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UNA UNIVERSIDAD POR TELF,VISIÓN EN LOS ESTADOS UNIDOS 47 UNA UNIVERSIDAD POR TELEVISION EN LOS ESTADOS UNIDOS El campo educativo norteamericano pre- senta feracidad de tierra virgen sobre la que vuela un pájaro imaginativo y creador bus- cando siempre un nuevo canto en una nueva rama. Esta nueva rama a veces no sostiene tan sólo un nuevo canto, sino también una nueva postura, porque lo que ahora se nos ofrece es a la vez imagen y sonido en la fórmula has- ta el presente inédita de la Universidad por Televisión. La televisión puede estudiarse desde un po- liedro de ángulos que van desde sus dimen- siones científicas, artísticas y comerciales has- ta su valor revolucionario en la psicología y en la sociologia. Yo, como no soy ni físico ni comerciante de aparatos electrónicos, me he reservado el campo de las dimensiones huma- nas de la televisión y de sus repercusiones en el individuo y en la sociedad, sin olvidar la más importante de ellas que es la familia. Todo esto, que es objeto de un ensayo mío sobre la televisión como fenómeno humano, va a con- cretarse en este artículo a uno de los aspectos de este fenómeno que es el de las posibilidades educativas de la televisión, como integrables en una fórmula institucional, es decir, una es- cuela en la que las enseñanzas se imparten ex- clusivamente por televisión. Este problema no me lo he planteado yo, sino que ha llegado a mi en forma de un congreso o reunión celebrada en la Universidad de Geor- getown, en Wäshington, por el Instituto de Te- levisión Educativa, durante los ltimos días de octubre del presente año. Yo asistí a las re- uniones como a un espectáculo, pero muy pron- to, a los pocos minutos, el espectáculo se me convirtió en problema y empecé a pensar, que es lo más opuesto que un hombre puede hacer ante la televisión. La reunión desde el primer momento tuvo un carácter elegante, contagiado sin duda del perfil aristocrático de la torre de la Universi- dad y del mismo prestigio fonético de Wäsh- ington. El presidente del Comité de Comuni- caciones Federales, Paul A. Walker, nos des- cribió cómo hacía un siglo y medio que habla llegado a las selvas del Potomac un aristócrata francés, el marqués de L'Enfant, y que al mi- rar la selva intuyó en ella a la gran ciudad que había de ser la capital del mundo. Algu- nas de sus avenidas debían tener cincuenta metros de ancho. Una de ellas ciento veinte me- tros, v más de la mitad del área urbana de- . bería reservarse para las calles. Se pensaba y planeaba, pues, una gran ciudad para un gran futuro. Al llegar aquí, Mr. Walker ejecutó un salto prodigioso y se encontró en el año actual con la Comisión Federal de Comunicaciones. que por ley del 14 de abril había trazado en la rosa de los vientos dos mil posibles estaciones de televisión, como anchas avenidas para el mundo del futuro, y de estas dos mil estacio- nes había reservado doscientas cuarenta y dos para que fuesen exclusivamente educativas, sin mezcla alguna de lo comercial. Este es el paso histórico y este es el ambiente de exaltación maravillosa en que discurrió el Congreso del Instituto de Televisión Educativa que voy a traducir ahora a un estilo de prosa tranquila, ajena igualmente a Mr. Walker y al marqués de L'Enfant. Conviene observar atentamente el fenómeno de la televisión en los Estados Unidos en todo su valor factual y numérico. Existen hoy más de dieciocho millones y medio de aparatos de televisión en uso, y como bien se puede calcu- lar, un mínimo de tres personas para cada uno; el gran observatorio humano que tiene sus ojos fijos en la televisión asciende fácilmente a unos cincuenta y cinco millones de norteamericanos. Si cada uno de ellos usa el receptor en un pro- medio de una hora diaria —que representa un límite mínimo y seguro— nos encontramos con cincuenta y cinco millones de horas diarias de- dicadas a la asimilación sensorial de un espec- táculo de tremendo poder neuropsicológico. Ac- tualmente hay unas ciento once estaciones de televisión en los Estados Unidos, pero las co- nexiones por cable coaxial y los relais de mi- croondas cubren a la nación con una fácil red. Hasta ahora el uso que se ha hecho de la te- levisión como instrumento educativo ha sido el permitir a algunas instituciones culturales el empleo de parte del tiempo de un programa ordinario comercial, ya sea por cesión gratui- ta o mediante el alquiler. Si se tiene en cuenta que la utilización de una estación de televisión comercial cuesta doscientos cincuenta dólares por hora en una ciudad pequeña, y hasta más de mil dólares por hora en una capital mayor, bien se comprende que algunas Universidades bien dotadas hayan podido utilizar parte de los programas televisados para presentar en ellos sus clases o conferencias. Esta utilización pedagógica de la televisión es por otra parte un paso más en un método pedagógico que ya se venía empleando con el

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UNA UNIVERSIDAD POR TELF,VISIÓN EN LOS ESTADOS UNIDOS 47

UNA UNIVERSIDAD POR TELEVISION EN LOS ESTADOS

UNIDOS

El campo educativo norteamericano pre-senta feracidad de tierra virgen sobre la quevuela un pájaro imaginativo y creador bus-cando siempre un nuevo canto en una nuevarama.

Esta nueva rama a veces no sostiene tansólo un nuevo canto, sino también una nuevapostura, porque lo que ahora se nos ofrece esa la vez imagen y sonido en la fórmula has-ta el presente inédita de la Universidad porTelevisión.

La televisión puede estudiarse desde un po-liedro de ángulos que van desde sus dimen-siones científicas, artísticas y comerciales has-ta su valor revolucionario en la psicología yen la sociologia. Yo, como no soy ni físico nicomerciante de aparatos electrónicos, me hereservado el campo de las dimensiones huma-nas de la televisión y de sus repercusiones enel individuo y en la sociedad, sin olvidar lamás importante de ellas que es la familia. Todoesto, que es objeto de un ensayo mío sobre latelevisión como fenómeno humano, va a con-cretarse en este artículo a uno de los aspectosde este fenómeno que es el de las posibilidadeseducativas de la televisión, como integrablesen una fórmula institucional, es decir, una es-cuela en la que las enseñanzas se imparten ex-clusivamente por televisión.

Este problema no me lo he planteado yo, sinoque ha llegado a mi en forma de un congresoo reunión celebrada en la Universidad de Geor-getown, en Wäshington, por el Instituto de Te-levisión Educativa, durante los ltimos díasde octubre del presente año. Yo asistí a las re-uniones como a un espectáculo, pero muy pron-to, a los pocos minutos, el espectáculo se meconvirtió en problema y empecé a pensar, quees lo más opuesto que un hombre puede hacerante la televisión.

La reunión desde el primer momento tuvoun carácter elegante, contagiado sin duda delperfil aristocrático de la torre de la Universi-dad y del mismo prestigio fonético de Wäsh-ington. El presidente del Comité de Comuni-caciones Federales, Paul A. Walker, nos des-cribió cómo hacía un siglo y medio que hablallegado a las selvas del Potomac un aristócratafrancés, el marqués de L'Enfant, y que al mi-rar la selva intuyó en ella a la gran ciudadque había de ser la capital del mundo. Algu-nas de sus avenidas debían tener cincuentametros de ancho. Una de ellas ciento veinte me-tros, v más de la mitad del área urbana de-.

bería reservarse para las calles. Se pensaba yplaneaba, pues, una gran ciudad para un granfuturo. Al llegar aquí, Mr. Walker ejecutó unsalto prodigioso y se encontró en el año actualcon la Comisión Federal de Comunicaciones.que por ley del 14 de abril había trazado en larosa de los vientos dos mil posibles estacionesde televisión, como anchas avenidas para elmundo del futuro, y de estas dos mil estacio-nes había reservado doscientas cuarenta y dospara que fuesen exclusivamente educativas, sinmezcla alguna de lo comercial. Este es el pasohistórico y este es el ambiente de exaltaciónmaravillosa en que discurrió el Congreso delInstituto de Televisión Educativa que voy atraducir ahora a un estilo de prosa tranquila,ajena igualmente a Mr. Walker y al marquésde L'Enfant.

Conviene observar atentamente el fenómenode la televisión en los Estados Unidos en todosu valor factual y numérico. Existen hoy másde dieciocho millones y medio de aparatos detelevisión en uso, y como bien se puede calcu-lar, un mínimo de tres personas para cada uno;el gran observatorio humano que tiene sus ojosfijos en la televisión asciende fácilmente a unoscincuenta y cinco millones de norteamericanos.Si cada uno de ellos usa el receptor en un pro-medio de una hora diaria —que representa unlímite mínimo y seguro— nos encontramos concincuenta y cinco millones de horas diarias de-dicadas a la asimilación sensorial de un espec-táculo de tremendo poder neuropsicológico. Ac-tualmente hay unas ciento once estaciones detelevisión en los Estados Unidos, pero las co-nexiones por cable coaxial y los relais de mi-croondas cubren a la nación con una fácil red.

Hasta ahora el uso que se ha hecho de la te-levisión como instrumento educativo ha sido elpermitir a algunas instituciones culturales elempleo de parte del tiempo de un programaordinario comercial, ya sea por cesión gratui-ta o mediante el alquiler. Si se tiene en cuentaque la utilización de una estación de televisióncomercial cuesta doscientos cincuenta dólarespor hora en una ciudad pequeña, y hasta másde mil dólares por hora en una capital mayor,bien se comprende que algunas Universidadesbien dotadas hayan podido utilizar parte delos programas televisados para presentar enellos sus clases o conferencias.

Esta utilización pedagógica de la televisiónes por otra parte un paso más en un métodopedagógico que ya se venía empleando con el

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uso de la radio educativa, de la cual hay enEstados Unidos ciento treinta y cuatro esta-ciones que emiten exclusivamente programasculturales, y que son propiedad de Universida-des, colegios o agrupaciones de escuelas. Ya elaño 1936 la Universidad de Yale había abiertocamino con sus experimentos de televisióneducativa, pero a partir del año 1946 es cuan-do la televisión se generaliza en su forma ac-tual, existiendo en el presente ochenta y seisinstituciones universitarias que utilizan losservicios de las estaciones comerciales para susprogramas de televisión. A esto hay que aña-dir treinta grupos de escuelas primarias queestán presentando programas, y cinco escue-las de Medicina que emplean la televisión paraenseñar cirugía y terapia a sus estudiantes.

Así, pues, la ley del 14 de abril, al estable-cer la organización de las dos mil estacionesposibles en Estados Unidos y reservar el 12por 100 de ellas, es decir, doscientas cuarentay dos para propósitos educativos, lo que haciaera tan sólo recoger y reglamentar una seriede hechos y corrientes nuevas que se han pre-sentado en el campo de la Pedagogía.

La respuesta del mundo académico ha sidoextraordinaria. Durante los seis meses a par-tir de dicha fecha se presentaron setecientascincuenta y nueve solicitudes para nuevas es-taciones, de las cuales la Comisión Federal deComunicaciones ha concedido setenta y ocho.Nueve de las concesiones se refieren a esta-ciones puramente educativas, sin propósito co-mercial, en favor de Kansas State College, Uni-versidad de Southern, California, Universidadde Houston, en Texas, y seis estaciones para laUniversidad del Estado de Nueva York, situa-das en Nueva York, Albany, Binghamton, Buf-falo, Rochester y Syracuse.

Ante estos progresos hechos por otros centroseducativos, es natural que los educadores deWáshington se hayan sentido desbordados y,si se quiere, anticuados en sus métodos, y sehayan, por tanto, apresurado a planear la uti-lización del Canal núm. 26, que pertenece alespectro UHF y que entre varias ventajas tie-ne la de que no puede ser recibido por ningu-no de los aparatos existentes ahora en el áreade Wäshington. Pero me apresuro a decir queestá prevista la venta de una especie de ojosuplementario, o monóculo cultural, a preciosreducidos.

Wäshington presenta una fisonomía acadé-mica bastante sorprendente. Esta capital poseeel tanto por ciento de población escolar másalto de todos los Estados Unidos. En su áreaurbana hay más de trescientos centros de en-señanza, que comprenden una serie de institu-ciones originales o superlativas en su género,como la Georgetown University, la Univer-sidad católica más antigua de los Estados Uni-dos; la Catholic University, la única Universi-dad pontificia en la nación; la Howard Uni-versity, la única Universidad totalmente de

color y la de más estudiantes. Además de ello,la George Wáshington University, con 10.000estudiantes, fundada por Monroe y QuincyAdams; la Universidad de Maryland, con 13.000estudiantes, y el colegio Gallaudec, fundadopor Lincoln, la única Universidad mundial paralos sordos. En estos trescientos centros hay unapoblación de más de doscientos cincuenta milestudiantes y se mantienen con un presupues-to de unos ciento veinte millones de dólares alaño, que constituye en Wäshington el tercertipo de gastos en la escala financiera.

Otras piezas culturales integrables en el sis-tema y con una utilización evidente en la tele-visión son la Biblioteca del Congreso, con sustreinta millones de libros, mapas y fotografías,y su presupuesto anual de nueve millones dedólares; la biblioteca más numerosa del mun-do de materias agrícolas situada en el Minis-terio de Agricultura, y la mejor biblioteca dematerial shakespeariano fuera de Inglaterra.Los museos de Wäshington contienen millaresde obras artísticas que pueden ser riquísimomaterial para los programas televisados, talescomo las Galerías Corcoran y Frick, el Museode la Smithsonian y la Galeria Nacional, conmás de diez mil obras artísticas y cuyo valorde exhibición óptica se calcula en más de cienmillones de dólares.

La estación de televisión en su aspecto eco-nómico presenta un presupuesto de doscientosmil dólares para coste de instalación y cientocincuenta mil dólares anuales para gastos defuncionamiento, sin incluir en esta cifra losgastos originados por la programación, es de-cir, estipendios a conferenciantes y profesores yutilización de material escolar o artístico pre-sentado en la pantalla. Parece, por tanto, queun plan quinquenal de trescientos mil dólaresanuales, que es el proyecto del Padre McGrath,satisfará plenamente todas las exigencias eco-nómicas. Como se prevén treinta grupos afi-liados y que cada uno puede aportar diez mildólares anuales, el porvenir financiero eviden-temente sonríe sobre la torre todavía imagi-nada de la Universidad washingtoniana por te-levisión.

Si todo esto se proyecta sobre las posibili-dades financieras de los habitantes de Wäshing-ton, que tienen el porcentaje de renta más altode los Estados Unidos, y de sus cincuenta ins-tituciones educativas de carácter nacional queradican en la capital, entre las que se encuen-tran sociedades tan famosas como la Acade-mia Nacional de Ciencias, la Sociedad Geográ-fica Nacional y la Institución de Carnegie, queha dado cuarenta y seis millones de dólarespara investigaciones biológicas... se compren-derá fácilmente que una Universidad por tele-visión en Wáshington no es un sueño, sino unplan perfectamente realizable desde el puntode vista financiero de quien la va a pagar, yeducativo de quien va a enseñar en ella.

Al llegar aquí quizá alguien haga la pregun.

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ta de quién va a ser educado en dicha Univer-sidad. La pregunta, francamente, me parece in-discreta, o al menos así pareció a los respe-tables miembros del Instituto de TelevisiónEducativa para Wáshing-ton reunidos en laUniversidad de Georgetown ante /os cuales for-mulé yo esta pregunta. Claro es que yo enton-ces no sabía que en Wäshington funcionaban386.799 receptores y que, por tanto, existía unmínimo de 773.598 ojos educables. Mi pregun-ta la formulé en forma de dilema: ya que laestación ha de funcionar ocho horas diariassegún la ley, es evidente que los programas,o bien se dan en las horas en que los estudian-tes están en las escuelas y los funcionarios ensus empleos, o bien en las horas en que todoel mundo se retira a su casa. Si se dan duran-te las horas lectivas, entonces la televisión seintenta parcialmente como un sustituto delprofesor o de las prácticas de laboratorio o es-tudio privado, lo cual parece un error. Si losprogramas se reservan para las horas en queregresamos a casa, después del trabajo o delestudio, es muy de temer que los miles de em-pleados federales que forman la poblaciónwashingtoniana estén cansados de una laboreminentemente intelectual y nerviosa, y que noquieran recibir más educación en tiempo dedescanso, prefiriendo los programas de depor-tes, de música o de comedia, sin olvidarse deacompañar diariamente a los cow-boys y a losdramas policiacos.

El presidente de la Comisión, al escucharesta objeción dijo que era la primera seria quese presentaba en la tarde, e invitó a algunosde los circunstantes a contestarla, entre los

cuales dos tomaron la palabra. El primero nosdijo que tenia una hija de cinco años, llamadaSussie, muy salada, que después de ver en latelevisión los programas hacía preguntas so-bre ellos, lo cual ponía de relieve el valor edu-cativo del artefacto. El segundo nos dijo quela televisión educativa podría enseñarnos cómose hacen muchas cosas de las que estamos ro-deados, como por ejemplo, una botella, y queesto era muy interesante. Todo el mundo en-contró las respuestas verdaderamente ilumi-nadoras, y yo comprendí una vez más que talvez la televisión pudiera tener los efectos edu-cativos que preconizaban el padre de Sussie yla señora de la botella.

Pero en todo caso, por encima de las difi-cultades técnicas y legales, que son bastantes,pero que se pueden resolver, y más allá de lasobjeciones de carácter pedagógico, psicológicoy social, que son muchas más y algunas de lascuales yo no creo que se puedan superar, elproyecto de una Universidad por televisión enWäshington empieza a abrirse camino al ladode otros hermanos que ya han asomado susojos a la vida, y con ello está iniciada una fasede una revolución pedagógica y humana cuyasconsecuencias por ahora son difíciles de pre-ver. Yo mientras tanto me limito a subirme enesta tarde suavísima a la torre de piedra delviejo Georgetown, para desde allí saludar a latorre invisible de la nueva Universidad portelevisión que levanta sus antenas de esperan-za en un poniente de escarlata.

Jost A. DE SOBRINO

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