Una página poco divulgada de José Pedro Varela

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Educación Creativa Consciente Inteligente CUADERNILLOS CUADERNILLOS Una página poco divulgada de José Pedro Varela Jacobo Varela · NOVIEMBRE 2020 · N° 1 ·

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Educación Creativa Consciente Inteligente

C U A D E R N I L L O SC U A D E R N I L L O S

Una página poco divulgada de

José Pedro VarelaJacobo Varela

· NOVIEMBRE 2020 · N° 1 ·

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Educación Creativa Consciente Inteligente

· NOVIEMBRE 2020 · N° 1 ·

C O N T E N I D OPrólogo ...................................................................................................................................................3

La Educación del Pueblo ..........................................................................................................5

Sobre el Autor ................................................................................................................................. 12

Cuadernillo N° 1

2 de noviembre de 2020

“Una página poco divulgada de José Pedro Varela”

Jacobo D. Varela Traverso

Conceptos generales sobre educación.

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Prólogo

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La Plaza Constitución en Montevideo, así llamada porque fue en ella donde se juró la Primera Constitución de la República, tiene en su centro una hermosa fuente de mármol con símbolos y figuras alegóricas referidas a la ceremonia que en ese lugar se llevó a cabo. Fue inaugurada el 18 de julio de1871 y diseñada por Juan Ferrari, italiano.

La fuente, formada por anchas planchas de mármol, destaca las fechas más importantes para esta, por entonces, joven nación: Declaratoria de la Independencia, Jura de la Constitución, etc. El tipo de trabajo es muy delicado: se trata de delinear la letra y luego ir quitando todo el mármol que la rodea hasta dejarla sobresaliente de la superficie de toda la pieza. Un error y hay que comenzar todo el trabajo otra vez.

Un peatón cualquiera podrá pasar junto a esa fuente y admirar el trabajo de las figuras alegóricas, los símbolos y los ángeles que la adornan. Pero un paseante más atento observará los errores de ortografía de varias de esas inscripciones. Incluso el nombre del ingeniero que supervisó la obra que fue encargada a la Compañía que los Sres. Lezica, Lanús y Fynn tenían en la Villa de Colón. Evidentemente ninguno de ellos ni Ferrari “editaron” las inscripciones y, si lo hicieron, la premura por instalar la fuente e inaugurarla, les llevó a obviar ese

detalle, pensando que nadie lo notaría. O quizás el costo de labrar otra vez las planchas de mármol les convenció de no modificar nada.

¿Qué tendrá que ver todo esto, se dirán ustedes, con José Pedro Varela?

Que muchas veces me he preguntado si esa fuente, (más los posibles múltiples errores de ortografía que esos italianos marmolistas, recién llegados al Uruguay, que hablaban “cocoliche”, y que, con su deficiente castellano, habrían arruinado sabe uno cuántos mármoles), fue la que inspiró a Lezica, Lanús y Fynn a acercarse a la Sociedad de Amigos de la Educación Popular y solicitarle un estudio sobre la posibilidad de abrir una escuela primaria en Colón.

Prólogo

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La Educación del Pueblo

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La Educación del Pueblo

En mayo de 1874, la Comisión Directiva de la Sociedad de Amigos de la Educación Popular, decide dar respuesta a la solicitud que los Sres. Lezica, Lanús y Fynn le hacía, con referencia a “los estudios que debieran seguirse en una escuela superior, ampliamente dotada, como la que podría establecerse en el espacioso edificio, especialmente construido para ese objeto en Villa Colón (Pag 5)

La Directiva nombró una Comisión Especial compuesta por Alfredo Vázquez Acevedo, Alberto García Lagos, Emilio Romero y José Pedro Varela. Es interesante hacer notar que Alfredo Vázquez Acevedo, presente desde las primeras instancias de la SAEP era cuñado de José Pedro Varela por estar casado con su hermana Juana Luisa. Y Alberto García Lagos era hermano de Ildefonso García Lagos, otro miembro de la SAEP que estaba casado con Julia Acevedo Vázquez, prima de Alfredo Vázquez Acevedo y hermana de Adela Acevedo, esposa del Reformador, por lo que también era su cuñado.

Como resultas de que los demás miembros de la Comisión confiaran la redacción de ese informe a José Pedro Varela, tenemos en nuestras manos una obra que va más allá de un simple informe - como lo reconoce el autor – y se transforma en clara exposición de sus ideas sobre educación.

El trabajo fue realizado en menos de cuatro meses. Fue como si un dique se hubiera abierto y los pensamientos de

Varela fluyeran sin detenerse. No todo lo escrito es suyo: con honradez académica entrecomilla aquello que no le pertenece pero que encuentra que lo expresa mejor que lo que él lo haría. Y en cada caso cita al autor. Años más tarde, un amigo me comentaría que estando en la Biblioteca en Washington había tenido en sus manos aquellos libros que fueron consultados y citados por Varela en La Educación del Pueblo.

También con una sinceridad que le honra, reconoce que La Educación del Pueblo “no es más que un resumen de los libros que he leído con respecto a educación recogiendo entre ellos lo que, con arreglo a mi criterio propio y a mis propias obser-vaciones, he creído más exacto y más conveniente”.

No obstante eso, se encuentran en todo el libro pensamientos y frases que salen de la pluma del autor y que revelan sus conocimientos y amor por el tema de la educación.

Lo define como un “ensayo” (Pg 14) (¿influenciado por los Essays anglosa-jones?) y si bien lo titula La Educación del Pueblo más adelante dice que son “obser-vaciones con respecto a la organización y disciplina de las escuelas primarias” (Pg 194).

En sus primeras páginas establece que “la familia, primero, debe preparar y vigorizar la enseñanza de la escuela: la sociedad, después, debe desarrollarla y

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completarla”. Ese énfasis en la figura de la familia es muy importante. Cuando se habla de “educación” se piensa más en textos, docentes, autoridades, horarios, currícula, alumnos y menos veces se menciona al papel de la familia, apoyando al alumno, exigiendo a la institución. La familia educa y enseña y la escuela enseña y educa. “La educación es pues fortuna, fortuna que no se pierde, que no se gasta, que produce siempre: capital atesorado, que reditúa constantemente, y que los padres pueden y deben, legar siempre a sus hijos”

Esa insistencia en el papel de los padres está relacionada con la introducción de

la obligatoriedad de la educación. Varela recibió varias críticas al hacer ese planteo pues había padres que entendían que se les estaba coartando su libertad hacia la crianza de sus hijos. Varela contesta que “…creemos que sólo un deplorable error, un mal entendido liberalismo y un desco-nocimiento de los derechos del menor y de las conveniencias de la sociedad, pueden rechazar el principio de la instruc-ción obligatoria. La libertad del hombre, y sobre todo del hombre en sociedad no es ilimitada” (Pag. 64) No hay que olvidar que la educación es un derecho del niño, tutelado por sus padres o tutores. Y citando a un texto francés, habla de “la especie de homicidio moral de que los

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malos padres se hacen respecto a sus hijos”. (Pag. 66)

Esa figura del “homicidio moral”, asentada en este libro - si bien la expresión no es autoría de Varela - debería utilizarse con mayor frecuencia ante los casos de abandono de las obligaciones inherentes a la patria potestad. Como el autor dice más adelante “La ignorancia no es un derecho, es un abuso” (Pag 68)

Su más citada frase “educar, educar, siempre educar” está inserta en una parte del texto dedicada a lo republicano. Vincula educación con el sufragio. Pero “para establecer la república, lo primero es formar los republicanos” (Pag 56) y más adelante “todas las grandes necesidades de la democracia, todas las exigencias de la república, sólo tienen un medio posible de realización: educar, educar, siempre educar”.

O sea que aquí la educación está estre-chamente ligada y condición necesaria para formar al ciudadano, un ciudadano ilustrado con capacidad de análisis, de pensar y hacerse preguntas. No olvidemos

que Varela escribía esto en pleno tiempo de caudillos y doctores. Donde la pasión suprimía al cerebro, donde la divisa convocaba a los combatientes más que la palabra escrita. Donde la “tierra purpúrea” estaba regada por la sangre de las guerras civiles. Todo ese horror, todo ese combate entre hermanos es el que Varela pretende eliminar con ciuda-danos educados, capaces de pensar por sí mismos.

Es muy importante en Varela esa casi obsesión por la libertad de pensamiento, de palabra y de acción. Habiendo sufrido en carne propia los vaivenes de guerras y levantamientos y habiendo conocido la prosperidad de otras naciones preci-samente por no haber pasado por esos conflictos, confiaba en que la base de una buena educación llevaría a la nación hacia esa prosperidad.

Eso explica su oposición hacia la enseñanza dogmática en el seno de la enseñanza pública. El niño, el adoles-cente deben desarrollar las herramientas para más adelante estar en condiciones de pensar, analizar, juzgar y elegir por sí solos. Cualquier tipo de dogma o filosofía

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que filtrase la instrucción, se apartaba de la laicidad que debe residir en un centro de estudios. No hay doble lectura sobre este tema, si bien en el presente se ha intentado torcer su significado. Pero es muy claro: la instrucción, los docentes, el local de la institución, debe estar libre de todo signo, símbolo o mensaje político partidario, religiosos o filosófico. Porque eso es respeto al pensamiento de “el otro”.

Pero si bien Varela pone énfasis en “educar” (y no olvidemos al nivel de educación de la población objeto de sus preocupaciones: analfabeta, iletradas, en su gran mayoría) pone énfasis también en la voluntad del individuo por ampliar su educación.

“Educar” implica dos personas: el educador y el educando. El mandato va dirigido primero a las autoridades y luego a los educadores y familias. Pero no olvida la acción individual de la persona que busca ampliar sus conocimientos. De ahí la insistencia en la instalación de biblio-tecas, de acercar a los niños, jóvenes y adultos al libro que enseña. La biblioteca da una respuesta a esa búsqueda de mejorar su educación por voluntad propia.

Hoy, más que nunca, tenemos acceso a la información que nos educa. El joven lleva el mundo en el bolsillo. Tiene la herra-mienta que le provee de conocimiento. Lleva consigo las bibliotecas que Varela insistía en crear. Esto significa volver hacia la persona la responsabilidad de su propio crecimiento. Ni el sujeto pasivo que pide “edúquenme” sino el sujeto responsable,

activo que sabe que su futuro depende de su esfuerzo, de su voluntad.

Y acercándonos hacia la parte del texto a que se refiere el título de este artículo, ésta se encuentra en el capítulo dedicado a “Moral y buenas costumbre”.

Es una característica de esta post - modernidad, la relatividad respecto a comportamiento moral y ético. Lo que con la modernidad era más diáfano y sus límites bien definidos, ahora se comienza a ver sus bordes borrosos y discutidos enfáticamente con argumentos a favor y en contra.

Este capítulo de La Educación del Pueblo recomienda que los docentes lleven a los niños los principios morales a través de relatos e historias. Y cuánto más cercanos sean a la experiencia cotidiana de ellos, mejor será. Entonces, a título de ejemplo, el autor transcribe tres relatos.

El primero habla de unos niños que en invierno, en Nueva Inglaterra, van en un trineo (bastante grande, sin duda, para poder llevar a todos los niños de la clase) cuando el paso es ocupado por un carro viejo con un caballo viejo y con un conductor también anciano. Los niños logran que ese vehículo se haga a un lado, y al pasarlo le tiran bolas de nieve al animal y al conductor lo que asusta al caballo del otro carro el que, por poco termina en una cuneta.

Al día siguiente el profesor les pregunta cómo les fue en su paseo y allí uno de los niños relata jocosamente el incidente del trineo. El profesor le deja hablar hasta que le responde que el anciano cuyo carro casi hacen volcar, era su propio padre que venía a hacerle una visita. Los niños reconocen el error de su comportamiento comprometiéndose en el futuro a ser más civiles con los viajeros inofensivos y a ser más respetuosos para con la edad y los achaques. (Pag 176)

El mandato hoy es

“educarse, educarse,

siempre educarse”

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Evidentemente este relato es de poca utilidad para niños uruguayos que no conocen la nieve ni la nieve es parte de sus vidas como los trineos. Puede buscarse una situación parecida ya que la intención del autor no es proporcionar este texto para que fuera leído y discutido en clase sino para orientar a los docentes sobre el tipo de texto a utilizar. De todos modos, no recomendaría su lectura en una escuela.

El otro texto también es extraído de una publicación norteamericana. Narra la experiencia de un maestro de escuela (sin duda una “one room school” esas escuelas de una sola habitación donde asistían niños de diferentes edades, con un solo maestro, donde los más grandes ayudaban en la educación de los más chicos) que, cansado de que los niños entraran a la escuela con sus botines embarrados y ensuciaran el piso, pone en la entrada una planchuela de acero, vertical para que allí se limpiaran las suelas de los zapatos. Posteriormente pone un felpudo. Y por fin limpia el piso de la escuela hasta quitarle todo el barro. Eso lleva a un cambio en los comportamientos

de los niños que de ahí en más entran con los zapatos limpios y no llevan barro al salón.

El ejemplo es copiado por uno de los niños que lo reproduce en su casa y con el tiempo cambian también los compor-tamientos en su hogar. Eso desata a una cadena de acontecimientos que finalizan mostrando lo virtuoso del ejemplo cuando es positivo.

Así como la lectura anterior, este ejemplo está lejos de acercarse a la cotidianeidad de alumnos del siglo XXI a lo que, sumado la extensión de su lectura y la mención a lecturas religiosas, le hace imposible de ser compartido en un aula.

Es la tercera anécdota la que siempre me ha llamado la atención y se llama “Los fierros de la estufa”. (Pag. 181)

Tiene dos componentes que la hacen muy adecuada para leerla a los niños de cualquier escuela y de cualquier época. Uno de ellos es que forma parte de la cultura o folclore de la familia Varela: se las narraba “nuestro anciano padre (Jacobo D. Varela y Benita Berro tuvieron

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varios hijos. Los que sobrevivieron fueron José Pedro, Jacobo Adríán, Juana y Elvira) a quien más de una vez se la hemos oído referir, cuando llegaba el caso de que él aplicase a sus hijos las reflexiones que el viejo Martínez había aplicado a los suyos”. O sea: es parte del Varela de carne y hueso, el de las veladas familiares y no el frío Varela del mármol.

La otra característica es que la acción se sitúa en Buenos Aires, o sea un lugar común a nuestra cultura platense, que no le será extraña a un niño uruguayo.

Martínez es un padre de familia que había logrado reunir una regular fortuna y que vivía modestamente. Su esposa compartía sus ideas de ordenada economía desde su matrimonio.

Los Martínez tenían varios hijos e hijas que, cuando llegaron a tener quince o dieciséis años quisieron variar la fisonomía de la vida doméstica y dar entrada a la moda y sus novedades.

Una noche de invierno, sentados todos frente a la estufa, una de las hijas al tomar un viejo fierro para atizar el fuego exclama: “Que viejos están estos fierros”. El padre argumenta que los tienen desde que se casaron y que sirven muy bien a sus fines. Discutiendo sobre el costo, los hijos señalan que fierros nuevos pueden costar tres o cuatro pesos a lo que el padre contesta que habían de costar

mucho más que lo que decían sus hijos. Y finalmente cede y se compran fierros nuevos.

El cuento es largo pero después de los fierros vino un nuevo cenicero para apoyar los fierros, una nueva estufa inglesa bruñida y brillante, el correspondiente marco de mármol que sustituye al de madera, el empapelado de las paredes, el juego de comedor y los muebles de la sala, alfombras en el piso, espejos en las paredes, armarios con espejos y cuadros nuevos.

Una vez terminada la reforma, Martínez, que prolijamente anotaba los gastos que se iban haciendo, les muestra la suma final diciéndoles: “Ya ven ustedes si tenía razón al decirles, el año pasado, que los fierros de la estufa eran muy caros y que valían mucho más que los dos o tres pesos que, según ustedes, iban a costar”

Varela explica, para terminar, que esta anécdota hace ver que las pequeñas causas producen a menudo grandes efectos.

Esta página que, según como se la lea, tiene su algo de humor, es una pieza que ilustra la herramienta que, desde las fábulas con su moraleja, ha utilizado el ser humano para trasmitir lecciones de moral y comportamiento. Pero esta vez, de la pluma de José Pedro Varela.

Montevideo, setiembre 9 de 2020

NOTA. Las referencias a páginas corresponden a la edición de las Obras Pedagógicas de José Pedro Varela de la Dirección General de Instrucción Primaria de 1919

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Sobre el Autor

Se educó en la Escuela y Liceo Elbio Fernandez. Trabajó en el sector privado llegando a la Vicepresidencia de la Cámara Nacional de Comercio y a la Presidencia del Centro de Barraqueros de Artículos de Construcción.

Fue Miembro del Consejo de Administración de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y funcionario de la Oficina Internacional del Trabajo en su oficina de Santiago de Chile.

Ha dictado varios cursos para adultos sobre temas relacionados a Administración y Relaciones Laborales.

Ultimamente dictó cursos sobre Responsabilidad Social y Pacto Global de las Naciones Unidas.

Actualmente ocupa la Vicepresidencia de la Sociedad de Amigos de la Educación Popular.

Casado, es padre de tres hijos y abuelo de seis nietos.

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