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    Cuadernos de Intercambio Rosario-Río de Janeiro Vol. IV (ISSN 1852-4567) Pp. 81-87

    Una escritura autoficcional

    Julia Musitano

    Facultad de Humanidades y Artes, UNR

    La literatura presenta un sistema complejo y dinámico de géneros literarios que se

    encuentran en permanente cambio. Los relatos legitimadores se desplazan

    constantemente en beneficio de nuevas formas, hacia la hibridación y la mezcla de

    géneros. Así, el orden social de comienzos del siglo XXI, caracterizado por el

    debilitamiento de las fronteras entre lo público y lo privado, muestra un estado de

    cultura literaria atravesado por discursos mediáticos en el que el énfasis está puesto en

    el registro de lo individual y en la tematización de las experiencias personales.

    Biografías, autobiografías, diarios íntimos, confesiones, autoficciones dan cuenta de esa

    obsesión del escritor por dejar huellas, rastros e inscripciones y por poner el énfasis en

    su singularidad. Formas que reaparecen en diferentes soportes, virtuales y en papel,

    manifestaciones de este retorno actualizan “el imaginario hegemónico contemporáneo:

    la vibración, la vitalidad, la confianza en los (propios) logros, el valor de la aventura la

    otredad del sí mismo y la apertura al acontecimiento (del ser) como disrupción”

    (Arfuch, 2007:58). Surge una nueva tendencia hacia la asunción del yo, interesada en

    contar las vidas reales con la voz testimonial del protagonista que hace oscilar más de

    una vez el orden de la ficción. La insistencia por mostrar públicamente la intimidad de

    vidas célebres o comunes traza nuevas figuras de la subjetividad contemporánea

    (Arfuch, 2007:18-31). La literatura funciona alrededor del sujeto que problematiza y

    dramatiza su subjetividad. El autor se vuelve “personaje de autor” de t al modo que su

    vida determine el sentido de sus textos.

    Para dar cuenta de este estado de cosas, Leonor Arfuch propone abordar las

    prácticas y escrituras biográficas en su dispersión, es decir, abarcar la multiplicidad deformas que despliega la narrativa vivencial y que superan las fronteras de los géneros

    el presente artículo es el resultado del trabajo realizado en la PUC-Rio con la dirección de la ProfesoraMarilia Cardoso Rothier, en el marco de mi Proyecto de tesis doctoral: “Experiencia y autoficción en lanarrativa de Fernando Vallejo ”.

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    autobiográficos canónicos. Para esto, erige un macro género que alberga una colección

    de formas de narrar una vida - teniendo en cuenta la definición bajtiniana de géneros

    discursivos y su heterogeneidad constitutiva, por la cual no existen formas puras, sino

    constantes mezclas e hibridaciones- que denomina espacio biográfico. Si los géneros

    canónicos están obligados a respetar cierta verosimilitud de la historia contada, otras

    variantes de este espacio pueden producir un efecto desestabilizador, y sin renunciar a la

    identidad autor narrador, plantearse otro juego, disolver la propia idea de la

    autobiografía, desdibujar sus umbrales (Arfuch, 2003:52). La autoficción es una de las

    formas que se desprenden de la ampliación de este espacio, forma que apuesta a una

    lectura ambigua, paradójica, equívoca, en la que los márgenes entre vida y literatura

    dejan de ser claros y ya no es posible diferenciar inequívocamente realidad y ficción.

    Un estado de la cuestión

    Los relatos autoficticios son relatos ambiguos porque no se someten ni a un pacto

    de lectura verdadero, ya que no hay una correspondencia total entre el texto y la realidad

    como la que postula el pacto referencial, ni ficticio, porque se mantienen en ese espacio

    fronterizo e inestable que desdibuja las barreras entre realidad y ficción. Constituye un

    subgénero híbrido o intermedio que comparte características de la autobiografía y de la

    novela. Las autoficciones se presentan como novelas aunque se sostenga la identidad

    entre autor, narrador y personaje. En ellas se alteran las claves de los géneros

    autobiográficos y de los novelescos. En la autoficción, el pacto se concibe como el

    soporte de un juego literario en el que se afirman simultáneamente las posibilidades de

    leer un texto como ficción y como realidad autobiográfica. Por esto, me interesa

    adentrarme en la teoría sobre el pacto autobiográfico de Philippe Lejeune para pensar el

    concepto de autoficción desde sus orígenes y recorrer las posteriores discusiones

    teóricas sobre el género, prestando especial atención a los modos en que las distintas

    tentativas de conceptualización se relacionan con el factor de inestabilidad inherente a la

    nueva forma.

    Como se sabe, Philippe Lejeune define el género autobiográfico, en su tesis sobre

    el pacto autobiográfico, desde fuera del texto, como un contrato de lectura. Plantea la

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    identidad real ineludible que se establece entre autor, narrador y personaje dentro de

    este tipo de textos, la necesidad de un elemento de referencialidad como la firma o el

    nombre propio para que se cumpla ese contrato. El pacto autobiográfico, entonces, es la

    afirmación en el texto de esa identidad. Lejeune postula además de éste, tres pactos más:

    el novelesco , en el que autor y personaje no tienen el mismo nombre y hay atestación de

    ficción; el referencial , en el que se incluyen los textos que pretenden informar sobre una

    realidad extratextual y se someten a una prueba de verificación; y el fantasmático ,

    forma indirecta del pacto autobiográfico en el que aparecen los fantasmas reveladores

    de un individuo.

    Ahora bien, la autoficción hace su primera aparición (a escondidas) en aquel

    cuadro de doble entrada por el que Lejeune intenta explicar la relación de identidad

    entre el nombre del personaje y del autor y la naturaleza del pacto al que pertenece. Enuna de las casillas vacías, excluida de toda posibilidad, porque el crítico no puede

    pensar en un ejemplo en el que el héroe de la novela tenga el mismo nombre que el

    autor 1, el escritor francés Serge Doubrowsky concibe por primera vez la autoficción 2.

    Llena la casilla con un neologismo de su creación en las advertencias de su novela Fils .

    El concepto original de Doubrovsky, que con los años fue mutando, programa una doble

    recepción, referencial respecto al pasado del héroe-narrador, y ficcional, respecto al

    marco narrativo que justifica la evocación memorial.

    Autobiohraphie? Non. (…) Fiction d´ évenements et des faits strictement réels ; si l´on veut autofiction, d´avoir confié le langaged´une aventure a l´aventure du langage, hors sagesse et hors syntaxedu roman traditionnel ou nouveau. (Doubrovsky, 1977)

    Esa aventura del lenguaje se refiere a una sola cosa, al psicoanálisis. El héroe y

    el analista dialogan imitando una sesión de análisis. El análisis justifica la pulsión

    autobiográfica y la ordena. Levanta las censuras que presenta la memoria y pone en

    1 “El héroe de una novela, ¿puede tener el mismo nombre que el autor? Nada impide que así sea y es talvez una contradicción interna de la que podríamos deducir efectos interesantes. Pero, en la práctica, no seme ocurre ningún ejemplo. Y si el caso se da, el lector tiene la impresión de que hay un error…”(Lejeune, 1975)2 Aunque hay discusiones sobre si en realidad fue Jerze Kosinsky el primero en usar el término en 1966

    para definir su novela L´Oiiseau Bariolé, Doubrowsky fue el primero en usarlo con el sentido que hoy ledamos.

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    funcionamiento la anamnesis que desborda al sujeto. A partir de la estrategia

    psicoanalítica, se crea una lengua propia para contar una vida.

    Sin embargo, como a Doubrowsky le interesa distinguir la autoficción de la

    autobiografía y de la novela autobiográfica, tiende a despejar el terreno de la

    ambigüedad propia del género (novela y autobiografía simultáneamente) e inclina la

    novela autobiográfica hacia la ficción convirtiendo a la autoficción en una versión

    posmoderna de la autobiografía, y es así como pone el acento en el pacto referencial del

    fenómeno cancelando toda inestabilidad. A partir de esta definición, surgieron varias

    aproximaciones a la nueva forma literaria, incluyendo un texto posterior de Lejeune, El

    pacto autobiográfico (bis) en el que propone una relectura de algunos aspectos de su

    teoría y aprovecha para explicar el caso Doubrowsky. La primera observación que hace

    sobre el primer texto, y que vale la pena resaltar, se refiere al concepto de identidad. Laidentidad, había escrito, se cristaliza en un todo o nada, existe o no existe, no hay

    gradaciones, es o no es. En este segundo texto, admite las posiciones intermedias e

    introduce la idea de juego que está íntimamente ligada a la de identidad. También revisa

    las casillas vacías del cuadro de doble entrada admitiendo que aunque aceptó la

    indeterminación, rechazó la ambigüedad. Pudo observar la aproximación de los límites

    entre novela y autobiografía, pero sigue dudando sobre las condiciones en las que el

    nombre propio del autor pueda ser percibido por el lector como ficticio o ambiguo y

    sobre hasta qué punto la novela Fils tiene su parte ficcional. Y en El pacto

    autobiográfico, 25 años después, en el que se desdice de lo que se desdijo en el (bis),

    deja en claro que a pesar de haber aceptado las ambigüedades y las transiciones que

    pueden surgir en el orden de la identidad narrativa, estuvo inteligente en haber adoptado

    el punto de vista del lector. En la recepción de los textos, la identidad existe o no existe.

    La autoficción, por lo tanto, es leída como autobiografía.

    Gérard Genette, por su lado, esboza un acercamiento a la autoficción a partir de

    una fórmula: “Yo, autor, voy a contaros una historia cuyo protagonista soy yo, pero que

    nunca me ha sucedido” , que señala la contradicción inherente del género (aunque se

    podría pensar no como contradicción sino como paradoja, ya que supone la afirmación

    de los dos sentidos a la vez sin exigir distinción). Sin embargo, habría que tener en

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    cuenta que el autor francés propone dos tipos de discursos: el factual, donde hay

    identidad entre autor y narrador, y el de ficción donde no la hay. Entonces, su definición

    de autoficción contradice su tesis principal ya que en un relato de ficción, según él, la

    identidad nominal es indefendible. Y es esta justamente la apuesta de la autoficción: A

    es +/- N (disociación + identidad).

    Vincent Colonna, discípulo de Genette, define la autoficción como la invención

    literaria de una existencia, la ficcionalización del yo, es decir, hacer del yo un elemento

    literario, un sujeto imaginario. Sin embargo, entiendo que en el proceso autoficcional se

    trata justamente de l o inverso: “mi” existencia se hace ficción, invento porque confieso.

    Mi existencia no se convierte en imaginaria, sino que se trata de una confesión ficticia

    sobre el carácter real de mi existencia. Se establece la identidad canónica autobiográfica

    entre autor, narrador y personaje, pero al mismo tiempo se rompe con ella, al presentarse como ficción, verdadero y falso simultáneamente. Lo que importa, a mi

    modo de entender, no es si lo que se cuenta es mentira o si el contenido es realmente

    autobiográfico, sino que la ficción de la autonovela se funda en la irrealidad de la propia

    mención. Nuevamente esta tentativa teórica inclina la balanza, pero hacia el modo

    ficcional, es decir, incompatible con la definición original de Duobrowsky. Aquí,

    Colonna plantea la identidad nominal entre autor y héroe, pero como una proyección del

    primero en situaciones imaginarias. La denomina autofabulation porque la concibe

    como una historia irreal, indiferente a la verdadera, es decir, exige una ausencia total de

    referencia autobiográfica, restringiendo, de esta manera, el campo de la autoficción.

    También autores como Philippe Gasparini o Marie Darrieussecq se aproximan al

    estudio del nuevo género. El primero recupera el concepto de novela autobiográfica, no

    para distinguirla de la autoficción, sino para considerar la última como una novela

    autobiográfica posmoderna. Y la segunda, discípula de Genette, piensa a la autoficción

    como una variante subversiva de la novela en primera persona ya que se transgrede el

    principio de no identificación entre narrador y autor al utilizar el mismo nombre propio.

    Manuel Alberca, crítico español que recientemente publicó El pacto ambiguo. De

    la novela autobiográfica a la autoficción, logra darle un giro a la discusión, plateando la

    autoficción como un pacto ambiguo o como un antipacto, sin decantar hacia ninguno de

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    los dos (ni el referencial ni el novelesco); la piensa en su propio mestizaje. La

    autoficción genera la ilusión de que el relato de la propia vida es real aunque no lo sea.

    La ambigüedad es constante porque se presentan hechos ficticios, otros reales y otros

    que no pueden ser incluidos en ningunos de los dos planos. Las novelas del yo llevan

    consigo la mezcla, la alteración, se constituyen en relación a los dos grandes géneros, y

    entre los dos crecen, tomando de aquí y de allá, libremente y en porcentajes variables.

    Alberca la llama “Tierra de nadie” entre el pacto autobiográf ico y el novelesco, o

    resultado de un experimento de reproducción literaria asistida, que consistió en tomar

    genes de los dos grande géneros narrativos y mezclarlos en la matriz de la casilla vacía

    de Lejeune.

    Por otro lado, autores como Julio Premat, en Héroes sin atributos, o Cláudia

    Viegas, en “A invenção de si na escrita contemporânea ”, plantean la autoficción nocomo la puesta en escena de la identidad paradójica de una primera persona gramatical

    que vuelca en papel su vida en clave ficticia — hay un nombre propio en la portada del

    libro que coincide con el personaje en el texto — sino como la puesta en escena del gesto

    de invención de sí mismo. Según esta perspectiva, no importa tanto el contenido del

    texto a pesar del cual se puede discutir sobre la ambigüedad propia del relato, ya sea que

    se lo lea como realidad autobiográfica o como ficción, sino una postura del que escribe,

    las estrategias de autorrepresentación que aparecen en y fuera del relato. Viegas, por

    ejemplo, alega que la autoficción, en vez de reflejar la vida de un autor, participa de la

    creación de un mito de escritor, una imagen de autor que se construye en el juego entre

    los textos y su vida pública (Viegas, 2006:11-24). Para Premat, también, la definición

    de la nueva forma autoficticia es la invención de un personaje que se crea en el

    intersticio del yo biográfico y el espacio de recepción de sus textos. La autoficción ya

    no es entendida en tanto género, sino como la construcción de un autor como figura,

    imagen pública que cruza toda una obra en circulación. Autores que crean un mito

    personal en el texto y que lo hacen para ganarse un lugar de escritor en la literatura

    (Premat, 2009). Los estudios literarios actuales focalizan en la lógica de los vínculos

    entre escritores, sus modos de dedicarse a la profesión, la manera en que se construyen

    para sí mismos posiciones en los campos de la literatura y de la cultura.

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    También sería interesante volver sobre la definición que da Viegas sobre la nueva

    forma. La autora plantea que la autoficción establece un pacto fantasmático con el

    lector, en vez de autobiográfico, cuyo contrato de lectura no promete la revelación de

    verdades, pero sí el desdoblamiento del autor en varios personajes (Viegas, 2006:11-

    24). Sin embargo, el desdoblamiento del que habla Viegas es un procedimiento usado

    en las escrituras del yo en general — que explicaré más abajo — y, por ende, en la

    autoficción, pero no la constituye como género.

    Estas diversas tentativas de teorización son algunas de las aproximaciones a la

    nueva forma autoficticia. Todas son exhaustivas y precisas, pero todas tienden a mediar

    entre realidad y ficción, todas tienden a estabilizar algo que por naturaleza es inestable e

    impreciso: la literatura. Los últimos dos autores, por ejemplo, explican la construcción

    de una imagen de autor en y fuera de los textos de manera clara, pero confunden esaestrategia de autofiguración con un género literario. Entonces, ¿toda la literatura podría

    ser autoficcional?

    Me interesa pensar al género a partir del encuentro entre literatura, vida y

    experiencia, más allá de la hibridez entre realidad y ficción o el borramiento de las

    fronteras entre literatura y vida.

    Literatura y vida

    La autoficción, género paradójico por excelencia, vacila entre dos mundos, el de

    la realidad y el de la ficción. Cuando escritura y vida se encuentran ocurre algo del

    orden de lo incierto: la escritura incitando el despliegue de la vida y la vida forzando su

    inscripción en la escritura. Sabemos que escribir no es imponer una forma a una materia

    vivida, que la autobiografía afirma la imposibilidad de cumplir su más profunda

    promesa: presentar la verdad de una vida reunida en una trama narrativa. Por ejemplo,

    las nociones de verdad e identidad que Lejeune define en la década del setenta, no

    tienen más validez ni responden a los criterios del pensamiento actual, porque hoy la

    verdad se descompone en numerosas verdades, la identidad, en numerosas identidades y

    los géneros, en textos y discursos. ¿Quién decide las condiciones de la verdad? El

    principal problema de la teoría de Lejeune es que su modelo de veracidad está dado por

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    el dominio de lo factual, la referencia externa al texto. Y, sin embargo, la verdad del

    recuerdo que toma forma en la escritura está inmersa en el proceso semiótico de la

    escritura. La vida no se define por lo que es, sino por lo que puede ser, por el poder de

    afectar y de ser afectado. Una vida está en exceso respecto de la vida que la contrae

    dentro de los límites de una identidad, porque siempre hay más posibilidades de vida

    (Giorgi, 2009:22). La identidad del sujeto autobiográfico — esa que existe o no existe,

    que es todo o nada entre el autor empírico, real del texto, el narrador y el personaje —

    propuesta por el teórico francés para diferenciar autobiografía y novela autobiográfica,

    una como hecho empírico, y la otra como discurso ficcional, ya no puede servirnos si

    pensamos a la subjetividad siempre en devenir, como una vida que excede los límites

    del sujeto individual. La vida es siempre potencial de devenir, virtualidad pura, no

    puede ser nunca reducida a un sujeto ni a una identidad. El pensamiento homogéneo,monocausal, estático y binario es reemplazado, en la posmodernidad, según explica

    Alfonso De Toro, por uno más plural, híbrido y disperso. Por esto, hay que entender las

    diversas manifestaciones discursivas múltiples que se encuentran y se separan para

    luego ser anuladas en una síntesis, sino caminos diferentes que se cruzan y engendran

    lo disperso, sin formar unidades reales, bien definidas, sino entidades flexibles y

    contaminadas (De Toro, 1997). La escritura de la propia vida no es posible de

    representación, sino por el contrario, habita la región de lo indecible, de lo imposible,

    donde el lenguaje deja de ser, o no es simple mediación de contenido, y se encuentra en

    la intersección del silencio con la palabra, de la expresión con su imposibilidad (Duque-

    Estrada, 2009:20).

    El sujeto autobiográfico pretende una presencia de sí o de un estar

    inmediatamente presente a sí mismo, pretensión claramente ilusoria porque justamente

    lo que se nos presenta es su propia ausencia, la imagen de esa presencia. “Yo no soy

    otra cosa que una fantasía de presencia detrás de la significación, necesariamente

    perdida desde el momento en que estamos sujetos a un sistema de signos” (Giorgi,

    2009:17). Como explica Agamben, el problema de la escritura no es el de la expresión

    de un sujeto, sino que el sujeto que escribe no termina de desaparecer porque la marca

    del autor está sólo en la singularidad de su ausencia. “El mismo gesto que niega toda

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    relevan cia a la identidad del autor, afirma, sin embargo, su irreductible necesidad”

    (Agamben, 2005) El gesto — que es lo que permanece inexpresado en todo acto de

    expresión — se manifiesta cuando la vida fuerza su inscripción en la escritura. Se

    manifiesta cuando una potencia impersonal impulsa a la escritura, potencia que

    Agamben llama genius. Genius es la parte impersonal y preindividual de todo hombre,

    la personalización de lo que en nosotros nos supera y nos excede. Se escribe para

    devenir impersonal, para devenir genial, pero paradójicamente todo intento de

    aproximarse a genius está destinado a fallar. Y en esa tensión irreductible entre el deseo

    y el pánico por lo impersonal, en la manera de alejarnos de él — porque jamás podrá

    genius asumir la forma del yo — , allí aparece la mueca, la marca que deja sobre el rostro

    del yo, rostro que es y no es el nuestro. El gesto impersonal aparece cuando más se lo

    quiere reducir, y así, se nos presenta el autor en el texto. La vida se nos aparece sólo através de aquello que la imputa y la distorsiona hasta convertirla en una mueca. El gesto

    o la mueca es lo que Maurice Blanchot llama la voz que se presenta en su singularidad,

    como siempre diferente. El tono es la fuerza por la cual quien escribe desaparece,

    porque aquello que excede al lenguaje señala al autor como fantasma, en la singularidad

    de su ausencia (1992:21).

    En la literatura, que es informe e inacabada, se descubre esa potencia del

    impersonal, en ella nace una tercera persona que nos despoja del poder de decir yo.

    Escribiendo la propia vida siempre se deviene otro y ese devenir no se alcanza por

    imitación o por representación. No se trata de relatar recuerdos, sueños, viajes y un

    propio pasado, se trata más bien de descubrir la potencia del impersonal de una vida,

    que no es otra cosa que la singularidad del autor (Deleuze, 2006: 13-22). Porque, como

    dice Agambem, hay experiencias que no nos pertenecen, que no son nuestras, que no le

    pertenecen al sujeto, sino al Ello , a la tercera persona, a un Es (Agambem, 2007: 54).

    ¿Quién soy yo cuando no soy yo, cuando no me reconozco? Se trata de tener presente lo

    que uno no es, lo que no ha sido ni ha vivido. La vida es lo que nunca le ha pasado a

    uno y lo que nunca le pasará a uno (Pardo, 2004:171). Porque la experiencia — diferente

    de la vivencia que es lo que le ha ocurrido a alguien, es decir, que se afirma como tal

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    por sus vivencias — sin ser de nadie, ocurre sólo en alguien, es simultáneamente íntima e

    impersonal.

    Entre mí y yo hay una distancia irreductible, como en el sueño, dice Blanchot, en

    el que el que sueña se aleja del que duerme. Distancia que, en definitiva, lo que

    representa es la proximidad de lo lejano y el contacto con el alejamiento,

    simultáneamente. En el sueño, se muestra alguien que no asiste en persona y no tiene

    estatuto de sujeto presente, un ser en la proximidad inaccesible de la imagen, presente

    con una presencia que no es la suya. El presente del sueño es la no-presencia de la

    escritura. Contamos nuestros sueños para apropiárnoslos, para constituirnos en dueños

    de ese ser parecido que fuimos nosotros en el sueño. Lo mismo sucede cuando se

    escriben los recuerdos. Aquel que recuerda se distancia de aquel del recuerdo. Porque el

    tiempo le impide ser únicamente presente: en todo momento además de ser lo que soy,soy lo que fui y lo que seré. El momento de la alteridad da tiempo al hacer que el yo se

    multiplique en otro y esa alteridad es el tiempo mismo (Pardo, 2004:164-170). El yo se

    desdobla en otro para apropiarse del momento en que fue otro.

    En la narración de la propia vida, la linealidad temporal se desarma y las

    temporalidades se articulan de manera compleja: el pasado coexiste con el presente que

    todavía está por pasar. Los procesos autobiográficos están más orientados hacia el

    futuro que a la reconstrucción de un pasado. El autobiógrafo no se recuerda como fue,

    sino como está siendo lo que fue, según lo que quizás será. La temporalidad retroactiva

    enigmatiza la relación entre “aquello que deseamos ser (ahora), aquello que desearíamos

    ser (en el futuro) y a quello que deseamos haber sido (en el pasado)” (Rosa, 2004:55). La

    inquietud con la que el pasado asalta al presente proviene del futuro. Hay en el recuerdo

    un poder alucinatorio del deseo que cuestiona una realidad. Los hechos son recordados

    tal como nunca ocurrieron y allí es donde aparece lo incierto, lo impersonal (Rosa,

    2004:55). Se recuerda como se sueña. Se escribe como se recuerda y como se sueña. La

    memoria tiende a olvidar que el pasado coexiste con el presente y el recuerdo pone en

    evidencia que el pasado está pasando y está por pasar, vuelve a pasar. Por esto, dos

    grandes impulsos narrativos se ponen en tensión en el momento de narrar la propia vida:

    la retórica de la memoria y la escritura de los recuerdos (Giordano, 2006). La primera es

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    la que se encarga de transformar la vida en relato, de ordenar, de dar sentido a una

    historia. La memoria permite que el relato de una vida se transforme en un

    encadenamiento verosímil de momentos verdaderos. Implica una pulsión

    sistematizadora, una urgencia constructiva. La segunda, en cambio, opera

    detalladamente. Se inscribe una imagen, una escena. Los recuerdos irrumpen como

    desprendidos de la voluntad de persuasión, se inscriben cuando la escritura deja de

    responder a las demandas del otro. Hay una insistencia por el recuerdo de ciertos

    momentos que se le impone a la voluntad sistematizadora del autobiógrafo. La literatura

    es justamente ese salto de la retórica, salto sin voluntad, sin impulso, sin persuasión

    donde deviene lo incierto, lo intransitivo y nada responde a la voluntad moral.

    §§§

    El principal problema de la teoría sobre autoficción, como dije antes, es que tiende

    a mediar entre realidad y ficción, entre literatura y vida, cuando en esa ambigüedad sin

    mediación alguna reside la esencia, lo más potente del género. La mayoría de los

    autores, incluido el propio Doubrovsky, cancelan esta inestabilidad inclinándola hacia lo

    referencial o lo ficcional, algo inconveniente porque la autoficción es un conjunto de

    fuerzas en tensión, una mezcla — y con mezcla no me refiero a un híbrido, es decir, a la

    resolución del acto de mezclar dos elementos. La autoficción se halla en el acto de

    mezclar mismo, como configuración de fuerzas en tensión que inciden unas sobre otras.

    No hay resolución, mediación o dialéctica posible entre realidad y ficción o entre verdad

    y mentira; hay alteración, superposición y tensión irreductible de diferencias entre

    dominios incompatibles: entre vida y obra, entre vivencia y experiencia, entre la lógica

    de representación de los hechos y el flujo de la recordación, entre el yo y lo otro del yo,

    entre el pasado, el presente y el futuro.

    Lejeune, como aclaré más arriba, duda si el lector de las autoficciones puede leer

    la ambigüedad de la identidad del autor, es decir, si es posible ver en ellas un autor

    ficticio y no leerlas directamente como una autobiografía en la que la identidad está

    intacta. Entiendo que, como lectores, de autoficciones, no consideramos al autor

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    (nombre propio de la portada externo al texto) como ficticio o ambiguo, sino justamente

    como un autor real que construye su carácter real de manera ficcional, a través de una

    historia de vida que no sabemos si es o no real por la puesta en tensión constante de los

    elementos. Es una confesión ficticia sobre el carácter real de una existencia.

    Evidentemente, la identidad no puede ser nunca fija — multiplicidad de identidades,

    fantasmas, máscaras — ; el carácter autobiográfico o referencial del texto estará dado y

    legitimado siempre por la escritura y la posibilidad de diferenciación entre realidad y

    ficción es negada. ¿Pacto con el lector? Adhiero más a la idea de antipacto que propone

    Alberca, no un género sino un entre géneros. Un antipacto porque la autoficción excede

    la posibilidad de un contrato de lectura fijo y acabado con el lector, está más allá de la

    presentación de una identidad y de una verdad.

    La autoficción es la forma literaria que conviene al deseo de presentar la propiavida como un proceso paradójico en el que lo personal y lo impersonal, lo factual y lo

    inventado se afirman simultáneamente, significaciones sucesivas que se acumulan sin

    cancelarse ni volverse homogéneas.

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