Una Orfandad Resplandeciente

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UNA ORFANDAD RESPLANDECIENTE 1 Cristián Gómez O. Ecuménica. Esa sería la primera palabra que se me ocurriría para definir la selección que ha llevado a cabo, con generosidad poco usual en estos empeños, el poeta Mario Meléndez. Heteróclita, también, puesto que se encuentra a caballo entre varias tendencias de las que hoy ocupan el panorama poético latinoamericano, sin inclinarse por ninguna de ellas. Cuarenta y ocho poetas que empezaron a publicar sus primeras obras desde las postrimerías del siglo XX hasta lo que va corrido de este veintiuno, en un arco que cubre un período fascinante y complejo de Latinoamérica, desde la esperanza que significara el retorno a la democracia en distintos países del continente a principios de los años noventa, hasta estos días llenos de incertidumbre y sombras. Época en que vimos el auge de Hugo Chávez, pero también su temprano fallecimiento. A Fidel Castro convertido como nunca en la parodia de sí mismo y figuras como Michelle Bachelet y Dilma Roussef, que han encarnado de suyo el responso fúnebre 1 El título de este prólogo es una cita extraída del ensayo de Eduardo Milán al que haremos referencia más adelante. Nuestra deuda con el poeta uruguayo.

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UNA ORFANDAD RESPLANDECIENTE1

Cristián Gómez O.

Ecuménica. Esa sería la primera palabra que se me ocurriría para definir la selección

que ha llevado a cabo, con generosidad poco usual en estos empeños, el poeta Mario

Meléndez. Heteróclita, también, puesto que se encuentra a caballo entre varias tendencias

de las que hoy ocupan el panorama poético latinoamericano, sin inclinarse por ninguna de

ellas.

Cuarenta y ocho poetas que empezaron a publicar sus primeras obras desde las

postrimerías del siglo XX hasta lo que va corrido de este veintiuno, en un arco que cubre un

período fascinante y complejo de Latinoamérica, desde la esperanza que significara el

retorno a la democracia en distintos países del continente a principios de los años noventa,

hasta estos días llenos de incertidumbre y sombras. Época en que vimos el auge de Hugo

Chávez, pero también su temprano fallecimiento. A Fidel Castro convertido como nunca en

la parodia de sí mismo y figuras como Michelle Bachelet y Dilma Roussef, que han

encarnado de suyo el responso fúnebre de una socialdemocracia que nunca llegó a cumplir

ni la mitad de sus promesas.

Dentro de estos marcos, me parece necesario partir por una aclaración. Antologador

y prologuista no comparten los mismos criterios de selección. Es más: el prologuista

considera, como explicará más adelante, un error la inclusión de ciertos nombres en esta

selección, además de la ausencia de otros. Aclarado este punto, sentimos nuestro deber

celebrar tal discordancia. Celebrarla y, además, subrayarla. La homogeneidad en este caso

sería una trampa, tanto para el ojo crítico como para el lector que se acerque con curiosidad

a estas páginas. El disenso, por el contrario, estimamos que abre la posibilidad de un

diálogo a todas luces feraz para nosotros.

Pero esta antología que Mario Meléndez ha preparado con no poco sacrificio,

aparece dentro del marco de otras antologías que la preceden y con las cuales

1 El título de este prólogo es una cita extraída del ensayo de Eduardo Milán al que haremos referencia más adelante. Nuestra deuda con el poeta uruguayo.

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necesariamente dialoga. Entre ellas, Cuerpo plural (2010), de Gustavo Guerrero, El decir y

el vértigo (2005), de Cerón, Herbert y Plasencia Ñol, con la cual comparte el mismo

compás de tiempo, y, más allá de las fronteras políticas de Latinoamérica pero directamente

vinculadas en sus semejanzas y en sus diferencias, Malditos latinos, malditos sudacas

(2009), de Mónica de La Torre y el autor de estas líneas y Poesía ante la incertidumbre

(2011), editada por varios autores. Si bien nuestra tarea aquí es comprender la selección

llevada a cabo por Meléndez, para este fin nos resulta imprescindible ponerla en relación

con los antologías mencionadas. Pero no sólo con ellas, sino con la multiplicidad de

antecedentes –tecnológicos, políticos, comunicacionales– que sean necesarios para

entender, aun a partir de la parcialidad de nuestra mirada, lo que este volumen pueda

significar para la poesía del continente.

Por lo pronto, habrá que hacerse cargo de una cuestión que viene con el título de

este libro: su condición latinoamericana. Ya en la introducción a Poesía en movimiento, la

colección de poesía mexicana que Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Homero Aridjis y Alí

Chumacero coordinaran, se preguntaba Paz por cuáles eran los rasgos que definían a los

poetas (y a los poemas allí reunidos) como mexicanos. La respuesta del premio Nobel era

una puerta abierta, ya que no se limitaba a trazar las huellas de una elusiva y siempre en

disputa identidad mexicana, sino que más bien tiende a desentenderse del carácter unívoco

de las tradiciones nacionales para privilegiar un espíritu de época (admitiendo nosotros que

tal concepto es igualmente difícil de definir): para Paz, guardan más relación entre sí César

Vallejo y Pablo de Rokha que el autor de Los heraldos negros con, por ejemplo, Chocano.

Si hiciéramos la misma ecuación, pero en lugar de México nos refiriéramos a América

Latina, es probable que llegásemos a conclusiones semejantes a las de Paz.

Guillermo Sucre, en La máscara, la transparencia, anota por su parte algo de lo

que tampoco podemos desentendernos. Dice el ensayista venezolano que la polémica en

torno a la sensibilidad latinoamericana podría haberse saldado –al menos cuando Sucre

publica su libro, en un ya lejano 1975– si hubiésemos entendido a cabalidad lo que

verdaderamente valía la obra de Darío, en su americano cosmopolitismo. Vallejo, citado

por Sucre:

Rodó dijo de Rubén Darío que no era el poeta de América, sin dudaporque Darío no prefirió como Chocano y otros, el tema, los

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materiales artísticos y el propósito deliberadamente americano ensu poesía. Rodó olvidaba que para ser poeta de América, le bastabaa Darío la sensibilidad americana, cuya autenticidad, a través delcosmopolitismo y universalidad de su obra, es evidente y nadie puede poner en duda… La indigenización es acto de sensibilidadindígena y no de voluntad indigenista. (20)

En lo que nos concierne a nosotros, y habida cuenta del panorama globalizador que hoy en

día nos toca vivir, tal vez necesitemos de algunas precisiones y otras enmiendas a nuestra

forma de entender lo americano, suponiendo que ello sea, incluso en una remota medida,

compás suficiente para acercarnos a esta antología reunida por Meléndez.

Y es que hoy por hoy, donde el juego de las identidades se encuentra en una de sus

etapas más volátiles, la interacción con otros contextos de producción poética

obligatoriamente modifica la comprensión que tengamos de “lo nuestro”, parafraseando a

Luis Harss. De este modo, la edición de una larga lista de títulos que modifican las

fronteras de lo que entendemos por Latinoamérica o Hispanoamérica (términos que, al

menos para nosotros, no son equivalentes), resulta en el necesario reacomodo de nuestras

nociones previas. Entre esas publicaciones, algunas de las que resultan más relevantes para

mí, por ejemplo, son Extracomunitarios, de Benito del Pliego, que reúne a poetas

latinoamericanos que han publicado mayoritariamente su obra en España, Porque el país

no alcanza. Poesía emigrante de la América Latina, de Timo Berger, donde el nomadismo

latinoamericano es el fuerte de la selección, y la ya mentada Malditos latinos, malditos

sudacas, de Mónica de La Torre y el abajo suscrito, donde se intenta dar cabida a la poesía

hispanoamericana/chicana que se escribe en Estados Unidos.

En conjunto con lo anterior, otro hecho que no se nos escapa es la eclosión editorial

que se ha vivido tanto en Latinoamérica como España y, en menor medida, en el mundo de

habla hispana de Estados Unidos. Si bien de tirajes muchas veces modestos, algunas de las

editoriales han venido a alimentar este trasvasije de fronteras comparten ciertas

características que las hacen inconfundibles. En primer lugar, son casas editoriales, aunque

el término suele un poco pomposo, dirigidas o gestionadas casi de manera unipersonal.

Pienso, por ejemplo, en Kriller 71, donde Aníbal Cristobo maquetea los libros, hace

muchas de las traducciones y gestiona la distribución a través de librerías. O el caso de

Liliputienses, donde José María Cumbreño combate el aislamiento de Extremadura a través

de un trabajo que es inconfundiblemente suyo. La colección Trasatlántica, de Amargord,

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también es otro ejemplo de estos proyectos que no podemos llamar sino quijotescos,

encabezado en este caso por Edmundo Garrido.

Pero también las une el hecho de tener un catálogo exquisitamente bien cuidado.

Las re-ediciones de José Kozer en Trasatlántica, la introducción de la poesía brasileña en el

mercado español por parte de Cristobo y el ojo clínico de Cumbreño para llevar a ese

mismo mercado a autores latinoamericanos que de otro modo difícilmente hubieran

cruzado el Atlántico, le otorga una identidad única a estos empeños2.

El trasfondo teórico de estos impulsos lo encontramos en una revisión sumaria de la

bibliografía en torno al énfasis trasatlántico de nuestras literaturas, nunca del todo afincadas

en una sola pertenencia. Julio Ortega ha sido uno de los más preclaros articuladores de esta

mirada, si bien no el único. Para el ensayista y profesor peruano, en las últimas décadas las

olas migratorias del sur al norte (y específicamente hoy en día, del Medio Oriente hacia

Europa, de África hacia las costas mediterráneas) han cambiado el panorama de nuestras

configuraciones nacionales subrayando de manera irrefutable –el sensacionalismo es la

marca registrada de los medios masivos de comunicación hoy en día– ese aspecto trágico

que cargan nuestras sociedades. Pero inmigración también son redes y networking,

inmigración también es globalización, si bien, tal como advierte Ortega, los estudios

trasatlánticos no son su discurso ilustrado sino su crítica y deconstrucción, en la medida en

que la imposición de esa economía global conlleva asociada el relato de su inevitabilidad y,

aun peor, de su “naturaleza”, i.e., del ocultamiento de las condiciones históricas que nos

han conducido deliberada y en absoluto necesaria al actual estado de cosas. De allí se

deduce que

llamemos “diferencia” al posicionamiento crítico en espacios de alteridadpolítica, donde debatir lo global desde la suerte de lo local. Precisamente,el modelo de leer trasatlántico atraviesa la ideología única con el contradiscurso de una universalidad de lo particular. (Ortega)

2 No son, por cierto, los únicos. El billar de Lucrecia, la editorial que llevaran adelante Rocío Cerón y Rodrigo Castillo en México, ha sido fundamental en los últimos años para dar ese salto cualitativo en el conocimiento de ciertos autores a lo largo y ancho de América Latina. Catafixia, el proyecto dirigido en Guatemala por Luis Méndez Salinas y Carmen Alvarado es un caso más para la causa. Cascahuesos editores, en Perú, bajo la égida de José Córdova, lo mismo. Los ejemplos son múltiples y requerirían muchísimo más espacio del que disponemos.

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Con lo anterior en mente es que queremos entrar en materia revisando en detalle el

listado de autores incluidos en esta antología y entender, en lo posible, cómo dialogan con

algunos de los títulos que hemos reseñado más arriba.

En primer lugar, no es difícil darse cuenta de algunas de las coincidencias que se

repiten de un volumen a otro. Autores como Germán Carrasco y Luis Chaves (presentes

tanto en El decir y el vértigo y Cuerpo plural como en el libro que ahora nos preocupa),

Jorge Fernández Granados, José Carlos Yrigoyen, Héctor Hernández Montecinos y Alan

Mills, entre otros, son algunos de lo que aparecen insistentemente en estos índices,

sugiriendo un pequeño canon dentro de esa incipiente estructura del sentimiento de la que

hablara a comienzos de los ochenta Raymond Williams3.

Del mismo modo, lo primero que salta a la vista cuando se ha completado la lectura

de la antología de Meléndez, es el hecho de que no existe un centro articulador de la poesía

de estos cuarenta y ocho autores. Desde distintas versiones del coloquialismo, algunas más

logradas que otras, hasta una poesía experimental en pleno apogeo, pasando por

preocupaciones más o menos locales, entendiendo este término como un componente

central y no marginal de la discusión contemporánea, como aquellos textos que ponen de

manifiesto una mirada étnica y multicultural para nombrar América. O también aquellas

que intentan darle un giro a discursos ya conocidos, como la estela neobarroca que aún

persiste en ciertos autores, sin dejar de lado el intimismo que algunos otros poetas

continúan practicando como una puerta a una interioridad cargada, en ocasiones, del

insidioso aire de la ironía.

De acuerdo a Gustavo Guerrero, esta diversidad es la marca registrada de las

actuales generaciones poéticas, suponiendo, tal como él lo señala, que podamos seguir

hablando de generaciones. Para el poeta y ensayista venezolano,

(…) La aceleración del tiempo en nuestras sociedades, que hace quelos poetas se formen y se den a conocer cada vez más rápido, el crecimiento y la diversificación de nuestras bibliotecas, que hace que

3 Me permito ciertas libertades a la hora de usar el concepto elaborado por el ensayista inglés, empezando por una definición tal vez más elástica del cuadro temporal que pueda incluir tal estructura del sentimiento. Recordemos que Williams, en Marxismo y literatura, enfatiza la definición de este concepto como una experiencia social que todavía “se halla en proceso” (155), por lo cual su enfoque se preocupa más por los valores y los significados tal como son vividos y sentidos activamente. Una estructura del sentimiento delata un cambio social en su propia experiencia y no como un epifenómeno de una tendencia ulterior; es emergente o pre-emergente, no requiere de una clasificación o una racionalización antes de hacer sentir su impacto.

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dos jóvenes de la misma edad puedan tener hoy una cultura literariacompuesta de referencias distintas, y, en fin, el triunfo del

individualismo, que hace que la aparición de grupos o movimientos,lejos de reflejar la existencia de una poética o una ideología común,sólo tenga una función promocional o publicitaria, todos estos factores han contribuido al rápido desgaste de la herramientageneracional. (23)

Clausurado el proyecto moderno, si no en todos los ámbitos, sí por lo menos en el mundo

de la poesía, Gustavo Guerrero ve anulada toda posibilidad teleológica y trascendental para

la poesía, dejándose de lado cualquier tono reivindicativo o de necesidad histórica,

proviniera aquel del aliento vanguardista o de algún proyecto político. Y es probable que el

conjunto de autores seleccionados por Mario Meléndez bien caiga dentro de estas

coordenadas. Porque, para agregar más pruebas a la causa, Eduardo Milán, reconocido

poeta y ensayista uruguayo exiliado desde hace décadas en México, también coincide, en el

post-facio que escribe para El decir y el vértigo, con ver un estallido de la diversidad de la

palabra poética en Latinoamérica, hoy. Refiriéndose a este último título, Milán indica que

No hay (…) designios de camino, direcciones nítidas, metas poéticasque podrían sugerir un cambio de frente respecto a la problemáticade una o dos generaciones anteriores. Lo que se señalaba como crisispoética continúa siendo crisis poética. (…) La aventura poética havuelto a ser una aventura individual en este sentido: es dudoso quealguno de los poetas aquí reunidos se sienta partícipe de algo más quede la práctica poética con sus contemporáneos de oficio.(Cerón, Herbert y Plasencia, 391)

Sin embargo, Milán agrega un matiz que forma parte de una discusión más vasta,

como es la supuesta distancia que mediaría entre estos autores con las exigencias de la

Historia, así, con mayúscula.

Lo que para generaciones anteriores fue un punto de partida pero también muchas

veces un punto de llegada, para los autores nacidos desde el sesenta y cinco en adelante,

pareciera que la Historia como exigencia está ausente, o al menos, para usar las palabras de

Milán, “en este lenguaje no parece haber la huella de los acontecimientos que marcaron a

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comunidades enteras” (394). En este punto, sin embargo, no podemos sino expresar nuestro

desacuerdo con el poeta uruguayo. Toda escritura es histórica, lo asuma de manera explícita

o no. Lo que el ensayista y estudioso rioplatense esperaría aquí no es la presencia de la

coyuntura histórica, la cual es irrenunciable, sino algún testimonio más explícito de su

presencia. Y agrega un matiz: a menor presencia de la historia, mayor precisión en la

factura, como una respuesta estética antes los embates de la historia.

Sin embargo, creo que lo que hay que entender es que el fin del proyecto moderno

conlleva en sí mismo una relación sintomática con la historia. La crisis de los mega-relatos

afectó especialmente a la historia, pero también a la forma en que leemos esta historia, si

cabe hacer esa distinción. Si esta última ya no puede ser la encarnación del Espíritu

hegeliano, ni tampoco la prometida liberación de los oprimidos, parece que la única forma

de experimentar hoy la historia fuese una relación nostálgica con ella. O así nos lo parecía

cuando primero se empezó a hablar de postmodernidad y Jameson nos descubría en su

seminal estudio4 que La guerra de las galaxias no era, como creíamos, una distópica visión

de un hipotético futuro, sino más bien una reactualización de las películas de piratas y de

vaqueros y otros productos hollywoodenses que maquillados ahora con un decorado

futurista, podían servir como una especie de arraigo, una forma de compensación simbólica

ante las incertezas que nos deparaba un presente demasiado veloz e incomprensible (años

de la Guerra Fría, la amenaza nuclear, la introducción de las primeras computadoras

paulatinamente en la vida cotidiana) como para ofrecerle un sentido a nuestras vidas de otro

modo enajenadas y, en síntesis, vacías. Si estos últimos adjetivos suenan como un eco

demasiado evidente de un Adorno apocalíptico y mal leído, pedimos las disculpas del caso,

pero la elección de estos términos fue premeditada5: con ellos quisiera retomar la discusión

con Milán, en tanto la experiencia de un momento histórico puede representarse a través de

una serie de estrategias discursivas, todas ellas matizadas por una regla básica: su ausencia

no puede entenderse como su negación. En tanto horizonte último de sentido y por lo tanto

4 Nos referimos a su ensayo sobre la postmodernidad y el capitalismo tardío. Véase la bibliografía.5 El lector más interesado en estos temas puede ahondar en una abundante bibliografía. Para mí ha sido de especial utilidad el capítulo octavo de The Exhaustion of Difference, de Alberto Moreiras, donde se nos dice que “one of the paradoxes of an accomplished globalization is that it leaves us without a ground to question its very ground (…) In the history of European thought nature was always taken to be the ground of culture. If the reduction of nature through hypercommodification has been accomplished in in late capitalism, then culture become groundless ground: meanings circulate within it but do not have recourse to a “natural” outside that can properly found them”. (239)

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muchas veces imposible de representar, los acercamientos a la historia podrán variar, pero

no dejar de existir.

No quisiera, sin embargo, alejarme mucho en una discusión que pudiera ser

bizantina. Prefiero, en su lugar, retomar lo dicho por Gustavo Guerrero en torno a que la

selección que él hace reúne a autores que tienen que lidiar, quiéranlo o no, voluntaria e

involuntariamente, con la pérdida del paradigma moderno y la instauración de su crítica

post.

Para nosotros, la pérdida de ese poder aglutinador en que resultaba tal paradigma,

encuentra respuestas estéticas que si bien son paradójicamente diversas y resultan muy

difíciles de etiquetar y/o encasillar, aun así vemos cómo se sigue intentando (en vano)

establecer ese tipo de taxonomías que son incapaces de dar cuenta cabal del panorama

poético de hoy en día. Si las mencionamos, lo hacemos en el espíritu de reconocer una

discusión que se ha hecho presente en los últimos años, la cual, no obstante ello,

quisiéramos discutir y poner en duda.

En la antología que hoy nos entrega Mario Meléndez, vemos representada con

fuerza (en Álvaro Solís y Federico Díaz Granados, entre otros), por ejemplo, una tendencia

como la representada por la antología trasatlántica Poesía ante la incertidumbre (2011),

cuyo manifiesto publicado online pregona que

La emoción no puede estar de moda. La emoción es universal e intemporal. Y la poesía tiene que emocionar. Ante tanta incertidumbre, para nuestra sorpresa, una gran parte de los nuevos poetas en español se han adscrito a una tendencia tan experimental como oscura.

Al lado de este llamamiento a la claridad (convocatoria discutible, por cierto, que

trataremos de comentar más adelante), encontramos poetas que han hecho de ese

cuestionado experimentalismo la razón de ser de su escritura. Pienso, por ejemplo, en la

estética de Rocío Cerón, cuya palabra se despliega no sólo en la hoja de papel sino también

en mundos sonoros y visuales, pienso en Héctor Hernández Montecinos, que ha intentado

en su escritura dejar atrás lo que para él son las rancias ideas de “poema” o “libro”,

reemplazándolas por la potencia de una obra total.

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Pero el panorama dista de agotarse ahí: la poética de autores como José Carlos

Yrigoyen o Germán Carrasco, gira en torno (aunque no se limite) a un conversacionalismo

que viene de vuelta de sus aventuras sesenteras politizadas y de su posterior desarrollo en

los setentas, cuando quiso vincularse a cierta zona experimental, como en la obra de

Rodolfo Hinostroza. En los casos de Yrigoyen y Carrasco, se trata de un habla que evoca

ese tono coloquial, pero transido de la desconfianza de uno o varios hablantes

profundamente escépticos de sus posibilidades comunicativas, pero que sin embargo no

renuncian a ellas.

Una autora de especial relevancia resulta ser Damaris Calderón, poeta cubana que

ha hecho de la desnudez del verso y su corte austero sus marcas de estilo. Me interesa

subrayar el aporte de Calderón en tanto propone la extranjería –sexual, deseante, literaria–

como índice para leer una realidad que sólo existe en la medida en que se la nombra. No se

trata aquí de un uso exterior de lo extraño, de lo foráneo, sino de su traducción idiomática

en una textualidad lírica que problematiza nociones de pertenencia e identidad. Así, más

allá de la situación personal de la autora, radicada hace casi veinte años en Chile, luego de

salir de su Cuba natal, pareciera que el hablante de sus poemas siempre está llegando,

nunca del todo radicado en un presente que se vuelve radicalmente elusivo. Lo denota, por

ejemplo, un poema sintomáticamente titulado “Los árboles, la patria”, donde el remoto país

imposible (título de uno de los libros de Calderón) se traduce en un arraigo en la palabra,

ante la carencia de otra fuente de identidad: así el jagüey, el jobo, la guásima y la ceiba,

árboles que se encuentran en ese lugar de origen que, en su distancia, la condena al

permanente “entre”: en un decidor artículo publicado el año dos mil trece6, Calderón

plantea que la paradoja de haber salido de una isla (como Cuba) para haber llegado a otra

(resaltando el carácter pretendidamente insular de ese concepto etéreo pero tan difundido en

ese país como es la idiosincrasia chilena), la mantiene en ese aislamiento que algunas

teóricas feministas han llamado el “in-between” (Bennett, 2012), lo que está entre medio, lo

que no es una cosa pero tampoco es la otra, el “entresijo” del que habla la poeta cubana. No

parece una mera coincidencia, entonces, que su lugar de residencia en Chile sea un

balneario, llamado ni más ni menos que Isla Negra.

6 Me refiero a “En la tierra del Entre, golpeada por las aguas”; una entrevista a la autora, hecha por Armando Chávez, se titula sintomáticamente “Yo tengo la cabeza siempre puesta en Cuba”.

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Si me he detenido en la poesía de Calderón no es sólo por subrayar sus

peculiaridades, sino también para poner de manifiesto aquello que comparte con otros

autores de esta y otras antologías y que, en consecuencia, la enmarca dentro de tendencias

compartidas en la poesía latinoamericana de hoy. Así, para dar un argumento de la causa, la

no-pertenencia de Calderón es un hecho compartido por varias poetas que aquí se reúnen.

La migratoriedad (¿existirá esta palabra?) entrega identidades móviles e inestables a autores

que de manera voluntaria o que se han visto forzados o incluso con una mezcla de ambas

posibilidades, han abandonado sus lugares de orígenes para pasar a ser extranjeros por

períodos considerables de sus vidas. A Calderón se suman, entre otros, poetas como Julio

Espinosa Guerra, Paul Guillén, Miguel Ildefonso (estos últimos con estadías más o menos

prolongadas en el programa de escritura creativa de la University of Texas at El Paso),

Néstor Rodríguez, Luis Fernando Chueca, Victoria Guerrero Peirano. Todos ellos

comparten ese peregrinar, en distintas etapas, modalidades y duración que no sólo los ha

expuesto a diferentes culturas como parte de un proceso de globalización inevitable, sino

por sobre todo que ha impactado poderosamente en la obra de muchos de estos poetas.

Todos estos flujos culturales presuponen la precariedad que señaláramos más arriba en la

relación de todos estos autores con la historia. Precariedad, que, sin embargo, no indica que

tal relación no exista. En este sentido, un libro con el que la antología de Mario Meléndez

dialoga es el que hiciera Timo Berger, Porque el país no alcanza. Poesía emigrante de

América Latina (2010). Esta antología, que quiso reunir voces de la poesía latinoamericana

desperdigadas a todo lo ancho del globo, intenta subrayar, a veces con un tono celebratorio

que pareciera excluir una lectura crítica, la homogeneización que la globalización

económica impone como estrategia de penetración mercantil7:

Las grandes urbes del mundo se parecen cada vez más. Sentadoen el Starbucks de la Quinta Avenida o en la sucursal de la misma empresa en el Hakescher Markt de Berlín Mitte, un vate

7 “Se trata de pensar entonces esa facticidad que es la globalización no como resultado lógico o desenlace inevitable, sino como efecto de procesos históricos acotados y modificables. En este sentido, el hecho de que el mundo aparezca como una configuración histórica y no como el resultado de ciertas leyes meta-históricas, caracteriza a la modernidad filosófico-política (…) La relación entre deconstrucción y mundo, por lo tanto, no puede ser reducida a una nueva articulación de la filosofía de la historia, ni sacrificada en nombre de un cálculo político estratégico, pues el horizonte irrenunciable de la deconstrucción es la emancipación, incluyendo la emancipación del mundo desde las tecnologías y filosofías críticas ‘llamadas’ a emanciparlo”. Suscribimos lo que dice Sergio Villalobos-Ruminott en cuanto entiende la globalización como un proceso contingente (ergo, acotado) de mundanización y mundialización y no como una fatalidad histórica inexorable.

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chileno abre su Moleskine y anota unos versos, una que otra metáfora que pensó mientras viajaba en el metro de la capitalalemana que, si por él fuera, podría seguir su trayectoria hasta la parada de la Avenida O’Higgins, en su ciudad de origen. (Berger 7)

Vemos, en cambio, que algunos de los autores que el mismo Berger incluye en su

antología, tienen una actitud que si bien no está en contra de sepultar fronteras, culturales y

políticas, que muchas veces suponen un estorbo, al menos se toma con una mayor distancia

crítica el proceso globalizador que ha terminado por enterrar muchos de esos límites

artificiales, para al mismo tiempo levantar otros, con la misma o mayor fuerza. De notar

son los ejemplos de Sayak Valencia y Omar Pimienta, autores mexicanos que no podemos

sino extrañar en el volumen de Mario Meléndez. Provenientes ambos de Tijuana, la poesía

tanto de Valencia como de Pimienta enfatiza la necesaria problematización del concepto de

frontera que subyace a buena parte de la poesía de México, pero que también alcanza a

otros países.

En el poema “This is Tijuana”, Valencia dice: “El primer y el tercer mundo. La

frontera. El infierno. La otra/parte del otro lado. El otro lado del otro lado. El Este lado

del/Otro lado. El mundo feliz del desengaño. This is Tijuana” (Stabile, 373). Por su parte,

en un libro clave para entender el tráfico de identidades que supone una frontera como la

del sur de EE.UU., Escribo desde aquí, Pimienta borra la idea de una frontera uniforme y

profiláctica, reemplazándola con la noción de otra móvil e interna, pertinaz y compleja:

Escribo desde aquí:

una casa de madera vieja

un teclado sucio

en La Libertad

con 30 años

Granola mi esposa

Beca mi perra

el futuro

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escribo desde allá:

la casa de cemento que construyó Don Marcos

los hermanos

La misma Libertad

algunas fotos

el pasado

escribo desde acullá: (siempre he pensado que no existe esa palabra)

Evidencia este poema una coyuntura que atañe no sólo a la frontera norte de México, sino a

gran parte de la poesía de nuestro continente, incluida, por supuesto, la que Mario

Meléndez reúne en su antología. Ya que, como muy bien titula a su vez Timo Berger, el

país, literalmente, no alcanza. Y no es que intentemos re-editar, sin que viniera en absoluto

al caso, la disputa entre lo cosmopolita y lo autóctono, entre lo universal y lo local, que ha

tenido no pocos capítulos en Latinoamérica, sino antes bien resaltar la nueva dinámica que

conceptos como global y local adquieren. En ese sentido, poetas como Jaime Huenún o

Damsi Figueroa, nos obligan a preguntarnos por los imaginarios y sus apropiaciones. Por la

identidad, en síntesis, ya que, por un lado, la poesía mapuche de Huenún bebe de fuentes

occidentales y europeas que interactúan libremente con la religiosidad y las costumbres

mapuches. Figueroa, por el otro, practica una reapropiación del imaginario indígena desde

la escritura, desde una textualidad palimpséstica que, aun así, mantiene vasos comunicantes

con un poeta como Huenún.

¿Cuáles son las políticas de la identidad, en suma, que se pueden defender en este

minuto de una (post)modernidad que ya hoy es vista con sospecha?, ¿desde dónde se puede

argumentar, así, en favor de una versión tradicional de la comunicación, afincada en

circulaciones editoriales hoy impensables y con públicos lectores que hoy han sido

entrenados en otras prácticas, como lo buscan hacer los poetas que se llaman a sí mismos

ante la incertidumbre? Otros, como Pablo Thiago Rocca, eligen el universo limitado, si se

me permite tal oxímoron, del refugio hogareño, la historia mínima para en su desdén del

afuera hacer también una tácita declaración. O la versión irónica de ese mismo mundo que

hace Luis Chaves en algunos de sus poemas. No deja, por último, de ser llamativo el

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repliegue hacia un tono elegíaco centrado en la figura paterna en Julio Espinosa, Augusto

Rodríguez y Álvaro Solís: el único sostén parecía ser ese padre que sólo puede hablar desde

su ausencia.

Creo, finalmente, que los dilemas expresivos que enfrentan en su conjunto los

autores de esta antología, su recorrido por ciudades de paso, el flujo de turistas que ya no

son visitantes, las nuevas categorías culturales, políticas y tecnológicas que es necesario

adoptar y a las cuales es un imperativo de supervivencia adaptarse y apropiárselas para

negarlas cuando sea necesario, acompañado del escepticismo ante los propios medios

expresivos, se resumen en este poema de Claudia Masín que transcribo ahora y con el cual

quiero cerrar esta introducción. Es un broche más que de oro, de lucidez y contención:

PARÍS, TEXAS

Me gustaría contarte lo que veo,hablarte de los hoteles abandonadosapareciendo de la nada en el medio de la carretera,como castillos solitarios cuyos puentes levadizosfueron dinamitados hace tiempo. Me gustaríacontarte lo que veo pero es imposiblehallar un dolor que condesciendaa ser narrado. ¿Vale la pena entonces,emprender tan largo viaje para ir de un extremoa otro del silencio? También es imposiblecallar por completo: sé que terminaré por llamarte,como se llama a alguien cuando se está a oscuras,sin el auxilio de la voz, un estremecimientosemejante al de esas luciérnagasque al chocar contra un parabrisas en la rutase deshacen esparciendo una nube pequeñade polvo y luz, y ésa -quizás- es su ideade un encuentro.

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Bibliografía

1.- Berger, Timo. Porque el país no alcanza. Poesía emigrante de la América Latina. D.F:

El billar de Lucrecia, 2010.

2.- Calderón, Damaris. “En la tierra del Entre, golpeada por las aguas”, en

http://letras.s5.com/dca030213.html

3.- Cerón, Rocío, Herbert, Julián y Plasencia Ñol, León. El decir y el vértigo. Panorama de

la poesía hispanoamericana reciente (1965-1979). D.F: filo de caballos/Conaculta/Fonca,

2005.

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