Universidad distrita francisco jose de caldas
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UNIVERSIDAD DISTRITA FRANCISCO JOSE DE CALDAS
LICENCIATURA EN PEDAGOGIA INFANTIL
OLGA DAYANA BALLEN BONILLA
CODIGO: 20151187293
CIENTIFICOS COLOMBIANOS
Eduardo Posada Flórez
Profesión: Físico
Área (s) de especialización: Física de bajas temperaturas
Categoría en la ACCEFYN:
Miembro de Número, Silla No. 31
Fecha de posesión, Miembro Correspondiente: 20 de febrero de 1980
Fecha de posesión, Miembro de Número: 27 de octubre de 1993
Datos personales
Fecha de nacimiento: 18 de febrero de 1942
Lugar de nacimiento
Ciudad: Bogotá
Departamento/Estado/Provincia: D.C.
País: Colombia
Dirección institucional:
Director
Centro Internacional de Física (CIF)
Apartado 4948
Bogotá, D.C.
Colombia
Dirección electrónica (e-mail):[email protected]; [email protected]
Hoja de Vida (Currículum Vitae) en línea: CVLac-Colciencias
Página (sitio) web: N/A
Títulos académicos
Físico, Université de Lausanne, Suiza, 1966
Doctor en Ciencias, Université de Lausanne, Suiza, 1972
Áreas de investigación
Superconductividad
Física de bajas temperaturas
Reseña biográfica
Eduardo Posada Flórez nació en Bogotá el 18 de febrero de 1942. Adelantó sus estudios
de enseñanza secundaria en el Colegio Andino, donde se graduó como Bachiller en 1959.
Llevó a cabo estudios profesionales en la Universidad de Lausana, donde recibió el título
de Físico en 1966, para realizar luego estudios de posgrado en el mismo centro
educativo, donde finalmente optó el título de Doctor en Ciencias en 1972.Inicio su carrera
profesional en el año de 1966 como asistente diplomado en el Instituto de Física
Experimental de la Universidad de Lausana, ocupándose de la supervisión de varios
trabajos sobre temas relacionados con la superconductividad de las instalaciones
criogénicas y colaborando en la investigación que realizara el profesor Rinderer, con el fin
de desarrollar un método para la determinación de las curvas de imantación de los
superconductores. En 1975 se vinculó al Laboratorio de Investigaciones de la Federación
Nacional de Cafeteros de Bogotá, en calidad de director del grupo de física técnica, cargo
en el cualpermaneció hasta 1992.Entre 1980 y 1990 el doctor Eduardo Posada realizó
estadías anuales en el Instituto de Física Experimental de la Universidad de Lausana para
desarrollar diversos trabajos de investigación en superconductividad. En 1986 fue
nombrado director ejecutivo del Centro Internacional de Física, cargo en el que
permaneció hasta 1991. Además ha sido profesor del Departamento de Física de la
Universidad Nacional de Colombia desde 1975 hasta hoy. Fue nombrado vicepresidente
del Comité de Ciencias de la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia en
1983, miembro de la Junta Directiva de Luis Soto S.A. en 1982, miembro del Consejo
Científico Internacional del ICTP en 1984, miembro del Consejo Directivo de la Facultad
de Ciencias de la Universidad Nacional en 1989, miembro del Comité de calidad de
COLCIENCIAS en 1992, miembro de la Junta Directiva del Instituto de Asuntos Nucleares
en 1991, y miembro de la Junta Directiva de la Fundación del Banco de la República en
1992. En reconocimiento a sus logros académicos la Universidad Nacional de Colombia lo
ha condecorado en varias ocasiones: en 1984 recibió Mención de Honor en la celebración
de los 20 años del Departamento de Física, y en 1990 obtuvo Mención de Honor en la
celebración de los 25 años de la Facultad de Ciencias y fue designado Profesor Emérito.
Además mereció Mención de Honor del Premio Nacional de Ciencias Alejandro Angel
Escobar, en dos oportunidades, la primera vez en 1989 y la segunda en 1990. Igualmente
el profesor Eduardo Posada ha publicado numerosas obras científicas, entre los cuales se
pueden destacar las siguientes: “Proceedings of the Workshop on the Search of
Gravitational Waves”, “Estudio de factibilidad para la creación de un Centro Internacional
de Física” y “Estudios de factibilidad para la creación de una incubadora de empresas de
base tecnológica en la ciudad de Bogotá”.
(Texto actualizado por el Académico Posada con base en la publicación de Medina
Muñoz, L. R. 2000. Tradición Académica. Diccionario biográfico y bibliográfico de la
Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Edición Especial, pags.
361-362. Publ. Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Bogotá,
D.C.)
Premios y reconocimientos recibidos
Educador Buinaima, Asociación Colombiana Pro Enseñanza de la Ciencia y el Proyecto
“Ethos Buinaima”, 2012
Investigador Emérito de la Procuraduría General de la Nación, 2011
Catedrático Emérito, Universidad Nacional de Colombia, 2006
Medalla al Mérito Científico en la Categoría Oro, Fundación Colombiana de
Ciencias, 2006
Mención Honorífica - Contribución a la creación de Maloka, Corporación MALOKA, 1999.
Mención en los 20 años del Departamento de Física de la Universidad Nacional de
Colombia, Fondo Hernando Franco Sánchez.1997
Mención Honorífica, Contribución al Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología en Colombia,
UNISUR - Fac. de Ciencias Básicas e Ingeniería 1996
Mención Honorífica, Contribución al Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología en Colombia,
Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia. 1995
Profesor Emérito, Universidad Nacional de Colombia. 1990
Mención Honorífica en los 25 años de la creación de la Facultad de Ciencias de la
Universidad Nacional de Colombia, Universidad Nacional de Colombia 1990.
Premio Nacional de Ciencias, Fundación Alejandro Ángel Escobar. 1989
Mención de Honor, Fundación Alejandro Ángel Escobar.1988
Tesis de Doctorado con felicitaciones del jurado, 1972
NUBIA MUÑOZ, la científica que desafió al cáncer
Esta colombiana ya hizo historia con sus investigaciones que la llevaron a
descubrir la causa del cáncer de cuello uterino.
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Médica, patóloga y epidemióloga llegó a Lyon en 1970 y desde ahí lideró, por más de 30
años, estudios en la Agencia Internacional para la Investigación de Cáncer. Su nombre
sonó para el premio Nobel y hoy es una abanderada de la vacuna para prevenir la
enfermedad que más mata mujeres en Colombia.
***
Por: Guido Hoyos - Lyon, Francia.
Fotos: Juan Felipe Barriga.
Nubia Muñoz es una mujer grande y nada tiene que ver con su físico. Es grande porque
ha dedicado su vida a investigar las causas de la enfermedad con más índice de
mortalidad en mujeres: el cáncer de cuello uterino. Y es la científica colombiana más
respetada y con más reconocimientos en todo el mundo, pues sin su trabajo no se habría
podido desarrollar la vacuna para prevenir la enfermedad. No es exageración, es una
mujer grande que ya dejó huella en la ciencia.
Esa grandeza es el resultado de su pasión por saber, analizar y encontrar la respuesta
exacta. Es también una científica sencilla que en su vocabulario usa más el ‘nosotros’ que
el ‘yo’. Es tranquila, muy reservada, quizás tímida, evita posar ante una cámara y afirma
que no le gustan las entrevistas porque le cambian sus palabras. Pero no se incomoda, al
contrario, se relaja mucho más cuando habla de su trabajo.
Nubia es de Cali pero su acento se esfumó con los años, suena neutra y por momentos
las letras parecen patinar en la sonoridad del francés, su otra lengua desde hace 45 años,
cuando llegó a Lyon. Habla claro, sin rodeos y ‘aterriza’ al lenguaje cotidiano virus,
enfermedades y palabras científicas que enredarían a los que apenas tocaron un tubo de
ensayo en el laboratorio del colegio.
Imitando su estilo claro, su gran aporte a la ciencia podría resumirse así: descubrió en
1992, y después de varios años de investigaciones, que la infección por el Virus del
Papiloma Humano (VPH) era la causante del cáncer de cérvix. No es triunfalismo, su
conclusión cambió radicalmente la vida de miles de mujeres en riesgo de sufrir esta
enfermedad.
Nubia Muñoz se decidió a estudiar medicina, al pensar en su padre, quien falleció a
causa de la difteria cuando ella tenía 6 años.
Esto no lo logra cualquiera y por eso ha recibido distinciones en la comunidad científica en
diferentes países y su nombre estuvo en la lista de candidatos al Nobel en 2008, premio
que al final se llevó el alemán Harald zur Hausen por un descubrimiento igual al de Nubia.
Hubo controversia, pues para muchos su trabajo era muy importante para la prevención
del cáncer cervical, pero hoy Nubia prefiere no entrar en discusiones que a lo mejor
mostrarían cierta vanidad científica que en ella no aflora.
La importancia de que su nombre hubiera estado en la mira de la academia sueca se
debió a que Nubia no se contentó con comprobar en el laboratorio que el cáncer era
producido por el virus de papiloma humano, sino que lo corroboró con el análisis de su
comportamiento en diferentes mujeres y países. Para hacerlo tenía el apoyo de Xavier
Bosch, director del Programa de investigaciones epidemiológicas en cáncer del Instituto
Catalán de Oncología de Barcelona, quien fue su gran aliado en la investigación desde
1985.
“El grupo de zur Hausen ya estaba convencido de que el virus era la causa del cáncer,
pero Xavier Bosch y yo queríamos que se afirmara con base en estudios epidemiológicos.
Nosotros analizamos los hábitos de 2.500 mujeres con cáncer versus 2.500 mujeres sin
cáncer, en doce países. Luego hicimos el estudio en 22 países con mujeres con cáncer
invasor, recolectamos los tumores, los trajimos a Lyon y demostramos que fragmentos del
virus estaban en el 99,7 por ciento de más de mil biopsias congeladas. En 1992 dijimos
que el virus era la causa y en 1999 aseguramos que sin el VPH no había cáncer de cuello
uterino.
Un universo lleno de detalles y pruebas que la rondaban desde que era la mejor alumna
del salón en el Liceo Departamental, en Cali. “Pensé en estudiar biología, microbiología,
bacteriología y a último momento me decidí por la medicina”, cuenta. No hubo una razón
poderosa pero cree que la muerte de su padre quizás le dejó un mensaje en el
subconsciente a la hora de decidirse. Cuando Nubia tenía seis años, su papá murió de
difteria debido a que no se le hizo el tratamiento adecuado y la penicilina apenas llegaba a
Colombia.
La menor de cinco hijos y la única mujer creció en el barrio Libertadores, muy cerca al
centro de Cali, donde quedaba su colegio, toda una institución para mujeres en la ciudad
y donde la educación, además de ser de calidad, era gratuita. “Mi mamá sabía leer y
escribir pero no tuvo una profesión. Ella trabajaba lavando ropa para sostener la casa y
tenía unas primas con más dinero que vivían cerca al colegio, que eran como mis
madrinas, y yo iba a almorzar a su casa”, recuerda. Pero su mamá no estaba sola, los
cuatro hermanos empezaron a trabajar al terminar el colegio y los estudios de Nubia
fueron como un proyecto familiar.
Su apartamento en el barrio medieval de Lyon, frente al río Saona, es su refugio. Allí
comparte con su esposo Lionel Langrand el olor de los geranios que sobreviven al
otoño francés.
Nubia entró a la Universidad del Valle y allí también fue la mejor estudiante, pero ser la
primera no era cuestión de ego sino un estímulo que facilitaba las finanzas familiares: el
mejor alumno no pagaba matrícula. “En el primer semestre se la ganó un colega que era
rico y fui segunda, entonces me propuse ser la primera y así fue hasta que terminé”.
Una anécdota que hoy recuerda con humor y orgullo pues nunca la bajaron del primer
puesto. Cuando llegó al tercer año de carrera no estaba segura en qué área quería
enfocarse. “Me gustaba mucho el trato con los pacientes pero me identificaba mucho con
ellos y cuando se moría alguno, yo sufría mucho. Para evitar ese dolor decidí irme por el
camino de la investigación”.
Fue el patólogo Pelayo Correa, hoy uno de los nombres más importantes a nivel
internacional en la investigación de cáncer gástrico, quien la acercó a los estudios de
cáncer de cuello uterino y estómago (en hombres), que eran los dos más comunes en
Cali. En ese momento, Correa era pionero, pues realizó el primer registro de cáncer del
país, que consiste en llevar un control de todos los casos que se diagnostiquen por
ciudades, edad o sexo para identificar problemas de salud pública.
Nubia hizo parte de este proceso y hasta trabajó en vacaciones o en las tardes después
de las largas jornadas como estudiante de medicina. Esto le dio muchas luces y ejerció
gran influencia para decidirse después de graduarse. Se especializó en patología, con
Correa como director de área, pero más para tener una base sólida para investigar que
para ejercerla pues le parecía un poco rutinaria. Además, no le gustaba hacer autopsias,
algo común en la patología, y más si era de un paciente que había conocido.
Pero como su objetivo no era solo ser acertada a través del microscopio se enfocó hacia
la epidemiología. Se ganó una beca que la llevó a estudiar en dos de los más importantes
centros de investigación en Estados Unidos: el Instituto Nacional de Cáncer, en Bethesda,
y la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore. “Fue fantástico”, dice, y allá llegó con inglés
básico que al comienzo le costó pero ante tal oportunidad, qué importaba.
Su plan era regresar a Cali pero un día se encontró al director de la Agencia Internacional
para la Investigación de Cáncer, que queda en Lyon, y le dijo que quería seguir
estudiando. No había becas así que le ofreció un contrato de un año que después se
extendió a toda una vida. “Yo me adapto a los lugares, trato de sacar lo mejor de cada
sitio”, afirma tranquila después de que su francés pasó de casi nulo a fluido y de que la
tierra lionesa la sedujera por completo.
En la agencia tenía la opción de escoger sus proyectos que la llevaban a todos los
continentes. Siguió con su trabajo con el cáncer de cuello uterino y se abría paso en un
ambiente competido y machista aún en Francia. “Los problemas no son solo en el
laboratorio, hay que competir con colegas, hay que mostrar y defender proyectos. Una
vez me enfrenté a un director italiano de la agencia porque simplemente no le importaba
mi trabajo. Al final dio el dinero que necesitábamos”.
Fue la mejor estudiante en la Universidad del Valle porque el mejor alumno no
pagaba matrícula. “En el primer semestre se la ganó un colega que era rico,
entonces me propuse ser la primera y así fue hasta que terminé”.
Eran los gajes del oficio que nunca la detuvieron en sus investigaciones del virus de
papiloma humano, que la llevaron desde 1974, y por casi 30 años, a Brasil, Filipinas,
Tailandia, India, España, Colombia y diferentes países africanos en busca de respuestas.
“Conseguí dinero de la Comunidad Europea y otras entidades, pero lo importante era
tener la colaboración de colegas en más de 30 países. Entrenábamos (con Xavier Bosch)
a la gente, les dábamos los tubos, las jeringas y no más de 5.000 dólares, pero lo duro
era motivarlos para que tomaran los estudios como suyos. Pasábamos dos o tres
semanas en cada sitio con muchas horas de trabajo, era pasión. Lo más interesante de
estos colegas es que esta era su primera experiencia en investigación y cuando
publicábamos poníamos sus nombres como primeros autores. Eso los motivó mucho
porque a veces los ignoran”.
Nubia relata sin vacilar toda esa aventura ahora desde la sala de su casa.
?¿Qué sintió cuando ya estaba segura de que el virus era causante del cáncer de cérvix?
?Satisfacción, pero lo importante era pensar en la vacuna.
Esa fue otra carrera de obstáculos aunque nunca la creyó imposible de ganar.
En ese tiempo las leyes europeas habían dejado en el pasado las vacunas que se podían
desarrollar en el laboratorio de una universidad y debido a los estándares exigidos solo
algunos fabricantes podían crearlas. Pensó en hacerla en Cuba pero no había dinero
suficiente, un ministro de Brasil le prometió ayudarla pero se cayó el gobierno y él
también. “Vi que las compañías farmacéuticas estaban haciendo vacunas e invité a Merck
y Glaxo, que ya estaban trabajando en virus de papiloma para animales. Les mostré lo
que habíamos hecho y lo que se podía usar para la vacuna. El resultado final lo sacaron
de nuestros estudios y me dijeron que estuviera en todos los ensayos de la vacuna”.
Hoy la prevención con la vacuna es un hecho que ha desatado discusiones y cierto pánico
que Nubia no se explica. “Está comprobado que los efectos secundarios son leves y los
casos de los que se habla no tuvieron nada que ver con la vacuna. Hay reticencia en
algunos países y el problema es que hay grupos anti vacunas que difunden información
como virus en las redes sociales. Esos grupos son más activos que los científicos, hacen
escándalo con cosas que no son ciertas y eso está haciendo mal”.
Con un tono seguro y sin asomo de arrogancia dice que en 20 años habrá una reducción
del cáncer gracias a la vacuna que se está aplicando en las niñas. Pero también afirma
que hay mucho por hacer frente al cáncer, no solo el de cuello uterino, pues el de próstata
o de seno siguen aumentando. Tal vez es justo decirle que una vida solo alcanza a veces
para combatir uno de muchos males.
Nubia se retiró hace unos años pero nunca ha parado. Da conferencias en todo el mundo,
asesora proyectos y campañas de vacunación, y saca tiempo para placeres como irse
unos días al sur de Francia a una conferencia sobre la obra de Albert Camus. Todo esto
con su esposo por más de 30 años, Lionel Langrand, un francés de risa permanente y
aprendiz de cumbia que luce como su más fiel escudero.
Y claro, para volver a Cali dos o tres veces al año, sobre todo para huir del frío europeo,
visitar la familia y comerse unas marranitas (bolas de plátano verde con chicharrón). “A mí
me gusta también la cocina francesa, la italiana, la española, a veces cocinaba y
hacíamos fiestas con los colegas que terminaban bailando cumbia y vallenato porque la
salsa no existía por acá en esa época”.
También se refugia en su apartamento de un edificio del barrio medieval de Lyon, frente al
río Saona. “Fue construido en 1490”, dice orgullosa y señala la estructura de madera del
techo antes de salir al balcón donde sus geranios rojos todavía soportan el frío de otoño.
Adentro, un pequeño lienzo que muestra la calle donde vive reposa junto a cientos de
objetos repartidos en mesas y repisas, en una especie de colección etnológica con budas,
máscaras, artesanías y pequeñas figuras en madera y cristal organizadas al azar.
Pero ese cuadro de colores rojos y ocres con la imagen de su casa revela el nuevo hobby
de Nubia Muñoz. “Estoy pintando ahora, algo que nunca se me pasó por la cabeza”, dice.
Es mejor recordarle que estaba ocupada buscando cómo salvarle la vida a miles de
personas.
RAÚL CUERO
La controversia alrededor del científico, más que quitarle méritos a su aporte al país, abre
serias reflexiones sobre la relación entre ciencia y sociedad en Colombia.
La parábola de Cuero Los medios quisieron mostrar a Raúl Cuero como un Steve Jobs
criollo y de origen humilde. El mismo científico contribuyó a crear esta imagen al exagerar
su méritos y pulir su imagen.
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Rodrigo Bernal, un exprofesor de la Universidad Nacional, publicó un artículo en el diario
‘El Espectador’ en el que denunció las incoherencias y exageraciones en la trayectoria de
Cuero.
Raúl Cuero nació en Buenaventura en 1948. Se crió en la pobreza, en una zona del país
donde las oportunidades escasean y la violencia abunda. Su abuela, que era analfabeta,
lo sacó adelante y lo estimuló para que se formara. Aprendió a leer y escribir, según sus
propias palabras, bajo los postes de la luz.
Mientras muchos niños morían por la malnutrición o las enfermedades y otro tanto se
hundía en la miseria, él tuvo suerte y talento, y supo salir adelante. Con el paso de los
años, estudió en Reino Unido y Estados Unidos. Fue investigador de una universidad de
este último país y hoy dirige el Parque de la Creatividad, un importante centro de
investigación e innovación.
Esta es una historia admirable, pues es la vida de un hombre que supo luchar contra las
adversidades, que se formó a pesar de la exclusión y el racismo y que ha capitalizado su
éxito en favor de una sociedad mejor. En un país en el que el dinero fácil, la codicia y la
corrupción son pan de cada día, no hay muchas personas como él. Y es por eso que este
Raúl Cuero merece quedar en la memoria y ser un modelo por seguir para todos los
colombianos.
Sin embargo, una controversia ha surgido en torno a la gloria académica que ha rodeado
al profesor Cuero en los últimos años, quien para muchos colombianos ha acariciado el
curubito de la elite científica mundial. Un artículo del diario El Espectador titulado ‘El
dudoso ídolo de Cuero’ plantea dudas sobre su palmarés científico, la manera como ha
presentado su producción académica y algunos episodios de su hoja de vida.
El autor es Rodrigo Bernal, un ingeniero agrónomo y exprofesor de la Universidad
Nacional, que sorprendido por la figura de Cuero (“lleno de orgullo nacional corrí a buscar
en Google para conocer más sobre ese compatriota genial”) revisó su trayectoria y halló
varias incoherencias y exageraciones. La conclusión: los méritos académicos y científicos
de Cuero no son tan importantes como los medios de comunicación y él mismo los han
presentado.
La noticia encendió el debate, pero la primera lección no puede ser, como lo pretenden
algunos, señalar a Cuero como un impostor. Además, como advirtió la periodista María
Isabel Rueda el viernes en radio, no es justo que en Colombia haya personas con ganas
de caerle a quien levanta la cabeza y con sed de ‘canibalizar’ a quien ha hecho
importantes aportes.
Aunque es reprochable que haya exagerado sus méritos, pulido demasiado su imagen y
descontextualizado algunos resultados de su producción investigativa, Cuero es un
hombre de mucho mérito. Quienes han trabajado con él sienten aprecio y admiración.
Diana Gaviria, que dirige Connect Bogotá Region, un reconocido instituto que apoya el
talento y la innovación, dice: “Cuero, cuya labor es noble, ha querido devolverle al país lo
que ha aprendido”.
Su caso, más bien, refleja otros problemas donde la responsabilidad está repartida entre
la comunidad académica, los medios de comunicación y, por supuesto, el mismo Cuero.
Una mezcla entre ambición individual, deslumbramiento periodístico y falta de
conocimiento frente al mundo científico lo tienen a él en el ojo del huracán.
Poco después de la denuncia, el mismo Cuero se encargó de hacer aclaraciones en un
comunicado que colgó en internet. “No trabajo en la Nasa”, escribió y luego enumeró sus
logros reales: dos patentes aprobadas, otras más en proceso de aprobación y un
reconocimiento de la Nasa. Además, ha sido profesor de la Universidad Prairie View A&M.
El problema es que la opinión pública creía que la historia era más espectacular. Durante
varios años, el rostro del profesor de gafas salió en diarios, revistas, libros y programas de
televisión. Algo así como un Steve Jobs criollo y de origen humilde. Se creía que
trabajaba en la Nasa, que tenía más de una docena de patentes, que sus “grandes
inventos” iban a ser clave para la exploración de Marte y que había recibido la medalla del
Gran Caballero de la Cámara de Representantes.
Los medios, incluida esta revista, y varias instituciones le hicieron menciones de honor y
subrayaron su increíble historia. Al final, ninguna de estas credenciales resultó verdadera
y esto dirigió el debate hacia la relación entre científicos y periodistas.
“Necesitamos formar periodistas científicos, pero también enseñarles a los científicos a
comunicar y relacionarse con los medios”, le dijo a SEMANA Lisbeth Fog, una reconocida
periodista científica colombiana. Esta posición abre un debate sobre la relación entre los
medios y la ciencia. Por un lado está la pregunta de por qué Cuero nunca corrigió a los
periodistas cuando lo asociaban con logros que no tenía.
Cuando El Espectador le hizo esa pregunta, Cuero respondió: “Es una cuestión de
lingüística”. Pero por otro lado, hay una reflexión para la prensa. En Colombia suele
hablarse de científicos y no de ciencia. En otras palabras, lo importante para el periodista
es resaltar una historia de vida, un ejemplo, muchas veces con el ánimo de rescatar
símbolos y tener referentes que exalten los valores que la sociedad necesita: el sacrificio,
la disciplina, la lucha, la ética, etcétera. Y eso es periodismo, contar procesos a través de
los rostros de la gente.
Pero el periodismo poco habla de lo que hace la ciencia colombiana. Muchos colombianos
saben quiénes son Manuel Elkin Patarroyo, Rodolfo Llinás y Raúl Cuero, pero pocos
saben realmente qué aportes hacen ellos o los miles de científicos talentosos y dedicados
que hay en el país. Hace falta un cubrimiento más comprehensivo, creativo y pedagógico
de lo que hace la ciencia más allá de sus figuras más emblemáticas.
Más allá de los medios, la historia también tiene una moraleja para la comunidad
científica. Colombia es un país lleno de talento (y una de las virtudes de Cuero es que se
ha encargado de fomentarlo), pero muchas veces las vanidades opacan el mérito
silencioso de la producción científica nacional. El divorcio entre la gente y lo que sucede
en las aulas y los laboratorios de investigación parece abrirse cada vez más. “Aquí hay
una grave desconexión entre la sociedad y la ciencia”, dice Bernal.
“Estamos ávidos de modelos positivos. Entonces nos aferramos al primero que
encontramos y a veces sobredimensionamos”, dice Diana Gaviria, de Connect. Pero la
fractura no está solo entre los periodistas y los científicos, sino también entre estos
últimos y la política. Faltan voluntad y presupuesto para impulsar la creatividad, y la
ciencia no parece estar realmente en la agenda política.
Raúl Cuero se ha convertido en el modelo de rol perfecto para una sociedad golpeada por
la violencia y una juventud llena de ganas, pero ávida de oportunidades, sobre todo en las
regiones más apartadas del país. Su caso es un golpe para quienes quieren construir un
mejor país a través de la ciencia, pero lanza un importante mensaje. Colombia ha
avanzado mucho, en parte gracias a líderes como Cuero, pero no debe olvidar la
importancia de la humildad, la ética y el rigor. Trabajar por ello, como queda claro con
este caso, es responsabilidad de todos.