Un Soplo en El Flequillo

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Recopilacion de cuentos del Club de los Jueves, publicados en los blogs de la comunidad de "El Pais"

Transcript of Un Soplo en El Flequillo

 

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Í N D I C E

PRÓLOGO 4 

FLATULENCIAS PELIGROSAS. 5 

Tema libre, pero en el relato debe aparecer una canción de los Beatles. 5 

ESCUELA DE RECICLAJE. 8 

“El reciclaje”, pero nadie especificó que era lo que se tenía que reciclar. 8 

L'AMO EN XEC DE BINIXARBET 10 

Un relato donde aparece un señor cercano a cumplir los setenta años, que ha vivido toda su vida a orillas del mar, y que sus hijos deciden llevárselo a la ciudad… 10 

LA BELLA DURMIENTE DEL BOSQUE 15 

“Un cuento de cuento” o un cuento en otro cuento, llamadlo como queráis 15 

FAUSTINO EL "MANITAS" 19 

“Una reparación en casa”, y nos ponemos manos a la obra. 19 

EL FRUTO DE TU VIENTRE. 22 

En alguna parte del relato ha de contarse que una persona encuentra en un cajón o armario perdido, un diario olvidado por otra persona o una novela anónima, perdida e inédita. 22 

CLODOMIRO FERNÁNDEZ 26 

El protagonista del relato sale la noche del sábado, y al volver a casa, comprueba que ha perdido sus llaves…   No vale acudir a casa del amigo a dormir. 26 

EL CLUB DE LOS JUECES 30 

Os propongo escribir sobre una noticia del periódico, vale cualquier periódico, cualquier noticia, incluso, un artículo de opinión, ¿qué tal? ¿Os gusta? ¡Mucha suerte! 30 

EL TRIANGULITO 32 

Triángulos, puede haberlos de muchos tipos. Que cada uno que le dé la interpretación que quiera… 32 

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SOLO DOS PUERTAS 35 

Una historia de ascensores y de las personas que se montan en ellos. 35 

RUMBO A LA NOCHE 40 

Un viaje por carretera en un vehículo a motor… 40 

MI ESQUINA 43 

Ventajas que nos ofrecen las b‐‐‐‐‐‐‐‐‐, trabajadoras incansables en la gran ciudad. 43 

MÍRAME, ABUELO 45 

Abuelos y nietos, una relación muy especial. 45 

UNA DUCHA PARA TI 49 

Una ducha puede dar mucho de sí, ¿o no? 49 

EL NAUFRAGIO DE LAS DOS CARAS 52 

La historia de un naufragio… vista desde dos perspectivas 52 

CUARENTA PUÑALADAS 56 

La historia debe empezar con “Llaman a la puerta con dos golpecitos breves” y acabar con “Se produjo la tragedia” 56 

CLAUDIO 58 

Imagina que te dedicaran a ti una calle 58 

EL ABUELO TANCREDO 61 

Tema propuesto: Epitafio. Ahí queda eso!!! 61 

UN CONFESIONARIO ADAPTADO 65 

Los Pecados Capitales, siete posibilidades 65 

UN MUNDO MEJOR 70 

Una historia relacionada con una película de Walt Disney 70 

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UN HORÓSCOPO HELADO 73 

El tema de hoy es la Astrología o el Esoterismo 73 

LA NIÑA Y EL PARAÍSO 76 

Paraíso, eterno o terrenal… cada cual según sus preferencias. 76 

EL FRUTO PROHIBIDO DEL ÁRBOL 79 

Paraíso… esta es la primera historia escrita para esta semana 79 

EL ARQUITECTO FELIZ 84 

Tema libre, sin restricciones 84 

LE VOYEUR 86 

Todos hemos imaginado alguna vez una historia de vouyeurs 86 

HISTORIA DE UN COITO ANUNCIADO 90 

Tema libre, pero con truco. En algún momento del relato tiene que haber una descripción del acto. Sexual, claro. 90 

LA COMUNIDAD. 92 

Tema libre con una única restricción, tiene que aparecer la palabra JÚPITER.  ¡Suerte! 92 

NOS VEMOS EN EL PARO 96 

El relato tiene que partir de esta frase inicial:"El hombre estaba frente a la gran cristalera de su despacho, con la vista fija en..." a partir de la coma podéis seguir donde queráis. 96 

 

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PRÓLOGO

Esta publicación recoge un total de 28 relatos publicados por Xarbet en “El Club de los Jueves” en el período comprendido entre julio de 2008 y febrero de 2009.

“El Club de los jueves” nació de la mano de un grupo de blogueros de “La Comunidad” del diario “El País”, que se agruparon en un foro literario para publicar relatos de ficción.

Los cuentos son semanales y deben inspirarse en un tema concreto que es elegido de forma rotatoria por cada uno de los miembros del Club.

El tema propuesto aparece en todos los cuentos, después del título.

Otros relatos del club en:

crariza karmen-jt un-español-mas psiquiatra de familia elefantefor escoces castor jan rosa Bloody bandama4 carmen quadrophenia Louis Darval José Alberto

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FLATULENCIAS PELIGROSAS. Escrito por: Xarbet el 12 Feb 2009 - URL Permanente

Tema libre, pero en el relato debe aparecer una canción de los Beatles.

Sucedió de repente. Yo estaba en la oficina, tranquilamente, y sentí la necesidad de soltar una ventosidad, y pensando que sería suavecita y dulce, y que no se enteraría nadie, dejé que saliera. Me salió un pedo enorme que hizo que todos levantaran la cabeza, a la vez que yo la bajaba, avergonzada y roja de vergüenza.

Hubiera sido mejor que alguien se riera o que me insultara, se habría rebajado la tensión, yo habría pedido disculpas y todo se hubiera olvidado al día siguiente. Pero no, todos callaron, y yo no levanté la cabeza hasta que pasó por lo menos media hora. Por suerte, había sido muy ruidoso, pero no olía, porque si no, hubiera tenido que salir corriendo.

Hay un factor añadido, yo soy, delgada, rubia y ojos azules y mido uno cincuenta y siete, no cumplo los requisitos de matrona pedorreta. Nadie puede suponer que de un culito prieto y respingón, pueda salir tal estallido. Con todo, eso no hubiera sido nada, si no fuera porque al día siguiente…

Serian sobre las once de la mañana y sentí de nuevo el intestino hinchado. Y esta vez, escarmentada, salí pitando hacia el lavabo. Pues bien, el lavabo está junto a la oficina, puerta por puerta, y cuando entré, me desabroché los tejanos y dejé de apretar el esfínter. El pedo que solté fue casi tan estruendoso como la carcajada general que se oyó a continuación en la oficina.

Me quedé sentada en la taza del inodoro, totalmente confusa, sin saber qué hacer, y temiendo salir de mi escondite. Al cabo de un rato, un pestilleo me indicó que alguien también tenía sus necesidades, y tuve que salir. Silencio, pero miradas divertidas, y comentarios sobre el tiempo, los truenos y cosas así, que estuvieron a punto de hacerme llorar.

En días sucesivos, y a horas similares, me venía el típico retortijón, y para evitar las burlas, lo que hacía era salir, y meterme en el ascensor, así, mientras bajaba, podía soltar lo que tenía que soltar sin que nadie me oyera.

Pero un día, salí con prisas de la oficina para coger el ascensor, porque el intestino apretaba, pero después de apretar el botón de bajada, un niño de unos seis años, llegó corriendo por el pasillo y evitó que la puerta se cerrara del todo. Su madre llegó detrás de él, arrastrando a un Yorkshire y entraron todos en el recinto. Aguanté estoicamente durante cuatro

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plantas, pero entre la doceava y la onceava, solté gases con la violencia y ruido habitual. La señora cogió al niño y lo escondió tras suya, tirando a la vez de la correa del perro, temiendo quizá que hubiera alcanzado al niño o le hubiera matado el perro, y me lanzó una mirada furibunda de las que atraviesan muros. El niño, por si nadie se había enterado dijo: ¡Mamá, se ha soltado un pedo¡

Decidí que el ascensor no era una buena idea, porque tuve otro percance con un señor mayor, y evidentemente, no eran cosas para distancias tan cortas, por lo que tuve que volver al cuarto de baño, que no se por qué, no los hacen insonorizados.

Os podría contar el periplo que tuve que seguir en busca de consejo médico, pero ni aerored, ni Vichy catalán, ni las cataplasmas que me ofrecía mi madre, nada funcionaba, y yo seguía atronando el cuarto de baño con pasmosa regularidad.

Solución provisional me la proporcionó mi novio que es un manitas y construyó un cubo de unos cincuenta centímetros, aislado por dentro y con un agujero circular en la parte superior.

Era un cajón silenciador, que coloqué en el baño, y cuando me venía “aquello”, entraba, ponía el culo en el agujero, y la caja amortiguaba el sonido.

Mis compañeros de oficina, que habían pasado de las risas y las burlas a compadecerme, aceptaron que el artilugio ocupara un espacio del baño y siguieron con su táctica de no hacer demasiadas preguntas, pero yo había quedado marcada ya para siempre, y me encontraba bastante sola y aislada del resto.

Pero cuando algo va mal, siempre puede ir peor. Un día, se oyó un enorme pedo en la oficina y no era mío. Lo soltó uno de mis compañeros, que se quedó más asombrado que menos, como si no hubiera sido él el causante, pese a que era evidente. Y después de mirárselo todos a él, se giraron de nuevo hacia mí, como si fuera yo la transmisora de las flatulencias incontroladas y ultra sonoras.

Aquello fue sólo el principio, parecía que se hubiera levantado la veda, no es que fuera muy frecuente, pero de vez en cuando alguien atronaba el recinto, y algunos, que aprendieron a notar los síntomas previos, empezaron también a usar el cajón de los truenos, que había demostrado su eficacia.

La oficina se había vuelto triste, llena de gente acongojada, con los esfínteres prietos, temiendo a cada momento lo peor. Hubiéramos acabado todos locos, si no hubiera sido por la actuación salvadora del

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botones que a cambio de que le invitáramos a desayunar durante un año y que le dejáramos fumar en la oficina, nos encontró la solución.

Ahora ya no solo me la sé de memoria, sino que incluso me la he creído.

La publicidad subliminal ha funcionado.

Me ha convencido. ¡Estoy curada!

¡Estamos todos curados¡

Cada día, al empezar el trabajo, el botones, pone en marcha el casete, y durante toda la jornada se oye la canción:

Let it be, let it be.

Let it be, let it be

Whisper words of wisdom, let it be.

Let it be, let it be. Yeah

Déjalo estar, déjalo estar

Déjalo estar, déjalo estar

Susurrando sabias palabras

Déjalo estar

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ESCUELA DE RECICLAJE. Escrito por: Xarbet el 05 Feb 2009 - URL Permanente

“El reciclaje”, pero nadie especificó que era lo que se tenía que reciclar.

Mi mujer era una santa, como mi madre, hacendosa, honrada, fiel, señora de su casa y amante de su marido. Quizá el hecho de no tener hijos, influyera en su capacidad de dar siempre lo mejor de sí misma y de estar siempre a punto para lo que necesitara.

Hace solo unos días que ha muerto, y yo estoy sumido en el desconsuelo. No puedo dejar de pensar en los años que pasamos juntos, felices y dichosos.

Ella siempre se levantaba primero, sin necesidad de despertador, sin hacer ruido para no despertarme, y se ocupaba de las tareas propias de las mujeres en una casa. Arreglaba la cocina, preparaba el desayuno y bajaba al horno a por pan fresco. Solo una vez intentó descongelar una barra, pero como era inteligente, le bastó una mirada mía para darse cuenta de que aquello no era correcto. En las casas de bien, hay pan fresco cada día.

Luego, mientras se arreglaba y se vestía, me iba despertando poco a poco, para que me fuera acostumbrando al día. Y cuando veía que ya estaba a punto de levantarme, bajaba a servir el café, dejaba el desayuno listo en la mesa, junto con el periódico, y se iba a trabajar.

Solo cuando oía cerrarse la puerta de la calle, me levantaba. Entonces, bajaba a desayunar y leer tranquilamente el periódico. Hubiera podido levantarme antes, pero no me gustaba ver a mi mujer en bata y despeinada, prefería que me dejara todo listo y se fuera, así tenía yo toda la casa para mis abluciones matutinas.

La ropa que me tenía que poner, estaba por supuesto, cuidadosamente plegada y planchada sobre la silla del dormitorio, yo le decía que no importaba que me planchara los calzoncillos, pero ella le daba igual

planchar dos que tres.

Porque eso sí, no hay hombres sucios, hay mujeres que no saben cuidar a sus maridos, y luego, pasa lo que pasa. Mi mujer quería que cada día fuera con ropa limpia, la sucia la dejaba allí, pero no penséis que la dejaba de cualquier manera, tirada por la habitación, no, con el pié la apartaba y la

amontonaba en un rincón, así le era más fácil de recoger.

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Yo normalmente comía en el trabajo, tenía tiempo de llegar a casa, pero a mediodía era cuando mi mujer aprovechaba para hacer las camas, limpiar el baño y dejar la cena encaminada, por eso era mejor dejarla sola, se apañaba mejor. Comía cualquier cosa, ya que hacia régimen, y dejaba la casa lista.

Menos los Lunes, Miércoles y Viernes, que tenia partida de mus con los amigos, yo solía llegar antes a casa, y me gustaba encontrarla limpia y aseada, luego cuando ella llegaba, preparaba la cena y ponía la mesa en el comedor, ya que no me gustaba hacerlo en la cocina, así, además, podía ver el televisor.

Con mi mujer, no tuvimos apenas peleas, solo una vez tuve que reconvenirla, ya que cuando yo me iba a la cama, ella aprovechaba para planchar en la habitación contigua, y cogió la mala costumbre de canturrear por lo bajini. ¡No podéis imaginar lo que molesta oír un murmullo cadencioso y monótono, cuando alguien que llega cansado del trabajo, intenta dormir!

El problema fue que a pesar de que ya la había reñido un par de veces, seguía entonando melodías al son de la plancha. Hasta los vecinos se enteraron aquel día de la bronca que tuve que echarle. Luego me supo mal, porque no lo hacía a propósito, como era de carácter alegre, se le escapaba el canto, pero así y todo, la culpa fue suya.

En fin, que os voy a decir, una santa, que Dios la tenga en la gloria, he cogido unos días de vacaciones, para recuperarme de todo eso, me he ido a un hotel en la playa, para descansar, mientras pienso en como reconducir mi vida.

Lo que me ha mosqueado es lo que me ha dicho mi secretaria esta mañana cuando me he despedido. Le he comentado que tendría que empezar a salir para buscar una nueva pareja, y la muy tonta, se ha puesto a reír, y me ha dicho que ya puedo ir a clases de reciclaje. NO SÉ A LO QUE SE HABRÁ REFERIDO

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L'AMO EN XEC DE BINIXARBET Escrito por: Xarbet el 29 Ene 2009 - URL Permanente

Un relato donde aparece un señor cercano a cumplir los setenta años, que ha vivido toda su vida a orillas del mar, y que sus hijos deciden llevárselo a la ciudad…

L’amo en Xec de Binixarbet, había sido toda su vida un hombre del campo. En el sistema agrario menorquín, l’amo, era el payes que llevaba la finca propiedad del senyor, y la explotación era a medias. Vivía con su mujer, madona, en ses cases del lloc, en la planta baja, reservando la parte superior para el propietario, el cual, rara vez lo utilizaba, salvo algún mes en vacaciones.

Toda su vida había vivido de la tierra. Las vacas, algunas ovejas, el gallinero, el cerdo, y los campos, eran sus fuentes de ingresos, los cuales se repartían con el propietario, una vez separado lo que era consumo propio y del senyor.

Durante muchos años, el lloc de Binixarbet, había sido un predio próspero, tres missatges, y a veces hasta cuatro, estaban a sus órdenes para arar los campos y ordeñar las vacas. Las paredes de ses tanques estaban siempre cuidadas y sin enderrosalls. Las casas, debidamente encaladas, y en la formatgeria muchas fogasses de queso, se iban curando.

Sólo habían tenido una hija, y hacia ya mucho tiempo que se había ido a vivir a Madrid con su marido. Cada año venia por vacaciones a pasar unas semanas con sus hijos.

En estas visitas era cuando l’amo, se sentía un poco desorientado, al ver que sus nietos, tenían miedo a los perros, se asustaban del cerdo, y ni siquiera querían montar a “Vessut”, el magnífico caballo de fiesta que sólo salía en las Colcades de Maó y Sant Lluís.

Se preguntaba en que se entretenían los niños hoy en día, ya que los veía ociosos y aburridos. Preguntaban por qué aún no había tele en el lloc.

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Había incluso intentado llevarse a Jordi, su nieto mayor, a pescar salpas con el rai, pero no había sabido estarse quieto en cuclillas, a esperar que los peces, subieran sobre la barbada a alimentarse de hierbas marinas. Su inquietud el urgía a que tirase cuanto antes la red, y no pescaron ni una.

Pasaron los años, y llegó un momento en que ya no pudo ocuparse del predio. El senyor, intentó buscar otro payes, pero nadie quería ocupar el lugar, y quitaron los animales, y dejaron de sembrar los campos, solo unas gallinas y unos conejos, seguían dando un poco de vida al lugar. El propietario no se atrevió a decirle que abandonase las casas, pero cuando murió madona, l’amo en Xec, se encontró sumido en un profundo dolor y un inmenso vacío. Se encontró además que no sabía cuidar de una casa ni de sí mismo.

Su hija, decidió llevárselo a Madrid, cuando Xec, que ya no era l’amo, triste y abatido, empezaba a mirar con demasiada insistencia la cuerda del pozo y la enorme higuera que había frente a ses cases.

El viaje, fue para Xec, que no había salido nunca de la isla, una auténtica aventura. A menudo, mientras estaba en el campo, trabajando con la azada, veía a los aviones acercarse desde un punto lejano del cielo, hasta que le pasaban por encima con su panza plateada. Eran momentos en los

que el puntito negro del suelo que había visto acercarse al puntito negro del cielo, se quitaba el sombrero de paja, se pasaba la manga por la frente sudada, y liaba lentamente un cigarrillo. Pensaba después de las primeras caladas en aquella bestia que acababa de pasar y en quienes deberían ser los que iban dentro.

Subió al avión sin decir nada, desde el autobús que lo llevaba hasta la nave, no parecía ni tan grande ni tan fiero. El que su hija estuviera a su lado lo tranquilizaba, pero cuando el avión empezó a volar, y por la ventanilla, vio

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las tanques verdes y marrones, perfectamente parcelados con pared seca, pasar bajo su vista a velocidad de vértigo, se sintió como mareado, e incluso le pareció ver a un payes, en medio de un campo, como un puntito negro que se quitaba el sombrero y se secaba la frente con la manga.

Luego, solo vio nubes y, algún trozo de mar de vez en cuando, y al cabo de un tiempo, tierras inmensas, sin ninguna pared que las delimitara y enormes montañas que se encadenaban una a otras y que parecían no tener fin.

Durante los últimos cinco años, ya jubilado, y sin demasiadas obligaciones, había pasado muchas horas frente al televisor. Por eso, desde el taxi en el que atravesaban Madrid, no se sorprendió ni de los edificios, ni del tránsito, ni de la gente. Lo tenía ya muy visto en multitud de películas y reportajes.

Más extraño le resultó la pequeñez del piso donde iba a vivir a partir de ahora. Pero decidió hacer lo posible para acostumbrarse, no quería ser una molestia para sus hijos, y sabía que tenía que hacer un esfuerzo de adaptación.

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Pero al día siguiente, por la mañana, después de que todos se fueran al colegio o al trabajo, se sintió agobiado en aquel piso, y decidió salir a la calle a pasear.

El encuentro con la calle, fue tremendo, intentaba saludar a la gente con la que se cruzaba, pero nadie respondía a su saludo, algunos le miraban sorprendidos, otros ni siquiera levantaban la vista. Se asustó al ver las miradas vacías y sin dirección de los transeúntes. No entendía que todos tuvieran o aparentaran prisa

Tuvo que pararse apoyado en una farola, para evitar que lo empujaran, y estuvo durante un rato, contemplando la vorágine humana que corría apresurada. Le pareció por un momento que veía un gallinero con las gallinas huyendo del acoso del gallo. Pero por allí no había nadie que persiguiera a nadie, sino que parecía que huían de sí mismos, y deambulaban sin ton ni son.

Luego, lentamente siguió su paseo, intentando no ser absorbido por la corriente humana, estuvo recordando la escena de la mañana, cuando sus hijos y sus nietos, organizaron una autentica escena de prisas y pánico para conseguir vestirse, arreglarse, desayunar y salir corriendo para no llegar tarde a clase o al trabajo.

Y sin darse cuenta, su paso cansino fue aumentando su ritmo, y se dio cuenta que se estaba integrando en la gente que le envolvía, y pensó que era su destino y que se tenía que acostumbrar a su nueva vida

Si hubiera podido hablar con su hija después de que aquel coche le atropellase violentamente, le hubiera dicho que no lo había hecho a propósito, que no era como cuando miraba la higuera y la cuerda del pozo, que simplemente había intentando andar sin mirar, como hacían los demás.

Y, desde el suelo, en medio de un charco de sangre, sabiendo que su herida era mortal, pensó que tampoco le había importado demasiado ver el coche que se precipitaba sobre él.

En su agonía, se acordó de aquella vez que cayó desde lo alto de la higuera sobre la pared que la rodeaba provocando un enderrosall que lo envolvió de piedras, aquel día también se sintió morir, y ahora, pensando que estaba allí, debajo de la higuera, rodeado de las centenarias piedras de las paredes de sus tanques, esbozó una sonrisa.

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Confieso que me ha costado intentar describir en castellano la vida de un payés en Menorca, La primera intención era escribirlo en catalán e incluir una traducción, pero al final, simplemente he incluido algunos términos nuestros que no podía de ninguna manera traducir. Incluyo un pequeño glosario para los que no los entiendan.

Glosario de términos L'amo, es el explotador del predio, contratado por el propietario para que las cultive y cuide los animales, el contrato era a medias, repartiéndose las ganancias.

Madona es la mujer de l'amo, tenía mucha importancia, era la que administraba la casa, y ayudaba en las tareas del campo, sobre todo en la confección del queso. Una fogassa es una pieza de queso, prensado con telas, a punto de ponerlo en salmuera. Un missatge era un mozo contratado por l'amo para ayudarle en las labores del campo, algunos eran "missatges de tot l'any" y otros eran "llogats" por meses.

Enderrosall es cuando una pared seca, típica de Menorca se desmorona, a veces solo una piedra que cae, provoca la caída de muchas otras, esto es un enderrosall. Ses Cases, es el conjunto de edificaciones del lloc, donde viven las personas y con dependencias también para los animales, como los bouers (boyeras) y cuadras. Sa formatgeria era un recinto de ses cases donde se cuajaba la leche para producir queso. Es rai, es una red circular con plomos en todo su perímetro y con una cuerda en el centro, que se lanzaba describiendo un círculo y atrapando a los peces que estaban en la orilla a poca profundidad.

Sa Barbada. Es una zona de la costa de poca profundidad, algo así como un palmo, recubierta de "barbas", es decir, hierbas marinas. Algunos peces, como las salpas, van a comer allí, momento en que se aprovecha para tirar el rai.

Algunas higueras, y otros árboles, para evitar que los animales se comieran las ramas, se rodeaban con una pared seca, así se aprovechaba el exceso de piedras de nuestra isla.

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LA BELLA DURMIENTE DEL BOSQUE Escrito por: Xarbet el 22 Ene 2009 - URL Permanente

“Un cuento de cuento” o un cuento en otro cuento, llamadlo como queráis

Aquel día Ceferino, estaba de mal humor, y como hacia siempre que las cosas no le iban tal y como quería, se puso su traje de ciclista, cogió su bicicleta y se fue a pedalear

Era una persona meticulosa, y se vistió con su traje completo de ciclista, maillot amarillo con anagramas rojos de su club, culotte negro hasta media pierna,

borceguíes reglamentarios, gafas de sol panorámicas, y el inevitable casco tipo spiderman, que le daba un cierto aire surrealista.

Le gustaba pedalear, a caballo de su bicicleta se sentía como un caballero medieval a lomos de su corcel, trotando a través de los tiempos en busca de aventuras y lances amorosos, su bicicleta era su fiel acompañante que no le fallaba nunca y con la que estaba unido e identificado.

El problema era que su imagen y prestancia, cambiaban cuando bajaba de su bicicleta. Su figura altiva y veloz, era sustituida al descabalgar por un cuerpo delgaducho y bajito con hombros anchos y culo estrecho, sostenido por unas piernas peladas y nervudas.

Al cabo de bastante tiempo de pedalear, cansado y sudoroso, bajó de la bicicleta para descansar junto a un árbol muy frondoso. Le llamó la atención un pajarito que iba volando a su alrededor, como si quisiera llamar su atención. De vez en cuando se posaba en una rama cercana y piaba constantemente.

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Se levantó de su asiento para acercarse al animalillo, el cual, al verle acercarse, voló a una rama un poco más allá, y siguió piando, como indicándole que lo siguiera. Así lo hizo, y durante un tiempo, de rama en rama, Ceferino se fue adentrando en el bosque.

El pajarito le llevó por fin hasta una mata muy tupida y cerrada, en la cual, había un pequeño túnel, por el que se adentró el animal. No dudó nuestro caballero ciclista en adentrarse en la espesura aunque tuviera que ponerse a cuatro patas.

La pared de maleza era gruesa y desembocaba de repente en un claro totalmente cubierto por las ramas en cuyo centro había un enorme castillo.

El puente levadizo estaba bajando, y los centinelas estaban tumbados en el suelo, dormidos. Al principio pensó que estaban muertos, pero no, respiraban y tenían una apariencia de paz y sosiego.

Se fue adentrando en las dependencias del castillo, y comprobó que todos los moradores estaban igual que los centinelas, como si el sueño les hubiera sorprendido de repente y habían quedado en sus sitio, inmóviles, a punto de reanudar su vida en cualquier momento.

Por las vestimentas de la gente, se dio cuenta de que eran de una época muy anterior a la actual, posiblemente cientos de años, pero no se veía polvo ni suciedad, ni señas de abandono, todo seguía pulcro y en su sitio, como en un cuadro.

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Poco a poco, fue revisando todas las estancias, hasta que llegó hasta el dormitorio principal, donde reposaba en el lecho una princesa hermosísima. Era blanca como la leche, y tenía el pelo como el oro, su vestido azul cubría el cuerpo más perfecto que se pudiera imaginar, solo en uno de sus dedos, un hilito de sangre, indicaba que se había herido. En el suelo un huso, indicaba el objeto con que se había pinchado.

Se acercó cautelosamente hacia la princesa, y recordando un cuento que su madre le leía de pequeño, acercó sus labios a los suyos y depositó en ellos un casto beso.

De pronto, todo el castillo empezó a cobrar vida, las damas de la corte, los centinelas, las criadas, los lacayos, todos despertaron de su letargo, a la vez que la princesa, se incorporaba de su lecho con una mano en la cabeza intentando salir de su largo sopor. Se acercó el dolorido dedo a los labios, enjuagando la sangre, y abrió los ojos para ver al príncipe que

la había salvado.

Ceferino, que era pequeñito, delgado, con su culotte, las rodillas huesudas, el casco y su maillot sudado, no debería ser justamente lo que esperaba ver la princesa, incluso puede que lo confundiera con un escarabajo, porque dio un tremendo alarido, y se desmayo cayendo de nuevo sobre la cama. Junto a ella, como en un castillo de naipes, todos los habitantes del castillo cayeron de nuevo en un profundo sopor.

En vano intentó nuestro esforzado ciclista en zarandear, mover o besar a la princesa, estaba como muerta, y asustado, salió corriendo del castillo, saliendo del claro oculto del bosque y volvió pedaleando al galope tendido, como un poseso a su casa.

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Todavía hoy duda si volver o no al claro del bosque, de momento, lo que ha hecho ha sido quitar todos los espejos de su casa, por si acaso.

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FAUSTINO EL "MANITAS" Escrito por: Xarbet el 15 Ene 2009 - URL Permanente

“Una reparación en casa”, y nos ponemos manos a la obra.

Faustino, empresario catalán del textil, estaba preocupado por su matrimonio. Hacía días que notaba que su rutina había cambiado, ya no eran una pareja que vivían juntos el día a día, su mujer estaba demasiado expresiva, demasiado pendiente de llevarse bien. Iba más arreglada, más preocupada de su físico, de la peluquería, del gimnasio, de la dieta. Pero sobre todo la veía más alegre, más contenta, dicharachera, simpática, como si le sobrara energía, vitalidad. Como si tuviera una vida paralela a

la que vivían juntos y que la hacía feliz.

Aumentó su confusión al repasar las facturas de casa a fin de mes. Había una de reparación de un grifo, una de electricidad, cosa de un interruptor, una del frigorífico, y otra de la cocina.

Podía haber sido casualidad desde luego, pero lo curioso era que el mes pasado, había también facturas varias de reparaciones en casa, al parecer, se había estropeado el termo, habían venido a

reparar una gotera, y el operario de telefónica había dejado una cuenta de revisión del ADSL

Pero por otro lado, estaba contento de verla tan feliz y tan alegre, y también tan vital y tan activa en la cama. Prácticamente cada día le pedía guerra, y sus polvos habían mejorado mucho, no solo en cantidad, que era evidente, sino en calidad. De hecho, estaba un poco agotado. A veces le decía, que si seguía así, tendría que buscarse un novio, y ella reía con ganas y volvía a buscarle las cosquillas.

Y él, preocupado y confuso, pensaba y pensaba, porque de hecho no era que su matrimonio no fuera bien, sino que iba demasiado bien, demasiado rodado, era como vivir un episodio feliz y le daba miedo que aquello no fuera sino el preámbulo de una crisis.

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En las cuentas del mes siguiente, volvía la retahíla de facturas, ésta vez el carpintero había arreglado una cerradura, el pintor había solucionado un problema de humedad en su dormitorio, y el ordenador había necesitado una puesta a punto.

Lo curioso del caso era que él se enteraba de las reiteradas reparaciones por las facturas, no le consultaba, ni le pedía como hacía antes que avisara al carpintero o al albañil. Ella se encargaba de llamarlos y los trabajos se realizaban mientras él no estaba en casa. Ni se daba cuenta del problema ni veía la solución, sólo la factura inmisericorde que llegaba cada fin de mes.

Al final decidió ir a un investigador privado para que le indicara lo que tenía que hacer, había intentado hablar con su mujer, pero ella le decía que la culpa era suya por ser incapaz de arreglar nada, y como era

verdad, tuvo que callar.

El detective, le dijo que la única solución para saber lo que pasaba en su casa era instalar un circuito de cámaras y grabar lo que acontecía durante su ausencia. El presupuesto era caro y la logística complicada, pero accedió, le dijeron que lo podían facturar como gastos de empresa, y esto acabó de decidirlo. La instalación se hacía en dos horas y se tenían que poner de acuerdo algún día que fueran a

cenar o de compras para que la empresa especialista instalase las cámaras.

Y el fin de semana, pudo conseguir sacar a su mujer de casa durante el tiempo suficiente para que los “fontaneros” hicieran su trabajo.

Durante toda la semana siguiente, se fue moviendo por su casa como si estuviera en un mostrador, sabiendo que todo lo que pasaba estaba siendo grabado. Tenía una reunión con el detective el jueves, y le costó esperar a que llegara el día.

Cuando llegó a las oficinas del investigador privado, le esperaban ya en la sala de proyecciones, le habían preparado un vídeo de los momentos más interesantes de lo grabado.

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El trágala, duró poco más de veinte minutos. Durante este tiempo, pudo ver cómo muchos días, a media mañana, entraba algún operario en su casa, y como su esposa se lo pasaba por la piedra con una habilidad, solvencia y dedicación que asustaría hasta a un cura.

Vio pasar a rudos fontaneros, espigados carpinteros, encorbatados informáticos, zafios carteros, hasta el frutero con su inmenso bigote y el botones del hotel,

joven y barbilampiño, hacían preciosos trabajitos a su querida esposa.

Salió furioso de la entrevista con el vídeo de las pruebas de las escenitas de cama en la cartera.

Cuando llegó a su casa, se puso a revolver como un poseso en su escritorio, estuvo recopilando todas las facturas que tenia de los tres últimos meses, luego las puso por orden, las numeró y las cotejó con el calendario, apuntó también las notas del supermercado, de la frutería, del mensajero, todo lo dejó ordenado y preparado.

Estaba a punto de salir con su legajo de facturas, cuando entró su mujer. Venia como siempre, alegre y contenta, dijo que venía del gimnasio.

-Claro, el gimnasio, -pensó-, se le había olvidado el gimnasio, y también la esteticienne, y el masajista, y la sauna. Pero no importaba, con lo que tenía en la cartera de momento, había más que suficiente.

-Me voy querida, tengo mucho trabajo, tengo que hacer unas visitas a unos profesionales que hacen reparaciones a domicilio.

Porque –pensaba mientras bajaba la escalera- uno puede ser un cornudo, pero tonto no. Voy a conseguir que me devuelvan el dinero de todas estas reparaciones.

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EL FRUTO DE TU VIENTRE. Escrito por: Xarbet el 08 Ene 2009 - URL Permanente

En alguna parte del relato ha de contarse que una persona encuentra en un cajón o armario perdido, un diario olvidado por otra persona o una novela anónima, perdida e inédita.

La puerta del portal estaba entreabierta, y no me sorprendí. La luz no se encendía, y no quise oír el aviso. A veces hay que hacer caso a esos s pequeños detalles, a los avisos que nos envía el subconsciente. Tenía que haber hecho lo que pensaba, salir de nuevo a la calle en vez de seguir hasta el fondo de la entrada hacia la puerta del ascensor. Algo me decía que iba mal, pero fue más fuerte la inercia, las ganas de llegar a casa, de acabar por fin la jornada laboral. Estaban agazapados junto al hueco de la escalera, y cuando me quise dar cuenta, un brazo de acero me sujetaba por detrás y una mano enguantada en cuero me tapaba la boca.

Luché, mordí, pateé, pero eran tres, o quizá cuatro, nunca lo supe, solo recuerdo las cabezas rapadas con las crestas, los aros en las orejas, el olor a cuero. Y luego, las manos ávidas manoseando mi cuerpo, la ropa

rasgada, el contacto no deseado y odiado, la penetración brutal, el aliento fétido. No recuerdo ni cuando deje de luchar, ni cuando empecé a llorar. Solo el recuerdo de quedar tirada allí en el suelo, dolorida de cuerpo y alma, con la vergüenza inmensa de lo que había pasado, y el estúpido temor de que alguien me viera en aquellas condiciones.

A duras penas entré en el ascensor y pulsé el botón del quinto. Me costó incluso llegar a la puerta del piso. Allí me quedé acurrucada sin poder abrir la puerta, no sabía ni donde estaba el bolso. Allí me

encontró mi marido, sentada en el suelo, llorando y gimiendo.

Pienso que el segundo gran error fue no llamar a la policía. Juan estaba anonadado, llorando conmigo, y yo sólo tenía ganas de estar sola, de intentar pensar que aquello no había pasado. Ni siguiera el agua de la ducha fue bálsamo para mi espíritu maltrecho, tenia hematomas y magulladuras, pero no solo en la piel, también en el alma.

No sé por qué se me ocurre escribir ahora esto, han pasado ya nueve meses, el ser que se mueve en mi vientre está a punto de querer ver la luz del sol, a veces tengo miedo de que salga de mi vientre con una cruz gamada tatuada en la cabeza.

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Cuando pasó “aquello”, Juan y yo llevábamos ya nueve años de casados y no habíamos conseguido tener hijos, teníamos cita en unos días con un especialista. Aquello trastocó nuestros planes, yo no sé por qué, pero intuía que había quedado embarazada.

Durante semanas hablamos en silencio, el tema estaba presente sin mencionarlo, todas las posibilidades estaban abiertas, no era tiempo de buscar soluciones, quizá ni siquiera habría problema.

Pero cuando tuve la segunda falta, supe que mis premoniciones se habían cumplido, unas gotitas de orina lo confirmaron, un nuevo ser anidaba en mi seno.

De nuevo se plantearon todas las dudas, todas las posibilidades, el aborto era la opción más lógica, pero no era mi decisión.

Aquella noche cuando llegó Juan yo llevaba aquel vestido negro con un escote imposible, la mesa estaba puesta, las velas encendidas, la botella de vino oreando, el salmón y el caviar primorosamente preparados.

Llevábamos muchos meses sin hacer el amor, desde el suceso de la escalera, yo estaba esquiva y temerosa, pero aquella noche nos encontramos de nuevo, abiertos con toda la confianza, entregados, sumisos, exigentes, amantes, locos de amor y de besos.

Y allí, tumbados aun sobre la alfombra, borrachos todavía de vino y de pasión, le dije a Juan que mi hijo sería sietemesino, que no iba a abortar, que sería nuestro hijo, al que querríamos con locura, al que educaríamos en el respeto a los demás y a la libertad.

Noto ya las contracciones del parto, pronto saldremos hacia el hospital, pero antes tengo que terminar esta carta, quiero que algún día se sepa la verdad, aquella que duele pero que cicatriza heridas y pone todas las cosas en su sitio.

Todavía tengo dudas, las tendré siempre, ¿será mi hijo como aquellas bestias que me violaron, o crecerá sano y noble? Pero tengo confianza en este pequeño que se mueve en mi vientre, el será mi hijo

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Miguel no pudo sujetar por más tiempo el papel entre sus manos, se le escurrió de entre los dedos y se cayó al suelo, allí fue a parar también él, de rodillas y llorando.

Había encontrado la carta buscando dinero entre los cajones de la mesita de noche de su madre, hacía dos meses que se había ido de su casa a vivir con su pandilla del barrio, cuando sabía que la casa estaba vacía, iba

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a comer lo que había en la nevera y a buscar algo de dinero. Siempre había unos billetes en el cajón superior de la mesita de noche, pero aquel día solo había una carta.

Se levantó y el espejo de la cómoda, le devolvió su imagen, de callejero, con sus pendientes, su chaqueta de cuero, su cresta, sus mil cremalleras oxidadas.

Hubiera querido pegarse, odió su imagen y se odió a sí mismo, levantó su mano dirigiendo el índice a su sien simulando pegarse un tiro. Pensó en el sufrimiento de su madre y se odió todavía más.

Estuvo a punto de irse, sentía la llamada de la calle, de la cerveza, de las chicas, pero no fue capaz. Silenciosamente se quitó la cazadora, después las botas, quedaron allí en el suelo, junto con la cadena que llevaba al cuello, y los aretes.

En el baño había suficiente jabón y hojas de afeitar, tenía que intentar cambiar su aspecto antes de que llegase su madre. Tenía ganas de abrazarla, de pedirle perdón, de besarla.

Cuando al cabo de un rato, se miró de nuevo en el espejo, su aspecto había cambiado. Ya no lucia aquella agresiva cresta, los piercings en las cejas y la lengua ya no estaban, se había puesto una camisa, e incluso su mirada había perdido parte de su dureza.

Pero no fue capaz de ponerse los mocasines, de hecho, se los quitó enseguida, sin dar un paso siquiera, era un rechazo instintivo, pero brutal.

Fue a recuperar sus botas claveteadas y se sintió de nuevo seguro, pisando fuerte, lo probó dando una patada a una silla, que fue a parar al fondo del salón.

Y salió furioso de la casa, dudó entre el ascensor y las escaleras, pero todo era demasiado lento,

tenía necesidad de llegar a la calle, la casa le oprimía.

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Y el hueco de la escalera era demasiado atractivo, insondable, profundo, de una patada rompió la barandilla, miró como caían los barrotes de madera, luego los siguió a través del vacío.

Quedó allí tendido, muy cerca de lugar donde diez y seis años antes, un grupo de gamberros había violado a una mujer que volvía del trabajo.

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CLODOMIRO FERNÁNDEZ Escrito por: Xarbet el 18 Dic 2008 - URL Permanente

El protagonista del relato sale la noche del sábado, y al volver a casa, comprueba que ha perdido sus llaves… No vale acudir a casa del amigo a dormir.

Cuando se murió el vecino que ocupaba el primero primera, aquella puerta del rellano, situada enfrente de la suya, empezó a cobrar vida. De estar siempre cerrada, empezó a tener movimiento constante. Al parecer, el piso, lo había alquilado la propietaria del bar de alterne de la esquina, y lo usaban como punto de cita y de encuentro.

El movimiento empezaba a partir de las diez de la noche, y él, se levantaba y se ponía a fisgar detrás de la mirilla de la puerta. Normalmente primero subía ella, y a pocos pasos el cliente, llamaban a la puerta y esperaban un rato hasta que les abrían y entraban los dos. Al cabo de unos quince minutos, se veía la salida del cliente, con paso apresurado, y poco

después, la prostituta, con el mismo paso tranquilo con el que había entrado.

Situarse detrás de la puerta al oír la puerta de la calle que se abría, fue pronto una costumbre. Desde que se había muerto su madre, se encontraba muy solo y aburrido, pero no estaba obligado a usar el aparato antimastubador, con el que había estado durmiendo desde los doce años.

Aquello le producía una especial sensación de libertad, por eso se acostaba a las ocho, después de cenar, sabiendo que tendría un par de horas de sueño antes de empezar su jornada de vigilante mirillero.

Su madre siempre le había advertido de las pelanduscas que iban por ahí, propagando enfermedades mortales que hacían que la carne se fuera cayendo a pedazos, y él siempre se había sentido muy cohibido delante de las mujeres. De hecho, prefería mirarlas de lejos, observarlas, pensando en que quizás algún día encontraría a su compañera perfecta.

Ver subir a las chicas, con sus faldas cortas, y sus escotes generosos le producía especial excitación, su mano y su imaginación ponían el resto, y en aquellos momentos, se admitía paja como animal de compañía.

Si alguien lo hubiera podido ver a él, tal y como espiaba a los vecinos, habría contemplado una escena algo patética.

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Estaba de pié, frente a la puerta un poco inclinado para ajustar su vista a la de la mirilla, en calzoncillos y camiseta de tirantes, con una mano apoyada en la puerta, y la otra pululando por peteneras. Y un detalle no nimio, desde que se le habían roto las zapatillas, cuando se levantaba de la cama, se calzaba unas botas de piel girada, afelpadas por dentro, eran cómodas y fáciles de poner con su cremallera lateral, y su suela de goma las hacía silenciosas y discretas.

De esta guisa estaba cuando un día, un hecho inesperado fue a romper la rutina.

Un cliente, que había entrado hacia pocos minutos, de repente salió corriendo con la camisa desabrochada y el pantalón a medio subir, yéndose escaleras abajo.

Al poco tiempo salió ella.

El la conocía de verla subir y bajar. Era una chica rubia, pequeñita, que vestía siempre una minifalda azul y una camiseta corta que dejaba su vientre al aire. Pero ahora salía llorosa, con un zapato puesto y el otro en la mano, y con la camiseta desgarrada a la altura del hombro descubriendo una tira de un sujetador negro.

Se sentó en el suelo en el rellano, sin decidirse a bajar, cogiéndose las rodillas con los brazos y llorando desconsoladamente.

Clodomiro, sin pensar demasiado en lo que hacía, abrió la puerta y salió a consolar a la chica. La cogió de los brazos y la hizo levantar, ella ni opuso resistencia ni se ayudó demasiado, por lo que el contacto con aquel cuerpo, lo hizo estremecer. Nunca había pensado que las mujeres fueran tan blanditas y tan suaves. Y sintió levantarse el ánimo dentro de sí, y notó como se elevaba el frontal de sus calzoncillos y una eyaculación prematura empapó la prenda. Notó de inmediato, la habitual languidez en sus piernas que hizo dejar de sostener por un momento a la chica, la cual, creyéndose que caía, levantó la vista, y al verlo, dio un alarido tremendo y escapó corriendo escaleras abajo.

En el mismo momento en que la chica escapaba, la puerta de su piso, se cerró con estrépito.

El portazo lo hizo volver a la realidad. Y ésta era bien dura, estaba en calzoncillos, en el rellano de la escalera sin llave ni manera de abrir, y con un sospechoso manchurrón braguetero que indicaba claramente lo que había pasado.

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Por un momento, en su mente, pasaron rápidamente todas las posibilidades. Su primer impulso fue hacer como había visto en las películas, embestir fuerte con el hombro y derribar la puerta. Pero un solo vistazo a la puerta y a su esmirriada figura le hizo desistir.

El vivía en el primero segunda. Del primero primera ni hablar, a lo mejor todas las putas repetían lo del alarido. Quedaba el segundo piso, de allí podía intentar descolgarse por el balcón.

En el Segundo primera vivía un guardia civil con bigote que tenía una hija de muy buen ver, y que se lo miraba con mala cara cada vez que se cruzaba con él en la escalera. No quiso ni pensar en lo que pasaría si llamara a la puerta de esta guisa. Pero en el otro piso, vivía una anciana pacifica que quizá le ayudaría.

La anciana del segundo, le abrió la puerta, y se lo miró de arriba abajo. Él le explicó que se le había cerrado la puerta y si podía intentar acceder a su casa a través de su piso. La mujer, sin despegar los labios, y sin abrir del todo la puerta, seguía mirándoselo, como sopesando la situación, evaluando posibilidades. Después de un rato, abrió del todo la puerta y le indicó con la cabeza que pasara.

Clodomiro entró rápidamente y se dirigió hacia el balcón de la sala, la que daba a la calle, allí, miró hacia abajo, no lo vio muy claro, pero había un canalón de desagüe cercano en el que pensó que podía apoyarse para descender.

No había tiempo para demasiadas vacilaciones, y pasó por encima de la barandilla y apoyando un pié en la tubería y cogiéndose con la mano en el pasamano, empezó a descender y quedó colgando sobre el balcón de abajo, y con un movimiento pendular, consiguió caer dentro, no sin antes darse un golpe contra una botella de butano.

No recordaba haber dejado la bombona allí, pero lo importante era que estaba dentro. Solo la puerta del salón, pero esta era doble y acristalada y con un empujón del hombro intentó abrirla. La jodida puerta, crujió, pero no cedió, y después de tres intentos, decidió que tenía que romper el cristal. Cogió para ello una maceta de geranios.

No sabía de dónde había salido aquella maceta, pero para el caso daba lo mismo. El cristal cedió y se hizo mil añicos. Con el impulso, entró hasta la maceta. Quitó los cristales que habían quedado en las juntas y entró apartando la cortina en el piso. Tampoco recordaba tener cortinas en la puerta del balcón, ni tres parejas semidesnudas y una señora gorda que se lo estuvieran mirando con sorpresa desde el fondo de la habitación

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Son situaciones en las que lo primero que hay que hacer es juntar las rodillas y ponerse las manos púdicamente en el regazo, poniendo cara de pena. La estratagema surgió efecto, porque la señora gorda, a la que evidentemente no le gustaban los hombres sin cartera, empezó a insultarle y a maldecirlo, llamándole voyeur y desgraciado, a la vez que le indicaba el camino de la puerta. Corrido -nunca mejor dicho- y avergonzado, cruzó el salón y se encontró de nuevo, en el rellano de la escalera.

Entonces, hizo lo que tenía que hacer, nadie le había ayudado, por lo que tomó la decisión. Rompió el cristal de la cajita y pulso el botón de alarma de incendios.

En un plis plas, hubo una autentica revolución, ulular de sirenas, gritos, carreras, tropel de personas bajando por la escalera, y en la acera al poco rato, un montón de gente en ropa interior mientras los bomberos subían al edificio.

Allí, junto al vecino del segundo, el guardia civil con mostachos que también lucia unos calzoncillos como los suyos, pero con el tricornio puesto, la verdad es que no hacia ningún mal papel.

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EL CLUB DE LOS JUECES Escrito por: Xarbet el 11 Dic 2008 - URL Permanente

Os propongo escribir sobre una noticia del periódico, vale cualquier periódico, cualquier noticia, incluso, un artículo de opinión, ¿qué tal? ¿Os gusta? ¡Mucha suerte!

Hacía ya tres días que había ingresado en aquella cárcel. Procuraba estar todo el tiempo posible en la celda que habían habilitado para él solo, pero a veces también tenía que salir al patio como los demás, y pese a que se ponía en un rincón, la mayoría de presos se lo miraban con interés. De alguna manera no era habitual ver a un juez en la cárcel.

Fermín Cantamisas, aún no se podía creer lo que le había pasado. Su encarcelamiento era una de las injusticias mayores que se habían hecho en el país. El era una persona íntegra y de conducta intachable. Había dedicado toda su vida a su trabajo y a su familia. Largos años de estudio y oposiciones, sin salir de fiesta, sin divertirse, quería se Juez, y durante muchos años, su habitación donde estudiaba y la iglesia donde iba a rezar eran los únicos espacios donde había vivido.

Recordaba su primer destino en 1987 en Chiclana, tenía por aquel entonces 29 años. Allí, ya puso la primera piedra de lo que sería su labor como juez.

Aquellas dos desvergonzadas que se paseaban con los pechos al aire por la playa, se encontraron enfrente a un hombre que no se deja ofender ni amilanar, tuvieron su merecido. Pese a ser absueltas, los tres días de cárcel no se los quitó nadie.

Y es que no se puede dejar la justicia, en manos de gobiernos corruptos que permiten indecencias o que traten a los hijos como cobayas humanos. Hay una

ley de dios, eterna, inmutable, única verdad. Esta ley está por encima de politicastros y leguleyos.

Ahora, veinte años más tarde, ha tenido que poner de nuevo por encima de lo escrito en la ley humana, la Ley de dios, propia de los hombres íntegros. ¿Cómo es posible que una pareja de lesbianas, decida tener un hijo, por inseminación artificial, y pretender mediante adopción, que las dos sean madres de la recién nacida? ¿Es que nadie se da cuenta de que esta niña será mañana lesbiana?

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El lee la biblia cada noche, y también “Camino”, libros de cabecera que le iluminan el sendero a seguir. Estos libros le indican que está en la buena ruta, la que los hombres no pueden variar.

Pero ahora tiene miedo, algunos internos se lo miran con curiosidad, pero otros con chulería e incluso con lascivia. Esto no le puede estar pasando a él, un hombre hecho y derecho, de bien, de conducta intachable. Pero era el designo de su dios, tendría que aceptar con sumisión las pruebas que vendrían.

Fue denunciado por el CGPJ porque dicen que retrasó dos años la adopción de la niña por la pareja lesbiana de su madre. Pero en el juicio se demostró que el lo que buscaba era el bien de la pequeña, que no podía consentir que fuera educada por dos lagartas, que todo era una conjura por parte del lobby de gays y lesbianas para derrotarle. Después de dos semanas de juicio, solo le impusieron una multa de trescientos euros. Por bien pagados los daba por haber actuado en bien de la pequeña Candela.

Pero volvió demasiado pronto a su casa aquella tarde, después de leer la sentencia. Encontró la iglesia cerrada por obras. ¿A quién se le ocurre cerrar una iglesia? El tenía necesidad de rezar, de dar gracias a su dios por la sentencia tan benigna. Porque podría volver a ser juez y velar por los desamparados. Pensó en ir a su casa, allí, en su habitación, tenía un pequeño reclinatorio bajo una imagen de la virgen del la adoración nocturna.

Al principio no pudo entender aquel amasijo de cuerpos, era como un monstruo de dos cabezas. Una era la de su mujer, la otra la de Ubunta, la sirvienta. Estaban desnudas y cada una tenía la cabeza entre las piernas de la otra.

Tuvo que matarlas. La culpa seguro que era de la infiel que había llegado de África, pero su mujer no tenía que haber pecado con ella. Cogió un candelabro de plata, con el que purificó las cabezas de las viciosas, primero la negra, después a su esposa.

Estaba seguro que sus siete hijos lo entenderían.

Y este es el artículo de referencia: UN JUEZ PECULIAR

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EL TRIANGULITO Escrito por: Xarbet el 04 Dic 2008 - URL Permanente

Triángulos, puede haberlos de muchos tipos. Que cada uno que le dé la interpretación que quiera…

Nunca hubiera pensado que aquel triangulito le trajera tantos problemas. Era un triangulo formado por dos muslos y el borde de una falda demasiado corta, y había aparecido en la oficina junto con la nueva secretaria.

Habían habilitado para ella una mesa situada enfrente de la suya, y era de esas modernas con cuatro patas, toda abierta por delante y los lados, y claro, cuatro patas de la mesa, mas las dos de Irene, y las de la silla, ya era mucha extremidad suelta. Si además se forman de vez en cuando triangulitos, cada día de distinto color, no podemos por menos que compadecer al pobre contable.

Eufrasio era soltero, hombre de misa dominical y de polución nocturna quincenal, que vivía en sórdida armonía con sí mismo, en un piso de renta antigua de cuatro habitaciones.

Hacía ya treinta años que trabajaba en la misma oficina, y era el empleado perfecto, metódico, pulcro, trabajador, callado y concienzudo, en quien Don Carlos depositaba toda la confianza de los números de la empresa. Por no haber, no había en su mesa ni siquiera teléfono, el se imbuía en sus papeles y en toda la jornada, ni levantaba la mirada, ni hablaba con nadie.

Pero ahora, le habían puesto enfrente a aquella chica que se pasaba el día riendo, comentando cosas con Victoria y con Eulalia, las otras dos chicas de su oficina, las cuales habían pasado de sentirse contagiadas de la seriedad de Eufrasio a colaborar en el jolgorio de Irene.

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Y encima, aquellas piernas largas, que se movían al son de su risa y mostraban de vez en cuando aquel triangulito juguetón, que aparecía o se escondía en función de los movimientos, siempre inesperados y compulsivos de su propietaria.

Eufrasio estaba toda la jornada inquieto, no se podía concentrar. La vista, sin darse cuenta se dirigía inexorablemente cada diez segundos hacia lo que sucedía debajo de la mesa de su nueva compañera de oficina. Incluso empezó a hacer conjeturas, al principio de cada jornada, intentando adivinar de qué color seria el objeto de su mirada.

Su trabajo empezó a perder eficacia, se equivocaba a menudo, y se le acumulaban los papeles en una bandeja que antes estaba siempre vacía. Para paliar esto, tuvo que empezar a hacer horas extras, quedándose cuando todos se iban para trabajar con la tranquilidad y sosiego recuperados.

Pero el problema, le siguió a su casa y a su vida particular, estaba nervioso, no podía leer en tranquilidad, e incluso por la noche, recordaba a Irene, y su sexo le daba un aviso de que estaba ahí, que existía y que no le iba a dejar conciliar fácilmente el sueño. El nunca había tenido ningún tipo de experiencia sexual, siempre había huido del pecado de la carne, como lo explicaba el cura, y sus únicos encuentros eran aquellos sueños que le venían de vez en cuando por la noche y que hacían que aparecieran leves manchas blancas en el pijama.

Lavaba primorosamente la prenda en el lavabo, como queriendo limpiar su culpa, y dejaba así también su conciencia tranquila y reposada, intentando olvidar unos sueños que por otra parte tampoco recordaba.

Desasosiego en la oficina, en casa, en el autobús. La vida de Eufrasio había entrado en una dinámica que no sabía a dónde le iba a conducir. Solo, sin amigos, sin familia próxima, en principio lo único que se le ocurrió fue ir a pedir consejo al cura.

Mosén Blanc, le escuchó en silencio, y no pareció extrañarse mucho. Incluso le dio la impresión que lo consideraba normal. Le dijo que

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procurase evitar la tentación y que limpiase su mente de cosas sucias. Algo menos que nada, ningún otro consejo, ninguna otra solución.

En las próximas semanas, su problema no fue a menos, sino todo lo contrario, no podía concentrarse en el trabajo, se movía inquieto en la silla y los movimientos de su compañera lo tenían fuera de sí, incluso parecía que ella se daba cuenta de lo turbado que estaba y le dirigía miradas divertidas y cómplices con las otras dos compañeras de oficina. Después de alguna ojeada fugaz suya, todas se ponían a reír sin venir a cuento, y él se sentía avergonzado.

Colocar un marco con la virgen del perpetuo socorro sobre la mesa, tampoco dio resultado, muslos y virgen con manto, no son una buena combinación y le hacían sentir peor todavía.

Otra solución era colocar un panel frontal en la mesa de Irene, pero: ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Cómo iba a justificar semejante petición?

Pero un acontecimiento iba a cambiar para siempre su vida y solucionar de paso su problema genito-visual.

Volvía de la oficina, como siempre pensando en muslos y lencería, y coincidió en el ascensor con la vecina del quinto, que era una viuda,

entrada en carnes, es decir, bastante gorda, y a la que siempre miraba con indiferencia. Pero aquel día, su mirada, debía tener algún factor diferente, de hecho no se detuvo en su cara, sino que siguió la curva de su cuello, se paró en sus pechos, descendió hasta las caderas, y

algo debió notar la viuda, porque de repente, lo cogió por el cuello y lo atrajo hacia sí, enterrándole la cara entre sus senos.

El ascensor se detuvo a tiempo con un traqueteo para que salieran los dos aun cogidos de la cintura y tras vencer la tozudez de la cerradura de la puerta de su casa, que se resistía la muy zorra, entraron, y allí mismo, en el pasillo, sin llegar al salón, se buscaron ávidos los rincones y prominencias, perdiendo en el envite, Eufrasio la virginidad y la vecina sus urgencias.

Al día siguiente, Eufrasio llegó tarde por primera vez a la oficina, con aire triunfante y retador, y cuando pasó por delante la mesa de Elisa, le dijo en plan paternal y jocoso:

¿Y bien, de qué color lleva hoy las braguitas mi niña?

Y se sentó orondo y satisfecho en su silla. Estaba seguro que aquel día ningún triángulo le iba a entorpecer su trabajo.

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SOLO DOS PUERTAS Escrito por: Xarbet el 27 Nov 2008 - URL Permanente

Una historia de ascensores y de las personas que se montan en ellos.

Algunos olían a sudor. Otros a perfume barato, otros a lejía, a coles, a madera podrida, incluso había uno que olía a muerto.

Subir en aquel ascensor, era para Eustaquio, una pesadilla. No sabía a dónde mirar cuando lo compartía con alguien, y tenía la impresión de que los demás, lo observaban fijamente. Ponía la cabeza gacha y esperaba con ansia el final del trayecto. A veces, incluso tenía que soportar algún codazo cuando algún insensato se metía dentro a pesar de que ya eran cuatro.

Era un edificio antiguo, de los de antes, con entrada, vivienda para el portero, amplio vestíbulo y vetusto ascensor con su puerta de hierro forjado y su antiguo mecanismo de contrapeso que hacía años que subía y bajaba con sus acostumbrados chirridos, ayes, renuncios y toses, pero que cumplía honestamente su función.

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Había cuatro viviendas por planta, y con seis alturas y un ático, albergaba a veinte y seis familias de las de ahora, no de las de antes.

Era mucho para nuestro ascensor, con sus casi cinco plazas y su renqueante y lento deambular sobre sus guías. Por eso, se formaban a veces algunas colas y esperas para cogerlo.

Eustaquio era el propietario del quinto C. Viudo, sin hijos, viejo, y poco sociable, era de los que odiaban mas las esperas y acogían con peor humor el tener que compartir espacio en el ascensor.

En todas las reuniones de vecinos, solicitaba que se habilitara otro, ya que había suficiente hueco de escalera para cuatro. En todas, los vecinos votaban en contra ya que nadie quería asumir el gasto.

Pero en la última reunión, había conseguido que le autorizaran a poner uno exclusivo para él, tenía que asumir todos los gastos, y además a comprometerse que a su fallecimiento pasara a propiedad de la comunidad.

El Banco le concedió el préstamo, y una vez con la autorización debidamente firmada, empezó los trámites para la instalación de su propio ascensor.

Fue más difícil de lo que parecía, además del permiso de la comunidad, tuvo que solicitar el del ayuntamiento, y el de industria, que con sus correspondientes instancias, peritajes y demoras, prolongaron más de lo deseable la instalación.

Un problema añadido, fue la exigencia del vecino del segundo, que le había advertido que como le molestara lo más mínimo el nuevo aparato lo iba a denunciar. Era una situación un poco estrambótica, porque hacer más ruido, que el propio del edificio era difícil, pero la advertencia iba en serio y tuvo que pedir a la empresa constructora que la caja del ascensor estuviera formada por paneles acústicos, y que su funcionamiento fuera lo más silencioso. Esto añadió varios miles de euros más al proyecto.

Pero Eustaquio estaba contento, el tener un ascensor solo para él, sin tener que soportar esperas ni compañías, era un lujo inmenso. Era como tener un cordón umbilical nuevo que le unía con la calle, a través del cual poder transitar a su antojo y sin dar cuenta a nadie. A partir de ahora ya no tendría pereza de salir a la calle. Podría hacerlo las veces que quisiera y con toda comodidad, y mucho más importante, con intimidad.

Durante tres semanas, los obreros estuvieron efectuando la instalación. El encargado de la empresa instaladora estaba un poco sorprendido.

¿Solo dos puertas?

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- Si, desde luego, una abajo y otra en el quinto.

-¿Y no dejamos prevista ninguna más?

-No por supuesto que no.

-¿Y la cerradura? ¿Está seguro que tiene que llevar llave?

El nuevo ascensor era precioso, era de funcionamiento hidráulico, nada de poleas, ni contrapesos, suave y silencioso. Su aceleración era progresiva, y cuando llegaba a su planta, se iba parando poco a poco hasta alcanzar el nivel adecuado, luego se abrían las correderas y se encontraba frente a la puerta de su piso.

En su interior no había querido espejo, en su lugar había puesto una foto ampliada que tenia de su santa esposa, y una imagen de la virgen de los dolores múltiples para que le protegiera.

Puso incluso una butaquita estilo Luis XVI y un cenicero de pié. El no fumaba, por supuesto, pero el cenicero le daba al recinto un toque de transgresión que le gustaba. Encontró una mesita pequeña que hacia juego con la butaquita, y un viejo perchero de pié. Pensó que podría dejar la chaqueta en el ascensor, como era solo suyo…

El último detalle fue cambiar el aplique de techo por una lámpara de araña colgante. Solo dejó sin poner el hilo musical, porque la factura había subido mucho y lo que le pidieron por los altavoces empotrados y la consola de mandos era demasiado, pero lo dejó para más adelante. Incluso le dijeron que podía poner un televisor de catorce pulgadas.

El viernes por la tarde estuvo la instalación lista, y le entregaron la combinación de apertura. Al final, se había dejado convencer, y por mil euros más le habían instalado una botonera con una combinación numérica para entrar y salir, así no tendría que usar llave, y podría dar el numero en caso de tener alguna visita.

La combinación de fábrica de la puerta eran seis ceros, y lo primero que hizo el sábado por la mañana fue instrucciones en mano, cambiarla por el numero que había estado pensando durante buena parte de la noche. Era una combinación entre su año de nacimiento y el de su santa esposa.

Se hizo un lio con el teclado y después de dos horas, tuvo que aceptar que se había equivocado y que ni con los ceros ni con su número podía abrir la puerta. Tardó dos horas más en poder comunicar con el instalador, y este a su vez, tardó dos más en venir a arreglar el entuerto.

Muy a su pesar, le tuvo que dar el número para que se lo programase, el operario le aseguró que no lo apuntaría y que lo olvidaría en seguida.

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Cuando se marchó por fin, eran ya las cuatro de la tarde, y aún no había comido, pese a eso, quiso hacer su viaje inaugural.

Se puso su mejor traje, y su perfume favorito. Pensó que tenía que empezar a ambientar el recinto, y se dirigió muy ufano a la puerta de entrada, salió al rellano, tecleó la combinación, se abrió la puerta, entró en el ascensor y pulsó la tecla cero. No había conseguido que le pusieran solo dos botones, tenía que estar preparado para usarse en cada planta y allí estaban desde el cero hasta el sexto.

El ascensor, emprendió lentamente la bajada siseando, pero de pronto, con un chasquido se paró bruscamente. La araña del techo, aprovechó la coyuntura para desprenderse de su sujeción y aterrizó sobre la cabeza de Eustaquio que reculando se sentó en el silloncito, una de cuyas patas decidió romperse, llevando la lámpara, butaca y propietario al suelo, allí quedaron acompañando a la virgen y la foto de su esposa que por su cuenta también habían decidido caerse. La mesita se había tumbado y el perchero, inclinado estaba apoyado en una de las paredes.

La oscuridad, apenas estaba paliada por una lucecita sobre un botón que ponía: emergencia.

El ascensor, después de la brusca parada, siguió bajando muy lentamente hasta pararse a los pocos metros. La puerta se abrió automáticamente, pero enfrente, solo un tabique cerrado sin puerta. El mecanismo de seguridad, había bajado el cubículo hasta la planta más cercana y había abierto la puerta.

Levantándose con dificultad, pulsó primero el botón que ponía cero, luego el cinco, luego todos los demás, y como el insistir pulsando tampoco produjo ningún movimiento, se decidió por el rojo, el que ponía emergencia.

Se oyó entonces un leve zumbido, con leves intermitencias. Siguió sonando durante treinta minutos.

Sábado por la tarde, agosto, Madrid, combinación fatal.

El ascensor estaba muy bien construido, paneles acústicos, insonorizados. -Acero galvanizado epoxi dos caras, le habían dicho-. Protección contra golpes y rozaduras. No le habían dicho que también tenía protección contra patadas, pero la tenia, claro que la tenia.

En vano se esforzó en gritar, golpear, gemir, pulsar y pulsar los malditos botones. Todo rebotaba hacia adentro era como golpear una pared.

En una película había visto que los ascensores tenían una trampilla arriba en el techo, y con las tres patas de la butaquita y la ayuda del marco de la

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foto de su esposa que tenia la altura justa, se pudo encaramar, poniendo la mesita sobre la butaca y abrir la escotilla. Con mucho esfuerzo de brazos, pataleando y contorsionándose, se colocó sobre el ascensor.

La vista que tuvo una vez situado encima del techo de la cabina era para llorar. Un enorme tubo cuadrado de paneles epoxi-dos caras-lacado blanco con espuma de poliuretano inyectado, insonorizado e ignífugo se elevaba sobre su cabeza.

¿Solo dos puertas? Le había preguntado el encargado.

Treinta días después, los operarios que hacían la revisión de mantenimiento, encontraron un ascensor amueblado, no faltaba ni el muerto.

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RUMBO A LA NOCHE

Escrito por: Xarbet el 20 Nov 2008 - URL Permanente

Un viaje por carretera en un vehículo a motor…

Era domingo por la noche, cuando Ceferino dijo a su mujer que iba a comprar tabaco. La cosa no tendría más importancia, si no fuera por el hecho de que él no había fumado en su vida.

Si la relación con su esposa hubiera sido normal, ella, se habría extrañado y le hubiera preguntado acerca de los motivos reales de su salida, pero se limitó a encogerse de hombros.

Si el fin de semana hubiera sido más corto, quizá no habría sentido de repente la necesidad imperiosa de irse.

Si no hubiera estado lloviendo sábado y domingo, quizá habrían salido al cine o al teatro.

Pero su relación matrimonial era la que era, y los fines de semana, a veces eran lluviosos, y dos días seguidos en una casa con alguien que te ignora, pueden ser eternos.

Cerró la puerta del piso a sus espaldas, y se paró un momento, disfrutando de aquella puerta cerrada que presentía no iba a abrir nunca más. Era para él cómo estar en el umbral de otro mundo y de otra vida, como si estuviera a punto de dar el paso que le llevaba al cambio total en su devenir diario.

Bajó, peldaño a peldaño la escalera, como disfrutando cada paso, ceremoniosamente, con la seguridad del que sabe que se va.

Su coche estaba aparcado en la misma calle, un poco más arriba, debajo de una farola. Era un Mercedes azul marino matricula de Tenerife, viejo y gastado. Se paró unos metros antes de llegar a su altura, la luz amarillenta se relejaba en el asfalto, y la soledad del domingo por la noche embargaba todo el entorno.

Los intermitentes centellearon al accionar el mando a distancia, era su saludo, su guiño, su manera de darle la bienvenida. Abrió la puerta trasera y dejó la americana. Luego abrió el maletero. La sombrilla de playa, una toalla, los zapatos de deporte de su mujer, una bolsa con cremas y potingues, todo lo fue depositando con cuidado en el suelo. Luego cerró el maletero y se situó tras el volante.

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El coche inició el diálogo con su ronroneo sordo y salió despacito hacia delante, dejando tras sí, una sombrilla, una toalla, unas cremas, una casa, una esposa, una calle, un barrio, una ciudad.

Atravesó calles vacías, solo de vez en cuando un coche se cruzaba en su camino, las farolas y los neones eran los únicos atisbos de vida, y poco a poco, los arrabales fueron anunciando la salida a la carretera.

Allí todo era oscuro, solo los faros del coche rompían el negro y se hundían en el futuro. La carretera, poco a poco se fue estrechando, solo la raya amarilla que dividía los dos carriles le indicaba la dirección a seguir.

Unos nubarrones grises destacaban sobre el cielo negro. Los árboles custodiaban su trayecto.

Llegaban curvas cerradas, en cada una de las cuales vislumbraba figuras sentadas observando el camino.

Vio a sus amigos del colegio que le saludaban riendo. A su primera novia, vestida de blanco. ¿Qué habría sido de ella?. A sus amigos, a sus compañeros de oficina, todos miraban su paso veloz y silencioso.

Pensó en sus hijos, a los que nunca veía, en unos nietos que no le llamaban abuelo.

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Su mujer los iba a ver entre semana, mientras él estaba en la oficina, mientras hacía horas extras.

Pensó en tantas y tantas horas de trabajo, tanto pluriempleo para tenerlo todo, y que le había traído al fin a no tener a nadie.

Mientras él trabajaba, su mujer vivía con sus hijos. Y cuanto más lo hacía, mas cosas conseguía y más distancia entre él y su familia ponía.

El día que nació su primer nieto, en el hospital, al intentar cogerlo de la cuna, su mujer se lo impidió. ¡A ver si se te va a caer!- le dijo-. ¡Tú no sabes de estas cosas!

Y reconoció que era así, que nunca había cambiado un pañal, nunca acunado a un bebé. Que él no servía para tener una familia, solo para trabajar por ella.

La radio del coche, se puso en marcha, sin estar seguro de haber apretado el botón, la voz rota de Antonio Machín, cantaba a los angelitos negros. Por eso no los veía, pensaba, porque no se vislumbraban con la oscuridad de la noche, quedaban difuminados como en el teatro negro, pero estaban allí, él los sentía.

Los angelitos negros le comprendían, ellos se dejarían acunar y abrazar, y vivían allí, en un lugar de la noche. Y quiso alcanzarlos, y fue acelerando, acelerando, deseando tenerlos cada vez más cerca.

En la última curva, se encontró, sentada en la cuneta, a la muerte, tampoco la vio, también iba totalmente vestida de negro.

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MI ESQUINA

Escrito por: Xarbet el 13 Nov 2008 - URL Permanente

Ventajas que nos ofrecen las b---------, trabajadoras incansables en la gran ciudad.

No me gusta trabajar en la esquinas.

Estar allí, parada, expectante, mientras espero a mis clientes.

No me gusta que me miren con ojos codiciosos mientras me eligen a mi o a alguna de mis compañeras.

Luego, cuando por fin se deciden por ti, tienes que soportar el contacto de unas manos extrañas, el roce de un cuerpo que dispone de ti a su antojo, que te usa para conseguir sus objetivos.

Más tarde, te vuelven a dejar en la esquina, para que allí de nuevo estés a la vista de todos, para que otra persona vuelva a usar tu cuerpo a su voluntad y albedrío.

Me contratan tanto hombres como mujeres, pero esto es algo a lo que ya estoy acostumbrada, y en este momento, no sabría decirte a quién prefiero.

Me he dado cuenta de que maltratadores, los hay de todo tipo, hay manos acariciadoras y manos sobonas, manos obsesivas que te cogen con fuerza como si comprobaran si pueden romperte.

Hay personas que te hablan con dulces palabras y otras que te insultan y te desprecian, porque el odio o amor de las personas y los malos y buenos sentimientos, se notan a través del contacto físico, a veces, sentimos dulces vibraciones, suaves deseos, otras pasiones desordenadas, o viscosidad hipócrita.

Lo que más me preocupa es el paso del tiempo. Sé que ahora soy bella y mi aspecto es perfecto. Por eso soy de las más codiciadas por los clientes, por eso, hago muchas más salidas que mis compañeras que se pasan horas y horas esperando cliente.

Temo a la vejez. Porque, ¿Qué pasará cuando comiencen a notárseme los años?, cuando se note que ya no soy la de antes, y que cueste cada vez más disimular mis defectos, cuando sea elegida más por necesidad que por capricho, cuando yo misma me sienta cansada de tanto uso y servicio.

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¿Dónde me enviarán cuando esto suceda?

Porque no hay que olvidar que no dependo de mi misma, tengo un amo, un explotador.

Sobre mí, se mueve un negocio. Y cuando ya no sea rentable, cuando haya dado ya mucho dinero que ganar a mis dueños, entonces, se va a acabar mi vida alegre.

Mi esperanza es que alguien se enamore de mí, que me retire de la vida callejera y me lleve a su casa, que me quiera para él solo, que no me quiera compartir, y me cuide, y que pase a formar parte de su vida.

Pero esto es algo difícil para una bicicleta.

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MÍRAME, ABUELO

Escrito por: Xarbet el 06 Nov 2008 - URL Permanente

Abuelos y nietos, una relación muy especial.

A mi madre le costó decidirse pero llegó un momento en que tuvimos que traer el abuelo a casa.

Hacía cinco o seis años que había fallecido mi abuela, y durante este tiempo se había apañado muy bien solo, incluso venia a visitarnos de vez en cuando con su bastón con pomo de cristal que tanto me gustaba.

Recuerdo que cuando venia yo salía corriendo a abrazarlo y me gustaba sentarme a su lado y mirarle aquella cabellera blanca y su cara pulcramente afeitada.

Pero cuando vino a vivir con nosotros ya no era el mismo. Sus ojos se habían hundido un poco en su cara y sus pupilas se habían vuelto mucho más negras, sus mejillas estaban a medio afeitar y su pelo estaba despeinado y sucio.

Se le habilitó la habitación del fondo, junto con la lavadora y la ropa de plancha, e intentamos incorporarlo a nuestra rutina diaria.

Fue difícil, mis padres se iban al trabajo, mi hermano y yo al instituto y él se quedaba solo en casa. Pero antes de salir había que dejarlo todo listo, y las prisas de las mañanas lo complicaban todavía más.

El primer problema fue el del cuarto de baño. En casa sólo había uno y teníamos que repartírnoslo entre mis padres, mi hermano y yo, y ahora, también el abuelo, que para no molestar, se levantaba el primero de todos y luego salía de su cuarto a desayunar ya vestido y encorbatado.

Y cuando el primer sábado después de llegar el abuelo, mi madre le dijo que tocaba ducha, él se negó en redondo.

No hubo manera de convencerle. Decía que él ya se lavaba por las mañanas, pero lo cierto era que iba sucio y se notaba.

Durante toda la semana siguiente estuvieron a la greña, una exigiendo limpieza y el otro, tozudo, negándose. Era evidente que no se podía bañar solo, que en casa solo teníamos bañera y él no era capaz de entrar y salir, y estaba muy claro que tenia vergüenza de que le vieran desnudo.

Mi madre estaba desesperada ante la actitud de su padre, en vano se lo explicaba, que no pasaba nada que todos los ancianos necesitaban

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ayuda para ducharse, que era normal, pero el viejo, erre que erre, se negaba.

Yo tenía por aquel entonces quince años, pero quince de los de ahora, no de los de hace medio siglo. No me asustaba ni la vida ni el sexo, ni los tabúes de los mayores, y aquel viernes, llegué pronto a casa por la tarde.

Mi abuelo estaba sentado en su butaca, viendo la televisión con aquella cara triste y aquellos ojos negros, muy negros.

Me dirigí hacia él, le di un beso en la mejilla y le dije:

Prepárate que hay que ducharse, hoy hay cena familiar y no quiero que seas un viejo sucio.

Me miró sin decir nada, como asustado.

Yo me fui a mi cuarto, me desnudé, me puse una toalla en la cintura y unas zapatillas y salí de esta guisa al comedor.

El anciano se quedó de una pieza cuando me vio aparecer en el comedor en traje de ducha.

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Intentó incluso apartar los ojos y no mirar. Se le veía avergonzado e inquieto.

-Abuelo, mírame, soy tu nieta. Supongo que el hecho de que esté desnuda no te induce malos pensamientos no?

El cabizbajo, negó enérgicamente con la cabeza, aún sin atreverse a levantarla.

-Mírame, no pasa nada, es solo un cuerpo, ahora es joven, algún día también será viejo como el tuyo.

Levanta la vista, deja la vergüenza para los memos.

Y mi abuelo, levantó la cara y me miró, y su mirada era de cariño y de amor, su mirada era limpia y pura, me observó, lentamente y me sentí observada y me sonrió, y se dejó coger de la mano y conducir al cuarto de baño.

Aceptó desnudarse y que lo ayudara a ponerse dentro de la bañera, puse un taburete dentro y así, sentado, él con la esponja y yo con la ducha teléfono, lavamos aquel cuerpo viejo y ajado.

Por la noche, teníamos cena de familia. Hacia unos días mi padre había cumplido cuarenta años y lo íbamos a celebrar. Venia la tía Enriqueta, hermana de mi padre, soltera compungida y también su hermano Carlos y su mujer. Gente de bien, de derechas de toda la vida, seria y estirada. Total tres de fuera, nosotros cuatro y el abuelo

Mi madre llegó tarde y con prisas, con las bolsas de la compra y se metió en la cocina a preparar la cena. Ni siquiera reparó en el abuelo que estaba en su butaca limpio afeitado y pulcro como un pincel.

Llegaron los invitados, saludos y besos, poner la mesa, ayudar en la ensalada, los hombres, como siempre, sin pegar golpe, sacar el vino, traer las sillas, hasta que por fin, nos sentamos todos a la mesa.

-¿No os habéis fijado en el abuelo lo limpio y guapo que se ve?

Todos se fijaron en la cabecera de mesa, el abuelo, imponente con su melena blanca bien lavada y peinada y su cara afeitada. Como siempre, camisa y corbata y su mirada que había recuperado parte de su orgullo y viveza. En sus labios una media sonrisa.

-No se quería duchar porque tenía vergüenza de que le viéramos desnudo, por lo que te tenido que ducharme con él para convencerlo.

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Esto no era rigurosamente cierto, pero de alguna manera describía que habíamos compartido desnudez y ducha.

Se hizo un silencio sepulcral. Las miradas de los presentes fueron pasando y cruzándose entre todos como enviándose mensajes de estupor y susto.

Incluso el memo de mi hermano, al que se le escapaban miradas furtivas cuando iba con poca ropa, se me quedó mirando como alelado. Tenía dos años más que yo, pero parecía que eran dos menos.

La primera que rompió el hielo, fue mi madre, comentando que menos mal, que le hacía falta una ducha al abuelo, pero los demás, seguían mudos, silentes totales.

Tenían la ensalada en el plato, y aprovecharon para llenarse la boca y evitar decir ni pío. Nunca había visto comensales tan aplicados en su trabajo.

Fue una cena de pena que terminó lo antes posible sin volver a mentar para nada el tema de la ducha. Solo mi abuelo y yo sonreíamos cómplices. Yo soy feliz, porque mi madre, en la cocina, mientras recogíamos los platos, me dio un beso sin venir a cuento… O si.

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UNA DUCHA PARA TI Escrito por: Xarbet el 30 Oct 2008 - URL Permanente

Una ducha puede dar mucho de sí, ¿o no?

Aquel día, cuando María de las Mercedes de la santísima trinidad y de todos los santos se situó debajo de la ducha, los pelos se le pusieron de punta. Habían sustituido hacia unos días la típica ducha de teléfono, por una fija, en el techo, con una piña enorme, de unos veinte centímetros de diámetro. No era una piña normal, en vez de agujeritos, tenía como unas rugosidades con un agujerito en medio de la que salía el agua.

La primera impresión al verla fue de miedo. El fontanero la estaba a acabando de instalar y la probaba, comprobando el amplio círculo de agua que caía. Pero María, agradeció no estar sola, porque le

parecía que en vez de agujeritos eran miles de ojos los que se dirigían hacia ella y el agua eran lágrimas que salían a borbotones.

María de las Mercedes de la santísima trinidad y de todos los santos, era una mujer casta.

Nunca se había desnudado delante de su marido. Nunca en público o privado, nunca delante de sus hijos. Ni siquiera se desnudaba en la ducha. Su amplio camisón de lino blanco hacia de pantalla sobre sus pudores.

La maniobra de la ducha, era un poco complicada, porque luego se tenía que secar con la toalla por debajo del camisón, pero el tiempo le había dado mucha práctica y salía del cuarto de baño, con la ropa interior puesta y otro camisón seco por encima. Luego se ponía la bata y bajaba a desayunar con sus hijos y su marido. Y como relatábamos al principio, aquel día los pelos se le pusieron de punta, porque en vez de salir agua de la ducha, una corriente de aire la empezó a succionar hacia arriba y empezando por los pelos y siguiendo el resto del cuerpo, fue engullida hacia el interior de la tubería de agua.

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Se encontró de repente, en una canal a través del cual, circulaba el agua. Ella, iba flotando, metida en su camisón a lo largo de todo el circuito. De repente, un recodo a la derecha, una luz al fondo, y una abertura por la que podía mirar. Vio que estaba en el cuarto de baño de su hijo menor Marc.

Dio un respingo hacia atrás, porque lo que vio no era para menos, estaba totalmente desnudo, sentado en la taza del váter y masturbándose ostentosamente con la mano.

Parecía imposible que un niño de once años, tuviera una cosa así. Ella que ni siquiera había querido ver nunca la de su marido y cerraba con fuerza los ojos cuando se sentía penetrada, intentando no pensar en "lo" que le estaban haciendo. Y ahora tenía que contemplar aquel acto impúdico e infame.

El movimiento hacia atrás, se devolvió de nuevo a la corriente de agua, que la arrastró de nuevo hacia el interior del circuito, hasta desembocar de nuevo en otro agujerito que le enseño el interior del cuarto de baño de su hija Alicia.

Era su hija preferida, tan blanca tan pura, con aquella carita de óvalo perfecto, y empezando a formarse como mujer. Tenía catorce años y pronto tendría que empezar a plantearse como hablarle de ciertas cosas que tenía que saber. Tenía previsto hablar con el cura de la parroquia a ver si él podría ayudarla en ese menester.

Y de nuevo la sorpresa. ¿Es que todos iban desnudos en aquella casa?. Estuvo tentada de apartar la vista y no seguir mirando, pero le pudo la curiosidad. Su hija estaba en plena exploración de su cuerpo. Se ayudaba con el mango del cepillo de dientes, y emitía pequeños suspiros. Nunca hubiera pensado que su hija estuviera tan desarrollada, los pechos, que se intuían debajo el uniforme del colegio, aparecían ahora esplendidos, redondos y perfectos. Y en su entrepierna crecía una gran mata de pelo negro y encrespado que desde luego no concordaba nada con su cabello rubio y lacio. La “Camomila Intea”, que ella decía que no era un tinte, por lo visto, no había llegado a ciertos sitios.

Pero la visión de su hija en tales menesteres, lo que le recordó fue la de su hijo con aquel miembro erecto, y no pudo menos que ruborizarse, y por primera vez en su vida, notó en su sexo un

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ansia desconocida y una humedad que no provenía de la tubería que la albergaba.

Gimiendo de dolor y deseo, retrocedió de nuevo hacia la corriente, pero no pudo evitar llevar sus manos a su bajo vientre para intentar aliviar el escozor que la invadía.

Y así, en posición fetal y con urgentes contorsiones, fue navegando hasta salir de nuevo por los agujeritos de la ducha y quedar, recuperado su tamaño normal, de pié mientras, ahora sí, el agua fluía libremente sobre su cuerpo. En el viaje había perdido el camisón, y sus manos acompañaron al agua en su recorrido por su cuerpo. El vapor del agua caliente, ayudó al momento mágico de un cuerpo recién descubierto y de un fuego que el agua no apagaba.

Así la descubrió su marido, y sus miradas se cruzaron en una comunicación tan clara que no hubo que decir nada. Fue un momento quitarse la bata y el pijama y lanzarse a por aquel cuerpo ávido que le esperaba

.Podían haberse matado. Afortunadamente la ducha era amplia y absorbió impávida jadeos y gritos, movimientos y anhelos.

Un grito final, formado en el mismo centro de su unión, subió con fuerza hacia sus gargantas, rasgando el aire de sentimiento, mientras sus uñas se clavaban en sus espaldas, intentando hacer aquel instante eterno.

Durante mucho tiempo permanecieron tumbados después de aquel orgasmo, madre de todos los orgasmos, y primero que habían realizado de verdad en quince años de casados.

Desde la piña de la ducha, mil ojos los miraban complacidos.

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EL NAUFRAGIO DE LAS DOS CARAS

Escrito por: Xarbet el 22 Oct 2008 - URL Permanente

La historia de un naufragio… vista desde dos perspectivas

ANVERSO

Johnson, como primer oficial del Hope, hacía mucho tiempo que sabía de la incompetencia del capitán Blade, todos decían que le odiaba, pero no era eso, si un buen oficial, está a las ordenes de un borracho y un pendenciero, que además no conoce bien su oficio, los resultados pueden ser terribles, y el mar no perdona.

Si el Capitán Blade no hubiera estado borracho y lleno de soberbia, el barco no hubiera naufragado. .

Pero ahora ya era tarde, solo uno de los botes había podido llegar a tierra eran los únicos supervivientes de un total de más de trescientas personas

Los dieciséis supervivientes, recostados en la arena, miraban el mar y se preguntaban por su suerte y por la tierra que les había dado cobijo.

De repente, Johnson, se levantó, y sin decir nada a nadie, se dirigió hacia el bosque que colindaba con la playa. Muchas miradas le siguieron, pero nadie dijo nada y nadie le preguntó a donde iba.

El sabía que en una situación similar, alguien tenía que tomar el mando, asumir la responsabilidad de organizar la supervivencia, establecer una cadena de mando y conseguir la colaboración de todos. Sus vidas dependían de su capacidad de trabajar en grupo y coordinadamente.

Se sentía capaz de hacerlo, el tendría la colaboración de Harry, de Giuseppe de Charlotte, y también de los pasajeros que habían sobrevivido al naufragio, juntos podrían sobrevivir. Pero no se sentía capaz de seguir las instrucciones del capitán Blade, que como oficial superior exigiría asumir el mando.

El viejo borracho lo iba a estropear todo. Iba a provocar peleas y discusiones, su pésimo humor y su ineptitud, acentuada por la falta de ron, conducirían a los náufragos al caos. Y él no quería ser testigo y cómplice de una situación similar, por eso decidió irse.

Anduvo a través del bosque bajo hacia la espesura, en busca de un sitio donde hubiera agua. Estuvo moviéndose en círculos, buscando de noche, entre los árboles la ayuda de las estrellas, hasta que encontró un lugar donde la vegetación era más húmeda y un pequeño riachuelo se movía

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sobre un lecho de piedras. El agua era dulce y limpia. Después de varios días de lamer hojas de higuera para apagar su sed, pudo cerrar los ojos y hundir la cara en aquella corriente de agua pura y fresca.

Lo demás, ya fue fácil, seguir el curso de la débil lámina de agua hasta llegar a un hermosísimo prado lleno de palmeras enanas henchidas de dátiles, junto a ellas, grandes matorrales con un fruto que parecían tomates de un color amarillento y violeta.

Había llegado a un paraje de ensueño, con agua abundante y lleno de frutas exóticas y pájaros de vistoso plumaje. Allí, podrían sobrevivir muchas personas, y empezar una nueva vida de armonía y sosiego.

Estuvo todo un día descansando y recobrando fuerzas, y se fue de regreso a buscar a sus compañeros.

Durante el trayecto de regreso a la playa, solo un pensamiento le turbaba, aunque tuvieran agua y comida en abundancia, la convivencia con el capitán Blade convertiría aquel remanso de paz en turbia convivencia, pero necesitaba a sus compañeros, no podía vivir sólo en aquel lugar placentero, y sus compañeros le necesitaban a él.

Llegó a la playa al amanecer, y fue bordeándola para encontrar al grupo de náufragos, al final, oyó en una especie de espacio rocoso algunas voces. Se fue acercando, y en vez de entrar directamente, se escondió detrás de una gran piedra para observar a sus compañeros de naufragio. Lo que vio no era un espectáculo agradable.

Todos estaban gritando y discutiendo, se acusaban unos a otros de desidia, de holgazanería, se insultaban e incluso se empujaban y pegaban. Iban mal vestidos, sucios, ni siquiera habían construido un cobijo para dormir. El capitán estaba tumbado junto una piedra, y

masticaba una raíz verde que le producía al parecer una cierta somnolencia, y Peter, el niño de catorce años, que era el único que no discutía, estaba encaramado a un montículo desde donde tiraba piedras a los de abajo.

Estuvo con la mirado buscando a alguien que pusiera un poco de sensatez a la

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situación, pero no encontró a ningún pacificador. Ni Harry, ni Joe, ni siquiera Charlotte, se libraban de su aspecto de odio y ferocidad.

Y sigilosamente, giró sobre sus pasos y se dirigió hacia su prado verde donde florecían dulces frutos y donde el agua era cristalina y límpida.

REVERSO

Johnson, como primer oficial del Hope, hacía mucho tiempo que sabía de la incompetencia del capitán Blade, todos decían que le odiaba, pero no era eso, si un buen oficial, está a las ordenes de un borracho y un pendenciero, que además no conoce bien su oficio, los resultados pueden ser terribles, y el mar no perdona.

Si el Capitán Blade no hubiera estado borracho y lleno de soberbia, el barco no hubiera naufragado. .

Pero ahora ya era tarde, solo uno de los botes había podido llegar a tierra eran los únicos supervivientes de un total de más de trescientas personas

Ahora, los dieciséis supervivientes, recostados en la arena, miraban el mar y se preguntaban por su suerte y por la tierra que les había dado cobijo.

De repente, Johnson, se levantó, y sin decir nada a nadie, se dirigió hacia el capitán, y con un movimiento rápido, sacó su navaja y le cercenó el cuello.

Todos, dieron un respingo asustados al ver caer el cuerpo con la cabeza colgando. Se encontraron con la mirada dura y fría de Johnson, empuñando aún el cuchillo sangrante.

-Alguien más quiere ser el próximo?

Todos callaron asustados.

-A partir de ahora, asumo el mando del grupo. Los que estén dispuestos a obedecerme, que levanten el brazo, los que no quieran pueden irse donde quieran.

Como es lógico, todos levantaron la mano. Era un asunto de supervivencia, no se podía dejar lugar a la discrepancia, y para demostrarles que iba en serio, ordené a Fergurson, Olga, Margaret y Charlotte que escarbaran en la arena con las manos y cavaran la tumba del capitán.

La idea era hacer trabajar juntos a ricos y pobres, amigos y enemigos, que supieran que lo importante en aquella situación no eran ellos, ni lo

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que habían sido, ni lo que pensaban, sino la actuación conjunta como grupo.

Luego organicé tres grupos de trabajo, uno para ir a explorar la isla, otro para ir recogiendo ramas para hacer cobertizos para dormir y otro para buscar comida y agua. Yo mismo, junto con Joe el barman fui a recorrer la costa para ver las posibilidades de pesca.

Los primeros días fueron duros, los ricos no están acostumbrados ni a trabajar ni a obedecer, pero cada pequeño éxito que conseguíamos era un estimulo para el grupo. Peter se reveló como un experto arquero y conseguía cazar pájaros y serpientes. Vicent consiguió hacer fuego con una lente que hizo con varios relojes. Y Leopold se convirtió en un magnifico pescador.

Lo importante era que todos tenían un trabajo asignado y que nadie discutía mis decisiones. Incluso a veces cuando la orden no era apropiada o justa, se acataba sin vacilar.

Y cuando los exploradores después de varios intentos fallidos, encontraron una débil lámina de agua que conducía a un hermosísimo prado lleno de palmeras enanas henchidas de dátiles, y, grandes matorrales con un fruto de un color amarillento y violeta, todos supimos que la supervivencia estaba ya asegurada.

Solo fue cuestión de esperar, las hogueras alimentadas cada día de la costa hicieron el resto. Un barco nos descubrió y envió un bote a buscarnos a la playa.

Después de ver como mis compañeros abandonaban la isla en el bote, yo, sigilosamente, me dirigí hacia el prado verde donde florecían dulces frutos y donde el agua era cristalina y límpida.

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CUARENTA PUÑALADAS Escrito por: Xarbet el 18 Sep. 2008 - URL Permanente

La historia debe empezar con “Llaman a la puerta con dos golpecitos breves” y acabar con “Se produjo la tragedia”

Llaman a la puerta con dos golpecitos breves. Es su manera de llamar cuando vuelve triste y avergonzado después de la última discusión. Roza con los nudillos la madera, y yo, que lo sé, voy corriendo a abrir y a arrojarme entre sus brazos. Llamar así a la puerta es como pedir perdón. Es una manera de no querer imponer su llamada, sino de suplicarla lentamente.

Viene normalmente sucio, y con la borrachera apenas dormida, con olor de perfumes malos y restos de carmín en el cuello. Pero yo lo amo, y su expresión, en la puerta, como pidiendo permiso para entrar me enternece tanto que no terminaría nunca de besarlo.

Lo llevo al cuarto de baño, lo desnudo y lo pongo en la bañera para limpiarlo con esmero, mientras, él me mira con lágrimas en los ojos y me pide perdón. Luego hacemos el amor, poquito, porque él está a muy cansado, y tiene ganas de dormir.

Y a mí me gusta mirarlo dormido, con su cara angelical y sin malicia. Me levanto al fin para preparar albóndigas con salsa de tomate y patatas fritas, para cuando se levante, que lo hace siempre con hambre de muchos días.

Después de cada regreso disfrutamos de los mejores y más felices días, el viene a buscarme al trabajo, provocando la envidia de mis amigas. Y yo, las dejo mirándome mientras me voy con mi novio cogido del brazo.

El es un hombre honrado y trabajador, pero tiene mala suerte con los trabajos, siempre hay alguien que le tiene envidia y que le hace la vida imposible, y como tiene un carácter un poco fuerte, pues acaba en la calle.

A mí me gustaría darle más dinero para sus gastos porque yo prefiero que se emborrache en el bar con sus amigos, en vez de hacerlo en casa, pero mi sueldo no da para mucho, y al final, acaba vaciando la nevera de cervezas. Y claro, el siempre ha tenido un mal beber, se pone fácilmente nervioso.

Y es que yo, a veces, tampoco tengo la suficiente paciencia, y acabo enfadándome y diciéndole cosas que no debo, y a él se le escapa alguna vez la mano.

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No es que me pegue, no, eso él nunca lo haría, lo que pasa es que las circunstancias a veces llevan a eso, forcejeamos, yo le pongo nervioso con mis quejas y el no se puede contener.

Lo peor es que luego, avergonzado se va de casa, y pasan muchos días hasta que de nuevo oigo el leve ruido de unos nudillos en la puerta. Antes de abrir, me miro en el espejo a ver si se me han borrado ya las marcas de la cara, porque no quiero que se sienta culpable, quiero que sea feliz.

Pero ahora ya no puedo cuidarlo, lo he perdido para siempre, cuarenta puñaladas fueron demasiadas, sobre todo porque con una hubiera bastado para dejarme allí tirada, llena de sangre y de muerte…

Porque un día, después de muchos días de estar ausente, de madrugada, que era la hora en la que acostumbraba a volver, sonó el timbre, prolongadamente, con insistencia, y al abrir, entró tambaleándose.

Venia diferente, iba bien vestido, con un traje gris, la corbata aflojada sobre una camisa de seda. Pero tenía los ojos duros como el cristal, perdidos en el infinito, y sin apenas mirarme, me apartó del quicio de la puerta y fue directo a la cocina a por cerveza. Y yo, me puse muy triste, y le dije que ya estaba bien, que no aguantaba más, que aquello no era un bar, que se fuera a dormir la mona a otra parte…

Entonces, se produjo la tragedia.

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CLAUDIO Escrito por: Xarbet el 25 Sep. 2008 - URL Permanente

Imagina que te dedicaran a ti una calle

Claudio era un hombre de una especie muy peculiar que habita nuestras ciudades, y que son fácilmente distinguibles del resto. Acostumbran a ser altos, enjutos, calvitos, estreñidos y van siempre con un traje gris, roído, pero muy digno, y con una corbata azul marino. Llevan camiseta imperio y…no quieras imaginarte los calzoncillos que gastan porque suelen ser de los de la segunda guerra mundial.

Tienen madres que los quieren mucho, dominantes, gruñonas y que no han permitido que ninguna buscona engañe a su hijo, el cual es, por supuesto, soltero.

Y Claudio era un digno ejemplar de este tipo de personas. Cada día iba a su oficina con su cartera y su paraguas, con paso firme y decidido, y haciendo siempre el mismo recorrido. Se conocía no solo el trayecto de memoria, sino también cada uno de los adoquines de las cuatro calles que tenía que pasar hasta su oficina.

Salía de la calle del Perpetuo Socorro, donde vivía, giraba por la calle del Auxilio divino, que venía a continuación, y seguía por Providencia celestial, para acabar en la del Excelso amor, que era donde estaba su oficina. Cuatro calles entre dos polos opuestos, su casa y su oficina. Por aquí transcurría su mundo.

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Y él, después de veinte años, ya había cambiado a su manera todos los rótulos de las calles.

Según él, vivía en la calle Perpetuo Claudio, y las demás, estaban cambiadas de una manera similar, Claudio Divino, Celestial Claudio, y Excelso Claudio.

Y consideraba en su fuero interno que las calles se llamaban así, aunque por vergüenza las simplificaba y eliminaba su nombre, para pensar solo en la calle del Excelso o del divino. El ya sabía a quién se refería.

Y no solo eso, en su breve trayecto diario, se ensimismaba en su personaje ficticio y vivía autenticas aventuras épicas, propias de un divino, excelso y celestial Claudio, el magnífico, el perpetuo.

Imaginaba que mientras andaba por la calle, veía un bebé que caía de un quinto piso, y que él corriendo, se lanzaba y conseguía cogerlo en su brazos salvándole la vida, pese a que al caer con el bebé en brazos, se rompía los codos contra el suelo y quedaba malherido y sangrante, ante la admiración de los que habían contemplado la escena.

Pensaba, mientras caminaba, que oía gritos de mujer en una ventana, y que se encaramaba al balcón, entrado en la vivienda de donde provenían, y que se enfrentaba a un peligroso violador al que le rompía la cara de un certero paraguazo.

Su imaginación era tan real que incluso identificaba las ventanas por las que podía caer el bebé, y buscaba con la vista los sitios por los que se agarraría para subir al balcón a salvar a la mujer atacada.

Y claro, después, venían a su cabeza todos los parabienes de los vecinos y el clamor popular para que pusieran su nombre a una de sus calles.

Solo cuando entraba en su oficina o llegaba a su casa, se cambiaba a funcionario gris, soso y aburrido y a solterón triste y patoso al que su madre reñía aún demasiadas veces, pese a que la tenía que cuidar ya que estaba totalmente impedida.

Diríamos que nuestro amigo, disfrutaba más de la calle y del trayecto que del origen y del destino. Mientras andaba vivía una vida mejor y más gratificante que la que tenía en su casa y en la oficina en la que era un perfecto cero a la izquierda. Incluso la asistenta que cuidaba a su madre le reñía y le daba órdenes.

Pero un día, algo iba a cambiar su rutina para siempre.

Al acercarse a la puerta de un Banco, se encontró con tu tipo que salía corriendo con una bolsa de deporte en la mano, y sin darse cuenta,

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tropezó con él. Rodaron los dos por el suelo, junto con el paraguas y la cartera. Y, en la voltereta, quedó sentado encima de su cara, mientras el fulano lloraba pidiendo clemencia.

En el suelo, la bolsa de deporte medio abierta, enseñaba fajos de billetes de quinientos euros.

Al poco tiempo llegó la policía, en un ulular intenso de sirenas, deteniendo al atracador, que estaba medio desmayado, porque el tufo a calzoncillo rancio lo tenía totalmente fuera de combate.

Pasaron unos días de autentica euforia, en olor de multitudes, todos le saludaban por la calle y le felicitaban, y como era lógico, hubo voces que pidieron que se le dedicara una calle, y el ayuntamiento accedió.

El día que descubrieron la placa, todo el barrio estaba expectante, Claudio, acompañado de su madre que se había puesto la mantilla, y que estaba exultante, en su silla de ruedas, llevaba también su mejor traje y había rescatado una sonrisa de cuando era pequeño de un armario, porque hacía mucho que no la usaba,

El alcalde de barrio, después de unas palabras de agradecimiento y explicando su gesta, procedió a quitar la cortinilla que cubría el nuevo nombre de la calle. Ponía en letras muy artísticas

“Calle del calzoncillo feroz”

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EL ABUELO TANCREDO Escrito por: Xarbet el 02 Oct. 2008 - URL Permanente

Tema propuesto: Epitafio. Ahí queda eso!!!

Cuando mi abuelo Tancredo vino a vivir a casa, no fue bienvenido. Pero fue la única solución al morir mi abuela. Durante unos meses se había apañado solo con su asistente, pero su piso era de alquiler y amenazaba ruina por lo que fue desahuciado. Se negó en redondo a ir a una residencia, y lo tuvimos que meter en casa.

Era un viejo antipático, seco, cascarrabias, incordiante, malo por naturaleza. No hacía nada por ser o parecer agradable, sino que al contrario, parecía contento en ser un autentico estorbo.

Se instaló en mi cuarto, y yo fui desterrada a un plegatin del comedor. Mis hermanos compartían otra habitación, y lógicamente, mis padres, ocupaban la tercera habitación de la casa.

Cuando murió, todos nos mostramos muy compungidos, aunque en el fondo, estábamos felices. No se trataba de que le hubiéramos deseado la muerte, o de que la aplaudiéramos, sino de que estábamos muy agradecidos de que por fin se hubiera ido.

Y yo, además iba a recuperar mi cuarto, porque a los quince años, una chica necesita un cuarto para ella sola.

Incluso había un factor que le daba bastante emoción al tema y era que nadie conocía su testamento, y todos sabíamos que en el banco debería haber mucho dinero, no en vano había sido toda su vida un usurero y un avaro.

Su herencia, debería ser para mi madre, y ésta ya tenía muchos proyectos en ciernes con el dinero del viejo. Pero la primera sorpresa surgió cuando el notario nos citó a todos, a mi madre y a sus tres nietos para leernos sus últimas voluntades.

El testamento, tal y como dijo el notario, estaba muy claro, para mi madre la legítima que le correspondía por ser su única hija, el resto lo dejaba al nieto que le redactara el mejor epitafio.

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Como jurado para decidir cuál sería el mejor y que por lo tanto figurase en su tumba, dejaba al cura, y al alcalde de pueblo, ellos decidirían quien sería el beneficiario de la herencia.

Durante el trayecto de regreso a casa, mi madre, se mostró callada y seria, pero solo cerrar la puerta, empezó a gritar y a despotricar como una posesa.

Mis hermanos, se encerraron en su cuarto, compinches como siempre, supongo para decidir el texto de sus epitafios y quién sabe si también para acordar algún tipo de reparto. Yo no pude hacer lo propio, ya que la habitación que era mía, estaba cerrada a cal y canto en espera de su “purificación”. Tuve que aguantar el chaparrón, su malhumor y esquivar a la vez sus alusiones sobre la conveniencia de llegar a un acuerdo, ya que la herencia debía ser suya, y que ella ya nos la daría a nosotros.

El consenso, ella lo sabía lo tenía que concertar con sus hijos mayores que seguían encerrados en su cuarto, yo no iba a poner ninguna pega, pero con lo egoístas que eran, no era previsible que ni siquiera se pusieran de acuerdo entre ellos.

Por lo tanto, quedaba la puerta abierta. Lo único que se podía hacer era empezar a pensar en algún buen texto que ganara el concurso.

Al cabo de dos semanas que era el plazo previsto, tanto yo como mis hermanos entregamos nuestras propuestas en la notaria.

Y por lo tanto, unos días más tarde, asistimos a la lectura del acta de veredicto de los jueces.

Solo entrar en el despacho, el corazón me dio un vuelco. El notario me miró con cara sonriente y me guiñó un ojo. Eso significaba que era la ganadora. No me lo podía creer, me parecía imposible que hubiera ganado yo, al fin y al cabo, solo había aplicado un poco de lógica al asunto.

Antes de leer el veredicto, leyó los tres epitafios:

El de mi hermano mayor, Juan, que era un tipo serio, disciplinado, despectivo y bastante gilipollas, decía:

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Mi Hermano Santiago, que era un mamón de mucho cuidado, pelotillero, mentiroso, falso e hipócrita, se salió con lo siguiente:

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Y yo, que no sabía muy bien lo que era un epitafio, y malditas las ganas que tenia de buscarlo en la wiki, y además, con la manía que le tenía al antipático de mi abuelo, lo único que se me ocurrió fue lo siguiente.

Pensé que al cura y al alcalde les gustaría, ellos tampoco le tenían mucha simpatía a mi abuelo.

El diseño de las tumbas, por supuesto, de Cristina.

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UN CONFESIONARIO ADAPTADO Escrito por: Xarbet el 17 Feb 2009 - URL Permanente

Los Pecados Capitales, siete posibilidades

Tengo que reconocerlo, soy un cura atípico, es decir, no es que no sea normal, ni nada de eso, sino que hay cosas que no me van, que no puedo con ellas.

Yo, cuando salí del seminario, acepté todo lo que implica ser cura, el voto de pobreza, este no hubiera importado que lo hiciera, pero bueno, lo hice. El voto de castidad, ¿a un cura se le supone no? Pues eso, voté por la castidad, aunque creo que no salió elegida, más bien salió el sálvese quien pueda, que el asunto de los bajos es territorio apache y allí no manda ni Dio..genes.

Me aprendí bien la liturgia, los cantos gregorianos, los protocolos, lo del copón, lo de levantar los brazos, lo de bendecir, todo bien, muy bien, y además con arte, con parsimonia torera, vamos.

Pero lo que no soporto, lo que no puedo aguantar es lo del confesionario. Esto es superior a mis fuerzas, es agotador, insoportable, tedioso, porque

te-dioso viene de Dios no? Como Te Deum, Pues eso, tedioso.

De entrada, meterme en un cajón, ya me produce un no sé qué, porque además es de madera, sabéis? No os dais cuenta, cajón – madera – madera –cajón, menos mal que uno está sentado dentro que igual lo ponen para que me acueste y me da un patatús.

Pero claro, entra dentro de los gajes del oficio, por lo que tuve que acostumbrarme a meterme en aquel lugar del demonio. Así que por las mañanas, a las seis, cuando no había nadie en la

iglesia, me sentaba ahí dentro, e intentaba habituarme al medio. Fue

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difícil, lo reconozco, al final tuve que recurrir al truco de las estampitas, para que aquello fuera más llevadero.

Puse en el bolsillo de la sotana una foto de mi mamá, una de una playa muy bonita, con un mar azul precioso, y una de unas nubes recortadas en el cielo. No las pude dejar fijas, ya que en la de la playa había además algunos bañistas, es decir, algunas bañistas, pero poquita cosa, solo estaban en primer plano, no impedían la vista general del conjunto.

Y así, cada vez que tenía que confesar, me ponía enfrente las fotos con unas chinchetas y me parecía menos lúgubre el cuchitril, todo es adaptarse, con un cojín y un reposa pies, el cenicero de pié, no fuera a tirar la ceniza al suelo, con la botellita de agua del Carmen por si alguien se desmayaba, pues quedaba bastante habitable.

Y es que, claro, hay gente que no respeta nada, te ven allí dentro, y sin consideración alguna, vienen a que les confieses.

Lo morbosa que es la gente, ¡cielos! no les basta con pecar, que vienen a contártelo con pelos y señales, como si te lo quisieran echar en cara, como diciéndote que eres un mal cura que no consigues que no pequen. Que estudien mas en sus casas, que se aprendan las misas de memoria y pecaran menos, ¡leñe¡ que no todo se puede hacer en la iglesia,

Y encima, vienen como vienen, que el otro día una chica muy recetadita ella con su rebeca cerrada hasta el cuello, con su faldita plisada y calcetines blancos, que yo la tenia vista desde el pulpito, sentada con la falda entre las piernas para que no se le viera nada, estúpida, como si desde el altar que está más alto se pudiera ver nada.

Y acabada la misa se vino al confesar, y se puso allí, arrodilladita, con la rebeca que antes estaba cerrada completamente abierta, y debajo un top, corto por arriba y corto por abajo, que por el escote, hasta la cinturilla de la falda se le veía. Será joia… Ni siquiera con el truco de mirar la foto de las bañistas conseguía apartar la vista de aquellos melones. Claro, los de la foto estaban fijos, allí con su chincheta, y estos bamboleando debajo de mi... Esto puede ser malo hasta a la vista, como está la rejilla por medio, la visión se divide en múltiples cuadritos y te vuelves loco intentando juntarlos todos, y sobre todo, por buscar en cuál de ellos está el pezón. Y luego se queja mi asistenta de que tengo los bolsillos de la sotana agujereados. Si ella supiera…

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Pero esas no son las peores, vino una tipa el otro día, tendríais que haberla visto, vieja, arrugada, con los pezones mirando a Satanás, zancuda, semituerta, halitósica, tuve suerte porque el día anterior había cambiado la banqueta por una butaquita con orejeras, que si no me desnuco al tirar de repente la cabeza hacia atrás. Total que aquel esperpento de mujer, viene y osa… ¡osa¡ confesarse de que ha sido infiel a su marido y que se ha acostado con otro…

No me dio un ataque de risa porque aun estaba noqueado con su aliento, que si no, me descojono allí mismo… Acostarse con otro… seria algún otro perro sarnoso de la calle, que si no, dudo que alguien se atreva con semejante armario. Joder que trago, al final no sabía si absolverla o felicitarla, eso sí, como penitencia la envié a hacer gárgaras que era lo que necesitaba.

Y el viejecito. Vino el otro día un viejecito, que su problema es que ya no se le pone como se le debe poner cuando intenta follar con su mujer, y viene a mí a contarme sus penas, que tengo su mismo problema pero al revés, que se me pone como no se me debe poner. ¡Qué espabile coño¡ que a su edad hay cosas que ya no se preguntan… yo les digo a esos, que usen los preliminares, que son muy importantes, sobre todo usar la lengua, mucha lengua, y el muy tonto que me responde… Es que mi mujer es sorda…

Total, que tal como iba el asunto, y con la afluencia que había, tuve que hacer algunos cambios.

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De entrada, ponerle puerta y llave. Nada de cortinita. Iba a poner un confesionario de uso privado y personal, como dirían ahora, “adaptado”. También sustituí la celosía del ventanuco por un cristal que permitiera ver de dentro afuera pero no al revés. Y puse un micro con unos auriculares para la comunicación.

Pero lo más importante no era eso, lo más importante era la adecuación interior mediante la cual iba a lograr la necesaria tranquilidad de espíritu para oír la confesión en paz. Lo de las fotos y las chinchetas estaba pasado de moda, lo cambié por un portafotos digital que iba pasando secuencialmente las fotos. Así, tuve espacio suficiente para poner dos estantes. En el primero una botellita de vino de misa y una copa de cristal fino, en la superior un surtido de cajas de bombones.

A partir de aquel día, las confesiones fueron mucho más placenteras y agradables, feligrés que venía, copita de vino para limpiar la boca y bombón al canto.

Mientras oía la confesión, el manjar se diluía plácidamente en la boca, aportando dulces sensaciones a mis papilas gustativas. De vez en cuando un sorbito de vino aromatizaba y potenciaba el sabor del chocolate fundiéndose en el crisol del paladar. Al final, y antes de la absolución, otra copita para limpiar la boca y poder vocalizar debidamente la penitencia.

Todo iba de maravilla, hasta un día aciago, en el que vinieron más confesantes de lo habitual.

Estuve horas dándole que te pego durante más de dos horas. Prácticamente acabé mis provisiones de bombones y tuve que sacar la botellita de vino de reserva que estaba escondida debajo de la butaquita. Cuando al fin terminé, salí un poco piripi del garito.

También fue mala suerte que en aquel momento entrara aquel periodista a visitarme. Las fotos que me hizo con la barbilla sucia de babas de chocolate, la pechera de la sotana manchada, y la botella que llevaba

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cogida del gollete, porque aún quedaba un culín y pensaba acabármelo en la sacristía, fueron un acto miserable, de traición a la santa madre iglesia. Además me había dejado la puerta del confesionario abierta, y la gente que son unos desagradecidos, no entendieron que lo hubiera adaptado a mis necesidades básicas, las fotos del marco digital tampoco ayudaron mucho a demostrar mi inocencia.

El obispo pretendía que me recluyera en una celda de un convento para hacer penitencia. Tuve que darle con el candelabro en la cabeza. Uno al fin y al cabo, tiene sus prontos.

Aquí estoy bien, estoy en la cocina, me ocupo de la pastelería y de los postres.

Estoy en la cárcel.

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UN MUNDO MEJOR Escrito por: Xarbet el 11 Sep. 2008 - URL Permanente

Una historia relacionada con una película de Walt Disney

Hacía ya un mes que su rutina diaria no variaba. El despertador sonaba inmisericorde a las siete de la mañana. Se desperezaba lentamente y tardaba como unos diez minutos en levantarse.

En el cuarto de baño, mientras se aseaba, ponía la radio. Noticias frescas del día que le iban machacando los oídos mientras se duchaba y se lavaba los dientes. Luego bajaba a la cocina para prepararse el desayuno. No era frugal, por la noche no acostumbraba a cenar, por lo que su primera comida del día tenía que ser intensa. Solía freírse un par de huevos, bacón, café, tostadas y a veces incluso incluía un zumo de naranja.

Subía de nuevo a su cuarto, y se vestía lenta y ceremoniosamente. Cada una de las prendas que se ponía le ocupaban un espacio de tiempo importante, las medias, el jersey, todo quedaba exactamente en su lugar y posición precisa. Luego, se contemplaba largamente en el espejo. Pese a sus esfuerzos, la decepción se reflejaba en su cara, la realidad era cruel y tozuda, y se sentía infeliz.

Volvía al cuarto de baño para poner en su rostro las pinceladas precisas para afrontar el reto del mundo exterior, pero su semblante era ya serio y triste.

El ritmo de la parte del día trascurrido había empezado lánguidamente, había ido in crescendo con el momento álgido en su desayuno y luego había ido decreciendo poco a poco mientras se vestía.

Después, cogía su bolso, comprobaba que estaban las gafas de sol, la cartera y el móvil, y se plantaba frente a la puerta de la habitación dudando si atravesarla. Hacía ya un

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mes que en vez de cruzarla, abría el gran armario ropero, se sentaba dentro y cerraba la puerta.

Se quedaba allí, con los vestidos colgando sobre su cabeza, haciendo sitio para sus pies entre las cajas de zapatos. Dejaba el bolso en su regazo, como acunándolo y apoyando los codos en las rodillas, se tapaba las orejas con las manos, para que sus pensamientos no salieran de su mente. Cerraba los ojos para indicar que no era la oscuridad del armario la que le impedía ver. Su corazón latía muy lentamente, con una cadencia lenta y pausada, y su mente se dejaba mecer por el compás marcado.

Al cabo de muchas, muchas horas, su cuerpo iba recobrándose del letargo. Su corazón cambiaba el ritmo y dejaba que su estómago, sus pulmones y su vejiga reclamasen su atención.

Entonces, salía de su escondite, se levantaba lentamente, desentumeciéndose, se quitaba aquellos incómodos zapatos de tacón, dejaba el bolso tirado sobre la cama, y se iba desnudando lentamente, para someterse al masaje implacable de la ducha, que vigorizaba de nuevo sus músculos y daba de nuevo vida a sus sentidos.

Salía con la toalla alrededor de su cuerpo y ponía de nuevo la radio, que la devolvía al mundo exterior con aquellas sempiternas noticias emitidas por unas voces que cada vez eran más monótonas y más impersonales.

En la cocina, la asistenta, había lavado los platos del desayuno, y reabastecido el frigorífico. Era la hora de la segunda y última comida del día, cosa fácil de preparar y comer, alguna ensalada, una pechuga, una pieza de fruta y el café, cargado, fuerte, aromático y sin azúcar, arábigo cien por cien, nada de robusta ni de torrefacto, puro, absolutamente puro.

Después del almuerzo, era el peor momento del día, no sabía qué hacer, paseaba por su casa con inquietud, esperando que sonara de nuevo el segundo despertador, el de acostarse, el que sonaba cada día a las diez y diez de la noche.

Cuando por fin sonó, subió precipitadamente las escaleras hacia su dormitorio, y mientras se ponía el pijama y se cepillaba los dientes, apretó de nuevo el botón de la radio, pero se equivocó al hacerlo y la emisora que puso no daba noticias, solo se oía una canción, que le recordó tiempos lejanos,

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Decía el cantante:

“Sueña, con un mañana, un mundo nuevo debe llegar. Ten fe, es muy posible si tú estás decidido. Sueña que no existen fronteras, ni amor sin barreras no mires atrás. Vive con la emoción de volver, a sentir, a vivir la paz. Siembra en tu camino, un nuevo destino, y el sol brillará…”

Y se quedó tal y como decía la canción, soñando, y repitiendo mentalmente una y otra vez la canción, y en vez del pijama se puso los tejanos, y las botas, y aquel jersey de lana que le venía ancho y largo, y que revelaba sutilmente sus pechos. Sacó el móvil del bolso y lo arrojó contra la pared. Se miró de nuevo en el espejo, vio su mandíbula recta y poderosa, su nuez, que una vez más le delataba, sus hombros demasiado anchos, pero, pese a todo, sonrió, y salió con paso decidido a la calle, cabello al viento, balanceándose sobre sus zapatos de tacón, mientras se oía aun el eco de la canción:

Sueña - Rosa y Chenoa

(Canción del Jorobado de Notre Dame)

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UN HORÓSCOPO HELADO Escrito por: Xarbet el 04 Sep. 2008 - URL Permanente

El tema de hoy es la Astrología o el Esoterismo

Melquiades era un tipo metódico, tenía el tiempo completamente programado. Cuando cerraba la puerta de su piso para ir a trabajar, quedaba la casa limpia, la ropa colgada si era día de colada, la cocina impecable, el baño como si nadie hubiera pasado por ahí, y había ya leído las noticias del día y consultado su horóscopo.

Nunca salía sin antes haber consultado a los astros el devenir diario, para ello tenía sus mapas, sus páginas amigas de internet y sus apuntes. Con ello, salía cada día a trabajar preparado para los acontecimientos cotidianos. Algunos días salía contento, otros preocupado, pero siempre con el bagaje de la sabiduría de los astros.

A sus cuarenta y muchos, era ya un solterón impenitente, tuvo una novia durante muchos años que de alguna manera le impidió conocer más mujeres, iba a ser la mujer de su vida, pero un día, sin más ni más, le dijo que había conocido a otro y lo plantó. Fue un golpe muy duro en su vida, pero lo superó con tesón, estudio y método

Y para evitarse más sorpresas en la vida como la de su ex novia, empezó

a estudiar Astrología y descubrió que podía predecir su futuro.

Aquel día, su horóscopo preveía: “Un encuentro que le dejaría helado”, y durante el día, no le había sucedido nada especial. En eso estaba pensando, pasadas ya las ocho de la noche, regresando a su casa, cuando de pronto tropezó con una chica que llevaba un enorme helado en la mano que fue a parar sobre su traje.

Desde luego, no era eso lo que él había deducido de su horóscopo, pero también era una interpretación posible, por lo que no se lo tomó a mal, incluso esbozó una sonrisa.

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La chica se disculpó muy preocupada e insistió en entrar en un bar para lavarle la americana con agua. Total que tomaron una cerveza juntos, después de fregotear un poco la mancha con una servilleta, y luego siguieron con otra y otra, y, como la chica era muy mona, y muy zalamera, siguieron hablando y riendo y pidieron unas tapas para cenar.

Cenaron, bebieron, y acabaron en su casa. El no estaba acostumbrado a beber, y de hecho cuando se despertó por la mañana, no recordaba demasiadas cosas.

Lo que le dejo helado fue comprobar que la chica no estaba y que con ella se había ido su cartera, y su ordenador portátil.

Y además, eran ya las siete y media y aquel día no podría dejarlo todo listo, y lo que era peor, no podría consultar su horóscopo. Se vistió rápidamente, dejó todo como estaba y salió presuroso hacia su trabajo porque llegaba tarde. Ya tendría tiempo de avisar a la policía.

Solo salir del portal de su casa, se cruzó con la chica del día anterior. Ofuscado aún por la resaca, se abalanzó sobre ella, cogiéndola por el cuello, reclamándole lo robado. Ella, antes de desmayarse, se puso a gritar desaforadamente, y cuando cayó inánime al suelo, dos policías ya lo habían cogido de los brazos y lo estaban deteniendo.

No supo lo que la chica había declarado, pero la acusación frente al juez, era de acoso y agresión sexual, y en la celda de los juzgados hacía mucho frío y se estaba quedando helado.

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Salió del juzgado cabizbajo, cabreado y con su cuenta bancaria muy mermada por la fianza que había tenido que depositar. No se dio cuenta al cruzar la calle que venía aquel camión de los helados a toda velocidad.

En el velatorio, sus pocos amigos y ompañeros de oficina, echaron un último vistazo a aquel cuerpo rígido y helado.

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LA NIÑA Y EL PARAÍSO Escrito por: Xarbet el 28 Ago 2008 - URL Permanente

Paraíso, eterno o terrenal… cada cual según sus preferencias.

Este no era el relato que tenía preparado para este jueves, pido disculpas a los que me habían ayudado a corregir otro, pero un comentario de Cristina me ha recordado esta noticia de hace unos días. Aún tengo el corazón encogido pensando en la niña…

Una niña iraquí se entrega a la policía antes de detonar su chaleco explosivo. El mando militar estadounidense investiga si la chica, de 13 años, fue obligada o no a inmolarse. Bagdad, 25/08/2008

Los mártires van al paraíso. Los mártires, mártires, mártires. Se lo repetía continuamente, es lo que le habían enseñado de pequeña, lo que le habían inculcando sus padres, lo que le enseñaban en la escuela islámica.

Y ella quería ir al paraíso, pero ahora estaba confusa, sin saber que pensar, apenas hacia una hora que le habían colocado aquel cinturón. Sabía dónde estaba el cordón que tenía que tirar cuando estuviera rodeada de mucha gente. Sabía que cuando lo hiciera seria un mártir.

Le habían hecho beber un potaje amargo, la habían besado y bendecido. Sus padres la miraban con orgullo mientras se iba, pero estaba confusa.

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Había sentido una enorme paz, cuando la habían grabado en vídeo con la cinta de los mártires en la frente, mientras recitaba aquellas palabras que le habían hecho aprender de memoria. Se sentía importante, heroína, mártir de una causa que sabia justa.

Pero ahora, en la calle, la paz le había abandonado. Se había dado cuenta que conocía el infierno pero no conocía el paraíso.

El infierno de su existencia mísera, pendientes siempre de las acciones del ejército invasor que les ofendían y los maltrataban. Conocía lo que hacían a sus hermanos palestinos, la destrucción de sus viviendas, la opresión, el cansancio de estar horas y horas haciendo cola en los controles, sin poderse mover libremente por su país, las miradas de desprecio, la injusticia de los infieles contra ellos.

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Conocía el odio y el resentimiento, y la impotencia.

Pero no conocía el Paraíso, y temía que no fuera otra estafa como las que sufrían día a día, y sobre todo, no quería morir, amaba su cuerpo, solo tenía trece años, ansiaba vivir, ansiaba paz, ansiaba amor.

Y se puso a llorar, y sus pasos la llevaron hasta una comisaria, con su cinturón, confusa, asustada, llorando. Y allí, en vez de abrazarla y besarla, la detuvieron.

También lloramos los que pensamos en ella, los que dolientes e impotentes contemplamos la agonía de un pueblo, que tiene que buscar un paraíso porque su tierra se ha convertido en un infierno. La crueldad de unos integristas que usan a los niños y a su Dios para sus fines políticos.

Niña mía, hermosa, que el paraíso está en reír y besar y amar, y ser amado, malditos sean los que en tu pueblo y en el otro, se empeñan en olvidar la paz, los que han convertido vida en infierno y muerte en paraíso.

La pintura, titulada Paraíso es de Karla Bohacek (acrílico)

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EL FRUTO PROHIBIDO DEL ÁRBOL Escrito por: Xarbet el 28 Sep. 2008 - URL Permanente

Paraíso… esta es la primera historia escrita para esta semana

Odón y Ana, estaban exhaustos. Sentados en una piedra, en la cima de una montaña, descansaban después de tres días de arduo trabajo subiendo víveres, herramientas y enseres desde un claro de la base hasta lo alto de la cima.

Desde allí, divisaban una gran extensión de tierra verde y marrón así como el cielo que se fundía con el horizonte. El sol, en declive ya, enviaba sus últimos rayos de sol amenazando con enviar la noche. Ellos eran los felices propietarios de la montaña que estaba a sus pies.

Como movidos por un mismo pensamiento, se desnudaron rápidamente, dejándose solo las botas, para sentirse plenamente en contacto con una tierra que era la suya y que a partir de aquel día, iba a ser su paraíso personal.

Habían tardado años en poder acumular el patrimonio suficiente para invertirlo todo en aquella tierra. Los preparativos para su marcha del mundo polvoriento y sucio también habían durado muchos meses.

Todo lo que pensaban que sería necesario para su nueva vida lo habían ido comprando poco a poco, habían instalado en el patio de su casa las placas solares, y las fotovoltaicas, habían aprendido a usarlas y a repararlas, luego lo habían desmontado para dejarlo listo para instalar en su nueva vivienda.

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Un camión los había dejado junto con sus pertenencias, en un claro del bosque junto al camino de subida a “su” monte. De eso hacía ya tres días, ahora estaban arriba. Habían camuflado antes de la última subida el camino para que nadie pudiera verlo por casualidad

Habían cortado con todo y con todos, no habían dicho nada a sus amistades, ni a su familia, iban a vivir una existencia idílica lejos del bullicio del mundo. Ningún teléfono, ningún aparto de radio, ningún trasmisor, nada había subido con ellos, estaban solos, tierra, cielo, agua, aire, y ellos, eran los habitantes de un nuevo paraíso.

En la cima, resguardada por unos árboles gigantes, había una cabaña, iba a ser su vivienda, aunque no descartaban construir otra, por ello habían traído herramientas y útiles de construcción en madera, además de las placas fotovoltaicas para tener energía.

La puerta estaba atrancada, y tuvieron dificultades para

abrirla, son momentos en que uno echa de menos una barra de hierro que desafortunadamente, no habían traído.

Al final, consiguieron entrar y después de abrir la ventana contemplaron el que sería su nuevo hogar. Era una estancia cuadrada de una sola habitación, a la derecha una mesa con una cubeta de plástico que en la que habían varios platos sucios. A la izquierda un catre con dos bancos, y al fondo dos butacas de eskay y una mesita con un televisor encima.

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Se miraron con complicidad y echaron a reír, porque lo último que uno se espera encontrar en una cabaña de un monte a la que tardas un día para acceder, prácticamente a cuatro patas, son dos butacas y un televisor, pero la vida trae algunas sorpresas. La primera idea fue tirarlos, pero no querían empezar su nueva vida montando un sitio para desperdicios, ni ensuciando el aire con humo apestoso, las dos butacas en la cabaña les molestaban menos que verlas patas pa arriba en un trozo de su bosque, por lo que acordaron dejarlos allí, como símbolo de una vida que no querían.

Los víveres que habían traído les bastaban para tres meses, prácticamente legumbres, agua y leche en polvo, habían descartado cualquier lata ni envase de cristal. Confiaban en ese tiempo tener ya frutos del huerto y en los productos naturales del bosque.

Empezaron su nueva vida al día siguiente, con ilusión y ganas, había mucho por hacer, instalar las placas, cavar los aljibes, preparar los huertos, el de verano y el de invierno, marcar rutas para recoger piñas, moras, y cualquier raíz comestible o útil para su vida.

A la semana ya tenían luz, que conectaron a la instalación del viejo generador de gasolina que no pensaban usar, ya que no pensaban quemar nada que no fuera madera.

Y quiso el destino, que por la noche, cuando se preparaban para acostarse, un pequeño piloto de la televisión les hizo ver que había vida latente en el aparato a la espera de que alguien pulsara un botón.

En la penumbra de la noche, solo con la iluminación de la luna, el televisor, con sus dos antenas en forma de uve en la cabeza, el piloto en la base, y con las patas de la silla que lo sustentaba, parecía una persona que estaba al

acecho. Rápidamente Odón, desenchufó el aparato, y la débil luz, se apagó lentamente.

Pero la semilla había caído en la tierra, y el televisor, ocupaba impasible su lugar en aquella vivienda. Odón y Ana sabían que podía hacer cualquier cosa en aquel reducto que estaban habilitando como paraíso, podía subirse a cualquier árbol, comer cualquier fruto, cavar cualquier surco, pero que no debían acercarse al televisor.

Pero un día, mientras Odón estaba en el huerto de abajo, un colibrí, entró en la cabaña y se fue a posar sobre las antenas del televisor. Ana, estuvo

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observándolo un rato, divertida como iba de una a otra antena, y sin casi darse cuenta, puso el aparato en marcha para asustar al pajarito, el cual en vez de asustarse, se fue a posar sobre su hombro como si quisiera contemplar con ella la pantalla. El aparato era viejo y en blanco y negro, solo se veía un canal y no muy claramente, pero a Ana, le encantó oír después de muchos meses otra voz que no fuera la de su marido, y ver que el mundo seguía en el exterior.

A partir de aquel día, de vez en cuando volvía el colibrí a posarse sobre su hombro, y si su marido no estaba cerca, Ana encendía el aparato porque le parecía que era eso lo que el colibrí le pedía, y le hacía gracia la actitud del animal. Pero no siempre lo apagaba en seguida, sino que ella se ponía a ver y escuchar lo que se emitía.

Pero, algún día tenía que pasar, y pese a sus precauciones, de desenchufarlo cada vez y aparentar que no se usaba, su marido se dio cuenta una tarde que subió antes de lo normal, de que aún mantenía el calor de las lámparas y supo que había estado encendido.

Por la noche discutieron, ella confesó que a veces lo encendía y defendió el hacerlo como algo insustancial y que no impedía ni afectaba en nada a su aislamiento, Odón no estaba de acuerdo, pero ella consiguió no solo que aceptara usar el aparato sino que prometió que solo lo usarían estando juntos, para que no interfiriese en su relación.

Y así, al día siguiente, después de comer, por primera vez desde que habían llegado, se sentaron en el suelo, tal y como acostumbraban a ir, desnudos y con las botas puestas, apoyando las espaldas en las butacas y encendieron el televisor. Odón, aunque remiso al principio, no podía ocultar que también deseaba verlo.

Las imágenes que aparecieron en la pantalla solo encender el aparato, eran sobre una noticia de un pavoroso incendio de una zona boscosa. Se veían imágenes aterradoras de bomberos corriendo con las mangas enrolladas, hombres con ramas, bateando el fuego, helicópteros con sus ubres colgantes esparciendo agua, y aviones luchando contra el viento.

El locutor relataba los hechos con una fogosidad tal que parecía que estaban viviendo el suceso, incluso el aire olía a humo y el calor iba incrementándose por momentos. Cuando se quisieron dar cuenta, las llamas estaban lamiendo su cabaña, y vieron consternados, que el incendio de que hablaba el reportaje de la televisión era en su montaña.

Apenas tuvieron tiempo de salir huyendo, montaña abajo, con las llamas en su espalda que les perseguían cual ángeles con espadas de fuego.

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La imagen de dos personas desnudas, corriendo cogidas de la mano, con los cabellos al viento, quedo escrita en el libro de los tiempos.

Cuando por fin llegaron abajo, contemplaron consternados que habían sido expulsados del paraíso porque habían consumido la fruta prohibida. Un colibrí, piaba impávido en la rama de un árbol.

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EL ARQUITECTO FELIZ Escrito por: Xarbet el 21 Ago 2008 - URL Permanente

Tema libre, sin restricciones

La facultad de arquitectura quedaba atrás, cinco años de estupidez estudiando todo lo estudiable para que unos zopencos te den un titulo de arquitecto. Un año más para un proyecto que no vas a cobrar. ¡Cuánto sufrimiento y cuanto estudio para nada, o para un papel en un marco y un permiso de trabajo.¡

¿Acaso no sabían que la creatividad no se estudia?, que nace, crece se desarrolla con la persona, que forma parte de lo más intimo del ser humano. Y todos los profesores, alumnos compañeros suyos, flamantes arquitectos, solo se regían por una ley, la de la simetría. ¡Qué poca imaginación!

Todo lo construido era cansino, previsible, trazado a escuadra y cartabón, pedestre, simple y vacuo.

Pero él revolucionaria el sector, ya tenía alquilado un despacho, nada de estudios de arquitectura ni dependencias de mediocres, así a pelo, como los detectives, un despacho, una mesa, una puerta acristalada, un perchero, una butaca, una silla, su ordenador, no necesitaba nada más. Ah, y un teléfono, por supuesto.

Sonó el teléfono. Un promotor. Un edificio, sí, claro, me pongo a la labor. Había que remover los cimientos de la arquitectura tradicional, volver a empezar con nuevos criterios nuevas ideas, nuevos conceptos.

De entrada, las columnas, ¿Por qué debían ser verticales? El las pondría inclinadas, quince grados por lo menos, cerraba los ojos y veía la fachada, un forjado sobre otro, y en medio las columnas, quince o quizá hasta treinta grados, una hacia la derecha, otra hacia la izquierda, que la parte superior de una, coincidiera con la base de la otra, en zigzag.

No, demasiado previsible, parecería un rombo que no le gustaba nada, había que cambiar.

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Todas hacia la izquierda, las columnas se irían desplazando para que las bases coincidieran, formarían una línea inclinada desde la base hasta arriba, bien, pero entonces, tenía que inclinarlas más, cuarenta y cinco grados por lo menos, no, no con quince grados era suficiente, le gustaba.

Perfecto. Distancia entre centro a centro de cada columna: Cinco metros, estupendo, podía haber calculado mas, pero cinco metros le parecía suficiente

Cerró los ojos y lo veía, lo imaginaba ya construido, pero había una cosa que no le acababa de gustar, eso de hacer coincidir la parte superior de una con la base de la superior no le gustaba, estaba ya muy manido.

Cambiaria, desplazaría la base de la superior, un metro en el sentido de

la inclinación, quedaría más etéreo, como elevado, como si las columnas no existieran y fueran parte del entorno, ¡ Ah ¡ la simplicidad , la vista tridimensional, el efecto visual perfecto, ¡Ah¡ la genialidad.

Y se puso frenético a calcular: pi, por el coseno del cuadrado de la hipotenusa y la raíz cuadrada del logaritmo de dos, le daba el grosor exacto de las columnas, eso era, fantástico, perfecto, divino, además, el

súmmum del súmmum, el grosor de las columnas iría disminuyendo a medida que subieran así conseguía el efecto pino deseado.

Presentó ufano al promotor los datos, forjados, tabiques, columnas innovadoras y perfectas, las de la planta baja solo tenían tres metros de diámetro, las de la primera y segunda planta dos y medio, la de las dos últimas, delgaditas ellas, únicamente dos metros. ¡Ah! el efecto pino, él sería el inventor.

Algunos promotores son imbéciles, ¿mira que irse dando un portazo?

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LE VOYEUR Escrito por: Xarbet el 14 Ago 2008 - URL Permanente

Todos hemos imaginado alguna vez una historia de vouyeurs

La vio mientras cruzaba la calle y deseó que su destino fuese la parada del autobús en la que él estaba esperando. Así fue. Tuvo que apartar la mirada, porque se dio cuenta de que la había estado observando fijamente mientras se iba acercando, y no quería molestarla.

Era una chica espectacular, sobre todo por su porte y su mirada, andaba con una elegancia extrema, balanceando ligeramente los hombros, pero sin afectación, con unos movimientos ligeramente felinos, y su mirada era dulce y plácida, con unos ojos negros de los que salían chispitas de alegría.

En el autobús, se sentó unos asientos más atrás de ella, y a suficiente distancia para que no se notara que la estaba observando. Su cabello recogido, la forma de su nuca, su perfil suave y dulce, le tenía completamente embelesado, tanto que se le pasó la parada de autobús, y tuvo que bajar en la siguiente, con la certeza de que llegaba una vez más, tarde al trabajo.

Al día siguiente, tuvo que dejar pasar dos autobuses, hasta que la vio de nuevo llegar, era evidente que vivía por el barrio, por lo que mientras de nuevo observaba sus pómulos en el autobús, urdió un plan para averiguar donde vivía.

No le costó mucho averiguarlo, porque por la tarde, al salir a comprar, se la encontró en el supermercado, y sólo tuvo que seguirla al salir.

Se sorprendió al comprobar que vivía enfrente de su casa, solo les separaba la calle, por lo que con la compra aun en la bolsa, se dirigió a una tienda de óptica para comprar unos prismáticos.

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Esta si fue una espera tediosa, los prismáticos eran de baja calidad, y se perdía entre las ventanas de enfrente. Al final tuvo que montar guardia de noche y vigilar el portal. El viernes no salió, pero si el sábado, y alrededor de las dos de la madrugada, un taxi paró enfrente de su casa y ella salió y entró en el edificio. Lo siguiente era ya fácil, no necesitaba los prismáticos, mirar en toda la fachada, la próxima luz que se encendiera, y lo consiguió. Uno, dos, tres, tercera planta, ventanas con cortinas amarillas. Localizada.

Ahora si tuvo que rascarse el bolsillo y comprar un catalejo semi-profesional, con trípode incluido con el que poder observar cómodamente.

Del tercer piso del edificio de enfrente, tres ventanas daban a la calle, una de ellas, era evidentemente el salón, y a cada lado, estaban el dormitorio y la cocina.

Infinitas horas se pasaba Héctor en su puesto de observación, mientras desayunaba, tenía el ojo en el objetivo y veía como se encendía la luz de la cocina y como ponía la cafetera en el fuego, luego, pasaba por el salón en dirección al dormitorio. Era el momento en que abría la ventana de par en par en el que la veía más esplendorosa, en camiseta, con el cabello suelto.

Salía exactamente a las ocho menos veinte, el, cinco minutos antes ya estaba en la parada del autobús, esperando.

Cada mañana sin falta subían juntos al mismo autobús. Cada mañana disfrutaba mirándola, serena y limpia, sin maquillaje ni potingues, se sabía

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ya de memoria todos sus vestidos, la manera en que combinaba pantalones, blusas, faldas y jerséis. Incluso notaba cuando llevaba la esclava de oro cuando solo iba cernida con la pulsera de plata. Llevaba siempre los pendientes a juego con el vestido, y se conocía milímetro a milímetro su nuca, sus pómulos prominentes, sus brazos, sus pantorrillas y zapatos. Lo único que no conocía ¡Ay! eran sus ojos. Nunca habían cruzado una mirada directa, cuando ella giraba la cara y se suponía que entraba en su ángulo de visión, el bajaba la vista, mirándose fijamente los zapatos, y no los levantaba hasta que por sus movimientos, suponía que ya no miraba.

Cada tarde, el esperaba catalejo en ristre su llegada del trabajo. A veces se emocionaba sólo de verla como tiraba el bolso encima de una silla y se quitaba los zapatos. Hoy ha llegado cansada - pensaba el- mientras la veía derrengarse sobre el sofá.

Recibía pocas visitas, algunas veces unas amigas se quedaban a cenar, él las miraba como preparaban la comida y como después, sentadas en el sofá hablaban durante horas.

Héctor las maldecía en silencio, ya que estaba cansado y se quería ir a dormir, pero siempre esperaba a hacerlo a que se apagase la luz de su habitación.

Acostumbraba a salir los sábados. Este día el no la seguía, temía verla con otro hombre, prefería quedarse en casa, esperando con el catalejo hasta que un taxi se paraba en el edificio de enfrente, entonces, Héctor, suspiraba aliviado al verla dirigirse sola a su casa.

Pero un sábado por la tarde, desde su punto de observación, vio que trajinaba en la cocina, que apartaba en el salón el sofá y movía otros muebles. Sus idas y venidas le tenían intrigado, cuando terminó de cocinar, se encerró en su dormitorio hasta que la vio salir, con un traje de noche negro, con un peinado alto como un moño que le dejaba libre la nuca, y en el cuello un collar que bajaba hacia el amplio escote del vestido. Estaba preciosa, escultural, divina. Pero era evidente que estaba esperando a alguien.

¿Sería el temido novio?

¿Iba a tener que presenciar una cena íntima? ¿Soportaría con estoicismo de mirón el verla entrar acompañada en su habitación?

La iluminación de su piso cambió, se hizo más intima, en la pared se reflejaba su sombra mientras se movía por el salón. Desde su posición, incluso le parecía oír una música dulce y empalagosa.

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Estaba sudando, tenía la boca seca, se sentía indefenso, inútil, en el suelo tres o cuatro latas de cerveza vacías, indicaban el tiempo que llevaba observando, el cenicero lleno de colillas, el aire espeso por el humo, los ojos rojos e irritados de tanto mirar.

La melancolía era aquel día mucho más evidente, la veía tan bella, tan lejana, tan inaccesible, que sentía ganas de llorar, de abrir la ventana y ponerse a gritar como un poseso.

Durante unos minutos, mientras se quitaba las lágrimas, había dejado de mirar por el catalejo.

Y al volver a enfocar la ventana, de pronto, reflejado en la pared una sombra amenazadora. Era un hombre, llevaba sombrero, hombros anchos, perfil aguileño, el brazo levantado, en la mano un puñal…..

Salió corriendo de su piso, bajando los escalones de tres en tres, cruzó la calle esquivando los coches, provocando frenazos y bocinazos, subió

como una exhalación al tercer piso. La puerta estaba entreabierta, entro…

Su diosa, su objeto de todos los deseos, su amada, estaba sentada en una mesa. En la mesa dos velas sobre un pulcro mantel azulado, una botella de vino oreando, dos copas preparadas… Se dio cuenta en aquel momento que iba en calzoncillos, con la camisa abierta, descalzo…

A ella, parecía no importarle, sonreía con aquellos ojos que desprendían luceros a los que miraba de cerca y fijamente por primera vez. En la pared, una silueta negra, de cartón, con un hombre con el brazo en alto con un puñal.

Y aquella voz dulce y serena que le decía sonriendo… Te estaba esperando amor.

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HISTORIA DE UN COITO ANUNCIADO Escrito por: Xarbet el 07 Ago 2008 - URL Permanente

Tema libre, pero con truco. En algún momento del relato tiene que haber una descripción del acto. Sexual, claro.

Cuando Jota pasó por aquel portal, tuvo que detenerse. Un olor intenso le llegó hasta el centro mismo del cerebro. Todos sus poros se abrieron un poco, curiosos, intentando ver qué pasaba, los pelos de su cuerpo fueron apuntando uno a uno a la puerta cerrada. Sus ojos se cerraron por un instante para dar más ancho de banda al olfato que estaba intentando procesar tanta información junta.

Dio unos pasos hacia delante, pero como el olor se iba desvaneciendo, giró y pasó de nuevo en dirección contraria por delante de la puerta, al final, sin decidirse a irse, se recostó en la pared, junto al quicio de la puerta y se puso a esperar.

Ella bajó al cabo de mucho, demasiado tiempo, pero la espera fue compensada. El dulce y amoroso efluvio que desprendía era como una nube que le seguía rezongona, como un halo que está cogido a su dueña con alfileres.

La fue siguiendo despacio, sin prisa, cruzaron varios semáforos, atravesaron calles, hasta que a lo lejos, se empezó a vislumbrar la silueta del parque. Las brumas de la tarde empezaban a caer, ella entró en el recinto. Fue el momento en que Jota aprovechó para ponerse a su altura. Ella le miró de reojo, sin sorprenderse, como si ya supiera que la estaba siguiendo. Sin cruzarse palabra alguna, fueron adentrándose a través de caminos rodeados de árboles. El iba a su lado, oliendo y absorbiendo el efluvio, sintiéndose cada vez más y más excitado, ella, notando su anhelo, iba respirando cada vez más fuerte, más intensamente, y de alguna manera estaba esperando, intrigada por lo que pasaría, remisa y tentada, no se sentía muy segura de ella misma

Y aprovechando un recodo del camino, en un claro de hierba verde, el acercó su rostro al suyo en un acercamiento sobrio que ella aun pudiendo, no rechazó. Los próximos movimientos fueron burdos y toscos, pero ella también soñaba con eso. Notó su cuerpo, su lengua ávida, y oyó guturales sonidos que se estrangulaban en su garganta, luchando por no salir y quedar en aquel cuerpo disfrutando del momento. Rodaron sobre el prado sin demasiado control, se dejaron envolver por la humedad de la yerba verde. Solo existían ellos, los que pasaban por el camino se los miraban con sorpresa y sonriendo.

Pero eran invisibles para los amantes.

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Tanta era la excitación que sentían que sus sexos no acertaban a encontrarse, hasta que al final, con la mejilla de ella apoyada en la yerba, los codos doblados, el culo en pompa, el pudo por fin subirse a su grupa y entrar ansioso en una vagina lubricada y dúctil en un acople perfecto, penetración sublime que no tuvo tiempo de extenderse por la eyaculación inminente que se derramó en ella.

Tardaron sus cuerpos en separarse, prolongaron el momento eterno, sintieron aún el goce de sus sexos entumecidos, hasta que poco a poco, la languidez entró dulcemente en ellos y los dejo, ahítos, libres de pasiones, jadeantes, sabiendo que una vez más habían cumplido el rito ancestral de la cópula, punto central de la supervivencia de las especies.

Poco a poco desanduvieron el camino hacia la salida del parque, allí en la puerta, sus dueños les esperaban con la correa lista para conducirlos de nuevo a sus casas a ser otra vez, mascotas sometidas a los señores humanos.

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LA COMUNIDAD. Escrito por: Xarbet el 31 Jul 2008 - URL Permanente

Tema libre con una única restricción, tiene que aparecer la palabra JÚPITER. ¡Suerte!

En la comunidad de vecinos había desasosiego. Hacia pocas semanas que había fallecido el pobre Isaías, y su vivienda la había pasado a ocupar una mujer extraña.

El edificio era vetusto y poco cuidado, estaba en el centro de la ciudad, y tenía únicamente cuatro plantas, en cada una, dos pisos. Ocho familias que compartían rellanos, ascensor, alguna vez las escaleras y por supuesto la terraza superior en la que tendían la ropa.

A eso había que añadir la portería en la que vivía un matrimonio de jubilados que se ocupaba de los asuntos de la comunidad a cambio de la vivienda que había en la parte posterior de los bajos del edificio y de una pequeña gratificación.

La comunidad compartía también cuitas, vivencias, alguna que otra discusión y un contubernio chafardero de mucho cuidado, por lo que un cambio de vecino era un acontecimiento que hacía temblar hasta a los escalones. La mudanza había sido rápida y sin estridencias, y en el buzón, una nueva tarjeta que ponía: Nerea. 3ª-B. Sólo un nombre, ni apellidos, ni profesión ni nada.

La nueva inquilina era una mujer alta, enjuta de carnes y morena de piel, tenía el pelo lacio y canoso, lo llevaba suelto, largo hasta el hombro, apenas peinado. Vestía siempre una falda larga hasta los pies, ligeramente fruncida, de un color azul descolorido, y una camisa blanca con demasiados botones desabrochados, pero que mostraban un pecho más varonil que femenino. Pero lo que daba un aspecto más extraño, eran los zapatos, es decir, unas botas tobilleras, dos números más grandes que el que le correspondía, sin cordones y con la lengüeta afuera. Las llevaba a pelo, sin calcetines y daban a su andar un cierto aire zancudo y militar.

La polémica surgió por tres razones, una que Nerea, no se relacionaba con nadie de la escalera, y esto producía desconfianza, la segunda que los niños empezaron a llamarla bruja, y desde luego, por su aspecto, lo parecía. Y la tercera y más importante, era que pese a vivir sola, de su piso se oían a menudos discusiones y gritos en un lenguaje poco entendedor, del que a través de la puerta o tabiques, sólo se podía distinguir claramente la palabra “Perrea”, pronunciada en tono muy gutural y en dos emisiones de voz, ¡¡perrea-perrea¡¡.

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Y cuando en una comunidad de vecinos surge un tema, este se hace recurrente, dominante y enfermizo. Las voces y gritos, discusiones a veces, que salían de la casa de Nerea, provocaron mil elucubraciones , mil opiniones cada vez más estrafalarias y mil historias diferentes en las que la profesión de bruja de la inquilina se daba por descontada.

Y hasta tal punto llegaron las versiones de lo que pasaba en aquella casa, y fue tal la imaginación de sus mentes, que la frase: ¡Tenemos que hacer algo¡¡ fue asumida como algo inevitable. ¡¡¡Tenían que esclarecer el asunto ¡¡¡

La solución no era fácil, porque pasaba por saber con quién discutía la mujer. Y con la estructura de la casa, no había ninguna ventana o balcón del que se pudiera atisbar en el interior.

Por lo demás, ninguna visita, ninguna salida o llegada programada por parte de Nerea, sino solo salidas esporádicas a comprar, con una cierta predilección por el pescado y las verduras. Por lo visto no trabajaba y se pasaba la mayor parte del día encerrada en el piso, del que cada vez más, se desprendía un acusado olor a mar.

Y por supuesto, los consabidos gritos y discusiones en un tono áspero y desabrido, que sin ser muy fuertes, (había que azuzar el oído), si lo eran lo suficiente para justificar la curiosidad vecinal.

El que llevaba el asunto más a pecho era el portero, que había sido guardia civil, y que decía que tenía la mosca detrás de la oreja. Su olfato le decía que allí había gato encerrado. El fue el que con la inestimable ayuda de la cotilla de su mujer el que fue tejiendo el entramado vecino-paranoico que llegó a la conclusión que tenían que actuar.

La policía, en principio no quería saber nada del asunto, inspeccionar la casa, no estaba entre sus competencias, para ello necesitaban la orden de un Juez, además no podían decir que los gritos molestasen y que no les dejasen dormir, pero insistieron tanto, lo pusieron tan feo, insinuaron que allí había alguien secuestrado, que al final accedieron a hacerle una visita, llamando a la puerta por supuesto, para preguntar por un supuesto gato que habían acordado decir que se había perdido.

Todos querían estar presentes cuando los municipales llamaran a la puerta, pero evidentemente esto no era posible, por lo que se repartieron los puntos de observación.

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Unos ocuparon el rellano superior e inferior, agazapados para que no les vieran. Clotilde, la mujer del portero, enfadada porque los municipales solo habían accedido a que les acompañara su marido, bloqueó el ascensor en la planta y se escondió dentro. Los demás, se metieron en el piso colindante para atisbar a través de la mirilla de la puerta y pegar el oído al muro de separación.

Los policías se asustaron porque solo acercar el dedo al timbre, segundos antes del contacto, la puerta se abrió como movida por un resorte. En el umbral, Nerea, vestida como siempre, adusta y seca, y con un loro encima del hombro, el cual, solo ver a los agentes, empezó a gritar: ¡¡Perrea-Perrea…¡¡

Balbucearon lo del gato, recibieron un ¡¡no!! seco por respuesta, y se despidieron compungidos, pidiendo perdón por la molestia. La puerta se cerró con la misma rapidez como se había abierto.

En la escalera, todos los vecinos desaparecieron de repente sin dejar rastro. Solo el portero no pudo escapar y pidió perdón por el error a los uniformados que estaban bastante cabreados por el ridículo que habían hecho.

JUPITER

En la vivienda de Nerea, en la habitación junto a la entrada, en semi penumbra, con el aire espeso por el humo del tabaco, sentados en una

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mesa redonda, Júpiter, Neptuno, Marte y Atlas, seguían jugando al póker, impasibles, con el cigarrillo en la boca y el vaso de whisky en la mesa, soportando estoicamente la bronca de su patrona porque Neptuno se había dejado como siempre, el tridente junto a la puerta de la entrada.

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NOS VEMOS EN EL PARO

Escrito por: Xarbet el 24 Jul 2008 - URL Permanente

El relato tiene que partir de esta frase inicial:"El hombre estaba frente a la gran cristalera de su despacho, con la vista fija en..." a partir de la coma podéis seguir donde queráis.

El hombre estaba frente a la gran cristalera de su despacho, con la vista fija en la ciudad que se extendía a sus pies. Desde allí se divisaba el puerto, y, a lo lejos, la línea del horizonte que confundía mar y cielo.

En la mano aún mantenía el papel que le había entregado hacia unos minutos Sonia, su secretaria, en el que le presentaba la solicitud de baja en la empresa.

Hacía muchos años que compartían jornada laboral, empezó con apenas diez y ocho años, asustada y tímida. Ahora, quince años después, no podía imaginar que le abandonara.

Durante esos quince años, la empresa había crecido espectacularmente, desde el pequeño despacho que compartían en una nave industrial, se habían trasladado primero a unas oficinas alquiladas en la Plaza Urquinaona, y después habían comprado las tres últimas plantas de aquel rascacielos que dominaba la ciudad y el puerto.

Su despacho no era muy grande, pero el gran ventanal, abierto al mundo, lo hacía inmenso, le daba la profundidad del espacio circundante, y los

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muebles, ligeros y cálidos daban a la estancia un aspecto más parecido al salón de una casa que a un despacho. El día anterior Sonia le había comunicado allí mismo, de pié en el centro del habitáculo, que dejaba la empresa, y el no había sido capaz de convencerla para que se quedara.

Porque lo peor del caso es que ella , simplemente se iba, no tenía ninguna otra oferta de trabajo, no era por dinero, no era que no le gustase el trabajo o porque alguien la tratara mal, no había ningún problema determinado, era, simplemente, porque quería cambiar.

Decía que aquel había sido hasta el momento su primer y único trabajo, y que necesitaba conocer otros, otras gentes, otra forma de vivir. Pensaba cogerse primero unas vacaciones largas, de hecho no las había disfrutado nunca, siempre había aceptado una compensación económica para seguir de puntal en la oficina en Agosto, y después ya decidiría, tenía unos ahorros que le permitirían buscar tranquilamente otra ocupación.

Nunca supo cuanto tiempo estuvo frente a la gran cristalera de su despacho, mientras su vista, iba de las terrazas de las casas a las pequeñas embarcaciones que se movían en el puerto, y de nuevo iba hacia las casas.

En cada casa, pensaba, una familia, en cada embarcación uno o varios ocupantes. Las casas quietas asentadas sobre el terreno, las barcas moviéndose buscando destino.

Seguía con el papel de la renuncia de su secretaria en la mano, apretándolo fuerte con los dedos, sin atreverse ni a arrugarlo ni a soltarlo.

Le vino a la memoria su casa, su mujer, los hijos que no habían tenido, Lo tediosa que era su vida familiar. Con su esposa, ni se amaban ni se odiaban, ella tenía su propia vida social, el tenia su trabajo. Los fines de semana eran monótonos, previsibles y tediosos, en cambio el lunes, revivía de nuevo, se encontraba con la alegría y la vitalidad de Sonia, con

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su sempiterna sonrisa, con su buen hacer, con su criterio certero, con su presencia cercana que le daban seguridad y sosiego.

Se dio cuenta que durante esos quince años, su secretaria, le había reconfortado, le había animado, alegrado las horas y dulcificado la existencia. Nunca durante este tiempo se habían permitido ninguna confidencia personal ni expresión afectiva, nunca había pasado por su cabeza ninguna frivolidad o intento de acercamiento físico, pero ahora con su marcha, se sentía vacío por dentro, hueco. Veía con claridad meridiana que había estado perdiendo estúpidamente el tiempo. Y que ahora, se veía abocado a la soledad.

Llegó a varias conclusiones, una que no era capaz de seguir en su trabajo sin la presencia de Sonia, otra, que no iba a hacer nada para evitar que se fuese. El tenía una casa y ella había decidido subir a un barco. Le dolía en el alma su marcha, pero se daba cuenta, de que como tantas otras veces, ella tenía razón y había tomado la decisión correcta.

Se sentó en su mesa, y de puño y letra, escribió en una hoja unas pocas líneas, después, firmó y llamó a su secretaria.

Le alargó el papel que había escrito, y le dijo que lo presentara al Presidente de la compañía.

Sonia, cogió el papel y lo leyó. Luego, antes de irse, dirigiéndose a él, le pidió que le diera la carta que ella le había entregado y que estaba sobre la mesa.

Ya que voy a ver al presidente –dijo-, mejor le presento las dos renuncias juntas.