Una tarde de otoño, la noche llama a las puertas de un

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Una tarde de otoño, la noche llama a las puertas de unremoto faro de la costa vasca, el cuerpo de una mujeraparece a los pies de la torre de luz. El asesino se ha llevadola grasa de su abdomen. Leire, la escritora bilbaína que haencontrado el cadáver, se convierte en la principalsospechosa. Desesperada, se verá obliga da a iniciar unainquietante investigación que sacará a la luz intrigasfamiliares y conspiraciones económicas. Sus pasos, queavanzan con más decisión que las pesquisas oficiales, notardarán en desvelarle que está ante un imitador delSacamantecas, al brutal asesino en serie que aterrorizóVitoria en el siglo XIX. Pasaia, una población dividida por lapretendida construcción de una nueva dársena, es elescenario de estas páginas. Tras su apariencia de apaciblepueblo pesquero, se oculta un puerto industrial en

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decadencia, en el que algunos habitantes guardan unaoscura verdad.

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Ibon Martín

El faro del silencioePub r1.0

Titivillus 03.10.15

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Títulooriginal:ElfarodelsilencioIbonMartín,2014

Editordigital:TitivillusePubbaser1.2

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18denoviembrede2013,lunes

Bajoelcielorojizodelcrepúsculo,elpesqueroavanzabarumboa la seguridaddel puertomecidopor el suaveoleaje.Tras él, unadesordenada nube de gaviotas se disputaba los descartes que lostripulanteslanzabanapresuradamentealmarantesdellegaratierra

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firme. Más allá, en las proximidades del horizonte, dos grandescarguerosesperabanlapleamarparapodernavegarentrelosmontesJaizkibel yUlia, que flanqueaban la estrecha entrada a la rada.Elespectáculo,enelquenofaltabanunamultituddechalupasquesehacíanalamaralcaerlatardeenbuscadelosdeseadosbancosdechipirones,serepetíacadadíayLeirenoseloperdíapornadadelmundo.

Era un ritual; su ritual. Cada tarde, desde que vivía en aquelremotofarodelacostacantábrica,perdíalamiradaenlaláminadeaguaque se extendía entre la costay elhorizonteydisfrutabadelregresodelospescadoresantelainminentellegadadelaoscuridad.Unasveceslohacíadesdelaventanamásaltadelacasadelfarero;otras,comoaqueldía,elegíaunbancoasomadoalacantiladoenelquelapropiatorredeluzsesumabaalaperspectiva.Lefascinabaverlosrítmicosguiñosluminososganandointensidadamedidaqueelcieloibaapagándose.

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Aquella tardeerade lasbuenas.Había llovidodurantehorasyhacíaapenasunosminutosqueelsolhabíaganadolapartidaalasnubes.A loshermosos tonosdel cielo, se sumaban así unasnotassalitrosas, arrastradas hasta la costa por una ligera brisa. Semezclaban con el intenso olor a humedad que emanaba de lavegetación,empapadaaúnporlasrecienteslluvias.

Sinapartarlamiradadelpesquero,cadavezmáspróximoalasbalizasquemarcabanlabocanadelpuerto,sedejóllevarporaquelolorahierbamojada.Sufrescorlahacíasentirviva,olvidarporunmomento sus problemas para fundirse con un paisaje que se leantojabainmejorable.Sinembargo,habíaalgoaquellatardequenoencajaba; unos matices empalagosos rompían la armonía de losaromas habituales. Buscó instintivamente flores con la mirada,aunque sabía que aquel olor no provenía de flor alguna. Intentóconcentrarsedenuevoenelpaisaje,peronolologró,demodoquesepusoenpieycaminóhacialafuentedeaquelaroma.

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Apenasnecesitódarunadocenadepasosantesdeahuyentaraun grupo de gaviotas, que alzaron contrariadas el vuelo. Leiredirigiólavistahaciaellugardelqueacababandehuirysintióqueselehelabalasangre.Jamásenaquelentornoidílico,conlaúnicacompañía del rugido de las olas del Cantábrico, hubiera creídoposibletantohorror.

Anteella,ocultoenparteporlamaleza,yacíaelcuerpodeunamujerconelvientrebrutalmentedesgarrado.Parecíaqueunanimalsalvajelehubieraarrancadolasentrañasadentelladas.

Presadeunterrorcreciente,sellevólasmanosalacarayabrióla boca para gritar, pero sus cuerdas vocales no lograron emitirsonido alguno. En la distancia, el pesquero pareció leer suspensamientos y silbó largamente para anunciar que enfilaba laentrada al puerto. Las gaviotas le respondieron con sus sonorosgraznidos, que a Leire se le antojaron horribles carcajadas que seburlaban de la espantosa escena. Bajo aquellas macabras risas y

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durante largos segundos, minutos tal vez, permaneció paralizada,hipnotizadaa supesarporelabdomenabiertoencanaldeaquellamujer.Después,buscó sumóvil,que se le resbalóde lasmanosyfueacaerjuntoalcadáver.

Alagacharse,cayópostradaderodillasyvomitóruidosamente.Lecostórecomponerse,perofinalmentelogróllamaralapolicía.

—Soy Leire Altuna, farera del faro de la Plata. La heencontrado.Estámuerta.

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18denoviembrede2013,lunes

—Es un asesinato. El cabrón que haya sido la ha abierto encanal. —El forense de la Ertzaintza, un joven que rondaba lostreintaaños,noalbergabadudas.

—Es de una brutalidad increíble. Jamás en mis años de

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profesión había visto algo semejante. —El que hablaba era elcomisario Santos, responsable de la comisaría que la policíaautónomavascateníaenlacercanaErrenteria.Sehabíaacuclilladojunto al cuerpo y contemplaba con atención los intestinosdesgarrados.

Leire observaba a los dos hombres a escasa distancia. Laexplanadaqueseabríaalpiedelfaro,aquellugardondetodosolíaser armonía, se había convertido en un infernal foco de actividad.Las inquietantes lucesdecoloresde loscuatrocochesdepolicíaylosdosvehículossanitariosdesplazadosallugarmitigabanelserenohazde luzdel faro,que iluminaba lanocheajenoaldramaquesevivíaasuspies.

Hacía ya dos horas que había encontrado el cadáver y aún seencontraba aturdida. Todo aquello parecía una película quediscurrieraacámaralentaydemasiadorápidoalmismotiempo.Nopodíasermásqueunagrotescapesadilla;nopodíaserreal.

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—¿Y dice que estaba viendo la puesta de sol cuando laencontró?—inquirióelcomisariogirándosehaciaLeire.

—Sí.Todavíanomelocreo…Sentíunolorextrañoyvialasgaviotasecharavolaralacercarme—murmuróconunnudoen lagarganta.

El policía se giró de nuevo hacia el cadáver y se fijó en elabdomendestrozado.LadesaparicióndeAmaiaUnzuetahabíasidodenunciadaporsufamiliadosdíasantesdelmacabrohallazgo.Losmedios de comunicación locales no tardaron en hacerse eco de lanoticiay, ahora,no tardaríanenaparecer, atraídoscomomoscasaun magnífico pastel de mierda. Aquello no iba a ser fácil degestionar.

—Gisasola, ¿qué parte del estropicio hanhecho las gaviotas yquéparteelasesino?—inquirióSantosmalhumoradolevantandolavistahaciaelforense.

Eljovenlehizoungestoparaqueesperara.Todavíanolosabía.

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—¿Quépintanahíesasambulancias?¿Novenqueestámuerta?—exclamó el comisario haciendo aspavientos—. Que alguien lesdigaquesevayan.

—Comisario —lo llamó uno de los agentes que impedíanacercarse a los curiosos que se iban agolpando tras el cordónpolicial—.Unaseñoraquierehablarconusted.Dicequesabequiénhahechoestabarbaridad.

—Yaempezamos—mascullóSantos.Leire observó intrigada como el comisario se acercaba a los

vecinosquehabían llegadoapie tras el cierrepor lapolicíade lacarreteradelfaro.Elagentequehabíaacudidoensubuscaleseñalóaunamujer.Iluminadoporlasoscilanteslucesazulesdeloscochespatrulla, la farera reconoció el rostro de Felisa, una gallega queregentabalapescaderíadelmercadodeSanPedro.Eljefedepolicíahizoungestoalamujerparaquesobrepasaralascintasdeplásticodispuestasamododebarrera.

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Para sorpresa deLeire, en unmomento de la conversación, lapescaderaseñalóhaciaellaconelmentón,aloquesiguieronvariasmiradasescrutadorasdelcomisario.

—Hayalgoraro—explicóelforensecuandoSantosregresóasulado.

—Ustednosevaya.Metemoquehaolvidadoexplicarmealgo—espetóelcomisarioseñalandoaLeireantesdeagacharsejuntoasucompañero—.Túdirás.¿Quéesloqueteextraña?

El agentemanipuló con unas pinzas la piel del abdomen, quehabíasidoabiertoacuchillocomosideunlibrosetratara.

—Nohaygrasa.Enestapartedelcuerpo,unapersonanormal,aunque no sufra sobrepeso, cuenta con una capa de al menos uncentímetro de espesor bajo la dermis. En este cuerpo hadesaparecido.

—Habrán sido las gaviotas—sostuvo el comisario. El forensenegóconlacabezaaltiempoqueapuntabaconlaspinzashacialos

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intestinosdelavíctima.—Esloprimeroquehepensado,perolasavesarrancanlacarne

a picotazos irregulares, como se puede ver en las vísceras. Encambio—explicópasandoundedoenguantadosobreelinteriordelacapadepiel—,lagrasaparecehabersidoretiradaconunobjetocortante:unbisturíouncuchillobienafilado.

AntonioSantossacudióincrédulolacabeza.—¿Elasesinosehallevadolagrasa?—Obienél,obienalguienqueactuaracuandolavíctimaestaba

yamuerta.Leire escuchaba aterrorizada a los dos hombres. ¿Quién podía

estar tan enfermo como para querer matar a Amaia Unzueta yllevarsesugrasa?Sintióganasdevomitarydiounpasoatrásantesdegirarseparahacerlo.

Elcomisariosepusoenpieconunlargosuspiroyrecorrióloscuatropasosqueloseparabandelafarera.

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—No es agradable para nadie —murmuró al tiempo que leofrecía un pañuelo de papel para que se limpiara—. Dígame quérelaciónmanteníaconlavíctima.

Leire dirigió la mirada hacia los vecinos que seguíancongregándose,cadavezenmayornúmero,traselcordónpolicial.Las lágrimas que habían brotado con el esfuerzo le impidieron alprincipio ver con claridad, pero pronto comprobó que Felisa, queexplicabaalgoavariosreciénllegados,asentíaorgullosaalverqueAntonioSantoshabíatomadoenseriosuspalabras.

—¿ConAmaia?—preguntófrunciendoelceño—.Ninguna.Eslanuevaparejademiexmarido,delquemeseparéhaceseismeses—explicóacongojada—.Nuncahetenidotratoconella.Lasaludosilaveoporlacalle,peropocomás.

Elcomisariolamiródesoslayo.—¿Nadamás?—inquirió.—Nada.Esoestodo.

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—Algunos vecinos no dicen lo mismo —insistió señalandohacialabarrerapolicial.Alhacerlo,losdestellosazulesqueemitíanloscochespatrullatiñeronsumanodetonosmetálicos—.Pareceserqueelpasadojuevestuvoconellaunencontronazoenelmercado.

Leire tragó saliva con dificultad. Había imaginado que laconversación iría por esos derroteros, pero que la pescaderaintentara incriminarla por aquello le parecía una broma de malgusto.

—DesdequesaleconXabierestáobsesionada…—¿Querrá decir estaba?—la interrumpió Santos señalando el

cadáver.—Sí, perdón —balbuceó la farera—. Estaba obsesionada

conmigo.Cadavezquemeveía,sededicabaaamenazarme.Quenome acercara a Xabier, que dejara de intentar recuperarlo…—Unprofundo suspiro interrumpió sus explicaciones—. ¡Como si yotuvieraalgunaintencióndevolverconél!

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Antonio Santos la observó en silencio durante unos segundos.Después abrió una libreta y garabateó unas palabras. No parecíamuyconvencido.

—¿Yél?—preguntósindejardetomarnotas—.¿Dóndeestásuexmarido?

—EnelÍndico,pescandoatunesfrentealascostasdeSomalia.Haceunmesquesefueparaallá—explicólafarera.

Elcomisarioalzólascejas.—¿ComoelAlakrana?—Aloírelnombredelpesquerovasco

secuestrado por los piratas, Leire no pudo reprimir un escalofrío.Cuando aquello ocurrió, Xabier, que por aquel entonces todavíaestabaconella,tambiénseencontrabaenelÍndico.Sunavenofueasaltada,peroelmiedoestuvopresentedurante los tresmesesquedurólapesquería—.Aúnnomehaexplicadoquéocurrióeljueves—dijoSantosvolviendoacentrarseeneltema.

—¿El jueves? —Leire dirigió de nuevo la mirada hacia los

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vecinosysintióganasdelloraralverlasmiradasdetodosfijasenella—. El jueves fui al mercado, como cada día. Aguardaba miturnoenlaverduleríacuandoAmaiaUnzuetaseacercóamíymeagarró por el pelo mientras gritaba como una loca. Me diosemejante tirón que me caí al suelo. Aún no sé cómo no me loarrancódecuajo—explicó llevándose instintivamente lasmanosalacabeza.

—¿Gritaba? ¿Qué es lo que decía? —inquirió el comisariofrunciendoelceño.

Leireseencogiódehombros.—Lo de siempre.Me acusaba de entrometerme en la vida de

Xabier, de hablar con él en secreto… ¡Vaya locura! —musitósacudiendolacabezaenungestodeincredulidad—.¡Sihacemesesquenoveoamiexmarido!

—Puesparanoverloparecequesabemuchodeél—apuntóelpolicía—.¿CómosabequeestáenelÍndico?

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Leireledevolvióunamiradafuriosa.—Estoesunpueblo.Todosesabe.—Tengo entendido que usted la agredió —añadió Santos

señalando con un gesto de la mano hacia el lugar que ocupabaFelisa.Lapescaderaobservabaelinterrogatorioentreelrestodelosvecinos.

Leire clavó la vista en el cadáver. Un agente de la PolicíaCientíficatomabafotosdesdediferentesángulosmientraselforenseembolsabacuidadosamentealgunosfragmentosdeintestinosquelasgaviotashabíandesprendidodelcuerpo.Sesentíamareada.Aúnnoentendía cómo había ocurrido aquello y, menos aún, cómo laestabanconvirtiendoensospechosadeuncrimentanatroz.

—Mientras me retenía en el suelo —comenzó a explicar altiempoqueuna lágrima sedeslizabapor sumejilla—,meescupióenlacarayamenazóconmatarmesinoabandonabaelpuebloparasiempre.—Unsollozointerrumpióporunossegundossuspalabras

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—.Noconseguíaquitármeladeencimaynomequedóotroremedioquedarlepatadasymanotazos.Soloentonceslogréquemesoltara.

AntonioSantoslededicóunamiradasocarrona.—PuesparecequeahorapodráustedseguirviviendoenPasaia

sinmiedoaquecumplasuamenaza—comentóentonosarcástico.UnaenormesensacióndevértigoatenazólamentedeLeire,que

seapoyóenlaverjaqueprotegíalaentradaalrecintodelfaroparamantenerelequilibrio.

—¿Quéinsinúa,comisario?—logrómascullaraduraspenas.Elpolicíalelanzóunasonrisamalévolamientrasseguardabala

libretaenelbolsillodelacamisa.—No insinúo nada —hizo una pausa antes de girarse para

alejarsedeella—,peroustednosevayamuylejos.Metemoquenotardaréentenerqueinterrogarlamásafondo.

AntesdequeLeiretuvieratiempoderesponder,elcomisarioseacercó al cordón de seguridad. Unos potentes focos delataban la

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presencia de cámaras de televisión. La noticia del asesinato habíallegadoalosmediosdecomunicación.

Desolada,lafareradeslizólaespaldacontralaverjadeentradaalfarohastasentarseenelsuelo.Anteellaseabríaunespectáculodantesco. En primer plano, el forense y otros dos policíasembolsaban el cuerpo sin vidadeAmaiaUnzueta; a su alrededor,varios agentesdeambulabancon linternas en lamanoenbuscadepruebas;másallá,donde lapequeñaexplanadaasfaltada se fundíacon la estrecha carretera que unía el faro con San Pedro, varioscochespatrullaunidosentre sí concintasdeplástico formabanuncordónpolicialtraselqueseagolpabandecenasdecuriosos.Porsifuera poco, a todo aquel revuelo ahora había que sumar la tele, acuyas preguntas respondía, aparentemente encantado, el comisarioSantos.

—¿Qué ha sido de la tranquilidad de mi faro?—se preguntóLeirecubriéndoseelrostroconlasmanos.

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—¿Decíaalgo?—lepreguntóunertzainadandounpasohaciaella.

Lafareranegóconlacabeza.Ojaláaquelloterminarapronto.Intentó calmarse concentrándose en la familiar luz del faro.A

diferenciadeotros,quegirabanparalanzardestellosintermitentesalos navegantes nocturnos, el suyo emitía una luz constante, conocultaciones cada cuatro segundos. Su rítmica cadencia obrabasobreellaunbalsámicoefectoqueleservíadeinspiración.Aquellanoche de noviembre, en cambio, tenía suficiente con intentarcalmarse;loúltimoenloquepensabaeraenponerseaescribir.

Losfocosdeuncocheprofanaronenladistancialaoscuridaddela carretera que subía al faro. Leire los siguió indiferente,contemplando como desaparecían entre los árboles para aparecerpocodespués, cuando el bosque cedía el testigo a las campasqueella sabía cubiertas de helechos. Más periodistas, se dijo alcomprobar que no llevaba las características luces azules de las

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patrullas policiales. Los curiosos no podían subir hasta el faro encoche, pues laGuardiaMunicipal cortaba el acceso a la carreteradesde la llegadade losprimeros agentesde laErtzaintzahacíayamásdeunahora.

Elvehículo,unaunidadmóvildeEuskalTelebista,coronadaporunaenormeantenaparalaemisiónendirecto,notardóenalcanzarlosalrededoresdelfaro.

En el mismo momento en que comenzaba a desplegar laparabólica, lahermanade lavíctima sebajódeuncochepatrulla.Antesdequepasara la barrerapolicial para acudir a identificar elcadáver, Felisa Castelao se acercó a ella y la sujetó por el brazomientras le explicaba algo al oído. Leire sintió ganas de llorar derabia al ver que ambas la miraban. Aquella pescadera parecíadispuestaavolveratodoelpuebloensucontra.

—Sí,esella—musitólahermanaencuantoelforensedestapóel rostro de la asesinada. Por unos momentos pareció que iba a

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mantener la serenidad, pero no tardó en caer postrada de rodillasjuntoalcadáver.Sullanto,queparecíaelinquietantecantodeunasirena,hizogirarse todas lascámarashaciaella—.¿Porqué?¿Porquélohashecho?—inquirióconvozdesgarradaclavandoenLeireunamiradaveladaporlaslágrimas.

—¡Atrás! ¡Atrás!—unagente apartó a empujones al reporteroqueintentabaacercarsetraspasandolacintadeplástico.

—Usted retírese. Entre en el faro —ordenó el comisariogirándosehaciaLeire—.Ynoabandoneelpuebloenunosdíassindaravisoencomisaría.

Lafareraobedeciómientrasdeseabaqueelsueloseabrierabajosuspiesparapermitirleabandonarcuantoantesaquellaescena.

Nunca antes había sentido un aliviomayor al cerrar la puertatras de sí. Protegida por las recias paredes de aquel edificiocentenario,sedejócaeraoscurasenelsuelodelvestíbulo.Sesentíaagotada. Los sonidos del exterior, voces y motores de coches

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patrulla,llegabanapagadoshastaella,demodoquenotardóencaerenlasgarrasdeunsueñointranquilo.

Nosabíacuánto tiempohabía transcurridocuandosedespertó.Seguíasiendonochecerrada.

«Talveznoha sidomásqueunapesadilla—intentóanimarseponiéndoseenpie».

Seencaminóatientashastalacocina,dondehabíaunaventanaquemiraba hacia la explanada. La intermitente luz del faro hacíacobrarvidaalascintasdeplásticodelapolicíaquelabrisamecíaasucapricho.Nohabíaallínadamásquerecordaraelbullicioquesehabíaadueñadodeaquellugarhacíatansolounashoras.

Estabaapuntoderetirarsecuandopercibióentrelosárbolesdosleves luces azules. No tardó en comprender que se trataba de uncochepatrulladelaErtzaintza.Duranteunosinstantes,mantuvolavistafijaenél.Después,exhalóunprofundosuspiroyseperdióporlasescalerasquellevabanasuhabitación.

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19denoviembrede2013,martes

Lapotentebocinadeuncargueroladespertó.Sinnecesidaddelevantarse de la cama, supo que se trataba de uno de losmuchosbarcosrepletosdechatarraquearribabanaPasaiadesdediferenteslugaresdelmundo.Desdeelagotamientodelasvetasdehierroque

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surcabanañosatrásgranpartedelsubsuelodelazona,lasempresassiderúrgicasguipuzcoanasynavarrassealimentabanconmetalesdedesecho que llegaban en aquellas naves en busca de una segundavida.

La claridad del exterior bañaba el dormitorio, que, con susparedesymobiliarioblancos,aumentabalaluminosidadhastahacerdolorosoabrirlosojostrastantashorasatropelladasdesueño.Deunmanotazo,Leire tomóel reloj, tambiénblanco,quehabía sobre lamesilladenocheyobservólahora.

Launadelatarde.Lanzóunasqueadobufidoyseincorporó.—Mierda—murmuróalrememorarloocurrido.No recordaba haberse levantado nunca tan tarde. Seguramente

lohabríahechoensustiemposdeestudiante,peroesoquedabamuylejos. Ahora tenía treinta y cinco años y hacía demasiado tiempoque había olvidado la vida despreocupada de universitaria en

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Deusto.Seechóunasudaderaporencimadeloshombrosyseacercóa

lacocina,dondeabrió laneveraparaservirseunvasodezumodenaranja. Era lo primero que hacía cada día al levantarse,normalmentemuchashorasantes;a las sieteo sieteymediade lamañana.Lecostóunos segundosdecidirse,pero finalmenteapartóligeramentelascortinasdelaventanayseasomóalexterior.

Contemplaba hipnotizada el movimiento serpenteante de lascintaspoliciales,cuandosumóvilcomenzóasonarinsistentemente.

Antes de descolgar, vio en la pantalla el nombre de su editor.Másproblemas.

—¿Qué tal, Jaume?—saludó con un tono tan amigable que aellamismalesonóforzado.

—Hola Leire. Habías prometido que para hoy tendría losprimeros capítulos de la tercera entrega —replicó una vozmasculinasinrastrodeamabilidad.

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—Tienesrazón;claroquelatienes,peronoteimaginasloquehaocurridoestanoche—comenzóaexplicarella.

—Ytúnoimaginaseldesastrequeseavecinasinopublicamoseltercerlibroatiempo—lainterrumpióeleditor.

Leire sabía que era cierto. En mala hora se había animado aescribir una trilogía. Tras el éxito de su novela El nido de lagolondrina,queresultólaobrarománticamásaclamadaenlaferiade Madrid y que había sido traducida a doce idiomas, JaumeEscudella le propuso embarcarse en una aventuramás ambiciosa.Las dos primeras entregas de La flor del deseo, habían vendidodecenas de miles de ejemplares y eran muchos los lectores queesperabanansiososellanzamientodeltercerlibro,anunciadoparalapróxima primavera. Solo contaba con cuatro o cinco meses paraescribirloyapenashabíaideadounprimerbocetoenelquebasarlahistoria.

—Ayer apareció unamujermuerta en la puerta demi faro—

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musitóenbuscadeunajustificación.—Vaya, lo siento, pero si no escribes, los próximos seremos

nosotros.Mellegancadadíacartasdelectorasquemerueganquelesadelanteeldesenlacede la terceranovela. ¡Imagínate!QuierensabersiladoctoraAndersenencuentraporfinasuamadotrastantasdesgracias.

—No lo entiendes, Jaume. Se trataba de la novia de miexmarido.Haygenteenelpuebloquecreequehesidoyo—lavozdeLeireperdióeltonoamable.

—¿Tú?¡Nomejodas!Anadieensusanojuicioseleocurriríaunachorradasemejante.

—Puesseleshaocurrido—selamentólaescritoraahogandounsuspiro—.Nohe nacido en este pueblo, soy escritora, vivo en unfaroymeheseparadodeltíoqueteníaenamoradasatodaslastíasdePasaia…¿Quémásnecesitanparaqueseayolaasesina?

—No les hagas caso. Se les pasará en cuanto la policía

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encuentrealculpable.—¿La Ertzaintza?—inquirió Leire con sarcasmo—. También

ellos parecen haberse apuntado a esa hipótesis. Si miro por laventana,veounapatrulla.Seguroqueespíamismovimientos.¿Quéteparece?

Eleditorsemantuvoensilenciounosinstantesmientrasdigeríalanoticia.

—¡Mierda! Solome faltaba esto.Necesito que avances con ellibro.Nosécómosemeocurriópublicarlosanterioressinteneraúnenmarchaeltercero.Sinolopresentamosatiempo,seacabó.¿Meentiendes?Lagentesesentiráestafadaytodoseiráalgarete.

La escritora asintió con la cabeza. No sabía qué decir. Jaumetenía razón, pero desde que se separó deXabier no había podidoescribirunasolapágina.¿Cómoibaasercapazdeescribirliteraturarománticaella,queteníasuvidasentimentaldestrozada?

—¿Estásahí,Leire?¿Meoyes?

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—Sí.Claroqueestoyaquí,Jaume.Teprometoquelointentaré.Dameunpardedías—murmurólafareraantesdepulsarlatecladecolgar.

Sin detenerse a pensarlo, se puso unos pantalones vaqueros yuna cazadora cortavientos. Cada día, desde que había conseguidoque la Autoridad Portuaria de Pasaia le permitiera ocupar laviviendadelfarerotraslajubilacióndelviejoMarceos,bajabaensuVespahastaSanPedro.Allí,enelmercadoylas tiendascercanas,comprabapan,lecheyalgodecomidaantesderegresaralfaroparaintentarescribirunaslíneas.

Antesdesalir,semiróenelespejoengarzadoconfalsaspiedraspreciosas que presidía el vestíbulo. Igual que el resto de ladecoración,eraherenciadelosanterioreshabitantesdeledificio.

Teníaojerasysusojoscoloravellana,habitualmentealegres,seveíanapagadosporlaspreocupaciones.Aunasí,semordióellabioinferiorysevioatractiva.Sabíaquenoera lachicamásguapade

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Pasaia;nuncalohabíasido,perosiemprehabíatenidoéxito.Noerani alta, ni baja, ni gorda ni flaca. Lo único que destacaba en sufigura eran unos hombros que más de uno podría considerarexcesivamentemasculinos;peroesoerancosasdelremo.

Por un momento, estuvo tentada de volver al lavabo parapeinarse, pero finalmente recogió su ondulada melena castaña enuna sencilla cola de caballo, dejando que un par demechones sesoltaranespontáneamentesobresurostro.Erademasiadotardeparaandarseconremilgos.

Sinembargo,cuandoabríalapuertaparasaliralexterior,sefijóenelreloj.Erahoradecomer.Noencontraríaabiertatiendaalgunaylasparadasdelmercadoestaríanrecogidas.Conunsentimientodeculpabilidadporhaberdormidohastatantarde,sequitólacazadoraylacolgódelperchero.

—Túganas—apuntóenvozaltamientraspensabaensueditor.Mientraslodecía,echóaandarporlasescalerasquellevabanal

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pisosuperior,queocupabasudespacho,unaluminosaestanciaconventanasabiertasalacantilado.

Unayotravez,pulsabala tecladeborrado.Losrenglonesquelograba escribir le parecían carentes de sentido. La doctoraAndersen,elpersonajequecontantailusiónhabíacreadodosañosatrás y que había hecho enamorarse a tantas personas, aparecíavacío,nolograbatransmitirningúntipodeemociónensusnuevosescritos.

—Tengoquehacerlo—sedijoenvozaltadandounapalmadaalamesademaderasinbarnizarsobrelaquetrabajaba.

Peroalgoensuinteriorledecíaquenololograría.Elsecretodeléxito de sus novelas había sido que ellamisma estaba enamoradacuando las escribía, de modo que la pasión que emanaba de suspersonajesnoeraotraquelasuyapropia.Ahora,sinembargo,tras

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descubrirlasrepetidasinfidelidadesdeXabier,queabocaronalfinalde sumatrimonio, se sentía comouna fracasada sentimental, ynocreíaquea sus lectores lesgustaraqueconvirtieraa ladoctoraenalguienasí.

Elfríosoldefinalesdeotoñocomenzabaaprecipitarsehacialasaguas del Cantábrico cuando se levantó del escritorio. En lapantalla, una hoja en blanco, y en sus mejillas, lágrimas deimpotencia. Asomada a la ventana, se reconcilió con el mundograciasalvivificanteairedelmaryalavisióndelacantiladoqueseabríaalpiedeledificio.Parecíaincreíblequeaquellaenormeparedrectilínea,comoelmurodeundescomunalfrontóndepelotavasca,fueraproductode la naturaleza.Elmarbatía con fuerza contra subase, situadacientocincuentametrospordebajodel faro,comosipretendiera destruir tanta belleza con su furia. Tan imponente eraaquellagigantesca lajapétrea,quecontaban lospescadoresque,almojarse los días de lluvia, brillaba con los escasos rayos de sol

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comosisetrataradeunamagníficaláminadeplata.—ElfarodelaPlata—susurróLeirerecordandoelorigendeun

nombrequeleresultabamágico.Como si respondiera a su llamada, la linterna que coronaba la

torre de luz se iluminó.Venía haciéndolo así desdemediados delsiglo XIX, cuando fue levantado el edificio con sus imponentesformasdecastillomedieval.

La escritora sabía de sobra lo que eso significaba: la nochellamaba a la puerta. Sinmoverse de la ventana, contempló el solmientrassehundíaenunabrumaquerobabalasvistasdesuocaso,alláenlasproximidadesdelcabodeMatxitxako.

Losguiñosdel faro,unocadacuatrosegundos,seconvirtieronenlosúnicosprotagonistasdelmomento.Detodaslasventanasdelacasa,aquelladeldespachoerasupreferida.Adiferenciadeloqueparecía desde el exterior del edificio, la linterna no se encontrabasobre la construcción principal, sino sobre una plataforma

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adyacente, encaramada a lo más alto del acantilado. Y aquellaventanaeralaúnicaquepermitíadivisarelfaroyelCantábricoalmismotiempo.

Variastxipironeras,pequeñaschalupasamotorquelosvecinosde la zona utilizaban para pescar sin alejarse de la costa, seasomaronporlabocanaysalieronamarabierto.

«Empiezaelbaile—sedijoLeireobservandoaquellaspequeñasembarcacionesmecidas por las olas. Pocas estampas le resultabantanrelajantescomoaquella».

Alabrirlaventanaparaapoyarseenelalféizar,lellegódesdeeloeste el desordenado griterío de las gaviotas.No necesitó girar lavistahaciaelsonidoparasaberquelosbarcospesquerosregresabanapuertotraspasareldíaenelmar.

Suspiró desanimada. Hacía exactamente veinticuatro horasobservabaesamismaescenacuandotodocomenzóadesmoronarse.Porque,apenasundíaantes,eraunaescritoraseparadaenbuscade

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inspiracióny,ahora,erasospechosadeunhorriblecrimenquehabíaprofanadosufaroparaconvertirelmejor lugardesumundoenelescenariodeunagrotescapesadilla.

—¿Cómo coño quiere que escriba así? ¡Maldita sea! —rugiódesanimada girándose y apartando de un manotazo los pocosapuntesquecubríansuescritorio.

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4

19denoviembrede2013,martes

Sentíaque todas lasmiradasestaban fijasenélyeso, lejosdeaplacarlo, lo hacía sentir más furioso. Sus pasos, rápidos y pocofirmes, translucían la impotencia que le corría por las venas, dehecho, él era el primero que habría detenido a la farera de buena

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gana,peronohabíaenrealidadningunapruebaquelaincriminara.«Antes o después la pillaré en un renuncio—se dijoAntonio

Santossindejardepasearsepensativoporlacomisaría».Llevaba más de una hora así. Si se sentara, su cerebro se

relajaría, de modo que caminaba arriba y abajo, despertando lacuriosidadylasburlassilenciosasdelrestodeagentes,peroéleraeljefeallí,ynadieibaadecirlecómodebíacomportarseycómono.

—Gisasola,¿estássegurodequelavíctimanofueasesinadaenel lugar donde fue hallado el cuerpo? —inquirió una vez másdeteniéndose frente al ordenador donde el forense redactaba elinforme.

—Imposible —explicó el agente sin dejar de teclear—. Lasección del abdomen fue realizada en el mismo momento de lamuerte, por lo que tendríamos que haber encontrado sangre en elescenario.Queyorecuerde,yaquítengolasfotos—dijoseñalandoalordenador—ellugarestabalimpio.AmaiaUnzuetafueasesinada

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enotrositioydespuéstrasladadajuntoalfaro.Santos resopló.Aúnhabía importantescabosporatarenaquel

casoyaquelnoeraelmenosdesconcertante.—¿Porquéibalafareraallevarelcadáverhastalosalrededores

de su faro? ¿Nohabría sidomás lógicoque sedeshicierade él lomáslejosposibledesucasa?—preguntóenvozaltaparaquetodospudieranoírlo.

Losseisagentes,incluyendoelforense,quehabíaenlaoficina,alzaron la vista de sus pantallas. Sabían que, enmomentos así, alcomisario Santos le gustaba oír las opiniones de todos ellos parareforzarlasuyapropia.

—Creo que la mató en el interior del faro; en su casa, pordecirlo de algún modo —apuntó Ibarra desde uno de losordenadores del fondo. Había doce Hewlett Packard en la sala,repartidos en cuatro largasmesas con trespuestosde trabajo cadauna.Sinembargo,lamitadestabanlibresenaquelmomento,puesel

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resto de agentes del turno estaban de patrulla—. Probablemente,quiso arrojar el cadáver por el acantilado pero no tuvo suficientefuerza para llevarlo hasta allí. Por ello, la dejó en un rincón,máscercadeledificiodeloqueellahubieradeseado.Noolvidemosquenotienecoche.

—Recordadquefueellaquiendioelaviso.¿Noospareceraroquemateasusupuestaenemiga,intentedeshacersedelcadáversinéxitoyllamealapolicíaparainformardequetieneaunamuertaenlamismísima puerta de su casa? Si hubiera querido, podría haberdedicadomástiempoaesconderelcuerpo.O,almenos,aalejarlodelfaro—discrepóGarcía—.No,nocreoqueseaellalaasesina.

El comisario Santos se llevó una mano a la barbilla y ladeólentamente la cabeza en un gesto estudiado que repetía amenudoparaindicarqueestabapensando.

—Demomentomegustamáslaideadequehayasidolafarera.Sudisputaconlavíctimaeslaúnicapistadelaquepodemostirar

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porahora—apuntódecididoanodarlarazónaaqueladvenedizo.Gisasolacarraspeóparallamarsuatención.—¿Yporquéextrajoeltejidoadiposo?—inquirió.Ibarraselopensóantesderesponder.—¿Un recuerdo, quizás? ¿Un trofeo a su victoria?—dijo con

unamuecaderepugnancia.—¡Vaya trofeo más macabro! —musitó el forense—. ¿De

verdad veis a la farera llevándose sebo de la nueva pareja de suexmaridocomorecuerdo?

—Amí tampocome cuadra—aseguró la agente Cestero, queacababadeincorporarsealacomisaríadeErrenteriatrasterminarsuformaciónenlaacademiadeArkaute—.Latíaesaviviráenunfarosolitario, pero la impresión que da no es la de ser una demente.¡Joder,esunaescritorafamosa!—Hizounapausaparacomprobarque el comisario asimilaba sus palabras—.Nodigo que no puedaserellalaasesina,peromesorprenderíaquefueracapazdedestripar

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tanbrutalmenteasuvíctima.¿Quésentidotieneeso?—¡Ja!BienvenidaalaErtzaintza.Noséquétehabránenseñado

enArkaute,peroesaquídondevasaconocerelmundoreal.Comoverás, está lleno de psicópatas disfrazados de angelitos —espetóSantos—.Ypuedequetuamigalafareratetengaguardadaalgunasorpresa.

—No esmi amiga. Ni siquiera la conozco—protestó Cesteroconunamiradadesafiante.

—¡Mejor! —El tono de Santos era cortante. Miró de arribaabajo a la joven agente y maldijo a sus superiores por enviarlesiempre a las más feas. A él le gustaban rubias y con buenadelantera,perounavezmáslohabíanvueltoahacer;AneCesteroestaba por debajo de la estaturamedia, tenía las caderas anchas yuna barbilla demasiado prominente que contrastaba con una narizachatada. Para colmo, hablaba demasiado claro, con el atrevidodescarodelajuventudyelcomisarioqueríaunrebañodócilqueno

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discutiera sus órdenes.Decididamente, iba a tener quemeterla envereda o acabaría por causarle problemas—. ¿Alguien tiene algointeligentequedecir?—añadiódirigiéndosealosdemás.

—Semeocurreunaopción totalmentecontrapuesta—anuncióelforense.

—Adelante —lo animó Antonio Santos a regañadientes.Gisasola no dependía de su comisaría, sino de la Unidad deInvestigación Criminal, que rendía cuentas directamente a lajefaturacentraldelaErtzaintza,demodoqueconélestabaobligadoatenermáspacienciaqueconlosdemás.

—¿Ysi la farerano fueramásqueunavíctimasecundariadelasesino? A ver si me explico… ¿Y si el cadáver hubiera sidoabandonado junto al faro precisamente para intentar incriminarla?—aventuróelforense.

Por el rabillo del ojo, el comisario comprobó que la agenteCestero asentía con un leve movimiento de cabeza. Gisasola

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también lo vio y le respondió con un amago de sonrisa, quedisimulórápidamentealcomprobarquelamiradadeSantosestabafijaenél.

«Seguroqueestosdosseentienden—sedijoelcomisarioconunatisbodefrustración».

No hacía tantos años que era en él en quien se fijaban lasmujeres, pero ahora eran otros quienes se llevaban todas lasmiradas.El forensededicaba el tiempo libre al surf, demodoqueteníauncuerpoatlético,un rostrobronceadoyun flequilloqueelagua del mar había vuelto rubio. En realidad, el comisariosospechaba que era la parafina y los decolorantes artificialesquieneslohabíanhecho.Tantodaba;suéxitoentrelasmujereseraindiscutible.El deSantos, en cambio, se diluía comouna gota detinteenelmar.

—Puedeser.Nomepareceunmalanálisis,peroreconocedque,porahora,solotenemosaunasospechosa.Ynoespoco—explicó

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apoyando las nalgas en la mesa contraria a la de Gisasola—.Tenemosunamuerta,unatíaquelaodiayelfarodondeviveestaúltima.Resulta que la víctima aparece junto a este un par de díasdespués de que las dos se hayan peleado en público. ¿No esenrevesadopensarqueelcadáverhasido llevadohastaallíporuntercero?—La mirada de Santos recorrió los rostros de todos lospresentes, pero se detuvo más tiempo en el forense y la agentereciénincorporada.

—La mente de alguien capaz de matar a una mujer ydesparramar sus higadillos por ahí, tiene que ser enrevesada decojones—protestóCestero.

AntonioSantoshizoungestoafirmativo.—No digo que no, pero demomento no tenemos ningún otro

hilo del que poder tirar para deshacer la madeja —sentencióbarriendoelrestodeteoríasconunmovimientodelamano.

Un silencio sepulcral siguió a sus palabras. El sonido de las

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teclasanuncióquealgunoshabíanvueltoasusquehaceres.Alfinyalcabo,todossabíanquelaconversaciónhabíaterminado,puesasíeran aquellos encuentros con el comisario. Le gustaba escuchar atodos, peronunca reconoceríaque las ideasde losdemás eran lasacertadas. Solo después de hacerlas suyas, y pasado un tiempoprudencial,lasplanteabacomounaopciónválida.

—Háblanossobreelarma,Gisasola—pidióSantossinmoversedelamesaenlaqueseapoyaba.

Lasteclasdejarondenuevodesonar.—Apesardeloquecreímosenunprimermomento—comenzó

elforensedirigiéndosealextremodelasaladondeseencontrabalapantalladelproyector—,AmaiaUnzuetanomuriópor lasheridasdel abdomen, que fueron realizadas in-inmediatamente después delamuerte,sinoquefueestrangulada.

El proyectormostró un primer plano del cuello de la víctima.Unahorriblemarcaamoratadasedibujabaamododegargantillaa

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sualrededor.Porlanoche,contodaslasmiradasfijasenelhorribletajoabiertoenelabdomen,ningunodeelloshabíareparadoenella.

—¿Uncable?—inquiriólaagenteCestero.Gisasolanegóconungesto.—Lapielaparecedemasiadodesgarradaparahabersidoconun

cable,tuvoqueseralgomuchomásabrasivo—señalósinapartarlavistadelapantalla—.Medecantaríaporunacuerda.

—Estoydeacuerdo.Elarmahomicidaesclaramenteunacuerda—apuntósolemneelcomisario.

—Algodemasiadofrecuenteenunpuerto—selamentóCesterollevándoselamanoalpiercingquelucíaenlaaletaizquierdadelanariz.

—Elasesinosesituódetrásyrodeóelcuellodelavíctimaconella, tirando con fuerzadesde la espalda.Comopodéis comprobar—explicó Gisasola haciendo desfilar por la pantalla variasfotografías tomadas desde diferentes ángulos—, apenas quedaron

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marcasdelacuerdaenlaparteposteriordelcuello,mientrasqueenlaparteanteriorloshematomassonevidentes.

—La mató por la espalda —musitó Santos mostrando unamuecadedesprecio.

—En esta otra imagen podéis ver la tráquea completamenteaplastada por la presión.—El proyector enseñaba ahora explícitasfotografíasdelaautopsiaqueobligaronaapartarlavistaaalgunosagentes—.Sinembargo,lascervicalesnosufrierondañoalguno.

—Esonosreafirmaenlaideadequeelatacantelaabordóporlaespalda—apuntópensativoelcomisario.

—Quélisto—susurróalguientrasél.Antonio Santos no necesitó darse la vuelta para saber con

certeza que se trataba de García. De buena gana le abriría unexpedientea aquel entrometidopor faltar al respetoaun superior,perosabíaquenoserviríadenada.Esmás,silohiciera,eramásqueprobableque el asunto acabaravolviéndose en su contrayque su

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cómodaposicióncorrierapeligro.—¿Yel corte en la tripa? ¿Qué tipode cuchillo seutilizó?—

preguntólaagenteCestero.Gisasola pasó varias imágenes rápidamente hasta detenerse en

unaquemostrabalahorribleheridadelabdomendelavíctima.—¡Québarbaridad!—exclamóSantosapartandocontrariadola

mirada.—Lahojapenetróunmáximode seis centímetros.Por la saña

conlaqueparecehabersehecholasección,meatreveríaadecirqueel asesino clavó el arma hasta la empuñadura, de modo que esasserían las dimensiones del filo—el forense señaló con el dedo elborde de la herida—. Fijaos también en la limpieza del corte.Estamosanteuncuchillotremendamenteafilado.

—Decarnicero—interrumpióIbarra.—Odepescador.EnPasaiahaymáspescadoresquecarniceros.

Tambiénellosutilizancuchillos—apuntóGisasola.

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—¿Porquénoentramosenesefaro?—quisosaberIbarra—.Noparece difícil encontrar pruebas: un cuchillo, una cuerda rasposa,restos de sangre… Incluso pedazos de grasa, si me apuráis. ¿Nodecísqueelasesinoselallevó?Sinodamosconello,vayamierdadepolisestamoshechos,¿no?

—Si entras, no encontrarás nada. ¿No ves que esa tía no hasido?—seburlóGarcía.

Antonio Santos le dirigió unamirada fulminante de la que searrepintióalinstante.

—No es tan fácil.No obtendremos una orden judicial con tanpocas pruebas. Lo único que tenemos es una pelea poco antes dequelavíctimadesapareciera.Aningúnjuez lepareceráunmotivosuficientecomopararegistrarsucasa—explicóelcomisario.

—¿Y qué piensas hacer? Te inclinas por la línea deinvestigación que apunta a la farera pero no intentas entrar en elfaro. Vaya incoherencia, ¿no? —preguntó García con un gesto

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burlón.El comisario semordió la lengua al tiempo que se obligaba a

respirarlentamentecontandohastacuatro.Lohabíaaprendidodesumujer, que se pasaba el día viendo vídeos de yoga por internet.Aquelimpertinentelosacabadesuscasillas,perodebíaaprenderanocaerensusprovocacionesparanoponerenpeligrosupuestodecomisario.Maldecíaeldíaenquelohabíanpuestoensuequipo.

—¿Se sabe algo de los de la Científica? —preguntó SantoslanzandounamiradainquisitivaaGisasola,quecomprobóelbuzóndecorreoelectrónico.

Afaltadeotrasposiblespruebas,laUnidaddePolicíaCientíficasehabíacentradoenintentaridentificarlashuellasdelosvehículosenlagravilladelaexplanadaqueseabríajuntoalfaro.

—Poca cosa. Las rodadas de nuestras propias patrullascontaminaron la escena—explicó el forense—. Solo han logradoidentificarlashuellasdeunafurgoneta:ladelhombredelabasura,

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quesubeavaciarlaspapelerasvariasvecesporsemana.—No encontrarán nada —se burló el comisario—. La farera

viveallímismo.Nonecesitacochealgunoparatrasladarelcadáver.—¿Ysinoesellalaculpable?¿Novamosabarajarningunaotra

hipótesis?—insistióCesterosindarcrédito.Santoslamiróconungestodedesprecio.—Muchacha—dijoentonocondescendiente—,acabasdellegar

al cuerpo. Yo tengo el culo pelado de tantos años persiguiendocriminales.Nohayviolenciasexual,hayunensañamientocomonoheconocidonuncaenestacomisaría…Todomellevaapensarqueestamos ante la obra de una mujer. Y te diré algo más: de unamovida por los celos y la envidia, como los que sufre alguien aquiensumaridohadejadoporotra.—Hizounapausaalaesperadequelaagentedijeraalgo,perolaréplicanollegó—.¿Seosocurrealgunateoríamejor?

El forense exhaló un profundo suspiro y lanzó una última

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miradaalenorme tajoabiertoen la tripaquemostraba lapantalla.Después, pulsó el botón que apagaba el proyector y volvió a sumesa.

—Si alguien más no está de acuerdo con la línea deinvestigación, solo tiene que decirlo —espetó Antonio SantosdedicandounaincómodamiradaaGisasola.

Elsonidodelostecladosfueelúnicoqueseatrevióaromperelsilencio.Lareuniónhabíaconcluido.

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5

20denoviembrede2013,miércoles

Lamaltrecha carretera vecinal serpenteaba entre bosquetes depinos que la sumían enunahúmedapenumbra fuera cual fuera laépoca del año. Aquel era el motivo, y no las continuas curvas,asomadasmuchasdeellasalacantilado,porelqueLeiremanejaba

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laVespaconextremadasuavidad.Noeradifícilderraparporefectodelmusgoquecubríalaszonasmássombríasniperderelequilibrioen alguno de los muchos socavones que las abundantes lluviashabían abierto en el asfalto. Afortunadamente, hacía años que eltráfico en la carretera del faro de la Plata estaba restringido a losvehículosservicios,porloquenoerahabitualencontrarcochesquevinierandefrente.

No faltabamucho para el final de la bajada, cuando laVespapasójuntoa laúnicacasahabitadaquehabíaentreSanPedroyelfaro.Comocadavezquepasabaanteella,Leirelelanzóunamiradacargada de curiosidad. En los doce años que llevaba viviendo enPasaia, apenas recordabahabervisto cuatroveces a algunode suspropietarios, los esquivos hermanos Besaide, sobre los quecirculabanunsinfínderumoresrocambolescosentrelosvecinos.Loúnico que la escritora sabía con certeza era que pocas personashabíamásricasenlacomarca.Loshermanoseranlospropietarios

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de Bacalaos y Salazones Gran Sol, una empresa que incluía unacadena local de tiendas que monopolizaba el comercio deultramarinosen los tresdistritosque formabanPasaia:Antxo,SanJuanySanPedro.

Como era habitual, no percibió movimiento en aquel edificioelegante, rematadoporunapuntadotejadodepizarra,pero tuvoladesagradablesensacióndequealguienespiabasupasodesdedetrásde lascortinas.Nosabíaporqué;unasveceseraun levebalanceode losvisillos,otrasunasombra trasuncristal,perocadavezquepasabaporlamansióndelosBesaidesesentíaobservada.

«Hayalguiendetrásdeesaventanadelpisosuperior—sedijoentrecerrandolosojosenunvanointentodeescudriñarconmayorclaridad—.No,soncosasmías.Tantooírchismes,alfinalcreoquehay algo raro —descartó una vez más mientras accionaba elacelerador».

Conforme avanzaba, comenzaron a aparecer otros edificios.

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Primero casas dispersas y, poco después, un barrio de bloques depisos. Aquella era la zona menos atractiva de San Pedro, unaaglomeración de viviendas para pescadores y trabajadoresportuarios levantada, sin grandes miramientos urbanísticos, en ladécadadelosañossesentadelsigloveinte.Sinembargo,encuantoalcanzólaorilladelosmuellesygiróhacialaizquierda,notardóendesplegarseanteellaelhistóricobarriopesquero,apenasdoslargascallesencajonadasentrelaladeradeUliayelpuerto.Eraallídondehabía vivido con Xabier, ajena durante años a sus humillantesinfidelidades.

—Egunon —saludó en euskera al vendedor de periódicosmientrascandabalamoto.

La fría respuesta de aquel hombre, que se limitó a alzar elmentón antes de volver a perder la vista en el diario que estabaleyendo, le confirmó lo que ya esperaba: el reencuentro con susvecinosnoibaaresultarnadafácil.

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Suprimeravisita,comocadadía,fuelapanadería.Elembriagadoraromadelosbollosreciénsalidosdelhornofue

el contrapunto a las miradas desconfiadas que le lanzaron dosclientasqueabandonaronlatiendaencuantoellaentró.

—¿Lodesiempre?—quisosaberlapanaderaintroduciendoenunabolsadepapelunabarradepanyunpaquetedelechedeldía.

—Lo de siempre—confirmó Leire, que solía demorarse unosminutoshablandoconaquellamujerentradaencarnesquelaponíaaldíadelasúltimasnoticias.Paraalgoestoytodoeldíaatadaalaradio, solía decir intentando hacerse entender por encima de lasvoces, que brotaban de un viejo transistor forrado de falso cuerodondeaparecíagrabadounlogotipodeTelefunken.

Aquel día, sin embargo, no abrió la boca para nadamás.Soloparaquejarsedelmaltiempo.

Alsalir,habíaempezadoallover.Leireesperabaqueocurrieraen cualquier momento. El cielo gris plomizo no presagiaba otra

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cosa,demodoquehabíasalidodelfaropertrechadadeunachaquetaimpermeable.Porunmomento,pensóensuspantalonesdeplástico.Creíarecordarqueelúltimodíadelluvialoshabíadejadosecandoeneltendederoynoestabaseguradehaberlosvueltoaguardarenelcofredelamoto.Sinoestabanallí,nolequedaríaotroremedioquemojarseenelcaminodevuelta.

Con un creciente sentimiento de congoja, se acercó a lossoportalesdondealgunascaserasvendíanlosfrutosdesuhuerta.Legustaba comprar en aquel lugar, directamente a la persona quetrabajaba la tierra, pero era allí precisamente donde había tenidolugar el altercado con Amaia Unzueta. Por si fuera poco, eratambiénenaquelespacioporticadodondeFelisaCastelao teníasupescadería.

«Nosoyculpabledenada.Notengoporquécambiarmivida—serepitióporenésimavezaquellamañana».

Al ver que se acercaba, quienes esperaban su turno bajo la

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proteccióndelporchesegiraronhaciaella.—Ytieneelvalordevenir—oyómurmuraraunaancianaque

seprotegíaelpeloconunabolsadeplásticoparaque la lluvianoecharaportierrasucardado.

Losotrosclientes,unseñorquerondabalaedaddejubilaciónyunachicajovenconuncarrodebebé,intercambiaronunaspalabrasqueLeirefueincapazdeoír.Susmiradas,sinembargo,noledabanlabienvenida.

Haciendoun enorme esfuerzopor disimular la impotencia quesentía,decidióponersealacola.

—¿Quiéndalavez?—preguntó.—Yo soy el último—apuntó el hombre dando un paso atrás.

Leirecreyóadivinarunamuecadetemorensurostro.Lavendedoraalzóhacialaescritoraunainexpresivamiradapor

encimadelasgafassindejardepesaruncestillollenodecolesdeBruselas.

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Lossiguientesminutospasaronenunabsolutosilencio.Nadieabriólabocamásqueparaloestrictamentenecesario.—Ponmetomates.Unpardekilos.—¿Noserándeinvernadero?—Comosonpequeñas,tevoyadardoslechugasporuneuro.—¿Estasalubiasnoserándefuera,verdad?—¿Caro?Vetealsúperypreguntaavercuántotecobran.CuandolellegóelturnoaLeire,sintióunnudoenelestómago.

Desde que vivía en Pasaia, había comprado sus verduras aMaríaTeresa,aquellamujerdecararedondaymejillassonrosadasalaqueconsideraba su amiga. No creía estar preparada para que ellatambiénledieralaespalda.

—Ayer no viniste —la saludó la casera en cuanto el últimoclientesehuboalejado.

—Noteníabuendía.—Nomeextraña.¿Quétepongo?

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—Unaberza.Queseapequeña.—Todaesta locurame tiene alucinada. ¿Cómo ibas tú ahacer

algoasí?Esoescosadealgúnloco.Probablementenoseanadiedelpueblo —apuntó la vendedora mientras elegía una col—; peroreconocequeelespectáculodelotrodíalevantómuchassospechas.

—Fueella.Yoestabaaquí,esperandomiturno,comocadadía—se defendió la escritora—. Esa más verde está bien. Tambiénquierounpardeesostomatesyalgunascebollas.

—Elígelostúmisma.Cebollasnomequedan.Chica,entiéndelo.Yo nunca había visto tanto odio y tanta rabia en dos mujeresadultas.¡Vayagritosquedabais!¿Ylaspatadas?

—Yonolaodiaba.Pormí,podíaquedarseparasiempreconesemujeriego,peroellaestabaobsesionadaconmigo.¡Eraunsinvivir!

MaríaTeresalededicóunamiradaburlona.—¿Ves?Túmismalodices.¿Cómonovaapensarlagenteque

túereslaprincipalinteresadaensumuerte?

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Leiresuspiróhastiada.—¿Cómoibayoahaceralgoasí?Túnovisteloquelehabían

hecho.Sutripaera…—unsollozoleimpidiócontinuar.MaríaTeresaapretóloslabiosenunamuecadepena.—Amínotienesqueconvencerme.Yoteconozcobien;oeso

creo,peronoculpesalosvecinos.Estamostodosdestrozadosysolobuscanunculpableparasemejanteatrocidad.

—¡Eh! —La voz venía de la pescadería, que abría su únicapuertaalossoportales—.¿PorquénotevuelvesaBilbao?

A pesar de la cortina de tiras de plástico que impedía ver elinterior,LeirereconociólavozdeFelisa.

MaríaTeresatorcióelgestoyleentrególacompra.—Todo se calmará, ya verás —le susurró en el tono más

tranquilizador que le fue posible—.Entretanto seríamejor quenoaparecierasporaquíenunosdías.

Leirelamiródesconcertada.¿Leestabadiciendoquenoquería

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verlaensuparada?—Telodigoporti.Creoquetevendríabiendesconectar.Aquí

esdondeempezótodo.Mejortomarteuntiempo,¿noteparece?—aclarólacaseraalversudesconcierto.

—¡Yonohehechonada!—proclamóLeireconlavozcargadaporlarabia.

—Es raro que siga por aquí si ya no está conXabier.—Oyócomentar a la gallega, a lo que un cliente contestó algo que laescritoranollegóaentender.Notodoelmundohablabaavoces.

Leire sintió que Felisa había dado en la diana. Ellamisma sehabíaplanteadoesomismotras larupturadesurelación,perotrasdoceañosallí,ellaamabaPasaia,suscalles,supuerto,losgraznidosdelasgaviotasy lasbocinasde losbarcosquesehacíana lamar.Duranteaqueltiempoypartiendocasidecero,habíaconstruidoallísu vida y no tenía ninguna intención de regresar aBilbao.Y, pormuchoquequienesalolargodelosañoshabíacreídosusamigosse

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empeñaranenacusarladeuncrimenatroz,nopensabatirarlatoalla.

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[…]

Undíade1983

El ronroneo del motor hendía como un cuchillo afilado elsilenciodelanoche,tanoscuraqueloslevesdestellosdelosfarosdeaproximaciónparecíanenormesfocosdispuestosparadelatarlo.Noerasuprimeraexpediciónnocturna,perosesentíatannervioso

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comolaprimeravez.LaGuardiaCivilpatrullabaamenudolazonaparadeteneralostraficantes.HabíaenlosmentiderosdeSanPedroquien decía que lo hacían porque querían ser ellos quienescontrolaran el tráfico de drogas. Si era por eso o pormantener laley,alTrikiletraíasincuidado;simplementenoqueríadarconsushuesosenlacárcel.Erademasiadojovencomoparaecharaperdersuvidaentrerejas.

El faro de Senekozuloa, con su luz blanca y sus rítmicasocultaciones, quedó atrás conforme se acercaba a los diques dePuntas.Apartirdelasbalizasverdesyrojasquelosseñalizaban,elCantábricoseabríaentodasuinmensidad.

—Allávamos—murmuróelTrikialabandonarlaproteccióndelabocana.

Elsonidodelmotordelatxipironerasediluyócomoporartedemagia. Siempre era así; en cuanto los altos acantilados queflanqueaban la bocana quedaban atrás, el ruido no encontraba un

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lugar en el que reverberar, perdiéndose en la inmensidad delmarabierto. Sin embargo, lejos de tener un efecto calmante, aquelsilencio resultaba especialmente inquietante para el joven. Eraentoncescuandosentíasusoledadcomounapesadalosaquejamáslograríaquitarsedeencima.

Comounúltimosaludo,desdeloaltodelaenormelajasobrelaquesealzaba,elfarodelaPlatalelanzóunguiño.ElTrikisegirópara observarlo. La compañía que le brindaban aquellas luceslograba reconfortarlo ligeramente. Además, una vez alcanzado suobjetivoseríanellas lasque leayudaríanaencontrarelcaminoderegreso.

Conlaayudadeunabrújula,fijóelrumbodelGorgontxo.Longitud1°55';Latitud43°20'.Eraellugarhabitual.Alzó la vista al cielo estrellado y se felicitó por la falta de

viento.ElCantábricotambiénestabatranquilo.Notardaríamásde

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veinteoveinticincominutosenllegar.Sinapartarsedeltimón,sacódelbolsillodesuimpermeableun

paquetedeCeltasCortos.Sellevóunoalabocayloencendióconunfósforo,protegiéndoloconlamanoparaquenoseapagara.

La primera calada le hizo toser. Siempre le pasaba. Era elprecio,quizás,defumarcigarrillossin filtro,peroaél legustabanasí; un buen lobo demar no podía permitirse ir por ahí fumandocosasdenenazas.AverquéibanapensardeélenlaKatrapona,latascaportuariadonde se jugabaalmus lopocoque lequedabadesus trapicheos. Porque el Triki no tenía oficio ni beneficio. Almenos de manera oficial, pues de hacía unos cuantos meses seembarcabadevezencuandoparallevardrogaapuerto.Lohacíaenelpequeñobarcoconelquesupadreseganabalavidapescandosinalejarse en demasía de la costa. No era el único; otros muchosjóvenes de Pasaia habían encontrado en la droga una forma deconseguirdineroquedesgraciadamentenotardabanengastarenla

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propiaheroína.Laprofundacrisiseconómicaysocialenlaquesehabíaninstaladolospueblosindustrialesdelacostavascanoqueríadejarlesotrasalida.

El sonido cercano de un motor llamó la atención del jovenmarinero,queaguzóeloídoparadeterminardequétipodebarcosetrataba.Elpetardeonodejabalugaradudas:eraotratxipironera.AligualqueelGorgontxo,navegabasin luz,apesardeque las leyesdelmarobligabanallevarsiempreencendidaslaslucesdeposición.ElTrikientrecerrólosojosparaintentarverlaenlaoscuridad,perofue en balde. Sin embargo, supo por la dirección que tomaba elsonidoqueestabavolviendoapuerto.

«Ya ha cargado—pensó al tiempo que aceleraba, impacienteporllegarcuantoantes».

Echó un vistazo a la brújula para asegurarse de que aúnnavegaba en la dirección correcta. No debía de faltar mucho. Encualquiermomento vería la señal.Conteniendo inconscientemente

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la respiración, dirigió la mirada hacia el horizonte, allá donde labóveda estrellada caía en cascada sobre el mar para desaparecerbajosusaguas.

Nada.Continuónavegandoenlínearecta.Asuespalda,losfarosque

dibujabanlalíneadetierraaparecíancadavezmásdesdibujadosporladistancia.Nopodíafaltarmucho.Anoserquehubieraerradoelrumbo.

Volvióamirar labrújula,que leconfirmóque ibaen labuenadirección. Después, abrió el depósito de combustible paracomprobar,conayudadeuna linterna,queaúnquedabamásde lamitad. De forma instintiva, y aunque la había cargado en latxipironerahacíaapenasunosminutos,propinóunligeropuntapiéala garrafa de gasolina con la que rellenaría el depósito antes dedevolverlaembarcaciónasuamarre.Estaballena.

—Tranquilo,Triki;tranquilo—sedijoenvozaltallevándoseun

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nuevoCeltasaloslabios.El olor de la cerilla, arrebatado rápidamente por la brisa, le

resultó calmante. Era algo que había comprobado en los últimostiempos.Antesinclusodedarlaprimeracaladaalcigarrillo,elmeroanuncioparasucerebrodequelanicotinaestabaapuntodellegar,leapaciguabalosnervios.

Con la heroína también le ocurría. En cuanto comenzaba afundirla, aquel olor, entre acre y dulzón, que anunciaba la llegadainmediata del placer, le atenuaba las espantosas sensaciones queconllevabaelmono.

Unavezencendidoelpitillo,dejócaer lacerilla,que lanzóunsiseoalapagarseenelcharcodeaguaqueseacumulabaenelfondodelatxipironera.

Fueentoncescuandolavio.Tresdestellosseguidosyuncuartocincosegundosdespués.Eralaseñalacordada.

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—Yaestoyaquí—sedijoentredientesconunsuspirodealivio.Lasiniestrasiluetadelbarconodrizasedibujóenseguidaen la

oscuridad. La señal, realizada con una linterna de escasa potenciapara que no pudiera verse desde la distancia, se repitió, pero estavezelTrikinolanecesitaba.Noteníamásqueenfilarhacialanave,unamanchanegraqueserecortabacontraelcieloestrellado.

Conformefueacercándose,varias formashumanasaparecieronen la cubierta. Era un barco de tamaño medio; pequeño si secomparabaconloscarguerosquefondeabanenPasaia,peromayorque los pesqueros con los que habitualmente faenaban losarrantzales de bajura. Sin embargo, y a pesar de que no era laprimeravezqueloveía,elTrikinolograbacatalogarlo.Nosabíasise trataba de un mercante, un pesquero o un yate. Tampoco lepreocupaba. Lo único que le importaba era que aquella sombraflotantelepasaracuantoanteslosfardosdeheroínapararegresarapuertoantesdequelaGuardiaCivilpudieradetenerlo.

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Elmotor delGorgontxo se fue apaciguando a medida que seaproximaba a la nave. En altamar, con las olasmeciendo ambasembarcaciones,lamaniobraresultabacomplicadaydebíahacerseabajavelocidad.

—¡Cabova!—anuncióunavozcuandolatxipironeraestuvolosuficientementecercadelbarconodriza.

El Triki se apresuró a recoger la fina cuerda que había caídojunto a él. Tirando de ella, llegó hasta el grueso cabo con el queamarróelGorgontxoalaotraembarcación.

—¿Listo? —inquirió alguien desde arriba. Su acento eraextranjero.

—Listo—anunció.Unotrasotro, losfardosfueronbajadosconunasoga.ElTriki

los colocó uno a uno a ambos lados de la txipironera, escondidosentrelospertrechospesquerosparaque,encasodeunencuentronodeseado,pasarandesapercibidos.

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Una vez hubo cargado los cinco paquetes de droga quetransportaba en cada viaje, soltó el cabo y arrancó el motor paraemprender el regreso.Sindespedidas; sinpreguntas.Esas eran lasnormasyélselimitabaacumplirlas.

Los faros, al principio perdidos entre la bruma, ganaron enintensidadconformeelGorgontxoseaproximóalacosta.Ababor,el de Higuer emitía un destello cada dos segundos; a estribor, eldonostiarra de Igeldo y el de San Antón, en Getaria, aparecíanligeramentedesdibujados tras algún levebancodeniebla.Apesarde aquel despliegue de luces intermitentes, que se estiraba desdeBiarritz hasta el vizcaíno cabo deMatxitxako, el Triki solo teníaojosparauna:ladelfarodelaPlata.SuinconfundibleluzfijaconocultacionesintermitentesmarcabaelcaminoderegresoaPasaia.

Alverlo,nopudoevitarunapunzadadeañoranza.Supadre,tanamigodelasleyendas,siemprelecontabalasquegirabanentornoal nombre de aquella torre de luz. Lo hacía mientras navegaban

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frentea lascostasdeUliaen losatardeceresdeverano,cuandoelTriki estaba de vacaciones. Sin embargo, y pese a no habertranscurridodemasiado tiempo, esoparecíahaberocurridoenotravida,cuandoamboseranbuenosamigosyeljovenaúnnosehabíaidodelacasafamiliar.

Pensó en ello con nostalgia, recordando las croquetas de sumadre y el aroma a tabaco de pipa de su padre. Algo tan simplecomoeloloraropalimpialeparecíaahoraelmayordeloslujos.Enmomentos así, se decía que debería regresar, pero no tardaba endesechar la idea. Era tarde para hacerlo. Estaba demasiadoenganchado al caballo como para poder llevar una vida normal,como aquella de la que pocos años atrás renegaba y que ahora semoríadeganasporrecuperar.

Peroyaeratarde.Yanoeramásqueunesclavodelaheroína.Cuando apenas había recorrido lamitad de la distancia que lo

separaba de la costa, vio emerger por la bocana un mercante de

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grandes dimensiones. El despliegue de luces que iluminaba supuentedemandolohacíaimpresionantedesdelaoscuridaddelmar,comosiunenormeedificiocrecieradeprontoentrelosacantiladosquejalonabanlaentradaapuerto.Apesardeencontrarseaúnlejosdeallí,elTrikisintiólasordavibracióndesuspotentesmotores.

Porunosinstantes,dudóentremantenerelrumbooaguardarenalta mar hasta que el carguero se hubiera alejado. Susmaniobrasparazarparaprovechandolapleamarhabríanrequeridolapresenciadetrabajadoresportuariosyagentesaduanerosque,probablemente,aúnrondaríanporlosmuelles.Sinembargo,decidióarriesgarse.Delo contrario, no llegaría a tiempo de devolver elGorgontxo a suamarre antes de que amaneciera y eso no podía permitírselo. Pornada delmundo quería que su padre, al que no había visto desdehacíamásdeunaño,descubrieraquehabíacopiadolasllavesdesutxipironeraparatomarlaprestadadevezencuando.

Para su sorpresa, el puerto parecía tranquilo. La marcha del

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mercante,quehabíaenfiladohaciaelnortenadamásabandonarlaseguridad de la bocana, no había creado más movimiento que elhabitualaesashorasdelamadrugada.EnlosmuellesdeSanPedro,unpardepesqueroscargabanhieloparazarparalalba;yenlaorilladeAntxo,unagrúarealizabatareasdeestibaalpiedeuncarguero.

Alpasarjuntoalalonjadelpescado,respiróaliviadoalatisbarsudestino.Lohabíaconseguido.Unavezmáshabíasidocapazdeburlar a la policía y de llegar a tiempo al desconchado almacéndondedescargaríaladrogaycobraríalastreintamilpesetasquelepagabanporjugarselalibertad.

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6

21denoviembrede2013,jueves

Supeculiarpetardeodelatabaque lamotora estaba apuntodearribar a la orilla deSanPedro, demodoqueLeire se apresuró abajarporlarampadeaccesoalpantalán.Lapequeñaembarcacióndemadera, pintada de verde y blanco, seguramente para no herir

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sensibilidadeslocales,acababadeatracarenelmuelle.Conlaayudadel patrón, dos hombres de edad avanzada y rostro curtido por elmar,bajaronalembarcadero,dondebuscaronrápidamenteelapoyodelabarandillametálicaparanoperderelequilibrio.

—¡Muchacha! ¿Qué tal? —la saludó afectuosamente elbarqueromientraslaayudabaasubirabordo.

Laescritoracelebróquealguiennolevolvieralaespalda.—Metienenharta—murmuró.—Ya me imagino. ¡Están locos! ¿Quién puede pensar que tú

seríascapazdealgoasí?—Estarásoyendodetodo…—apuntóLeire.Durante unos instantes, Txomin guardó un silencio que

evidenciabalarespuesta.Lamotora,queuníaSanPedroySanJuanatravésdelaríaquelasseparabayqueevitaba,enuntrayectodeapenastresminutos,unrodeodediezkilómetros,erapasoobligadoparamuchosvecinosdePasaia.

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—Notediréqueno.Pasamuchagenteporaquía lo largodeldíaynosehabladeotracosaúltimamente.—Mientrasloexplicaba,Txomin comenzó a soltar amarras—. Haymiedo.Miedo y rabia.Buscanculpables…Esnormal.Noselespuedeculpar.Esosí,amínomeconvenceránquienesdicenquehassidotú.

Leire asintió agradecida. El barquero no se imaginaba cuántonecesitaba aquel apoyo. Desde su desagradable incursión de lavísperaenSanPedro,habíaevitadocruzarseconmásvecinos.Esamañana, no se había sentido con fuerzas para bajar de nuevo alpueblo a por su compra diaria. Ya por la tarde, le había costadoenormesesfuerzosdecidirseaacudiralentrenamiento,perograciasalaspalabrasdeTxominsesentíamásseguradecaraalencuentroconsuscompañerasdelequipoderemo.

—Si la hubieras visto… La habían destrozado —se lamentóLeiremientraslamotorasealejabadelaorilla.

Txomin sacudió levemente la cabeza sin soltar el timón. Su

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bigote, poblado y canoso, ocultó en parte unamueca de disgustoquesedibujótambiénenformadearrugasensufrente.Eranpocaspero profundas, aunque quedaban disimuladas por unas cejas quecomenzabanablanquearyquellevabasiempredespeinadas.

Unaráfagadevientolehizollevarseunamanoalatxapela.Erala derecha, en la que solo el dedo pulgar y el meñique estabancompletos.Losotrostresaparecíanmutiladosapartirdelaprimerafalange;heridasdeguerraqueloshombresdemar,comoél,sufríanavecesporculpaderedesysedales.

—Deberíasintentarolvidarlo—apuntóconlamiradaclavadaenlaorillasobrelaquesealzabaSanJuan.

Leire sabía que tenía razón, pero solo habían pasado tres díasdesde su macabro hallazgo y la imagen del cadáver de AmaiaUnzuetaaúnseleaparecíacadavezquecerrabalosojos.

El leve olor a gasolina y salitre, tan característico de lastravesíasenmotora,ladevolvióalpresente.Unrayodesolseabrió

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pasoentrelasnubesparailuminarlascasasdeSanJuan.—¡Vaya regalo!—comentó Txomin girando la vista hacia el

cielo—.Eslaprimeravezentodoeldíaquesaleelsol.Aquella repentina luz cálida convirtió el pueblo de pescadores

enunaestampacasiirreal,mágica,consupintorescaplazaabiertaalmarysusbalconesdemaderacolgadosaescasospalmossobrelasaguas. Bajo los rayos de sol, aún destacaban con más fuerza lasbanderasdecolorrosaqueondeabanenlamayoríadelosbalcones.Eraelcolordelatraineralocal,enfrentadasecularmentealadesusvecinosdeSanPedro,deunfuertetonomorado.

—El año que viene lo vamos a tener difícil —señaló LeiremientrasTxominreducíalapotenciaparaatracarenelmuelle.

Él no necesitó ver que ella contemplaba una de aquellasbanderasparasaberdequéhablaba.LatraineradeHibaika,elclubderemodelavecinaErrenteria,sehabíaestrenadoconfuerzaenlaliga femeninayhabía fichado,decaraa la siguiente temporada, a

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lasdosmejoresremerasdeSanJuan.—Eso espero, muchacha. Eso espero —se burló Txomin

ofreciéndolesumanoparaayudarlaabajar.Leirelarechazóconunarisotada.—Nonecesito la ayudadeningunodeSanPedro.Además, tú

deberíasdeserdelaBatelerak.¿Noteparece?—¿Porelnombre?—inquirióelbarquerocongesto incrédulo.

La trainera rosa había sido bautizada así en homenaje a lasbateleras; lasmujeres que,mientras susmaridos pescaban en altamar,eranlasencargadasdepasaralosviajerosdeunladoaotrodelabocana.Erauntrabajoduro,quenoconocíadefiestasdeguardar,y al que Txomin daba continuidad muchos años después con lamotora. Eso sí, con un motor en lugar de los remos con los queguiabanlachalupaaquellassufridasmujeres—.Amíconesonomeenredan.Sellamecomosellame,sucolorseguirásiempresinserelmío.¡AntesdeHibaikaodeZumaiaquederosacerdo!

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Laescritora saltó riéndosealpantalány seperdiópor laúnicacalle deSan Juan, que discurría encajonada entre lamontaña y elmar.

—Vaya,yapensábamosquenovendrías—lasaludóunadesuscompañerasencuantoentróalvestuario.

—HabíaoídoquetehabíasvueltoparaBilbao—comentóasuladoAgostiñaconunamuecadesarcasmo.

Leiresuspiró.Noesperabaunabienvenidacalurosaporpartedela hija de la pescadera que tan empeñada estaba en culparla delasesinato,perosucomentariolapillóporsorpresa.

—Pues aquí estoy. Que yo sepa, lo único que he hecho esencontrarsucadáverenlapuertademifaro.Noveoporquétendríaquecambiardevidaporeso—protestómalhumoradadejandocaersubolsadedeportesobreunbancodemadera.

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Algunas remeras asintieron. No todas; algunas se limitaron alanzarle miradas desconfiadas. Sintió unas enormes ganas dedefenderse, de decirles que estaba harta de aquella situación, demarcharseparasiempredandounportazo,peroseobligóacalmarseparaevitarelenfrentamiento.

—Elmarestámovido—comentóunacompañeracambiandodetema.

—Enlaradioanunciabantemporal.—¿Parahoy?—¡Esossiempreseequivocan!Leire cambió su ropa de calle por unas mallas negras y una

camisetatérmica,unaprotecciónindispensableparalosfríoscomoaquel.

—¡Daosprisaosenosecharálanocheencimacomolasemanapasada!—apremiólaentrenadoraasomandolacabezaporelquiciodelapuerta.

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—Noimporta,Josune.Noseasexagerada—protestóunadelasmásjóvenes,quepasabaporpocodelamayoríadeedad.

Lastardesdefinalesdeotoñoerancortasynoerararoquelosentrenamientos acabaran cuando era noche cerrada.A Josune, sinembargo, no le gustaba que remaran a oscuras e intentaba acabarantesdelocaso.Leireobservóelgestodefuriadelaentrenadorayse rio para sus adentros. Si salían tarde, tanto mejor; a ella lefascinaban losdíasenquedebíanguiarsepor los farosparaevitarembarrancarenalgunadelasescollerasdelabocana.

—Elmarnoesningúnjuego,niña,ynotengoningunaintenciónde matarme contra unas rocas —espetó Josune dejando que lapuertasecerrara.

Entrecomentariosjocosos,lasremerasabandonaronelvestuariopara ir enbuscade la trainera, queguardabanenunanave anexa.Unasaunladoyotrasaotro,latomaronsobreloshombroscomoquien se dispone a portar un féretro y la llevaron hasta el

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embarcadero.—¡Notanrápido!Algúndíalagolpearéiscontraelmuelle—se

quejó la entrenadora ante la escasa delicadeza con la quedepositaronlaembarcaciónenelagua.

—Nuncaestarácontenta—apuntóunaremerajuntoaLeire,queselimitóaencogersedehombrosconunasonrisa.

En un perfecto desorden, la tripulación fue embarcando,haciendo oscilarse la estrecha trainera, cuyo vivo color rosa sereflejaba en las aguas de la ría. A la escritora le había costadoacostumbrarsealaschanzasdevivirenSanPedroyremarenSanJuan,peroensuorillasolohabíaequipomasculino,demodoquesehabía enrolado con las de color rosado. Ella quería remar; loscoloreseranlodemenos.

—Aversialgúndíaosponéisdeacuerdoparavenirdelcolorquetoca—protestóJosunealverlasembarcar.Mientrashablaba,serecogíaenunacoletasuabundantematadepelorubio.

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Leiresefijóenlasdemásyreprimióunarisita.Solodosdeellasllevaban lacamiseta rosadelequipo.Lasotras lucíanropasde loscolores más diversos, algunas incluso con logotipos publicitariosqueerancompetenciadelpatrocinadordelatrainera.Aunquenoeralaprimeraveznisería laúltimaqueJosunesequejaba,noinsistíaenelloporquesolocontabancondosequipacionesportemporadaycomprendíaquelasreservaranparalosdíasdecompetición.

—Hoy quiero en proa a Lorea. Las demás, en el orden desiempre—decidiólaentrenadora.

LaBatelerak, como cualquier otra trainera, contaba con treceremeras.Mientrasunadeellasocupabalaproa,lasdocerestantessedistribuíanenseisfilasdedostripulantes,deespaldasalsentidodelamarcha.La patrona viajaba en popa, generalmente de pie y sinsoltareltimónenningúnmomento.Desusdecisionesysudestrezadependíaengranmedidaeléxitodelequipo.

Asuscasicuarentaaños,Josuneeralamásveterana.Leirenole

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iba demasiado a la zaga, pero la mayoría de la tripulación erabastantemásjoven.

Laescritoraocupóelcostadodebabordelbancomáscercanoalapopa.

—¿Estamos?—inquiriólapatronatomandoeltimón—,¡vamosallá,elmarnosespera!

Comoungigantescociempiésquecaminarasobrelasaguas,latraineracomenzóadeslizarsesobrelaría.Laligeradescoordinacióninicial dio paso a una perfecta sincronización en cuanto Josunecomenzóamarcarelritmodelapalada.

—¡Bat…!LascasasdeSanJuandesfilaronasuladoconformeavanzaban

enbuscadelabocana.Leirevagóconlavistaporaquellapreciosaimagenqueseleantojabalamáshermosadelaspostalesmarinerasquepodíanexistir.Unamujerquetendíalaropalassaludódesdesubalcónconungestode lamano.No fue laúnicaque reparóen la

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presenciadelasremeras;alpasoporlaplazadelpueblo,unasniñascorrieronenparaleloalatrainerahastaqueestalasdejóatrás.Másallá,enlaterrazadelhogardeljubilado,losancianosquejugabanalmus en mesas de plástico levantaron la vista al ver pasar laBatelerak. Algunos de ellos alzaron la mano, pero la mayoría notardóenvolveraperderlavistaensuscartas.

—¿Fuistetú?—lepreguntódeprontoaLeiresucompañeradebanco,unapelirrojaquetrabajabadecamareraenunmerenderodelmonteJaizkibel.

Laescritoraaferróconfuerzaelremoybogóconmásfuerza,enunintentodeencauzarsurabiahaciaelejerciciofísico.

—¿Túquécrees?—contestóentonocortante.—Yonotengoquecreernada—sedefendiólaotra—.Solote

pregunto.—Sihubierasvistoelcadávernomeharíasesapregunta.Nadie

normal haría una salvajada semejante. Solo una bestia puede

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destrozar con tanta saña el cuerpo de una persona —explicóresoplandoporelesfuerzo.

—¡Silencio, vosotras dos! —ordenó Josune propinando unpuntapiéenelbancoquecompartían.

LasúltimascasasdeSanJuanquedaronatrásalpasarjuntoalaermita del Santo Cristo y el arco que daba acceso al sendero dePuntas. En la orilla opuesta, el astillero Ondartxo y el faro deSenekozuloamarcabantambiénelfinaldelazonahabitadadeSanPedro.Apartirdeallí,cadaremadalasacercabamásamarabierto,aunqueaúnquedabaremontarbuenapartedelabocana.

—Mierda—musitólacamareraseñalandoconelmentónhacialaatalaya.

Leiregirólavistahaciaallíytampocolealegródescubrirqueelenorme semáforo que ocupaba desde hacía varios años el antiguopuestodevigilanciaestabaenrojo.Esosignificabaquealgúnbarcode gran tamaño se disponía a entrar a puerto y, aunque la

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prohibición de navegar en sentido contrario se limitaba a lasembarcaciones grandes, no resultaba agradable compartir elreducidoespaciodelabocanaconungigantedelmar.

La patrona torció el gesto, pero no estaba dispuesta a dar lavuelta. Era lo que tenía entrenar en un puerto; debían aprender aconvivirconmercantes igualque las trainerasdeotras localidadeslohacíanconlosyatesybarcosderecreo.

—¡Vamos!¡Bat…!Aúnfaltabaunbuentrechoparallegaralfinaldelaríacuando

Josune lo vio asomarse entre las dos escolleras que protegían elpuertodelafuriadelmarabierto.

—Vayamonstruo—murmuró.Sindejarderemar,Leiresegiróhacialabocana.Un carguero de estridente color rojo y bandera holandesa se

abríapasolentamente.Porlasituaciónarasdeaguadesulíneadeflotación,noeradifícilaventurarquenavegabaaplenacarga.

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—Cuidado con las olas—apuntó Josune cuando llegaron a laalturadelmercante.

Apesardequeestabanacostumbradasabogarenaltamar,entrefuertes olas de fondo que asustarían a cualquiera que pisara porprimera vez una trainera, todas sabían que tenía razón. En latranquilidaddelaría,lasondaslateralesqueseformabanalpasodeun carguero eran traicioneras y podían hacer zozobrar laembarcación.

—Hallo,mooie.—Algunos tripulantes sehabían reunidoen lacubiertaysaludabanalasremeras.

—Esos quieren gresca —se burló la patrona riéndose porprimeravezentodalatarde.

«Lo que necesita esta es buscarse un novio», se dijo Leirealzandolavistahacialostresrubiosqueagitabanefusivamentelosbrazos.

—No sé en qué idioma hablan, pero si alguna me hace de

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traductora, nome importaría—comentó una de las que ocupabanlos asientos más cercanos a la proa, cosechando una buenacarcajadadelresto.

—Siempre estás igual —se burló la camarera que compartíabanco con Leire—.Y luego, a la hora de la verdad, te cierras depiernas.

Laocurrenciafueaúnmásjaleadaquelaanterior.El intenso zumbido que producía el motor del mercante se

ocupó de disipar el resto de los comentarios, aunque la escritoracreyó oír su nombre y el de Amaia Unzueta. Al girarse paracomprobar si había entendido bien, sus compañeras evitaron sumirada. Caras de circunstancias y cuchicheos entre dientes leconfirmaronque hablabande ella. Sin embargo, estaba decidida ano caer en ninguna provocación. Si estaba allí, en laBatelerak, apuntodesaliramarabierto,eraprecisamenteparaintentarolvidaraquellapesadilla.

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Algunas,sinembargo,noestabandispuestasapermitírselo.EnelprecisomomentoenquesalieronalainmensidaddelCantábrico,dejandoaestriborlabalizarojadepuntaArando,oyóclaramenteaAgostiña.

—¿No os parece raro que siga en Pasaia? Si ya no está conXabier,¿porquénoseva?—murmurabalahijadeFelisa.

Lasquesesentabanenlosbancoscercanostambiénsubieroneltonodevoz.

—EsdeBilbao, ¿verdad?—quiso saberunaa laqueLeirenologróidentificar.

—¿Os callaréis de una vez? —ordenó la patrona—. Aquívenimosaremar.Paracharlar,osvaisalbar.

—SeguroqueesperarecuperaraXabier—aventuróotra.—Puesahorayatieneelcaminolibre—apuntólahijadeFelisa.—¡Silencio o suspendo el entrenamiento! —exclamó Josune

sacandoeltimóndelagua.

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Intentando derivar la rabia a los brazos para descargarla concadapalada,Leiresemordióelinteriordellabioparanollorar.Noibaadarlesesaalegría.

—No me fío de ella. Cualquier día nos mata a nosotras —insistióAgostiña.Suspretendidoscuchicheosresultabandemasiadoaudibles.

—Estáloca.Amí,medamiedo—susurróotra.—Callaos.¿Noveisqueosestáoyendo?Nosestáisponiendoen

peligroatodas—protestóunatercera.Leirenopudomás.Sintióquelaslágrimasasomabanasusojos.—Quiero bajar a tierra—le rogó a Josune señalando hacia la

punta Arando, donde existía un sendero que permitía llegar a piehastaSanJuan.

Lapatronarecorrióconlamiradaalrestodelatripulación,queguardó un silencio expectante. Después clavó el timón en el marparahacergirarlatrainera.

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—Nosvolvemos todas—decidió—.Yahemos tenidobastanteporhoy.

Mientrasenfilabandenuevohacialabocana,LeirealzólavistahaciaelmonteUlia.Allí,sobreunacantiladoquecaíaapicosobreelCantábrico,seerguíalamásbellatorredeluzquejamáshubieravisto.Erasuhogar,elfarodelaPlata,ynoestabadispuestaaquenadie, ni un cruel asesino, ni unas brujas envidiosas pudieranecharladeél.Comosiquisieraapoyarsudeterminación,lalinternase encendió sin previo aviso. No precisó volver la vista hacia elhorizonteparasaberquelanocheestaballamandoalapuerta.

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21denoviembrede2013,jueves

Sentía unas terribles ganasde llorar de rabia, peronopensabaregalarles a las de la Batelerak esa satisfacción. No creía queJosune,ladistanteJosune,lafríaJosune,sealegraseespecialmentede haberla expulsado del equipo, pero las demás la interrogarían

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sobre los pormenores del encuentro y por nada del mundo lesregalaría el chismorreo de que lloraba mientras entregaba laequipaciónrosa.

—¡Alamierdalatrainera!—murmuróenvozalta,cerrandoensu mente la puerta a un futuro regreso a la Batelerak—. Solotemporal, cuando todo se aclare te esperaremos con los brazosabiertos—imitóconundejeburlescolavozdelapatrona.

Apenas habían pasado unosminutos del precipitado regreso apuerto de la trainera cuando recibió una llamada de Josune paracomunicarleladecisiónquehabíaadoptado.Aunqueladisfrazóconbuenas palabras, Leire supo que no le dejaba opción. Un ¿no teparece que te vendría bien dejar de venir hasta que te calmes unpoco o se aclare la situación? Era, en realidad, una expulsión entodaregla.Estabacansadadeesetipodeeufemismosqueparecíanperseguirla desde el día del crimen. Si querían decirle que no erabienvenida,quelohicieran,peroquenointentaranhacerlecreerque

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solopretendíanhacerleunfavor.Laescritorahabíarecibidolanoticiaincrédula.Llegóapensar,

porunmomento,queelpetardeodelamotora,enlaquepasabaaSan Pedro tras el entrenamiento, le impedía oír con claridad. Sinembargo,lainvitacióndelaentrenadoraadevolverlaequipaciónaldíasiguiente,leaclarótodaslasdudas.

No recordaba haber bajado jamás tan apresuradamente lasescalerasqueatajabandesdelacarreteradelfarodelaPlatahastalabocana.Nisiquieraeraconscientedeestarhaciéndolo,puessialgoteníaclarotrastantosañosenPasaiaeraquehabíaqueandarseconcuidado en aquella bajada. No eran pocas las caídas sufridas porvecinos del pueblo y excursionistas en aquellos escalonesirregulares, siempre cubiertos por una resbaladiza pátina dehumedad,peroestaba furiosaynoqueríaperderun solo segundo.Cuantoantes llegaraabajo,antespodríadevolver lasropasrosasaJosuneyolvidarsedeaquellapatéticahistoria.

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Sentíaunasenormesganasdeescupirlealacara,dellamarledetodoporhabersidocapazdeexpulsarladelequipoporcontentaraungrupodearpíasquenoteníanrazón.

«Tengo que tranquilizarme. Nada de insultos. Ellas son lasimpresentables,noyo—serepitióunavezmásintentandorecuperarlacalma».

Decidió que le entregaría la equipación y se giraría paramarcharsesinescucharniunasoladesusdisculpas.PorqueseguroqueJosunesedesharíaenunsinfíndeellas,peronopensabadarlela alegría de pararse a oírlas. Si esa bruja quería limpiar suconcienciaconpalabras,ellanoseríaquienledieraningúntipodefacilidadparahacerlo.

ElligeroresplandordelfarodeSenekozuloa,situadoamitaddebajada,bañabalospeldañosconunatenueluzquepermitíaaLeireavanzar sin necesidad de utilizar la pequeña linterna de leds queportabaamododellavero.Soloenunpardeocasionesenquelos

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arbustos ocultaban la fuente de luz se vio obligada a sacarla delbolsillo.

Era tarde. Poco más de las nueve de la noche, una hora aúnanimadaduranteloslargosdíasdelverano,peropococoncurridaenun triste jueves de noviembre. Quizás por ello, o quizás por laamenazaquesuponíaelsaberqueunasesinoandabasuelto,sintióuna punzada de pánico al ver una oscura figura al final de lasescaleras.

«Estáquieto.Meobserva—sedijodeteniéndoseenseco».El resplandordel faroalcanzabaadibujar tímidamenteaquella

silueta,peroLeireseencontrabatancercadelatorredeluzquelosdestelloslacegabanhastaimpedirleverconclaridadloquehabíaamásdedospasosdedistancia.Mientras semaldecíapornohaberqueridoesperaraldíasiguienteparadevolverlasropas,laescritoradudóentrecontinuaroretroceder.Loquenollevabaaningunaparteera continuar allí quieta, aterrorizada, junto aun faroque lahacía

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perfectamente visible cada vez que se encendía para mostrar elcaminoalosbarcosquebuscabanlaproteccióndelpuerto.

«Es una persona, no hay duda—decidió formando una viseraconlamanoizquierdaparaevitarqueelfaroladeslumbrase».

Quienquieraquefuese,seapoyabaenelmuretedelasescalerasypermanecíainmóvil.DuranteeldíaeranmuchoslospaseantesquellegabanhastaallíporelpaseodelasCrucesyechabanunvistazoalabocanaantesderegresarsobresuspasoshastaSanPedro,peroaesashorasparecíarealmenteextraño.Aunasí,decidióquepodíaserunvecinomelancólicoalque legustaracontemplarelespectáculoque brindaban el mar y los diferentes faros que dibujaban en lanocheelcaminohaciaelpuerto.Demodoque, trasdudarlo, tragósalivay,apesardeloslatidosencabritadosdesucorazón,optóporseguiradelante.

Apenasunadocenadeescaloneslaseparabandeaquellafiguray solo cincoo seismásdel paseo en el quedesembocaba el atajo

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que había tomado. Sabía que una vez allí se sentiríamás segura,pues nunca faltaban en él los pescadores solitarios, que, armadosconlargascañas,aguardabanaquelubinasydoradasmordieranelanzuelo.

Descendió conteniendo inconscientemente la respiración. LamisteriosafiguratomóformaencuantodejóasuespaldaelfarodeSenekozuloa. Sin su luz cegándole la vista, no tardó en descubrirqueno era una sinodos personas quienes la habíanmantenido envilo; dos jóvenes que se besaban furtivamente, aprovechando elescondrijo que les brindaban aquellas viejas escaleras siniluminaciónquenadiefrecuentabaunavezqueanochecía.

Leire dudó entre saludarlos o pasar junto a ellos sin abrir laboca, y optó por esta segunda opción al ver que estaban tanentretenidos entre las garras del amor que ni siquiera habíanreparado en su presencia. La muchacha se encontraba apoyadacontralabarandillayaferrabaconfuerzalosglúteosdelchico,que

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labesabaapasionadamente.«Yyopensandoqueeraunasesino…—seburlódesímisma,

sintiéndose de pronto incómoda por estar profanando la intimidaddelosmuchachos».

Allínohabíanadie.Miróelrelojypasabandiezminutosdelahora acordada, las nueve de la noche, pero el exterior del viejoastilleroestabadesierto.Habíanquedadoallíporqueseencontraba,enciertomodo,amitaddecaminoentrelacasadeJosune,enSanJuan,yelfarodelaPlata.Lapatronahabíainsistidoenquenohacíafalta que acudiera al clubde remoadevolver la ropa.Según ella,para no causarle molestias añadidas, pero Leire sabía que lo quequeríaevitareraqueseencontraraconsuscompañerasdetrainera.

Elsiseodelsedalalvolarsobreelaguayelchapoteodelplomoalhundirseenelagualehicierongirarlacabezahaciaunpescador

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queocupabaunbancocercanoalastillero.—¿Ha visto a alguien en el último cuarto de hora?—inquirió

levantandolavoz.Elhombreacomodólacañacontraelbancoydiounacaladaa

un cigarro que se iluminó con la aspiración.Después negó con lacabeza.

—Desdeque Iñakihacerrado lapuerta,queharáyaunahora,nohevistoanadieporaquí.

Leireasintió.IñakierasiempreelprimeroenllegaryelúltimoenmarcharsedeOndartxo,elastilleroartesanalenelqueungrupodeaficionadosalanáuticayalahistoriahabíanconvertidoaquellavieja fábrica de barcos abandonada. La escritora era una de lasvoluntariasquecolaborabanconsutiempoydineropararecuperarlosviejosmodosdeconstrucciónnaval,porloqueconocíadesobraaIñakiyatodoslosdemás.

Peronoeraaellosalosquequeríaver,sinoalapatrona,que,

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pormásquepasabanlosminutos,noaparecíaporallí.—¿Conquiénhasquedado?—lepreguntóelpescadorcuandoel

relojmarcabalasnueveymedia.—ConJosuneMendoza,ladelaBatelerak.Apesardeladistancia,Leiresupoqueelhombrehabíadibujado

ungestodedesagradoaloírelnombredelatrainerarival.—Puesnolahevisto—sentenciótomandolacañaensusmanos

pararecogerelsedal.Leire lanzó un profundo suspiro. Solo le faltaba que la

entrenadorajugaraconsupaciencia.—Encima de puta, tendré que poner la cama —murmuró

sacandoelmóvildelbolsillo.—¿Cómodices?—seinteresóelpescador.ElteléfonodeJosunedabaseñal,peronadierespondió.—EsosdeSanJuansonsiempreasí—vociferóelhombre.—¿Cómo?—inquirióLeire,aunqueimaginabalarespuesta.

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—Unossinfundamento.Porunossegundos,laescritoraestuvotentadadearrojaralmar

labolsaconlamalditaequipaciónrosa,peroundestellodelucidezle convenció de que esa no era solución. Sin pensarlo dos veces,echóaandarhaciaSanPedro.Mientrasesperabaquelamotora,queacababa de abandonar la orilla opuesta, acudiera en su busca,insistió con el teléfono, pero Josune seguía sin descolgar. Sinembargo, esta vez le pareció oír en la distancia el sonido de unmóvil. Era un timbre habitual, uno de esos que los aparatos deúltimageneración traende serie, pero coincidía con los tonosqueoía a través del auricular. Volvió a insistir, y tuvo de nuevo lamismasensación.Josunenoandabalejos.Talvezaguardabaentrelassombrasdelaotraorillaaqueelbarquerovolvieraaporella.

Porunosinstantes,dudóentreesperarlaopasarasuencuentro.Finalmente, optó por cruzar a San Juan. No estaba dispuesta aalargarmástiempoaquellapantomima.

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—¿Cómo está la muchacha más guapa de este lado de labocana?—la saludó Txomin en cuanto estuvo lo suficientementecercacomoparahacerseoír.

—Yaserámenos—protestóLeiresaltandoabordo.Elbarquerorebuscóenelbolsillodesuchubasqueroysacó la

sencillacajadeplásticodondeguardabalasmonedas.Contótreintacéntimosyselosentregóalaescritoracomocambioalamonedadeeuroconlaqueacababadepagarleeltrayecto.

—¿Ya estás más tranquila? —se interesó mientras soltaba elcaboqueligabalamotoraalembarcadero.

Leire suspiró, dejando vagar lamirada por el entrante demar.Unaligerabrumacubríaelagua,peronoimpedíaverla.Eracomoelhumo que brota de una cazuela y se empeña en bailar sobre ellaantes de disiparse. Habitual en las noches frías del otoño, aquelextrañofenómenoseproducíaporladiferenciadetemperaturaentreelagua,aúntemplada,ylaatmósfera,quecomenzabaaadelantarel

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cercanoinvierno.—¡Yamegustaría! Josunenohaaparecido.VoyaSanJuana

devolverlelasmalditasropas.Pormísepuedenirtodasalamierda.—Sucasaeslatercerasegúnsalesdelaplazaporelcaminoque

vaaPuntas—explicóTxominseñalandoconelbrazohaciaallí.—Sí, ya lo sé. Estuve en su fiesta de cumpleaños hace unos

meses—repusoLeire.Elronroneodelmotorganóenintensidadconformelamotorase

alejódeSanPedro.—No te mereces lo que te están haciendo —la animó el

barquerosinapartarlavistadeltrazadoquedebíaseguir.Leireselimitóaesbozarunasonrisaqueseperdióenlanoche.—Algúndíatodoseaclarará—insistióTxomin.—Para que eso ocurra tienen que detener al asesino —se

lamentólaescritoravolviendoamarcarelnúmerodelaentrenadora—.Ynocreoqueesosucedasisigueninvestigandoenladirección

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equivocada.Sinsoltareltimón,elbarquerolamiródirectamentealosojos.—Yoséquetúnofuiste—sentencióconunasonrisafugaz.—¡Por lomenosmequedaalguienconquienpoderhablar!—

exclamóLeirellevándosealaorejaelauriculardelteléfono.Enelprecisomomentoenqueoyóensuterminal los tonosde

llamada,resonóenlanocheeltimbrequehabíaoídodesdelaorilla.El sonido no provenía del embarcadero de San Juan, como habíaimaginado,sinodelpropiomar.

Aloírlo,elbarquerosegiróextrañadohaciaLeire.—¿Estumóvil?—inquirióseñalandoelaparato.Laescritoranegóconlacabeza.—EseldeJosune—explicóseñalandohaciaelagua.Txominaminoró lavelocidady,peseaqueeranochecerrada,

dispusosumanoizquierdaamododeviseraparaescudriñarentrelaneblinaqueflotabasobrelaría.

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—Yonoveoningúnboteporaquí—anunció.Leire sintió un escalofrío mientras presionaba la tecla de

rellamada.Esta vez, la melodía del móvil de Josune sonó tan cerca que

parecíaencontrarseenlapropiamotora.—¡Joder, qué mal rollo! —exclamó el barquero dejando el

motoralralentí—.¿Seguroquenomeestástomandoelpelo?—¿Yo? ¡Cómo si no tuviera otra cosaquehacer que andarme

conbromas!—protestóLeireasomándoseintrigadaporlaborda.ElfarodeSenekozuloalanzóunguiñodesdeladistancia.Más

allá,allídondelabocanaseencontrabaconelmarabierto,laslucesverdesyrojasdelasbalizasdeaproximaciónburlabanlaoscuridad.

—¿Túvesalgo?—Nada.—Tendremos que seguir —decidió Txomin señalando a una

parejaqueesperabaparacruzarenelembarcaderodeSanJuan,del

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queseencontrabanaapenasveintemetros.Leireasintió.—Espera,quevuelvoallamar—lepidióapoyandounamanoen

eltimón.Elteléfonoalquellamaestáapagadoofueradecobertura.—¡Mierda!—protestólaescritora—.Ahoranodallamada.Elbarquerovolvióatomareltimón.—Aquíenmedionohaynadie.Seguroqueestáensucasaoen

la plaza y su teléfono reverbera en algún sitio y nos parece quesuena enmedio de la ría. Entre tantosmontes, vete tú a saber—aventurócalándoselatxapelaantesdeacelerar.

Encuantoelpetardeodelamotoracomenzóaganarintensidad,Leirealzólasdosmanos.

—¡Para,para!Alarmado,Txominsegiróhaciaella.Laescritoraseñalabaalgo

enelaguamientrassecubríalabocaconexpresiónhorrorizada.

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—¡Jo-der! —masculló el barquero remarcando bien ambassílabas.

Mecidosuavementeporlasondasquelevantabalaembarcación,el cuerpo de unamujer flotaba a escasosmetros de ella. Leire sedejó caer de rodillas sobre una de las bancadas lateralesmientrasTxominmaniobrabaparaacercarselomásposible.

—Esella.Es…Josune—sollozólaescritoraconlamiradafijaen el plumífero rosa del que la entrenadora no se separaba ni losdíasdemáscalor.

Alertadaporlosgritos,Rita,laperrasalchichadeTxomin,saliódelacabinaladrando.Ellatambiénseasomóporlabordaygruñóasustadaaaquelcuerpotendidobocaabajo.

—Ayúdame. Vamos a darle la vuelta por si aún respira —apremióelbarqueroaferrandoalaentrenadoraporunbrazo.

—Lahanmatado…Estámuerta—musitóLeiretambaleándoseparaponerseenpie.

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TxominleofreciósumanoizquierdasindejardeasiraJosune.—Talvezno.Igualsehamareadoosehadadoungolpeenel

clubderemoysehacaídoalagua—intentócalmarlaseñalandoconelmentónlasinstalacionesdeKoxtape,elclubalquepertenecíalaBatelerak—.Lamareaestábajandoylacorrientevienedeaquellazona.

—Lahanmatado—repitióLeireconunhilodevoz.Los rubios cabellos de la entrenadora, normalmente recogidos

enunacoladecaballo,bailabansueltosenelagua,contrastandoconlainquietantenegruradelmar.

—Venga,vamosasubirlaabordo.Losdosalavez,aladetres—apuntóTxominencuantolaescritoratuvosujetoporunapiernaelcuerpodeJosune—.¿Estáslista?

Leireasintió.—Una,dosy…¡tres!Varios corcones se escaparon asustados en cuanto tiraron de

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ella,dibujandoenelaguafugacesdestellosplateados.Sinembargo,apenaslograronizarlaunpardepalmos.

—Pesa demasiado. Vamos a necesitar ayuda —anunció elbarquerogruñendoporelesfuerzo.

Al dejarlo caer, el cuerpo se volvió del revés y la entrenadoraquedótendidabocaarriba,dejandoalavistaunespantosotajoqueabría su vientre en canal. Leire fue incapaz de ahogar un gritodesgarrador que despertó aquella somnolienta y fría noche denoviembre.

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[…]

Undíade1983

Eldíarompíaporeleste,tiñendolasiluetadelasPeñasdeAiaconcálidostonosquecontrastabanconelazulpálidodeuncieloenel que aún destacaban varias estrellas. Pese al frío del alba, todoindicabaqueibaaserunajornadapreciosa,detiempoagradabley

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lluviasimprobables.Sinembargo,alTriki letraíaalpairosihacíabuenoomalo.Élsoloansiaballegarasusofáyecharseadormir.

Aúnteníaelmiedoenelcuerpo.LaimagendelapatrulleradelaGuardia Civil dando el alto a la txipironera que volvía del barconodrizapordelantedeél,selehabíaquedadograbadaafuegoenlaretina. No estaba seguro, pero le pareció que era el Txapu. Norecordaba que hubiera otras chalupas con el casco pintado denaranja.

«Lasestarápasandocanutas—sedijopensandoenél».Seloimaginóenelcuartelillo,temblandoporelmonoyporel

miedo a lo que estaría por venir. Quizás le caerían unos cuantospalos, o quizás no, pero de lo que no se libraría era de pasar unabuenatemporadaalasombra.

Alentraralafábrica,elTrikisesintióporfinseguro.Lohabíalogrado. En realidad, se lo debía al Txapu. Si los guardias nohubieran estado entretenidos abordando su chalupa, él no habría

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podido esquivarlos para regresar a puerto. El propio foco de lapatrullera, centrado en iluminar la txipironera apresada, impidió alosagentesverelGorgontxocuandopasóaescasosmetrosdeellosconelmotortansilenciosocomoalTrikilefueposible.

Sí,selodebíaalTxapu.Asíeraesto,unoscaíanparaqueotrospudieranlograrlo.Avecessepreguntabacuándoletocaríaaélserel perdedor, pero tan pronto como se lo planteaba, se obligaba aborrarlo de su cabeza. En la vida que había elegido, no se podíapermitirtenermiedo.

Elcrujidodeloscristalesrotosbajosusbotas lehizosentirencasa.A pesar de la oscuridad, casi absoluta, de la nave principal,encontró el caminoa laprimera.Tantasnoches en aquella fábricaabandonada, que él y muchos otros habían convertido en unaespeciedehogar,lehabíanenseñadoaguiarsesinnecesidaddeluz.El olor, una fétida mezcla de humedad, aguas fecales ypodredumbre,eraloúnicoaloquenolograríaacostumbrarsejamás.

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—Oye tío, te andan buscando —murmuró una voz en laoscuridad.

—¿Quién?—inquirió elTriki deteniéndose.En realidad, sabíaquelapreguntaeraabsurda.Todossabíandeantemanolarespuesta.

Elotroresoplóantesdecontestar.—Losdesiempre.ElTrikisintióunapunzadadetemor.Hacíaunpardesemanas

quelesdebíadineroyllevabandíasapremiándolo.Sellevólamanoalbolsillo.Elbultoqueformabanlosbilletesanudadosqueacababadecobrarlotranquilizó.Conesopodríapagarladeuda.

Unas escaleras repletas de escombros y más cristales rotos lollevaron al tercer piso. A diferencia de los dos inferiores, queconsistíanenampliassuperficiesdiáfanascon lasparedes forradasenparteconazulejosrotos,aquelestabadivididoenvariosespacios.Nohacíafaltatenergrandesnocionesdearquitecturaindustrialparaimaginar que los de abajo eran los destinados a la fabricación,

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mientrasqueelmásaltoestabareservadoalasoficinas.Laleveluzdelalbasecolabaporloshuecosqueantiguamente

ocupaban lasventanas,dejandoa lavistaundistribuidoralqueseabríanvariasestancias.ElTrikientróenlasegundaporladerecha.

Erasuhabitación,oalmenoslomásparecidoquetenía.Unamplioventanalcubiertoconsacosdeplásticoblancopara

evitar el paso del frío, brindaba algo de luz, pero en ningún casocalidez, a aquel lugar donde el únicomobiliario era una abolladacajonerametálicayunsuciosofárecuperadodelabasura.

ElTrikisedejócaerenél.Tomódelsuelolamantamugrientayse la echó por encima. Por fin, podría dormir y olvidar a lospicoletos,alTxapuyatodoslosdemás.

Apenashabíallegadoacerrarlosojoscuandounafuertetoslosobresaltó.

—¡Yaestamos!—mascullóentredientes.Hacíaunasemanaquenolograbapegarojo.Gorka,elchicoque

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ocupaba un almacén sin ventanas que daba almismo descansillo,sufríaviolentosataquesdetosqueserepetíancadapocosminutos.Algunosdecíanqueestabamuytocado;queteníahepatitisyestabaenlasúltimas.

AlTrikiesoledabaigual.Bastanteteníaconpreocuparsedesuvida comopara andar cuidando de otros.Lo único que quería eraqueaqueltíodejaradetoser.

—Deberías iralmédico.Siquieres, teacompañoestamañana.—El Triki reconoció la voz del Chino, un muchacho que apenasllevabaunpardesemanasviviendoenlafábrica.

LaúnicarespuestadeGorkafueunnuevoataquedetos.—¡Quéjodidoestástío!—protestóalgúnotrosinlevantarsedel

catre.ElTrikisecubriólosoídosconlasmanos.«Malditalahoraenlaqueaalguienseleocurriódarfuegoalas

puertasparaentrarencalor—pensódesesperado».

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Necesitaba dormir. Estaba demasiado cansado para seguiraguantandoaquello.Siestuvieraencasa,soltaríadosotrespalabrasfueradetonoylograríaquesehicieraelsilencio.Enlafábrica,encambio,nadadeesoserviría.

«Quizásnodeberíahaberme ido—sedijo,perocomosiemprequelohacía,seenfadóconsigomismo—.Estáesahoratucasa».

Denuevoesamalditatos.Noibaasercapazdedormirasí.Segiróhaciaelotrolado.«¡Joder, qué asco!—El sofá olíamal—.A ver cuándo limpio

todaestamierda».Latosotravez.—¿Seguroquenoquieresiralmédico?—ElChinonosedaba

porvencido.—¡Dejadmeenpaztúytuputomédico!—LavozrotadeGorka

brotódeultratumba.Una ráfaga de aire infló los plásticos de la ventana. El viento

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tambiénestabaenfadado.«Estesitioesunamierda—pensóarrebujándosebajolamanta,

quelerascóelcuelloconsubordequemado».Comenzabaasentirsemareado.Laansiedadlegolpeóenforma

delatidosenlassienes.Unsudorfríolehizoestremecerse.Náuseas.Gorkavolvióatoser.Estavezmásfuerte.Parecíaimposibleque

alguienpudierahacerunsonidotanbroncoconsuspulmones.ElTrikisupoquenoaguantaríaniunsolominutomás.—¡Chino,dameuna,porfavor!—pidióagritos.—Joder, ¿otravez?—protestó el otro—.Todavíamedebes lo

quetepaséayer.—Te pago si quieres—suplicó elTriki llevándose lamano al

bolsillo—.Hoytengopasta.Una punzada de temor le sacudió mientras sacaba el fajo de

billetes. Si le pagaba alChino lo que le debía no podría saldar ladeudaconelKukoylossuyos.Yellosnoperdonaban.

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LasiluetadelChinoseasomóporelvanodelapuerta.—Sinomelapagasnotedarénimediogramo—anunció.—Jodertío.Pásameunpico.Solouno.Cuandopagueaesoste

doy lo que me sobre. —Un repentino temblor le impidió seguirhablando.

—No.Yame sé esa historia. Bastante hago con pasarte de lamía.Aestepasomequedaréadosvelas.

Gorkavolvióatoser.—¡Basta ya! ¡Joder!—espetó el Triki llevándose lasmanos a

las orejas—. Está bien, toma. ¿Cuánto quieres? —inquiriómostrandolosbilletes.

ElChinoseacercóaél.—Conestoserásuficiente—apuntótomandouno.Un par de minutos después, el Triki dio con una jeringuilla

usadabajoelsofá.Apesardelostemblores,logrómantenerfirmelamanoque sujetaba la cucharilla en la que fundió la heroína.El

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pico le produjo un bienestar instantáneo en cuanto llegó a sutorrentesanguíneo.

LatosdeGorkarasgóelsilencio,peroelTrikiapenaslaoyó.Yanoimportaba.Nadaimportabaya.

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8

21denoviembrede2013,jueves

—Usteddirá.—AntonioSantos tamborileabaconlosdedosenlamesa.

¿Yo?—replicóLeire indignada—.¿Quépretendeque lediga?¿Lomismodesiempre,queyonosénada?

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Aquellasituacióncomenzabaasacarladequicio.Puesyocreoquesabemuchomásdeloquedice—elcomisario

seapoyóconambasmanosenlamesayseacercóligeramentealaescritora—.Demasiado,incluso—mascullóSantosentredientes.

Leire sintió un escalofrío. Las cuatro paredes desnudas deaquellasaladeinterrogatorioscomenzabanaangustiarla.Tampococontribuía precisamente a crear un ambiente agradable el gestoaltivodeaquelpolicía.

—¿Estoyaquícomotestigoocomoacusada?Elertzainasemirólasmanosantesderesponder.—Demomentocomotestigo—admitiócondesgana.—Puesnoloparece—protestóLeireconlavozfirme.ElcomisarioSantoslamirócongestocansado.—Estábien,explíquemeporquésospecharonqueelcadáverde

JosuneMendozaflotabaenlabocana—murmuróasegurándosedequelagrabadoraestabaencendida.

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—¿Otravez?—LavozdeLeiresonabacadavezmásindignada—.¿Cuántasvecestendréquerepetirlamismahistoria?—Hizounapausaparaexhalaraireconungestodehastío—.Cadavezque lallamaba, sumóvil sonabaenmediode la ría.Poresobuscábamosporallí;nisiquieraimaginábamosquepudieraestarmuerta.

Santos asintió. En uno de los bolsillos del plumífero rosa deJosune, habían encontrado su teléfono. Se trataba de un aparatoprotegido por una carcasa impermeable, muy popular entreaficionados a los deportes náuticos. El terminal había continuadofuncionando a pesar de encontrarse en el agua, hasta que lainsistenciadeLeirehabíaagotadolabatería.

—Antesdesubiralamotora,¿dóndeestuvousted?—Elgestoindignadodelaescritoraobligóalcomisarioacontinuar—.Sí,yaséque me ha dicho que en el faro, pero ¿no hay nadie que puedacorroborarlo?

Leirenegóconlacabeza.

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—Espere—musitó con gesto concentrado—. Estuve un buenrato esperando en la puerta del astillero Ondartxo. Era allí dondedebía encontrarme con Josune. Un pescador me vio; estuvimoshablandoadistancia,peroseguroquemerecordará.

—¿Loconoceusted?—¿Al pescador? No, creo que no —reconoció la escritora

sintiendoquesucoartadasedesvanecía—. ¡Unmomento!Talvezaúnestéallí.Esoshombressuelenpasarsehorasalaesperadequelaspresaspiquenelcebo.

AntonioSantos lamiró largamenteantesdepulsarelbotóndeunintercomunicadorquehabíasobrelamesa.

—Ibarra, necesito una patrulla en Ondartxo. Buscamos a unpescador que lleva allí desde antes de las nueve. Puede ser untestigoimportante—anuncióacercándosealaparato.

—Lacientoveintidósestáporallí.Ahoramismolaenvío.Lasdemás tampoco andan lejos; siguen peinando la zona en busca de

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pruebas—contestóunavozmetálica.ElcomisariomirófijamenteaLeire.—¿Sabe?Llevomuchosañosenesteoficio,yalgoenmifuero

internomedicequenomeestádiciendotodalaverdad.—Puesseequivocausteddecaboarabo—protestólaescritora

apretando la mandíbula para contenerse—. Mientras pierde eltiempoconmigo,hayunsalvajepaseándoseimpuneporahífuera.

Resoplando,Santosserecostóhaciaatrásenlasilla.Alhacerlo,sellevólasmanosalabarriga,aúnincipiente,quesedibujababajosucamisaazul.

—Selíaamamporrosconlanuevaparejadesuexmaridoyunpardedíasdespuésaparecemuertaenlapuertadesufaro.Después,Josune Mendoza la expulsa del equipo de remo y, al poco rato,apareceasesinadaenlaría.Paracolmo,esustedmismaquienhallalosdoscadáveres—apuntóconexpresiónsevera—.¿Creequemechupoeldedo?¿Nopretenderáquecreaqueestasmuertessonobra

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delEspírituSanto?Leiredibujóunamuecadedisgusto.—Entodocasoseríadelmismísimodiablo—lecorrigió.Elcomisarioasintió.—En eso estamos de acuerdo—murmuró jugueteando con un

bolígrafo de publicidad—. Jamás en mi vida laboral había vistotantasañaenunasesinato.Dígame,¿porquéseseparóusteddesumarido?

Laescritoranodabacrédito.¿Aquéveníaesetipodepreguntastan personales? ¿Qué transcendencia podía tener eso en unainvestigaciónporasesinato?

—Es importante para el caso. Una de las víctimas estárelacionada con su antigua pareja —aclaró Antonio Santos alrepararensuincomodidad.

Leireexhalóunprofundosuspiro.Estabahartadetodoaquello.Loúltimoque le apetecía era tener que escarbar en sus dolorosos

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recuerdosparadarcuentadeellosauncomisariodelaErtzaintza.—Desencuentros.Comocualquierpareja—dijofinalmente.Santos esbozó un atisbo de sonrisa que Leire atribuyó a que

estabadeacuerdoconelcomentario.Sinembargo,surictusseveronotardóenaparecerdenuevo.

—Comonoseaustedmásexplícita,nospodemostiraraquítodalanoche—señalómirándoseelrelojdepulsera.

La escritora observó cabizbaja su reflejo en el espejo queocupabalapareddeenfrente.Sentadofrenteaella,Santosaparecíaen la imagen de espaldas, dejando a la vista una coronilladespoblada que intentaba cubrir sin éxito con los cabellos que larodeaban. Era ridículo. Lo imaginó peinando frustrado aquelloscuatropelosenunesfuerzopornoreconocerqueseestabahaciendomayor.Y eso que conservaba cierto atractivo. Tenía unos bonitosojosgrandesyunosrasgosarmónicosqueseguroquehabíanhechoderretirseamásdeuna.Nolecalculómásdecuarentaycincoaños,

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pero saltaba a la vista que no los llevaba bien.AntonioSantos sehabíaabandonado.

Con una congoja que se mezclaba con una indignacióncreciente, volvió a mirar de frente al comisario, que seguíaesperandounarespuesta.Nosesentíaconfuerzasdeexplicarlelostrapos sucios de su matrimonio. ¿Qué tenía que decirle? ¿QueXabier le había puesto los cuernos desde el primer día? ¿Que eljovenconelquesehabíacasadoilusionadalehabíahechosentirseuna desgraciada? ¿Que aquel de quien todas las chicas de Pasaiahabíanestadoenamoradasenunouotromomentodesusvidas,sehabíatiradoatantasquehabíaperdidolacuenta?¿Quemaldecíalahoraenquelohabíaconocido?

—Comisario —la voz metálica que llegaba a través delinterfonointerrumpiósuspensamientos.

—Dígame,Ibarra.—Mientrashablaba,Santosmanteníapulsadoelbotónrojodelaparato.

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—La patrulla ha recorrido la zona. No hay ningún pescadordesdeelembarcaderohastaelfarodeSenekozuloa.

—¿Nadie?—Nadie. El agente Rivero dice que la marea está demasiado

bajayquelospescadoresnovolveránhastaquenoempieceasubirde nuevo. —Algunas interferencias se colaron entre palabra ypalabra,pero tantoLeirecomoelcomisarioalcanzaronaentendersuspalabras.

AntonioSantosvolviólamiradahaciaella.—Ya ve, ni siquiera los pescadores quieren darle la razón—

musitó con una irónica sonrisa dejando caer el bolígrafo sobre lamesa.

La escritora decidió que había tenido suficiente. No tenía porquéaguantarmásaquellasituación.

—¿Tiene algo más que decirme o puedo irme? —dijoponiéndoseenpie.

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Santosbalbuceóunaspalabrasincomprensiblesaltiempoqueseincorporabacongestodesorpresa.

—¿Cómodice?—inquirióLeiredesafiante.—Que puede irse si quiere. No puedo retenerla contra su

voluntad —reconoció el comisario—. Eso sí, no dude quetendremosencuentasufaltadecolaboración.

Leire no estaba dispuesta a seguir allí ni unminutomás.Conpasosrápidos,sedirigióalapuertaytiródelamanilla.

Nosemovió.Estabacerrada.Antonio Santos soltó una risita y pulsó un botón del

intercomunicador.Unzumbido eléctrico anunció el desbloqueodelacerradura.

—¡Estabacerrada!—exclamóLeireindignada—.Nosabíaqueseencerraraalostestigos.

Elcomisariovolvióareírseporlobajo.—Hasta la vista, señorita. Porque volveremos a vernos. No

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tenga lamásmínima duda—se despidió antes de pulsar el botónrojodelinterfono—.Ibarra,hagapasaralbarquero.Conlafareraheterminadoporhoy.

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9

22denoviembrede2013,viernes

El despacho era tal como lo recordaba. Montañas de papelesapilados sobre una recia mesa de madera, decenas de carpetasclasificadas por años en las paredes y un amplio ventanal quebrindaba un torrente de luz natural.Lo único que había cambiado

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eraelordenador;unestilizadoportátilocupabaellugardelruidosoAmstraddecolorajadoyformasortopédicas.

—Mealegrodeverte—lasaludóelprofesor sin levantarsedesusilla.

—¿Nopiensasdarmeunpardebesos?—protestóLeiredepieantelamesa.

Iñigo dibujó una sonrisa que iluminó sus ojos negros. Seguíasiendo atractivo. Las canas cubrían los costados de una cabelleraque siempre había cuidado con esmero, pero aún tenía una buenamatadepelocastaño.Alaproximarsea lavisitante,quedarona lavista unas acentuadas marcas de expresión que Leire recordabamuchomásleves.

«El precio de la obsesión por el sol —dedujo la escritorarecordandoque el profesor lucíaunbronceadoperfecto fuera cualfueralaépocadelaño».

—Estás igual de guapa que entonces—la voz de Iñigo sonó

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comounlevesusurromientraslepropinabaunsonorobesoencadamejilla.

Leiresintióquese lehacíaunnudoen lagargantaalsentirsuolor.Habíanpasado trece añosdesde la últimavezque sevieron,peronohabíaolvidadounsoloápicedeaquelaromaque lahabíaacompañadodurantetresdelosañosmásintensosdesuvida.

—No debería haber venido —se disculpó azorada, dando unpasoatrás.

Iñigolasujetóporloshombrosylamirófijamentealosojos.—Claroquesí.Elpasadoestáolvidado;losdostenemosnuestra

vidaynopodemosseguirculpándonosdeloquepudoserynofue.Leireapartólamirada.—Todavía te debo una disculpa—musitó. En ciertomodo, se

sentía culpable por haberlo abandonado sin darle ningún tipo deexplicación,aunquesabíaque,enelfondo,habíasidoélquienhabíasembradoeldesamorconsuscontinuos líosconotraschicasde la

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facultad.—Vamos, déjalo estar.Preocupémonospor loque teha traído

aquí—apuntóIñigoofreciéndoleunasilla.La escritora tomó asiento y dejó vagar la vista por la ventana

que había a la espalda del profesor. Las formas imposibles delmuseoGuggenheimsedibujabanenlaorillaopuestadelaría.NadaquedabadelasdecadentesconstruccionesportuariasquejalonabanelNervióncuandoellaeraunaniñaquejugabaporlasSieteCalles.Bilbaohabíacambiado.Muchomásdeloquenadiehubierapodidoimaginarapenasveinteañosatrás.LaciudadqueLeirerecordabadesu infanciaeragris,cubiertadehollínydeunapátinade residuosindustriales.Aquellostiemposhabíanquedadofelizmenteatrásylaurbe sombría en la que había pasado su niñez y adolescencia eraahoraunlugarluminosoyvital.

«Talvezdeberíaregresar—pensólaescritoraantesderecordarelprivilegiodedormircadadíamecidaporelrelajantesonidodelas

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olascontralosacantilados».—Cuéntame—insistióelprofesor.Leiretomóaireantesdecomenzary,sinolvidardetalle,lenarró

losacontecimientosdelosúltimosdías.Iñigoescuchóelrelatosininterrumpirla,tomandonotasdevez

encuandoy frunciendoelceñoen losmomentosmásduros.Solocuando estuvo seguro de que Leire había terminado, comenzó ahacerpreguntas.

—¿Tienes alguna manera de demostrar que no estabas en ellugardelosasesinatoscuandofueronperpetrados?

Laescritoranegóconlacabeza.—¿Dóndeestabascuandomataronalaprimeramujer?—En el faro, intentando escribir—Leire sabía que aquello no

eracoartadaalguna.—¿Sola?—inquirióelprofesorimaginandolarespuesta.Laescritoraasintió.

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Iñigogarabateóunaspalabrasensucuaderno.—¿Ycuandoasesinaronalaentrenadora?Leirelanzóunlargosuspiro.—Enelfaro,recogiendolaequipación.Iñigo contempló la punta del bolígrafo durante unos segundos

antesdevolverahablar.—Pues lo tienes jodido. Si no hay nadie que pueda demostrar

que eso era así, ¿cómo quieres que no sospechen de ti? —Elprofesor se detuvo para mirarle fijamente a los ojos antes decontinuar—.Sinoteconociera,yomismopensaríaquefuistetú.

Leireasintióconunmovimientodecabeza.—Solo discutí con ellas. ¿Por qué iba a querer matarlas? —

repuso.—¿Teparecepoco?—preguntóIñigo—.Unamínimadiscusión

puede mover a un asesino a realizar una barbaridad. A veces nisiquiera hace falta llegar a las palabras. Una mirada, un gesto…

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cualquiercosapuedeponerenmarchaunamenteenferma.Leire le escuchaba con atención. El profesor sabía de lo que

hablaba.Asuscuarentaycincoañosllevabadieciochodandoclasede criminología de la Universidad de Deusto. Además, habíatrabajado como asesor de la Ertzaintza en los casos másenrevesados, aunque en los últimos años se había distanciado delcuerpoporsusdiferenciasalahoradeplantearlasinvestigaciones.

—Supongo que no habrán encontrado indicios de violenciasexual,¿verdad?

Laescritoraseencogiódehombros.Nohabíapensadoenello.—Amínomeexplicannada.Solomepreguntan—apuntócon

ungestodehastío.Nosabíasieraporsucomplicadasituaciónoporaquel despacho que le recordaba sus tiempos de estudiante depsicología, pero se sentía desprotegida, como quien va a rogar alprofesorquelereviseelexamenparaescapardelsuspenso.

Iñigo fruncióelceñoy tomóelmóvil.Buscóunnombreen la

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agendaypulsólatecladellamada.—¿Qué tal,Txema?—saludó—.Sí,chico,aquíen la facultad.

No, hoy no tengo clases, estoy estudiando casos. ¿Estás en lacomisaría?Necesitoquemehagasunfavor…Sí,yatepagaréunacaña—bromeóelprofesor—.Mírame,porfavor,elexpedientedelasesinato de Pasaia, Sí, el de las dosmujeres abiertas en canal…¿Enserie?Nosé,esdemasiadoprontoparadecirlo.Esperemosqueno…¿Lotienes?Necesitosabersihuboagresiónsexual…¿Nada?¿Ytenemossospechoso?—elprofesorpermanecióalaesperaunossegundosque aLeire se lehicieron eternos—.¿Nadiemás…?Deacuerdo.Entendido.Gracias,Txema,quetengasunbuendía.—Sedisponíaacolgarcuandopareciórecordaralgo—.Oye,unaúltimacosa. ¿Me avisarás si hay novedades importantes? ¿Sí? Gracias,Txema.Tedebouna.

La escritora observó inquisitiva a su antiguo profesor, queapuntóunpardepalabrasensucuadernoantesdealzar lamirada

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haciaella.Sugestodepreocupaciónnoadelantabanadabueno.—Laausenciadeviolaciónenamboscasosindicaquenohubo

unaintencionalidadsexualenloscrímenes—explicóhaciendogirarelbolígrafoensumanoderecha—.Esohacepensarqueelasesinopudoserunamujer.Silesumamostusdiscusionesconellasyquefísicamenteestásfuerteportuaficiónalremo,tenemosunpeligrosocóctelque,demomento,tesitúacomosospechosa.

—Sitanclarolotienen,¿porquénomeencierran?—exclamóLeireindignada.

Iñigosacudiónegativamentelacabeza.—No hay, por ahora, ninguna prueba que te incrimine, ni

huellas,nimuestrasdeADN,peroestánenello.Espero,portubien,quenodenconnada.

Laescritora fijó lamiradaenunos turistasquesehacían fotosanteelGuggenheim.Desdeladistancia,parecíanhormigasalpiedeaquelfantásticoserdetitanio.

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—¿Quépuedohacer?—quisosaber.Elprofesorrevisósusapuntes.—Demostrarlesquenohassidotú—dijofinalmente.Leirelanzóunarisitanerviosa.—¡Quéfácilsedice!Iñigovolvióajugarconelbolígrafo.Después,tomósusapuntes

y se los mostró. En la parte inferior de la hoja escribió en letrasgrandes:Sospechoso:LeireAltuna.Conun rápidomovimientodesumanoderechatachóelnombredelaescritoraconunagranequis.

—Sitúnoereslaasesina,tendremosquebuscaralcriminalqueha hecho esta salvajada—sentenció lentamentemientras dibujabaun interrogante rodeado por un amplio círculo junto a la palabrasospechoso.

—Se te olvida que este no es uno de los casos que nosplanteabasentusclasesparaquesolucionáramos.Eselmundoreal—protestóellaantesdequeeltimbredesumóvillainterrumpiera

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—.Perdona—murmuróbuscandoelaparatoenelpequeñobolsodecueroazulquehabíacolgadodelrespaldodelasilla.

—Cógelo, tranquila —señaló Iñigo al oír su suspiro deimpotencia.

—Da igual —repuso Leire apagando el terminal—. Es mieditor.Nomeapetecehablarahoraconél.

—¡Esverdad!¡Estáshechaunasuperventas!—¡Quéva!Noesparatanto.—¿Tecuentounsecreto?—elprofesorseñalólabaldainferior

deunadelasestanteríasquecubríanlasparedes.Leire estalló enuna carcajada al reconocer los lomosde todas

susnovelas.—¡Notecreo!¿Uncriminalistaleyendonovelaromántica?—se

burlódivertida.Iñigolamiródeunmodoqueaellalerecordóotrostiempos.—Siempre he sido un romántico—apuntó con una sonrisa—.

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Nocreoquehagafaltaquetelorecuerde.—¿Y cómo pretendes que descubra quién es el asesino? —

inquiriólaescritoraforzandouncambiodetema.—No es tan difícil —repuso Iñigo tras unos instantes—. Yo

llevo toda la vida haciéndolo y créeme que tú serías una graninvestigadora. No creo que existan muchas personas tanobservadorascomotú.

—Noexageres.—No lo hago. Cuando supe que habías publicado tu primera

novela, no me extrañó. Siempre tuve la certeza de que acabaríassiendoescritoraopolicía—aseguróelprofesormirándolaalosojoscontalintensidadqueLeireapartóincómodalavista.

—¡Comosituvieranmuchoqueverlounoconlootro!—No lo creas. Se parecenmás de lo que crees. Una pequeña

dosisdeimaginaciónymucha,muchísima,deinvestigación.—Puesestudiépsicología.

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Iñigo bajó la vista hacia el cuaderno y revisó sus apuntesduranteunosinstantes.

—¿Quéteníanencomúnlasdosmujeresasesinadas?LaescritoramiróhaciaelGuggenheim.Los turistasde la foto

habían desaparecido. Tal vez la criatura de titanio los hubieradevorado.

—Lasdos erandePasaia, peroni siquieravivían en lamismaorilla de la ría. Una era de San Pedro y la otra de San Juan—explicósinapartarlavistadelaventana—.Laprimeranopasabadelos treinta años y la segunda rondaba los cuarenta… Una eramorena y la otra rubia… No sé, no creo que tuvieran mucho encomún.Nisiquierasésiseconocían.

—Teníanencomúnquehabíandiscutidocontigopocoantesdeserasesinadas—añadióabocajarroelprofesor—.¿Seguroquenoseteocurrenadamás?

Leire comprendió que la Ertzaintza se agarrara a ese único

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vínculocomoaunclavoardiendo.En ladistancia,unospaseantessobrepasaron el museo y continuaron por los muelles deAbandoibarra en dirección al palacio Euskalduna, que ocupaba elsolardeunosviejosastilleros.

—Nosemeocurrenadamás—murmuródesanimada.—Algo debe de haber, algo que pueda mover a un asesino a

matarlasaellasynoaotras.Leire comenzó a negar con la cabeza, pero de pronto, recordó

algo que había leído en el periódico de aquella misma mañana.Acababadedar conalgoquevinculaba a ambasvíctimas, aunquenoestabaseguradequefueratrascendente.

—LasdospertenecíanaJaizkibelLibre.Laasociaciónemitióuncomunicado lamentando lapérdidade susdosactivistas—explicópococonvencida.

—¿Loscontrariosalpuertoexterior?—inquirióIñigotomandonuevosapuntes.

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En los últimos años, un proyecto para construir una nuevadársena en el exterior de la bocana había desencadenado un agrioconflicto entre políticos, constructoras y ecologistas. Aunque elalcance informativo de la polémica traspasaba los límitesmunicipales,eraenPasaiadonde lasituacióneramáscomplicada.Algunos vecinos, que se enriquecerían con el nuevo puerto,batallaban para que la obra se llevara a cabo; otros muchos, sinembargo,denunciabanquelosnuevosmuellesdestrozaríanlacostaindómitadelmonteJaizkibelyvaciaríanlasarcaspúblicasconunaobra que consideraban innecesaria. El enfrentamiento, queprotagonizabanopocasconversacionesdetaberna,habíallegadoalasmanosenalgunoscasos.TodosenSanPedrorecordabaneldíaenqueunconocidoconstructor local increpóavariosvecinosquese manifestaban contra la dársena exterior, recibiendo comorespuestaunainclementelluviadeobjetosdetodotipo.

—Pues ya tenemos por dónde empezar —apuntó el profesor

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tamborileandoenlamesaconelbolígrafo.Leireasintiópococonvencida.—¿Deverdadcreesquepuedeserunapistaatenerencuenta?Iñigodejócaerelbolígrafo.—Es lo único que tenemos, pero no es poco. Una obra

polémica…, un pueblo enfrentado…, oscuros intereseseconómicos…Desde luego que no es un mal comienzo. Alguienpuede estar interesado en acallar las críticas sembrando el terrorentrequienesseoponenalaobra.

Laescritoraobservódospiraguasque sedeslizabanpor la ría,impulsadas por las rítmicas paladas de sus tripulantes, dos chicasquecharlabananimadamente.

—¿Te acuerdas de cuando estaba cubierta de una capa deespumayapestaba?

El profesor lamiró extrañada y no supo de qué hablaba hastaqueellaleseñalólaventana.

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—Perdona. Es que aún no puedo creerme el cambio que hapegado nuestra ciudad —se disculpó Leire con una sonrisa—.Todavía recuerdo cuando un alcalde prometió que en la ríavolverían a nadar los patos y nadie se lo creía. En cambio, ahorahacenhastacarrerasdenatación.

—¿Porquénovuelves?—eltonodeIñigosonónostálgico.Leirelanzóunprofundosuspiro.—Si vieras el faro donde vivo no me lo preguntarías. Pocos

lugaresmáshermosossemeocurrenparavivir.Iñigosegiróhacialaventanaydejóvolarlavista.Nonecesitó

abrir la boca para que la escritora comprendiera lo que estabapensando. No conocía nadie más apegado a Bilbao que aquelhombredelquehabíallegadoaestarlocamenteenamorada.

—Muchas veces, demasiadas quizás, recuerdo lo nuestro.Fuimosfelicesjuntos—musitóvolviendoagirarsehaciaella.

—Durante un tiempo me sentí la más afortunada del mundo.

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Despuésno—admitióLeire.Elprofesorsepasóunamanoporelcabelloybajólavistahacia

elcuaderno.—¿Eres feliz? —preguntó volviendo a mirarla a los ojos—.

Quierodecir…entuvida…entufaro…Algoenlaexpresióndesurostroledijoalaescritoraqueélno

loera.Depronto,parecíacansado.Elgolpedeunosnudillosenlapuertaleevitóresponder.Iñigo

pusoenpieyseasomóporelquicio.—Disculpa, pero me gustaría hacerte un par de comentarios

sobre el trabajo de la semana pasada —apuntó una tímida vozfemenina.

Leire se sintió incómoda. Con una visita así comenzó todocuando ella era alumna de segundo de psicología e Iñigo suprofesor. Después llegaron tres años de un amor furtivo queevitaban demostrar en los alrededores de la facultad. La escritora

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recordaba aquella época como una de lasmás felices de su vida,aunquenofaltaronmomentosamargosporlaaficióndelprofesoratontear con otras estudiantes. Iñigo se sabía atractivo y loaprovechaba,avecesenexcesoparaquientieneunarelaciónseriaconalguien.

Amenudo,Leireseplanteabaquéhabríasidodeellossiellanosehubierafijadoenaquelcompañerodeclaseenelúltimoañodecarrera.Porque,porXabier, dejóno solo alprofesor, sino toda suvidaenBilbaoparairapararaPasaia.

—Ahora estoy ocupado, pero si vuelves en una hora, lorevisamos.

Laestudiantelediolasgraciasysedespidió.—Perdona, ¿dónde estábamos? —se disculpó el profesor

volviendoasuasiento.Su aroma, de matices cítricos y exóticos, se dispersó con el

movimientoyLeiresesintiónuevamenteturbada.

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—Creoqueyaeshoradequemevaya—musitóponiéndoseenpie.

Iñigofruncióelceño.—Siacabasdellegar—protestó.—Peroya tengopordóndeempezar—apuntóLeire señalando

elcuadernogarabateadoquehabíasobrelamesa.Élasintió.—Si tiras de ese hilo puede irte bien.Esta vez podrás escribir

una novela policíaca —bromeó incorporándose de nuevo paradespedirla.

Laescritorasintióunapunzadadeangustiaalrecordarlatrilogíainacabadayasueditor.

—Gracias—dijoapretandoligeramenteelbrazodelprofesoramododedespedida.

—Esperoquetodosearregle.Simenecesitas…Leireno ledejóacabar.Abrió lapuertay salióalpasillo.Dos

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chicos esperaban ante la puerta de enfrente, tras la que seencontrabaeldepartamentodeestadística.Conpasoapresurado,seencaminóalasescalerasquebajabanalpisoprincipaldelafacultad.Trasella,nooyóningunapuertacerrarseynonecesitógirarseparasaberacienciaciertaqueIñigoleestabamirandoelculo.

«Es incorregible—se dijo esbozando una sonrisa que la hizosentirvivaporprimeravezenvariosdías».

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10

22denoviembrede2013,viernes

Elsolseperdía tras lasmontañas,pintandolasescasasnubesconlostonosardientesdelocaso.Erahermoso;tantocomopodíaserlo el más bello de los atardeceres de otoño. La doctoraAndersen,sinembargo,sintióunenormevacíoensuinterior.Era

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enmomentosasícuandomásloechabademenos.—¿Dóndeestás,amadomío?¿Dóndetehallevadoestamaldita

guerra?—murmuróconlamiradaperdidaentrelasnubes.La búsqueda comenzaba a hacerse insoportable. Demasiados

días,demasiadosmesesenposdelcapitánHunter.Talvez—sedijoparasusadentros—deberíaolvidarloycomenzarunanuevavida.Alfinyalcabo,erajoven.

—¡No!¡Teencontraréaunquetengaquerebuscarenelfindelmundo!—exclamóconungritodesgarrado.

Nadieloescuchó.Soloelmar,quebatíaconfuerzacontralosacantiladosdeCornualles,parecióprestaratenciónasuspalabras.Había llegado lejos en suafándedarcon suprometido.El revéssufrido aquella tarde no había sido fácil de digerir, pues estabaconvencida de que lo encontraría entre los soldados destacadosallí,peronopensabadarseporvencida.Por tierra,pormary, sifuera necesario, por aire, la doctora Andersen no cejaría en su

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empeñoy,tardeotemprano,podríaestrecharloentresusbrazos.

Leirereleyóelfragmentoenvozalta.Noleentusiasmabaperotampocoledisgustaba.Porfinhabíalogradoarrancarconlaterceraentregade la trilogía.El dramático final de la segundaparte teníaahoraunaesperanzadoracontinuidad.

«Una página —calculó a simple vista—. Solo me quedantrescientasypicomás».

Recostándose ligeramente en el respaldo de la silla, sacó uncigarrillodelpaquetedeChesterfieldyselollevóaloslabios.Unadesagradable sensación de derrota acompañó elmovimiento de lamano que acercó el encendedor. Sin embargo, fue incapaz dedetenerla.Trascuatroañossinfumar,nopudorefrenarsuimpulsode entrar en un estanco y pedir una cajetilla. Había sentidovergüenzaalhacerlo,comounadolescentequecomprasusprimeros

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cigarrosynoseatreveapedírselosaldependiente,perofinalmentelahabíacompradoesatardeenBilbao.

Exhalandoelhumotrasunaprimeracaladaansiosa,alzólavistahacialaventana.Elreflejodelabombillaquependíadeltechoenelcristalimpedíaverlasestrellasquetitilabanalláfuera.Debíadesertarde.Echó un vistazo al sencillo pero enorme reloj de pared quehabíacompradoenIkeaalospocosdíasdemudarsealfaro.

Lasdoceymedia.Erahorade retirarse a dormir.No acostumbraba a hacerlo tan

tarde, pero aquella noche se sentía inspirada para escribir. Almenos, a aquellashoras en lasque el restodelmundodormía, nohabríallamadasdesueditorquelaimportunaran.

Odiaba aquellas presiones. La bloqueaban y la hacían sentirirresponsable, como una niña pequeña que no hace sus deberes.Jaume, desgraciadamente, no parecía comprenderlo. De hecho,parecíanocomprendernada.Susllamadasnolograbanmásqueel

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efecto contrario al que él pretendía, pues cuantomás agobiada sesentía, más le costaba idear una buena historia. Sin embargo, suspresiones habían ido en aumento almismo tiempoque su tono sehabíatornadomásdesagradable.

«Nodeberíahabermeacostadoconeseimbécil—selamentólaescritoraapagandolaluzparapoderverlasestrellas».

Fue una noche, en Barcelona, después de la cena en la quecelebraronlapublicacióndelasegundaentregadelasaventurasdela doctora Andersen. Leire pasaba por unmomento de liberacióntrashaberseseparadodeXabier.Quitarsedeencimalaenormelosaquesuponíanlosúltimosmesesvividosentrementirasydesprecios,noeraparamenos.Elcava,lasrisasyunpardemiradascómpliceshicieronelresto.

Jaumenoeraloquesepodíadecirunchicoguapo,peroaquellanochehabíaalgoenélquelohacíaespecialmenteatractivo.Talvezfuera la camisa blanca ceñida que dejaba a la vista unosmorenos

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brazosfibrosos, talvezsus labioscarnososybiendibujadossobreunosdientesinsultantementeblancos,otalvezlasmiradasdedeseoquelelanzóentrerisas.Fueraloquefuera,Leirenoquisoreprimirlasganasdeinvitarloatomarunaúltimacopaenlahabitacióndelhotel.

Eraunamanteextraordinario,esonopodíanegarlo.Recordabaloshábilesmovimientosdesusmanos,susapasionadosbesosy ladelicadaintensidadconlaquepracticabaelsexo.

Sinembargo,jamássehabíaarrepentidotantodeacostarseconalguien. Jaume no había vuelto a tratarla con el respeto que unarelaciónlaboralmerecía.ElhechodehaberseidoconélalacamaparecíaeclipsarqueLeireeraunadelasnovelistasquemásingresosbrindaban a la editorial que había heredado tras la muerte de supadre.

BuscandolaestrellaPolarconlamirada,fantaseóconlaideaderomper el contrato con él, pero no tardó en descartarlo. Las

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cláusulaserantanabusivasque,encasodehacerlo,seenfrentabaauna sanción económica tan severa que la dejaría endeudadaprobablementedeporvida.

Teníaqueacabarlatrilogía.Soloentoncesseríalibre.

LaOsaMayorsedibujabatraselcristalcuandosedespertó.Asu alrededor, miles de estrellas brillaban en la distancia,configurando una bóveda celeste en la que apenas había espacioparalaoscuridad.

Bostezando, Leire se fijó en el reloj. El leve resplandoramarillentoquesecolabaporlaventanalepermitiócomprobarquepasabanpocosminutosdelastresdelamadrugada.

«Mehequedadodormida—comprendiógirandoelcuelloaunoyotroladoparadesentumecerse».

Hacíafrío.Oeso,oestabadestempladaporelsueño,perotenía

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lapieldegallina.«Debería irme a la cama—pensó sin moverse de su silla de

trabajo».Ledabaperezalevantarse.Aúndebíacepillarselosdientes.Por

unmomento,seplanteóacostarsesinhacerlo,perosabíaqueasínolograríaconciliarelsueño.Odiabasentirlaasperezadeladentadurasuciaalpasarlalenguasobreella.

Laesferadelrelojdesaparecíacadaciertotiempo,víctimadelosguiñosdelfaro,quesumíaneldespachoenunacompletaoscuridad.Apenas duraban un segundo, pero las estrellas parecían cobrarmayorfuerzaentonces,sinaquelenemigoluminosoquelesrobabapartede subrillo.LapropiaVíaLáctea sedibujabaconsumantolechosoenesosínfimosinstantes.

Leiresedesperezólentamente,volvióabostezaryseincorporó.RecordabavagamentehabersoñadoconIñigo.LavisitaaDeustodeaquellamañana había removido en ella demasiados recuerdos del

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pasado.Decaminoasuhabitación,comenzóadespojarsedelaropa.Se

moría de ganas de notar en la piel la caricia de su suave y cálidoedredónnórdico.No legustabadormir enpijama.Hacíaañosquehabíadejadodehacerlo.Preferíaacostarseconsolounasbraguitasyunacamisetafinadetirantes.

Nolehizofaltaencenderningunaluzparabajarlasescaleras,nisiquiera para encontrar su cepillo en el lavabo. El resplandor delfaro se colaba por las ventanas, dibujando el contorno de lasestanciasylosobjetos.

Sedisponíaaponerenhoraeldespertadorcon lamanoqueelcepillo le dejaba libre cuando creyó oír un ruido procedente delexterior.Habíasonadocomounlevechasquido.

Seasomóalahabitación,peronopercibiómovimientoalguno.Sinembargo,el sonidose repitió.Alzó lavistahacia laventanaysintióquesequedabasinrespiración.Traselcristal,sedibujabauna

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silueta de formashumanas.La luz del faro apenas permitía ver lasombradeunrostroenelquellegabanaintuirseaduraspenasunosojos.

UngritodesgarradorqueLeire tardóencomprenderquehabíasalido de su garganta rompió la quietud de la noche.Los cuerposmutilados de Amaia Unzueta y la entrenadora se adueñaron depronto de sumente, al tiempo que comprendía que su vida corríapeligro.

Lasiniestrasiluetaapenaspermanecióallíunpardesegundos.Después,elfarolanzóunodesusguiñosenformadeocultacionesyla oscuridad se adueñó de todo. Cuando volvió la luz, el intrusohabíadesaparecido.

Incapaz de dar un solo paso, Leire dejó caer el cepillo y seacurrucójuntoalacama.Elterrorlaparalizaba.

Leparecióoírpasosenlagravilladelexterior,aunquenopodríajurarlo.Talveznofueranmásque losdesenfrenados latidosdesu

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corazón.Estabademasiadoasustadacomoparapoderfiarsedesussentidos.

Pasaron varios minutos hasta que, finalmente, fue capaz deponersedenuevoenpie.Conteniendolarespiración,seacercóhastalaventanaymiróa travésdeellaparaasegurarsedequenohabíanadiealotroladodelcristal.

«Estamalditahistoriameestávolviendoloca.Tantatensiónmehace ver cosas que no existen —se dijo para sus adentros alcomprobar que había más de tres metros desde el suelo hasta ellugardondecreíahabervistoalintruso».

Sinembargo,algoledecíaqueaquellainexplicablevisitahabíasidoreal.

Antes de regresar al cuarto de baño para escupir el dentífrico,asió lamanillayabrió laventana.Elaire fresco legolpeó lacara,peroapartedeeso,nadamás.

Los alrededores del faro aparecían tranquilos y los árboles

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apenas se mecían con la leve brisa del sur que caracterizaba lasnochesdelafranjacostera.

Miró intrigada a uno y otro lado. Definitivamente, no habíanadiealavista.

Sololanocheyelinquietantesilenciodelfaro.

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11

23denoviembrede2013,sábado

Los graznidos de las gaviotas que anidaban en el acantiladosobreelquesealzabael faro semezclabanarmónicamenteconelestribillo de la canción deMacaco. Aún era media mañana y lasaves,fielesasurutinadiaria,sabíanquenoeranecesarioalejarseen

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busca de los barcos hasta bien entrada la tarde, cuando lospescadoresemprendíanelregresoapuertoconlasbodegasrepletasde capturas. Leire alzó la vista del teclado y se sorprendió aldescubrirquelabrumasehabíaespesado.

«Vayamierdadedía—sedijopulsandocon fuerza la tecladeborrado».

Eralacuartaoquintavezenunahoraquedesechabatodoloquehabía escrito. Por más que lo intentaba, no lograba imprimirrealismoalencuentrodeladoctoraAndersenconunantiguonovioque debía hacer dudar a la protagonista de todas sus certezas encuantoasuamorporelcapitánHunter.

«Enmala hora retiró la Ertzaintza la patrulla que estuvo aquídurantelasprimerashorastraslaaparicióndelcadáverdeAmaia—pensóalrecordarunavezmáselextrañosucesodelamadrugada».

Por más que intentara centrarse en la tercera entrega de latrilogía, laenigmáticavisitanocturnavolvíaasumenteunayotra

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vez.Intentabaconvencersedequenohabíasidomásqueunamalajugadade su imaginación, pero estaba demasiado segura de habervistoaalguienalotroladodelaventana.

Con la mirada fija en las nubes lechosas que bailaban en elexterior,pensóenelencuentroconIñigoenDeusto.Investigarentrelosfavorablesalanuevadársenanoibaasertareafácil.Aunquetalveznofueranmayoría,habíamuchosvecinosdePasaiaqueveíanlaobra con buenos ojos, ya que de su construcción dependía larealización de un ambicioso proyecto que rehabilitaría losdegradados muelles interiores, multiplicando el valor de susviviendas. Sin embargo, por muchas vueltas que le daba, noimaginabaanadie capazde asesinar adosmujeresporunmotivosemejante. Parecía descabellado, pero sabía que, por elmomento,nocontabaconningúnotrohiloqueseguir.

Pensó en sus años de estudiante, en los casos que Iñigo lesplanteabaaellaysuscompañerosparaqueintentaranresolverlos.

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¿Pordóndeempezaríaél?Larespuestanotardóentomarformaensumente.Sinohabía

ningún sospechoso, debía investigar a quienes más beneficiadossalían con la muerte de las integrantes de Jaizkibel Libre. ¿Peroquiéneseran?

Lomejorseríaindagarsobreelterreno.—Hasta aquí hemos llegado, doctora—murmuró cerrando su

portátilconunsuspiro.Después,tomósucazadoradecueroysalióalexterior.Aúnno

sabíapordóndeempezar,peroseguroqueTxominpodríaayudarle.Tantashorasaldíapasandoagentedeunaorillaaotradebíandedarparaconocerafondolarealidaddelpueblo.

El frío húmedo que la bruma confería al ambiente la obligó avolveraentrarencasaenbuscadeungorroconelqueprotegerselacabeza.Alvolverasalir,lepareciópercibirunmovimientoentrelaniebla, tan espesa que apenas permitía ver a un par demetros de

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distancia.«Esmiimaginación—intentócalmarse».Sedisponíaabajarporelsenderoquellevabaalaexplanadade

aparcamientocuandooyóelsonidodeunospasosenlagravilla.«¡Malditaniebla!—sedijodudandoentreregresaralinteriordel

farooseguirsucamino».ElespeluznanterecuerdodeloscadáveresdeAmaiaUnzuetay

JosuneMendozaabiertosencanallahizoestremecerse.Lospasosseacercaban,nocabíaduda.Buscabaenelbolsillodelacazadoralasllavesdelfarocuando

una forma humana se dibujó entre la bruma. Se trataba de unapersonacorpulenta.Portabauna largabarraen sumanoderechayunsacoenlaizquierda.

Laescritoraahogóungrito,girándoseapresuradamentehacialapuerta,perolosnervioslatraicionaronyelmanojodellavescayóalsuelo.

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Alvolversedenuevoparacomprobarlasituacióndelsupuestoatacante,sesorprendióaldescubrirquehabíavueltoaperderseenlaniebla. Sus pisadas sonaban de nuevo lejanas.De pronto, un levechirridometálicoleresultófamiliar.

«Soyidiota—sedijoreprimiendounacarcajadanerviosa».El trabajador de la limpieza continuó cambiando las bolsas de

laspapelerasyrecogiendoconsulargapinzametálicalosresiduosquehabíadispersosporelsuelohastaqueLeiresedetuvoasulado.

—Es cerda la gente, ¿verdad? —inquirió la escritora pararomperelsilencio.

Elempleado,unhombrealbinoquerondabaloscuarentaaños,selimitóaresoplar.

—Esmitrabajo—contestósindetenerse.—Vayaniebla¿eh?—Aunquehacíamesesquecoincidíanunao

dos veces por semana, Leire nunca había logrado entablar unaconversaciónconél,peroleresultabaincómodolimitarseapasara

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sulado.Talvezseríamásfácilhacerlo,perodealgúnmodo,sentíalástimaporél.Algoledecíaquesudesconfianzahacialosdemásysu escaso deseo de socializarse eran fruto de demasiados años desentirseseñalado.

Elalbinomiróalrededor.Parecíaextrañado,comosihastaaquelmomentonohubierareparadoenqueapenasseveíaelentorno.

—Pues sí —musitó mirando fijamente a la escritora, que sesintióincómodabajoaquellosojosrojosqueparecíancontemplarlasinverla.

Noeralaprimeravezqueteníaesadesagradablesensación.Eracomosiaquelhombrecarecieracompletamentedeempatía.

—Bueno, me voy, que llego tarde —la escritora decidió quehabíatenidosuficiente.

Elotroasintiósinapartarlamiradadeella.—¿Esahídondeapareció,no?Leirelomiróextrañada.Eralaprimeravezdesdequeloconocía

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queefectuabaunapregunta;laprimeravezquenoprecisabaserellaquienseesforzaraporsacarlelaspalabras.

—Así es—afirmó al ver que el albino señalaba los arbustosaplastados—.Esterrible,¿verdad?

Él volvió a mirarla fijamente a los ojos. Ninguna emoción,ningunamuestradelástima.Nada.

—Todosmoriremosalgúndía—sentenció.Lo dijo sin ningún atisbo de sentimiento en la expresión, sin

apartarsumiradarojayvacíaenningúnmomentoydandopasoauntensosilencioquehizoestremecerseaLeire.

—Me voy —anunció ella finalmente, apresurándose para,alejarsecuantoantes.

Tal como esperaba, la niebla fue disipándose conforme seacercabaaSanPedro.Erahabitualque lasnubes se aferraranconfuerza a la cara del monte que se asomaba al mar, para perderintensidadhaciael interior.Leirehabía llegadoaconocerbienese

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fenómeno, habitual en la franja costera, que los lugareños habíanbautizadoeneuskeracomotasoa.

La camioneta del albino la alcanzó cuando estaba a punto dellegaralasprimerascasasdelpueblo.Sinsaludosdeningúntipo,elvehículo pasó de largo y no se detuvo de nuevo hasta un par decurvasmásallá,dondeel trabajadormunicipalcambió labolsadeunapapeleraantesdeproseguirsucamino.

—NadieenPasaiasefíadeunBesaide.Nosontrigolimpio,nilofueronnuncaniloserán—leexplicóTxominatandouncaboalembarcaderodeSanJuan.Ajenaasuspalabras,Ritanadabatrasunpaloqueflotabaenelmar—.Sideverdadcreesquequienmatóaesas mujeres lo hizo para defender las obras del puerto exterior,tienesqueinvestigarlosaellos.

—¿Enquésentidonosondefiar?—quisosaberLeiremirando

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alaperra,queparecíasentirsemásagustoenelaguaqueentierrafirme—.¿Quéhanhecho?

Elbarquerosedispusoaayudaraunaancianaasubirabordo.—Demasiadas cosas y ninguna buena—apuntó arrancando de

nuevoelmotor—.Sí,setentacéntimos—ledijoalamujermientrasbuscabacambiosenelbolsillo—.¿Cómocreesquehanhechoeseimperio?Gracias,aquítienelasvueltas.

—Tienenunas cuantas tiendas.Esodebededarmuchodinero—repusolaescritora.

Txominlededicóunamiradadeincredulidadmientraslaseñoratomabaasientoenlacabinainterior.

—¿Las tiendas?No creo que seanmás que una tapadera. Esafamilia se dedicó durante generaciones a la pesca del bacalao.Teníanbarcosdealturaquefaenabanvariosmesesalañoenaguasde Terranova, pero lejos de conformarse, en los años ochenta,buscaron fuentesde ingresosmás rápidas.Asuntos turbiosque los

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llevaronantelajusticia.—¿Droga?—apuntóLeire.Esoeraloquehabíaoídorumorear

desdequevivíaenPasaia.Txomindibujóunamuecadedesagradoquelaescritorasupuso

quedebíainterpretarcomounaafirmación.—Lospadres teníanmuchospuntosdeacabarentre rejas,pero

poco antes del juicio huyeron de aquí. Siempre se ha dicho queestánenFilipinas.Porlovisto,tienenfamiliaallí.Untíomisioneroque se casó con una señora de dinero, por lo que dicen. —Trascomprobar que no llegaba ningún otro pasajero, el barquero soltóamarrasyaceleró.Elronroneodelamotoraleobligóaalzarlavozpara hacerse entender—. Los hijos, Marcial y Gastón, son desdeentonces los verdaderos dueños del negocio familiar, quereorientaronhacialastiendas.

Leire se giró hacia la orilla de San Pedro. Allí, junto al solardondelasgrúascomenzabanalevantarlanuevalonjadelpescado,

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se recortaba un feo edificio sin ventanas. Faltaban algunas letras,perdidasporladesidiayelpasodelosaños,peroaúnpodíaleerseBacalaosySalazonesGranSol.

—Sí,eseessualmacénysuúnicamotivaciónparadefendercontantapasiónlaobradelpuertoexterior—confirmóelbarquero.

Leire sabía a qué se refería. Los escaparates de las tiendas deultramarinosque regentaban losBesaide en losdiferentesdistritosdePasaiasehabíanconvertidoensobrecargadasvallaspublicitariassobrelosbeneficiosqueelpuertoexterioracarrearíaalosvecinos.Taleralaexageraciónsobrelasbondadesdelproyectodelanuevadársena en aquellos carteles que a veces rozaba el esperpento. Ymás teniendo en cuenta que era un secreto a voces que lo quepretendíanloshermanosnoeraotracosaquerecalificarlosterrenosdonde se ubicaba aquel viejo pabellón para convertirlos enurbanizables; algoque soloocurriría si las instalacionesportuariaserandesplazadasalosacantiladosdeJaizkibel.

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—¿Y los barcos? ¿No dices que tenían una flota propia? —inquirió volviendo la vista hacia Txomin, que comenzaba lamaniobradeatraqueenSanPedro.

—Acabaron desguazados por falta demantenimiento. Todavíanohabíanhuido lospadrescuandoelgobiernocanadiense impusouna veda a la pesca del bacalao. Eso les supuso un duro golpeporque, en lugar de abrirse a nuevos caladeros, dejaron moriroxidados los barcos. Ahora bien, no creas que eso los arruinó,porquefueentoncescuandocompraronvarioslocalesyabrieronsured de tiendas. —El rostro del barquero se ensombreció—. Estáclaro que guardaban mucha pasta debajo de algún colchón.—Sedetuvounossegundosparaayudaradesembarcaralaanciana,quelanzó una mirada desconfiada a la escritora antes de ajustarse elpañuelodefloresquellevabaalcuello.

—¿A qué negocios turbios te refieres? ¿Drogas? —insistióLeire.

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Txomin se sentó junto a ella tras comprobar que no había, demomento, pasajeros que llevar a la otra orilla. Después, fijó lamirada en una distancia que la escritora comprendió que no erafísica, sino temporal. Finalmente, negó conungesto y se puso enpie,incómodo.

—Eran los años ochenta. Nada en Pasaia era como loconocemoshoy.Nofuerontiemposfácilesparanadieygranpartedel dinero que fluía no era limpio. No, no lo era —murmuróentrandoalacabinaparaperderseenunosrepentinosquehaceres.

Leire se incorporó. Sabía que no había más que hablar. Almenosporesedía.AunquealgoledecíaqueTxominsabíasobrelosBesaidemásdeloquequeríareconocer.

Si quería saber algo más, tendría que ser ella quien lodescubriera.

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Las contraventanas del piso superior estaban, como siempre,cerradas a cal y canto.Todas excepto una.Había quiendecía queningunodelosdoshermanoslopisabadesdeladesaparicióndesuspadres.Segúnmuchos,habíanconvertidoesaplantaenunaespeciedesantuarioenelque todopermanecía talcomoestabaeldíaqueambossedieronalafuga.

Leiresubiólentamentelostrespeldañosquellevabanalapuertaprincipalde lacasade losBesaide.Losnervios leagarrotaban losmúsculos. Se sentía observada. Los visillos que cubrían la únicaventanasinpersianadelpisosuperior impedíanver loqueocurríaen el interior, pero a pesar de ello, sabía que alguien la estabamirando. No sabría decir si era su imaginación, pero una levesombraparecíaproyectarsesobrelatela,queamarilleabaporefectodelosaños.

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Obligándoseanopensarlodosveces,hizosonareltimbre,queresonóen formadecampanadurante largossegundos.Unospasosseacercaronalapuerta,peronadielaabrió.

—¿Quéquiere?—lavoz,ajada,noeraamigable.—SoylaencargadadelfarodelaPlata.Megustaríahablarcon

ustedesunossegundos—anuncióobligándoseamostrarsetranquila.—¿Hablar? Nadie viene aquí a hablar —replicó el hombre

indignado—.Nomehagaperdereltiempo.¿Quéesloquequiere?Leiresuspiró.—Essobreelpuerto—apuntó—.Sobreelpuertoexterior.En realidad, ni siquiera ella misma sabía qué hacía allí. Si

realmenteaquelloshermanosfueranlosasesinos,eraunalocurairameterseenlabocadel lobo,peroalgoledecíaqueelmejorpuntode partida era hablar con ellos, ver sus reacciones y oír suvaloración de las muertes. Sin embargo, conforme pasaban lossegundos, crecía en ella el deseo de que no le abrieran aquella

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puerta.—¿El puerto?—inquirió Besaide tras unos instantes—. ¿Otra

vez losde JaizkibelLibre? ¡Ida tocar lasnaricesaotro sitio,queaquíestamosyamuyhartos!

—No. No es por eso —se apresuró a aclarar Leire, pero elsonidodeunospasosqueseperdíanenladistancialehizoverquetodainsistenciaseríaenvano.

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[…]

Undíade1983

—¿Teapuntasaunfutbolín?—No,tío.Nomeapetece—contestóelTrikisinalzarsiquiera

la vista hacia Peru, que se había acercado hasta el butacón dondellevabasentadotodalatarde.

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—Venga, hombre, que solo nos falta uno. Sin ti no podremosjugar.

—¡Eh, tío! ¡No nos jodas! —protestó Macho desde el otroextremodelbar—.¿Quétecuestamoverelculounrato?

—¡Que no! ¡Hoy paso de futbolín! —espetó mientras seacomodabaaúnmásenelsillón.

Quería que lo dejaran en paz. No era agradable andar con elmonocomoparaqueencimaunosimbécilesleestuvierandandolalatatodoelrato.Primeroelmus,luegoelfutbolín…¿Quévendríadespués?

—Dejadlo; está amargado —apuntó Macho con un gesto dedesdén.

ElTrikigirólavistahaciaél.Lecansabaaquel tipoqueselasdabade listo.Sialgoodiabaeraesaclasedegentequecreíaestarpor encima de los demás. Aun así, evitó replicarle. De todos eraconocida la agresividad de aquel marrullero que aprovechaba la

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mínimaocasiónparapropinarunapalizaalprimeroquesecruzaraensucamino.¡Ypensarquehabíasidounodesusmejoresamigos!

—¿Quémiras?—inquirióMachodemalasformas—.¿Quieresque te lo repita? ¿Es eso?—Hizo una pausa para dar un par depasos hacia el Triki—. A-mar-ga-do. Eso es lo que eres. ¿Te lorepitootravez?

ElTrikilededicóunamiradadesdeñosaantesdeapartarlavistadeél.

—Venga, Macho —intercedió Manolo, el dueño de la tascaKatrapona,saliendodedetrásdelabarra—.Déjaloya.¿Novesqueestájodido?Noessumejordía.Yajuegoyoconvosotros.

—Esunmierda—sentencióelotroregresandohaciaelfutbolín.—Elquepierdapagaunaronda—anuncióPeru.—Pues ya puedes ir preparando la pasta —se jactó Macho

mientrastirabadelapalancaquedejabacaerlasbolas.Sintiendo un malestar creciente, el Triki intentó incorporarse

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para salir a tomar el aire, pero el mareo le obligó a quedarsesentado. Tenía frío, mucho frío, pero en la Katrapona hacía másbiencalor.Maldijolostembloresparasusadentrosycerrólosojospara intentar calmarse. Si la ansiedad iba a mayores le resultaríamuycomplicadoaguantarhastaeldíasiguiente.Tendríaquesalirarobar.

—¡Dosacero!—exclamóPeru—.Igualerestúquientienequeprepararlapasta.

ElTrikisepalpóelbolsillodelacazadoradecuero.Allíseguíalallavequeguardabadelacasadesuspadres.Sabíaporsumadre,laúnicaqueaúnledirigíalapalabra,quelacerraduraseguíasiendolamisma.Supadreseempeñabaencambiarlacadavezqueentrabaa robar, pero ella jamás se lo permitiría. En su fuero interno, lamujeransiabaquesuhijoregresaraalgúndíaparavolveraformarlafamiliafelizquefueronhastaquesusdosvástagoscayeron,comotantosotrosenlospueblospesquerosdelPaísVasco,enlasredesde

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ladroga.HacíadosañosqueelTrikinoveíaasuhermano; losmismos

quellevabaenlacárceldeMartutene.Lacondenafueimplacable:seisañosynuevemesespornarcotráfico.Sumadreaúncreíaenlainocenciadesuhijo,peronadiemásenPasaialohacía.Dehecho,Pruden, aquel que en casa se las daba de buen estudiante, eraconocido entre los jóvenes por la buena calidad del hachís quevendía.

—Cuatro a cero —anunció Manolo, que formaba pareja conPeru.

—¡Joder, sois dos contra uno! Este pringado no semueve—protestóMachopropinandounempujónalChino,que jugabaasulado.

—Ahoraserátodopormiculpa…¡Niquetúhicierasalgomásquedarlecaladasaeseporro!

ElTrikisacóelllaverodelbolsillo.Lasllavestintinearon.Solo

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habíados:ladelacasafamiliaryladelGorgontxo.Sisupadreseenteraradequeconservabaunacopiadelaquearrancabaelmotorde la txipironera, ardería Troya. Por suerte, aún no se había dadocuentadeello,porque,sialgúndíaocurriera,cambiaríaelbombínsinpensárselodosveces.Y,siesollegabaapasar,elTrikiperderíasuúnicaformadeganardinero.

«Basta.No lo pienses.Eso no va a ocurrir—sedijo cada vezmásagobiado».

Un sudor frío le empapó la cara al tiempo que la vista se lenublaba. Le iba a costar aguantar tantas horas sin caballo. Lonecesitabayaosevolveríaloco.

—Cincoauno.¡Tomaya!—celebróPeru—.Ometéistodaslasquequedano…

—¡Yalosé,nosoyimbécil!—sequejóMachopropinándoleunfuertepuntapiéalapatadelfutbolín.

Denoencontrarsetanmareado,elTrikisehabríareídoalverlo

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torcer el rostro en unamueca de dolor. Le ocurría amenudo. Sucarácter violento le pasabamalas pasadas. Como aquella vez quereventóunacristaleradeunpuñetazoy loscirujanos tuvieronquereconstruirlevariostendonesdeunamano.

—Seguro que te has roto los dedos —apuntó el Chinoobservando cómo su compañero de equipo se descalzaba paramirarseelpie.

—Mástevalequeno.Nuncahabíajugadoconalguientantorpe—murmuróMachopalpándoselosdedos.

Había sido élmismoquien sehabíapuesto el sobrenombredeMacho.Fueundíacualquiera,unatardedelluviaymus,tambiénenlaKatrapona.Tanprontocomoentrópor lapuerta lespidióqueapartirdeentonceslollamaranasí.Yasífue.Sinpreguntas.Sieraloqueélquería,mejorhacerloasí.

—Manolo…¿túmedejaríasmilduros?Telosdevuelvomañanamismo—suplicóelTrikisinlevantarsedelabutaca.

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El dueño de la Katrapona había dejado por un momento elfutbolínyservíadoscañasdeKeler.

—Comonolospinte…Nosédedóndepretendesquelossaque—repusosindejardeaccionarelmandodelgrifo.

El Triki dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyándose en elrespaldo. En realidad, no esperaba otra respuesta. Manolo estabaacostumbradoaquecadadíaalgunodeellos lepidieradinero.LaKatrapona se había convertido en un nido de yonkis y chusmavariada.Talvezeraporsusituación,acaballoentreelpuertoylafábricaabandonada;otalvezporqueManoloeraelúnicotabernerodePasaiaqueaún losaguantaba,perohabíanhechodesubarunasuertedecuartelgeneraldelamalavida.

—Sí que andas jodido —comentó el Chino—. Si esta nochetienestravesía,¿no?

Conuntérminotaneufemísticocomoaquelsereferíantodosalas salidas en txipironera a alta mar, donde el barco nodriza los

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aguardaba para entregarles sus fardos.Dicho en otras palabras: altráficodedrogas.

—Nohablestanalegrementedeeso—loregañóPeru—.Quiénsabequéorejaspuedenoírlo.

El Triki alzó la cabeza para mirar alrededor. Aparte de losjugadores de futbolín y otros dos parroquianos habituales de laKatrapona,nohabíaporallínadiemás.

—¿Te crees que la Guardia Civil no lo sabe? —inquirió elChinodandounacaladaalporroqueleacababadepasarMacho—.¡Comosiellosnoestuvieranenelajo!

—Vengachicos,nodigáistonterías.Nooscreáistodoloquesecuenta —apuntó Manolo secándose las manos con el delantal—.¿Seguimosconlapartida?

Elsonidode lasbolascontra lamaderavolvióaadueñarsedelbar.ElTrikinopodíamás,necesitabaunpicocuantoantes.Sabíaperfectamentequenoaguantaríahasta lamañana,cuandocobraría

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poreltrabajoy,porfin,tendríadineroenelbolsillo.—Chino…porfavor—suplicóapuntodeperderelcontrol.Los

huesosledolían,lasarticulacionesledabanpinchazosysentíaunasinaguantablesganasdevomitar.

—Queno,Triki,yatehedichoqueno.Medebesunmontóndepasta,ynosoloamí.Aestepasonuncapodráspagar tusdeudas.Conmigonocuentes.

El golpe de una bola contra la madera de la portería leinterrumpió.

—¡Tornaya!Sieteados—celebróManolollevándoseunpitilloalaboca.

—¡Joder, céntrate de una puta vez! —exclamó indignadoMacho.

La puerta de la calle se abrió para dejar entrar a tres jóvenesmás.ApesardelamúsicadeBarricadaquetronabaatravésdelosaltavoces,unrepentinosilencioseadueñódelbar.Unosyotrosse

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dirigieronmiradasansiosas.AnadieseleescapabaquesielKukoylos suyos estaban allí no eraparanadabueno.No frecuentaban laKatrapona.Limitabansusvisitasa teatralesaparicionesen lasqueno les costaba dejar claro quiénmandaba en los bajos fondos dePasaia.

—Aver,Manolo, trescañitas,que tenemossed—pidióelquellevabalavozcantante.Erauntipoguapo,delargamelenarubiaymirada cautivadora. Dos divertidos hoyuelos se dibujaban en susmejillas.

—Ya va, Kuko. Ya va —musitó Manolo a regañadientessoltandolosmandosdelfutbolín.

Tampocoaéllegustabanaquellasvisitas.Dealgunamanera,eltabernerohabía tomadocariñoaaquelloschicosquesepasabaneldíaensutaberna.Noerafácilvercomounosmuchachosvivíanalritmo que les marcaban las dosis de caballo. No eran pocos loshabitualesque,delanochealamañana,habíandejadodevisitarla

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Katrapona. Muchos, porque ahora estaban entre rejas; otros, encambio,porqueunasobredosishabíaacabadoconsusdesgraciadasvidas.YManolosabíaquehabíamuchosculpablesdetodoaquello,peroelKukoera,quizás,elmásvisibledetodosellos.

—¿Seguro que no le echas agua a la cerveza? —inquirió elcamelloencuantosellevóelvasoaloslabios.

Manolo se entretuvo lavando unos vasos.No pensaba darle laalegríaderesponderle.SiemprequeelKukosepasabaporsubar,teníaqueaguantar losmismoscomentarios.Enciertomodo, sabíaque no era más que una rabieta inmadura porque a él no podíasometerlo,comoalosdemás.Noserconsumidorteníasusventajas.Yesaeraunadeellas.

—Vaya, vaya… Si está aquí mi querido Triki —se burló elcamelloconvozmelosa.

No le fue necesario decir nada más para que sus dosacompañantessedirigieranhasta labutacaqueocupabael joveny

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secolocaranunoa cada ladodeél.Conelvasoen lamanoy sinapresurarse,elKukoseacercóhastaallí.ElTrikisabíaqueloqueestabaapuntodeocurrirnoibaaseragradable.Aquellavisitaeraloúnicoquelefaltabaparaqueeldíafueraunacompletamierda.

—¿Qué tal, Kuko? —se obligó a saludar. Al hacerlo lecastañetearonlosdientes.Elsudorqueempapabasusropaslehacíasentiraúnmásfrío.

—Vayamalapintaquetienes—señalóelcamello—.¿Yaestásotravezpelado?

ElTrikiserevolvióenlabutaca.Intentóponerseenpie,perolosdosmatones lo sostuvieron con fuerzapor losbrazos.ElKuko seechóareír.

—Quédatesentadito.Tenemosquehablar—ordenóponiéndoleunpieenlaentrepierna.

—¡No!¡No,porfavor!—sollozóelTrikialsentirquelosotrosdosloasíanconmásfuerza.

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—¿Dónde está mi dinero?—inquirió el Kuko aumentando lapresión.

—Telopagarétodo.¡Todo!—clamóelTrikiretorciéndoseporeldolor.

—¿Cuándo?¡Loquieroya!—¡Para! ¡Para ya! ¡Por favor! —Las lágrimas comenzaron a

rodarporsusmejillas.—Le va a reventar los huevos—murmuró alguno de los que

mirabanlaescenadesdeelfutbolín.ElKukoalzólavistahaciaallí.—¡Silencio,odespuésmepondréconvosotros!Ahorarecuerdo

quealgunotambiénmedebepasta.Elcamellointrodujolamanoqueteníalibreenunbolsillodesu

cazadorade cueroy sacóunanavaja automática.Lahoja se abriócon un chasquido metálico. El Triki sintió cómo se aflojaba lapresión de la bota del Kuko. Lejos de remitir, el dolor de sus

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testículosganóintensidadalverseliberados.Gritó,ylohizocontodassusfuerzas.—Chicos, no quiero broncas. Lo que tengáis que hacer, en la

calle,porfavor—pidióalarmadoManolosinapartarseelcigarrillodelacomisuradeloslabios.

—Solo un momento —pidió el Kuko acercando la navaja alabdomen del Triki—. ¿Sabes qué se siente cuando te sacan lasmantecas? No, ¿verdad?—Hizo una pausa para deleitarse con elgestodeterrorquesedibujóenelrostrodesuvíctimamientrassusdoscompañerosleapartabanlaropaparadejarlelatripaalaire—.Pues o me pagas lo que me debes esta misma noche, en cuantovuelvasde la travesía, o lo comprobarás en tuspropias carnes.—Mientrasloexplicaba,recorriólentamenteelabdomendelTrikiconel filo de la navaja. Solo al final, presionó con más fuerza y unhilillode sangrebrotóde laherida—.Omepagashasta laúltimapeseta,oyomismotesacaréloshigadillos.Yporsialguientienela

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tentación de tomarme el pelo algún día —dijo alzando la voz ymirandoatodoslosdemás—,meterétusputasgrasasenuntarroyseloregalaréaManoloparaquelopongabienalavista.

—Muchachos, por favor —insistió el tabernero. Al mover laboca,elpitillodejócaercenizasobresubarriga.

—No te preocupes. Hemos terminado por hoy —anunció elKukosinapartar sumiradadelTriki—.Ynovaahacer faltaquetengamos que volver a explicarle lo que le hacemos a quien nopaga,¿verdad?

ElTrikinegóconungesto.—¿Qué harás mañana en cuanto cobres? —inquirió el Kuko

presionandoligeramentelanavaja.—Dártelotodo—musitóelTrikiviendoquelasangrevolvíaa

brotar.—¿Todo?—insistióelotro.—To-to… todo —tartamudeó el Triki antes de sentir que la

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presiónsesuavizabahastadesaparecerporcompleto.—Asímegusta—anuncióelKukogirándoseparaabandonarla

Katrapona—. Ah, se me olvidaba. Métete esto —dijo tirando alsuelounapapelina—.Sino,noseráscapazdellegarniatumierdadebarca.

ElTrikiselanzóderodillasaporlaheroína.—Gracias. Gracias. Gracias —balbuceó con lágrimas en los

ojos.Sesentíafeliz.Pocoimportabayaquehorasdespués,pormucho

dineroqueBesaidelepagaraporsutravesía,volveríaaencontrarsesinunduroysinunamalditadosisquellevarsealavena.

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12

23denoviembrede2013,sábado

—¡Hacíadíasquenoseteveíaporaquí!—elabrazoconelquelasaludóIñakiparecíasincero.

—Yasabescómoanda todo…—se justificóLeire recorriendoelastillerocon lamirada—. ¡Vayaempujónque lehabéisdadoal

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galeón! —exclamó fijándose en el barco ballenero que llevabansemanasconstruyendo.

Iñakiasintiósatisfecho.Susojososcurosbrillabandeemoción,comocadavezquehablabandelasréplicas.

—LasemanapasadaempezóallegarlamaderadesdeZerainyya sabes que los planos estaban muy avanzados —explicóacercándosehasta la embarcación, cuyocascocomenzabaa tomarforma.

—Es una pasada. Me muero de ganas por verla navegar —admitió Leire apoyando sumano derecha en la quilla de la nave,cuyotactorugosodelatabaqueaúnlefaltabanvarioslijados.

LanaoSanJuan,unodelosmáshermososgaleonesballenerosconlosquelosvascosconquistaronRedBayensuaventuraenposdelospreciadoscetáceos,habíasucumbidoaunatempestadenlasfrías aguas deCanadá.De aquello hacía ya varios siglos, pero ungrupodearqueólogoshabíalogradorecuperarsusrestos,yahora,en

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Ondartxo, trabajaban en la construcción de una réplica perfecta atamañoreal.Larenacidanavesurcaríadenuevolosmares,aunquesusobjetivosseríanestavezmásculturalesquelucrativos.

—¡Leire!—saludóMendikuteasomándosepordetrásdelcascoconunabrochaenlamano—.Vayajaleo,¿no?¿Cómoestás?

Laescritoraseencogiódehombros.—Laverdadesqueheestadomejor—admitió.Elpintorseacercóadarledosbesos.Olíabien,aunadivertida

mezcladecoloniainfantilyaguarrás.Erauncincuentónbonachón,soltero y de hermosos ojos claros, siempre involucrado en milsaraos. No había en San Pedro comisión de festejos, plataformareivindicativaoasociaciónvecinalquenocontaraconsupresencia.ALeire lehabíacostadoacostumbrarsea llamarloporsusegundoapellido,peronadieenPasaiaparecía recordar sunombredepila:Wifredo.

—La gente está loca. Eso de ir señalando a alguien como

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asesinoesunalocura.¡Miraquehemosvividocosasenestepuebloy nunca se ha hecho nada semejante! No entiendo todo esto, laverdad—aseguróMendikutenegandoincréduloconlacabeza.

—Gracias—musitóLeirealiviada.—Nosotrosestamoscontigo.Nocreasquevamosasubirnosala

oladelosqueproponenpocomenosquevolveralostiemposdelaInquisición.Aquítodosteconocemoslosuficientecomoparasaberque eres buena gente—continuó el pintor esbozando una sonrisaquedejóa lavista losmuchoshuecosquehabíaentresusdientes,legado de una juventud que la heroína le había robado para nodevolvérselajamás.

—Si no, no vendrías a regalar tu tiempo para construir estasjoyas—bromeó Iñaki moviendo el brazo para abarcar los barcosquehabíanbotadodurantelosúltimosaños.

Eran muchos los voluntarios que participaban en el astillerotradicional.Lamayoríacolaborabaalmenosunaveza la semana,

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llevandoacabo tareasde lamásdiversa índole.Leiresededicabaespecialmenteadocumentarlahistoriadelasembarcacionesqueseconstruían.Todasellaseranréplicasdeantiguasnavesquesurcabanla costa cantábrica. En ningún caso se utilizaban técnicasconstructivas que no fueran idénticas a las empleadas en susrespectivasépocas.

—¿Y Miren? Me dijo que hoy se pasaría —preguntó laescritora.

—Ha llamado. Se le ha complicado el día y se queda enAmorebieta—apuntóIñaki.

Leire asintió con cara de circunstancias. Le hubiera gustadoencontrarla allí. Tenía ganas de salir con ella a tomar un café ydesahogarse.Eraunalástimaquelahubierandestinadoalafábricade papel deAmorebieta, con todas las que había cerca de Pasaia.MientrastrabajóenladeErrenteria,laescritorayellaseveíancasia diario, pero ahora apenas se encontraban de vez en cuando en

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Ondartxo.Lamayoríadelosdías,elturnodelaingenierapapelerase dilataba tanto que se veía obligada a quedarse a dormir en elapartamentoqueteníajuntoalaplanta.

—¿Has visto? —inquirió Mendikute señalando la quilla delgaleón—.Esunapiezafantástica;hayamacizadelaselvadeIrati.Quieroimpermeabilizarlabienporquedeelladependetodalanave.

—Alquitrán deQuintanar de la Sierra—apuntó Iñaki, aunqueLeiresabíaqueeraasí.ApesardequeenelsigloXVIlosbarcosseprotegíantambiénconsaín,elproductomáspreciadodelaballena,en la actualidad no era posible hacerlo por la moratoriainternacionalsobrelacazadecetáceos.

La escritora recorrió el perímetro de la nave acariciandosuavementeel casco.Eragrandioso.Nuncaantesen lahistoriadeOndartxohabíanafrontado laconstruccióndeunaembarcacióndesemejantesdimensiones.Ypensarquedecenas, talvezcientos,denaosballenerassimilaressurcaronelAtlánticovariossiglosatrásen

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busca de una fuente de sustento para poblaciones enteras…Todoaquelloparecíaincreíble.

—Esunsueño,¿verdad?—apuntóIñakillevándoseunamanoalaorejaizquierda,dondelucíatrespequeñosarosdeplata.Talvezeranaquellospendientes,otalvezlacoletaquerecogíasucabelleramorena, pero a Leire le recordó a los piratas de los cuentosinfantiles.

Laescritoraasintió.Sabíaaquéserefería.Lasdimensionesdelproyectoerantangrandesquesehabíanvistoobligadosalograrelapoyodelasinstitucionespúblicas.Labatallahabíasidodura,peroallíestabalanaoSanJuan;porfinenmarcha.

La lista de materiales necesarios para llevar a cabo suconstrucciónquitabaelaliento:doscientosroblesllegadosdesdeelvallenavarrodelaSakana,veinteabetosdelaselvadeIratiparalosmástilesyvergas,seiskilómetrosdesogadecáñamo,unaquilladehaya de quincemetros de altura…Si todo iba bien, en un par de

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años, el galeón, de casi treinta metros de eslora y tres cubiertas,surcaría los mares como resultado del saber hacer de decenas devoluntarios.

Pensaba en ello cuando el timbre del móvil la devolvió alpresente.Estaveznoera JaumeEscudella, sinoRaquel, supropiahermana, pero la sensación de desasosiego que le produjo no fuemenor.

—¡Kaixo maitia! —la saludó apartándose ligeramente de suscompañeros.

—Otravezlomismo.—Raquelnoacostumbrabaaandarseconrodeos ni ceremonias—.Llego a casa yme la encuentro borrachaperdida.Yanoséquéhacer,estoydesesperada.

Leire suspiró desanimada. Conocía de sobra la adicción de sumadre, pero no era fácil asimilar ese tipo de llamadas.Lamentablemente, cada vez se hacían más frecuentes y Raquelparecíamás hastiada.Tampoco creía que hubiera una solución, al

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menos mientras Irene no reconociera que tenía un problema.Además,ellabastanteteníaconlosuyo.

—¿Sabes lo que es llegar a tu casa después de trabajar yencontrártela tiradaen la cocina, comounmaldito trapoviejo?—insistiósuhermana.

La escritora sabía que era mejor no decir nada. Raquel soloqueríadesahogarse.Siabríalaboca,sololograríaenfadarlamás.

—Ytú,mientrastanto,porahí;mejorcuantomáslejosdecasa.Tambiénestumadre,¿sabes?

Leire semordió la lenguaparano contestar.Quería recordarleque ella también tenía sus propios problemas, que su vida estabapatasarriba,quesumundosedesmoronabapormomentos…,perose obligó a mantener la calma hasta que Raquel cortó lacomunicación.

Haciendounenormeesfuerzoparaquelaslágrimasnobrotarandesusojos,volviójuntoalgaleón.

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—¿Qué sabéis vosotros de los Besaide? —preguntó a suscompañeros.

IñakisegiróhaciaMendikute.—Éligualestámásenterado,peroyolopocoqueséesqueson

muyraros—apuntó.Leire asintió. Iñaki era donostiarra. Apenas diez minutos de

coche separaban Ondartxo de su casa en el barrio de Gros, peropodíansersuficientesparaquenoestuvieraenteradodetodoloqueocurríaenPasaia.

—¿Ytú?—inquiriómirandoalpintor.Mendikuteexhalóunprofundosuspiromientrassegirabahacia

lapuertaparacomprobarquenohabíanadiemásenelAstillero.—¿Creesquehansidoellos?—quisosaber.Alcomprobarque

Leire se encogía de hombros, decidió continuar—. Yo no lodescartaría. LosBesaide son capaces de eso y demuchomás. Sudineroestámanchadoporlasangreyladroga.

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—Esoteníaentendido—añadióIñaki.Elpintorperdíasusojosclarosenelvacío,dondeparecíabuscar

recuerdosdelpasado.—TodavíadoygraciasaProyectoHombreporhabermehecho

posibledejaratrásmiadicción—continuóexplicando—,perotuveladesgraciadevermorir,víctimadelaheroína,ademasiadagentealaquequería.Eradifícilnocaerensusgarras.Pasaiaeraentoncesunadelasprincipalespuertasdeentradadeaquellamierda.Súmalela rebeldía de la juventud, la durezade la vidamarinera, unnivelterrible de desempleo y, sobre todo, la falta de escrúpulos dealgunosytendráselcóctelmásmortalquepuedasimaginar.Yesoscabrones no andaban lejos. —El pintor volvió a girarse hacia lapuertaaloírquealguienlaabría—.Llegastarde,Unai.Hacemediahoraquehanzarpado—anuncióalzandolavozantesdeconvertirlaenunsusurroyacercarseaLeireparaqueelreciénllegadonooyerasus palabras—. Los Besaide son los culpables de que muchos

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jóvenesdeestepuebloyazcanhoybajotierra,asíquenoteextrañesdequeseancapacesdecometercrímenescomolosdeestosdíassisudineroestáenjuego.

—¡Leire!¡Vayasorpresa!—Unaiparecíarealmentesorprendidodeverla—.HabíaoídoquetehabíasvueltoaBilbao.

Laescritoranegóconungestoal tiempoqueseacercabaparasaludarloconunpardebesos.

—¿Con lo agustoque estoy en el faro?—seburló restándoleimportancia—.¡Niloca!

Unaisoltóunacarcajada.—Mealegrodeverte.¿Quétalteva?Sinsabermuybienporqué,Leireseobligóamentir.—Bien,muybien.Quizás porque Unai hacía solo unos meses que se había

incorporado al astillero o quizás por algún otro motivo que nolograba explicarse, la escritora no se sentía tan a gusto en su

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compañíacomoconotrosvoluntarios.Aunasí,decidiópreguntarleporlosBesaide.

—No sé gran cosa. Sonmillonarios ymás raros que un perroverde. De hecho, creo que jamás enmi vida he visto al hermanomayor y con el pequeño tampoco me habré cruzado más de unadocenadeveces.

—Esqueelmayorhacemuchosañosquenosaledecasa.Tienealgún tipodedesvarío—apuntóMendikute señalándose la cabezacon labrocha—; fobia socialoalgoasí.Y tú—añadiómirandoaUnai— serías un crío cuando dejó de salir. ¿Cuántos años tienes,veinticinco?

—Veintiocho—lecorrigió Iñaki—.Losmismosqueyo.Élesveintedíasmásviejo.

—Pues debías de tener nueve o diez años cuando se encerró.Desdeentoncessolosuhermanosedejavery,laverdad,lohaceenmuypocasocasiones.¿Ylospadres?—inquirióMendikute—.Vaya

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par de cabrones. Inundan Pasaia de heroína y cuando los van ajuzgarsemarchanaFilipinas.¿Quémedecísdeeso?

—Dicen que es un país precioso, con unas playasimpresionantes.Nopareceunmallugarpararetirarse,laverdad.Ymenos si lo comparamos con la cárcel —opinó Unai antes deseñalaralembarcaderodelastillero—.¿Nosehabránidosinmí?

Iñakiasintióocultandoaduraspenassusatisfacción.—Parecequevienecambiodevientoynoqueríandemorarse—

explicóseñalandolasnubesgrisesquecubríanelcielo.—¡Vayacaramásdura!Yaveráncomolleguentardealgúndía

—protestóUnaiconlosbrazosenjarras.Leireserioparasusadentros.Unadelasactividadesdelasque

másdisfrutabanlosvoluntariosdeOndartxoerasaliranavegarconlas embarcaciones que ellos mismos habían construido. Era, sinduda,unpremioa la constanciaque requería la fabricaciónnaval,aunqueno sehacíameramenteporocio, sinopara comprobarque

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todofuncionabaa laperfección.YsiUnaisehabíahechofamosoporalgoenelastilleronoeraprecisamenteporsulaboriosidad,sinoporque solo parecía estar disponible cuando de embarcarse setrataba.Porello,encuantolaescritoravioqueelpintorlehacíaunguiño divertido, supuso que sus compañeros habían zarpado antesdetiempoparadarleesquinazo.

—Yaqueestásaquí,échaleunamanoaMendikuteconlaquilla—propusoIñakiconunasonrisasarcástica.

Unaimascullóunjuramentoentredientesmientrassequitabalacazadoramarinera.

—¿Tienesotrabrocha?—inquiriódemalagana.IñakiaprovechóparaacercarseaLeire,queobservabalaescena

divertida.—¿Me dejas que te haga una recomendación?—preguntó en

vozbaja.—Faltaríamás.

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El joven lepasóelbrazoporencimadelhombroy la invitóacercarsehastalaorilladelmuelledondebotabanlasréplicas.Frentea ellos se balanceaban media docena de embarcaciones antiguas,fruto del trabajo artesanal y paciente de los últimos años. Laescritorareparóenquelaropadesuacompañante,elvoluntarioquemáshoraspasabaenOndartxo,olíaamaderafresca,comolasnavesquetantolefascinabaconstruir.

—Esodeirpreguntandoatodoelmundosobreunostiposquehanhechotantodineroacostadelsufrimientodelosdemásnomeparecelomásprudentedelmundo.

La escritora le dirigió una larga mirada antes de responder.¿Hasta qué punto podría confiar en él? Algo le decía que Iñakiestabadesulado.

—¿Sabes el calvario que estoy pasando? ¿Sabes lo que es nopoderbajaralpuebloporquetodosmeseñalancomolaasesinadeesas dos mujeres? —preguntó sintiendo que los ojos se le

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humedecían—.¡Estoyhartadeestamierda!Iñakiapoyólasmanosensushombrosylamirófijamentealos

ojos.—Yo sé que tú no fuiste.Te conozco.Te he visto trabajar en

Ondartxo. Te he visto entusiasmarte con cada proyecto y nonecesitomásparasaberquenoseríascapazdehacerunabarbaridadsemejante.

Laintensidaddesumiradaledecíaqueerasincero.—PerotúnisiquieravivesenPasaia.Quizásporesonocreesen

miculpabilidad.Todoestepuebloparecehabersevuelto,derepente,contramí—protestóLeire.

—¿Deverdadteparecequenovivoaquí?Esciertoqueduermocada noche en Donostia, pero me paso el resto del día en estepueblo.TrabajoeneldesmantelamientodelacentraltérmicadeSanJuany,cuandosalgo,vengodirectoaOndartxoparadedicarmealaconstrucciónnavalhastaqueelcansanciomepuede—apuntóIñaki

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molesto con su comentario—.Soymás pasaitarra que ninguno desus habitantes y te puedo asegurar que haymucha gente que estáconvencidadetuinocencia.

—¿EnOndartxo?—quisosaberlaescritora.—Enelastilleroyfueradeél.—Hizounalevepausaantesde

cambiardetema—.¿DeverdadcreesquehansidolosBesaide?Leireobservóqueelgigantescosemáforodelaatalayaestabaen

rojo. Tres luces rojas cortaban el paso a quienes quisieranabandonar el puerto. Visto desde el mar, estaría en verde. Algúncarguerosedisponíaaentrar.

—No sé.Es todo tan terrible…Pero alguien ha sido, eso estáclaro —apuntó Leire—. ¿No crees que han podido hacerlo paraacallar losmovimientos vecinales en contra de una operación quelesbrindaríamuchísimodinero?

Iñakilededicóunamiradadeextrañeza.—Explícate.Creoquemeheperdidoalgo.

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Leire leexplicó laoperaciónque laconstrucciónde ladársenaexterior permitiría realizar a los propietarios de Bacalaos ySalazonesGranSol,conlarecalificacióndelterrenodesuenormealmacénparapoderlevantarviviendasenél.

—¿Cómo estoy tan desconectado? No tenía ni idea de esajugada—admitióIñaki.

—¿VescómonovivesenPasaia?—seburlólaescritora.Elvoluntariofruncióelceñoyseatusópensativolacoleta.—¿Has pensado que no serán los únicos con intereses en el

puerto? —señaló propinando un puntapié a una piedra que sehundióenlasnegrasaguas—.Aunquequizássílosúnicostanlocoscomo para poder hacer algo así por salvar su negocio —añadiócomo para sí mismo—. De todos modos, insisto en que tengascuidado.Sillegaraasusoídosqueandastrasellos,nocreoquesequedendebrazoscruzados.Y,sicomocrees,hansidocapacesdemataraesasmujeres,nocreoquehacerlomismoconalguienque

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viveenun farosolitario lessupongaunproblema.Allíarribaerespresafácil.

Leire tragó saliva con dificultad. Iñaki tenía razón. Tal vezdeberíadejarlotodoyvolverseaBilbao, lejosdesutorredeluzydeaquellamacabrahistoria.

Unmercante, que se adentraba lentamente en la bocana, silbóconfuerza,haciendoalzarelvueloa lasgaviotasqueanidabanenlosacantilados.Susgraznidos,enformademaléficascarcajadas,lahicieronestremecersealmismotiempoqueunagotacaíasobresufrente.

—Está lloviendo —anunció Iñaki tras comprobar que a esaprimeraseguíanmuchasgotasmás.

Leirerespiróafondo.Olíaamadera,abrea,ahumedadymar.Unayotravez,despacioperocondecisión,llenósuspulmonesconaquelairequelahacíasentirviva.

—Mequedo—murmuróconvencida.

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Porque en aquel lugar, a pesar de todo, se sentía libre y nada,absolutamentenada,ibaaobligarlaamarcharsedeallí.

—¿Cómodices?—seextrañóIñaki.—Nada…, que si tienes una lija. Ya es hora de dejarse de

chácharayponerseatrabajar.

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13

25denoviembrede2013,lunes

—Espero que el fin de semana os haya aclarado la mente,porquenopuedepasarundíamássinquedemoscazaalasesino—saludóAntonioSantosasuequipoencuantoCestero,laúltimaenllegar,fichóenelrelojdelaentrada.

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Pasaban diez minutos de las ocho de la mañana y la luzanaranjadadelasfarolassefiltrabaaúnporlasventanas.

—¿Habéisvistolosperiódicos?—comentóIbarra—.Empiezaahaberalarmasocial.Lagenteestáasustada.

—¿Te parece raro? —se indignó García—. Dos mujeresdestripadasenmenosdeunasemanayaúnpretenderásquelagenteesté tranquila.Lonormal seríaqueestuvieran todosencerradosencasaacalycanto.

—Esos cabrones de la prensa están dando a entender que nohacemos nada —se lamentó Santos—. ¡Pues menos mal! ¿Acuántosvecinosinterrogamoselviernes?¿Veinte?

—Veintiuno—lecorrigióIbarra.—Nunca,en losmuchosañosque llevoen laErtzaintza,había

practicadouninterrogatoriotanagotador.¿Yquésacamosenclaro?—continuó el comisario—.Que la farera es la sospechosa para lamayoríadesuscompañerasderemo.¿Algomás?

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—QueJosuneMendozahabíaabandonadolasinstalacionesdelclub,demodoquenofueallídondefueasesinada—añadióIbarra.

—Eso lo confirmaron los camarerosdeunode losbaresde laplaza. La víctima se tomó un zurito al acabar el entrenamiento.Hasta ahí, todo normal —recalcó Santos—. ¡Veintiuna personasinterrogadasydicenquenohacemosnada!—protestóindignado—.Yeso,pornohablarde la inspecciónde labocana. ¡Doceagentespeinando cadametro de las orillas de la ría durante tres horas, enbuscadellugardondefuearrojadaalmar,yaúnlesparecerápoco!

—Lo que les parece insuficiente son los resultados, que sonnulos—comentóGarcía.

—Siemprehabráalgoque lesparecerámal.Lacosaesvenderperiódicos—sentenció el comisario girándose hacia el forense—.Enfin,¿hayalgonuevoquedebamossaber?

Gisasolanegóconlacabeza.—Nada. Los de la Científica tampoco tienen nada. En los

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registros de su casa y del club de remo no han obtenido pruebaalguna.

—Algo se nos tiene que estar escapando —murmuró elcomisariofrunciendoelceño—.Vamosarecapitular.Dosmuertas.Ambasestranguladasconloquepareceserlamismacuerdayconelvientrebrutalmentedesgarrado.

—Noolvides la extracción de tejido adiposo—lo interrumpióGarcía.

Elcomisariolededicóunamiradacansada.—¿Quiénhadichoquelohayaolvidado?—sedefendió.AneCesterofueincapazdecontenerunbostezo.—¿Tantoteaburrimos?—inquirióSantosirritado.—Demasiadafiestaelfindesemana—seburlóGisasola.—Perdón. Los lunes me matan —se disculpó la agente

recogiéndoseelpelorizadoenunacoleta.—Pues a ponerse las pilas.No quiero un solomuertomás—

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espetóelcomisariofijándoseenlasojerasdeCestero.Seguramentehabríapasadoel finde semanadediscotecaendiscotecamientrasun asesino andaba suelto burlándose de todos ellos—. ¿Podemosseguir? ¿Tenemos claras las coincidencias entre ambos crímenes?Lafareranosoloparecetenerunmóvilenlosdoscasos,sinoquetambién es quien casualmente da con los cuerpos. ¿No os parecedemasiadacasualidad?

García alzó la mano. El comisario se fijó en el desagradablerictusdedesdénquemostrabaensuboca.

—Adelante,agente.Yasabesquenoesnecesariopedirpermiso—ledijoesforzándosepornodejarentreverlarabiaquesentía.

—Las casualidades existen. No deberíamos cerrarnos tanto enbanda—apuntóGarcía.

—¡Vaya! Pues aún no te he oído proponer otra línea deinvestigación—seburlóSantos.

—¿Cómoqueno?—sedefendióelotro—.Lagrasa.Esaespara

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mí la clave de todo.Lo demás pueden ser coincidencias casuales,perolagrasano.

—Explícate—lepidióSantosapoyandolasnalgasenunamesa.—Creo que estamos ante un psicópata. No se conforma con

matar, sino que parece tener una fijación con las entrañas de lasvíctimasy,másconcretamente,consusebo.—Elcomisariotuvolasensación de que al mencionar esta última palabra señalaba suincipiente barriga. Como tantas otras veces, se prometió quecomenzaríaahaceralgodedeporte,aunquesupodeinmediatoqueel propósito se le olvidaría en cuanto llegara a casa—. Da laimpresión de que el objetivo final de los crímenes no es otro querobarleslagrasa—sentencióGarcía.

—Amásdeunaleharíaunfavor—apuntójocosamenteIbarra.—¿Cómo puedes ser tan machista? —lo increpó la agente

Cesteroconunamiradafulminante.—¡Basta! —intervino Santos. Le estaban poniendo la cabeza

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comounbombo.Precisamente loúltimoquenecesitaba trashaberpasadolanocheintentandoconvencerasumujerdequenosiguierahaciendo las maletas para abandonarlo. En su desesperación, lehabíajuradoqueestabadispuestoadedicarlesmástiempoaellayala niña. Sin embargo, algo en la decepcionadamirada de Itziar ledijoquelaspromesasllegabandemasiadotarde.

—¿Quépuedemoveraalguienatenertantointerésenlagrasahumana?—quisosaberelforense.

TodaslasmiradassevolvieronhaciaGarcía.—No lo sé. A alguien que hace algo así el cerebro no le

funciona igual que a nosotros. Necesitaríamos entrar en sumentepara responder a eso, pero estamos ante un patrónmás propio deasesinosenseriequedeunvengador,ovengadorasifueralafarera,depequeñasrencillascotidianas.

Santosresoplócontrariado.—También pueden ser las dos cosas —propuso—. ¿Y si la

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fareraesunafríaycalculadoraasesinaenserie?—¿No es escritora? Alguien acostumbrada a pensar

continuamenteargumentosparasus librosencajaperfectamenteenelperfilquebuscamos,¿no?—dijoIbarra.

—¡Nodigassandeces!—espetóCestero.—¿Quéharáconlagrasa?¿Se lacomerá?¿Cocinaráconella?

—insistióGisasola.—¡Qué asco! —exclamó el comisario con una mueca de

disgusto—.¿Queréisdejardedecirchorradas?GarcíasepusoenpiedesafiandolaautoridaddeSantos,queera

elúnicoquenoestabasentado.—Durante un tiempo, al tejido adiposo humano le fueron

atribuidos poderes casi milagrosos —explicó sin obedecer a lafulminantemiradacon laqueel comisario ledecíaquevolviera asentarse—.Segúnsecreía, losuntos,queasílosllamaban,servíanpara elaborar ciertos brebajes capaces de devolver la juventud

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perdida. Podríamos estar ante alguien que haya decidido volver acreerenesaspatrañassobreelsebo.

AntonioSantosvolvióa tener lasensacióndequelemirabalatripa.

—¿El sebo?—preguntó Ibarra con unamueca de repugnancia—.¿Secomíanelsebo?

Garcíanegóconungesto.—No directamente. Según tengo entendido, con los untos se

elaborabancremas,jabonesytodotipoderemediosquesecreíaquepodíancurarenfermedadesgraves.

—¡Qué asco! Vaya ocurrencia más espantosa —protestóCestero.

Antonio Santos observaba desconfiado al agente García. Nocabía dudade que se había documentadobien sobre el tema.Conuna punzada de temor, sospechó que su padre debía de estarayudándolo. ¿Con qué objetivo? No era difícil aventurar que un

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caso tan mediático como el de los asesinatos de Pasaia podíasuponeruntrampolínensucarrera.Y,sialguienascendía,alguienpodía caer; y ese no sería otroque el responsable de comandar lainvestigaciónsiestanollegabaabuenpuerto.

«Tengoquehacerlobienoestecabrónmequitaelpuesto—sedijoconunaacuciantepresión».

—Nomeparecemalo tuplanteamiento—reconoció fijando lavista en García, que volvió a ocupar su silla—. Sin embargo, nologroentenderentoncesporquéhayunvínculoentrelasvíctimas.Sisoloquiererobarleslagrasa,¿porquéelegirsoloamujerescondisputasabiertasconlafarera?

—Para mí está claro—anunció Ibarra logrando que todos segiraranintrigadoshaciaél—.Laescritoraesa…

—LeireAltuna—señalóGarcía.—Sí,Altuna—continuóIbarra—.Mepareceríaextrañoqueno

fueraella laasesina.Quematedeunauotra forma,quesaque las

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tripas de lasmuertas o les robe la grasa o elmismísimo corazón,tanto da. Eso solo nos confirma que es una psicópata que no seconformaconarrebatarlavidaasusvíctimas,sinoque,además,sesiente tan dueña de sus truncados destinos que se ensaña con suscuerpos.

—¿Y qué crees que hace con la grasa?—inquirióGarcía congesto incrédulo mientras Santos asentía convencido por suexplicación.

—¡Yoquésé!Latendráenalgúnlugardelfarocomorecuerdode su gesta. O igual se fríe con ella las patatas de la cena paramantenersejoven—sentencióIbarraentonoburlón.

—Ya estamos como siempre —protestó Cestero—. La fareraasesina.¿Noseosocurrenadamásinteligente?

Untensosilenciosiguióasuspalabras.—¡La lista de la comisaría de Errenteria!—se mofó Antonio

Santos—.¿QuéesloquenoteconvencedelateoríadeIbarra?

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AneCesteronegóconunmovimientodecabezaantesdehablar.—Nada —admitió con voz firme—. Estoy con García. Un

malditoladróndesebocampaasusanchasporlabahíadePasaia.Todolodemásnosonmásquecasualidadesquenoshacenperdertiempoyesfuerzos.

El comisario se llevó la mano derecha a las sienes y suspiródesanimado.

—¿Por qué cojones es tan complicado?—preguntó alzando lavozconformehablaba—.¡Porqué!

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14

25denoviembrede2013,lunes

Leire leyó por segunda vez la placa dorada situada junto alportal.

DelaFuenteandManConstrucciones.1ºDerecha.

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Apesar de estar cadavezmás convencida de que losBesaidepodían tener algo que ver con losmacabros crímenes que habíanazotadolabahía,decidióqueseríamejornolimitarsuinvestigacióna aquellos dos esquivos hermanos. Al fin y al cabo, la obra delnuevopuertonosololosenriqueceríaaellos.

Tomóaireypulsóeltimbre.Porunmomento,estuvotentadadedarmediavueltaantesdequefuerademasiadotarde,perounavozmetálicalasaludóporelinterfono.

—Bienvenida. Suba. El señorDe la Fuente la espera.—Leirereconocióalamismasecretariaquelahabíaatendidoporteléfono.

Mientrassubíaporlasescaleras,aoscurasporquenohabíasidocapazdedarconel interruptorde la luz,cruzóinstintivamente losdedos.Esperabaqueaquellosalierabien.JoséDelaFuentesehabíahechopopularenlosúltimostiemposporsusdurosenfrentamientosconlasasociacionescontrariasalaconstruccióndelpuertoexterior.De todos eran conocidas sus maniobras para desacreditar las

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manifestaciones de los grupos ecologistas, a los que acusaba dequererarruinarlopormotivospersonales.

Hacía días que Leire le daba vueltas a cómo interrogarlo sinlevantar sus sospechas y, finalmente, se había presentado porteléfonocomounaperiodistainteresadaenlaobra.Lasecretariadelconstructor no pareció muy convencida con la idea, pero traspreguntarasujefe,habíaaccedidoadarleunacita.

—¿Hola?—saludólaescritoraalllegaralrellano.—Adelante.Estáabierto—anunciólasecretaria.Leire empujó la puerta intentando respirar con normalidad. Si

aquella mujer o el constructor la reconocían, no podría continuarhaciéndosepasarporperiodistay,contodaseguridad,DelaFuentesenegaríaaresponderaunasolapregunta.

Acostumbrada a la escasa luz de la escalera, la repentinaluminosidad de la oficina la cegó durante unos instantes. Alrecuperarse, vio frente a ella a una mujer de larga melena y

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maquillajeexcesivo.Susonrisadejabaentreverunamuecaburlona.«Seestáriendodemí—comprendióLeire».—Otraquesubeaoscuras.¿Porquéanadieseleocurriráqueel

mejorlugarparauninterruptoreselmarcodelpropioportal?—semofóindicándolequelasiguiera.

Leire suspiró aliviada al comprobar que no la conocía, ni devistasiquiera.Decididamente,eraunasuerte.DurantelosdoceañosquevivióconXabier,lohabíahechoaescasoscincuentametrosdeaquella oficina, a orillas de losmuelles de San Pedro, por lo quecreíasercapazdereconoceratodoslosvecinos.Sinembargo,comoacababadever,noeraasí.

Elvetustosuelodemaderadellargopasillocrujióbajolospasosdelasdosmujeresconformesedirigíanaldespachodelconstructor.

Conlamiradafijaenquienlaguiaba,Leirelecalculónomásdecuarentaaños.Talvezfuerainclusomásjovenqueellamisma.Sinembargo,elexcesodemaquillaje,elpeloteñidoderubioplatinoy

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las ropas ceñidas la hacían parecer mayor, un efecto sin dudacontrarioalquelamujerdeseaba.

Sindetenersea llamara lapuerta, la secretaria laempujóysehizoaunladoparadejarpasaralasupuestaperiodista.

—Aquílatienes—anunciócruzandounamiradaconsujefe.Leire reconoció al instante a JoséDe la Fuente. Su rostro era

habitual en losperiódicosy televisiones locales, aunquealnaturalparecía bastantemás viejo.Un laberinto de arrugas recorría todoslosrinconesdesucara,enrojecidaademásporlosabusosalosqueseguramentesometíasucuerpo.Sinembargo, loquemás llamólaatencióndelaescritorafueronsusojostristes.

—Pasa. Siéntate —ordenó el constructor señalando una sillavacíafrenteasuescritoriomientrasobservabaasuempleadadarselavueltaparadejarlossolos.

Leireasintióconunasonrisaforzada.—¿Ybien?—inquirióDelaFuenteencuantolatuvofrenteaél

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—.¿Porquéunaguapa escritoraqueúltimamente estádemasiadodeactualidadsepresentaaquícomoreportera?

Con la mirada fija en el periódico que el constructor lemostraba, Leire comprendió que todo su plan se acababa de ir altraste. EraEl Diario Vasco de ese mismo día, que dedicaba seispáginas a los asesinatos de Pasaia. En la última de ellas,entrevistaban a varios vecinos. Algunos de ellos carecían deremilgosa lahoradeseñalara laescritora,perosí los teníanparadarsusnombresrealesalaprensa.

—Estoytrabajandoenunartículosobreelpuerto—mintióLeireenundesesperadointentodemantenerlaideainicial.

—¡Venga ya! Tú lo que escribes es literatura romántica, noreportajes—exclamóDelaFuenteseñalandolaestanteríaqueteníaa su espalda. Leire reconoció el lomo de su primera novela entreotros muchos libros—. Hace años, cuando todo Pasaia empezó ahablar de la escritora famosa que vivía en el pueblo, intenté leer

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algo tuyo. Infumable, pero tengo que reconocer que algo tendrácuandovendestanto.

El constructor se apoyó en la mesa para ponerse en pie. Alhacerlo,unadesordenadamontañadecarpetasapiladassebalanceóligeramente.Arrastrandolospiesdemaneracansina,seacercóhastaunmueblebarysesirvióunbíter.

—¿Te apetece uno? ¿Güisqui, cerveza, tónica? —ofrecióalzandoelvaso.Alhacerlo,loshielostintinearoncontraelvidrio.

—No,gracias.—Túsabrás—murmuróDelaFuentevolviendoasusitio.La escritora se fijó en él. No parecía un hombre lo

suficientemente ágil como para poder ser el asesino. Su enormepanzatensabadetalmaneralacamisarosaquevestía,queparecíaapuntodereventarla.

—Aquí donde me ves, fui jugador de rugby —explicó elconstructor adivinando sus pensamientos—. Ymis amantes dicen

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quesoyelmejorenlacama.Mordiéndoselalenguaparanomostrarelascoquesentía,Leire

fijólavistaensulibreta.—¿Por qué tanto interés en defender el puerto? —inquirió

mostrandoelbolígrafo.—¿Por qué tanto interés por hablar conmigo? ¿Por qué

presentarteaquícomosifuerasunareportera?—seburlóelotroconlamiradaclavadasinningúnpudoreneldibujoquemarcabansuspechosbajoeljersey.

Leirelededicóunamiradaasqueada.—Megustaríahablar de la ampliacióndel puerto.Tantagente

en contra, tantos a favor…No sé, me gustaría oír su versión—apuntóconeltonomásneutroquelefueposibleemplear.

—Estábien—aceptóDelaFuenteantesdecomenzarunlargodiscursosobrelasbondadesdelpuertoexterior.

—Si todoes tanfantástico,¿aquéatribuyequeexistangrupos

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contrariosasuconstrucción?—lointerrumpióLeire.—¿JaizkibelLibre?—Elempresariomostróunasonrisaburlona

—.Sonlosdesiempre;unosmuertosdehambrequepretendenvivirsin dar un palo al agua. Si les hiciéramos caso, viviríamos en laEdadMedia.

—¿Nocree que todo elmundodebería tener derecho a dar suopinión?—apuntóLeire.

JoséDelaFuentediounsonoromanotazoenlamesa.—¡Unacosaesopinaryotraboicotearelfuturo!Esoscabrones

loúnicoquequierenesarruinarme.—Susojostristesmostrabandeprontounprofundorencor—.Metienenenvidia.¿Ysabesporqué?Porqueyoheconseguidotriunfarenlavidayellosnoseránnuncamásqueunosmalditospordioseros.

La escritora sonrió para sus adentros. La conversación estaballegandoaltemaqueleinteresaba.

—Estaráenteradodeque lasdosmujeresasesinadas formaban

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partedeesaplataforma.Elconstructorasintióechándoseparaatrásenelsillón.—Pormí,puedesmatarlosatodos.—Muerto el perro se acabó la rabia—señaló Leire haciendo

oídossordosalaacusaciónqueportabanimplícitasuspalabras.José De la Fuente dio un largo trago de su vaso. Por un

momento, la escritora temió que iba a dar por terminado elencuentro,peroelconstructorselimitóamoverafirmativamentelacabeza.

—Asíes.Lamentablemente,necesitarásdemasiadotiempoparaacabarcontodaesaescoria—apuntóconungestodecomplicidad.

Leire tragó saliva.Estabahartadeque todos la acusaran,peroestabaconsiguiendoquehablara.

—Simelopermite…Mesorprendequehableusteddelpuertoexterior como de un proyecto propio, cuando ni siquiera ha sidoconvocadoelconcursopúblicoparaadjudicarlaobra.

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DelaFuentesonrióconsarcasmo.—¿De verdad crees que la obra del puerto no está ya

adjudicada?—seburlóalzandolascejas—.¡Ay,ilusa!Leire no se sorprendió por su respuesta. La corrupción en la

obra pública era una realidad demasiado habitual en los últimostiempos.

—Siempre consigo lo que quiero —añadió el empresariovolviendoabajarlavistahaciasustetas—.Siempre.

Algoensutonodevozle indicóa laescritoraqueseríamejorsalirdeaqueldespacho,peroaúnteníaunapreguntaquehacer.Talvez aquel tipo careciera de la agilidad necesaria paramatar a unamujer,peroaúnnoconocíaasusocio.

—Una pregunta más —apuntó incorporándose—. ¿Habríaalgunaposibilidaddeentrevistartambiénasusocio?

JoséDelaFuentefruncióelceño.Parecíarealmenteextrañado.—¿Quién?¿Quésocio?—inquirió.

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Leire señaló el membrete de un sobre que había sobre elescritorio.

—ElseñorMan.¿AcasonosellamaDelaFuenteandMansuempresa?

Elconstructorestallóenunasonoracarcajada.—No lopillaba—seburló—.Cuandoempecé en estahistoria

de las construcciones quise darle un toque internacional a laempresa.Algomásserio,yameentiendes.EnrealidadMannoesnadie;essolounaabreviaturademisegundoapellido:Mancisidor.

Leiresintióqueseruborizaba.Nuncaselehubieraocurridounaexplicacióntanabsurda.

—No eres la primera a la que le pasa. De hecho esa era miintenciónalidearelnombre.Celebroqueaúnconsigaelefectoquepretendíaobtener—explicóacompañándolaa lapuerta—.Hasidoun placer conocerte en persona. Podríamos cenar esta noche ycontinuarhablandodeloquequieras.

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Laescritorareprimiólareaccióninstintivademarcharsedandounportazo.Talveznecesitaravolverahablarconaquelhombreyloúltimoqueleconveníaeracerrarsepuertas.

—No he venido a ligar con usted —anunció con voz firmededicándoleunamiradaglacial.

Elconstructorasintió.—Tú ganas—accedió haciendo un gesto a su secretaria para

que la acompañara—; pero no lo olvides: siempre consigo lo quequiero.

Suspalabrasquedaronflotandoenelairemientrassuempleadaguiabaalaescritorahacialasalida.

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26denoviembrede2013,martes

—Aquí tienes —anunció Amparo dejando sobre la barra elbocadillodebonitoconguindillas.

Leire esbozó una tímida sonrisa antes de llevárselo a la boca.Hacía años que almorzaba regularmente en la Bodeguilla, pero

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aqueldíasesentíacomounaextranjeraensupropiacasa.Losdosúnicosparroquianosquehabíaenpiejuntoalabarralamiraroncondesconfianza e interrumpieron su conversación al verla entrar. Lapropietaria, una señora menuda, ligeramente encorvada y quesobrepasaba a todas luces la edad de jubilación, tampoco la habíarecibidoconbuenacara.

¿Dóndeestabaelegunon,maitiaconelqueAmparolasaludabahabitualmente?

Comenzabaaestarhartadeaquellasituación,deaquellagenteydeaquelopresivoambienteque,depronto,serespirabaenPasaia.¿Qué tenía que hacer para demostrarles que ella no era ningunaasesina?

Larespuesta le surgió tanprontocomoacabóde formularse lapregunta.Debíadarcuantoantesconelsalvajequehabíamatadoaaquellasmujeres.Necesitabahacerlo,nosolopararecuperarsuvidaanterior,sinoporunacuestióndeorgullopersonal.

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—…elvientrerajadoylosriñonesarrancados.—Oyósusurraraunodelosdosclientes,quelaobservabandereojo.

¿Quiénpodíahaberhechotalescarnicerías?DesdeluegoqueJoséDelaFuenteparecíaodiaralasvíctimas,

pero¿tantocomoparallevaracabosemejantesalvajada?Además,¿eraunhombretanpocoágilcapazdellevaracaboloscrímenes?Aprioriparecíaqueno,peronadapodíadescartarse.

Por otro lado, estaban los Besaide, sobre los que aún queríaindagarmás.Habíademasiadaszonasoscurasenlahistoriadeesosdoshermanos.

Pensaba en ello, ajena a todo cuanto la rodeaba, cuando elsonidodeunacampanitaladevolvióalmundoreal.Instintivamente,segiróhacialapuertaparaverentraraunaancianaencorvada.Laescritoralasaludóconungestoquelaotranodevolvió.Laconocíadevista,nisiquierasabíasunombre,perocoincidíanamenudoenlaBodeguillaeintercambiabanunpardepalabrassobreeltiempoy

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la dura vida de losmarineros. En ciertomodo, sentía lástima porella. Sumarido habíamuerto demasiado joven, arrebatado por untemporal que hundió su nave en aguas de Terranova. Desdeentonces ella, sinhijosni familia cercana, subsistíadeunamíserapensióndeviudedadypasabaeldíadeambulandoporlascallesdeSanPedro.

Laviudanopasóalespacioocupadoporlataberna,sinoquesequedótraselmostradordelatienda.

—¿Tehanllegadolasanchoas,Amparo?—Estánenello.Hanllamadoparadecirquelastraeránmañana

—replicólatabernerasindejardelimpiarunosvasos.—Hacedíasquedicenlomismoynuncallegan…Cadadíason

menosserios—protestólaancianagirándoseparasaliracalle.Al hacerlo, la campanita volvió a lanzar sus alegres notas

metálicas.Leiresiguióconlamiradaelmovimientodelapuerta,cubierta

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con tantas capas de pintura verde que sus formas carecían deesquinas. Le encantaba aquel lugar. No recordaba haber estadonunca antes en un bar-tienda como aquel. Sabía, por los másmayores,queantiguamenteeranhabituales losestablecimientosdeeseestiloentodoslospueblosdelazona,perolaBodeguilladeSanPedroeraelúltimoquequedaba;unauténticofósilvivientedeunaépocanotanlejanaperoperdidayaenlasnieblasdelolvido.

Elmostradoreraloprimeroqueencontrabaelreciénllegado.Ensu superficie de mármol se amontonaban todo tipo de conservas,chacinas y pescados en salazón.Una añeja báscula presidía aqueldesordenadoaltarpagano.Unpasomásallá,seabría la tasca:unasencilla barra de madera, unas cuantas mesas con taburetes y unsinfín de aperos antiguos colocados aquí y allá en un intento decálidadecoración.Decididamente,pocos lugaresexistíanconunasseñasdeidentidadtanmarcadas.

Por si fuera poco, la clientela consistía básicamente en

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tripulantes de barcos pesqueros y jubilados ociosos. Las limitadashorasdeaperturaasíloobligaban,yaqueAmparoabríaalamanecerycerrabaantesdelmediodía.

Acabaos los tragos,que tengoque irahacer lacomida,erasufrasemásrepetidaapartirdelasoncedelamañana.Alrecordarlo,Leiremiróelrelojdesumóvil.Lasonceycuarto.Después, lanzóunamiradaextrañadahacialabarra.Lapropietariapasabalabayetajuntoalosotrosdosclientes,queparecieroncaptarlaindirectayseapresuraron a escanciar los últimos vasos de sidra antes deencaminarsehacialapuerta.

—Agur,Amparo.—Bihararte,guapa.Lamujerdejódefrotarlabarrayalzólavistahaciaellos.—Ya veremos. No sé si abriré. Empiezo a estar cansada y

cualquierdíaecholapersianaynolaabromás—sedespidió.Leire se rio para sus adentros. Cada día la misma cantinela.

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Desdequevisitaba laBodeguilla, hacía almenos cinco años, raroeraeldíaquenooíaaAmparoquejándosedelocansadaqueestabayamenazandoconnovolveraabrirnuncamás.

—Ya será menos —se burló uno de los viejos saliendo alexterior.

Eltintineodelacampanillaquependíadelquicioacompañóelsonidodelapuertaalcerrarsetrasellos.

Un incómodo silencio se adueñó de la tasca. Leire volvió amirar el reloj y se dispuso a incorporarse, peroAmparo se acercóhasta su mesa y la sujetó por el hombro para que permanecierasentada.

—Creíaquenoseibanairnunca—murmuróacercándosealapuertaparacerrarconllave.

La escritora observó intrigada cómo la anciana tomaba untabureteysesentabafrenteaella.

—Sé que no has sido tú —espetó a bocajarro—. Si algo he

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aprendido detrás de una barra es a conocer a la gente, y tú eresbuenapersona.Unpocorara,esoesverdad,perosoloundementepuedehacersemejantesmonstruosidades.

—¿Rara?¿Porquérara?—inquirióLeire.Amparosemirólasmanosnudosas,víctimasdeunaartrosisque

seintuíadolorosa,antesderesponder.—Porquelagentenormalnoescribenovelasdeamorniviveen

farossolitarios—afirmóconvencida—.Encualquiercaso,ahoranoes eso lo importante—continuó explicando—.Mis clientes estánsegurosdequelaasesinadeesasdosmujeresfuistetú.Nadiehablade otra cosa estos días en Pasaia y detrás de esta barra oigoauténticasbarbaridades.Siyo fuera tú,me iríadeestepueblo.Nomeextrañaríaquealguienquisieratomarselajusticiaporsumano.

Leireapretólospuñosconrabia.—¡Estoyharta,Amparo!¡Harta!—exclamódandounmanotazo

enlamesa—.Hayunasesinoporahísueltoyestemalditopueblo

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pierdeeltiemposeñalándomeamí.Meestánjodiendolavida.Elcalordelaslágrimasempapórápidamentesusmejillas,pero

la escritora mantuvo la mirada fija en la anciana, que asentíacomprensiva.

—Sonidiotas.Losé.Algúndíasedaráncuentadesuerror,perode momento hazme caso y deja Pasaia —le recomendó dándoleunaspalmadasenelbrazo.

—Nome pienso ir. No. Buscaré al cabrón que lo ha hecho ydemostraréatodoelpuebloquenosoyningunaasesina—anunciósecándoselaslágrimasconlamangadelasudadera.

Amparodibujóunamuecadepena.—Losientoenelalma,pero te tengoquepedirquenovengas

por aquí hasta que no se aclare esta historia.Mis pocos ingresosdependende laBodeguillaynopuedopermitirmeque losclientesdesiempredejendeentrarporquepermito laentradaaquienelloscreenunacriminal—murmuróbajandolavistaavergonzada.

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Leireasintióconunnudoenlagarganta.Cadavezseloponíanmásdifícil.

—¿Quiénhasido?—inquirióconunhilodevoz—.¿Quiénhadifundidolaideadequehesidoyo?

Amparosemasajeólosnudillosantesdecontestar.—Felisa. Si le oyeras hablar de ti, te echarías a temblar —

explicó sin alzar la vista de lamesa—.Su hija tampoco se quedacorta.Además,por supescaderíapasamuchagenteynocreoquenadiesalgadeallísinelconvencimientodequeenelfaroviveunalocaasesina.

Laslágrimasvolvieronacorrerporelrostrodelaescritora,quetardóunossegundosenvolveraabrirlaboca.

—¿Porquétantoodio?—quisosaber,aunquesabíaqueAmparodifícilmentepodríacontestarleaaquellacuestión.

Sin embargo, la anciana parecía tener las ideas bien clarasrespectoaFelisa.

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—SiempreestuvoenamoradadeXabier.Loqueríaparaella—apuntó.

—Perosisellevanunmontóndeaños—lainterrumpióLeire.—Notantos.Felisaparecemayor,peronotienemásdecuarenta

y dos o cuarenta y tres años —aclaró la tabernera—. No era laúnica.TodaslasjóvenesdelpuebloestabanenamoradasdeXabier.NohabíamejorremeronichicomásguapoentodoSanPedro.Sinembargo, él se fue a estudiar a Bilbao y, cuando regresó, lo hizocontigo.

—¿Túcreesqueesoes suficienteparaodiarmeasídespuésdetantotiempo?

—Enunamentenormalno,peroFelisa esmuy rencorosa.Nocreoqueteloperdonenunca.

Laescritoradejóvagarlavistaporelestablecimiento.Unviejoespejodelicor103presidíalapareddelfondo,delaquecolgabanvarias boyas de cristal y un par de remos demadera.Varias latas

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antiguasdequesoensalmueraseamontonabanenunaesquina.Ibaaechardemenosaquellugar.

—¿Quién crees que puede haber sido capaz de algo así? —preguntóconlamiradaperdida.

A pesar del repentino cambio de tema, Amparo supoinmediatamenteaquéserefería.

—No lo sé. Algún loco de esos de las películas.—Hizo unapausaparapensarantesdecontinuar—.Esquehayqueestarmuymaldelacabezaparadestriparaunaspobreschicas.Matarlasyaesunabarbaridad,perosacarlesloshigadillos…¡Undemente,comotedecía!

Leirehizoungestoafirmativo.—¿QuétepareceJoséDelaFuente?—decidióirdirectamente

algrano.Lataberneratorcióelgesto.—No me gusta ese hombre. Por aquí no viene nunca. Ahora

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bien,lagentehablayparecequetodoloqueconstruyelohaceconsobornosdepormedio.—Amparobajólavozantesdecontinuar—.Esosí,sipiensasenélcomoasesino…Nosé,noveoelmotivoporelquepudierahaceralgoasí,laverdadseadicha.

—El puerto—apuntó la escritora—. Ambas víctimas eran deJaizkibelLibreyéltienegrandesinteresesenlaobra;lomismoqueloshermanosBesaide.

Una sombra cruzó de pronto por el rostro de la anciana, cuyamirada se perdió en una red enmarañada que colgaba de unaesquina.

—Los Besaide… —murmuró con un hilo de voz, rotarepentinamenteporelpesodelavida.

Leire guardó silencio, a la espera de que Amparo continuara,pero la dueña de la Bodeguilla se limitó a exhalar un profundosuspiro.

—¿Pasaalgo?—laescritoranolograbaentendersureacción.

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—LosBesaidesonunosmonstruos.Sielloshanmatadoaesasmujeres, no serían desde luego sus primeras víctimas. —Leirefrunció el ceño intentando comprender a qué se refería—. Sonmuchos, demasiados, los jóvenes de este pueblo a los queasesinaronhaceaños.Lohicieronlentamenteysinarmas,perolosmataron—los;ojosdeAmparosellenarondelágrimas.

Laescritoracreyócomprender.—¿La droga?—preguntó acariciando la arrugadamano de su

interlocutora.Unalágrimasedeslizóporlacaradelaanciana.Aesaprimera

siguieron muchas más. Leire tuvo la certeza de que no eran lasprimerasquederramabaalrecordarelpasado.

—Mishijoseranlomásimportantedemivida.Crecieronsanosy felices.Anitaeraunapreciosidad;depequeña todoelmundosequedaba prendado de sus ojazos claros y su risa contagiosa. YTxetxu…¿Quépuededecirunamadredesushijos?—Suvozseiba

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apagandoalamismavelocidadqueseencorvabansushombros—.Sinofueraporesosperrosaúnlostendríaaquí.¡Solíansentarseenesamesadelfondoahacerlosdeberesalsalirdeclase!—explicóconunatisbodemelancólicasonrisa.

—Lo siento. No pretendía hacerte pasar un mal rato —sedisculpóLeire.

La tabernera negó con un gesto y rebuscó en el bolsillo deldelantal hasta dar conunpañuelo arrugado con el que secarse laslágrimas.

—Los Besaide me los arrebataron. Esos malditos desalmadosinundaron este pueblo con esamierda que no había joven que noquisiera probar. Y los míos no fueron los únicos; otras muchasfamilias quedaron destrozadas, con sus hijos enterrados antes detiempo.

—Losiento.Esterrible.Cadavezquealguienmehabladelosañosochenta,laheroínaeslaprotagonistadelahistoria.Tuvoque

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serespantoso—comentóLeire.—Lofue.Unahorriblepesadillaquejamásdebióocurrir.Anita

muriódesobredosisconsoloveinteaños.—Unsollozolerompiólavoz antes de que pudiera continuar—. Su hermano, uno de losmejoresmarinerosquehadadoesta tierra ingrata,vivióalgomás,pero no llegó a los treinta. Una hepatitis se lo llevó a la tumbacuando los armadores comenzaban a confiarle el mando de suspesqueros. Compartían jeringuillas, ya sabes… —Amparo serecorrió las arrugas de lasmanos con lamirada—.Esamierdanoperdona.Sellevóacuadrillasenterasdejóvenesconganasdevivir.Ymisniñosteníanmuchasganas;vayasitenían.

Laescritoratragósalivacondificultad.Ellanoteníahijosalosque echar de menos, pero algo le decía que no sería capaz desoportartantodolorcomohabíatenidoquesufriraquellamujer.

—Menos mal que mi Peio consiguió un trabajo en tierra —continuólatabernera—.Sihubieraseguidopasandolosmeseslejos

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de casa, allá por los caladeros del norte, no habría podidoaguantarlo.¿Quéhabríahechoyosolacontantapena?

Leire no pudo evitar una sonrisa al recordar al marido deAmparo.Suschistes eran lospeoresquehubieraoído jamás,peroresultaba imposible no estallar en carcajadas cuando aquelhombretón insistía, unayotravez, en lagracia, acompañando susexplicaciones con palmadas en la espalda y risotadas. Todo SanPedro sintió su pérdida cuando un par de años atrásmurió de uninfartofulminante.Elpropiocuraqueoficióelfunerallogróquelosvecinos esbozaran una sonrisa al intentar homenajearle con unchistequeresultóaúnpeorquelosquecontabaelfallecido.

—Asíquecreesque losBesaidesoncapacesde losasesinatosdeestosdías—insistióLeirevolviendoaltema.

—Esos cerdos no tienen corazón —sentenció Amparoponiéndoseenpieparadarporacabadalacharla.

Alverlaacercarsealapuertaygirarlallaveenlacerradura,la

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escritoracomprendióquesutiempoallíhabíaacabado.Mientrasseincorporaba,dejóvagarlavistaporaquellugarenelquetanbuenosratos había pasado; tanto que incluso en sus novelas existía unaBodeguilla que no difería mucho de aquella. Después, caminódespaciohastalasalida,intentandonoguardarrencoralamujerquelevetabalaentrabaparaprotegersuúnicafuentedeingresos.

—Algúndía se aclarará todo—dijo en cuanto salió a la calle,dondehabíacomenzadoacaerunpersistentesirimiri.

—Tencuidado,bonita.Sonpeligrosos—leaconsejólaancianaantesdecerrardenuevolapuerta.

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[…]

Undíade1983

La lluvia y el viento, que azotaban persistentes alGorgontxo,complicaban la orientación. La luz amiga del faro de la Platapermanecíaocultatraslasdensascortinasdeagua,peroelTrikiloprefería así. Las patrullas costeras tampoco verían a más de dos

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palmos, por lo que las posibilidades de dar con sus huesos en lacárceldisminuíannotablemente.Alfinyalcabo,conlaayudadelabrújula podría enfilar hacia el puerto sin problemas. Tal vez sedesviara ligeramente de su ruta.Tal vez, pero en cuanto estuvieracercadelabocana,losfarosquedaríanalavistaynoleseríadifícilrectificarelrumbo.

Se sentía turbado. Gracias al caballo que el Kuko le habíafacilitado apenas unas horas antes en laKatrapona, había logradosuperar el mono y, ahora, podía pensar con cierto sentido de larealidad.

«Lahascagado,Triki—serepetíaunayotravez».Elcompromisoadquiridohabía sidoclaro:debíaentregar todo

eldineroqueBesaidelepagaraporlatravesíaparasaldarsudeuda.Sinembargo,sabíaquesilohacíaasí,nopodríacomprarmásdrogay,sinella,elmononotardaríaenaparecerdenuevo.

Solo de imaginar que pudiera ocurrir, se quería morir. No lo

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soportaba. No podía con aquellos temblores, náuseas y doloresinconcretos, aunque lo peor eran los delirios y la espantosasensacióndeangustia.

«Lahascagado,tío».Cuantomás se acercaba a la costa,mayor era su sensaciónde

pánico. Durante horas, y bajo la influencia de las dos dosis deheroínaqueconteníalapapelina,habíaolvidadoeldilemaalqueseenfrentaba. Ahora, en cambio, era consciente de que después detantosdíasesperandolatravesíaparapodercontarcondineroparacomprardroga,seguiríasinunmiserableduro.

«Todopormeterteendeudas—seregañabaasímismo».Una ola rompió de pronto contra el costado de estribor de la

txipironera, levantando una nube de espuma que cayó sobre suspantalones.Pocoimportaba;estabanempapadosporlalluvia.

El Triki aferró con fuerza el timón y corrigió el rumbo paraevitarquenuevasolasimpactaranlateralmentecontraelGorgontxo.

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Apesardequenohabíamardefondo,elvientolevantabaunoleajequepodíaresultarpeligrososinosesabíaesquivar.

Las olas siempre de popa o de proa, nunca de costado.Era lopocoquehabíaaprendidodesupadrecuandosalíanjuntosapescarenlastardesdeverano.

Losesperadosdestellosdel farode laPlata sedejaronverporfin. A sus pies, como antesala de la bocana, las balizas verdes yrojas que flanqueaban el canal de aproximación también sedibujaron a pesar del aguacero. El Triki se permitió una sonrisatriunfalal comprenderqueapenas sehabíadesviadode su rumbo.Unligerogiroababorynotardaríaenencontrarseenlaseguridaddelpuerto.

Nohabíapasadomiedo.Nuncalohacía.Solotemíaalmono.Enrealidad,eramásqueeso;eraunauténticoterror.Laideadevolvera encontrarse sin caballo lo angustiaba tanto que tenía ganas deecharseallorarcomounniñopequeño.Aveceslohacía,hechoun

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ovillo,enlasoledaddesusofá,alláenlafábricaabandonada.—¡Mierda!¡Joder,joder,joder!—exclamóatropelladamenteen

cuantopasójuntoalabalizadeluzverdequemarcabaellímitedeestribordelcanaldeaproximación.

Sin pensarlo dos veces, el Triki giró bruscamente el timón.DebíasalirdeallícuantoantesparaperderseenlassombrasdelosacantiladosdeUlia.Conunpocodesuerte,nolohabríanvisto.Alfinyalcabo, traselGorgontxoseextendía lanegruradelmar;encambio,traslaunidaddevigilanciacosterasehallabalailuminadarada de Pasaia, que recortaba la inconfundible silueta de lapatrullera. Por eso había sido capaz de verla antes de que fuerademasiadotarde.

En cuanto se hubo alejado lo suficiente, aflojó la mano quemanejaba el acelerador para estudiar la situación. El barco de laGuardia Civil no se había movido de la bocana. Estaba detenidoentrelosespigonesdelaspuntasCrucesyArando.

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—¡Hijosdeperra!—gritóconrabia.Estaban bloqueando la entrada a puerto. Alguien debía de

haberse ido de la lengua. Al pensar en ello, recordó la charla deaquella tarde en la Katrapona. Todos sabían que esa noche seesperabalavisitadelbarconodriza.

Suspiródesanimado.«¿Y ahora qué?—pensó dirigiendo lamirada hacia los fardos

queportababajolosbancos».Sin poder entrar a descargar, debía buscar rápidamente alguna

solución.Nopodíaquedarseallídurantehorasamerceddelasolas.¿Oquizássí?Tal vez no había mejor alternativa que aguardar a que la

patrullera se retirara. Lo valoró durante unos instantes, pero huboalgo que le hizo descartar la idea: si la Guardia Civil seguía allícuando se hiciera de día, no sería fácil mantener oculto elGorgontxo.Laoscuridaddelanocheera,dehecho,suúnicaarma

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contraellos,demodoquedebíaaprovecharla.Solohabíaunaopciónviableypasabapordescargarlosfardos

enalgunacalasolitariayocultarlos.Después,solorestaríallevarlosportierrahastaelalmacéndeBacalaosySalazonesGranSol.

Lejosdeamainar,eltemporalparecíahaberganadointensidad.A pesar de las trombas de agua, el Triki logró atisbar la costa deUlia.Conocíabienaquelmonte,ysabíaqueexistíanvariascalasenlas que podría echar el ancla. Enmomentos así, las accidentadasformasdelacostavascaeranunasuerte.Sololasdesembocadurasarenosasdelosríospermitíanestablecerpoblaciones,porloquelagranmayoríadellitoralpermanecíavirgen,indómitoyamerceddeloscontrabandistas.

«Vamos allá —se dijo decidido, capitaneando el Gorgontxohacialanegrasiluetadelmonte».

Poco a poco, las olas se hicieron más agresivas, señalinequívocadequeelfondoestabamáscerca,demodoqueelTriki

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se vio obligado a bajar la velocidad. Sabía que aquel era elmomento crítico. Si lograba manejar la situación y esquivar lasrocasque le salieran al paso, llegaría a la costa; si no lohacía, latxipironeradesupadreencallaríaypodríaacabarenelfondo.Conella, se irían a pique los fardos y su propia vida, porque, aunqueconsiguiera salvarse, losBesaide vengarían sin dudarlo la pérdidadelamercancía.

Por unmomento, olvidó el mono, sus agobiantes deudas y laheroína.Lasolaseransupeorenemigo;suúnicapreocupación.

UnadeellasarrastróalGorgontxo haciauna enorme rocaqueparecía flotar sobre las enfurecidas aguas del Cantábrico. Con ungolpe de timón, el Triki enderezó la embarcación en el últimomomento y esquivó el impacto, aunque no pudo evitar un leverasguñoenelcasco.

—¡No me jodas! —protestó imaginando la cara de su padrecuandolodescubriera.

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Con un poco de suerte, pensaría que se lo había hecho algúnvecinodepantalánalmaniobrarconsutxipironera.

Apenas hubo dejado atrás aquel peligro, el Triki enfiló sintitubeos hacia una diminuta playa que logró entrever en laoscuridad.Nocontó,sinembargo,conelproblemaquesuponía lafuerza del oleaje, que batía con fuerza contra los acantiladoscercanos. Las olas que iban se encontraban con las que volvíanhacia elmar tras impactar contra aquellas inexpugnablesmurallasde piedra, creando una especie demolino en el que elGorgontxoresultóingobernable.

Encuestióndesegundos,latxipironerafuezarandeadaaunoyotroladoantesdeimpactarcontraunasafiladasrocasdondequedóvarada.

ElTrikisepusoenpieaduraspenas.Estabamagullado.Sabíaquealdíasiguienteestaríallenodemoratones,peroeseibaaserelmenordesusproblemas.

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Con lágrimas de impotencia en sus ojos, alzó la vista hacia elfaro de la Plata. La gigantesca linterna iluminaba tímidamente lanoche desde lo más alto del acantilado, impertérrita ante sudesgracia.Después,miróalrededor.Nosabíaexactamentedóndeseencontraba.Porlasituacióndelatorredeluz,calculóquenomuylejosde la fuentedel Inglés.Porprimeravezaquellanoche,sintiófrío.Unfríotanintensoquelecastañetearonlosdientes.¿Oquizáseramiedo?

«Noteofusques.Noahora—sepidióasímismo».Sacandofuerzasdeflaqueza,abandonólafalsaseguridaddela

txipironera rota, en la que las rocas habían abierto un boqueteconsiderable,ysaltóalmar.Talcomoesperaba,nocubríamásquehastalarodilla,aunquelasolas,incesantesensuímpetudestructivo,elevabanelniveldelaguahastamásalládelacinturayamenazabanconhacerlo caer.Aunasí, podría llegar sinproblemashasta tierrafirme,dedondenoloseparabanmásdecuatrometrosdedistancia.

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Claro que no era lomismo caminar sobre una superficie lisa quehacerlosobrerocasresbaladizasydeformasirregulares.

Impulsándose sobre la borda con los brazos, volvió al interiordelGorgontxo. La ropa le pesaba. Estuvo a punto de desnudarse,pero se arrepintió en el último momento. La necesitaría para ircaminandohastaelpueblooelvientolomataríadefrío.

«Esosinomemuerotambiénapesardeestarvestido—sedijooyendocomoentrechocabansusdientes».

Unoaunoyconsumocuidado,arrojópor laborda loscuatrofardos.Nopesabanmásdecincokiloscadauno,demodoquenolefuedifícilquellegaranhastalaorilla.Después,retirólasllavesdelcontacto,lasmetióenelbolsillodesuchubasqueroysaltóalagua.

Apenashabíapuestolospiesenellacuandounaolalorevolcócomoaunpelele,golpeándolocontra laspiedrasdel fondo.Tragóaguaysesintiódolorido,especialmenteenelhombroderechoyenambasrodillas,perologróavanzaracuatropatashastalaorilla.

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La arena gruesa y empapada que se extendía en los escasosmetrosqueabarcabaaquellacalaleparecióaltactolamáshermosade las sedas. Se dejó desplomar sobre ella y cerró los ojos paraevitarlaincomodidaddelasgotasdelluviaylloró.Llorócomosolopuedehacerloquiennosabesidargraciasporestarvivoosentirseel hombremás desgraciado delmundo por no habermuerto en elaccidente.

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16

26denoviembrede2013,martes

—¡Yopor ahínobajo!—protestabauna anciana aferrada a labarandilla.

—Quesí. ¿Cómonovaa sercapazdebajar?—Unamujerdealrededor de cincuenta años, seguramente su propia hija o alguna

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sobrina,discutíaconellacongestodesesperado.Leire observó la pasarela, comprendiendo en el acto la

inseguridaddeacuellaseñora.Pocasveceshabíavistotaninclinadoel pontón que llevaba al embarcadero. Su estructura móvil seadecuaba a las fluctuantes mareas del Cantábrico, afrontando unmayordesnivelcuantomásbajoestuvieraelniveldelmar.Yaquelfrío mediodía de finales de noviembre estaba muy bajo por lainfluencia de las mareas vivas, que traían consigo pleamaresexageradas y bajamares que dejaban al descubierto zonashabitualmenteinundadas.

—Yo les ayudo —se ofreció, tendiendo la mano hacia laanciana.

—Gracias,peromimadreesunacabezotay,sisehaempeñadoenquenoquierebajar,dudoquelogremosquedéunsolopaso—apuntólamásjovendelasdossuspirandoconimpotencia.

—Cabezotaesquienmequierehacerbajarporahíamisaños.

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¿Acasopretendesqueacabeenelagua?—protestólaanciana.—Venga,señora.Entrelasdoslaayudaremosybajaremospoco

apoco—intentóconvencerlaLeire.—¡Hedichoqueno!¡Yoporahínobajo!La escritora dirigió la mirada hacia la hija, que se llevó las

manosalacabeza.—Metieneustedharta.Nisusnietosmedierontantotrabajo…

¿Cómopretendequepasemossinoesenmotora?LeirerecorrióconlavistaelperímetrodelabahíadePasaia,un

magnífico fiordo natural que se internaba en la tierra y que eldevenir de la historia había convertido en uno de los principalespuertos del Cantábrico. Solo el transbordador permitía cruzarrápidamentedeunaorillaalaotra.Siaquellamujerseempeñabaennotomarlo,elrodeoquetendríaquedareraconsiderable.

—¿Todavía estáis así? —La voz de Txomin sobresaltó a laescritora,quenohabíareparadoenquelamotoraacababadearribar

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almuelle.—Nollegaremosnunca—protestólahija—.Menosmalquees

a ella a la que esperan en la otra orilla. Si no llega a su comidamensualconsusamigas,noserámiproblema.

Laancianahizoungestoalbarquero.—Sube tú,que tienesmás fuerza—pidió.Txominseajustó la

txapelaantesdesaltaralmuelleysubirporlarampa.—Vamos.Nomehagaperdertiempo,queesmiúltimotrayecto

antes de parar para comer—advirtió asiendo a la anciana por unbrazomientrassuhijalohacíaporelotro.

—Ustedloquequeríaeraqueunhombrelatocara—seburlólahijaencuantoalcanzaronlamotora.

—¡Calla,blasfema,queyoyaestoymuyviejaparaesascosas!—protestólamadreantesdesoltarunacarcajadaquemásparecíaelsonidodeunacarracavieja.

Unavezquelastrespasajerasestuvieronabordo,Txominsoltó

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amarrasylamotorasedeslizólentaperoincansablehaciaSanJuan.Lamadreylahijaseperdieronenelinteriordelacabina;Leire,encambio,sesentóenelexterior.

—Llevo en pie desde las seis de la mañana —se quejó elbarquerobostezando.

Leirenocontestó.Conlamiradafijaenelagua,pensabaensuvisita a la Bodeguilla y en la advertencia de Amparo. No era laprimeravezenapenasunpardedíasquealguienleavisabadequelosBesaideeranpeligrosos.

Unrepentinoescalofríolehizocastañetearlosdientes.—¿Estásbien?—inquirióTxominmirándolaconextrañeza.—Sí. Solo pensaba en mis cosas —musitó restándole

importancia.—Déjame adivinar…—El barquero se rascó el bigote en un

gestodivertido—.Andasavueltasconlosasesinatos.Leireasintiótorciendoelgesto.

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—AmparomeacabadepedirquenoentrealaBodeguilla.Txomin tomóel caboen sumanoy lo ligóal embarcaderode

SanJuan.—¿Tambiénella?—preguntóextrañado.—No,Amparonocreequehayasidoyo,peronoquiereperdera

susclientes.—Hasta luego, señoras—se despidió el barquero ayudando a

desembarcaralaanciana.—Luegonocreoquemeveas.Conunavezhetenidosuficiente.

Mepagaréuntaxisiesnecesario—anunciólaseñora,lograndoungestodehastíodesuhija.

—Pobre Amparo. No le habrá sido fácil pedírtelo, pero lapensióndeviudedadquelequedódesumaridoesunamiseriaysinsutabernalopasaríamuymal.Noselotengasencuenta.

Leireasintió.TxomineraunodelosparroquianoshabitualesdelaBodeguilla.Siemprequeletocabaelturnodelatarde,almorzaba

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allí a media mañana. Un par de gildas, un taco de bonito enescabeche y media botella de sidra. No eran pocas las veces queamboshabíancoincididoenlatascadeAmparoylaescritorasolíareírse al ver que la tabernera servía lo suyo al barquero sinpreguntarlesiquieraquéqueríatomar.

—Voyadarunavueltaaversiordenounpocomicabeza.Hacedíasquenologroescribirniunpárrafo—anuncióLeirealbajardelamotora.

—¿HaciaPuntas?Laescritoramovióafirmativamentelacabeza.Noseleocurría

unrincónmejorenelqueestarasolasconsigomismaqueellugardondelabocanaseencontrabaconelmar.

—¿Te importa que vaya contigo?Acabo ahorami turno ymeapetece airearme antes de volver a casa —propuso TxominseñalandounasegundamotoraqueacababadearrancarlosmotoresenlaorilladeSanPedro.

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Leireseencogiódehombros.Noeraelplanprevisto,peronolevendríamalpodercharlarconalguien.

El suave viento del norte arreciaba en las revueltas másexpuestas del camino, pero la lluvia había dado paso a ampliosclaros.Atravésdeellos,asomabatímidamenteunsolquetemplabael ambiente.Aun así, Leire echó demenos algomás abrigado; lachaquetadepuntonoeralomejorparaenfrentarsealabrisamarina.EnmalahorahabíadejadoelchubasqueroenlaVespa.

—¿Sabes quién me da lástima? —preguntó frotándose losbrazos para entrar en calor. El barquero negó con la cabezaesperandoaquecontinuara—.Xabier.

—¿Tu exmarido? —Txomin parecía verdaderamentesorprendido.

—Sí. Sé que soy tonta por preocuparme por él, pero me lo

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imaginoallásoloen lascostasdeSomalia,enunatunerovigiladodecercaporpiratasyrecibiendolanoticiadequesuparejahasidoasesinada…Medapena.Debede estar destrozado.Supongoque,enciertomodo,todavíaquedaalgodecariño—reconoció.

ElbarquerosegiróparallamaraRita,quesehabíaentretenidoladrando a un pescador. Después, caminó con la mirada perdida,comosianalizaralaconfesióndelaescritora.

—¿Sigues convencida de que la construcción del puerto estádetrás de los asesinatos? —inquirió en cuanto dejaron atrás lasúltimascasasdeSanJuan—.¿TehasplanteadoquepuedatratarsedeunameracoincidenciayqueelautordelasmuertesnisiquierasupieraquelasdospertenecíanaJaizkibelLibre?

La escritora se detuvo unos instantes, pensativa, antes decontinuar.

—Podría ser, pero es el único vínculo que encuentro entre lasdosmujeres.

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—No lo es —apuntó el barquero sacando del bolsillo de suchubasquerounapipaquesellevóaloslabios.

Leireesperóimpacienteaquecargaraelcacillo.—¿Cómo que no lo es? —inquirió mientras él acercaba un

mecheroaltabaco.Txomin dio una calada. Después, expulsando el humo

lentamente,negóconunmovimientodecabeza.—No;noeselúnicovínculo.Xabiertambiénloes.—¿Xabier?¿Miex?—laescritoranodabacrédito.—DicenlasmalaslenguasqueJosuneyélteníanunrollete.Ya

sabes…unaffairequediríannuestrosvecinosgabachos—explicósosteniendo la pipa con los dos únicos dedos no mutilados de lamanoderecha.

Leire llenó los pulmones con el aire cargado de salitre quellegaba del mar. Intentando eliminar la tensión, exhaló lenta yruidosamente.

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—¡Si estaba con Amaia! —objetó, aún a sabiendas de queXabiereracapazdeesoydemuchomás.Laentrepiernalepodía.

—Yo mismo puedo confirmarlo. Hará menos de dos meses,antesdequeseembarcaraparairapescaratunes,paséalosdosenlamotora.Eraviernespor lanoche.Veníanbastantebebidosy sehacían arrumacos, yame entiendes…—dijo el barquero haciendoungestodivertido—.UnavezenSanJuan,tomaronelcaminodelacasa de la entrenadora. Él se aferraba a sus nalgas como si nohubiera un mañana y Josune parecía encantada. Me quedémirándolosmientras se alejabandel embarcaderoyme sorprendióquefuerantanpocodiscretos.Pasaiaesunpuebloylagentehabla,yasabes.

Leire asintió. ¡Vaya si lo sabía! Y más en los últimos días,cuandoestabasufriendoensuscarnesunaauténticacazadebrujasquenomerecía.

—No sé. Puede que sea la pareja menos fiel del mundo,

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narcisista y egoísta, pero no un asesino. Además, ni siquiera estáaquí—apuntópensativa.

Elmotordeunatxipironerareverberóentrelosmurosnaturalesde labocana.Alpasara laalturadeellosensucaminohaciamarabierto,suúnicotripulantealzóelbrazoamododesaludo.

—¡Buenapesca,bribón!—ledeseóTxominalzandolavoz.—¡Tú sí que has pescado bien! —replicó el arrantzale

señalandoaLeire.El barquero torció el gesto, incómodo. Después dio una larga

calada a la pipa. El aroma del tabaco, una sutil mezcla acre contoquesdevainilla,semezclóconlasnotassaladasqueemanabaelmar. Conforme el sonido de la chalupa se fue perdiendo en ladistancia, el chapoteo de una cascada cercana ganó en intensidad.Tras una curva cerrada, apareció ante ellos. El torrente caía confuerza desde las laderas de Jaizkibel, salpicando el caminocementadoantesdepasarporunpasosubterráneoparaprecipitarse

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almar.—Yonoestaría tanseguradequeestéenSomalia.Haceunos

díasmeparecióverloporaquí,aunqueno tepuedogarantizarquefueraél—confesóTxomintrasunlargosilencio.

La escritora sintió un gran peso sobre los hombros. Todoaquellocomenzabaadesbordarle.

—¿Cómo habéis llegado a distanciaros tanto? ¿De verdad locreescapazdeestardetrásdeloscrímenes?—inquirióLeire.

—Yo no he dicho tal cosa —protestó el barquero—. Soloapuntabaotrosvínculosqueuníanalasvíctimas.

—¿Yporquérazónibaamatarlas?—Elbarquerochasqueólalengua,molesto.

—Terepitoquenohedichoquehayasidoél.Leire suspiró desanimada mientras estiraba la mano derecha

paraempaparlaenlacascada.Estabafría.Selallevóalacarayserefrescó la frente.No,Xabiernopodíahaber sido.Habíadormido

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demasiadosañosconélcomoparasaberlo.Esperabanoequivocarse.—Es todomuy complicado—protestó—. Solo quiero queme

dejenvivir enpaz.Noes fácil salir a la calley sentir que todoelmundocuchicheaatusespaldas.Nomedejanremar,memiranmalcuandovoyacomprar,nopuedosaliratomarunospotes…¡Estoyharta! —El sonido de su teléfono móvil la interrumpió—. HolaJaume…No,notengoelordenadordelante…Sí,depaseoenbuscade inspiración… Aún no… No te pongas así, que a gritos noconseguiremos nada… Claro que llegaremos a tiempo, no tepreocupes… Ahora no puedo. Te llamo en un rato, ¿vale?… Sí,hastaluego,Jaume.Agur.

Mientras hablaba, habían alcanzado elmerendero.Unadecenade mesas de piedra con bancos corridos se alineaba junto alacantilado,ofreciendounadelaspanorámicasmásdeseadasenlastardesdeverano,cuandoelbarpermanecíaabiertoytenerlasuerte

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de dar con una mesa libre era una auténtica lotería. Ahora, encambio, cuando el otoño estaba a punto de ceder el testigo alinvierno, la sencilla caseta de madera que hacía las veces dechiringuitoestivalestabacerradaacalycanto.

—¿Hola? —saludó la escritora al comprobar que había unapequeñacamionetajuntoaél.

Unrostroconocidoseasomódesdelaparteposterior.SetratabadelalbinoquetrabajabaparaelAyuntamiento.Soloentonces,Leirereparóenelescudomunicipalquerotulabaelvehículo.

—Hola—replicósecamenteelotrocargandounamanguera.—¿Te importa que nos sentemos un rato? —preguntó Leire

dejándosecaerenunodelosbancos.—Vosotros sabréis. Hay lejía—anunció el albino cerrando el

portóntrasero.Laescritorasepusoenpiecomounresortedirigiendolavistaal

bancoyllevándoseunamanoaltrasero.

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—Tranquila, este no lo ha limpiado todavía —dijo Txominseñalandootrosqueseveíanmuchomásclaros.

El empleado municipal arrancó el motor y, sin despedirse,condujolafurgonetadevueltaaSanJuan.

—Don simpatías—murmuró el barqueroviéndoloperderse enladistancia.

—¡Ya te digo!El día quehablemás de dos palabras seguidasigualhacemosunafiesta—añadióLeire.

Txomin descargó su bolso de mimbre, que dejó en el suelo,juntoalamesa.

—¿Notepesa?—preguntólaescritora.—¿Elcesto?Unpoco,peromegusta,yasabes…Perdona—se

disculpó apartando la pipa tras comprobar que Leire intentabaesquivarlatrayectoriadelhumo.

—Deberíasprobarconunamochila.—¡Qué dices! —El barquero parecía realmente ofendido—.

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Cambiarmi bolso de arrantzale por unamochila de estudiante…¡Vayaideasdebombero!

Leire se rio. Hacía muchos años que conocía a Txomin ysiempre lohabíavistopegadoaaquelcesto,queportabacolgandodelhombroconunareciacintadetela.

—Laconstruccióndelgaleónvaa todamáquina—comentó laescritora señalando con el mentón hacia las instalaciones deOndartxo,varadasenlaorillaopuestadelaría—.Seráunagozadapoder navegar en un barco que hizo historia; en una de las navesquellevaronanuestrosantepasadoshastalasrostasdeCanadá.

—Quizás debería apuntarme al astillero, pero no tengo tiempo—murmuróTxomin antes de señalar hacia la subida al faro de laPlata, que se dibujaba en las laderas de la orilla de San Pedro—.Míralo,ahítienesaesecabrón—anunció.

Leire dirigió la mirada hacia allí. Entrecerrando los ojos paraintentar ver a qué se refería el barquero, creyó divisar a alguien

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caminando en dirección al faro, pero los árboles le robaronrápidamentelavisión.

—UnodelosBesaide;supongoqueGastón,elmenor—explicóTxominapuntandocon lamanohacia lamansiónde loshermanos—.Cadadíaaestahorasaleapasear.Nofalla.Siemprealamismahora y siempre en la misma dirección. Lo veo desde la motoracuando me toca turno de tarde. Sale de su casa y sube por lacarreteradelfaro.Tútambiéndebesdeverlocuandopasajuntoatucasa,¿no?

La escritora negó con un gesto.No necesitaba hacermemoriapara saber que aquel hombre esquivo, con el que hacía días quequeríaintercambiarunaspalabras,nopasabajamásfrentealfarodelaPlata.

—Debededarlavueltaantesdellegar—musitó.Elbarquerosacudióextrañadolacabeza.—No puede ser. Si quieres, esperamos a que regrese, pero no

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creo que pasenmenos de dos horas; tiempo suficiente como parallegaralcolladodeMendiolayvolver.

—Puesteaseguroquenopasaporelfaro.Txomin contempló pensativo los diques que protegían la

bocana.Eloleajebatíaconfuerzacontraellos, lanzandocolumnasdeespumahaciaelcielo.

—Quépequeñossomos,¿verdad?ALeirelecostócomprenderaquéserefería.—Esunespectáculoinigualable—replicóalrepararenlafuria

delmar.Elbarqueroasintió.Después,girándosehaciaellaybajandoel

tonocomoquiencuentaunsecreto,explicó:—Hayunsenderosecundarioqueunelacarreteraconlafuente

del Inglés sin pasar por el faro. Tal vez lo tome para evitarencontrarse con nadie. Ese tío es muy raro, ya sabes, siempreesquivandoalagente.

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La escritora conocía aquella senda. Alguien le contó tiempoatrás que fueron los vecinos de San Pedro los que la abrierondurante los oscuros años de la dictadura franquista para evitar elpaso por el faro, custodiado día y noche pormilitares.No es queestuvieraprohibidoeltránsitojuntoaél,peronoeraplatodegustoparanadie tenerque responder amil yunapreguntas, ni aguantarlas impertinenciasdeaquelloshombresdeverde.Deesemodo,elsenderoque,atravésdelosacantiladosdelmonteUlia,uníaPasaiaconDonostia, podía ser recorrido sinnecesidadde soportar tantoscontroles.

—Nunca lo he tomado, pero debe de ser bastante abrupto—apuntólaescritora.

—Desdeluegoquenoparecelomásrecomendableparadarunpaseo. Sobre todo cuando existe una alternativa bastante mássencilla,especialmenteparalosqueyavamosteniendounaedad.

—¿Cuántosañostiene?¿Sesenta?

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—¿Besaide?¿Elpequeño?Notantos.Andaráporloscincuentaycuatrocomomucho.Dosotresmásqueyo.

—¿Adóndeirá?—preguntóLeiresinesperarrespuesta.—Cada día y a la misma hora, la de comer —remarcó el

barquero vaciando en el suelo la ceniza acumulada en la pipa—.Casualidad o no, el momento del día en el que menos personascaminanporlassendasdeUlia.

Unanubeocultómomentáneamenteelsol,haciendoarreciar labrisa. Leire alzó la vista hacia el cielo. Tras el faro de la Plata,arrastrados por los vientos del noroeste, densos nubarronesamenazabanlabahíadePasaia.

—Va a llover —anunció Txomin guardando la pipa en elbolsillo.

Laescritorasepusoenpieal tiempoquesefrotaba losbrazosparaentrarencalor.

—Habrá que volver —decidió—. No me gustaría llegar

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empapada.Elbarquerosecolgódelhombroelbolsodemimbre.Después,

secalólatxapelayseñalóhaciaSanJuan.—¿Vamos?—inquirió.—Cuandoquieras—replicólaescritora.En el camino de regreso, que discurrió entre conversaciones

triviales,unaideafuemadurandoenlacabezadeLeire:tanprontocomopudiera,seguiríaaGastónBesaideparaabordarloalládondeno pudiera negarse a entablar conversación. En la soledad de lamontaña, sin la protección de la puerta tras la que se parapetabacuando estaba en su casa, no podría negarse a responder a laspreguntas que hacía días que quería hacerle. Sin embargo, lasadvertencias de Iñaki, Amparo y el propio Txomin sobre lapeligrosidaddeaquelloshermanos,lehicieronreplantearseelplan.Desde luegoqueelhechodeencontrarsea solas, enplenomonte,conunnarcotraficanteyposibleasesino,noparecíalamejordelas

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ideas.Aun así, cuando alcanzaron las primeras casas de San Juanhabíatomadounadecisión:siqueríaquesuinvestigacióndejaradeestarestancada,eranecesarioafrontarelpeligroyenfrentarsealoshermanosBesaide.

«Mañanamismo.Allíestaré—sedijodirigiendo lavistahaciasu mansión mientras Txomin le hacía algún comentario sobre eltiempoquequedósinrespuesta».

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17

27denoviembrede2013,miércoles

Elteléfonosonaba,peronopensabaresponder.Estabahartadeél.¿Acasonocomprendíaquecuantomásinsistieramáslecostaríaconcentrarseenaquellamalditanovela?Susllamadascomenzabanaconvertirse en una auténtica pesadilla. En los últimos dos días se

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habían repetido con una cadencia enfermiza. Cada vez quedescolgaba el teléfono, Leire tenía que soportar reproches ypresionesqueibanamás.

Habíalogradocerrarelprimerodeloscapítulosdelanovela.Nosesentíaespecialmentesatisfechadelresultado,peroalmenoshabíapodidoentregaralgoalaeditorial.Sinembargo,lejosderelajarse,Jaume Escudella se había vuelto más insistente. Quería máscapítulos,ylosqueríacuantoantes.

Leiredejódemirarunmercantequeseaproximaba lentoperoimponentealabocanaparabajarlavistahacialapantalla.Lahojadel procesador de textos estaba en blanco. Luchando contra eldesánimo,comenzóaescribir.Susmanosparecíanhaberolvidadolavelocidadconlaquepulsabanlasteclashacíaapenasunosmeses,cuandoelordenadorseconvertíaenunpianoalasórdenesdeunagenial compositora.Ahora, en cambio, apenas llegaba a presionarunadocenadeteclasseguidascuandosedeteníaparaborrarlotodo

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yvolveraempezar.Erafrustrante.Lapegadizamúsicadelmóvilvolvióasonar.Echóunvistazoa

lapantallaparaconfirmar loqueyasabía:eraJaume.Se llevó lasmanos a la cara, desesperada. Después, pulsó el botón verde delterminal.

—Dime—saludófríamente.—¿Nopensabascontestar?—Eltonodevozdeleditoreramás

amigablequeenlasúltimasllamadas.—Estoy escribiendo.Cada vez queme llamas,me distraes—

explicóLeire.—Tedistraesmuyfácilúltimamente.Leiresemordiólalenguaparanocontestar.Lasacabadequicio

cuandoadoptabaelpapeldelamaestraqueregañaalalumnopornohacerlosdeberes.Sololefaltabadecirquepensabahablarconsuspadresparaquelacastigaran.

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—Están pasando cosasmuy serias por aquí—se defendió sinquererentrarenunaguerra.

—Poresotellamo.—¿Porqué?¿Porlosasesinatos?—Leirenocomprendíaaqué

serefería.—Portodo.Creoquetevendrábiendesconectar.«Mierda.Porfavorquenosealoqueestoypensando».—Hecogidounbilletepara el aviónde este sábadoaprimera

hora.Iréahacerteunpocodecompañía—anuncióeleditor.—No,Jaume.Deverdadquenoesloquenecesitoahoramismo.

Te loagradezcopero…—Leire intentabaocultar su irritación.Debuena gana le propinaría un puñetazo en los morros a esemetomentodo. ¿Qué se había creído? ¿Quién era él paraautoinvitarseasuvida?

—Es lo que hayLeire.No pienso cancelar el viaje.Ver carasnuevasteayudará.Seguroquesenosocurrenideasparaquepuedas

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desconectardeeseasuntodelosasesinatos—dijoconunarisita.Laescritoraseapartóelmóvildelaorejayloobservóconrabia.

Estuvotentadadeabrirlaventanayarrojarloalmar,peroselimitóacolgar.

—¡Hijodeperra!—exclamódesahogándose.Era lo único que le faltaba. Como si no tuviera ya pocos

problemas.AhoraencimatendríaqueaguantaralpesadodeJaumemerodeandoporallí.

—¡Al diablo con la señorita Andersen! —espetó bajando lapantalladelordenadordeunmanotazo.

Dirigió lamirada al reloj de pared.Launadelmediodía.AúnestabaatiempodeirtrasGastónBesaide.Sintióquelosnerviosleagarrotaban el estómago, pero sabía que debía hacerlo. Solo asílograríahablarconelesquivoempresario.

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Bajaba lasescalerashacia laplantabajapara ira suencuentrocuando le llegó del exterior el sonido de la puerta de un coche alcerrarse. Asomada a la ventana, comprobó que se trataba de unMercedesoscuro.

—¡Leire Altuna! —la llamó una potente voz que le sonófamiliarapesardenosercapazdereconocerla.

Lallamadaserepitió,acompañadaestavezdevariosmanotazosenlapuerta.

Leire reparóenquepodíaoír los latidosdesupropiocorazón,quegalopabaensupechocomounayeguadesbocada.Pidióconsejoa su intuición, pero se encontraba tan asqueada por la anunciadavisitadeleditorqueeraincapazdepensar.

«¿Quiénmemandaríaamívivirenunfarosolitario?».Hacíadíasquelerondabaporlacabezalamismapregunta.La

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queensudíaleparecieralaideamásrománticayencantadoradelmundo,ahoraseleantojabaarriesgadaytemeraria.

—Venga Leire, sé que estás aquí dentro. Quiero hablar unmomentocontigo.

Laescritoraseimaginóalvisitantepresionandoinsistentementeeltimbre,que,almenosdesdequeellavivíaenelfarodelaPlata,nofuncionaba.Tampocoloechabaenfalta,porqueraravezrecibíavisitas.SoloalgunoscompañerosdeOndartxosubieronunavez,alpoco de mudarse a vivir allí. Tenían ilusión por conocer desdedentrolatorredeluzquelosguiabacadavezquesehacíanalmarconsusréplicas.

Antes de abrir la puerta, tecleó en el móvil el teléfono deemergenciasymantuvoeldedopulgardelamanoderechasobreelbotóndellamadaparapoderpresionarlosieranecesario.

Conlamanolibre,asióelpomometálicoylogiró.Lapuertaseabrióconunchirrido.

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—Estabaapuntodedarmeporvencido—comentóJoséDe laFuenteconunasonrisa.

De todas las personas que Leire había esperado encontrar allíplantado, el constructor era sin duda el último. Lejos de seramenazador, su gesto resultaba ridículo, con una falsa sonrisadibujadaenelrostroyunarosarojaenlamanoderecha.

—Hola—saludó la escritora fríamente rechazando la flor conungestodelamano.

El constructor exageró aún más su sonrisa, que resultaba tanpostizaquelehacíapareceruntiburónenplenacaza.

—Venteacenarconmigo.Laescritoraaúnjugueteabaconlateclaverde.Aqueltiponole

inspirabaningunaconfianza.DosmujereshabíansidoasesinadasenlosúltimosdíasyDelaFuentenoeraprecisamenteelúltimoensusquinielasdeculpables.

—¿Paraqué?—preguntósecamente.

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—Para conocernos mejor, para pasarlo bien…—Las venillasqueseledibujabanenlasaletasdelanarizseveíanmásmarcadasqueenelencuentroanterior.Talvezfueraefectodelaluznatural.

—Déjelo estar, De la Fuente—espetó Leire reprimiendo unanáusea.

Elhombreestiróelbrazoeintrodujolarosaenelbolsillodelasudaderadelaescritora.Despuéssepalmeólabarriga,ocultabajounacamisaazulpálido.

—Conozcobuenossitios.¿QuétalunamariscadaenelCámara?¿OquizásprefierasloslujosdeArzak?

—Estoymuyliada.Tengounlibroamedioacabarynopuedodedicarlemástiempo—murmuróLeireacompañandosuspalabrasconungestodedespedida.

Adivinando sus intenciones, José De la Fuente dio un rápidopasoalfrenteycolocóunpieenelquiciodelapuerta,demodoquenopudieracerrárselaenlasnarices.

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—Terecuerdoquefuistetúquienvinoaverme.Algoquerrásdemí para hacerte pasar por una periodista.—De algunamanera, elconstructorselasarreglabaparaquesuspalabrassonaranamistosas—.¿Seguroquenoquierescenarconmigoestanoche?

Leire dejó de presionar la puerta y estudió detenidamente aaquelhombrederostrodedinosaurio.Apesardequeeraevidentequeestaba realizandounenormeesfuerzoporpareceramable, susdejes autoritarios saltaban a la vista. Las manos, cerradas en ungesto crispado y los movimientos de tensión en los maxilares,delatabanqueno seencontrabacómodo. JoséDe laFuenteestabaacostumbradoamandaryserobedecido;enningúncasoatenerquecortejarpacientementeaalguien.

No sabía qué hacer. Por un lado, una cena sería una buenaocasión para seguir indagando sobre él. Saltaba a la vista que elconstructor era un buen bebedor, lo que facilitaría que soltara lalenguayhablaramásdelacuenta.Porotro,yLeirenoprecisabade

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susestudiosdepsicologíaparadarsecuenta,DelaFuentenoteníabuenasintenciones.Lacenaeraparaélunameraexcusaparapoderllevársela a la cama. Solo imaginarlo, la escritora prefería saltardesdelosacantiladossobrelosqueseasentabaelfaro.Yaúnhabíaunaposibilidadpeoryenningúncasodescartable:siaquelhombretuvieraalgoqueverconlamuertedelasdosmujeres, todopodríaserunatrampaparaacabarconella.Saberquelaescritoraloandabainvestigandopodíasersuficienteparaquequisieraeliminarla.

—¿Quémedices?—insistióelconstructor—.¿Tepasoabuscarestanochealasnueve?

Leiresuspiróasqueada.—¿Sabequé?—replicómalhumorada—.Talvezotrodía.Hoy

estoycansadaynotengoganasdemovermedeaquí.Una mueca de desprecio eliminó todo rastro de sonrisa del

rostrodelconstructor.—Túsabrás—masculló—.Otrodíaigualesdemasiadotarde.A

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JoséDelaFuentenoseledicecuándosíycuándono.Leireempujósuavemente lapuerta,peroelpie seguíaallí.No

parecíatenerintencióndequitarlo.DelaFuentemiróaunladoyaotro,comosiquisieraasegurarsedequenohabíanadieporallí.Laescritorasintióquese levolvíaaacelerarelcorazón.Sesentíaenpeligro. Sin pensarlo dos veces, pulsó la tecla de llamada. Sinembargo,antesdequetuvieratiempodellevarseelmóvilalaorejaparaaguardarlarespuesta,elconstructorretiróelpieydiounpasoatrásmientrasellacerrabaelportónconfuerza.

La escritora se dejó caer lentamente, arrastrando la espaldacontralapuerta,hastaquedarsentadaenelsuelo.

—Emergencias,dígame—saludóunavozmetálicaatravésdelauriculardelteléfono.

Leireobservólapantallailuminada.Sentíaunasganashistéricasdeecharacorrerydejartodoatrás…elfaro,lasmuertes,sueditoryaquelconstructor.

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—Dígame.¿Hayalguien?—insistiólavozdelteléfono.Exhalandoun lentosuspiro,Leirepulsó la teclaquecortaba la

comunicación.Sesentíaagotada.Al otro lado de la puerta, el motor del Mercedes se puso en

marcha.SusonidosefueapagandoconformesealejabaparadejarelfarodelaPlatasumidoenuntensoyagobiantesilencio.

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18

27denoviembrede2013,miércoles

Caíaunalluviafina,unsirimiriqueempapabalacaradeLeireyresbalaba en forma de finos regueros por su chubasquero. Su telarojaeraelcontrapuntodeaqueldíagrisenelqueloscoloresalegresquedabanapagadosbajoelyugodelestridentechirridodelasgrúas

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quedescargabanchatarraenlosmuellesdeAntxo.A pesar de que el tiempo no acompañaba para el paseo, la

escritorasehabíaobligadoasaliracaminar.Necesitabaaclararsucabeza,embotadaenunmundoirrealdondeseentremezclabanlasficticias aventuras de su novela con los dramáticos sucesos deaquellosdías.Desdeantesdelamanecer,habíaestadotecleandoensu portátil, o al menos intentándolo. Terminar La flor del deseoseguíasiendomásuna torturaqueun trabajo,peropeoraúnhabíasidolainquietantevisitadeJoséDelaFuente.Tanagobiadahabíaquedado tras su marcha, que se olvidó por completo de GastónBesaide.Paracuandolorecordó,erademasiadotardeparasalirasuencuentro. En cualquier caso, se dijo intentando perdonarse eldespiste,podríaabordarloaldíasiguiente.Alfinyalcabo,eraunasuertequeelmillonariorealizaracadadíaelmismorecorridoyalamismahora.

«Vaya desastre —se lamentó Leire al comprobar que había

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metido el pie izquierdo hasta el tobillo en un barrizal que seextendíajuntoalsolardelalonjadelpescado».

Elviejoedificiohabíasidodemolidoparaserreemplazadoporotromásmoderno.Algomás allá, junto a losmuros del pabellónqueacogíatemporalmentesusinstalaciones,centenaresdecajasdeplásticodecolorverdeseapilabanalaesperadeserembarcadasenalgunodelosmuchospesquerosamarradosasusmuelles.

Alrepararenelbosquedepilaresqueconformabanelesqueletode lanueva lonja,Leiresintiónostalgia.Cadavezquedabamenosde ese Pasajes gris, repleto de edificios con las paredesdesconchadas, envejecidas por la cercanía del mar y la falta derecursos para sumantenimiento. Sabía que el pueblo que emergíasería mejor, más habitable, más limpio, más humano…, pero elencantodecadentedelviejoPasaialahabíacautivadosiempre.

Apenasunaveintenademetrosmásallá,enunemplazamientoque cualquier promotor inmobiliario calificaría como el mejor de

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todoelpuerto,sealzabaelalmacéndeBacalaosySalazonesGranSol. Su estado de conservación no era mejor que el de la propialonjaantesdesuderribo,apesardequeconstituíaelepicentrodelnegociodelosBesaide.Unsimplevistazoasusmurosdescoloridosy a las letras del rótulo destrozadas bastaba para comprender quetambiénellosesperabanunderriboinminente.

«Eso si la nueva dársena llega a hacerse algún día—se dijoLeire.Delocontrario,elterrenonoseríarecalificadoparaconstruirviviendasenél».

Esquivando varios palets de color rojo que alguien habíaabandonado en el muelle, la escritora continuó su camino. Alhacerlodiounapatadaaunapiedraquerodóhastacaeralagua.Unagaviota alzó el vuelo y fue a posarse sobre una farola. Estabaencendida.Hasta entoncesnohabía reparado enque comenzaba aanochecer.Lossonidosdeldíaibanapagándose,otorgandotodoelprotagonismo a los chirridos de las grúas, que formaban,

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incansables, humeantes montañas de chatarra, al pie de loscarguerosamarradosalosmuellesdeAntxo.

Con la mirada perdida en un pesquero en el que variosmarineros, pertrechados con trajes de agua, disponían todo parahacersealamar,Leiretardóunosinstantesenpercatarsedequesumóvilestabasonando.

—HolaIñigo—saludótrasecharunrápidovistazoalapantalla.—Yapensabaquenoibasacoger.—Esquehaymuchoruidoporaquí.—Oye,nomedijistequeelasesinosehubierallevadoeltejido

adiposodelasvíctimas.—Eltonodevozincluíaunreproche.—¿Notelodije?Nosé,supongoquenolediimportancia.¿Te

parecepocoquelesabrieranlatripaencanal?¿Yquesospechendemí?Esosíquetelodije,¿verdad?—inquirióLeireconundejederabia del que se arrepintió al instante, pues el profesor no eraculpabledeque todoPasaiaparecierahabersevueltodeprontoen

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sucontra.—Eh,tranquila.Tengonovedades—anuncióIñigo—.Elasunto

de la grasa puede tener su importancia. Si, tal como creo, hay unasesinoenseriedetrásde lasmuertes,esmásqueposiblequeeseseaprecisamenteelmóvildeloscrímenes.

—¿Elsebo?—lointerrumpióLeireconunamuecadeasco.El insistente graznido de varias gaviotas, que seguían a una

txipironera en su regreso a puerto, le impidió oír con claridad larespuestadeIñigo.

—¿Cómodices?—QuesihasoídohablardelSacamantecas.Una sirenapolicial resonó en la distancia.Aella siguióotra y

enseguida otra más. En apenas unos segundos, el sonido de lasgrúashabíapasadoaunsegundoplano.

—¿El Sacamantecas?—inquirió extrañada—. Un cuento paraasustar a los niños, ¿no? Como el hombre del saco o el loiras…

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Personajes que se usan para que los críos no vayan con extraños.Bueno…,esoeraantes,ahoranocreoqueselescuentenesascosasalospequeños.Igualtellevanajuiciosilohaces.

—Sí,más omenos, pero no solo eso.—Iñigo hizo una brevepausaantesdecontinuar—.ElSacamantecasexistióymetemoquepodamosestaranteunimitador.

Elsonido,cadavezmásfuerte,delassirenashacíadifícilseguirlaconversación.Leiremiróaunoyotroladointentandoaveriguarde dónde provenía, hasta que divisó un resplandor azul en lacarreteraqueuníaErrenteriaconSanJuan.

—¿Quiénera?¿Quéhacíaesetío?—inquirióintrigada.—¿Dóndeestásquehay tanto ruido?—protestóelprofesor—.

Necesitaría verte para explicártelo. Tengo algunos recortes deperiódicosdelaépoca.

Las luces azules de los coches patrulla recorrían a todavelocidad la orilla opuesta de la ría. Las casas de San Juan las

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ocultaronmientrasrecorríanelpueblo,perovolvieronaquedaralavistaalabandonarloparatomarelcaminodelabocana.

Leire supo de inmediato que algo grave había ocurrido. Depronto, las grúas enmudecieron, la gaviota alzó el vuelo y lospescadoresdetuvieronsusquehaceresparavolverlavistahaciaSanJuan.

—Hapasadoalgo—musitóconunhilodevoz.Iñigonolaescuchaba.—¿PuedespasartemañanaporDeusto?—preguntóelprofesor

—.Siesloquecreo,puedehabermásmuertes.Latercerafueunaniña.Esperoequivocarme,peroestamierdanosehaacabado.

Los coches patrulla se detuvieron tras dejar atrás el últimoedificiohabitadodelcaminode labocana.Másallá soloestabaelmerendero,unacalasalvajeyunsinuososenderoquellevabahastael lugar donde la ría se abría definitivamente alCantábrico.Unasnuevas sirenas llamaron su atenciónhacia la carretera que llegaba

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de Errenteria. Una cuarta patrulla de policía y una ambulancia sedirigíantambiénhaciaSanJuan.

—Iñigo,tienemuymalapinta.Algomaloestápasando.Leireestabaaterrorizada.Nuncaantes,hastaqueocurrieronlos

dos asesinatos, había visto un despliegue policial semejante enPasaia.

—¿Quétienemalapinta?¿Quépasa?—elprofesornoentendíanada.

Unosgritosdesgarradosllegaronapagadosporladistancia.Creo que ha vuelto a pasar —tartamudeó—. Lo ha vuelto a

hacer.¡Mierda!Losabía.Escúchame…Vetealfaroynotemuevasde

allí.YoestoyenunseminarioynovoyapodersalirdeBilbao,perotellamaréenunrato.¿Deacuerdo?

Víctimadeun repentinocansancio,Leire sedejócaer sobreelempapadocementodelmuelle.Duranteunosminutos,nofuecapaz

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de apartar la vista de las hipnóticas luces azules que teñían losacantiladosdelabocana.Lapropiageografíadellugar,conladerasempinadasaambosladosdelaría,amplificabalosaullidosdedolorquellegabandesdelaotraorilla.

Latercera…unaniña.AquellaspalabrasdeIñigovinieronunayotravezalamentedelaescritora.Ojalánofueramásqueunafalsaalarma, pero todo apuntaba a que había vuelto a ocurrir.Quienquiera que estuviera sembrando de cadáveres la bahía dePasaia,habíavueltoaactuar.

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[…]

Undíade1983

Seguía lloviendo. Al menos, el viento gélido del noroestellegabaaplacadoporlasrocasqueenvolvíanlacala;lasmismasquehabíandestrozadoelGorgontxo.Nohacíamuchosminutos,talvezno más de cinco, que el Triki yacía sobre la arena, pero estaba

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ateridodefrío.«Tengoqueponermeenmarcha—sedijoincorporándose».Al hacerlo, comprobó que le dolía todo: los huesos, los

músculosy,sobretodo,elalma.Necesitaba meterse una dosis. Solo así podría aguantar todo

aquello. Temía la reacción de los Besaide, pero ese temor no eranada comparado con la sensación de tristeza que le embargaba alimaginarlareaccióndesupadre.Habíadestrozadosuúnicafuentedeingresos,laúnicaconlaquelograballevaralgodesustentoalafamiliadesdequeunajustedeplantillalodejarasinsuempleoenlaplantametalúrgicadeLuzuriaga.Noibaaserfácilsalirbienparadode su ataque de furia cuando se enterara de la suerte que habíacorrido su amada txipironera.A pesar de que el Triki no pensabacontarlenada,alviejolobodemarnoleseríadifícilimaginarqueelyonkidesuhijoestabadetrásdetodo.

Elrugidodelasolas,cuyaespuma,mezcladaconelaguadela

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lluvia, le salpicabaconstantemente, le resultóatronadoralponerseen pie. Tumbado había tenido la impresión de que rompían máslejos. Contó los fardos, que se hallaban desperdigados por losalrededores.Cuatro.Estabantodos.Tressobre laarenayelcuartoenunapozadeesasquequedanaldescubiertocon labajamar.Elagualocubríacasiporcompleto.

—Drogasalada,drogasaldada—murmuróenvozaltamientrasseapresurabaasacarlodeallí.

Con aquella simple rima celebraban en la Katrapona lasocasionesenlasquealgúnbarcodearrastrepescabaconsusredesalgúnfardoperdido.Decíanlasmalaslenguasquehabíadecenasenelfondomarino,frutodelaspersecucionesdelaGuardiaCivilalosnarcotraficantes, que se veían obligados a arrojar toda posibleprueba por la borda antes de ser apresados. Aquella droga,normalmente hachís, era a menudo vendida por los propiospescadoresapreciosderisaconlosquesacarseunsobresueldo.

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ElTrikicomprobóquenohabíasenderoalgunoqueremontaralaescarpadaladera,perodecidióquenoleseríadifícilabrirsepasoatravésdeloshelechosylaargoma.Suobjetivoerallegarcuantoantes al camino principal para poder avanzar a buen ritmo. NoqueríahaceresperaralosBesaide.

Antesdecomenzarelascenso,escondiótresdelosfardosentrela maleza, lejos del alcance de las olas. Después, se colocó elrestante bajo el brazo derecho y empezó a trepar entre bustosespinosos.

LellevómástiempodeloesperadoalcanzarlasendaqueuníaSan Pedro conDonostia a través de la fachadamarítima deUlia.Lascontinuascárcavasdelterrenoylosauténticosmurosdemalezaleobligaronadarinacabablesrodeos.Cuandocomenzabaapensarque nunca saldría de aquel laberinto natural, desembocó en elcamino. Exhausto, se giró hacia elmar para contemplar el trechorecorrido.

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Las amables formas onduladas que se extendían en un primerplano se quebraban de pronto para dar paso a acantilados que seprecipitabansobreunmarteñidodeunextrañocolorgrismetálico.

Alzólavistaextrañado.Hastaentoncesnosehabíadadocuentadequeestabaamaneciendo.

—Vaya nochecita… La madre que parió a los picoletos—sequejóporlobajo.

Palpando losbolsillosde lachaquetadecueroque llevabapordebajodelchubasquero,dioconelpaquetedeCeltasCortos.Estabaempapado;loscigarrillossehabíanechadoaperder.

—¡Mierdadevida!—exclamó.Necesitaba fumar. Necesitaba meterse un chute. Necesitaba

volverasufábricaabandonadayolvidarsedetodo.Nopodíamás.Sedejócaerderodillas.Estabadesesperado.Entoncesseleocurrió.No sería difícil. Al fin y al cabo, las rocas, con sus aristas

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afiladasy susmoluscos aferrados,podrían rasgarlo sinproblemas.Conunalivio creciente, comprendióque estaba ante la solución atodossusproblemas.

Observó el fardo, que había dejado caer sobre el camino, yesbozó una tímida sonrisa antes de sacar su oxidada navaja delbolsillodelpantalón.

«Seenterarán;seguroqueloharán—sedijoconunapunzadadetemor en cuanto comenzó a rasgar el plástico negro que loenvolvía».

Apartóarrepentidolanavaja.SilosBesaidedescubríanqueleshabía robado, no tendrían ningún reparo en matarlo. Aunque,quizás, lamuerte sería lamejorde las opciones, pueshabíaquienhablaba de terribles torturas sufridas por quienes se atrevían adesafiarlos.

Unasegundacapadeplástico,enestecasotransparente,quedóala vista a través del tajo. El Triki introdujo el dedo por él con la

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esperanzadepoderidentificarladroga.Sinembargo,seencontrabatan prensada y tan bien protegida por el envoltorio, que le fueimposible.

Parecíamarrón.¿Hachís?¿Heroína?El corazón del Triki comenzó a cabalgar desbocado. Hasta

entoncesjamássehabíadetenidoapensarenloquellevabaencimaencadatravesía.Sabía,porsupuesto,queenaquellosfardosnegroshabíadroga,peroparaélnosignificabanmásqueeldineroquelosBesaide le pagaban por su transporte.Era como si el plástico querecubríalamercancíaleocultaraasuvezsuverdaderosignificado.

Ahora, en cambio, era consciente de que el paquete que teníaantesípodíacontenercincokilosdeheroína.¡Cincokilos!Esoeramucho dinero.Muchísimomás de lo que acumulaban sus deudas.Y,porsupuesto,muchomásdeloquepodríameterseentodaunavida.

Quizásmerecíalapenajugársela.Era,obviamente,unapuestaal

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todoonada,avidaomuerte,perounjuegoenelquetanposibleeraperderlotodocomosalirvencedor.

Observóensilencioelcamino.Deun lado,SanSebastián;delotro,Pasaia.Noteníamásquetomarlohacialacapitalyhuirdeallítanlejoscomolefueraposible.Sopesólaideaunosinstantesyllegóaponerseenpieparatomaraquelladirección,peroalgolofrenóenelúltimomomento.

«Nopuedo.Silohago,acabaránencontrándome.Nopermitiránque los demás les pierdan el respeto por mi culpa —pensóangustiado».

Sin embargo, la excitación había despertado a la bestia quellevaba dentro. Con una congoja creciente, comprobó cómo lossíntomas del mono iban apareciendo. Solo necesitaba estirar lamanoparacogerla.La teníaallí, a sualcance.Unmínimocorteypodríametersetodoelcaballoquequisiera.

Fuesuperiorasusfuerzas.Conunmovimientorápido,hundióla

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navajaenelfardo.Unavezsalvadoelescollodelplástico, lahojapenetró fácilmente. No le hizo falta extraerla para saber que, talcomohabíafantaseado,eraheroína;elhachíshabríaopuestomayorresistencia.

«Yaes tarde,demasiado tarde—sedijoal sentirunamagodearrepentimiento».

Con movimientos ansiosos y de manera burda para imitar elcortequerealizaríalaaristadeunaroca,golpeórepetidamenteconlanavajalapartedelpaquetequeacababaderasgar.Variospedazosde heroína se desprendieron y fueron a parar al camino. No eramucho, apenas un puñado, pero solo eso ya suponía una cantidadenormede dinero.Gracias a él, podría saldar sus deudas y aún lequedaríanalgunosgramosparapoderpasarunpardesemanassintenerquerecurriralKuko.

«Debería llevar siempre encima una jeringa —decidiópalpándose los bolsillos para comprobar que no contaba con

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ninguna».Introdujo cuidadosamente la droga robada en el precinto de

plásticoqueaúncubríalaparteinferiordelpaquetedetabacoyselaguardó en los calzoncillos. Allí estaría segura. Después, golpeórepetidamente la hendidura del fardo con una piedra. Trascomprobarquealgunaspartículasdeareniscasehabíandesprendidoyhabíanquedadoadheridasalaheroína,volvióaponérselobajoelbrazoyechóaandarhaciaSanPedro.

Por primera vez en mucho tiempo, el Triki estaba exultante.Poco le importaba ya elGorgontxo y el enfado de su padre. LosBesaide se tragarían lahistoriadequeel fardo sehabía reventadocuando la txipironera chocó contra las rocas y él podría olvidarseporfindelasamenazasdelKuko.Unanuevavidaseabríaantesusojos;unavidaenlaquedejaríadetenerquevivirangustiadoporlasvisitasdeaquellosmatones.

ElfarodelaPlata,ocultohastaentoncestrasunacrestaderoca,

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lelanzóunguiñocómpliceencuantodejóatráslafuentedelInglésy su acueducto. Tras él, al este de las antenas que coronaban elmonte Jaizkibel, las nubes se estaban rompiendo y el cielocomenzaba a teñirse de los colores rosáceos que anteceden a lasalidadelsol.

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19

27denoviembrede2013,miércoles

La tercera fue una niña. Se llamaba Iratxe. Iratxe Etxeberria.Tenía 13 años y había ido al merendero de Puntas al salir delcolegio.Enunmomentodado,susamigaslaecharonenfalta,perono le dieron mayor importancia. Cuando comenzó a llover,

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regresaron al pueblo sin preocuparse por ella, convencidas de quehabríavueltosola.Supieronquenoeraasíencuantosumadre,queregentabauna tascaen laplazadeSanJuan, seasomóa lapuertadel establecimiento y les preguntó por Iratxe. Tras un primermomento de confusión y de carreras histéricas hasta la casa de lavíctima, quedó claro que la muchacha no se encontraba en elpueblo.

Fueunaparejadeexcursionistaslaquedioconelcadáverenlarocosa cala de Alabortza, a escasos metros del merendero, quepermanecíacerradoenaquellaépocadelaño.Lospadresdelaniñayalgunosclientesdesutaberna,movilizadosespontáneamenteparaacudirensubusca, llegaronal lugar instantesdespués,cuando lospaseantesacababandedaravisodesuhallazgoalaErtzaintza.

—¡Tenemosquepararestamierda! ¡Niunamuertemás!—laspalabrasdelcomisarioSantossonaronllenasderabia.

Elforenseleacababadeconfirmarqueelasesinohabíaseguido

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el mismo patrón que en los dos crímenes anteriores:estrangulamiento, abdomen completamente desgarrado y tejidoadiposorebanadoacuchillo.

—Estavezparecehaberseensañadoaúnmás.Hayintestinosportodoslados¡Esunanimal!—sehorrorizóelcomisario.

—Aquíhayunriñón—señalóunodelosagenteshaciéndoseaunladoparavomitar.

AntonioSantosapretó lamandíbulaenungestodecontenciónmientrasobservabaelpequeñoórgano.

—No toquéis nada. Los de la Policía Científica vienen decaminoyquierenelescenariointacto—advirtióGisasola.

—¿Porquéhuele tantoa lejía?—inquirióSantoscongestodeextrañeza.

—Sonlasmesas—explicóCesteroseñalandoelmerenderoconel mentón—. El Ayuntamiento las limpia cuando acaba latemporada.

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—Puesparecequelohacenaconciencia.¡Vayatufo!—protestóelcomisario.

—Todavíanohaymuestrasderigorylatemperaturacorporalesde 35°C. No lleva muerta más de dos horas—anunció Gisasolaapartándose de la víctima y secándose las gotas de lluvia que leresbalabanporelrostro.

Santosseacercóaélenunintentodecomprendersuspalabras.Losdesgarradoresgritosdedolordelamadredelavíctima,alaquevarios agentes retenían tras el cordón policial, hacían difícilentenderse.Ajena a todo, y a pesar de la atrocidad del crimen, elrostrodelavíctimaparecíatranquilo,comosidurmiera.

—Qué ironía, ¿verdad? En esta cala se llevaba a cabo elsangrado y despiece de las ballenas —apuntó el agente Ibarracontemplandoelcadáver.

El comisario le dedicó una mirada desaprobadora antes degirarsehacia losertzainasquebuscabanposiblespruebasentre los

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guijarrosdelacala.—García,buscaalaescritora.Quierosaberdóndehapasadola

tarde.—Enseguida—replicó el policía alzando la vista hacia el faro

delaPlata,quedominabalabocanadesdelasalturasdelacantilado.Apesardequelaoscuridadaúnnoeraabsoluta,losrítmicosguiñosdesulinternaanunciabanlainminenciadelanoche.

—¿Cómoqueenseguida?¡Ahoramismo!—exclamóSantos.—Yava,yava—mascullóGarcíaconunamiradadesafiante.El comisario se fijó una vezmás en la pequeña Iratxe. Trece

años, casi losmismos que contaba él al frente de la comisaría deErrenteria y jamás se había enfrentado a una mente tanmaquiavélica.

Sin pensarlo, se agachó junto a la víctima y estudió susfacciones.Parecíaunángel. ¿Quiénpodía ser capazdehacer algoasíaunaniña?Nopudoevitarimaginarasupropiahijaenaquella

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situación.¿CuántosañosteníaCarola?¿Once?¿Doce?Semaldijo entre dientes. Siempre lo olvidaba. Tampoco sabía

en qué curso estaba. ¿Cuarto de EGB?No, ya no se llamaba así.¿CuartodePrimaria?Sí,esoera.

Sintió una punzada de culpa mientras sus compañerosembolsaban el cadáver de Iratxe. Por un momento, la cara de suCarola sedibujósobre los rasgosde laniñamuertay tuvomiedo.Miedodequealguienpudierahaceralgoasíasuhija,peromiedotambiéndeseguirperdiéndoladíaadía.

«Tengoqueconseguirquesesientaorgullosadeserhijamía—sedijovolviendolavistahaciaelgrupocadavezmásnumerosodevecinosqueclamabajusticiatraselcordónpolicial».

—¡Aversihacéisalgodeunavez!—leincrepóunodeellos.La pescadera que le había puesto tras la pista de la farera,

tampocoquisocallarse.

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—¿Cuántasmásvanatenerquemorir?—inquirióagritos.Santos recorrió con la mirada a aquellos lugareños exaltados.

Teníanmotivosparaestarlo,deesonohabíaduda,pero¿Ysientreellosseencontraraelpropioasesino?

La muerte de la niña le rompía los esquemas. ¿Dónde estabaahora la conexión con la farera? No parecía haber en este casoningúntipoderelaciónentreellas.Nohabíacuentaspendientesniodios viscerales como en los otros dos asesinados. El padre de lavíctima le había explicado que ni su mujer ni él habían cruzadojamásunapalabraconlasospechosa.

—Paso,porfavor.Abranpaso—unguardiamunicipalapartabaa los curiosos para que una unidad móvil de televisión pudieramaniobrarsinprecipitarsealmar.

Antonio Santos no pudo reprimir una mueca de fastidio. Laprensa comenzaba a llegar y no iba a poder ofrecerles ningunanovedadenlainvestigación.

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—Comisario—lollamóunahermosajovendeojosverdesquesostenía un micrófono de Telecinco—. ¿Puedo hacerle unaspreguntas?

Elpolicíanonecesitópensarlarespuesta.Siempreeralamisma.—Espereunosminutoshastaquelleguensuscompañeros.Una

vez que estén todos presentes, haré una valoración para todos losmedios.

Laperiodistaasintió.Estabaacostumbradaaquefueraasí,sabíaqueinsistirnoserviríadenada.Después,segiróhacia losvecinosantes de hacer una señal al cámara, que se dispuso a grabar susdenuncias sobre la inseguridad en la que se había instalado elpueblo.

Iluminadaporelfocodelacámara,AntonioSantosobservóunapancartasostenidaporvariaspersonasdetodaslasedades.

JaizkibelLibre con las víctimas.Losasesinatos nonos

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pararán.

—¿Tambiénlaniñaeradelaplataforma?—inquirióextrañadoalforense.

Gisasolaleyóelcartelynegóconlacabeza.Élnolosabía.—Sí,ynounacualquiera—fuelaagenteCesteroquienapuntó

el detalle—. El pasado domingo fue la encargada de leer unmanifiesto al término de una manifestación contra el puerto. Suspalabrashicieronllorardeemociónamásdeuno.

Santos torció el gesto. Tres víctimas con un mismo nexo encomúnerandemasiadasparatratarsedeunasimplecasualidad.

—¿Ytúcómosabeseso?—inquirió.Laertzainabajólamirada.—Vivoaquí—selimitóadecir.—¿Noandarástútambiénenesasalgaradascontraelpuerto?—

quisosaberelcomisario.

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ElforenseGisasolacarraspeóincómodo.—Ahí llegaGarcía—anunció señalando al ertzaina que había

enviadoenbuscadeLeire.Santossegiróhaciaelreciénllegado.—¿Yaestásaquí?—preguntóextrañado.—He llamado por teléfono. Demasiado rodeo para ir a hacer

unas preguntas —explicó recibiendo una reprobadora mirada delcomisario—.Dicequeaesahoraestabaescribiendo.Enelfaro.

—Ya, para variar —lo interrumpió Santos—. Siempre es lomismo.

—Tampoco parece tener vínculo alguno con la cría—apuntóGisasola.

Elcomisariolofulminóconlamirada.Nonecesitabaquenadieselorecordara.

—Después, bajó a losmuelles y estuvopaseandoun ratoparainspirarse—continuóGarcía.

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—Sola, claro. Sin nadie que pueda corroborarlo —apuntósarcástico Santos—. ¿Y eso a pesar de este tiempo de perros?—insistióestirandounamanoparacazaralgunasgotasdelluvia.

—Puesamímegustapasearbajoelsirimiri.Sobretodoporlaplaya—apuntóGisasola.

Elcomisarioserioporlobajo.—Lagentenoestanraracomotú.Antonio Santos se sacudió las gotas que llevaba en el

chubasquero y se encaminó hacia los periodistas. Eran ya trestelevisionesyunoscuantosmediosmáslosqueloesperaban.

—Está bien, señores —comenzó a explicar obligándose aparecersegurodesímismo—.Lainvestigaciónsiguesucursoynodescansaremos hasta dar con el asesino. No hay mucho más quepuedadecirles,perolesaseguroquenovolveráamatar.

—Esomismo dijo usted tras el asesinato de JosuneMendoza.¿Nopuedeañadirnadanuevo?—espetólareporteradeTelecinco.

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Santosmascullóunjuramentoentredientesantesdedibujarsumejorsonrisa.

—Me temo que no. Mis palabras podrían entorpecer lainvestigaciónencursoynocreoqueseaesoloqueustedesdesean,¿verdad?

—¿Sigue Leire Altuna siendo sospechosa? —inquirió laperiodistadeEuskalTelebista.

Elcomisarionegócongestocontrariado.—Norecuerdohabermencionadoyoaningúnsospechoso.—¿Esverdadque el asesino se lleva la grasa de las víctimas?

¿Quépuedemoverleahacerlo?—preguntóotroreportero.Santos se giró contrariado hacia el lugar donde trabajaban sus

hombres.¿Quiénseríaelimbécilquesehabíaidodelalengua?Antes de que pudiera contestar, el locutor de la radio local se

abriópasoconsumicrófono.—¿Quéopinade ladenunciade laplataformacontraelpuerto

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sobreuncomplotcontrasusmiembros?—preguntó.AntonioSantossellevólasmanosalacara.Comenzabaaestar

hartodeesosentrometidos.—Mire, sinceramente, no les puedo contestar nada más. Les

agradeceríaquedejarandeespecularsobreloscrímenes.Estonoesningúnjuego.

—¿Cree que volverá a matar? —los focos de las cámarasimpidieronalcomisarioverquiénrealizabalapregunta.

—Escúchenme bien. Les garantizo que, sea quien sea, elcriminal que haya hecho esta salvajada pagará por ello y lo haráantesdeloqueesperan.

Susdeclaracioneshabíanterminado.A pesar de la insistencia de los periodistas por obtener más

información,Santosseperdióenlassombrasdelanoche.Protegidoporelcordónpolicial,descendióhasta lacalaysesentósobre losguijarros. El suave oleaje que batía contra las piedras lo aisló del

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incesante trajín que se vivía en la escena del crimen. Vecinos,reporteros, agentes, focos, micrófonos… decididamente, aquellocomenzabaasuperarle.

Volvió la vista hacia lo alto.En las alturas delmonteUlia, elfarodelaPlatabrillabaenlaoscuridad,guiandoconsuinfatigableluz a losbarcosque surcabanelCantábrico.Hasta entonceshabíatenido clara la culpabilidad de la escritora, pero sus certezascomenzaban a desdibujarse con el crimen de la pequeña Iratxe.Durantelargossegundos,fijólamiradaenloshipnóticosguiñosdela torre de luz. Después, la dejó vagar más arriba, donde todoacababaysololasestrellasprofanabanelsilenciodelcielonegrodelanoche.

Conunadesagradablesensacióndeimpotenciarecorriéndolelasentrañas,pensóensuhijayenelvientredesgarradodelaniñaqueacababan de embolsar. Aquella mierda se le estaba yendo de lasmanos.Sussuperioresnoestaríanmuycontentos.Seguroquelosde

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la Unidad de Investigación Criminal no tardarían en invadir sucomisaríaparahacersecargodetodo.Hastaelmomento,sehabíanlimitadoaprestarleapoyologísticoyacederlemediosmaterialesyhumanos,perotresmuertaserandemasiadas.

Su orgullo, sin embargo, le obligó a pensar en positivo.Él, elcomisario Antonio Santos, todavía estaba a tiempo de tomar lasriendas. No necesitaba que nadie viniera a inmiscuirse en laresolucióndeuncasoqueibaacubrirlodegloriaantelosmediosdecomunicaciónyantelapropiasociedad.

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20

28denoviembrede2013,jueves

—Estoesunlíodetresparesdecojones.Enmalahoranoshacaídoencimaestecaso.—Elcomisariollevabaunbuenratoantelapizarrasinatreverseaescribirnadamás.

Había convocado la reunión a primera hora de la mañana.

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Esperabaque,entretodos,pudierandarconalgúnhilodelquetirarparapoderdarcazaaldesalmadoqueestabasembrandodemuerteyterror la bahía de Pasaia. Sin embargo, lo único que habíanconseguido por el momento era enmarañar más la investigación,porqueelasesinatodelapequeñaIratxelohabíapuestotodopatasarriba.

Tapandoelrotuladornegro,Santossegiróhacialostresagentesquepermanecíansentadosformandounamedialunaalrededordelapizarrablanca.EraunapenaqueGisasolanoestuvieraentreellos,pero el forense había sido requerido esamañana en laUnidad deInvestigaciónCriminal,queteníasusedeenOiartzun.

—¿No pensáis decir nada? —inquirió molesto por su escasaparticipación.

LaagenteCesterofuelaprimeraqueseanimóaabrirlaboca.—Yome inclino por la línea de investigación alrededor de la

construccióndelpuerto—apuntó.

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Elcomisarioobservósuspropiasanotacionesenlapizarra.Tresnombres:AmaiaUnzueta,JosuneMendoza,IratxeEtxeberria.Juntoa cada uno de los dos primeros aparecían dos vínculos que losunían:LeireAltunayJaizkibelLibre.Encambio,alaniña,loúnicoque parecía relacionarla con los otros dos crímenes era supertenenciaa laplataformacontrariaalpuertoexterior.Lecostabareconocerlo, porque suponía asumir que había perdido un tiempoprecioso siguiendo una línea errónea, pero todo apuntaba a queCesteroteníarazón.

—Yo no estaría tan seguro—anunció Ibarra. Sus ojos grisesestabanfijosenlapizarra,comosibucearaentreaquellosnombres—.Seríaunerrordescartartanrápidamentealaquehastaahorahasidolaprincipalsospechosa.

—La única. Te recuerdo que para nuestro comisario no habíaotra—lointerrumpióGarcíaesbozandounasonrisasarcástica.

—Esonoesverdad.Soloeralalíneaprioritaria,peronuncahe

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descartado otras—se defendió Santos haciendo un gesto a Ibarraparaquecontinuara.

—Como decía —carraspeó el agente—, me parece un errorcambiarde repentenuestra líneade investigación. ¿Quéosparecequeharíauncriminalque seve acorraladopor lapolicía?—Hizounapausaparaesperarunarespuestaquenollegó—.Puesbuscarlamanera de que el foco de atención gire hacia otro lado. ¿No osparece?

Elcomisariomovióafirmativamentelacabezaapesardequeleparecíademasiadorebuscado.

—Podríaser—murmuró.—Esunalocura.Paranada—dijolaagenteCesteroconundeje

deirritaciónenlavoz—.¿Porquéibaamataraunacríasoloparadesviarlaatención?

AntonioSantos tomóaire lentamente.Loquedefendíaaquellachicareciénsalidadelaacademiaparecíarazonable.

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—Está bien —aceptó sentándose en la única silla libre quequedaba—.Explícanostupuntodevista,porfavor.

Los ojos de gato de la joven lo miraron extrañados. No erahabitualveralcomisarioreculando.

—Una cosa esmatar a dos personas adultas con las que estásenfrentadoyotramuydiferenteasesinaraunaniñacontralaquenotienesnada.Estáclaroquehayqueestarmuy tocadode lacabezapara ir por ahí destripando a la gente, pero de verdad que nomecreoesahistoriadequesecargaraa lacríasoloparaquenuestrassospechasgirenhaciaotrolado.

—Puesyonopondríalamanoenelfuego—señalóIbarra.—¿Ynoteparecemáslógicoquelamanonegraqueestádetrás

deestoscrímenesseauncabrónqueloúnicoquequiereesacabarconlosmovimientosencontradelpuertoexterior?Elasesinatodela niña que se acababa de convertir en el símbolo de la protestaparecebastanteclaro—defendióCestero.

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Santos la miró con interés. Realmente no había ningunaincoherenciaenloquedecía.Noerafácilaceptarlo,perocadavezlegustabanmáslasargumentacionesdeAneCestero.Siseguíaasí,llegaríaaserunabuenapolicía.

—¿No será que te estás dejando llevar por tus ideales? —inquirióIbarra—.Todoslosaquípresenteshemosvistolapancartacontraelnuevopuertocolgandodetubalcón.

Laagenteenrojecióderabia.—¿Dequévas,tío?¿Quiéntemandahurgarenmivida?Antonio Santos observó divertido que el aro plateado que la

agentellevabaenlaaletaderechadelanarizdestacabamássobrelatezenrojecidaporlaira.

—Nomejodas,queerespolicía—espetóIbarra—.Nodeberíasirmostrandotusreivindicacionesporahí.¿Novesque,graciasaesecartel, nadie en el cuerpo se fiaría de ti si tuviéramos que ir adisolverunamanifestacióncontralanuevadársena?

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—Nolefaltarazón—añadióGarcía.—¿A vosotros os parece bien que se carguen los preciosos

acantilados de Jaizkibel para construir esa aberración? ¿Yquémedecísdeldineralquesevaatirarporeldesagüe,ahoraprecisamentequenoestamosparagrandesalegrías?—LaagenteCesteroestabacadavezmásindignada.

—Traerámuchospuestosdetrabajo—musitóIbarra.—Misideassobreese temamelasguardoparamí.Yonovoy

por ahí pregonando mis filias ni mis fobias —repuso Garcíacondescendiente.

Muya supesar,AntonioSantos reconocióqueaquel insolenteteníarazón.Cuandoseeraertzaina,eramejordejarlasopinionesencasa.

Mientras discutían, otro agente entró a la sala y se acercó aSantos.

—Yaestáaquí—anuncióenvozbaja.

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—Hazlopasar.Vosotroscallaosdeunavez,queyaestáaquíelcriminólogo—ordenóentonocortante.

Lapuertavolvióaabrirseparadejarpasaraunhombrequenopasaba por mucho de los cincuenta años. Su cuidada perilla grisparecía reptar por la mandíbula hasta alcanzar las patillas en unclarointentodedesviarlaatencióndeunojoquebizqueaba.

—Gracias por venir, señor Irigoyen —lo saludó el comisarioantes de girarse hacia sus compañeros—. Chicos, nodesaprovechemos esta visita.No todos los días se tiene aquí a unexpertodesutalla.Suayudahasidoclaveenlaresolucióndecasosqueestabanenquistadosdesdehacíatiempo.

A pesar de sus palabras de bienvenida, Antonio Santos no sesentíaagustoconaquellavisita.Setratabadeunaimposicióndelosresponsables de laUnidad de InvestigaciónCriminal, que asistíanpreocupados a los escasos avances que estaba realizando sucomisaría.Sinembargo,eltemidodesembarcodesusoficialesenla

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comisaría de Errenteria no se había producido; al menos por elmomento.

Garcíacruzóunamiradaconelcriminólogo,queledevolviólasonrisa.Elgestonopasódesapercibidoparaelcomisario.

—Francamente,medesconcierta—reconocióelexpertounavezquefueinformadodelospormenoresdelcaso—.Apriori,estamosclaramente ante un asesino en serie demanual. Sin embargo, esevínculoentrelastresvíctimasconeltemadelpuertomedescoloca.

AntonioSantosasintió.Aéltambién.—Lagrasa.Esahídondedeberíamoscentrarnosporelmomento

—murmuró pensativo Irigoyen—. Estamos ante una mente quedisfrutaconloqueestáhaciendo,quegozaaldesgarrarelvientredesusvíctimasydesparramarsusintestinos.

—¿Quiénpuededisfrutarhaciendoalgoasí?—preguntóCesteroconunamuecadeasco.

Irigoyentomóaireantesderesponder.

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—Me inclinaría a pensar que es alguien solitario que buscaintimarconlasmujeresalasqueasesina.Talvezinclusosesientadespechadoyquiera demostrarse a símismoquepuede estarmáscercadeellasdeloquejamáshubieracreído.

—Nohayviolación—objetóSantos.—Noesnecesaria—apuntósecamenteelcriminólogo—.Ensu

menteenferma,elasesinopuedesentirquenohaymaneramejordeconocerlaintimidaddeunapersonaquemirandoensuinterior.Ylo hace literalmente. Estoy seguro de que cuando se asoma a susvientresdestrozadossesienteplenamenterealizado.

—¿Porquésellevalagrasa,entonces?¿Quéhaceconella?—inquirióIbarra.

—Probablemente nada —aclaró el criminólogo—. Parece unpatrónmáspropiodelsigloXIXquedelXXI,perolaclavedelasuntoestá realmente en ella. ¿Qué os parece que puede inducirle allevársela?—preguntórecorriendoatodosconlavista.

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Elcomisariolemantuvoincómodolamiradasinsaberacuáldelosdosojosdebíamirar.

—Yo me inclino a pensar que es un trofeo —dijo pococonvencido.

ElcriminólogonegóconungestoysegiróhaciaGarcía.—Elmitodelosuntos—apuntóelagente.—Asíes—asintióIrigoyen.«Seguro que es amigo de su padre —se dijo contrariado el

comisario».—A finales del siglo XIX se extendió una espantosa creencia

según la cual la grasa humana tenía poderes casi milagrosos —comenzóaexplicarelexperto—.Conellasepodíanhacerpociones,ungüentosycataplasmasquesupuestamentesanabanenfermedadesque la medicina tradicional no era capaz de curar. Horrible,¿verdad?

AntonioSantosselimitóalanzarunamiradadecircunstanciasa

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García,quesonreíasatisfecho.Esomismolohabíaexplicadoéldíasatrás.Seguroquehabíaestadoencontactoconelcriminólogodesdeelprimermomento.

—Muchas gentes de clase alta estaban dispuestas a pagargrandes sumas por estos productos. ¿Habéis oído hablar de laVampira del Raval? —Al ver que los ertzainas negaban con lacabeza,Irigoyencontinuósurelato—.Durantemásdediezañossededicó a secuestrar en las calles de Barcelona a niños a los que,después de prostituir, asesinaba para elaborar con sus restos todotipoderemedioscurativos.Deaquelloscríos,quealgunosnoeranmásquebebésdeteta,aprovechabatodo:lasangre,loscabellos,loshuesos y, especialmente, la grasa. Sus mejunjes, como os decía,eran muy apreciados entre gentes de buena posición social, quebuscaban en ellos la cura a la tuberculosis, tan temida en aquellaépocayaotrosmuchosmalesincurables.

—¡Quédice!—exclamóIbarraconunamuecadeasco.

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Garcíasegiróhaciasucompañero.—¿Quéosdecíayodelosuntos?Santosestuvotentadodeintervenirparameterenveredaaaquel

listillo,peroIrigoyencontinuóconsusexplicaciones.—Es espeluznante, lo sé. Cuando en mil novecientos doce

detuvieronaaquellamujer,hallaronensucasarestosdedocecríos.Nuncallegóasaberseconexactitudacuántoshabíamatadoporquelos hacía desaparecer inmediatamente para convertirlos en susremedios.Lapolicíahallóensucasaunascincuentajarrasybotesconrestoshumanosenconservación:grasaconvertidaenmanteca,sangre coagulada, esqueletos de manos, polvo de hueso… Por sifuerapoco,fuehalladaunalibretaconlosnombresdesusclientes.Desgraciadamente, las autoridades se ocuparon de quedesapareciera, pero no tardó en correr el rumor de que en ellaaparecíanmédicos,banqueros,políticosyempresariosilustresdelacapitalcatalana.

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—¿Quélehicieron?—preguntóCestero—.¿Lamataron?Irigoyendibujóunaenigmáticasonrisaantesderesponder.—Sí, pero no del modo que se esperaba. La gente estaba

deseosadequefuera juzgadaparaquecontara laverdadsobresusclientes.Todos esperabanque la condenaran amorir en el garrotevil,peroantesdequesecelebraraeljuiciosufrióunabrutalpalizaenlacárcelymuriósinquejamássesupieratodalaverdad.Sisehubieran llegado a contabilizar sus asesinatos, estaríamosprobablementeantelamayorasesinadelahistoriadeEspaña.—SedetuvounosinstantesparafijarseenSantos—.Ytodoparafabricarsusremediosabasedeuntosyotrosmacabrosingredientes.

—Poresodicequeestamosanteunpatrónmáspropiodeotraépoca—apuntóelcomisario.

Irigoyenselimitóaasentir.—Parece improbable que alguien hoy en día confíe en las

propiedadescurativasdelagrasa,¿no?—comentóCestero.

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—Enrealidad,estecasomerecuerdamásaldelSacamantecas—reconoció el experto acariciándose laperilla—.SolooshablabadeEnriquetaMartíparaquecomprendieraiselinterésquelosuntosdespertabanhacepocomásdeunsiglo.

—¿ElSacamantecas?—inquirióIbarraconunasonrisaburlona—.¿AhorahablamosdecuentosinfantilesenlaErtzaintza?

—¿Esquenohasvistohoyelperiódico?—espetóGarcía.AntonioSantosasintióconunamuecaderabia.Éllohabíaleído

mientrasdesayunabaenlacafeteríadeenfrentedelacomisaríaynolehacíaningunagraciaquelaprensacomenzaraadarleeseenfoquealcaso.Loúnicoquepodíaaportarairearesetipodevínculosconelpasado era extender más el miedo, cada vez más patente, que seestabaadueñandodelentornodelabahíadePasaia.

Antelosgestosdeextrañezadesuscompañeros,elcriminólogohizoungestoaGarcíaparaquefueraélquiéndesgranaralahistoriadeJuanDíazdeGarayo,elasesinoquetuvoenviloduranteañosa

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loshabitantesdelosalrededoresdeVitoriayquefuecondenadoamuerteenmilochocientosochentayuno.

—¿Sellevabalagrasadesusvíctimas?—inquirióCesteroconunamuecaderepugnancia.

—¡Me parece tan absurdo buscar a un ladrón de sebo! —protestóIbarra.

ElagenteGarcíamostróunamuecadedesprecio.—Veo que no has entendido nada —espetó contrariado—.

Nadiehadichoqueestemosanteun ladróndegrasa, sinoanteunimitador del Sacamantecas vitoriano. —Santos asintió, eso eraprecisamente lo que decía el periódico—.En realidad, y tal comodefiende ella—continuóGarcía, señalando a la agenteCestero—,yotambiéncreoquedebemosbuscaralasesinoentrelosimpulsoresde la dársena exterior. Solo que debemos tener en cuenta que nobuscamos a una especie de terrorista que defiende sus ideas acuchillo. No; a quien buscamos es a un perturbado que está

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copiando los crímenes de Juan Díaz de Garayo, valiéndose de laexcusa del puerto para justificar los asesinatos ante su menteenferma.

—Exactamente —corroboró el criminólogo remarcando cadasílaba.

Antonio Santos se giró hacia la pizarra para ocultar suimpotencia.Nocabíadudadequesupadre,elsuperintendentedelaprovincia, estaba ayudando a García con la investigación.Probablemente, fuera él quien evitaba que la Unidad deInvestigaciónCriminalmonopolizara las pesquisas para permitir asu hijo marcarse un tanto con la resolución del caso. Como noconsiguieradarle lavuelta a la situacióny retomar las riendasdelequipo,elasesinoibaaacabartambiénconsucargoalfrentedelacomisaríadeErrenteria.Trasinspirarafondo,volvióagirarsehacialosagentes.IbarrafruncíaelceñocomosiaúnestuvieraasimilandolainformaciónyCesteroasentíaconvencida.

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—Estábien—anuncióesforzándosepornotitubear—.Vamosacambiarnuestralíneadeinvestigaciónpreferente.Apartirdeahora—hizounapausaparasuspirar—,trabajaremosconlateoríadequeelasesinoesalguienempeñadoenquelaobradelpuertoselleveacabo.

Irigoyen torció el gesto como si algo en sus palabras no leconvenciera.

—Sin olvidar en ningún momento —dijo alzando el dedo amododeadvertencia—,queesunpsicópataparaelquetalvezseamás importante la imitación del personaje al que idolatra que laconstruccióndelpuertoqueparecedefenderconlaeleccióndesusvíctimas.

Antonio Santos se sintió cansado. Estaba harto de quecuestionaran su autoridad.De buena ganamandaría a lamierda aGarcíaysuamigoelcriminólogo,peroesonadaayudaría.

—Quiero a toda la comisaría investigando a quienes hayan

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tenido enfrentamientos con Jaizkibel Libre a cuenta de la dársenaexterior—ordenóhaciendooídossordosalaopinióndelexperto—.¿Cuántasmujeres has dicho quemató el Sacamantecas vitoriano?—inquirióposandolamiradaenGarcía.

—Seis.Lointentóconalgunamás,peroasesinóaseis.El comisario imaginó fugazmente el cataclismomediático que

supondríantantasvíctimas.—Esta vez lograremospararlo antes—aseguró conunhilo de

voz.

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21

28denoviembrede2013,jueves

—Pormásvueltasqueledoy,nomeentraenlacabeza—Leirehizo una pausa, pensativa, antes de continuar—. ¡Era una cría!¿Quiénpuedeestartanlococomoparamataraunaniña?

Iñigoseñalóunestancoquehabíaasuderecha.

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—¿Teimportaquecompretabaco?La escritora se encogió de hombros y lo siguió al interior. El

aromaleresultóembriagador.Siemprelehabíafascinadoaquelolora tabaco seco que flotaba en los estancos. En aquel, además, sesumaban los toques acres de la madera añeja y desgastada quecubríaelsuelo.

—¿Qué va a ser?—el dependiente tampoco resultaba muchomásmoderno.Consubatatrescuartos,susgafasparaverdecercacolgando del cuello y su pelo cano, parecía recién salido de unapelículadelaposguerra.

—Una cajetilla de Camel —pidió Iñigo depositando unasmonedassobreelmostradordevidrio—.¿Quién?Puesalguienquese jueguemuchoconlaconstruccióndelpuertoexterior—explicóvolviéndosehaciaLeire.

Elestanqueroleentregóelpaqueteyalzóelmentónsaludandoalsiguientecliente.

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—¿Quévaaser?—Pormuchointerésquetengaenelpuerto,tienequeestarloco

—apuntólaescritoravolviendoalacalle.Iñigosedetuvouninstanteparatirarelprecintodelacajetillaen

unapapelera.—Esopor descontado.No te quepa duda de que estamos ante

unamenteenferma.Muyenferma—señalóllevándoseuncigarrilloalaboca.

—Dameuno—pidióLeire.Elprofesorlamiróconungestodeextrañeza.—¿Desdecuándofumas?Laescritoradibujóunamuecadedisgusto.—¿Mevasadarunpitilloono?Mientras lo encendía y sentía que el humo tranquilizador le

llegaba a los pulmones, contempló que la calle Somera estabaanimada.Seacercabalahoradecomery,peseaqueloscomercios

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continuabanabiertos,losbarescomenzabanallenarse.AdiferenciadeotraszonasdeBilbaoydelrestodelCascoViejo,aquellazonasehabía salvado de la invasión turística y Leire aún reconocía losnegocios de toda la vida. No había aún rastro de las tiendas derecuerdosybaratijasquecomenzabanaadueñarsedeotrosrinconesdelaciudad.

—¿Quéesesoquequeríascontarme?—inquiriólaescritora.Iñigo la había citado para ponerle al día sobre sus hallazgos

sobreelSacamantecas.Estabasegurodequeseencontrabananteunimitador.

—Cómo te dije, la tercera también fue una muchacha. Ytambiénteníatreceaños—expusocongestograve.

—¿La tercera? ¿Pero a cuántas mató ese tío? —Leire estabahechaunlío.

Elprofesormoviónegativamentelacabeza.—Perdona.Comenzaréporelprincipio—anunció—.Cuéntame

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todoloquesepasdelSacamantecas.—Pocacosa.Creíaqueeraunpersonajedecuentohastaquehe

vistohoyelperiódico.Tampocohepodido leergrancosa; tendrásquecontármelo—dijodandounaúltimacaladaalcigarrilloantesdepisarlo.

—¿No irás a dejarla ahí? —inquirió el profesor señalando lacolillaqueLeireacababadeabandonarenmitaddelacalle—.¿Tú,que vives en un paraje idílico y que tanto adoras la naturaleza,vienesaBilbaoytiraslascolillasalsuelo?¡Nomefastidies!

Leiretorcióelgestoavergonzadayseagachóarecogerla.—Estábien—comenzóaexplicar Iñigodeteniéndoseenplena

calle—.ElSacamantecasnoesunmonstruoimaginarioparaasustara los niños, como creías. Bueno, sí lo es, pero su origen esdesgraciadamentemuchomásespantoso.

Leireasintió.—Unasesino—apuntó.

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—Supongo que has oído hablar de Jack, el Destripador.Seguramentetetocóalgúnejerciciosobreélenmisclases.—Iñigohizounapausaparaseñalarelbarqueteníananteellos—.Pilihaceuna mermelada de pimientos extraordinaria. ¿Qué te parece sillenamosunpocolatripa?

Leiremiróelreloj.Casilaunaymedia.Aunqueloúltimoqueleapetecíaenaquelmomentoerapensarencomer,entróalataberna.Estaba ansiosa por saber más sobre aquel criminal cuyo nombrehabíatraspasadosuépocaparaconvertirseenleyenda.

LacamareradelK2dejódeladolosvasosqueestabacolocandoenellavavajillasparaacercarsealosreciénllegados.

—Queremos un par de ensaladas con queso de cabra y unabuenadosisdemermelada—pidióelprofesorsindartiempoaquelaescritoramiraralacarta.

La joven esbozó una sonrisa y se perdió por la puerta quellevabaalacocina.

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—Venga, cuéntame —suplicó Leire dando un afectuosoempujónenelbrazodeIñigo.

—Yava,yava—protestóél—.Puesbien,elSacamantecasfuealgoasícomoelDestripadorperoenversiónvasca.

—¡Joder!¿Enserio?El profesor asintió, al tiempo que sacaba varias fotocopias de

una carpeta. Se trataba de antiguos recortes de periódicos elsigloXIX.

—Esetío,quesellamabaenrealidadJuanDíazdeGarayo,tuvoaterrorizadalaLlanadaAlavesadurantediezaños.

—¿Cuándo?—LeirebuscólafechaenlasnoticiasqueIñigolemostraba—.¿Milochocientossetentaynueve?¿Estábienesto?

—Así es. Su primer crimen fue en realidad en el setenta. Enabril,concretamente.Hubocincomás,siendoelúltimodeellosenel setenta y nueve. Todos con un patrón semejante: todas susvíctimasfueronmujeresysuscuerpossufrieronheridassimilaresa

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lasqueseestánviendoestosdíasenPasaia.Leiretorciólabocaenungestodeasco.—¿Lasabríaencanal?—Exactamente. Garayo se ensañaba con el vientre de sus

víctimas, que desgarraba con una saña solo posible en unamentemuy perturbada. En alguna ocasión, llegó a extraer órganos paraabandonarlosdespuésjuntoalcadáver.

Laescritorasintióunescalofrío.—Joder,esespeluznante.—Másdeloquecrees—confirmóIñigo—.Sileeslasnoticias

verásqueteheahorradolosdetallesmásescabrosos.Unamujerquepasabaporpocodeloscincuentaañosseasomó

por la puerta de la cocina con una ensalada en cada mano. Alreconocer al profesor, dibujó una sonrisa y acercó los platos a labarra.

—Cuando he oído lo de la mermelada sabía que eras tú —

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comentó dando un par de afectuosas palmadas en la mano delcliente.

—Esquenohayotramermeladadepimientocomo la tuya—repusoIñigo.

—Ya será menos —se ruborizó la cocinera—. ¿Ya os hanpuestodebeber?

—Sí.Estamosservidos—mintióelprofesorguiñandoelojoalacamarera.

—Yaveo,ya.Sinollegoadecirnada,meparecequeosmorísdesed—protestóPili—.Venga,mueveeseculohermosoqueDiostehadadoyponlesunpardecañasaestepar.

Leireserioparasusadentros.Ensalada,cerveza…parecíaquenohabríamaneradeelegirporsímisma.

—Comotedecíaantes,laterceravíctimadeGarayofuetambiénuna cría. Igual que IratxeEtxeberria—el profesor hizounapausapara permitir que Leire asimilara sus palabras—. Si hasta ahora

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tenía sospechas de que podíamos estar ante un imitador de aquelsalvaje,ahorayanomequedadudaalguna.ElmalnacidoqueestéhaciendoestoestácopiandoloscrímenesdelSacamantecas.

—Poresoteparecíatanimportantelodelagrasa—comprendiólaescritora.

Iñigo se llevó a la boca un pedazo de queso cubierto demermelada.

—Delicioso—murmuró—.En realidadnocreoqueGarayosellevaraelsebodesusvíctimas,perolassupersticiosasmentesdelaépocanecesitabanbuscarunmotivoparatantacrueldad.

—¿Ylasotrasmuertes?—quisosaberLeire.—Lasotras eranmujeres demayor edad.Algunas, prostitutas;

otras, señoras de escaso nivel económico, labriegas o criadas. Atodasellas lasabordabaenmitaddelcampoo lasengatusabaparaqueloacompañaranaalgúnlugarapartado.

Laescritorafruncióelceño.

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—Joder,quémalrollo.Iñigomovióafirmativamentelacabeza.—Lo único que no concuerda con aquellos crímenes es la

violación. Garayo violentó sexualmente a todas sus víctimas. Dehecho, ese parece ser el verdadero móvil de sus asesinatos. Encambio —hizo una pausa para beber un trago de cerveza—, suimitadornoparecemovidoporelmismoímpetusexual.

—Poresocreenqueelasesinopuedeserunamujer.Lafaltadeviolenciasexual…—aceptóLeire.

—Así es.Además, tienes que reconocer que estás fuerte y notendrías problemas para arrastrar un peso muerto —apuntó elprofesorllevandounamanoalbícepsdesuantiguaalumna.

Leireseapartóincómoda,notantoporquelatocaracomoporelcomentario.

—¿Noirásasubirtetútambiénalcarrodelosquemecreenlaasesina?

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Iñigoserio.Alhacerlo,estiródenuevolamanoylaapoyóenlaespalda de la escritora, que sintió un extraño escalofrío. Hacíademasiadotiempoquenadielemostrabasuafectofísicamente.Unacaricia,unapalmadadeapoyo…Hastaaquelmomentonosehabíadetenidoapensarenlomuchoqueloechabademenos.

—¿Cómo iba a pensar eso de ti? —la sonrisa del profesorparecía sincera. Sus labios entreabiertos enmarcaban unos dientestan blancos y ordenados como los recordaba. Por un momentorememoróconunatisbodenostalgialostiemposenlosquenoteníaque conformarse con mirarlos, sino que podía besarlos, fundidosconlossuyos.

—Cuéntame todo lo que sepas sobre el Sacamantecas—pidióobligándoseaabandonaraquellospensamientos.

UnasombradedecepciónpareciócruzarporelrostrodeIñigo.Quizástamicenélhabíasentidoeseacercamientoynoesperabaunfinaltancortante.Sinembargo,serecompusoalinstante,sacóuna

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libretadelbolsillo, laabrióporunapáginaqueteníamarcadaysedispusoacomenzar.

—JuanDíazdeGarayoerahijodelabradoresydedicótodasuvida a los menesteres propios de esa condición, trabajando comocriado para diferentes familias de los pueblos de los alrededores.Eran tiempos duros, de hambre y pena, sumido como estaba elterritorioenlaTerceraGuerraCarlista.Enunaocasión,sirviendodecriado,conocióaunaviudaterratenienteconlaquesecasóytuvocinco hijos. Solo tres sobrevivieron; como te decía —explicóalzando la vista de sus apuntes—, eran tiempos jodidos. Elmatrimonio duró trece años, hasta que Garayo quedó viudo y secasóconunanuevamujer.Aquelnuevocasamientofueunfracasoylos hijos de la primera esposa se enfrentaron continuamente a lamadrastra,hastaqueacabaronhuyendodecasayconvirtiéndoseenvagabundos.ElpropioGarayo tampocoacabómejor: losañosquepasó junto a ella lovolvieron taciturnoy solitario.Aquella señora

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murió tras siete años de matrimonio y nuestro queridoSacamantecasseunióaunatercera,queeraalcohólicaymurióenextrañascircunstancias.

—¿Suprimeravíctima?—inquirióLeire.—No—repusoIñigo—.Almenosnose leacusóde lamuerte

aunquenomeextrañaríaquefueraasí.MurióasfixiadaencompañíadelpropioGarayo,queexplicóquetodoocurrióderepente,sinqueélpudierahacernadaporayudarla.Locuriosoesquesolounmesdespuéssecasabaconsucuartamujer.

—¿Otramás?—interrumpiólaescritora.Iñigoserio.—Ya ves, y nosotros nos preocupamos porque nuestro primer

matrimonio no ha salido bien —apuntó divertido—. ¡Cuatromujerestuvoeltío!Parecequefueconlacuartaconlaqueperdiódefinitivamente el juicio, dando inicio a un frenesí de muerte ysalvajismo.

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Leiremiróextrañadaalquehabíasidosuprimernovio.¿Acasotambiénél sehabíaseparado?Lasúltimasnoticiasque le llegaronsobre él hablaban de una vida feliz junto a su mujer, tambiénprofesora enDeusto, y sus dos hijos.Aunque de aquello hacía almenos dos o tres años. Por aquel entonces, tambiénXabier y ellaformabanunaparejaperfecta,asíquetodoeraposible.Encualquiercaso,eraextrañoquenoselohubieracontadoyquelodejaracaercomoalgosinimportancia.

—Fue la tercera muerte, la de la niña—Leire reparó en queIñigocontinuabaconlahistoriayseobligóaprestaratención—,laque comenzó a tejer elmito del Sacamantecas. Se hablaba de unpersonajequehabíaperdidoelaspectohumanoparaconvertirseenunfantasmagóricoengendroquehabitabaenalgunacuevasecreta,quemuchoscolocabanenelparquevitorianodelaFlorida.Decíanque castigaba la infidelidad de las aldeanas y que recorría loscampos con su presencia infernal. Muchos lo pintaban como un

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fantasma que se arrastraba por los labrantíos con la velocidad delviento,conlargasmelenasflotantesydejandotrasdesíunintensooloraazufreensumisióndecastigaralasmujeresinfielesoalasjóvenes extraviadas. Mil versiones, vaya—apuntó Iñigo negandoconlacabeza—,perotodasconunnexoencomún:nadiedudabadequelafinalidadúltimadesuscrímenesnoeraotraquearrancarlasgrasasdelasvíctimasparaprepararconellaspócimassecretas.

Laescritorahizounamuecadeascoantesdeapartardesuvistalaensaladaqueapenashabíallegadoaprobar.

—PoresolodeSacamantecas—masculló.—Eso es. Un temible monstruo que se dedicaba a extraer las

mantecas de sus víctimas. ¿No quieres más?—Al ver que Leirenegaba con la cabeza, Iñigo se acercó el plato y comenzó a untarpan en la mermelada—. Piensa que, en aquella época, lassupersticiones eran muy fuertes, de modo que las habladuríasacrecentaríanhastaelesperpentoelmitodeaquelserterrorífico.

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—¿Cómoacabaronconél?—Fue curiosamente su cuartamujer quien lo delató tras verse

obligada a pagar a una anciana a la que Garayo había atacado.Intentó protegerlo para que no lo denunciara, pero parece quedespués se arrepintió y fue ellamisma quien lo hizo—explicó elprofesorsindejarderebañarelplato—.Denoserporella,veteasaberacuántasmujeresmáshabríaasesinadoaquelanimal.Nadieimaginaba que aquel bracero empobrecido, que había dedicado lavidaalcultivodelatierra,podíaserenrealidadelSacamantecas.

Leiresuspiró.—Yahoraalgúnlocoseempeñaenimitarlo—musitó.—Esoparece.¿Quierescafé?—No,preferiríatomarunpocoelaire—replicólaescritora,que

sentíavértigoantelasituaciónenlaque,sinquererlo,sehabíavistoinvolucrada.

—Vamos. Te llevaré al nuevo mercado de la Ribera. ¿Lo

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conoces?—seinteresóIñigoempujandolapuertadesalida.—¿LaRibera?Claro.Avecescreoquese teolvidaque,hasta

quememudéaPasaia,vivítodalavidaenelCascoViejo.Ibaalacompracadasábadoconmimadre.Aúnrecuerdoaquelolorenelque semezclaban losmatices amablesde la verdura fresca con lapodredumbre—replicóLeire.

Elprofesorserio.—Qué forma más literaria de describir el olor a mugre —se

burló—.Yaveoquenoloconoces.LaRiberayanoeselmercadosucio de antaño. Las caseras siguen allí; lo mismo que loscarniceros,perohaceunpardeañosqueloabrierondespuésdeunareformaimpresionante.

LeirepensóenlosmercadosdelaBrechaySanMartíndeSanSebastián, que había conocido antes y después de que laespeculaciónurbanísticalosdesmantelaraparaconvertirlosenfríoscentroscomercialesmodernos.

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—Creoquenoquieroverlo.Prefierorecordarlotalcomoera.—Noesloquecrees—sedefendióIñigo—.Yaveráscomote

gusta.

ElmercadoseencontrabaalfinaldelacalleSomera,dondesealzabacomounbarcovaradoaorillasdelaría.Leiresedeleitóconlas vistas. Pese a la belleza de las nuevas zonas ganadas a losantiguosmuellesparaconvertirlasenpaseosymuseosderenombreinternacional, aquel era el tramo delNervión quemás le gustaba.Eraallí,dondelaríadiscurríaencajonadaentreedificiosdedudosabelleza,dondeaúnsevislumbrabaelBilbaodesuniñez.

Habíasidofelizenaquellaciudad.—¿Por qué no vuelves? —preguntó Iñigo adivinando sus

pensamientos.Leireselimitóaencogersedehombros.Nisiquieraellamisma

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teníaclaralarespuesta.—¿Entramos?—propusoparacambiardetema.La puerta automática se abrió en cuanto se acercaron a la

entrada.Enelinterior,unacálidaluziluminabaunsinfíndepuestosde venta que mostraban delicias que a aquella hora resultabanextremadamente tentadoras para los compradores. Al menos unaveintena de ellos deambulaba ante los mostradores, llenando susbolsas con lechugas, puerros, calabaza y otros productos detemporada. No eran los únicos que estaban a la venta, porqueexistían tenderetes bien surtidos de vituallas llegadas de todos losrincones del mundo. Bacalaos secos, aceitunas, frutas tropicales,ahumados…

Paseando entre los diferentes puestos, Leire se sentía extraña.Nosabíasilegustabamásaquelmercadoluminosooeldecadenteedificio que recordaba de su niñez, pero no cabía duda de que laesencia era la misma. La Ribera seguía siendo el vientre de la

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ciudad, el lugar donde comprar los productos de los caseríoscercanos y, ahora también, lo más exótico; nada que ver con lasespantosas remodelaciones de los mercados donostiarras, quehabían recluido en el sótano los puestos de alimentación paraecharseenbrazosdelasmultinacionales.

—Meencantaestepuesto—explicóIñigodeteniéndoseanteunmostradordondeseordenabanalmenosdosdocenasdecestoscondiferentesvariedadesdesetas.

Leiresedetuvojuntoaél.—¿Creesquevolveráamatar?—Estoy seguro de ello. Está desatado y no parará hasta que

alguienlodetenga.—¿Ydeverdadsiguescreyendoquedetrásdeloscrímenesestá

laconstruccióndelpuerto?Elprofesorasintió.—Tres víctimas; todas ellas relacionadas con la plataforma,

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JaizkibelLibre.Laúltima,unacríaquesehabíaconvertidoenmusadel movimiento contra el puerto… Pocas veces lo he visto másclaro.

—¿Por qué entonces tanta parafernalia? ¿Por qué imitar alSacamantecas?¿Porquéllevarselagrasa?

Iñigo pidió al dependiente medio kilo de cantarelas antes deresponder.

—Porqueestamosanteundemente.Elpuertosehaconvertidoenunaexcusaparaél.Suverdaderaobsesiónnoes lanuevarada,sinomatar.Yenesalocura,sienteveneraciónporelmásterribledelos asesinos en serie que se ha conocido jamás en el PaísVasco;siente una absoluta devoción por Juan Díaz de Garayo, elSacamantecas.

—Esespantoso—murmuróLeire.Elprofesorasintió.—Probablemente, ahora esté en la soledad de su casa

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observandoextasiado lagrasaque lehará recrearseunayotravezenelsubidóndeadrenalinaqueleprovocamatar.

Leirereprimióunescalofrío.—¿Quiénfuelacuarta?¿Cómofue?—preguntó.—¿LacuartavíctimadeGarayo?Unamujerdemalareputación,

deveintitantosañosyescasosrecursos,comolamayoríadelasqueasesinó.Curiosamente,noladestripó,comoalasdemás,sinoque,despuésdeestrangularla,leclavóunaagujadepeloenelcorazón.

—¿Unahorquilla?—Sí,unadeesasconlasqueosrecogéiselmoño.Aquellachica

lalucíasinimaginarqueacabaríasiendoelarmaidealparaunlocosanguinario.

Leireseestremeció.—DeberíasveniraPasaia.Yonosépordóndeseguir.Elprofesordibujóunalevesonrisa.—Puestienesmuchoshilosdelosquetirar,empezandosinduda

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poresoshermanosdelosquemehablaste.Laescritorasedisponíaacontestarcuandosumóvilcomenzóa

sonar. Exhalando un suspiro de resignación, sacó el terminal delbolsoysefijóenlapantalla.

JaumeEscudella;sueditor.—¡Mierda!—exclamóconungestoderabia.—Deberíasdejarlayescribirunaobrapolicíaca—bromeóIñigo

adivinandosuspensamientos.Esbozando una sonrisa de compromiso, Leire rechazó la

llamada.—Uno de los hermanos sale cada día a pasear —explicó

volviendoacentrarseenel tema—.Elmismo recorrido, lamismahora…

—Muchosviejoslohacen.Necesitanlarutinadeconocercadapasodelpaseoparasentirsebien—repusoIñigo.

Leire asintió pensativa.Sabía que tenía razón, pero había algo

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que no acababa de encajar. ¿Por qué un sendero tan abrupto paraestirar las piernas? ¿Por qué tanto afán por esquivar cualquierposibleencuentroconsusvecinos?

—Mañana iré tras él—anunció contemplando la ría desde lascristaleras.

—Ten cuidado. Deberías ir acompañada —sugirió Iñigoapoyándoleunamanoenlaespalda.

—Ven—propusoLeire—.Mañana a lasdosdelmediodía.Essuhora.

—Nopuedo—protestó el profesor acariciándolay aferrándolaconsuavidadporelhombro—.Yasabesquemeesimposiblefaltaraclase.

Laescritoraseencogiódehombros.—Creoqueeshoraderegresar—murmuróreprimiendoaduras

penas el deseode corresponder a las caricias de Iñigo. ¿Acasonohabía insinuado que también él se había separado? Tal vez

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pudieran…No,mejornorevolverelpasado.—¿Y qué hay del constructor ese? —inquirió el profesor

haciendoverquenohabíaoídosuspalabras.—¿DelaFuente?Ayersepresentóenelfaro.Queríainvitarme

acenar.—Nomegustanadatodaestahistoria.Teestásmetiendoenuna

jaula llena de leones, y no precisamente de los que hay en SanMamés.Cadacualparecepeor.

La escritora echó a andarhacia la salida.Ungrupode turistasjaponeses acababa de entrar al mercado y curioseaba entre losdiferentes puestos. Las caseras bromeaban con ellos y losvendedores de queso hacían el agosto con sus piezas de Idiazábalenvasadasalvacío.

—¿Qué perfil psicológico dirías que tiene el criminal queestamosbuscando?—preguntósindejardecaminar.

Iñigoselopensóunosinstantesantesdehablar.

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—Me atrevería a decir que es alguien con una importantecarencia de autoestima, que se siente poderoso al decidir cuándootrapersonadebeonodebemorir—aventuró.

—Sinpareja—añadióLeire.—Eso por descontado —ratificó el profesor—. El acto de

entretenerseconlasvíscerascomocolofónacadacrimenindicaríauna necesidad de establecer una relación íntima con la víctima.Además,seríamuydifícilparaalguiencasadooconfamilia llevaresadoblevidasindespertarsospechas.

La escritora asintió con un suspiro. Parecía como buscar unaagujaenunpajar.

—Es hora de volver a Pasaia —anunció sacudiéndosedisimuladamente de encima la mano del profesor—. ¿Meacompañasaltranvía?

—¿Qué dices?Había pensado invitarte a cenar un revuelto desetas—protestóIñigomostrandolabolsadepapelenlaquellevaba

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las cantarelas—. Es mi especialidad. ¿Seguro que no te apetecequedarte?

Leiresefijóenlaexpresióndesurostro.Parecíadecepcionado.Estuvo tentadade aceptar su invitación,peroalgo ledecíaquenoera una buena idea. Bastantes problemas tenía últimamente comoparaempezararemoverelpasado.

—Otrodía—declinóacelerandoelpaso.—Está bien, otro día —repitió Iñigo mientras la puerta

automáticaseabríaparapermitirleselpasoalexterior.Apenas hubo tiempo paramayores despedidas, pues el tranvía

estaba detenido en la parada. Leire se dejó engullir por aquellaenormeorugaverdequerecorrería toda laorilladelNerviónhastavomitarla en Garellano, donde tomaría el autobús hacia tierrasguipuzcoanas.

Desdesusampliosventanales,viodesfilar lascallesdelCascoViejo y sintió una punzada de culpa al reconocer Barrenkale, la

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calleja en la que había crecido y donde aún vivían sumadre y suhermana. Movida por los remordimientos, pulsó el botón parasolicitar que el tranvía se detuviera. Sin embargo, cuando seabrieronlaspuertas, fue incapazdedarelpasoque laseparabadeunacitaconunarealidadqueeramásfácilignorar.Trascomprobarpor el retrovisor que nadie descendía, el conductor apretócontrariadoelaceleradorycontinuósucamino.

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22

29denoviembrede2013,viernes

Comenzabaasentir laspiernasentumecidascuando looyó.Alprincipio pensó que podía tratarse de algún pájaro rebuscandocomidaenlaorilladelcamino,peroelsonidodelospasossobrelagravillafueprontoevidente.Apesardesabersebienocultaentrelos

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zarzales que flanqueaban la carretera del faro, contuvo el alientocuandoGastónBesaidellegóasualtura.Apenasloentreveíaentrelas ramas, pero sus ropas negras y anticuadas no dejaban lugar adudas: elmenor de los hermanosmás ricos y esquivos de Pasaiaestabaanteella.

«Mehadescubierto—pensóLeirealverlodetenerseyhusmeardesconfiadoasualrededor».

Su rostro frío y sin arrugas ni marcas de expresión le resultóextrañamente inquietante. Daba la impresión de que el tiempo nopasaraparaéldelmismomodoqueparaelrestodelosmortales.Laescritorapensóde inmediatoenelmitode losungüentosdegrasahumana,peroprefirióconvencersedequeunapieltantersadebíadesernormalenalguienquesepasabagranpartedeldíaenlasoledaddesumansión,aresguardodelosrayosdelsol.

Tras unos instantes en los que dudó entre ponerse en pie ypresentarse ante él o continuar agazapada, Gastón pareció

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convencersedequenohabíanadiealavista.Soloentonces,sellevólasmanosalatxapelaparaajustárselaytomólaestrechaveredaqueabandonabaelasfalto.

Leiresesintióaliviada.Sinembargo,acababadeecharportierrasupropioplan,quenoeraotroqueabordarloenaquellugar.Ahora,solo tenía dos opciones: o lo esperaba allí hasta su regreso, ointentabainterrogarloenlasoledaddelsenderosecundario.

«Enrealidad,enlacarreteratampocohaymuchamásgente—sedijomirandoaunoyotroladoparacomprobarquenohabíanadiealavista».

Sinpensarlodosveces,abandonósuescondrijoparaseguir lospasos del menor de los Besaide. La senda serpenteaba ganandoalturaentre jóvenesroblesderamasenmarañadas.El incendioqueasolóaquellaladeraañosatrásdiezmóelúltimorobledalcentenarioque aún resistía en el monte Ulia, de modo que los árboles eranahora raquíticosejemplaresquebuscabanabrirsepasoentremares

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dehelechosyargoma.«¿Qué necesidad tendrá de venir por aquí? —pensó Leire

intrigadaalcomprobarelmalestadodelcamino».El firme extremadamente abrupto y la enorme pendiente no

hacían de aquella senda el lugar ideal para pasear. Si GastónBesaide,elenigmáticoGastónBesaide,latomabacadadíadebíadetener algún motivo para hacerlo. Convencida de ello, la escritoradecidió no abordarlo aún. Se limitaría a seguirlo para descubriradondesedirigía.Soloasílograríacomprenderquémovíaalmenordeloshermanosarealizartanextrañorecorridocadamediodía.

Las revueltasdel sendero, que trazabaunperfecto zigzagpararemontar lapendiente,dieronpasoaunarecta libredearboladoalllegar al alto. A pesar de que el camino parecía precipitarsedirectamentehaciaelCantábrico,quegolpeabaembravecidocontralos acantilados, Leire sabía que no era así. Aquel caminosecundario,quelosbrezalesylasortigasseempeñabanenocultar,

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notardaríaenalcanzarlafuentedelInglés,dondedesembocaríaenlarutaprincipal.Aladerecha,lainconfundiblesiluetadelfarodelaPlata recortaba su tono blanco contra un cielo que iba tornándoseplomizopormomentos.

Gastónsedetuvoamediabajadaparaescudriñaralrededor.«Está obsesionado con que nadie lo vea —comprendió Leire

agazapándosetrasunamatadebrezo».Durante unos instantes que parecieron eternos, Besaide

permaneció en un absoluto silencio. Desde su escondrijo, laescritoranolograbaverlo,perosabíaqueestabatanquietocomounhalcón en busca de una presa. Parecía que intuyera que alguienespiabasusmovimientos.

«No temuevas, no temuevas—se repitióLeire luchando porevitarelmásmínimoruido».

A pesar de que al menos diez metros la separaban de él,alcanzabaaescucharsurespiración.Eraprofundaylenta.

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Conteniendoelalientoparaevitardelatarsuescondrijo,Leiresellevóunamanoalbolsilloderecho.Allíestaba;nohabíaperdidoelaerosol de pimienta con el que pretendía repeler al dueño deBacalaos y Salazones Gran Sol si intentaba agredirla. Sabíaperfectamentequenoeraelarmaidealparaenfrentarseaunposibleasesinodespiadado,peroalmenoslebrindaríaalgodetiempoparapoderescapar.

Gastón Besaide reemprendió su camino. Sus pasos entre losmatorrales sonaron cada vez más lejanos, hasta que se diluyeronprácticamenteenladistancia.

Leireloobservóalejarsesinatreverseaabandonarsuescondite.Lafaltadeárbolesenlafachadamarítimadelmontelaobligabaasermáscautaquedurantelasubida,demodoqueesperóhastaqueloviotomarelcaminoprincipal,unsenderodetierradepocomásdeunmetrodeanchuraqueuníaelfaro,poreleste,conDonostia,poreloeste.

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Besaide desapareció momentáneamente al internarse entre losescasos árboles que crecían alrededor de la fuente del Inglés. Laescritora aprovechó el momento para salir a terreno abierto yrecuperarpartedeladistanciaquelosseparaba.

Conelrumordelaguacomotelóndefondo,LeirereparóenquenohabíanadieenlosdosdiminutoshuertosquevariosvecinosdeSan Pedro cultivaban aprovechando el agua delmanantial. Era loquehabíasupuesto.

«Conocesushorarios.Poresoeligelahoradecomer.Noquieretestigos,pero¿porqué?—pensóobservandocómoGastóncruzabaconcuidadoelestrechoacueductoquesalvabaunavaguada».

A partir de allí, y hasta llegar al collado donde se asentaba elcaseríoMendiola, el paisaje era una sucesión de pequeños vallesparalelos horadados por exiguos torrentes que se precipitaban almar.Leireloconocíabien,demodoquedecidióesperarhastaqueBesaidepasaraalasiguientevaguadaantesdecontinuar.Asípodría

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mantenersefueradelalcancedesuvista.Alllegaralpequeñoaltoqueseparabaambosvalles,laescritora

comprobó que Gastón ya había completado el ligero rodeo quetrazaba la senda desde que uno de los arcos del acueducto quesalvabaaquellasegundavaguadasucumbieraañosatrás.Dehecho,debíadehaberpasadoyaal tercerode losvallecitos,porqueenelsegundonoseveíanisusombra.

«Camina más rápido de lo que esperaba —se dijo Leireavanzandomásdeprisa».

Parasusorpresa,tampocohabíarastrodeBesaideeneltercero.Corrióhastaelcuarto,yaúnmásallá,hastalaensenadadeIlurgitayelcolladodeMendiola,peronohabíanirastrodeél.

GastónBesaidesehabíaesfumado.

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[…]

Undíade1984

Lapersistentelluviaseempeñabaenteñirdegrisunpaisajequedeporsíyaloera.LascasastristesdeldistritodeAntxolograbandisimularsupenacuandoelsol invitabaatenderlasropaslimpiasde los balcones. Tampoco es que los tonos de los tejidos

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acostumbraran a ser muy alegres, pues abundaban los monos defaena y la ropa interior blanca, pero rompían la monotoníacromática de los edificios. Aquel día, sin embargo, los continuoschaparrones se ocupaban de borrar cualquier nota de color,cualquieratisbodealegría.

ApoyadoenlaparedjuntoalapuertadelaKatrapona,elTrikidaba unas caladas a un porro de hachís mientras observaba loschorrosquesedeslizabandeltoldoparaestamparseconestrépitoenlaacera.

—¡Quéascode tiempo!—protestóManoloempujandoconunpalodeescobalabolsadeaguaqueseadivinabasobrelalona.

El agua cayó en tromba, salpicando los pies de un viejo quefumabaunpurosentadoenunasilla.

—¡Joder, Manolo! —exclamó molesto—. Podías estartequietecito.

—¿Quéquieres,quevenzaelpesoy se te caiga encima?—se

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defendióeltabernero.ElTriki se fijó en los oxidados anclajes del toldo.No estaban

paramuchostrotes,perodemomentocumplíansulabor,quenoeraotra que protegerlos de la lluvia. Jamás había visto aquella teladesplegada en días soleados; siempre en jornadas lluviosas. Eraprecisamente en días así cuando la Katrapona estaba másconcurrida, porque gran parte de las gentes de mala vida quepasabaneldíamerodeandoporlacallebuscabanrefugioenella.

Elimpermeableamarillodeunaseñoracargadaconbolsasdelacompraprofanóporunmomentoelreinodelgris.Susrápidospasosquedaron enmudecidos por la lluvia cuando cruzó la calle paraevitar pasar por delante de laKatrapona.ElTriki la siguió con lamirada y descubrió sin sorprenderse que, pocos pasos más allá,volvíaalaacerainicialparaperderseenelinteriordeunportal.Erahabitual.LamalafamadelatabernadeManolo,omejordicho,desuclientela,obrabaesosmilagros.

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—¿Cuántos días hace que llueve? —inquirió el tabernerocontemplando el charco que se estaba formando junto a unaalcantarilla atascada—.¿Cinco?¿Seis?Diréis loquequeráis, peroenmitierranolluevetanto.

—Esonotelocreesnitú.TodamividalahepasadoenlamarynoconozcounlugarconpeorclimaquetuqueridaGalicia—apuntóel viejo sosteniendo el puro en la comisura de los labios—.RecuerdounavezenFerroldelCaudillo…

—No empieces, Paco. Si lo sé no digo nada —se lamentóManoloperdiéndoseenelinteriordelataberna.

ElTrikidiounacaladaalporroydejóvagarlavistasinrumbo.Eltraqueteolejanodeuntrensilencióporunmomentoelchapoteodelaguaquecaíadesdeloscanalonesrotosdelasviejasfachadasdelos edificios.No eran casas ricas, sino todo lo contrario;moradashumildes de trabajadores portuarios ymarineros quemalvivíandelosexiguosingresosqueobteníantrasmesesenaltamar.

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«Porlomenos,ellostienencasa—sedijoelTrikibuscandoconla mirada la chimenea de la fábrica abandonada que habíaconvertidoenunasuertedehogar».

La última noche había sido especialmente dura. AlguienencontrómuertoaGorka.Nadiesupocuantotiempollevabaasí;talvez dos días, o quizás más. La hepatitis, o lo que fuera, habíapodidoconél.Enrealidaderaalgoquesabíanqueibaapasarantesodespués;nohabíamásqueverlodemacradoqueestaba,asícomoelcoloramarillodesupielylosbrutalesaccesosdetosquesufríaenlosúltimostiempos.

Comomuchosotros habitantes de la fábrica, elTriki nohabíasentido pena por él, sino por sí mismo. Una extraña mezcla deautocompasiónymiedoaacabarabandonadoysinnadiealrededor.Lopeordetodonofuelamuerteensí,sinolareaccióndelrestodequienesvivíanen lasnavesde la factoría abandonada.Apesardeque algunos trataron de impedirlo, la mayoría decidió que sería

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mejor sacar de allí el cadáver para que la policía no entrara aledificio.Casiningunodudabadequeesoacarrearíaundesalojoquelosdejaríasinuntechobajoelqueguarecerse.Demodoque,antesde que rompiera el alba, el Triki y otros tresmás se ocuparon dellevaraGorkahasta lasafuerasdePasaia,alládondeelarroyodeMolinaotrazabalosboscososlímitesconelextrarradiodonostiarra.

Las sirenas, que retumbaron entre los durmientes edificios deAntxo pocas horas después, confirmaron que la policía habíadescubiertoelcadáver.

Nadie se acercó por la fábrica a hacer preguntas. Un yonkimuerto era, al fin y al cabo, un problema menos del quepreocuparse.

—¿Te queda algo? —La voz de Peru lo sacó de suensimismamiento.

—¿Ya habéis acabado la partida? ¿Quién ha ganado?—quisosaberelTrikiseñalandohaciaelinteriordelbar.

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—Macho.Ochoados.Oye,estoypelado.Solonecesitounpardepicos.Mañanapodrépillaralgoytelodevolveré—insistióPeruapoyándoleunamanoenelhombro.

ElTrikiseapartóincómodo.—No tengo. Ojalá tuviera, pero me queda solo un chute.

Después,estoyjodido—dijobuscandolapapelinaenelbolsillo.—Podríamoscompartirlo—sugirióelotroconunasonrisaque

resultópatéticamentedesesperada.—No.Estodoloquetengo.—¡Vete a tomar por culo! ¿Me oyes? Ya vendrás algún día

pidiendoayuda—espetóPerúindignadovolviendoaperderseenelinteriordelaKatrapona.

ElTrikijugueteóconlaheroínasinsacarladelbolsillo.Ledabaseguridad sentirla tan cerca. Sabía que, en el momento que lanecesitara, no tendría más que fundirla en una cucharilla parainyectársela. Sin embargo, no estaba tranquilo. No podía estarlo.

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Lascosasno le ibanbien.Enapenasunashoras,nodispondríademáscaballoytampocoseleocurríaningúnmododeconseguirlo.

Hacíacasidosmesesquenosabíaloqueeraencontrarseenesasituación. La droga robada a los Besaide le había regalado unprecioso tiempode abundancia y tranquilidad.Los empresarios secreyeronapiesjuntillaslahistoriadequeelfardosehabíagolpeadocontra la arista de una roca. Aquella misma noche, una de lastxipironeras que realizaban la travesía entre el barco nodriza y elalmacéndeBacalaosySalazonesGranSolhabíasidoapresadaporla patrullera con la preciada mercancía a bordo, de modo que lapérdidadeunpuñadodeheroínanolessupusoningúndesvelo.

Gracias a aquel pequeño hurto, el Triki logró saldar su deudaconelKuko,quenoquisonioírhablardecobrarlaencaballo,peronofuedifícilvenderlaenlafábricaparaobtenerdineroconelque

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pagarle. Sin embargo, ahora volvía a encontrarse en la mismasituación. Las dosis que se guardó para su propio consumo notardaronenacabarse,debido,entreotrascosas,aque tenerla tanamano le inducía a pincharsemás amenudo.Hacía ya casi cuatrosemanasque toda ladrogaquecorríapor susvenasprovenía,unavez más, del Kuko. Sin apenas darse cuenta, volvía a estarendeudadohastalascejas.

Lopeorde todoeraqueyanodisponíadelGorgontxo.AcabódestrozadoporlasolascontralosacantiladosdeUlia.Lesorprendíano haber tenido noticias de su padre. Sabía porManolo, el de laKatrapona, que unos pescadores encontraron los restos de latxipironerayquelareconocieronporelnombrequellevabagrabadoenelcasco,asíquesufamiliaestabaalcorriente.

En cierto modo, le decepcionaba que su padre no lo hubierabuscado para echarle en cara el desastre, porque si de algo no lecabíadudaalgunaeradequeelviejolobodemartendríabienclaro

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quién estaba detrás de aquel suceso. No parecía más que unaconfirmación de que sus padres se sentían tan defraudados quepreferíanevitartodotipodeencuentroconél.

Estabasolo.Y,enapenasunashoras,estaríasoloydesesperado.Sin el Gorgontxo, no podría hacer travesías; y, sin ellas, no

habríadineroconelquecomprarheroína.Por si fuera poco, elKuko había empezado a ponerse pesado.

Queríasudineroonohabríamásdroga.—¿Es que no piensa parar de llover? —exclamó Manolo

asomándoseporlapuerta.Con un bufido de hastío, empujó una vezmás el toldo con el

palodeescoba.Labolsadeaguacayósinprevioaviso,salpicandounavezmásalviejodelpuro.

—¡Mecagoenlaputa!—Nometoquesloshuevos,Paco.¿Quéquieresquehaga,que

deje que el toldo se te venga encima por el peso? —preguntó

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indignadoeltabernero.—Túloquequieresesquemevayaacasa.¡Yatehabrápagado

miseñora!—murmuróelotrotirandolacolillaauncharco.—Venga, hombre.Aver si dejas de decir chorradas.Como la

próxima vez vuelvas a quejarte, me lío a bastonazos contigo —sentencióManolomostrandoelpaloantesdevolversealinteriordelbar.

El Triki se fijó en el extremo de la calle. Tres hombres seacercaban por allí. Sin paraguas ni capuchas a pesar de la lluvia.Con una punzada de angustia, reconoció al Kuko y a dos de loscanallasqueleacompañabannormalmente.

Tragósaliva.—¿Qué tal, muchacho? —lo saludó el traficante esbozando

mediasonrisachulesca.Aquellonopintababien.—¿Te ha comido la lengua el gato? —se burló uno de sus

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acompañantesmientraselTrikibuscabaalgoquedecir.—Igual prefiere que vayamos al grano —apuntó el Kuko

alzando su puño derecho amodo de amenaza—. ¿Qué hay demidinero?¿Lotienesya?

Anticipándose a lo que estaba a punto de ocurrir, el viejo delpuro se levantó y se escabulló en el interior de la Katrapona,cerrando la puerta tras de sí. El Trikimiró a uno y otro lado. Lacalle estaba desierta. El chirrido lejano de una de las grúas delpuerto y el intenso tráfico de la carretera nacional, que separabaAntxodelazonaportuaria,eranlaúnicacompañía.

Sin testigos, estaba perdido. De hecho, tal vez lo estuvieratambiénaunquelostuviera.

Respondiendo a un gesto del camello, sus dos compañerosretuvieronconfuerzaalTriki;unoporcadabrazo.ElKukose rioporlobajo.

—Quieroquemeescuchesbien—dijosacandodelbolsillouna

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navaja imponente—. Mi paciencia se agota. No pienso seguiresperando. ¿Me entiendes? ¿Quieres conocer al Sacamantecas?—mascullóentredientesamediopalmodesuoreja.

El Triki vio cómo las cortinas de las ventanas de enfrente semovían. Algunos curiosos miraban la escena, ocultos en elanonimato de la distancia. Seguramente eran los mismos quecruzaban al otro lado de la calle para no pasar ante la taberna deManolo.Debuenaganaloshabríaincrepado.Malditoscotillas.

Notuvotiempodepreocuparsemásporellos.Elpinchazoquesintió junto al ombligo le hizoolvidarsede ellosparadoblarsededolor.

—Teavisédequetedestriparía—lesusurróconrabiaelKukosindejardepresionarleelabdomenconlanavaja—.¿Sabesloquesesientealverquetusintestinossedesparramanporelsuelo?—Elcamellohablabamuylentamente,comosimascaralaspalabrascondeleite—. Pues si no quieres saberlo, más vale que me pagues

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mañanamismo.¿Mehasentendido?ElTrikiasintióconlágrimasen losojos.Mientras luchabapor

zafarse de los brazos que le impedían moverse, observó que unadensamanchadesangreleempapabalacamiseta.

—Tranquilo.Essolosuperficial.Unpardepuntosy listo—seburlóelKukoapartando lanavajaensangrentada—.Mañanano loserá.Otienesmidinero,ojuroquetesacarélasmantecas.

Aunaordendeltraficante,susdoscompañerossoltaronalTriki,quesellevólasmanosalabarrigaparaverelalcancedelaherida.

—Manolito,traeunpocodeaguaoxigenadaparaeste—dijoentonojocosoelKukomientrassealejabadeallí—.Ah,porcierto—apuntó dirigiendo de nuevo la mirada hacia el Triki—, lo tienesfácil.Hoy losBesaide tienen nochemovidita. Travesías y eso, yameentiendes.

El Triki se hurgó con los dedos en la herida. Sangrabaabundantemente,peroelcortenoeraprofundo.Porunmomento,se

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había visto en la tumba. Cuando volvió a alzar la vista, el Kukohabíagiradoyalaesquina.Unsuspirodealiviobrotódesugargantaaltiempoquetomabaunadecisión.Esanochevolveríaahacersealamar;loharíaaunquetuvieraquematarparapoderhacerlo.

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—¿Crees que la terminaremos a tiempo?—inquirió Leire sindejar de lijar. Aunque intentaba participar en la conversación, enrealidad, sumente estaba a bastante distancia de allí, la vertientemarítimadeUlia, donde apenasunashoras atráshabíaperdidode

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vistaalmenordelosBesaide.Aúnnolograbaexplicarsedóndesehabíametidodurante lahoraymediaque tardóenvolveraverlo,estavezregresandosobresuspasoshaciasucasa.LehabíacostadocontenerselasganasdeabandonarsuesconditejuntoalafuentedelInglés y asaltarlo para hacerle todas las preguntas que teníapendientes, pero decidió que antes quería averiguar dónde habíaestado.Al día siguiente volvería a seguirlo.Y en esta ocasión nolograríadarleesquinazo.

—Puesesperoque la terminemos.Vayavergüenzacomonolohagamos—apuntóMendikutedandounpardepalmadascariñosasenelcascodelanaoSanJuan.

—Esta vez hay demasiados ojos mirándonos—añadióMiren,quesehabíatomadoeldíalibreenlaempresapapeleraporqueteníaconsultaenlaclínicadefertilidad.

A sus cuarenta años, llevaba cinco intentando quedarseembarazada,peropormástratamientosquesumaridoyellahabían

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probado, aún no lo había conseguido. Cada vez que alguna deaquellastentativasfallaba,pasabaunamalatemporadaylaescritorasolíaconvertirseensupañodelágrimas.Enrealidad,eraalgoquehacían mutuamente, porque Leire se refugió en ella cuando seseparó de Xabier y, ahora, con los asesinatos, no eran pocos loswhatsapp que la ingeniera le enviaba para intentar levantarle elánimo.

«Ojalálatuvieramáscerca—pensóLeire».Desde hacía casi un mes, Miren dormía casi cada noche en

Amorebieta.El exceso de trabajo no le dejaba otra alternativa, demodo que no podían tomar juntas ni un miserable café. Lejosquedabanlosdíasenlosquesalíanatomarunacañayacababanalas tantas de la madrugada, cuando los bares cerraban. Por aquelentonces, también estaba Idoia, pero los avatares de la vida lallevaronaBarcelona,dondesehabíacasadoynoparecíaprobablequeregresaraaPasaia.

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—Dosmil dieciséis está a la vuelta de la esquina—murmuróMendikutecalafateandolamaderacercanaalaquilla.

Noeraelúnicoqueteníaesafechaenlamente.Lapresióndecontarconunplazolímiteparacompletareltrabajoagobiabaalosvoluntariosdel astillero, acostumbrados a tomarse su colaboracióncomo un entretenimiento en el que su único compromiso era conellosmismosysuscompañeros.Enestaocasión,sinembargo,todoslos focos apuntarían haciaOndartxo cuando el veinte de enero dedosmil dieciséis, día grande de la capital guipuzcoana, el galeónzarparadesdelabahíadelaConchaparainiciarunlargoperiploporEuropa.

—Queda tiempo —trató de animarlo Leire. Sus palabrasreverberaronenelcascodelanave.

—¿Yaestáisotravezavueltasconlomismo?—protestóIñakiasomándose de puntillas al interior del casco—. ¿Cómo llevas tusinvestigaciones?—inquiriódirigiéndoseaLeire.

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La escritora alzó la vista sorprendida. Había demasiadoscolaboradoresenaquellosmomentosenOndartxocomoparahablartanabiertamentedeello.

—¿Tienes ya documentada toda la travesía del galeón? —matizóIñakicomprendiendodeprontosuturbación.

Aliviada,Leireesbozóunasonrisa.—Está casi lista. La verdad es que los arqueólogos que

encontraronsus restosenRedBayhicieronunexcelente trabajoyme lo han dado todo hecho. Por eso estoy ayudando con esto—apuntómostrandolalija.

—¿Esverdadquesehundióconlabodegacargadadesaín?—preguntóMendikute.

—Hasta los topes —confirmó Leire—. Casi mil barricas degrasa.Lanaoestabalistaparaemprenderelviajederegresocuandouna tormentarompiósusamarrasy laarrastrócontra las rocas.Sefue a pique con una carga millonaria: el aceite de alrededor de

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veinticincoballenas.—Vayadesastre—selamentóelpintor.—No para nosotros. Gracias al hundimiento, hemos podido

saber mucho más sobre el galeón que si jamás se hubiera ido apique—aclaróLeire—.Losmarinerosdemandaronalarmadorporundesacuerdoconelrepartodelosbeneficiosqueseobtuvieronporla venta de las barricas que se pudieron rescatar. El juicio generóuna importante cantidad de documentación, que, cuatro siglosdespués,permitiódarconlanaveyconocersuhistoriaaldetalle.

Iñakiarrugólanariz.—Nosécómopodéisaguantarahídentro.Eshorrible.—Pues todavía queda —se burló Mendikute mostrando la

brochaconlaqueuntabalabrea—.LaSanJuanesenormeyvanahacerfaltatodavíamuchoskilosparaimpermeabilizarla.

—¡Vayamareo!MenosmalqueOndartxoestábienventilado…—Iñakisepinzólanarizcondosdedosantesdealejarsedeallí.

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—¡Quéexagerado!Deberíasveniralafábrica.Allísíqueibasaflipar.Esteoloresgloriacomparadoconaquello—serioMiren.Alhacerlo,dejólalijasobreelcascoysesacudiólasvirutasdemaderaquelecubríanlacara.Teníaunosbonitosojosnegrosenformadealmendra y unos labios que cualquiera tildaría de sensuales. Eraguapa, aunque no tan alta como a ella le gustaría, de modo quesiempre llevabazapatosde tacón,quecambiabaporunassencillasdeportivasalllegaralastillero.

Leiredecidióllevarlaconversaciónasuterreno.—HevistoqueunodelosacueductosdeUliahaperdidounode

susarcos.¿Yalosabíais?—Síquepaseaspocoporallí,¿no?—seextrañóMendikute—.

Haceporlomenosunpardeañosdeeso.La escritora ya lo sabía La falta de mantenimiento de una

infraestructura que llevaba tiempo abandonada sentó la base deldeterioro y las raíces de una higuera que algún pájaro plantó

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inconscientementesobresuspiedrashicieronelresto.Sinembargo,no encontraba otramanera de hablar de aquel lugar sin que a suscompañeroslesresultaraextraño.

—Es una pena —añadió Miren—. Esos puentes deberíanhaberse catalogadode interés histórico antes de que la desidia losdevorara.

—EsunodelosparajesmáshermososdeUlia—apuntóLeire.Miren se agachó para alcanzar un recoveco al que no llegaba

conlalija.—Esmásqueeso.—Suvozsonabadistorsionadaporeleco—.

Eshistoria.Historiacomoladeestosbarcosquerecuperamosaquí,peroenpiedraenlugardemadera.

—¿Paraquéservíanexactamente?—quisosaberlaescritora.—Agua. Creo que la de Donostia, ¿no? —musitó Mendikute

apoyando el pincel en el bote de brea antes de incorporarse. Alhacerlo,sellevólasmanosalazonalumbarydibujóunamuecade

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dolor—.Estebarcoacabaráconmisriñones.—Funcionaban como conducciones para llevar agua a San

Sebastián —explicó Miren—. Aprovechaban los manantiales quebrotabanenlosalrededoresdelafuentedelInglésycanalizabansucaudalhastalaciudad.Todavíaseconservaelenormealjibequelaalmacenaba. Está enAtegorrieta, allí donde comienza la subida aUliaporcarretera.

—Unaobrafaraónica—reconociólaescritora.—Ya lo creo, perohoyya es inútil.Harápocomenosde cien

años, la ciudad se hizo con una enorme finca que antiguamenteperteneció a la colegiata de Roncesvalles. Habrás oído hablar deArtikutza. —Leire asintió con un gesto. Sus bosques de hayas yferrerías abandonadas eran uno de sus lugares preferidos para elpaseo—.Lapresaqueconstruyeronallíasegurabaelabastecimientoinclusoentiemposdesequía.

—¿YelaguaquellegabadeUlia?—quisosaberlaescritora.

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Laingenieranegócongestoapenado.—Con la de Artikutza había de sobra, de modo que no tenía

sentidoseguirmanteniendolasviejasconduccionesdeUlia.—Yasí,hastahoy—añadióMendikute,deseosodeaportaralgo

—.Por cierto, ¿sabéis de dónde viene el nombre de la fuente delInglés?Meloexplicóhaceañosmiabuelo.Pareceserqueporallíteníanalgunaavanzadilladefensivalosinglesescuandolasguerrascontralosfranceses.Napoleónytodoeso,vaya.

Leireasintió,dándoseporenterada.—Laverdadesquetengoaunpasodelfarovestigioshistóricos

apasionantes.Creoqueiréaindagarmássobreelterreno.Debedehaber un montón de recuerdos de aquella época por la zona —anunció.

Una serie de martillazos apagaron sus palabras. Algunosvoluntarios habían comenzado esamisma tarde a reforzar la basedondeiríasujetoelpalomayor.

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—Nocreas.—ElgestodeMireneradedecepción—.Noquedamucho de todo aquello. Hubo quien desmontó las canalizacionespara aprovecharlas en otros lugares. Solo quedan en pie losacueductos y, dentro de poco, no quedará ni eso. Es una lástima;unamalditalástima.

—Yatedigo—apuntóMendikute.Leiredejólalijaysesacudióelpolvodelasmanos,quesintió

ásperas y secas. Tendría que embadurnarlas de crema al llegar acasa.

—¿Hay algún camino que abandone el principal entre los dosacueductos?—preguntó.

—¿A qué te refieres?—El pintor lamiró largamente como siintentara averiguar qué pretendía—. ¿Para qué quieres máscaminos?Solohayunoenesazona:elquevadesdeel farohastaSanSebastián.Muchomás abajo, al bordede los acantilados, hayotrasendaquediscurreenparaleloalaprincipal,perodesdeluego

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queningunamás.La escritora le escuchó con atención. Una segunda senda al

bordedelmar…Talvezahíteníalarespuestaalenigma.—¿Dóndecomienzaeseotrosendero?—Yonolocogería.Espeligroso.Ymásconmalamar—señaló

Miren.Mendikute hizo un gesto con lamano, como si barriera de un

plumazolasadvertenciasdelaingeniera.—No es para tanto, pero en Pasaia se le ha tenido siempre

respeto porque es el que seguían los contrabandistas cuandodesembarcaban en las calas. Aquí hubo mucho de eso. Tabacoamericano,drogas…

Leire se dijo que esa historia ya la había oído en los últimosdías.Demasiadasveces,dehecho,ylosBesaideteníansiempreunpapelprotagonista.

—¿Hayalgunamaneradellegardesdelazonadelosacueductos

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hastaelcaminodelosacantilados?—insistió.Mendikutevolvióamirarlaconextrañeza.—¿Yparaquéquiereshacerloasí?Vayamaneradecomplicarte.

Siquieresrecorrerelsenderodeabajo,hazcomotodoelmundoycomienzaenelfaro.¡Siprecisamentevivesallí!

Leiredecidiócontinuar.—Claro, pero me gustaría unir las dos vías a medio camino.

Seguroquehayalgunaveredaquemepermitahacerlo.—Miraquesoisraraslasmujeres—murmuróelpintor.—Ylasescritorasnitecuento.—LavozdeIñakillegóapagada

desdeelexteriordelcasco.Leire se sintió incómoda al descubrir que quienes se

encontrabanfueradelgaleónestabansiguiendolaconversación.—Queyosepa,entre lasendaprincipaly lade losacantilados

solohayunaconexióna la alturadel colladodeMendiola.Por lodemás, no hay manera de llegar de una a otra. Las zarzas y los

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barrancos se ocupan de hacerlo imposible —apuntó Mendikuterecuperandolaseriedad.

La escritora torció el gesto antes de tomar de nuevo la lija.Mientras frotaba con ella la madera, pensó en todo aquello. Loscontrabandistas, la droga, la senda del acantilado, los hermanosBesaide…Todoparecíaestarlógicamenteunido.Sinembargo,soloestabaseguradealgo:GastónBesaidenopodíahaberalcanzadoelcolladodeMendiolasinqueellaloviera.

Eraenotrolugar,muchoantesdellegarallí,dondeeldueñodeBacalaosySalazonesGranSolsehabíavolatilizado.

Convencida de ello, desahogó su impotencia rascando confuerzalamadera.Eraenmomentosasícuandoechabademenoslosremos de laBatelerak. Nadamejor que una buena tarde de remopara mitigar la tensión. Tal vez, se dijo, debería buscarse otrodeporte, aunque no tardó en descartarlo, pues en la naoSanJuanaúnquedabanlargassesionesdelijadoterapéutico.

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24

Madrugadadel30denoviembrede2013,sábado

Esanoche,Leiresedespertósobresaltada,envueltaensudoresycon el corazón encabritado. En cierto modo, fue un alivio ver eltechodeldormitorio,yaquesoloentoncescomprendióquenohabíasidomásqueunahorriblepesadilla.

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«Parecíatanreal—pensóangustiada».En el sueño, los hermanos Besaide la perseguían sobre un

acueductointerminabledelquenopodíapermitirsecaer.Asuspiessoloseabríaunabismoinfinitoy,anteella,lasiniestrabocadeuntúnel tanestrechoqueparecíadifícilquealguienpudieraentrarenél. Sin embargo, no llegó a comprobarlo, porque en el precisomomentoqueloalcanzaba, losBesaideseecharonsobreella.Conunahorriblecarcajada,elmayor,derostroborroso,leseñalólatripaconuncuchillodeenormesdimensiones.Entonces,sedespertó.

Searrebujóbajoeledredónnórdico.Estabahelada.Elsudorfríoqueempapaba lassábanas teníabuenaculpadeello.Lacálida luzdel faro que se filtraba por la ventana bañaba con un tenueresplandorlasformasdelahabitación.Lalámparadecristalderocaquependíasobrelacamadibujabaunasombraalargadaeneltecho.Cadaciertotiempo,quelaescritorasabíaqueerancuatrosegundosexactos,laoscuridadganabalapartida,perotrasuncortoinstante,

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laluzdelfarovolvíaadibujarelcontornodelosobjetos.Enelexterior,lasgaviotascomenzaronagraznarconfuerza.No

era habitual que lo hicieran en plena noche, salvo que algo lassobresaltara.Yestavezparecíanespecialmentenerviosas.

«¿Quéhora será? ¿Las tres?—calculó sindecidirse amirar elrelojdelamesilla».

Unescalofrío lahizo temblar al recordar elodioconelque laperseguían los dos hermanos. Querían matarla; como a las otraschicas.Pormásqueseesforzóenasegurarseasímismaquenoeramás que una pesadilla, no lograba quitarse de encima la horriblesensacióndepeligro.

«Debería volverme a Bilbao —se planteó agobiada antes derepetirseunavezmásquenohabíasidoreal».

Le iba a resultar difícil volver a conciliar el sueño. Estabademasiado alterada para hacerlo. Exhaló un lento suspiro y seincorporó.Sintiendoelfríodelsueloenlasplantasdelospies,llegó

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hasta el cuarto de baño y bebió, casi de trago, un vaso de agua.Después,abriódenuevoelgrifoyserefrescólacara.Sabíaquesise miraba en el espejo se vería horrible, pero no lo hizo por nodesvelarse.Nadadelucesoseríaincapazdevolveradormir.

Devueltaa lacama, se fijóen lahora.Losnúmeros rojosdelradio-relojmarcaban lasdosymedia.Todavíaquedabanbastanteshoras hasta que amaneciera. Comprobarlo la calmó ligeramente.Pocoapocoyapesardelosgraznidosdelasgaviotas,logróqueelsueñovencieralapartidahastaquedarprofundamentedormida.

Tantoquenooyóruidodepasosacercándoseporlaexplanada,ni el chasquido sordo que emitió la barandilla de madera queprotegía a los paseantes del acantilado cuando alguien la soltó, nitampocoellevegolpequedioaqueltablónalserapoyadocontralapareddelfaro.

No oyó nada; ni siquiera la respiración jadeante de aquellasiluetaque, encaramadaa loaltode lamadera, escudriñóconuna

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excitación enfermiza a través de su ventana y se deleitócontemplandosurostrosereno.

Y, por supuesto, tampoco sintió ningún temor ante aquellamirada ansiosa que luchó contra sus instintos, que pugnaban porromperlaventanayentrar,paraobligarseaseguiresperando.

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25

30denoviembrede2013,sábado

—¿Y dices que se esfumó? ¿Así, sin más? —Txomin seaferrabalatxapelaconfuerzaparaevitarqueelvientoselallevase.

—Talcomolooyes.EstoyseguradequenopudodarletiempoallegaraMendiolasinqueyoloviera—insistióLeirealzandolavoz

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parahacerseoírporencimadeloschirridosdelembarcadero.Aquel día se sentía segura de sí misma, orgullosa de haber

llamado a su editor a primera hora para obligarlo a cancelar elvuelo. Sin permitirle réplica, le había asegurado que si quería sumaldita novela, debía dejarla en paz; aunque solo fuera por unosdías.

El temporal golpeaba la costa cada vez con mayor violencia,lanzando fuertes embates contra los acantilados y haciendo bailarlas aguas, habitualmente calmas, del interior del puerto. La flotapesquerapermanecíaamarradaanteelriesgodehacersealamarencondicionestanhostiles.Enelexteriordelabocana,aunadistanciaprudentedelalíneadecosta,doscarguerosaguardabanaqueelmaltiempo diese una tregua para poder iniciar las maniobras deaproximaciónaladársena.Sinembargo,elfrágiltransbordadordeTxominfuncionabacomocualquierotrodía,pasandoincansabledeunladoaotrodelaría.

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—Debió de esconderse en algún sitio. Se daría cuenta de quealguienloseguía—apuntóelbarquero.

Los pasajeros escaseaban en días así. Solo en hora punta,cuando los vecinos de un lado que trabajaban en la otra orillavolvíanacasa,habíaalgodemovimiento.Elrestodelajornada,loshabitualespaseantesociososseechabanenfalta.Soloalgunos,bienpertrechados de chubasqueros y botas de lluvia, se animaban aenfrentarse a la travesía. El tedio y el frío eran los principalesprotagonistasendíascomoaquel,demodoqueTxominagradecíaespecialmente la compañía de la escritora. Al menos, el tiempoparecía discurrir más rápido que cuando esperaba sentado en lacabinaaquellegaraalgúnviajero.

—No sé. Parece difícil que pudiera esconderse por allí. Estátodo pelado; ni árboles, ni nada que sirva de escondrijo—objetóLeirepococonvencida.

—Esetíoesunviejozorro.ConocebienloscaminosdeUliay

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nolecostaríadarconalgúnsitiodondepasardesapercibido.—Trasasegurarsedequenohabíanadieesperandoenel embarcadero, elbarquero la invitóaentraren lacabina—.Aquíalmenosnohaceviento.

Leire tomó asiento en uno de los bancos corridos queflanqueaban la estructura de madera y vidrio que protegía a lospasajeros de los elementos. Txomin ocupó un lugar frente a ella,acomodandoelcododerechosobresuinseparablebolsodemimbre.Elbalanceodelamotoraeraallímásevidentequeenelexterior.

—Explícame de nuevo dónde lo perdiste de vista —pidió elbarqueromientrasllenabadetabacoelcacillodelapipa.

Laescritoranarróunavezmáscómolohabíaseguidohastalosacueductos, dondeBesaide se había volatilizado comopor arte demagia. Txomin la escuchaba atento, dando largas caladas yasintiendo cada pocas palabras. Algunas olas salpicaban lasventanasdelacabinatrasrompercontralosmuelles.¿Oquizásera

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lluvia?—Allínohayningúnsenderoqueabandoneelcaminoprincipal.

Eso está claro—murmuró el barquero con lamirada perdidamásallá de la ventana—. Quizás bajara a la base del acueducto paraocultarseentresuscolumnas.

—Imposible.Ya lopensé,peroestá todocubiertoporzarzalestandensosquenadiepodríaavanzarentreellos.

—¡Qué poco curras, Domingo! —El recién llegado subiótrabajosamentealaembarcación.

Leire le saludó con un gesto de cabeza mientras Txomin seacercabaaecharleunamano.Migueleraunodeloscuatroocincojubiladosquepasabanlastardesenelbancodelaplazacriticandoatodoelquepasabapordelante.

—¿Cómoerestanpesado?—leregañóelbarquero—.¿Cuántasveces te tendré que pedir que nome llames así?Como vuelvas ahacerlonotepasoenmimotora.

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Miguelsoltóunarisotadaqueseviodeprontointerrumpidaporunataquedetos.

—Nomejodas,hombre.Todoelmundosabequeentucarnédeidentidad pone Domingo. Que tú pretendas ser más vasco queArzallus,haciéndotellamarTxomin,noesmiproblema.

El barquero se mordió la lengua mientras soltaba amarras.Cuantoantes llevaraaaquel impertinenteaSanJuan,antespodríadeshacersedesudesagradablecompañía.

—Son setenta céntimos—informó estirando la mano hacia elpasajero.

—¿Yesanopaga?—inquirióelotroconunasonrisasocarrona.—Esayahapagado—zanjóTxominacelerando.Elronquidodelmotoryelvendavalhizoimposibleentenderse

durante los dos minutos que duró la travesía. Sin embargo, encuanto la motora alcanzó el muelle de San Juan, Miguel mirófijamenteaLeireyvolvióalanzarunodesusdardosenvenenados.

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—¿Porqué lasmataste?—La sonrisa sarcástica quedibujaronsuslabiosresultóaúnmáshirientequelaspalabras.

Leiredudóentrecontestaronohacerlo.Porunmomento,estuvotentadadepropinarleaaquelviejodecrépitounpuñetazoenlaboca,perologrócontenerse,asegurándosequelomejorseríaignorarlo.

—¿No te bajas? —inquirió el anciano desembarcando—. Aymadre, creo que tenemos noviazgo… ¡Qué callado te lo tenías,Domingo!—seburlóconunadesagradablecarcajada.

En lugar de contestar, el barquero soltó el cabo que ligaba lamotoraalembarcaderoyaceleróparaalejarsedeallícuantoantes.

—Es un imbécil.No le hagas caso—explicó elevando la vozpara hacerse oír por encima del ruido. A Leire le pareció que suamigosehabíaruborizado.

—Tranquilo; lo conozcode sobra.Aunque aveces loparezca,no soy nueva en este pueblo. Llevo demasiados años aquí comoparaquelalenguadeMiguelmesaquedemiscasillas.

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TxominaminorólamarchaparadejarpasolibrealatraineradeSanPedro,queenfilabahacialabocana.Elviento,quesoplabademar, silbaba al peinar los remos cada vez que los remeros lossacabandelaguaparacompletarlabogada.

—Vayadíamásfeopararemar—comentóLeiresecándoseunasalpicaduradeaguademarquehabíaimpactadoensurostro.

—Así se hacen fuertes.No hay como entrenar en condicionesduraspararendiratopeenlasregatas—defendióelbarquero.

Laescritoraobservólatraineracabalgandosobreeloleajehastaquelaaproximacióndelamotoraalmuellelerobólasvistas.Sentíaunamezcladenostalgiayrabiaporsuexpulsióndelclubderemo,aunque, decididamente, no echaba de menos hacerse a la mar endíascomoaquel.

—¿Dóndeestábamos?—inquirióTxominregresandoalinteriordelacabina.

—Nosé.—Leireseencogiódehombros—.Enlosacueductos,

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creo.—Esoes.Laverdadesquesolosemeocurreunaposibilidad:el

túnel,perohacetiempoqueestácerradoporunaverja.Leirefruncióelceñosincomprenderaquéserefería.—No me digas que nunca lo has viso. —Txomin parecía

sorprendido—. Después de pasar por los acueductos, el agua eracanalizadahastaelotroladodelmonteUliaporunlargotúnel.Deniñossolíamos jugarporallí,peroelabandonolo llevóa laruina.Algunapartellegóahundirse.

—Nuncalohevisto.¿Dóndeestálaboca?—Poco después del segundo acueducto. Hace tiempo que no

voypor allí, pero estará oculta entre losmatorrales.Desdeque locerraron para evitar riesgos, ni siquiera los niños lo usan comoescondite.

Laescritorasintióqueseleacelerabaelpulso.Porfinacariciabacon los dedos una explicación lógica a la desaparición deGastón

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Besaide.—¿Creesquepuedeutilizar el túnelpara llegar a algún lugar?

—inquirió.—Imposible. Como te decía, el techo se desplomó en algún

punto. Además, es muy estrecho. Lo justo para que una personapueda adentrarse a duras penas para llevar a cabo las tareas demantenimiento. —Txomin negó ostensiblemente con un gesto—.No solo eso, sino que está cerrado con una verja de hierro paraevitaraccidentes.

Leiresesintiódecepcionada.—Perohasdichoquesoloseteocurríaeltúnelcomoescondite

—objetó.Elbarquerosepusoenpieparasaliralacubierta.Unapareja,a

la que un plano de la zona delataba como turistas, se disponía aembarcar. Junto a ellos, el limpiador albino rascaba con unaespátulaloschiclesquealguiensehabíaentretenidopegandoenla

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barandilla.Lohacíacon talmeticulosidadqueLeire sospechóqueestabaintentandooírloquedecían.

—Esquenosemeocurreotraopción.QuizásBesaidedescubrióqueibas trasélyseocultóaprovechandolaoquedadqueformalaentradaaltúnel—explicóTxominsaludandoalospasajerosconungesto de la mano que no tenía mutilada—. A no ser que hayaconseguido una llave de la verja, claro está —añadió antes degirarse hacia Rita, que había saltado al mar desde el pantalán—.¡Venaquí!¡Sube!¿Novesqueteahogaráscontanmalamar?

Conlamiradaperdidaenlasolasquebatíancontralosmuelles,Leire intentó comprender los motivos de tan extrañocomportamiento. Por más que lo pensaba, no lograba acertar quémovíaaGastónBesaideaevitaratodacostacualquierencuentro.Obien no estaba en su sano juicio, o bien tenía algo que ocultar.Ytodo apuntaba a que la clave podía estar en el propio túnelabandonado. Por un momento, se imaginó una lóbrega sala de

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torturas a la que llevaría a sus víctimas, pero la imposibilidad dellegardeotraformaqueapie,lehizodesecharlaidea.

—Siempre han sido unos excéntricos —apuntó Txominadivinando sus pensamientos una vez que los pasajeros hubieronsubidoabordo.Apesardelmaltiempo,laparejaprefirióquedarseencubiertaparahacerfotosdurantelatravesía—.Ynosoloeso;noson buena gente. Conviene andarse con cuidado con ellos; todoPasaia lo sabe.Eresmuyvalientepor seguiraese tipopor sendassolitarias.

Laescritoraasintióausenteal tiempoqueseponíaenpieparaabandonar la cabina.Aldirigir lavistahacia elmuelle, comprobóqueelalbinohabíadesaparecido.

—Gracias,Txomin.Creoqueyaeshoradequevuelvaalfaroaintentarescribirunpardepáginas.—Almencionarlanovela,sintióunapunzadadeangustia,perosumenteestabaahoraenotrositio.Sacóelmóvildelbolsilloymiró lahora.No llegaríaa tiempode

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seguirdenuevoaGastónBesaide,perosíparairenbuscadeltúnelantes de que anocheciera. Tenía que dar con él y descubrir si loshermanosguardabanalgúnsecretoensuinterior.

Elbarquerolatomóporloshombrosylamirófijamente.—Nohagasningunatontería.—Suvozsonófirmey,almismo

tiempo,suplicante.Leire sintió una mezcla de incomodidad y gratitud. Hacía

tiempo que nadie se preocupaba así por ella. Y menos en aquelpueblodondelamayoríaparecíahabersecoaligadoparahacerle lavidaimposible.

LasmanosdeTxominnolasoltaban.Esperabanunarespuesta,unaspalabrastranquilizadoras,peroellanopodíadársela;nolaqueél quería oír. Porque Leire solo tenía una idea en la cabeza:encontrar el túnel y comprender de una vez por todas adónde ibaGastónBesaidecontantosecretismocadamediodía.

El barquero no necesitó que la escritora abriera la boca para

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comprenderlo.Conunsuspirodeimpotencia,apartósusmanos.Susojos negros, habitualmente tristes, brillaban conmayor intensidad.Leiresupusoqueeraunreflejodelainquietudquesentía.

—Tengoqueirme—insistióabrochándoseelchubasqueroparaenfrentarsealmaltiempo.

Antesdedesembarcar,segiróporúltimavezhaciaTxominylepropinóunbesoencadamejilla.Elbigotedelbarquerolerascólacomisuradeloslabiosalhacerlo.

—Gracias—murmurósaltandoalembarcadero.Elpetardeodelamotoraalalejarseladespidióconformesubía

larampahacialosmuellesdeSanPedro.Comprobóquelecostabatragarsaliva.Estabanerviosa.Intuíaquecadapasoquedierarumboaaqueltúnellaestaríaacercandoalaresolucióndelcaso.

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[…]

Undíade1984

Cuatrosegundosdeluzfijayunaocultacióndeunsegundo.Elfarode laPlata intentabaguiarlo con sus guiños cómplices, como

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cadavezquesehacíaalamar.Sinembargo,aquellanocheelTrikisoloteníaojosparaotraluzmáslejana:elfarodelcaboHiguer.

Susdoscortosdestellosseguidosdediezsegundosdeoscuridadmarcaban el extremo más lejano del monte Jaizkibel. Era allíadondedirigía la txipironeraquehabía robadopocodespuésde lamedianoche, cuando no quedaba un alma en los muelles de SanPedro.

Nohabíasidodifícil.Solouncandado,quehabíadescerrajadoen cuestión de segundos con ayuda de una palanca, ligaba laembarcaciónalviejoembarcaderodemadera.Sunombre,clavadoen letras de chapa dorada al casco, se le había antojado uninmejorable vaticinio. ¿Cómo no iba a lograr su objetivo en unachalupallamadaLibertad?

El Cantábrico estaba en calma y, salvo un petrolero queaguardaba la marea alta para entrar a puerto y descargarcombustible en los depósitos que Campsa tenía entre Lezo y

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Errenteria,nosecruzóconnadiedecaminoalbarconodriza.Porsifuera poco, había dejado de llover y hacía horas que las últimasnubessehabíandisipado.

Todo parecía muy fácil. Sin duda, una buena noche para latravesía,peroelTrikiestabatannerviosocomosifueralaprimeravezquesehacíaalamar.

Noeraparamenos.—¡Vamos, Libertad! —exclamó acelerando al máximo—.

¡Vamosallá!El faro de Higuer aún estaba lejos, pero el motor de la

txipironera tronaba con fuerza.Aese ritmo,no tardaríamuchoenalcanzar el cabo. A estribor, las luces rojas titilaban sobre lasantenasquecoronabanelmonteJaizkibel.Porencimadeellas,unsinfíndeestrellasrompíalaoscuranegruradelabóvedaceleste.ElTriki alzó la vista hacia ellas.No le costó dar con laOsaMayor.Tampoco conCasiopea.Amedio camino entre las dos, la estrella

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PolarmarcabaelNorte.Eralopocoquesabía interpretardelcieloestrellado, pero era suficiente. Sabiendo eso, cualquiera podíaorientarsesinnecesidaddebrújula.

«Ojalámehubiera servido tambiénparaguiarmeenmipropiavida—sedijo conun suspiro.Sin embargo, sabía que ahora todoseríadiferente».

Los nervios le agarrotaban el estómago, como si un enormepuñodehierroleestrujara las tripasconsaña.Sabíaquejugabaaltodoonada.

Muchasveceshabíafantaseadoconlaidea,perojamáshastaesedíasehabíaatrevidoadarelpaso.

—Maldito cabrón —musitó llevándose la mano izquierda alabdomen.

Todavíaloteníadolorido.Enelambulatoriolehabíandadoseispuntosquehabíanlogradoquedejaradesangrar,peroeldolorhabíaidoamás.

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—Al cicatrizar te dolerá porque los puntos tiran de la herida,pero no te preocupes, es superficial —le explicó la asustadaenfermera, que desapareció de su vista tan pronto como le hubocosidoeltajo.Nadiequeríatenertratoconyonkis.

Sitodoibabien,nuncamásvolveríaaveralKuko.TampocoalosBesaide,niaManolo,nisiquieraasumadre.Pensabahuir tanlejoscomopudiera.

VolvióamirarhaciaelcaboHiguer.Susformasdepicodeavecomenzaban a hacerse visibles, al destacar sobre las iluminadascallesdeHendaya.Eraallíadondesedirigía.Pensabadesembarcarenlalargaplayaycargarsealaespaldatantosfardoscomopudieraparallegarsehasta laestacióndetren.Traselcabo,seescondíaelBidasoa y, con él, la muga. En la otra orilla, allá donde seencontraba Hendaya, estaba Francia. Otro país, otra lengua, otramoneda…otravida.

Comenzaríadecero,pero los fardos lepermitiríanhacerlocon

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ventaja.Consuventaobtendría tantodineroquepodríapagarseelalquilerdeunapartamentodesdeelquecontrolarsunuevonegocio.PorquelaspocashoraspasadasdesdequeesatardeenlaKatraponaelKukoamenazaraconsacarlelasmantecas,habíansidosuficientesparaplanearsufuturoinmediato.

No había como un poco demiedo y unmucho de heroína envenaparapensarconclaridad.

EnlaestacióndeHendayatomaríalaPalombeBleu,eltrenque,cadanoche,realizabaellargotrayectohastaParís.Unavezallí,noteníamásquededicarsealaactividadmáslucrativaqueconocía:eltráfico de drogas. No le hacía falta un esfuerzomuy grande paraverseasímismoconvertidoenunKukoquemanejaraasusanchasel cotarroenunbarrioconcarácter.ElChino lehabíahabladodeMontmartre. Lo había llamado el barrio de las putas y, según él,estabainfestadodeyonkis.

¿Quémejorlugarparauncamello?

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—Comonuestrafábricaabandonadaperoenunbarrioentero—lehabíaasegurado.

SielChinolodecía,debíadeserasí.ElTrikinoconocíaanadiemásviajadoqueél.HabíaestadoenParís,enRomayenVenecia.¿OeraViena?

En realidad, todos los marineros de Pasaia habían estado enlugaresmuchomáslejanosyexóticosqueelChino,peroeso,paraelTriki,nocontaba.Noeralomismoviajarportrabajoquehacerlo,como su vecino de la fábrica, para dormir en hoteles y visitarmuseos.

Avecessentíalástimaporél.Noentendíaquealguienconunospadres ricos, que podían permitirse pagarle viajes e incluso uncoche de segundamano, hubiera abandonado su hogar para irse aviviraesafábricainfestadaderatasycucarachas.Sinembargo,larespuesta no solía tardar en brotar de su mente y siempre era lamisma:laheroína.Aquelladroganoentendíadeclasessociales,ni

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depobrezaoriqueza.Todosempezabanigual,coqueteandoconellaen divertidas reuniones de amigos para acabar destrozados pordentroymarginadosenaquellafábricadesgraciada.

«Ojalánolahubieraconocidonunca—sedijoconlamiradafijaen las anaranjadas luces de Hendaya, pero no había vuelta atrás;hacía años que sin heroína no era más que un trapo viejo, unangustiadocadáverviviente».

Acostumbradoaguiarseporel farode laPlata,de luzfijaconocultaciones cortas, le resultaba extraño seguir el de Higuer, quepermanecía a oscuras salvo cuando lanzaba sus grupos de dosdestellos.Avecesloperdíadevistaytratabadeadivinardóndeseencendería la próxima vez, para descubrir que siempre errabaligeramenteelcálculo.Noerafácilorientarseaoscuras,ymenosenuna txipironera que las olas, suaves aquel día, se empeñaban enhacercabecearligeramente.

La luz cada vez se veíamás cerca. Tanto que creía intuir las

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formasdelapropiatorredelfaro.Notardaríamuchoenllegarhastaél.Después,lodejaríaaestriboryseguiríadefrentepararodearelcaboyatravesarlalíneainvisiblequeseparabalosdospaíses.Consuerte,nollamaríalaatencióndeningunapatrulleraypodríavararlachalupasinproblemasenlosarenalesdeHendaya.

Elmotorrugía.LaLibertaderamáspotentequeelGorgontxo.Talvezfueraeseelmotivodeque,depronto,latxipironeraemitieraunatosroncaysedetuvieraenseco.

—No puede ser. Es imposible, estaba lleno —se lamentó elTrikienvozaltamientrasabríaeldepósito.

Con la ayuda de una linterna, comprobó que estaba vacío. Lagasolinasehabíaagotado.

Llevándose lasmanos a la cabeza, elTrikimaldijo una y otravez su suerte. Con elGorgontxo jamás le hubiera ocurrido algosemejante. La chalupa de su padre apenas consumía combustible,peroacababadecomprobarquenopodíadecirselomismodetodas

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lasdemás.Desesperado,dirigió lavistahaciaHendaya.Losedificiosmás

grandes del barrio de la playa comenzaban a tomar forma tras elanaranjado resplandor de las farolas, pero aún faltaba un largotrechoparallegarhastaellos.Nisiquierahabíalogradoalcanzarelcabo.Girándose hacia la popa, divisó la luz amiga del faro de laPlata.Brillabaapagadaporladistancia,oquizásfueraporlatristezadeverlofracasarensuhuidaenposdelalibertad.

LaslucesdelnuevodíaaúnnoasomabanporelesteyelTrikisupoque le esperabanunashorasdifíciles, con laúnica compañíadel mar, a merced de las corrientes y de que la suerte decidieragirarsedesulado.

Sinmuchomásquepoderhacer,sedejócaerpesadamentesobreunfardo.

Almenos,teníaheroína,montonesdeheroína,parapoderpasarmejorelmaltrago.

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1dediciembrede2013,domingo

LamonótonacantineladelaguaenlafuentedelInglés,elsuavecrujidode loshelechos secosmecidosporelviento, losgraznidoslejanos de las gaviotas… Todos los sonidos parecían hábilmenteescogidos para una amable película costumbrista hasta que el

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estridente timbre del móvil profanó la quietud. Leire no sesobresaltó.Esperabalallamada.

—¿Dóndeestás?—inquiriótraspulsarlateclaverde.—Cerca. Enmedia hora estoy allí.—La voz de Iñigo sonaba

entrecortada.La escritora no necesitó comprobar el indicador de cobertura

parasaberqueeraladesumóvillaquefallaba.Lacercaníadelmaractuabacomounespejoquedistorsionabaasucapricholacalidadde la comunicación. Alguien en Ondartxo le explicó los motivostécnicoshacíatiempo,peronollegóacomprenderlos.Loúnicoquesabía era que la cobertura era caprichosa en toda la vertientemarítimadelmonteUliayquepodíahaberunarecepciónperfectaenunlugardondeminutosdespuésnohabíasiquieraseñal.

—Dejaelcocheenelfaroysigueelsendero.Yoestoyllegandoalprimeracueducto.Teesperopor aquí; en la entradaal túnel—explicóLeiresindejardecaminar.

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—Síqueestabasimpaciente.¿Nopodíasesperarmeenelfaro?—musitóIñigoantesdecolgar.

HabíatardadomásdeloprevistoensalirdeBilbaoporquenolefuefácildarconunallavequepudieraabrirelcandadodelaverja;y menos en domingo. Aunque guardaba una buena colección deganzúasdesusañoscomocolaboradordelaErtzaintza,ningunaeratanavanzadacomoparapoderabrir lacerradurade seguridadquemostraba la foto enviadaporLeire.Afortunadamente, un contactoen los bomberos le ayudó a dar con un cerrajero que, aregañadientes,accedióaprestarleunallavemaestraelectrónica.

Apenas veinte horas antes, y a pesar de las indicaciones deTxomin, a la escritora le resultó difícil dar con el túnel. Estaba apuntodedarseporvencidacuando,yadenoche,reparóenunalevecorrientedeairefríoquesurgíadeunoszarzales.Lamalezacubríala entrada, pero la apartó conunpar demanotazos para descubrirque el cierre de la oxidada verja que la protegía había sido

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inutilizado.Ensulugar,unpesadocandadomodernoseocupabademantener alejados a los posibles intrusos. De inmediato, llamó aIñigo. Iba anecesitarlopara abrir la cerraduray, además, contaríaconsucompañíaeneloscurointeriordelpasosubterráneo.

Leire dejó atrás el primer acueducto y remontó la ligerapendiente que llevaba a la segunda vaguada.Un águila pescadoraalzóelvueloyaleteó sobreellaantesdeplanearhaciaelmar.Lasiguió con la mirada mientras sentía cómo el corazón le latíadesbocado. En cuanto Iñigo llegara, podrían entrar por fin alpasadizoydescubrirquéeraloqueescondíaGastónBesaide.Conunpocodesuerte,lograríanalgunapruebaqueloincriminaraenlasmuertes.Lapesadilla,nosolodelaescritora,sinodetodalabahíadePasaia,podíaestarapuntodeacabar.

Pensabaenellocuandoeltimbredelmóvilvolvióasonar.—¿Qué pasa?—preguntó al ver que era de nuevo el profesor

quienlallamaba.

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—Leire,notelovasacreer…Lacomunicaciónsecortóderepente.Elindicadormarcabaque

nohabíacobertura.Conlosnerviosatenazándoleelestómago,Leirese detuvo junto al arranque del segundo acueducto y configuró elmóvilparaquebuscaraotrosoperadores.Durantepocomásdeunminuto, en la pantalla del terminal parpadearon unos puntossuspensivos.Después, aparecióuna listade trescompañías.Todasfrancesas. Solía ocurrir. La cercanía de Francia, a apenas quincekilómetrosdeallí,ylacaprichosageografíadelazona,hacíaquelacoberturade losoperadoresdelpaísvecino fueraamenudomejorqueladelasredeslocales.

EligióunaalazaryllamóaIñigo.—¿Quépasa?¿Estásenunacueva,oqué?—dijoelprofesora

mododesaludo.—Parecido—apuntóLeire.—Joder…Han denunciado la desaparición de otramujer.Me

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acabandeavisardesdelacomisaríadeDeusto.—¿Otra…? ¿Dónde?—la escritora apenas lograba hablar con

unhilodevoz.—EnSanPedro.Unapescadera.Estamañananohaabierto la

tienda.Nadielahavistodesdequesaliódecasaparairalalonja.Leiretragósaliva.—Felisa—murmuró.—Sí, FelisaCastelao. ¿La conoces?—preguntó el profesor—.

¡Joder, qué pregunta! Si eso es un pueblo. ¿Cómo no vas aconocerla?

—Másdeloqueimaginas—explicóLeireantesdedetenerseenseco—. ¡Está abierta! —exclamó antes de bajar la voz hastaconvertirlaenunsusurro—.Iñigo,laverjaestáabierta.

Dejando atrás el acueducto, acababa de llegar al túnel. Era laprimeravezqueloveíaalaluzdeldía.Alaproximarseaél,sintióqueunacorrientedeairefríoleerizabaelcabello.Echóunvistazo

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alrelojqueocupabalaesquinasuperiordelapantalladelmóvil.Pocomásdelascuatrodelatarde.Fiel a sus horarios, Gastón Besaide debería encontrarse ya en

casa,devuelta.Eraextraño,muyextraño.—Quéraro.¿Nomedijistequeeraalasdosdelatardecuando

hacíasuvisitadiaria?—inquirióelprofesor.—Sí. No entiendo nada —musitó Leire—. ¡Espera! Hoy es

domingo.—¿Aquéhoraeslamisa?—quisosaberIñigo.—¿Aquí?Nosé…Creoquealauna…¡Joder!Seguroquelos

domingosvaamisaycambiasushorarios.¿Cómonosemehabráocurrido?

—O también puede haber variado su horario habitual porqueestáenplenacarnicería.Noolvidesalamujerdesaparecida.

Leireasintióconunmovimientodecabeza.Lavisióndelaverjaabierta le había hecho olvidar a Felisa. Dio un par de pasos para

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asomarse al túnel. No se oía nada. Solo algunas gotas aldesprendersedeltechoycaerenelsueloembarrado.

—Creoquevoyaentrar—anuncióenunsusurro.—Noentres.Espérame.¿Meoyes?Niseteocurraentrarsola—

balbuceóIñigoalotroladodelalínea.Era demasiado tarde. Leire no pensaba dejar pasar la

oportunidad.—Voyaentrar—murmuróantesdecortarlacomunicación.

La linternadebolsilloapenasalumbrabaunpardemetrospordelante de ella. Más allá, todo era tan negro como un pozo sinfondo. Por si fuera poco, las estrechas paredes del túnel hacíanrebotar la luz, de modo que Leire caminaba deslumbrada. Losescasosrayosdesolquesefiltrabanporlaentradasediluyeronencuantoelpasadizotrazóunalevecurvaalaizquierda.

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«¿Hastadóndetengoqueseguir?—sepreguntóLeiretrasunpardeminutosavanzandoporelsubsuelo».

Nosabíagrancosadeaquellugar.Soloqueantiguamenteservíaparacanalizaraguaalotroladodelamontañayquealgúnderrumbelo hacía impracticable. Sin embargo, no se había detenido apreguntarse qué era exactamente lo que esperaba encontrar allí.Conformeavanzaba,seibandifuminandosusexpectativasiniciales.Alver laverjaabierta,habíapensadovagamenteque talvezfueraallídondeGastónBesaide llevabaasusvíctimas.QuizásFelisaseencontrararetenidaenaquellaviejaconduccióndeagua.

«Aquí no hay nada. Solo barro y humedad —se dijodeteniéndoseaescucharenlaoscuridad—;peroentonces¿porquévienecadadía?».

Laúnicarespuestaqueobtuvofueunsilencioturbador,rototansoloporlasrítmicasgotasdeaguaquerompíanpordoquiercontraelsueloencharcado.Pasadoelarranquededecisióndelosprimeros

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minutos,Leirecomenzóasentirseangustiada.Noeraparamenos;elpasadizoeratanestrechoquesushombrostocabancontraambasparedes en lamayoría de los tramos y el techo resultaba tan bajoque la obligaba a flexionar ligeramente las rodillas para nogolpearse la cabeza. Por si fuera poco, el firme irregular yembarradolazancadilleabacontinuamente.Sinembargo,lopeornoeraeso,sinolaimpenetrableoscuridadylaincertidumbre.

«¿Ysiesunatrampa?—sedijodepronto—.¿Ysiesecabrónhacerradolaverjayestáfuera,celebrandoquelapresahamordidoelanzuelo?».

Sedetuvounosinstantespararecuperarelaliento.Norecordabahabersesentidojamástanasustada.Intentóescucharenelsilencio,pero los latidos de su corazón retumbaban con tal fuerza en sussienesquefueincapazdeoírnada.Elolorahumedaderaintenso.

«Unbuen lugarpara cultivar champiñones—pensó intentandoaflojarlatensión».

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Peronoeraelúnicoolor.Entre lasnotasacresde lahumedaddestacaban unas más dulzonas, casi perfumadas. Leire hizo unesfuerzopordescubrirdequésetrataba,peronolologró.Intrigada,volvióaponerseenmarcha.Cuantomásavanzaba,máspenetranteeraaquelaroma.Enciertomodo, le resultaba familiar, comosi lotuvieraregistradoensumemoriaolfativacomounolorhabitual.

«¡Maldita sea! Tengo que reconocerlo. Lo conozco…, loconozcobien—sedijoparasusadentros».

Lospasoslaacercabanclaramentealafuente.Laesperanzadedarconalgomásqueoscuridadyhumedadvolvióarenacerenella.TalvezestuvierallegandoallugardondeBesaidellevabaacabosusmacabrosasesinatos,oadondereteníaaFelisa,siesquenoestabayamuerta.Fueracomofuere,conveníaevitarunencuentroconél.Iba a resultar difícil porque, seguramente, estaría allí dentro. Laverjaabiertanosugeríaotracosa.

Apagó la linterna para evitar que la luz la delatara.Avanzar a

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tientas en un lugar tan estrecho le resultó más fácil de lo queesperaba. Solo tenía que apoyar una mano en cada pared parapoderse guiar, pero la oscuridad era tan absoluta que elmiedo labloqueaba.

¿Cuánto tiempo llevaba allí dentro? Probablemente nomás decincominutos,decidió,perocomenzabanaresultarleeternos.

«DeberíahaberesperadoaIñigo».De pronto, un ruido interrumpió sus pensamientos.Alguien se

habíamovidounospasosmásallá.Otalvezfuerasoloproductodesu imaginación.Por unosmomentos, dudó entre seguir adelante odarmarchaatrás.Seibaavolverlocasicontinuabamuchotiempoenaquelmaldito túnel.Aúncavilaba indecisa cuandovolvió aoíralgo.Seencontrabacerca;anomásdecuatroocincopasosdeella.

Encendiólalinterna.Dos puntitos rojos se dibujaron fugazmente en la oscuridad

antesdedesapareceralacarreraporelpasadizo.

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—Ratas—musitó aliviada. Nunca antes hubiera creído que lapresencia de aquellos asquerosos roedores pudiera resultarletranquilizadora.

De nuevo a oscuras, continuó su avance a tientas. Las goterascomenzaron a hacerse más molestas. Cuanto más avanzaba, másabundanteseran.Tantoqueelgoteoqueenlosprimerosmetrosdetúneleraunaamableylentacantinelasehabíaconvertidoahoraenun sonido persistente, como un chaparrón que rompe sobre elasfalto.Elbarrodelsueloseleadheríaalasueladelasbotas,quesehacíanmáspesadasacadapaso.Además,suanoraknocontabaconcapucha, de modo que aquella gélida lluvia subterránea le estabaempapandoelpelo.Teníafrío.Enrealidaderamásquefrío:estabahelada.

«Debería regresar —pensó una vez más, arrepentida por nohaberesperadoalprofesor».

EncasodeencontrarseconBesaide,noteníaarmaalgunaconla

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quedefenderse.Seguramente,Iñigotampoco.«Almenos,seríamosdoscontrauno.¿Yesemalditoolor?Cada

vez es más intenso.Me estoy acercando. No puedo dar la vueltaahora.No,notodavía».

Seobligóa continuarunospasosmás.Lasparedes rezumabanaguayleempapabanlasmanosalbuscarapoyoenellas.PensóenFelisa. Era una indeseable, pero nadie merecía morir, y menos amanos de un desalmado destripador. Imaginó su pescadería esamañana, con la puerta cerrada, las luces apagadas y los vecinospreguntandoporella.

«Solomefaltabaesto—sedijocontrariada».Ahoraquemuchosdelosqueanteslaseñalabancomenzabana

creer que tras los crímenes se hallaba algún enemigo de JaizkibelLibre,ladesaparicióndeaquellamujerquetantohabíainsistidoensuculpabilidadladevolveríaalcentrodetodaslasmiradas.

Depronto,el túnel sedibujó levementeante losojosdeLeire.

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Un tímido resplandor brotaba de la pared derecha a apenas unospasos de donde se encontraba. Conforme se fue acercando,comprendióque allí había algún tipodehabitáculo.La luzque sefiltraba desde el interior oscilaba, creando un enigmático baile desombras a través del vano, en el que no había puerta alguna. Alreparar en ello, comprendiópor finque aquel olor tan familiar noeraotroqueeldelacerafundidadelasvelas.

Haciendograndesesfuerzosparaquelaspiernasleobedecierana pesar del pánico que sentía, Leire logró acercarse a aquellaaberturaenlapared.

Entonces,looyó.Eraunlevelamentogutural;unaespeciedesollozoqueapenas

seidentificabacomohumanoyqueparecíasurgirdelasentrañasdela tierra, aunque Leire supo de inmediato que salía de aquellainesperadacámara lateral.Habíaalguienahídentroyparecíaestarllorando.

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PensóenFelisa;pensótambiénenGastón;y,armándosedeunrepentinocoraje,seasomó.

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1dediciembrede2013,domingo

—¡Maldita sea! ¿Cómo que no está?—Antonio Santos estabaindignado—.¿Seguroquehabéisbuscadobien?

—Sí, jefe.Aquínohaynadie.—El agente Ibarra señaló a susdoscompañeros,quesalíanenaquelmomentoporlapuertadelfaro

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delaPlata,paraintentarcompartirlairadelcomisarioconellos.Santosmaldijo de nuevo. Si la farera no estaba allí, debía de

haberhuidotrasasesinaraladueñadelapescadería.«Eso en el caso de que la haya matado ya. Quizás aún esté

torturándola—pensóconunatisbodeesperanza.Si la encontrabaviva,elcasonoseríatangrave».

Girólacabezahaciaelaparcamiento,dondeunagenteimpedíaelpasoalostresperiodistasalosqueelcomisariosehabíaquedadodandolargasmientrassushombresentrabanalfaro.

—Voyaentraryo—anunció—.Ibarra,García,venidconmigo.Santos estaba decidido a parar esa sangría. Se habían acabado

lasmediastintasylosmiramientos.CuantoantesmetieraentrerejasaLeireAltuna,antesseacabaríaaquellapesadillaquecomenzabaadesacreditarlo en laErtzaintza. Porque si algo tenía claro era que,tras su careta de escritora romántica, se escondía una criminal desangre fría y mente retorcida. Tenía que reconocer que había

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logradohacerlodudaralelegirsoloaintegrantesdeJaizkibelLibreparasusmacabroscrímenes,peroladesaparicióndeFelisaCastelaolo aclaraba todo.Aquellamujer se había destacado en los últimosdíasporsuvalentíaalahoradedenunciaralafareracomolamanoqueestabadetrásdeloscrímenes.Desgraciadamente,todoindicabaquelohabíaacabadopagando.

—Pensaba que sería más grande —comentó Santosdecepcionado tras echar un primer vistazo a la planta baja deledificio.Elexterioralmenadoy lasformasdecastilloapuntabanaunaconstruccióndegrandesdimensiones.

—Arriba es algomayor—apuntó Ibarra señalando la escalerademaderaquesubíaalospisossuperiores.

Elcomisarionocontestó.Estabademasiadoensimismadocomoparahacerlo.Alasatisfaccióndeentrarporfinalfaro,sesumabalarabia impotente de haber sido tan poco inteligente. Había sidonecesaria ladesapariciónde lapescaderaparaquerepararaenque

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aquel edificio no era propiedad deLeireAltuna.Conuna sencillallamada de teléfono, la Autoridad Portuaria de Pasaia le habíaabiertolapuerta.

Un rápido barrido visual le hizo reparar en la humedad quedesconchaba las paredes de la fachada norte, que carecían deventanas. No hacía falta ser arquitecto para comprender que eledificioseadaptabaalacrestarocosasobrelaqueseapoyaba.Solotresdelascuatrofachadascontabanconventanas,alestarlacuartaadosadaa lapropiarocaenunclaro intentodeprotegerel farodelosfuertesvientosprovenientesdelmar.

—¿Habéis mirado aquí? —preguntó asomándose a la cocina,cuyapuertaseabríaalpiedelaescalera.

Un microondas y una encimera vitrocerámica eran los únicosartefactos modernos en aquel lugar que al comisario le recordóvagamenteasuabuela.

«Tiene los mismos azulejos que su cocina —comprendió al

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instante fijándose en los dibujos geométricos que loscaracterizaban».

Un sentimientode añoranza le trajo el recuerdode susguisos.Su delicioso aroma le despertaba el apetito mientras miraba lostoros—su abuelo siempre veía corridas de toros en la televisiónesperandoaquedieralahoradecenar—.Pordesgracia,aquellonoduró muchos años, porque la entrañable mujer regordeta cayóenfermacuandoélapenascontabadiezañosdeedad.Ahora,treintaytresañosdespués,apenaslograbarecordarsurostro.

—Sí,jefe.Hemosmiradotodo—replicóelagenteIbarra.—¿Yloscuchillos?—Santosseñalóhacialoscajonessituadosa

laderechadelafregadera—.¿Seoshaocurridocomprobarquenotenganrastrodesangre?

Ibarra y García cruzaron una mirada de circunstancias. Noesperabanunregistrotanexhaustivo.

—Pues ya lo estáis haciendo—espetó el comisario de malas

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formas—.Yovoyainspeccionarelresto.Comolohayáisrevisadotodo tanmal, nome extrañaría encontrar a la pescadera y a todoPasaiaenlosarmariosdelospisossuperiores.

Elsalóncomedoryeltrasteroquecompletabanlaplantabajanomostraronnadasospechoso,demodoqueAntonioSantosremontólosdostramosdeescalerasqueloseparabandelprimerpiso.

—¿Dedóndesacaeseidiotaqueesmayorqueeldeabajo?—murmuróencuantopusolospiesenél.

Un recibidor en el que se abría una ventana hacia el sur dabapaso a dos habitaciones y un cuarto de baño. Solo una de lasestancias parecía habitada: el dormitorio de LeireAltuna, con susparedesymobiliario tanblancosqueresultabandeslumbrantes.Laotra apenas contaba con muebles, y los pocos que había estabancubiertosconsábanasviejas.

Unoauno,Santos los inspeccionó todos.Enalgún lugar teníaquehaberalgunapruebaqueevidenciaraqueallívivíaunaasesina.

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Sinembargo,nohallóenellosmásquepolvoytelarañasviejas.—Algoseteescapa,Antonio.Algoseteescapa—serepetíaen

vozaltaunayotravez.Asomadoalaventanadeldormitoriodelaescritora,contempló

laexplanadaqueseabríaanteel faro.Allí seguían,depie juntoalos coches patrulla, los periodistas.Debía encontrar algo antes desalirdelfaroonotendríaningúnavancequeofrecerles.

No le costaba imaginar la apertura de los informativos de esamisma noche con la foto de Felisa Castelao como portada y lasecuenciadesuequipo,conélmismoalacabeza,abandonandoelfarosinhaberencontradoningunapista.

—¿Estáahí,comisario?—LavozdelagenteIbarralodevolvióalmundoreal.

—¿Haysangre?—inquirióesperanzadoSantosasomándosealaescalera.

—Nada—apuntóGarcíaconundejequealcomisariolepareció

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burlesco—. Aquí no hay nada. Además, estos cuchillos son unamierda.Dudomuchoquealguienpuedaabriranadieencanalconunodeellos.Bastanteserásilogracortarunpedazodequeso.

Sucompañeroriolaocurrencia,peroAntonioSantosnoestabaparagracietas.

—Subidyayudadmeaquíarriba—ordenó.Entre los tres, no tardaron en completar la inspección de la

primeraplanta.—Ya te habíamos dicho que no había nada —dijo García

mientrassubíanalúltimopiso.Santossedetuvofurioso.—¡Nomejodas,García!Nohabéistardadonicincominutosen

revisar todo el edificio. Ahora, al menos, lo estamos haciendo afondo.Sinoentroconvosotros,osrascáisloshuevos.

García abrió la boca para replicar, pero Ibarra le propino unempujón para que la mantuviera cerrada. Cuando el comisario

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estabademalauvaeramejornotentaralasuerte.Unpardemesesatrás,condenóadigitalizartodosloscasosantiguosaunagentequele discutió una argumentación insignificante. El muchacho, queacababadesalirdelaacademiayteníaganasdecomerseelmundo,se pasó semanas escaneando papeles amarillentos que seamontonabanendesordenadosarchivadoresdecartón.Y,siSantosno podía castigar a García por ser hijo de quien era, alguien secomeríalasconsecuenciasdesuenfado,eIbarra,porestarallí,teníatodoslosboletosdelarifa.

Solo dos estancias formaban la tercera planta. La situada a laderechadelaescaleraestabavacía;tantoquealhablarsusparedesdevolvían las palabras en forma de eco. La de la izquierda, encambio,eraeldespachodelaescritora.

—¿Solo tiene esto?—inquirió García señalando el portátil decolorblancofrentealqueLeirepasabalargashorascadadía—.¿Yla máquina de escribir? ¿Y la botella de güisqui? Esta tía de

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escritoranotienenada.AntonioSantosevitócontestar.Conmiradainquisitiva,recorrió

cada rincón del austero escritorio dispuesto al pie de una ventanaque mostraba una panorámica a vista de pájaro de la costa. Enaquellos papeles desordenados repletos de garabatos y esquemasdebía de estar la clave.En lamayoría de ellos aparecíannombresquejamáshabíaoído:Andersen,Hunter…

—¡Aquíestá!—exclamó tomandoen lamanoun folioconunsinfíndeapuntes.

A diferencia de los otros, los nombres que podían leerse enaquel papel eran bien conocidos para el comisario. Demasiadoinclusoenlosúltimostiempos.

—Amaia,Josune,Iratxe…—leyóenvozaltaentusiasmadoporsuhallazgo—.¿Ossuenanestosnombres?Yesperad,quehaymás:Gastón Besaide, José De la Fuente, Felisa Castelao… ¡Joder, lapescadera también! —Santos estaba eufórico—. ¿Veis como no

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sabéisbuscar?—Nosonmásqueunosnombresgarabateadosenunfolio.No

veoqueesolainculpe—repusoGarcía.—¡Losnombresde lasvíctimas!¿Teparecepoco?—espetóel

comisariomostrandoelpapel.Garcíaechóunvistazoalfolioantesdefruncirelceño.—No sé, amí nome cuadra. Esa tía sabe que es sospechosa.

Quizáshayaestadohaciendocábalasparaintentarcomprenderquéestápasandoaquí—apuntó.

—¡Vayachorrada!—seburlóSantos—.¿Quieresquetedigaloque ha estado haciendo? —inquirió sacudiendo el papel—.Planeando más muertes. Vete tú a saber por qué aparecen aquíBesaideyDelaFuente.Sitedescuidas,tambiénpiensacargárselos.¿Túquéopinas,Ibarra?

—¿Yo?—el agente pareció pensárselo antes de responder—.Quesí.

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—¿Quesí,qué?—Quetienesrazón—aseguróIbarra.—Muybien.Meted el ordenador y todo lo demás en bolsas y

llevadloalcoche.Estavezlatenemos—sentencióSantosantesdesuspiraraliviado.

—Solonosfaltaencontrarlaaella—apuntóGarcíaconsorna—.Aellayalapescadera,siesquenoestámuertaya.

AntonioSantosledirigióunamiradafulminante.—Desde luego que si dependiera de vosotros ni siquiera

habríamos dado con esta prueba —le echó en cara. Después,mordiéndose la lengua para no decir una sola palabra más, seescabullóporelpasilloquellevabahastaeltorreón.

La rabia le carcomía las entrañas cuando llegó a la enormelinterna del faro. Cuánto daría por poner en su sitio a aqueladvenedizo.

—¿Hay algo ahí?—preguntó Ibarra desde el otro extremodel

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pasillo.Santosnegóconungestoapesardequenadiepodíaverlo.—Nada; pero vosotros deberíais saberlo, ¿no? ¿O acaso no

habíais mirado aquí? —preguntó irónico—. Podemos irnos. Yatenemos bastante—anunció mientras dejaba vagar la vista desdeaquelimpresionanteoteroacristalado.

Unagaviotaplaneóalrededordelfaro,recordandoalcomisarioque era un privilegiado por poder contemplar el mundo desdeaquellasalturas.Sinpensarlodosveces,seapoyóenlacampanadecristalyolvidóporunosmomentoslainvestigación.Deunlado,lasinuosa costa de Ulia; del otro, los imponentes acantilados deJaizkibel;asuspies,laentradaalpuertodePasaia;ymásallá,hastadondeabarcabalavista,elinfinitomantoazuldelCantábrico.

«Ojalá ella también pudiera verlo—deseó antes de enfadarseconsigomismopor seguir teniendoese tipodepensamientos.Ellanuncavolveríaconél.Talvezsihubierasidocapazdedisfrutarde

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cosasasínolahabríaperdido.Ahora,yaeratarde».Laenorme lámparadel faroseencendióconun levezumbido.

Aúneradedía,peroapesardequelasnubesimpedíanverelsol,seadivinabaqueelocasoestabapróximo.AntonioSantosinflódeairesus pulmones y se obligó a dejar de pensar en su mujer. Losperiodistasloesperaban.

Conforme bajaba las escaleras hacia la salida, las palabras deGarcíavolvieronasumente.¿YsiLeireAltunanofueralaasesina?Realmente, la prueba hallada entre sus papeles no era tanconsistente como le había parecido en un primer momento. Notanto, almenos, como para dar por hecho su culpabilidad ante laprensa.

Conladesagradablesensacióndesaberquenocontabaconunbuen titular que regalar a los periodistas, abandonó el faro y sedirigióhaciaellos.

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Mediadocenadeciriosbrindabansuluzoscilanteaunaestanciade no más de cuatro metros cuadrados en la que todo parecíadispuestoparacrearunasiniestraatmósfera.Presidiéndoladesdelapareddelfondo,unpequeñoaltarconstruidocontablonessostenía

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una pila de huesos humanos. La coronaban dos calaveras queclavaron sus inexistentes ojos en la recién llegada. Postrado anteellas, de espaldas a Leire, Gastón Besaide, inconfundible por susropas negras y su cabellera completamente blanca, siseaba unamonótona letanía. Parecían salmos, pero la escritora no lograbacomprenderlaspalabras.Guardabasuinseparabletxapelaentrelasmanos,enseñalderespeto.

«Estárezandoenlatín—dedujoreprimiendounescalofrío».ElmenordelosBesaidenosehabíapercatadodesupresencia.

Eracomosi estuvieraen trance; ensimismadopor susoracionesyporelambienteterroríficodeaquellacripta.

«Noesparamenos—pensóLeiresintiendounrepentinodeseodealejarsecuantoantesdeaquellugarqueolíaamuerte».

La cámara que Besaide había aprovechado para establecer suparticular templo del horror estaba revestida de ladrillos, como elresto del túnel. Debía de haber sido construida por los propios

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artíficesdelacanalizaciónsubterránea,probablementeparaguardarlas herramientas necesarias para los trabajos periódicos demantenimiento. Seguramente, no sería el único habitáculo delmismoestiloalolargodelpasadizo.

Leire buscó con la mirada alguna puerta lateral tras la quepudiera encontrarse Felisa, pero allí no había más que paredesdesnudas. De una de ellas manaba una considerable cantidad deagua que resbalaba sobre los ladrillos hasta alcanzar el suelo.Besaidehabíadispuestoallífragmentosdelaviejaconducciónparacanalizarla hacia el pasadizo principal y evitar así que su criptasecretaseinundara.

—In nomine patris…—El volumen de los salmos se hizo depronto más audible mientras Gastón se movía levemente, comoquiendespiertadeunsueñoligero.

Alhacerlo,pareciórepararenalgoquelehizodetenerensecosusletanías.Sindespegarsusrodillasdelsuelo,olfateóelambiente

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girandolacabezaaunladoyotro.Leirediounpasoatrásmaldiciéndoseparasusadentros.«Micolonia…Nodeberíahabermeperfumado».Enunlugarenelqueelúnicooloreraeldelahumedadyenel

que la cera fundida se olía a decenas de metros de distancia, lasescasasgotasdeesenciadevioletaqueseaplicabacadamañanaenelcuellodebíandesentirsecomounamofetaenmediodeunjardínderosas.

AntesdequeBesaidepudieragirarsehacialaentrada,Leireseapartódelalcancedesuvista,apoyandolaespaldacontraunadelasfrías y empapadas paredes del túnel. Por unos instantes, estuvo apuntodeecharacorrerporelpasadizo,peroenelúltimomomento,decidió que sería mejor permanecer tan quieta como pudiera. ApesardequeellaeramásjovenyágilqueGastón,élrecorríacadadíaaquellugarysabríamoverserápidamenteentresustechosbajosyparedesclaustrofóbicas.Eramásqueprobableque,encasodeque

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la persiguiera, pudiera darle caza antes deque alcanzara la salida.Además,siemprequedabalaopcióndequedecidieraqueelolorafloreseraproductode su imaginaciónyvolvieraa susquehaceressin asomarse siquiera al túnel. Esa era, a todas luces, la únicaposibilidad de la escritora de poder escapar de allí sin caer en lasmanosdeaqueldesalmado.

Los segundospasaronmuy lentamente.TantoqueLeire temióque aquel mal rato no acabaría nunca. Pensó en los huesos. Almenoshabíadoscadáveressobreelmacabroaltar.Esosiesquenohabía algún otro cráneo perdido entre el montón de huesos. LaErtzaintzatendríaunbuenentretenimientoparadarconlasvíctimasenellistadodepersonas,seguramentemujeres,desaparecidasenlacomarcadurante losúltimosaños.Porquesialgo teníaclaroLeireera que de la pescadera no podían ser. La desaparición erademasiado reciente como para que no fuera ya más que unesqueleto.

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¿Dóndelatendríaescondida?Del interior de la cripta solo le llegaba un silencio en el que

resonaba el roce de las ásperas ropas deBesaide almoverse paraolfatear alrededor.Cubriéndose el cuello con ambasmanos, enundesesperado intento de frenar la propagación de su perfume, laescritoradeseóquetodoaquellonofueramásqueunapesadilla.

¿Quéhacíaellaenmediodeunlargopasadizosubterráneoconunasesinoquealmacenabahuesoshumanosyrezabaenlatín?

GastónBesaidevolvióaentonarsuincomprensibleletanía.Convozmonótonaycadencialenta,lossalmosvolvieronafundirseconelmurmullodelaguaquecaíapordoquier.

Laescritora respiróaliviaday segiróparabuscar la salidadeltúnel.Antesdehacerlo,reparóenqueunpardemetrosdespuésdelaimprovisadacripta,unhundimientodelterrenoimpedíacontinuarmásallá.SiaúnlequedabaalgunadudasobrelaposibilidaddequeFelisa Castelao estuviera prisionera en algún otro habitáculo que

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pudierahabermásadelante,seledisipóporcompleto.Allínohabíanadiemás.SoloBesaideyunmontóndehuesoshumanos.

Leire,sinembargo,nosedioporvencida. Ibaaencontrara lapescaderaaunquetuvieraqueremovercieloytierra.

Peronoseríanecesariohacerlo.Teníamuyclarodóndebuscarysuintuiciónledecíaqueestavezlaencontraría.

Habíaluzenelpisosuperior.Apesardequeaúneradedía,laclaridadcomenzabaaperderfuerzaantelaproximidaddelanoche,porloqueMarcialBesaidedebíadehaberencendidolalámparadesu habitación. Escondida tras los arbustos que flanqueaban lacarretera, Leire observó que la silueta del hermano mayor serecortaba trassuventanapreferida; laúnicadelpisosuperiorcuyacontraventana no estaba siempre cerrada a cal y canto. Su rostro,ocultotrasunosraídosvisillosdecoloramarillento,seadivinabaa

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duraspenas,peronocabíadudadequeallíhabíaalguien.«Y todavía pensará que nadie sabe que se pasa el día ahí,

espiandoatodoelquepasa—sedijoLeirecontemplandolasombradeaquelhombresobrelacortina».

Aún le faltaba el resuello. La carrera desde el túnel la habíadejado agotada. Para ganar tiempo, tomó el sendero secundario,aquelquecadadíaseguíaGastónBesaidedesdelafuentedelIngléshasta la carretera del faro. Solo quería llegar antes que él a lamansiónparapoderbuscarenellaaFelisa.Sitodoibabien,contabacon bastante margen, porque el menor de los hermanos habíaseguidorezando,quiénsabeporcuántotiempo.

Se disponía a reptar entre los arbustos para buscar un ángulomuerto en el queMarcial Besaide no pudiera verla cruzar al otrolado de la carretera, el que ocupaba el edificio, cuando sonó sumóvil.

«¡Mierda!—pensóalzando lavistahacia laventana iluminada

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—.Esperoquenolohayaoído».Un suspiro de alivio se le escapó en cuanto comprobó en la

pantallaquesetratabadeIñigo.Alsalirdeltúneldescubrióquincellamadasperdidassuyas,peroaldevolverlelallamada,suterminalaparecíafueradecobertura.

—¿Cuándollegas?—inquirióenunsusurroamododesaludo.—¡Joder,menosmal!—Suvozsonabapreocupada—.¿Dónde

estabas?¿Nohabrásentrado?—Sí.Yateexplicaré,ahoranohaytiempo.¿Estásyaporaquí?—¿Has descubierto algo? Joder, qué mal rato me has hecho

pasar.—¿Llegasono?—lointerrumpióLeireimpaciente.—No.Estoyenunatascodecampeonato.LaGuardiaCivilha

montadouncontroldeesosqueaveces lesdapororganizarenelpeajedeZarautz,peroyametocapasar.Llegaréenveinteminutos;mediahoraalosumo.

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—¡Mierda! Pues cuando llegues, búscame en la casa de losBesaide.Voyaentrar.

—¿Quédices?Nopuedeshacereso.Nosepuedeentrarenlascasas así por así. —El profesor hablaba atropelladamente—. Alfinalvasaacabarenlacárcelportodaestahistoria.

—Tengoquehacerlo, Iñigo.Ahoraes elmomento.Tengounacorazonada.Estoyseguradeque lapescaderaestáaquídentro.Tútambiénlocreeríassihubierasvistoaquellacripta.

—¿Quécripta?¿Dequéhablas?Leiresuspiró.—Da igual. Luego te cuento. Lo que importa es que estoy

convencida de que el criminal que está sembrando el terror en labahíadePasaiaesGastónBesaide.Probablemente,conlaayudadesu hermano. Y, si es así, ¿qué mejor lugar para cometer susasesinatosqueestamansiónenlaquenadieentradesdehaceaños?

—Sitanseguraestás,llamaalapolicía.Nohagasmástonterías.

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—No. Voy a entrar. La Ertzaintza perderá demasiado tiempoentre que comprueba lo del túnel y consigue la orden judicial.Podría ser demasiado tarde. —Leire evitó decir que había otromotivoparahacerlo:estabaansiosaporverconsuspropiosojosloqueestabaocurriendoallídentro.

—Noseasidiota.Espérame,almenos.—Nopuedo.Notengomuchotiempo.Gastónpodríavolveren

cualquier momento. —Mientras hablaba, Leire revisaba lasventanas de la planta baja. Había logrado cruzar la carretera ycolarse en la parte trasera de la casa, la que quedaba fuera delalcancedelavistadeMarcialBesaide.

—¿Yelotrohermano?¿Noestabasiempreencasa?—Ese no me preocupa tanto. Se pasa el día sentado ante la

ventana.Medaquetienedificultadesparamoverse,porqueapenasseapartadeallí.

—Da igual. Puede estar armado y pegarte un tiro en cuanto

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asomeselmorro.Hazelfavordenoentrar.Esunajodidalocura.—¡Premio!—musitóLeirealcomprobarquelaterceraventana

tenía un cristal roto. Solo era una esquina, pero al menos podríaintroducirporellalamanoparaabrirla.

—El siguiente coche soy yo —anunció Iñigo—. Aguanta unmomento y no cuelgues, por favor… Buenos días, agente. ¿Elmaletero?Ahoramismo.¿Apagoelmotor?

Leire pulsó la tecla de cortar la comunicación y apagó elterminal. El pedazo de bolsa de plástico que los Besaide habíanpegado en el roto de la ventana no fue traba alguna para susintenciones.Unavezdespegado, introdujoelbrazoderechopor elagujero y giró la manilla. Después, solo necesitó impulsarse confuerzaysaltaralinteriordeloqueresultóserunacocina.

Todoenella teníauncierto regusto rancio, anticuado.Paredesblancas, revestidas de azulejos hasta cierta altura, armarios deformica,unamesademaderaycuatro sillasdeplásticonaranja…

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Aquellugarparecíadetenidoeneltiempo.Leire aguzó el oído. No se oía movimiento alguno. Abrió la

puerta,queemitióunsordoquejidoysalióaunrecibidor.Fotosenblancoynegrocubríanlasparedes,queaparecíanempapeladasconmotivosfloralesdeotraépoca.Unaornamentadavitrinademaderajunto a la puerta principal, aquella por la que entraba la gentecivilizadaquenoaccedíaalascasasporlasventanastraseras,eraelúnicomueblea lavista.El restonoeranmásqueentradasaotrasestancias y el arranque de una escalera que subía a la segundaplanta.

«Tranquila. Marcial está dos pisos más arriba —se dijointentando calmarse antes de comenzar a inspeccionar todos losrinconesdelaplantabaja».

Laescritoranonecesitómásdedosminutosparacomprobarquenohabía rastrodeFelisapor allí.El salónaparecíaordenado, conunaenormealfombrapersa cubriendoel sueloyuna colecciónde

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jarrones chinos de pésimo gusto ocupando todos los estantes delmueble principal. La televisión, una Samsung de pantalla plana,debía de ser lo único que tenía menos de treinta años. Todo lodemáslerecordóaLeirelasaladeestardesuabuelaantesdequelarenovaran.Ydeesohacíayamuchotiempo.

Unminúsculotrastero,unsencillocuartodebañoyuncomedorcon una enorme lámpara de cristal de roca completaban aquellaplanta.

Decepcionadaporsusescasosavances,Leiresedispusoasubiralsiguientepiso.Sinembargo,encuantoapoyóelpieenelprimerpeldañodelaescalera,lamaderaemitióunfuertecrujido.Conunaenorme sensación de congoja, la escritora comprendió que eraimposiblequeMarcialBesaidenolohubieraoído.

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—Esperadunmomento.Haycompañerosvuestrosqueestándecamino —apuntó Antonio Santos señalando la unidad móvil detelevisiónqueafrontabalasúltimascurvasdelacarreteradelfaro.

Estaba nervioso.En un par de horas, los informativos abrirían

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con sus palabras. Tenía que elegirlas muy bien, lo mismo que elfondosobreelqueaparecierasuimagen.

—Vosotrosponeosporahí,comosibuscaraisalgoenlaverjadeentrada—lesordenóasusagentes.

—¿Enlaverja?—protestóCestero.—No somos monitos de feria, comisario. Somos policías —

enfatizólentamenteGarcía.Santosnolesprestóatención.Observabalaestampaqueofrecía

el faro y se la imaginó en la pantalla. La linterna encendida, susrítmicos guiños y el horizonte teñido de los colores cálidos de lapuesta de sol ofrecían un marco perfecto para sus palabras. Seimaginóasuhijayasumujer;y,yapuestos,tambiénalremerodeTrintxerpeconelquelasmalaslenguasdecíanqueseacostaba,anteel televisor.Elpresentadordel informativoanunciaría los titularesy, justo después, aparecería él, Antonio Santos, como el héroesalvadordelabahíadePasaia,anunciandoquelaErtzaintzaestaba

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apuntoderesolverelcaso.Talveznofueraverdad,peronecesitabaesegolpedeefecto.Nopodíaseguirapareciendoenlosperiódicoscomoelresponsabledeunainvestigaciónenquistadaquenollevabaaningunaparte.

Tal vez Itziar se lo pensara denuevoy le brindabaunanuevaoportunidad. Tal vez ahora comprendiera que hubiera sido unmaridotanpocoatento,puessedebíaalasociedadensuconjuntoynosoloasu familia.Talvezsuhijaolvidaraque jamás recordabalosnombresdesusamigas.Talvez.

—Yaestánaquí—anunciólaperiodistadelatelevisiónvasca.La furgoneta recién llegada desplegó la antena parabólica que

llevaba en el techo. El logotipo de la agencia Atlas delataba sualcancenacional.

—Colóquense ahí. Así aparece el faro como fondo—les dijoSantos.

Contótrestelevisiones,cuatroradiosydosdiarios.Nuncaantes

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había hablado ante tantos medios. El caso de la escritora asesinaacabaríaporhacerlofamoso.

—Míralo cómo se pavonea —oyó burlarse a alguien a susespaldas.No necesitó girarse para saber que se trataba deGarcía.¿Quiénsino?

Estuvoapuntodellamarloalordenperodecidióquealgúndíatendríaocasióndedevolverletodossusdesplantes.Yesemomentopodíaestarapuntodellegar.Algunosrumores,queéldeseabaquefueran ciertos, hablaban en los últimos tiempos de que su padresufría una enfermedad degenerativa. Si aquello era cierto, y elsuperintendentedejabaelcargo,notardaríaenllegareldíaenquepodríaporfinpisotearaGarcíacomoaunamiserablecucaracha.

«Ojaláseapronto—sedijoparasusadentros».—¿Empezamos?—inquirióimpacienteunodelosreporteros.Antonio Santos se repasó el uniforme con la mirada. Todo

correcto.Ibaaaparecerimpoluto.

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—Señoras, señores, hoy es un día importante para lainvestigación—comenzócongestosolemne.

—¿Ha aparecido ya Felisa Castelao? —lo interrumpió laperiodistadelaagenciaAtlas.

—Todo a su tiempo, señorita. Todo a su tiempo —musitóSantosconunafalsasonrisa.Nopensabapermitirquelollevaranasu terreno—.Como les decía, hoy es un día importante. Estamosmáscercade la resolucióndelcaso.Nocreoque tardemosmuchoenpoderdarlanoticiaquetodosesperamos:ladeladetencióndelcriminalqueestásembrandoelpánicoennuestracomarca.

—¿Han hallado algo en el faro?—quiso saber el reportero deOndaVasca.

Porunmomento,Santosestuvotentadodedecirlesquesí,queélylossuyosteníanclaralaculpabilidaddelafarera,queestaveznoselesibaaescapar,perosecontuvo.

—Como comprenderán, no puedo darles más detalles, pero

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esténsegurosdequePasaianotendráquellorarmásasesinatos—apuntóaladefensiva.

—¿YFelisa Castelao?—insistió la periodista deAtlas—. ¿Lahanencontrado?¿Estáviva?

—Aúnnohemosdadoconella,peronotardaremosenhacerlo—aventuróelcomisariodejandovagarlamiradaporsuescote.

—¿TienenpistassobreelparaderodelSacamantecas?—Eso son detalles que no puedo compartir con ustedes.

Supongoque locomprenderán—explicóuniendo lasmanoscomohabíavistohaceraalgunospolíticosimportantesenlatelevisión.

Estabacomenzandoasulfurarse.Teníaquedarporterminadalarueda de prensa cuanto antes. Cuantas más preguntas le hicieran,cuantasmásintentaracontestar,mássaltaríaalavistaquenoteníani idea de por dónde comenzar. ¿Dónde se habría metido laescritora? ¿Dónde tendría retenida a Felisa Castelao? ¿La habríamatadoya?

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Los periodistas guardaban silencio a la espera de querespondiera a una pregunta que Santos, absorto en suspensamientos,nohabíaescuchado.Volvióaperder lavista en lospechosde la reporteradeAtlas, que una camiseta ceñida de coloramarilloresaltabaentreaquelmardemicrófonos.

—¿Cómodecía?—preguntósinapartarlavistadeallí.—QuesidescartanyacualquiertipodecomplotcontraJaizkibel

Libre—inquirióalguien—.¿HanencontradoenelfaropruebasqueincriminenaLeireAltuna?

AntonioSantossesobresaltóaldescubrirquesuvoznoveníadeaquellas tetas, sino del muchacho imberbe que sostenía unagrabadora con una pegatina deRadio Euskadi. Volviéndose haciaél, tragó saliva avergonzado. Seguramente, las cámaras habríanrecogidosupérdidadeatención.

«Soy imbécil —se lamentó al comprender que la estudiadapuesta en escena con la que pretendía convertirse en el héroe del

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informativoseestabayendoaltraste».—Señoras, señores, me temo que no puedo dedicarles más

tiempo.La investigaciónmeespera—explicózanjando secamentelarondadepreguntas.

—¿Nopiensaresponderamicuestión?—insistióelmuchachodeRadioEuskadi.

Santoslededicóunamuecadedesagrado.—Quizás prefiera usted que perdamos un tiempo que podría

resultarpreciosoparadarconFelisaCastelaoconvida—leespetóconunacínicasonrisa.Traspermanecerensilenciounossegundosenlosquenadieseatrevióaabrirlaboca,segiróhaciaelfaro,encuyaentradaloesperabanapoyadossusagentes.

—¿Podemosirnos?—quisosaberlaagenteCesteroencuantolovioacercarse.

AntonioSantosasintióconungestoaltiempoquemaldecíasuvidaparasusadentros.Suesperadogolpedeefectoenlatelehabía

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resultado un fiasco. Los periodistas querían detenciones, noanunciosgrandilocuentesyvacíosdecontenido.

¿Quéleestabaocurriendo?Nohacíamucho,suagilidadmentalle habría ayudado a salir airoso de aquel trance, pero ya no eracapaz de anticiparse a los movimientos de los demás. Con unprofundo sentimiento de frustración, comprendió que ese mismomotivo era el que le estaba complicando tanto la resolución delcaso.Algoledecíaquecincoañosatráshabríadadocazaalasesino,antes incluso de que matara a su segunda víctima.Desgraciadamente, eso era cuando era el otro Antonio Santos, elque disfrutaba estando con la gente, el que sabía llevar el buenambientealequipodetrabajo…Enresumen:alquelosavataresdelavidanohabíanconvertidoenunamargado.

—Vamos a la comisaría. Tengo ganas de ver qué hay en elordenador de Leire Altuna—murmuró desganado. Algo le decíaquetodoaquelloaúnpodíacomplicarse.

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Larealidadnotardaríaendarlelarazón.

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«Lohaoído.Seguroque lo haoído—pensóLeire levantandoconsuavidadelpie».

Apesardequeletentólaideadesalirdeallíalacarrera,logrócalmarse lo suficiente como paramantenerse quieta y escuchar la

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reaccióndeMarcialBesaide.Nada,niunsoloruido.Noparecíahabermovimientoescaleras

arriba.Debíadeestaracostumbradoalosrepentinoscrujidosdelacasa. Era habitual en edificios con estructura de madera. Leirerecordóconunamagodesonrisalosdíasdeveranodesuinfancia,aquellos quepasaba en el caserío que su familiamaterna tenía enOialde.EnaquellapequeñaaldeabañadaporlaslímpidasaguasdelUrbeltza,todaslascasascontabanconvigasdemaderaquecrujíanalanochecer,cuandoelfríolasobligabaacontraerse.

«Vamos. Poco a poco—se propuso buscando el borde de laescalera,dondeteníalaesperanzadequecrujieramenos».

Uno tras otro, muy despacio y conteniendo el aliento, logróremontarlostrestramosdepeldañosquellevabanalprimerpiso.Sesentíacadavezmásnerviosa.Sinolograbamoverseconrapidez,notendría tiempo de abandonar la casa antes de queGastónBesaideregresara.Noibaaserfácil.Elsuelodemadera,formadoporrecias

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láminas nudosas, probablemente centenarias, protestaría si no lopisabaconcuidado.

Leirecontócuatropuertas;todasabiertas.Elpasilloerasimilaralde laplanta inferior, conviejas fotografías familiarescubriendolas paredes y un enorme reloj de pie cuyo péndulo se resistía aoscilar.Frenteaél,presidiendolaparedopuesta,unenormeespejoledevolviósuimagen.

«Hasta yo parezco antigua en este lugar —pensó al verseenmarcadaporelóvalodorado».

Laprimerahabitaciónalaqueseasomóteníalacamasinhacer.Laropanegraamontonadaenunaesquinayunvasoconaguasobrela mesilla delataban que se trataba del dormitorio de uno de loshermanos.Probablemente,deGastón,porqueLeiresospechabaqueelhermanomayorvivíaenelpisosuperior.Sudormitoriodebíadeseraquelconlospostigosabiertosytrascuyosvisilloscreíahaberlovistohacíaapenasunosminutos.

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El armario, cuya puerta de doble hoja contaba con tantosagujeros de carcoma que parecía a punto de desintegrarse, sologuardaba un puñado de chaquetas y pantalones colgados desencillas perchas de alambre.Todos negros, como las prendas delmontónderopasucia.

Abrióuncajón.Calcetines. También negros. Entre ellos, un pequeño frasco

llamósuatención.Alexaminarlo,yapesardequeelcolortintadodel vidrio dificultaba ver su interior, comprobó que conteníalíquido.Nohabíaetiquetaalgunaquedelatarasucontenido.

«Medicinas—pensódejándolodenuevoensusitio».La siguiente habitación era la de los padres. La cama de

matrimonio no dejaba lugar a dudas. En su cabecera, un enormeCristocrucificadohechodepuntodecruzclavósuplicantelamiradaenlaescritora.Noeralaúnicamuestradefervorreligioso:sobreeltocador había una réplica de la Piedad de Miguel Ángel y una

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imagenconaguadeLourdes.Leire recorrió la estancia con la mirada. Hasta el propio aire

parecía detenido en el tiempo.Seguramente, nadahabía cambiadoallí desde la desapariciónde losviejosBesaide, como si sushijosesperaranque,deunmomentoaotro, regresarandeFilipinasodecualfueraquefueseel lugaralquehabíanescapadoparaevitar lamásqueseguracondena.

Encualquiercaso,nadadeloquebuscabalaescritora;ningunapistasobrelasmujeresasesinadas.

Unavezcompletadasinéxitolainspeccióndelaprimeraplanta,Leiresubióconsumocuidadolasescalerashaciaelpisosuperior.

«Tienequeseraquí.Poresotienenlascontraventanascerradas.Es aquí arriba donde torturan y asesinan a sus víctimas.O quizásMarcial vigile por la ventana mientras su hermano perpetra loscrímenes—sedijoconelcorazónenunpuño».

Sunerviosismoibaenaumento.Sentíaque lecostabarespirar.

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No era para menos; Marcial Besaide estaba allí arriba. Podríaaparecerencualquiermomento.Talvezlaesperabaagazapadoparaecharsesobreellaencuantolatuvieraalalcance.

No había pisado aún el último peldaño cuando un ruido lasobresaltó.Veníadelpisoinferiorynoeradifícilidentificarlo:unapuertaseacababadecerrar.

GastónBesaideestabadevuelta.Losiguientequeoyólehelólasangre.Elcrujidodelaescalera

resultabainconfundible.Estabasubiendo.Debíadarseprisasinoqueríaquelaencontraraallíplantada.Solotrespuertasseabríanaldistribuidordeaquelúltimopiso.

Dosdeellasestabancerradasy,a travésdelvanode la tercera, laúnica abierta, se filtraba una cálida luz anaranjada que Leireatribuyó al crepúsculo. Era allí, sin duda, donde se encontrabaMarcial Besaide. No recordaba haber visto ninguna otra

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contraventanaabiertadesdeelexterior.Los pasos se acercaban. El menor de los hermanos debía de

estarapuntodealcanzarelprimerpiso.Solounosescalonesmásylaveríaporelhuecodelaescalera.

Leiresintióganasdedesaparecer,deque la tierrase la tragarade repente. Si abriera las puertas, el sonido alertaría a amboshermanos.Sinolohiciera,solopodríaescabullirseenlahabitacióndeMarcial.Buscóconlamiradaalgúnlugardondeesconderseenelpropio descansillo, pero no había nada. Las paredes estabandesnudas. Solo el papel pintado conmotivos florales se atrevía aromperlamonotonía.

Porunmomento,mantuvolaesperanzadequeGastónBesaidenosiguierasubiendoysequedaraensuhabitación,peronofueasí.Suspasoshicieroncrujirlosprimerospeldañosquellevabanalpisosuperior.

No había tiempo que perder. Leire se asomó a la única

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habitación abierta con la esperanza de que el hermano mayorestuvieratanabsortomirandoporlaventanaquenorepararaenella.Erasuúnicaoportunidad.

Loquevio,sinembargo,ladejópetrificada.

—¿Sabes?Hoyolíaafloresalládentro.—Laescritorasellevóangustiadalasmanosalcuello,luchandoporevitarquesuperfumellegara hastaGastón—. Eran las flores que le gustaban a la ama.¿Te acuerdas? Esas moradas que ponía en un jarrón junto a lapuerta.—Un suspiro—. Entonces sí que olía bien esta casa. ¿Teacuerdas?Pueshoyolíaasíeneltemplo.Creoqueescosadeella.¿Dequiénsino?

Besaidediounpasoalfrenteparaasomarseporlaventana.Laescritorasupusoquedesdefueradebíandeverseahoradossiluetas.

—De camino, he visto varios coches de policía en el faro.—

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Leiresintióunapunzadaderabia.Mientrasellasemetíaenlabocadel lobo para dar con el asesino, Santos perdía el tiempopersiguiéndola—.Supongoque los habrás visto pasar.Desde aquílo ves todo.—Gastón hizo una pausa para beber un trago de unacopaquehabíasobrelamesacamillaqueestabajuntoalamecedoraque ocupaba su hermano. El vidrio tintineó contra un candelabrometálicocuandovolvióadejarlasobreeltapetebordado—.Andancon lodeesasperras.Aestepaso,novanaquedarecologistasenPasaia.Sevanadartodosdebaja.

Desde debajo de la cama, Leire observaba la escena sindecidirse a dar el paso de intentar huir.Debía salir de allí cuantoantesyavisaralaErtzaintzaparaquedetuvieranaGastónBesaide.Demasiadaspruebasloincriminaban.Sinembargo,nohabíamaneradeabandonarsuescondrijosinservista.

—Aquí también huele a flores. ¿No habrá venido la ama averte?Siempretequisomásati,nosécómolohacías.

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Leire sehizounovillo al comprobarqueGastóncomenzabaamoverse por la habitación, husmeando como un perro sabueso enbuscadelafuentedelolor.

—Ha estado en la cama —murmuró mientras sus pies seacercaban a la escritora—. Creo que se ha tumbado —apuntósentándosesobreelcolchón.

Elviejosomiersecombóbajosupeso,aprisionandoelcuerpodeLeire.

«¿Me ha descubierto? —se preguntó con el corazón en unpuño».

—Echo de menos cuando estábamos todos—dijo Gastón sinmoversedelacama—.Tútambién,¿verdad?

Suhermanonocontestó.—Yanadaes lomismo.¿Teacuerdascuandonos temían?Me

encantaba.Todosnosrespetaban.Yano.Pasaiahacambiado.—Elsonido de una campana interrumpió sus palabras. Alguien había

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pulsado el timbre. Ojalá fuera Iñigo—. ¿Quién viene? Desde ahídeberíasverlo.¿Uncoche?—preguntóGastónBesaideponiéndoseenpieparaacercarsealaventana—.¿Quiénesesetipo?

Las campanas volvieron a resonar. El corazón de Leirecabalgabaencabritado.Eraelmomento.

«Ahora o nunca —se dijo reptando apresuradamente paraabandonarsuescondite».

Alponerseenpielanzóunaúltimamiradahacialaventana.Depie ante ella, el menor de los Besaide la miraba con gesto deestupor.Asulado,enlamismaposturaquelovioporprimeravez,elcadáver incorruptodesuhermanosebalanceabasuavementeenlamecedora.Dosvelasblancasseocupabandeproyectarlevementesusombracontralosvisillosdelaventana.

—¿Quiénerestú?—inquirióGastón.Pero Leire no estaba dispuesta a perder un solo segundo en

explicaciones.Conel sonidode fondodeuna sirenapolicial,bajó

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dedosendoslasescalerasyseprecipitóhacialapuertadesalida.

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Santos dio un largo trago de agua para empujar la pastilla deIbuprofeno hasta el estómago. Sabía que no sería suficiente paracalmarle el dolor de cabeza, pero sería mejor que nada. Estabadesbordado; sus neuronas trabajaban a toda velocidad para lograr

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entenderelgiroque,enapenasunosminutos,habíadadoelcaso.—¿Vamosparaallá?—dijogirándosehaciaelagenteIbarra.El otro se limitó a asentir con un gesto. Sabía que no era una

pregunta,sinounaorden.Elrecesohabíaacabado.Tampoco llevaban mucho tiempo interrogando a Gastón

Besaide; apenas media hora, pero estaba resultando agotador. Notodoslosdíasdeteníanaunsanguinarioasesinoenserie.

Antonio Santos sentía una mezcla de satisfacción y rabia.Satisfacciónporsaberquelacadenadeasesinatosquetantoestabadesgastando su reputación acababa con la detención de Besaide;rabia porque no había sido capaz de descubrir al asesino por suspropiosmedios,sinoquehabíasidosupropiasospechosaquienselohabíaservidoenbandeja.

—Quéputavergüenza—murmurómientrasabríalapuertadelasaladeinterrogatorios.

—¿Perdón?—Ibarranosabíaaquéserefería.

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—Nada, que es todo una mierda —apuntó tomando asientofrenteaGastónBesaide.

Elmenordeloshermanospermanecíacabizbajo,conlamiradaperdidaensusmanos,quesosteníansutxapelanegra.Aligualquedurante su detención, no se estaba mostrando violento durante elinterrogatorio.Tampocoarrepentido.

—¿DóndeestáFelisaCastelao?Noselopreguntarémásveces.—NohabíatitubeosenlavozdeSantos—.Ocolabora,oserápeor.

Besaide alzó lamiradahacia él.Estaba vacía, como si la vidahubierahuidodeaquellosojosnegrosmuchotiempoatrás.

«Parece un enterrador —pensó Santos reprimiendo unescalofrío».

—Tampoco yo se lo repetiré más veces: no conozco a esaseñora y no tengo nada que ver con su desaparición —espetópausadamente,sinningúntipodeemociónenlavoz.

Elcomisariosepusoenpieparapasearlentamenteporlasala,

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un cuadradoperfecto que apenasmedía cuatro pasos de lado. Susparedesdesnudasnoofrecíanentretenimientosenlosquerecrearse,aexcepciónenunadeellasdeunespejo traselqueotrosagentespodíanseguirlosinterrogatorios.

Alllegarjuntoaldetenido,SantossesentóenunaesquinadelamesayseagachóparaacercarsurostroaldeBesaide.

—Elúnicoquedecideenestasalacuántasvecesserepiten lascosassoyyo—sentenciódandounasonorapalmadaen lamadera—.¿Entendido?

Aquelhombrenoseinmutó.Susojosestabanfijosdenuevoensusmanos,quecaracoleabanentretenidassuajadatxapela.

—¿Entendido?—clamóSantosheridoensuorgullo.Besaideselimitóadesafiarloconlamirada.—Tusoberbianotevaldrádenada.Estavezhasidodemasiado

lejos—apuntóindignadoelcomisario—.Puedequehaceañostúytu familia lograraisescabullirosde la justiciaconaquelasuntodel

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narcotráfico,peroestoscrímenesnotevanasalirgratis.Gastón Besaide propinó un manotazo en la mesa con gesto

hastiado.—Yalehedichoquenotengonadaqueverconlosasesinatos

deesasmujeres—repitióalzandolavoz.—¡Puesmenosmal!—exclamóSantossarcástico—.Sillegasa

teneralgoquever,igualhayqueampliarelcementerio.Ibarraserioporlobajo.—Solo soy un pobre viejo —se defendió el detenido. Sus

palabras sonaban tranquilas, amistosas, pero la fuerza con la queretorcía la txapela delataba una enorme rabia—. ¿Cómo iba yo amataranadie?

—Tehasmontadounacriptaenuntúnelabandonado,conservasunmontóndehuesoshumanosycompartestucasaconelcadáverde tu propio hermano… ¿Y todavía te parece que eres un pobreviejo?—Elcomisariohizounapausaparaesperarunarespuestaque

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nollegó—.¿Cuántosañostienes?—Demasiados—murmuróBesaidesinalzarlavistadelsuelo.—Cincuenta y cuatro —apuntó Ibarra mirando la ficha del

detenido.AntonioSantosescrutóextrañadoaaquelhombre.Apesardesu

faltacasitotaldearrugasymarcasdeexpresión,lehabríacalculadomás.Nosabíaporqué, talvezfueraporsusojosvacíosdevidaoquizáspor lasropasanticuadasquevestía,peroparecíamásviejo;muchomásviejo.

—Si fueras mayor, lograrías esquivar la cárcel, pero con esaedadestás jodido.Tevasapasarel restode tuvidaentrerejas—espetóacercandosurostroaldeGastónBesaide.

—Esolodiráusted.—Yono.Lajusticiaseráquienlodiga.Ymástevale,porquesi

vuelvesaponerlospiesenPasaia, tematarántuspropiosvecinos.Hayquesermalnacidoparamataraunacría.

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Elgestodedesdéndeldetenidoobligóalcomisarioahacerunesfuerzoparafrenarelimpulsodereventarlelacaraapuñetazos.

—Yonolamaté.Niaellanianingunadelasotras—sentencióBesaide.

AntonioSantossellevólasmanosalacabeza.Erademasiado.Ibaanecesitaralgomásfuerte.UnNolotil,quizás.

Aúnno.Elinterrogatoriosobrelasotrasvíctimaspodíaesperar,pero todavía había una persona desaparecida y, con un poco desuerte,aúnlaencontraríanconvida.

—¿Dónde estáFelisaCastelao?—preguntóunavezmás.Estavez lo hizo apoyando una mano en el hombro del detenido ymirándolofijamentealosojos.

Su teléfono móvil comenzó a sonar. Echó un vistazo a lapantalla.

—Dime,Gisasola—esperabaaquellallamada.—Se confirma que los cadáveres de la cripta son dos. —El

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agenteestabaenel InstitutoAnatómicoForensedeSanSebastián,adondehabíansidotrasladadosloshuesoshalladoseneltúnelyelcadáver de Marcial Besaide—. Hace años que están allí, no sonrecientesypertenecenaunhombreyunamujerdeunoscincuentaaños.Elhombrepodríaseralgomayor.

—¿Unhombre?—inquirióSantossorprendido.—Sí,sinningúnlugaradudas.—¿Mepuedesadelantaralgodelacausadelamuerte?—Aparentemente,nohaysignoalgunodeviolencia,peroaúnes

pronto para saberlo. Necesitaremos más tiempo. La prueba detóxicosestátambiénenmarcha.

—Buen trabajo, Gisasola —lo felicitó el comisario antes decolgarelteléfono—.Unhombreyunamujer—murmuróalzandolavista hacia el detenido, que se había puesto la txapela como si sedispusieraasaliralacalle—.¿Quiéneseran?

GastónBesaidelomiródesafiante.

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—Niidea.Losencontréallíymeparecióquedebíahonrarlosyrezarporsusalmascomocualquiercriaturadebiensemerece.

Antonio Santos sintió ganas de agarrarlo por el cuello yestrangularlo hasta que vomitara toda la verdad. Estaba harto deaquelinterrogatorioquenollevabaaningúnsitio.

Elteléfonovolvióasonar.EstavezeralaagenteCestero.EllayotroscompañerosregistrabanaúnlacasadelosBesaide.

—¿Quépasa?—saludóelcomisario.—Tenemos problemas. Una ambulancia viene de camino —

anunciólaertzaina—.Esecabrónguardabaunfrascodecloroformoen un cajón. García lo ha abierto para comprobar su contenidomedianteelolfatoysehadesplomado.

—¿Muerto?—No. Lo tenemos aquí roncando —se rio la agente—. Los

demás hemos tenido que salir porque el cloroformo se haderramado.

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Santosse riopor lobajo.Ojalásequedaradormidounabuenatemporada.

—¿Dóndeloguardaba?—preguntó.—¿El cloroformo? En un cajón de su habitación, entre un

montóndecalcetinesnegros.—¿HanllegadolosdelaCientífica?—quisosaberelcomisario.—No.Todavíaestánenlacripta.Santos asintió. Les esperaba una noche intensa con tantos

escenarios.—Gracias,Cestero.Podéisvolvera lacomisaría—sedespidió

antes de girarse hacia Gastón Besaide—. Ya me dirás para quéquierealguiencloroformo.¿Oprefieresqueteloexpliqueyo?—Eldetenido le dedicó una mirada inexpresiva—. Pues verás: paradormir a sus presas y poderlas llevar a un lugar donde poderasesinarlasydestriparlassinquenadielovea.

Besaidedibujóunasonrisaburlona.

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—Muyinteresante—admitióconsorna.Elcomisariosellevólasmanosalacaraparaintentarcalmarse.

Uno,dos,tres,cuatro…—Estábien.DimedeunaputavezdóndeestáFelisaCastelao

—espetólevantandolavoz.Untensosilencioseadueñódelasaladeinterrogatoriosdurante

unossegundos.—FelisaCastelaoestáaquí.No fue Besaide quien lo anunció, sino una voz metálica que

brotabadelintercomunicador.Santos se llevó la mano derecha a las sienes, que presionó

firmemente.—Loquefaltaba.Algúntontotocándomelaspelotas.ElagenteIbarraseadelantóen lasillaparapulsar la teclaroja

delinterfono.—¿Dónde dices que está? —inquirió acercando la boca al

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aparato.Una interferencia distorsionó las palabras del otro agente y

lanzóunestridentechirridoqueretumbóenlacabezadelcomisario.—¿Cuándo piensan arreglarnos esta mierda de aparato? —

protestóSantosabriendolapuerta—.¿Quédices?¿Dóndedicesqueestálapescadera?—preguntófurioso.

Laexplicaciónllegódenuevoatravésdelintercomunicador.—Aquí,enlacomisaría.Acabadellegar.Dicequequiereponer

unadenunciaporsecuestrocontraLeireAltuna.AntonioSantosvolvióalinteriordelasaladeinterrogatoriosy

sedejócaerpesadamenteenlasilla.Después,hundiólacaraentresusmanosydeseóquetodoaquellonofueramásqueunapesadilla;una horrible y rocambolesca pesadilla. Durante unos largosinstantes, no supo si alegrarse por la aparición con vida de lapescaderaolamentarseporellaberintosinsalidaenelquevolvíaaentrarlainvestigación.

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Entre tantasdudas, solo tuvo lugar en suagotadocerebroparaunacerteza:lanocheibaaserlarga.Yojaláfuerasololanoche.

—Le dije que yo no sabía nada de esa señora. —La voz deGastónBesaidelehizosobresaltarse.Habíaolvidadoqueaúnestabaallí,alotroladodelamesa.

Santos asintió con lamiradaperdida.Exhalandoun suspirodeimpotencia,sepusoenpieparaabandonarlasaladeinterrogatoriosyacercarsealbotiquín.SolounabuenadosisdeNolotillepermitiríaaguantarloqueaúnestabaporllegar.

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—Lejuroquefueasí.Esatíaestáloca.Noséaquéesperanparadetenerla.—Felisa Castelao caminaba sin parar de un extremo aotrodelasaladeinterrogatorios.Apenascuatropasosdeunaparedaotrayvueltaaempezar.

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—¿Quiere hacer el favor de sentarse? —le pidió Santosllevándoseunamanoalassienes.

—No, gracias. Esa zorra me ha tenido sentada demasiadashoras. ¡Mire, fíjese en las marcas de las cuerdas! —señalómostrandolasmuñecasalcomisario.

—¿Y hasta qué hora dice que la ha retenido en el faro? —inquirióSantosfrunciendoelceño.

—Hastaahoramismo.Heconseguidohuircuandoyaeranochecerrada.Encuantoescapé,bajéa lacarreraaSanPedroymihijametrajoencochehastaaquí.

—¿Cómomepuedeodiartanto?—murmuróLeireobservandoalapescaderaatravésdelespejo.

—Nosepreocupe—intentó tranquilizarla laagenteCestero—.Nosotros somos testigos de que lo que dice no es cierto. Hemosestado en el faro toda la tarde y allí no había nadie.Ni Felisa, niusted.

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—Nometratesdeusted,porfavor—pidiólaescritora.Cesteroasintió.—Teníasquehabernosavisado.Esodeentraraesetúnelsolano

hasidomuyprudente.Ylodeirentrandoacasasajenastampoco—apuntósinapartarlavistadelasaladeinterrogatoriosenlaqueelcomisariocontinuabaescuchandolasmentirasdeFelisa.

Leire sabíaque tenía razón,peronodijonada.Había sidounasuertequeIñigollegaraantesdequeGastónBesaideladescubriera.

—Ledijequemeesperara,perocomosihablaraa lapared—protestóelprofesor—.MehahechovenirdesdeBilbaoparanada.

—Eh,esonoesverdad.Sinollegasaaparecer,todavíaestaríadebajodeaquella cama.Estabaaterrada. ¡Ese tipohablabacon suhermanomuerto!

Al otro lado del falso espejo, la pescadera vociferaba ygesticulabaexplicandoloshorroresqueLeirelehabíahechopasar.

—Noparabaderepetirmequememataríaestamismanochey

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que arrojaría mi cadáver a las gaviotas. Es terrible. ¡Y usted ahísentado sin hacer nada!—lloriqueó deteniéndose ante la silla queocupabaelcomisario—.¿Esquenopiensamoverse?¿Sabeloqueesqueunaasesinateateaunasillayteamenacedemuerte?¿Sabeloqueeseso?—insistióalzandolavoz.

AntonioSantoshundiólacaraentrelasmanos.Aquellajornadadominicalseestabaalargandodemasiado.Sucabezaparecíaapuntodeexplotar.

—¿HaréisalgocontraLeire?—inquirióIñigo.Cesterosegiróextrañadahaciaél.—¿Porqué?El profesor apartó lamirada de la sala de interrogatorios para

fijarseenlaagente.Laluzquesefiltrabaatravésdelcristalhacíabrillarelaroquellevabaenlanariz.Nodebíadesermuchomayorquesusalumnasdecuartodepsicología,peroeluniformelahacíaparecerlo.

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—PorentrarencasadelosBesaide—explicó.Laagentebarrióelaireconunmovimientodelamanoderecha.—Nocreo.Sino llegaahacerlo,hoyseguiríamos teniendoun

asesinoporahísuelto.Veteasaberporcuántotiempo.Asíque,porlo que respecta a nosotros, no creo que le demos ningunatranscendencia.

LeiresintiólamanodeIñigoensuhombro.—Hastenidosuerte.Yateveíaentrerejasporcabezona.La escritora no respondió. Escuchaba ensimismada a la

pescadera.Pormásvueltasqueledaba,nolograbaentenderporquélaodiabatanto.

—¿Sesabealgodeloshuesosdeltúnel?—preguntóIñigo.—Son de hace bastantes años—apuntó Cestero sin apartar la

vistadelaescenaquesedesarrollabaalotro ladodelcristal—.Esinquietante saberqueese tíohaandadoporahímatandogente sinquenadiesospecharanada,¿verdad?

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—Mujeres—remarcóLeire—.Matandomujeres.Laagentesegiróhaciaella.—Sobretodo,perotambiénalgúnhombre.Unoporlomenos.Laescritorafruncióelceño.—¿Quién?¿Cuándohasidoeso?—En el túnel había dos esqueletos. Uno de ellos es de un

hombre—explicólaertzaina.Iñigo y Leire cruzaron una mirada de extrañeza. El

Sacamantecasvitorianosolohabíaasesinadoamujeres.—Quizás se cruzara en su camino. Una víctima colateral, un

testigo incómodo…—señaló el profesor—. ¿Se ha interrogado aldetenido sobre el objetivo de extraerles el tejido adiposo delabdomen?—inquiriódirigiendolamiradahacialaagente.

—Laverdadesqueyonoheestadopresenteenelinterrogatorio—sedisculpó—,perotengoentendidoquelohanegadotodo.Dicenosabernadadeesasmujeresnide laplataformaJaizkibelLibre.

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Y,porsupuesto,niideadequiéneselSacamantecas—añadióconungestodeincredulidad.

Laescritoraexhalóunsuspirodecansancio.—Es lo habitual—la animó Iñigo—. ¿No pretenderás que lo

reconozcatodoenunprimerinterrogatorio?—Lo tenemos pillado por los huevos. Dos cadáveres en un

túnel, su hermano también muerto escondido desde hace años encasa…Esecabrónnosevaaescapar—sentencióCestero—.YonosésiesundementeimitadordelSacamantecasounespeculadorsinescrúpulosdispuestoatodocontaldehacerdinero,peroloqueesseguroesquesevaapasarelrestodesuvidaentrerejas.

Leire sonrió para sus adentros. Le gustaban el carácter y eldesparpajo, hasta cierto punto descarado, de aquella agente.Ojalátodos fueran como ella. El profesor debía de sentir lo mismo,porqueobservabaa laertzainaadmirado.¿Oquizáseraatracción?Laescritoraintentóquitarselaideadelacabeza,peronolologró.

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Por el rabillo del ojo, observó como Iñigo pretendía cruzar unamirada cómplice con la agente.Trasvarios intentos, ydespuésdeintercambiar con ella comentarios sobre la investigación, lo logró.Suestudiadasonrisaladeada,queélsabíaqueleconferíauntoqueirresistible,aparecióaltiempoqueCesteroreíauncomentariosuyosobreelcomisarioSantos.

Laescritorasintióganasdezafarsede lamanoqueelprofesorapoyaba en su hombro y salir de allí dando un portazo, pero seobligóacalmarse.

«¿Qué estoy haciendo? Hace años que no estoy con él —seregañó para sus adentros—. Además, no estoy interesada enintentarlo de nuevo —se aseguró—; pero entonces ¿por qué meimportatantoloquehaga?».

—¡Siéntese! ¡Cojones ya! —La voz del comisario desvió suatención.

AntonioSantossehabíalevantadoyaferrabaaFelisaCastelao

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porunbrazoparaobligarlaatomarasiento.—Ya he oído bastantes mentiras. ¿Me entiendes? —espetó

acercandosurostroaldeella.Ahoraeraélquienestabadepie—.Desdequehasentradoporesapuertanohashechomásquementir.Unamentiratrasotra.YtodoparaintentarinculparaLeireAltunaenlosasesinatosdeesasmujeres.—Felisalomirabaextrañada;noesperabaunareacciónasídelcomisario.Hastaaqueldía,habíadadocréditoatodassusacusaciones—.Tengounamalanoticiaquedarte—continuoSantospulsandoelbotón rojodel intercomunicador—.Traedunasesposas—ordenóacercándosealaparato.

ElagenteIbarrano tardóenaparecerconunasque,aungestodel comisario, se dispuso a colocar en las muñecas de FelisaCastelao.

—¿Qué hacéis? Yo solo soy la víctima. ¡Quería matarme!—protestólapescadera.

—Quedas detenida por simulación de secuestro —anunció

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Santos levantándose para ir en busca de otro calmante para sujaqueca—. Tenemos pruebas suficientes de que es así. Nosotrosmismoshemospasadola tardeenel faroy tenemosperfectamentelocalizada a Leire Altuna durante las últimas horas. No solo eso,sinoqueelasesinoquenoshatenidoenvilohasidodetenido.

El comisario desapareció unos segundos por la puerta, paravolverpocodespuésconunvasoyunapastillaqueengullóantesdebeberelaguadeunsolotrago.

—¿Y bien?—le preguntó a Felisa Castelao, que mantenía elgesto altivo—. ¿Me vas a explicar a qué se debe tucomportamiento? ¿Por qué tanto afán por inculpar a alguieninocente?

La pescadera lemantuvo desafiante lamirada, peroSantos noestabaparabromas.

—¡Omeexplicastodooteinvolucroenlosasesinatosytepasasel resto de tu mierda de vida entre rejas! —espetó dando un

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puñetazoquehizotemblarlamesa.Lagallegano tardóenvenirseabajo.Todosuplanseacababa

deiraltraste.—Esazorraestáempeñadaenamargarmelavida.Nosoloamí,

sino también a mi pobre Agostiña—explicó con lágrimas en losojos—.Primeromerobóalchicoqueteníaquehabersidoparamí.Si no hubiera sido por ella, una desgraciada que seguro que enBilbaonoteníadondecaersemuerta…

—¡Si han pasado casi quince años de aquello!—musitóLeireincrédula.

Cestero, ensimismadapor el repentinoataquede sinceridaddeFelisa,asintiómecánicamente.

—Yahora,latomaconminiña—continuólapescadera.Leirenoentendíaaquéserefería—.MipobreAgostiña,reciéncasadaytenerquevivirencasadesumadre…Esoesimperdonable.¡Comosi ella no ganara bastante dinero con la mierda de novelas que

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escribecomoparacomprarseunacasa!—¿De qué hablas? —inquirió Antonio Santos llevándose las

manosalacara.Ibaarecordaraquelagotadordomingodurantetodasuvida.

—ElfarodelaPlata.CuandoelviejoMarcossejubiló,lacasadel farero teníaquehaber sidoparamihija.Acudía laAutoridadPortuaria, pero esabruja semehabía adelantado. ¿Usted creequehayderechoaquelecedanlacasadelfareroaalguiendefuera?—protestó indignada—. Por más que les exigí los derechos deAgostiñaporhabernacidoenPasaia,aquellosmeapilasnoquisieronescucharme. ¡Seguro que esa guarra se los ha tirado a todos!—Felisasesecólaslágrimasconlamangadeljersey.

Leire tragó saliva angustiada. ¿De modo que la dueña de laBodeguilla tenía razón y ese era elmotivo de tanto odio?Parecíaincreíble que alguien pudiera llevar tan lejos una rivalidad comopara fingir su propio secuestro, pero la gallega no era conocida

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precisamente por sumesura.Además, su razonamiento carecía detodalógica,puesAgostiñaeraauxiliardeenfermeríaytrabajabaamenudo en el turno de noche, algo incompatible con el puesto deguardiana del faro. Este requería pasar en el edificio las horas defuncionamiento de la torre de luz por si se daba algún tipo decontratiempo.

Felisa continuó escupiendo palabras envenenadas, dardosdañinosalosqueLeireprefirióhaceroídossordos.

—¿Qué condena le caerá? —quiso saber dirigiendo la vistahacialaagenteCestero.

—No mucho. De momento, pasará un par de días en elcalabozo.Despuésquedaráenlibertadyunjueztendráquedecidirsu pena, pero no creo que pase de unosmeses y, probablemente,algúntipodeindemnizaciónparati.

—¿Para mí? —preguntó Leire mostrando una mueca deincredulidad—.Puestodavíatendráunmotivomásparaodiarme.

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Alotroladodelcristal,Ibarrahizoponerseenpiealadetenidaparaconducirlaalcalabozo.Santossellevólasmanosalanucaysereclinóenlasilla,resoplandohastiado.Antesdeabandonarlasaladeinterrogatorios,FelisaCastelaoclavólavistaenelespejo.

—¿Puedevernos?—preguntóLeirealsentirquesufríamiradalatraspasaba.

—No.Ellasolovesureflejo—explicóCestero.Durante unos segundos, la pescadera pareció contemplar a la

escritora. En unmomento dado, alzó elmentón en un ademán desoberbiaysonrióconmalicia.Después, segiróconunamuecadedesdényabandonólasala.

—Findelahistoria—celebróIñigo.—Eso espero—murmuróLeire sintiendoun escalofrío—.Eso

espero.

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[…]

Undíade1984

Alprincipioerasolounpequeñopuntoblanco,apenasunamotasobre la inmensidad delmar, pero conforme se acercaba, el Trikicomprendióquesetratabadeunalanchafueraborda.

Erarápida.

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Enapenasunosminutossehabíaacercadotantoalatxipironeraaladerivaquesusformascomenzaronadibujarse.Erapequeña;nomásdecuatrometrosdeesloraysincabinaalguna.

«Con una así podría haber llegado hasta Biarritz—pensó conunapunzadadeangustia».

Hacía seis horas que la Libertad flotaba a merced de lascorrientes, que se empeñaban en arrastrar la chalupa de vuelta aPasaia. El cabo Higuer cada vez estaba más lejos y, con él, seescapaban sus sueños. Paris y su anhelada nueva vida sedesdibujabanenladistancia.

Durantehoras,habíafantaseadoconlaideadequeelvientoolafuerzadelmar empujaran la txipironerahaciaFrancia.Daba igualarribaralaplayadeHendayaquealostraicionerosacantiladosdeSokoa;cualquierlugaralotroladodelafronteraseríaunéxito.Sinembargo,enaquellaépocadelañolascorrientescirculabanhaciaeloeste, a diferencia de los seis meses fríos, cuando lo arrastraban

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todohaciaeleste.Todohabíasalidomal.Apesardequeelsolnoeramolestiaalguna,secolocólamano

derecha a modo de visera y entrecerró los ojos para intentaridentificara losdosúnicos tripulantesde la lancha.Cadasegundoquepasaba,estabamásasustado.

¿Debíaarrojarladrogaporlaborda?Intentócalmarse.LaGuardiaCivilnoteníaesetipodebarcosen

Pasaia,demodoquedifícilmentepodríatratarsedeellos.Ymenosaúndealgúnpescador.

Enrealidad,elTrikiteníademasiadoclaroquiénpodíaser,perosolopensarloleaterrorizabatantoquepreferíabarajarcualquierotraopción.

Elmotordelafuerabordafueprontoaudible,unrugidobroncoquehendíacomounafiladocuchilloelarmónicosilenciodelmar.Losrostrosdesusocupantesnotardaronendibujarse.

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JuanBesaideysuhijoGastón.El Triki sintió que le costaba tragar saliva. Lo que estaba a

puntodeocurrirnoibaaresultarnadaagradable.—¿Qué cojones haces aquí? —inquirió furioso el padre en

cuantolalanchaestuvosuficientementecerca—.¿Tienestodoslosfardos?

—Todos—acertóadecirelTrikiseñalandolosqueestabanmásalavista.

Con el motor al ralentí, Juan Besaide maniobró con suavidadparaquesuhijopudieraabordarlatxipironera.

—Esverdad—anuncióGastón—.Estántodosaquí.SupadreclavóunamiradadedesprecioenelTriki,quesesentó

acobardadoenelfondo.—¡Porfavor!¡Nomehagáisnada!—suplicólloriqueando.—Todavía no me has contestado —insistió Juan Besaide. La

finabarbablancaquelecubríaelmentóndisimulabasoloenparte

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lascicatricesquelaviruelahabíadejadoensusmejillas—.¿Porquénovolvisteapuerto?

ElTriki escondió la cara entre lasmanos.Estabadesesperado.El propietario de Bacalaos y Salazones Gran Sol no era ningúnimbécil.Silementía,losabríainmediatamente;sinolohacía,aúnseríapeor.¿Cómoibaareconocerquepensabahuirconsuheroína?

—La gasolina… —balbuceó—. Fue la gasolina. Se agotó amediocaminoyelvientomearrastróhastaaquí.

JuanBesaidealzólascejasenungestodeincredulidad.—¿El viento?—inquirió mirando al cielo despejado—. ¿Qué

viento?—Nosé.Lascorrientes…elviento…Yonosénada.Seacabó

lagasolinayahorameencuentroaquí.GastónBesaidepasabaensilenciolosfardosdelatxipironeraa

lafueraborda.Devezencuando,lanzabaalgunamiradadespectivaalTriki,quelloriqueabasentadoenelfondodelaembarcación.

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—Nome lo creo,muchacho—advirtió su padre—.Todo estomehuelemuymal.Tienes suertedeque los fardosestén intactos.Delocontrarioterebanaríaelpescuezoaquímismo.

—¿Hasvisto?—lointerrumpiósuhijoasomándoseporlabordaparaseñalarelcascodelatxipironera.

JuanBesaidesediounmanotazoenlafrente.—¡Lamadrequeteparió!¿CómoseteocurrerobarlaLibertad?

Cuandomicuñado seentere, te cortará loshuevos.Aestashoras,debedeestarbuscándolacomounlocoportodoPasaia.

ElTrikinopodíacreersumalasuerte.—Levanta, vamos—espetó Gastón Besaide propinándole una

dolorosapatadaenlosriñones.—¿Qué vais a hacerme? Por favor, dejadme vivir —suplicó

apoyándoseenlabordaparaponerseenpie.Elpadresoltóunacarcajada.—Quelodejemosvivir…¡Vayachiste!—exclamóentrerisas.

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—¿Lo tiro? —preguntó Gastón asiéndolo con fuerza por lanuca.

—¡No, por favor!—El Triki luchó por zafarse de él, pero loteníabiensujeto.

—Espera—ordenósupadreentregándoleunchalecosalvavidas—.Daleesto,quemedapena.Veteasabersidicelaverdad.Esosí—dijotirandodelpelodelTrikiparaquelevantaralavista—,setehaacabadoeltrabajarparanosotros.Yagradeceduranteelrestodetusdíasquetehayamosperdonadolavida.

—Gracias,señor—musitóelTrikiaduraspenas.—Tampoco sé si te hacemos un favor.Con lamierda de vida

quetienes,yopreferiríaestarmuerto.Fueloúltimoqueoyóantesdesentircomoloarrojabanalmar.—¡Nomedejéisaquí!—suplicótragandounabocanadadeagua

salada—.¡Meahogaré!LosBesaidenoperdieronmástiempo.LigaronlaLibertadala

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fuerabordayaceleraronrumboaPasaia.—¡Porfavor,socorro!Elrugidodelmotorsefueapagandoenladistancia.«Volverán.Solo quieren asustarme—se repetía elTriki una y

otravez».Lacomitivaqueformabanlalanchaylatxipironera,encambio,

navegódecididahacialosaltosacantiladossobrelosquesealzabaelfarodelaPlata,elinexpugnableguardiándelabocana.

Lohabíanabandonadoenmediodelmar.Presa de una congoja creciente, buscó con la mirada la costa

máscercana,quedesaparecíadesuvistacadavezqueseencontrabaen una depresión entre dos olas. No eran grandes, cualquiermarinero habría dicho que el mar estaba en calma, pero desde elagualaperspectivaeradiferente.

Calculó alrededor de una milla náutica hasta la costa deJaizkibel.Sinelsalvavidas,quetirabadesushombroshaciaarriba,

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se habría ahogado irremediablemente. Gracias a él, su únicoenemigoseríaelfrío.TalvezBesaidelohubierahechoapropósitoparaquemurieradehipotermia,unfinalindudablementemáslentoqueelahogamiento.

Obligándose a no perdermás tiempo en pensamientos que nollevaban a ninguna parte, comenzó a nadar hacia Jaizkibel. Losbrazosselecansaronenseguida,demodoqueoptópormoversololaspiernas.

«A este paso no llegaré nunca—se lamentó—. Ya lo sabíanesoscabrones».

DirigiólavistahaciaelfarodelaPlataconlaesperanzadequeselohubieranpensadodenuevoyvolvieranensubusca.

Lo que vio le rompió los esquemas. A pesar del frío que leatenazaba los músculos y del pánico que le bloqueaba elentendimiento,supodeinmediatoquealgonoencajaba.

Junto a la doble mancha blanca que formaban las dos

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embarcaciones de los Besaide, había un tercer barco de mayortamaño.Porsusformasylostonosverdesqueseintuíanapesardela distancia, el Triki creyó reconocer la patrullera de la GuardiaCivil.

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3dediciembrede2013,martes

Las gotas caían con una lenta cadencia que contagiabaserenidad.Unatrasotra,rompíancontralaláminadeagua,trazandouna sucesión de círculos concéntricos que se disipaban conformeiban creciendo. De vez en cuando, Leire los observaba

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ensimismada, dejándose llevar por su perfecta geometría, pero sumirada estaba más pendiente del libro que estaba leyendo. Eraapasionante; un niño desaparecido en la niebla, una casa solitariajunto al mar… Todos los ingredientes necesarios para no poderparardeleernipararespirar.Nuncahabíasidomuyaficionadaalanovelanegra,peroeraloúnicoqueleíasumadre,demodoquenohabíanadamásencasa.Los librosde su juventud, aquellosdeElbarcodevaporoLosHollister,yanoestabanenlasestanteríasdela que había sido su habitación. Tampoco era que le apetecieraleerlos, pero le sorprendió descubrir que su madre los hubieradonado,sinpreguntarlesuopinión,aunaONGqueorganizabaunatómbolaanualpararecaudarfondosparaEtiopía.

—¿Tehasahogado?—inquirióunavozfemeninaalotroladodelapuerta.

—¿Túquécrees?—seburlóLeireestirandolaspiernas.Le encantaba la sensación del agua caliente en su cuerpo. Su

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mente se relajaba al mismo ritmo que lo hacían sus músculos,regalándoleunbienestarimpensableencualquierotracircunstancia.En la bañera, olvidaba sus preocupaciones y su pensamiento sevolvía más positivo, como si el agua limpiara cada rincón de sucerebroparapermitirlepensarconmayorclaridad.

—Dice la ama que la cena estará en un cuarto de hora —anunciósuhermana.

—Ahorasalgo—aceptócondesgana.Losúltimosmeseshabíavividoasuaire,sintenerqueadaptarse

a loshorariosdenadie,sin tenerquedarexplicacionesdeporquéibaoporquévenía.El regresoa la casade sumadre, encambio,conllevaba adaptarse a la vida familiar. Tal vez por eso le habíaresultadotandifícildarelpasodevolveraBilbao,perolanecesidadde dejar atrás la tensión vivida hacía necesario salir de Pasaia.QueríaolvidarlasacusacionesdeFelisa,losasesinatos,elhorrordelacasadelosBesaidey,aunquesolofueraporunosdías,latrilogía

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inacabable.Todoellohabíapesadomásquelaperezaderegresaralacasadelaquesalióhacíadoceañosyalaquenuncapensóqueseveríaobligadaavolver.EnNavidadyotrasfechasseñaladas,acudíacadaañoapasarunosdías,peronoeralomismo.No,estavezeradiferente.

«Almenos,aquítengobañera—sedijoenunintentodebuscaralgopositivo».

Sabía que exageraba, pero en cierto modo era cierto. Si algohabía echadoen falta enel faroerapoderbañarse.Encambio, enBilbaopodíaquedarsearemojohastaqueselearrugaralapiel.Soloechabaen faltauna cervezabien fría, comoacostumbraba ahacercuandovivíaconXabier.Sinembargo,noseleocurriríahacerloenuna casa donde el alcohol era fuente de problemas de difícilsoluciónyhorriblesestragos.

Lamentabareconocerlo,perosialgonohabíaechadodemenosenPasaiaeraasumadre,IreneGabilondo.Lavidaconellaeraun

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infierno.Seguramenteeseeraelmotivoporelquesuhermana, laantañosiemprealegreRaquel,sehabíavueltotanhuraña.Leirenolograbaentenderporquéunamuchachajovenyatractiva—aunqueempezabaamarchitarselentamente—noseechabaunnovio,ounanovia, tanto daba, y se marchaba de la casa familiar. A vecessospechabaque,enel fondo,Raqueleraunadeesaspersonasquehannacidoparasentirsemártires,paraquejarsecontinuamentedelavidaqueleshatocadovivirsinhacernadarealporcambiarla.

—¿Salesya?—insistiósuhermana.Laescritoraexhalóunlentosuspirohaciendounesfuerzoporno

mandarlaalamierdayseincorporóparaenvolverseenlatoalla.—Yavoy.Meestoysecando.—Puesdateprisa,queaestepasonosvamosaacostaralasmil

—protestóRaquel.

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La televisión estaba a todo volumen. Un hombre al que lefaltabanvariosdientesdelmaxilarsuperiorsuplicabaaunanoviadesu juventud que volviera con él.Enmedio del plato, una pantallaconunsobreproyectadoenellalesimpedíaversefrenteafrente.

—¿Laabrimos?¿Retiramoselsobre?—preguntóelpresentadorcreandounaemociónuntantopostiza.

La mujer pareció pensárselo, pero finalmente negó con lacabeza.

—No. Llevo treinta años felizmente casada y me alegro dehabervueltoaverlo.Nadamás—explicóconacentoandaluz.

¡Pobre hombre!—exclamó Irene sin soltar el tenedor—. Puesparecebienmajo.

—¡Quédices!¿Túhasvistoquébocatiene?—seburlóRaquel.Leirecenabaconlavistafijaenelplato,evitandoenloposible

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dirigirlavistahacialatelevisión.Hacíamesesquenolasveíayahíestaban,comosiempre.Nadahabíacambiadodurantesuausencia.Apesardequehabíafantaseadoconunreencuentrodiferente,teníaasumido que sería así. Por primera vez enmucho tiempo, cenabaconsumadreysuhermanaperoeraigualquehacerlosola.Opeor.Sí,decididamente,aquelloeramuchopeor.Asíhabíasidosiemprey,porlovisto,asíseguiríasiendo.Eranlasnormasdelacasadesumadre.Normasnoescritas,nohabladas,peroquetodascumplíanarajatabla.

En casa de IreneGabilondo se veía la tele hasta a la hora dedesayunar.Nuncaunaconversaciónibamásalládelastrivialidadesdeldíaadíay,eneso, la teleeraunagrancómplicedesumadre.Parecía haber decidido, hacía ya muchos años, que era preferiblepensarenlosproblemasdeaquellospersonajesparapetadostrasunsobre,queenlossuyospropios.

Jamás se oía un ¿qué tal te encuentras?, ni una petición de

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ayuda.Jamás.Enaquellacasa,enlaqueLeirehabíacrecidoyquetanto había llegado a aborrecer, imperaba la ley del silencio. Unsilencioruidoso,perounsilencioalfinyalcabo.

No sabía a ciencia cierta cuándo había cambiado todo. Alprincipioeranunafamilianormal;quizásnolamásfelizdelmundo,pero tampoco la más triste. Recordaba las tardes en la playa, lospaseosporelmonteyhastaalgunasescapadasdeacampada;perodetodoaquellohacíayamuchosaños.Entodosaquellosrecuerdosaparecía supadre, asíquedebíande serde, almenos,veinteañosatrás.Después, todoaparecíacubiertoporunvelogris.Lamuertedelaitalohabíacambiadotodo.

—Solo quiero darte un abrazo. Sentir que vuelves a ser mía,aunquesoloseaporunpardeminutos—murmurabaeldesdentado.

—¡No!Quétúteníaslamanomuysueltayenseguidaseteibaalasnalgas—lereplicólamujer.

—¡Quécachonda!—seriosumadreconunacarcajada.

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Leire no podía más. Aquello comenzaba a ser superior a susfuerzas.

—Creoquemevoyadormir—anuncióintroduciendosusplatosvacíosenellavavajillas.

—Vale, hija —contestó Irene alzando una mano a modo dedespedida.

—Hastamañana—sedespidióRaquel.Ninguna de las dos apartó lamirada de la pantalla para verla

alejarseasqueadaporelpasillo.—¿Abrimos el sobre? ¿Seguro que no quieres darle una

oportunidad? —Oyó todavía al presentador mientras cerraba lapuertadesuhabitación.

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Antonio Santos se sentía pletórico. Por fin, un triunfo propiodespuésdelavergüenzadequedarenevidenciaantelosmediosdecomunicación. Hubo incluso canales de televisión queinterrumpieron su programación habitual para dar en directo la

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rueda de prensa posterior a la detención deGastónBesaide, en laque,pormásqueseesforzóensimularlocontrario,quedópatenteque había estado dando palos de ciego desde el principio. Eldesmedidointerésinformativonoeraparamenos,yaque,alostresasesinatos de los últimos días, se sumaban de repente tres nuevoscadáveres, dos de ellos aún sin identificar. En las tertuliastelevisivassehabíallegadoavaticinarqueelempresariopodíaserelculpabledemuchasdelasdesaparicionesacaecidasenlazonaenlos últimos años. La figura de Besaide, el hombre de la miradavacía, sehabía convertidoyaenunauténticomitodelmalque segrabaríaa fuegoen lamemoriacolectiva,comoAntonioAnglésoJoséBretón.

Pero dos días después de la vergüenza sufrida, Santos estabaeufórico.

El detenido había comenzado a confesar sus crímenes. Solohabíahechofaltadarleaelegirentrelabolsaylabañeraparaquese

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vinieraabajo.LaagenteCesterolehabíareprendidoconlamiradapor insinuar el uso de torturas, pero a Santos le traía al pairo. LacorazadeBesaidesehabíaresquebrajadoyesojustificabacualquiermétodo. Porque, si a algo no estaba dispuesto el comisario, era aque acabaran las cuarenta y ocho horas que podía mantenerlodetenidoencomisaríasinquehubierareconocidosuscrímenes.Yaque no había sido capaz de darle caza por sus propios medios,esperaba, por lo menos, hacerle confesar hasta la última gota desangre vertida antes de que aquel monstruo pasara a disposiciónjudicial.

—Estábien;volvamosalodetuspadres.—AntonioSantossefelicitaba por haber aclarado un enigma que sobrevolaba Pasaiadesdehacíamuchosaños—.¿Quéfueloqueteimpulsóahacerlo?

Besaide apretó lamandíbula con fuerza.Susojos, porprimeravez a lo largo del interrogatorio, brillaron con cierta intensidad.Parecíaestarrememorandoelmomento.

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—Medespreciaban.Mehacíancontinuamentedemenos.¿Sabeloqueesesoparaunhijo?No,claroquenolosabe.Puesyosí.—Por un momento, Santos creyó que iba a romper a llorar, peroBesaiderecuperólacompostura—.Durantemuchotiempofuiyoelque tiródel carrode la familia.Noeramásqueuncríodeveinteañosqueestudiabaenelseminarioyyasabíacómosacaradelantela empresa. ¿Sabe que Bacalaos y Salazones Gran Sol estabaarruinada?Sí, arruinada.Mipadre se lo jugaba todo.Lasmalditastraineras se llevaron el imperioquemibisabuelohabía construidoconpaciencia.Ysoloamí,unmocosoalquequeríanconvertirencura,semeocurriócómosalvarlo.

—¿Conlaheroína?—lointerrumpióSantos.GastónBesaide no respondió. Se limitó a lanzar un bufido de

desdényaapoyarlasmanossobrelamesa.Alhacerlo,lasesposaslanzaronuntintineometálico.

—Enpocosaños,lasarcasdeGranSolvolvieronaserlasmás

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llenas de Pasaia. ¿Y sabe qué? —inquirió golpeando con losnudillos en lamesa—.Antesdel juiciopornarcotráfico,mipadrenos reunió para explicarnos cómo se haría el reparto del imperiofamiliar.Paramí,lacasa;paraMarcial,elnegocio.Elmuycabrónmepremiabaasí loquehicepor salvar el imperiode losBesaide.Me sentí estafado, ninguneado…Y todo, segúnmi padre, porqueera el primogénito quien debía dar continuidad a la saga familiar.Así se había hecho siempre en esta tierra y así debía seguirhaciéndose.

—Así pues, fue una venganza… un crimen casi pasional —apuntó Antonio Santos lanzando una mirada a la agente Cestero,quetomabanotasfrenteaél.

—Fueron tiempos raros —siguió explicando Besaide—. Eljuicio iba a comenzar y mis padres parecía que iban a sercondenados.Así lo creía todo elmundo, almenos.Me pareció elmomentoidealparadeshacermedeellos,porqueseríafácilcorrerla

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vozdequehabíanhuidoaFilipinasparaevitaracabarentre rejas.NadieenPasaiadudaríadelahistoria,ymenosteniendoencuentaquemitíoJorgeeramisioneroenaquellastierras.

—¿Ytuhermano?—preguntóelcomisario—.¿Cómopensabashacerlo para que también él se tragara lo de Filipinas? ¿No lomataríastambiénporeso?

GastónBesaideledirigióunamiradaimpertinente.—¿Quiere dejarme terminar? ¿No quería explicaciones? —

protestóvisiblementecansado—.MarcialestabaenLaRochelle.Lohabían mandado allí para sacarse el título de capitán de barco.¡ComosiaquínohubieraunInstitutodelaMarina!Mipadredecíaque el propietario de Gran Sol tenía que ser capaz de gobernarpersonalmente sus naves y que ningún sitio como Francia paraaprenderahacerlo.¡Seráporlasvecesqueélsehizoalamar!—Sedetuvounosinstantesparallevarseaduraspenasunvasodeaguaalos labios—.Podríaquitarme lasesposas.Nomuerdo…Comove,

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mi hermano no era ningún problema; le expliqué lo de Filipinas,igualquealresto.Sinembargo,nocontéconundetalle:mispadresteníanprevistoautoinculparseeneljuicioparasalvarnosanosotrosde la cárcel, de modo que habían dejado todo bien atado. Mihermanoeraya,sobreelpapel,eldueñodelaempresafamiliar.

—Llegaste tarde —apuntó Santos con sorna—. Así que loasesinasteparaheredar.Afaltadehijos,elherederodetuhermanoeras tú.Aquí tenemos la confesión—anunció satisfecho haciendoungestoaCesteroparaqueloapuntara.

—¿Mi hermano? ¿Marcial? No, él no está muerto. Viveconmigo.

Elcomisariosellevóunamanoalafrenteyapoyóelcodoenlamesa.Laconfesióncomenzabaatorcerse.

—¿Cómolosmató?—LaagenteCesterodecidióintervenir.GastónBesaidedirigióunamirada inquisitiva aSantos,que le

invitóaresponderalapreguntaconungestodelamano.

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—Lossedéconcloroformo.Después,solohizofaltainyectarlesuna dosis letal de heroína pura. Cadames, algúnmuchacho de lazonamoríapor sobredosis,demodoqueno fuedifícildarconunarmalimpiayquetodosteníamosalalcancedelamano.

—Unosmásqueotros—musitóSantos—.Vosotrososhicisteisdeorograciasaella.

—Esonuncasehaprobado.Nopongaenmibocacosasqueyono he dicho —advirtió el detenido señalando el cuaderno deCestero.

—No se preocupe, está todo registrado —señaló la agenteapoyandolamanoenlagrabadoraquehabíasobrelamesa.

—¿Porquélacripta?—quisosaberSantos.—¡Eranmispadres!—exclamóBesaideabriendolasmanos—.

Nopodíaabandonarlosasí,sinmás,comoquientiraunoshuesosdepollo.—Mientrasloexplicaba,abríatantosusojosglacialesquelaagente Cestero reprimió un escalofrío—. ¡Yo los quería! Los he

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honrado durante todos estos años. Cada día, lloviera o no, heacudidoalacitayherezadoantesusrestos.

Elteléfonomóvildelcomisariocomenzóasonar.«TengoquecambiaresasintoníadeVeranoAzul quemepuso

Carola—pensóavergonzado.Hacíasemanasquepretendíahacerlopero la pereza de perderse en los menús de configuración delaparatolevencía».

—Dime—saludóalcomprobarquesetratabadelforense.—Tengo novedades. Las pruebas toxicológicas practicadas al

cadáverdeMarcialBesaidedanpositivoenheroínaenunacantidadmuysuperioralaqueelorganismopuedeasimilar.

—Sobredosis—resumióSantos—.Igualquelospadres.—No lo sé. El análisis de los huesos nos llevarámás tiempo,

peroestamosenello—aclaróelforense.—Tenemoslaconfesióndelacusado—leinformóelcomisario

—. También los padres murieron por sobredosis. Los análisis lo

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confirmarán.¿Algomás?—Sí. También hemos hallado restos de formaldehído en los

tejidos.Esevidentequealguienteníainterésenqueelcadávernosedescompusiera.

—¿Lomomificó?—preguntóSantos.—Algo así, pero de forma muy burda. Lo correcto para una

buenaconservaciónhabría sidodrenar toda la sangrey rellenar elsistemacirculatorioconformol,peroenelcasodeMarcialBesaidenosehizotanaconciencia.Quienquieraquelohiciera,selimitóainyectar el conservante en diferentes partes del cuerpo. De esemodo, se frenó la descomposición y el cadáver aguantó duranteañossincorromperse,aunquesuaspectoesrealmentedesagradable.

El comisario lo felicitó y pulsó la tecla que cortaba lacomunicación. Después, se inclinó hacia Gastón Besaide con unamuecadedesagrado.

—Parecequetuhermanotambiénmurióporsobredosis.

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—Sí,yaselohedicho—admitióeldetenidofrunciendoelceño—.Lodormíyluegoleinyectéladroga.

Cesterocruzóconelcomisariounamiradadeextrañeza.—¿Entonces, lo mató usted? —inquirió la agente, decidida a

aprovecharaquelrepentinoataquedeclaridadmentaldeBesaide—.¿Exactamenteigualqueasuspadres?

Eldetenidoasintiósinmostrarningúntipodeemoción.—CuandoregresódeLaRochelle, lecontéquehabíanhuidoa

Filipinas y no pareció extrañarle, la verdad. Fue entonces cuandome mostró el acta notarial de donación por la que él se habíaconvertido en el nuevo propietario deBacalaos y SalazonesGranSol. El muy cabrón me invitó a volverme al seminario. —Porprimera vez,Besaidemostró algún tipo de emoción con un rictusquedelatabalarabiacontenida.

—Ydecidisteacabarconél—lointerrumpióSantos,impacienteporllegaralfinaldelasunto.

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Besaidebebióunnuevotragodeagua.Alhacerlo,lacadenadelasesposastintineócontraelvaso.

—Elmuycerdometeníaunasorpresaguardada.—Eldetenidosuspiró lentamenteantesdecontinuar—.Mientras laheroínahacíasu efecto, estuve revisando los papeles del notario. ¿Saben quéhabía junto a la escritura de propiedad de Gran Sol?—preguntóapretando con fuerza los puños—. Ese hijo de perra había hechotestamento. ¡Aún no tenía cuarenta años y ya lo había hecho! ¿Ysabenaquiénlegabalaempresaquehabíapertenecidoalafamiliadurantegeneracionesyqueyohabíasalvadodeuna ruinasegura?—Hizo una pausa para clavar la mirada en los ertzainas. Estabafuera de sí. En ese momento, Gastón Besaide parecía capaz decualquier atrocidad. Ni siquiera resultaba difícil imaginarlodesgarrandoelvientredeunaniñadetreceaños—.¿Sabenaquién?¿Losaben?—SantosyCesteronegaronconungesto—.AlpueblodePasaia.¿Ysabenporqué?—inquiriódandounapalmadaen la

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mesa—.Parareparareldañocausadoconeltráficodedrogas.Esodecíaelcabrónenelescrito.

Un tenso silencio se adueñó de la sala de interrogatorios. Laconfesióneracontundente.

LaprimeraenhablardenuevofuelaagenteCestero:—Poresoocultóelcadáverdurante todosestosaños—apuntó

pensativa—. Si alguien hubiera sabido que su hermano estabamuerto, la herencia se habría ejecutado y todo su imperio habríapasadoamanosdelmunicipio.

AntonioSantosalzóunamanoparainterrumpirla.—¿Y lasmujeres?—preguntó devolviendo la conversación al

presente—.¿Porquélashasmatado?—Porintereseseconómicos—seadelantóCestero—.Comosus

anteriores crímenes. Pretendía asustar a los opositores al puertoexterior,¿verdad?

—Yonohematadoanadie—protestóBesaideconungestode

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desprecio.—¿La bolsa o la bañera? Tú decides—lo amenazó Santos a

bocajarro—. Seguro que las aplicaste alguna vez en tus años denarcotraficante, así que sabrás perfectamente lo horrible que essentirqueteasfixiasyquenadapuedeshacerpararemediarlo.

GastónBesaideparecióapuntodederrumbarse.—¿Cómo les tengo que decir que yo no sé nada de esos

crímenes?—preguntóindignado.—¿Nomenegaráqueconfesóavariosvecinosquesumuerteno

leproducíapenaalguna?—insistióCestero.—Ahora resultará que también es un crimen alegrarse de la

muertedeunasactivistasquesoloansíanquelasociedadnoavanceyvivamosancladosenelpasado.¿Esesoundelito?Porquesiloes,yapuededetenerme.¡Confiesoquesoyuncriminal!¿Esesoloquequiere?

—No me hace falta detenerlo por eso —espetó Cestero con

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rabia—.Estaráelrestodesuvidaenlacárcelaunqueseempeñeenreconocersololosasesinatosdesuspadresysuhermano.

GastónBesaidelamiróconungestodesorpresa.—¿Mihermano?¿Marcial?—inquiriófrunciendoelceño—.Mi

hermano no está muerto. Vive conmigo, en el piso de arriba —explicóconuntonoqueexpresabaseguridadensuspalabras.

Santos cruzó una mirada de cansancio con Cestero, quecomprendióelmensajeyapagólagrabadora.

El interrogatorio había acabado. Su tiempo también. GastónBesaidepasabaadisposiciónjudicial.

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4dediciembrede2013,miércoles

Leire dio un nuevo sorbo al café. Su penetrante aroma leacaricióprimerolasfosasnasalesydespuéstodoslosrinconesdelaboca. Apenas unos segundos más tarde, se sintió más despierta.Sabíaqueeracosadesuimaginación,porquelacafeínanecesitaba

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sutiempoparahacerefecto,perosiempreleocurría.—¿Cómopuedegustarte sin azúcar?—seburló Iñigo conuna

exageradamuecadeasco.Leire observó el contenido del vaso de papel y se encogió de

hombros.—Sin azúcar y sin leche. Negro como una noche sin luna—

reconociódandounacaladaalcigarrilloqueteníaenlamano.Enrealidad,legustabamáselté.Elcaféleresultabademasiado

excitante comoparaponersea escribir, peroaquellanocheapenashabíapegadoojoynecesitabaalgoquedespertaraaunmuerto.

—¿Quétallavueltaacasa?—quisosaberelprofesor.Leirenocontestó.Ensulugar,recorriólaplazaconlamirada.

Allí estaba, como había estado siempre, la iglesia de Santiago,legadodelaépocadoradadelCaminodelNorteaCompostela.Trassiglos de olvido, los peregrinos volvían ahora a recorrerlo.Resultaba extraño, pintoresco en cierto modo, ver a aquellos

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fatigados caminantes perdidos en las calles de la ciudad con suspesadasmochilasalaespaldaysusvieirascomoúnicoornamento.EnPasaia,conelambienteportuarioylacercaníadelanaturaleza,sefundíanmásconelpaisaje,comosihubieranestadosiempreallí,pero en Bilbao, entre el Guggenheim y las modernas bocas demetro,ofrecíanunaestamparealmenteanacrónica.

—Está bueno el café—comentó Leire echando un vistazo alvaso.

Iñigoasintió.—Mejorqueeldelamáquinadelafacultad—bromeó.Habían estado a punto de sentarse en alguna de las muchas

terrazas de la plaza Nueva, pero no habían logrado ponerse deacuerdo sobre cuál elegir. A Leire, el Víctor Montes, con suscamareros con pajarita y camisa bien planchada, se le antojabademasiadoelegante;elprofesor,encambio,noquisonioírhablardel Café Bilbao y sus azulejos antiguos, tan apreciados por los

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turistas extranjeros. De modo que el paseo los llevó hasta laplazuelaSantiago,aunaspocasmanzanasdeallí.ElcaféparallevardelPanchitohabía resultadounaalternativadeconsenso,demodoqueahoralodisfrutabanenlosescalonesdelapropiaiglesia.

—Tocabien,¿verdad?Al principio, Iñigo no supo a qué se refería, pero enseguida

reparó en la melodía que se oía de fondo. Un flautista callejerointerpretaba elAveMaría en una de las esquinas de la plaza, alládondedesembocabalacalleCorreo.

—¿Crees que se puede vivir de eso? —inquirió pensativo elprofesor—.Delamúsicacallejera,yameentiendes.

Leireserio.—¿Noquerrásdejarlasclases?—No. ¿Por qué siempre crees que haymensajes ocultos entre

líneas?—protestóelprofesor—.Soloeracuriosidad.Laescritoraesbozóunasonrisaydejóvagarlavistasinrumbo.

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EstabaagustoconIñigo.Enrealidad,siemprelohabíaestado.Siélno fuera tan aficionado a andar en busca de aventuras con otraschicas,losuyopodríahaberfuncionado.Lamentablemente,losañosque pasaron juntos acabaron siendo un tormento en el que habíamástiempoparalassospechas,demasiadasvecesconfirmadas,ylasdiscusionesamargasqueparaelamor.

—Acabodevolveryyaestoydeseandoirme—confesóLeire—.Nolasaguanto.

Elprofesorleapoyólamanoenlaespalda.—Deberías buscarte un piso. Si quieres…—Hizo una pausa,

negando al mismo tiempo con la cabeza—. No, iba a decir unatontería.

—Dila —le pidió Leire con una sonrisa cómplice—. Así mepuedoreír.

—Nada. No tiene importancia —masculló incómodo—. Erasolounapropuesta.Desdemiseparaciónvivosolo.Memudéaun

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apartamento en la calle Autonomía y, si quisieras, lo podríamoscompartir.Esdemasiadograndeparaunhombresolo.

Laescritora sehizo la sorprendida, aunqueera exactamente loqueesperabaoír.

—¿Ves cómo nomerecía la pena que te lo dijera?—protestóIñigo, aunque sus ojos no decían lomismo. Parecían expectantes;esperabanunarespuestaydeseabancontodassusfuerzasquefuerapositiva.

—¿Meestáspidiendoquevuelvacontigo?—preguntóLeireconunadivertidamuecadesafiante.

El profesor lamiró directamente a los ojos, como si intentaraaveriguar su respuesta antes demeter la pata. Iba a abrir la bocaparadeciralgocuandoelmóvildeLeirecomenzóasonar.

—¡Mierda! El pesado de mi editor —aventuró la escritorabuscandoelterminalensubolso.SieraJaume,nopensabaatenderla llamada. Había decidido tomarse una semana entera libre para

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poder relajarse y pensar en todo. Lo necesitaba.Mientras su vidaestuviera patas arriba, no conseguiría escribir una novela encondiciones—. Pues no es él. Es unmóvil, pero nome suena denada.—Pulsólatecladedescolgaryseacercóelaparatoalaoreja—.¿Sí?

—¿Leire Altuna? —La voz masculina hizo una pausa paraesperarqueellaconfirmaraqueeracorrecto—.SoyelmensajerodeMRW. Tengo un paquete para usted, pero no hay nadie en ladirecciónindicada.¿Aquéhoralevabienqueregrese?

La escritoramiró el reloj. Las diez ymedia de lamañana. Sumadredebíadehabersalidoalacompra;suhermana,atrabajar.

—¿Dóndeestáahora?—¿Yo? —preguntó el repartidor—. En su portal, en la calle

Barrenkale.Estabacerca,aapenascincominutosapiedeallí.—¿Le importaríaacercarsea laplazuelaSantiago?Estoyaquí,

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sentadaenlaentradadelaiglesia.—Estupendo.Asínotengoquevolvermástarde.Ahoramismo

mepasoporallá—confirmóelmensajero.—Gracias —respondió Leire colgando el teléfono—. ¿Dónde

estábamos?—inquirióconunasonrisagirándosehaciaelprofesor.Eltonobronceadodesupielhacíaparecerrubialabarbadedos

díasquelucía.Lequedababien.Enrealidad,todolequedababien.Era innegable que era atractivo. A pesar de los años pasados, laescritoraseguíaencontrándoloirresistible.

—Venteavivirconmigo—insistióIñigo.LafurgonetaderepartodeMRWsedetuvoanteellos.—¿Es usted la señoraAltuna?—preguntó por la ventanilla el

transportista, un joven sudamericano de rasgos amables y tezmorena.

Leire se puso en pie. Estaba intrigada. ¿Quién le enviaba unpaquete al hogar en el que hacía doce años que no vivía? Desde

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luego que Jaume no podía ser, porque la única dirección queconocíaeraladePasaia.

—Firmeaquí—señalóelmensajeroacercándoleunatableta—.Hasidounasuerteencontrarla.Apartirdelasonce,elCascoViejosecierraaltráficoyhabríatenidoquevolverasucasaapie.

—Eskerrik asko—agradeció Leire tomando en sus manos unpaquetedeplásticoconloslogotiposdelacompañíadetransportes—.Quetengaunbuendía.

—Usted también —se despidió el empleado arrancando elmotor.

LaescritorasesentódenuevojuntoaIñigo.Revisóelpaquete,que apenas pesaba, pero no vio remitente alguno. Tampoco en eljustificanteque lehabíaentregadoelmensajero.Soloelmembretedelaoficinadeorigendabaunapista.

—¿Quépasa?—preguntóelprofesoralverlatanextrañada.—Nosé.VienedePasaia—apuntótorciendoelgesto.

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—¿Nopiensasabrirlo?Leire asintió, comenzando a rasgar el plástico. Mientras lo

hacía,ydemanera inconsciente, contuvoelaliento.Aquellono ledababuenaespina.

—Sonpapeles—anuncióasomándosealinterior.Una vez abierto el envoltorio, extrajo un canutillo hecho con

varios folios enrollados y sujetos con una goma.El transporte loshabía aplastado ligeramente, de modo que no formaban un tuboperfecto.

—¿Quées?—inquirióIñigo.Leireseencogiódehombros.CómonofueraalgodeOndartxo,

noseleocurríadequépodíatratarse.Soltólagoma,quesaliódespedidahacialapuertadelaiglesia,

ydesenrollólosdocumentos.Conformepasaba,unaauna, lasseishojas, laexpresióndesu

rostrosefuenublando.

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—¿Quiénmeenvíaesto?—preguntóhorrorizada.Las fotoshabían sido tomadas en el farode laPlata.Enellas,

aparecía la escritora en la intimidad de su habitación.En algunas,dormía;enotras,sevestíaoaparecíaenvueltaenunatoallatrasladucha.

—Algún cabrón te ha estado espiando. Están hechas desde elexterior,atravésdealgunaventana—mascullóIñigorevisandolasimágenes,salidasdeunaimpresoradomésticadebajacalidad.

—¡Nopuedeser!—Elmiedosereflejabaensusojos—.Algunavez,hecreídoveraalguienenlaventana,peroestoesunamalditalocura.—Mientrashablaba,Leirecomprobólosdatosdelresguardo—.Fueenviadoayer.NohapodidoserBesaide.

—Niseteocurravolverporallí—dijoelprofesorsinapartarlavista de aquellas instantáneas—. Alguien te está acosando. Estáobsesionadocontigo.

La escritora contempló una de las fotos que la mostraba

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dormida.Surostroaparecíacompletamenterelajado,conunaligerasonrisa dibujada en los labios. Probablemente, soñara con algohermoso,ajenaa laviolaciónde la intimidadqueestabasufriendoeneseprecisoinstante.

—Esespantoso—alcanzóadecir,casisinvoz,dejandocaerlashojasensuregazo.

Iñigose limitóaasentirensilencio;unsilencio tensoyásperoquesoloelAveMaríaseatrevióaprofanar.

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[…]

Undíade1984

—¿En medio del mar? —la cara del Chino mostraba superplejidad—.¿Así,sinmás?

ElTrikiasintióconungestodehastío.Noteníaganasdehablar.Soloqueríacerrarlosojosyolvidarsedetodo.Sentíaquelaheroína

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comenzabaahacersuefectoyqueríadisfrutarlo,nopensarmásenlos dos últimos días, que había pasado en una cama limpia delInstituto de la Marina, recuperándose de la hipotermia. Fue unasuerte que aquel pescador de chipirones lo encontrara flotando aescasasbrazadasdelarecortadacostadeJaizkibel.Sinollegaaserpor él, habría muerto de frío o reventado por las olas contra lasrompientes.

Peronoqueríapensarmásenello.Cerrólosojosyperdiódevistalalúgubreestanciaqueocupaba

en la fábricaabandonada.Lástimaquenopudierahacer lomismocon el hedor que despedía aquel sofá ni con los hirientes sonidosque lanzaban las bolsas de plástico que cubrían las ventanasdesnudasalseragitadasporelviento.

—Tuvistesuerte—murmuróelChino—.Muchasuerte.ElTrikiexhalóunsuspirollevándoseunamanoalafrente.¿Cómopedirleque lodejaraenpaz,quedesapareciera,quese

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callaradeunapuñeteravez?Semoríadeganasdemandarloalamierdaparaquedarsesolo.

Ély el caballo.Nonecesitabanadamás.Desgraciadamente, sabíaquenopodíahacerlo.Estabapelado.Noteníanidroganidineroydependía del Chino si quería chutarse. Solo él le prestaría unascuantas dosis. Al menos, mientras supiera explotar la pena queparecíacausarlesufracasadahuidaaFrancia.

—¿PorquétellamanChino?—lepreguntósinabrirlosojos.Larespuestatardóunossegundosenllegar.—Cosasdefamilia—dijofinalmente—.Mipadremetomabael

pelo de pequeño. Decía que tenía ojos rasgados y que parecíaoriental.—Hizounapausay,cuandovolvióahablar,se lequebróligeramentelavoz—.Enoctavo,meregalóundisfrazdechinoylollevéalcoleencarnavales.Fuedivertido.DesdeentoncestodosmellamaronChino.

ElTrikiabriólosojos.Unodelosplásticosdelaventanaestaba

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rasgado. Tendría que cambiarlo. Alguna bolsa encontraría bajo elsofá.

Despuésloharía.Ahorasoloqueríadisfrutardecadainstante.—¿Porquéestásaquí,enlafábrica?—lepreguntóalChino.—Lavida…,yasabes—contestóelotroaladefensiva.El Triki guardó silencio. Si no quería hablar, mejor para él.

Podríadisfrutar en silenciodel efectodelnarcótico.Sedisponía avolveracerrarlosojoscuandoelChinosedecidióaabrirlaboca.

—A veces, yo mismo me lo pregunto—confesó el Chino—.Cuentolosdíasquellevoenestamalditafábrica.¡Cientoveintidósdías con sus noches! —El Triki se fijó en que los ojos se lehumedecían—.Sinofuerapormiorgullo,volveríaacasa.Discutícon mi padre. Pretendía mandarme a Inglaterra a estudiar ingléspero yo no quería. Si mis colegas también hubieran ido…, peroellossequedabanaquí.—Hizounapausa—.¿Sabesloquepienso?Queloúnicoquepretendíaeraapartarmedeellos.

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—Suele pasar —dijo el Triki. Sentía la mente embotada,adormecida en un duermevela placentero. Era el efecto de laheroína,perosabíaqueprontosepasaría.Cadavezdurabamenos;cadaveznecesitabamayoresdosisymásfrecuentes—.Amínomehizofaltaquemesepararandeellos.Lavidaseocupódehacerlo.

No eran pocas las veces que recordaba a su cuadrilla, seisjóvenesmuchachosconganasdecomerseelmundoydedivertirsetransgrediendo las normas que fuera necesario. La heroína fue laúltimafrontera.LaprobaronunatardeencasadeIker,quesehabíaquedadosoloaquelfindesemana.Debíandetenerdiecisieteaños,oquizásalgunomenos.

Desdeentoncesnovolvióaexistirdiversiónsinella.Hasta que una noche, la droga que les pasaron resultó

demasiado pura y dos de ellos murieron por sobredosis. Fuefulminante.Elsegundonotuvotiemponideapartarselajeringuilladelbrazo.Enciertomodo,fueunasuerte,porquelosqueesperaban

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suturno,salvaronsuvida.—Ojaláhubiera sidoyounode ellos—murmuróelTriki.Era

algoquepensabacadavezqueelmonosepresentabaparahacerledesearquetodoaquelloacabaradeunavez.

—¿Cómodices?—preguntóelChinosinobtenerrespuesta.Delosamigosquesesalvaron,doshabíanmuertodespuéspor

otros motivos: hepatitis y otras enfermedades habituales entretoxicómanos.

SoloelTrikiyMachopermanecíanconvida.Ambosmalvivíanen la fábrica abandonada, olvidada su amistad y convertidos ensupervivientesquesoloteníanunacosaenmente:lograr,cadadía,laheroínaquenecesitabanparapoderseguiradelante.

—¿Meprestas tu jeringuilla?—lepidióelChino,quedisolvíaunadosisenunacucharillaennegrecidaporlallamadelmechero.

ElTrikise llevólamanoderechaal ladoizquierdodelcuerpo.Allí, apoyada en el sofá, junto al brazo, estaba la jeringa, que el

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Chinoseapresuróallenarconladroga.—¿DedóndevienelodeTriki?—lepreguntómientraslohacía.—DeTriquiñuelas—murmuró—.Yasabes,pequeñastrampas,

mangoneos…FueelcabróndeMachoquienmelopuso.—¿Tegusta?ElTrikijamásselohabíaplanteado,peronosonabamal.—Yameheacostumbrado.Una discusión en el piso inferior interrumpió la conversación.

Lasvocesnotardaronensubirporlasescaleras.—Meparecequetienesvisita—apuntóelChinoponiéndoseen

pie.EraelKuko.ElTrikiesperabasuvisita.Sabíaquellegaríaantes

odespués,aunquenoporellosintiómenostemor.—Túveteachutarteesoaotrositio,quenosotrostenemosque

hablar —ordenó el camello dando un empujón al Chino, que seperdiórápidamenteporelvanosinpuerta.

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Losminutosquesiguieronnofueronfáciles.Golpes,amenazas,navajas acariciando los puntos aún recientes del abdomen delTriki…ElKukoysusdosmatonesnosedieronporvencidoshastacomprobarqueunamanchacálidaseextendíarápidamenteporlospantalonesajadosdesuvíctima.

—La nenaza se ha meado —celebró el traficante—. Tienemiedodequelesaquemoslasmantecas.

—¡Basta,porfavor!¡Paradya!—sollozóelTriki.Mañana, a esta misma hora —anunció el Kuko alzando la

albaceteñahacia su cuello—.Niunahoramás.O tienes los cincomildurosquemedebes,oteencontraránflotandoenelpuertoconlasmantecasarrancadas.Lástimaquenadiepagaríaporellas.Conlosecoqueestás,nocreoquemedierannicincoduros.—Hizounapausaparaclavarenélunamiradadedesprecio.Después,bajóelbrazo,loechóparaatrástomandoimpulsoyleincrustóelpuñoenelabdomencontantafuerzacomopudo.

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ElTrikibajólavistaaterrorizado.Esperabaverunanavajaallíclavada, pero enseguida comprendióque sehabía limitado adarleun puñetazo. De no haber sido porque los matones lo manteníansujetoporlosbrazos,sehabríaderrumbadodedolor.

—¡Soltadlo!—ordenóelKuko—.Recuerda,mañanaaestahoraseagotarámipaciencia.

Conlamiradanubladaporeldoloryelmiedo,elTrikiapenaslos vio abandonar aquel antro que él llamaba habitación. Intentóllegar hasta el sofá, pero no lo logró. Tambaleante, dio un par depasosysederrumbópesadamenteenelsuelo.

«Ojalá hubiera sido yo uno de ellos—se repitió una vezmásrecordandoasusamigosmuertosporsobredosis».

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4dediciembrede2013,miércoles

Amedidaqueavanzaba,Leiresentíaquelasgotasdesudorquele resbalaban por el rostro iban haciéndose más continuas. Laspiernascomenzabanamostrarsignosdecansancio,perosucorazónysumenteaúnpedíanmás.Hacíademasiadosdíasquehabíadejado

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de remar y su cuerpo necesitaba liberar la tensión acumuladadurante las últimas jornadas. Y más, después de recibir aquellasinquietantesfotografías.

UnavezquesucarreraalcanzóelpuenteEuskalduna,cruzóalamargen izquierda y comenzó el retorno por los muelles deAbandoibarra.Eralaprimeravezquecorríaporellos.Ensusañosde estudiante en Deusto, el Campo Volantín y la avenida de lasUniversidades eran el escenario de sus escasas carreras. La otraorillanoeramásqueunamplioespacioportuariodecadenteenelque los únicos edificios eran viejas naves en desuso. Entre ellas,apenascomenzabanatomarformatímidamenteelGuggenheimyelpalaciodecongresos.

Ahora, sin embargo, aquel espacio había sido tomado por losbilbaínos,convertidoenelcorazóndeunaurbereinventada,dondehacerdeportealaire libreeracasiunaobsesión.ObservóconunapunzadadeenvidiaalosmuchosremerosquesurcabanelNervióny

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esquivó a varios patinadores que aprovechaban aquella zona sinpendientesparasusentrenamientos,peroloquemásabundabaeranlos corredores. La climatología jugaba a su favor. El cielo estabadespejado,perohacíaunfríointenso,algonormalaesasalturasdelaño y a esas horas del día, con la luna asomando sobre elmonteArtxanda.

AúnnohabíallegadoalaalturadelpuentedeLaSalve,cuandoelteléfonomóvilcomenzóasonar.

«Debería haberlo dejado en casa —se dijo malhumoradamientrassoltabalacintaqueloasíaasubrazoizquierdo».

—Dime—dijodeteniéndoseal comprobarqueera suhermanaquienlallamaba.

—¿Dóndeestás?—preguntósecamenteRaquel.—Hesalidoacorrer—informóLeireconunaccesodetos.Los

pulmonessequejabanporsurenacidaadicciónaltabaco.—¿Esquenisiquieracuandoestásaquísabesdedicarunratoa

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laama?—¿La ama? Si me ha dicho que de seis a ocho le tocaba

adoración perpetua —se defendió la escritora apoyándose en labarandilla que protegía elNervión—.Nos hemos despedido en elportal;ellaibaalaiglesiayyoacorrer.

—Pues ya puedes ir volviendo a casa—sentenció su hermana—.Aquienhaestadoadorandoesalabotelladeginebra.Empiezoaestarhastaelmoñodequepasesdetodo.¿Estásmuylejos?

Leiremiróinstintivamenteelrelojapesardequelarespuestanoestabaenél.

—Nomucho.Quinceoveinteminutosalosumo.—Pues aprieta el ritmo—dijo Raquel con desgana—, que yo

mevoyadarunavueltaaversimecalmounpoco.—¿Dóndeestá?—Cuandolleguesloverás.Estanpatéticocomosiempre.Elpan

nuestrodecadadía.¿Odeberíadecirelpanmío?¿Tienesllaves?—

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Leirecontestóafirmativamente—.Puesdateprisa.Sumida en una desagradable sensación de impotencia, la

escritoraguardóelmóvilyforzóelritmo.Ellasíqueestabaharta.Harta de todo y de todos. ¿Es que no iba a haber un solo lugardondepudieraestartranquila?

MientrasatravesabaalacarreraelZubizuri,lapasarelapeatonalque salvaba la ría frente a las altivas torresdeHisozaki,pensóenIñigo.Talveznoeratandescabelladalaideadeirseavivirconél.

—Tencuidado,queestopatinamásqueunapistadehielo—leavisóunvendedorde loteríaambulantealverlaresbalarsobreunadelasbaldosasdevidrio.

Sin llegaracaerdebruces,Leire logró recuperarelequilibrio.Avergonzada, frenó lacarrerayseobligóacaminarapaso ligero.Imitó al resto de viandantes y apoyó la mano en una de lasbarandillasdelpuente.Así,nocorreríapeligrodecaerse.

—¡Vayaobrasquehacen!—mascullóunaancianaasulado—,

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¿a que el puente de Deusto o el del Ayuntamiento no resbalan?Antes las cosas se hacían bien.Ahora importamás el diseño quequieneslocruzan.¡Sontodosunhatajodemangantes!

Leirequisoreírseperonoteníaganasdehacerlo.Queríallegarcuantoantesacasay,almismotiempo,deseabanohacerlonunca.La ideade encontrar a sumadre tanbebidaque lapropiaRaquel,acostumbradaaconvivirconella,perdíalosnervios,nolacautivabalomásmínimo.

Encuantocompletóelpasodelpuente, recuperóel ritmo.LasSieteCalles estabanya cerca.Un saxofonista callejero tocabaunamelodía triste en el Arenal. Parecía una sinfonía creadaexpresamenteparasuestadodeánimo,porquebastanteteníaconlosuyo, comopara enfrentarse con la triste realidaddel alcoholismode su madre. Para colmo, los de la compañía de transportes nohabían sido capaces de aclararle quién era el remitente. Tras unalarga discusión telefónica, solo le habían confirmado lo que ya

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sabía:queelpaquetehabíasidoenviadodesdePasaia.Alparecer,habíasidoentregadoenlapropiaoficina,peronadieallírecordabaquiénlohabíaenviado.

La encontró en la cocina. Con un nudo en la garganta y laslágrimaspugnandoporabrirsecamino,Leireobservóensilencioaaquella mujer que treinta y cinco años atrás la había traído almundo. Era una imagen devastadora, tan lamentable y humillantequeparecíaabsurdamenteirreal,comosinoestuvieraocurriendo.

—Ama—lallamólaescritora—.¿Estásbien?La mujer apenas emitió un sonido gutural, una especie de

gruñidoahogadoporlapropiapostura.Sentadaenelsuelo,conlaspiernas abiertas para poder abrazarse al cubo de la basura, Irenedormíaconlacabezacolgandohaciadelante.

Elsonidodeuna llaveen lacerradurahizoqueLeiresegirara

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hacialapuertadeentrada.—¿Vesaquémerefería?—inquiriósuhermanaempleandoun

tono que incluía un reproche—.Así estamos cada día. Bueno, talveznocadadía,perosídemasiadoamenudo.Ymeprometequelodejará,ymejuraquenuncavolveráabeber,perosiemprevuelveapasar.

—Esterrible—Leiresintióelcalordelaslágrimasdeslizándoseporsucara.

—Lo peor es cuando me dice que no tiene problemas con elalcohol,queescosademiimaginación—lloróRaquelseñalandoasumadreconlallaves—.¿Túcreesquesepuedevivirasí?

Laescritoraseacercóasumadreyseagachóasulado.Hedíaaalcoholyavómito.

—No, claro que no—admitió acariciándole la espalda—. Nomeesperabaalgotanhorrible.

—Puesnoseráporqueyonoteloheexplicadounayotravez.

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Es más cómodo hacer oídos sordos, ¿verdad? —le recriminó suhermanaconcaradecircunstancias.

Leiresesintióavergonzada.Raquelteníarazón.—Perdóname por no haber estado más pendiente —dijo

girándosehaciaella,queseguíadepiejuntoalapuerta—.Tenemosqueacabarconestodeunavez.Ytenemosquehacerlojuntasonololograremos.

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5dediciembrede2013,jueves

Elsegundopaquetellegósoloundíadespués.PasabanpocosminutosdelmediodíayLeireestabaenlacocina,

preparandoalgoparacomercuandoelmensajerollamóaltimbre.—Hoy sí que la encuentro en casa —la saludó simpático

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entregándoleunsobredeplásticorepletodelogotipos.Laescritoraapenascruzóconélunpardepalabrasdecortesía

mientras firmabael recibo.Después,seapresuróacerrar lapuertamurmurandounadiós.Estabademasiadoasustadacomoparaperdertiempo en conversaciones banales. ¿Quién estaba detrás de esosenvíos?¿Quéqueríadeella?

—Espere—pidió volviendo a abrir la puerta. El repartidor segiróhaciaelladesdelasescaleras,quehabíacomenzadoabajar—.¿Mepodríadecirquiéneselremitente?

Elchicoabriósucarpetaymiróelresguardo.—Lo tiene aquí —explicó señalando una esquina del

documento.Leire comprobó la copia que le había entregado elmensajero.

Esta vez, la casilla reservada al remitente no estaba en blanco.Elnombreque leyóenellanoresultabadel todo inesperado,peronoporellolecausómenosdesasosiego.

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JoséDelaFuente.—Oh, es verdad. Gracias—musitó volviendo a encerrarse en

casa.Jamás hasta entonces lo había hecho, ni siquiera cuando, de

niña, se quedaba sola, pero pasó todos los cerrojos. Después,contemplóelpaqueteconunamezcladeimpotenciaycuriosidad.

Losopesó.Esta vez pesaba más que la anterior. También parecía más

voluminoso.¿Másfotos?Laideadevolveraverseretratadaensuintimidad,desaberque

aquelasquerosolahabíaestadoespiandoenlasoledaddelfarodelaPlata, la bloqueaba. Se sentía incapaz de abrir aquel regaloenvenenado que sabía de antemano que la turbaría hasta nivelesimpensables.Aúnnohabíadigerido la recepciónde las fotosyyateníaantesíunanuevaentregadeaquelperturbadoqueespiabasu

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intimidad.Almenos,ahorasabíaquiénestabadetrásdeaquellosenvíos.«Mevoyavolverloca—sedijodesesperadamientrasmarcaba

en el móvil el número de Iñigo. Necesitaba estar acompañada,aunquefueraatravésdelteléfono».

Elnúmeroalquellamaestáapagadoofueradecobertura.—Mierda—musitósinapartarlavistadelsobre.Tenía que abrirlo. Cuanto antes supiera lo que había en su

interior,antesdejaríadehacerseextrañasconjeturas.Tomó aire, luchó por calmar los latidos desbocados de su

corazón y rasgó el plástico para descubrir que, en lugar de uncanutillo de folios, esta vez contenía un cilindro de plásticotransparente. Dentro no había fotos. Solo una flor; una preciosaorquídeadelcolormoradomásintensoquejamáshubieravisto.

Laobservabafijamentecuandoeltimbredelmóvillasobresaltó.Pulsando la tecladedescolgar, sedejócaerpesadamenteen la

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sillaquesumadreteníaenlaentradaparaponerseloszapatosantesdesalir.

—Hallegadootropaquete—dijoamododesaludo.—¿Cómo?—inquirióIñigo—.¿Enserio?¿Estásbien?Leireleexplicócuáleseranelcontenidoyelremitente.—¿El constructor? Ese tipo está obsesionado contigo.

Deberíamosdenunciarlo.—Ni siquiera sé cómoha sabido la dirección demimadre—

protestólaescritora.—¿Seladisteaalguien?LeirerepasómentalmentesusúltimosdíasenSanPedro.—Norecuerdohaberlohecho,perotampocoesningúnsecreto.

Igualapareceenmi fichade la federaciónde remooencualquierotrolugar—mascullópensativa.

—¿Estásencasa?Notemuevasdeallí.Iréabuscarteencuantopuedaytellevaréalacomisaría.HayqueinformaralaErtzaintza

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deesteacoso.—No.Déjamesolucionarloamí.Mañanamismoiréaveraese

cabrón.—¿Paraquéestálapolicía?Noseteocurraacercarteaél.Puede

serpeligroso—leadvirtióIñigo—.¿Lohablamosdandounpaseo?—Estábien—aceptóLeire—.Aquíteespero.

Apenashabíaterminadodehablarcuandolacerraduraemitióunchasquido. Alguien había introducido la llave en el bombín y laestabagirando.Leiresepusoenpiedeunsaltoyseasomópor lamirilla.

Era su madre. Al encontrar los cerrojos pasados, llamó altimbre.

Uno a uno, la escritora retiró los cierres de seguridad. Nuncahabíaentendidoeseafándesumadreporprotegersucasacomosi

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de un castillo medieval se tratara. Se sintió ridícula por haberlosutilizado.

—¿Quéhaces,hija?Todalavidareprochándomeloscerrojosyahorateencierrastú.Síquehascambiadoenesefaro.

—¿Eh?Sí…Ya—murmuróLeireescondiendolaorquídeatraslacómoda.

Irene dejó las bolsas de la compra en el suelo y acompañó lapuertaconlamanoparaquesecerrara.Después,mirófugazmentealosojosdesuhijaybajólamiradainmediatamente.

—Siento mucho lo de ayer —se disculpó—. Me da muchavergüenzaloqueosestoyhaciendopasar.Nolomerecéis.Nadielomerece.

Laescritoraobservabaasumadredebatiéndoseentreintervenirono.Porunlado,sentíalanecesidaddepararcuantoantesaquellaincómodasituación,murmurarunno tepreocupesyescabullirseasuhabitación;porotro, sabíaquecuántomásdifícil se lopusiera,

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cuántomás avergonzada la hiciera sentir, antes buscaría la ayudaquenecesitaba.Porque,sialgoteníaclaro,eraqueIrenenecesitabaunaayudaqueencasadifícilmentelepodríandar.

—Estamoshartas—decidiódecirfinalmente—.Sisiguesasí,tequedarás sola. Sola y en la calle.Raquel está agotada.Ayer la visuperada.Yyocualquierdíavolveréamarcharmeynoestaréaquíparaaguantartusborracheras.

—Losé,hija.Losé—musitóIrenesinatreverseamiraraLeirealosojos—.Hedecididobuscarapoyo.Vengodelmédicoymeharecomendado que participe en las reuniones de AlcohólicosAnónimos.Estamismatardepiensoacudir.—Alzólavistahaciasuhija.Sumirada,nubladaporlaslágrimaserasuplicante—.Necesitoquemeacompañes.Solohoy,soloelprimerdía.Nomeatrevoairsola.

Leiresintióunestremecimiento.Jamáslahabíavistollorar.Nisiquieracuandoloscompañerosdesupadresepresentaronencasa

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para comunicarle la terrible noticia, había derramado una solalágrima. La escritora recordaba aquel momento como si hubieraocurridoapenasunpardedíasantesynocuandoellasolocontabacatorceaños.Noteníamásquecerrarlosojosparavolveraver,contotal nitidez, a aquellos dos hombres con el uniforme de losbomberos y el semblante triste, de pie ante la puerta de casa. Susvoces quedasmurmuraban palabras de ánimo entremezcladas condetalles del accidente. Un incendio en el almacén de una fábricasiderúrgica, un techo derrumbado por el propio agua de lasmanguerasy tresbomberos aplastadospor los escombros.Unodeellos, su padre, que las había acompañado al colegio esa mismamañanayalquenuncamásvolveríanaver.

Nisiquieraentonces,consushijashechasunmarde lágrimas,IreneGabilondohabíallorado.

—Por supuesto que te acompañaré—la animó Leire dudandoentreabrazarlaono.

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No recordaba la última vez que lo había hecho. ¿Cuándo sehabía vuelto su madre tan esquiva a las muestras de afecto? Laescritorateníavagosrecuerdosenlosquelaacariciabaconcariñoyle explicaba lo mucho que la quería, pero de eso hacía muchotiempo; demasiado.Tal vez fuera lamuerte de su padre la que lahabíacambiado.Delmismomodoquehabíaenterradolaslágrimas,debiódeenterrartambiénlasemocionespositivas.

—¡Lo siento tanto! Me da tanta vergüenza todo esto… —sollozabaIrenesinatreversealevantarlavistadelsuelo.

Leiretomóaire.Nosabíasiestabapreparadaparahacerlo,peroabriólosbrazosylaabrazóconfuerza.Laincomodidadinicialfuemitigándosealmismoritmoquesumadrecedíaalprimerimpulsode zafarse de ella. El llanto creció en intensidad y los brazos deIreneseaferraronconfuerzaalaespaldadesuhija.

—¡Lo echo tanto de menos! —admitió entre sollozos—.Aquella mañana habíamos estado planeando las vacaciones.

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Queríamos alquilar un barquito y recorrer las rías gallegas. ¡Peronuncamásvolvíaverlo!

Laescritora la abrazóconmás fuerza.Nodijonada.Nohacíafalta hacerlo. Sabía que, por fin, tras más de veinte años deprohibirseelduelo,sumadrehabíacomenzadoadesahogarse.

Los minutos pasaron lentamente. Leire sentía la camiseta dealgodónempapadapor las lágrimasdesumadre.¿O tambiéneranlas suyas? Poco a poco, los sollozos fueron apagándose mientrasIrenerecuperabalaentereza.

—Tendremos que comer—apuntó secándose las lágrimas conunpañuelodepapel.

Leireasintió.Noteníahambre.Aquelenvíolehabíaquitadoelapetito,peronoqueríaexplicárseloasumadre.Noeraelmomentodeabrumarlaconsusproblemas.

—¿Aquéhoraeslareunión?—inquiriólaescritora.—Alassiete—musitósumadreechandounvistazoalrelojde

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pared—.¡Siyasonlastres!Buscórápidamenteelmandoadistanciayencendióeltelevisor.

Leireserioparasusadentros.Habíacostumbresquenocambiaban.—¿Sabes? —le dijo Irene girándose hacia ella—. Me alegro

mucho de tenerte aquí. Tu hermana nunca viene a comer. Si nofueraporlosdelTeleberri—explicóseñalandoal informativoquecomenzabaenlapantalla—,mesentaríasolaalamesacadadía.

Leireentróenlacocinayabrióelcajóndeloscubiertos.—¿Quéhayparacomer?¿Hacenfaltacucharas?—Sumadreno

contestó—.¿Meoyes?—insistiólevantandolatapadeunacazueladondehumeabaunestofadodelentejas.

—Una nueva desaparición —anunció su madre desde elcomedor—.Ven,corre.

La escritora se asomó por la puerta a tiempo para ver en lapantallaunaimagendelpuertodePasaia.

—La desaparición ha sido denunciada estamañana, cuando la

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mujer no se ha presentado a su trabajo en la papelera deAmorebieta. Sus compañeros han explicado que siempre llegabapuntual y se han alarmado al comprobar que nadie respondía alllamarlaporteléfono—explicabalapresentadora.

Leire dio un par de pasos hacia la pantalla y se apoyó en elrespaldodelsofá.Sentíaquelefallabaelequilibrio.

«Mirenno,porfavor».—¿Estásbien,hija?—preguntó sumadre apoyandounamano

ensubrazo.Laescritoraasintióconunlevemovimientodecabeza,perose

sentía mareada. Acababa de reconocer en el televisor la foto deMirenOrduña.

—… en marcha un dispositivo de búsqueda —continuóexplicandolareportera—,perolaErtzaintzanodescartaquesetratedeunadesapariciónenfalso,comolaúltimavividaenPasaia.—Laimagen de Antonio Santos ante los micrófonos acompañaba sus

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palabras—.Eseesahoramismoeldeseodetodoslosvecinosdelabahía, pero nadie oculta que se temen lo peor. En la sede deJaizkibel Libre, plataforma a la que, igual que las tres mujeresasesinadas en las últimas semanas, pertenece la desaparecida, ladesolaciónerapatenteestamañana.—Imágenesdegenteabrazaday llorando—. Su portavoz ha enviado un mensaje de apoyo a lafamilia y ha insistido en que el grupo ecologista no se doblegaráanteestaspresiones.

—Creo que no quiero comer—musitóLeiremientras luchabaporborrardesuimaginaciónunainquietanteestampadeMirenconelvientredesgarrado.

—Deberíashacerlo.Aunquesoloseanunaspocaslentejas,tevaahacerfaltallenarunpocoelestómago—insistióIrene.

Laescritoraseguíaconlavistafijaenlapantalla,perosumenteestabamuylejosdeella,enunalluviosaríadelacostaguipuzcoana.Tan absorta estaba en sus sombríos pensamientos, que apenas

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reparó en la noticia que siguió a la de Pasaia: un bloque culturalsobrelaaperturaenDurangodesumultitudinariaferiadellibro.

—No, de verdad que no tengo hambre —se disculpóincorporándose—. Voy a tomar un poco el aire. ¿Era a las siete,verdad?—preguntóantesdesalir.

Se encontraba ya en el descansillo y se disponía a cerrar lapuertacuandoalgolahizovolveralcomedor.

—Tequiero,ama—murmurópropinandounsonorobesoenlamejilladesumadre.

Ahorasí,cerrólapuertayseperdióescalerasabajo.

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38

5dediciembrede2013,jueves

Elsuavevientodelnoroeste secolabaporelcaucede la ríayremontaba la ladera, despeinando el flequillo de Iñigo, que noapartaba lamiradade laciudad,cuyascalles sedesparramabanenaparentedesordenalláabajo.

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—Hacía añosqueno subía—explicó envozbaja, como si noquisieraromperlaquietuddellugar.

—Seguro que no tantos como yo. No se parece en nada a laúltimaciudadquevidesdeaquí—apuntóLeiremoviendolamanoderechaparaabarcarconelgestotodoBilbao.

Habíasidoideasuya.ElfuniculardeArtxandateníasuestacióninferioramitaddecaminoentreelCascoViejoylaUniversidaddeDeustoynoseleocurríaunlugarmejorparaairearsumente.Desdeaquella montaña se disfrutaba de la mejor panorámica sobre lametrópoli.

—¿Te acuerdas del parque de atracciones? —preguntó elprofesor.

La escritora se giró para buscarlo con la mirada, pero fue envano. Los árboles habían crecido tanto que ocultaban los pocosedificiosquequedabanenpie.

—Esunapenaquelocerraran.Aúnrecuerdolacasaencantada,

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aquella que tenía una cuesta que era imposible remontar. Y elgusanoloco,claro.

—¿Yellaberintodecristal?—¿Quéhasidodetodoaquello?—quisosaberLeire.—Todavía está aquí, pero después de tantos años cerrado, la

malezacampaasusanchas.Esunalástima.Laescritoraimaginóelsilencioflotandoentrelasatraccionesen

ruinas, los rótulos comidos por la hiedra y las risas de los niñoscongeladaseneltiempo.Parecíaelescenarioidealparaunapelículadeterror.

—Voy a volver a Pasaia —anunció de repente. Lo habíadecididotrasverlafotodeMirenenlasnoticias.

—No. Ni se te ocurra—le advirtió Iñigo—. De la Fuente, oquienquiera que esté detrás de todo esto, te tiene en el punto demira.Sino¿porquéibaaenviartelasfotos?—preguntócongestopreocupado.

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—Estaba convencida de que, con la detención de GastónBesaide, se había acabado esta pesadilla —protestó—. Quieroterminar loqueheempezado.QuieroatraparalcabrónquetieneaMiren.

—No.NodeberíasmovertedeBilbao—insistióelprofesor—.Déjaloenmanosdelapolicía.Túyahashechobastante.Además,en cuanto entreguemos las fotos a la Ertzaintza, establecerán unprotocolodeprotección.Vetehaciéndotealaideadellevarescoltahastaquehayandetenidoaesedesalmado.

—¿Escolta? ¡Ni hablar! Solome faltaba eso. ¡Como si nomehubieran complicado suficientemente la vida con toda esa historiade que yo era la principal sospechosa! —El timbre del teléfonomóvil la interrumpió. No conocía el número que aparecía enpantalla—.¿Sí?—contestóintrigada.

—¿Te ha gustado la flor?—se oyó al otro lado de la línea amodo de saludo—. ¿Todavía te estás pensando lo de la cena?

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ConozcobuenosrestaurantesenBilbao.Leire frunció el ceño. Al principio le costó reconocer la voz,

peronotardóenidentificaraJoséDelaFuente.—¿TehacomidolalenguaelgatoalláporelBotxo?—insistió

elconstructorconunarisitaburlona.—Estoyharta,José.Hartadeti.¿Dequévas,sacándomefotosa

escondidas?—espetó la escritora haciendoun esfuerzopor no serexcesivamentebrusca.Al finyal cabo, eramásqueprobablequenecesitara volver a hablar con él si finalmente regresaba a Pasaiapara seguir investigando. Era preferible aguantarse las ganas demandarloalamierda.

—¿De qué coño hablas? ¿No te ha gustado la flor? Amímepareció preciosa. —Su tono de voz resultaba extremadamentemeloso.

—Déjatedetonterías.Estonoesningúnjuego.LaErtzaintzavaasaberhastaelúltimodetalledetusenvíos—loamenazóLeire.

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DelaFuenteguardósilenciounossegundos.—¿Lapoli?—preguntófinalmente—.¡Quémiedo,memeterán

enlacárcelporenviarteunaorquídea!¿Ytú?¿SeguroqueestásenBilbao?—inquirióelconstructorentonosarcástico—.Siestásallá,¿cómohaspodidohacerdesapareceraesaotramujer?

Leire abrió la boca para responder, pero De la Fuente habíacolgadoelteléfonosinesperarrespuesta.

—¡Malditohijode…!—exclamómirandoconrabialapantalladesumóvil.

—¿Eraél?—Eraesecerdo.Juegaaldespisteynoreconocehaberenviado

lasfotos.¿Dedóndehabrásacadominúmero?Elprofesortomóaireruidosamente.—Delmismositioque tudirecciónparaenviarte las fotosy la

flor—apuntóexhalándolo—.Estáclaroquesabemoverse.—¿Sabes qué no me encaja? —preguntó Leire torciendo el

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gesto—. La falta de violencia sexual. Si De la Fuente fuera elasesino,creoquelashabríaviolado.Siemprememiralastetasymedaaentenderquequiereacostarseconmigo.Parecequeelsexoesdemasiadoimportanteparaélcomoparairporahídescuartizandoamujeres sindetenerse siquiera a aprovecharsede ellas.No,nomecuadra.

Iñigo perdió la mirada en la distancia, allá donde la neblinadesdibujabaloslímitesdelastierrasvizcaínasylascántabras.

—¿YsiDelaFuentesolofueraquienordenaloscrímenesaunasesinoasueldo?—dejócaerelprofesor.

Leirelomiróextrañada.—Me estás poniendo a prueba, ¿verdad? —Él contestó a su

pregunta con una sonrisa cómplice—. Una de las primeras cosasque aprendí en tus clases es que los sicarios matan limpiamente.Cuantomásrápidoseaymenorcontactohayaconlavíctima,mejor.Enestecasoestamosantetodolocontrario,anteunperturbadoque

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obradeformacasiritual,comosilaprofanacióndelcadáverfuerauna parte tan importante como el propio crimen. ¡Que se lleva lagrasa!

—Siempretedijequedeberíasdedicartealacriminalística—laalabóelprofesorpasándoleunamanoporlaespalda.

—¿Y Felisa Castelao?—propuso Leire reprimiendo las ganasde retirársela—.¿Ysiesella laqueestádetrásde todoesto?Quefueraunamujerexplicaríalafaltadeviolación.

Iñigoabriómucholosojos,sorprendido.—No sé. Nome lo había planteado, la verdad. ¿Cuál sería el

móvil?Leiredudóunosinstantes.—Alprincipio,inculparmeamí.Lograrquememetieranentre

rejas para que su hija pudiera ir a vivir al faro de la Plata.—Elprofesorasentíaaloírla—.Ahoranotengoniidea.Talvezlehayacogidoelgusto—añadiópocosegura.

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Iñigonegóconlacabeza.—No, no me convence. Creo que el camino lógico para la

investigación sigue siendo el del puerto.Hasta elmomento, todaslasvíctimaspertenecenalaplataformacontrariaa laconstrucción.Incluida…¿Cómosellamaba?

—Miren. Miren Orduña —apuntó la escritora echando unvistazo al reloj—.Van a dar las seis.Tengoquemarcharmeo nollegaréalareunión.

—Sí.Mejorquebajemos.Mehagustadovolveraquí—comentóelprofesor—.Antesnotelohedicho,perolaúltimavezquesubíenestefunicularfuecontigo.Aúnrecuerdolapasiónconlaquenosbesamosaqueldíaaquíarriba,lejosdeloscotillasdelafacultad.

Leire evitó cruzarse con su mirada y se fijó incómoda en lassuaves curvas que trazaba la ría, una fastuosa serpiente plateadabajo el cielo pálido del crepúsculo. La descomunal torre deIberdrola se alzaba en sus orillas como una imponente espada de

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cristal que desafiara a las nubes. No lejos de sus cimientos, lasarriesgadasformasdelGuggenheimparecíanunmonstruosoanimalfuturista con sus escamasde titanio iluminadas ante la inminenciadelanoche.ElpuentedelaSalve,elZubizuriyeldeDeusto,quenuncamásvolveríaaabrirseanteelpasodelosbarcosqueantañoremontaban el Nervión, rompían la aparente continuidad de laculebrademercurio.

Bilbaohabíacambiado.Pocoquedabade laciudadajadaen laque Leire creció; solo el alma, hecha de hierro y de espíritu desacrificio.Ellatampocoeralamisma.Pocoquedabadelaestudianteque se dejaba enamorar por unas palabras bonitas y una sonrisainsinuante.DebuenaganasehabríadejadollevarporlamagiadelmomentoparaperderseenlosbrazosprotectoresdeIñigo,fundirseconélenbesosdepasiónyenalgomás.Noseleocurríamejorfinalparaaquelcomplicadodíaquepasarlanocheconél,perderseensucuerpodesnudoyolvidarPasaiaalritmodesusjadeos.

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Perolaresacanomereceríalapena.Iñigonotardaríaenvolvera fijarse en otros culos, más jóvenes y prietos, y ella se sentiríadesgraciada en sumar dementiras. Toda su vida la había pasadojunto ahombres así.Primero, el propioprofesor; después,Xabier.Hombresconunaspalabrasenloslabiosyotras,muydiferentes,enla mente; hombres más preocupados por alimentar su egocontabilizandolasmujeresquelograbanllevarsealacamaqueporcuidarasupareja.Juntoaellos,Leiresehabíaidomarchitando,díatrasdía,falsedadtrasfalsedad,peronoibaavolverapermitirlo.

—Ahora todo sería diferente —murmuró él adivinando suspensamientos.

La escritora suspiró. Las farolas que flanqueaban la ría seencendieronpararesaltaraúnmáselespaciovacíodehormigónqueocupabaelcauce.LanochellamabaalaspuertasdeBilbao.

Ladecisiónestabatomada.—¿Bajamos?—propusoarrancandoacaminarhacialaestación

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superiordelfunicular.

—SoyIreneGabilondoysoyalcohólica.Llevoveintitréshorassinbeber.

LapresentacióndesumadreanteelrestodeparticipantesenlareuniónlepusoaLeirelospelosdepunta.Eralaprimeravezquelaoíareconocersualcoholismo.Sonabaterrible,peronohabíamejordescripciónparasuenfermedad.

—Comencéabeberparasuperarlamuertedemimarido.Nosécuándoperdíelcontrol,hacedemasiadosañosdeello…—Lejosdesentirseavergonzada,comocreíaqueocurriría,Leire laescuchabaorgullosadelafuerzaqueestabademostrandoconsuspalabras.

Laslágrimasasomaronalosojosdelaescritoraaloírlanarrarlomuchoquehabíasufridoensilencioynopudoevitarunapunzadade culpa por no haber sabido estar a su lado. En su lugar, había

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optado toda su vida por tomar la senda fácil y huir de la patéticarealidad que se había instalado en su casa. Pasaia, Xabier y lasnovelas se habían convertido en magníficas excusas para noasomarse por la casa familiar salvo en las contadas ocasiones quehacíanimposiblenoacercarseaBilbao.

—Antes me fijaba en las marcas. Quería la mejor ginebra.Ahora cualquier cosa vale mientras tenga alcohol. Hace unassemanas,Raquelvaciólacasadebotellasyseaseguródedejarmesincarteraantesdeirseatrabajar.Alprincipio,creíquemevolveríaloca, pero enseguida descubrí que en casa había colonias yperfumes.

Leire sintió la vibración del móvil en su bolso, pero laintensidad de las palabras de sumadre le impidió perder un solosegundo en mirarlo. Sin embargo, el zumbido se repitióinsistentemente y algunos de los participantes en la reunión ledirigieronmiradasdereprobación.Apretandoloslabiosenungesto

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dedisculpa,abrió lacremalleraybuscóel terminal.Sedisponíaaapagarlo cuando comprobó que tenía tres llamadas perdidas deIñigo.

«Miren.Seguroquehaynoticias—sedijoangustiada».Seleccionó en la pantalla táctil la aplicación de mensajería

instantáneaytecleórápidamenteunaspalabrasparaelprofesor.Nopuedocoger.Surespuestanotardóenllegar.La han encontrado. Junto aOndartxo. Igual que las demás y

conunahorquilladepeloenelcorazón.Leire tragó saliva con dificultad. Hasta aquelmomento, había

logrado mantener un hilo de esperanza. De pronto, todo sederrumbaba. Si Gastón Besaide no era el Sacamantecas, ¿quiénestabadetrásdetantaatrocidad?¿RealmentepodíatratarsedeDelaFuente?

—Sientovergüenza.Muchísima.Seguroquequienesestáisaquí

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meentendéis.—Sumadreseguíaenpie,hablandoconvozclara—.Yestoydecididaaacabarconmiadicciónparasiempre.Noquieroquesigadestrozandomividanilademifamilia.—SeñalóaLeireconunamanoabierta—.Séquevoyanecesitarvuestraayudaparapoder ser fuerte. La de mis hijas, sí; pero también la de todosvosotros,quesabéiselcalvarioporelqueestoypasando.

El hombre que dirigía la reunión, un señor de poco más desesenta añosque lucíaunacorbata con los coloresdelAthleticdeBilbao,sepusoenpie.

—SoyJoséLuisysoyalcohólico.Llevodoceaños,tresmesesyundíasinbeber—anunciómirandoa todos lospresentesantesdegirarsehaciaIrene—.Tutestimoniohasidomuyvaliente,peroaquíloque cuentanno son las palabras sino loshechos.—Losdemás,sentados en círculo a su alrededor, asintieron—. Todos nosotroshemossidograndesmentirosos.Loprimeroqueaprendeeladictoesa mentir para engañar a los demás y, muy especialmente, a uno

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mismo.Solotusactostejuzgaránapartirdeahora,perotuvalentíaaldarelpasodeveniryhablarnostanclaroeselmejorcomienzo.

Leireintentabaprestaratenciónasuspalabras.Sinembargo,sucabezaviajaba,muyasupesar,hastalabahíadePasaia.Allí,enunlugar tan querido para ella como el astillero artesanal, debía dehaber en aquel momento un espeluznante despliegue de policías,curiosos,periodistasyallegadosdeMiren.Todoelloenvueltoenlafría luz azul de las luces giratorias de los coches patrulla y eldesgarradorsonidodelllanto.Seimaginóeldolordesumaridoydelos compañeros deOndartxo, y no pudo evitar que los ojos se leinundarandelágrimas.

Disimuladamente, tecleó en su móvil la dirección web de latelevisión vasca. La portada de la sección de noticias no dejabalugaradudas:

ElSacamantecasdejaenPasaiasucuartavíctima.

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Unafoto,enlaqueseveíanvarioscochesdelaErtzaintzaenellugardondehabíasidohalladoelcadáver,ilustrabalanoticia.Leirereconoció la fachada lateraldelastilleroy laviejadragaJaizkibel,que permanecía en dique seco desde que el puerto dejara deutilizarlaalláporlosañosnoventa.

Elrecuadrosituadoalpiedelaimagendespertósuinterés:

Relevoenlainvestigación.Las primeras consecuencias del nuevo crimen del

Sacamantecas no se han hecho esperar. El comisarioAntonio Santos, responsable hasta esta misma tarde de lainvestigación,hasidoapartadodesucargoenlacomisaríade Errenteria. A pesar de las críticas de la prensa por sugestión del caso, la dirección de la Ertzaintza habíamostrado su confianza en él. Hoy, sin embargo, ladesaparición de Miren Orduña ha desatado los rumores

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sobre su cese, confirmado por la jefatura provincial tanprontocomosehacomunicadoalosmedioselhallazgodelcuerpodelavíctima.

El nuevo responsable de la Policía Vasca en la citadacomisaría será a partir de hoy Ion García, que haaseguradoalosmediosdecomunicaciónqueningunalíneadeinvestigaciónserádescartadaapesardequetodoapuntaa un ajuste de cuentas contra la plataforma contraria alpuertoexterior.

LeiresefelicitóporelcesedeSantos.Llegabademasiadotarde,pero estaba segura de que las pesquisas solo podían mejorar conaquel hombre tan obtuso lejos del caso. También fue motivo dealegríasaberquelalíneadeinvestigaciónpolicialseguiríaporfinlamismaquehabíaseguidoelladesdeunprimermomento.

«Tarde,perotodollega—pensósatisfecha».

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—Gracias a todos por vuestros testimonios y bienvenida seas,Irene.—Oyódeciralmoderador—.Lareuniónhaacabado.

También Leire había llegado a una conclusión. Debía volvercuanto antes a Pasaia. Sabía que, si lo hacía, correría un riesgoimportante, pero era incapaz de quedarse en Bilbao con lo queestabaocurriendo.Queríaacabarloquehabíacomenzadoydarporfin con el Sacamantecas.Era una cuestión de orgullo personal; sesentíataninvolucradaenelcaso,queestabaempeñadaenencontraralasesinolecostaraloquelecostara.

Sí, iba a regresar. Una última noche en Bilbao, una visitamatinal a la feria del libro de Durango, donde se habíacomprometido a firmar ejemplares, y esamisma tarde volvería alfaro.

Loimaginóencendido,guiandoconsuluza losbarcosquenodormían.Ojalátambiénlaorientaraaella.Alfinyalcabo,élsabíadesde el primer momento quién era el asesino. Su torre lo había

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vistodepositandoelcadáverdeAmaiaUnzuetaasuspies,peroporel momento, permanecía mudo, envuelto en un silencio que nisiquieralosmásavezadosnaveganteslograríandescifrar.

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[…]

Undíade1984

Estabadoloridoymagullado,pero suolfatoaún funcionaba losuficientemente bien como para detectar aquel olor. No era elhabitual aroma putrefacto de la regata deMolinao, sino algomássutil,peromáspenetrantealmismotiempo.

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—¿A qué huele? —preguntó alguien en alguno de loshabitáculosaledaños.

ElTriki se apoyóenel sofá,queestabaaunpardepasosdeldurosuelodondeyacía,yse incorporó,nosinesfuerzo.Laescasaluz que brindaban las farolas cercanas se colaba por el roto delplástico que cubría el ventanal, tiñendo de naranja el suciodespacho.

¿Quéhoraera?NodebíadehaberpasadomásdeunahoradesdequeelKukose

marchara, pero la noche había caído de forma inapelable sobreAntxo.

—¡Chino! —llamó, pero no obtuvo respuesta. Su compañerodebíadeestardormido.OtalvezhubierasalidoatomaralgoenlatascadeManolo.

Elolorparecíairamáspormomentos.Eramolesto.¿Gasolina?

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No,esoloreconoceríaenseguida.ElTrikiseimaginóalgunadelasfábricassituadasarroyoarriba

realizandounvertidocontaminanteaprovechandolaoscuridaddelanoche.Tal vez fueran los deLuzuriaga, la fundición que ocupabavariashectáreasdeterrenoalgomásarriba.

¿Disolvente?Sí, tal vez se tratara de eso. La factoría de pinturas Barcier,

situada junto a la fábrica abandonada, lo usaba continuamente.Quizás habían tenido alguna fuga en el depósito y se habíaderramadohastaelarroyo.

—¡Quéasco!—seoyóunavozenlaoscuridad—.¿Quiénandaconeso?¡Huelefatal!

Del piso inferior de la vieja fábrica llegaba una músicaestridente que el hormigón diluía hasta hacer indescifrables susletras. ElTriki creyó reconocer una canción deLaPollaRecords,aunquedespuésdecidióqueeradeEskorbuto.Tampocoimportaba.

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Alfinyalcabo,leparecíalomismocondiferentenombre.Nuncale había cautivado el rock radical, pero allí no se escuchaba otracosa.

Seacercóalaventanayapartódeunmanotazolabolsarota.Laesquina superior derecha quedó al descubierto y le permitió echarunvistazoalexterior.

No habíamovimiento. Las luces deBarcier estaban apagadas.LasdeLuzuriaganolasveía,porquelafundiciónseencontrabaalotro lado, lejos del campo visual de su ventana, pero las imaginóencendidas.Losaltoshornosfuncionabandíaynoche,salvocuandolashuelgas,frecuentesyviolentas,obligabanapararlos.

Conunapunzadadetemor,vioalotroladodelaría,enlaorilladeSanPedro,elalmacéndelosBesaide.Aquelhabíasidodurantelos últimos años su único aliado a la hora de lograr dinero. Allíhabíadescargadolosfardosycobradolassustanciosassumasquelepagabanporsustravesíasnocturnas.

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Peroaquellohabíapasadoalahistoria.LosBesaidenuncamásvolveríanaconfiarenél.Difícilmente

sehabríancreídolahistoriadequehabíansidolascorrienteslasquelo habían desviado de su ruta. Nunca más le confiarían ningúntrabajo.SuúltimaoportunidadderobarlesalgúnfardoyhuiraParíshabía quedado truncada. Y aún podía dar gracias porque no lohubieranmatado.

Depronto,lorecordó.Estabatanexhaustodespuésdeestarapuntodemorirahogado

quelohabíaolvidado.Dospequeñasembarcacionesblancasjuntoalapatrulleradela

GuardiaCivil.¿Noloshabríandetenido?—¡Chino!—volvióallamar,estavezconmásfuerza.Talvezél

supieraalgo.—Está dormido —respondió otro—. Se ha metido un buen

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chute.UnruidoprocedentedelexteriorllamólaatencióndelTriki,que

volvió a girarse hacia la ventana. Había alguien allí abajo. No sehabíafijadoantes,perouncocheestabaaparcadoenelespaciolibreque se abría entre la fábrica de pinturas y el edificio abandonado.Era un Ford de color claro. Las farolas lo teñían de tonosanaranjados, pero parecía más bien amarillo, o quizás blanco. Elmodelo era inconfundible: un Fiesta, uno de esos que se habíanadueñado de las carreteras españolas en los últimos años paradesterrar a losSeat comoelde supadre.En su127viajaban,unavez al año, hasta el Mediterráneo para pasar unos días devacaciones; pero eso era antes de que el Triki se hicieramayor yprefirieralacompañíadesusamigosaladesuspadres.

Un hombre estaba de pie junto al vehículo.A pesar de que ladistancianopermitíaversusrasgosconconcreción,noreconocióaninguno de los yonkis que compartían techo con él. Abrió el

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maleteroeintrodujoenélalgoqueparecíanbidonesdehojalata,deesosenlosquesevendíahabitualmenteelaceitedemotor.ElTrikicontóocholatas,aunquetalvezfueranmás.Elsonidometálicoqueemitíandelatabaqueestabanvacías.Después, sedirigióa lapartedelanterayabriólapuertadelconductorparasentarseenelasiento.El sonidodeunmotor al arrancarocultóporunmomento el rockqueproveníadelpisoinferior.

—¿Qué hace ese tío?—oyó preguntar a alguien desde algunaotraventana.

Aúnnohabía acabado.Salió de nuevodel coche enmarchayencendió una cerilla, que dejó caer al suelo. El fósforo se apagóantes de que el hombre tuviera tiempo de volver a perderse en elinteriordelcoche.

—¡Nome jodas!—exclamóalguiendesde el pisode abajo—.¡Quenosquemavivos!

Ajenoaloscomentariosdelostoxicómanos,elvisitantevolvió

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sobre sus pasos, encendió una nueva cerilla, esta vez con máscuidado,laacercóalsuelo.Unpotenteresplandorincendiólanochealtiempoquelasllamas,alprincipioazuladasyenseguidanaranjas,seextendíanconunarapidezinusitadahastalafábricaabandonada.

—¡Será hijo de puta! —exclamó el Triki apartándose de laventanaparaecharacorrerescalerasabajo—.¡Hadadofuegoalafábrica!¡Afueratodoelmundo!¡Vamos!

Fueronhorasdantescas.Espantosaslenguasdefuegosalíanporlasventanasconformeel

incendio devoraba todos los rincones de la vieja factoría. Tresdotaciones de bomberos arrojaban agua, incansables, contra aquelfantasmadehormigónycristalesrotos.Lospocosqueaúnresistíantras años de desidia reventaron por efecto del calor y salierondisparadoscomopeligrososproyectiles.

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—¿AlguienhavistoalChino?—preguntóelTrikiasomándoseal interior de una precaria ambulancia de la DYA en la que dosenfermeras realizaban curas a algunos de los que, hasta aquellanoche,habíancompartidotechoconél.

Nadiecontestó.Nosabíacuántasveceshabíapreguntadoporél.Habíaperdido

lacuenta.Sesentíaculpablepornohaberdedicadounpardesegundosa

despertarlo. Era, en cierto modo, su único amigo allí. Al menosdesde aquella misma tarde, cuando, por primera vez en muchotiempo,habíasentidociertaafinidadconalguien.

Cientoveintidósdías,recordóquehabíareconocidoelChino.Cientoveintidósdíasenaquelmalditoinfierno.Seguramenteno

pasaría ninguno más, pero desgraciadamente no sería por habervueltoasucasa,sinoporalgomuchopeor.

El Triki se maldijo por no haberlo despertado. En algún

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momento le pareció sentir olor a carne quemada, pero intentóconvencerse de que no era más que una broma macabra de suimaginación.

—Noeselúnicoquefalta—apuntóunavozasusespaldas.Algirarse, elTriki reconocióaPeru.Llevabaunavendaenel

hombroderecho,dondesupropiaropaenllamaslehabíainfligidounaquemadura.

—Macho—anunció—.Tampocoloveoporningúnlado.Estabaya fuera cuando ha vuelto a entrar a por su loro —explicórefiriéndose al radiocasete—. Hemos intentado evitarlo, pero hasidoimposible.Nadielohavueltoaver.

ElTrikialzólavistahacialafábricaenllamas.SiMachohabíacaído,soloélquedabadeaquellosseisamigosquesoñabanconunfuturomejormientrascoqueteabanconesatraicioneraamanteenlaquesehabíaconvertidolaheroína.

Su vida estaba destrozada. ¿Hasta cuándo estaba dispuesto a

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seguiresperandoaqueunasobredosisselollevara?—¿SabeslodelosBesaide?—lepreguntóPeru.ElTrikinegóconunmovimientodecabeza.—Están detenidos. La Guardia Civil los sorprendió cuando

volvíanapuertoconvariosfardosdedrogaaplenaluzdeldía.Conunapunzadadepánico, elTriki comprendió lo quehabía

ocurrido.LosBesaide habían caído enmanos de la policía por suculpa.Porunmomento,sefelicitóparasusadentros.Sinohubierasido por ellos, era probable que tantos jóvenes pasaitarras nohubierancaídoenlasmortalesgarrasdelaheroína.Sinembargo,elmiedo a las posibles represalias no tardó en adueñarsede él hastacasiimpedirlerespirar.

Decididamente,debíacambiardevida.Ydebíahacerloya.

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39

7dediciembrede2013,sábado

Densas nubes grises bailaban en el cielo, arrastradas por unviento sur que presagiaba tormenta, pero las horas pasaban y lasprimerasgotasnosedecidíanacaer.Cansadaderesguardarseenelfaroa laesperade la tempestadqueno llegaba,Leirebajóabuen

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ritmolasempinadasescalerasdeSenekozuloa.Silainspiraciónnoacudíaaella,tendríaqueserellaquienfueraensubusca,demodoque se había echado a la espalda unamochila con el portátil y sedirigía decidida hacia un rincón que se le había antojadoinmejorable.

«Elmar,laroca,lamontañayelcielo…Ellosyyo.Nadamás—pensóobservandodesdelasalturaselsolitariofarodeenfilaciónque se levantaba al final de un espigón en la ensenada deSenekozuloa».

Lapequeña torrede luz,pintadadeblancoyverde,ayudabaalos barcos a enfilar correctamente la bocana, evitando así queencallaranenunapeligrosazonadebajíos.Solo lospescadores seaventurabanenaquelrincónsolitariodelabahíadePasaia.

NoseleocurríamejorlugarparareencontrarseconPasaia.Losdíaspasadosensuciudadlehabíandesveladoqueamabaesabahíade la costa guipuzcoanamuchomás de lo que jamás creyera. Su

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olor a salitre y chatarra oxidada, sus contrastes entre la industriapesada y la pesca artesanal, sus bulliciosos muelles y callejuelasempedradas,eleuskeraentremezcladoconelacentogallegodesusvecinos… La idea de quedarse en Bilbao y no regresar jamás lerondó por la mente en un primer momento, pero no tardó enconvertirse en una pesada carga sobre sus hombros. No suporeconocerlahastaque,dosdíasatrás,enlareunióndeAlcohólicosAnónimos,tomóladecisióndevolver.

Antes de afrontar el último tramode escaleras, se detuvoy seapoyó en elmurete que la protegía del acantilado.La panorámicaeraunadelicia.Deunlado,larocadelamontaña,alaquesehabíarobadoapicoelespacionecesarioparalospeldaños;delotro,unavertiginosacaídaalvacíoqueacababaenelmar.AquellaescaleraeraunaespectacularobradeingenieríaqueaLeirelacautivódesdequelavieraporprimeravezdesdelatrainera.

No había nadie en el espigón.Mejor así. Aunque tampoco le

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hubieraimportadolapresenciadealgúnpescador.Alfinyalcabo,noconocíaningunoquenofueragentedepocaspalabras,desaludohurañoypocomás.

Avanzóconcuidadoporelirregularfirmedeldique.Pequeñospecesyquisquillasseescondíanfugacesasupasoenlaspozasqueeloleajehabíaformadoentrelosdesconchadosdelhormigón.

Lesorprendiólaausenciacasitotaldeviento,queenlasalturasdeUliaeraintenso.Encambio,elmar,vistodecerca,parecíamásnervioso que desde la distancia. No había olas que chocaranenfurecidas contra el dique, pero la superficie del agua estabalevemente agitada, como cuando un niño chapotea en una piscinahinchable.

—Yaestamosaquí,señoritaAndersen—anuncióenvozaltaalllegaralfaroqueseerguíaenelextremodelespigón.

Teníaganasdeescribir,deperderseenmundoslejanosyolvidarpor unas horas la desgraciada realidad que se había adueñado del

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suyo.Mientras el portátil cargaba su configuración, estiró ambos

brazos en cruz y giró lentamente sobre sí misma. Le encantabapoderencontrarseenmitaddelabocanasinnecesidaddenavegar.Porprimeravezenmuchosdías,nosesentíaenunaopresivajaulademiradasmalintencionadasypresionesagobiantes.

Nadie en Pasaia, o al menos eso esperaba, creería aún en suculpabilidad. Su temeraria incursión en casa de los Besaide y eldescubrimiento de los cadáveres, por mucho que la investigaciónposteriorhubierademostradoquenose tratabade lasvíctimasdelSacamantecas,habíanhechocorrerríosdetintaenlosperiódicosyla habían convertido para muchos en una suerte de heroína. Nisiquiera la Ertzaintza se había puesto en contacto con ella paraaveriguar dónde se encontraba dos días atrás, cuando fue halladaasesinadaMirenOrduña,laúltimapiezadecazadeaquelmacabrocriminal.Parecía que, tambiénoficialmente, hubiera dejadode ser

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unadelassospechosas.«Este rincón es el paraíso —se dijo llenando a fondo los

pulmones».Mientras quedaran lugares así y por muchas zancadillas que

surgieranenelcamino,lavidatendríasentido.Seprometióque, en cuanto las aguasvolvierana su cauce, en

cuantoelSacamantecasestuvieraentrerejas, llevaríaasumadreaaquellugar.Despuéslallevaríaasufaro,lapasaríaenmotoraaSanJuany,juntas,recorreríanelcaminodePuntas.

«Y a Raquel también, claro—pensó regañándose por haberlaolvidadoenunprimermomento».

Laparedcirculardelatorredelfarolesirvióderespaldo.Conlaspiernascruzadasysentadasobreunapiedraplana,comohabíaaprendidoañosatrásenuncursodeyoga,seacomodóelordenadorsobre las rodillas y comenzó a teclear. No resultaba tan cómodocomohacerloensuescritorio,perotalcomoimaginaba,laspalabras

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comenzaronafluir.Conforme avanzaba en los amoríos y desencuentros de la

señoritaAndersen,tomóformaensuinteriorunainquietantecertezaque llevaba semanas rumiando pero que, de alguna forma, habíaenterradobajootrospensamientos.Habíasidonecesarioencontrarseconsigo misma en aquella solitaria baliza de enfilación, lejos deintrigascriminalesydepresioneseditoriales,parareconocerlo.

Odiabaasupersonaje.LafrívolasuperficialidaddelaaclamadaseñoritaAndersenleresultabainsoportable.

Ese era, sin duda alguna, el motivo por el que no lograbaavanzarenlanarración.Enciertomodo,Leirehabíacrecido,habíaevolucionado en los últimos tiempos. Quizás incluso demasiadodeprisa,perosiempreeramejorhacerloquequedarseancladaenunpasadodecolorderosa,enelquetodasuvidagirabaentornoaunmarido que la sometía a continuas infidelidades. La doctoraAndersen,alcontrarioqueella,seguíaviviendoenunmundoirreal,

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decuentosadolescentes,enelquelavidanoconsistíaennadamásque en seguir por todo el mundo a un soldado que no parecíaquererla demasiado.De lo contrario, habría tratado de ponerse encontacto con ella en alguna ocasión, aunque solo fuera con unamiserablepostaldesdeunodesusmúltiplesdestinosdeguerra.

Exhalandounprofundosuspiro,Leiredejóvagar lavistahacialainmensidaddelmar,queseextendíatraselfarorojodelapuntaArando,enlaorillaopuestadelabocana.Ibaaserrealmentedifícilacabar esa novela. Escribir cientos de páginas sin creer en ellasparecíamásuncastigoqueuntrabajo.

Dejandoelportátilenelsuelo,sepusoenpie.Susentumecidaspiernasseloagradecieron.Tomóunapiedraconlamanoderechaylalanzótanlejoscomopudo,levantandounacolumnadeaguaenellugardelimpacto.Lorepitióconotraydespuésconotramás.

«PodríamataraAndersenenunbombardeodelosalemanes,oincluso de los propios aliados—pensó con un amago de sonrisa

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maliciosa».Le encantaría hacerlo, pero sabía que era imposible. Aún

trabajaba en el comienzodel libroynecesitabadesarrollar toda lanovela alrededor de aquel personaje. Además, ninguna de suslectorasleperdonaríaunfinalquenopasaraporelreencuentrodelaprotagonistadelasagaconsuamado.

¿Oquizássí?Pensó en las decenas de personas que solo un día antes, en

Durango,habíanhechocolaanteelstanddeElkar,ladistribuidoradesuslibros,paraquelesfirmaraunejemplar;pensóensusrostros,en sus gestos, en sus sonrisas emocionadas al poder charlar unosminutosconella.Aquellagente,suslectores,entrelosquesehabíasorprendidoaldescubriramáshombresdelosqueesperaba,noeratan superficial como creía Jaume Escudella. Tampoco tan obtusacomoelpropioeditor.

Seguroqueasimilaríanbienelcambio.Alfinyalcabo,sieran

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seguidoresde la señoritaAndersenestaríanencantadosdeverquecrecíacomopersona.

SolofaltabaconvenceraEscudella.Unavelacuadradasedibujóenladistancia,porelladodetierra.

Leiresefijóenella.Nolehizofaltamuchotiempoparasaberquese trataba de una dorna, una de las muchas embarcacionestradicionalesreplicadasenOndartxo.Sedirigíalentamentehaciaelmar,aprovechandoelsuavevientodelsurqueinflabalatela.

«Tendría que cambiarlo todo. También esa petarda deberíaavanzar—pensóarrojandounanuevapiedraalmar».

Sinapenasdetenerseapensarlo,comenzóatrazarunplanparaponer patas arriba la trilogía. La ñoña señorita Andersen debíamorir, al menos como concepto, para renacer convertida en unamujerindependientequepisarafuerteenunmundocomplicado.YqueledieranmorcillasalcapitánHunter.

Sí; esa y no otra tenía que ser la base de la últimade las tres

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entregas.Leirecontemplóelvuelodeuncormoránquesezambullóalpie

delespigónenbuscadealgúnpezdespistado.Mientrasaguardabaaque emergiera, se congratuló al sentir que volvía a pensar en lanovelaconilusión.Era,sinduda,muchomásdeloqueesperabaaldecidirseasaliratrabajarenelexterior.Aunquenoescribieraunasolalíneamásaquellatarde,elratopasadoeneldiqueerayaelmásfructíferodetodoslosquehabíadedicadoalaterceraparte.

Elavesalióalasuperficielejosdellugardelainmersión.Ensunegra silueta destacaba el pez plateado que portaba en el pico.Apesardequeparecíamuygrandeparaél,loengullórápidamente.

«¿YJaume?¿Quélepareceráelcambio?—sepreguntóparasusadentros—.Horrible,porsupuesto».

Imaginóelmonumentalenfadodeleditor.Sepondríahechounafiera,convencidodequelasventassedesplomaríanylasquejasdelas lectoras inundarían los buzones físicos y electrónicos de la

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editorial.Noibaaserfácilconvencerlo.«Nifaltaquehace—pensóLeiredecididaaseguiradelantecon

suplan».No recordaba que en el contrato firmado se mencionara nada

sobreelestilodesusescritos.Loúnicoquequedabaclaroeraquedebía entregar tres novelas; una por año. En ningún sitio seespecificabaque tuvieranqueserñoñasamásnopoder,nique latrilogíaacabaríaenboda.

Podíahacerloquelevinieraengana.Yteníamuyclaroloqueleapetecía.

Ladornasedeslizabasilenciosasobreelagua,comosibailaraunvals con labrisa.Pocoapoco se ibaabriendocaminohaciaelmar, surcando la bocana a medio camino entre las dos orillasenfrentadas. En su zigzagueante singladura, la embarcación se

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aproximó al dique sobre el queLeire permanecía en pie, soñandodespiertaconelargumentodelanuevaentrega.

—¿Escribiendoalairelibre?—preguntóalguienavocesdesdelachalupa,aúnaciertadistancia.

Laescritora, quehasta entonces seguía ladorna con lamiradasin verla en realidad, salió de su ensimismamiento y esbozó unasonrisa.

—¿Qué tal, Iñaki? —saludó al reconocer al voluntario deOndartxocomoúnicotripulante.

—A ver si no me llueve —contestó el joven dirigiendo lamiradahacialasnubesbajas—.Necesitabadesconectarunrato.Lode Miren ha sido un palo muy duro. Qué mejor que navegar ensolitarioparaolvidarlotodo,¿verdad?

Leireasintióconungesto.Enciertomodo,ellaestabahaciendolo mismo, solo que había cambiado la borda de un barco por laseguridaddeunespigón.

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Ladornasecontinuóacercando.Laescritoraalcanzabaaverlostres aros que el navegante llevaba en la oreja izquierda. Reparótambién en que no se había afeitado en los últimos días. Estabaatractivoconesabarba incipienteyel tonobronceadoque,peseaestarcasieninvierno,conservabagraciasasussalidasenbarco.

—¿Teapetecevenir?—inquirióIñakiguiandolachalupahastaelpiedeldique.

Leire observó su destreza en el manejo de la única vela deaquella embarcación utilizada antiguamente para la pesca en lasproximidadesdelacosta.ApesardequeeraunanaveoriginariadelasRíasBajas,enOndartxoeraunadelaspreferidasdetodosparahacerse a la mar. Sus cuatro metros de eslora y uno y medio demangalahacíanmuymanejable.

—¿Noqueríasestarsolo?—Más vale bien acompañado que solo. O eso dicen, ¿no?—

bromeóIñakiextendiendolamanoparaayudarlaaembarcar.

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Laescritorasoltóunacarcajada.—Creoqueesalrevés,perosiinsistes…—apuntósaltandocon

cuidadosobrelaborda.Sacudida por su peso, la dorna se balanceó ligeramente, pero

Iñaki la apartó a tiempo del peligro que suponía la cercanía deldique.

—¿Adónde vamos? —preguntó mientras maniobraba paraenfilardenuevohaciamarabierto.

—A Estocolmo —bromeó Leire ayudándolo con la vela—.No…,aVietnam.¿Teimaginas,remontarelMekongenunadorna?

—Tendríamosquehacerloalgúndía—afirmóIñakidirigiendounamiradasoñadorahacialosfarosquecustodiabanlasalidaamarabierto.

Duranteunosminutos,ningunodelosdosvolvióaabrirlaboca.Elsilenciosoavancedeaquelviejobarco,recuperadoalolargodeunsinfíndepacientestardesdetrabajodesinteresadoenelastillero

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tradicional,invitabaalacontemplación.LapuntaArandoysufaropintado de rojo no tardaron en quedar atrás, permitiendo alCantábricomostrarseentodasuinmensidad.

—Debemos mantenernos cerca de la costa. De lo contrario,perderíamoslaproteccióndelosmontesyelvientosurnosllevaríamaradentro—explicóIñaki,haciendogirarladornahaciaeleste.

Los acantilados de Jaizkibel comenzaron a desfilarinmediatamente ante susojos.Comoenunagrandiosapelícula encinemascope,extrañasformasciclópeassesucedíanalbordemismodelmar.

—Esprecioso—murmuróLeirealdescubrirloscoloresrosadosqueadquiríanalgunasdeaquellasgigantescasrocas.

Iñakicarraspeóparallamarsuatención.—Oye,ayermedejastepreocupado—dijocongestograve.—¿Dónde?¿EnOndartxo?—inquirióLeireextrañada.Lavíspera,encuantollegódeBizkaiaenelautocardelínea,se

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habíaacercadoalastillero.Queríadarunabrazoasuscompañeros,alosqueencontrótanafectadoscomoimaginabaporelasesinatodeMiren.Amodo de homenaje, habían bautizado con su nombre laúltimanaveenlaquehabíasalidoanavegar,unachalupaballeneradel sigloXVII. Decenas, tal vez centenares, de flores de todos loscolores cubrían casi por completo la embarcación, inundando lafactoríaconuntristearomadulzónquecontagiabalapena.

—Sí.NoséaquéveníatantapreguntasobreJoséDelaFuente.¿Piensasseguirinvestigandoportucuenta?

Leiresiguióconlamiradaelvuelodeunagaviotaqueplaneabaaapenasunpalmodelagua.

—Hace días que me acosa —confesó con una mueca derepugnancia—.Apareceenelfaro,mellamaporteléfono,meenvíaflores…Estáempeñadoeninvitarmeacenar.

—Dicen que siempre consigue lo que quiere —apuntó Iñakifrunciendoelceño.

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—Sí. Eso dice él, pero yo no pienso darle esa alegría. ¡Quéhorror! Solo de imaginármelo me muero de asco —exclamó laescritora.

Iñakiestallóenunacarcajada.—¿AtitambiéntediolaimpresióndequeMendikutesecallaba

másdeloquecontaba?—quisosaberLeire.—Noleculpes.Esnormalquenolegustedemasiadoremoverel

pasado.Elsuyoestállenodeepisodiosdesgraciadosporculpadeladroga y debe de ser doloroso bucear en ellos—lo defendió Iñakiguiando la dorna hacia la costa—. ¿Crees que el constructor es elSacamantecas?

Leire se fijó enuna cascadaque saltabadirectamentedesde elacantiladohastaelmar,dibujandoenlapiedraunreguerodemusgoverde que contrastaba con el color anaranjado de la arenisca. Nosabíaquéresponder.¿Realmentelocreía?

—Es una barbaridad, ¿verdad? —apuntó Iñaki siguiendo su

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mirada.Laescritorasegiróhaciaélsincomprenderaquéserefería.—Lodelpuerto—aclaróelvoluntariohaciendoconelbrazoun

gestoquepretendíaabarcartodosaquellosacantiladosvírgenes.—Esunamásdeesasbarbaridadesquesehacenennombredel

progreso—admitióLeirevolviendolavistadenuevohaciaelsaltodeagua.

—Secargaránestamaravillaparaqueunpuñadodepolíticosyconstructores se llene los bolsillos. Y eso por no hablar de quedejarán lasarcaspúblicaspeladasenunos tiemposqueno son losmejoresparaendeudarse.Estáelpaísconelaguaalcuelloyellossededican a seguir malgastando—murmuró Iñaki girando el timónparaevitarunsalienterocoso.

—¿Crees que alguien con tan pocosmiramientos comoDe laFuente puede ser capaz de asesinar por proteger su negocio? —inquiriólaescritora.

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Iñakilamirólargamenteantesdecontestar.—Desde luego que alguien tiene que ser. Hay cuatromujeres

asesinadasytodasellasdefendíanestosparajes,peronosé,aúnnomeentraenlacabezaquealguienpuedahacertaleslocurassolopordinero.¿Yesoderobarleslagrasa?—Hizounapausaparapensar—.Nosé,estodomuyraro—añadióantesdegirarlamiradahaciaunanuevacascadaquerompíaenelmar.

Un trueno resonó en la distancia. Las nubes, densas, grises ycargadas de agua, estaban tan bajas que parecían al alcance de lamano.

—Vaallover—apuntóIñakialzandolavistahaciaelcielo.Leire lo imitó. La cumbre de Jaizkibel estaba oculta entre las

nubes.Poreloeste,lalíneadelacostaseveíabiendefinidaapesardeltonogrisqueparecíahaberseadueñadodelmundo.ReconocióalolejosGetariay,másallá,elcabodeMatxitxako.Trasél,nohabíanada;soloelmar.

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Un destello llamó su atención. Al principio no supo situarlo,peronotardóencomprenderqueelfarodeSanAntón,enGetaria,se había puesto en marcha. Sus cuatro destellos cada quincesegundosserepitieronenladistancia.

—Habráquepensarenregresar.Lluviaynoche,malasuntoenuna dorna sin motor —dijo señalando hacia las balizas quedelatabanlasituacióndelabocana.

Iñakiasintió,maniobrandoparacambiarel rumboy regresarapuerto.

Las primeras gotas de lluvia no tardaron en comenzar a caer.Los truenos sonaban cada vez más cerca, aunque aún pasabanmuchossegundosentreelrelámpagoyelsonido.

—¡Vaya espectáculo!—exclamóLeire señalando un rayo querasgóelcieloenlascercaníasdelhorizonte.

Iñakilepidiósumochilaylaprotegióbajounadelasbancadasdelachalupa.

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—Comosetemojeelportátil,tendrásquecambiardetrabajo—apuntó.Lasgotasdeagua,cadavezmásabundantes,corríanporsucarayempapabansucamiseta.

—Nosvamosapillarunbuenresfriado—dijoLeirepasándoselasmanosporlosbrazosdesnudos.

Apesardeestar a laspuertasdel invierno, elviento surhabíamantenidoelambiente templadodurante todoeldía,demodoqueningunodelosdosllevabaropadeabrigo.

—Vaya navegantes de agua dulce que estamos hechos —sequejó Iñaki manejando el timón para trazar las eses que lespermitirían remontar contra elviento ladistanciaque los separabadelabocana.

Leiresefijóenlosmúsculosquesedibujabanbajosucamiseta.Latensiónquehacíaconlosbrazosparagirareltimónaunoyotrolado le perfilaba los bíceps y unos pectorales que se adivinabandurosyfibrosos.

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—¿Teayudo?—preguntólevantándoseparasentarseasulado.—Nohacefalta.Enunpardeminutosestaremosdentro.Leirecomprendióquesereferíaalabocana.Unavezenella,ya

pesardequeaúnlosseparabauntrechodelastillero,laluchacontraelvientonoseríatanintensa.

La lluvia ganó en intensidad. Sin necesidad de llevarse unamanoa la cabezapara comprobarlo, la escritora supoque tenía elpelo empapado. No teníamás quemirar a Iñaki para saberlo. Sumelena, sujeta siempreenuna largacoleta,parecíaaúnmásnegrabajoelchaparrón.Algunosmechones,rebeldesapesardelagua,seagitabanalviento.

—Cualquiera que no te conozca diría que eres el mismísimoConanelBárbaro—seburlólaescritora.

Suamigoserioporlobajo.TalvezfueralaimaginacióndeLeire,perotuvolaimpresiónde

que cada vez que Iñaki movía el timón intentaba rozarla con su

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brazo desnudo. Era apenas una leve caricia con el antebrazo, uninstante casi fugaz, pero que despertó en ella una sensación quedormíaensuinteriordesdehacíatiempo.

DeseabaaIñaki.Semoríadeganaspordespojarlodesusropasempapadasyhacerleelamorhastacaerrendidosbajolalluvia.Selo imaginaba tendido en el fondo de la dorna mientras ellacabalgabasobreélconlasmanosapoyadasensupechomusculado.

—¡Porfin!—exclamóéldepronto,devolviéndolaalarealidad.Acababandealcanzarlaproteccióndelabocana.Enesepreciso

instante,lacortinadeaguasehizotanintensaqueloocultótodo.ElfarodeGetariadesapareciódelavistay,conél,todolodemás.

Apenasalcanzaronaentreverdostxipironerasqueadelantaronala dorna y se perdieron en la distancia, rumbo al puerto. Enmomentosasí,seechabademenostenerunmotorparaavanzarmásrápido,peroelencantodelasréplicasantiguaseraprecisamenteelnavegarcomosehacíacientosdeañosatrás.Paralobuenoyparalo

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malo.Leire apoyó una mano en la espalda de Iñaki, que mantenía

firmementeel timónparaenfilarhacia laensenadaqueocupabaelastillero.

—Me ha encantado navegar contigo —murmuró sintiendo elcalorqueemanabadesupielbajolacamisetamojada.

—Cuando quieras, repetimos —apuntó él mirándolaintensamentealosojosantesdefijarseensuslabios.

«Bésame, vamos. También tú lo estás deseando. Hazlo, porfavor —pensó Leire abriendo ligeramente la boca a modo desugerenteinvitación».

Iñaki esbozó una leve sonrisa que a la escritora se le antojóirresistible. El agua, que le empapaba toda la cara, le daba ciertoencantosalvaje.Éltambiénabrióloslabiosyseinclinóligeramentehacia Leire, que sintió su aliento cálido antes de que una potentebocinalasobresaltara.

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—¡Joder!—exclamóIñakialzandolavista.Uno de los remolcadores de Facal, que tenían su base en los

muelles de San Pedro, pasó a escasos metros de la dorna,levantandoolasensucaminohaciamarabierto.

Leiresellevólasmanosalacara.—Creíaquenos llevabapordelante—musitósintiendoquese

leacelerabaelpulso.Apenas hubo tiempo de decir nada más. Las fantasmagóricas

formasdeladragaJaizkibelsedibujaronentre la lluvia.Unligerogiroaestriboryestaríanenlosmuellesdelastilleroartesanal.

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40

Madrugadadel8dediciembrede2013,domingo

LosfestejosporlafirmadelarmisticioconvertíanlascallesdeParísenunafiestacontinua.Elcoñacyelchampán,reservadosalas clases más pudientes, apenas se dejaban ver en un auténticomardevinobaratoy sidradeNormandía.Daba igualquébeber.

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Nopocosseconsolabanconaguadelasfuentes,peroinclusoestosseencontrabanebriosdefelicidad.Laguerrahabíaacabadoylosalemanes se replegaban con el rabo entre las piernas hacia susfronteras, algo que meses atrás ni los más optimistas hubiesenpodidosoñar.

La señorita Andersen también sonreía. Ella también teníamotivosparalaalegríayelfinaldelaGranGuerrasoloeraunodeellos.

Perdida en el bullicio de las calles de la orilla izquierda delSena, pensaba en su nueva vida. Atrás quedaban cuatro años deuna desgraciada obsesión, que se había visto truncada de formabrusca cuando, la víspera, encontró por fin a su amado capitánHunter.

El reencuentro no fue tal como esperaba. Lejos de los besosapasionadoscon losquehabíasoñadonoche trasnoche, loúnicoqueencontrófuelaincómodasensacióndeverseanteunhombreal

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quenoconocía.Laguerralohabíacambiado.¿Oeraellalaquelohabía hecho durante tanto tiempo a través de paisajes torturadosporlacontienda?

Unas palabras de cortesía, un fugaz intento de recuperar laantigua magia a través de los recuerdos…, la doctora lo intentótodo,peronada logródisipar ladesagradablesensacióndehaberperseguidosolounsueño.

Esta vez fue ella quien semarchó. Lo hizo con la desazón dequiendeprontosequedasinelquehasidoelmotivoprincipaldesuexistencia.

Parasusorpresa,nosentíatristeza.Sentíaliberación.Trasañossiguiendolospasosdelmilitarportodouncontinente

en guerra, aquella fría tarde de mil novecientos dieciocho habíacomprendido por fin que su periplo no había sido más que unatonta obsesión. Ahora, en cambio, en un mundo en paz, podríacomenzar una nueva vida; una en la que pensaba pisar fuerte,

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orgullosadesímisma.Todavíaestabaenamorada,esosí,peronodeunsoldadoderostroatractivoypalabrashermosas,sinode lapropiavidaydelasensacióndelibertadquehabíarecuperadoalfin.

Leireloreleyóunayotravez.Parecíaunfinal,yenciertomodolo era, porque cerraba la ñoña historia de amor de la señoritaAndersen,peroerauncomienzo:eldelaterceraentregadeLaflordel deseo. Le gustaba. En apenas una página, la primera de lanovela, cerraba hábilmente toda la trama anterior para dar riendasuelta al nuevo personaje en el que pensaba convertir a la jovenenfermera. Sabía que, en ciertomodo, esas primeras líneas haríanenfadar a algunas lectoras, pero estaba segura de que ladeterminacióndelaprotagonistaporseguiradelanteypasarpáginacuantoanteslasacabaríacautivando.

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Cogióelteléfonodeencimadelamesaytecleóunnúmeroquehacíadíasquenomarcaba.El tonode llamadanosehizoesperar.Uno,dos,tres…seistonos.

—Hola. Espero que sea importante —saludó una vozadormiladaalotroladodelalínea.

Laescritoradirigiólamiradaalrelojdepared.Casilaunadelamadrugada.

—Lo es, Jaume. Por fin he encontrado el hilo. Vas a poderpublicarlaúltimaentregaantesdeldíadellibro—anunciósintiendoquesequitabaunenormepesodeencima.

—Mealegro.Siteparece,meacercoporallíymeloexplicasenpersona—propusoeleditor.

Leiretomóaireafondoantesdehablar.Queríasermuyclara.—No.Noquieroquevengas.Tampocoquemellames.Apartir

deahora, los tiempos losvoyamarcaryo—explicósecamente—.Te enviaré la primeramitad del libro amediados de enero.Antes

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del uno de marzo tendrás la mitad restante. Hasta entonces nillamadasnivisitas.¿Entendido?—Jaumenocontestó,demodoqueLeire optó por recalcar las normas—. Ni una sola presión oabandono el trabajo. Te garantizo que, si me respetas, podráspresentar el libro el veintitrés de abril. ¿Es eso lo que querías,verdad?

Jaumesuspiróantesdehablar.—¿Qué ha pasado? ¿A qué viene tanta seriedad? Parece que

hayas olvidado lo bien que lo pasamos aquel día en tu hotel.¿Seguroqueno…?

Leirepulsólatecladecolgar.Después,apagóelmóvil.Se sentía liberada, igual que la señorita Andersen, a la que

reservaba un futuro que nada tenía que ver con el pasado. HabíadecididodejarlaenParís;nadadevolverasuInglaterranatal.Haríade ella una enfermera en la Sorbona, donde iban a acontecer unaserie de crímenes que la protagonista de La flor del deseo iba a

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verseobligadaainvestigar.«Alfinyalcabo—reconociólaescritora—,siemprehahabido

algodemíenlasufridaAndersen».Apagó el ordenador y dejó vagar la vista por la ventana. El

resplandordel faro iluminaba levementeelpaisaje,que se tornabadeunnegrointensoconformeaumentabaladistancia.Amplificadaspor el silencio de la noche, las olas rugían contra la base delacantilado.

Pensó en Iñaki. Apenas unas horas antes, estaba con él alláabajo,empapadahastaloshuesosenunadornaqueluchabacontraloselementosporregresarapuerto.Sepreguntósiélhabríasentidopor ella la misma atracción. Todavía se excitaba al recordar losmúsculos de su pecho y sus brazos dibujados por la camisetamojada.Hacía añosque lo conocía, pero jamáshasta aquel día sehabíasentidoasí.

«Haestadoapuntodehacerlo—seaseguróalrecordarquesu

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compañerodeOndartxosehabíainclinadohaciasuslabios—.Sinollegaaserporelremolcador…».

Volvió a mirar el reloj. Era tarde. Si al día siguiente queríamadrugar para indagar cuanto pudiera sobre De la Fuente, debíaacostarsecuantoantes.

Apenassehabíapuestoenpieparabajarlasescalerascuandoleparecióescucharuncuchicheoprocedentedelospisosinferiores.Semantuvo durante unos instantes tan quieta como pudo, evitandohacercualquierruido,perolossusurrosnoserepitieron.

«Mevoyavolverlocaenestefaro—sedijodesechandolaideadequehubieraalgúnintruso».

Sin embargo, en cuanto llegó a la puerta de su dormitorio,volvió a oírlos. Las voces parecían venir de allí dentro.Inmediatamente, lamentedeLeirevolvióaproyectar, comosidediapositivas se tratara, las fotos que alguien le había enviado aBilbao. Todas. Una a una. Se maldijo por ser tan inconsciente.

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¿Cuándoasumiríaqueaquelfaroapartado,tanbucólicocomoretiroinspirador, era también el lugar ideal para ser asaltada por undespiadadoimitadordelSacamantecas?Lasfotografías,tomadassinqueellasepercatara,eranlamejorpruebadeloexpuestaalpeligroqueseencontraba.

Dudó, presa de un nerviosismo creciente, entre echar a correrescalerasabajoparaabandonareledificioopulsarelinterruptorqueencendíalaluz.Sioptabaporloprimero,talveztendríatiempodellegarhastalaVespayhuirhaciaPasaia.Sinembargo,sabíaquenodebíahacerlo;sialgohabíadecididoenlosúltimosdíaseraqueyaerahoradedejardeescapar.

Segiróhacia laescaleraycogió laescobaqueestabaapoyadaen el primer escalón. De nada le serviría contra un intruso quequizás estuviera armado, pero de un modo inexplicable, se sintiómás segura. Después, con decisión, buscó a tientas el botón. Susuperficiedesgastadalepareciómásásperaquenunca.

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«Tengoquehacerlo—pensórespirandotanhondocomopudo».Sabía que, en cuanto encendiera la luz, los acontecimientos se

precipitarían en cuestión de segundos. Quien estuviera allíagazapadoselanzaríaseguramentehaciaella,peroestabadispuestaadefenderse.

Volvióaoírelcuchicheo.Nollegóaentenderningunapalabra,apenasunoscortossiseos,peronocabíadudadequehabíaalguienallí. El pulso se le aceleró hasta niveles que pensaba imposibles.Estabaaterrada.

Teníaqueencenderlamalditaluzdeunavez.«¡Ahora!—seanimódandounmanotazoalinterruptor».La vieja lámpara de cristal de roca se iluminó y, con ella, las

paredesblancasdeldormitorio.Nohabíanadie a lavista.Talvezdebajodelacama.

Ibaaagacharsecuandoreconocióelsonidodeunospasosenlagravilla del exterior. Dirigió la vista hacia la ventana y lo

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comprendiótodo.Estaba abierta, tal como lahabíadejadounpar dehoras antes

paraventilarelcuarto,queolíaahumedadtrasestarcerradodurantesuescapadabilbaína.

Se acercó hasta ella y se asomó al exterior, no sin ciertaaprensión. No sabía qué iba a encontrar, pero sabía que habíaalguienallífuera.Talvezmásdeunapersona.Deahílossusurros.

Laexplanadadeaparcamientoseveíadesierta.La luzdel faroapenas permitía ver más allá, pero los arbustos más cercanos noparecían ocultar a nadie. Quienquiera que hubiera estado allí,parecía haberse alejado. Probablemente, lo habría ahuyentado alencenderlaluz.

Leireseobligóacalmarse.Talvezfueratodounafalsaalarma,talveznose trataramásquedeunaparejade jóvenesamantesenbuscadeunrincónapartadoparadisfrutardelosplaceresdelamor.Talvez.

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Intentaba convencerse de ello cuando una luz pálida llamó suatenciónhacialacarretera.Apenasbrillóunpardesegundosantesdeapagarsedenuevo,peronocabíadudadequehabíaalguienentrelosárboles.Unminutodespués,volvióaencenderse,estavezmásalládellugardondenacíanlasescalerasquebajabanalaensenadadeSenekozuloa.Tampocotardómuchomásenvolverabrillarporterceravez,aúnmáslejos.

«Seva.Mivisitante vuelve a casa—sedijoLeire deduciendoquesetratabadeunalinterna».

Cerró la ventana, pero aún se mantuvo unos minutos junto aella,acechandolanochequesoloelresplandordelfarodelaPlatavolvióailuminartímidamente.

Noaguantabamás.¿Esquenuncamáspodríavivirtranquila?Sieranecesario,nodormiría,pasaríalasnochesenvela,perode

unmodouotro,estabadecididaadescubrirquiénseempeñabaenespiarsuintimidadconlacomplicidaddelaoscuridad.

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[…]

Undíade1996

Pasaia había cambiado. Nuevas construcciones ocupabanterrenosantiguamenteabandonadosycomenzabanaversealgunosturistasquevisitaban,deformafugaz,losdistritospesquerosdeSanPedro y San Juan.Cada vezmenos barcos arribaban al puerto; lo

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cualnoeraextraño,pueslamayorpartedelaenvejecidaindustriade la zona había ido bajando la persiana para siempre. Atrásquedaban las huelgas, los cortes de carretera para reivindicarmejores condiciones de trabajo y los pelotazos de la policía paradisolveralosmanifestantes.

Eltiempohabíaobradotambiénuncambioqueapenasseveíaasimple vista pero que el Triki sabía que era el más profundo detodos: la generación de la heroína había desaparecido.Apenas unpuñado de yonkis sobrevivía en las abandonadas oficinas de lafundiciónLuzuriaga,lamayorfábricaqueconocierajamásPasaiayquetambiénhabíasucumbidoalacrisisindustrial.

Losdemáshabíanmuerto.Prácticamenteunageneraciónenterade muchachos y muchachas yacía bajo tierra en lo que era unapabullantedrama,queflotabaensilenciosobrelasapaciblesaguasdelabahía.

Notodosestabanmuertos.Algunos, losmenos,habíanlogrado

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mantener a raya la adicción y salir con enormes esfuerzos de unagujeroqueparecíanotenerescapatoria.

—¿Quéteparece?—lepreguntóXabier.—Todavíanomelocreo—murmuróelTrikicontemplandoel

bloque de pisos que ocupaba el solar donde antes se erguía lafábricaabandonada—.Ypensarquevivíaaquí.Miventanadebíadeestarmás omenos donde está esa señora—explicó señalando unbalcóneneltercerpiso.

—¿Laqueriegalosgeranios?ElTrikiasintió.—El Chino tenía uno. Creo que le recordaba a su madre —

apuntó con unamueca de tristeza—.Era un buen chaval.No nosdimos cuenta de que se había quedado dentro hasta que fuedemasiadotarde.

—Notetortures.Nofueculpatuya—tratódeanimarloXabier—.Laúnicaculpablefuelaheroína.

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—Yelcabrónquelediofuegoalafábrica.Ytodaunasociedadquemiró hacia otro ladomientras nosotros denunciábamos que elincendiohabíasidoprovocado—mascullóelTriki.

—Venga,vamos.Nopiensesmáseneso.Subealcoche—dijoXabierabriendolapuertadelFiatUnodecolorazul.

ElTrikiobedeció.Sabíaquedebíahacerloono lovolveríanadejar salir del centro. Llevaba demasiados años intentandodesengancharse,cayendoyrecayendounayotravez,peroestavezteníaqueserladefinitiva.Nolequedabaotraopción.EnProyectoHombre,encuyasinstalacionesdeHernaniestabainterno,lehabíandadounultimátum.Oselotomabaenseriooyasabíadóndeestabalapuerta.

Peroestabaavanzando.Sino,nolehubieranpermitidosaliresedíaporprimeravez.Enrealidad,habíapodidosalirconanterioridadparaasistiralosfuneralesdesupadreysuhermano,peronadamás.Lasterapiasdedesintoxicacióneranasíynoquedabaotroremedio

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queseguirlasarajatablasisepretendíaqueacabaranconéxito.—¿Quieres que vayamos al camino de Puntas? —propuso

Xabierarrancandoelmotor.—Hace años que no veo el mar. Me encantaría —musitó el

Triki.Xabier,eraunasuertedeángeldelaguardaparaél.Estudiante

de primero de psicología, se había apuntado como voluntario enProyecto Hombre. Gracias a tutores como él, los internos podíansalirvariashorasalasemanaparair,pocoapoco,adaptándoseaunmundo en el que tarde o temprano tendrían que volver adesenvolverse por sus propios medios. Había condiciones, claroestá;nadadedrogas,nadadealcohol,nadademalascompañías…Para ello, los tutores recibían una completa formación sobre losriesgosqueconveníaevitar.

Laesperaenelsemáforoqueregulabaelpasoa travésdeSanJuansehizolarga.Laestrechayúnicacalledelapoblaciónnoera

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losuficientementeanchaparaquedoscochessecruzaranenella,demodo que si el paso estaba abierto para los que circulaban ensentidocontrario,erainevitableunaesperadevariosminutoshastaquelaluzsepusieraenverde.

—Es bonito este pueblo, ¿verdad?—comentóXabier una vezqueelFiatpudointernarseentresusviejascasasconentramadosdemadera.

—Sí,pero su traineraespeorque lanuestra—apuntóelTrikifijándoseenlabanderarosaquependíadeunaventana.

—Eso nadie lo duda—celebró el tutor aminorando lamarchabajounos soportalesparadejarpasar aunaancianaqueempujabauncarrodelacompra—.¿Sabesquesoyremero?

—¿De San Pedro?—inquirió el Triki fijándose en los brazosquesujetabanelvolante.Losmúsculossedibujabanbajolapiel.

—¿Dedóndesino?—seburlóXabiervolviendoaacelerar.Eltraqueteodelosadoquinesbajolosprecariosamortiguadores

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delFiathacíatemblarsuspalabras.—EsteañoganaremoslabanderadelaConcha.Ojalámedejen

salirparaverlo—deseóelTriki.La plaza de San Juan, con solo tres fachadas edificadas y la

cuartaabiertaalmar,losrecibióconuntorrentedeluztraselpasopor la angosta calle. Tres coches aguardaban en fila a que elsemáforolesabrieraelpaso.Otrostantossehallabanaparcadosporelespacioabierto.Xabierdejóelsuyojuntoaellos.

En cuanto abrió la puerta, el Triki sintió el salitre en suspulmones. Era una sensación sublime, de libertad absoluta, defelicidadpura,comolacariciadeunaañoradanoviaqueeltiempolehubierarobado.

Duranteunosinstantes,girósobresímismo.Nadaparecíahabercambiado en aquel lugar. Las balconadas de las casas, todas demaderaperoalgunaspintadasdevivoscolores,seguíanasomadasala bahía, como siempre. El alegre trino de los pájaros enjaulados,

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con el que la mayoría de las familias intentaban disimular lanostalgia y el temor de tener siempre alguno de susmiembros enaltamar, tampocohabía desaparecido.Miró a la orilla opuesta; lasuya.AllíestabanlascasasmarinerasdeSanPedro.Nonecesitabaestar allí para saber que también en aquella orilla cantaban loscanarios y los jilgueros. Tal vez Querubín y Serafín siguieranalegrandoelbalcóndesumadre.

«Ojalá—se dijo para sus adentros—. Primero su hijo mayor,después su marido y, para colmo, yo internado en un centro derehabilitación de yonkis. Espero que los pájaros no le hayanfallado».

Entornólosojosparafijarseensucasa,unadelasúltimasenelcaminohacia labocana.Quizásfueraunespejismocausadopor ladistancia,perocreyóveraalguienenelbalcón.Alguienquevestíaunabatadecolorrosayparecíaapoyadaenlabarandademadera,comoquienseentretieneconlamiradafijaenelmarylamenteen

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algúnrincóndelpasado.—Quieroiracasa—musitóelTrikiseñalandohaciaallíconel

mentón.—¿Y el sendero de Puntas?—preguntóXabier apartándose el

flequilloqueelvientodelnorteque remontaba labocana lehacíabailarsobrelosojos.

ElTrikilodesechóconungestodelamano.Teníaganasdedarunfuerteabrazoasumadre,dedecirlequeseestabarecuperandoyque,muypronto,podríavolverjuntoaella.Algoensufuerointernole decía que era cierto, que había logrado pasar página y que suadicción era algo del pasado. Por nada del mundo volvería ainyectarse esa mierda; por nada del mundo volvería a sufrir losespantososdeliriosquelehabíanhechodesearsupropiamuerteentantas ocasiones. No podría soportarlo. Solo aquellas horriblespesadillasenlasqueelKukolerajabaelvientredeformatanrealquellegabaamearseenlospantalonesseguíanmartirizándolo.Los

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demás, losmonstruos sin cabezay las cucarachasgigantescasquequeríandevorarlo,habíandesaparecidoalcabodeuntiempoyeran,afortunadamente,merostemoresdelpasado.

—Semeolvidaba—anuncióXabierabriendodenuevoelcocheybuscandoen laguantera—.Teheconseguidoeldocumentaldelque me hablaste el otro día cuando estábamos en la huerta delcentro. Lo repitieron el pasado jueves enEuskalTelebista y te lograbé.

ElTrikitomólacintadevídeoqueleentregabaysefijóenlaetiqueta,dondesututorhabíaescritoenrotuladornegro:JuanDíazdeGarayo.DocumentalETB.

—Eshorrible.Esetíoeraunjodidomonstruo—apuntóXabier—. No sé si ha sido buena idea grabártelo. No creo que tuspesadillas vayan a menos después de verlo. Yo aún estoyhorrorizado. Quienes vivían por aquellos tiempos en la zona deVitoria debían de estar aterrorizados; saber que el Sacamantecas

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campabaporahíasusanchasteníaqueserterrible.Limitándose a asentir con la mirada perdida, el Triki señaló

haciasucasaconelmentón.—Megustaríapasarantesdequesehicieratarde—comentó.—¿Pasamosenmotora?—propusosututor.—¡Buenaidea!NadaesmásdePasaiaqueeso.Ahorasíqueme

sentirédeverdadencasa—apuntóelTriki.

El petardeo de la embarcación se adueñó del ambientemuchoantesdequeelpequeño transbordadoralcanzaraelmuelledeSanJuan.Unsutilaromaagasolinaacompañósullegada,enmascarandoenparteeloloralodoquecaracterizabaelpuertoenmareabaja.

—Egunon—lossaludóelbarquerosinapartarlavistadelnudoconelqueafianzabalamotoraalmuelle.

El suave balanceo del transbordador obligó al Triki a tomar

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asientoenelbancolateral.Unalevesensacióndemareosepresentótambién,perosedisipóencuantolamotoraabandonóelmuelle.Encierto modo, se sintió avergonzado, enfadado consigo mismo porhaberperdidolapericiaqueantañotuvieraparadesenvolverseenlamar.RecordóconunapunzadadenostalgiaelbrillodelfarodelaPlatadesde ladistanciay lasensacióndeeuforiaque le invadíaalacceder a la seguridad de la bocana tras las arriesgadas travesíasnocturnas.

—Parece que va a llover—apuntó el barquero, logrando unarespuestaafirmativadeXabier.

El Triki sonrió para sus adentros. Había olvidado aquellastrivialesconversacionesdemotora.LosiguienteseríamencionarlastrainerasoelúltimopartidodelaRealSociedad.

Amitad de singladura entre ambas orillas, sin obstáculos quefrenaransuavance,labrisasehizovientoylevantósalpicadurasdeaguasalada.ElTrikisintiólasalenloslabiosyserelamió.¡Cuánto

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habíaechadodemenostodoaquello!Dirigiólavistahaciasucasa,laúnicaconelbalcónpintadode

amarillo.«Como el casco del Gorgontxo —pensó con un nudo en el

estómago».Sumadreyanoestabaallí.Elbarqueroseagachópara recogerdel suelounperiódicoque

lassalpicadurasestabanmojando.Conunsuspiro,lodejósobrelosbancosdelinteriordelacabinaysellevóunamanoalosriñones.

—No puede uno hacerse viejo—protestó—. Antes, me podíapasar días enteros pescando bonitos a caña. Ahora, no puedo niagacharmepararecogerunmalditodiario.

ElTrikisefijóenaquellashojasgrisáceasenlasquelasgotashabíandibujadodesordenadoscírculososcuros.Lohizosininterés,peroloqueleyóleaceleróelpulsoyremovióensuinteriorviejassensacionesquecreíaolvidadas.

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Estirólamanoytomóelperiódico.EraunejemplardelEgindeese mismo día. La noticia no era, ni mucho menos, la másdestacada;ocupabauncuartodepáginaylailustrabaunafotodeunalmacénqueelTrikiconocíamuybien.

ElmatrimonioBesaideenbuscaycaptura.

Al impactante titular le seguían unas líneas en las que seexplicaba que Juan Besaide y su mujer habían desaparecido sindejar rastroenvísperasde su juiciopornarcotráfico.Elperiodistadabapor segura la condena en casodehabersepodido celebrar lavistaoraly sequejabade la lentitudde la justicia.Habíanpasadodemasiados años desde que la patrullera de la Guardia CivilsorprendieraaJuanBesaideysuhijoconvariosfardosdeheroínaabordo. La inmediata inspección que los agentes realizaron en el

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almacén de Bacalaos y Salazones Gran Sol confirmó lo que paratodos,enPasaia,eraunsecretoavoces:quelosempresarioshacíanen realidad su dinero con el tráfico de drogas. La madre, larespetada Casilda Álvarez, había sido detenidamientras intentabadeshacerse de decenas de fardos, almacenados entre hileras debacaladas,arrojándolosalasaguasdelpuerto.

—EsosdosestánenFilipinas,consuhermanoelcura—apuntóelbarqueroalcomprobarqueelTrikiseinteresabaporlanoticia—.LosabetodoPasaia.Vayapardesinvergüenzas.Yloshijossevanderositas…

ElTrikimirólafotografíaconunacuriosasensación.Apesardetratarsedeunaimagenenblancoynegro,noechabademenoscoloralguno.Ensusrecuerdos,aquelviejoalmacénvaradoaorillasdelaríatambiénaparecíadescolorido,comosipertenecieraaunaépocatanlejanaquesucerebroseempeñaraendesdibujarla.

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8dediciembrede2013,domingo

Toc,toc,toc.Leireabriólosojosylosfijóenlalámparadecristalderocaque

pendíadeltecho.Debíadepesarmucho.Siundíasedesprendieraesperabaquenolaencontraraenlacama.

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Toc,toc,toc.De nuevo ese sonido. No era ningún sueño; ahora estaba

despierta.Bostezóysedesperezóbajoeledredón,estirándosecomoungato.

Toc,toc,toc.Estávezsonómásfuerte.«Lapuerta.Alguien llama—comprendiócayendoen lacuenta

dequeeltimbrenofuncionaba».Sepusoenpiedeunsaltoyseacercóalaventana.¿Quéhora

debíadeser?Lehabíacostadoconciliarelsueñodespuésdelsustode la noche, de modo que debía de haberse quedado dormida.Intentó hacer memoria pero no recordaba haber apagado eldespertador,quehabíaprogramadoparaquesonaraalasochodelamañana. Seguramente, lo habría detenido de un manotazo y sehabríavueltoadormir.

—Yavoy.Unmomento—anuncióasomándosealexterior.Lavisióndeuncochepatrullaantelaverjanopresagiabanada

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bueno.Aunquedesdelaventanadeldormitorionoalcanzabaaverla puerta de entrada, no le costó imaginarse a un agenteaporreándolaimpaciente.

Sinperderunsegundo,sepusolosvaquerosquehabíausadolavísperayquedescansabanenunasillaalpiedelacama,ybajólasescaleras.Mientraslohacía,sesubiólacremalleradeunasudaderarojayserecogióelpeloenmarañadodelmaldormirenunasencillacolade caballo.Antesde abrir la puerta, se echóunvistazo en elespejo.Teníaojeras,pero¿quéesperaba?Hacíaapenasunashorasdeambulabaporelfarooyendoaalguiensusurrarenlaoscuridadyhabíadormidointranquila,entresueñosdesagradablesydespertaressobresaltados.Podíadarseporsatisfechasisoloteníaojeras.

—Buenosdías—lasaludólaagenteCesteroencuantoabriólapuerta—.Disculpalainsistencia,peroestabapreocupadaporti.

Leire torció el gesto. ¿Preocupada por ella? ¿La Ertzaintza?¿Los mismos que hasta entonces solo se habían empeñado en

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tacharladesospechosa?—Perdona, pero no entiendo —musitó. Tenía la cabeza

embotadaaúnporlafaltadesueño.Lajovenuniformadadiounpasoatrásyseñalólafachada.—Laspintadas…La escritora seguía sin comprender.Apesar de estar descalza,

salióalexteriorygirólacabezaparaobservarlaparedquemirabalaertzaina.

—¡Joder! —exclamó al ver aquellas grandes letras rojasprofanandolapinturablancadelfaro.

—¿Nolashabíasvisto?—preguntólapolicía.Llevabasumatarizadadecabellorecogidaenunmoñoquelahacíaparecermásalta.

—No,claroqueno.Ayernoestaban—asegurólaescritora.Lagravilla se le clavaba en las plantas de los pies, pero apenas lonotaba.Eramayoreldolordeaquellaspalabraspunzantes.

—No son las únicas. Toda la subida desde San Pedro está

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plagadademensajescomoeste.Hecontadodocepintadasentreelpuebloyelfaro—anunciólaagente—.Todasrecientes.Aúnhuelenapintura.

Finos regueros rojos se desprendían de las letras, como sisangraran, impregnando la fachadaconun sinfíndezigzagueanteshilitos rojos que hacían aún más inquietante el mensaje. Leire,incapaz de apartar la vista de aquellos cuatro renglones, sintió unescalofrío.

—AsíquehasvueltodeBilbao—dijolaertzainamostrandounaamablesonrisa.

Leireasintió.—Necesitaba unos días para olvidarme de todo, pero ya estoy

aquí.—Santosyanoestá.Losdearribaestabanmuydecepcionados

consugestiónenestecaso—comenzóaexplicarCestero.—Losé.Lovienlasnoticias.

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—Sí. La aparición de una cuarta víctima fue demoledora paranuestraimagen.Muchosmediosnosacusarondedarpalosdeciegomientras Pasaia se desangraba. Con la destitución de AntonioSantoscomoresponsabledelacomisaríadeErrenteriasepretendiódar un giro al caso. —La policía hablaba con seguridad—. Noqueremos una quinta víctima. No podemos permitírnoslo. Ni laErtzaintza,niestacomarca.

—¿Dónde está? —quiso saber Leire—. ¿Adónde lo hanenviado?

—¿A Santos? Lo han destinado a la comisaría de Irún. Llevarollosdeoficina;burocraciadefronteraytemasasí.

La escritora asintió. De no haber sido por aquellas amenazasgarabateadas en la fachada de su casa, se habría permitido unasonrisa burlona. Saber que aquel hombre estaba lejos del caso ledabaciertasensacióndetranquilidad,aunquetalvezsolosetrataradeuncambiodeimageny,enelfondo,todosiguieraigual.

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—¿Me invitas a un café? —inquirió Ane Cestero señalandohaciaelinteriordelfaro—.Trabajarendomingomemata.

Leire la observó sorprendida. Durante unos instantes no supoqué contestar. Lo último que esperaba de una policía con la queapenashabíatratadoeraqueseinvitaraaentrarensucasacomosifueranviejasamigas.

—Té—dijofinalmente—.Tendráqueserté.Notengocafé.Laagenteesbozóunasonrisa.—Prefieroelcafé,perountéestarábien.

El sutil aromadel téverdeconbergamota flotabaen lacocinacomounaamableinvitaciónaunaconversaciónrelajada,peroLeireestabatensa.Aquellajovenuniformadaapoyadaenelajadomármolblancodelaencimeralacohibía,¿quépretendíadeella?

—Tienequehabersidomuyduro—dijolaagenteCesterotras

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varioscomentariossuperficialessobreelencantoañejodelacocina.Leirefruncióelceño.Noentendíaaquéserefería.—Ser inocente y verte convertida en sospechosa de los más

horribles crímenes que recuerda la bahía de Pasaia —explicó lapolicía.

¿Serinocente?¿Habíaoídobien?¿AcasolaErtzaintzalahabíadescartadodefinitivamente?Ojalálosvecinospensarantambiénasí.

—Sí,noesfácil—dijoa ladefensiva.¿Quéqueríadeellaesachica?

AneCesterose llevóla tazaa los labiosperonobebió.Estabademasiadocaliente.

—¿SabesqueenMarruecoslosorbenruidosamenteparapoderbeberloreciénsalidodelatetera?—preguntó.

Leireasintióe imitó la técnicaa laque se refería.Losaromasfloralesdeltélellenarontodoslosrinconesdelaboca.

—Heestadoallívariasveces.Esunpaísfascinante,ymáspara

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lograr la inspiración a la hora de escribir —reconoció mientrassaboreabalabebida—.Dehecho,creoquesepercibemáselgustohaciéndoloasí.

—Lástima que aquí no esté bien visto ir por ahí sorbiendo deunataza—bromeólaagente—.¿ConocesEssaouira?Estuveallíelañopasadoparacelebrarmigraduaciónenlaacademia.

Laescritorasesentíacadavezmásincómoda.Algonoencajaba.¿Porquétantacordialidad?

—Me encanta ese lugar —dijo obligándose a relajarse—. Supuertobullicioso,suscasasencaladas,susmurallasamenazantes,suplaya interminable… Alguna vez he fantaseado con la idea dealquilarmeallíunacasayretirarmeaescribir,peroaquíestoy.Porunmotivouotro,nuncahellegadoahacerlo.

—Todo llegará —zanjó Cestero—. Te preguntarás qué hagoaquí,tomandotéentucocina.

—Laverdadesquesí—admitióLeiremirándoladirectamentea

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losojos.Laagentelemantuvolamirada.Teníaunosbonitosojosfelinos

quemezclaban los tonos verdes y ambarinos, pero unasmarcadasojeras les restaban protagonismo en un rostro que no resultabademasiadoarmónico.

—Vengoapedirtequedejesdeinmiscuirteenelcaso—explicóenuntonomenosamable—.Noqueremosmásmuertesynohacefaltaquenadiesearriesguejugandoahacerdepolicía.

La escritora arrugó el entrecejo. Si habían detenido a Besaidehabíasidograciasaella.Denohaberinvestigadoporsucuenta,eramásqueposiblequeaquelcasojamássehubieraesclarecido.

—Sí, ya sé que estás pensando que harás lo que te venga engana —continuó la ertzaina—. Por eso he venido. Quiero quecualquiercosaquedescubrasmelahagassabercuantoantes.Nadade ponerte en peligro de nuevo. Para eso estamos nosotros. ¿Deacuerdo?

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Leireasintió.—Asíloharé.—Es importante que me lo hagas saber a mí. No a mis

compañeros —remarcó entregándole una nota con su número deteléfono.

Laescritoramiróelpapelantesdeguardárseloenunbolsillodelpantalón.¿Quépretendíaconeso,marcarseellalostantosdecaraalrestodelacomisaría?

AneCesterodecidiócontinuar.—ElnuevocomisarionoescomoSantos.IonGarcíaesdelos

que delega en su equipo. Algunos dicen que lo hace porque esconscientedesuslimitaciones.Daigual.Loimportanteesquetodossomosahoramáspartícipesde todo.Enel casoquenosocupa, eldelSacamantecas,Garcíahadepositadoenmísuconfianza.Apesardequeseráélquiendélacaraantelosmediosynuestrossuperiores,me ha encargado a mí la dirección de la investigación. Y,

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obviamente,túnofigurasentrelosposiblesasesinosquebarajo.Leiresesintióaliviada.Saberquelaresponsabledelcasonola

tenía en su lista de sospechosos era la mejor noticia que podíaesperar.

—¿Quiénes son? —inquirió—. Tus sospechosos, ya meentiendes.

ElmóvildelaagenteCesteroemitióunavibración.—Un mensaje de llamada perdida —murmuró como para sí

misma—.¿Nohaycoberturaaquí?—Vay viene.Casi siempre hay línea, pero a veces se pierde.

Depende de demasiadas cosas—explicó Leire haciendo un gestoconelbrazohacialaventana—.Elmar,eltiempo,siesdedíaodenoche…

—¿Yvivirástranquiladespuésdelaspintadas?—laertzainalamirabacongestoexpectante—.Deberíasbajaraviviralpueblo.

—Tengo línea fija. El faro es demasiado importante para la

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navegacióncomoparaqueel fareroesté incomunicado.Esverdadqueahoraestátodoautomatizado,peroelteléfonoahísigue—dijoLeire en un intento de restarle gravedad—. Además, no es laprimeravezqueintentanamedrentarme.

Cesterofruncióelceño,intrigada,mientraslaescritorasubíaalpisosuperiorparabajardespuésconunsobre.Unaauna,Leire lemostrólasfotosquehabíarecibidoenBilbao.

—¿Porquénolohasdenunciado?¿Desdecuándotienesestosinque lo sepamos nosotros? —preguntó la ertzaina incrédula encuanto las vio todas—. ¡Teparecerá normal, con todo lo que estápasando!

Leireseencogiódehombros.—Harácuatroocincodíasquelasrecibí.—¿Y no estás asustada? —insistió la agente mirando el

resguardodelenvío—.Mepasaréporlaempresademensajería.Alver un uniforme, a lo mejor hacen memoria y recuerdan al

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remitente.—Claro que estoy asustada —aceptó la escritora—, pero

también pienso que si quisiera hacerme algo, ya lo habría hecho.Parecemásbienunjuego.

—Un juego de unamente enferma—aclaróCestero—. Puedesermuypeligroso.

—Está claro. Nadie en su sano juicio vendría a espiarmemientrasduermo.

—Estáobsesionadocontigo—musitó laagente—.Loquemásme preocupa es que un día puede dar por terminado el juego. Yentonces…

—Aún no me has dicho quiénes son tus sospechosos —dijoLeireintentandocambiardetema.

AneCesteroapretóloslabiosyasintiólevemente.—Soloséquequienquieraqueseatieneuninterésespecialpor

acallarlasvocescontrariasalaconstruccióndelpuertoexterior.—

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AlcomprobarqueLeireasentía,laagentecontinuóexplicándose—.Alguienquetengademasiadointerésenqueesaobraselleveacaboyqueestémuyjodidodelacabezaparasercapazdehaceralgoasí.Noolvidemosquenose limitaamatar, sinoquepareceencontrarirresistibleesodeabrirasusvíctimasencanalyrobarleslagrasa.

—Esunmalditomonstruo—remarcólaescritora.—¿Me tendrás al día de cualquier detalle que descubras? —

inquirió Cestero dando un paso hacia la salida—. ¿Puedo contarcontigo?

—¿No me acabas de pedir que no me inmiscuya en lainvestigación?

AneCesterolededicóunamuecacondescendiente.—No soy tan tonta como para creer que mis palabras te

frenarán.Laescritoraserioparasusadentros.—Loharé—anunció—.Esosí,megustaríaestaralcorrientede

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lainvestigaciónpolicial.AneCesteropareciódudarunosinstantes.—Eso no podrá ser. Si me das alguna buena pista, prometo

contarte lo que averigüe, pero nada más. Lo contrario podríasuponerunriesgoparalainvestigaciónyparati.

—¿Hayalgunanovedadquepuedasaber?—quisosaberLeire.La ertzaina perdió la mirada en la pared mientras intentaba

recordar.—Pocacosa.EnlasropasdeMirenOrduñahanaparecidopelos

dealgúnanimal.Nomuchos,perosílossuficientescomoparasaberquealgunabestiaestuvojuntoalcadáver.Estántanimpregnadosdesaly son tan reciosqueme inclinoapensarque sonde foca.Losestánanalizando.

Leire arrugó la nariz en una mueca de sorpresa. Cuando lostemporales se sucedían, como aquellas últimas semanas, solíanverse focas que paraban a descansar en la costa para recuperar

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fuerzas antes de continuar sus rutas migratorias, pero ¿qué podíahacerunadeellasjuntoalavíctima?

—Quizásnisiquierasearelevante—apuntóCesteroapurandoelté, ya más templado, de un trago. Después, entregó la taza a suanfitriona.Alhacerlo,esbozóunabonitasonrisa.Denoserporquesu mentón extremadamente anguloso no acompañaba, resultaríaatractiva.Noloera,peroelpiercingde lanariz lograbadistraer laatenciónhábilmente.

MientrasLeireacompañabaa laagentealexterior, lehablódesussospechassobreJoséDelaFuente.

—Indagaré sobreély, si esnecesario, leharemosseguimiento—anuncióCesteroalzandolavistahacialaspintadas—.¿Creesquehasidoél?

Laescritoranonecesitómirarlaspararesponder.—No.Quizásseansuyaslasfotos,peroestono.Estoesobrade

alguien queme odia y solo se me ocurre una persona con tantas

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ganasdeecharmedeaquí:FelisaCastelao.Laagente asintió conungestomientras tomabauna fotografía

delafachada.—Tengo que irme. En la comisaría deben de estar extrañados

ante mi tardanza—dijo guardando la cámara en el bolsillo de lachaqueta—.Recuerdallamarmeantesdehacerningunalocura.Noquieromásvíctimasdeesecabrón.

Laescritoraalzólamanoparadespedirse.Una puerta que se cierra, un motor que arranca y el

inconfundible sonido de los neumáticos rodando sobre la gravilla.Leiremiróalejarselapatrullaysoloentoncessintióunapunzadadetemor.

Estabasoladenuevo.Ellaylaspintadas.Segiróhacialafachadaylasvolvióaleerconunadesagradable

sensación en la que semezclaban a partes iguales la congoja y larabia.

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AsesinaVetedeaquí

PasaianoperdonaLopagarás

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42

8dediciembrede2013,domingo

—¿DelaFuente?—inquirióTxominrascándoseelbigote—.Unpieza,esoesloquees.Algunosdicenquetienebuenolfatoparalosnegocios,peroloquetienesonbuenoscontactosymuchacaradura.Meparecequeesdeesosquesabendóndesoltarlastre.Enformade

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sobresllenosdebilletes,yameentiendes.—Puesme tieneharta—protestóLeire—.Nomedejaenpaz.

Nohaydíaquenomellameosepresenteenelfaroparapedirmequevayaacenarconél.Estáempeñadoencortejarmeynoparecedispuestoatirarlatoalla.

Elbarquerotorcióelgesto.—Esuncerdo,unmalditopuercoseboso—espetóconrabia.Leiresabíaquenoibaaserfácil,peroestabadecididaainsistir.

Elchapoteodeunpezquesaltóaescasosmetrosdelamotorallamósuatención,peroenseguidavolvióamirarfijamentealbarquero.

—Séquesabesmásdeloquedices.Siempretecallaslomejor—apuntó—.Necesitoquemelocuentes.Quierosaberquiénesenrealidad ese constructor que hace fotos demi intimidad yme lasenvía,juntoconflores,acasademimadre.

Txominperdiólamiradaenlosdibujosqueunínfimoderramedeaceitedemotortrazabasobreelagua.

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—¿Ysinoesél?—preguntósinalzarlavista—.¿Nomedijistequenohabíaremitente?Podríaserquelaorquídeanotuvieranadaque ver con las fotos. ¿No te parece que De la Fuente estádemasiadogordocomoparaenfilarsehasta tuventanaysercapazdehuirsinquelodescubras?

Laescritoralohabíapensado.—Tal vez haya enviado a alguien —aventuró. Un cormorán

pasó volando a ras de agua, espantando a su paso a una gaviotaposada sobre una boya amarilla que alzó el vuelo entre graznidosindignados.Rita,quehastaentoncesdormitabaenelmuelle, ladróenfadadayselanzóalaguaconintencióndeperseguirlos.

—Nosé.Meparecedemasiadorebuscado—sentencióTxominantesdegirarsehaciatresseñorasdeciertaedadquebajaban,bienaferradasa labarandilla,por la rampadelembarcadero—.Buenosdíastenganustedes,jóvenes.

—Buenos días, señor barquero. ¿Nos pasará a San Juan? —

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preguntólaquecerrabaelgrupo.—¿Cómono?—dijoTxominarrancandoelmotor—.Unpoco

prontoparapasaracomer,¿no?—¿Pronto? ¡Si son casi las dos!—protestó otra—.Ya puedes

pisarleafondoaestetrastoonoscerraránlacocina.Ramonatardacada díamás en cardarse el pelo. ¡Y eso que vamos al hogar deljubilado!Comosi tuvieraalgoquerascarconalgunodelosviejosdesdentadosquehayporallá.

—¡Eh! No te pases, que sabes perfectamente que estabatendiendolacolada—sedefendiólaaludida.

Txomin se giró hacia Leire, que había bajado de lamotora alpantalán.

—Se acabó la paz —musitó llevándose la pipa apagada a laboca—.Ahoravuelvo.¿Estarásaquí?

Laescritorareparóenqueaúnnohabíalogradoqueleexplicaratodoloqueintuíaquesabíasobreelconstructor.

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—Aquí te espero —dijo apoyando la espalda contra labarandilla.

—¿Seguro que no quieres venir? —preguntó el barqueroguiñándole un ojo mientras señalaba con el mentón a las tresancianas que parecían ponerse de acuerdo para hablar todas almismotiempo.

Leiredeclinólainvitaciónconunamuecadivertida.Conformeelpequeñotransbordadorverdesealejabarumboala

orilla opuesta, cerró los ojos y disfrutó del silencio. El viento erafrío,comoerahabitualsiemprequesoplabadelnorte,peroallí,trasapaciguarse entre los acantilados de la bocana, era pocomás queuna agradable caricia refrescante. El ligero chapoteo del agua alsalpicar contra los muelles y el suave balanceo del pantalán lecontagiaronunaserenidadquecreía imposiblecuando,apenasunahoraantes,recorríalacarreteradelfaroensuVespa.Nohabíasidoplato de buen gusto leer los insultos y amenazas que alguien se

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habíadedicadoapintarenelasfalto.Pensaba, entretenida, en el capítulode la novelaque escribiría

encuanto regresaraal farocuandoel inconfundiblepetardeode lamotora la devolvió a la realidad. El estruendo lejano de una grúadescargando chatarra fue definitivo. El momento de estar a solasconsigomismahabíaacabado.

—Vayamística, ¿no?—la saludó Iñaki con una carcajada encuantoabriólosojos.

Leiresintióavergonzadaqueseruborizaba.—Hola.¿Dedóndesales?—preguntóobligándoseasostenerle

lamirada.Suamigoseñalóhacialaenormechimeneacoronadadefranjas

rojasyblancasquedespuntabaenlaorillaopuesta,alasafuerasdeSanJuan.

—De la térmica. Ahora acabami turno—dijo colocándose lamochilaalaespalda.

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—¿Endomingo?—preguntóLeireextrañada.—El desmantelamiento no entiende de festivos —se burló el

joven—. Voy a Ondartxo, a ver si me da tiempo a repasar unosdetalles del galeón antes de salir un rato a navegar. Si te animas,salimosjuntos.Parecequehoynolloverá.

Txomin,quehabíaacabadodeamarrarelcaboqueasegurabalamotora,seacercóhastaellos.

—Noséquépasahoy.Apenashaypasajeros—apuntó—.Otrosdíasaestahora,noparodepasargente.

—Debería escribir —se lamentó Leire sin prestar atención albarquero—.He perdido lamañana entre unas cosas y otras, y nocreoquemequedemásremedioqueencenderunratoelordenador.Esosí,mañanameencantaríasaliranavegarcontigo.—Conformelodecíasearrepintiódehabersido tanclara—.Porprobaralgunaotraréplica,yameentiendes.

Iñakiesbozóunasonrisaenlaquelaescritoracreyóadivinarun

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atisbodecomplicidad.—Sí,creoqueyateentiendo—dijoconciertoairedemisterio.La escritora fue incapaz de evitar seguirlo con la mirada

mientras se alejaba por el muelle. Aquellos tejanos le dibujabanunasnalgasperfectas; loúnicoqueenaquelmomentose intuíadeuncuerpoque,hastaqueelchaparrónde lavíspera lemarcara lasformasbajo la camiseta,Leirenohabía reparadoenque resultabatanatractivo.

—No me gusta ese chico —murmuró Txomin acercando elencendedoralapipa,quedespidióunligerooloratabaco.

—¿Iñaki?—seextrañóLeire—.Sinuncasemeteconnadie.Sino fueraporél, el astillero tradicionalnoexistiría. ¿Sabescuántashoraspasaallí?

Elbarquerotorcióelgesto.—Nosé.Creoquenoestrigolimpio—comentócontrariado—.

Seme olvidaba… ¿Recuerdas que te dije que creía haber visto a

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Xabierporaquí?—¿Cómo iba a olvidarlo? Llegué a pensar que podía ser él

quienestabadetrásdeloscrímenes.—Puesayervolvíaverlo. Ibaenunbarcoderecreoconotros

doshombres.Laescritoraclavóenélunamiradadesconcertada.—¿Estássegurodequeeraél?—Pondría la mano en el fuego —aseguró Txomin—. Estaba

soltandoamarrasenelembarcaderodeSanJuancuandolovienelcentrodelabocana.Ibahaciamarabierto.Juraríaqueeraél.

Leire negó confusa con la cabeza. ¿Qué podía mover a suexmarido a volver de Somalia sin que nadie pareciera estar alcorriente? Aquello no le daba buena espina. Tenía que averiguarcuantoantessisetratabarealmentedeXabierosolodealguienqueseleparecía.

—¿Piensas contarme lo que sabes sobre José De la Fuente, o

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tendré que rogártelo de rodillas? —preguntó intentandoconcentrarseeneltemaquelahabíallevadoallí.

El barqueromiróhacia losmuelles.Nohabíanadie esperandopara bajar al embarcadero. Tampoco se veía ningún pasajeroaguardandoalamotoraenSanJuan.

—Está bien —aceptó con un suspiro—. Hace años, muchosaños,hubounincendioquedestruyóunafábricaabandonadaeneldistrito de Antxo. Quizás hayas oído hablar de ello—Leire negóconlacabeza—.Dospersonasmurieronyalgunamásresultóheridagraveporquemaduras.Fueespantoso.

—¿No dices que estaba abandonada?—preguntó extrañada laescritora.

Txominvagóconlavistaporladistancia.—¿Ves aquel edificio de allí? —inquirió señalando hacia un

bloquedepisosqueselevantabatrasloslejanosmuellesdeAntxo.—¿Detrásdelasgrúas?Sí,claroqueloveo.

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—Eraallídondeestabalafábrica.Durantedécadas,sededicóala manufactura de piezas de máquina herramienta, pero susinstalaciones quedaron obsoletas en los años setenta y suspropietarios optaron por echar la persiana. —Leire asentíainteresada, sin comprender aún adondequería llegar—.Tepuedesimaginar que sus estancias no tardaron en ser ocupadas por unmontóndeyonkis.Eranmalostiempos;laheroína,yasabes.

—Poresohubomuertos—comprendiólaescritora.Txominasintió.Susojosparecíanescudriñarmuy lejos,en los

olvidadosbaúlesde recuerdosqueelpasodel tiempoguardabaenalgúnlugardeluniverso.

—Lasllamaslossorprendieronmientrasdormían.—Qué desastre—musitó Leire. Aún no lograba entender qué

teníaqueverelconstructorcontodoaquello.—Lopeordetodoesqueaquelfuegofueprovocado—anunció

elbarquero,queseñalóalaorillaopuesta.

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LaescritorasefijóenelembarcaderodeSanJuan.UngrupodecincooseispersonasesperabaparapasaraSanPedro.

—¿DelaFuente?—inquirióintrigada.Txominasintiómientrascomenzabaadesligarelcabo.—Él fue quien levantó poco tiempo después ese edificio de

viviendas. Fue su primera gran operación, con la que comenzó acrearsuimperio.Comprósueloindustrialsininterés,logróqueselorecalificaran como urbanizable en un tiempo récord y lo vendiómultiplicandosuvalor.

—¿Cómosabestodoeso?El barquero abrió mucho los ojos, como si la pregunta le

sorprendiera.—Vamos,Leire.Nomedigasqueno sabíasqueDe laFuente

hizo así su dinero. Es parte de la historia del pueblo —dijoarrancando elmotor, que tosió quejoso antes de escupir almar elaguadelcircuitoderefrigeración—.Detodosmodos,hayalgomás

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—anunció torciendo el gesto—. Aquella noche, el constructorestuvoenlafábrica.Élfuequienlorociótodocondisolventeantesdedarlefuegoysalirdisparadoensucoche.

—¿Lovioalguien?—Leireestabaansiosaporconocertodoslosdetalles.

—Másdeunoymásdedos.Se le reconociópor el coche,unFordFiestaamarillo.

Laescritorafruncióelceño.—Asíquelosasesinatosdeestasúltimassemanasnoseríanlos

primerosdeDelaFuente.Txominnegóconunamuecadetristeza.—Juntoa la fábrica incendiadahabíaunadepinturas.Barcier,

sellamaba—explicómientraslamotoracomenzabaasepararsedelembarcaderoenelqueLeire seguíadepie—.Se llama,dehecho.Ahora está en Errenteria. Eso de convivir con los yonkis no leshacía demasiada ilusión, de modo que contaban con cámaras de

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seguridad. Creo que fueron las primeras que se instalaron en lazona.Lesdebierondecostarunojodelacara,peroanteslohabíanintentado con un vigilante nocturno y el pobre hombre no ganabaparapalizas.—Elbarqueroaceleró—.Talvezellos tenganalgunapruebadeloqueDelaFuentehizoaquellanoche—añadióalzandolavoz.

La escritora contempló con un creciente desasosiego como lamotora sedeslizaba sobre las aguas rumboaSan Juan.Si aquelloeracierto,JoséDelaFuenteeraunasesinodespiadado.Darfuegoaunedificioqueservíadecobijoatoxicómanos,yhacerloconellosdentro,eraunactodeunavilezasinpaliativos,ymássidetrásdeello no habíamás que unmero interés económico.Un interés, endefinitiva,comoelqueparecíaservirdenexoentreloscrímenesdelSacamantecas,aparentementedestinadosacercenarlaluchacontraladársenaexteriorcon laqueelconstructorplaneabahacersemásrico.

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Lacampanade la iglesiadeSan JuanBautista sonóen laotraorilla.Segundosdespués,ladeSanPedrolecontestó.Tressencillostoques.Leiremiróelrelojdesumóvil.Lasdosmenoscuarto.

Marcóunnúmerodeteléfonoquehabíaguardadoenlamemoriadelaparatoesamismamañana.

Aesahora,aúnlaencontraríatrabajando.—Cestero—saludóunavozfemenina.—Ane,soyLeireAltuna.TengonovedadessobreDelaFuente.Laertzainaescuchóatentamentesusexplicaciones.—Nosésinosservirádemucho.Hanpasadodemasiadosaños.

Silaempresadepinturashacambiadoinclusodesede,esmásqueprobable que hayan destruido las cintas de vídeo. Además, sihubieran tenido pruebas, las habrían entregado en su día. ¿No teparece?

Leire asintió con un gesto, aún a sabiendas de que suinterlocutoranopodríaverlo.

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—En cualquier caso, lo intentaré. Ahora mismo me acerco ahacerlesunavisita—apuntóCestero.

—Bien.Simenecesitas,estaréenelfaro.Quieroaprovecharlatardeparaescribir.—Aldecirlo,LeirerecordólainvitacióndeIñakiysintióunapunzadaderabia.DenohaberidotanatrasadaconLaflordeldeseo,podríahaberlaaceptado.

—Espera —le pidió la agente—. Pensaba llamarte ahora. Heestadohablandocon losde laUnidadde InvestigaciónCriminalytenemosunanuevaperspectivadelcaso.Almenosenparte.—Leireescuchaba expectante—.No acababa de cuadrarme la localizacióndelprimercadáver.

—¿EldeAmaiaUnzueta?—Sí. ¿Por qué la llevó el Sacamantecas hasta las puertas del

faro si sabemos a ciencia cierta que no la mató allí? Mover uncadáver es arriesgado. Cualquiera podría haberlo descubierto. Sinembargo,lohizo,dedicandoaltrasladoprobablementemástiempo

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que al propio crimen. —Ane Cestero hizo una pausa—. ¿No tepareceraro?

—Claro que me lo parece. Siempre me lo ha parecido, perosupongoquequienlohizoqueríaincriminarme,¿no?

—Ahípuedeestar el error.Esaesunade lashipótesiscon lasquehemostrabajadodesdeelprimerdía;perohoy,alavistadelasfotosque tehanestadoenviando,hemosllegadoaotraconclusión—anunció la ertzaina—. Tenemos la impresión de que aquelcadáverfuedepositadoantetufarocomounaespeciedeofrenda.Tepareceráuna locura,perosemehaocurridoobservandoaungatocallejero que se pasa el día en la puerta trasera de la comisaría.Cuandocazaalgúnbichonoslodejaenelfelpudo.Creoqueesunaformadehacersenotarydedemostrarnosquenoscuidaporquenosconsiderasufamilia.

—Creo que me he perdido —dijo Leire fijándose en que lamotoradeTxominacababadezarpardesdelaotraorilla.

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—No me extraña —se rio Cestero—. Probablemente, elSacamantecas asesinó a Amaia Unzueta para vengar las afrentasque,parasumenteenferma,estabassufriendoporsuculpa.Quizásera alguien que estaba aquel día en el mercado, cuando ocurrióvuestrapelea,oalguienqueseenteraradespués.

—NocreoquehayanadieentodoPasaiaquenoseenteraradeaquello.Estoesunpueblo,¿sabes?

—Sí, tienes razón—reconoció laagente—.Encualquiercaso,lo que quiero decir es que el Sacamantecas pudo comenzar susangríaparadefenderte.Laterceravíctima,ytambiénlacuarta,metienen desconcertada, pero a las otras dos les encuentro un encajeimpecableenestanuevaperspectivadelcaso.

—Por eso las fotos—apuntó Leire sintiendo un escalofrío—.Meestádiciendoqueestétranquila,quecuidademí,quevigilaparaquenadiemehagadaño…

La nueva perspectiva con la que Cestero revisaba el caso le

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resultabaconvincente,peroaúnmásaterradoraquelaanterior.—Exactamente. Y, si para ello tiene que matar, no duda en

hacerlo —añadió Cestero—. Ahora, lo más difícil: ¿se te ocurrequiénpuedeestartanobsesionadocontigocomoparaestardetrásdetodaestalocurasangrienta?

Leiretragósaliva.Aquellapesadillacomenzabaaserdemasiadoenrevesada.

—Laverdadesqueno.Ymeresultamuydifícil imaginarqueexistaalguienasí.

—¿Novios,amantes,pretendientes…?—insistiólaagente.Laescritoranonecesitópararseapensarloparanegarlo.Llevaba

demasiadosañosconXabierysinteneraventurasdeningúntipo.Alhacermemoria, cayó en la cuenta de cuan aburrida había sido suvidaenesesentido.MientrassumaridosededicabaahusmearenlasbragasdemedioPasaia,ellahabíapermanecidofiel,preocupadatansoloporsusnovelasysusavancesenelremo.

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—Piénsalo—dijoCestero—.AhoratengoquedejartesiquieroacercarmeporlafábricadeBarcier.

LeirealzólamanoparadespedirsedeTxomin,cuyamotoraaúnse encontraba a mitad de travesía. Después, subió la rampa quellevabaalosmuellesycomenzóaremontarlabocana.Lohizosinpensarlo,dejandoatráslaVespaconlaquedebíaregresaralfaroytomandoelcaminoquellevabaalastillerotradicional.

De camino,marcó el número de sumadre.Quería saludarla ycharlar un rato con ella, tal como había hecho cada día desde suregreso de tierras vizcaínas. Parecía que las reuniones deAlcohólicosAnónimosestabandandoresultado.

Ojaláduraraparasiempre.

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[…]

Undíade1996

Olíaamuerte;amuerteymaldad.Susojoseranfríos,distantes,comosimiraranaotrolugar,aotrotiempo,perolomirabanaél,nocabía duda.Susmanos, ásperas, nudosas y ajadas por los años detrabajo en el campo, se posaron sobre su abdomen, acariciándolo

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mientrasunamuecadedeseosedibujabaensus labios,ocultosenparteporlabarbadesaliñada.

Quisogritar,aullardeterror,peroniunsolosonidobrotódesugarganta.

Unafiladoyoxidadocuchilloapareciósobresuvientre.Unadeaquellasmanos tangrandes, tan recias, lo aferraba con fuerza; lostendonesdelbrazo, tensoshasta límites imposibles.Laboca,en laqueseveíanmáshuecosquedientesamarillos,seabrióparasoltaruna carcajada maquiavélica. Después, un silencio repentinoacompañóalbrazoalelevarseantesdecaerdenuevoconelpuñalapuntandoasuvientre.Apenassintiódolorcuandolahojapenetróen la piel, ni siquiera cuando alcanzó sus intestinos, que sedesparramaronporeltajoabiertoextendiendounolornauseabundo.Solo entonces, el Sacamantecas se quitó la txapela, con la quecubría su cabeza, en señal de respeto. Durante unos instantes,pareció rezar en silencio con lamirada fija en la tripa profanada.

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Después,metiólasmanosenlaheriday,conunaenormemuecadeplacer,comenzóaextraerlasvíscerasdesuvíctima.

Porfin,comosiemprequellegabaaaquellaparte,elTrikilogróchillar.Lohizocomouncerdoalquesedisponenadesangrar,peroenlugardesangre,fuepisloqueempapólacama.

Habíavueltoaocurrir.Temía aquellas pesadillas como nunca jamás hubiera temido

nada.«Enmala hora lo vi—sedijo para sus adentros sentado en la

cama».Sus compañeros habían dejado de acudir a su llamada de

auxilio.Alprincipiolohacían,perosusgritossehabíanconvertido,con el tiempo, en una espantosa banda sonora que resonaba cadapocosdíasenlasilenciosanochedeProyectoHombre.

«En mala hora. Antes, al menos, no era tan terrible —selamentó».

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Los sueños habían ido a peor desde que viera el documentalsobreelSacamantecasquelegrabóXabier.HastaentoncesnohabíasidomásqueunaespeciedemonstruoinfantilconlacaradelKuko.Ahora, en cambio, tenía un rostro mucho más inquietante: el delbracero pobre de necesidad y desaliñado, hasta decir basta, queasesinó a seis mujeres en los alrededores de Vitoria más de cienañosatrás.

El realismo de las pesadillas se había multiplicado hastahacerlas tan reales que el Triki temía la noche y alargaba en loposible la jornada para no quedarse dormido. Ni siquiera Xabierqueríaoírhablardeaquellossueños.TaleraelrealismoconelqueelTriki losdesgranaba,queelpropio tutor,alprincipio interesadoen analizarlos como estudiante de psicología, había comenzadotambién a sufrir las visitas nocturnas del Sacamantecas. En suúltimoencuentro,lehabíapedidoquenovolvieraamencionarlesuspesadillas.

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«No va a venir. El Sacamantecas no va a venir —intentóconvencerse».

—¿Estás bien? —preguntó una voz amable al tiempo que seencendíaunalámparadepared.

ElTrikiobservóangustiadolascuatroparedesdesuhabitación.Allíestabalaláminapintadaquemostrabaunhayedoquereflejabasuscoloresotoñalesenlastranquilasaguasdeunlago,elespejoquelemostrabasuimagencadamañanayelpercherodelquecolgabanlas ropas de la víspera. Estaba en casa; en la institución dondeestabasuperandosuadicciónydelaquesaldríaparasiempreenlaspróximassemanas.

—Sí,unapesadilla,yasabes—apuntóalzandolamiradahaciaAna,unadelasresponsablesdelturnodenoche.

—Tranquilo. Aquí estás bien —lo tranquilizó la mujer, quebostezó antes de apagar de nuevo la luz—. Intenta descansar, quemañanatienespaseoconXabier.

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El Triki asintió con un gesto que la oscuridad hizo inútil.Después, amagó con tumbarse de nuevo, pero en cuanto Ana seperdió en la distancia, se sentó en la única silla que había en lahabitación.

No pensaba dormir. Si era necesario, no lo haría nunca más.Todo fuerapornovolver a caer en lasgarrasdeaquel campesinoalavésqueloteníaaterrado.

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43

Madrugadadel9dediciembrede2013,lunes

Elprimerocayósinavisar.Nofuemásqueunresplandorlejanosobre la línea del horizonte. Los siguientes, cada vez másfrecuentes,rasgaronelcielocadavezmáscerca.Eltruenoquelosacompañaba, al principio un rumor apagado y casi inaudible, fue

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ganandointensidadhastahacervibrarloscristalesdeldespachoqueocupabaelpisosuperiordeledificiodelfaro.

Latormentaseaproximaba.Leire no lograba concentrarse. El espectáculo natural que

ofrecían los rayos la tenía hipnotizada. Era incapaz de pulsar dosteclasseguidassinalzarlavistahacialaventana.

Noeraparamenos.Eneltiempoquellevabaviviendoenelfarode la Plata, jamás había visto cernirse sobre él una tormenta desemejante intensidad. Cada vez que un rayo hendía el cielo, elCantábricoseiluminabacomosifueradedía.Desdeaquellaalturayenplenanochenoeracapazdeverconclaridadlasolas,perolassuponía enormes, comomonstruosasmontañas que angustiarían alosmásavezadosmarineros.

«Menosmalquenohacaídomientrasestábamosenelmar—sedijoparasusadentros».

Habíasidounabonitatarde,peronotantocomoLeireesperaba.

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Iñaki y ella estaban preparando la misma dorna de la vísperapara hacerse a la mar cuando Mendikute les preguntó si podíasumarsealatripulación.Supresenciaabordofueunjarrodeaguafría para una travesía que la escritora había aventurado que losllevaría hasta alguna cala solitaria, donde podrían retomar elmomentomágicoquequedócongeladoenelaire la tardeanterior.Sinembargo,conelpintorabordo, tuvieronqueconformarsecondisfrutardelpaisajeyde lasmiradasdedeseoque se cruzaronenmásdeunaocasión.

Pensaba en ello y se decía a sí misma que algún día podríarecorrerconsusmanoscadacentímetrodelcuerpodeIñaki,cuandolabombilladesnudaquecolgabadel techoemitióunguiñoque ladevolvió al presente. La tensión comenzaba a padecer lasconsecuenciasdelatormenta.Levantóelportátilconambasmanosparacomprobarquellevabainstaladalabateríaylodesenchufóparaevitar que alguna descarga quemara sus circuitos. Un icono que

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representabaunapilaparpadeóenelextremoinferiorderechodelapantalla, donde apareció un globo de texto que anunciaba quequedabantreshorasdebatería.

«Másquesuficiente—decidiócomprobandoqueeranlasdosdelamadrugada».

La tormentanoera loúnicoque le impedíaconcentrarseensutrabajo.Unainquietudlarondabadesdehacíahoras.Armándosedevalor, descolgó el auricular del teléfono fijo.Hacíameses que nomarcabaelnúmerodelmóvildeXabier,perotodavíalorecordabade memoria. Pulsó las teclas lentamente, esforzándose pormantenerselomáscalmadaposible.

No era fácil. La idea de que su exmarido pudiera haberregresado del Índico sin avisar a nadie le resultaba tan absurdacomoinquietante.Además,loúltimoqueleapetecíadespuésdelosinsultosquesehabíandedicadomutuamenteeraoírsuvoz.

Lostonosdellamadanosehicieronesperar.Eranextraños,más

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cortos y metálicos de lo que era habitual en las comunicacionesnacionales.Leirenonecesitóoírmásdetresparasaberqueelmóvilal que llamaba estaba en cobertura satelital, probablemente deInmarsat.

Erasuficiente.Sinesperaraquenadierespondieraalotroladode la línea, colgó aliviada el auricular. Tal como suponía, Xabierestabaenaltamar.Txomindebíadehaberloconfundidoconotro,porque no parecía haber vuelto de Somalia. A no ser, que suteléfono estuviera allí y él en Pasaia, pero eso parecía demasiadorebuscado.

Los rayos caían cada vez más cerca. Tanto que apenas podíacontar dos o tres segundos desde que el relámpago iluminaba elcielohastaqueeltruenohacíatemblartodoeledificio.

No recordaba una tormenta así desde que se habíamudado alfaro.

Sinprevioaviso,laluzseapagó.Laoscuridadquesecolabaa

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través de la ventana permitía adivinar que la linterna del farotambiénhabíaquedadoaoscuras.Sienaquelmomento,algúnbarcoestuvieraguiándoseporsuluz,acababadequedarabandonadoasusuerte.

Leire aguzó el oído. Sabía que, de un momento a otro, sepondría en marcha el generador que aseguraba que el faro de laPlata no se quedara sin corriente eléctrica. Pasaron los segundos,perolaoscuridadsiguiósiendoabsoluta.

Conuncrecientesentimientodecongoja,recordóquelosdelaAutoridad Portuaria le habían explicado cómo actuar si algo asísucedía. Debía bajar cuanto antes al piso inferior, donde seencontraba el aparato, y encenderlo personalmente. Recordabahaber comprobado la víspera que el nivel de combustible era elcorrecto, de modo que el fallo debía de estar en el sistema dearranqueautomático.

Laideadepasearaoscurasporunedificioquesabíaespiadopor

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unperturbadonolacautivaba,peronolequedabaotroremedio.Alfiny al cabo, ella era la fareray suúnico cometido en aquel faroautomatizadoconsistía en salvar ese tipode situaciones.Nopodíapermitirsefallaralprimerproblemaquesepresentaba.

Afaltade linterna, tomóelpropioportátilcomofuentede luz.Su luz blanca iluminó las escaleras, haciendo bailar las sombras.Peldañoapeldaño,ysinpermitirsemirarhacialasventanas,dondetal vez el Sacamantecas estuviera escudriñando el interior deledificio, Leire bajó hasta el piso de abajo. Mientras buscaba lapalancaquearrancabaelgenerador,sintiómiedo.

¿Ysinoseencendía?¿Ysielasesinoestabaallí,ocultoentrelassombrasquesecerníansobreelfaroaoscuras?

Intentóquitárselode lacabeza.Nadieensu sano juicioestaríaallífuerabajosemejantetormenta.

Pero aquel criminal desalmado no estaba precisamente en susanojuicio.

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¿Quiénpodíaestartanobsesionadoconellacomoparaofrecerlecadáverescomosideunamacabradeidadsetratara?Pormásquelopensaba,nolograbaacostumbrarseaesanuevavisiónquelaagenteCesteroteníadelcaso.

Un sonido procedente del exterior llamó su atención. Alprincipio le costó reconocerlo, pero enseguida comprendióquenoera otra cosa que el rumor de los torrentes en los que confluía elagua de la lluvia antes de precipitarse hacia el mar. Los imaginósaltandonerviosos,abriéndosecaminoatravésdelosvericuetosdelaenormelajadepiedrasobrelaqueseapoyabaelfaro,hastalograrlaserenidadunavezfundidosenunsoloelementoconelaguafríadelCantábrico.

Finalmente, dio con ella. Solo fue necesario apoyarseligeramente en la palanca para que el generador se pusiera enmarcha.Lacorrienteeléctricavolviódeinmediato,comocomprobóaliviadaencuantopulsóelinterruptorquehabíajuntoalapuerta.

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«Noeraparatanto—sedijoparasusadentrosmientrasapoyabaelordenadorsobreelpropiogenerador».

Leiresefijóenlapantallaylanzóunprofundosuspiro.Iba a ser incapaz de escribir una sola línea más. La tormenta

acababadeganar lapartida a ladoctoraAndersen.Sabíaque,pormuchoqueseesforzara,nolograríavolveraconcentrarse.

Con un movimiento del ratón táctil, comprobó que tampocopodía quejarse. En realidad, pese a no haber trabajado en toda latarde, había escrito cinco páginas de la novela desde la hora decenar. Era más que suficiente para una jornada cualquiera detrabajo.

Mientras apagaba el ordenador, se fijó en un reguero de aguaque se filtraba por la ventana y se deslizaba por la pared hasta elsuelo. El charco era aún insignificante; apenas una marca dehumedadsobrelasbaldosasdeterracota.

«Tendréquerepasarelmarcoconsilicona—sedijoapagandola

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luz».Conpasoslentos,subiólasescalerashaciasudormitorio.Sabía

queesanochesesentiríasola.Lacamaleresultaríatangrandeytanfríaquelecostaríadormir.

Noimaginabaque,ensolounashoras,cuandoestuvieraalbordemismo de la muerte, eso sería lo último de lo que tendría quepreocuparse.

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44

9dediciembrede2013,lunes

Sedespertóconeltimbredelteléfono.Abrió los ojos, sumida aún en la sensación de irrealidad de

quienhadormidopoco,yestiróelbrazoparacogerelaparatodelamesitadenoche.

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—¿Hola?—saludóincorporándoseenlacama.—¿No te habré despertado? —inquirió la voz de la agente

Cestero.—No, tranquila —mintió Leire dirigiendo una mirada a la

ventana, por la que entraba un torrente de luz natural. La escasaporcióndecieloquealcanzabaaverestabacompletamenteazul.Norecordabacuándohabíadejadodeoírlostruenos,perolatormentasehabíaprolongadohastabastantetarde.

—Es importante —anunció la agente—. Ayer no conseguígrandesavancesenBarcierporquenoestabaningunodelosjefesylospocosempleadosquehabíaerantanjóvenesqueenlosochentaandaríanaúnaprendiendoagatear.Pensabaquenosacaríamosnadaen limpio de allí, pero a última hora, se recibió una llamada encomisaría. Alguien, que no quiso dar su nombre, explicó que eldueño guardaba la cinta de lo ocurrido aquella noche junto convariosrecortesdeperiódicoconlanoticiadelincendio.

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—¿Enserio?¿Tieneslacinta?—No ha sido fácil. Esta mañana, a primera hora, me he

presentadoallícontrescompañerosylahemosrequisado.Elviejolo negaba todo, decía que él no tenía grabación alguna y que lascámaras no registraron nada de interés.—Cestero hizo una pausapararesoplar—.Vayaelemento.Hahabidoqueinsistirleenquesino colaboraba, se le iba a caer el pelo, para que accediera aentregárnosla.

—¿Lahabéisvisionado?—preguntóLeire.—EstáenBetacam.Noshemostiradodoshorasparaencontrar

unreproductordevídeodeeseformato.AlfinalhemosconseguidounoenCashConverters.Veintiochoeurosnoshacostadolabroma.

—¿SeveaDelaFuente?—laescritoranoteníaganasdeperdereltiempoendetallesinsignificantes.

—Laimagennoesmuybuena.SuertequeunafarolailuminabalazonadondeDelaFuenteaparcóelcoche—apuntólaertzaina—.

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Sededicóarociarconalgúnlíquidoinflamabletodoelperímetrodelafábricaabandonada.Después,lediofuegoyhuyó.

—¿Habéispodidoreconocerlo?—Elcoche,sí.Lamatrículalodelata.Alconstructorselevea

duraspenas.Tepareceráincreíble,peroesemismodíafuefirmadala compra-venta del suelo y apenas una semana más tarde fueaprobadalarecalificacióndelosterrenos.

—Síquesedieronprisa—murmuróLeire.—Chaparro no andaba lejos —aclaró Cestero—. Por aquel

entonces era el responsable de urbanismo en Pasaia. Fue él, dehecho,quienfirmólospapelesquepermitíanlevantarviviendasenelsolarincendiado,haciendoasíricoaDelaFuente.

Elconcejal,quehacíayaañosquesesentabaenlabancadadelaoposición, era el principal defensor de la dársena exterior en elAyuntamiento. Sus discursos acostumbraban a ser hirientes ymalintencionados,salpicadosdepalabrasofensivasydedesprecioa

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lasideascontrariasalasqueéldefendía.Aunquehacíatiempoquenoocupabapuestosdepoderenelgobiernomunicipal, su sombracontinuabasiendolarga.Deélsedecíaqueaúnmandabamásquelos regidores actuales; una consecuencia directa de susmaniobrasparacolocaradecenasdeamigosyfamiliaresenlaadministraciónmunicipaldurantelosañosqueformópartedelequipodegobierno.

—Así que estaban conchabados… Seguro que Chaparrotambiénseembolsóunmontóndedineroconlaoperación—musitóLeirepensativa—.PoresoDelaFuenteestátansegurodequeseráél quien se encargue de la construcción del nuevo puerto. Harámuchosañosquelosdoshacennegociosjuntos.

—¡Qué asco! ¡Estamos rodeados de corruptos! —protestóCestero—. Ojalá las leyes fueran más duras para poder meterlosentrerejasdeporvida.

Leireaúnnolograbaencajartodaslaspiezas.—¿Porquénoseinvestigóensumomento?—preguntó—.¿No

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tepareceraroqueconunsimplevistazoaunacintadevídeohayassidocapazdesolucionaruncasoquepasódesapercibidohacetantosaños?

—Noteengañes.Coneseincendioganarontodos.DelaFuenteyChaparrohicieronnegocio;elanteriorpropietariologróvenderunsolarque,hastaentonces,nadiequeríaporsersueloindustrialyporestar infestado de yonkis; y Barcier se quitó de encima a suproblemáticovecindario.Hastalosvecinosdelascasascercanassealegrarían por la construcción de un bloque de viviendas quedesterraba a los toxicómanos que se habían adueñado del barrio.¿Quién iba a querer investigar algo así? Además, el concejalmovería loshilosnecesariosparaque lapolicíanodieramucho lalata—explicóCestero.

—Solo perdieron los yonkis —dijo la escritoraautomáticamente.

—Esperaunmomento—lepidió laertzaina,queseapartódel

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teléfono para hablar con un compañero—. ¿En serio? ¿Habéismiradobien?¿Desdecuándo?Dadavisoatodaslaspatrullas—oyóLeirealotroladodelalínea—.Perdona,yaestoyaquídenuevo.Notelovasacreer.JoséDelaFuentesehaesfumado.Sumujerdiceque no ha dormido en casa y, según su secretaria, hoy no haaparecidoporeldespacho.

—¿Yporquénohandenunciadoladesaparición?—quisosaberlaescritora.

—Ni idea. Tampoco entiendo cómo se ha enterado de quepensábamosdetenerlo.ElviejodeBarcierdebedehaberseidodelalengua—añadióCesteropensativa.

—Cada vez estoy más convencida de que De la Fuente es elSacamantecas—sentencióLeire.

LaagenteCesterointercambióunaspalabrasconuncompañeroantesderesponder.

—Esta huida me inclina a pensar en la misma línea. La

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Ertzaintzavaaponertodoslosmediosparadarconélcuantoantes.Acabamosdeactivarelprotocolodebúsquedaycaptura.Esecerdonoirámuylejos.Teloaseguro.

—Esoespero.—Unacosamás—lainterrumpióAneCestero—.Voyaponerte

protección.Conesecabróndesatadoyenplenahuida,nomehaceningunagraciasaberqueestássolaenunfaroperdidoenlanada.

—No.Nise teocurra.Esetíonovaaobligarmeacambiarmivida.

—Será solo temporal. En cuanto lo detengamos, te retiraré laescolta—insistiólaagente.

—No pienso aceptarla—sentenció Leire demodo cortante—.PónselaalasintegrantesdeJaizkibelLibre,siquieres.Amídéjameenpaz.

AneCesterosemantuvoensilenciounossegundos.—Si tuviera suficientes agentes, lo haría—apuntó molesta—.

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Estábien.Cómoquieras,perosisalesdelfaro,avísame.Laescritorasedisponíaadespedirsecuandooyóunruidoenel

exterior.Veníadelaexplanadadeaparcamiento.—Esperaunmomento—pidiólevantándosedelacama—.Creo

quehayalguienahífuera.—¡Mierda! —exclamó la agente—. ¿Ves como necesitas

escolta?Conel corazónenunpuño,Leireavanzóhacia laventana.Le

aterrabalaideadedescubrirelMercedesdeJoséDelaFuenteantela puerta del faro. Aunque Cestero enviara una patrulla, seríainevitable que pasaran unos minutos hasta su llegada. Un tiempoquepodía resultarpreciosoenel casodequeel constructor se lasapañaraparalograrentrareneledificio.

El sonidose repitió.Alguienestabaarrastrandoalgoquehacíacrujirlagravillabajosupeso.

—Igualesalgúnpaseante.Vienenmuchosporaquí—aventuró

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Leireenvozalta,aunqueelmensajeeramásparaellaquepara laertzainaqueaguardabanoticiasalotroladodelteléfono.Necesitabacalmarse.

—¿Qué? ¿Es él? —preguntó Cestero impaciente—. Voy aenviarteunapatrulla.

—Espera—musitólaescritoraasomándosealexterior—.Dameunsegundo.

EnelespaciodondeaparcabanloscochesnohabíaunMercedessino una pequeña furgoneta blanca rotulada con el escudo delAyuntamientodePasaia.Leirelaconocíabien.

—Falsaalarma—anunciósintiendoquerecuperabalaserenidad—.Eselempleadodelalimpieza.

Ajeno al susto que acababa de propinarle, el albino continuóarrastrando una vieja papelera metálica que hacía semanas queanunciabanquepasaríanaretirar.Estabatanoxidadaqueresultabainservible.Leirelarecordabaenvueltaenplásticosyalambresdesde

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losúltimosdíasdelverano,cuandounniñosehizouncorteenunamanoalquerertirarunabolsadepatatas.

—¡Joder,vayasusto!Unpocomásytemandoparaallíatodoslosagentesdelaprovincia—exclamóCesteroantesdedespedirse.

Leire se apoyó en el alféizar y contempló pensativa losmovimientos del albino. ¿Cómo se llamaba? ¿Zigor? ¿Igor? Nisiquiera recordaba quién se lo había dicho. Solo sabía que él nohabíasido.

En unmomento dado, alzó la vista hacia la ventana. Leire losaludó con lamano, peronoobtuvo respuesta.El otro se limitó aobservarlainexpresivoantesdegirarsehacialafurgoneta.Abrióelportón trasero para cargar la papelera rota, y arrancó el motor.Apenasunosinstantesdespuéshabíadesaparecidodelalcancedelavista.

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[…]

Undíade1998

ElTriki estaba en el huerto del patio, regando unas tomaterasquelosinternoscultivabanparasupropioconsumo,cuandooyóelclaxon.

—Yalotienesaquí—comentóunodesuscompañeros.

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—¿Puedesacabarderegarpormí?—lepreguntó.—Venga,vete.Nolehagasesperar.—¡Gracias!—exclamó el pasaitarra dejando la regadera en el

suelo.El Fiat Uno de Xabier estaba aparcado a la puerta de las

instalacionesdeProyectoHombreenHernani.Alacercarse,elTrikicomprobóque su tutorno estaba solo.Loacompañabauna joven.Imaginóquesetrataríadeesacompañeradeclasedelaquetantolehabíahabladodurantelasúltimassalidas.Nopudoimpedirsentirsedesplazado, casi celoso. Nunca hasta entonces había acudido abuscarloencompañíadealguien.Además,últimamente,lasvisitasde su tutor sehabíanhechomenoshabituales.Segúnel estudiantedepsicología,sedebíaaqueteníaqueprepararlosexámenes,peroel Triki sospechaba que el verdadero motivo era que preferíaquedarseenBilbaoparadisfrutardelacompañíadeaquellachica.

—Hola,tío—losaludóeljovensaliendodelcoche.

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—¿Quétal,Xabier?La puerta del copiloto se abrió para dejar salir a una chica

vestidaconvaquerosyunacamisetaverde.—EstaesLeire—señalóeltutor.El Triki se acercó a ella para darle dos besos en lasmejillas.

Olíabien,afrutamaduraconuntoquealmizclado.—Encantada.Xabier siempre está hablando de ti—admitió la

muchachaconunaalegresonrisaqueenmarcabaunosdientesmuyblancos—.Dicequeeresmuyvaliente.

—Oh, no tanto. El valiente es él por mezclarse con chusmacomoyo—bromeóelTrikiruborizándose.

—No, tío.Tiene razónLeire.Hace faltamuchovalor para sercapaz de dejar atrás toda esamierda de la heroína—intervino eltutor.

—Todavía no la he conseguido dejar —musitó el Trikiseñalando hacia el edificio del que acababa de salir—; si no, no

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estaríatodavíaaquí.—Por poco tiempo. No creo que te quedemás de unmes—

apuntó Xabier accionando la palanca que abatía la butaca delconductor.

ElTrikisubióalasientotrasero.—Hoy os voy a llevar al mejor lugar del mundo —anunció

Xabierarrancandoelvehículoymirándoloporelespejoretrovisor.

Apesardequeunandamiocubríasufachadasurydelatabalasobrasderehabilitaciónqueseestabanllevandoacabo,elfarodelaPlata resultaba igual de encantador que siempre. Sus formas decastillomedieval se alzaban desafiantes sobre la costa y parecíanvigilaralosreciénllegados.

—Ya estamos aquí —anunció Xabier en cuanto salieron delFiat,aparcadoen la reducidaexplanadadegravillaqueseabríaal

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piedeledificio.El Triki no respondió. Su mente no tardó en perderse por el

pasado.Tantas travesías, tantas tardes con supadre aprendiendo anavegar, tantas leyendas, tantos guiños cómplices… Aquel farohabía sido testigo de todo. Desde las alturas, había contempladotoda su infancia y todas sus tristes correrías juveniles.Él lo habíavistonaceryloveríamorir,comohabíavistomorirasupadreyasuhermano.Sí,porqueaunquePrudenhubieramuertoenlacárceldeMartuteneelfarolohabríavisto;seguroquesí.

—Esespecial,¿verdad?—comentósututorjuntoaél.—No creo que haya nadie en Pasaia para quien no lo sea—

aseguróelTrikicon lamirada fijaen la linterna, todavíaapagada,quecoronabaeltorreón.

Leirediounospasosalfrenteparaasomarsealacantilado.Lasgaviotasqueanidabanenlasoquedadesdelarocaalzaronelvueloygraznaronenfadadas.

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—¡Esunapasada!—exclamóabriendo losbrazosparadejarseacariciarporlabrisa.

Xabierseacercóhastaellaylepasóunamanoporlacintura.«Ojalápudierahacerloyo—se lamentóelTrikicon lamirada

fijaenlashermosasformasdelamuchacha».Llevabaelpelocastañorecogidoenunacoladecaballoquele

llegaba hasta media espalda, haciendo destacar unos hombrosperfectos, erguidos y armónicos. Los pantalones le marcaban unculomagnífico; o eso decidió el Triki, que sentía que tras tantosañosdeletargo,renacíanensuinterioreldeseoyelapetitosexual.

—Esprecioso.Nuncahabíavistounfaro tanchulo—exclamóla joven—.Me gustaría verlo de noche, con su luz guiando a losbarcos.

—Despuésdecenartevolveréasubir—anuncióXabierconunarisita.

Leireledevolvióunasonrisadivertidaylepropinóunbesoen

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loslabios.—Meencantará—susurró.Losdosjóvenessefundieronenunlargoyapasionadobeso.ElTriki losobservóconunnudoenelestómago.Loscelos le

devorabanlasentrañas.Debuenaganahabríaapartadoasututordeunmanotazoparahacerseconlachica,peroesascosasnosehacían,y menos cuando se estaba a un paso de acabar el programa dedesintoxicación.Asíactuaríaunvioladoryélnoloera.Podíaserunyonki,peronounviolador.

Depronto,Xabierpareciórecordarquesunovianoeralaúnicaqueestabaallíconél.

—Tío,creoqueeshoradequetellevemosaHernani.Tragando saliva con dificultad, el Triki asintió, aunque no

necesitabamirarel relojpara saberqueaúndisponíadedoshoraslibres.El sol estabaalto sobreelhorizontey todavía le faltabaunlargo trecho por recorrer antes de que la luz amiga del faro de la

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Platailuminaralanoche.«Yoharíalomismosifueramía—sedijoparasusadentrosen

unintentodecomprenderloquepasabaporlamentedesututor».Mientrasvolvíaaacomodarseenelasientodeatrás,observóde

reojoaLeire,querecorríaelpaisajeconunamiradasoñadora.—¿Te imaginas vivir aquí arriba?—le preguntó la joven a su

novio,quegirólallaveparaarrancarelmotor.—Nosésiaguantaríaelruidodelasgaviotas—replicóXabier.Leirelediouncariñosoempujón.—¿Ruido?Esonoes ruido.Esmúsicacelestial—protestócon

unasonrisaquealTrikilepareciólamáshermosadelmundo.Mientras el coche bajaba rumbo aSanPedro por la intrincada

carretera,seprometióasímismoquealgúndíaseríasuya.Nadaerapara siemprey, antesodespués, el tiempodeXabier terminaríayLeireseríasuya.Porqueaélnolemolestaríanlosgraznidosdelasgaviotas.Nadaseríaunamolestiaeldíaquetuvieraaaquellajoven

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ensusbrazos.

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LeireencontróaTxominenlaBodeguilla.EncuantocomprobóqueeraeljovenAsierquienseocupabade

cruzara lospasajerosdeSanPedroaSanJuan, supoqueTxominsolopodíaestarallí.Erasurefugiomatinalparalosdíaslibres.

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—Tenías razón —anunció Leire a modo de saludo—. De laFuente prendió fuego a la fábrica. Las cámaras de seguridad deBarcierlorecogierontodo.

El barquero le dirigió unamirada extrañada. No esperaba esanoticia.

—¿Enserio?Asíqueesosbribones teníangrabaciones.Tantosaños luchando por que se hiciera justicia, por que acabaran entrerejaslosresponsablesdeaquellasalvajada,yellossinabrirlaboca.—Su rostro crispado delataba su indignación—. Nadie creía laversióndeunpuñadodeyonkisalosqueeramáscómodoacusardehaberprovocadoel incendioquedeser lasverdaderasvíctimasdeunespeculadordesalmado.

—Egunon,cariño—lasaludóAmparoacercándosehastaella—.Noteimaginascuántomealegrodequelasaguashayanvueltoasucauce.—Apoyó sumanohuesuda en la espaldade la escritora—.¿Mepermitesquehoyteinviteyo?

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LeireleregalóunpardebesosysesentóalamesadeTxomin.—¿Yahoraquévaapasar?—inquirióelbarqueroconlamirada

atrapadaenunasviejasredesquecolgabandeunaesquina.LaescritoracomprendióquesereferíaaJoséDelaFuente.—Ha desaparecido. La Ertzaintza sospecha que puede haber

sido él quien ha estado sembrando Pasaia de terror y muerte. Loestánbuscando.

Txominsepasólamanoporelbigoteyexhalóunsuspiro.Leirelomiróextrañada.—¿Notealegrasaberqueporfinseharájusticia?Notardarán

endetenerlo—aseguró.—Amparo, sube el volumen. Es Pasaia —pidió uno de los

clientes que jugaban al mus en una mesa junto a la que seamontonabanbarrilesdecervezavacíos.

Lataberneracogióunpalodeescobaqueguardabatraslabarrayestiróelbrazoparaalcanzareltelevisor.Conlapericiapropiade

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quienhace elmismogesto amenudo, pulsó el botónhasta que lavozdelapresentadoraseoyóconclaridad.

—Tevoyaregalarunmando.Aversitemodernizas,queyaeshora—seburlóunodelosjugadoresdecartas.

—Mira—dijoAmparomostrandounoqueguardabajuntoa laañeja caja registradora—. Venía con la tele, pero el palo no usapilas.¿Paraquétantogasto?¿Oesquepiensaspagármelastú?

—¿Queréis callar de una vez?—protestó el que había pedidomásvolumen.

Leireseloagradecióparasusadentros.En la pantalla se intercalaban imágenes de la tormenta caída

durantelanocheconotrasenlasqueaparecíaelpuertodePasaiayuncrucerodeflamantecolorblanco.

—El Queen of the Seas, con ochocientos pasajeros ycuatrocientostripulantesabordo,aguardaenestosmomentosaqueamaineeltemporalmarítimo,queseprevéqueremitaapartirdelas

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ochodeestatarde.Seráentonces,aprovechandolapleamar,cuandohaga su entrada a puerto—explicó una voz femenina—.Mañana,mientras los mecánicos reparan la avería, los viajeros podrándisfrutardeunainesperadajornadaenDonostia,unaciudadquenoesescalahabitualensuruta.

—Estaría bien que vinieran más cruceros por aquí. ¿Osimagináis mil personas de paseo por San Pedro? Todos querríanprobar tus mundialmente famosos bocadillos de bonito conguindillas.Te ibas a forrar,Amparo—bromeóMiguel, el relojerodelaavenidadeEuskadi.Acodadoenlabarracomocadamañana,disfrutaba de lo que llamaba jocosamente sus quince minutos delibertad.

—Calla,nodesideas.Yaestoybastantehartadevosotros.Solome faltaría quevinieran también los turistas—protestó la ancianasecándoselasmanoseneldelantal—.¿Cómosepideunbocadilloen inglés? —murmuró con gesto angustiado—. ¡Vaya lío! Si

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vienen,echolapersiana.—Si se hiciera el puerto exterior, podrían venir unmontón de

cruceros.ABilbaoyavan—defendióMiguel—.Yesagentedejadineroenelpuertoysusalrededores.Yopodríaampliarlarelojería.

—¿Ampliar? —se burló Amparo—. ¡Si te pasas el día aquí!¿Paraquéquieresmástrabajositefaltatiempoparacolgarelcarteldevuelvoenseguida?

—¿Quélehapasado?—preguntóLeire,quenohabíapodidooírlanoticiaentera.

—La tormenta. ¿No has oído los truenos esta noche? —Elrelojeroesperóungestoafirmativodelaescritoraantesdecontinuar—. Tenía previsto llegar anoche a Bilbao, pero la tempestad losorprendió cerca de aquí. Esos barcos son tanmodernos que estátodo informatizado. Por lo visto, un rayo ha achicharrado elordenador central y ahora no funciona nada. Ni el aireacondicionado,nielsuministrodeagua,nilascocinas.

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—Eso no es lo peor —lo interrumpió uno de los jugadoresmientras repartía las cartas—.Nopuedenavegar.Es increíblequetodos los instrumentosdenavegaciónenunbarcoconmásdemilpersonas a bordo dependan únicamente de un ordenador. Y loscapitanesdeahora,yasesabe,lesquitaselGPS,elradarolasondaysonincapacesdeseguiradelante.¡Unosinútiles!

—Túnohablestanto—lereprendióunodesuscompañeros—,queereselprimeroqueyanosabesalirapescarsinllevarlasondaencendida. Eso de que un aparato te diga cuándo tienes latxipironeraencimadeunbancodepecesdeberíaestarprohibido.

Elotroprefiriónocontestar.—Mus —fue lo único que dijo, arrojando sobre la mesa sus

cuatrocartas.—¿Has visto alguna vez un crucero en Pasaia?—le preguntó

LeireaTxomin,quetodavíateníalamiradaperdida.—¿Eh?Perdona,noescuchaba.PensabaaúnenDelaFuente.

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—Loatraparán,yaloverás.Nohabráidomuylejos—insistiólaescritora—.Ypagaráconlacárceltodossuscrímenes.Losdeantesylosdeahora.

Txomin asintió, esforzándose por dibujar una sonrisa bajo elbigote.

—Ayerpesquéunadoradadecasidoskilos—anunció—.¿Teapeteceveniracenarhoyacasa?Pensabahornearlaalasalyestangrandequeseríaunapenahacerlaparaunosolo.

Leireaceptólainvitación.Noteníanadamejorquehacer.Miróelrelojdepared,cuyasmanecillasmarcabanlasoncedela

mañana.Subiríaalfaroaescribirydespuésseacercaríaporelastillero.

Unadoradaalasalseríaunbuenrematealajornada.—¿Cómolapescaste,desdecasa?El barquero se rio por lo bajo al tiempo que movía

afirmativamentelacabeza.

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—Unadoradadedoskilosdesdeelsalóndecasa…Vayabribónqueestáshecho—seburlóMendikute,queacababadeentrar a laBodeguilla.Ibavestidoconunbuzoblancosalpicadodepinturadediferentescolores.

—Túcalla,queeresel reyde lasnasas—sedefendióTxominrecordando la afición del pintor por la captura de marisco contrampas.

—Elpróximodíaqueveaelsedaldesdetusalón,locortaré—bromeóMendikuteantesdegirarsehaciaAmparo—.Unodebonitoyunasidra,joven.

La casa de Txomin se encontraba en plena bocana. Solo laestrecha cinta asfaltada que llevaba aOndartxo la separaba de lasaguasdelabahía,demodoqueelbarqueroacostumbrabaadejarlacañalanzadadesdelaventanadelsalón.Raraera lavezqueLeireacudíaalastilleroynopasababajoelsedalentensiónqueunía lacasaconelmar.

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—¿Nosvemosalasocho?—apuntóTxominseñalandoelreloj.—Allí estaré—anunció Leire acabándose de un trago la caña

antesdeponerseenpie—.Gracias,Amparo.—Ati, cariño—sedespidió la taberneraasomándoseentre las

grandeslatasdebonitoenconservaqueseparabanelbardelsectordestinadoatienda.

—¿Te pasarás por Ondartxo esta tarde? —quiso saberMendikute.

Leireasintió,aunquearegañadientes.Estavez,esperaballegaratiempo para embarcarse con Iñaki antes de que el pintor pudierasumarsealatripulación.

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Las campanas de la iglesia de San Pedro tocaban las ochocuandoLeiresaliódeOndartxo.ApenaslaseparabancincominutosescasosdelacasadeTxomin,peroseobligóacaminardeprisa.

No le gustaba llegar tarde, ymenos a una invitación a cenar,

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perohabíasidoincapazdedespedirseantesdeIñaki.Esatardenohabíansalidoanavegar.Laconstruccióndelgaleón

ballenero había topado con un escollo inesperado. Lamadera quellegaba desde la serrería lo hacía a un ritmo tan bajo, que losvoluntariosdeOndartxoseveíanobligadosapasarmás tiempodebrazos cruzados que trabajando en la réplica. El malestar entrequienes regalaban su tiempo comenzaba a ser tan notorio quealgunos proponían que se desviara parte de lamateria prima a unaserraderoindustrial.Sinembargo,losmáspuristas,entrelosquesealineaban Mendikute, Iñaki y la propia Leire, no querían ni oírhablardealgoasí.Paraellos,laconstrucciónartesanaldeunbarcodebíacomenzarporelserradotradicionaldelamadera.

La discusión se alargó durante horas hasta que, finalmente,decidieronformargruposdecuatrovoluntariosque,apartirdeldíasiguiente,viajaríancadatardeaZerainparacolaborarenlaserreríaLarraondo.

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Leire tenía ganas de verla. Había oído hablar tanto de aquelantiguo aserradero perdido en el bosque cuyos engranajesmovíanlas aguas de un arroyo, que se le antojaba fascinante poder ir atrabajarenélunashorasalasemana.

Cuando losgruposestuvieronorganizadosyelhabitual sonidode martillos y sierras se adueñó del astillero, Leire subió a labiblioteca.Eraunasencillasalasituadaenunentrepisocubiertadeestanteríasrepletasdelibros.Allíacostumbrabaarealizarpequeñasinvestigaciones históricas sobre las naves que replicaban. Apenashabíaencendido la luzcuandoIñakientró trasellay lesonrióconunaanhelantemuecadedesafío.

—¿Dóndenosquedamoselotrodía?Noperdieronel tiempo.Fuecuestióndeminutos, perodeuna

intensidadcomoLeirenorecordabahabervividoenmuchosaños.Besos apasionados, caricias, miradas suplicantes y palabrasentrecortadasporeldeseosesucedieronhastaqueunavozconocida

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los interrumpió. EraMendikute, que requería a Iñaki para que leecharaunamano.Unavezmás,elpintorhabía sidoelencargado,seguramentesinsaberlo,deponerlímitesasupasión.

Apenashabíasalidopor lapuertadelastillerocuandoelmóvilempezóasonar.

«Sí que está impaciente—pensó al deducir que se trataría delbarquero».

Optóporapretaraúnmáselpasosinperdertiempoenbuscarelaparatoenelbolso.

El inconfundible aullido de una sirena policial resonó en ladistancia.

—¿Ya estás aquí? —la saludó Txomin, apenas una sombraasomada a la ventana del primer piso. El sedal de la caña, quebrillabaalreflejarlaluzdeunafarolacercana,seprecipitabadesde

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allíhastalasaguas,calmadasporfintraslargashorasdetemporal.Elmóvilcontinuabasonando,peroelbarqueronoteníaningún

teléfonoenlasmanos.Sololapipaenunayunencendedorenotra.Asíquenoeraélquienlallamaba.—Estáabierto—anuncióTxominseñalandoelportal.Leire buscó impaciente el teléfono. ¿Quién podía ser tan

insistente? Mientras lo hacía, Mendikute, que se había quedadocambiándosede ropaenOndartxo, laalcanzó.Elpintordetuvosuviejabicicleta alpiede la casadelbarqueroy apoyóunpie enelasfalto.

—Deberíacortártelo—apuntóalzandolamanohaciaelhilodepescar—.Estoquehacesescompetenciadesleal.

El barquero soltó una risotada socarrona al reconocer el tonojocosodesuspalabras.

—¿Ane?—saludóLeiredandoporfinconelteléfono.—¡Joder,meteníaspreocupada!—protestólavozdelaagente

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Cestero—.Lohemosencontrado.Vasaalucinar.—Lassirenasdeloscochespatrullasehicieronmásnumerosas,peroparecíanestarmuylejosdeallí—.DelaFuenteestámuerto.

—¿Se ha suicidado?—la interrumpióLeire, incómoda porqueMendikutelaescuchabasinningúnreparo.

—No. Mucho peor. Lo han matado. El cadáver acaba deapareceren losmuellesdeAntxo,alpiedeunade lasgrúasde lachatarra.

—¡Quédices!¿Elmismoasesino?¿OtravezelSacamantecas?—preguntólaescritoragirándosehaciaelmarparaevitarlamiradainquisitivadelpintor.

—Meparecequetenemosotrofuneral—comentóestealzandola vista hacia la ventana dondeTxomin se limitó a poner cara decircunstancias.

—Otra vez él —dijo Cestero—. Volvemos a estar como alprincipio,sinningúnsospechosoclaro.

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Leireasintióensilencio.De laFuenteeraelprimerhombrealquematabaelSacamantecas.Además,eralaprimeravíctimaquenoformabapartedelaplataformacontraelpuertoexterior.

Nada, salvo el modus operandi, coincidía con los anterioresasesinatos. Ni siquiera lo hacía con los del Sacamantecas delsigloXIX,quesolohabíamatadoamujeres.

Con la desconcertante sensación de que la caza de aquelmonstruo desalmado volvía a estar en un callejón sin salida, laescritoraseguardóelteléfonoenelbolso.

—¿Qué ha pasado? ¿Quién…?—le preguntóMendikute. Ritaladróansiosatraslapuertadelportal.

Leiresuspiró.—DelaFuente.HaaparecidoenAntxo.Parecequeestonovaa

acabar nunca —masculló empujando la puerta. La perra saliócorriendo para perseguir a dos gaviotas que se paseaban por elmuelle.

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—¡Madremía!Simelleganapreguntarquiéncreíaqueestabadetrásdetodoesto,habríadichoqueél—apuntóelpintorcongestodesorpresa—.¡Pobrehombre!

Laescritoraseencogiódehombrosyseperdióenelinteriordelportal.Unaportezuelalateralseabríaalabajera,dondeseveíanasimple vista todo tipo de antiguos aperos de pesca y el viejoRenault5deTxomin.

—Bienvenida —la saludó el barquero en cuanto subió a laprimeraplanta—.¿Esverdadloqueheoído?¿Lohanmatado?

Leireasintióconunmovimientodecabeza.—El Sacamantecas. Esta vez, en los muelles de Antxo —

apuntó.El barquero sacudió la cabeza como si quisiera borrarlo de su

mente.—¡Québarbaridad!—selamentó—.Estátodounpocorevuelto,

pero un hombre solo…—musitó señalando hacia el interior del

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piso.—Pensaba que era una casa entera, sin divisiones. No me

esperabaunedificiodeapartamentos.Porfueranoloparece—dijoLeiredirigiendounamiradaalsiguientetramodeescalera.

—Ynoloes.Osí,segúnsemire.—Laescritoraadivinóundejedenostalgiaenlasonrisaquesedibujóbajoelbigote,queparecíamásarregladoquepor lamañana—.Mispadresdividieronlacasaendospisosindependientes,unoparacadahijo.Mihermanomuriódesidaenlacárcel.Laputadroga,yasabes.Asíqueloheredétodoyo—explicó haciéndose a un lado para invitarla a pasar—. Soloutilizoelprimerpiso.Hahabidogente interesadaenalquilareldearriba, pero no lo haré a no ser que esté desesperado. De algúnmodo,quieroquesigasiendodeél.

Leire se regañó para sus adentros por haber despertadorecuerdostandolorososconsucomentario.

—LosdelaAutoridadPortuariamehanpedidoqueapartirde

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las diez y media no me separe del faro. Quieren evitar cualquierposibleimprevistoenlaentradaapuertodelcruceroenapuros.Haymuchas personas a bordo y demasiada atención mediática comoparapermitirseelmásmínimoerror—anunciócambiandodetema.

—Notepreocupes—dijoTxominmirandoel relojdepénduloquecolgabadeunextremodelcomedor—.Antesdelasdiezestarásalláarriba.Laentradadelbarcocoincidiráconlapleamar,quehoyesalasonceymedia.Esimposiblequelointentenantes;nohabríacaladosuficienteenlabocana.

La escritora se lamentó al ver que su comentario había sidointerpretadocomoundeseodeacortarlavisita.Decididamente,noestabaacertada.

—¡Québienhuele!—exclamóvolviendoaforzaruncambiodetema.

—No tienemuchomérito. Una buena dorada de la bocana esunadelicia, lacocinescomo lacocines.Seríaunauténticopecado

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que no estuviera rica—apuntó Txomin en un alarde demodestiamientrasseperdíaporlapuertadelacocina.

Leirerecorrióelcomedorconlamirada.Erapequeño;pequeñoy desordenado. Saltaba a la vista que el barquero lo había estadoadecentando,quizásforzadoporsuvisita.Lamesa,cubiertaporunelegantemanteldecuadrosysobreelquesedisponíaunavajilladeesas que se guardan para ocasiones especiales, contrastaba convarias pilas de libros y revistas que hacían equilibrios sobre elrespaldodelsofá.

—¿Puedo hacer algo? —se ofreció Leire asomándose a lacocina.

—No, siéntate. Lo tengo todo listo. ¿Te gusta la crema demarisco?—preguntó Txominmostrando dos tazones que acababadesacardelmicroondas.

—Claro—mintió la escritora.Odiaba aquella especie de soparepletadearomasquímicosycolorantesquevendíaAmparoen la

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Bodeguilla. Probablemente, era lo único del bar-tienda que noestaba a la altura del resto de deliciosas vituallas que sedespachabanenella.

Elbarquerosacóelpescadodelhorno.—¡Vayabuenapinta!—exclamólaescritoracuandosuanfitrión

golpeó con un cuchillo la costra de sal para dejar la dorada a lavista.

—Medabapenacomermeyosolosemejantecaptura.Notodoslos días se pesca algo así—dijoTxomin llevando la bandeja a lamesa—.Vamos,tomaasiento.

Leireobedeció.Lasillaeraelegante,confalsosairesseñoriales,yresultabaincómoda.

—¿Te importaqueapague la tele?—preguntóTxomincuandoregresó con el vino, un txakoli tan frío que un sinfín de gotas decondensacióncubríanlabotella.

La escritora negó con un gesto. Hasta entonces no había

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reparadoenqueestabaencendida.—Suelocenarconellapuesta.Mehacecompañía—confesóel

barquero—.Avecesestristevivirsolo.¿Noteparece?—Laverdadesquetodavíanolohenotado.Hepasadomuchos

añosconXabiercomoparaecharenfaltalacompañíadealguienentanpocosmeses.

—¿Sabes por qué son tan deliciosas las doradas? —inquirióTxominapartándoladesuspensamientos.

Leireseencogiódehombros.Noselohabíaplanteadonunca.—Sonmuysibaritas a lahoradecomer—explicóelbarquero

señalando con el cuchillo el vientre del pescado—. Entran en lasríasyestuariosaprovechando lapleamar, justocuando lasalmejasemergen de los fondos arenosos y los cangrejos abandonan susescondites. Son unas voraces depredadoras, pero no comencualquiercosa.No;solomoluscosycrustáceos.Nadamás.Aveces,si las pesco cuando la marea está bajando y ellas abandonan la

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bocana rumbo amar abierto, encuentro aún en su tripa patitas decangrejo o restos de alguna concha.—Txomin parecía realmenteentusiasmado—.¿No teparece fascinantepodersabersi ladoradaentrabaosalíadelabahíasoloconversusentrañas?Escomosi,dealgúnmodo,pudierashablarconelpescado.

—Está riquísima —apuntó Leire llevándose un pedazo dedoradaalaboca—.Estoyacostumbradaalasdecultivoynotienennadaqueverconesto.

Elbarquerotorcióelgestoenunamuecadeasco.—Nosepuedecomparar.Precisamenteporloquetedecía.Las

salvajes son muy selectivas a la hora de buscar alimento; las depiscifactoría, en cambio, comen piensos hechos de pescado deescasacalidad.Nadadecangrejosochirlas,porsupuesto.

Laescritorasellevóelvasoaloslabios.—Nuncateacostarássinsaberunacosamás—apuntódandoun

tragoalvino.

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—¿Te gusta el txakoli? —preguntó Txomin alzando la copa.Leirereparóadmiradaenlapericiaconlaqueeracapazdeutilizarlosdosúnicosdedosdelamanoderecha—.Noatodoelmundolegusta.Esaacidez…,yasabes.

Leireagradeciólapreguntaparasusadentros.Menosmalqueelbarquero estaba llevando la conversación, porque ella no sabía dequéhablar.Sumenteestabalejosdeaquelcomedormaliluminado.Lamuertedelconstructorlehabíarototantolosesquemasqueteníaganasdeperderseenel silenciode su faroypensarconcalmaentodosloscabosque,repentinamente,habíanquedadosueltos.

—Esmivinopreferido—explicó,sorprendiéndoseasímisma.Hasta entonces no se había percatado de que fuera así—. En elpueblo de mis abuelos hacen uno de los mejores. Cuando erapequeñasolíapasarelveranoconellos.Enrealidad,hacíaañosquehabían emigrado a Bilbao, pero regresaban al pueblo a pasartemporadas. Solía ayudarles con la vendimia. —Hizo una pausa,

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pensativa—. Aunque, ahora que lo pienso, la uva se recoge enotoño.Nosé,talvezíbamostambiénentoncesparavendimiar.Erademasiadopequeñaparaacordarme.

—Estará cerca deGetaria, ¿no?—quiso saber el barquero.Lamayor parte de la producción guipuzcoana de txakoli provenía deaquellazona.

—Sí. Es una aldea a cuatro o cinco kilómetros de la costa.Oialde. ¿Te suena?—Txominnegóconungesto—.Casinadie laconoce. Tengo entendido que solo quedan doce habitantes. Losdemás se fueron a la ciudad en busca de una vidamás fácil.Misabuelostambién.Cuandomurieron,lafaltadecuidadossentencióelcaseríofamiliar—selamentóLeire—.Laúltimavezquefuiporallíno quedabanmás que unas paredes devoradas por la hiedra. Unaauténticapena.

Duranteunosinstantes,ningunodelosdosabriólaboca.Fueelrelojdepared,quediolasnueve,quienrompióelsilencio.

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—Voyabuscarelpostre—anuncióTxomin—.Supongoquetegustaráelchocolate.

—Meencanta.Elbarquerosonrió.—¿Te das cuenta de cuántas cosas tenemos en común? —

apuntóponiéndoseenpie.Leirelosiguióconlamiradahastalacocina.¿Hablabaenserio

obromeaba?¿Noestaríaintentandoflirtearconella?A través de la puerta abierta, vio a Txomin sacar una caja de

cartónazuldelcongelador.Extrajodoscoulantsdesuinteriorylosdispusosobreunplatoantesdeintroducirlosenelmicroondas.

—Estoymuycontentodequehayasvenido—dijoelbarquerodesdelacocina.

Leireselimitóaasentir,incómoda.Miróelreloj.Elpéndulosebalanceaba con una cadencia que, en condiciones normales, lehabría inducido sueño, pero no aquella noche. Estaba demasiado

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nerviosa, demasiado intrigada por saber quién y por qué habíamatadoaJoséDelaFuente.Enun intentodepensarenotracosa,recogiólosplatossuciosylosllevóalacocina.

—Noentres—protestóTxomin—.Esunasorpresa.Mientras le entregaba la vajilla, Leire reparó en el candelabro

convelasdecolorrojoqueelbarquerohabíaencendido.Juntoaél,envueltacuidadosamenteencelofán,habíaunarosa.

Reprimiendo un suspiro, la escritora suplicó para sus adentrosque Txomin no la hubiera invitado a cenar para confesarle queestabaenamorado.Porqueella jamáshabíasentidoalgoasíporél.Solo era un amigo, un confidente al que poder explicar susquebraderosdecabeza,peropocomás.

«Te estás equivocando. Será solo una muestra deagradecimientoporhaberaceptadosuinvitación—sedijogirándosedenuevohaciaelsalón».

Mientras esperaba a que el barquero terminara de preparar el

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postre, se acercóa la estantería.Decenasde libros se apilaban sinseguir un orden aparente. En su mayoría, eran novelas de lomosgastadosporelpasodelosaños.Observóconunatisbodenostalgiaque no faltaba la balda dedicada a la colección completa de losfolletinesdeEstefanía,lospreferidosdesuabuela.Ensusrecuerdosaparecíasiempreconalgunoensusmanos.

—Mi madre era una gran lectora—explicó Txomin desde lacocina—.Mipadrepescabayellaleía.Asípasabansutiempo.

Leire se giró para regresar a lamesa.Al hacerlo, reparó en elreproductor de VHS que había junto a la televisión. Por unmomento, recordó el vídeo de su casa, siempre rodeado por unsinfín de cintas desordenadas queRaquel y ella amontonaban, díatrasdía,hastaquesupadrelesobligabaaponerenorden.

—¡Todavíatienesvídeo!—exclamólaescritoraacercándosealaparato—.NoconozcoanadiequenolohayacambiadoyaporunlectordeDVD.

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—¿Eh?Sí,bueno,mehacegraciavercintasantiguas—apuntóTxomindesdelacocina.

Leireserioparasusadentros.Sidealguienpodíaesperarsealgotananacrónicoeraprecisamentedeunbarqueroquefumabaenpipayusabauncestodemimbreamododemochila.

—Yaestoyaquí—anuncióTxominregresandoalsalónconunabandejapresididaporelcandelabroqueLeirelehabíavistoprepararenlacocina.Elintensoolordelchocolateseapoderódelcomedor.

Agachadajuntoaltelevisor,laescritorasefijóenlaúnicacintaque había junto al reproductor de vídeo.Solo una, ni unamás; niallí,nienelrestodelcomedor.Ensuetiqueta,enletrasmayúsculasdecolornegro,leyóalgoquelehelólasangre.

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[…]

Undíade1998

ElTrikiacababadeabandonareldespachodelpsicólogocuandovolvieron a llamarlo. Supuso que habría olvidado explicarle algúndetalle,demodoqueregresabaeufóricoaaquellasaladondehabíapasadotantashorasdeterapia.Noeraparamenos.Trastresintentos

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fallidos de rehabilitación, por fin saldría de Proyecto Hombrecompletamentedesenganchado.Sabíaperfectamentequeduranteelresto de su vida sería un extoxicómano y que tendría quemantenerse alejado de todo tipo de drogas, pero al menos nodependeríadelaheroínaparapoderseguiradelante.

Sietedías.En solo siete días dejaría aquel caserío de Hernani y podría

volveraPasaia.No ledabamiedohacerlo.Unade lasenseñanzasbásicas de ProyectoHombre era que no debía volver a frecuentarlosmismosambientesdeantesdeltratamiento,peroeso,porsuerteopordesgracia,noibaasuponerleningúnesfuerzo.Hacíamásdediez años que intentaba dejar la heroína y, en ese tiempo, Pasaiahabía cambiado. Había podido comprobarlo en sus visitas conXabier. Los apartamentos que ocupaban ahora el solar de la viejafábrica abandonada eran solo la cabeza del alfiler. También laKatraponadeManolohabía cerradopor faltadeclientes.Algunos

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pocos, como el Triki, habían logrado o estaban tratando aún dedesengancharse, pero la mayoría se había ido quedando por elcamino. El sida, esa enfermedad de la que jamás, hasta hacía unpuñado de años, habían oído hablar, había hecho estragos. LahepatitisC,lassobredosisylasreyertashabíanhechoelresto.

Tampocoquedabaningunodesusantiguosamigos;aquellosconlosqueseinicióenelmundodeladroga.ConMachohabíamuertoelúltimodesucuadrilla.

Llamóconlosnudillosalapuertadeldespacho.—Adelante—loinvitólavozdelpsicólogo.—¿Mehasllamado,verdad?—Siéntate, por favor. —El rostro de Joxerra, apenas unos

minutosantesafableysonriente,noaugurababuenasnoticias.ElTrikiobedeció.Noentendíaquépodíahaberpasado.¿Acaso

habíahechoalgoquepusieraenpeligrosuanunciadalibertad?—Lamentomuchotenerquedecirteesto,ymuchomáscuando

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estabasapuntodepodercelebrarconellaunodelosmomentosmásimportantesdetuvida.Nolomerecíais,niella,nitú—musitóaquelhombreconelquetantohabíahabladosobreelpasadoparaasentarlas bases de un nuevo futuro—. Tu madre ha muerto. —Elpsicólogo se había acercado hasta él para darle un abrazo—. Losientoenelalma—balbuceó.

—¿Cómo?—inquirió el Triki con las sílabas atragantadas enunagargantaquesepreparabaparaelllanto.

—Uninfarto.Hasidoestanoche,mientrasdormía—explicó—.Cuandohassalidodeldespacho,hellamadoporteléfonoatucasaparadarle labuenanoticia.Hadescolgadounavecinayme lohacontadotodo.Nohasufrido.

El Triki sintió que la cara se le cubría de lágrimas al mismotiempoquelapenaledesgarrabacadarincóndelpecho.

—¿Que no ha sufrido? —preguntó llorando como un niñopequeño—. ¿Cómo que no ha sufrido? —insistió golpeando con

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fuerza la mesa que tenía delante—. ¡Toda su vida ha sidosufrimiento! Mi hermano y yo se la destrozamos. ¿Qué hay másduro para una madre que ver como la droga devora a tus niñosmientrasellos seolvidandevivir?¿Quéhaymáshorriblequevermorirenlacárcelaunodetuscríosmientraselotromienteunayotravezparaevitardesengancharsedeesamierda?

Joxerraloabrazóconfuerza.—Lo siento. De verdad que lo siento—murmuró con la voz

rota.ElTrikihundiólacaraensupechoylloródesconsoladamente.Elentierrofuelamañanasiguiente.Un sencillo funeral en la iglesia de San Pedro precedió al

sepelio.Mientraselcuracantabalossalmos,elTriki,sentadoenlaprimera fila de la iglesia, cerró los ojos y se dejó mecer por lamonótonaletanía.Nohabíasidocapazdedormirentodalanoche,demodoque,asupesar,enseguidacomenzóacabecear.

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—…delhijoydelEspírituSanto.Amén.El capellán continuaba con la ceremonia, pero el Triki estaba

muylejosdeallí.Elapacibleduermevelaenelquehabíacaídonotardó en convertirse en una espantosa pesadilla. Juan Díaz deGarayo, el Sacamantecas vitoriano, estaba agachado junto alcadáverdesumadre,destrozandosuvientrecontantasañaquelosintestinosnotardaronenestardesparramadosalrededordelcuerpo.Al reparar en su presencia, aquelmonstruo de formas humanas lemostrólasgarrascubiertasdesangreyechóacorrertrasélconunamacabrarisotada.

—¡Calma! ¡Tranquilo, estoy contigo!—fue la voz de Joxerraquienlodespertó—.Estabassoñando.Vayagritoquehaspegado.

El cura esperó una señal afirmativa del psicólogo antes decontinuarconelfuneral.

Despuésde la comunión, los asistentes salieron al exterior.Laestrecha plaza estaba desierta, sus adoquines brillantes por el

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persistentesirimiriylosmurosdelcementeriollorosos.El Triki se sorprendió al ver a tantas personas saliendo del

templo. Apenas llegó a reconocer a algunos vecinos. Hacíademasiados años que se había ido de casa y muchos de aquellosrostros eran completamente nuevos para él. Ellos, en cambio, síparecíanconocerlo.Susmiradasacusatoriasysusfríospésamesasílodecían.

El camposanto estaba al otro lado de la calle. Dos preciosasportadas,unarománicayotragótica,custodiabansuentrada.Conelcuraabriendoelpaso,lacomitivavecinalavanzóensilenciohastalasepulturafamiliar,dondeesperabandosenterradoresconla losaretiradayelféretroapoyadoenella.

—¿Estásbien?—preguntóJoxerraapretandoafectuosamenteelbrazodelTriki.

El psicólogo había decidido acompañarlo al entierro para quesintieraelapoyodealguiencercano.Enunprincipio,pensaronen

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Xabier, pero este estaba en Deusto y no podía faltar a clase.Además,el jovenestudiantedepsicologíaestabaúltimamentemáspendientedesusasuntosquedelTriki.Talvezfueraporqueloveíayacurado,otalvezporqueconsunoviateníasuficiente,perohacíavariassemanasquenoaparecíaporProyectoHombre.

Trasunaspalabrasdelcura,queesparcióaguabenditasobreelataúd, los sepultureros lo depositaron en el hueco abierto yarrastraronlalápidaparasellarelenterramiento.

Entremurmullosylamentos,losvecinossefueronretirando.ElTrikiapenaslosvio.Unvelodelágrimascubríasusojos,que

permanecíanfijosenlosnombresgrabadosenlalápida.Aquellonodebía haber ocurrido nunca. Sus padres habíanmuerto demasiadojóvenes,sinllegarsiquieraalaedaddejubilarse.

Suhermanoyélloshabíanmatadodetristeza.Alzó la vista hacia las nubes. El sirimiri, que contagiaba la

atmósferadeun ambiente triste, le acarició el rostro.El cielogris

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plomizodePasaiatambiénllorabalamuertedesuama.—¿Quieres quedarte unos minutos a solas con ella? —le

preguntóJoxerra.ElTrikiasintióconungesto.—Con todos ellos —murmuró señalando los nombres de la

lápida—.Quierocontarlesquehesalidoadelanteyqueyanotienenquesentirvergüenzapormí.—Sesecólaslágrimasconeldorsodelamano—.¡Mehabríagustadotantoquepudieranverlo!

—Lo están viendo —le aseguró el psicólogo dándole unascariñosaspalmadasenlaespalda—.Teesperoenelcoche,¿vale?

ElTrikioyóalejarsesuspasossobrelagravilla.Sesentósobrelatumbamojadaypasólosdedossobrelasletras

grabadasenella.Tresnombresconsusapellidosyeldíadeladefunción.Todos

en un lapso de apenas diez años, losmismos que había pasado élintentandorehabilitarse.

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Nolequedabanadie.Bajo aquella fría losa de mármol descansaba toda su familia.

Imaginólailusióndesuspadresaltraerlosalmundoasuhermanoya él, y rompió a llorar desconsoladamente al recordar sus rostrosenvejecidos y terriblemente tristes las últimas veces que los habíavisto.

¿Cómohabíapodidohacerlestantodaño?¿Cómohabíapodidosertanegoístacomoparaarruinarlesasílavida?

El llantono lepermitióoír que alguien sehabía acercadoa latumbahastaqueunavozmasculinalehizogirarse.

—No te imaginas cuántohe esperado estemomento.Hoy, porfin, sabía que te encontraría aquí—dijo el recién llegado con untonocargadodeodio.

ElTrikipensóinmediatamenteenelKuko,peroélnopodíaser.Según había podido saber en una de sus últimas visitas a Pasaia,hacíaañosqueelcamellohabíacaídoconsucochealafétidaríade

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Errenteria,no lejosde lapapeleraquecontaminabasusaguas.Lasmalaslenguasdecíanquesehabía tratadodeunajustedecuentas.Deudas del narcotráfico, chivatazos…, cualquier cosa podíaprovocarunfinalasí.

Angustiado, entrecerró los ojos para intentar reconocer aquelrostroqueseabalanzabasobreél.Laslágrimaslenublabanlavista,perologróidentificarlosrasgosdeunodeloshermanosBesaide.

—¿Marcial? —preguntó asustado mientras el visitante leaferrabadelcuelloconunasmanosqueparecíandeacero.

—No. Gastón—anunció el otro—. Era yo el que iba conmipadreenaquellalancha.¿Teacuerdas?

ElTriki intentó zafarse de él, pero lo únicoque consiguió fuequelasmanosqueloestrangulabansecerraranconmásfuerza.Lefaltabaelaire.Siseguíaapretando,moriría.

«Quizássealoquememerezcadespuésdecausartantodolor—pensórecordandoelfríotactodelasletrasgrabadasenlatumba».

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—Fue todo culpa tuya. Si hubieras vuelto a puerto, nohabríamostenidoquesalirabuscarteyhoymispadresaúnestaríanaquí —le espetó Gastón con rabia—. Deberías haber muertoahogadoenelmar.Noestabaenelguiónquetesalvaras.

«Mejor habría sido la muerte que sufrir todos estos años decalvario—sedijoelTrikiparasusadentros».

Sentía el frío de la dura lápida clavado en la espalda. GastónBesaideapretabacontantafuerzaqueparecíadispuestoaromperlapiedraparaarrojarloalinterior.

—Debería matarte y dejarte aquí con tu gente —murmuróacercándole unas tenazas que el Triki no alcanzó a ver de dóndehabíasacado.

La cara angulosa de Gastón se cubrió de pronto de unadesaliñada barba que le llegaba hasta los ojos. El Sacamantecasestaba allí y se disponía a acabar con él en la soledad delcementerio.Abriólabocaparagritar,perosuatacanteleintrodujo

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enellauntrapoparaimpedirlo.—Perono;novoyamatarte.Seríademasiadofácil.Elrestode

tuvidanoserámásqueunacondenadearrepentimientoporhabermalgastado tu juventud.—ElTrikise llevó lasmanosalabdomenparaprotegerse—.Yporhaberdestrozadoamifamilia,claro;peroesotedaigual,¿verdad?—inquirióBesaideconrabia—.Hastahoy.Apartirdeahora,tendráspresentesamispadrescadadía.

Dejando de sujetarlo por el cuello, mientras el Triki tosíaruidosamenteluchandoporrecuperarelresuello,Besaideleamputótresdedosde lamanoderecha.La tenaza, afiladapara la ocasión,permitióuncortelimpioyrápido.Elíndice,elcorazónyelanular,seccionadosalaalturadelosnudillos,cayeronsobrelafríalápida,rellenandoenseguidadesangrelasletrasenbajorrelieve.

—Unopormimadre,otropormipadreyelterceroporMarcial.Ahora los recordarás toda la vida —anunció Gastón dándose lavueltaparaabandonarelcamposanto—.Ah,teregaloesto.Seguro

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quelonecesitarás—añadiótirandoalgojuntoaél.El Triki se fijó horrorizado en su mano mutilada. La sangre

manabaconfuerzadelatripleheridaysefundíaenunaconlafinacapa de agua que cubría la tumba. Aquellos nombres que tantosignificaban para él se habían vuelto rojos, destacando demaneramacabrasobrelaoscuridaddelmármol.

Sin embargo, lejos de sentir dolor, se hundió aúnmás en unainsoportablesensacióndetristeza.Sualmaestabadesgarradaporeldañocausadoasufamilia.

Gastón Besaide tenía razón. Vivir con aquel sentimiento deculpaerapeorqueestarmuerto.

Depronto,recordóquesuagresorhabíadejadocaeralgoantesdeirse.Seagachópararecogerlo.

Unajeringuilla.No necesitó mirarla dos veces para saber que estaba llena de

heroína.

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Tal vez la solución más fácil fuera inyectársela. El dolorremitiría,almenosdemomento.

Volvióunavezmáslavista,nubladaporlaslágrimas,hacialalápida.Elcuerpodesumadreaúnyacíacalientesobrelosrestosdesuhermanoysupadre.Nopodíahacerleseso.

Selodebía.Apuntólaagujahaciaelsueloypresionóelémboloconrabia.

Ellíquidosederramósobrelagravilla.Después,arrojólajeringaalsuelo y la pisoteó una y otra vez hasta asegurarse de que habíaquedadohechatrizas.

Soloentoncesvolvióafijarseenlatumba.Selodebía.Lástimaquenohubieranpodidoverlo.

Nuncamásflirtearíaconaquellamierdaquelehabíaarruinadolavida.Nuncamás.

Lamanoseguíasangrando.Necesitabaunmédicocuantoantes.Se puso en pie y caminó hacia la salida manteniéndola elevada

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sobre su cabeza, como había visto hacer en la tele. En cuantoencontraraaJoxerra, lepediríaquelollevaraalhospital.Después,novolveríaaProyectoHombre.Estabacurado.

Desde la portada románica del cementerio, se giró por últimavez hacia la tumba de su familia. No le costó reconocerla por elintensocolorrojoquelateñía.

Lesprometióqueestaveznolosdefraudaría.Loprimeroquepensabahacereravolveracasa;unhogarque

sabíaqueleresultaríaespantosamentevacíoydelquejamásdeberíahaberescapado.

Y,porsupuesto,sunuevavidanopodíaserunarealidadsinodejaba atrás el mote que le habían puesto sus amigos cuandocomenzaronaadentrarseenelmundodeladroga.

Nunca más permitiría que nadie lo llamara Triki. Su madreodiabaesesobrenombreysurecuerdomerecíaqueloborraradesuvida para siempre, que lo enterrara con todo lo que representaba

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bajoaquellalosaenrojecidadelcementeriodePasaia.Apartirdeaqueldíavolveríaaemplearelnombrequelehabían

puestosuspadresalnacer:DomingoGuruzeta,igualquesudifuntopadre. Para diferenciarlos, su ama lo había llamado siempreTxomin.

YsoloTxominseríaapartirdeaquelmomento.

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9dediciembrede2013,lunes

Leiresellevóunacucharadadepastelalaboca.Apenas sintió el sabor del chocolate. Todos sus sentidos

acababan de quedar embotados por la espantosa sospecha quetomabaformaensuinterior.

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JuanDíazdeGarayo.DocumentalETB.

¿Quéhacíaallíaquellacintadevídeoconlaetiquetadescoloridaporelpasodelosaños?Recorriólasestanteríasconlamirada,peronovioniunasolacintamás.Eralaúnica.ParecíaqueelbarqueroconservaraelreproductordeVHSsoloparapodervisionaria.

Aquello no pintaba bien. Algo le decía que convenía salir deaquellacasacuantoantes.

—¿Notesientesmuysolaenelfaro?Quizástegustaríabajaravivir aquí, en la bocana.—Txomin la miraba por encima de lasvelas,quepretendíandarunairederomanticismoalambiente.

Laescritoracerrólosojosunosinstantes.Aquellonopodíaestarpasando.Sinembargo,alabrirlos,elbarqueroseguíaallí,esperandounarespuesta.

—Está entrandoniebla—apuntó enundesesperado intentodecambiardetema.

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Txominsegiródisgustadohacialaventana.—El tiempo está loco. Estamos en diciembre. Debería llover,

nevarincluso,perounanieblatandensaesalgomáshabitualdelaprimavera—comentó.

Leiredecidióqueerasuoportunidadparamarcharse.—Tendréqueirme.Conestetiempo,laentradadelcruceroserá

aúnmáscomplicada—dijosinapartarlavistadelaventana,traslaqueapenasseveíanyalasfarolasdelcaminodePuntas,enlaorillaopuesta.

LosladridosdeRitalainterrumpieron.—Quiereentrar—explicóTxomin—.Aellatampocolegustala

niebla.Eseolorahumedadqueenmascaratodoslosdemásaromasledebederesultaraterrador.

—Me voy, y así le abro la puerta para que pueda pasar —anuncióLeireponiéndoseenpie.

—Espera.Antes,unúltimobrindis—propusoelbarquero.

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La escritora se fijó en el reloj mientras tomaba la copa, casivacía, en sumano. Pasaban pocosminutos de las nueve ymedia.Tenía que salir de allí y llamar a Cestero para contárselo todo.Después, debía subir al faro a cumplir como farera. No podíapermitirsequealgún imprevistopusieraenapurosalQueenof theSeas.

—Ahora podrás dormir más tranquila —celebró Txominalzandolacopadetxakoli.

Leirenocomprendióaquéserefería.—De la Fuente —explicó él—. Ya no te molestará más. Se

acabaronsusvisitasysusimpertinentesllamadasdeteléfono.—La verdad es queme habría gustadomás que diera con sus

huesosenlacárcel.Estenoeraelfinalqueyodeseaba—aclarólaescritora—. La cinta de Barcier era prueba suficiente de susfechorías. Cualquier tribunal lo habría condenado a una buenatemporadaentrerejas.Ahora,encambio,nosepodráhacerjusticia.

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Txominexhalóunsuspiro.—Sienaquelentoncesnoshubieranhechocaso,esepuercono

habríavivido tantosaños riéndosedelpasado—dijoconun rictusdetristeza—;peronuestrapalabranoeramásqueladeunpuñadodeyonkisalosquelasociedaddespreciaba.

—Era allí donde vivías antes de entrar en Proyecto Hombre,¿verdad?

Elbarquerotardóunossegundosenresponder.—Lafábricaeramihogar,yaquellosyonkis,mifamilia.Falléa

ladeverdad—selamentóseñalandounafotoenmarcadaenlaquese veía a un matrimonio con dos muchachos navegando por labocanaenunatxipironeradecoloramarillo.

Leiremusitó a duras penas unas palabras de consuelo, pero elbarqueronolaescuchaba.Conlamiradafijaenlafoto,parecíaestarmás en aquella época que en aquel desapacible día del final delotoño.

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—¿Sabesloqueesserconscientedequehasmatadodepenaatu padre? Esa txipironera lo era todo para él. Con un hijo en lacárcelyelotrohuidodecasa,sololequedabalapesca.Nisiquieraesofuicapazderespetar.—Laescritoraleyóelnombrecuyasletrasnegras resaltaban en el casco: Gorgontxo—. También eso se loarrebaté.

LamiradadeLeire recalóenel sencilloaparadordedospisosqueocupabalaesquinacercanaalapuertadesalida.Enelsuperior,juntoaunviejoteléfonofijo,habíaunacámaradefotosCanon.

Queríasalirdeallí,pero¿cómohacerlosincortarbruscamenteaTxomin?

—Fueron tiempos muy jodidos —continuó el barquero sinpercatarse de su desasosiego—. En fin, hay que seguir viviendo.¿Tehedicholoagustoqueheestadohoyaquícontigo?

Leireasintióintentandomantenerlatranquilidad.—Yo también, pero debo irme o no llegaré a la entrada del

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crucero.Txomin la miró fijamente antes de contestar. Era una mirada

incómoda,comosi intentaraescudriñarensu interiorparaverquépensabaenrealidad.

—Sí,tienesrazón.Teacompañaré—decidiófinalmente.Laescritorasequedóparalizada.¿Acompañarla?Lo último que le apetecía era pasear con él por los muelles

desiertos y envueltos en la niebla. En cualquier caso, seríamejorquequedarse en supropia casa.Siemprehabía unaposibilidaddequeallífuerahubieraalgúnpescadoralquepedirayuda.

—Noesnecesario.Megustacaminarsola,ymásconestaniebla—mintióLeire—.Meayudaainspirarmeparaescribir.

—Claro —admitió Txomin—. Iré contigo hasta el dique deSenekozuloa.Quierosentarmeallíaverlaentradadelcrucero.Seráalgoimpresionante.Lasescalerastelasdejoparalainspiración.

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La escritora le estudió la mirada. No parecía amenazante.Tampoco extrañada. Por un momento, se recriminó por estarculpabilizándolo. Al fin y al cabo, una cinta de vídeo podía nosignificarnada.Sinembargo,algo ledecíaquesí,queelbarqueroeraelSacamantecas.

—Estabamuybuenaladorada—dijocogiendolacazadoradelrespaldodelasilla.

Txominselimitóaasentirconungesto.—¿Vamos? —inquirió colgándose del hombro su inseparable

cestadepescador.Leireabriólapuerta.«Tengo que avisar a Cestero», se dijo sacando el móvil del

bolsillo.No podía permitirse levantar las sospechas de su anfitrión, de

modoqueselimitóapulsardisimuladamentelatecladerellamadaantesdevolveraguardarelaparato.Ojalálaagentesospecharaque

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algoestabaocurriendoalrecibirlallamada.LosladridosdeRitaerancadavezmásnerviosos.—Nos ha oído. ¿Cómo puede darle tantomiedo la niebla?—

comentóTxominbajandolasescaleras.Laspatasdelanimalarañabanlapuertaconinsistencia.Estaba

fueradesí.Fue Leire quien asió la manilla y abrió el portón. Apenas se

habíaabiertounoscentímetroscuandolaperraentródisparadaenelportalparalanzarsealosbrazosdesudueño.

Larapidezdelinesperadomovimientohizoperderelequilibrioal barquero, que dio dos pasos en falso antes de apoyarse en lapared.Alhacerlo,elcestodepescadorcayóalsueloysucontenidorodóporelsuelo.

Laescritoranotuvotiempodecogeralvuelounbotedecristalque se hizo añicos al impactar contra los adoquines, pero pudosalvarunsegundofrascoquesaliódisparadohacialaorilladelaría

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yapunto estuvode caer al agua.Mientras lo llevabadevuelta albolso,vioqueTxominhabíadejadocaeraRitayestabaderodillasguardando todo apresuradamente en el pequeño baúl de mimbre.Extrañada,alzóelfrascohaciasusojosysefijóensucontenido,deundesagradableaspectoamarillentoconvetassanguinolentas.

Un papel pegado al vidrio se ocupaba de eliminar cualquiersombra de duda. En él, solo había dos palabras, pero eransuficientesparacomprenderlotodo.

IratxeEtxeberria.

EraelnombredelaterceravíctimadelSacamantecas.Con un escalofrío, Leire comprendió que aquellos frascos

conteníangrasa;grasahumana.—No deberías haber visto esto —musitó Txomin sin ningún

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atisbodesonrisa.Laescritoranoesperóaquesepusieraenpieparaecharacorrer

haciaOndartxo.Conunpocodesuerte,aúnencontraríaallíaIñaki.Ni siquiera perdió el tiempo en girarse para ver cómo el

barquero salía disparado tras ella abandonando el cesto. Si lohubiera hecho, lo habría visto tomar de él un afilado cuchillo depescadoryelviejopedazodecuerdaconelquehabíaasfixiadoasusanterioresvíctimas.

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9dediciembrede2013,lunes

AneCesteroobservabalaniebladesdeelbalcóndesupisoenlaplazadeSanJuan.HabíahechounparéntesisensutardelibreparaasistirallevantamientodelcadáverdeDelaFuente,peroyaestabadenuevoencasa.HacíaunbuenratoquelosedificiosdeSanPedro

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habían desaparecido tras la inquietante cortina de agua ensuspensión y no quedaba un alma en los bares que se abrían a laplaza.Uncamareroapilabalassillasymesasdeunadelasterrazas.Al arrastrarlas con desgana hendía el silencio como una navajaafilada.

«Debería atarla mejor —pensó al comprobar que la pancartacontra la construcción de la dársena exterior que colgaba de subalcónsehabíasoltadodesusenganchesypendíadelrevés».

El asesinato del constructor le había roto los esquemas. Si elSacamantecasqueríaacabarcon losmovimientoscontraelpuerto,¿porquéibaamataralempresarioquelodefendíaconmásfuerza?Pormásquelopensaba,nolograbaencontrarleningunalógica.

«Céntrateenloshechosconocidosydéjatedeespeculaciones—sedijosiguiendoconlavistaeltenueresplandorqueelfaroldeunatxipironeratrazabaenlaniebla».

Todavía no se había perdonado a símisma el haber dado por

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hecho que los pelos de animal hallados en el cadáver de MirenOrduña eran de foca. En lugar de limitarse a mandarlos allaboratorio,deberíahabérselosmostradoantesaunveterinario, talcomohabíahechoesamismanochealhallarpelos similaresenelcuerpodeJoséDelaFuente.

SintióunapunzadadevergüenzaalrecordarlasonrisaburlonadeldoctorLamasalexplicarleque,asimplevista,cualquieracomoél habría descartado que las muestras fueran de foca. Estabandeterioradas por una exposición prolongada al agua de mar, peroerandeperro.

Lástimaqueno sehubiera tomadoen serio aquellapistahastaentoncesyquelosresultadosdelanálisisestuvierantardandotanto.Sihubierallamadoaunveterinarioantesdeenviarlosaanalizar,aesasalturasestaríamáscercadedarcazaalSacamantecas.

«No te culpes. Lo lógico era no darle importancia —intentóconvencerse».

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Al fin y al cabo, todos en Pasaia hablaban últimamente de lafoca que se había visto descansando en los muelles cercanos alastilleroOndartxo,dondeaparecióMirenOrduña.

Ahora,encambio,parecíaunbuenhilodelque tirar.Sien lasropas de dos víctimas habían sido hallados pelos del mismo can,solopodíatratarsedelperrodelpropioSacamantecas.

Dandountragoalasidraqueacababadeservirse,decidióqueunperrocuyopeloestaba tandañadoporel salitrequeella,ensuignorancia, lo había confundido inicialmente con el de una foca,solopodríatratarsedelamascotadeunpescador.

Intentóhacerun repasomental de losarrantzales que salíanapescaracompañadosporsusanimales.Erandemasiados,ymássisesumabantodosaquellosperrosquevivíanenlascasascercanasalabocanayquesebañabanadiarioenella.

Parecía como buscar una aguja en un pajar, pero al menospodríacomenzaradelimitarelnúmerodesospechosos.Decidióque

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aldíasiguientepondríaa todosuequipoarecorrer labocanaparaestablecerunalistadeanimalesquecumplieranesascaracterísticas.

Lespediríaquerecogieranmuestrasdelpelodetodoslosperrosquevierancercadelagua.Esofacilitaríaeltrabajo,porqueconsolocotejarlas con las obtenidas en las víctimas, tendrían localizado alSacamantecas.Aunque,pensándolobien,lossietedíasquetardaríaelanálisisdeADNpodían resultar fatalessielasesinocontinuabaconsufrenesícriminal.

Iba a servirse un nuevo vaso de sidra cuando oyó sonar sumóvil.Antesdedescolgar,sefijóenlapantalla.EraLeireAltuna.Tal vez tuviera alguna teoría sobre el nuevogiro que la aparicióndelcadáverdeJoséDelaFuentehabíadadoalcaso.

—Cestero—sepresentóllevándoseelaparatoaloído.Lo único que oyó fue el vacío. La comunicación se había

cortado.Pulsó la tecla de rellamada, pero una áspera voz femenina le

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informódequeelterminalestabafueradecobertura.«¿Quéquerría?—sepreguntóintrigadaregresandoalbalcón».Alhacerlo,recordóqueLeireAltunalehabíadichoqueTxomin

Guruzetalahabíainvitadoacenar.Elbarquerovivíaaescasadistanciadesucasa,peroenlaorilla

opuesta.«Qué raro que allí no tenga cobertura —se dijo echando un

vistazoalapantalladesumóvilparacomprobarquelaseñalderederacorrecta—.Selehabráagotadolabatería».

El inconfundible sonido de una docena de remos entrando ysaliendo del agua delató el paso de una trainera. Ane intentóescudriñaratravésdelaniebla,peronologróverla.Porlotardíodelahora,dedujoquesetratabadelaLibia,latraineradeSanPedro.No era habitual que los remeros entrenaran tan tarde, pero los deenfrente a veces lo hacían, especialmente cuando los temporalesmásdestructivoslesimpedíansaliraremarconnormalidad.

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Conformelaembarcaciónsealejabahaciaelinteriordelabahíaysusrítmicaspaladassediluíanenladistancia,unaideainquietantefuetomandoformaensucabeza.

¿Cómo se llamaba el perrodel barquero? ¿Pata? ¿Tita? ¿Rita?Esoera,Rita.

Aquelperrosalchichapasabamás tiempoenelmar, siguiendola motora de su amo, que en tierra firme. Además, comocorrespondíaasuraza,supeloeraduroyáspero.

«Como el de una foca—se dijo, convencida de que cualquierprofano,comoella,podíahaberloconfundido».

Con una intensa sensación de desasosiego, volvió amarcar elteléfonodeLeire.

Elresultadofueelmismo.Novolvióaintentarlo,perotampocoguardóelteléfono,enelquetecleóotronúmero.

—Comisaría de Errenteria, ¿dígame? —se oyó a través delauricular.

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—¿Aitor? Soy Cestero. Creo que el faro de la Plata tiene unteléfono fijo. Necesito el número inmediatamente también el deTxominGuruzeta,elbarquero.

—Dameunsegundo.Durante unos instantes, oyó las teclas del ordenador de su

compañero del turno de noche. Intentómantener lamente serena,pero temía que la vida de la escritora podía estar en peligro. EraevidentequeTxominestabainteresadoenella;delocontrarionolahabríainvitadoacenar.YCesteroestababuscandoprecisamenteaalguien obsesionado con la escritora. El barquero era, por elmomento, el único que se le ocurría que pudiera cumplir eserequisitoademásdetenerunperromarinero.

«Ojalá me equivoque —deseó temiendo que hubiera quelamentarunnuevocrimen».

—Ya los tengo—anunció el agente antes de dictarle los dosteléfonos.

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—Gracias,Aitor.—Cesterodudóentredespedirseoconvertirsucorazonadaenunaalarma—.IdacercandounapatrullaaSanPedro.Podríamosnecesitarla.

—¿El Sacamantecas? —comenzó a preguntar su compañero,perolaagentenoqueríaperdereltiempoenexplicaciones.Siestabaocurriendoloquetemía,eramejornomalgastarniunsegundo.

Elprimer teléfonoquemarcófueeldelbarquero.Tampocosuteléfonoteníacobertura.

Con una creciente congoja aferrándole las entrañas, marcó elnúmerodelfaro.

Inspirandolentamenteparaintentarmantenerlacalma,sellevóelauricularalaoreja.

Poraveríaenlared,hasidoimposiblerealizarlaconexión.Nopodíaser.Eraunteléfonofijo.

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Volvió a llamar mientras tomaba del perchero la cazadora decueroqueutilizabaparairenmoto.

Lamismavoz,elmismomensaje.Algoestabaocurriendo.

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49

9dediciembrede2013,lunes

LanieblaeratandensaquenoalcanzabaareconocerlasformasdelfarodeSenekozuloaapesardeencontrarseasolocincometrosde él. La culpable no era otra que su propia luz blanca, que sereflejaba en losmillones de partículas de agua que flotaban en el

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ambiente para crear una auténtica nube luminosa que lo envolvíatodo.

Por primera vez, Leire se permitió parar unos instantes pararecuperarelaliento.SabíaqueTxominleseguíalospasos,peroellaeramásrápida.Lajuventudera,porahora,sualiada.

Aguzó el oído para tratar de situar a su perseguidor, pero lanieblaamplificabaelzumbidodeltransformadordelatorredeluz,haciendodifícilescucharmásallá.

Sacóunavezmáselmóvildelbolsillo.—¡Mierda! —masculló entre dientes al comprobar que el

indicadordecoberturaseguíaacero.Buscó rápidamente en el panel de ajustes la función de

conectarseaotrasredes.Tras unos segundos de rastreo, apareció el mensaje que se

temía:Nohayredesdisponibles.

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Decididamente, la suerte no estaba de su lado. La niebla seempeñabaenhaceraúnmásdifíciles lasconexiones telefónicasdela,yadeporsí,complicadaconectividaddelaorografíacostera.

Volvió a intentarlo. Era extraño que ni siquiera hubieracoberturadealgunacompañíafrancesa.

Elresultadofueigualdedecepcionante.Leire creyó oír un jadeo no lejos de allí. El barquero se

acercaba.Entrecerrólosojosparaforzarlavista,peroloúnicoquealcanzóaverfueeltímidoresplandorverdeconelquelanieblaseteñía allá abajo, a orillas de la bocana, en el lugar donde seencontrabaelfarodeldiqueinferior,aquelenelqueseembarcóenladornaquepilotabaIñaki.

HabríasidounasuerteencontrarloenOndartxo,peroelastilleroestaba cerrado a cal y canto, de modo que había continuadocorriendohacia la soledaddeSenekozuloa.Yaera tardeparahuirhaciaSanPedro.Txominseinterponíaentreellaylaseguridaddel

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pueblo.Tomóaireconfuerzayechódenuevoacorrerescalerasarriba.

No recordaba haber estado jamás tan aterrorizada, pero no podíavenirseabajo.CuantoantesllegaraalfarodelaPlata,antespodríallamaralapolicía.Lalíneafijanotendríaproblemasdecobertura.

ElresplandordelfarodeSenekozuloaquedóatrásconformeibaganandoaltura.Lanieblaylaoscuridadseempeñaronconéxitoendesdibujar los escalones, pero Leire continuó a ciegas su carreracontra la muerte. Era sobradamente consciente de que, tras ella,pisándole los talones,habíaunasesinodespiadadoquenodudaríaen matarla para lograr su silencio. Tal vez, incluso, en su menteperturbada,llegaraacreerqueasíporfinseríasuya.

¿Cómohabíaestadotanciega?Hacíasemanasqueelbarquerolamirabadeunamaneradiferente.Ellalohabíainterpretadocomouna mera muestra de apoyo ante la difícil situación por la queatravesaba por culpa de quienes la veían como una asesina. Sin

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embargo, ahora era consciente de que aquella mirada cálida, casiinsinuante,teníaotrarazóndeser.Aquelcanallaestabaenamoradodeella,oalmenosobsesionado.Poreso tantoempeñoen intentarapartarladequienespudieransuponerunriesgoparasusintencionesdecortejo:Xabier,delquehabíallegadoahacerladudarsobresiseencontrabaonoenaltamar,IñakiyelpropioDelaFuente.

Pormásque se empeñaba en corrermás rápido, la respiraciónansiosadelbarqueroseoíacadavezmáscerca.

—¡Nocorras,quenovoyahacertedaño!—oyóasuespalda.Sutonodevoznodecíalomismo.

Conunacrecienteimpotencia,Leirecorrióaúnmásdeprisa.Porunmomento,sellevólasmanosalosoídosparaocultarlosjadeosdesuperseguidor,peroalvolverlosadestaparlosoyótancercaquesintióqueestabatodoperdido.Parecíaquefueralapropianieblalaquerespiraratrasella.Eraespeluznante,ymáscuandosegirósobresímismaynoviomásqueunainquietanteoscuridadlechosa.

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«No tropieces. No te caigas. No mires atrás —se dijo sinpermitirseunsolosegundoderesuello».

Faltaba poco para alcanzar el lugar donde las escalerasdesembocabanen lacarreteradel faro,cuando trastabilló,cayendode bruces al suelo. Un intenso dolor le sacudió la cara al chocarcontraladuraaristadeunescalón.Eldulzónsabordelasangreleinundólaboca.

Le dolía todo. No podía verlo, pero sabía que tenía el cuerpolleno de magulladuras. Sentía los latidos de su corazón en laspalmasdelasmanos,queteníaencarnevivaporelrocecontra lagravilla. No era la única lesión: la rodilla derecha le daba unosterribles pinchazos. Temió habérsela roto. Con la punta de lalengua,recorrióunoaunotodoslosdientesycomprobóquenolefaltabaninguno,perolaheridaenellabioeraprofundaysangrabaabundantemente. Necesitaba urgentemente unos puntos, pero eso,en aquel momento no era importante. Si el Sacamantecas la

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alcanzaba,nohabríapuntosquepudieransalvarla.Intentó ponerse en pie, pero la pierna derecha le dolía

demasiado.—Noteníasquehaberlovisto.—Lavozdelbarquerosonómuy

cerca, apenasunospasosmásabajo—.Noera así como teníaqueacabaresto.

Ibaamatarla.Nocabíadudadequeibaahacerlo.Con lágrimas de dolor corriendo por su cara ensangrentada,

Leirelogróponerseenpie.Eldañoquesentíaalobligaralarodilladerechaamoverseeraatroz,peronoseríanadacomparadoconloqueleesperabasicaíaenlasgarrasdeaquelperturbado.

«Unescalónmásy llegoacasa—se repetíapara susadentrosconcadapasoquedaba».

Lacarreteranosehizoesperar.Llegóhastaellaantesdeloquecreía.Comprobarloleinsuflófuerzas,ymásaloírtoseralbarquero.Tantos años pegado a su pipa le pasaban factura. Se lo imaginó

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intentando recuperar el aliento, perdiendoun tiempoquepara ellapodíaresultarprecioso.Aunasí,nopodíaconfiarse.

Mientrassubía,habíabarajadolaopcióndeintentardespistarlotomandoelasfaltoendirecciónalpueblo,enlugardehaciaelfaro.Ahora,encambio,sabíaquenopodríaaguantareldolordurantelosmás de dos kilómetros que la separaban de San Pedro. Antes, amediocamino,habíaunacasaqueconocíabien,peronoencontraríaanadieenellayla líneatelefónicaestaríaseguramentecortada;elúnicoBesaidequequedabaconvidaestabaentrerejas.

—¡Lo he hecho todo por ti! —gritó Txomin a su espalda—.¡Todo!

Leire creyó entrever su silueta tras la cortina de niebla. Laspartículas de agua volvían a estar levemente iluminadas; esta vezpor el propio faro de la Plata, del que apenas la separaban unoscentenaresdemetros.

Apretandolosdientesparasoportareldolordelapierna,corrió

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tanrápidocomopudoporlaestrechacintaasfaltada.Larespiraciónjadeantedelbarquerono tardóenatraparladenuevo.Eracomosiungigantescofuelleresonaraenmediodelanoche.

«Unpocomásyestarásasalvo».Larodillalerespondíacadavezmenosyledolíacadavezmás.Cuandolaluzdelfarocomenzabaahacersemásintensa,volvió

a sacar el móvil del bolsillo. Seguía sin tener cobertura. Probó allamar al número de emergencias, pero antes de que pudieracomprobarsidabalínea,lapiernalefallóyvolvióacaeralsuelo.Elteléfonorodóporelasfalto.

Sintiempodelevantarse,miróatrásyviocernirsesobreellalasilueta del Sacamantecas. La txapela, aquella de la que Txominjamásseseparaba,lahacíainconfundible.

—¿Ya no te quedan más fuerzas? —se burló el barquerojadeando.

Leirelanzóungritodeterror.

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Primero a gatas y después a pie, continuó su huida a duraspenas. Avanzaba despacio, con el pánico agarrotándole losmúsculos y con la certeza de que, en cualquier momento, seabalanzaríasobreella.Contratodopronóstico,alcanzólaexplanadadeaparcamientoyelsenderoquesubíahastalapuertadelfarosinquelohiciera.

Mientrassacabalallavedelbolsillo,segiróhaciaatrásyvioalSacamantecasentrelaniebla.Caminabatranquilo,conpasofirmeydecidido,peroresoplandoporelesfuerzo.

Porunmomento,Leiresefelicitóporhabersidocapazdellegaralfaro.Sinembargo,enseguidacomprendióqueelbarqueronoibaa rendirse tan fácilmente. Ojalá la Ertzaintza llegara pronto.Aunque,paraello,todavíateníaquellamarlos.

En cuanto llegó al despacho y descolgó el teléfono fijo, supo

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queestabatodoperdido.«¡Esecabrónhacortadolalínea!».ElfarodelaPlata,susoñadohogar,seacababadeconvertiren

una perfecta trampa. Si hubiera aceptado la escolta de Cestero,ahoranoseencontraríaamerceddelSacamantecas.Porque,apesardequeellaestuvieradentroyél fueradeledificio, sabíaqueseríacuestióndetiempoqueTxominGuruzetaconsiguieraentrar.

Yentoncessolounmilagropodríasalvarla.Dirigió la vista hacia la ventana. La densa niebla le impedía

verlo,peroalláabajo,realizandolasmaniobrasdeaproximación,elQueenoftheSeasdebíadehabercomenzadoaprepararlaentradaapuerto. Le pareció entrever algo, pero la propia bombilla quebrindabasu luzaldespachose reflejabaenelcristalycomplicabaaúnmáslavisibilidaddelexterior.

No por mucho tiempo, porque la estancia quedó de prontosumidaenlamásabsolutaoscuridad.

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Conuncrecientesentimientodepánico,Leirebuscóatientaselinterruptoryloaccionó,peronorespondió.Habíacortadotambiénlacorriente.

Elfarotambiénestabaapagado.Unleveperoamplioresplandorblanco delataba al crucero entre la niebla. Estaba muy cerca,prácticamenteapuntodeenfilarlabocana.

Sinpensarlodosveces,yconelcorazónenunpuño,comenzóabajar a tientas las escaleras.Losde laAutoridadPortuaria aúnnohabíanenviadoanadieaarreglarelsistemadearranqueautomáticodel generador. Tenía que ponerlo en marcha cuanto antes si noqueríaqueelcruceroencallaraenlosbajíoscercanosalabocana.

Aún no había llegado al primer piso, el que ocupaba suhabitación,cuandounruidolaobligóadetenerse.Alguienacababaderomperelcristaldeunaventanadelaplantabaja,lamismaenlaqueseencontrabaelgenerador.

«Haentrado—comprendióangustiadaaloírelcrujidodeunas

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botassobreloscristalesrotos».Conunainsoportablesensacióndeimpotencia,Leireseagazapó

entrelostrastosqueocupabanlahabitaciónaledañaasudormitorio.Albergabalaesperanzadequeelbarquerosubieraensubuscaparapoderescabullirseellaalpiso inferior.Sinembargo,el silencio sehabía adueñado del faro. Ni un solo sonido delataba que elSacamantecasseestuvieramoviendo.

—¿Nopiensasbajaraencenderestetrasto?—oyódeprontoalquehastaentonceshabíasidosuamigo.

Laescritorasintióquelecostabatragarsaliva.Asíqueeseerasuplan;esperarla juntoalgeneradorhastaque

bajaraaarrancarlo.—Parece un sueño, ¿verdad? Nuestros nombres aparecerán

juntosen todos losperiódicoscomo losenamoradosqueacabaroncon las cientos de personas que van en ese barco.Ahora verás loquesesientealpoderdecidircuándoacabanlasvidasdelosdemás.

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Comosipretendieracorroborar suspalabras, lapotentebocinadelQueen of the Seas resonó en la oscuridad de la noche. Leirereparó en que la vibración de su motor era ya audible. Estabademasiadocerca.Seimaginóeldesconciertoenelpuentedemandoporlarepentinadesaparicióndelaluzguía.Desgraciadamente,sielbarco había pasado de las balizas de aproximación, sería aúnmásarriesgado abortar la maniobra de entrada a puerto que continuarcon ella. Cualquier giro en falso podía suponer encallar en laspeligrosaszonasdebajíosqueflanqueabanlabocana.

Teníaquehaceralgocuantoantes.Loquefuera,peroelfaronopodíaseguirapagadopormástiempo.

Obligándose a recuperar la calma, la escritora tomó airelentamente antes de encaminarse hacia su habitación. Solo se leocurríaunaformadesalvarlasituación.

—¿Adóndevas?—preguntóTxominaloírsuspasos—.¿Porfintehasdecididoavenir?Sonmuchasvidas lasqueestánen juego,

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¿noteparece?Sin perder un solo segundo, Leire abrió la ventana, aquella

desdedondelaespiabahabitualmenteelbarquero,yarrojóporellauna maleta. Con un sonido bronco, el bulto cayó rodando por eltaludhastadetenerseenlaexplanadadeaparcamiento.

Alertadoporelruido,elSacamantecasabriólapuertaprincipalysaliódelfaroenposdeloqueélcreyóqueeralapropiaescritora.

—¡Noirásmuylejos!—exclamó—.Seguroquetehasrotolaspiernassaltandodesdesemejantealtura.

Leiresabíaquenoteníatiempoqueperder.Txominnotardaríaendescubrirelengañoyregresaríaal faro,peroqueríaencenderloaunque solo fuera durante unos segundos que podrían resultarvitalesparaqueelQueenoftheSeaspudieracorregirlaposición.

Bajó las escaleras tan rápido como le permitió el dolor de supierna derecha y, con un suspiro de alivio, accionó la palanca deencendido.

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Elgenerador tosióycomenzóavibrar,devolviendo la luza lalinternadelfaro.

No tuvo tiempo de celebrarlo. Antes siquiera de que pudieragirarsesobresímisma,unaásperacuerdaleapretabalagarganta.

—Todoestolohehechopor ti—mascullóasuespaldalavozentrecortadadeTxomin.

Leire se llevó las manos al cuello para intentar zafarse de lasoga,peroelSacamantecaslatensabaconfuerza.

Lefaltabaelaire.—Esto no tenía que acabar así —balbuceó el barquero

estrechandoaúnmáslacuerda—.Podíamoshabersidomuyfelicesjuntos.

Estaballorando.Suvozrotanodejabalugaradudas.Leire se sentía morir. De un momento a otro, perdería el

conocimiento. Después, sabía perfectamente lo que ocurriría: lasvísceras por el suelo y su grasa en un tarro de conserva con una

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etiquetaconsunombreescritoarotulador.Erahorrible.«Almenos,nohaapagadoelgenerador—pensóconunúltimo

atisbodecordura».La falta deoxígeno le impidiópensar nadamás.Todoparecía

irreal,sumidoenunanieblacomolaqueflotabaenelexterior.Nisiquiera los dos disparos que resonaron en la soledad del faro leparecierondeverdad.

Peroloeran.

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50

10dediciembrede2013,martes

Las campanas doblaban a difuntos en una lenta letanía quecontagiaba su tétrica cadencia al paisaje. Leire, apoyada en labarandilladeaquellaprivilegiadabalconadasobrelabocana,sintióqueseleerizabaelvello.Siempreleocurríaaloírladesgarradora

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llamadadelduelo,aunquenoconocieraalprotagonista,asupesar,delsepelio.

Estavezsíloconocía.—Eraun cabrón,merecíaun final así—masculló a su lado la

agenteCestero.La escritora dejó vagar la vista hasta la plaza de San Juan.

Desdeelmiradornaturalenelqueseencontraban,amediocaminoentreSanPedroyelfarodelaPlata,suscasasparecíanlaobradeungenialminiaturista.Labrisahacíaondearensusbalconeslaropatendiday,juntoaella,numerosaspancartascontrariasaladársenaexterior.

—Nadiemereceacabarasí.Nisiquieraél—apuntó llevándoseunamanoallabio,bajocuyahinchazónseescondíanlostrespuntosde sutura que le habían dado en el hospital. Lo de la rodilla, porsuerte, no parecía ser más que una fuerte contusión, pero aún lehacíacojear.

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Una potente bocina distrajo su atención hacia el muelle deAntxo.LasapabullantesformasblancasdelQueenoftheSeas,quedestacabansobrelasfachadastristesdelbarrio,habíancomenzadoamoverse. Uno de los remolcadores de Facal colaboraba en lamaniobradedesatraque.

—Seva.Debendehaberloarreglado—comentóCestero—.Nise imaginan locercaqueestuvieronayerdeencallaren laBanchadelOeste.Suertequelograsteencenderelfaroatiempo.

Leireasintióconunmovimientodecabeza.—¿Por qué? —murmuró buscando con la mirada la motora,

amarradaenelembarcaderodeSanJuan—.¿Porqué tantodolor?¿Quépretendía?

Cesteroleapoyóunamanoenlaespalda.—Esunahistoriahorrible,deobsesionesyamoresenfermizos.

—Había pasado la mañana interrogando al detenido y aún no lehabíaexplicadolosdetalles—.Esetíoestabaenamoradodetidesde

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queteconocióenunFiatUnohacebastantesaños.—Leirerecordóvagamente el día que había acompañado a Xabier a ProyectoHombre—. Desde entonces ha vivido obsesionado contigo. Lasfotosqueteenviósonsololapuntadeliceberg.Ensucasaguardabavarios carretes sin revelar en los que apareces en todas lassituaciones que puedas imaginar. Cuando te separaste, se compróuna cámara digital con visión nocturna y, desde entonces, te hasacadomásdedoscientas fotos.Dormida,paseandoporelmuelle,en la motora, en el mercado, remando… Está muy jodido de lacabeza.

Leire sintió un estremecimiento que le obligó a cambiar depostura.

—¿Yporquémelashizollegar?—Con ellas pretendía decirte que podías regresar tranquila de

Bilbao, pues él te protegía. Está loco. Al principio se negaba ahablaranoserqueestuvieras túpresente,perohemosconseguido

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que cambiara de parecer. —Ane Cestero dibujó una mueca dedisgusto—.No eras su única obsesión.La figura de JuanDíaz deGarayo lo tenía aterrorizado. Tenías que haber visto las cicatricesque lucía en el abdomen. Según él, se las hizo el propioSacamantecas,peroestamosconvencidosdequesonlesionesqueserealizóélmismo.TxominGuruzeta fue toxicómano,demodoquenoesdifícilaventurarqueselasdebiódehaceralgúndíaenplenodelirio.

Laescritoravolvióadirigirlamiradahaciaelcrucero.Trasunalenta maniobra, enfilaba ya hacia la bocana. Una multitud decuriosossealineabaaambosladosdeella,enlospaseosdePuntasylasCruces.Estabanexpectantes ante laperspectivadever a aquelgigantedelosmaresabriéndosepasoentreloshermososacantiladosqueflanqueabanlasalidaalmar.

—¿Porquélasmuertes?—inquirióLeire—.¿Quélemotivabaahacerlo?

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—Tú—contestóCestero sin rodeos—.Cuando te separastedeXabier vio su oportunidad. Si estabas libre, podías ser suya. Fueentonces cuandocomenzó a seguirtemásde cerca, convencidodeque,porfin,conseguiríaque tefijarasenél.Yenesecontexto, tepeleasteconAmaiaUnzueta.Enlamotoralagentelocuentatodoyalguiendebiódeexplicarleloocurridoenelmercado.—Laagentehizo una pausa para comprobar que Leire había asimilado suspalabras—.Poresolamató.Dicequelohizopordefenderte.

—¿Pordefenderme?—Laescritoraestabahorrorizada.—Poresotellevóelcadáveralfaro.¿Recuerdasmiteoríasobre

queestábamosanteunaespeciedeofrenda?—Leireasintióconunamuecaderepugnancia—.Hemosencontradosangredelavíctimaenelmaleterodesucoche.Conlaentrenadoraocurriólomismo.Supoportiqueteacababadeexpulsardelequipo;asíque,cuandoJosuneMendoza montó en la motora para acudir a una cita contigo, lamató.

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El Queen of the Seas silbó con fuerza, logrando que losmalhumorados graznidos de las gaviotas se elevaran apagando laspalabras. Las tres luces del semáforo de la atalaya brillaban confuerzaencolorverde,loquesuponíaquevistasdesdeelmarseríanrojas.Elcanaldeentradaalpuertoestabalistoparalasalida.

—¿Ylaniña?Yonisiquieralaconocía—preguntólaescritorasinsaberrealmentesiqueríaoírlarespuesta.

—Esa es la peor —admitió Cestero—. Los asesinatos y lareacción del pueblo contra ti te animaron a investigar. TxominGuruzeta, que en un principio no contaba con ello, descubrió queeso os acercaba más, porque tú acudías a él con las últimasnovedades. Al comprobar que centrabas tus sospechas en laconstruccióndel puerto exterior, decidió alimentarlas aúnmás.Lacasualidad quiso que aquella fatídica tarde se encontrara en elsendero de Puntas con la pequeña Iratxe, a la que entre todoshabíamos convertido en símbolo de la resistencia contra la obra.

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Paracolmo,lapobreteníacasilamismaedadquelaterceravíctimadelSacamantecasvitoriano.Eratodoperfecto.

—¿La mató solo para que yo siguiera investigando? —selamentó Leire llevándose las manos a la boca en una mueca dehorror.

—Esterrible,¿verdad?—musitóCestero—.Además,dealgunamanera dirigió tus pesquisas hacia los Besaide. Sentía un odiovisceralporaquellafamilia.¿SabíasquefueGastónquiénlemutilólamano?

—No. La única vez que oí que alguien le preguntaba por losdedosquelefaltabancontestóconevasivas.Algosobreunareddepesca,meparece.

—Puesbien,GuruzetasospechabaqueaquelextrañopaseoqueBesaide realizaba a diario tenía alguna finalidad oculta y queríaaveriguar qué era.Como él no se atrevía a acercarse aGastón—explicó la agente señalándose los dedos—, intentó despertarte la

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curiosidadparaqueinvestigarasporél.—Ylologró—mascullóLeireconunsentimientoambivalente

de rabia, por haber caído en la trampa, y de orgullo, por haberresueltouncasoabiertodesdehacíatantosaños.

—En la comisaría se armó una buena —apuntó Cesteroadivinando sus pensamientos—. Que una escritora de novelarománticafueracapazderesolveralgoquelapolicíanohabíasidocapazdesolucionarnofueplatodegustoparanadie.Santossellevóunabuenabroncade losdearriba.Fueelprincipiodel finaldesucarrera.

Ajeno a sus palabras, el crucero comenzó a surcar la bocana.Cientos de pasajeros y tripulantes se habían congregado en lascubiertassuperioresparadisfrutardelespectáculo.Laalgarabíadesus voces entremezcladas con el Born in the USA, de BruceSpringsteen,quesonabaporlamegafoníadelbarco,enmascarabaelpotenteronroneodelmotordelanave.

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—Cualquieradiríaquenocabe—dijoLeirehaciendoungestoconlasmanospararesaltarlaestrechezdelpasonaturalporelquediscurríaelQueenoftheSeas.

Cesteroasintió.—¿Quéopinastúdelpuertoexterior?—preguntólaagentesin

apartarlavistadelbarco.LaescritorarecordólospaseosendornaconIñaki.Lascascadas

que vertían directamente al mar, los acantilados rosas, losfrailecillos que anidaban entre extrañas formaciones rocosas, lascalassecretasenlasquesoñabaconhacerelamorconél…

—Una maldita barbaridad —admitió. Era la primera vez queteníaclarasuposturasobretodoaquello—.Esosí,nocreoquealosde laAutoridadPortuaria leshicieramuchagraciaque colgarauncartelencontradesuconstruccióndelafachadadelfaro—añadióconunasonrisaburlona.

AneCesterosoltóunacarcajada.

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—No,nolohagas.Anoserquequierasqueteechendecasa.Leireexhalóunsuspiro.Aúnfaltabandetallesporoír.—¿Y Miren? —inquirió recordando a su amiga con una

punzadadedolor—.¿Porquéella?—Cuando te fuiste a Bilbao —comenzó a explicar la agente

recobrando la seriedad—, Guruzeta intentó que regresarasenviándote las fotos.En el extraño laberintode sumente enfermapensó que te sentirías segura sabiendo que alguien custodiaba tussueños. Sin embargo, al ver que no obraba efecto alguno, decidióasesinar a la cuarta víctima. ¿Quémejor que una compañera tuyadel astillero para que te sintierasmás involucraday te animaras aregresarparaseguirinvestigando?

—¡Joder,quéretorcido!—Más de lo que crees. El interrogatorio ha sido muy

desagradable. Ese tío no se arrepiente de nada. Lo contaba todohenchido de orgullo. Esos crímenes son su gran obra, por la que

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pasará a la historia igual que su temido y admirado JuanDíaz deGarayo. —Cestero saludó con la mano a varios turistas que sedespedían de ellas desde la cubierta de babor—. A José De laFuentetambiénselateníajurada.Nuncaleperdonóhabermatadoasus amigos en aquella fábrica apestosa. Vio en tus pesquisas laoportunidad de que lograras destapar aquello, como habías hechoconelcasodelosBesaide.

—¿Porquéselocargó,entonces?—seextrañóLeire.—No le gustó saber que el constructor te estaba cortejando.

Temió perderte de nuevo, así que lo mató sin darte tiempo ainvestigarlo. Es el único crimen con el que no lo veo del todosatisfecho.Tambiénaéllehubieragustadoveralconstructorentrerejas,perosuobsesióncontigofuesuperiorasusfuerzas.

Leireexhalóunsuspiro.Aúnnodabacréditoatodoaquello.—Esunalocura—musitó.AneCesteroasintió.

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—Loes,peroyasehaacabado.Esecabrónvaapasarelrestodesuvidaenlacárcel.

—Aúntengounaduda—comentóLeireconlamiradaperdida—. Si al principiomataba por protegerme, ¿por qué no asesinó aFelisaCastelao?

—Hepensadolomismoalinterrogarlo—admitiólaertzaina—.Y, obviamente, se lo he preguntado. Parece ser que el día que secargóalaentrenadorateníaprevistoacabarconlapescadera,peroestanoutilizólamotora,asíquenopudosorprenderla.Después,alcomprobarquesusacusacionestemovíanainvestigaryacompartirconéllosavancesylasdudas,decidióqueFelisaeraunaaliadaútil.Cuanto más corriera la gallega la voz de que tú eras la asesina,menos apoyos tendrías en el pueblo y más obligada te verías aconfiarenél.—Cesterohizounapausay fruncióelceñocomosiintentararecordaralgo—.¿Tehedichoyaquelahemosdetenido?

Leirelamiróextrañada.

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—¿AFelisa?¿Quéhahecho?—Laspintadas.Teníalosaerosolesdepinturaensupescadería,

alavistadetodos.Comosifueranuntrofeo.Nohahabidomásquecomparar la caligrafía de los carteles que cuelga en el escaparatecon las pintadas del faro para confirmar que había sido ella —explicólaagente—.ParecequeAgostiñalaacompañabaesanoche.¡Teodian!

Leiretorcióelgestoenunamuecadedesagrado.—¿Qué va a ser de ella? —inquirió, aunque conocía de

antemanolarespuesta.—Habráunjuicioporamenazasypordañosaldominiopúblico.

Supongo que tendrán en cuenta la simulación de secuestro comoagravante.

Laescritoraasintióllevándoseuncigarrilloaloslabios.«Deberíadejarlo—pensómientrasloprotegíadelabrisaconla

manoparaencenderlo,perodesechóinmediatamentelaidea—.Tal

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vezotrodía».—Algunas de las víctimas estaban fuertes, es raro que no se

resistieran —comentó extrañada—. Josune tenía una fuerzaimpresionante en los brazos. Aún no entiendo cómo hizo paramatarla.

—Elmuy cabrón lo tenía todo bien preparado. Salvo a IratxeEtxeberria, que la estranguló en la propia cala donde fue hallada,aprovechaba para sus crímenes la soledad de la motora. Era allídondelasabordaba.¿Quiénibaasospechardelhombrequellevabadiezañospasándonosa todosdeunaorilla aotra?—preguntó sinesperar respuesta—. Una vez que la víctima había embarcado,Guruzetasecolocabatrasellaconlaexcusadesoltaramarrasylaestrangulaba con una cuerda que constreñía con la ayuda de unbastónqueempleabaamododetorniquete.Lasorpresaylarapidezconlaqueactuabahacíanprácticamenteimposiblezafarsedeél.

—¡Joder!¿Ynadielovio?Lamotoraeselcentrodelavidaen

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labocana.—Esalucinante,¿verdad?Parecequecuandocreíaquealguien

podía estar mirándolo, se aprovechaba de la confianza de lasvíctimasparadesviarsedelitinerariohabitualconlaexcusadeirenbuscadealgo.Unavezquellegabaaalgúnángulomuerto,actuaba.

—Loteníatodobienpensado—selamentóLeirereparandoenquefaltabaundetalle.

—¿Ylagrasa?¿Porquéguardabaesosfrasquitosconelsebodelasvíctimas?

Laertzainarespiróafondoaltiempoqueapretabaloslabiosenungestodedisgusto.

—Simplesrecuerdos.Alverlos,almanosearlos,lorememorabatodo y se sentía el propio Sacamantecas. No lo habría sido si noextrajera lagrasade susvíctimas,¿no?—Mientras lodecía, tomódel cinto la radio de servicio. Un repetitivo pitido anunciaba quealgúncompañeroqueríahablar conella—.Cestero—dijoamodo

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desaludo.—García va a empezar la ruedadeprensa. ¿Quieres bajar?—

anuncióunavozmetálicaquecrepitabaporlasinterferencias.—Queempiecesinmí.Bajoenseguida—apuntólaagenteantes

degirarsehacia la escritora—.El comisariova a comparecer antelos medios. Tengo que ir a acompañarlo —explicó señalando elembarcadero de San Pedro. Allí, junto a dos coches patrulla, unsemicírculo formado por al menos una decena de cámaras detelevisiónrodeabaaunhombreconeluniformedelaErtzaintza.

—Túsolucionaselcasoyélsecuelgalasmedallas—dijoLeirevolviendolavistahacialaertzaina.

—Tiempoaltiempo—repusoAneCesterosinapartarlamiradade García—. Algún día seré yo quien dé las ruedas de prensa yquienocupeeldespachodelcomisario.Soydemasiado jovenparatenerprisa.¿Noteparece?Túsíquenotendrásmedallasyesoquehas sido vital en la resolución del caso—apuntó girándose hacia

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Leire.—Yo ya tengo mi premio —apuntó la escritora—. Estaba

cansada de mi trabajo, me faltaba la ilusión para continuarescribiendo.Ahora, sin embargo,memuerodeganasde sentarmefrentealtecladoyacabarminovela.

—¿Dequéva?—preguntóCestero.—De todo esto. ¿Te parece poco lo que hemos vivido? La

señoritaAndersensevaaverenvueltaen losespantososcrímenesdel Sacamantecas. Sin pretenderlo, Txomin Guruzeta me haregaladounargumentoinmejorable.

—¿Darrelsen? ¿Quién es esa? —quiso saber la agentefrunciendoelceño.

Leireserio.—Daigual.Essolounridículopersonajedeficción.LabanderapanameñaqueondeabaenlapopadelQueenofthe

Seas se fue haciendo pequeña conforme la enorme nave desfilaba

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entrelosdiquesdepuntaArandoparahacersefinalmentealamar.Labocinadel crucero tronócon fuerzaporúltimavezmientraselcapitánhacíavirarelenormebarcohaciaeloeste.

—Va hacia tu tierra. Una corta escala para visitar elGuggenheimyelpuentecolgante,yvueltaaembarcar—apuntólaertzaina—.¿Ytú?¿Quépiensashacer?

Laescritoraseencogiódehombros.—Demomento,bajaréalfuneraldeJoséDelaFuenteydespués

saldréanavegar.Necesitounpocoderelax—mintió.Enrealidad,loquenecesitabaeraqueIñakilaestrecharaentresusbrazosy,¿porquéno?,lallevaraaalgunadeesascalasdesiertasdelasquetantolehabíahablado.

—¿Y después? —insistió Cestero—. ¿Te quedarás por aquí?¿SeguirásenelfarodelaPlata?

Leire recorrió la bahía con la mirada. Tras la marcha delcrucero, el gentío había comenzado a dispersarse. Solo los

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graznidos de las gaviotas y los quejidos de una grúa lejanaprofanaban el silencio del momento. Ni siquiera el runrún de lamotora,quepasabaenesemomentodeunaorillaaotra,seatrevíaallegarhastaallíarriba.Eracomoestarviendounafascinantepostalmarinera. En realidad, era mucho más; era como estar viviendodentrodeella.

—¿Cómonomevoyaquedar?—aseguróconvencida—.¿Seteocurrealgúnlugarmejordóndevivir?

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Notadelautor

La bahía de Pasaia siempre me pareció el escenario perfectopara una novela de suspense. Su privilegiado emplazamiento, consus pueblos varados a la orillamisma delmar y de espaldas a lamontaña, está salpicado de rincones fascinantes. Las escaleras deSenekozuloa, una joya que los turistas se olvidan de visitar, sonquizáselmásevocador,perohaymás.Unsinfíndefarosinvitanasoñarconnochesde tormentaymalamar,ysenderoscolgadosdelosacantiladosparecensusurrarviejashistoriasdecontrabandistas.

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Todoundesplieguedeescenariosenapenasunoskilómetros.He tratado en lo posible de ser fiel a las descripciones del

paisaje.Lassendasylosparajesquesemencionanenestaspáginasexistenysonunavisitainolvidableaescasosminutosdelacapitalguipuzcoana. Los personajes, en cambio, son todos fruto de miimaginación.

En cuanto al contexto social, que nadie busque las pancartascontralanuevadársenaenlosbalcones.Hoy,soncosadelpasado.Traslargosañosdediatribas,dedinerogastadoencostososestudiosy proyectos, de manifestaciones contrarias y recursosinternacionales, el Gobierno Vasco zanjó finalmente la discusiónsobre el puerto exterior en julio de 2014. El proyecto quedabacancelado.LosacantiladosdeJaizkibelhabíanganadolapartida.

Lasbanderasqueaúnondean,yqueojalánodejendehacerlonunca,sonlasrosasymoradasdelosrespectivosequiposderemo;unarivalidadsecularqueresultapintorescaaojosdelvisitantepero

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queprotagonizaagriasdiscusionesdetaberna.

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Agradecimientos

No puedo, ni quiero, acabar estas páginas sin agradecer a losbuenosamigosquemehanregaladosutiempoparamejorarlas.Denohabersidoporellos,estanovela jamáshabríapasadodeserunmerobocetoenuncuaderno:

A Álvaro Muñoz, porque está ahí siempre que hace falta, yporquetrabajarconélesunlujodelquetengolasuertededisfrutar.

A Gorka Hernández, por aquel inolvidable paseo vespertinohastaelfarodelaPlata,conlastrainerassurcandolabocanayelsol

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perdiéndosebajoelCantábrico.AXabierGuruzeta,quenoesfamiliadelbarquero,oesocreo,

pero tiene la cabeza llena de tramas apasionantes que harían lasdeliciasdecualquiercineastadesuspense.

A Sergio Loira, por sus ánimos cuandomás falta hacían.Nosdebemos un desayuno literario, pero esta vez en Pasaia, con labocanacomotelóndefondo.

A Ion Agirre, por sus lecciones aceleradas de remo y rockradical.Sinellas,todohabríasidoundesastre.

AAitorLlamas,veterinarioilustre,porburlarsedemícuandolepreguntésilospelosdefocapodíanconfundirseconlosdeperro.

A Txelo J. Espárrago, por sus recuerdos del Txangai y de sulabordetutorenProyectoHombre.

A Juan Bautista Gallardo, por convertirse en un verdaderoDiccionarioPanhispánicodeDudasatravésdelwhatsapp.

AEstheryTati,de la libreríaHontzaygrandesamantesde la

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novela negra sueca, por su crítica sincera, aunque a veces nocompartamoslamismaseddesangre.

A Iñigo, mi hermano, por su compañía en la biblioteca y susapuntessobrepsicologíayanatomía.

A mi madre, por ayudarme a solucionar siempre todos losimprevistos.

A María Pellicer, por hacer ver que nuestra pequeña Iratiduerme de un tirón para que yo pueda descansar y escribir por lamañana.

Y,cómono,ati,quehasllegadohastaelfinaldeestaspáginas.Atodosvosotros,¡graciasdetodocorazón!

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IBONMARTÍN(Donostia,1976).Esperiodista,escritoryautordeguías de viajes a través de la editorial Travel Bug. También hapublicado dos novelas, El valle sin nombre, basada en la épocamedieval y, estos días, sale a la calle El faro del silencio. LaprotagonistaesLeiredeAltuna,unaescritoraromántica,fareradelFarodelaPlataenPasaia,quienseveenvueltaenlainvestigacióndeun asesino en serie, una especie de «Sacamantecas»de hoy en

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día.