Una vida que no es
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Una vida que no es
La angustia y la desolación me abruman. Esta mentira de la libertad es
insoportable.
Ayer llegué del trabajo muy cansado, dejé el portafolio en el sillón de manera
brusca, con signos de agotamiento. Me saqué el saco, lo doblé con lasitud. Me desanudé
la corbata. Una sucesión de recuerdos pasaron por mi cabeza, triste aridez y congoja me
aturdieron. Tuve que sentarme en la silla más cercana, recuerdos tan trágicos me
debilitaron. Pero no es el fin de todo, no todo esta perdido, pensé. Me levanté, pero con
ese mismo desaliento que me define, me dirigí a la cocina, recalenté el café preparado
esta mañana. Esa triste y nublada tarde asomaba por la ventana, penetrando en mis mas
tristes aún ojos. Esperaba apoyado en la mesada de mármol marrón, pequeña pero
agradable, mientras hervía, sin darme cuenta. Probé el café por si fuera a tener buen
sabor. No lo tenía. Lo tiré por la rejilla de la pileta de lavar los platos. Más ahogado en
sentimientos de angustia me sentía, al ver ese chorro de café caer por el borde de la taza
blanca. Era tal el cansancio que sentía, que no me dispuse a prepararme otro. Con una
suave caminata, me fui a la habitación de aquel pequeño departamento, para cambiar
mis atavíos. Desganado me desaflojé ese menesteroso nudo del zapato. Me puse las
pantuflas a rayas, un pantalón cómodo y una bata de seda roja. Me senté en la mesa de
la cocina, tomé el portafolio, me coloqué los anteojos desenmarcados, y me dispuse a
completar planillas para entregar la semana siguiente en el trabajo.
En la oficina donde trabajo ya no hablo con nadie, solo con el jefe, para acatar
órdenes y nada más. Una vez que retiro los papeles, escribo. Mientras completaba esos
renglones vacíos como mi alma, percaté una oscura e insondable ausencia de vida en
este corazón. En aquel momento en que rellené con letras, como si no tuvieran sentido,
percibí que una gota caía sobré el blanco papel. Más pena y quebrantamiento sentí
cuando me di cuenta que esas gotas que caían provenían de mis ojos, aquellos ojos
grises, sin luz, que ya no comprendían el verdadero sentido de la vida. Un llanto de
amargura y nostalgia me atacó. El recuerdo de esos momentos en familia, sentados en la
mesa, que ya no están. Aquellos momentos de mirar un atardecer argentino, mirando el
ocaso, con esa emoción y alegría, que ya no están. Aquellos en los que se deleita un
lapso de existencia, eso que ya no siento. Esos momentos que ya no habito. Y no están
por lo que creo es intolerancia y falta de respeto al ser, egoísmo, voracidad y egolatría
de las personas.
Ya era demasiado el agotamiento físico que tenía que me quedé pernoctado
sobre la mesa. Fue donde empezaron a aparecer imágenes de terror y espanto. Es aquí
también donde se empezaron a aparecer ideas de que no lo es todo la perfección, que
¿qué es lo que busca el humano?¿acaso no vemos la violencia y la crueldad? ¿la muerte
y la destrucción? Se me aparecieron nombres como Agosti, Massera, Videla, entre
otros.
En la calle Rivadavia y 25 de mayo, no paraban de pasar coches verdes, con
militares, armados, apareciendo por la parte de arriba de ellos. Se bajaban, preguntaban,
y por las dudas… mataban. Corrientes de miedo se sentían por las calles. Antes de
aquella locura, trabajaba en la cámara de senadores. Ahí estaba yo, de traje, bien
vestido, discutiendo decretos. En cierto momento se desató una hecatombe, presidentes,
concejales y delegados se levantaban, se gritaban los unos a los otros, insultos se
difamaban por los aires… un caos que no valía la pena. No escuchaba de que hablaban,
oídios sordos era en ese momento. Fue tan extremo el desorden que entró parte de la
seguridad del órgano para poner orden a la situación. En esa oportunidad, me retiré de
allí.
De repente aparecí al día siguiente en la puerta de donde trabajaba. Como si
nada hubiese pasado. Se notaba extraño el ambiente, como si algo fuese a pasar,
entonces volví a mi casa en barrio Recoleta. Cambiando de ambiente en un santiamén,
aparecí en la oficina de trabajo de la ciudad. Allí estaba discutiendo acerca de
desocupación y desempleo en el país. Tomé un diario cercano a mis manos y leí:
octubre de 1975: ya había pasado un año. Imprevistamente, la conversación se elevó de
tono y me desvanecí, convirtiéndome en cenizas. Súbitamente, aparecí en la calle
Arturo Illía, no entendía nada, todos se miraban con desprestigio y miedo. Entré a un
bar cercano, desolado. Le pregunté al mozo que día era y me respondió 28 de febrero
de 1976, con cierto tono de eufemismo, pero a la vez sorpresa y desánimo. Le agradecía
y salí a la calle mirando el cielo, una fina lluvia estaba comenzando a caer en esa gris
ciudad.
Otra vez aparecí en la oficina de trabajo de la ciudad. Leí un diario similar al que
había leído antes, La Nueva Provincia, me parecía muy particular pero a la vez muy
conocido. Pero esta vez decía 21 de marzo de 1976. Me dispuse a leer unas hojas y
decía, A las elecciones con muletas», dejó escapar, en alguna ocasión, el líder radical
(Ricardo Balbín). No interesa cuál sea el precio, no importan las consecuencias ni el
estado de la República. Lo importante es llegar... Quizás porque subyugado con aquellas
palabras de Almafuerte supone "curables" los males argentinos cinco minutos antes que
muera la República? …. ¿Hablaban acaso de un golpe militar? No lo podía creer, desde
ahí entendía todo, una notable parte de mi corazón se sintió tocada. Mi idea se confirmó
al leer mas abajo, algo dicho por parte de Firmenich, "no hicimos nada por impedirlo
porque, en suma, también el golpe formaba parte de la lucha interna en el movimiento
Peronista”…. ¿Dejar en vano una situación tan extrema como ésta? Me pareció tan
deshonesto…
De repente aparecí en una calle cualquiera, pero esta vez, por alguna razón,
sabía muy bien que día era, como si el destino me intentará decir algo. Estando allí un
tanto desorientado, logré observar cómo violentamente tomaban de las manos a una
mujer embarazada, y la metían en un auto verde, como aquel que había visto antes…
Pasaba un carro de camuflaje militar, con un alto parlante dictando unos ciertos
comunicados establecidos por una tal junta militar, que estaba cargo de la organización
del país. Imponían también la pena de muerte y los Consejos de Guerra. Un desorden
total. Empezaron a deambular cientos de militares armados. Era ya 24 de marzo de
1976. Algo grande estaba ocurriendo, algo feo. Algo que cambiaría el destino de la vida
de muchísimas personas. Se sentía en ese pesado ambiente. Un escalofriante frio me
corría por las extremidades, un sudor helado, ese sudor de pánico con el cual siento que
nada está bien. Que el mundo tira para abajo. Sentía una agonía interna, pero fue tal, que
otra vez me desvanecí y me convertí en cenizas.
Luego de dos semanas aparecí en mi cama, dispuesto a salir de mi casa, con
cierta disimulación, para evitar la muerte o desaparición, así como la había sufrido mi
esposa hacia 3 días. No sabía donde estaba. Ella había desaparecido, no tenía
información. No podía acceder a ella, siendo yo un reconocido comunista de la época.
Era un día soleado pero frío, con viento, en una ciudad triste, y sin vida. Al caminar dos
cuadras, vi como interceptaban a un amigo mío, con ideas políticas similares a las mías.
Ese mismo día, miércoles 31 de marzo, mis ojos, sollozados, no podían creer, como
asesinaban, sin miedo, a aquella persona que tanto quería, tan cercana a mí. El llanto
mío era incontrolable, me arrodillé en el piso, viendo semejante crueldad. Uno de los
militares notó mi presencia, se estaba acercando a mi, con mirada de sospecha, diciendo
a su compañero, -Es él, es él, y caminando cada vez mas deprisa. No pude evitar
levantarme y salir corriendo para impedir mi muerte. Ellos no pudieron dispararme por
insuficiencia de balas. Cuántas personas habrán matado sin sentido… Corrí, corrí, corrí
tan aprisa, que llegué a mi casa, tomé unas fotos de mi familia, y me dirigí a la estación
de tren más cercana. Esperé, hasta que llegó uno que pasaba cerca del puerto, me subí.
Me senté, y las lagrimas empezaron a caer de tal manera que ese escalofrió y angustia
me corría por todo el cuerpo. En ese momento fue tan grande dicha sensación, que no
sucedió nada más que más tristeza, y pensar en dejar todo atrás, a mi mujer, a mi
familia, a mis amigos, a mi casa, y a todas las cosas y personas que llevaban un lugar
muy grande en mi corazón. Fue un momento de desorden emocional y psicológico de lo
peor. Llegué al puerto, un buque clandestino con destino a Francia tomaría. Me sentía
cada vez mas abatido, abrumado y luctuoso. No lo podía creer, semejante dolor.
Llegué a Francia y largos días pasaron hasta poder acomodarme en un
departamento de la zona. Allí me establecí. Luego de varios días, semanas, meses y
años de tristeza terrible, que me abrumaron, yo, Ricardo Montes Pastor, exiliado de
Argentina, me despierto de esta pesadilla que vengo viviendo ya hace 37 años. Una
pesadilla tan fea como nada. Y pienso que el humano debe ir mas allá de si el vaso
está medio lleno o medio vacio, siempre estará lleno, con cosas buenas y malas que
afrontar y aceptar, pero no lo podemos superar, por interés extremo y falta de humildad.
Es una pena y una lástima que me absortará de por vida.
Al despertarme, veo un montón de papeles en mi mesa y unos anteojos
aplastados. Al salir a la calle con esta bata, me asombro de lo despejado que está el
cielo. El día de hoy, mis vecinos me saludan y respondo con una sonrisa. Y me
pregunto: la vida, ¿está para vivirla? Y me respondo: sí, sí lo está. Seguiré adelante a
pesar de estas penas que me acongojan, y que algo que necesitamos todo es
MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA. Y decir NUNCA MÁS.
Ricardo Montes Pastor, 59 años, exiliado de Argentina en Francia, nacionalidad,
Argentina.
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Miércoles 24 de agosto de 2012