Un Héroe de Peso

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“¿Cuánto tiempo ha pasado?”, se preguntó Dexter. “¡Me siento como si hubiera estado aquí durante siglos! La sangre se agolpa en mi cerebro. ¡Tengo que salir!”

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ISBN-13:978-0-547-03876-6ISBN-10:0-547-03876-3

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4.5.5

HOUGHTON MIFFLIN

Libritos niveladosen línea

Nivel: S

EDL: 40

Género:Ciencia ficción

Estrategia:Preguntar

Destreza:Propósito de l autor

Número de palabras: 1,651

HOUGHTON MIFFLIN

por Barbara A. Roenz

ilustrado por David Opie

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4 Los mellizos Linney se preparan

Un héroe de peso

Matemáticas hoy y mañana

Lecturas niveladas

Número de palabras: 1.678

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por Barbara A. Roenzilustrado por David Opie

Un héroede pesode pesoUn héroe

Copyright © por Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company

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Impreso en Chile

ISBN: 978-0-547-03876-6 ISBN Edición Chile: 978-0-547-87383-1

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“¿Cuánto tiempo ha pasado?”, se preguntó Dexter. “¡Me siento como si hubiera estado aquí durante siglos! La sangre se agolpa en mi cerebro. ¡Tengo que salir!” Dexter presionó el botón de apagado en su chaleco, lo que le permitió flotar hasta el suelo y automáticamente abrió la puerta de la unidad de entrenamiento sin gravedad.

—Cuatro minutos, Dex —dijo la Sra. Luna mientras él salía—. ¡Mejor que la última vez!

—Igual no es suficiente para aprobar —gruñó Dex—. Cuando estoy ahí adentro, la nariz se me atasca, me late la cabeza y no distingo si subo o bajo. ¡Creo que soy alérgico a la falta de gravedad! ¿Por qué no me entrenan para reparar robots, en cambio?

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La Sra. Luna sonrió. No podía cuestionar las quejas muy auténticas de Dex. Sin gravedad, que es la fuerza del planeta que atrae y sostiene los objetos, la sangre efectivamente se agolpa en la cabeza. Una persona en verdad sufre atascamientos y dolores de cabeza. Sin embargo, esto no era lo que hacía que Dex se escapara de la unidad antigravedad, o unidad a-g. ¡Él estaba atemorizado!

Dex (y todos sus compañeros de clase) habían crecido en una estación espacial en Marte. La vida en Marte era fantástica. La lluvia y la nieve nunca arruinaban planes de viaje o los partidos de fútbol. ¡El clima no era un factor en sus vidas, porque toda la colonia estaba encerrada en una cúpula gigante! Dentro de la cúpula, cientos de unidades mecánicas regulaban las cantidades exactas de oxígeno, humedad y calor.

Escuelas, restaurantes, teatros: la colonia lo tenía todo. La población había crecido rápidamente desde que fue fundada en 2147; y casi un siglo más tarde, Marte era el puesto de avanzada más grande y exitoso de la Tierra.

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Al principio, los primeros pioneros espaciales podían desarrollar solo un número limitado de cultivos en sus pequeños invernaderos cubiertos, como patatas, guisantes, trigo y lechuga. Las plantas eran recursos alimenticios esenciales y el elemento clave para mantener el equilibrio de dióxido de carbono y oxígeno en la atmósfera. Las plantas también mejoraban el espíritu de los nostálgicos pioneros, alegrándolos con el color y el sabor de los alimentos que disfrutaban en la Tierra.

Con el tiempo y el avance llegaron tomates jugosos y rojos, que los robots podían cosechar fácilmente. La gente usaba todas las verduras, sin dejar desperdicios. Nadie se atrevía a desaprovecharlas, porque el espacio de cultivo era muy limitado.

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Ahora, sin embargo, un siglo de investigación había hecho posible plantar y cosechar cultivos en invernaderos localizados afuera de la cúpula protectora. Con la ayuda de enormes lámparas brillantes que permitían que las plantas se desarrollaran, se habían plantado en suelo marciano cientos de distintas frutas, verduras y granos, con gran éxito.

Como la población de la colonia (y, en consecuencia, las necesidades de alimentos) había crecido tan rápido, se esperaba que todos los miembros de la colonia, a partir de los trece años, ayudaran a plantar y cosechar cultivos. Para trabajar en el espacio sin aire afuera de la cúpula, cada colono tenía que usar un traje espacial con un tanque de oxígeno y una soga fuerte que estaba asegurada al suelo. Sin estas sogas, los trabajadores ingrávidos se alejarían flotando en el espacio.

¡Lamentablemente, las arrogantes maravillas de la agricultura marciana asustaban a Dex hasta dejarlo sin aire!

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Más tarde ese día, la madre de Dex visitó a la Sra. Luna. Ambas mujeres estaban preocupadas por el niño de diez años.

“Traté de ayudarlo”, pensó la Sra. Luna. Le explicó a Dex que un inspector había revisado cuidadosamente la unidad de entrenamiento sin gravedad antes de que comenzara la práctica. Incluso había señalado la construcción de calidad superior de la unidad para demostrarle a Dex que estaría perfectamente seguro. Lamentablemente, Dex seguía aterrado.

—Sra. Johnston, ¿Dex le ha hablado sobre el entrenamiento sin gravedad? —preguntó la Sra. Luna.

—Oh, sí —dijo la Sra. Johnston—. Dex llegó a casa el primer día, preguntando si era un requisito de la colonia.

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—¿Qué le dijo? —preguntó la Sra. Luna—. ¿Sospechó que tenía problemas?

—No en ese momento, aunque creo que su hermano Jace, de seis años, sospechaba la verdad —dijo la Sra. Johnston, e hizo una pausa, con una sonrisita en el rostro. —Verá, Dex y Jace son opuestos. Dex es, digamos, cuidadoso, ¿sabe? Se pregunta qué haría la persona promedio en cualquier situación dada. Jace, por otro lado, se atreve a cualquier cosa que le parece buena, y después lo piensa.

—Tengo una hermana menor que se parece mucho a Jace, aunque admito que tal vez yo no sea tan precavida como parece ser Dex —rió la Sra. Luna entre dientes.

—Creo que su abuelo debe ser un poco responsable por lo precavido que es Dex —explicó la Sra. Johnston—. Es un gran narrador, pero a veces no se da cuenta de que Dex no sabe que está exagerando.

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La Sra. Johnston continuó: —Varios días más tarde, oía que Dex y Jace estaban discutiendo. Fui hasta la puerta de su dormitorio para escuchar, y descubrí que hablaban de la unidad a-g. Dex decía que pensaba que era tonto que la colonia tuviera que trabajar en los cultivos y que no quería participar en el programa de preparación de tres años. Por supuesto, Jace dijo que saltaría de alegría ante la posibilidad de flotar por una habitación, sin que nadie le indicara que se cepillara los dientes, fuera a la cama o dejara de rebotar en las paredes.

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—La discusión se hacía más acalorada —continuó la Sra. Johnston, sacudiendo la cabeza—. Estaba por entrar cuando Dexter se acercó la puerta y dijo: “¿Ah, sí? ¡Simplemente pregúntale al abuelo cómo sería estar sin gravedad! Me contó un relato sobre un tipo que fue a los campos a plantar guisantes y flotó cabeza abajo tanto tiempo que la soga se le desconectó del traje y se fue navegando por el espacio. El abuelo dice que se puede ver su rostro por la noche, ¡en la luna!”

La Sra. Johnston continuó: —Por supuesto, el abuelo bromeaba, pero Dex no lo sabía. Traté de explicárselo, pero no quiso escuchar. Ya tenía una idea formada. Nunca se arriesgaría a terminar en la luna.

La Sra. Luna suspiró. El problema de Dex era el miedo. ¿Qué podía hacer ella?

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El jueves siguiente, todos se reunieron en la Escuela Intermedia de Marte para la noche familiar. Los maestros y estudiantes habían trabajado mucho para organizar presentaciones.

En la cafetería, los estudiantes de séptimo grado hacían la demostración de la Pizza Planetaria, que estaba hecha con un súper queso llamado Mugidos Marcianos. En el gimnasio, los estudiantes de sexto grado estaban haciendo gimnasia en espuma espacial (algunos estudiantes rebotaban en el aire a casi 12 metros de altura). En la biblioteca, los estudiantes de quinto grado (incluido Dex) estaban usando las cámaras espaciales de la escuela para llevar a los visitantes a un recorrido virtual por Plutón.

La Sra. Johnston, el abuelo de Dex y Jace habían llegado justo cuando la clase de Dex estaba por comenzar el recorrido virtual. Los ojos de los dos adultos pronto estaban pegados a la pantalla, mirando imágenes de obreros construyendo casas bajo una cúpula, en Plutón.

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—Apuesto a que deseas que tuviéramos una casa como ésa, ¿no, Jace? —dijo la Sra. Johnston, mientras dejaba de mirar la pantalla cuando terminó la presentación. Pero Jace no estaba allí. Giró hacia su padre con pánico. —Papá, ¿dónde está Jace?

El abuelo había estado tan distraído por el recorrido, que tampoco había visto dónde había ido Jace.

El abuelo salió en una dirección, la Sra. Johnston en la otra. Al ver la mirada preocupada en el rostro de su madre, Dex corrió hacia ella. —¿Qué sucede? —preguntó.

—¡Tu hermano ha desaparecido, Dex! —gritó la Sra. Johnston, mirando alrededor—. ¿Dónde podrá estar?

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“¡Jace!”, pensó Dexter para sí. “¿Dónde podrá estar?” Después se dio cuenta. “¡Oh no! ¡La unidad a-g!”

Dex salió rápidamente de la biblioteca y corrió por el pasillo hacia el centro de ciencias. Tironeando atropelladamente la manija de la puerta, entró tambaleándose en la amplia habitación. —¿Jace? ¿Estás aquí? ¿Jace? —llamó frenéticamente. Todo lo que Dex oyó fue un perfecto silencio.

Corriendo hasta la unidad a-g, Dex se detuvo de repente para escuchar. Parecía haber un sonido amortiguado que provenía de la unidad. Mirando de cerca intensamente a través de una de las ventanitas de la unidad, los ojos de Dex se abrieron de par en par por el impacto. Ahí estaba Jace, moviendo los brazos salvajemente mientras derivaba sin gravedad por la pequeña habitación. Tenía el rostro frenético y cubierto de lágrimas. Dex apenas podía oír sus gritos desesperados pidiendo ayuda.

Dex golpeó la ventana. —¡Aguarda, Jace! ¡Ya voy! —gritó.

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Temblando, Dex se metió en el traje que encontró en el armario de suministros. Estaba en sus manos ayudar a Jace. Se acercó a la puerta. Esta iba a ser la parte difícil. Tenía que ser rápido, ya que abrir la unidad alteraría la atmósfera. Jace podía estrellarse en el suelo si demasiado aire entraba rápidamente.

Dex tragó saliva y abrió la puerta solo lo suficiente como para insertarse por la abertura. Jace se zambulló hacia el suelo pero de inmediato se volvió a elevar. Cuando sus ojos se conectaron con los de Dex, este vio que su hermano de seis años lo miraba entre sorprendido y aliviado.

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Con movimientos como de natación, los niños se impulsaron uno hacia el otro. Se tomaron un momento para abrazarse antes de que Dex presionara los botones de apagado en los trajes de ambos.

—¡Me salvaste! —sollozó Jace.—Bueno —admitió Dex modestamente—, en

realidad no te salvé. Hubieras estado bien. La unidad se habría apagado automáticamente después de treinta minutos de cualquier manera.

—Estaba asustado. ¿Tú no lo estabas? —preguntó Jace. —¡Creo que no! —anunció Dex, sorprendiéndose

incluso a sí mismo—. Creo que el entrenamiento funcionó. No había tiempo para asustarse. ¡Estoy impaciente por contarle a la Sra. Luna que finalmente estoy listo para mi prueba de diez minutos!

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