Un instituto ejemplar, por Emilio Luque

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Un instituto ejemplar El IES Antonio Mª Calero nació hace ahora 30 años, durante la Transición, en fechas trascendentales para España. Y es que la reciente democracia se esforzó por crear miles de puestos escolares en centros docentes que cambiarían la faz de nuestro viejo país. Al principio, no tenía nombre, pero tampoco edificio propio: sólo el compromiso de unas instituciones que veían en la formación y el estudio el futuro de un país próspero y moderno. Como todos sabemos, el edificio llegó en 1984 y el nombre, en 1988, unos meses después de la trágica muerte del historiador Antonio María Calero. Cuando yo lo conocí, en mayo de 1989, el instituto era un centro pequeño (14 grupos, 300 alumnos y 30 profesores) y muy activo, con tres ramas de Formación Profesional (administrativo, electricidad y sanitaria). Un centro que crecía rápidamente y que requería de una atención preferente. Ese mes de mayo de 1989 viajé por primera vez a Pozoblanco para conocer su Instituto de FP, mi nuevo destino como profesor de Lengua y Literatura. Un año antes había acabado la mili, había comenzado a trabajar como profesor interino en una cárcel de jóvenes, había aprobado el carnet de conducir, me había casado, había aprobado las oposiciones (por ese orden) y estaba allí a mediados de mayo de 1989, un día no lectivo de la Feria de Osuna, para conocer mi nuevo Centro. Aquella mañana se celebraba una jornada festiva plagada de actividades y el equipo directivo no estaba para nadie. Sólo al fin pude ver a la vicedirectora, Adela Villén, que estaba muy avanzada en su primer embarazo. El 12 de septiembre volví al Centro, ahora ya con la idea de regresar cada jornada. Conocí al profesorado de mi amplio departamento y al nuevo equipo directivo, que se había estrenado hacía unos

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30 aniversario del IES Antonio Mª Calero de Pozoblanco

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Un instituto ejemplar

El IES Antonio Mª Calero nació hace ahora 30 años, durante la Transición, en fechas trascendentales para España. Y es que la reciente democracia se esforzó por crear miles de puestos escolares en centros docentes que cambiarían la faz de nuestro viejo país. Al principio, no tenía nombre, pero tampoco edificio propio: sólo el compromiso de unas instituciones que veían en la formación y el estudio el futuro de un país próspero y moderno. Como todos sabemos, el edificio llegó en 1984 y el nombre, en 1988, unos meses después de la trágica muerte del historiador Antonio María Calero.

Cuando yo lo conocí, en mayo de 1989, el instituto era un centro pequeño (14 grupos, 300 alumnos y 30 profesores) y muy activo, con tres ramas de Formación Profesional (administrativo, electricidad y sanitaria). Un centro que crecía rápidamente y que requería de una atención preferente. Ese mes de mayo de 1989 viajé por primera vez a Pozoblanco para conocer su Instituto de FP, mi nuevo destino como profesor de Lengua y Literatura. Un año antes había acabado la mili, había comenzado a trabajar como profesor interino en una cárcel de jóvenes, había aprobado el carnet de conducir, me había casado, había aprobado las oposiciones (por ese orden) y estaba allí a mediados de mayo de 1989, un día no lectivo de la Feria de Osuna, para conocer mi nuevo Centro. Aquella mañana se celebraba una jornada festiva plagada de actividades y el equipo directivo no estaba para nadie. Sólo al fin pude ver a la vicedirectora, Adela Villén, que estaba muy avanzada en su primer embarazo. El 12 de septiembre volví al Centro, ahora ya con la idea de regresar cada jornada. Conocí al profesorado de mi amplio departamento y al nuevo equipo directivo, que se había estrenado hacía unos meses. El día quince tuvimos reunión de Claustro y comenzamos la preparación del nuevo curso, que se dilataría hasta final de mes, tras la Feria de septiembre.

Aquel primer año en Pozoblanco residí en Villanueva de Córdoba, porque mi mujer, profesora de Francés, había sido destinada al IES La Jara. El curso pasó lentamente entre los temores de un embarazo primerizo y la nueva casa o los nuevos Centros de trabajo. Por la tarde, tras el culebrón de Doña Bella, departíamos con los nuevos amigos, acudíamos a una sesión de cine-fórum o a la consulta del médico. La pujanza de Villanueva era evidente. Los trabajadores de las vías -como popularmente se les conocía- habían aportado algunos recursos a su modesta economía y se abrieron discotecas y bares nuevos. En el mes de abril, tuvimos una incidencia: el embarazo acababa y el parto se precipitó. La madre y el niño estarían mejor algunos meses en Córdoba, junto a la familia materna.

El segundo curso en Pozoblanco vivimos en la calle Concepción. El niño crecía entre andadores y algodones y con una tata volcada en su cuidado. El tiempo se iba en

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preparar oposiciones y viajar los fines de semana. Al final de curso, acompañé a los alumnos en su viajé a Mallorca. Las oposiciones salieron bien y celebramos al fin, con los primeros pasos de mi hijo, la plaza definitiva de la madre.

El curso 1991-92 residí en Peñarroya-Pueblonuevo, en la calle Colón, algo más tarde llamada Álvaro Muñoz, en honor a su alcalde, fallecido ese preciso año. Peñarroya dista de Pozoblanco más de 40 km. por una carretera dificultosa. Mi hijo fue a su primera guardería. El año se fue entre viajes y chistes gordos de mis compañeros Armando Castillejo, Antonio Luis Martínez o Pepe Reynier, todos ellos de Peñarroya-Pueblonuevo.

Dirección

En junio de 1992 fui elegido director del IES Antonio María Calero, tras el traslado de Francisco J. Anillo, profesor de Matemáticas y director entre 1989 y 1992. Ese verano nos trasladamos a vivir a Pozoblanco. El equipo de jóvenes profesores que me acompañaba era muy diverso: Mª del Mar Velázquez (Inglés), como secretaria; Julia Plà (Biología), como administradora; José Mª Escribano (Dibujo), como jefe de estudios; y Manuel Puntas (Física y Química), como vicedirector. Fueron tres años de intenso trabajo y sólo hubo una baja, por traslado, la de Mª del Mar, que se cubrió con la incorporación de Antonio Vizcaíno a la Secretaría, puesto que conocía bien, pues había ejercido el cargo durante seis años en la etapa de Fernando Castelo. Eran años de crecimiento intenso y de actividades. Con 18 grupos, 572 alumnos y 40 profesores, el Centro se había quedado pequeño. Admitir a un nuevo grupo de Administrativo resultaba imposible. Por eso, recurrimos al Ayuntamiento de Pozoblanco. En ese mismo verano de 1992 en que yo me hacía cargo del Centro, recuerdo una entrevista con el concejal de Educación, Francisco Navarro, y con el alcalde de Pozoblanco, Antonio Fernández Ramírez, junto a un grupo de padres preocupados por el futuro de sus hijos. El Ayuntamiento comprendía el problema y ponía a nuestra disposición unas aulas provisionales en el paseo Marcos Redondo, con las que solucionamos parcialmente nuestros problemas de espacio. De aquellos padres, uno, José García Alba, se haría cargo de la presidencia del AMPA e iniciaría una etapa de colaboración cordial con el nuevo equipo directivo. En esas precarias aulas esperamos las ansiadas obras de ampliación, que se demoraron hasta el verano de 1995.

Las actividades impulsadas por el nuevo equipo directivo eran múltiples. Por ejemplo, recuerdo el depósito de papel usado que se colocó en una esquina del patio trasero, con la colaboración del Ayuntamiento y de varias ONG de Pozoblanco. O el primer intercambio de alumnos, que se realizó en combinación con Le Mée-sur-Seine, la ciudad cuasi parisina hermanada con Pozoblanco, impulsado por Fernando Torrero y Francisco Roldán. De ahí vendría una tradición de intercambios que se prolongaría por muchos años con la ciudad francesa de Angers, coordinados por Luisa Amo y la profesora francesa Jocelyne Lebras. Y proyectos novedosos como el proyecto de innovación educativa (PIE) que aplicado a las nuevas tecnologías de la

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imagen desarrolló durante muchos años Antonio Tamajón, profesor de Física y Química. En prácticas de FP mejoramos la relación con el hospital y las empresas de la comarca e impulsamos un proyecto Petra II de la Unión Europea de prácticas de alumnado de FP sanitaria en Francia, dirigido por la profesora Ana Mª Sánchez Ruiz. Fue un proyecto difícil y pionero en Andalucía, que se desarrolló durante tres cursos y que cuando lo analizamos en la distancia comprendemos la importancia del mismo.

Como los recursos de que disponía el Centro eran escasos, tuvimos que emplear la imaginación. Para la falta de espacio en Secretaría, nos sirvieron unos antiguos servicios, que se habilitaron con estanterías para alojar boletines oficiales y expedientes personales. Manuel García Gálvez -profesor recién llegado y luego jefe de estudios- me ayudó con sus propias manos a montar las estanterías metálicas en sus horas de reducción. Al aliviar la biblioteca de boletines, el espacio aumentó y se ampliaron los armarios para contener nuevos ejemplares. También en la Semana Cultural había que ingeniárselas con poco presupuesto, pero la labor de Manuel Puntas era más que meritoria. Con la ayuda de José Enrique Martínez del Pino, profesor de Historia y jefe del Departamento de Actividades, cada año lograba superar al anterior, con semanas cargadas de actividades. Recuerdo la participación de excelentes profesionales de la comarca, tanto de empresas como de la Sanidad o la Educación. Como Ángel Valverde, médico de Pozoblanco; Antonio Arroyo, responsable comarcal de Cajasur; Ricardo Delgado Vizcaíno, responsable entonces de la asesoría jurídica de COVAP; José Carlos García, gerente de Solar del Valle; Rafael Agudo, gerente de Citroën y empresario de cocinas; todos ellos participaron en alguna ocasión en nuestras innumerables actividades. En algunas conferencias, eran los propios profesores del Centro los que las impartían. Una semana cultural contamos con la colaboración de la profesora de Biología Julia Plà Céspedes, que nos habló sobre Células y evolución en el Salón de Actos de la Convivencia. Como en otros muchos casos, fue un éxito rotundo.

En 1994, a través de un proyecto novedoso que coordinaba Juan Rubio Moreno en la Delegación Provincial, se creaba en las dependencias del Colegio Virgen de Luna un PGS de Madera para alumnos de educación especial dependiente de nuestro Centro. Este proyecto llevaba consigo la figura de una orientadora. Manuela Ruiz fue la primera orientadora del Centro, y una de las primeras de la provincia. Fue ella quien puso en marcha el Departamento de Orientación en nuestro Centro, sacando de la nada una batería muy amplia de actuaciones. Como profesorado del proyecto, se nombró a un responsable del Taller de Madera (primero a Jesús Suárez, luego a José Manuel Muñoz) y a un maestro de Pedagogía Terapéutica.

Aprovechando nuestra amistad con un profesor leonés, Ángel Cantero, durante 1993 y 1994 realizamos un proyecto de intercambio de alumnos de distintas comunidades autónomas españolas, financiado por el Ministerio de Educación. Durante una semana, un grupo de alumnos pozoalbenses viajaba a la localidad leonesa de Santa María del Páramo, donde residían en casa de sus correspondientes e iban a clase algunas horas. También había tiempo para conocer de primera mano su provincia. El

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proyecto se repitió en dos ocasiones. Cuando regresamos a finales de noviembre de 1994, nacería mi segundo hijo, Pablo, en el hospital de Pozoblanco.

En abril 1995 se haría patente la llegada de la temida Reforma. La LOGSE, aprobada por las Cortes Generales en diciembre de 1990, se empezó aplicando de manera experimental en varios centros de la provincia. Tras unos años de intenso debate, la Administración andaluza impuso la Reforma en todos los centros de enseñanza secundaria de Los Pedroches. En el mes de abril, fuimos convocados en Sevilla los directores de todos los Centros. El Director General de Ordenación Educativa, Alfonso Vázquez Medel, nos avanzó sus planteamientos. Los cambios serían intensos, tanto en los antiguos centros de Bachillerato como en los de FP, e incluían traslados de familias profesionales de los centros de FP hacia los antiguos centros de Bachillerato. En pocos años se debía aplicar la nueva Educación Secundaria Obligatoria (ESO) e incorporar alumnado desde los 12 años. En nuestro Centro, los cambios incluían el traslado de la rama administrativa al IES Los Pedroches y la llegada del nuevo Bachillerato (Tecnología y Humanidades y Ciencias Sociales). Al terminar el curso, hubo importantes bajas en el Equipo Directivo. Julia Plá, Manuel Puntas y José Mª Escribano no quisieron continuar, se sentían cansados. Para sustituirlos se propuso a Manuel García Gálvez (jefe de estudios), José Manuel Caballero (administrador), ambos de Sanitaria, y Luisa Amo (vicedirectora), de Francés. En septiembre de 1995 publiqué un artículo en la revista de Feria con el título: 15 años de Formación Profesional en Pozoblanco. Historia de un Instituto, con el que quería difundir los aciertos y el trabajo ejemplar del instituto en sus quince años de existencia.

Las obras de ampliación

Cuando en el verano de 1995 llegaron las obras de ampliación prometidas, había cesado el delegado provincial responsable de las mismas, José Valdivia. Ahora era José Cosano el responsable provincial. Y Francisco Luque-Romero, inspector de referencia del centro durante muchos años, también había cambiado de zona educativa. Diseñadas por el arquitecto Pedro Muñoz Cabrera, artífice de la anterior ampliación de 1988, y ejecutadas por la empresa constructora de Felipe García Arroyo, las obras supusieron una inversión para la Administración educativa de algo menos de 300.000 euros y vinieron a aliviar por unos años el crecimiento incesante del instituto. Además, las nuevas aulas se unieron por la parte superior al antiguo edificio, que mejoró notablemente. También se dotó al Centro de nuevas pistas deportivas, ascensor, cafetería y salón de actos, se mejoraron los talleres de Sanitaria y el taller de Electricidad o se amplió la sala de profesorado.

Sería ese curso 95-96 un año importante, porque comenzaba a extinguirse 1º de FPI, que era sustituido por 3º de ESO. Los cambios empezaban a hacerse patentes. La rama Administrativa tenía sus días contados y pronto tendrían que trasladarse de Centro. El nuevo jefe de estudios, Manuel García Gálvez, farmacéutico y profesor de Prácticas Sanitarias, de origen almeriense, resultó ser un magnífico organizador y

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colaborador eficaz. Fue seguramente uno de los años más complejos: 20 grupos, 720 alumnos, 51 profesores, y una reforma que se abría paso con dificultad.

En febrero de 1996 propusimos una actividad abierta al profesorado: un viaje a Berlín. Aprovechando los días libres del puente de febrero, comenzamos una actividad cuasi formativa que ha dado como resultado un sinfín de viajes de un grupo de profesores: Roma, Londres, París, Amsterdam, Praga, Angers, Budapest...

Para el nuevo curso 96-97 desaparecía el cargo de administrador, cuyas funciones asumía el secretario. Manuel García renunció a continuar en al cargo a causa de su inestabilidad familiar y Francisco Luque Ruiz, profesor de Matemáticas, asumía la jefatura de estudios. Ese año aparecía 4º de ESO y el primer grado de FP era ya historia. Los grupos, que la ley limitaba a 30 alumnos como máximo, llegaban en realidad a los 33 alumnos por un Real Decreto provisional. Con todo, la Reforma, que había reducido en algo la ratio, había aumentado la optatividad.

Décimo aniversario de la muerte de Antonio Mª Calero

A punto de iniciarse el nuevo Bachillerato, quisimos celebrar como se merecía el décimo aniversario de la muerte de Antonio Mª Calero. Además, no venía mal divulgar su figura, que muchos habían olvidado en Pozoblanco. O elevar nuestra autoestima, aireando las actividades del instituto para conseguir el prestigio que se le negó a la FP. Para ello lanzamos la idea de publicar sus obras. El concejal de Cultura del Ayuntamiento, Serafín Pedraza, fue receptivo a la propuesta que se le hizo desde el Centro de publicar un volumen In memoriam con artículos de sus compañeros de la Universidad Autónoma de Madrid, de amigos y de profesores de nuestro Centro. La comisión encargada la formarían José Luis González, Antonio Vizcaíno y yo mismo como director. La labor de la comisión fue ágil y certera y en poco tiempo puso en marcha la publicación del homenaje. Antes, en la revista de Feria de 1997, publiqué una biografía de nuestro ilustre historiador. En noviembre, presentamos el volumen In Memoriam. En aquel tomo, con un diseño muy conseguido de Manuel Dueñas Blanco, cabían las palabras sinceras de Gabriel García de Consuegra y las irónicas parábolas del padre Diego Coca, las disertaciones historiográficas de sus compañeros de universidad y las lecciones de filología o alimentos de profesores del instituto. Al año siguiente comenzamos la publicación de la Obra Completa de Antonio Mª Calero (1943-1987), cuatro volúmenes que recogen decenas y decenas de artículos sueltos diseminados por innumerables revistas de interés científico y erudito, además de sus libros más famosos. La presentación de cada uno de los volúmenes, con la colaboración efusiva de la familia Calero, fue una cuidada ocasión para presentar en sociedad los avances del nuevo Instituto de Educación Secundaria. Recuerdo con emoción la conferencia que pronunció Fernando García Cortázar, uno de los historiadores que más empatía tuvo con Antonio Mª Calero Amor.

Además, en 1997 propusimos a otros directores de la comarca la idea de lanzar una revista anual para el profesorado, una revista de investigación y didáctica. Un primer

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grupo de profesores, formado por los dos institutos de Pozoblanco y los dos de Hinojosa del Duque, puso en marcha el proyecto, que recibió el nombre de Cuzna, una publicación atípica con un diseño del profesor J.J. Pérez Zarco que ha tenido una aceptación considerable. La publicación, a la que se sumaron más centros de los iniciales, lleva detrás de sí doce números y más de una década siendo una referencia de calidad.

Final de etapa

La vida académica seguía. Con el curso 97-98 se extinguía el primer curso de FPII y el llamado Curso de Enseñanzas Complementarias (CEC) en la rama Sanitaria. Francisco Luque había obtenido traslado y la jefatura de estudios, ese potro de tortura de los centros educativos, la ocuparía Antonio Vizcaíno Alcaide para hacer un último servicio a un Centro al que había dado tanto. Y la Secretaría la gestionaría Julia Plá, como un favor personal. Los nuevos estudios de Bachillerato llegaron entre mimos y algodones para un grupito de alumnos que, sin embargo, mostraron un fuerte compromiso con el instituto. Dos grupos, dos especialidades: Humanidades y Ciencias Sociales, que era una novedad para un Centro hasta entonces técnico, y Tecnología. Pero nosotros luchamos para que la rama Sanitaria tuviera su engarce en los nuevos estudios. Movimos cuanto hubo que mover para que optativas como Biología y Química fueron ofertadas por el Centro. El trato era personalizado y de su éxito dependía el futuro del Bachillerato en el Centro. Por el contrario, ese curso aparecía el primer curso del ciclo de Marketing en el IES Los Pedroches. José Jiménez y Purificación Leal tuvieron que trasladarse para poner en marcha el nuevo ciclo de la familia Administrativa. En abril de ese año nacaría mi hija Julia, también en el hospital de Pozoblanco.

El curso 98-99 fue un curso cuasiterminal. No porque la reforma acabase de implantarse, sino porque la rama administrativa se despedía del Centro, con profesores muy queridos: Mª José Delgado y Antonio Vizcaíno, después de más de tres lustros en el centro, se veían forzados a trasladarse con el ciclo formativo. También obtuvo traslado Julia Plà, secretaria, que fue sustituida por el profesor de Historia Fernando Romero. El 2º curso de Bachillerato se desarrolló con normalidad, compartiendo horas con el ciclo en un aula pequeña junto a la nueva cafetería. A su término, la tan temida Selectividad arrojó resultados positivos, que fueron consolidándose cada año hasta alcanzar los éxitos recientes.

Mi último curso en el Centro fue el último de la Formación Profesional de la Ley Villar-Palasí. Convivieron durante un curso los nuevos estudios de ESO, Bachillerato y 3º de FP-II. El Instituto comenzaba a estabilizarse en torno a los 20 grupos de alumnos y 56 profesores. Ese año conté con la colaboración del profesor de Matemáticas Blas Torres Garuti como jefe de estudios; Araceli Castro, de Matemáticas, como vicedirectora; Rafael García Herruzo, de Lengua Castellana como secretario; y Pedro Cerezo, de Matemáticas, como adjunto a jefatura de estudios. Por casualidad, cuando me marché del Centro, el nuevo director, José Mª

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Escribano, que había sido jefe de estudios en mi primer equipo, contó con todos y cada uno de aquellos profesores que me habían ayudado en el último año de mi estancia en Pozoblanco. Su buen hacer se lo merecía. Pero eso ya es otra historia.

En junio de 2000 me despedí del IES Antonio Mª Calero, de su Claustro y de su Comunidad Educativa. Se abrían otras geografías y otras tareas en un instituto de mi ciudad. No han faltado los encuentros con compañeros y algunos actos pendientes de los últimos volúmenes de Antonio Mª Calero. Incluso en junio de 2008, un grupo de alumnos de la primera promoción de Bachillerato nos propuso celebrar con una cena informal el décimo aniversario de la primera promoción de Bachillerato del instituto. Entre los alumnos recuerdo a Dori, Tolo, Gloria, Juan, Vanesa... Tantos que es difícil poner sobre el papel cuantos han pasado por nuestro Centro, todos ahora en un nuevo camino como licenciados universitarios, unos; profesionales, otros.

Tras un período tan intenso de once años en Pozoblanco, podría decirse que una etapa decisiva de mi vida había concluido. La comarca de los Pedroches había sido mi segunda casa, y su tierra y sus gentes habían sido mi tierra y mis gentes. Con mi salida, el IES Antonio Mª Calero quedaba en las mejores manos y su futuro estaba ligado al de una Comarca que había confiado en él desde el primer momento.

EMILIO LUQUE PÉREZ