Una Tarea Filosofica_ Ser Contemporaneo - Badiou_ Alain

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UNA TAREA FILOSÓFICA: SER CONTEMPORÁNEO DE PESSOA Alain Badiou

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UNA TAREA FILOSÓFICA: SER

CONTEMPORÁNEO DE

PESSOA

Alain Badiou

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UNA TAREA FILOSÓFICA: SER CONTEMPORÁNEO DE PESSOA

Alain Badiou (1)

Examinaremos aquí a Pessoa, no según el orden inmanente de su importancia literaria o

poética, sino con respecto a las tareas de la filosofía. La pregunta puede formularse así: la

filosofía de este siglo, ¿ha podido, ha sabido colocarse bajo el signo de la aventura poética

de Pessoa? Heidegger colocó sin duda una parte de su especulación bajo la coacción

pensante de Hölderlin, Rilke o Trakl. Lacoue – Labarthe se comprometió con una revisión

de la tentativa heideggeriana cuya apuesta central es Hölderlin y cuyo operador crucial es

Celan. Yo mismo aspiré a que la filosofía fuese contemporánea de las operaciones

poéticas de Mallarmé. ¿Pero Pessoa? Digamos que José Gil se ha interesado no

exactamente en inventar filosofemas que pudiesen acoger o soportar la obra de Pessoa

sino, cuando menos, en verificar una hipótesis: la compatibilidad de esta obra – en

particular la de Campos – con algunas proposiciones filosóficas de Deleuze. Para nosotros,

sólo Judith Balso está comprometida con una evaluación de conjunto de la poesía

heteronímica, con respecto a la cuestión de la metafísica. Pero Judith Balso realiza esta

evaluación del lado de la poesía misma y no en un movimiento interno de recomposición

de las tesis de la filosofía. Debemos concluir que la filosofía no está, al menos no todavía,

bajo el signo de Pessoa. Aún no piensaa la altura de Pessoa.

Evidentemente, es necesario preguntar por qué debería estarlo. ¿Cuál es esa ‘altura’ que

atribuimos al poeta portugués y que impone que se le asigne a la filosofía la tarea de

medirse con él? Responderemos valiéndonos de un rodeo, que supone la categoría de

modernidad. Sostendremos que la singular línea de pensamiento desplegada por Pessoa

es tal, que ninguna de las figuras canónicas de la modernidad filosófica resulta apta para

tensarse con ella.

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Tomemos como definición provisional de la modernidad filosófica la palabra – guía de

Nietzsche, asumida por Deleuze: inversión del platonismo. Afirmemos siguiendo a

Nietzsche, que todo el esfuerzo del siglo consiste en “curarse de la enfermedad Platón”.

No cabe duda que esa palabra – guía hace converger tendencias heteróclitas de la filosofía

contemporánea. El anti platonismo es, en sentido estricto, el lugar común de nuestra

época.

El anti platonismo es central en la línea de pensamiento de las filosofías de la vida, o del

poder de lo virtual, de Nietzsche a Deleuze, pasando por Bergson. Para estos pensadores

la idealidad trascendente del concepto se dirige contra la inmanencia creadora de la vida;

la eternidad de lo verdadero es una ficción mortífera que separa cada ente de lo que es

capaz, según su propia diferenciación energética.

Pero el anti platonismo es igualmente activo en la tendencia opuesta, la de las

filosofíasgramatológicas o lingüísticas, todo ese vasto dispositivo analítico enmarcado en

los nombres de Wittgenstein, Carnap, o Quine. Según esta corriente, la suposición

platónica de la existencia efectiva de las idealidades y de la necesidad de una intuición

intelectual en la raíz de todo conocimiento, constituye un puro sin – sentido. Dado que el

“hay” en general sólo está compuesto de datos sensibles (dimensión empírica) y de su

organización por ese verdadero operador trascendental sin sujeto que es la estructura del

lenguaje (dimensión lógica).

Sabemos por demás que Heidegger, y toda la corriente hermenéutica que se reclama afín

a él, ve en la operación platónica que impone al pensamiento del ser el recorte primero de

la Idea, el comienzo del olvido del ser, el abandono de lo que hay de útilmente nihilista en

la metafísica. Pues la idea es ya recubrimiento de la eclosión del sentido del ser por la

supremacía técnica del ente, en tanto que dispuesto y apresado por un entendimiento

matemático.

Tampoco los marxistas ortodoxos tuvieron ningún aprecio por Platón, a quien el

diccionario de la academia de las ciencias de la URSS trató de modo benevolente como “el

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ideólogo de los propietarios de esclavos”. En su opinión, Platón constituyó el origen de la

tendencia idealista de la filosofía, y preferían con mucho Aristóteles, más sensible como

era a la experiencia, con más inclinación al examen pragmático de las sociedades políticas.

Pero los anti marxistas encarnizados de los años setenta y ochenta, los adeptos de la

filosofía política democrática y ética, los ‘nuevos filósofos’, como Glucksmann, veían en

Platón, al querer someter la anarquía democrática al imperativo de la trascendencia del

Bien por la empresa despótica del Rey – filósofo, el tipo mismo del ‘maestro pensador’

totalitario.

He ahí hasta qué punto, en cualquier dirección que la modernidad filosófica busque sus

coordenadas, hallamos allí el estigma obligado de la ‘inversión de Platón’.

Nuestra pregunta en relación con Pessoa es ahora ésta: ¿cuánto platonismo sobrevive, en

esas diferentes acepciones, en su obra poética? O, más exactamente aún: ¿la organización

de la poesía en tanto pensamiento puede ser calificada de moderna en Pessoa, en el

sentido de la inversión del platonismo? ¿La heteronimia poética es una inflexión singular

del anti platonismo y participaría en ese sentido de nuestra modernidad?

Nuestra respuesta será negativa. Si Pessoa representa para la filosofía un desafío tan

particular, si su modernidad está aún antes de nosotros, y en algunos aspectos, aún

inexplorada, se debe a que su pensamiento – poema abre una vía que no se reduce a ser ni

platónica ni anti platónica. Pessoa define poéticamente, un lugar para el

pensamientosustraído a la palabra guía unánime de inversión del platonismo, sin que la

filosofía haya, hasta el presente, medido las consecuencias.

No obstante, un primer examen parece mostrar que Pessoa es más bien transversal a

todas las tendencias del anti platonismo del siglo, que las ha atravesado o anticipado a

todas.

Hallamos en Campos, sobre todo en las grandes odas (y es ello lo que autoriza la hipótesis

de Gil), la apariencia de un vitalismo desencadenado. La exasperación de la sensación

parece ser el procedimiento mayor de la indagación poética y la exposición del cuerpo a

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su desmembramiento multiforme evoca la identidad virtual del deseo y la intuición. Una

idea genial de Campos consiste en mostrar que la oposición clásica entre maquinismo e

impulso vital es por completo relativa. Campos es el poeta del maquinismo moderno, de

las grandes metrópolis y la actividad comercial, bancaria, industrial, concebidos todos

ellos como dispositivos de creación, como analogías de la Naturaleza. Piensa,

adelantándose a Deleuze, que hay en el deseo una suerte de univocidad maquínica cuya

energía debe ser captada por el poema sin sublimarla ni idealizarla, sin dispersarla

tampoco en un turbio equívoco, sino aprehendiendo los flujos y los cortes como una

suerte de furor del Ser.

Después de todo, la elección del poema como vector lingüístico del pensamiento, ¿no es

algo intrínsecamente anti platónico? Pues tal y como lo utiliza, Pessoa instala el poema en

los procedimientos de una lógica distendida o invertida que no parece compatible con

la nitidezde la dialéctica idealista. Tal y como lo mostró Jakobson en un bello artículo, el

empleo sistemático del oxímoron desequilibra todas las atribuciones predicativas. ¿Cómo

permanecer en la idea si casi todos los términos pueden, en la fuerte coherencia del

poema, recibir casi cualquier predicado y sobre todo aquel que no tiene con el término al

que afecta más que una relación de contra conveniencia? En el mismo sentido, Pessoa es

el inventor de un uso cuasi laberíntico de la negación que se distribuye a lo largo del

verso, de tal suerte que no resulta por completo seguro poder fijar el término que se

niega. De este modo, podemos afirmar que hay en Pessoa, al contrario del uso

estrictamente dialéctico de la negación en Mallarmé, una negación fluctuante destinada a

impregnar el poema de un constante equívoco entre afirmación y negación, o, si se

quiere, de una especie muy reconocible de reticencia afirmativa, que autoriza a que las

más brillantes manifestaciones de la potencia del ser sean corroídas por las más

insistentes retractaciones del sujeto. Por esta vía, Pessoa produce una subversión poética

del principio de no contradicción así como se recusa, sobre todo en los poemas del

ortónimo Pessoa, el principio del tercero excluido. En efecto, el camino del poema es

diagonal, aquello de lo que trata no es ni una cortina de lluvia, ni una catedral; ni la cosa

desnuda ni su reflejo; ni el ver directo en la luz, ni la opacidad de un vidrio. El poema está

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ahí para crear ese “ni…ni” y sugerir que se trata más bien de otra cosa que cualquier

oposición del tipo sí/no deja escapar.

¿Cómo podría ser platónico un poeta que inventa una lógica no – clásica, una negación tan

huidiza, una diagonal del Ser, una inseparabilidad de los predicados?

Podríamos sostener que al mismo tiempo que Wittgenstein (a quien desconoce), Pessoa

propone la forma más radical de identificación entre el pensamiento y todos los juegos de

lenguaje que quepa imaginar. Pues, ¿qué es un heterónimo? No olvidemos que su

materialidad no es del orden del proyecto o la idea. Ella se juega en la escritura, en la

diversidad efectiva de los poemas. Como afirma Judith Balso, la heteronimia existe, desde

un principio, no en poetas sino en poemas. A partir de ahí, se trata de hacer existir juegos

poéticos discordantes, cada uno con sus reglas propias y su coherencia interna

irreductible. Y, podemos sostener, que esas reglas son códigos artificiosos, de tal modo

que habría una composición post moderna del juego heterónimo. ¿No es acaso Caeiro el

resultado del trabajo equívoco entre verso y prosa tal y como lo quería Baudelaire?

¿Acaso no afirma ‘escribo la prosa de mis versos’? Hay en las odas de Campos una suerte

de falso Whitman y en las de Reis, como en las columnas del arquitecto Bofill, un falso aire

antiguo encarnado. Esta combinación de juegos irreductibles y mímesis fingidas, ¿no

constituyen el colmo de anti platonismo?

Por demás, al igual que Heidegger, Pessoa propone un retorno a lo pre socrático. No hay

ninguna duda acerca de la afinidad de Caeiro con Parménides. Lo que Caeiro le plantea

como exigencia al poema es restituir una identidad del ser anterior a toda organización

subjetiva del pensamiento. La consigna ‘no hay que apoyarse en el corredor del

pensamiento’ equivale a un ‘dejar ser’, por completo asimilable a la crítica heideggeriana

del término cartesiano de la subjetividad. La función de la tautología (un árbol es un árbol

y sólo un árbol, etc.…) impone poetizar la inmediata aparición de la Cosa sin que haya que

pasar por los protocolos, siempre críticos o negativos, de sus datos cognitivos. Es lo que

Caeiro llama una metafísica del no pensamiento, muy cercana a la tesis de Parménides

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según la cual el pensamiento no es nada distinto que el Ser. Ello equivale a decir que

Caeiro dirige toda su poesía contra la Idea platónica, como mediación del conocer.

Y por último, si es cierto que Pessoa es todo menos socialista o marxista, no es menos

cierto que su poesía contiene un poder crítico de toda idealización. Esta crítica es explícita

en Caeiro quien no cesa de mofarse de aquellos (poetas enfermos) que ven en la luna en

el cielo otra cosa distinta que la luna en el cielo. No obstante, debemos ser sensibles, en

toda la obra de Pessoa, a un materialismo poético muy singular. Aunque sea un gran

maestro de la imagen sorprendente, en este poeta se reconoce desde la primera lectura

una suerte de nitidez seca del decir poético. He ahí por qué llega a integrar al encanto

poético una dosis excepcional de abstracción. Digamos que, del todo preocupado para

que el poema no diga sino lo que dice, Pessoa nos propone una poesía sin aura. No es en

su resonancia, en su vibración lateral, donde hay que buscar el devenir del pensamiento –

poema sino en la exactitud literal. El poema de Pessoa no busca seducir o sugerir. Por

compleja que sea su distribución, posee en sí mismo, de un modo cerrado y compacto, su

propia verdad. En contra de Platón, Pessoa parece decirnos que la escritura no es una

oscura reminiscencia, siempre imperfecta, de un más allá ideal. Por el contrario, ella es el

pensamiento mismo tal cual. De tal modo que la sentencia materialista de Caeiro: ‘una

cosa es lo que no es susceptible de interpretación’, se hace extensiva a todos los

heterónimos: un poema es una red material de operaciones, un poema no debe ser nunca

interpretado.

A partir de lo anterior, cabe preguntar: ¿es Pessoa el poeta absoluto del anti platonismo?

Esa no es por supuesto nuestra conclusión. Pues los signos aparentes de un recorrido por

el poeta de todas las posturas anti platónicas del siglo, no bastarían para disimular un cara

a cara con Platón, ni el hecho de que la voluntad fundadora de Pessoa está mucho más

cercana al platonismo que a las deconstrucciones gramatológicas de las que se jacta

nuestra época. Aportemos en esta dirección algunas pruebas contundentes:

1. Un signo casi infalible en el que se reconoce el espíritu platónico, es la promoción del

paradigma matemático, tanto en lo que concierne al pensamiento del Ser como en lo que

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restituye los arcanos de lo verdadero. Ahora bien, Pessoa se impone como proyecto

ordenar el poema teniendo como modelo la matemática del ser. Mejor aún, afirma la

identidad fundamental de la verdad matemática y de la belleza artística, pues “el binomio

de Newton es tan bello como la Venus de Nilo”. Y al agregar que pocas personas conocen

esta identidad, compromete al poema en esta esencial instrucción platónica: conducir el

pensamiento ignorante hacia la certidumbre inmanente de una reciprocidad ontológica

entre lo Verdadero y lo Bello.

Por demás, a ello se debe que pueda afirmarse del proyecto de pensamiento del poema

de Pessoa: ¿qué es sino una metafísica moderna? Incluso si ese proyecto toma la forma

paradójica, (cuyos rodeos infinitamente sutiles explora Judith Balso), de una ‘metafísica

sin metafísica’. Después de todo, en su altercado con los presocráticos, ¿no deseaba

también Platón edificar una metafísica sustraída a la meta – física, es decir al primado de

la Física, de la Naturaleza?

Sostenemos que la sintaxis de Pessoa es el instrumento de ese proyecto. Pues hay en este

poeta, por debajo de las imágenes y las metáforas, una constante maquinación

sintáctica,cuya complejidad prohíbe que se mantengan soberanas la empresa sensible y la

emoción natural. En ese aspecto en todo caso, Pessoa se asemeja a Mallarmé: con

frecuencia la frase debe ser reconstruida, leída una segunda vez, a fin de que la idea

atraviese y trascienda la imagen aparente. Dado que Pessoa quiere dotar a la lengua, por

variada, sugestiva y sorprendente que ella sea, de una subterránea exactitud que

desearíamos denominar algebraica y, en ese punto, comparable a la alianza, en los

diálogos de Platón, entre un encanto singular, una constante seducción literaria, y una

implacable dureza argumentativa.

2. Más platónico aún resulta aquello que podríamos llamar el asiento ontológico

arquetípico del recurso a lo visible. Ese recurso no nos permite olvidar que no se trata, en

el poema, de singularidades sensibles, sino de su tipo, su onto – tipo. Ese elemento es

desplegado de modo grandioso al comienzo de la Oda marítima, en donde el muelle real y

presente manifiesta que es el Gran Muelle intrínseco. Ese aspecto está omnipresente en

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todos los heterónimos así como en el libro de Bernardo Soares: la lluvia, la máquina, el

árbol, la sombra, la transeúnte, son poetizadas con medios muy variados, en la dirección

constante de la Lluvia, la Máquina, El árbol, La Sombra, la Transeúnte. Incluso la sonrisa

del patrón de la tienda de tabaco sólo tiene lugar en el sentido de una Sonrisa Eterna. Y el

poder del poema está en no abandonar esta dirección de la presencia, eventualmente

minúscula, que está en su propio origen. La idea no está separada de la cosa, no es

trascendente. Pero no es tampoco como en Aristóteles, una forma que prescribe y ordena

una materia. Lo que el poema declara es que las cosas son idénticas a su idea. Es debido a

ello que la denominación de lo visible se cumple como recorrido de una red de tipos de

ser, recorrido cuyo hilo conductor es la sintaxis. Del mismo modo en que la dialéctica

platónica nos conduce al punto en el que el pensamiento de la cosa y la intuición de la

Idea son inseparables.

3. La misma heteronimia, concebida como dispositivo de pensamiento y no como un

drama subjetivo, compone una suerte de lugar ideal en que las correlaciones y

disyunciones entre figuras evocan las relaciones entre los “géneros supremos” en

el Sofista de Platón. Si, como es posible hacer, identificamos a Caeiro con la figura de los

Mismo, vemos de inmediato que es necesario ligar a Campos con la de lo Otro. Si Campos,

en tanto alteridad de sí, huidiza y dolorosa, exposición al desmembramiento y lo

polimórfico, es identificado con lo Informe o la “causa errante” del Timeo, vemos que es

necesario Reis como autoridad severa de la Forma. Si identificamos al Pessoa – ortónimo

como el poeta de la equivocidad, del intervalo, de aquello que no es ser ni no ser,

comprendemos que él sea el único en no ser discípulo de Caeiro, quien exige del poema la

más rigurosa univocidad. Y si Caeiro, presocrático moderno, asume el reino de lo finito,

Campos hará que huya al infinito la Energía del poema. De este modo la heteronimia es

una imagen posible del lugar inteligible, de esta composición del pensamiento en el juego

alternado de sus propias categorías.

4. Incluso el proyecto político de Pessoa se asemeja al que Platón despliega en La

República. No se trata, en efecto, en Mensaje, ni de un programa ajustado a cuestiones

circunstanciales de la vida portuguesa, ni de un examen de los principios generales de la

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filosofía política. Se trata de una reconstrucción ideal a partir de una sistemática de los

emblemas. Del mismo modo en el que Platón aspira fijar idealmente la organización y la

legitimidad de una ciudad griega universalizable, determinada aunque inexistente, Pessoa

aspira suscitar poéticamente la Idea precisa de un Portugal singular (por la reanudación en

blasón de su historia) a la vez que universal (por el anuncio del quinto Imperio). Y así como

Platón templa la solidez ideal de su reconstrucción al indicar un punto de fuga (la

corrupción de la ciudad ideal es inevitable, pues el olvido del Número que la funda

implicará la supremacía demagógica de la gimnástica en relación con la enseñanza de las

artes), así mismo Pessoa, suspendiendo el devenir de su Idea nacional poética por los

avatares del retorno del Rey oculto, desarrolla toda su empresa, por demás fuertemente

arquitectural, en la bruma y el enigma.

¿Hay que derivar a partir de lo anterior, una suerte de platonismo en Pessoa?

Respondemos que no, en el mismo sentido en que afirmamos más arriba que no había

que subsumirle en el anti platonismo secular. La modernidad de Pessoa consiste en

suspender la pertinencia de la oposición platonismo/anti platonismo: la tarea del

pensamiento – poema no se agota ni en la fidelidad al platonismo ni en su inversión.

Es precisamente eso, lo que nosotros, filósofos, no hemos comprendido a cabalidad. De

ahí que no pensemos aún a la altura de Pessoa. Lo que querría decir: admitir la

coextensión de lo sensible y de la Idea, pero sin hacer ninguna concesión a la

trascendencia de lo Uno. Pensar que sólo hay singularidades múltiples pero sin concluir de

ahí algo semejante al empirismo.

Es a ese quedarse en Pessoa, al que podemos atribuir ese sentimiento tan extraño que

experimentamos al leerlo, dado que él se basta a sí mismo. Una vez abrimos Pessoa,

tenemos de golpe la convicción de que quedamos cautivos, que resulta inútil leer otros

libros, que todo está ahí.

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Desde luego, podemos imaginar que esta convicción brota de la heteronimia. Pessoa no

escribió una obra, desplegó una literatura completa, una configuración literaria en la que

todas las oposiciones, todos los problemas del pensamiento secular, quedan inscritos. En

ese sentido rebasó con mucho el proyecto mallarmeano del Libro. La debilidad de este

proyecto consiste en mantener la soberanía de lo Uno, del autor, incluso si ese autor se

ausentaba del libro hasta volverse anónimo. El anonimato mallarmeano queda preso de la

trascendencia del autor. Los heterónimos se oponen a lo anónimo, ellos no aspiran ni a lo

Uno ni al Todo, sino que instalan originariamente la contingencia de lo múltiple. De ahí

que compongan, en lugar del Libro, un universo. Pues lo universal real es al mismo tiempo

múltiple, contingente y no ‘totalizable’.

Más profundamente aún, nuestra captura mental en Pessoa resulta del hecho de que la

filosofía no ha agotado la modernidad. De tal modo que leemos este poeta y no podemos

desprendernos de él, dado que descubrimos en él un imperativo al cual no sabemos aún

cómo someternos: tomar la vía que lleva, entre Platón y el anti Platón, a un intervalo que

el poeta ha abierto para nosotros, una verdadera filosofía de lo múltiple, de lo infinito.

Una filosofía que hace justicia de un modo afirmativo a ese mundo que los dioses

abandonaron para siempre.

Traducción: Carlos Vásquez