Una vida que no es

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Una vida que no es La angustia y la desolación me abruman. Esta mentira de la libertad es insoportable. Ayer llegué del trabajo muy cansado, dejé el portafolio en el sillón de manera brusca, con signos de agotamiento. Me saqué el saco, lo doblé con lasitud. Me desanudé la corbata. Una sucesión de recuerdos pasaron por mi cabeza, triste aridez y congoja me aturdieron. Tuve que sentarme en la silla más cercana, recuerdos tan trágicos me debilitaron. Pero no es el fin de todo, no todo esta perdido, pensé. Me levanté, pero con ese mismo desaliento que me define, me dirigí a la cocina, recalenté el café preparado esta mañana. Esa triste y nublada tarde asomaba por la ventana, penetrando en mis mas tristes aún ojos. Esperaba apoyado en la mesada de mármol marrón, pequeña pero agradable, mientras hervía, sin darme cuenta. Probé el café por si fuera a tener buen sabor. No lo tenía. Lo tiré por la rejilla de la pileta de lavar los platos. Más ahogado en sentimientos de angustia me sentía, al ver ese chorro de café caer por el borde de la taza blanca. Era tal el cansancio que sentía, que no me dispuse a prepararme otro. Con una suave caminata, me fui a la habitación de aquel pequeño departamento, para cambiar mis atavíos. Desganado me desaflojé ese menesteroso nudo del zapato. Me puse las pantuflas a rayas, un pantalón cómodo y una bata de seda roja. Me senté en la mesa de la cocina, tomé el portafolio, me coloqué los anteojos desenmarcados, y me

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Cuento de ciencia ficcion en homenaje a la Memoria

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Una vida que no es

La angustia y la desolación me abruman. Esta mentira de la libertad es

insoportable.

Ayer llegué del trabajo muy cansado, dejé el portafolio en el sillón de manera

brusca, con signos de agotamiento. Me saqué el saco, lo doblé con lasitud. Me desanudé

la corbata. Una sucesión de recuerdos pasaron por mi cabeza, triste aridez y congoja me

aturdieron. Tuve que sentarme en la silla más cercana, recuerdos tan trágicos me

debilitaron. Pero no es el fin de todo, no todo esta perdido, pensé. Me levanté, pero con

ese mismo desaliento que me define, me dirigí a la cocina, recalenté el café preparado

esta mañana. Esa triste y nublada tarde asomaba por la ventana, penetrando en mis mas

tristes aún ojos. Esperaba apoyado en la mesada de mármol marrón, pequeña pero

agradable, mientras hervía, sin darme cuenta. Probé el café por si fuera a tener buen

sabor. No lo tenía. Lo tiré por la rejilla de la pileta de lavar los platos. Más ahogado en

sentimientos de angustia me sentía, al ver ese chorro de café caer por el borde de la taza

blanca. Era tal el cansancio que sentía, que no me dispuse a prepararme otro. Con una

suave caminata, me fui a la habitación de aquel pequeño departamento, para cambiar

mis atavíos. Desganado me desaflojé ese menesteroso nudo del zapato. Me puse las

pantuflas a rayas, un pantalón cómodo y una bata de seda roja. Me senté en la mesa de

la cocina, tomé el portafolio, me coloqué los anteojos desenmarcados, y me dispuse a

completar planillas para entregar la semana siguiente en el trabajo.

En la oficina donde trabajo ya no hablo con nadie, solo con el jefe, para acatar

órdenes y nada más. Una vez que retiro los papeles, escribo. Mientras completaba esos

renglones vacíos como mi alma, percaté una oscura e insondable ausencia de vida en

este corazón. En aquel momento en que rellené con letras, como si no tuvieran sentido,

percibí que una gota caía sobré el blanco papel. Más pena y quebrantamiento sentí

cuando me di cuenta que esas gotas que caían provenían de mis ojos, aquellos ojos

grises, sin luz, que ya no comprendían el verdadero sentido de la vida. Un llanto de

amargura y nostalgia me atacó. El recuerdo de esos momentos en familia, sentados en la

mesa, que ya no están. Aquellos momentos de mirar un atardecer argentino, mirando el

ocaso, con esa emoción y alegría, que ya no están. Aquellos en los que se deleita un

lapso de existencia, eso que ya no siento. Esos momentos que ya no habito. Y no están

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por lo que creo es intolerancia y falta de respeto al ser, egoísmo, voracidad y egolatría

de las personas.

Ya era demasiado el agotamiento físico que tenía que me quedé pernoctado

sobre la mesa. Fue donde empezaron a aparecer imágenes de terror y espanto. Es aquí

también donde se empezaron a aparecer ideas de que no lo es todo la perfección, que

¿qué es lo que busca el humano?¿acaso no vemos la violencia y la crueldad? ¿la muerte

y la destrucción? Se me aparecieron nombres como Agosti, Massera, Videla, entre

otros.

En la calle Rivadavia y 25 de mayo, no paraban de pasar coches verdes, con

militares, armados, apareciendo por la parte de arriba de ellos. Se bajaban, preguntaban,

y por las dudas… mataban. Corrientes de miedo se sentían por las calles. Antes de

aquella locura, trabajaba en la cámara de senadores. Ahí estaba yo, de traje, bien

vestido, discutiendo decretos. En cierto momento se desató una hecatombe, presidentes,

concejales y delegados se levantaban, se gritaban los unos a los otros, insultos se

difamaban por los aires… un caos que no valía la pena. No escuchaba de que hablaban,

oídios sordos era en ese momento. Fue tan extremo el desorden que entró parte de la

seguridad del órgano para poner orden a la situación. En esa oportunidad, me retiré de

allí.

De repente aparecí al día siguiente en la puerta de donde trabajaba. Como si

nada hubiese pasado. Se notaba extraño el ambiente, como si algo fuese a pasar,

entonces volví a mi casa en barrio Recoleta. Cambiando de ambiente en un santiamén,

aparecí en la oficina de trabajo de la ciudad. Allí estaba discutiendo acerca de

desocupación y desempleo en el país. Tomé un diario cercano a mis manos y leí:

octubre de 1975: ya había pasado un año. Imprevistamente, la conversación se elevó de

tono y me desvanecí, convirtiéndome en cenizas. Súbitamente, aparecí en la calle

Arturo Illía, no entendía nada, todos se miraban con desprestigio y miedo. Entré a un

bar cercano, desolado. Le pregunté al mozo que día era y me respondió 28 de febrero

de 1976, con cierto tono de eufemismo, pero a la vez sorpresa y desánimo. Le agradecía

y salí a la calle mirando el cielo, una fina lluvia estaba comenzando a caer en esa gris

ciudad.

Otra vez aparecí en la oficina de trabajo de la ciudad. Leí un diario similar al que

había leído antes, La Nueva Provincia, me parecía muy particular pero a la vez muy

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conocido. Pero esta vez decía  21 de marzo de 1976. Me dispuse a leer unas hojas y

decía, A las elecciones con muletas», dejó escapar, en alguna ocasión, el líder radical

(Ricardo Balbín). No interesa cuál sea el precio, no importan las consecuencias ni el

estado de la República. Lo importante es llegar... Quizás porque subyugado con aquellas

palabras de Almafuerte supone "curables" los males argentinos cinco minutos antes que

muera la República? …. ¿Hablaban acaso de un golpe militar? No lo podía creer, desde

ahí entendía todo, una notable parte de mi corazón se sintió tocada. Mi idea se confirmó

al leer mas abajo, algo dicho por parte de Firmenich, "no hicimos nada por impedirlo

porque, en suma, también el golpe formaba parte de la lucha interna en el movimiento

Peronista”…. ¿Dejar en vano una situación tan extrema como ésta? Me pareció tan

deshonesto…

De repente aparecí en una calle cualquiera, pero esta vez, por alguna razón,

sabía muy bien que día era, como si el destino me intentará decir algo. Estando allí un

tanto desorientado, logré observar cómo violentamente tomaban de las manos a una

mujer embarazada, y la metían en un auto verde, como aquel que había visto antes…

Pasaba un carro de camuflaje militar, con un alto parlante dictando unos ciertos

comunicados establecidos por una tal junta militar, que estaba cargo de la organización

del país. Imponían también la pena de muerte y los Consejos de Guerra. Un desorden

total. Empezaron a deambular cientos de militares armados. Era ya 24 de marzo de

1976. Algo grande estaba ocurriendo, algo feo. Algo que cambiaría el destino de la vida

de muchísimas personas. Se sentía en ese pesado ambiente. Un escalofriante frio me

corría por las extremidades, un sudor helado, ese sudor de pánico con el cual siento que

nada está bien. Que el mundo tira para abajo. Sentía una agonía interna, pero fue tal, que

otra vez me desvanecí y me convertí en cenizas.

Luego de dos semanas aparecí en mi cama, dispuesto a salir de mi casa, con

cierta disimulación, para evitar la muerte o desaparición, así como la había sufrido mi

esposa hacia 3 días. No sabía donde estaba. Ella había desaparecido, no tenía

información. No podía acceder a ella, siendo yo un reconocido comunista de la época.

Era un día soleado pero frío, con viento, en una ciudad triste, y sin vida. Al caminar dos

cuadras, vi como interceptaban a un amigo mío, con ideas políticas similares a las mías.

Ese mismo día, miércoles 31 de marzo, mis ojos, sollozados, no podían creer, como

asesinaban, sin miedo, a aquella persona que tanto quería, tan cercana a mí. El llanto

mío era incontrolable, me arrodillé en el piso, viendo semejante crueldad. Uno de los

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militares notó mi presencia, se estaba acercando a mi, con mirada de sospecha, diciendo

a su compañero, -Es él, es él, y caminando cada vez mas deprisa. No pude evitar

levantarme y salir corriendo para impedir mi muerte. Ellos no pudieron dispararme por

insuficiencia de balas. Cuántas personas habrán matado sin sentido… Corrí, corrí, corrí

tan aprisa, que llegué a mi casa, tomé unas fotos de mi familia, y me dirigí a la estación

de tren más cercana. Esperé, hasta que llegó uno que pasaba cerca del puerto, me subí.

Me senté, y las lagrimas empezaron a caer de tal manera que ese escalofrió y angustia

me corría por todo el cuerpo. En ese momento fue tan grande dicha sensación, que no

sucedió nada más que más tristeza, y pensar en dejar todo atrás, a mi mujer, a mi

familia, a mis amigos, a mi casa, y a todas las cosas y personas que llevaban un lugar

muy grande en mi corazón. Fue un momento de desorden emocional y psicológico de lo

peor. Llegué al puerto, un buque clandestino con destino a Francia tomaría. Me sentía

cada vez mas abatido, abrumado y luctuoso. No lo podía creer, semejante dolor.

Llegué a Francia y largos días pasaron hasta poder acomodarme en un

departamento de la zona. Allí me establecí. Luego de varios días, semanas, meses y

años de tristeza terrible, que me abrumaron, yo, Ricardo Montes Pastor, exiliado de

Argentina, me despierto de esta pesadilla que vengo viviendo ya hace 37 años. Una

pesadilla tan fea como nada. Y pienso que el humano debe ir mas allá de si el vaso

está medio lleno o medio vacio, siempre estará lleno, con cosas buenas y malas que

afrontar y aceptar, pero no lo podemos superar, por interés extremo y falta de humildad.

Es una pena y una lástima que me absortará de por vida.

Al despertarme, veo un montón de papeles en mi mesa y unos anteojos

aplastados. Al salir a la calle con esta bata, me asombro de lo despejado que está el

cielo. El día de hoy, mis vecinos me saludan y respondo con una sonrisa. Y me

pregunto: la vida, ¿está para vivirla? Y me respondo: sí, sí lo está. Seguiré adelante a

pesar de estas penas que me acongojan, y que algo que necesitamos todo es

MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA. Y decir NUNCA MÁS.

Ricardo Montes Pastor, 59 años, exiliado de Argentina en Francia, nacionalidad,

Argentina.

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Realismo Mágico

Caracciolo Agustín

Pejkovic Lucrecia

Cuarto año del ciclo orientado

Villa Allende, Córdoba

Miércoles 24 de agosto de 2012