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    Una poesa en expansin, como el

    universoDOMINGO 21 DE DICIEMBRE DE 2003

    El dos de septiembre de 1978 muri en Paran, a los ochenta y dos aos, Juan L. Ortiz, el ms

    grande poeta argentino del siglo XX. La edicin de sus Obras Completas por Sergio Delgado en

    1996, para el Departamento de Publicaciones de la Universidad del Litoral, puso de manifiesto esa

    indiscutible supremaca que resulta todava ms meritoria cuando no se ignora que en la poesa

    argentina del siglo que acaba de pasar abundan los nombres prestigiosos, los movimientos ms

    diversos, las revistas de vida relativamente larga, las ediciones cuidadas, el gusto por la traduccin,

    las poticas y los individuos originales, los textos perdurables. A veinticinco aos de su muerte, la

    grandeza de la vida y la obra de Juan L. Ortiz cobran por fin su deslumbrante evidencia. Las mil

    ciento veintiuna pginas de sus Obras Completas constituyen un monumento lrico-narrativo que,

    como toda obra literaria de primera magnitud, tiende a ser (ya lo he dicho a propsito de su

    poesa en otras circunstancias) un idioma dentro del idioma, un estado dentro del estado, un

    cosmos dentro del cosmos.

    El ms grande poeta argentino del siglo XX: si comparamos la

    obra de Ortiz con la de otros poetas a los que se les ha acordado ese rango

    o que podran aspirar a l, como Lugones o Borges, salta a la vista la

    pertinencia de esa atribucin a la poesa de Juan L.; la escritura de Borges

    se realiza ms plenamente en su prosa, y en el ltimo perodo de su obra

    potica propiamente dicha se produce una verdadera regresin hacia lasformas tradicionales, que l sola atribuir a su ceguera, pretendiendo que

    la utilizacin del endecaslabo y de la rima le permita memorizar mejor los

    versos que iba construyendo mentalmente. Es obvio que se trata de un

    mito, tributario del de la ceguera de Homero, destinado a subrayar la

    contribucin de esa ceguera al ejercicio mnemotcnico que exiga la

    retencin de los hexmetros. En el caso de Lugones, despus de la tentativa

    renovadora de Las montaas del oro (1897), su potica, en la que

    naturalmente encontramos muchos magnficos hallazgos, cristaliza sin

    embargo en el prlogo de Lunario sentimental, en 1909, donde reinvindica

    el verso libre, pero sometindolo al molde del ritmo y de la rima. A partir

    de entonces, los versos de Lugones, libres o regulares, excelentes o

    execrables, quedarn encadenados a esa prctica obligatoria de la rima.

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    Aunque difiere en casi todo de ella, la poesa de Juan L. Ortiz podra ser

    comparada en un solo punto, pero muy importante, con la de Oliverio

    Girondo: en ambos casos la evolucin potica, desembarazndose de toda

    retrica impuesta desde el exterior, va modificando el lenguaje y la forma

    desde dentro, y si bien esa prctica conduce a resultados muy distintos,

    coinciden en el hecho de encontrarse al final de su evolucin en las

    antpodas de toda expresin potica conocida. En ese sentido, Girondo y

    Ortiz son los herederos de los grandes poetas franceses del siglo XIX,

    Baudelaire, Rimbaud, Mallarm y Lautramont, y constituyen lo que

    podramos llamar la vanguardia discreta de la poesa argentina, cuya

    aparente ausencia, comparada al brillo renovador de Huidobro, Neruda o

    Vallejo, tanto lament nuestra crtica durante dcadas.

    Como la del universo, la materia de la poesa orticiana est en

    continua expansin, y podemos decir que, un cuarto de siglo despus de la

    muerte del poeta, a causa de la estructura singular de sus poemas, esa

    expansin prosigue su trayectoria por el espacio espejeante del sentido: as,

    el ms extenso de sus poemas, "El Gualeguay", que tiene 2639 versos, se

    presenta como un fragmento y se interrumpe con la aclaracin puesta entre

    parntesis: (contina). Y la transfiguracin potica del mundo no aparece

    a la manera de un inventario, aunque sea catico, como en el caso de

    Huidobro o de Neruda, de Vallejo o de Girondo, sino a travs de ondas

    sucesivas de evocacin, a la vez precisa y evanescente. En el borrador de

    una carta escrita a un destinatario desconocido, Ortiz explica: "sueo para

    lo mo con una ?poesa de pura presencia, de resplandor casi, sin ?forma,

    o con la muy fluida y area de los estados interiores --armona o visin..."

    La coherencia de ese proyecto fue sostenida por ms de medio siglo detrabajo incesante, y podra decirse que en cada uno de sus libros, en cada

    uno de sus poemas y en cada uno de sus versos, el proyecto fue puesto en

    prctica de manera cada vez ms lcida, ms certera y ms radical. El

    hombrecito dulce y en apariencia desvalido, que recomendaba la piedad

    para el conjunto de lo existente, nicamente a s mismo no se la aplicaba,

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    porque su trabajo sobre la forma potica fue un desvelo constante que lo

    atorment durante toda su larga vida.

    A partir de los aos veinte, cuando empez a escribir los poemasque en 1933 integraran su primer libro, El agua y la noche (publicado con

    la ayuda de Mastronardi, Csar Tiempo, Crdova Iturburu y Petit de

    Murat), esa forma tuvo en cuenta no nicamente las posibilidades sonoras

    y visuales del lenguaje, el aporte fecundo de los signos de puntuacin a la

    msica verbal, la relacin plstica entre la hoja blanca y la tipografa, en la

    lnea de Mallarm, de Apollinaire y de Reverdy, sino tambin de cada uno

    de los elementos del poema, verso, estrofa, extensin, ritmo, contrastes

    entre el habla y la lengua literaria, y, de vez en cuando, y no nicamente al

    principio, algunos juegos con ciertos metros regulares y rimas

    discretsimas. Aunque podra entresacarse de su obra una buena cantidad

    de poemas cortos que bastaran para situarlo entre los mejores poetas de

    lengua castellana, en lo relativo a la extensin tanto del verso, como de la

    estrofa y del poema, toda su prctica formal, su visin del mundo y de la

    poesa lo llevan con el correr del tiempo a practicar el poema extenso,

    particularmente en los aos cincuenta. En 1953 escribe "Gualeguay", obramaestra de la literatura argentina, poema lrico-narrativo de 586 versos

    escrito para conmemorar los 170 aos de la fundacin de la ciudad; en 1956

    publica El alma y las colinas, que incluye "Las colinas", poema de 992

    versos, y en 1959 comienza su poema ms largo, "El Gualeguay" (el artculo

    designa en este caso el ro y no la ciudad), del que podemos decir que se

    trata de un poema programticamente inconcluso, para sugerir a travs de

    ese inacabamiento la inagotabilidad del mundo y la infinitud intrnseca de

    todo texto potico, a lo que tambin se refiere quizs la afirmacin de Paul

    Valry: "Un poema nunca se termina; simplemente se abandona".

    "Todas las cosas decan algo, queran decir algo", declara el verso

    83 de "Gualeguay", y ese verso podra cifrar la obra entera de Ortiz.

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    Instalado en el cenit de su evolucin artstica, el texto conmemorativo es a

    la vez autobiografa e historia, fluencia lrica entrelazada con una vivaz

    pica domstica, en la que la insistente construccin anforica,

    habitualmente destinada a exaltar cohortes marciales, despliega en

    "Gualeguay", con gozosa musicalidad, el teatro ntimo de la memoria,

    evocando los personajes, los lugares y las cosas, llevadas y tradas por el ro

    del tiempo que parece modelar el ritmo de los versos en una sabia deriva a

    la vez cvica y familiar, erudita y emprica, realista y metafsica, mstica y

    poltica. No por casualidad Mastronardi se acuerda de Dante al comentar

    el poema, dictaminando tambin con temprana lucidez: "La libertad y la

    modestia parecen las lneas vertebrales de este ptimo trabajo. Pero creo

    que necesito ser ms explcito: digo ?libertad porque creo que dejas fluir,de modo desasido y espontneo, tu mundo ntimo, tus recuerdos ms

    firmes, tu dadivosa subjetividad. Y hablo de ?modestia, porque las

    personas y los hechos que finamente convocas vienen a ser, ya reunidos,

    como un secreto carnet del alma [...]"

    Este magnfico poema es la puerta grande que permite acceder al

    universo orticiano, que est incluido en el otro, pero al que a su vez, por

    una transposicin sutil en la que se vislumbran ciertos vestigios barrocos,

    repertorindolo con minucia y lucidez, lo engloba y lo trasciende. Lejos del

    barullo pretendidamente iconoclasta, la poesa de Juan L. Ortiz,

    hundindose "hasta los tejidos ms secretos del silencio" (versos 183-184),

    va ms all de la mera gesticulacin mundana destinada a derribar, para

    poner otros en su lugar, viejos dolos retricos: como toda gran poesa,

    destruye la apariencia, la pulveriza, y echando en la molienda de la lengua,

    despus de esa demolicin necesaria, los restos del mundo, no nicamentelo reconstruye, sino que tambin, otorgndole una nueva evidencia, lo

    redime y lo regenera.

    Por Juan Jos Saer Para LA NACION- Pars, 2003