancia,

imparcialidad y respeto por la verdad y por el razonamiento, a los que nada

ganan con la res publica, o ganan significativamente menos que otros?

En el origen es donde deben asumir su responsabilidad las distintas

comunidades -también la política- para hacer sentir a los niños que son miembros

suyos. Sólo desde esta idea de pertenencia será posible desarrollar con bien las

restantes formas de entender la moral, que comentaremos brevemente: como

búsqueda de felicidad, como disfrute del placer, como capacidad de darse leyes

propias; como capacidad de asumir una determinada actitud dialógica.

7.2. La búsqueda de la felicidad

Todos los hombres desean ser felices

En efecto, la tradición aristotélica sigue recordándonos que la dimensión

moral de los hombres consiste, al menos "también", en la búsqueda de la

felicidad, en la prudente ponderación de lo que a una persona conviene, no sólo

en un momento puntual de su biografía, sino en el distendido conjunto de su

vida.

Que todos los hombres desean ser felices es afirmación que nadie se ha

atrevido a poner en duda. Que conseguir la felicidad no está totalmente en

nuestras manos es igualmente público y notorio, así como lo es que no todos

entienden lo mismo por "su felicidad". Sin embargo, una cosa es clara, en

principio, y es que la felicidad exige la formación prudencial del carácter, porque

tener un buen carácter requiere entrenamiento, ya que los hábitos, la "segunda

naturaleza", han de adquirirse por repetición de actos.

El hábito, por decirlo con Juan Manuel Cobo, es "una manera determinada

de proceder o reaccionar en algún orden o circunstancia, que una persona

adquiere a partir de una repetición de actos estable"87. Exige, por tanto, continuo

entrenamiento y ausencia de improvisación. Una moral del ethos, del carácter así

lo requiere.

Ahora bien, los contenidos de la felicidad no pueden universalizarse. "Mi

87

Juan Manuel Cobo, Educación ética.

felicidad" es mi peculiar modo de autorrealización, que depende de mi

constitución natural, de mi biografía y de mi contexto social, hecho por el cual yo

no me atrevería a universalizarla. Lo que me hace feliz no tiene por qué hacer

feliz a todos.

Educar en la felicidad

Por eso, a mi juicio, tener en cuenta en la educación moral el deseo de

felicidad de los hombres es imprescindible, como también lo es educar con el

objetivo de que los niños no renuncien a conseguirla, sino todo lo contrario. Pero

para eso es fundamental tener en cuenta dos cosas al menos:

1) El educador no tiene derecho a inculcar como universalizable su modo

de ser feliz. Aquí no caben sino la invitación y el consejo, comunicar las propias

experiencias y narrar experiencias ajenas88.

2) Sí tiene que enseñar a deliberar bien, ayudando a cada persona a

encontrar y llevar a cabo sus propios proyectos de felicidad.

Como cada ser humano es único e irrepetible, cada uno ha de

averiguar cuál ha de ser su peculiar modo de vivir bien, qué es lo que le hace ser

él mismo. En la tarea de averiguarlo pueden ayudarle personas que le conocen y

expertos, y también puede aprender de ejemplos que le resultan convincentes.

Pero al final cada uno tiene que descubrir qué es lo que realmente quiere y

prepararse para conseguirlo. Para cada uno vale el imperativo: "sé el que

únicamente tú puedes ser".

3) De ley es también enseñar que, en último término, la felicidad no se

consigue sólo con voluntad y esfuerzo. Que no es pelagiana, sino jansenista: es

don, "el don de la paz interior, espiritual, de la conciliación o reconciliación con

todo y con todos y, para empezar y terminar, con nosotros mismos"89.

Por eso es preciso aprender a deliberar bien sobre lo que nos conviene,

pero con la conciencia de que ser feliz es, no sólo una tarea, sino sobre todo un

regalo, más que placentero, plenificante.

88

A. Cortina, La moral del camaleón, cap. 10.

89

J.L.L. Aranguren, Moral de la vida cotidiana, personal y religiosa, Madrid, Tecnos,

7.3. Maximizar el placer

El placer es satisfacción sensible

Sin embargo, la tendencia a la felicidad, entendida como autorrealización

(eudaimonía), puede interpretarse también como tendencia al placer, y entonces -

como dijimos- entramos en una tradición hedonista.

Todos los hombres tendemos a la felicidad y nadie puede negar que lo

hace. Evidentemente cualquiera, aunque sea tratando de servir a los marginados

de la tierra, busca su felicidad. Pero no es lo mismo "felicidad" que "placer",

porque la felicidad es un término para designar el logro de nuestras metas, la

consecución de los fines que nos proponemos: ser feliz es alcanzar las metas que

perseguimos. Por eso algunas corrientes filosóficas entienden la felicidad como

"autorrealización", para distinguirla de quienes entienden por felicidad

"obtención de placer", que es el caso de los hedonistas.

"Placer" significa, en buena ley, satisfacción sensible causada por el logro

de una meta o por el ejercicio de una actividad.

Quien escucha una hermosa sinfonía o come un agradable manjar

experimenta un placer; quien cuida a un leproso no siente placer alguno, pero

puede muy bien ser feliz cuando forma parte importante de su proyecto de

autorrealización la preocupación por los marginados.

Saber disfrutar

Educar para que las personas no tienen la toalla en buscar su felicidad,

entendida como autorrealización, es -como hemos comentado- imprescindible.

Pero también lo es ayudar a desarrollar la capacidad de experimentar placer,

porque tan injusto es con la realidad -tanto pierde pie en ella- quien la trata

frívolamente como el que carece de la capacidad de disfrutar lo que en ella es

sensiblemente valioso.

Entender la educación moral como preparación para el sacrificio es un

error craso, absolutamente injusto con el ser del hombre y con el de la realidad,

que debe ser, no sólo "fruida" en el sentido zubiriano, sino también disfrutada en

el significado sensible del término. Pero identificar felicidad y placer es, sin duda,

1987, p. 110.

también erróneo.

7.4. Ser autónomo

¿Nos interesa ser morales?

Supongamos por un momento que decimos de una situación que carece de

sentido moral, ¿a qué nos estamos refiriendo? Podemos referirnos a una de las

siguientes posibilidades:

1) Las personas están bajas de ánimo vital.

2) No se encuentran integradas en la comunidad en la que viven.

3) No saben cómo ser felices.

4) No saben disfrutar.

5) No tienen internalizada la convicción de que deben obedecer ciertos

deberes que consideramos morales.

La verdad es que normalmente nos referimos a la última de estas

posibilidades, y por eso solemos preguntarnos a continuación cómo encontrar la

motivación oportuna para interesarles en la moralidad.

Sin embargo, plantear así la cuestión es entender que las normas morales

vienen de fuera, cuando precisamente lo que les especifica frente a normas como

las legales es que brotan del propio sujeto: las normas morales, como afirma

explícitamente la tradición kantiana, son las que un sujeto se daría a sí mismo,

en tanto que persona. Es decir, son aquellas normas que -a su juicio- cualquier

persona debería seguir, si es que desea tener -como antes decíamos- "altura

humana".

Esas normas, en principio, no indican qué hay que hacer para ser feliz, sino

cómo hay que querer obrar para ser justos con la propia humanidad. Pregunta

que nos lleva más allá del placer o bienestar individual, incluso más allá de una

ciudadanía nacional o cosmopolita, aunque sea desde ellas desde donde es

preciso hacerse la pregunta.

Más allá de la ciudadanía

En efecto, la expresión "esto es justo" no significa lo mismo que "esto me da

placer", ni tampoco "esto nos da placer a una colectividad"90.

Pero tampoco pueden equipararse "esto es justo" y "esto es lo admitido por

las normas de mi comunidad" (ciudadanía nacional), ni siquiera "esto es justo" y

"esto sería lo admitido por una comunidad cosmopolita" (ciudadanía

cosmopolita). Porque cualquier comunidad de la que hablemos se concreta -y de

ahí su ventaja- en unas normas para unos ciudadanos reconocidos como tales,

que, por lo tanto, tienen unos derechos que deben ser respetados.

La ciudadanía, en su aspecto legal, es en definitiva el reconocimiento de

unos derechos por parte de un poder político; de ahí las dificultades de la

ciudadanía cosmopolita, dada la debilidad del derecho internacional. Sin

embargo, precisamente el hecho de que la ciudadanía se concrete en

comunidades, aunque incluyeran en su cosmopolitismo a las generaciones

futuras, al reconocerles unos derechos, tiene el inconveniente de no poder

plantearse para cualquier ser racional en general.

El punto de vista moral

La expresión "esto es justo" se refiere a lo que tendría por juto cualquier ser

racional. Por eso, como ha mostrado Lorenz Kohlberg, la formulación de juicios

sobre la justicia supone un desarrollo y un aprendizaje que se produce a través de

tres niveles:

1) El preconvencional, en que el individuo juzga acerca de lo justo desde

su interés egoísta.

2) El convencional, en el que considera justo lo aceptado por las reglas de

su comunidad.

3) El postconvencional, en el que distingue principios universalistas de

normas convencionales, de modo que juzga acerca de lo justo o lo injusto

"poniéndose en el lugar de cualquier otro".

Esta necesidad de "ponerse en el lugar de cualquier otro" para poder

determinar qué es lo justo es lo que se ha llamado la necesidad de asumir el

"punto de vista moral". Cuando juzgamos desde la perspectiva de cada uno de

nosotros somos inevitablemente parciales ("arrimamos el ascua a nuestra

90

E. Martínez Navarro, "Justicia", en A. Cortina (ed.), Diez palabras clave en ética.

sardina") y además introducimos en el juicio nuestros gustos personales, es decir,

somos subjetivos. Lograr la imparcialidad y la objetividad sólo es posible

poniéndose en el lugar de cualquier otro: asumiendo el punto de vista moral.

Las razones éticas que las tradiciones universalistas han aducido para no

tener por justo sino lo que se decide desde el punto de vista moral son diversas:

- Según Kant, que cualquier hombre es un fin en sí mismo que no puede

ser tratado como un simple medio sin que renuncie a su humanidad quien así lo

trata91.

- Desde el punto de vista de Rawls, prolongando la tradición kantiana, que

la idea de imparcialidad expresa el sentido de la justicia propio de las sociedades

occidentales con democracia liberal.

Tanto desde la perspectiva de Kant como desde la de Rawls,

ponerse en el lugar del marroquí a la hora de juzgar si es justo devolver al mar las

pateras, ponerse en el sitio del dominicano para saber si es justo o no que los

emigrantes tengan un puesto de trabajo, es un saludable ejercicio. Por nuestra

cuenta podemos decir que practicarlo en la educación, por medio de técnicas

como el "role-playing" o la resolución de dilemas morales, es indispensable.

7.5. Actitud dialógica

Una persona alta de moral

El ámbito de la moral en las tradiciones kantianas es -como estamos

viendo- sobre todo el de la autonomía, el de la capacidad de darse leyes a sí

misma de que goza cualquier persona. Pero a la hora de dárselas no toma como

punto de partida su propia subjetividad, sus gustos y caprichos, ni tampoco los

de su comunidad, por amplia que sea: toma como referente lo que podría querer

para cualquier ser racional.

Una persona "alta de moral" en este sentido sabe, pues, distinguir entre las

normas de su comunidad y los principios universalistas, que le permiten criticar

incluso las normas comunitarias.

Sin embargo, a la hora de interpretar el punto de vista moral universalista,

91

I. Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, cap. II. Para la

fundamentación de la ética kantiana en la autonomía como libertad raciuonal ver J. Conill

existe una gran diferencia entre los kantianos: mientras Kohlberg o Rawls

adoptan como método para determinar qué normas son las correctas la "asunción

ideal de rol" (ponerse en el lugar del otro), la ética del discurso deja esa tarea en

manos de los afectados por la norma.

De la estrategia al respeto activo

Desde su perspectiva, cualquier persona es una interlocutora válida a la

hora de tomar decisiones sobre normas que le afectan, y por eso es obligado

dejarle participar, en condiciones de simetría, en los diálogos que preceden a la

decisión sobre esas normas.

La imparcialidad, el "ponerse en el lugar de cualquier otro, significa aquí

más bien invitar a cada uno de los "otros", a cada uno de los afectados, a expresar

libremente sus intereses y tomarlos significativamente en cuenta en el resultado

final; y sólo practicar la asunción ideal de rol cuando el interlocutor no puede de

hecho participar realmente.

Porque, atendiendo al principio de la ética del discurso, descubierto a

través de un prolijo método filosófico (el trascendental):

"Sólo pueden pretender validez las normas que encuentran (o podrían

encontrar) aceptación por parte de todos los afectados, como participantes

en un discurso práctico."92

Por lo tanto, para que la norma sea correcta tienen que haber participado en el

diálogo todos los afectados por ella, y se tendrá por correcta sólo cuando todos -y

no los más poderosos o la mayoría- la acepten porque les parece que satisfacen

intereses universalizables.

El acuerdo sobre la corrección moral de una norma no puede ser nunca un

pacto de intereses individuales o grupales, fruto de una negociación, sino un

acuerdo unánime, fruto de un diálogo sincero, en el que se busca satisfacer

intereses universalizables. Estamos acostumbrados a tergiversar los términos, de

modo que identificamos "diálogo" con "negociación" y "acuerdo" con "pacto", y,

en El enigma del animal fantástico, Madrid, Tecnos, 1991.

92

J. Habermas, Conciencia moral y acción comunicativa, Península, Barcelona, 1985,

pp. 116 y 117. Para transmitir en la escuela las habilidades para el diálogo ver J.M0 Puig

Rovira, Toma de conciencia de las habilidades para el diálogo, Madrid, CLAE, 1993.

sin embargo, las negociaciones y los pactos son estratrégicos, mientras que los

diálogos y los acuerdos son propios de una racionalidad comunicativa. Porque

quienes entablan una negociación se contemplan mutuamente como medios para

sus fines individuales y buscan, por tanto, instrumentalizarse. Se comportan

entonces estratégicamente con la mira puesta cada uno de ellos en conseguir su

propio beneficio, lo cual suele acontecer a través de un pacto.

Por el contrario, quien entabla un diálogo considera al interlocutor como

una persona con la que merece la pena entenderse para intentar satisfacer

intereses universalizables. Por eso no intenta tratarle estratégicamente como un

medio para sus propios fines, sino respetarle como una persona en sí valiosa, que

es en sí misma un fin, y con la que merece la pena, por tanto, tratar de entenderse

para llegar a un acuerdo que satisfaga intereses universalizables.

Naturalmente cada quien llevará al diálogo sus convicciones y más rico

será el resultado cuanto más ricas las aportaciones. Pero a ello ha de acompañar el

respeto a todos los interlocutores posibles como actitud de quien trata de respetar

la autonomía de todos los afectados por las decisiones desde la solidaridad.

Concluyendo

La educación del hombre y el ciudadano ha de tener en cuenta, por tanto,

la dimensión comunitaria de las personas, su proyecto personal, y también su

capacidad de universalización, que debe ser dialógicamente ejercida, habida

cuenta de que muestra saberse responsable de la realidad, sobre todo de la

realidad social, aquel que tiene la capacidad de tomar a cualquier otra persona

como un fin, y no simplemente como un medio, como un interlocutor con quien

construir el mejor mundo posible.

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