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EDICIÓN 1 2006 54 Este texto de Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia, fue originalmente publicado en la entrega 75 (septiembre de 1997) de la revista Claves de razón práctica, dirigida en ese entonces por Javier Pradera y Fernando Savater. La doctora Cortina es bien conocida en Hispanoamérica por sus libros Ética mínima (1989), Ética aplicada y democracia radical (1993) y Ciudadanos del mundo (1997). Universalizar la aristocracia: por una ética de las profesiones ADELA CORTINA El declive de la aristocracia La aristocracia anda en losúltimos tiempos de capa caída. Nacida allá en los al- bores de la civilización occidental como esa forma de organización política que consiste en el gobierno de los aristoi, de los mejores, ha venido a quedar con los siglos en un gru- po social que se asoma a las revistas del cora- zón y hace las delicias de los aficionados a las bodas sonadas y a los divorcios espectacula- res. Ninguna relación guarda ya la hodierna aristocracia con el gobierno, que es cosa de los más votados –que no elegidos– por el pueblo. Ni siquiera se esmera en realizar sus- tanciosas contribuciones intelectuales o cul- turales al acervo común, como en siglos pasados. Los aristócratas ya no son, dicho simplemente, los mejores. Son los que he- redaron un título, sin méritos propios ni ga- nas de hacerlos, o los que lo compraron por- que, teniendo talegas, querían lucir también en su haber blasones. Por si poco faltara, el mundo mo- derno trajo entre otras cosas, al decir de Charles Taylor, el aprecio por la vida co- rriente frente a las vidas heroicas, arries- gadas, nobles, tan admiradas en las edades antigua y media 1 . Un sutil utilitarismo reco- rre las venas de la modernidad, para desespe- ración de románticos, nietzscheanos y orteguianos, devaluando las hazañas del ca- ballero andante, poniendo en solfa la tarea del héroe, desconfiando del revolucionario byroniano. Incluso la aristocracia proletaria que Lenin identificaba con la vanguardia del partido 2 ha perdido terreno, y va quedando como máxima aspiración lograr una vida sazonada con moderados placeres y con do- lores mínimos, una vida empapada de goces sencillos y de bienes corrientes. El último intento de restaurar en Occidente una cierta aristocracia política vino de la mano de la tan conocida y critica- da teoría elitista de la democracia, que se pro- ponía de algún modo sintetizar lo mejor de ambas formas de gobierno 3 . Desde la men- cionada teoría, la democracia se convertía en un mecanismo para elegir representantes, mecanismo consistente en dejar en manos Adela Cortina

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universalizar la aristocracia

Este texto de Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política en la

Universidad de Valencia, fue originalmente publicado en la entrega 75 (septiembre de 1997) de

la revista Claves de razón práctica, dirigida en ese entonces por Javier Pradera y Fernando Savater.

La doctora Cortina es bien conocida en Hispanoamérica por sus libros Ética mínima (1989),

Ética aplicada y democracia radical (1993) y Ciudadanos del mundo (1997).

Universalizar la aristocracia:por una ética de las profesiones

A D E L A C O RT I N A

El declive de la aristocracia

La aristocracia anda en losúltimostiempos de capa caída. Nacida allá en los al-bores de la civilización occidental como esaforma de organización política que consisteen el gobierno de los aristoi, de los mejores,ha venido a quedar con los siglos en un gru-po social que se asoma a las revistas del cora-zón y hace las delicias de los aficionados a lasbodas sonadas y a los divorcios espectacula-res. Ninguna relación guarda ya la hodiernaaristocracia con el gobierno, que es cosa delos más votados –que no elegidos– por elpueblo. Ni siquiera se esmera en realizar sus-tanciosas contribuciones intelectuales o cul-turales al acervo común, como en siglospasados. Los aristócratas ya no son, dichosimplemente, los mejores. Son los que he-

redaron un título, sin méritos propios ni ga-nas de hacerlos, o los que lo compraron por-que, teniendo talegas, querían lucir tambiénen su haber blasones.

Por si poco faltara, el mundo mo-derno trajo entre otras cosas, al decir deCharles Taylor, el aprecio por la vida co-rriente frente a las vidas heroicas, arries-gadas, nobles, tan admiradas en las edadesantigua y media1. Un sutil utilitarismo reco-rre las venas de la modernidad, para desespe-ración de románticos, nietzscheanos yorteguianos, devaluando las hazañas del ca-ballero andante, poniendo en solfa la tareadel héroe, desconfiando del revolucionariobyroniano. Incluso la aristocracia proletariaque Lenin identificaba con la vanguardia delpartido2 ha perdido terreno, y va quedandocomo máxima aspiración lograr una vidasazonada con moderados placeres y con do-lores mínimos, una vida empapada de gocessencillos y de bienes corrientes.

El último intento de restaurar enOccidente una cierta aristocracia políticavino de la mano de la tan conocida y critica-da teoría elitista de la democracia, que se pro-ponía de algún modo sintetizar lo mejor deambas formas de gobierno3. Desde la men-cionada teoría, la democracia se convertía enun mecanismo para elegir representantes,mecanismo consistente en dejar en manos

Adela Cortina

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del pueblo la elección entre las elites políticasque compiten por su voto. Puesto que es elpueblo el que vota, se entiende que él es elque quiere a sus gobernantes, como es propiode una democracia; puesto que los más vota-dos surgen de las elites políticas que compi-ten por el poder, son los mejores quienesgobiernan, y no la masa. De suerte que lateoría elitista de la democracia aprovecha elsaber de los mejores en un gobierno queridopor el pueblo.

Sin embargo, las presuntas masasno eran tan cándidas como suponían los teó-ricos de la democracia y fueron cayendo en lacuenta paulatinamente de que los grupos encompetición –los partidos a fin de cuentas–no eran en modo alguno los mejores, no eranlas elites políticas, sino ciudadanos bien co-rrientes las más de las veces y, en algunoscasos, gentes para las que sería bien difícilencontrar un empleo si no es a través de unalista cerrada o por el viejo procedimiento deldedo. No hace falta ser el mejor para entraren el negocio de la cosa pública –vinieron asospechar las presuntas masas–, ni siquiera esrecomendable a menudo serlo. Basta, por

contra, con tener el amigo oportuno en ellugar oportuno4.

A mayor abundamiento, laprofundización en la democracia que izquier-das y derechas se propusieron como lemavino a entenderse en muchos lugares comoextensión de la voluntad de las mayorías acualesquiera decisiones, con lo cual se pro-dujo irremediablemente en todas las esferasde la vida social el pacto de los mediocres porel poder. Hospitales, universidades y otrasinsti-tuciones de la sociedad civil se hicieronacreedores a las sarcásticas palabras que pro-nunciara Heráclito de Éfeso hace ya 26 siglos:“Bien harían los efesios si se ahorcaran todosy dejaran la ciudad a los adolescentes, ellosque han expulsado a Hermodoro, el mejor delos hombres, diciendo: que nadie de nosotrossea el mejor y, si no, en otra parte y entreotros”5. Los mediocres se hicieron con el po-der en distintos ámbitos sociales, como tan-tas veces, y decidieron por mayoría que laexcelencia es fascista y la mediocridad, de-mocrática. Como si una democracia justapudiera construirse a golpe de endogamia,nepotismo, amiguismo y otras lindezas parejas.

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En busca de la excelencia

Y, sin embargo, la necesidad deuna cierta aristocracia ha ido subiendo a lapalestra en los diferentes campos de la vidasocial, al percatarse de que es imposible reali-zar con bien diferentes actividades si los queen ellas se integran y de ellas seresponsabilizan no aspiran a alcanzar la cotamás elevada posible, no aspiran a ser exce-lentes. En efecto, en el año 1983, los norte-americanos Peters y Waterman publicaronun libro que hizo fortuna en el ámbito em-presarial. Su curioso título –En busca de laexcelencia– era suficientemente expresivo delas aspiraciones de todo un mundo, el em-presarial, preocupado por superar la medio-cridad y por situarse entre los mejores. Deahí que el texto recogiera las experiencias deempresas excelentes, que son –a fin de cuen-tas– las que obtienen una abultada cuenta deresultados, muy superior, sin duda, a la me-dia6. El éxito del libro se debió a que un buennúmero de empresarios, deseosos de aumen-tar su competitividad, se aprestaron a tomarcomo ejemplo estas empresas excelentes paraobtener, ellos también, ganancias sustancio-sas. Porque en el mundo del negocio unaempresa debe ser competitiva si quierepermane-cer en el mercado a medio y largoplazo, generando nuevos clientes; debe ofre-cer una relación calidad-precio tal que puedaseguir obteniendo el beneficio suficientecomo para llevar adelante la tarea que le es

propia: satisfacer necesidades humanas concalidad. Lo cual exige de una empresa no sóloser aceptable, no sólo una dorada mediocri-dad, sino también ser excelente.

Ciertamente, pocos años más tardeel libro de Aubert y Gaulejac, El coste de laexcelencia, pretendió mostrar que una as-piración febril a tan preciado valor puedeacabar con la salud del directivo que no viveni respira más que con esa meta7. De lo queera buena muestra a su vez un nutrido nú-mero de directivos que, por buscar la exce-lencia sin mesura, engrosaban ya la clientelade psiquiatras y psicoanalistas. El viejo con-sejo aristotélico de buscar el término medioentre el exceso y el defecto seguía siendooportuno; sólo que también con Aristótelescabía recordar que, en lo que a la virtud serefiere, más vale pecar por exceso que caer enel defecto. Cuando, por otra parte, en mu-chos casos la virtud no era sólo cosa de eleva-ción moral, sino de pura necesidad, de nudasupervivencia, como la implacable realidadno cesaba de mostrar. Porque la realidadtambién se crea, pero sólo a partir de posibi-lidades reales.

En el año 1994 –por poner unejemplo– la Comisión Europea publicó elLibro Blanco sobre Crecimiento,competitividad y empleo, intentando con élsentar las bases del desarrollo sostenible enlas economías europeas para hacer frente a lacompetencia internacional. A tenor de sucontenido, Europa debe alcanzar urgente-mente dos metas: el crecimiento de los pues-tos de trabajo y el fomento de la igualdad deoportunidades. Pero para alcanzarlas, unmedio resulta absolutamente indispensable:aumentar la competitividad. Lo cual significa,entre otras cosas, potenciar el profesionalismode quienes trabajan en el mundo de la em-presa, apostar por la ca-lidad de los recursoshumanos y de los productos, buscar –ensuma– la excelencia. Porque, a fin de cuentas,dos siglos después de haber visto la luz Lariqueza de las naciones, venimos a convenircon Reich en que la fuente principal de la

En el año 1983, los norteamericanos Peters y

Waterman publicaron un libro que hizo for tuna en el

ámbito empresarial. Su curioso título –En busca de la

excelencia– era suficientemente expresivo de las

aspiraciones de todo un mundo, el empresarial,

preocupado por superar la mediocridad y

por situarse entre los mejores.

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riqueza de los pueblos es la cualificación delos que en ellos trabajan, es la calidad de susrecursos humanos8. Y así parecen reconocer-lo los que exigen calidad en la enseñanza,calidad en los productos, calidad informati-va, profesionalismo en el trabajo de médicos,juristas, ingenieros y cuantos generan riquezamaterial e inmaterial en un país. Cosas todasellas que están fuera del alcance de los me-diocres y sólo pueden lograrse si los profe-sionales aspiran a la virtud tal como laentendía el mundo griego: como excelenciadel carácter.

En efecto, el término empleadopor Peters y Waterman recuerda el conceptogriego de virtud, en la medida en que el vir-tuoso era quien sobresalía, quien superaba lamedia en alguna actividad. Y es aspirar a estaexcelencia lo que exige cualquier actividadprofesional a quienes ingresan en ella comoun requisito indispensable para acogerlocomo uno de sus miembros activos; no con-tentarse con la mediocridad, que es cosa defuncionarios y de burócratas, sino aspirar aesa aristocracia que ya no tiene que ser cosade unos pocos, sino de todos los que empleanparte de su esfuerzo en una actividad profesio-nal. Universalizar la aristocracia en cada unade las profesiones es la principal fuente de lariqueza de las naciones y de los pueblos, yuna exigencia de responsabilidad social. Peroes también el único modo de hacer justicia ala naturaleza propia de las profesiones talcomo han venido configurándose desde suorigen. Por eso una ética de las profesionesrequiere recordar cuál es la naturaleza y sen-tido de estas actividades sociales.

El origen de las profesiones

El concepto de profesión, tal comoha ido acuñándose a lo largo de la historia,tiene evidentemente orígenes religiosos. Cier-tamente, en el nacimiento de lo que hoy lla-mamos profesiones sólo tres se reconocíancomo tales: las de los sacerdotes, los médicosy los juristas. Estas tres profesiones exigíanvocación, ya que no todas las personas eran

llamadas a ejercerlas, sino únicamente las es-cogidas. Pero, además, de los nuevos miem-bros se exigía en los tres casos quepronunciaran un juramento al ingresar, por-que la actividad a la que pretendían dedicarseya venía configurada por unas reglas y valoresmorales que el neófito debía aceptar si pre-tendía ejercerla. Por otra parte, las tres profe-siones tenían de algún modo un caráctersagrado, en la medida en que se dedicaban aintereses tan elevados como el cuidado delalma, del cuerpo o de la cosa pública9.

Más tarde, también se considerócomo profesionales a los militares y a los ma-rinos; pero, en cualquier caso, es en la Moder-nidad cuando las profesiones empiezan aemanciparse de la esfera religiosa y a funda-mentarse en una ética autónoma. Como bienmuestra Max Weber, las palabras alemana(Beruf) e inglesa (calling), que traducimospor profesión, tienen a la vez el sentido devocación y de misión, y reciben el significadoque ahora les damos sobre todo a partir de lareforma protestante. En efecto, son losreformadores los que, sin pretenderlo, sientanlas bases para que pueda entenderse que lapropia conducta moral consiste en sentircomo un deber el cumplimiento de la tareaprofesional en el mundo. Y es esta convicciónla que engendra el concepto a la vez religiosoy ético de profesión: el único modo de agra-dar a Dios consiste en cumplir en el mundo

La cultura de masas presupone el fracaso de todo

intento de hacer de uno alguien interesante, lo que

significa hacer mejor que los otros. Y esto lo hace de

manera legítima, habida cuenta de que su dogma

determina que sólo nos podemos distinguir de los

demás bajo la condición de que nuestros modos de

distinguirnos no supongan ninguna distinción real.

Masa obliga.

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los deberes profesionales, por eso el profesio-nal se entregará a ello en alma y cuerpo10.

Ahora bien, la conciencia de que esun deber moral ejercer la propia profesióncon pleno rendimiento va separándose pau-latinamente de la conciencia de que es undeber religioso y cobrando autonomía. Desuerte que es este deber moral el que va ins-pirando el espíritu ético del capitalismo, por-que tanto quienes desempeñan profesionesliberales como los que tienen por profesiónaumentar el capital interpretan sus tareascomo la misión que deben cumplir en elmundo, como la vocación a la que han deresponder. De ahí que dediquen todo su es-fuerzo a trabajar en ese doble sentido, y nobuscando el interés egoísta, como suele creer-se al hablar de los orígenes del capitalismo:tanto el que ejerce una profesión liberalcomo el que pretende producir riqueza, sien-ten su tarea como una misión que debencumplir al servicio de un interés que les tras-ciende. El profesional –como afirma DiegoGracia– es siempre “un consagrado a unacausa de una gran trascendencia social y hu-mana”11. De ahí que el ejercicio de una profe-sión exija hasta nuestros días emplearse enesa causa social –sanidad, docencia, informa-ción, etcétera– que trasciende a quien la sir-ve, integrándose en un tipo de actividad quetiene ya sus rasgos específicos.

Rasgos de una actividad

profesional

Ciertamente, son muchos los auto-res que se han ocupado de estudiar los ca-racteres que ha de reunir una actividadhumana para que la consideremos como unaprofesión12. Pero aquí no nos interesa tantohacer un recorrido por distintos paradigmascomo intentar esbozar uno que recoja el ma-yor número posible de características paraentender lo que es hoy una profesión. Y eneste sentido podríamos decir que profesio-nes son hoy en día aquellas actividades ocu-pacionales en las que encontramos lossiguientes rasgos13:

1Una profesión es, en princi-pio, una actividad humana

social, un producto de la acción de personasconcretas mediante la cual se presta un servi-cio específico a la sociedad y se presta de for-ma institucionalizada. Importa recordar queuna profesión es una actividad, porque fre-cuentemente se olvida que la medicina, ladocencia o la información son en primerlugar actividades realizadas por personas, deforma que el nivel institucional, indispensa-ble también sin dudas, cobra –sin embargo–todo su sentido de dar cuerpo a lasactividades.

En lo que respecta al tipo de servi-cio que presta el profesional, tiene que reunirlas siguientes características para que se leconsidere propio de una profesión:

a) El servicio ha de ser único, y por eso losprofesionales reclaman el derecho de pres-tarlo a la sociedad en exclusiva, conside-rando como intruso a cualquiera que deseeejercerlo desde fuera de la profesión.b) Las prestaciones que de él puedanobtenerse han de estar claramente defi-nidas, de modo que el público sepa a quéatenerse con respecto a esos profe-sionales, es decir, qué puede esperar deellos y qué puede exigirles.c) Pero también ha de tratarse de unatarea indispensable, es decir, de un tipo deservicio del que una sociedad no puedeprescindir sin perder una dosis irrenun-ciable de salud (actividad sanitaria), for-mación (actividad docente), organizaciónde la convivencia (actividades jurídicas),información (actividad informativa), et-cétera. Ésta es la razón por la que, sobretodo desde los inicios del Estado de bien-estar, se exige que buena parte de los ser-vicios profesionales puedan llegar a todoslos ciudadanos.

2La profesión se consideracomo una suerte de vocación y

de misión; por eso se espera del profesional

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que se entregue a ella e invierta parte de sutiempo de ocio preparándose para cumplirbien esa tarea que le está encomendada. Adiferencia de las ocupaciones y oficios, quepueden tener un horario clara-mente delimi-tado, el profesional considera indispensabletener una preparación lo más actualizadaposible para poder ejercer bien su tarea; deahí que dedique también parte de su tiempode ocio a adquirir esa preparación.

3 Ejercen la profesión un conjunto determinado de personas

a las que se denomina profesionales. Los pro-fesionales ejercen la profesión de forma esta-ble, obtienen a través de ella su medio devida, y se consideran entre sí colegas.

4Los profesionales forman consus colegas un colectivo que

obtiene, o trata de obtener, el controlmonopolístico sobre el ejercicio de la profe-sión. Es en este sentido en el que se tacha deintrusos a los que carecen de las certificacio-nes académicas correspondientes y se lesprohíbe oficialmente ejercer la profesión.

5 Se accede al ejercicio de laprofesión a través de un largo

proceso de capacitación teórica y práctica, esdecir, a través de unos estudios claramentereglados de los que depende la acreditación olicencia para ejercer la profesión. Estos estu-dios deben ser específicos, recibir a su térmi-no algún documento oficial acreditativo(diploma, licenciatura) y ser sólo dominadospor los miembros de esa profesión determi-nada.

Este es uno de los grandes proble-mas en profesiones como el periodismo, enlas que resulta sumamente discutible quequien ha estudiado la carrera de Ciencias dela Información esté más preparado para in-formar y opinar que algunas personas cultas,dotadas de una pluma ágil. Y también enámbitos como la enfermería, donde resultadifícil de-terminar el cuerpo de saber técnico

que sus profesionales poseen en exclusivacuando parece que el médico posee ese tipode saber en mayor grado. Determinar esesaber específico es hoy uno de los retos de laenfermería.

6 Los profesionales reclaman unámbito de autonomía en el

ejercicio de su profesión. Obviamente, el pú-blico tiene todo el derecho a elevar sus pro-testas y debe ser atendido. Pero no es menoscierto que el profesional se presenta en socie-dad como el experto en el saber correspon-diente y, por tanto, exige ser el juez a la horade determinar qué forma de ejercer la profe-sión es la correcta y qué formas de ejercerlason desviadas.

Esta doble peculiaridad de cual-quier profesión (el hecho de que el consumi-dor tenga todo el derecho a exigir y elprofesional, el de enjuiciar sobre su correctoejercicio) hace necesario establecer un difícilequilibrio entre ambos lados, evitando caeren dos extremos igualmente desafortunados:creer que las demandas del público han deatenderse sin tener en cuenta el juicio de losexpertos, o bien regular las actividades profe-sionales atendiendo sólo a los expertos. Teneren cuenta ambos lados es indispensable. Porejemplo, en cualquier juicio sobre una pre-sunta negligencia profesional resulta cada vezmás necesario que el juez esté también espe-cializado en la profesión correspondientepara poder tener un criterio a la hora de juz-gar. En caso contrario, juzgará por aparien-cias y los profesionales se verán obligados atomar medidas a menudo superfluas peroaparentemente necesarias. Fenómenos comoéste explican en buena medida el progreso dela medicina defensiva, que exige un extraor-dinario derroche de dinero y energías (prue-bas innecesarias, radiografías inútiles) peroparece en ocasiones la única forma de cubrir-se las espaldas frente a posibles denuncias yfrente al fallo de un juez inexperto en sanidad.

Por eso, tradicionalmente, los cole-gios profesionales promulgan códigos de la

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profesión con la intención deautorregularse y resolver los

posibles conflictos antes detener que acudir al juzga-do. Obviamente, estemodo de proceder puedesurgir de motivos

corporativistas, en la medi-da en que el cuerpo profesio-

nal pretenda cerrar filas eimpedir cualquier juicio externo. Pero

también tiene una base en la realidad que noconviene olvidar: la de que es positivo quelos profesionales tomen conciencia de lasexigencias de su profesión y sean los prime-ros en desear dignificarla. Para eso, sin em-bargo, no basta con asumir códigosdeontológicos; es necesario incorporar tam-bién un código ético que no se preocupe sólode las re-gulaciones sino de los bienes y finesque la profesión persigue.

7 Lógicamente, al afán de autonomía corresponde el deber de

asumir la responsabilidad por los actos y téc-nicas de la profesión. Deber en el que convie-ne especialmente insistir porque va siendourgente complementar el tiempo de los dere-chos con el de las responsabilidades, el de lasreivindicaciones con el de las prestaciones.Justo es que los profesionales reclamen susderechos; pero igualmente justo es que asu-man la responsabilidad por el correcto ejerci-cio de su profesión. Tanto más cuanto que enel ámbito de determinadas profesiones, comoes el caso de la médica, existe un tipo de re-serva autorizada en relación con la informa-ción que debe darse a los afectados. Este tipode reserva recibe en medicina el nombre deprivilegio terapéutico, y consiste en la autori-zación para no revelar al paciente determina-dos datos cuando el médico piensa que elconocimiento de los mismos puede retrasarel proceso de curación, obstaculizarlo o biendeteriorar la calidad de vida del paciente sinobtener a la vez un beneficio suficiente entérminos de salud.

El privilegio terapéutico seinserta en el ámbito de lo que se ha llamadola tesis separatista en el ámbito profesional,tesis según la cual los profesionales de deter-minados campos están autorizados en oca-siones, incluso obligados, a conculcar lasnormas de la moral común precisamenteporque así lo exige el ejercicio mismo de suprofesión. El profesional debe alcanzar unameta y ello le obliga a contravenir normas,obligatorias para el sentir común, como se-ría, en este caso, la de comunicar al afectadola verdad disponible. Como es obvio, estetipo de privilegios debe tratarse con sumaresponsabilidad, manteniendo tales actuacio-nes sólo como excepciones muy justificadas,y no como norma o como excepción sin jus-tificación suficiente14 .

Aunque la política no sea una pro-fesión, conviene aquí puntualizar que laweberiana ética de la responsabilidad políti-ca, razonable por los cuatro costados, puede,sin embargo, abonar una tesis separatistapara determinadas actuaciones ilegales, quecaen en ese pozo oscuro de los fondos reser-vados. Y conviene recordar este punto por-que no hay en tales casos autorización moralninguna para tales excepciones y privilegios.Como bien dice Elías Díaz, recogiendo tam-bién el sentir de Francisco Tomás y Valiente15,cualquier intento de justificar una transgre-sión de la legalidad por parte de un gobiernodemocrático se apoya en una sinrazón, y noen una razón de Estado.

8 De los profesionales se esperaque no ejerzan su profesión

sólo por afán de lucro, ya que se trata de untipo de actividad encaminada a favorecer a lacolectividad. En este sentido, conviene distin-guir muy claramente entre el fin de una pro-fesión, el bien objetivo que con ella sepersigue y por el cual cobra su sentido, y losintereses subjetivos que persiguen las perso-nas que la ejercen. Evidentemente, el interésde una persona a la hora de ejercer su profe-sión puede consistir exclusivamente en ganar

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un dinero, pero el fin de la profesión no esése; de ahí que no tenga más remedio queasumir el fin y los hábitos que la actividadprofesional exige.

Estructura de una

actividad profesional

Como ya hemos comentado, unaactividad profesional es, en principio, unaactividad social en la que cooperan personasque desempeñan distintos papeles: los profe-sionales, los beneficiarios directos de la acti-vidad social (clientes, consumidores,pacientes, alumnos, etcétera), otrosestamentos implicados (proveedores de unhospital, competidores en elcaso de una empresa, etcéte-ra) y, por supuesto, la socie-dad en su conjunto, que ha dedictaminar si considera esa activi-dad necesaria, o al menos beneficiosa,y si piensa que se está ejerciendo de unmodo satisfactorio para ella. En este sentidono deja de ser curioso que en países demo-cráticos ignore la ciudadanía que, en sus paí-ses respectivos, existen fábricas de armas, quetales armas se venden con pingües beneficiosy con conocimiento de los gobiernos, y que eltan alabado pueblo soberano ande en ayunasde tales negocios. Cuando lo bien cierto esque las actividades empresariales que se desa-rrollan en una país precisan legitimaciónpública16.

Y reanudando el hilo de nuestraexposición, utilizaremos en principio paraanalizar la estructura de las actividades socia-les el modelo que MacIntyre propone17 y queresulta de suma utilidad, aunque él no estépensando al exponerlo en las actividadesprofesionales. En efecto, MacIntyre sugiereaprovechar el concepto aristotélico de praxis,modificándolo, para comprender mejor de-terminadas actividades sociales cooperati-vas; y nosotros, por nuestra parte,utilizaremos su modificación de la praxisaristotélica para interpretar más adecua-damente ese tipo de actividades sociales que

son las profesiones, modificándola por nues-tra parte para adaptarla a lo que precisamos.

Por praxis (acción) entiendeAristóteles, a diferencia de la poíesis (produc-ción), aquel tipo de acción que no se realizapara obtener un resultado distinto de ellamisma, sino que tiene incluido en ella supropio fin. También a este tipo de accióndenomina Aristóteles praxis télela, es decir,acción que tiene el fin en sí misma, a diferen-cia de las praxis áteles, cuyo fin es distinto a laacción por la que se realiza18.

MacIntyre, por su parte, modificaestas distinciones y entiende por práctica unaactividad social cooperativa que se caracteri-za por tender a alcanzar unos bienes que soninternos a ella misma y que ninguna otrapuede proporcionar. Estos bienes son los que

le dan sentido, constituyen la racionalidadque le es propia y, a la vez, le pres-

tan legitimidad social. Por-que cualquier

actividad hu-mana

cobra su sen-tido de perse-guir un fin que lees propio; y además,cualquier actividad so-cial necesita ser aceptadaen la sociedad en la que sedesarrolla, necesita estar social-mente legitimada.

Trasladando esta caracte-rización a las actividades profesionales,podríamos decir que el bien interno de lasanidad es el bien del paciente; el de laempresa, la satisfacción de necesidadeshumanas con calidad; el de la docencia, latransmisión de la cultura y la formación depersonas críticas. Quien ingresa en una de

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estas actividades no puede proponerse unameta cualquiera, sino que ya le viene dada yes la que presta a su acción sentido y legiti-midad social. De donde se sigue que dentrode ese ámbito, como afirma Aristóteles, “deli-beramos sobre los medios”, no sobre los fineso bienes últimos, porque éstos ya vienen da-dos. No podemos inventar los fines de lasactividades profesionales, porque ya proce-den de una tradición que conviene conocer afondo, estudiando su historia. La tarea dequien ingresa en una profesión no consiste,pues, en idear metas totalmente nuevas, sinoen incorporarse a una tarea de siglos o dedécadas –a una tradición profesional– y enintegrarse en una comunidad de colegas quepersiguen idénticas metas.

Es en este sentido en el que algu-nos representantes del actual movimientocomunitarista critican duramente a la Mo-dernidad y a la Ilustración por haber queridoolvidar las tradiciones, las comunidades y losfines ya dados, abogando por una autonomíadesarraigada. El comunitarismo hodiernonos recuerda, por contra, que nacemos encomunidades concretas y nos integramos enactividades sociales ya legitimadas por finesmuy determinados, configuradas desde tradi-ciones. Ahora bien, esto es cierto pero sólo enparte. Porque si es verdad que las distintasprofesiones tienen una larga historia, tam-bién lo es que han ido modulando sus metas,matizando la forma de ejercerse, modificandolas relaciones entre los colegas y también lasrelaciones con los destinatarios de la ac-tividad profesional. Y tales modulaciones sehan debido a razones diversas, como, porejemplo, al aumento de la capacidad técnicahumana, pero sobre todo al cambio de con-ciencia moral social. En efecto, las actividadesprofesionales se van desarrollando en el senode sociedades cuya conciencia moral va evo-lucionando en el sentido de que las personasreclaman un mayor respeto a su autonomía,exigen que se respeten sus derechos, pidenque se les deje participar en las decisionesque las afectan. Pacientes y consumidores,

ciudadanos y lectores, presentan paulatina-mente tales exigencias, pero también quienestrabajan en la profesión: enfermeras, médi-cos, proveedores. Con ninguno deben reali-zarse prácticas humillantes, a ninguno debetratarse sin respeto19.

Lo cual significa que, aunque el finde la profesión, como tal, sigue siendo elmismo, y que a quien ingresa en ella le vieneya dado, el tipo de relaciones humanas me-diante las cuales se alcanza esa meta, el tipode actitudes, ha cambiado notablemente. Yesto exige que los profesionales derrochencapacidad creativa, inventiva rigurosa, paraalcanzar la meta de su profesión de una formaacorde con la conciencia moral de su tiempo.Por eso conviene ir dilucidando qué hábitosconcretos han de ir incorporando los profe-sionales para alcanzar los fines de la profe-sión, de qué actitudes han de irapropiándose para realizar el bien interno,habida cuenta de que nos encontramos ensociedades que han accedido al nivelposconvencional en el desarrollo de su con-ciencia moral20. Porque alcanzar los bienesinternos propios de una práctica exige aquienes participan en ella desarrollar deter-minados hábitos; es decir, adquirir medianterepetición de actos la predisposición a ac-tuar en un sentido determinado: en el senti-do, en este caso, de realizar los bienesinternos de la profesión. Esos hábitos hanrecibido tradicionalmente el nombre de vir-tudes, expresión que conviene entender en elsentido que tenía en la Grecia clásica comoareté, como excelencia del carácter.

El virtuoso en una profesión, comoocurre con un maestro del piano o el violín,es el que pretende alcanzar en ella la excelen-cia y huye de la mediocridad, de la medianía.Lo cual no significa optar por la carrera deuna competencia con los demás profesiona-les; porque aunque un mínimo sentido de lajusticia nos exige reconocer que en cada acti-vidad unas personas son más virtuosas queotras, lo exigible a cualquier profesional esque intente ser lo más competente posible,

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que se esfuerce por alcanzar un grado de ex-celencia en aquellas aptitudes que son reque-ridas para alcanzar el bien interno de lapráctica en cuestión. Y que no expulse a losmejores, para poder brillar él, como cuentaHeráclito que hicieron con Hermodoro losefesios, quebrando el sentido de la justicia ysecando las fuentes de la riqueza social. Y, sinembargo, como dijimos al comienzo de esteartículo, el discurso de la excelencia, de losmejores, parecía extinguido hace bien pocoen buena parte del mundo profesional, unmundo conforme con cumplir unos míni-mos indispensables pero rara vez dispuesto allegar a los niveles más elevados. ¿Qué habíaocurrido?

De la excelencia a la

mediocridad: miseria de la

burocracia

Tomando de nuevo el concepto depráctica al que nos hemos referido, recuerdaMacIntyre que con las distintas actividadesse consigue también otro tipo de bienes a losque llamamos externos, porque no son losque les dan sentido pero también se obtienenal llevarlas a cabo. Estos bienes son comunesa la mayor parte de las actividades, y no sir-ven, por tanto, para especificarlas, para dis-tinguir unas de otras. De este orden sonbienes como el dinero, el prestigio o el poder,que se consiguen con la sanidad y la infor-mación, con el deporte o la investigación,

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universalizar la aristocracia

con la docencia o la jurisprudencia. Obvia-mente, no existe ningún problema en que unprofesional, además de intentar alcanzar losbienes internos de su profesión, perciba através de ella unos ingresos, logre un podersocial, y se gane un prestigio si es excelente.Lo que, en cambio, desvirtúa cualquier pro-fesión es el hecho de que quienes la ejercencambien los bienes internos por los externos:olviden la meta por la que la profesión cobrasentido y legitimidad social y busquen única-mente dinero, prestigio o poder. En ese caso,las profesiones se corrompen de forma inevi-table.

Corrupción, en el más amplio sen-tido de la palabra, significa “cambiar la natu-raleza de una cosa volviéndola mala”, privarlade la naturaleza que le es propia, pervirtién-dola. La corrupción de las actividades profe-sionales se produce –a mi juicio– cuandoaquellos que participan en ellas no las apre-cian en sí mismas porque no valoran el bieninterno que con ellas se persigue y las reali-zan exclusivamente por los bienes externosque por medio de ellas pueden conseguirse.Con lo cual esa actividad y quienes en ellacooperan acaban perdiendo su legitimidadsocial y, con ella, toda credibilidad21. Ahorabien, la raíz última de la corrupción reside en

estos casos en la pérdida de vocación, en larenuncia a la excelencia.

Como bien recuerda Diego Gracia,al profesional le es inherente ejercer la vir-tud física, que consiste en ser competente enlas habilidades propias de la profesión, y lavirtud moral, que lo predispone a emplearsiempre esas habilidades en un buen sentido,en el sentido que exige la profesión paraprestar su servicio a la sociedad. El profesio-nal, por tanto, debe aspirar tanto a la exce-lencia física como a la excelencia moral, yaque una profesión no es un oficio ni unasimple ocupación. Sin embargo, laburocratización de buena parte de las profe-siones ha destruido en muy buena medida laaspiración a la excelencia porque, desde unaperspectiva burocrática, el buen profesional essimplemente el que cumple las normas lega-les vigentes, de forma que no se lo puedaacusar de incurrir en conductas negligentes;el buen profesional es, desde esta perspectiva,el que logra ser irreprochable desde el puntode vista legal22. Actitud que se hace suma-mente clara en el caso de la funcionarizaciónde las profesiones que, por una parte, tiene laventaja de permitir al profesional trabajarcon la tranquilidad de saberse respaldado porun sueldo, pero es, a la vez, una tentaciónpara los de poca vocación, que se conformancon no ser excesivamente negligentes paracubrir los mínimos legales.

Para lograr la perfección legal exigi-da por el ethos burocrático basta con cubrirunos mínimos de permanencia en el centrocorrespondiente y de atención a la clientela,trátese de alumnos, pacientes, o de otra suer-te de beneficiarios de una actividad profesio-nal. Si a ello se añade el tradicionalcorporativismo que reina en algunas profe-siones, la inconfesada complicidad entre losprofesionales que los lleva a defenderse mu-tuamente ante las denuncias, aunque sólofuera por poder obtener la misma ayuda delos colegas en caso de recibir una denuncia,es claro que con cubrir unos mínimos el pro-fesional queda bien resguardado frente a

Corrupción, en el más amplio sentido de la palabra,

significa “cambiar la naturaleza de una cosa volviéndola

mala”, privarla de la naturaleza que le es propia,

pervir tiéndola. La corrupción de las actividades

profesionales se produce –a mi juicio– cuando aquellos

que participan en ellas no las aprecian en sí mismas

porque no valoran el bien interno que con ellas se

persigue y las realizan exclusivamente por los bienes

externos que por medio de ellas pueden conseguirse.

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cualquier problema legal. Sin embargo, espreciso distinguir entre la legalidad y la ética,entre el ethos burocrático y el ethos profesio-nal. Las leyes exigen un mínimo indispensa-ble para no incurrir en negligencia; unmínimo que, en el caso de las profesiones,resulta insuficiente para ejercerlas como exi-ge el servicio que han de prestar a la socie-dad. De ahí que la ética de la profesión pidasiempre mucho más que el cumplimiento deunos mínimos legales: que exija de los profe-sionales aspirar a la excelencia. Entre otrasrazones, porque su compromiso fundamen-tal no es el que los liga a la burocracia, sino alas personas concretas, a las personas de car-ne y hueso, cuyo beneficio da sentido a cual-quier actividad e institución social. Sontiempos, pues, no de repudiar la aristocracia,sino de universalizarla; no de despreciar lavida corriente, sino de introducir en ella laaspiración a la excelencia.

1 Charles TAYLOR, Fuentes del yo (parte tercera),

Paidós, Barcelona, 1996.

2 H. DUBIEL, Was heisst Neokonservatismus?, Suhr-

kamp, Frankfurt, 1985, pág. 108.

3 P. BACHRACH, Crítica de la teoría elitista de la

democracia, Amorrortu., Buenos Aires, 1973.

4 A. CORTINA, La moral del camaleón, Espasa-Calpe,

Madrid, 1990, cap. 8 (“Amicus Plato”).

5 HERÁCLITO de Éfeso, DK 22 B 121, citado por F.

Cubells en “Los filósofos presocráticos”, en Anales

del seminario de Valencia, 1965, pág. 307.

6 T. J. PETERS y R. H. WATERMAN, En busca de la

excelencia, Folio, Barcelona, 1990.

7 N. AUBERT y V. GAULEJAC, El coste de la exce-

lencia, Paidós, Barcelona, 1993.

8 R. B. REICH, El trabajo de las naciones, Vergara, Ma-

drid, 1993.

9 D. GRACIA, “El poder médico”, en Varios: Cien-cia

y poder, Universidad Comillas, 1986, págs. 141-174.

Ver también A. CORTINA, cap. 6 en Pilar Arroyo

(coord.): Ética y legislación en enfermería, Barcelo-

na, MacGraw-Hill, 1997.

10 Max WEBER, La ética protestante y el espíritu del

capitalismo, Península, Barcelona, 1969, págs. 81 y

ss.

11 D. Gracia, “El recto ejercicio profesional: ¿cuestión

personal o institucional?”, en Quadern CAPS, núm.

23 (1995), pág. 94.

12 Ver, por ejemplo, además de los trabajos ci-tados en

notas 10, 11 y 12, T. PARSONS, Essays on Sociological

Theory, The Free Press, Glencoe, 1954; M. WEBER,

Economía y sociedad, FCE, México, 1964; J.

GONZÁLEZ ANLEO,‘“Las profesiones en la so-

ciedad corporativa”, en J. L. Fernández y A. Hortal

(comps.): Ética de las profesiones, Uni-versidad Co-

millas, Madrid, 1994, págs. 21-34

13 Ver para estas características J. GONZÁLEZ ANLEO,

op. cit.

14 Para una excelente exposición de la historia y conte-

nido de esta tesis, así como para una intere-sante crí-

tica de la misma, ver: A. GEWIRTH, “Professional

Ethics: The separatist Thesis’”, en Ethics, Nº 96

(1986), págs. 282-300.

15 F. TOMÁS y VALIENTE, A orillas del Estado, Tauros,

Madrid, 1996.

16 A. CORTINA, J. CONILL, A. DOMINGO, D. GAR-

CÍA MARZÁ, Ética de la empresa, Trotta, Madrid,

1994.

17 A. MACINTYRE, Tras la virtud, Crí-tica, Barcelona,

1987, cap. 14.

19 A. CORTINA, Ética aplicada y democracia radi-cal,

sobre todo parte III (“Los retos de la ética apli-cada”).

20 Al nivel en que decidir la justicia de una norma su-

pone tener en cuenta a todos los afecta-dos por ella,

tratándolos como fines en sí mismos, e intentando

que la norma satisfaga intereses universalizables

21 A. CORTINA, “Ética de la sociedad civil: ¿un antídoto

contra la corrupción?”, en: Claves de Razón Práctica,

núm. 45 (1994), págs. 24-31; también en F. Laporta

y S. Álvarez (eds.), La corrupción política, Alianza,

Madrid, 1997.

22 D. GRACIA, “El recto ejercicio profesional: ¿cuestión

personal o institucional?”, op. cit., pág. 95 y ss.