Una carrera para alcanzar el Polo Sur

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CARRERA PARA ALCANZAR EL POLO SUR Carlos Contreras Mejías 1

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CARRERA PARA

ALCANZAR EL POLO SUR

Carlos Contreras Mejías

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Aimar (que significa 'casa fuerte') era alto y delgado, con el pelo negro y los ojos marrones muy oscuros. Era intrépido y muy atrevido; todo lo que se proponía lo hacía. Su gran sueño era llegar a algún lugar donde no hubiera nada más que él; ningún otro ser vivo.

Vito (derivación del latín vita, 'vida') era también alto y delgado, pero tenía el pelo negro y los ojos azules. Tímido y muy decidido, era prácticamente lo contrario a su mejor amigo, pero eso los unía más y ellos lo sabían.

Un día estaban explicando en su clase de Ámbito Sociolingüístico cómo era el centro de la Tierra y los problemas de la llegada a la Antártida con un barco. Aimar y Vito tenían distintas opiniones sobre el tema.

-No, el centro de la Tierra no es como dice el profesor. Se puede atravesar sin que te pase nada. Además, se evitarían los problemas de llegada a la Antártida -se defendía Vito.

-Yo opino lo contrario. El centro de la Tierra no se puede atravesar, pero la llegada a la Antártida no sería nada para mí -argumentaba Aimar.

-Pues inténtalo, si tan fácil es para ti. No: te morirías, ¿verdad?-Pues no, para tu información. Oye, tengo una idea: hagamos una carrera.

Tú intentarás llegar al Polo Sur por el centro de la Tierra y yo, lo haré por la superficie. El que llegue el último será el servidor del otro durante todo un año.

-Acepto la apuesta - contestó Vito.En los días siguientes todo fue una búsqueda continua de apoyos y

patrocinadores para sus respectivos viajes. Aimar consiguió el apoyo de Red Bull, mientras que Vito luchaba por conseguir que GMV lo patrocinara.

-Un amigo y yo vamos a hacer una carrera hasta el Polo Sur y voy a tratar de llegar a través del centro de la Tierra. ¿Le importaría patrocinarme? -preguntaba Vito.

-Hombre, ... Nosotros patrocinamos nuevos retos, pero... No... Locuras, sí, esa es la palabra.

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-Pero lo mío no es una locura, es tan solo un viaje al centro de la Tierra...-Bueno, tu entusiasmo me convence, te patrocinaré -accedió al fin el

director de GMV.

Mientras tanto, Aimar trataba de conseguir más patrocinadores. Logró también el apoyo de Coca-Cola con mucho éxito.

-Hola, ¿el director de Coca-Cola?-Él mismo.-Bueno, estoy buscando patrocinadores para una carrera que voy a hacer

con un amigo.-¿De dónde a dónde?-De Tomares a... El Polo Sur.-¿Al Polo Sur? ¿He oído bien?-Sí, ha oído bien...-Bueno, en ese caso creo que te apoyaré...-Muchísimas gracias. Firme aquí, por favor.

Finalmente, Aimar consiguió contar con el apoyo de Red Bull, de Coca-Cola, Telefónica, Cepsa y el Santander y Vito con el de GMV, Bwin, Unicef, Mahou y Adidas.

Al día siguiente, se volvieron a ver en clase.-Oye, he pensado que mejor no hagamos la carrera... -empezó Aimar.-¿Te has quedado sin patrocinadores? ¿O has reconocido que mi idea es

mejor? -se burló Vito.-No, es que no quería que tu familia tuviera que pagar todo el coste de tu

tumba. Además, ¿tu mamita te iba a dejar participar? -contraatacó Aimar.

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-Oye, oye, calma... -dijeron todos los compañeros y compañeras de clase, aunque la mayoría ya habían hecho apuestas poniéndose de un lado o de otro.

-Yo creo que Aimar va a ganar -decía uno llamado César.-No, está claro que el plan de Vito es mucho mejor -aseguraba otro que se

llamaba Eduardo.En cambio, en cuanto que su profesor lo oyó, creyó que sería un buen

ejemplo para la clase y que, cuando volvieran los dos derrotados, les podrían dar sus puntos de vista de los problemas. Él creía que ninguno de los dos iba a conseguir su objetivo, ya que eran dos misiones que ni siquiera grandes expertos y adultos (como Shackleton o Scott) habían conseguido. Pero los dejó marchar, siempre que, en cuanto vieran en peligro sus vidas, volvieran y dejaran de lado la misión.

Pronto, Aimar y Vito empezaron a hacer preparativos.Aimar tuvo que comprar un gran barco que partiera desde el extremo

situado más al Sur de Chile y con la fuerza suficiente como para romper témpanos de hielo. Además, tuvo que buscar a más exploradores que quisieran acompañarle, lo cual resultó la tarea más fácil. Tuvo que seleccionar a varios de ellos para que fueran primero hasta la mitad del recorrido y que dejaran allí un campamento de comida y a otros para acompañarle en su misión real. Los que lo acompañarían serían Álvaro, Elena, Pablo y Carlos. Todos eran fuertes y tenían un gran espíritu de equipo, tal y como demostraron en las pruebas de selección. Además, todos tenían la misma edad que su futuro capitán: dieciséis años. También tuvo que preocuparse de los perros que llevarían para cargar con las provisiones y con los trineos.

Vito tuvo que comprar una máquina taladradora muy potente y grande, de un metal que no implosionara bajo mucha presión y situarla en las afueras

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de Sevilla (tuvo que comprar al Ayuntamiento los derechos de excavación). Buscó también a personas que lo quisieran acompañar, pero para él sí resultó bastante más difícil que para Aimar. Escogió a César, Andrés, Alejandra y Rosa. También tenían todos dieciséis años, ni uno más ni uno menos. Todos ellos eran muy valientes y obedientes: no se atrevían a rechistar a nada de lo que les decía su capitán. También se ocupó de unos trajes ignífugos y que soportaran temperaturas de hasta 5000 ºC. Y, por último, tuvo que hacer un plano muy detallado de por dónde debían ir y meterlo en la maquinaría de la taladradora, de manera que se moviera de forma automática y sin necesidad de piloto.

Llegó el día de la partida. Los dos, con sus respectivos compañeros a las espaldas, se dieron la mano y tocaron la espalda del otro. Vito ya llevaba el traje ignífugo, lo que Aimar aprovechó para ponerle un chip y así saber en todo momento en qué lugar estaba Vito. Lo que no sabía era que Vito se había acercado antes y, sin que Aimar se diera cuenta, le había colocado otro chip en uno de sus jerseys de lana.

-Rómpete una pierna -dijo Aimar.-Y tú un brazo -respondió Vito, sin saber que la expresión que Aimar

había empleado significaba “buena suerte”, algo así como cuando los actores se desean “mucha mierda”..

De este modo partieron. Lo primero que hizo Aimar fue coger un avión hasta Chile. En las dos horas que estuvieron en el avión (con el nuevo avión Turboexpress), se conocieron mejor, hicieron juegos de cooperación, durmieron, contaron chistes, hablaron, y hasta tuvieron tiempo de planificar un poco la expedición.

-Yo había pensado en salir de Ushuaia, en Chile, donde nos está esperando un barco, cruzar el Paso de Drake y llegar a las islas Shetland del Sur -propuso Aimar, el capitán de todos los chicos que había allí.

-¿Entonces seguiremos la misma ruta que Shackleton? -preguntó Álvaro.

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-Sí, una ruta parecida. Pero no os preocupéis, saldremos a principios de diciembre y nuestro barco, al ser de titanio, no sucumbirá ante la presión de los témpanos si nos quedamos atrapados. Si eso ocurriera, lo peor sería que tendríamos que esperar casi un año para poder volver a surcar el mar de Weddell -confirmó Aimar.

-Oye, yo tengo una pequeña duda: una vez que tengamos que dejar el barco en la costa, ¿iremos andando o en unos trineos tirados por perros?

-Depende de nuestros ánimos y de nuestras fuerzas. Seguramente, en el primer tramo dejaremos descansar a los perros y que ellos lleven sólo la comida, mientras que nosotros andamos y ya en el segundo tramo, más cansado, dejaremos que sean los perros los que nos lleven en trineos.

Mientras tanto, Vito iba en coche hasta la zona donde se encontraba su nave y les iba explicando su estrategia.

-Empezaremos nuestra excavación en Sevilla. Excavaremos lo más recto que podamos hasta llegar al centro de la Tierra. Daremos un giro de unos 150º hasta tomar la dirección del Polo Sur. Volveremos a excavar recto y, cuando salgamos a la superficie, clavaremos la bandera con los símbolos de nuestros patrocinadores junto a la noruega que ya hay allí. Entonces, llamamos a la televisión con una gran radio y nos vamos -explicó.

-Vale, pero... ¿El centro de la Tierra no está demasiado caliente? -preguntó Rosa.

-Sí, pero nos parecerán unos cuarenta grados centígrados con los trajes que llevamos -respondió César.

-Así es, y de vez en cuando tendremos que salir con cuidado: nos caerán pequeñas bombonas de oxígeno a cada hora -dijo Vito.

-Pero... Tardaríamos demasiado tiempo... -argumentó Andrés.

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-No, eso era antes. Con la nueva Taladradora 2000, cada kilómetro es un minuto. Teóricamente, tardaremos tan sólo... -calculó Vito.

-Nueve días -dijo César, que era el más listo... y el que tenía una calculadora más a mano.

-Bueno, más dos o tres segundo que nos tendremos que bajar cada hora... Serían sobre unos nueve días y una hora, o dos. Casi nada, comparado con todo lo que tardará Aimar en cruzar toda la Antártida con su tropa de mocosos incompetentes -dijo Vito.

-Bueno, tal vez tengan animales rápidos y... -trató de hablar Alejandra.-Bla, bla, bla... ¡Paparruchas! Haberlo pensado antes de venir y haberte

pasado a su lado.Entre charla y charla, llegaron a la excavadora.-¡Guau!... -dijeron todos.-Venga, apresuraos, que parecéis tontos con la boca tan abierta -le

interrumpió Vito.-Vamos para allá, chicos, Vito tiene razón -lo defendió César.

Entre tanta charla y charla, Aimar, Carlos, Pablo, Elena y Álvaro ya habían llegado a Santiago de Chile, donde tuvieron un pequeño percance con el personal del aeropuerto. Decían que llevaban una pequeña porción de metal en la maleta, y que deberían abrirla y soltarla.

-Pero... Si lo único que llevamos son jerseys y muchos abrigos...-O puede que Vito te metiera algo para retrasarte... -dijo Elena.-O un microchip, al igual que tú hiciste... -sugirió Álvaro, antes de que

Aimar se apresurara a taparle la boca.-Pues claro... Eso es... Pues va a escarmentar. Justo en mitad de la

Antártida lo soltaremos para que crea que nos hemos parado y se relaje, cuando

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en verdad ya habremos llegado -pensó en voz alta Pablo.-Sí, ¡eso es lo que haremos! -dijo Aimar.-Ejem, ejem... ¿Entonces lo sacan o no? -dijo el pobre hombre que los

estaba esperando.-Sí, por supuesto...Pero hoy no; mañana -dijo Carlos y todos rieron.-No les haga caso, enseguida lo sacarán, ¿a que sí, chicos?- dijo un guardia

que se acercaba por detrás con pistola en mano y una mirada y una voz amenazadoras.

-Po-po-por supuesto, guardia -afirmó Elena, mientras tartamudeaba debido al miedo.

-Pues venga... ¡Desembuchando!-Enseguida, enseguida -dijo Aimar mientras que empezaba a abrir la

maleta y despegaba el chip de su jersey-. Pero... ¿Nos lo podemos quedar?-Eso depende de lo que sea. ¿Qué es? -preguntó el guardia.-Es un chip que nos han dado nuestras madres para saber dónde

estamos en todo momento -mintió descaradamente Pablo.-Entonces... Supongo que os lo podéis quedar, sí.-Bien hecho, Pablo -susurró Aimar.Y cogieron el autobús que los llevaría hasta el puerto en el que los

esperaba el barco que los transportaría hasta Ushuaia.

Un gran vacío oscuro y negro. Eso fue lo primero que vieron los tripulantes de la Taladradora 2000 al asomarse por la ventana delantera de ésta.

-¿Y dices que esto va a ser todo lo que vamos a ver de lo que tenemos delante en diez días? -preguntó Alejandra.

-No te deprimas, que también vamos a poder jugar, leer, hablar, ... Además, nos veremos los unos a los otros -la consoló César.

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-Pues antes de tener que estar viéndonos las caras, me quedo todo el día aquí viendo cómo gira la taladradora -bromeó Andrés, haciendo a todos discutir sobre quién era el más guapo.

-Pues entonces, ya que hay tanto debate, ¿por qué no hacemos una competición de Miss y Míster Taladradora? -propuso Vito.

-Bueno, el de Miss está claro, ¿no? -dijo Rosa, iniciando otra vez una discusión.

-Venga, ya está, pasado se verá -los calmó a todos César.-Voy a poner la maquinaria en funcionamiento. Agarraos a algo, que puede

que dé un tirón brusco -advirtió Vito.-Brrrrrummmmm... Brrrruuuuummmmmm... Brrrrrrrrrrrrrrrummmmm

-sonó la compleja máquina antes de encenderse al fin.-¡Aaaahh! -gritaron todos, muertos de miedo y en el suelo por la sacudida.-Bueno, ya está en marcha -dijo Vito, acercándose desde la sala de

maquinaria-. ¿Pero qué ha pasado aquí? ¿No os dije que os agarrarais?-Sí, pero no nos dijiste de cuánta fuerza iba a ser la sacudida -respondió

Alejandra, incorporándose.Acto seguido, se oyeron murmullos de aprobación por toda la sala.Y, en ese mismo momento, empezaron a bajar a través de la corteza.-En una hora aproximadamente, llegaremos al manto y podremos

descansar y asomarnos a coger una botella de oxígeno cada uno -les informó Vito.

Al fin llegaron a Ushuaia. Era un lugar pequeño, en el que destacaba un gran buque de unos veinte metros de alto y cincuenta de ancho. Todos los que estaban allí (incluido Aimar) se quedaron impresionados. Nadie se esperaba tener un barco tan grande para ellos solos y para el cocinero.

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-¿Y todo eso es para nosotros? -preguntó Álvaro.-En realidad... No. Nuestro barco es el de atrás. Este es para los perros y

las provisiones-admitió Aimar.Entonces, dieron la vuelta al barco y vieron una gran lancha motora muy

bonita, pero nada comparada con el barco que habían visto.-Bueno, venga, no os desaniméis... Pensad que podremos hacer turnos para

subir arriba... -los consoló Aimar.-Bueno, pero... ¿Qué haremos tantos días encerrados dentro de este

armatoste sin vida?-Jugaremos, repasaremos la misión, jugaremos con los perros,

escucharemos música, nos daremos baños en el jacuzzi que tiene incluido el barco... O eso supongo. ¿No, capitán? -dijo Carlos, que ya había explorado el barco.

-Sí, por supuesto... -reconoció Aimar-. Y también podremos abrigarnos y tratar de cazar algún pez.. De todas formas, no serán tantos días, tan solo dos o tres...

-A menos que nos surja algún inconveniente, como a Shackleton, en cuyo caso sería todo un año... Y yo no tengo tanta ropa... -se quejó Álvaro.

-La podríamos lavar, no te preocupes... -le consoló Aimar.-Y, si solo vamos a tardar dos o tres días en ir en este barco, ... ¿Cuántos

tardaremos en ir a través de la Antártida?-Si nos llevan los perros todo el tiempo, serían sobre cinco o seis días,

pero si vamos andando una parte y con los perros la otra serían... Unos cuatro días -calculó Elena.

-Pero... ¿cómo? No me salen las cuentas... -respondió Pablo.-Los perros no van siempre más rápido que las personas. Si tú estuvieras

corriendo durante cuatro días seguidos y parando solo durante seis horas cada día, cargando con una cosa mucho más pesada que tú, ¿crees que el último día correrías tan rápido como el primero? -replicó Aimar.

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-No... Pero nosotros seguro que nos cansamos más rápido que los perros -se quejó Pablo.

-Y por eso, debemos compartir camino y alimentos -terminó de explicar Álvaro.

-¿Y barco no? -refunfuñó por lo bajo Pablo, sin que nadie lo oyera.

-Pues bien, ya hemos llegado al manto terrestre, mis queridos compañeros -les comunicó Vito-. Ahora mismo vamos a abrir la compuerta trasera para recibir las cinco bombonas de aire. Y recordad: no abrid la puerta de hierro que tenéis delante hasta que no se cierre la compuerta; las bombonas caerán con mucha fuerza y, si la abrís, caerán sobre vosotros, aplastándoos y matándoos justo después. Además, esta es una capa semisólida. En cualquier momento os puede caer una gota de lava en el traje y estropearlo. Tenemos trajes de repuesto, pero no os arriesguéis por si acaso.

-¡Venga! ¡Quedan tan solo treinta segundos para que lleguen! ¡Dejaos de explicaciones y poneos a abrir las compuertas! -dijo César, que era muy nervioso.

-Tiene razón, vamos -lo apoyó Vito.-Y... Las compuertas... Están... ¡Abiertas! -dijo Andrés con mucho esfuerzo a

causa de la fuerza que necesitaba ejercer sobre la palanca.-¡Bum, bum, bum, bum, bum! -sonaron las bombonas contra el metal.-¡Cerremos las compuertas y abramos las puertas principales! -gritó

Rosa.-¡Hecho! -afirmó Alejandra, seguido de un grito por parte de Vito.-Auuuuu... Me ha caído una gota de magma en el traje y se ha deshecho

por esa parte... Duele... Y hace... Cada vez... Más calor... -se quejó Vito, ya sudando por todas partes porque su traje se había roto.

-Vamos, traed otro traje mientras que yo le quito lo más rápido que

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pueda el que tiene -gritó César, que fue el más rápido en reaccionar.Al cabo de un minuto, Vito (aunque casi muerto y con un gran infarto al

corazón), ya no sentía tanto calor.-¡Justo a tiempo, chicos!... Menos mal que está bien, que si no nos

quedábamos sin misión y sin capitán... -reconoció Andrés.-Chicos... Tirad... Ese... Maldito... Traje... Por la puerta... -logró pronunciar al fin

Vito, con la consiguiente actuación de los chicos... Y la pérdida del chip que Aimar creía fundamental.

-Bueno, echemos un vistazo al chip -dijo Alejandra-. Ya que estamos parados...

-Malas noticias: siguen moviéndose y ya han empezado a navegar a través del paso de Drake... O eso dice aquí...

Mientras tanto, en el barco de Aimar se lo estaban pasando en grande... Y en frío.

-Aquí hace un montón de frío... ¿No podemos encender una estufa? -preguntó Elena.

-No, debemos tratar de ahorrar combustible para zonas mucho más frías -replicó su capitán.

-¿Pero es que vamos a pasar aún más frío? -se quejó Carlos.-Sí. Pensad en que ni siquiera hemos entrado en el Círculo Polar Ártico

-explicó Álvaro, que estaba muy enterado.-Además, ¿no tenéis jerseys de abrigo? -preguntó Pablo.-Sí... Solo que no nos caben más, de tantos que llevamos.-Bueno, os dejaré uno mío, ya que soy el más alto y mis jerseys son los

más grandes -concedió Aimar.-¡Gracias! -respondieron Carlos y Elena.

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Justo entonces notaron que la pantalla en la que podían ver dónde se encontraban sus enemigos empezaba a vibrar y a emitir pitidos.

-Piiiii... Piiiii... Piiiii... Piiiii... Chip desaparecido... -sonó una voz metálica-. Justo entre la corteza terrestre y el manto... Piiiii... Seguramente... Derretido... Piiiii.

-Pues vaya... me esperaba más de él... ¿Sólo hasta el final de la corteza? Es muy raro... Llevaba trajes muy caros y buenos... -pensó Pablo en voz alta.

-Puede ser que nos esté intentando engañar... -razonó Álvaro.-Sí: Vito se cree más listo que yo... Ya escarmentará... -dijo Aimar.-Puede que haya muerto de verdad... -sugirió Carlos.-No... Él es demasiado listo -negó Aimar.Y así, hablando y criticando a Vito y a sus amigos, les entraron ganas de

irse a dormir.-Bueno, yo me voy a dormir -dijo Elena, entre bostezo y bostezo.-Yo creo que va siendo ya hora de que nos acostemos -confirmó Aimar,

también bostezando.-Sí, es una buena idea. Vámonos todos a la cama, ¿no, chicos? ¿qué decís?

-preguntó Carlos.-Sí, venga, vámonos -afirmó Pablo.-Oye, ¿dormiremos en la lancha o en el barco? -se interesó Álvaro.-Yo creo que en la lancha estaremos bien: hay camas y espacio de sobra;

los sonidos de los perros no nos llegarán y, además, aquí podremos encender la estufa, porque hace falta menos combustible para calentarla -sugirió Aimar.

-Buena idea... Yo con tal de dormir... -dijo Pablo.-Pues ya estamos tardando demasiado -contestó Aimar, dirigiéndose

hacia su camarote.

En la corteza terrestre, mientras tanto, ya eran las siete de la mañana y

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Vito llamó a todo el mundo.-Venga, venga... Empieza un día de mucho trabajo y excavación... -los

llamaba Vito.-Sí, otro día gris, oscuro, cenizo y lúgubre- se iban quejando los demás,

muy cansados.-Bueno, pensad en ver de nuevo la superficie terrestre -los animó Vito.-¿Vamos a dar la vuelta? -preguntaron los demás, henchidos de alegría.-No, más bien me refería a ver el hielo terrestre...-Pffff... Pues vaya... Todavía queda mucho tiempo...-No, no os preocupéis, en las siete horas que hemos estado dormidos

habremos recorrido alrededor de cuatrocientos veinte kilómetros, por lo que ya tan solo quedan... -pensó Vito.

-Ocho días y diecinueve horas -contestó César, que tenía de nuevo la calculadora en su bolsillo.

-Me tendría que haber traído una calculadora... Buen detalle, César -pensó en voz alta Vito.

-Bueno, y el concurso ese de los más guapos y guapas... ¿Cuándo se hace? -preguntó Alejandra.

-Si queremos, lo podemos hacer ahora, pero con una condición: gane quien gane, todos lo aceptaremos y seguiremos unidos. ¿De acuerdo? -impuso Vito.

-Vale, vale... -aceptaron todos, sabiendo que si querían un concurso debían aceptar todas las reglas.

Empezaron a participar las chicas... O eso se suponía, porque mientras que los chicos se sentaban y empezaban a impacientarse leyendo libros, ellas trataban de maquillarse lo mejor posible, ya que si se quitaban los trajes para ponerse unos mejores arderían al instante. Tardaron tanto que tuvieron que abrir la trampilla dos veces para coger las botellas (eso sí, esta vez con todos seguros y con algún objeto grande en la mano para esquivar alguna gota de

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lava). Cuando las chicas al fin terminaron de maquillarse, empezaron a desfilar. Los chicos votaron.

-Bueno, yo estoy a favor de Alejandra... -empezó a votar Andrés.-No, Rosa está mucho más guapa hoy -discutió César.-Bueno, ... Veo que hay un empate... Y me dejáis a mí la decisión más difícil...

-pensó durante mucho tiempo Vito, consciente de que su decisión podría cambiar todo el trayecto-. Yo coincido con Andrés...

-Gracias, muchísimas gracias, Vito -dijo Alejandra, abrazándolo.-Bueno, como iba diciendo, coincido con Andrés en que Alejandra está muy

guapa hoy... -continuó Vitó, quitándosela de encima-. Pero Rosa la ha superado. Por lo tanto, declaro a Rosa como... ¡Miss Taladradora!

-Bla, bla, bla... ¡Paparruchas! Sois unos mentirosos todos menos Andrés -dijo Alejandra, que se había enfadado.

-Bueno, ahora os toca a los chicos. ¿No os vais a ir? -preguntó Rosa.-¿Para qué? -respondieron los tres chicos a la vez.-Pues para peinaros, por supuesto... -les respondió a su vez Alejandra, a la

cual el enfado se le había cambiado por emoción.-No, yo estoy así bien -respondió César.-Nosotros también -dijo Vito.Y, en estas, empezó el concurso de Míster Taladradora. Primero salió Vito,

después César y por último Andrés.-Para que nadie se quede sin voto, cada una podéis votar dos veces. En

caso de empate, cada una tendréis otro voto -explicó Vito.-Bueno, yo creo que voto por César y por Vito -dijo Rosa.-¡Eh!... Yo voto por Andrés y... Bueno... Por... Andrés de nuevo -votó Alejandra.-Pues el injusto ganador de esta prueba es, sin duda alguna, Andrés, el

nuevo Míster Taladradora -proclamó, sin muchas ganas, Vito.-Y ahora, entreguemos los premios en los que trabajamos ayer -anunció

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Alejandra.-El premio para Miss Taladradora es... ¡Esta magnífica corona y una

pequeña dosis de galletas y bombones! -proclamó Vito.-Y el increíble premio para Míster Taladradora es... ¡Esta otra corona y dos

días de juegos en la magnífica consola Xbox 360 que tenemos en la magnífica sala de diversión! -se autoproclamó Andrés.

-Bueno, los demás también podemos jugar, ¿no? -preguntaron todos.-Sí, sí, sólo que si yo os digo que la quiero estáis obligados a dejármela...

Durante dos días -los calmó el ganador-. Y ahora, menos cháchara y... ¡A jugar!

En el Círculo Polar, aún eran las cinco de la madrugada, aunque Aimar ya se había despertado por un intenso resplandor que procedía del mar. Pudo ver muchos peces resplandecientes en mitad de la oscuridad de la noche, lo que hacía que el mar fuera un espectáculo de luces, como él se había imaginado que sucedería. Acto seguido, corrió a despertar a sus amigos y compañeros de viaje.

-Vamos, hay algo que quiero que veáis. ¡Despertaos! -dijo por todas las habitaciones.

-¿Pero qué pasa? Espero que sea algo importante, tan importante como para despertarme en mitad de la noche -se quejaban todos, hasta que vieron el gran espectáculo-. ¡Guau!... -fue su reacción al verlo.

-¿Veis como merecía la pena? -preguntó Aimar-. A partir de hoy, todos los días nos acostaremos antes para poder ver este gran espectáculo, ¿de acuerdo?

-Sí... -respondieron todos, absortos mirando el fenómeno.A continuación, Aimar fue a tirar el chip por la borda: esos peces eran

muy bonitos... Y carnívoros. De paso, fue hasta el puesto de mando y descubrió que ese mismo día, sobre las cinco de la tarde, llegarían a las Islas Shetland del Sur, y que a partir de las doce de la noche (hora a la que ya estarían acostados)

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empezarían a navegar en dirección a la Banquisa de Rome. La atravesarían llegando al punto de partida de su viaje a pie a las cinco del cuarto día. Corriendo, les transmitió estas buenas noticias a sus compañeros de travesía. Durante el resto de la mañana, anduvieron todos muy contentos de aquí para allá, jugando y riendo. Sin embargo, a las seis, en mitad de la travesía hacia la isla más cercana a su punto de partida, ocurrió algo que los mantendría callados y muy ocupados durante el resto de la tarde.

-Alerta, alerta, alerta roja -empezó a sonar una alarma.-¡Oh, no! ¡Esta alerta significa que hay un viento muy fuerte soplando en

contra nuestra, y debemos remar en el gran barco si no queremos retrasarnos demasiado!

-¡Oh, no!... -se lamentaron todos.-Bueno, a remar -tomó la iniciativa Carlos.-Hoy se verá cómo de preparados estáis para esta misión. Si conseguís

que no nos retrasemos más de seis horas, habré elegido bien. Si no... -explicó Aimar antes de que Pablo lo interrumpiera.

-No va a haber ningún “si no”. ¡Vamos rápido a trabajar! -dijo.Y así pasaron toda la tarde, remando y parando cada dos horas para

beber y comer algo. A las nueve de la noche, ya había pasado lo peor de la tormenta y pudieron descansar.

-Esta noche no nos despiertes, Aimar -dijeron todos, demasiado cansados como para atender a su capitán.

-Vale... De todas formas, no creo que hubiera podido. Buenas noches, chicos -dijo, antes de acostarse.

-Buenas noches -respondieron todos, quedándose dormidos al instante.

-Bip, bip. Bip, bip -sonaba el controlador del chip de Vito a las doce y media

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de la mañana-. Chip desaparecido.-¿Qué ha pasado? -dijeron todos, absortos en la Xbox 360 a la que estaba

jugando Andrés.-Ha sido el chip. Aimar ha desaparecido del mapa -explicó Vito-. Me daría

pena, de no ser porque estamos en una competición muy arriesgada en la que el que no arriesga... PIERDE.

-Pero si se hubieran ahogado el chip habría continuado funcionando, ¿no? -preguntó Alejandra.

-No, no entiendes cómo va eso, te lo explicaré. Este chip no es resistente al agua... O eso creo... -dijo Vito.

-Pero entonces si se le cae el jersey al agua, lo recupere o no, ya le hemos perdido la pista, ¿no? Ese chip no serviría en el Polo Sur -replicó César.

-Es verdad... Bueno, entonces... Yo creo que se los habrán comido los peces carnívoros que hay en aquella zona -respaldó Rosa a Vito.

Y así, discutiendo sobre los pros y los contras de los chips en el Polo Norte, pasaron toda la mañana. A las dos de la tarde, habiendo recorrido doscientos setenta kilómetros del manto, ya se sentían todos hambrientos y empezaron a comer escuchando una radio que tenía muy poca señal y, sobre todo, bromeando mucho. Empezó, por supuesto, una gran guerra de comida, que ellos llamaron la “Primera Guerra Transterrestre”. Lo que ellos no sabían era que habría muchas, muchas más antes de que pudieran salir de aquella nave. Afortunadamente, ninguno de ellos resultó manchado.

-Uf... Mañana os daré más caña. Hay de comer lentejas... Os lanzaré mucho hierro -presumió César.

-No tan deprisa... El ganador de esta guerra he sido yo -protestó Vito.-Sí, eso os creéis. Sin embargo, yo soy la mejor y creo que todos estamos

de acuerdo -dijo Rosa.-Bueno, pero las chicas no contáis... Vosotras teníais más comida y menos

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hambre -se quejó Andrés.-Bueno, vosotros tenéis más fuerza y nosotras esto. Ojo por ojo y diente

por diente... -presumió Alejandra.-Mañana desayunaré más y os daré una gran paliza a todos -dijo Vito.Cuando terminaron de comer, ya eran las cuatro de la tarde y habían

recorrido ciento veinte kilómetros más. Entonces, todos se acostaron y se echaron una siesta.

Ya eran las nueve de la mañana y Elena, sobresaltada por un ruido, se despertó. Encendió una luz y vio una sombra moverse por el pasillo del buque, en el que habían decidido dormir esa noche. Asustada, siguió a la sombra hasta que llegó a la cubierta y entonces...

-¡FELICIDADES! -gritaron todos-. Nos habías dicho antes de ayer que hoy era tu cumpleaños, y quisimos celebrarlo por todo lo alto. Así que te hemos montado una fiesta y te hemos preparado una videoconferencia por Skype con tu familia al completo.

-¡Muchísimas gracias! No sabéis la ilusión que me hace -dijo ella, y corrió de inmediato a abrazarlos.

-¿Elena? -dijo su familia desde la pantalla del ordenador.-¡Hola! Os abrazaría a vosotros, pero no... -dijo ella, llena de tristeza.-No te preocupes... Al fin y al cabo, tienes ahí como a tu segunda familia,

¿no? -la consolaron ellos.-Sí, pero vosotros... -dijo ella, al borde del llanto.-¡Y llegó la hora de los regalos! -dijeron los chicos, que veían que la

situación se les estaba yendo de las manos.-Yo te regalo... ¡Este bonito broche de perlas de mar! -dijo Pablo.-Y yo... Una pulsera de la marca Tous -siguió Álvaro.

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-Yo te voy a dar esta maravillosa corona casera -explicó Carlos.-Y yo... Te regalo una cuarta parte de los perros del barco -terminó Aimar.-Muchísimas gracias de nuevo, chicos... No deberíais haberme hecho tantos

regalos -dijo ella.-Todavía falta el nuestro -dijo su familia-. El nuestro es una tarta que

debería llegaros en tres... dos... uno... Ahora -dijeron, mientras que un gran pastel caía de un helicóptero.

-Gracias a vosotros también. Bueno, os dejo, que estamos gastando mucho dinero -dijo Elena.

-Adiós. Que os vaya bien -dijeron ellos.-Bueno, el chat ya está cerrado. Ahora... ¿Quién quiere tarta? -dijo Aimar,

muy animado por la idea de todo el dulce que tenían para ellos solos.-¡Yo, yo, yo, yo! -gritaron todos los demás, a los que les hacía la boca agua

la visión de ese gran pastel también.-Bueno, bueno... Elena, ¿quieres partir el primer trozo? -ofreció Aimar.-¡Sí, por favor! -respondió ella-. ¿Tenéis cámara de fotos?-Sí, todo está listo y preparado -respondió Álvaro.-Pues... ¡A partir! -dijo Elena.-Sonríe... Tres, dos, uno, ... -contó Carlos.-¡Cheese! -dijo ella.-Y directamente la envío por Whatsapp a tu familia -dijo Pablo,

toqueteando muchos botones de su móvil.-Bueno, venga, vamos a comer, ¿no? -propuso Álvaro.-Sí. ¡Un desayuno pasado por dulce! -dijo Aimar-. ¿Lo publico en nuestro

Twitter?-¿Por qué no? Así se verá que seguimos con vida... Y con hambre -dijo

Carlos.-Fue una suerte que se nos ocurriera traernos un router Wifi, ¿no?

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-preguntó el capitán.-Sí, si no las tardes serían como un infierno de trabajo y más trabajo -lo

respaldó Elena.-Tenéis razón, no me habría apuntado a la expedición de no ser porque hay

una red Wifi gratuita -bromeó Pablo.-Y ahora, a comprobar cuánto tiempo perdimos ayer -empezó Aimar a

calcular. Viendo que iba a durar mucho tiempo, todos ellos se fueron a admirar la vista desde la borda de su barco.

Ya eran las seis de la tarde en el manto terrestre, y Vito despertó a todos sus compañeros, sabiendo que si seguían dormidos esa noche se les iba a hacer eterna. Él, en cambio, tenía problemas de insomnio y casi todas las noches eran un tormento. Cuando se hizo amigo de Aimar, poco a poco le fueron desapareciendo esos problemas, aunque ahora le habían vuelto. No le gustaba y habría deseado rendirse y reconciliarse, pero sus compañeros lo necesitaban para poder volver con vida.

-Venga, ¡a trabajar! -los fue llamando uno a uno.-Yo no. A mí todavía me queda un día y medio para seguir jugando a la

consola, y no pienso desperdiciarlo trabajando -se negó Andrés.-¿Tú has oído la historia de Shackleton? -le preguntó Vito.-Yo no, ni nadie -le respondió él.-Nosotros sí -dijeron todos.-Bueno, pues te la contaré -dijo Vito. Y empezó a contar la historia, siendo

interrumpido de vez en cuando por sus compañeros para añadir detalles. Cuando llegó al final, contó que Shackleton y todos sus hombres habían recibido medallas, excepto tres o cuatro que se habían amotinado en el hielo y a los cuales Shackleton había negado ese reconocimiento-. Pues bien, si tú te niegas a

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trabajar y al finalizar nos dan algún premio (que seguro que lo harán, tanto si quedamos primeros como si no) yo te lo negaré a ti y a todos los que se te unan.

-Vaya... Una historia interesante... Bueno, si no me queda otra que ayudar... -se resignó Andrés.

-Así me gusta. ¿Algún otro quiere ponerse hoy rebelde? -preguntó, seguro de que nadie se atrevería. En efecto, nadie levantó la mano ni dijo nada-. Pues bien, ahora vamos todos a ver qué tal va la nave y cuántos días nos quedan.

-Pues vaya, no vamos nada mal... Ya tan solo nos quedan unos tres días y medio de viaje hasta el centro de la Tierra y cuatro y medio en dirección al Polo Sur. Os recuerdo que en cuanto demos la vuelta en el centro, deberemos adelantar unas cinco horas nuestro reloj, ya que hay un gran cambio horario. En ese momento tendremos que dejar de recoger bombonas de oxígeno, espero que con las que tenemos sea suficiente -explicó Vito.

-Entonces tan solo nos quedan ocho días de travesía, ¿no? -hizo los cálculos César.

-Exacto -respondió Vito.-No, son nueve -dijo Rosa, poniendo voz de tonta.-Vale, ya está con los graciosos, ¿no? -protestó César, que ya estaba harto.-Eso, que igual que puedo castigar a los que se nieguen a trabajar también

puedo castigar a los que se pasen de listos.-Vale, vale... -respondieron los demás.-Está bien. Pero que no vuelva a ocurrir, ¿eh? -los regañó Vito,

demostrando su tolerancia cero con las peleas entre compañeros.-Pero, volviendo a lo de antes, si Aimar se supone que ya va por las Islas

Shetland del Sur, ¿no crees que podría llegar antes? -preguntó Andrés.-No, la llegada a la Antártida es muy difícil. ¿Otra vez te recuerdo la

historia de Shackleton? -respondió Vito.

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-Bueno, lo de Shackleton fue hace cien años... ¿Quién dice que ellos ahora no pueden hacerlo con más facilidad, con toda la tecnología que hay?

-Porque ellos son niños, Andrés, son niños. Y Shackleton y todos sus hombres eran adultos y eran veintitantos. Ellos, en cambio, son seis. Y sin esperanza de vida -explicó Vito.

-¡Venga, vamos! ¡Ya sé cuánto tiempo nos queda! -los llamó a todos Aimar.

-¿Qué pasa? -dijeron los demás, muy cansados por haberse despertado tan temprano para prepararle la sorpresa a Elena.

-Que ya sé cuánto vamos a tardar en llegar a la Antártida. ¡Pero vamos, que he visto a tortugas reumáticas más rápidas que vosotros! -dijo Aimar, desesperado y con Elena a su lado.

-Claro, es que Elena se ha despertado a las nueve, que si se hubiera despertado a las seis menos cuarto... -protestaron los demás.

-Bueno, mientras que vais llegando voy contando. Según mis cálculos, ya hemos recorrido día y medio de travesía, por lo que ya tan solo nos quedan dos días y medio de barco (o un poco más, debido a las placas) y los cinco días de a pie, lo que son... -explicó Aimar, antes de que Pablo lo interrumpiera.

-Siete y medio, lo sabemos -dijo éste.-Ya, pero no sabéis lo mejor: el viento que soplaba ayer lo hacía a nuestro

favor, pero la alarma estaba rota. Por lo tanto, ¡hemos ganado medio día de viaje! -se alegró Aimar.

-Así que todo lo de remar de ayer fue... ¿para nada? -dijeron todos, muy enfadados.

-Hombre, no lo veáis así, pensad en que ahora seguro que le hemos sacado mucha ventaja a Vito y a sus amigos -los calmó Aimar, que estaba

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visiblemente muy arrepentido por su error al no asegurarse y al ir directamente a los remos.

-No pasa nada, tienes razón: ahora seguro que ganamos la carrera, por si había alguna duda -le tranquilizó Carlos.

-Sí, a nosotros tampoco nos cabe ni la menor duda -lo animaron Elena, Pablo y Álvaro.

-Gracias -les dijo él.-Venga, y ahora, ¿quién se ocupará de arreglar la sirena? Porque como

vuelva a sonar sin motivo, yo cojo mis cosas y me voy, ¿eh? -advirtió Elena.-Bueno, ya había previsto algo parecido: el barco tiene un sistema que todo

lo que se rompe lo arregla o lo cambia. Tiene repuestos de todo: hasta de sirenas.

-Bueno, entonces ya me tranquilizo -dijo Carlos.-Eso, no os preocupéis que está todo previsto. Además, se supone que

dentro de un día y medio llegaremos a la Banquisa de Rome, donde harán falta todas las fuerzas del barco para romper los casquetes polares.

Y hablando de los casquetes polares que tendría que atravesar el barco (al que para entonces se tendrían que subir y que abandonar la lancha) y de cómo serían, se les pasó la mañana al completo y no pudieron hacer nada... Excepto comer, con un delicioso postre, cortesía de los padres de Elena.

-¡La cena está lista! -anunció Alejandra, que ese día era la cocinera, desde la cocina.

-Pues te esperas a que acabe esta partida del Fifa -contestó Andrés desde la sala de juegos.

-Andrés, vienes en tres, dos, uno y medio, uno, ... -contó Vito, amenazándolo.

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-Ya voy, ya voy -dijo él, sin apresurarse.-Bueno, empezaremos a comer estos riquísimos macarrones sin ti -le

tentó Rosa.-¿Qué? Enseguida voy -dijo Andrés, corriendo-. Oh, no... Me habéis

engañado. Eso son espinacas...-Ya, pero es que ya comimos macarrones ayer, cuando tú los preparaste...

¡Con verduras! -dijo César.-Bueno, es que tenemos que comer sano... -salió él a la defensiva.-Pues no te quejes cuando hago espinacas -le respondió Alejandra.-Chicos, chicos, chicos, ... Relajaos, que a quien no le gusten las espinacas

no le va a pasar nada... Nada excepto no poder comer -dijo Vito.-¿Cómo que no voy a comer? -saltó Andrés, movido por un resorte.-Bueno, comer puedes, pero sólo espinacas... -dijo Rosa.-Bueno, creéis que me habéis obligado a comerlas, pero yo sólo me voy a

comer el huevo que le ha echado Alejandra y no cenaré más -se burló Andrés.-Bueno, pues entonces lo que sobre te lo tomarás para desayunar, y si

sigues sin comer, para el almuerzo -contestó Vito.-Pues tampoco comeré, y tarde o temprano me cambiaréis la comida para

que no me muera -siguió sin ceder Andrés.-O eso te crees tú -dijo Alejandra, enfadada porque no le gustaba su

comida.-Pues bien. Hoy te irás a la cama sin cenar -dijo Vito, sin importarle.-Total, para tirarme toda la noche vomitando cosas verdes... -le respondió

Andrés, sin darle la menor importancia.Y así cenaron, con un integrante en la cama y con los demás preocupados

por la obstinación de su amigo. Cuando se acabó la cena, César trató de convencerlo de que no debía ser así, ya que Alejandra había preparado la cena con todo su cariño, pero todo fue en vano. Andrés era muy obstinado, y cuando

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se le metía en la cabeza una cosa nunca la dejaba de hacer... O eso creía él. A las once de la noche, todos se acostaron, tristes y cansados.

Se terminaba ya la tarde cuando Pablo, aburrido y teniendo una gran inspiración, se levantó de la silla en la que estaba sentado escuchando una de las pocas emisoras de la zona y gritó:

-¡Batalla de agua! -acto seguido, sin ser consciente de lo que hacía, se tiró al Océano Glacial Antártico, una de las aguas más frías del planeta.

-Bueno, tardará unas trece horas en congelarse, tiempo que podremos aprovechar para jugar un cuadrado con las cartas... -le restó importancia Elena.

-¡Ni se os ocurra! Aquí a los tres o cuatro minutos cualquier persona normal que no se mueva mucho podría morir -les avisó Aimar.

-¡Rápido! Vayamos a la grúa que se encuentra en lo alto del barco, que supongo que podrá remolcar a Pablo -se alarmó Carlos.

Enseguida pudieron salvarlo, pero sin poder evitar que se debilitara y que se le congelaran los dedos de los pies.

-Uy... Esto puede ser grave... Rápido, debemos traer aquí una estufa y ponerla justo a su lado -dijo Álvaro, que de mayor quería ser médico.

-Pero... -empezó a quejarse Aimar.-¡Tú ve y tráela! -gritaron los demás, conscientes de que Aimar no quería

usar las estufas excepto que fuera estrictamente necesario.-Está bien, está bien... -se marchó él sin rechistar.De vuelta al lugar donde estaban, puso nuevas normas, ya que veía que

llevaban demasiados contratiempos y que Vito a ese paso los cogería. Las nuevas normas fueron que nunca debían hacer nada sin su consentimiento (ni siquiera un regalo ni una fiesta) y que no se les ocurriera bajarse del barco nada más que en el caso de que llegasen a tierra. Les aseguró que si seguían esas

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normas no tendrían problemas, pero que en el momento en el que alguno de ellos la incumpliera tendrían que remar fuerte durante día y medio.

-Ya vamos justos -les explicó-. Por muy largo que sea el proyecto que tiene en mente Vito no tardará más de dos días en conseguirlo, y eso me tiene preocupado. Por lo tanto, cada vez que perdamos tiempo tendremos que recuperar el doble o el triple, según cómo lo vea yo. ¿Entendido?

-Sí -asintieron todos, que se sentían arrepentidos y culpables, a pesar de que el que les había retrasado había sido Pablo aquella vez.

-Y sí, Pablo, tú también remarás, por muy congelados que tengas los dedos -acabó su discurso Aimar.

Acto seguido cenaron un gran pudin (de pescado, cómo no) y se acostaron, muy calientes y satisfechos por tener una estufa encendida a su lado.

Mientras tanto, en la taladradora no todo iba tan bien. Ya había “amanecido” (sus generadores automáticos de luz ya se habían encendido) y les quedaban tan solo dos días y medio para llegar al centro de la Tierra (sin contar con la gravedad, que los atraía), pero todos seguían tristes y enfadados por culpa del mal rato de Andrés. Al ver esto, Vito tuvo que intervenir para arreglar las cosas, por el bien del viaje y del equipo que estaban formando. Por este motivo, se vio obligado a darles una charla para que se concienciasen. Les dijo que, aunque en esos momentos fueran tan rápido, en cuanto pasaran el centro de la Tierra se ralentizarían, ya que irían en contra de la gravedad. Por esta razón, no les convendría para nada discutir ni pelearse, ya que tantas refriendas acabarían haciendo que se matasen entre ellos y que se suicidarían al tratar de salir para coger lava y tirársela los unos a los otros. También les dijo que una cosa sí que era importante: nunca criticarse mutuamente ni salir de la nave. Aunque él tenía la única llave que permitía abrir las compuertas bien a salvo en

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una caja fuerte dentro de otra, ellos podrían fácilmente seguirle y mirarle el pin. Tras este concienciador discurso, Andrés y Alejandra se pidieron perdón y se dieron un abrazo, seguido de un gran ¡oh! por parte de los que estaban allí presentes. Entonces, se pusieron todos manos a la obra a limpiar un poco, debido a que ya llevaban mucho tiempo en la nave y había polvo y pelusas por todos lados. Al terminar, Vito los llevó a la sala de máquinas, desde donde podían ver la superficie a través de la que estaban excavando. Iban entrando en el núcleo externo, así que simplemente avanzaban a través del líquido.

-Esto no va a ser siempre así -les explicó, por si había alguno muy atrasado en ciencias-. Dentro de unos dos mil doscientos kilómetros (treinta y seis horas y media) entraremos en el núcleo interno. En ese momento, la taladradora tendrá que empezar a funcionar de verdad. Tendrá que machacar hierro macizo para que podamos pasar. Afortunadamente, como la Tierra nos atrae, excavaremos rápido. Pero cuando tratemos de avanzar en dirección al Polo Sur... Iremos mucho más lento, y Aimar lo sabe. Ahí será cuando tendremos que trabajar duro y que soltar unos cuantos kilos de carga. No lo digo por nadie, pero estos días haremos dieta para adelgazar y que la Tierra nos atraiga menos. Aquí dentro nos tendremos que meter en la sala antigravedad, y solo de ese modo conseguiremos no aplastarnos contra la pared del fondo. ¿Todo entendido?

-Claro, que dentro de poco iremos más lento y que nos vamos a meter dentro de una cámara en la que la gravedad no afecta -hizo un rápido resumen César.

-Sí, más o menos... Espero que te hayas enterado de más cosas... -se asustó Vito.

-Claro que sí, eso era un resumen... También has mencionado algo de una grieta, ¿no? -respondió César.

-No, era una dieta, pero bueno... Los demás se habrán enterado de algo más, ¿no?

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-Sí, yo sé que nos vamos a poner a dieta para que no estemos tan gordos todos... Oye, que también te has pasado. Aquí de los ciento cincuenta kilos no pasamos entre todos... -se defendió Andrés.

-Pfff... Vaya tropa de inútiles que me he buscado para el viaje... -pensó en voz alta Vito.

Se levantaron rápidamente a las cinco, preguntándose por qué Aimar los habría despertado tan pronto. ¿Sería que alguna persona la habría vuelto a liar? ¿O que había un náufrago en su camino? Pronto se les acabaron las dudas, pues Aimar les recordó que habían acordado acostarse antes y levantarse también antes todos los días para poder ver los peces de colores. A ninguno les parecían tan importantes como para perder tres o cuatro horas de sueño, así que de mala gana fueron a la borda a ver a los dichosos peces. En cuanto los vieron se les pasó el mal humor y creyeron que estaban dispuestos hasta a no dormir con tal de ver ese maravilloso espectáculo. De ese modo empezaron el nuevo día (pues ya estaba amaneciendo), con muchas fuerzas y, sobre todo, con alegría.

Por la mañana se dedicaron a tratar de avistar la Banquisa de Rome, sin bastante éxito hasta que llegó el mediodía. A lo lejos avistaron grandes placas de hielo, y más cerca pequeños pedazos de lo que sería su objetivo más difícil de atravesar (nunca mejor dicho, ya que el barco solo no podría y ellos tendrían que bajarse a romper y atravesar todos los témpanos de hielo). Henchidos de alegría por la aproximación a la tierra (aunque tristes debido a que se acercaba una gran caminata) iniciaron la comida escuchando la radio, lo que se había convertido en uno de sus pasatiempos favoritos allí que no tenían televisión ni móviles. En mitad de la comida a Álvaro le apetecía ir al baño y fue, sin preocuparle nada. Una vez que hubo terminado tiró de la cisterna muchas veces

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porque le gustaba oír el sonido, hasta que oyó una alarma que le advertía de que el agua potable del barco se estaba acabando. Asustado, corrió a decírselo a Aimar, que cogió un rebote contra el pobre chico. Una vez que hubo terminado la regañina Aimar se apresuró a poner nuevas normas.

-A partir de ahora cada uno hará sus necesidades en un baño y solo en ese. No podrá tirar de la cisterna hasta que yo lo diga, que será a las nueve de la noche, antes de que nos acostemos, todos los días. Afortunadamente solo nos queda un aburrido día y medio en este barco y en mitad de la Antártida no tendremos problemas para eso... Al hielo no le pasará nada... Supongo.

-Relájate, “capi”, a este paso se te va a acabar gastando el repertorio de normas antes de que lleguemos a tierra y allí nos veremos obligados a andar en línea recta, sin desviarnos, e incluso a no respirar -bromeó Pablo,

-Tú te callas, cojo... Reza porque los dedos de los pies se te curen para cuando lleguemos a tierra, que como no, nos veremos obligados a cortarte los peores para que no se te extienda más al andar -le contestó Elena muy seria.

-Oye, oye, que aquí el que manda las medicinas soy yo -dijo Álvaro, temiendo por su puesto-. Pero siento mucho decir que Elena tiene razón, Pablo, como tus dedos no mejoren nos veremos obligados a quitarte unos pocos en cuanto que lleguemos a tierra. ¿Nunca te han hablado de Edurne Pasaban? Ya le han amputado dos o tres dedos de los pies por congelación.

-Perdona que te corrija, Álvaro, pero el que manda aquí soy YO y no voy a dejar que nadie me quite ese puesto, ¿de acuerdo? Como si me tengo que poner serio -se defendió Aimar-. Y eso os lo digo a todos, que no me hace nada de gracia que estéis siempre peleándoos por quién manda. ¿Os queda clarito a todos?

-¡Sí, mi capitán! -respondieron todos, poniéndose firmes y haciendo el saludo militar.

-Pues eso espero...

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Cuando terminaron la comida (afortunadamente sin incidentes ni peleas esta vez) se fueron a la sala de juegos. Allí pudieron jugar primero al “Call of Dutty” y después al “Super Smash Bros Brawl”. En mitad hubo una pequeña disputa en la que uno de los personajes principales era Vito, por lo que éste no pudo hacer nada. Rosa se quejó en mitad de una partida del “Call of Dutty” porque consideraba que este juego era demasiado violento. Vito, que era uno de sus mayores fans, le contestó que si eso le parecía violento que se fuera a su casita a jugar a las muñequitas. Alejandra defendió a Rosa y César a Vito, por lo que Andrés estaba obligado a elegir. Cuando las niñas estaban a punto de darse por vencidas y los niños a punto de seguir jugando, Andrés dijo que ya estaba bien de jugar, que lo único que estaba haciendo el juego era pelearlos. Casi le matan entre todos, pero se dieron cuenta de que lo que decía Andrés era verdad y decidieron entre todos jugar a un juego de violencia pero en el que las niñas se sintieran a gusto (como era “Super Smash Bros Brawl”). Al cabo de diez u once torneos en los que siempre ganaba Andrés, decidieron que él era el rey del juego y que no debían tratar de arrebatarle ese mérito. Para entonces ya se habían cansado y era la hora de la cena, así que hicieron una velada a la luz de las lámparas del techo y contaron diversas historias de miedo.

El primer cuento (contado por César) trataba de un hombre al que, cuando dormía, se le aparecía el fantasma de su difunta esposa. Un día, ya acostumbrado a sentir su presencia, oyó varios ruidos al lado suya y no se extrañó, pero comenzó a sentir una fuerte presión sobre él que lo aplastaba sobre la cama. Asustado, trató de escabullirse, pero le fue imposible. Haciendo acopio de la energía que le quedaba rodó hasta caer al suelo. Encendió rápido la luz, pero lo único que pudo ver fue un destello rojo desapareciendo junto a la ventana. En los siguientes días notó cómo se le subía la adrenalina, pero nada

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pudo hacer. Llegó a romper una pared con tan solo apoyarse. Y una noche, en el punto culminante de su fuerza, esa presión volvió. Pero esta vez fue más cauta y ni siquiera dejó despertar al pobre hombre.

Al oír este terrorífico cuento todos se quedaron callados excepto Vito, que comenzó a contar su propia historia. Trataba de una mujer que quería morir, pero que por motivos religiosos no podía morir triste. Acudió a una “empresa de muertes” y les contó el problema. Ellos le dijeron que si permanecía unos días internada en uno de sus centros, ellos lo solucionarían. No muy confiada, fue y pasó allí los tres o cuatro primeros días distante, sin hablar con nadie. Al quinto día se acercó un hombre y se presentó. Era un cliente que también estaba esperando su muerte. Poco a poco se hicieron amigos y cada vez se gustaban más el uno al otro. Un día la mujer decidió ir a hablar con el director para decirle que no quería morir, que ahora amaba la vida. Y por el camino... Fue silencioso y letal. Se había cumplido su deseo: morir feliz.

Tras otro silencio sepulcral en el que nadie dijo nada comenzó Rosa a hablar. Les contó que en un poblado vivían dos cazadores, un padre y un hijo. Un día, al salir a cazar, les pilló un gran temporal. Se apresuraron a refugiarse en un refugio de cazadores, encendieron un gran fuego y se echaron a dormir, esperando que al día siguiente amainase la tormenta. Cuando el joven despertó se encontró a su padre asesinado por la Mujer de las Nieves. Ésta le dijo que si no le contaba a nadie su historia le dejaría ir, pero que si alguien la conocía lo visitaría y lo mataría. Ya pasado mucho tiempo, el joven se había olvidado de la historia, y conoció a una joven encantadora a la que propuso matrimonio. Varios años después de estar casados, el hombre recordó la historia y se la contó a su mujer. Inmediatamente ésta se convirtió en la Mujer de las Nieves y le dijo que lo había puesto a prueba, pero que ahora iba a morir.

Cuando terminó se oyó un grito histérico en la sala: Alejandra se había asustado más de la cuenta y ahora les iba a tocar a todos ellos aguantarla por

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la noche, así que Vito tomó la iniciativa y los mandó a todos a la cama. A todos menos a Alejandra, que se quedó oyendo en la radio el programa más infantil y aburrido que había (Bob Esponja, ¡ahora también estamos en la radio!) para que se le pasara un poco el mal rato.

Aquella tarde le parecería normal a cualquier pescador u hombre de la mar, pero para Aimar, Carlos, Pablo, Álvaro y Elena fue sencillamente impresionante. Sobre las cinco impactaron contra un gran témpano. Cualquier persona normal se habría preocupado, pero ellos ya llevaban demasiado tiempo a bordo de ese barco. La lancha motora, que ya hacía tiempo que habían dejado atrás (o eso creían ellos), apareció allí estancada, sin haber podido atravesar ni una sola placa. Pero ellos, nada más tocar el hielo, pararon el barco y se bajaron. Afortunadamente al principio no pesaban mucho y se pusieron cada uno en un témpano, pero en el momento en el que dos de ellos se pusieron en la misma placa para chocar las manos... ¡Cataplum!

La placa en la que estaban se rompió y ambos cayeron al agua, nadaron un poco y se vieron obligados a hacer lo imposible para poder subir a otra (estaban muy resbaladizas) y no ahogarse en ese agua tan fría. Entonces Aimar, que también había bajado víctima de la euforia, se dio cuenta de su error y les ordenó a todos que subieran de uno en uno a través de la fina placa que los separaba del barco. Poco a poco, a todos les fue volviendo el color a la cara gracias a un rico trozo de pastel y a las estufas. Aimar, muy afectado por la tragedia en la que casi mueren todos, no pudo oír los gritos de auxilio que llegaban desde fuera. En cambio Elena, que tenía muy buen oído, los oyó y los alertó a todos. El primer pensamiento de Aimar fue que podría ser un hombre enviado por Vito para mantenerlo informado, pero enseguida lo descartó: Vito ya le había puesto el chip. Dando una orden, salieron todos del barco para ver quién

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era el hombre que había fuera, en mitad de la Banquisa de Rome. Había un chico bajito y con signos de haber sido maltratado no hacía mucho. Llevaba una gran mochila llena de comida en latas y plásticos y una gran colcha con la que cargaba su perro. Cuando llegaron estaba a punto de desmayarse y les dijo que, por favor, los socorriera. Todos se apresuraron a cogerlo y a trasladarlo hasta el interior del barco, donde se fue acomodando y empezó a contarles su historia.

Lopencio era un niño de las Islas Canarias (había emigrado cuando tenía apenas cinco años), con un hogar y una familia, pero a la que no caía muy bien. Su padre había muerto hacía ya mucho tiempo y su madre se había visto obligada a casarse con un rico, pero malvado político, por dinero. Este padrastro suyo lo maltrataba continuamente, física y mentalmente. Pero dos días antes se había pasado y, como todos los jueces estarían de parte de su padrastro no tuvo otro remedio que escaparse. Como había oído que por aquella zona iba a pasar un barco, se dirigió hacia allí con su perro hasta encontrarlos, lo cual hizo medio desangrado por la brutal paliza de su padre. La tarde anterior había avistado unas columnas de humo a lo lejos y, viendo su salvación, anduvo sin dormir ni comer nada para no perder tiempo. A partir de ese momento, ya sabían su historia, la historia de Lopencio.

Cuando el joven terminó de contar su vida, todos se quedaron en silencio, muy pensativos, a la espera de que Aimar decidiera si acogerlo o no. Pasado un tiempo fue Lopencio el que se decidió a hablar:

-Y bien, ¿me dejáis quedarme al menos hasta que lleguéis al Polo?-Bueno... Creo que en las normas y estatutos no hay nada escrito acerca

de la aceptación de nuevos miembros... -tomó la palabra Aimar, dando a entender que Lopencio se podía quedar.

-De verdad que os lo agradezco... Sé que no os ha resultado fácil todo esto de aceptarme entre vosotros, pero... -dijo el nuevo miembro del grupo antes de ser interrumpido por Álvaro.

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-No digas tonterías, que todos te queríamos menos el tonto del capitán... -bromeó éste.

-Como no te calles te intercambiamos por Lopencio, ¿eh? -siguió con la broma Aimar.

-Vaya, creía que tendríais un aire un poco menos... -dijo Lopencio.-¿Bromista? ¿Despreocupado? -le respondió Pablo, sin dejar a su nuevo

amigo acabar la frase-. Desgraciadamente, toda la seriedad nos la dejamos en España, así que vete acostumbrando...

-Ya, si de algo me acuerdo de cuando vivía en España es de las bromas y los chistes... -dijo él, sin saber disimular del todo un deje de melancolía.

-No te pongas triste, que somos una tropa española dispuesta a colonizar la Antártida entera -lo consoló Carlos, haciendo una especie de saludo militar.

-¿En serio? -dijo él, emocionado.-No, bobo, que estábamos volviendo a bromear... -contestó Carlos-. Te

faltan aún varios años para poder acostumbrarte a las bromas.-Sí, pues espera sentado... -dijo él con cierta ironía en la voz.-Pues no estás muy atrasado en el español tú, no... -comentó Elena, muy

impresionada.-Bueno, vamos a cenar y después nos vamos a la cama... -dijo Aimar,

observando las caras de cansancio de todos.

Ya eran más de las once de la mañana y no había nadie despierto. Lo único que se oía era el suave avanzar de la taladradora, que ronroneaba tratando de excavar en el núcleo externo. Entonces Rosa se despertó, alarmada por una extraña sacudida que había dado la máquina (o el cachivache, como a ella le gustaba llamarla). Corrió a despertar a Vito, y éste a su vez fue a despertar a todos los demás. Sin duda, habían adelantado dos o tres horas la noche anterior,

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pues no estaba previsto tocar el núcleo interno hasta el mediodía.-No estoy seguro, pero sospecho que esto es debido a la fuerza de la

gravedad. Así que no debemos confiarnos, ya que en cuanto giremos la taladradora se ralentizará. Como ya os dije ayer, vamos a adelgazar todos para que esta ralentización sea menor -volvió a explicar Vito.

Tras esta charla (que ya se les estaba volviendo repetitiva) hicieron un desayuno-comida, debido a la hora. Cuando terminaron se pusieron a observar juntos el núcleo, pensando que eran las primeras personas que lo veían. Todos pensaron que tampoco tenía nada de especial, ya que no era más que una simple capa sólida muy caliente. Pero ellos no sabían la importancia que tenía esa “simple” capa. Era uno de los testimonios de que la Tierra giraba sobre sí misma. En ese momento, a César se le ocurrió asomarse por la ventana trasera para ver lo que llevaban recorrido. Casi se desmaya del susto: a sus espaldas llevaban una gran columna de líquido. Donde él esperaba ver una gran columna vacía a través de la que llegaba luz no había nada... Fue un duro golpe, ya que entonces, se dijo, en el caso de que tuvieran que dar media vuelta, avanzarían mucho más lento, pues irían en contra de la gravedad y de ese espeso líquido de color rojo. Se le metió el miedo en el cuerpo y corrió a llamar a Vito, esperando que él ya lo supiera. Vito, por supuesto, estaba más que informado sobre estos temas, y contaba con que no tuviera que volver ya que, como César había adivinado, sería casi imposible escapar. De todas formas, ¿qué les iba a hacer huir? Allí dentro no había nada peligroso, excepto el fuego, el calor, la presión, ... Lo típico que ya sabían de sobra. Pero, de todas formas, se divirtió bastante tratando de asustar un poco a César:

-Pues la verdad es que no se me había ocurrido... Tienes razón, más nos vale no quedarnos sin algo, porque en ese momento estaríamos todos muertos, Afortunadamente, tenemos comida de sobra para unos tres o cuatro días más... Si no comemos demasiado. -dijo el capitán poniendo una voz terrorífica.

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-Pero... ¿Solo te trajiste lo justo? ¡Tendríamos que haber dejado que Andrés se quedara encerrado para siempre en su habitación! Pues si nos quedamos sin comida yo lo siento mucho, pero el primero al que nos comeremos serás tú... ¡Más vale que sobre que que falte! ¡Más vale prevenir que curar! Vaya capitán... -se quejaba César, abatido por el miedo.

-Hombre, César, no te preocupes, que era una broma como cualquier otra...-Pero... ¿Cuánta comida tenemos?-No te preocupes, te lo repito... Resulta que en realidad tenemos comida

para diez días más... Además, si al llegar a la superficie se nos agota la comida, podremos comer carne de pingüino o de foca.

-¿Y con qué útiles los cazaremos, si puede saberse?-Venga ya, si los hombres prehistóricos del Paleolítico y del Neolítico se las

arreglaron con un par de piedras que se encontraron por un camino de por ahí... ¿Cómo nosotros, que tenemos el metal de todo este tanque, además de cuchillos de cocina, tijeras, etcétera, no vamos a poder construir un par de herramientas? ¡Es pan comido! Además, ¿quién me iba a decir a mí que Rosa y Andrés comían tanto? ¡Nadie!

-Bueno, por esta vez te perdono... -le dijo César.-¡Pero nosotros no! -gritaron Andrés y Rosa, que acababan de salir de

detrás de la puerta-. ¿Cómo se te ocurre decir que comemos mucho, si el único que repite aquí eres tú?

-¿Te importa, César? -rogó Vito.-No... Ya me voy... -contestó él de mala gana.-Era solo un ejemplo y vosotros fuisteis los primeros que se me pasaron

por la mente... ¡Oye, que pensaba comerme! -se apresuró a explicar Vito-. Y además, ¿vosotros quiénes sois para escuchar a escondidas conversaciones ajenas?

-Bueno, por esta vez te perdonamos, pero solo porque estábamos espiando

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a escondidas, ¿de acuerdo?-Vale, no lo volveré a decir... Oye, ¡que el capitán aquí soy yo! Parezco tonto

haciéndoos caso... Pero en fin, supongo que no debería hablar mal de nadie a sus espaldas.

-Bueno, vayamos a comer, que tengo un hambre... Hoy voy a repetir muchas veces... -dijo Rosa.

-Ejem, ejem, ... -tosieron falsamente Andrés y Vito.-Hablando de bromas... -rio ella, tratando de disimular.

Esa mañana todos se despertaron oliendo un delicioso desayuno, cortesía de su nuevo acompañante, Lopencio. Rápidamente se levantaron todos y fueron a pedirle explicaciones acerca de ese maravilloso olor.

-Bueno, es una antigua receta de las Canarias... Resulta que esta noche, pensando, me he acordado, y rápidamente me he despertado para hacerla. Yo la llamo la “Crème Brûlée Canaria”. Espero que no estéis muy enfadados conmigo por haberos despertado...

-¿Enfadados? ¡Esto sí que es gracioso! ¡Dice que estamos enfadados con él por prepararnos el desayuno! -se rio Elena.

-Pero hombre, no hacía falta... Encima, con lo cansado que estabas... Ya solo por esto ha merecido la pena aceptarte -dijo Aimar, que era consciente de todo lo que le había costado al pobre Lopencio despertarse tan temprano.

-Bueno, es que creía que os merecías un buen regalo por vuestra aceptación -se explicó el inocente chico.

-Pues vaya... Supongo que todos tendríamos que haber hecho lo mismo cuando salimos en el barco, haber compartido algo (alguna comida, algún objeto de valor o incluso alguna historia) -dijo Pablo.

-Está bien, ¿os parece bien que hoy a la hora de comer y a la de cenar

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todos hagamos lo mismo que ha hecho hoy Lopencio?... Creo que nos unirá más -sugirió Aimar.

-Vale, me parece una buena idea -fueron respondiendo los demás uno a uno.

-Bueno, Lopencio, pues muchas gracias por este desayuno... ¿Nos lo comemos? -preguntó Álvaro, hambriento.

Así que se pusieron manos a la obra. Pero en cuanto que probaron el primer bocado comprobaron que no era para tanto.

-De hecho, ¡esto está malísimo! -pensaron uno tras otro, aunque no lo dijeron por temor a ofender a Lopencio.

-Y qué, ¿os gusta? -preguntó el cocinero cuando todos terminaron su plato a duras penas.

-Claro que sí... -contestaron los demás, esforzándose por reprimir la mueca irónica que se les formaba en la cara.

-En ese caso creo que os echaré más, para que no sobre -dijo, poniendo generosas raciones en los platos de cada uno.

-No, que ya estamos llenos -trataron de disimular los demás.-No os gusta... -dijo él, con un tono de reproche en la voz.-Que no, hombre, que a nosotros nos encanta, solo que... El sabor nos

parece un poco fuerte, por así decirlo -se apresuraron a decir Aimar y Carlos, en nombre de todos.

-Bueno, pues ya no os voy a cocinar nunca más esto -dijo él, visiblemente decepcionado y triste.

-¡No! Si a nosotros nos encanta, solo que tenemos vergüenza de reconocerlo -le respondieron.

-Bueno, en ese caso... ¿Por qué no os coméis un poco más? -preguntó Lopencio con algo de malicia.

-Es que llena un montón esta comida -disimularon ellos.

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-En ese caso no os molestará que lo prepare de nuevo mañana, ¿no? -les buscó las cosquillas el cocinero.

-No, solo que resulta que... Otros días nosotros también tendremos que preparar cosas, no solo tú -se defendieron los demás.

-Sí, supongo que tenéis razón -dijo él.-Pues ya está. Ahora vamos a ver cuánto nos queda.-¿Y eso cómo se hace? -preguntó Lopencio.-Es muy fácil. Te digo cómo: con este instrumento que tengo aquí mido

las coordenadas, ¿ves? Es muy fácil. Después cojo un mapa que me muestra todas las coordenadas y veo dónde nos situamos, que sería este que tengo aquí. Y calculando la velocidad a la que vamos por el peso y otros muchos factores, soy capaz de obtener con bastante exactitud los días que nos quedan para llegar al Polo Sur.

-Entonces el paso más importante es el de medir las coordenadas, ¿no? -preguntó Lopencio.

-No exactamente: todos los pasos son importantes a su manera, al igual que todos los que formamos esta tripulación.

-Entonces... Si fallamos en uno de los pasos estaríamos totalmente equivocados, ¿no?

-Sí, eso es. Por eso es tan importante que lo repase dos o tres veces. Y ahora dejadme, que tengo que intentar hacerlo lo mejor que pueda.

Cuando Aimar terminó de hacer las cuentas, descubrió que ya tan solo quedaban diecisiete horas, es decir, llegarían a tierra a las nueve de la mañana del día siguiente. Todos se alegraron, pero la alegría les cambió rápidamente y se convirtió en tristeza cuando recordaron que nada más llegar a tierra se tendrían que poner a andar durante dos o tres días seguidos, parando solo para dormir.

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Después de echarse una siesta muy larga, Vito descubrió que, entre la lava que los empujaba por detrás y el propio peso de la taladradora, ya estaban girando en el centro de la Tierra, tras lo cual tendrían que cambiar todos los relojes. Como ya habían empezado a adelgazar y, además, toda la lava que tenían detrás se quedaría allí, no se ralentizarían en exceso, pero podrían llegar a perder medio o un día sin dificultad. Por este motivo prefirió no decirles nada acerca del medio día que habían ganado a sus compañeros, porque si ellos creían que iban justos, después la tristeza de la derrota (si la hubiera) sería menor. Debería haberles dicho la verdad, pero le daban demasiada pena y creía que en el caso de una hipotética derrota no lo soportarían de otro modo. Él tampoco se veía muy capacitado para aguantar todas sus miradas tristes puestas en su cuerpo, pero ya se llevaba preparando para ese hecho desde que hizo la apuesta (a recomendación de un psicólogo que era amigo suyo). No había mejorado gran cosa, pero estaba convencido de que ya no se echaría a llorar en caso de que esto ocurriera. Entonces todos comenzaron a despertarse, uno tras otro, de sus siestas. Afortunadamente para Vito ya habían terminado de girar y ya estaban avanzando, ahora sí, en dirección al Polo. Todos notaron a su capitán algo más alegre y relajado de la cuenta, pero a lo largo de todo el viaje ya habían aprendido algo: la mente de Vito era suya, y nadie era capaz de adivinarla o de ni tan siquiera aproximarse a ella. Vito se había descargado en la memoria del ordenador de la taladradora un programa que hacía que los tripulantes se sintieran girando (aunque no fuera verdad) y lo pensaba aplicar en diez o doce horas para que todos cambiaran la hora de su reloj. De otro modo, todos tendrían una hora distinta y sería un gran caos.

De todos los tripulantes, sólo se quedó una persona dormida: César, que estaba muy cansado del susto que se había llevado antes. Como estaban muy aburridos y tenían un poco de carbón que les habían regalado al salir unos mineros de la zona, solo se les ocurrió la idea de pintarle la cara. Como allí los

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únicos espejos que había eran los de las chicas, no se iba a poder mirar en ningún sitio hasta que salieran a la superficie, o incluso después de haber salido en televisión si el hielo no se reflejaba mucho y los estilistas de los programas les seguían el juego. Después de sopesar todo esto en voz muy baja corrieron y le pintaron un gran bigote, unas cejas muy largas y varias frutas en las mejillas (como manzanas, peras, piñas, plátanos, ...). Cuando terminaron vieron su obra maestra y la admiraron, esperando que a César no se le ocurriera robarles un espejo a ninguna de las chicas al despertarse. Se fueron todos rápidamente a seguir escuchando música mientras esperaban a que César abriera los ojos. Pasados unos minutos, oyeron un pequeño ruido procedente de una de las habitaciones y se empezaron a reír, cosa que notó César en cuanto entró. Cuando les preguntó, todos respondieron que estaban oyendo un programa muy gracioso en la radio, cosa que era cierta. César, sin sospechar nada extraño, se puso a escuchar la radio con ellos. Al cabo del rato se levantaron todos, alertados por una gran alarma que sonaba. Vito sonrió, ya que sabía lo que era: se suponía que estaban girando en el centro de la Tierra, el punto con más calor y presión de su recorrido. Por supuesto, esto hacía ya varias horas desde que lo habían pasado, pero los avisaba ahora por encargo de Aimar. Cuando todos miraron a Aimar, éste dijo:

-Este es el punto donde estamos girando -señaló en un mapa el centro de la Tierra-. Por lo tanto, llevamos aproximadamente la mitad de nuestro recorrido hecho, pero aún queda la mitad o más. Pero rápido, vámonos a la cámara de gravedad 0 para que no nos sintamos muy afectados por el giro.

-Vale, pero... Cuando terminemos de girar, ¿en qué hora tendremos que poner nuestro relojes? -preguntó Andrés.

-Me encanta que estés en todo, Andrés. Pues supongo que los tendremos que poner sobre las cinco, o seis de la mañana. Pero todo eso es relativo, en cuanto nos pongamos en otro paralelo habrá que volver a cambiar la hora. Por el

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momento pongamos la que supongo que tendrá Aimar, la de Chile.Rápidamente se marcharon a la cámara de ingravidez, en la que todos

estaban muy cómodos. A todos ellos les encantaba flotar y, fruto de un reto entre César y Alejandra, todos se echaron a dormir, a ver quién conseguía dormir más.

Eran las nueve y media de la mañana cuando Aimar, Lopencio, Álvaro, Elena, Pablo y Carlos sintieron un duro golpe del barco contra algo de tierra. Todos corrieron y se asomaron por la borda, pero enseguida su capitán los llamó desde dentro del barco para que terminaran de preparar el equipaje.

-Cuanto antes lo preparéis, antes saldremos ahí fuera a disfrutar de la tierra -les dijo.

Todos se dieron mucha prisa, y en una hora ya estaban todos fuera (incluidos los perros), preparados para ponerse a andar.

-Pues adelante, empecemos ya lo que debería estar terminado en unos cinco días.

Habían pasado ya varias horas desde su salida, y Pablo ya estaba tan cansado que se apoyó en la mochila de Aimar (el más fuerte y preparado para la misión) y dejó que sus piernas se movieran solas. Pero, pasados varios minutos, Aimar se paró para comprobar que la dirección que seguían era la correcta y Pablo cayó al suelo, provocando un gran ruido. Todos corrieron a levantarlo, y Pablo puso también de su parte. Tomó comida muy nutritiva y se recuperó, por lo que siguieron andando. Pero los demás también empezaron a cansarse pasadas un par de horas, así que comieron todos (excepto Pablo) mientras que andaban. También contaron a los perros, por si alguno se había despistado, pero estaban todos sanos y salvos, y con todas las provisiones a cuestas. Acto seguido, Aimar se fue quedando atrás, sin que los demás se dieran cuenta,

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hasta que se paró por completo, dejando que los demás siguieran andando. Pasados unos minutos, los demás se dieron cuenta de que eran cinco en vez de seis, y se pusieron a buscar a Aimar a su alrededor. Entonces, Álvaro sugirió que se separaran para cubrir más espacio, y así poder encontrar a su capitán más fácilmente. Todos cogieron varias bengalas y una brújula, y quedaron en volver sobre sus pisadas al cabo de media hora.

Pasada esa media hora, nadie había conseguido encontrar a Aimar, y volvieron sobre sus pasos más alicaídos que nunca. Pero al llegar a su destino, su sorpresa fue encontrar a Aimar parado justo en el lugar donde se habían separado de los perros.

-Seguí vuestras huellas y, como al llegar aquí se separaban, decidí esperaros. Sabía que volveríais a vuestro punto inicial, así que no hice nada más -explicó Aimar.

-Pero... ¿Se puede saber qué demonios estabas haciendo? -se interesó Carlos.

-Bueno... ¿Es que uno no puede hacer sus necesidades sin que nadie lo vea?-Sí, pero por lo menos avisa antes...-Bueno, reconozco que no estuvo muy bien lo que hice... Pero era para ver

cuánto tardabais en daros cuenta de que faltaba... Y veo que no mucho... Pero en fin, a partir de ahora siempre que tengamos que hacer nuestras necesidades avisaremos.

-Oye, ¿y el hielo se derrite cuando tus “necesidades”, como tú las llamas, caen en él? -preguntó con descaro Lopencio.

-No, no te preocupes, que el hielo no se derrite ni cuando las heces fecales caen en sobre él ni cuando la orina lo hace. Puedes hacer las dos cosas con tranquilidad y con toda la comodidad del mundo... Sólo que hace un pelín de frío, ya sabes, por esa historia de que estamos en el Polo Sur, y todo eso...

-Oye, ¿qué es eso que se ve allí a lo lejos? -se interesó Elena.

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-Pues no sé, puede ser un bloque de hielo... Pero que te lo responda Lopencio, que tiene más experiencia y conocimientos que yo en estos temas -respondió Aimar.

-No creo que sea eso, sinceramente... Los bloques no suelen crecer con esa forma ni con esa altura. Seguramente sea algún pingüino, o puede que hasta alguna persona. No os extrañéis, que al Polo Sur se realizan muchas expediciones y no es muy extraño que se pierda alguien. Normalmente no suele ser grave, pero puede que estemos ante un caso extremo -respondió el supuesto experto.

-¡Pues vayamos rápido! Además, creo que se encuentra en nuestra ruta... Lo comprobaré -dijo Aimar, sacando la brújula-. Pues sí, nos tendremos que desviar dos o tres decenas de metros, pero lo podremos hacer sin ningún problema.

-Pues pongámonos manos a la obra -dijo Lopencio, echando a correr.Pasados varios minutos de carrera, se cansaron, y se subieron encima de

los perros, lo que les permitió llegar en un periquete hasta la figura que se veía en la lejanía. Cuando llegaron, se percataron de que era un pingüino, y Elena se puso a hacerle fotos y a twittear lo mono que era su nuevo “amigo”. Al final, entre todos, decidieron llevárselo con ellos, y así tener en todo momento a un animal que les alegrara el día. Acto seguido, anduvieron en otra dirección hasta que el GPS que llevaba Aimar les indicó que ya estaban de nuevo en la ruta original. Al cabo de varias horas de camino (en las que el pingüino viajó de mano en mano) todos sintieron que ya tenían sueño y, prevenidos por Aimar de que en esos días del año allí oscurecía muy tarde, se echaron a dormir, aunque a todos les pareciera que todavía era casi mediodía por la posición del Sol. En mitad de la noche, si es que se le podía llamar así, Carlos sintió como un picor en la parte trasera de la pierna derecha. Se dio la vuelta, pues estaba boca abajo, y descubrió que tenía la pierna toda llena de babas. Y justo entonces, vio al pingüino a su lado. Evidentemente, Carlos se enfadó con el pingüino, pero ese

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enfado se le pasó rápidamente al ver su carita de pena. Entonces, lo cogió y lo abrazó, dejando que se tumbara a su lado, pero sin dejar que se marchara (Elena no lo perdonaría nunca). En cuanto Carlos se quedó dormido, Aimar se puso a despertarlos a todos con la excusa de que “ya había amanecido”. En realidad, había habido una sola hora de noche, pero a Aimar esta razón le vino de perlas. La mayoría estaban tan cansados la noche anterior que casi ni se acordaban de lo que les había dicho, y esa mañana tenían varias cosas más importantes de las que preocuparse: las agujetas. Elena tenía muchas en los talones; Aimar en la espalda; Álvaro en las rodillas; Carlos en los muslos; Lopencio en toda la pierna en general (él ya llevaba más del doble de camino recorrido) y Pablo, que era el que se llevaba la peor parte, tenía agujetas en la planta de los pies, en las piernas y en los brazos, que estaban muy débiles tras la caída del día anterior. Así pues, decidieron que ese día irían todos andando excepto Pablo, que iría sobre el trineo como medida “excepcionalísima”, en palabras de Aimar. Pararon a descansar después de una muy larga mañana sobre las tres de la tarde. Primero comieron; después contaron a los perros y, finalmente, se levantaron para seguir andando. Ya casi habían llegado al punto intermedio de su etapa. Ésto los alegraba, ya que a la mañana siguiente ya todos se podrían subir en los trineos (en un trineo cada uno) y, de esa manera, llegar antes sin cansar a los perros. Aimar los avisó de que les quedaban aproximadamente dos días y medio de trayecto, que se convertirían en tan solo dos a la mañana siguiente, cuando se subieran a los perros.

-Pero -les dijo Aimar- si para cuando llegue esta noche no hemos andado diez kilómetros más, me temo que mañana también tendremos que andar.

-¡Nooooooooo! -gritaron todos-. ¡Vámonos, que no perdamos tiempo!Acabó el día y habían avanzado tanto (incluido Pablo) que ya tan sólo les

quedaba un día y tres cuartos para alcanzar su meta final.-Pero... ¿cómo sabremos cuándo estamos en el Polo exactamente?

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-preguntó Pablo, que estaba menos cansado que los demás y tenía la mente más lúcida.

-Hombre, eso está muy marcado con banderas... -respondió Lopencio, que estaba muy informado sobre el tema.

-Ah, venga, entonces ya me tranquilizo... Es que no tenía ni idea acerca de si Aimar sabía algo sobre eso o si se había molestado en informarse.-.. trató Pablo de provocar a Aimar y, como ya estaban cansados y bastante quejicas, éste cayó de lleno en la tentación.

-Oye, te recuerdo que yo soy el que paga... Que aunque sea a diez euros el día...

-Bueno, pero estás obligado a hacerlo, según este contrato que tengo aquí mismo -dijo, agitándolo mientras se burlaba.

-No si te portas mal... A ver si aprendes a leer la letra pequeña -se defendió a la vez que contraatacó Aimar, sacando una lupa y mostrándosela.

-Bueno, decidámoslo como hombres...-Adelante... No eres nada contra mí... ¡Ja!-No, chicos, por favor... Os recuerdo que somos compañeros... -los separó

Álvaro-. No debemos pelearnos, ¿recordáis?-Tienes razón, Álvaro. Me he dejado llevar... No volverá a pasar. Es que

estaba muy cansado -reconoció Aimar.-Lo mismo digo... Perdón por provocarte, Aimar -se arrepintió Pablo.-Bueno, vámonos a la cama. Mañana nos espera otro largo día... Ah, no creo

que hoy vaya a estar oscuro más de media hora... -les recordó Aimar.-Bueno, yo ya me acuesto y me dejo de sermones -dijo Lopencio, que

estaba destrozado después de llevar casi cuatro días seguidos andando.-Nosotros también nos vamos ya a la cama -disimularon los demás.-Buenas noches -terminó Aimar su pequeña charla.Y allí durmieron toda la “noche”, descansando para seguir al día siguiente la

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jornada, aunque ya irían sobre los trineos.

De repente, a Andrés le pareció sentir algo. No se preocupó, pues estaba plácidamente dormido, pero en pocos instantes lo volvió a sentir y despertó. No recordaba dónde estaba y casi se muere al ver que flotaba, pero de repente lo recordó todo: la pintada en la cara de César, la curva por el centro de la Tierra, la sala antigravedad, el concurso de siestas, ... Al pensar en esto último miró su reloj, y comprobó que sólo había sido capaz de dormir unas tres horas. Pero, al fijarse en el apartado del día, se llevó otro gran susto: ¡ya habían pasado tres días y medio desde que se echaron a dormir! Solo por esta razón miró a su alrededor, comprobando que todos y cada uno de sus compañeros seguían dormidos. Fue al ordenador a duras penas (estaba en el techo) y miró las cámaras de vídeo, que le demostraron que ninguno había hecho el menor intento por abrir los ojos excepto él. Como no podía salir (si abría la puerta todos se darían un gran piñazo contra el suelo) se dedicó a mirarle la cara a César, arriesgándose a que éste se despertara con el ruido de sus risas. Pero César (el que se presuponía que iba a perder, teniendo en cuenta la pedazo de siesta que se acababa de echar) siguió frito como un lirón. Al poco rato se cansó, y se puso a comer un poco (se acababa de dar cuenta de que no había ingerido nada en tres días). Terminó y se acordó de lo que les dijo Vito que hicieran en ese caso: salir por la puerta de emergencia. Ésta era falsa, en realidad la verdadera estaba detrás, pero había un hueco justo en medio para que pudieran cerrar la primera puerta. Una vez que esto estaba hecho ya podías salir, pero teniendo mucho cuidado de cerrar a la perfección la segunda puerta para que la próxima persona que tratase de salir no tirara a los demás. Era como las puertas de la piscina techada del polideportivo, sólo que en éstas las puertas servían para no dejar escapar el calor. Una vez fuera se puso a jugar con la Xbox, pero no sin antes

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llevarse la tercera sorpresa de la noche (se había despertado a la una, según su reloj). Fue a la sala de control, comprobó cuánto tiempo les quedaba y descubrió que ya llevaban hecha una gran parte del viaje: ¡les faltaban un día y diez horas para llegar a la superficie de la Tierra! ¡Llegarían sobre las once de la mañana del día siguiente! Iba avisar a todos los demás, pero justo entonces salió Alejandra de la sala y se lo impidió, ya que decía que un concurso era un concurso. Así que, ahora sí, se fueron a la sala de juegos a disfrutar de la Xbox. A lo largo del día comieron, jugaron, hicieron de todo (excepto dormir), pero no salió nadie más. Por la noche, extrañados, echaron un vistazo dentro a través de las cámaras, y pudieron comprobar (lo más extraño) que había gente que puede tirarse cuatro días y varias horas más durmiendo una “siesta”... ¡Sin parar! Se acostaron (aunque casi no pudieron dormir), a la espera de que los demás se despertaran. Antes acordaron que, si a las ocho no se habían despertado por su propio pie, irían y subirían la gravedad poco a poco para entrar y despertarlos a todos.

En cuanto se despertaron tomaron un pequeño desayuno y metieron a los perros en los arneses en grupos de seis (eran cincuenta perros, así que sobraron catorce para llevar las provisiones). Estaban listos para salir (aunque todos muy nerviosos) y Aimar, con un grito, los puso a todos en marcha. Comenzaron a correr, y sintieron el gélido viento polar en sus caras. A pesar de que estaban casi congelándose sintieron una gran alegría y alivio al comprobar que sus piernas no harían apenas esfuerzo en ese largo día.

-¡Llegaremos al atardecer! -les gritó Aimar desde su trineo, que acababa de terminar de hacer los cálculos.

-No pararon ni siquiera a la hora de la comida. Los perros estaban bien nutridos (y no necesitaban comida) y ellos tenían un pequeño paquete de comida (preparado por Elena esa mañana con mucho esmero) en cada trineo. Tomaron

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un riquísimo pudin de pescado y un pequeño trozo de tarta de galletas. Las últimas horas antes de llegar se les hicieron eternas, pero no tuvieron más remedio que aguantarlas. Cuando quedaban aproximadamente cinco minuto, los perros se asustaron y se pararon, gesto ante el cual todos se bajaron de sus respectivos trineos y echaron a correr en dirección “Polo Sur”, como ellos la llamaban, con bandera en mano. Entonces también lo notaron: el suelo estaba temblando, producto inequívoco de la aproximación de la taladradora. Corrieron aún más deprisa, corriendo el riesgo de caerse en una de las grietas que se estaban formando en el suelo. Afortunadamente había algo de tierra debajo, por lo que las grietas no se agrandaron ni se expandieron mucho. Justo cuando estaban a punto de llegar, salió a la superficie una gran taladradora, a la que se le abrieron las puertas.

Dentro de la taladradora todo era un caos. Cuando a las seis de la mañana se despertaron Andrés y Alejandra, ya los esperaban los tres dormilones sentados en el sofá escuchando la radio. Y, lo más increíble, tenían cara de no haber dormido bien.

-¿Qué hora es?... -preguntó Vito, adormecido.-Las seis de la mañana... Ya han pasado cuatro días y medio desde que os

acostasteis. ¿No os da vergüenza? Vamos a salir en poco tiempo a la superficie y vosotros durmiendo. Pero bueno, ¿quién ha ganado? -dijo Alejandra, muy cabreada.

-Bueno, bueno, tranquilidad... Te alegrará saber que he ganado yo, el increíble César.

-¿Por qué debería alegrarme? -dijo ella, borde.-Por mí, por supuesto...Acabadas todas las pequeñas disputas y riñas, Vito les explicó que todavía

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les quedaba bastante para llegar, ya que conforme se fueran acercando al hielo tendrían que ir reduciendo la velocidad para no romperlo en exceso y para que no salieran disparados. Sonaba un poco disparatado, pero era la verdad. Por esta razón, no llegarían hasta la tarde. Cuando ya estaban saliendo se acumularon todos en la sala de mando, y vieron al otro equipo llegando a su posición. Rápidamente se abrigaron y salieron fuera, aunque no pudieron evitar que los demás llegaran a la misma vez.

-¡Hombre, Aimar! Te veo algo “acalorado”, ¿no es así? ¿Cómo es eso, en mitad del Polo Sur? -empezó Vito.

-Bueno, vamos a ahorrarnos los chistes malos. Tengo que reconocer que tu plan no ha ido tan mal... De hecho, ha ido igual que el mío.

-Tienes razón, tienes razón... Bueno, yo también reconozco que tu plan... No ha sido ningún fracaso, como al principio parecía... -reconoció Vito.

-Anda, ven aquí... Entonces, ¿esto es un empate?-Sí. Clavemos las banderas a la vez.Y así lo hicieron. Llamaron a la prensa y salieron todos juntos, dando

gracias y respondiendo a todas las preguntas que les planteaban. Al día siguiente ya estaban todos con sus respectivas familias, que los felicitaron. Con el paso de los años les fueron entregando medallas y galardones. Aunque ellos no lo supieron en su momento, estaban haciendo historia.

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FIN

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