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---~~-~--- ~-- -[-~-~ -- Prof. LUIS EDUARDO HOYOS JARAMILLO Filósofo Universidad Nacional de Colombia M NYMPHAEA L. N. amp/a (Salisb.) oc. Nymphaeceae Zonas cálidas y templadas de ambos hemisferios 138 No. 4 AÑO MCMXCV U. NACIONAL DE COLOMBIA BOGOTA, o.e ETiCA 1----------------- . -.J ,-~ , \ ~ i~ e propongo en este escrito tematizar tres tópicos de carácter filosófico-mo- ral en el asunto de las drogas y su prohibición. En los dos primeros acápites quisiera exponer mi comprensión de los dos temores, íntimamente ligados entre sí, que a mi modo de ver juegan un papel en la posición prohibicionista: lo que llamo el temor al hombre y el temor a la droga, como temores ambos a lo desconocido. No digo que ésta sea la única razón del prohibicionismo, pero sí que es una muy importante que debe ser atendida con miras a lograr una comprensión de su actitud y sus últimos motivos. En el tercer aparte quiero proponer un argumento contra lo que yo llamo simetría, Se trata de la simetría relativista: una posición que sostiene que la actitud moral liberal es una postura igualmente válida o legítima a la postura coercitiva, sólo que basada en premisas diferentes desde el punto de vista de su procedencia cultural. El presente artículo se complementa con mi ensayo "Droga y Moral" publicado en la Revista NUMERO (Nr. 6. Abril/Mayo/Junio 1995. Bogotá Págs. 56-68), especialmente en el último acápite, que puede ser considerado como una respuesta a una crítica que ha recibido repetidamente mi argumentación a favor de la posición liberalizadora respecto del consumo de drogas. Si se parte de la base que el consumo de drogas es un acto discre- cional del individuo, entonces se debe reconocer que toda prescripción moral disuasiva de ese consumo debe suponer la autonomía personal. Una posición moral liberalizadora consistente, se ha de basar en ese supuesto con el propósito de quitar el problema de las drogas de las manos de la policía y del aparato penalizador y convertirlo en un asunto eminentemente individual, esto es, en un asunto que recae en la capacidad de los individuos

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Prof. LUIS EDUARDO HOYOS JARAMILLO

FilósofoUniversidad Nacional de Colombia

M

NYMPHAEA L.N. amp/a (Salisb.)oc.NymphaeceaeZonas cálidas y templadasde ambos hemisferios

138No. 4 AÑO MCMXCVU. NACIONAL DE COLOMBIABOGOTA, o.e

ETiCA 1-----------------. -.J

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e propongo en este escrito tematizar tres tópicos de carácter filosófico-mo-ral en el asunto de las drogas y su prohibición. En los dos primeros acápitesquisiera exponer mi comprensión de los dos temores, íntimamente ligadosentre sí, que a mi modo de ver juegan un papel en la posición prohibicionista:lo que llamo el temor al hombre y el temor a la droga, como temores ambosa lo desconocido. No digo que ésta sea la única razón del prohibicionismo,pero sí que es una muy importante que debe ser atendida con miras a lograruna comprensión de su actitud y sus últimos motivos.

En el tercer aparte quiero proponer un argumento contra lo que yollamo simetría, Se trata de la simetría relativista: una posición que sostieneque la actitud moral liberal es una postura igualmente válida o legítima a lapostura coercitiva, sólo que basada en premisas diferentes desde el puntode vista de su procedencia cultural.

El presente artículo se complementa con mi ensayo "Droga y Moral"publicado en la Revista NUMERO (Nr. 6. Abril/Mayo/Junio 1995. Bogotá Págs.56-68), especialmente en el último acápite, que puede ser considerado comouna respuesta a una crítica que ha recibido repetidamente mi argumentacióna favor de la posición liberalizadora respecto del consumo de drogas.

Si se parte de la base que el consumo de drogas es un acto discre-cional del individuo, entonces se debe reconocer que toda prescripciónmoral disuasiva de ese consumo debe suponer la autonomía personal. Unaposición moral liberalizadora consistente, se ha de basar en ese supuestocon el propósito de quitar el problema de las drogas de las manos de lapolicía y del aparato penalizador y convertirlo en un asunto eminentementeindividual, esto es, en un asunto que recae en la capacidad de los individuos

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de elegir voluntariamente formas devida y tipos de conducta.

La dificultad esencial de una po-sición semejante radica en ser dema-siado optimista respecto del supuestode una autonomía personal y nada in-dica que se pueda o deba ser optimis-ta respecto del hombre. La filosofíaracionalista moderna ha intentado darun contenido y una determinaciónprecisa al supuesto o principio de laautonomía personal para defenderladotándola de un criterio estable; a sa-ber, el criterio de la racionalidad. Au-tonomía personal es, así, autonomíaracional. Eso quiere decir que al indi-viduo se le llama autónomo cuando escapaz de actuar conforme a una con-ciencia, a una facultad de repre-sentarse y cotejar tipos de acción, má-ximas y patrones del obrar, leyes a lasque el obrar ha de subordinarse, detal forma que pueda decir que éstosestán bien fundados, es decir, que sehallan asistidos por una razón o fun-damento suficiente. No estar en con-diciones de dar una razón o funda-mento por el que se hizo tal cosa o talotra significa no ser racional; perotambién, de acuerdo con la filosofíapráctica del racionalismo moderno,significa no ser autónomo, pues quienno pueda apoyar su acción con unarazón no tiene claridad, o conocimien-to, o, en general, ninguna repre-sentación acerca de los móviles de suobrar y en esa medida no puede con-siderar como propio, salido de sí mis-mo, por así decir, ni el principio querigió su acción, ni su acción misma.

Sostengo que la concepción delhombre como ser autónomo y autár-quico según el criterio de la autono-mía acabado de referir es una con-cepción injustificadamente optimistadel hombre. Por otra parte, el criteriode la racionalidad expuesto es suma-mente vago y general como para po-der ser defendido como garantía deque las acciones humanas dotadasde él contribuyan al mejoramiento delas condiciones de vida individual ycolectiva, o por lo menos eviten su de-

terioro. Un sicario podría aludir perse-cución y autodefensa como "razonesbien fundadas" de su obrar para cum-plir, así, con una justificación o reque-rimiento mínimo de racionalidad y malse haría en rechazar su obrar comoinmotivado o irracional sin más, a me-nos que se dote al criterio de raciona-lidad, como criterio de moralidad, demayor contenido.

Ahora bien, sólo parece haberuna forma de dotar a la racionalidad yautonomía de un contenido: autóno-ma racional no es solamente la acción(u opinión) asistida por una razón,sino por una buena razón. Salta a lavista inmediatamente que semejantecaracterización supone, primero, unaforma de establecer qué es bueno omalo, qué mejor o peor, y segundo,que el ser dotado con dicha facultadestá también en condiciones de sa-berlo, es decir, que hay que contarcon una instancia epistémica cuandose desea hablar de autonomía en elobrar. Pero, ¿cuánto y qué necesitasaber un individuo para poder ser con-siderado como autónomo y autárqui-co al obrar? Esta pregunta es inson-dable. A ella nos podemos enfrentarde dos modos: uno, pretendiendo res-ponderla confiando en un dominio delhombre sobre sí mismo por medio delos standars de conocimiento con losque contamos. Esta actitud no es másque una forma inflada del optimismoracionalista que he intentado referiren relación con el criterio racional dela autonomía. El segundo modo deenfrentar la pregunta es el modo pe-simista, desconfiado respecto del al-cance del conocimiento del hombresobre sí mismo y, por consiguiente,desconfiado respecto de la capacidadde dominio del hombre sobre sí mis-mo. A esta actitud la llamaré la actitudtemerosa del hombre. Las ideologíasy sistemas de valores que defiendenla prohibición del consumo de drogas,como casi toda actitud prohibicionistaen general, están definitivamente liga-das a una actitud temerosa del hom-bre. Dada la imposibilidad de la corn-

pleta determinación epistémica denuestro obrar, en otras palabras, desaber exactamente lo que se quiere(suponiendo, como deber ser, quesea el querer lo que mueve la acciónvoluntaria), pero dada también la ne-cesidad de dotar de un contenidoepistémico, que es necesariamentemuy limitado, a la autonomía racional,surge en el prohibicionista una des-confianza de la libertad y un temorfrente al hombre. Tales desconfianzay temor están íntimamente ligados ytienen el carácter de una desconfian-za y un temor a lo desconocido.

Sabemos, sin duda, muchas co-sas del hombre; pero ignoramos de élmucho más de lo que sabemos, talcomo ocurre con casi todas las demáscosas. Se nos oculta con facilidadeste hecho por estar demasiado habi-tuados a él. Nuestra ignorancia res-pecto del hombre está, además, cons-tituida por muchas ficciones quehemos creado sobre él, como que espunto culminante de la evolución, serprivilegiado -por inteligente- de la na-turaleza etc. Intentar conocer al hom-bre se ha de tornar, en buena medida,en un esfuerzo por desenmarañar to-dos los prejuicios e ideologemas quecubren usualmente nuestra definiciónde él. Si no sabemos lo que el hombresea, tememos lo que él pueda hacer;por tanto, todo esfuerzo civilizadordebe orientarse a mantenerlo bajocontrol, de modo que se lo pueda con-vertir en un ser medianamente previ-sible. Como las drogas alucinógenaso, en general, las sustancias que pro-ducen estados alterados en el hombrepueden desencadenar en él accionesimprevisibles y contrarias a la civili-dad, entonces toda actitud temerosadel hombre y convencida del podercontrolador y formador de la civiliza-ción propone que se prohiba a loshombres el consumo de tales sustan-cias. Con tal prohibición AO se preten-de estar coartando nada que puedaser considerado un derecho del hom-bre, sino que el prohibicionista, asu-miendo la actitud de guardián de la

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sociedad, está haciendo prevalecersus presupuestos (la desconfianza dela libertad y el temor al hombre) desdeun lugar privilegiado y le está hablan-do a sus semejantes poco más o me-nos como se acostumbra hablarle alos niños: "no te dejo hacerlo porquees por tu bien que no debes hacerlo.Ahora no estás en condición de com-prenderlo, pero algún día lo compren-derás y me lo agradecerás".

2. T~rv10RA LA DROGACOrv10 T~['v10RA LO D~SCOI\jOClDO

Al temor al hombre, ligado ínti-mamente a la convicción de que,como decía Jeremías, "su acción noestá en su poder, ni está en el poderde nadie qué haga o cómo dirija suspasos", se suma el temor a un nuevoelemento desconocido: el temor a ladroga misma. Nuevamente se entre-lazan aquí ignorancia con prejuicios.El prohibicionista, el amigo del controly la civilidad, el guardián, supone quede la interacción entre un ser tan débil(,¡ por debilidad se ha de entenderaquí la incapacidad de resistir a la ten-tación y al pecado) y tan poco inspira-dor de confianza como el desconocí-do ser humano y ese producto, esacosa llena ella de poderes que es ladroga, han de surgir una serie de ne-fastas consecuencias: daños irre-versibles en el cerebro, imprevisibili-dad en el comportamiento, dependen-cia etc. Este miedo del prohibicionistaes en no poca medida un miedo má-gico-animista. Ve en la droga lo quePopeye en las espinacas o Asterix enla pócima mágica.

No se ha de negar que hay co-sas que uno se toma y lo matan y ahíno hay ninguna atribución animista depoderes a lo ingerido, sino simple yllana química. Y hay razones sólidaspara confiar en la química y alejarsede los venenos. Con todo, el caso deltemor a la droga es mucho más inte-resante que la química, pues es un

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temor tremendamente culturizado.Las drogas han sido sometidas ennuestra cultura a un proceso de de-monización al que no han sido some-tidos, por ejemplo, el alcoholo el co-lesterol, siendo el alcohol tan o máspoderoso como sustancia alteradorade la conducta civilizada que muchasdrogas prohibidas o el colesterol mu-chísimo más perjudicial para la saludque algunas otras (no todas, por su-puesto). Lo curioso es que esas mis-mas drogas que son excesivamentedemonizadas han sido también, porotro lado, exageradamente sacraliza-das. Es como si hubiera una relacióndirectamente proporcional entre el he-cho de su maldición y prohibición y elde su veneración y atracción. Sobreesto se habla con frecuencia. Pero elprincipal peligro de la prohibición de-monizadora de las drogas no es laatracción que engendra lo proscrito,sino el hecho de que al ser considera-da como un mal tan grande, tan abso-luto (hay quienes declaran el tráficode drogas como delito de lesa huma-nidad) se pierde la visión real sobre elobjeto cuestionado, se lo cubre con unvelo, se lo tabuiza. Y el gran riesgo dela tabuización, además de contribuir aperder un contacto real y proporciona-do con el asunto, consiste en hacerperder,incluso, las verdaderas di-mensiones de la peligrosidad delasunto tabuizado. Me explico: paranadie es secreto que hay drogas ver-daderamente peligrosas, como la he-roína o el crack; drogas que hacendaño en breve tiempo y generan es-tados aterradores de dependencia fí-sica. El tratamiento policivo y perse-cutorio al problema de la oferta ydemanda de estas drogas descuida loque debe ser una permanente y razo-nada instrucción sobre su nocividad.Así, el problema se cubre con un man-to y no se hacen esfuerzos por aclarary dar a conocer el efecto secundariode esos productos. No hay una rela-ción normal con el asunto, sino unarelación sobre todo facilista. Prohibires facilista, instruir es tortuoso.

Al tabuizar y prohibir se haceaún más peligrosa la droga en dossentidos: primero, por cuanto la circu-lación clandestina impide que se ejer-za un control social, técnico y científi-co sobre el producto. Con todaseguridad eran mucho más peligro-sos los aguardientes producidos enalambiques clandestinos durante laprohibición que los licores que se des-tilan hoy en día mediante procedi-mientos sometidos a control técnico yal libre juego del mercado. Segundo,la tabuización hace más peligrosa aúnla droga por cuanto la tabuización im-plica siempre una suerte de mistifica-ción, un aumento indebido del valor(negativo, en este caso) del objetocuestionado con el que entramos o noen contacto y tal cosa conlleva, a suvez, una disminución del valor del su-jeto que decide entablar o no, y cómo,ese contacto. Se pierde con ello tantola posibilidad de una evaluación pon-derada de la verdadera dimensión delos "poderes" -también de la peligro-sidad- del producto, como la visiónsobre la importancia de que, en defi-nitiva, el consumo de droga es volun-tario y no obligatorio.

Al prohibicionista, sin embargo,para nada le ofrecen tranquilidad es-tos comentarios, pues ellos confíandemasiado en el saber. L a droga es,con todo y lo que se quiera decir "ob-jetivamente" sobre ella, un objeto ex-traño que tiene poderes desconoci-dos para alterar y dañar. Decir, porotra parte, que por peligrosa que sea,su circulación libre no sería tan nocivapara el individuo como su circulaciónclandestina, ya que, en definitiva, suconsumo es voluntario, no es para elprohibicionista un argumento persua-sivo ya que decir "voluntario" significapara él decir: "depende de la eleccióndel hombre, ese ser tan desconocido;para sí que es incapaz de determinarpor sí mismo su obrar". Nada garan~za, para el prohibicionista, que la ex- .presión "voluntario" no se refiera auna forma vacía de hablar, que no ten-ga nada que ver con una genuina ca-

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pacidad de decidir lo que se quiere yde querer lo mejor, lo que indica elconocimiento adecuado de las cosas.

Pienso que el prohibicionista seenfrenta a estos dos desconocidos (elhombre y la droga) de un modo equi-vocado. Con respecto al hombre por-que su desconocimiento y descon-fianza de él provienen más de la falsaexpectativa creada en torno suyo quede su verdadero potencial. El hombre,ciertamente, es incapaz de obrar conpleno conocimiento del "bien", o me-jor, en virtud de lo que se podría llamarun conocimiento adecuado de sus cir-cunstancias (biológicas, culturalesetc), un conocimiento que le permitaorientar su obrar hacia fines confor-mes con un orden natural y una armo-nía social. Con todo, está dotado deuna base de conciencia que, sumadaal interés (no siempre ni necesaria-mente consciente) de supervivencia ya algún grado de formación, puedeser suficiente para esperar de él, si nola perfección, sí por lo menos la míni-ma capacidad de convivircon peligroscomo los que potencialmente aca-rrearía un acceso a las drogas sin tra-bas policiales.

Si, por otra parte, se espera delacto voluntario que sea, por así decir,el producto de una libertad absoluta,de un /iberum arbitrium indifferentiae,como sostenían los escolásticos, setendrá que renunciar a atribuir libertada las acciones humanas, porque labúsqueda de una libertad absoluta esla búsqueda de un imposible físico, deun ente de razón. Igual ocurre con lasexpectativas que se tienen sobre elconocimiento del hombre para poderestablecer confianza sobre su obrar.Si se espera que este conocimientosea absoluto no se podrá más quedestinar tal expectativa a la frustra-ción. La expectativa de un conoci-miento absoluto no es cumplible por-que, en primer lugar, propio a lanaturaleza del conocimiento es su ca-rácter relacional entre un conocido yun cognoscente, lo cual impide que sepueda "salir", por así decir, de dicha

relación para saber qué hay detrás deella que no sea tocado, o de algúnmodo condicionado, por quien cono-ce; y, en segundo lugar, -y esto esespecialmente constatable en el casoen que el hombre es el objeto del sa-ber-, porque no hay una esencia onaturaleza intrínseca, definida de unavez por todas, en el objeto conocidoque esté, por así decir, esperando aque llegue la mejor teoría científicaque se adecúe a ella o la describa. Elobjeto de conocimiento llamado hom-bre se hace a sí mismo permanente-mente en cuanto es en buena medidaproducto del desarrollo cultural y laeducación.

Si se tienen más modestas ex-pectativas respecto del hombre, sepuede confiar en él. Por ejemplo, pen-sar de él que, conducido por la debidainstrucción, está en capacidad sufi-ciente de evitar los peligros con losque convive; en el caso de las drogas,el efecto nocivo secundario que pro-duce su consumo. Ahora bien, estaralerta respecto de algo nocivo y tenerinterés en evitarlo supone una con-cepción de la vida guiada por una va-loración positiva de la salud y del fo-mento de las facultades creativas. Laadopción de una tal concepción másbien que de otra es una cuestión querecae también en el individuo. Pero ladifusión exitosa de una tal concepcióndepende de las circunstancias de lavida colectiva. Que en nuestra épocahan disminuido los incentivos de tipoideológico para llevar una vida sana yfomentadora de los valores creativoses un hecho más o menos innegable.Las posibles razones de tal disminu-ción no pueden ser consideradas eneste escrito.

El prohibicionista también seenfrenta equivocadamente al desco-nocido que es la droga ya que crea enbuena medida un objeto que no existey por esa razón niega de entrada todaposibilidad de conocerlo y manejarlo.Algunas drogas pueden hacer, cierta-mente, mucho daño e incluso, en al-gunas concentraciones, pueden ma-

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tar. Las drogas pueden, así, ser noci-vas. No pienso, sin embargo, que lanocividad de las drogas sea mayor,cualitativamente, a la nocividad deotras cosas. Un cuchillo, por ejemplo,puede servir para cortar carne o pan,pero también para matar. En cuantolos cuchillos son, de suyo, peligrososhay que aprender a manejarlos; porejemplo, no agarrarlos por el filo, sinopor el mango, entregarlos no de pun-ta, sino al revés, etc. Ahora bien, lapeligrosidad de un cuchillo no es tantoesta peligrosidad intrínseca del cuchi-llo, sino que ella depende, sobre todo,del sujeto que lo maneja y de sus in-tenciones. Algo así ocurre, mutantismutandis, con la droga. Se dirá queexagero, ya que no tomo en cuentaque la droga es sobre todo nociva encuanto disminuye la capacidad de de-liberar del individuo y lo domina. En-tonces tomemos otro ejemplo: lascreencias. Ciertas creencias, ciertasideologías, actúan también en los in-dividuos minando su capacidad dedeliberar y encegueciéndolos, al pun-to de llevarlos a obrar peligrosamentecontra los otros y contra sí mismos.No creo que la adopción fanática deuna ideología sea menos peligrosaque el consumo de una droga. ¿Dequé se trata entonces? Yo diría: deque haya el menor número posible deseres humanos dispuestos a dejarseenceguecer y dominar (por lo quesea) y aptos para deliberar de acuer-do con la conciencia de que la respon-sabilidad sobre sus actos le serásiempre exigida por los otros. La reali-dad de ese ideario no es de fácil cons-tatación en un mundo en el que pre-valece de tal modo el nihilismo. Esoserá tal vez un problema que no sesoluciona ni por medio de una suertede mesianismo liberalizador y racio-nalista, pero tampoco por medio delprohibicionismo porque él se ensañaen la "debilidad" del hombre y adoptauna medida penal externa que se hatornado, finalmente, muy adecuadapara que el hombre se sienta cada vez

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menos capaz de decidir responsable-mente por sí mismo.

Sabemos que la droga puededejar de ser droga, es decir, aquelloque produce un estado pasajero defelicidad o relajamiento, para llegar aser veneno, así como un cuchillo pue-de dejar de ser un instrumento de car-nicería para llegar a ser un arma mor-tal. Quien se envenena con la droga,se suicida; quien mata con un cuchilloes un asesino. Quien actúa siguesiendo, en cualquiera de los dos ca-sos, la base del actuar. Al objeto ele-gido para realizar la acción le es, porasí decir, indiferente la acción.

3. ARGUM~NTOCONTPA LA SIM~TRIA

La posición que he querido lla-mar simétrica es, como dije arriba,una posición relativista. Sostiene quetanto la posición liberalizadora, comola posición prohibicionista son posi-ciones morales que dependen de sis-temas de convicciones y creenciasopuestos pero igualmente legítimos:son opuestos simétricos. Así, segúnesa interpretación relativista, tanto elprohibicionista como el liberalizadorimponen una convicción moral: el unodice que el consumo de droga debeprohibirse, el otro dice que ese consu-mo debe ser un asunto discrecionalindividual.

No estoy muy seguro de la ver-dadera pertinencia de este problema,es decir, de si no se trata, más bien,de uno de esos tantos juegos dialéc-ticos que gustan sobre todo a los filó-sofos, pero que son en el fondo inofi-ciosos y sofísticos. Con todo, quisiera

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empezar a controvertir este argumen-to sofístico diciendo que la posiciónliberalizadora y la posición prohibicio-nista no son posiciones simétricas. Elargumento es muy sencillo y dependedel análisis del uso de los verbos mo-dales "deber" (o, también, "tenerque"), "poder" (en el sentido de "estarpermitido") y "querer".

El liberalizador dice: "el indivi-duo puede tomar drogas según su dis-creción". El prohibicionista dice: "el in-dividuo no puede tomar drogas segúnsu discreción". Hasta ahí parece ha-ber una simetría. Pero ésta sólo eslógico-gramatical no real, pues la afir-mación del verbo "poder" (en el senti-do de "estar permitido") contiene tantola afirmación como la negación delverbo "querer" y la respectiva conse-cuencia de afirmar o negar la acciónen cuestión (en este caso "tomar dro-ga" -afirmación-, o "no tomar droga"-negación-). Así, pues, "el individuopuede tomar drogas según su discre-ción incluye tanto "si quiere, toma",como "si NO quiere, NO toma". La ne-gación del verbo "poder" (en el senti-do de "estar permitido") en la posiciónprohibicionista no incluye en cambiola afirmación o negación de la acciónen cuestión ("tomar droga" -afirma-ción-, "no tomar droga" -negación-)que es correlativa a la afirmación onegación de "querer", sino que incluyes610y únicamente la negación. De estemodo, "el individuonopuedetomardro-gas", implica: "si quiere, NO toma", "siNO quiere, NO toma". Luego no haysimetría.

La postura liberalizadora puedeser, incluso, conciliadora con respec-to al "deber" (moral), mientras que laprohibicionista no, por cuanto la pri-mera puede decir: "se puede, aunqueNO se debe tomar droga"; mientrasque la segunda afirma: "NO se debetomar droga, luego NO se puede to-

mar droga". Esto evidencia aún másla asimetría. Algo similar ocurre cuan-do se examina la correlación entre el"poder" y el tipo de obligación o coer-ción expresado en el verbo modal "te-ner que". El liberalizador dice: "sepuede, pero NO se tiene que tomardroga". El prohibicionista: "se tieneque (NO) tomar droga, luego NO sepuede tomar droga". Soy conscientedel forzamiento gramatical al decir "setiene que no". De ahí el paréntesis.Pero ese artificio no altera mi argu-mento, pues lo importante es que sepueda constatar la asimetría entreuna posición discrecional (basada enel "poder", entendido como "estar per-mitido") y una posición coercitiva (ba-sada en el "tener que"). Esto se en-tiende mejor si se formula afirmati-vamente la coerción. Por ejemplo: "lasmujeres tienen que salir a la calle conun velo cubriendo sus rostros". Estaposición excluye que las mujeres"puedan" salir a la calle "sin" velo enel rostro, es decir, solamente debe ha-ber en la calle mujeres con velo cu-briéndoles el rostro y, si el precepto secumple, solamente habrá en la callemujeres con velo. La posición liberali-zadora dice, en cambio: "las mujerespueden salir a la calle sin velo cubrien-do sus rostros". Esta posición no ex-cluye que las mujeres "puedan" salira la calle "con" un velo cubriendo susrostros. La asimetría es obvia: la po-sición liberalizadora hasta incluyeaquello que la posición coercitiva oprohibicionista quiere imponer, perosin imponerlo. Por tanto, es falaz sos-tener que la posición liberalizadoraquiere imponer la no imposición sóloporque sostiene que es "más conve-niente", "mejor" (términos ellos queenuncian relaciones y no determina-ciones absolutas) la no imposiciónque la imposición en asuntos relativosa los actos discrecionales de un indi-viduo que no afectan el derecho socialo colectivo y por tanto deben ser res-petados por la sociedad y el estado