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Vega descubre un nuevo mundo

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Vega descubre un nuevo mundo

© Leroy Merlin, marca registrada.Coordinación del proyecto por Elvira Pacheco OrtegaEscrito por Payo Pascual BallesterosIlustración por Gloria Garrastázul Antúnez Diseño y maquetación por Sergio García García.

ISBN 978-84-606-8923-2Reservados todos los derechos.

Vega descubre un nuevo mundo

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y cumplí diez años hace exactamente cuarenta y ocho días. Tengo que deciros que fue la mejor fiesta de cumpleaños de toda mi vida y os explicaré por qué. Pero primero debería contaros un montón de cosas.

Este verano se presentaba regular. El nuevo trabajo de mi madre le impedía disfrutar de unas vacaciones en familia, así que se le ocurrió la genial idea de llevarme al campo con mi padre ¡un mes! Solos, él y yo. Bueno, y mi inseparable perro Fuego. Por cosas de su empresa, papá había pasado una larga temporada en otro lu­gar, lejos de nosotras, y aunque ya hacía meses que vivía aquí, no estaba acostumbrada a estar con él. Como imagináis, no me hizo

Me llamo Vega

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mucha ilusión. Echaba de menos mi casa, a mis amigos, a mamá. Además, aunque esta era grande y chula, estaba un poco aban­donada. Por no hablar del jardín; parecía que nadie había entrado ahí en años. Mi padre insistía en lo bonito que es construir una vivienda a la manera de cada uno. No lo dudo, pero yo no estaba de muy buen hu­mor. Así que, a pesar de que me lo pedía, al principio no le ayudé demasiado. No tenía ganas de nada.

Una de las primeras noches una fuerte tormenta apagó las luces de casa y me quedé sin ver mi programa de tele preferido. ¿Y ahora qué? Me enfadé, pero papá logró hacerme sonreír iluminando su cara con una

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vela e imitando a personajes. Nunca le había visto hacer el tonto de esa manera. Más tarde me llevó a caballito hasta la habitación con una linterna pegada a su frente y jugamos a las sombras chinas en la pared. Recordaba eso de pequeña y ahora volvía a jugar con él. «En el fondo esto no está tan mal», pensé.

Contamos historias con las siluetas de nuestras manos y algún objeto que añadimos de fondo. En ese momento me pregunté qué hacía la gente por la noche cuando no había tele. Ahora ya tengo una: sombras en la pared. ¡Lo pasamos fenomenal! Papá hizo que me olvidara de la tele, de los relámpagos, y además se quedó a mi lado hasta que me dormí.

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La mañana amaneció con un sol radiante. Mi habitación daba di­rectamente al exterior, separada del jardín por unos grandes venta­nales. Me desperté pronto y me extrañó ver una fila de cubos frente a la ventana. ¿Qué habrá ahí? Fuego también estaba intrigado.

—¿Ves algo? —le pregunté, pero sabía tanto como yo.

«Tan sólo hay agua, con algunas hojas secas…», pensé. Entonces bajé a la cocina, donde encontré a papá desayunando.

—¿Qué tal, princesita?

—¿Para qué quieres tanta agua? —le pregunté, señalando afuera.

—¿Te refieres a los barreños del jardín? Es agua de lluvia. ¿Has probado alguna vez una nube? Pues ahora tienes la oportunidad.

—Papá, por favor… —A veces mi padre cree que todavía soy una niña.

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—Recojo agua de lluvia para utilizarla —me explicó—. Por ejemplo: para fregar los platos, poner a remojo la ropa muy sucia, darle un chapuzón a Fuego… Incluso es buena para planchar.

Eché una mirada a Fuego. De repente lo imaginé volando, sobre una nube de algodón.

—¿Y por qué no hacemos eso en casa?

—Ya lo estamos haciendo.

—No me refiero a ésta, sino a nuestra casa. —Mi padre sonreía—. ¿Es que vamos a vivir aquí? —Aparté mi bol—. ¿Y por qué nadie me ha dicho nada?

—Bueno, tomamos la decisión tu madre y yo. Era una sorpresa.

Papá se acercó, pero me temo que soy algo testaruda. Había accedido a pasar ese verano, pero… ¿en esa casa a medias? ¿Y para siempre? Sin embargo, Fuego estaba encantado de la vida.

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Revoloteaba por el jardín persiguiendo a una mariposa. ¡Parecía tan feliz!

—Es que… mamá no me ha dicho nada. ¿Y mis amigos?

—Tengo entendido que hay niños por todas partes.

—¡Pero esos no son mis amigos!

Y dejándolo a la mitad, no le di la oportunidad de explicarme más. Crucé rápidamente el jardín sin volverme cuando me advirtió.

—Vega, si vas a dar una vuelta, ponte protección. ¡Hoy el sol pega fuerte!

Cuando los niños nos enfadamos solemos desobedecer. Yo sólo quería salir de allí y estar sola; sola con Fuego, claro.

¡Menudas vacaciones! Sin mamá, sin mis amigos, muerta de aburrimiento.

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Salí a inspeccionar la zona cuando oí unos gritos de diversión en un chalet cercano. ¿Niños? Me acerqué y miré por la ranura: saltaban mientras un mayor los regaba con una manguera. «Qué suerte», pensé.

—¿Por dónde quieres pasear? —pregunté a Fuego, algo desanimada.

Como ninguno de los dos sabíamos hacia dónde ir, decidí no alejarme mucho.

Poco a poco me fui calmando. Papá tenía razón: había más niños y quizá podría hacerme amiga suya. Pensé en ello mientras cogía moras. Y de repente me di cuenta de que el enfado se había ido por arte de magia. Aquella brisa, los pájaros…

—¿Quieres más moras? —pregunté a Fuego— ¿Sabes?, no me gusta haber dejado así a papá. ¿Has hecho ya tus cosas? Entonces vámonos.

Al regresar encontré a mi padre con música en el jardín. Intentaba arrancar unas hierbas.

La tierra te dice lo que le sienta bien

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—¿Vas a poner una piscina? —Sonreí. No sabía cómo pedirle perdón.

—¿Quieres una piscina?

—Los vecinos tienen una. He visto a sus hijos y se divertían un montón.

Papá luchaba con la azada.

—Cariño, una piscina lleva mucho trabajo. ¿Ves este terreno? Quiero poner césped y me gustaría plantar algún frutal.

—¿Tendremos piñas y aguacates? —pregunté entusiasmada.

Entonces papá me explicó varias cosas sobre el cultivo. Por ejemplo, que se debe plantar especies autóctonas, pues están adaptadas para crecer con lo que les da la tierra. Parece ser que cada zona tiene unas características, y las plantas necesitan diferentes cosas. Justamente la piña y el aguacate son tropicales y necesitan mucha

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agua y otro clima. También me contó que las malas hierbas crecen sin parar.

—Siempre hay que estar al tanto, para que no se lleven el alimento que necesita lo que cultivas. Como salen aunque tú no las plantes, como si dijéramos sin permiso, interfieren en los cultivos. Al igual que nos protegemos de lo que nos sienta mal, a la Naturaleza hay que resguardarla de malas hierbas, plagas…

¡Cuánto sabía papá! ¡Y cómo me gustaba escucharle!

—¿Puedo ayudarte? —le pregunté poniéndome de pie frente a él.

—¿Y eso? —Señaló la mancha de mora en mi camiseta—. De pequeño tenía una habilidad especial para lucir manchas. Hablando de comida… —Se levantó y me llevó con él—. Recojo y preparamos nuestro plato preferido.

Seguimos trabajando un poco más. Y hacerlo sin rechistar fue una manera de pedirle perdón por mi comportamiento testarudo. A veces sobran las palabras.

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Las bolsas ocupaban gran parte del pasillo y eran de diferentes tamaños. ¿Será un regalo de papá por haberle ayudado ayer? ¡Qué emoción!

—¡Papá! —grité al aire—. ¿Qué hay en estas bolsas?

—¿Por qué te levantas tan pronto? ¿Te he despertado con el taladro?

—¡Qué va! —(Eso fue una mentira piadosa)—. Oye, ¿qué hay ahí?

—Me temo que no es lo que esperas. Son productos para instalar en casa: grifos, termostatos, luces… Fascinante para una niña, ¿a que sí?

Menudo chasco. Pero las personas preguntonas no nos damos por vencidas fácilmente.

—¿Luces, de qué tipo? ¿Hay alguna para mi habitación?

Comencé a seguir a papá, y detrás venía Fuego, contagiado por mi curiosidad.

Haciendo amigos

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—Necesito unas herramientas. ¿Sabes qué? Esta mañana haces deberes y por la tarde vamos al pueblo a comprar. Si no, no podrás ayudarme. ¿Quieres?

¿Que si quería? Aquel día me concentré más y hasta hice el doble de páginas. Tal y como prometió mi padre, al atardecer cogimos las bicis y dimos un bonito paseo hasta la tienda. Mientras él hacía sus compras, yo esperaba en la puerta comiendo un helado, cuando vi pasar a nuestros vecinos. «¡Son ellos! Los niños de la manguera…», pensé. Justamente se alejaban cuando salió papá.

—Acabo de ver a los niños del otro día —dije, superemocionada—. ¡Allí van!

—¿Estás segura? ¡Pues sigámoslos!

Pronto los alcanzamos, no sin esfuerzo, claro.

—Yo me llamo Marina, y él es mi hermano Alberto.

Así los conocí. Nos contaron que llevaban viviendo bastante tiempo allí y me invitaron a merendar esa tarde. Ese encuentro fue el

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principio de muchos días que pasé en su compañía, y gracias a ellos aprendí muchas cosas. Entre bromas y canciones regresamos ya todos juntos a nuestras casas por un camino distinto.

Ya estaba oscureciendo y empezaban a brillar las estrellas. ¡Hay que ver cómo alumbra la luna! Se veían perfectamente las montañas, los árboles y a nosotros mismos sin necesidad de linternas. Era como si un gran foco blanco nos iluminara sin la posibilidad de apagarse nunca, y además, sin gastar energía.

—¿Has visto la luna? —dijo papá—. Mañana debo plantar unas semillas. Será luna llena. Ella nos indica cuándo es tiempo de sembrar e incluso regula muchos comportamientos de los humanos. Deberíamos hacerle más caso, ¿no crees?

Pero yo estaba alucinada contemplando el paisaje y escuchando a los grillos. Empezaba a alegrarme de estar allí y aún no se lo había dicho a papá.

—Me encanta este lugar. Y estar aquí contigo.

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—¿Sale bien el agua, Vega? ¿Has ajustado el termostato como te indiqué? —Oí la voz de papá a lo lejos.

Cuando uno está a gusto no puede contestar, ni siquiera con un simple «sí». Aquella ducha era la mejor que me había dado en mucho tiempo y estaba muy orgullosa de haber contribuido a ello. Me encantaba el nuevo grifo porque, en primer lugar, antes de quitarte la ropa puedes elegir la temperatura, así que no tienes que esperar a que pase toda el agua fría. Una vez dentro, parece que estés bajo la lluvia, pues gracias a unos aireadores, el agua se mezcla con burbujas de aire. Y lo mejor: puedes detener el chorro cuando quieras apretando un botón en el mango. ¿Sabéis para qué lo pienso utilizar? Para entonar mis canciones mientras me enjabono el pelo.

Lluvia dentro de la ducha

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Después de aquella fantástica ducha, estaba preparada para una tarde de manualidades. Me dio pena dejar a papá trabajando en el jardín, pero fue imposible convencerlo. «Es un día para ti. Disfruta», me dijo, dándome un beso.

Lo pasamos en grande. Patricia sacó un surtido de frutas, flores y plantas y nos enseñó a moler los trocitos. Yo elegí colores fuertes: remolacha, fresas, cerezas y moras. Aquello era un auténtico taller artesanal, y estaba aprendiendo tantas cosas interesantes… Íbamos a pintar cartones de huevos para hacer marionetas.

—Vega, ¿sabías que el romero sirve para ahuyentar a los mosquitos? —me preguntó Alberto.

—Y también es bueno para el pelo, ¿verdad, mami? —añadió Marina.

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—Sí, es un excelente hidratante. Lo deja suave y brillante —me dijo Patricia.

¿Por qué no me enseñaban esas cosas en el cole? La naturaleza tenía un montón de recursos que no aprovechamos. Incluso nos dio tiempo a hacer galletas de avena con miel mientras se secaban al sol nuestros futuros juguetes. ¡Era tan guay decorarlos como quisiéramos!

—¿Alguien sabe alguna palabra que rime con miel? —Javi sacó un plato rebosante de galletas—. Yo voy empezando: piel… —Y se comió la primera.

—¡Pastel! —dijo Alberto, queriendo coger una.

—¡Daniel! —exclamé casi sin pensar.

—¡Muy bien, Vega! —Javi me acercó el plato—. Puedes elegir la más grande.

En ese momento me di cuenta de la cantidad de cosas que uno puede tener sin necesidad de comprarlas. Y además, reciclando lo que tiramos a la basura. Por ejemplo, el envase de los huevos. Pero seguro que encontraría muchas más ideas.

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Puse un jarrón con romero en mi mesa de estudio. Marina me había regalado un cuaderno hecho por ella con las tapas decoradas con lavanda seca y tenía ganas de estrenarlo. Pensé en lo que dijo papá: es bonito crear cosas con tus manos. Así que lo abrí con cuidado y escribí en la primera página: Los ciclos de la naturaleza…

—¿No vas a ver quién es? —exclamó mi padre.

Estaba tan inspirada que ni siquiera oí el claxon que insistentemente sonaba en la entrada.

—¿Qué? ¿Mamá? ¿Ya es sábado?

Bajé las escaleras lo más rápido que pude, pero me adelantó Fuego. Él también estaba muy contento.

—¡Hola, preciosa!

Observando la naturaleza

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—¡Mamá! —De un salto la abracé—. ¿Te quedas? ¿Ya conocías la casa? Ven, duermes arriba. ¿Te gusta mi collar? Lo hice con Marina, mi nueva amiga. Son semillas secas y pintadas…

Creen que no me doy cuenta, pero vi cómo le guiñaba un ojo a papá. Estaba tan emocionada que no podía parar de hablar. Le mostré lo que mi padre y yo habíamos hecho y lo que aún nos faltaba por colocar.

—Cariño, por favor, deja a tu madre descansar un rato —dijo papá—. Anda, ¿por qué no le preparas algo de beber?

La mejor época para sembrar césped es en primavera o al final de verano, porque llueve más y el sol no quema. Una vez acabamos de limpiar el jardín, preparamos la tierra para poner césped de bajo consumo; según papá, es resistente al calor y no necesita mucha agua. Eso nos llevó un buen rato, pues hay que hacerlo con cuidado. Y después, regar y esperar unos días. Cuando nos sentamos a tomar un poco de limonada, papá

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me explicó muchas cosas del lugar donde había vivido. Por ejemplo, qué comía, el paisaje, el clima, las costumbres de la gente, incluso me relató varias historias que jamás hubiera imaginado. Era divertido escucharle, y muy interesante. Sin darnos cuenta empezó a irse el sol.

—Bueno, ¿preparamos la barbacoa? —mamá nos sorprendió.

Y los tres nos pusimos a ello. Mientras papá encendía el fuego aprovechando los rastrojos del jardín, yo ayudaba a mamá.

—Vega —dijo mi madre—, ¿sabías que los abuelitos encendían la chimenea con pieles secas de naranja? Arden rápido y mantienen la llama durante mucho tiempo.

—Es cierto. Se entretenían cortándolas a tiras y las ponían a secar —mi padre suspiró—. Se han perdido tantas costumbres naturales…

—De eso nada. Yo las continuaré —Y Fuego ladró, como si asintiera. Todos reímos.

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No sé por qué, en aquella casa me levantaba cada vez más temprano. Salí al jardín y com­probé que ya empezaban a asomar brotes de césped. ¡Qué alegría!

—¡Fuego, dentro de poco podremos correr descalzos y tumbarnos!

Aquel día teníamos pensado llevar a mamá de excursión a unas pozas, pero hizo muchísimo calor. Así que me vi deshaciendo mi mochila una hora más tarde de haberla preparado.

—Vega, cierra tu ventana, por favor —me indicó papá desde la puerta.

—¿Por qué? ¡Si me muero de calor!

El cielo en mi habitacion

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Mi padre entró y no sólo cerró los cristales, sino que bajó las persianas hasta la mitad. También puso un barreño con agua junto a mi cama. Ya no preguntaba. Confiaba en él.

—Precisamente cuando el aire es tan caliente, conviene cerrarlo todo durante las horas de más sol. Así se mantiene fresquito el interior. Y con agua, mejor.

—¿Y qué vamos a hacer hoy?

—He pensado que podríamos contemplar las estrellas —sonrió mi padre.

—Sí, claro —dije, algo decepcionada—. Eso es por la noche.

—No siempre. Verás, yo pensaba ponerte unas cuantas aquí, en el techo.

Regresó con una escalera y una gran bolsa llena de bombillas led. Como eso era más complicado, le ayudé en lo que pude. Esta vez pasándole una a una «mis estrellas». Después colocamos por toda la casa más bombillas de bajo consumo y leds. Ahorran energía y duran infinitamente más que las bombillas normales.

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Mamá regresaba a la ciudad al día siguiente y aprovechamos la tarde juntas: preparamos mis invitaciones de cumpleaños, hicimos mermelada de higo y nos dimos una ducha con Fuego en el jardín.

—Justamente te vas cuando empieza a salir el césped…

—Cariño, tengo que trabajar. Pero volveré para tu cumpleaños.

Mamá comenzó a desenredarme el pelo.

—¿Por qué cantan las cigarras: porque les gusta el calor o porque les molesta? —le pregunté.

—Ninguna de las dos cosas. En los días de intenso calor las cigarras machos se ponen a llamar a las hembras —se detuvo y escuchamos atentamente hacia los árboles—, para elegir una pareja reproductiva. Sólo los machos hacen ese sonido, con su abdomen. La Naturaleza tiene sus propios códigos. Por eso es importante cuidar los bosques.

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—¿Qué es un código?

—Una serie de signos para comunicarse. Los animales tienen uno distinto.

—Entonces, ¿no nos entienden?

—Más bien habría que preguntarse si nosotros intentamos entenderlos a ellos.

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Conforme avanzaba la puesta a punto de mi nueva casa, era tanto lo que iba aprendiendo que decidí anotarlo en mi cuaderno. Lo titulé: Mi nuevo mundo. Habían cambiado muchas cosas desde que llegué. Y mis padres habían contribuido a ello. También mis amigos y sus familias. Ahora papá ya no tenía que recordarme que apartara de la basura los restos que empleamos para hacer abono natural, ni tampoco que no tirara ciertas cosas al wáter, que se pueden echar a la papelera; apagaba las luces cada vez que salía de una habitación, y siempre que me acordaba, utilizaba la opción de descarga corta en el inodoro.

Aquello que dijo mamá sobre los animales me había dejado intrigada. ¿Fuego me entendía? Y yo, ¿me preocupaba por averiguar sus necesidades? Como no hablan… Al igual sucede con las plantas.

Es bueno anotar las cosas que debemos hacer

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Ahora, cuando salía a dar un paseo por el bosque, no arrancaba ninguna hierba por capricho. Bueno, sólo las que pensaba utilizar como decoración. Todo eso lo iba anotando, y así es como llené páginas y más páginas.

Cuando una mañana mi padre me vio, dijo: «Interesante decálogo». Yo no sabía qué era eso, pero me explicó que es una lista de lo que consideras bueno.

Aprovechando la segunda luna llena del verano, hicimos una barbacoa en casa de nuestro vecino Jaime. Como tienen una granja y un huerto ecológico, casi todo lo cogimos al momento: verduras, huevos… y hasta fruta de postre. Entre todos salió una increíble cena a la luz de ese hermoso satélite llamado luna.

—Por cierto, Vega, ¿sabías que eres una estrella? —dijo Jaime.

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—¿De la canción? —bromeó Pablo, y todos rieron.

—No. Una estrella de verdad, allá arriba —Jaime señaló al cielo—, en el conocido Triángulo del verano. En el pasado sirvió para que los primeros navegantes pudieran encontrar el norte gracias a su brillo deslumbrante e inconfundible.

—¡Uau, Jaime!, no sabía que controlaras tanto —dijo mi padre.

—Tenemos un telescopio. ¿Podemos sacarlo, papi? Va, venga…

Rápidamente todos los niños se sumaron a la petición de Pablo y se armó un buen revuelo.

—Un momento, por favor... Cuando terminemos de cenar. Además —se dirigió a mí—, tu tamaño es más del doble que el de nuestro Sol. Así que si Vega se pusiera en el lugar del Sol un solo instante, nos quemaría la piel de inmediato.

Fue fantástico. Por turnos fuimos desfilando adultos y niños, para ver de cerca la luna y las estrellas. ¡Qué gran descubrimiento! Ya tenía otra página más de mi libro.

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Menos mal que acabamos el jardín en un mañana perfecta. Ya sabéis que a mitad de agosto empiezan los días raritos y a veces hasta puede caer alguna tor­menta de verano, pero no fue así. Había muchas nu­bes, eso sí, con una agradable brisa y un sol templado que secaba, sin abrasar, lo que íbamos pintando.

—¿Qué tal va eso? —Oí la voz lejana de mi padre.

¡Genial! Papá me había encomendado la tarea de dar la primera mano de pintura, con un color elegido por mamá: rosa palo. A papá le interesaba que la pintura fuera buena y tuviera su etiqueta ecológica. Eso significa que contamina menos y el que la utiliza no se marea por el olor, lo cual agradecí. Aunque parece ser que también los animales lo notan, pues Fuego no se apartaba de mí, y hasta una mariposa se posó un buen rato en la valla.

Cuidemos a los arboles

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No sabéis lo chulo que es pintar al aire libre. Mientras tanto, papá colocaba los muebles para el jardín. Todo hecho con madera de «bosques sostenibles». Era la primera vez que oía esa palabra, y significa que proviene de lugares donde tratan bien a los árboles y respetan el equilibrio social, económico y medioambiental del lugar. Especialmente en los países «en vías de desarrollo», donde es fácil explotar a los pueblos indígenas y aprovecharse de sus recursos, pagándoles poco dinero por ello.

Esta información me la contaba mi padre, y es una suerte saberlo, porque muchas veces compramos ignorando de dónde vienen las cosas. Por eso, cuando te enteras de que el producto que tienes en tus manos se ha hecho por una buena causa, te sientes mejor.

Después de haber pasado la mañana pintando, por la tarde nos dimos un buen descanso.

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—¿Nos vamos de picnic? —dijo mi padre.

—¡Claro! —exclamé—. ¿Dónde?

—Tú eliges: el sitio y el menú.

¿Donde yo quisiera, y además con mi merienda favorita? Así que cogimos las bicis y… ¡andando! Como no quería cansarnos pedaleando, elegí un destino cercano: las pozas donde no fuimos con mamá el día que hizo tantísimo calor. Un lugar maravilloso y, por suerte, aquel día con muy pocos visitantes. Merendamos, nadamos y jugamos a cerrar los ojos y adivinar qué pájaros trinaban. Yo no sabía ningún nombre, pero papá sí. Incluso nos inventamos un diálogo entre ellos. ¡Quién sabe de qué hablarán los pájaros allá en lo alto!

—Ahhh… —suspiré—. ¡Ya no cambiaría esto por nada del mundo!

—Ahora ya sabes por qué he regresado —sonrió papá.

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Ya teníamos todo listo para la fiesta. Mamá y los abuelos llegaron pronto y me trajeron el primer regalo: Carlos y Paula, mis mejores amigos. ¡Eso sí que fue una gran sorpresa! Les puse al corriente de por dónde pasearíamos con Fuego, los campamentos que habíamos creado mis vecinos y yo, dónde estaban las mejores moras, cómo nos ducharíamos en el jardín…

Sin saber muy bien cómo, allí estaban mis amigos y mi familia, y además en una nueva casa elegida y hecha completamente a nuestro gusto, gracias a mi padre. Pusimos música y bailamos, saltamos, jugamos… hasta

El esfuerzo tiene su recompensa

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el anochecer. ¡Y yo que me quejaba de que allí no había niños! Sólo había que buscarlos.

—¿A que hace unas semanas no te imagi­nabas una fiesta así? —me preguntó mi madre.

—Es el mejor cumpleaños de mi vida —res­pondí casi sin respirar, de tanto correr.

—Un diez para una chica diez… —dijo ella.

—… que cumple diez años —nos reímos las dos.

—Bueno, bueno, ¿qué me estoy perdiendo aquí? —mi padre se acercó.

—Estaba diciendo a Vega que estoy muy orgullosa de ella.

—¡Pues anda que yo! ¿Ves toda esa fila de leds ahí abajo, bordeando la tarima de madera? —le indicó a mi madre—. Pues nos pasamos un buen rato intentando que las luces quedaran bien, en su sitio, con un sol de justicia que hacía… ¿verdad? Y no te hemos contado cuando se cayó el toldo encima de Fuego, el pobre no sabía cómo salir…

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Y papá seguía contando anécdotas.

—¿No te ha enseñado su decálogo? —dijo él—. Pues se anota cada día trucos e ideas que ha ido aprendiendo, lo que le han enseñado los vecinos, yo mismo… en plan: hagamos un mundo mejor, más consciente y saludable.

—¿Así que podemos llamarte «embajadora del planeta»? —mi madre me miró.

—Yo le entregaría hoy el título, cuando sople las velas —dijo mi padre orgulloso.

—Pero, Vega, tienes que saber que es mucha responsabilidad. Tu decálogo no puedes dejarlo en un cajón. Tienes que compartirlo.

—Oh, tranquila. ¡Ya lo hace! —dijo mi padre—. A este paso creo que vas a necesitar una secretaria que anote mientras tú recopilas información.

—O secretario —Mamá se tocó la tripa y miró a papá.

—¿Voy a tener un hermanito? ¿De verdad?

—Y puedes elegir su nombre.

—Daniel —dije—, porque rima con algo que me encanta: la miel.

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Lo que podeis hacer en casa:

CONSEJOS PARA AHORRAR AGUA

EN EL BAÑO:* Si ves que un grifo o el wáter gotea, arréglalo enseguida. Es importante

reparar las fugas.* Dúchate en vez de bañarte. Y si es con agua fría, mejor, aunque cuesta

al principio.* No uses el water como si fuera un cubo de basura.* Cierra el grifo mientras te enjabonas, o te lavas los dientes.* ¿Sabías que existen dispositivos de ahorro para los grifos y la ducha,

como por ejemplo: los aireadores?* Usa el sistema de doble descarga en el inodoro. También puedes meter

una botella llena en la cisterna. Así el espacio que ocupa lo ahorramos en agua.

EN LA COCINA:* No descongeléis los alimentos bajo el grifo. Se gasta agua. Es mejor que

se descongelen poco a poco.* En verano puedes guardar una botella en la nevera para no esperar a

que salga fría.

* Es mejor llenar del todo la lavadora y el lavavajillas: aprovechas el espacio

y gastas menos en luz y agua.

* Mientras estés fregando los plato, cierra el grifo. Es fácil distraerse.

* Dile a tus padres que elijan lavadoras y lavavajillas eficientes. Fíjate en

que lleven este símbolo en la etiqueta: A+++

EN TU JARDÍN:* Es mejor regar durante las horas de menos calor, y utilizar los sistemas

de riego por goteo.* Elige las plantas autóctonas, porque están adaptadas

al lugar y al clima

donde viven.* Cuando llueva, coloca cubos para aprovechar el agua.

Es buena para un

montón de cosas.* Mira bien que no haya fugas en los sistemas de riego: perderías el agua

que va a las plantas.

* Es mejor plantar césped de bajo consumo.

* Utiliza sensores de humedad para la tierra: te avisarán cuando tienes

que regar.* Si ajustáis bien los aspersores, el agua solo caerá en

el lugar donde

deseas.* Es importante eliminar las malas hierbas: quitan el alimento de tu cultivo.

CONSEJOS PARA AHORRAR ENERGÍA

AHORRA CON LA LUZ:* Sustituid en tu casa las bombillas normales por LED. Consumen muchísimo

menos y duran un montón.* Limpiad las bombillas (es un poco rollo pero merece la pena): si están

sucias, alumbran menos.* Los detectores de movimiento molan. Se ponen en las zonas de paso y se

encienden solas cuando pasas, sin tener que apretar ningún interruptor.* Usad reguladores de luz. Por ejemplo: para ver la tele necesitas menos

luz que para leer.* No hay que derrochar luz: aprovecha el sol y apaga siempre las luces

cuando salgas de la habitación.* Para estudiar o leer es mejor utilizar luces directas. Así enfocan solo

donde es necesario.

AHORRA EN CALEFACIÓN Y CLIMAT IZACIÓN:* Es mejor aislar la casa: puedes usar ventanas con tecnología aislante,

persianas automáticas, burletes y aislamiento térmico. (Todas estas palabras me las enseñó mi padre).

* Colocar termostatos y programadores, para que la calefacción se encienda y apague cuando queráis.

* No tapéis los radiadores con cor tinas o muebles. El calor saldrá mejor.

* Mantened cerrados los radiadores que no necesites. Por ejemplo, en las

habitaciones vacías no hacen falta.

* Para ventilar la casa es mejor no abrir las ventanas con la calefacción

encendida.* En verano pon la temperatura del aire acondicionado a 25 C.

* Las horas de más calor es mejor que cierres las ventanas y bajes las

persianas. Así no entra aire caliente.

AHORRO TAMBIÉN EN LA COCINA:

* Al comprar electrodomésticos, fijaros bien que lleven la etiqueta eficiente:

A**** Mejor si laváis la ropa en frío o a baja temperatura.

* En la lavadora y el lavaplatos, eligid el programa que sea ahorro de energía.

* Usad la olla a presión. Tarda menos y no se emplea tanto gas.

* Tapad las cacerolas, para que el calor no se vaya, y reduce el fuego.

* Si utilizáis vitrocerámica, podéis aprovechar todavía el calor cuando

la hayas apagado.* No hay que abrir el horno hasta que no se acabe de

cocinar. El calor se

escapa.* Hay que descongelar el frigorífico de vez en cuando. S

i se hace mucho

hielo no enfría igual de bien.

CONSEJOS PARA QUE TU CASA SEA MÁS SANA

PARA MEJORAR LA CALIDAD DEL AIRE:* Fíjate en que los productos que usas para la casa y el aseo personal no

tengan contaminantes.* Elegid siempre pinturas y barnices con la etiqueta ecológica europea.* Se puede mejorar la calidad del aire usando purificadores o ionizadores.* Ventila las habitaciones abriendo bien las ventanas o con un sistema de

ventilación centralizada.* Que tu ropa y las telas de la casa estén libres de sustancias

perjudiciales para tu salud.* Antes de comenzar una reforma en casa, asegurarnos que los materiales

no son tóxicos.* Para controlar la humedad: humidificadores o deshumidificadores.

PARA MEJORAR LA CALIDAD DEL AGUA:* Se puede eliminar el sabor a cloro del agua llenando una botella y

dejándola en la nevera toda la noche.* Para quitar la cal en los electrodomésticos: no laves con agua muy caliente.

Mejor fría.* Poned rejillas en el lavabo, la ducha y el fregadero, así el agua se filtrará

y regresará limpia a la naturaleza.

* No hace falta usar mucho jabón, champú o detergente.

* Para que sepa mejor el agua del grifo, existen: jarras, sistemas de

filtración o equipos de ósmosis inversa.

PARA QUE TU JARDÍN ESTÉ SANO:

* Hay que cuidarlo con productos ecológicos.

* Es mejor comprar un abono biológico hecho con extractos de productos

naturales.* Y usar semillas biológicas, sin tratamientos químicos ni transgénicos.

* Se puede hacer un abono natural utilizando los restos de comida y lo que

limpias del jardín.

PARA RESPETAR LOS BOSQUES:

* Cuando vayas a comprar un producto de madera, fíjate en su etiqueta

y mira si están estos dibujos. Indican que la madera está cer tificada:

Mis notas: