Una habitación y media (de Brodsky) vacía

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MIÉRCOLES 16 DE ENERO DEL 2013 552 Escrituras Las cartas de Karen Blixen La autora conocida como Isak Dinesen revela sus inquietudes literarias en su correspondencia con amigos, críticos, editores, colegas y admiradores Página 6 Espacios La casa rusa El espacio vital de una persona en la antigua URSS era de 9 m 2 . Este modelo de vivienda, y de relación humana, aún subsiste en la nueva Rusia Página 16 ¿Apocalipsis pop? El impacto digital y la sensación de ‘revival’ continuo anuncian un estancamiento de cierta música popular Páginas 2 a 5 Pantallas Jonas Mekas Es un director de referencia para muchos jóvenes creadores, quizás porque creyó desde el principio en el poder de la cooperación artística Página 20

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Artículo publicado en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia (16 de enero de 2013) sobre las casas comunales en la actual Rusia. Ilustrado con imágenes del documental "The Edge of Kommunalki" de Francesco Crivaro y Elena Alexandrova.

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MIÉRCOLES16

DEENERODEL2013

552 EscriturasLas cartas de Karen BlixenLa autora conocida comoIsak Dinesen revela susinquietudes literarias ensu correspondencia conamigos, críticos, editores,colegas y admiradoresPágina 6

EspaciosLa casa rusaEl espacio vital de unapersona en la antiguaURSS era de 9 m2. Estemodelo de vivienda, yde relación humana, aúnsubsiste en la nueva RusiaPágina 16

¿Apocalipsis pop?El impacto digitaly la sensación de‘revival’ continuoanuncian unestancamientode cierta músicapopular

Páginas 2 a 5

PantallasJonas MekasEs un director dereferencia para muchosjóvenes creadores, quizásporque creyó desde elprincipio en el poder de lacooperación artísticaPágina 20

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Miércoles,16enero2013

ESPACIOS

FERRAN MATEOEl espacio vital de una persona sefijó, en la antigua URSS, en 9 m2.Los funcionarios, no obstante, ten-dían a asignar el mínimo posible,además de su ubicación. Era partedel sistema de control de liberta-des. Esta sencilla aritmética, con-vertida ennormativa,marcó la psi-que colectiva rusa del pasado sigloynos da claves para entender la ac-tual. Su expresión más vívida es lakommunalka (vivienda comunal),aparecida para atacar dos proble-máticas tras la Revolución: la ca-restía de vivienda y las distincio-nes sociales. Las propiedades ex-propiadas se trocearonparadar co-bijo a tantas familias como habita-ciones, entre 25y 50vecinosdeme-dia por vivienda comunal. Así, enunamezcla deliberada, gente de lomás variopinta compartía fogones,lavabo, teléfono e intimidad.

Cada habitación era un univer-so, vigilado por los cinco sentidosdel vecino. Era preciso desarrollarestrategias de comportamiento an-te tanta exposición. Hablar en su-surros, aunque el pasillo fuera untrajín y la cocina, el escenario detertulias y celebraciones. O de pe-leas. Este reflejo del pensamientosoviético en la vida cotidiana aúnsubsiste en el país eslavo. Pero, pa-ra el extranjero, solo se ha filtradoa través de la literatura. En obrasde Pasternak, Jarms, Zóschenko,Bulgákov. En el paisaje interior delas kommunalki, entre ropa tendi-da, vapores de ollas y mueblesamontonados, se desplegaba elacertijo, envuelto en un misterio,dentro de un enigma que era (y es)Rusia. Lo era para Churchill, y loes para nosotros. Entre cuatro pa-redes, entre extraños, se mezcla-ban como en un gran puchero la

Tendencias

Unahabitaciónymedia (deBrodsky) vacía

Espacios Fotogramas del

documental ‘TheAge of Kommunal-ki’ (2013), dirigidopor el cineastaFrancesco Crivaro yla arquitecta ElenaAlexandrova. Enproceso de pospro-ducción, la cintarecoge la vida deveinte ‘kommunal-ki’ de la ciudad deSan Petersburgo, laque más viviendascomunales acogiópor las característi-cas de su centrohistórico y densi-dad de palacios ymansiones. Parecehaberse desperta-do el interés de

artistas, investiga-dores y arquitectospor este reductodel modo de vidasoviético, hastaahora poco explora-do. Destacar eldocumental ‘Kom-munalka’ (2008)de Françoise Hu-guier, también enSan Petersburgo.Las tensiones entrenuevas y viejastipologías en Rusiase retratan magis-tralmente en lapelícula ‘Elena’(2011) de Zvyagint-sev. La organiza-ción cotidiana de laURSS ha sido unagran desconocidaen Occidente.“Después de laPerestroika, las‘kommunalki’ sepercibieron comouna reliquia del

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ESPACIOS

Lasorejascortadas

El secuestrado Paul Getty en una imagen de archivo ARCHIVO

En los Reales Museos de Arte e Historia de la fantas-mal Bruselas se conserva el fetiche precolombino, elídolo chimú peruano con su oreja astillada, que dapie al viaje de Tintín por América del Sur en Laoreja rota. Hergé dibuja esa estatuilla al lado de más-caras rituales de los senufos y de postes totémicosdel antiguo reino de Dahomey. Todo Tintín es unviaje de iniciación lleno de ritos y de fetiches ances-trales entre magos de oreja rota que ya no escuchanel murmullo del mundo y chamanes barbudos consa-grados a las visiones oceánicas del whisky. (Estaserie de artículos ha estado dedicada a ellos, a losbrujos sin retorno y a lo circular que siempre vuel-ve, a las vueltas rituales, al redondel mágico deltiempo).Cada mujer, cada hombre, lleva consigo el laberin-

to de su oído interno. Está dentro del hueso tempo-ral del cráneo y de esa manera queda claro que elnuestro es un laberinto de tiempo lleno de calave-ras. La oreja rota de la estatuilla de Tintín es unapuerta, la salida del laberinto interior de cada uno.Y al fin afuera, todo es selva, dardos venenosos, ríostorrenciales, plumas de colores, carreras, peleas,danza, dibujo, literatura. En toda obra de arte palpi-ta la desesperación por escapar del laberinto. Elanillo de matrimonio, o el de la comunión, que es larepresentación de aquel dedo cortado, circunciso,en los ritos primitivos, tiene su parangón en el pen-diente, sombra de antiguos lóbulos amputados. Peroel artista no se conforma con los símbolos, porquetrabaja con ellos y sabe que son áun peores que laspalabras. Es entonces cuando irrumpe la verdad sinretorno de una oreja cortada. Van Gogh persiguien-do con la navaja a su colega Gauguin, igual que Ver-laine siguió a Rimbaud con una pistola por las pla-zas de Bruselas. Cuando se canse de dar vueltas trassu amigo, Van Gogh, impotente y atormentado, serebanará con esa misma navaja el lóbulo de su orejaizquierda. Y las orejas cortadas del cine, la orejaenigmática, laberíntica, que encuentra Jeffrey Beau-mont tirada entre la hierba como un caracol muertoen Blue Velvet, o la que le amputa Mr. Blonde alpolicía mientras lo tortura en Reservoir Dogs. Esa esla oreja siniestra del crimen. La oreja que en losaños 70 (cuando la música volvió a ser religión deculto) le cortaron con precisión quirúrgica sus se-cuestradores a aquel chaval de 17 años, el nieto delrey del petróleo Paul Getty, para exigirle al abueloque pagara el rescate de 3,4 millones de dólares.Siempre son peores los símbolos que las palabras.Vivimos presos en la galería nocturna.

solidaridad y la paranoia, el alco-hol y la camaradería, príncipes ymecánicos, delatores y poetas.En la avenida Liteini de San Pe-

tersburgo, quemuere en Fontankay un puente conecta con el Jardínde Verano, se esconde la habita-ción y media de Joseph Brodsky,en un imponente edificio de estilomorisco. Lamisma avenida de tra-zado impecable donde vivieronPushkin, Nekrásov, Blok o Gip-pius. En un balcón del n.º 24 hayuna pancarta con un retrato delpremioNobel.Una iniciativapriva-da quiere convertir la kommu-nalka donde vivió con sus padresen Casa de la poesía. Pero la últi-ma inquilina pide tanto dinero porsu habitación que el ayuntamientose ha apeado del proyecto. Dos jó-venes voluntarios se citan conmi-go, sacanunmanojode llaves y en-tramos. Un largo y oscuro corre-dor, flanqueado por puertas, y trasuna de ellas, los 40 m2 que descri-be Brodsky en uno de sus ensayos:techo alto, decoración de yeso,tres ventanales, el parquet, la pe-queña habitación que compartíacon el laboratorio fotográfico delpadre. “Si hay un aspecto infinitoen el espacio, no es su expansiónsino su reducción, aunque solo seaporque la reducción del espacio essiempre más coherente, está me-jor estructurada y tiene más nom-bres: celda, armario, tumba”. Aho-ra la habitaciónymedia es unespa-cio en espera, vacío.A mediados de la década de

1960, el 80% de la población urba-na soviética vivía en kommunalki.Jruschov, consciente del proble-ma, inició un plan de construcciónde edificios baratos en las perife-rias. Las condicionesno eranmejo-res pero ofrecían intimidad, pro-mesa de tiempos mejores. Cuandose derrumbó la URSS, el 20% delos moscovitas aún vivían en kom-munalki. La liberalización de Yelt-sin permitió sacar tajada de estasviviendas situadas enzonas atracti-vas para la especulación. En plenadebacle económica, los promoto-res compraban habitación por ha-

bitación a precio de risa, privatiza-ban la propiedad, la reformaban ylas sacaban almercado.Muchos sehicierondeoro. Pero conel aumen-to del precio del m2, los promoto-res se han ido al extrarradio. Queel precio o alquiler de una habita-ción de kommunalka sea más ase-quible, pese a su estado, las han sal-vado. Para unos es una reliquia aerradicar, para otros la única posi-bilidad de vivir en la ciudad. |

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR

Galeríano

cturna

antiguo régimenque debía desapa-recer cuanto antes.Por lo general, susinquilinos no seenorgullecen de lascondiciones en lasque viven. Para lasautoridades, las‘kommunalki’ sonuna tipología nega-tiva. Cada añopresentan planesque pasan por losrealojamientos ylas ayudas para lacompra de unanueva vivienda,que los inquilinos

no pueden permitir-se. Nunca por lamejora real de lascondiciones inter-nas”, comenta laarquitecta ElenaAlexandrova. “De-berían servir deexperiencia paralas fórmulas queestán aflorando enEuropa de ‘co-housing’”