Un camino inesperado

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Relato de Ana Dorda Martín, de 3º de ESO. Colegio San Miguel Arcángel

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Etapa 13De Outeiro a Santiago

Hoy, sin calles que atravesar ni semáforos que cruzar para salir de alguna población, comenzamos nuestra última etapa desde estas tierras con olor a eucalipto. Desde el albergue, a la derecha, retomamos el amplio camino que se interna en la foresta de Vedra. Será el último entorno sin viciar que nos queda hasta llegar a Santiago. Tantos momentos hemos vivido en esta pequeña aventura. Las tres nos miramos con cariño y sin saber por qué nos reímos. Creo que aquel era uno de los pocos momentos en los que me sentía realmente feliz y tranquila desde que empezamos. Notaba el sol en mi piel y la brisa en el rostro mientras andábamos por un camino asfaltado rodeado de una vegetación marrón y verde, toda muy húmeda y todavía con los últimos restos del rocío de la mañana. De repente, y con el previo aviso de un trueno, empezó a caer una fuerte lluvia. Las tres nos volvimos a mirar ahora con rabia.

- ¡Y yo que me había alisado el pelo…! – dijo Sonia mirando al frente.

Clara y yo la observamos y nos reímos. Continuamos hablando de qué íbamos a hacer en cuanto llegásemos a Madrid de nuevo. Clara lo primero que haría, según sus planes, era tumbarse en el sofá y dormir hasta juntar un desayuno con el del día siguiente. Sonia se daría un buen baño.Y yo… pues lo primero será comerme una hamburguesa y ver una buena película. Sonia se quedó quieta y entrecerró los ojos. De repente echó a correr hacia el bosque. Por un momento pensé que era un ataque de piscitis o algo por el estilo, pero vi algo relucir entre las hojas de un arbusto. Parecía un coche. Era un coche. Entonces me di cuenta de que tenía que ir al oftalmólogo porque el coche se podía reconocer a simple vista. Corrí

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hacia él y, cuando llegué, Sonia y Clara lo estaban empujando para sacarlo.

- Pero ¿qué hacéis? Por mucho que lo empujéis, luego ¿cómo lo vamos a conducir sin llaves? – comenté cruzándome de brazos.

Sonia se metió la mano en el bolsillo y sacó unas llaves que me lanzó. Yo era la única del grupo que sabía conducir ya que Sonia era más de moto y Clara, la hippie trasnochada, iba a todos lados en bicicleta. Me metí dentro del coche y recé un par de plegarias mientras metía las llaves en el contacto y lo arrancaba. Era extraño porque el asiento estaba extrañamente caliente. Eché marcha atrás y las demás se montaron tras haber dejado las mochilas en el maletero. Fui a iniciar la marcha, pero Clara me frenó.

- ¿Sabéis las dos que vamos a volver a hacer trampas? – nos preguntó asomándose entre los dos asientos delanteros.

- Si, pero ¿qué más dará? ¡Arranca! – me gritó Sonia pisando el acelerador a fondo.

Clara se tumbó en el asiento de atrás y se bajó el gorro de lana hasta que le tapó los ojos.

- ¡Ay, mi karma! – suspiró.Así empezamos la última etapa. Ya sé que lo suyo

hubiese sido seguir andando ya que es la última. Pero después de todo lo que hemos pasado, después de hacer trampas y más trampas daba igual hacer más.

* * *

Los tres conducíamos a toda pastilla por la carretera escuchando la radio y cantando las canciones que ponían. Ya veíamos los mil euros en nuestros bolsillos, mil euros que nadie nos quitaría. Todo iba perfecto y era imposible que las chicas se enteraran de nuestras pequeñas trampas debido a que iban con un día de retraso y nosotros en coche. A todo esto se le añadía que ellas habían hecho trampas y seguramente más que nosotros tres, por lo que ninguno nos sentíamos culpable. Serian las diez de la

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mañana y acabábamos de salir de Outeiro. Llevábamos un par de horas de viaje. Calculábamos que llegaríamos a Santiago dentro de tres horas o más si no teníamos ningún tipo de inconveniente. Pero todo no podía salir tan bien ni ser tan fácil, por lo que el destino puso una cabra en medio de la carretera.

Carlos, en un acto reflejo, me ayudó a girar el coche hacia la derecha metiéndonos por completo en el bosque. Intenté frenar, pero las llaves se salieron del contacto y el coche se bloqueó por completo. No podía girar el volante, los frenos no funcionaban y encima estaba de los nervios. Nicolás se asomó entre los asientos delanteros partiéndose de risa mientras sujetaba sus gafas y señalaba al frente. Sabía que Nicolás era tranquilo y muy risueño, pero que mantuviese esas actitudes incluso en aquella situación me parecía increíble. Decidí acelerar a tope cuando vi la piedra que señalaba mi amigo. Carlos había cogido el mapa y se lo había puesto en la cabeza mientras mantenía la boca abierta como un túnel.

Nos acercamos a la roca que nos iba a servir de rampa. Grité cuando empezamos a volar y Carlos me acompañó con sus gritos de “niña”, Nicolás seguía riéndose. Cuando tocamos suelo estábamos en medio de un camino para peregrinos que atravesamos como si nada. Entonces Nicolás, harto ya de tanta tontería, agarró el freno de mano y tiró de él con todas sus fuerzas dejando el coche a escasos centímetros de un árbol. Los tres salimos del coche a gatas. Yo me tumbé en el suelo, Nicolás se sentó con la funda del freno de mano y Carlos se apoyó en la rueda derecha delantera a fumarse un cigarrillo. De repente, más de cinco hombres nos rodearon. Juraría que eran los hombres a los que robamos el coche. Me levanté de un salto al igual que Carlos. Nicolás había desaparecido.

- ¡Dadnos todo lo que tenéis! – dijo uno de ellos.- Estás tú que sí – le contestó Carlos, llevándose el

cigarrillo a la boca.

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Un hombre fue a darle con un palo detrás de las rodillas, pero Carlos fue ágil y saltó. Entonces todo se sucedió muy rápido. Nicolás salió de detrás del coche, cogió nuestras mochilas y salió corriendo. Carlos soltó un puñetazo al hombre que le atacó y salió corriendo tras Nicolás. Yo me vi rodeado por todos aquellos hombres. Miré a uno con odio, era Manuel, y le hice un placaje. Caí encima de él, pero antes de que me sujetara salí disparado tras mis amigos que corrían hacia la carretera, ya que el camino de peregrinos podría ser peligroso. Cuando llegamos, Nicolás repartió las mochilas y empezamos a hacer autostop. Carlos vigilaba que no vinieran aquellos hombres. Todavía asimilando todo lo que había pasado, una furgoneta llena de flores y colores se paró en el arcén. Nicolás se acercó a la ventanilla, que se abrió lentamente dejando salir un humo espeso y que colocó un poco a Nicolás. Carlos le empujó y empezó a hablar con el copiloto. Tras unos instantes me miró y me llamó con el brazo.

Las puertas de atrás se abrieron y esta vez salió una nube más grande y gris. Los tres nos metimos dentro. Eran hippies trasnochados totales. Me acordé de Clara y de lo bien que estaría aquí, entre ellos. Siempre había pensado que era la única. Carlos se agenció en seguida un porro y me ofreció, pero yo pasaba de esas cosas. En cambio, sí que me arranqué a tocar unos acordes con la guitarra. Nicolás se puso a pedir un pañuelo para limpiarse las gafas y una chica le dejó que usara la parte de debajo de su vestido de algodón. Mientras las limpiaba, aprovechó para echar una miradita. Yo me reí y él me miró haciéndose el ofendido.

- ¿Qué pasa? Estoy revisando los pespuntes – se rió, pero no le duró mucho porque la chica le arreó una colleja.

Las siguientes horas fueron de esas que no se te olvidan, llena de risas y fiesta. Después de aquel inconveniente con el coche, otra vez volvíamos a entrar en el juego.

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Etapa 1De la Granja de Moreruela a Tábara

Alex abrió el congelador y sacó un par de cervezas frías. Cogió las patatas de encima de la encimera y lo llevó todo al salón donde estaban sus amigos. Alexandra y sus cinco amigos acababan de terminar su primer año de carrera. Su mejor amiga era Sonia, a la que conocía desde la infancia. Sonia era de raíces brasileñas y cubanas y estudiaba Arquitectura en la Universidad de Bellas Artes. En su cuarto año de ESO ambas conocieron a Clara, que estudiaba Pintura en la misma Universidad que Sonia, una hippie trasnochada muy agradable y tranquila. Esta era hermana gemela de Nicolás, un chico delgaducho y con unas gruesas gafas que estudiaba Telecomunicaciones. Su mejor amigo era Carlos, que no estudiaba ni trabajaba, el actual novio de Sonia, y con el que mantenía una relación muy especial. El último era Marcos, que también era amigo de la infancia de Alexandra y Sonia. Este estudiaba para Neurólogo.

Ahora todos estaban reunidos en el salón de la casa de Alex donde hablaban de las vacaciones. Marcos se puso en pie junto con sus dos amigos. Las chicas se quedaron en silencio observándoles.

- A ver chicas, nos hemos reunido todos aquí porque queremos haceros una propuesta – empezó Marcos.

- A saber qué dice – susurró Alexandra divertida.- ¿Algo que comentar? – la espetó Marcos.- No, por Dios, continúa – dijo recostándose en el

sofá.- Bueno, a ver. Si nos hemos reunido aquí es para

hablar de una apuesta que se nos ocurrió hacer con vosotras. Y os preguntaréis de qué trata: pues veréis, se nos ocurrió apostarnos quién hacía antes el Camino de Santiago.

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Las chicas se miraron un tanto sorprendidas. A todas les parecía bien, pero Alex siempre miraba más allá de las cosas y se olía a kilómetros que esto llevaba segundas intenciones. Sonia se percató de los pensamientos de su amiga.

- ¿Y cuánto nos apostamos? – preguntó Alexandra.Marcos miró a Carlos y éste a Nicolás, que estaba

un tanto despistado, como siempre. Éste les miró a ambos capturando el mensaje que le lanzaban. En su interior les maldijo, pero le parecía gracioso ver cómo iban a reaccionar por lo que se metió las manos en los bolsillos y con su voz pasota dijo:

- Pues que el grupo que pierda da mil euros al otro.Las tres se levantaron de un salto y Marcos y Carlos

se pusieron tras Nicolás. Empezaron a gritarles y a decirles que estaban locos. Pero de repente Alexandra se calló y miró a sus amigas. Entonces las tres se pusieron a hablar muy bajito. Su coloquio duró un par de minutos y se dieron la vuelta rápidamente.

- Aceptamos – decidió Alex.

* * *

Tras dos días de viaje, por fin conseguimos llegar a La Granja de Moreruela, en Castilla y León. Para hacer tiempo decidimos hacer ruta turística por esta comunidad, incluso pasamos por el pueblo de Clara y Nicolás, Toro, cerca de Valladolid, donde Sonia y yo, yendo de un pueblo a otro para recoger a los chicos, pinchamos y tuvimos que ir a las dos de la madrugada en tacones a la gasolinera más cercana. Fue una experiencia divertida, sobre todo cuando un motorista, que pasó por nuestro lado, le soltó un manotazo en el trasero a Sonia, que le lanzó el bolso tirándole de la moto. De allí ya fuimos a La Granja de Moreruela. ¡Lo que nos costó encontrarla! Tuvimos que preguntar más de diez veces y hubiesen sido más si el chulo de Carlos no fuera tan orgulloso y le costase tanto pedir ayuda. Al fin, después de horas y horas metidos en la

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furgoneta conseguimos llegar por la noche a La Granja. Como sea todo el viaje así lo llevamos claro.

Ahora serían las ocho de la mañana y todos habíamos llegado al acuerdo de hacer la primera etapa juntos y luego ir cada grupo por nuestra cuenta. Tan solo llevábamos una media hora de trayecto y Sonia empezaba a quejarse de cansancio y dolores en los pies.

- Sonia, por favor – le decía Clara –. Ésta es una oportunidad única para estar en conexión con la naturaleza.

- Si no es conexión wi-fi, paso – gruñó haciéndose una coleta – Por cierto ¿cuánto queda para Santiago?

Todos sin excepción nos quedamos mirándola boquiabiertos.

- ¿Estas de broma? – le preguntó Nicolás.- Es una pregunta como otra cualquiera – dijo Sonia

como si nada.- Vale, ahora sí, que alguien le traiga el wi-fi –

bromeó Nicolás.Todos se rieron y Carlos, que percibió cierto

malestar en su novia, le respondió con cariño. Tras un kilómetro giramos a la derecha y después a la izquierda. El paisaje consistía básicamente en una gran cantidad de arbustos mediterráneos. De ahí pasamos a una carretera de la que no recuerdo muy bien el nombre y tras recorrer un duro medio kilómetro de asfalto llegamos al río Esla. Allí se encontraba el puente Quintos. Decidimos quedarnos un rato a descansar para que Sonia se cambiara las zapatillas y Marcos le curara las heridas que tenía.

- Si es que, ¡a quién se le ocurre ir con manoletinas al camino de Santiago! – la critiqué.

- Oye, yo siempre guardando estilo – me respondió.Una vez curada, los chicos decidieron ir a dar una

vuelta y Clara se mojó los pies en el río.- Mira, una hippie en su salsa – dijo Sonia burlona.- ¿Por qué no te vas un ratito a probarte ropa? – le

contestó un tanto molesta.

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Si algo tenían Clara y Sonia es que eran completamente distintas. A Clara le encantaba la naturaleza y los animales. Si vivía en Madrid era solo por los estudios, ya que por ella viviría en una furgoneta como los verdaderos hippies. No se llevaba bien con la tecnología ni con el dinero, era libre. En cambio Sonia era una fanática de las nuevas tecnologías, no podía vivir sin su móvil o su portátil. No soportaba la naturaleza y necesitaba el dinero y su Mastercard para ser feliz. A veces las dos juntas hacían una mezcla desquiciante a la par que divertida.

De repente dos peregrinos se nos acercaron a Sonia y a mí. Clara se percató y salió del río sujetándose el vestido de algodón. Ambos muy mayores, pero con muy buen porte y arreglados con sus polos y bermudas. Me asombró ver que tenían algún que otro tatuaje.

- ¿Tienen algún problema, señoritas? – nos preguntó el más alto con amabilidad.

- No, no, solo nos hemos parado a descansar y nuestros amigos han ido a dar una vuelta – dije con miedo a que ambos tuviesen malas intenciones.

Creo que ambos se percataron del miedo y desconfianza en nuestras miradas y de la llegada de los chicos.

- ¡Oh! Lo sentimos. Es que os vimos desde lejos y pensamos que teníais algún tipo de problema – dijo el otro con algo de nerviosismo.

Me fijé mejor en ambos y me di cuenta de que decían la verdad, solo querían ayudar. Carlos se sentó al lado de su novia a la que abrazó. Nicolás se fue junto a su hermana que estaba secándose los pies pasando de todo, creo que eso de ser pasota era algo de familia. Marcos se sentó también a mi lado. Entonces me sentí molesta por aquella excesiva protección ante aquellos hombres que solo querían ayudar. Ambos iban a reanudar la marcha cuando no se me ocurrió otra cosa que preguntar.

- ¿Ustedes también siguen el Camino Sanabrés?

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- Pues claro, hemos quedado con unos viejos amigos moteros en la etapa 10 para recordar viejos momentos en moto – respondió el alto sonriente.

- ¡Ah! Entonces podemos seguir el camino juntos – dije levantándome y cogiendo mi pesada mochila.

Todos resoplaron al unísono, seguramente molestos por lo que acababa de hacer. El resto del camino fue más animado e hizo que cambiara la opinión de las chicas respecto al acompañamiento de ambos peregrinos cuyos nombres eran Manuel y Arturo. Por otro lado, los chicos iban muy atrás, casi como si no fueran con nosotras. Estaban muy molestos.

- ¿Y cómo decidieron hacer el Camino de Santiago? – preguntó Clara.

- ¡Oh! Ya somos expertos en aventuritas. Nos conocimos a través de nuestras mujeres en una cena de empresa. Entonces empezamos a hablar y hablar y nos dimos cuenta de que ambos éramos amantes de los viajes. Ambos nos apuntamos a un club de motoristas, otra de nuestras pasiones. El año pasado estuvimos en Egipto y el anterior, para celebrar las bodas de plata de aquí mi amigo, fuimos de crucero por el Caribe. Pero este año, aprovechando que es xacobeo, hemos decido hacer el Camino para…renovarnos por dentro – explicó Manuel con su voz grave y apacible.

- Vaya, qué espiritual. Yo también espero que el camino me ayude a renovarme – corroboró Clara sonriente.

- ¿Y vosotras? – preguntó Arturo.- Nosotras hemos llegado hasta aquí por una

apuesta con aquellos – señalé a los chicos que estaban por atrás. Me reí porque Carlos iba subido a la chepa de Nicolás–. Hicimos una apuesta de a ver quién llegaba antes, si nosotras o ellos, y el que llegase antes pues se llevaba mil euros.

Ambos se miraron pensativos y después dirigieron la vista hacia nosotras.

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- A lo mejor podemos serviros de ayuda para vuestra siguiente etapa, ya que hay un atajo más o menos a la mitad y os dará gran ventaja – comentó Arturo.

Las tres nos miramos sonrientes.- Creo que vamos a formar un gran equipo – sonrió

Sonia poniéndose entre ambos y sacando todas sus armas de mujer.

* * *

- ¡Chicos! ¡Chicos! – nos llamó Nicolás sentándose de golpe en nuestra mesa.

- ¿Qué sucede, Nico? – le pregunté.- Se trata de las chicas, las he oído hablar en el

vestíbulo – se quitó las gafas para limpiárselas–. Creo que en la etapa de mañana los dos peregrinos que conocimos antes les van a enseñar un atajo. ¡Un atajo!

Carlos y yo nos miramos. Él se sacó un cigarro y se lo encendió. Siempre que hacia eso es que estaba enfadado y vengativo. Yo también lo estaba y mucho. Ya sé que no estaban haciendo nada malo, pero no podíamos permitir que llegaran antes que nosotros a Santiago.

- ¿Qué vamos a hacer? – pregunté.- No lo sé, pero no me da la gana dar mil euros a

esas – dijo Nicolás dando un golpe en la mesa.- Toma, ni a mí, pero seamos sinceros: esas tres

juntas son muy peligrosas, que entre la inteligencia de Alex, la… - miré a Carlos de reojo, que se puso muy tenso esperando a ver lo que decía –… belleza de Sonia y las confianzas que te da Clara consiguen lo que les da la gana.

- Pues no vamos a permitírselo – saltó Carlos echándose hacia delante –. Vamos a emborracharles.

Nicolás y yo nos miramos con los ojos como platos. Ambos hombres entraron en el comedor.

- Eso es cruel – Nicolás se puso en pie - ¡Y muy divertido!

Nico fue a por ambos. No sé qué les dijo ni cómo lo hizo, pero en dos segundos les teníamos ahí sentados

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riéndonos forzadamente y pidiendo una copa tras otra. La verdad es que no fue muy difícil, ya que los tres intentábamos hacer que bebíamos mucho, pero en realidad sólo tomamos un par de copas. En cambio, los señores empezaron a enrollarse y a conversar. Nos contaron cosas por las que ni si quiera habíamos preguntado: su pasión por las motos, sus tatuajes, su pandilla de moteros… cualquiera lo diría de este par de pijos. Se tomaron ellos solos tres botellas de vino. Por un momento me sentí culpable, pero en cuanto nos dijeron dónde estaba el atajo no me arrepentí en absoluto. De repente se nos acercó una camarera pidiéndonos que nos retirásemos a nuestras habitaciones. Tuvimos que cargar con ambos por las escaleras, unos cinco pisos sin ascensor.

- Marcos y yo llevamos al larguirucho y tú al barrilete ese – le ordenó Carlos a Nicolás, cogiendo los pies del hombre a quien yo agarré por los brazos.

Nicolás, por su parte, primero probó tirando de los pies, después de los brazos y no sé por qué hasta intentó arrastrarlo tirando del pelo, lo que provocó que se quedase con un mechón literalmente en la mano. Entonces decidí ayudarle a él y que Carlos, que era como un armario ropero, llevase él solo al otro. Así, entre los tres, les llevamos escaleras arriba cuando de repente nos cruzamos con las chicas. No supimos qué hacer, si dejarles en medio del pasillo del quinto piso o que nos descubrieran.

- Tíos ¿qué hacemos? – dijo Carlos nervioso.- Yo iré a vigilar y vosotros metedles en su

habitación. Seguramente lleven la llave por ahí – dijo Nicolás yendo escaleras abajo.

Le registré rápidamente la chaqueta y encontré las llaves en el bolsillo trasero del pantalón del hombre gordo. Carlos se percató de que la había encontrado y rápidamente se volvió a echar en brazos al hombre.

- ¿Dónde está la habitación? – me preguntó.- Al final de este pasillo, al lado de nuestra

habitación y enfrente de la de las chicas – dije empezando a tirar del hombre.

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Ambos a duras penas conseguimos llegar hasta la habitación y meterles dentro. Les lanzamos, literalmente, en sus camas. Después decidimos quitarles las zapatillas para que pudieran dormir mejor. Entonces alcé la mirada hacia la puerta, que nos habíamos dejado abierta de par en par. Carlos y yo nos miramos con urgencia ya que una de las chicas estaba a punto de salir de su habitación, por lo que corrí a gran velocidad, salí de la habitación y cerré la puerta tras de mí. Miré a Alex con una sonrisa fingida y ella me devolvió una mirada de sospecha. Qué guapa era. Nos quedamos unos segundos en los pasillos hasta que habló.

- ¿Qué haces tú aquí? – preguntó.- Nada – mentí.- ¡La conga! ¡De Jalisco! ¡Por ahí viene!

¡Caminando! – escuché cantar dentro de la habitación.Agaché la cabeza aguantándome la risa. Alex

estaba muy sorprendida de escuchar eso dentro de la habitación de los peregrinos.

- Vaya fiesta que tienen montada ¿eh? – comenté.- Si. Bueno, yo creo que me voy, que he quedado

con éstas. Buenas noches – dijo yéndose por el largo pasillo.

Carlos salió de la habitación muy desaliñado y respirando agitadamente. Le miré con preocupación y él negó con la cabeza diciendo:

- No preguntes, Marcos, no preguntes – me pidió enfilando a su habitación.

Al final todo había merecido la pena. Primero porque sabíamos dónde estaba el maravilloso atajo y segundo porque seguramente retrasaríamos la salida del albergue de las chicas ya que esperarían a sus amigos los peregrinos, que tendrían una gran resaca.

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Etapa 2De Tábara a Santa Croya de Tera

Llevábamos ya horas esperando delante de la puerta de la habitación de los peregrinos. Nos habíamos levantado puntualmente a las ocho y ya estábamos con las mochilas puestas a las ocho y media, desayunadas y vestidas. Desde esa hora allí estábamos las tres, sentadas en el pasillo, yo golpeando la puerta fuertemente. De repente Clara se levantó, se remangó el vestido de gasa y se abalanzó contra la puerta liándose con ella a puñetazo limpio. La conseguimos sujetar justamente cuando la puerta se abrió dejando ver a Manuel, el peregrino más bajo y regordete, ataviado con calcetines, calzoncillos hasta la rodilla y una camisa mal abrochada. Arturo seguía dormido, debía estar en el séptimo cielo.

- Señoritas, esto tiene una explicación – dijeron al unísono...

Sin esperar ni solicitar por nuestra parte ningún tipo de explicación y algo avergonzadas, nos fuimos con paso firme a enfrentarnos a nuestra siguiente etapa, solas. Cuando ya llevábamos andado un kilómetro tuvimos que decidir cuál era el atajo. Según lo que yo recordaba y mis conocimientos en geografía combinados con el mapa. Tras una media hora de discusión nos decantamos por la que me parecía más corta y fácil. Esta consistía en seguir las flechas que aparecían por el camino hasta la carretera ZA-121 hacia Pueblica de Valverde. Después pasamos el punto kilométrico 1 para pasar del asfalto a un camino. De ahí, tras un par de kilómetros, llegamos al río Castrón, donde decidimos pararnos a comer. Todas estábamos muy calladas hasta que decidí romper el silencio.

- Fueron los chicos, ellos emborracharon a los peregrinos.

- ¿Cómo estas tan segura, Alex? – me preguntó Clara.

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- Pues porque ayer, cuando bajamos al comedor, ellos estaban con Manuel y Arturo hablando y riéndose y, cómo no, bebiendo. Aparte de que me crucé con Marcos al salir de la habitación, cuando fui a por la cámara, y juraría que salía de la habitación de los peregrinos.

Clara se levantó de sopetón y dijo:- ¡Es cierto! Cuando Sonia y yo subíamos las

escaleras para buscarte, Nicolás se interpuso en nuestro camino y juraría que evitaba que subiéramos las escaleras.

Ambas miramos a Sonia que seguía concentrada en comerse su bocadillo. De repente alzó la mirada.

- Hay que hacer algo, lo que sea, pero yo quiero venganza – proclamó muy enfadada.

- Y yo sé lo que vamos a hacer – dije dirigiéndome hacia mi mochila.

Me puse a rebuscar entre todas mis pertenencias hasta que metí la mano hasta el fondo de mi mochila y conseguí agarrar lo que buscaba. Lo saqué con bastantes dificultades. Lara me miró con miedo. Cualquiera que me viera en el Camino de Santiago con eso me tacharía de loca o algo por el estilo. Pero, seamos sinceros, esto en nuestra situación nos venía muy bien.

* * *

Doce de la noche en el Hostal Don Alberto. No sé cómo lo habíamos hecho, pero habíamos llegado allí dos horas antes que los chicos, a los que esperamos a escondidas en la entrada del pueblo. Según el planning, todos nos alojaríamos en los mismos albergues y al final de esta etapa tocaba alojarnos en Casa Anita. Un albergue para peregrinos formado por dos habitaciones de 16 y 22 plazas sin contar los huecos para dormir en el suelo con colchón. Pero parecía ser que los chicos tenían otros planes y decidieron probar a alojarse en un hostal de habitaciones individuales y no colectivas como todos los albergues. Por eso decidimos seguirles y coger habitación en el mismo hostal. Fuimos muy cuidadosas e intentamos

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escoger una habitación para las tres que nos permitiera mantener vigilados a los chicos, haciendo guardias todas las noches.

Alex y Clara habían ido a por comida china, que en un pueblo como este me empezaba a preguntar de dónde la habían sacado. Olía muy bien y sabía aún mejor, y todo esto enfadó mucho a Sonia cuando empezaron sus peleas con los palillos chinos. Clara me enseñó a manejarlos y en dos segundos ya me podía comer incluso el arroz. En cambio, Sonia, que no era nada hábil con las manos, casi le clava los palillos a Clara en los ojos. Llegó a tal extremo de enfado y hambre que se tiró por los suelos gritando:

- ¡Ay, qué hambre! ¡Condenados chinos que son tan complicados que comen con palos!

Yo sabía que Clara llevaba tenedores en su mochila y ella también lo sabía. Otra cosa era que quisiera dárselos. Ambas nos miramos y nos reímos. Clara y yo continuamos cenando, bajo la famélica mirada de nuestra amiga, y cuando terminamos le dimos el tenedor a Sonia. Esta empezó a engullir los alimentos a gran velocidad y, mientras terminaba, me volví a sentar a observar a los chicos y en especial a Marcos.

-¡Oh, qué bonito! ¡Alex se nos ha enamorado! – soltó Clara detrás de mí con voz cursi.

- ¡Calla! – le espeté.Me dolía que pudiera tener algo de razón y me

costaba aún más dársela. Sonia me miró adivinando mis pensamientos.

- La verdad es la única que duele, amiga – comentó dejando ver un brillo de inteligencia en sus ojos.

Después de un cruce de miradas en el que creo que confirmé a mis dos amigas que sentía algo por Marcos, decidimos iniciar nuestra venganza. Avanzamos por los pasillos sin hacer nada de ruido ya que estaba prohibido andar por el hostal a altas horas de la noche para así procurar un mejor sueño a los peregrinos que se alojaban. Nuestra habitación estaba en la quinta planta del ala sur y los chicos estaban en la cuarta planta del ala norte, por lo

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que para llegar hasta ella teníamos que salir al exterior, cosa que hizo que Clara se arrepintiera enseguida de llevar su vestido. Hacia un frío de muerte y del viento mejor ni hablamos. En seguida entramos al ala norte. Tuvimos que subir centenares de escaleras hasta la cuarta planta, por lo que, en cuanto llegamos a la puerta de la habitación de los chicos, nos sentamos un rato a descansar; pero en seguida me puse manos a la obra.

Sonia sacó un rollo de cinta americana y empezó a tapar todos los cantos de las puertas y, tras haber echado grandes cantidades de silicona dentro, también la tapó con un trozo. Luego empecé a echar más silicona por los cantos y por la parte de abajo así como en las bisagras. En menos de una hora habíamos convertido esa puerta de madera vieja en una blindada. Todo iba como la seda hasta que escuchamos ruidos dentro de la habitación y voces. Las tres nos miramos con urgencia y, sin pensárnoslo dos veces, echamos a correr por donde habíamos venido. Íbamos a tal velocidad que cuando salimos al exterior, entre el viento y la carrera, a Clara se le levantó el dichoso vestido.

* * *

Las maldije, las remaldije e incluso deseé que ardieran en el infierno, y todo porque eran las doce del mediodía y seguíamos encerrados en aquella habitación. Los policías y bomberos seguían discutiendo cómo sacarnos de allí, todos lo habíamos intentado todo. Carlos y yo, muertos de cansancio y de desesperación, nos sentamos delante de la puerta. Carlos se llevó un cigarrillo a la boca.

- No sé qué me da más miedo: si tener que quedarme de por vida en esta habitación con vosotros o tener que salir y mirar a los ojos a Sonia.

Me reí. Observé a Nicolás que miraba hacia la ventana y la abría de par en par. Por un momento pensé

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que se quería suicidar, pero luego me di cuenta de que tenía un plan en mente.

- Tenemos que atar todas las sábanas, trapos… ¡Lo que sea! – nos gritó quitando las sábanas de las camas.

Y así los tres improvisamos una larga cuerda de sábanas y toallas que lanzamos por la ventana y que daba a la pequeña piscina del hostal. Ambos nos asomamos sin muchas confianzas: si una de esas sábanas se desataba nos caeríamos y probablemente no nos libraríamos de una buena caída acompañada de una rotura o algo peor. Carlos sacó unas pajitas de su mochila y las cortó al tuntún. Acto seguido nos repartió una a cada uno. Nos lo íbamos a jugar a la pajita mas corta. Carlos contó hasta tres y cuando dijo "ya" los tres abrimos la mano y yo, para colmo de mis desgracias, tenía la pajita más corta y Nicolás la más larga.

- ¡Já! Que vas a ser el primero – se burló.- Para cuando Carlos y yo estemos en tierra firme la

cuerda ya habrá tenido que aguantar todo nuestro peso y a lo mejor tú eres el que la rompe – le contesté muy serio.

Nicolás tragó saliva y yo, cargándome mi mochila, salté por la ventana enganchándome a la cuerda. Bajé lo más rápido posible y, sin mirar abajo y en un par de segundos, ya estaba con los pies en el suelo. Carlos bajó muy rápido y el último fue Nicolás, que todavía estaba asustado por mis palabras. Empezó a bajar poco a poco con pulso tembloroso. De repente una de las sábanas del final se soltó, seguida de una toalla y otra sábana.

- ¡Oh! Vaya, qué contratiempo más inadecuado – susurré.

Nicolás me escuchó.- ¿Qué sucede chicos? – nos preguntó nervioso.- Nada, nada, tranquilo, puedes seguir bajando –

dijo Carlos aguantándose la risa.Justamente cuando Nicolás empezó a coger más

confianza y a deslizarse más rápido, llegó al final de la cuerda de la que se quedó colgando. La sábana se empezó a desgarrar y Nicolás soltó un gemido de pánico. Nos miró, le miramos y sin pensárselo mucho se columpió

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estrellándose contra una ventana y rompiéndola en mil pedazos. Cayó dentro de una habitación y ahí hubo unos momentos de tensión en los que se escucharon gritos, golpes y por último a Nicolás volando por la ventana hasta caer en la piscina llevándose a Carlos con él. Les ayudé a subir y les tuve que separar ya que ambos se estaban peleando. Sin previo aviso, el dueño del hostal apareció en escena seguido de unos policías. Los tres nos miramos, cogimos nuestras mochilas y saltamos el muro que dividía la piscina con la calle por la que corrimos hasta salir del pueblo.

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Etapa 5De Puebla de Sanabria a Lubian

Ya habían pasado tres etapas desde nuestra venganza a los chicos. No sabíamos cómo reaccionarían al vernos otra vez, pero estábamos seguras de que ellos nos la tenían jurada y de que en cualquier momento seríamos el blanco de su venganza, después de todo la sangre se paga con sangre. Ahora las tres íbamos a mitad de camino hacia Lubian. Ya habíamos pasado el río Castro y nos habíamos parado a almorzar en una vieja cabaña para pescadores. Después continuamos nuestro camino y, como íbamos con muy buen ritmo, hicimos parada turística en Requejo. Allí visitamos el pueblo, la ermita de la virgen de Guadalupe y la iglesia parroquial de San Lorenzo. En esta última conocimos a la hermana Muñoz que nos enseñó la iglesia, incluso zonas que no eran para turistas. Esta misma nos invitó a comer en un restaurante del pueblo, según ella el mejor. Tras comer con su agradable compañía seguimos nuestro viaje llevándonos la promesa de volver. Todo iba increíblemente bien, tan bien que incluso pude sacar mis primeras fotos del viaje.

Al pasar por Aciberos, el último pueblo antes de Lubian, me percaté de que algo no andaba bien ya que había gran cantidad de peregrinos por allí, enfadados y buscando un sitio donde pasar la noche. Nosotras tres seguimos adelante, pero no por mucho tiempo ya que nos encontramos con coches de policía bloqueando el camino. Nos acercamos a preguntar.

- ¿Qué ha sucedido, agente? – preguntó Clara con delicadeza.

- Ha habido un accidente con varios coches. No acabamos de saber cómo se ha producido, pero de momento no se puede pasar – respondió muy serio.

- ¿Sabe si hay alguna alternativa a este camino? – pregunté.

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- Hay un camino que atraviesa el prado, pero no es muy recomendable para gente con poca experiencia – eso iba con segundas muy directas – ya que hay animales, vegetación espesa… vamos, que puede ser peligroso.

Las tres nos miramos. Teníamos dos opciones: o ir por el camino indicado por el policía o regresar a Aciberos a pasar la noche. Tras una breve deliberación nos decantamos por seguir adelante. Era un camino muy pedregoso y que pasaba tanto por zonas de prados verdes y llanos como por zonas de espesa vegetación. Clara se remangó el vestido por encima de las rodillas para pasar un riachuelo. Las tres íbamos de piedra en piedra hasta que de repente Clara saltó mal y fue arrastrada por el agua. Sonia y yo nos miramos y en seguida cruzamos a la otra orilla para correr tras ella.

- ¡Clara, agárrate a lo que sea! – le grité.Ésta no sé si me escuchó, pero cuando salimos de

la vegetación para volver a ver de nuevo el riachuelo, que ahora no era más que un hilillo de agua, y nos encontramos a Clara sujeta a los cuernos de una vaca que bebía plácidamente supe que sí me había oído, pero que no había captado bien el mensaje. Sonia y yo nos quedamos paralizadas. Clara y la vaca se observaron fijamente.

- ¿Qué hacemos, Alex? – me preguntó Sonia muy nerviosa.

- Analicemos la situación: estamos en medio de un prado verde, con un riachuelo en medio, donde estaba bebiendo una vaca a la que Clara se ha sujetado para no ser arrastrada…

- ¡Alex, déjate de análisis y ayúdame a socorrer a Clara! – me gritó.

Observé a la vaca que ahora miraba a Sonia comiéndosela con los ojos. Clara, tras haber soltado los cuernos del animal, había conseguido huir corriendo por la pradera sujetándose el vestido empapado. Yo di un paso hacia atrás bajo la atenta mirada de Sonia.

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- Pues me parece que ya la has ayudado – eché a correr como alma que lleva el diablo - ¡Porque ahora la vaca va hacia ti!

Entonces el enorme animal echó a correr tras nosotras a gran velocidad. Íbamos corriendo tan rápido como nos permitía el enorme peso de nuestras mochilas. Yo, de vez en cuando, echaba un vistazo hacia atrás para ver si la vaca había parado ya y así lo había hecho. Así que me detuve de golpe y me tumbé en el suelo respirando agitadamente. Clara y Sonia hicieron lo mismo. Las tres nos empezamos a reír para relajarnos después de tanta tensión. Tras unos minutos decidimos continuar, eso sí, después de que Clara se cambiase de vestido. Pasamos varias horas muy desesperantes ya que nos dimos cuenta de que tras nuestra huida nos habíamos salido del camino a seguir. Yo, tras discutir con la brújula, el mapa y conmigo misma, decidí pasar y seguir adelante. Se nos hizo incluso de noche, por lo que muertas de cansancio decidimos pasar de continuar y acampar a la intemperie. Hicimos una hoguera y estiramos los sacos alrededor de ella.

- Haremos turnos ¿no? – preguntó Sonia.- Sí, si queréis yo empiezo el primero – me ofrecí.Ambas asintieron, pero creo que ninguna teníamos

muchas ganas de dormir y menos en un sitio como ese. Al final acabamos hablando de mis sentimientos hacia Marcos, el futuro de la relación entre Sonia y Carlos, que por cierto no era muy bueno, y yo considero que Sonia ocultaba algo, y de qué haríamos con los mil euros. Yo los ahorraría, Sonia se compraría una moto nueva y Clara se renovaría su bicicleta y lo que sobrase lo invertiría. De repente escuchamos un ruido y después otro. Cogí una piedra y Clara y Sonia se colocaron tras de mí. Entonces la lancé y se escuchó un grito. Las tres nos miramos y de los arbustos salieron un chico y una chica, ambos de unos treinta y pocos años, muy sucios y ambos con grandes mochilas. Se acercaron a nosotras.

- ¿Quiénes sois vosotros? – preguntó Sonia.

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- Ella es María y yo soy Antonio. Nos hemos perdido y buscábamos ayuda – nos explicó el chico con una voz muy grave, pero a la vez tranquila.

- Nosotras también estamos en la misma situación, pero hemos decidido acampar aquí hasta mañana. ¿Queréis acompañarnos? – dijo Clara muy educada, como siempre.

- Por mí, vale – dijo la mujer sacando su saco y poniéndolo en el suelo.

El que por el anillo en el dedo parecía su marido hizo lo mismo. Ambos se sentaron.

- ¿Qué hacéis vosotras tres en este sitio? – nos preguntó el hombre.

- Verá, nosotras y nuestros tres amigos acabábamos de terminar nuestro primer año de Universidad. Un día nos reunimos todos para hablar de las vacaciones y los chicos nos propusieron una apuesta. La apuesta consistía en ver quién realizaba antes el Camino de Santiago. El que perdiese le debía dar al ganador mil euros – explicó Sonia - ¿Y vosotros?

- Nos conocimos hace cinco años en el Camino, donde pasaron cosas… muy especiales. Después de dos años saliendo decidimos casarnos, pero las cosas no nos han ido muy bien y por eso hemos decidido volver aquí, para darnos otra oportunidad – explicó Antonio poniéndose triste.

Su mujer le cogió la mano. Desde luego por las miradas cómplices que se echaban no parecía que las cosas les fuesen muy mal. Entonces sentí que faltaba algo en mi interior, que necesitaba algo que no tenía y esa pareja sí. Entonces desee volver a encontrarme con los chicos y en especial con Marcos y decirle todo lo que sentía aunque él se negase en rotundo. Sonia se percató de los pensamientos que ocupaban mi mente y poniéndome una mano en el hombro dijo:

- Tranquila, a ti también te llegará.Y con esas palabras me dormí muy tranquila esa

noche con una esperanza de amor aún viva en mi corazón.

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Etapa 7De A Gudiña a Laza

Llevábamos desde la segunda etapa sin cruzarnos con las chicas y estábamos muy seguros de que íbamos claramente por detrás y tan solo quedaban seis etapas para adelantarlas. Para ganar tiempo nos levantábamos poco después de las cinco de la mañana y caminábamos sin descanso hasta las diez y, si a esta hora no estábamos en ningún pueblo, pues seguíamos andando hasta llegar a uno. Ahora íbamos de camino a Laza, no llevábamos mucho andando. El día era espléndido y el camino entre la vegetación era muy bonito a la vez que perfecto para llevar a cabo nuestra venganza contra las chicas, si es que las cogíamos. De repente escuchamos unas risas y voces muy familiares. Eran ellas, las chicas estaban cerca. En cuanto las vimos cerca jugueteando por un claro con una pelota hinchable, agarré a mis dos amigos para ponernos de acuerdo con la venganza.

- A ver, este es el plan: cogemos las cuerdas, nos acercamos por detrás cuando estén despistadas y las agarramos. Después las atamos al árbol más cercano y nos largamos – expliqué.

Cada uno se escondió tras unos matorrales vigilando atentamente a nuestras presas. Yo a Alex, Nicolás a su hermana y Carlos a Sonia. No sé por qué me dio la sensación de que Nicolás observaba más a Sonia que a Clara. Él se percató de mi mirada y rápidamente volvió a mirar a su objetivo. En un par de segundos, aprovechando un despiste de todas, nos abalanzamos sobre ellas. No sé qué sucedió que ninguna forcejeó, creo que en el fondo las tres se lo esperaban. Alex me observaba muy seria y tranquila. Por un momento pensé que estaba triste. Las llevamos al árbol más grande y robusto que vimos y allí las atamos. Primero a Clara, que era la que más forcejeó e incluso mordió a su hermano. Después Sonia, que besó a su novio en los labios y le dijo:

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- ¿Te ha gustado? – le preguntó.- Sí – contestó sonriente.- Pues más te vale recordarlo bien porque no vas a

tener otro igual en mucho tiempo – se sentó delante del árbol – Y ahora átame, que tengo prisa.

Carlos obedeció muy serio y enfadado. El último fui yo. Alex se estaba portando demasiado bien y eso me hacía sospechar sobremanera. Ambos avanzamos lentamente. Sin previo aviso se dio la vuelta y me dio un cabezazo en el rostro cayéndome de bruces al suelo.

- ¡Alex, corre! – gritó Clara.Esta salió pitando de allí con nosotros detrás. Yo

llevaba la nariz sangrando y el labio partido. La persecución duró varios minutos hasta que llegamos a un río bastante profundo y que nos ayudó a tener a Alex acorralada. Los cuatro nos miramos y por un momento quise parar con aquella estúpida situación. Eran mil euros y nosotros seis amigos de toda la vida que estaban a punto de destruir su amistad por ese montón de dinero. Noté la sangre entrar en mi boca y recordé el cabezazo que me había dado y eso me volvió a enfadar. Ésta se percató de mis pensamientos y cogió una piedra. Pero no pudo hacer nada ya que Carlos se abalanzó sobre ella seguido de Nicolás. Hubo un forcejeo y algún que otro puñetazo, la mayoría se los llevaba Nicolás. Al final Carlos se hartó y consiguió sujetarla. Alex se tuvo que quedar quieta mirándonos de reojo a todos. Carlos la levantó y se la echó al hombro. Alexandra le daba golpes en la espalda con toda su fuerza.

- Por mucho que nos atéis, los mil euros serán nuestros – gritó.

- Anda, calla, que se te va la fuerza por la boca – le respondió Carlos.

- Pero a mí no – soltó Clara, que no sé de dónde salió, arreándole un puñetazo que le dejó literalmente tumbado – ¡Ay, mi mano!

- Vaya con la hippie – susurré.

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Nicolás echó a correr tras ellas y yo me paré a levantar a Carlos que iba tambaleándose. Corrimos a más no poder hasta el claro donde estaba atada Sonia: Las otras dos la intentaban desatar. Sin pensárnoslo dos veces nos echamos sobre ellas y, tras una lucha titánica, conseguimos inmovilizarlas. Cuando por fin las atamos nos dimos cuenta de que a Clara la habíamos atado “patas arriba”. Pero así las dejamos y nos fuimos, yo con un gran sentimiento de culpa.

* * *

Llevábamos atadas allí cinco horas. Estábamos en medio de ninguna parte y encima no pasaba ningún peregrino por allí ya que el Camino estaba a muchos metros de distancia. Las tres chillábamos a pleno pulmón, pero nadie acudía en nuestra ayuda. Por un momento pensé que no debería haber actuado así, creo que todo esto se nos estaba yendo de las manos. Observé a Clara, a la que habían dejado con las piernas estiradas hacia arriba. Me sonrió con dulzura.

- Le has arreado un buen puñetazo – le dije.- Lo sé, no todo es paz y amor – comentó.- No aguanto más – soltó Sonia, que no había

abierto la boca desde que los chicos la ataron.- Ni nosotras, Sonia, pero tenemos que aguantar,

alguien pasara por aquí – la consolé.Sonia resopló, creo que no se refería a eso y

también creo que Sonia ocultaba algo. No sabía lo que era, pero me daba la sensación de que no lo ocultaría por mucho tiempo. La relación con Carlos no tenía mucho futuro, cosa que me sorprendía. Eran pareja desde los dieciséis años, algo que me parecía muy aburrido, y habían tenido sus más y sus menos, nunca nada grave. Pero esto tenía que ser muy fuerte. Un ruido me sacó de mis pensamientos. Era un ruido de motor y estaba muy cerca. tan cerca que una moto se dirigía hacia nosotras. Las tres chillamos para que frenase y lo conseguimos antes de que

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la rueda delantera de la moto aplastase la cabeza de Clara. El motorista se quitó el casco dejando caer una melena rubia y ondulada hasta los hombros. Tenía el rostro pecoso y muy sucio. Iba vestida con un peto vaquero lleno de agujeros. Las cuatro nos miramos.

- Acabáramos, ¿Qué hacen ustedes aquí sentadas atadas al árbol? – nos preguntó con un acento gallego.

- Tomarnos un café, no te fastidia ¡Pero desátanos! – le espetó Sonia revolviéndose.

La joven, seguramente un par de años mayor que nosotras, nos desató obedientemente. Me miré las muñecas, las tenía rojas y doloridas. Sonia tuvo que ayudar a Clara a andar ya que esta tenía toda la sangre en la cabeza de estar en aquella postura durante horas. Una vez que nos recuperamos un poco empezaron las presentaciones.

- ¿Quiénes sois vosotras? – nos preguntó.- Yo soy Alexandra, me puedes llamar Alex, y estas

son Clara y Sonia. Las tres estábamos haciendo el Camino de Santiago, junto con unos amigos nuestros, los mismos que, debido a una apuesta que hemos hecho con ellos, nos han atado para retrasarnos. ¿Y tú quién eres y qué haces aquí?

- Pues que noxo. Yo soy Cristina y soy gallega. Iba para la casona de mi abuela, que hace ya añicos que no la veo. Me paré en el río a asearme un poco, cosa que veréis que no conseguí, y escuché vuestros gritos. Entonces cogí mi moto y me puse a buscaros –explicó limpiándose un poco la cara.

- Muchas gracias, de verdad – Clara se llevó las manos al estómago –. ¡Qué hambre!

- No me extraña, ya es casi el luscofusco y no habréis comido nada – miró a la moto con sidecar –. Ya sé que la ley no lo permite, pero dudo que venga la policía al Camino a multarnos. Así que yo creo que si dos van en el sidecar y las otras dos en la moto podré llevaros a la casona de mi tía abuela y podréis quedaros a cenar y a tomar un copita de orujo ¿Eh?

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Las tres nos miramos. Aceptar aquella invitación sería hacer trampas en toda regla y no solo a los chicos, sino a todas las personas que hacían el Camino de Santiago día a día. Pero en el fondo también sabíamos que atarnos a un árbol había estado mal, al igual que lo de encerrarles en la habitación o de emborrachar a dos peregrinos, así que esto era algo mínimo. Al final decidimos aceptar con todo lo que eso suponía. Clara, que no se si ahí fue más lista o más tonta que nosotras, se pidió el sidecar en el que se sentó y cargó todas las mochilas y los paquetes que llevaba Cristina. Esta última llevaba la moto, yo iba en el medio y Sonia, pobre de ella, la última escurriéndose. La travesía estuvo llena de baches y hubo un momento en el que casi perdemos a Sonia, pero me dio tiempo a sujetarla. En algunas ocasiones se me hacía muy difícil entender a Cristina, que hablaba rápido y mezclando gallego y castellano, como si todas la entendiéramos. Cuando ya era casi de noche conseguimos llegar a la casona y el nombre ya lo decía todo. Cinco plantas, un establo un gran jardín con fuente, un huerto… me dieron ganas de quedarme a vivir allí. La tía abuela salió a saludarnos.

- ¡Cristinica, ven acá que estoy muy ardelle contigo! – la vociferó.

- Tita ¿Qué te sucede? – la preguntó como si nada.- Que qué me sucede me pregunta la muy

sonicroque. ¿Pero tú has visto qué horas son? Que hay mucha mala gente por ahí suelta. Es que me tenías tan eixo que me he bebido yo sola una botella de orujo – levantó la mirada para observarnos -. ¿Quiénes son éstas?

- Si he tardado, Tita, es porque estaba rescatando a estas peregrinas – le explicó.

- ¡Acabáramos! Eso se dice antes mi bolboreta – se acercó a darnos un par de besos a todas –. Vamos, pasad para dentro que tendréis hambre.

La Tita nos sentó a las cuatro a la mesa y empezó a ponernos comida y comida, toda típica gallega. Primero nos puso para picar un plato de pulpo.

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- Esto es polbo a feira, lo que traducido al castellano es pulpo en feria ya que se solía tomar como su nombre indica en las ferias. Está hecho con la receta secreta de mi Tita. Para que se ponga blando hay que golpearlo sobre la piedra y luego lo adereza con sal gorda, pimentón y aceite de oliva.

Pusieron todo tipo de platos gallegos: caldo gallego, empanada, churrascos…de los que Clara no comía mucho ya que era vegetariana y muchos de ellos llevaban carne. Al final de la cena tuvimos que pedirle que parase, ya que ninguna podíamos más. Pero todavía faltaba uno, el postre, que era uno de los platos estrella: la tarta de Mondoñedo.

- Está riquísima, Tita – dijo Sonia -. ¿Qué lleva?- La tarta está hecha con bizcocho, almíbar,

hojaldre, almendras crudas, cabellos de ángel y frutas, sobre todo higos y cerezas, y se termina cocinándose en el horno. Es una receta medieval y la creó un gran repostero de Mondoñedo conocido como “el rey de las tartas” – nos explicó.

- ¿Cómo es que sabe tantas recetas? – preguntó Clara.

- Verás, joven. Yo vengo de una exitosa familia de reposteros y cocineros. Por lo que mi pasión por los fogones me viene de familia. Cuando cumplí dieciocho años mi madre me enseñó a cocinar mi primera receta, una empanada de carne. Entonces, a los veinte años, empecé a estudiar algo de gastronomía y abrí con mi padre nuestro primer restaurante: “El Lume”. Estaba en la plaza donde se halla la catedral de Santiago. Teníamos mucho éxito y con el dinero que ganamos me pude comprar mi primera casa, donde viví durante años y tuve a mi primer y único hijo, el padre de Cristina. Pero debido a la guerra civil mi padre falleció asesinado por su vecino y yo sola no podía mantener el restaurante, por lo que lo tuvimos que cerrar y venirnos a vivir aquí con mi madre – nos explicó llena de melancolía -. Alguien llamó a la puerta y Tita se levantó rápidamente a abrir. En un par de horas la casa se empezó a llenar de gente, la mayoría ancianos. Incluso había uno

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con una gaita. Cristina nos explicó que hoy era el cien cumpleaños de su bisabuela y que todos sus nietos, hijos y algún hermano se habían reunido para celebrarlo. Tita sacó una gran olla y empezó a cocinar lo que Cristina nos explicó que era queimada, una bebida altamente alcohólica. La noche fue larga y muy divertida. Incluso Clara hizo migas con alguno de los nietos. La queimada empezó a hacer estragos en mí, que me tumbé en una cama del piso de arriba y me quedé dormida profundamente.

A la mañana siguiente nos despertó un gallo al que deseé ahogar en ese momento. Me dolía la cabeza, pero no tanto como a mis dos amigas que lo único que sé es que se fueron a dormir poco antes de las tres de la madrugada. Yo fui la primera en despertarme junto con Cristina. Ambas desayunamos juntas muy tranquilas y me contó muchas cosas sobre ella.

- Tengo una duda – dije.- Adelante.- ¿Eso de mezclar el castellano con palabras

gallegas os viene de familia? – pregunté tomando un sorbo de café.

- ¡Sí! Es muy normal en nosotros, se nos dan a todos muy bien los idiomas y creo que por tradición mezclamos el gallego y el castellano para que no se nos olviden nuestros orígenes. Yo creo que ese es el motivo, por lo menos para mí – me explicó.

- ¿Cuántos idiomas hablas?- Cuatro: gallego, aunque no lo acabo de considerar

idioma, castellano, inglés y francés. Pero esto no es nada, mi hermano mayor habla también cuatro aunque ahora está con el alemán, y mi padre seis.

Yo, sinceramente, me quedé muy sorprendida de que ella hablase tantos idiomas, cualquiera lo diría. También me contó a qué se dedicaba o, mejor dicho, lo que había estudiado: Ingeniería Informática y Matemáticas. Pero, en cambio, a ella no le gustaría dedicarse a eso ya que era demasiado libre como para aferrarse a un trabajo,

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de momento. Pese a querer ser libre, ella no descartaba la idea de casarse y tener niños. Simplemente me encantaba la forma de ser que tenía ella y toda su familia. Incluso nos dimos los móviles y las direcciones e hicimos la promesa de hacer un viaje juntas a Egipto. Clara y Sonia entraron en la habitación con las gafas de sol puestas.

- ¡Oh, ya estáis aquí! Sentaos, que tengo que haceros una propuesta – les ordenó –. Veréis, he pensado en llevaros hasta Santiago en mi moto.

Las tres nos miramos. Cada vez me caía mejor esa chica, pero no podíamos molestarla así.

- No, Cristina, no podemos aceptar – dije, pero se me ocurrió una idea mejor –. Déjanos la moto, y tú espéranos en Santiago y allí te la devolveremos.

Cristina me observó de reojo y después miró la moto reluciente en el exterior de la casa.

- Me parece una gran idea – sonrió – Sí, será como nuestra carrera. Ahora, desayunad mientras yo voy a preparar mi mochila. Así saldremos todas a la vez.

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Etapa 8De Laza a Xunqueira de Ambia

Al salir de Laza decidimos alquilar unas bicis para ir más rápido y lo conseguimos. Desde que dejamos a las chicas atadas no había día que no nos arrepintiéramos. Antes de salir por la mañana temprano de Laza tuvimos que enseñar a Nicolás a montar en bici sin ruedines, ya que no sabía. Primero le quitamos uno y el muy tonto se quedaba bloqueado y volcaba. Después, cuando ya no se quedaba bloqueado, le quitamos el otro. Primero le dejamos solo y la torta que se metió fue monumental, tan solo digo que le tuvimos que unir sus gafas con celo. Finalmente consiguió soltarse, aunque iba un poco pato. Los tres avanzábamos muy deprisa y Nico parecía que llevaba montando toda su vida. De repente alguien nos empezó a pitar. Los tres nos miramos. Íbamos en fila india, por el arcén y con los cascos puestos. No hacíamos nada ilegal. Entonces me dio por fijarme mejor. Era una moto con sidecar y la chica que iba en el sidecar y que estoy seguro de que era Clara nos hacía “caras”. Eran ellas y se dirigían derechas hacia nosotros.

- ¡Pedalead más rápido! ¡Que las llevo detrás! – gritaba Nicolás.

Entonces decidimos meternos por la vegetación haciendo que pasaran de largo. Me enfadé, y mucho, y eso hizo que pedaleara aún más rápido hasta que me puse en paralelo con ellas. Alex me miró y yo le sonreí agarrándome al retrovisor de la moto intentando frenarla. Sonia, que conducía, me arreó un manotazo.

- Frenad – le ordené –. Estáis haciendo trampas y lo sabéis, panda de arpías.

- ¡Pero serás...! – gritó Alex con enfado.No debía haber dicho aquello y menos a Alexandra

Ocaña Greystone. Ésta empezó a subirse a mi bicicleta con mucha agilidad. Estaba loca, incluso Sonia y Clara la sujetaron y al final lo consiguieron. Yo seguía agarrado a la

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moto y me arrepentí, y mucho, en cuanto vi un río muy grande ante nosotros. Había un puente, pero por él sólo pasaba la moto y dudo que Sonia frenase o evitase que me cayera. Ambos nos miramos y ella me sonrió. Todos se percataron de sus intenciones en cuanto puso la moto a toda velocidad enfilando el puente. Yo no iba a soltarme. eso lo tenía claro. Nicolás y Carlos se pusieron por detrás de mí y me pedían a gritos que me soltara.

- ¡Marcos, suéltate, por favor, es una locura! – me pidió Alex, pero no le hice caso.

- Estáis haciendo trampas, ¡reconocedlo!- A ver, Marcos. Es obvio que estamos haciendo

trampas. Pero no hace falta que montes este escándalo, así que suéltate – insistió.

- ¡No! ¿Por qué no frena Sonia?- Porque se me ha roto el freno – respondió muy

seria.- ¿Qué? – le gritamos todos.- En un principio no iba a frenar para asustarte

porque pensé que te soltarías, pero eso lo pensé antes de quedarme con el freno en la mano – dijo enseñándonoslo.

Carlos y Nicolás aceleraron aun más para agarrarse a la moto e intentar frenarla, pero fue imposible. Clara se tapó los ojos y Alex me agarró por la cintura. En ese momento creo que todos estuvimos más unidos que nunca. Yo frené la bicicleta y mis dos amigos hicieron lo mismo. De repente, cuando ya estábamos a centímetros de caernos al profundo río, la moto se frenó en seco. Abrí los ojos y las ruedas delanteras de la moto y de mi bicicleta estaban suspendidas en el aire. Había una fuerza que nos atraía. Todos nos miramos y Alex se soltó rápidamente de mi cintura. Miramos para atrás y allí descubrimos a quien nos había salvado. Clara soltaba una gruesa cuerda entre sus manos que había enganchado, no sé cómo, en un árbol. Nos reímos pero no duró mucho porque la cuerda se rompió debido a la tensión y todos caímos al río de bruces. Pasé unos segundos bajo el agua, en shock. De repente, alguien me tiró del pelo sacándome hacia el exterior. Era

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Alexandra, que no se por qué, me abrazó y yo a ella. Unos peregrinos bajaron a ayudarnos a salir.

* * *

Tras lo del río unos peregrinos nos llevaron en coche hasta un hotel de Xunqueira de Ambia. Cogimos dos habitaciones, la mejores que tenían, pero ahora todos estábamos reunidos en la habitación de los chicos discutiendo. Yo tenía un enorme dolor de cabeza y no me apetecía decir nada. Sonia y Carlos eran los que más discutían, de una forma horrible. Por un momento me dieron ganas de salir de la habitación, pero no lo hice. Si algo me habían enseñado mis padres era a controlarme. Entonces Clara se levantó.

- Dejadlo de una vez. Carlos, ya deberías estar contento: has conseguido lo que querías, que nosotras o, mejor dicho, Sonia, saliésemos un día más tarde que vosotros. Y tú, Sonia, si quieres dejar a Carlos déjalo ya, pero deja lo de las “indirectas” y lo de criticarle a las espaldas porque no mola nada.

Y así cogió la puerta y se fue llorando con su hermano detrás. Sonia miró a Carlos con tristeza y también salió corriendo de allí. Carlos nos miró a ambos con enfado, se le veía a simple vista que amaba mucho a la mujer que acababa de salir corriendo de esa habitación y que no iba a dejarla escapar así como así, por lo que fue tras ella. Entonces todo se quedó muy tranquilo, pero a la vez muy vacío. ¿Qué nos pasaba? ¿Eran mil euros lo que nos estaba dividiendo? Me puse en pie a mirar por el enorme balcón. Marcos se puso a mi lado.

- ¿Por qué me abrazaste? – me preguntó.- Si ya lo sabes ¿para qué preguntas? – le respondí

todo lo borde que pude.- Para asegurarme. Yo también siento lo mismo,

pero me da miedo acabar como ellos – se refería a Carlos y Sonia, de eso estaba segura –. Te quiero tanto...

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Me sonrojé levemente y tuve que mirar en otra dirección.

- No somos como ellos. Pero yo no quiero tener nada hasta que se acabe esto, no quiero estropearlo – le dije abrazándole –. Aunque desde que empezó esto me fijo más en tus cualidades.

- Lo mismo digo – sonrió.Ambos estuvimos un rato charlando y viendo a la

gente pasear por la calle hasta que se hizo de noche y decidió invitarme a cenar. Me negué al principio, pero luego tuve que aceptar. Después de tomarnos una copa en un bar nos volvimos al hotel. Una vez allí me acompañó hasta la puerta de la habitación, donde no me dejó entrar sin darme un leve beso en los labios. Otra vez me sonrojé y tuve que desviar la mirada. Entonces entré en la habitación viendo algo horrible: Nicolás y Sonia besándose. Ambos me miraron y, como no me dio tiempo a cerrar la puerta, Marcos también lo vio.

- Ahora no nos digáis que esto no es lo que parece – soltó Marcos.

El día siguiente tuvimos que pasarlo entero en el hotel sin poder avanzar como pago de la trampa con la moto. No podía mirar a Sonia a la cara, me parecía fatal lo que había hecho con Carlos. Tras la pillada que les hicimos a ambos nos tuvimos que poner de acuerdo con ellos para que no se descubriera y, cómo no, nos contaron su historia desde el principio. Resulta que un día Carlos y Sonia estaban en su casa tan a gusto y se disponían a ver una película cuando Carlos decidió irse a ver un partido de futbol con unos amigos. Ambos tuvieron una fuerte discusión que no hizo recapacitar a Carlos, que se acabó yendo a ver el partido. Entonces, tras un hora de su ida, llegó Nicolás que fue a casa de la pareja a recoger unos libros que le había dejado a Sonia, a la cual se encontró llorando. Una cosa llevó a lo otro y al final ambos acabaron juntos. Yo sabía que lo que había hecho Carlos estaba mal pero Sonia debería de haber cortado con él en su momento. Pero lo peor de todo esto fue cuando se lo tuvo

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que decir a Clara. Yo, antes de nada, dejé muy claro a Sonia que no iba a decir nada. Ésta aceptó y enseguida se lo soltó a Clara. Los primeros instantes Clara no dijo nada, luego se puso en pie y abrazó a Sonia. Lo aceptaba, sabía que era algo normal y que ella no había hecho nada malo, pero, al igual que yo, sabía que debía de hablar con Carlos cuanto antes ya que, si se enteraba a través de uno de nosotros o les descubría, los efectos serían terribles.

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Etapa 11De Cea a A Laxe

Estaba siendo de las etapas más aburridas de todas. Ninguno de los tres hablábamos nada y menos Carlos y Nicolás, y eso que el primero no se había enterado todavía de lo que sucedía a sus espaldas. Yo no sabía cómo iba a acabar todo esto, pero bien seguro que no. Cada vez había más tensión en el ambiente hasta tal punto que me tuve que apartar de ambos para no estallar. Lo que en las primeras etapas habían sido risas y bromas ahora eran malas miradas e indirectas. Ni siquiera cuando nos paramos a comer, en un prado de flores amarillas con vacas a diestro y siniestro, entablamos conversación. Ahora, tras haber dejado atrás un camino muy encrespado, llegamos a Puxallos, la que según mis fuentes era la primera aldea del Concello de Lalín. Aligerando el paso rodeamos una ermita donde nos encontramos una moderna escultura de Santiago, nos sacamos un par de fotos con ella. Así nos encaminamos por un claro descenso para encontrarnos con un imponente viaducto. Tras sacarnos otro montón de fotos, seguir todo recto y girar un par de veces a izquierda y derecha pasamos el río Asneiro. Tras dejar de lado un camino asfaltado nos metimos por un sendero muy sombrío.

Serian las seis de la tarde y hacía muchísimo calor, incluso se escuchaban las chicharras. De vez en cuando volvía la vista hacia atrás para asegurarme de que mis amigos todavía seguían allí y no se habían pegado. Ambos iban, milagrosamente, hablando y riéndose. No me quise entrometer en tan animada conversación y prefería disfrutar un rato de la naturaleza y de los sonidos de ésta. Estaba tan concentrado que incluso juraría haber oído a una mujer y a un hombre gritar. No quise pensar mal, pero me resultaba imposible no hacerlo. Miré a mis amigos cuando escuché un grito aun más fuerte.

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- ¿Qué creéis que será? – pregunté con algo de miedo y pudor.

- No sé, pero si es lo que pienso se los están pasando bien – sonrió Carlos.

- No, calla. Creo que sí que sucede algo – dijo Nicolás metiéndose entre la vegetación.

Ambos le seguimos, esperando no encontrarnos con una situación un tanto embarazosa. Y así fue, pero literalmente, ya que había una mujer, un hombre y un niño a punto de venir al mundo.

- ¡Madre mía, pero que va a dar a luz! – gritó Nicolás.

- No, que va, es que se me ha atragantado un bombón – respondió la señora - ¡Pues claro que voy a dar a luz!

Volvió a gritar.- ¿Alguno sois médico? Llevamos horas aquí y no

pasa casi nadie y los que pasan deciden no ayudarnos por miedo ¡Si es que sabía yo que esto de hacer el Camino de Santiago por el Camino Sanabrés, por el que no pasa casi nadie, y encima embarazada era una equivocación! – dijo el marido desesperado apretando fuertemente la mano de su mujer.

Nicolás y Carlos me miraron y yo me di media vuelta para irme, pero Carlos me sujetó.

- Tú eres médico – me dijo.- ¡No! Yo estoy estudiando medicina ¡Y para ser

neurólogo, no matrona! – le espeté quitándole de la cabeza toda idea de asistir ese parto.

No me daba asco sino miedo a hacerlo mal. Podría estrangular al bebé con su propio cordón umbilical, se me podría escurrir o algo peor. Pero todas estas ideas desaparecieron de mi cabeza cuando vi a Carlos remangándose: si ese asiste el parto seguro que se liaba y muy gorda. Le di un empujón y él sonrió, había conseguido lo que quería. Nicolás sujetó o, mejor dicho, la señora apretó la mano de Nicolás. Pedí toallas o algo por el estilo y también agua que el hombre fue a recoger a la fuente

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más cercana. Entonces empezó todo. Fueron sólo unos minutos y el niño venía con ganas. La madre chilló, Nicolás vociferó y Carlos y el padre se pusieron en tensión. Entonces tiré levemente de la cabeza del niño, que salió sin mucho esfuerzo. Lo cogí como pude y me aseguré de que estaba bien. Era un niño muy grandullón que rápidamente entregué a su madre, que soltó la mano de Nicolás en seguida. Éste estaba llorando.

- Tranquilo, Nicolás, tranquilo, el niño ya está bien – le consoló Carlos muy serio.

- Yo no lloro por eso, es que la señora me ha hecho mucho daño – respondió.

Me limpié la sangre que creo que incluso me había llegado al rostro. Miré a la madre.

- ¿Quieres ponerle el nombre? – me preguntó.En cuanto asentí, miles de nombres se me vinieron

a la cabeza, pero sólo uno me parecía el más correcto y, aunque más de uno pensase en ese momento que era muy poco original, para mí tenía mucho significado. Por eso, me arrodillé, tome al niño entre mis brazos y le llamé Santiago.

Tras el parto tuvimos que estar esperando hasta las ocho a que viniera una ambulancia a buscar a la señora. Ya de paso nos llevó a Laxe, donde nos dejó en el hospital del centro. Tras despedirnos del pequeño Santiago tuvimos que ir en busca de un sitio donde pasar la noche y, para sorpresa de los tres, dimos con uno que estaba bastante bien. Pero nos arrepentimos en cuanto nos sucedió lo siguiente: mientras cenábamos apaciblemente en el mesón del hotel, un grupo de hombres, con barbas y gafas de sol y brazos llenos de tatuajes, se sentaron a nuestra mesa. Los tres nos miramos boquiabiertos. No sé por qué miramos a Carlos para ver si él había sido el que los había invitado, pero no era así. De repente reconocimos a dos que nos eran especialmente familiares: eran Manuel y Arturo. Éstos iban un poco más decentes que el resto, pero aun así costaba reconocerles.

- Vosotros… – empezó el más grandullón –…emborrachasteis a mis amigos y les hicisteis quedar mal

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delante de tres señoritas ¿Alguna explicación al respecto o lo tenemos que dialogar en la calle?

- ¿Pero Manuel y Arturo no eran unos pijos amables? – nos pregunto Nicolás por lo bajini.

- Sí, pero sólo con los que nos tratan bien – respondió el que creo que era Arturo.

- A veces, Nico, las apariencias engañan – dije.- ¡Parad de hablar y responded! – gritó el hombre

grandullón.Carlos se enfadó y, aunque le sujeté, no pude

frenarle. Se echó hacia delante en la mesa hasta quedar en frente del grandote.

- Verá, señor “motero”, lo que hayamos hecho a sus amigos es asunto nuestro y de ellos y ahora, si me permite, me gustaría seguir con mi cena, así que váyase a la Ruta 66 de la que se ha escapado.

El hombre gruñó y, sin pensárselo dos veces, cogió la mesa y la lanzó por los aires. Ahora sí que maldije a Carlos: me había hecho quedarme sin mis huevos fritos con salchichas y encima me tocaba huir o pegarme con esta panda de viejos matones. La gente en seguida salió del mesón, aunque muchos se quedaron, y dentro nosotros y cinco o seis hombres que eran como dos veces nosotros. El dueño del mesón salió de debajo de la barra con una escopeta. Antes de que disparase me lancé sobre él para arrebatarle el arma. Carlos se empezó a pegar con dos a la vez, Nicolás huía de otros dos y yo, era yo. Por un momento me sentía como en un bar de mala muerte de esas típicas películas americanas. Salí de la barra todavía sujetando la escopeta. Decidí que lo mejor era dejar de pelear y huir. Así que me abalancé sobre Nicolás escondiéndonos tras una mesa antes de que dos hombres se nos echaran encima. Ambos nos miraron.

- Ya me veía con esos dos encima – me dijo - ¡Tenemos que huir!

- Lo sé, por eso tenemos que coger a Carlos y salir pitando de aquí ¿Estamos?

- Estamos.

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Así nos pusimos manos a la obra y en un par de minutos los tres salimos corriendo de allí, no sin antes devolver la escopeta a su dueño, que estaba escondido entre unas cajas de cerveza. Varios de los “moteros” salieron tras nosotros, pero rápidamente nos deshicimos de ellos metiéndonos por el callejón de atrás del hotel. Utilizamos un par de cubos de basura y las escaleras de emergencia que pendían de la pared para llegar a nuestra habitación, en la que nos dormimos profundamente no sin miedo a que entraran.

A la mañana siguiente tuvimos que volver a huir y de una manera aún más peligrosa ya que por antojo de Carlos decidimos robarles el coche que llevaban los “moteros” para los recambios de las ruedas, los suministros... etc. Nos costó mucho hacernos con él y casi nos vuelven a pillar. Tras bajar a la recepción con mucho cuidado y discreción conseguimos salir al exterior, donde fijamos nuestra mirada en el grupo de moteros. Lo único que teníamos que hacer era conseguir la llave que por lo que parecía la tenía el más bajito de todos. Este se dirigió al coche y, por suerte o por desgracia, se dejó las llaves en el contacto. Los tres aprovechamos que volvía a hablar con sus colegas para montarnos en el coche, más viejo que Matusalén. Lo arranqué y metí primera y no sé qué sucedió que hubo un estallido en el motor que alarmó a todos los moteros.

- ¡Pisa el embrague! – me gritó Carlos.Obedecí a su orden y el vehículo arrancó en

seguida, yo era más de coche automático. No me di cuenta de que también tenía pisado el acelerador y el coche salió disparado hacia la fila de motos. Carlos me ayudó a hacer un derrape que provocó que el culo del auto golpeara una moto que cayó sobre la siguiente haciendo un efecto dominó de moto en moto. Antes de que llegaran hasta nosotros conseguí salir de allí sabiendo que ese coche nos iba a traer muchos problemas.

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Etapa 13De Outeiro a Santiago

El coche iba bastante bien, no era de lo mejor pero por lo menos tiraba. Clara se había dedicado todo el viaje a revisarlo. Según sus investigaciones era de unos moteros y eso no era todo ya que había una foto en la guantera y, para nuestra sorpresa, en ella aparecían Manuel y Arturo vestidos de moteros. Esa imagen no se me iba a quitar de la cabeza en la vida. Sólo nos quedaban unas tres o cuatro horas hasta Santiago y ya estábamos ansiosas. Pero estas ganas de llegar hacían que acelerase más de lo debido. Otra vez empezó a llover y eso me deprimía, y mucho. Me sentía muy mal de estar haciendo esto, de hacer el Camino de Santiago con tantos líos y problemas y sin poder disfrutar el Camino como era debido. Pero me era muy difícil decir esto a las chicas ya que no sabía cuáles eran sus pensamientos y a lo mejor ver cualquier probabilidad de perder mil euros les haría hacerme cualquier cosa. De repente nos cruzamos con alguien al que sin querer le echamos toda el agua encima. Por un momento no supe quién era, pero cuando miré el retrovisor y vi la cara de Cristina envuelta en aquel impermeable sentí la necesidad de parar. Miré a mis amigas, que no se habían percatado de quién era ese misterioso peregrino que en vez de ir por el camino iba por la calzada. Entonces se dieron cuenta.

- Tenemos que parar – dije muy seria –. Hay que recogerla, no podemos dejarla andar bajo la lluvia.

Ambas se miraron y asintieron. Busqué un hueco bastante grande en el arcén para pararme sin estorbar. Frené el coche y, sin taparnos, salimos en busca de Cristina. La lluvia era torrencial y enseguida nos empapó lo que nos hacía correr más rápido. Clara se escurrió y casi se llevó por delante a Cristina, que se paró a observarnos asombrada. Sonia y yo la abrazamos y después ayudamos a levantarse a Clara.

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- ¿Qué hacéis aquí? – nos preguntó con su entrañable acento.

- Íbamos en coche hacia Santiago y te hemos visto por aquí andando sola y hemos parado a recogerte – le respondí emocionada.

- ¿Qué? – preguntó con enfado - ¿En coche en el Camino de Santiago? ¡Eso no se puede hacer!

- Ya lo sabemos ¿Y? – dijo Sonia.- ¿Cómo que “y”? ¡Acabáramos! El Camino de

Santiago tiene que ser algo que se haga con fe y no por mil euros. Cuando me lo dijisteis yo pensaba que lo estabais haciendo honradamente, no a través de esta clase de trampas. Sinceramente espero que nunca digáis que habéis hecho el Camino porque sería un insulto para todos los peregrinos – nos recriminó yéndose.

Antes de que se marchara fui más rápida y la cogí por el brazo. Ella tenía toda la razón del mundo y yo y las otras dos lo sabíamos.

- Tienes razón, y las tres lo sabemos. Yo, por mi parte, te pido perdón y prometo hacer la última etapa a pie – dije.

- Pero a mí no me tenéis que pedir perdón, sino a vuestro amigos.

Las tres nos miramos y Clara, de no sé dónde, se sacó un móvil. Marco el teléfono, seguramente de alguno de los chicos. Tardaron un rato en cogerlo y cuando lo hicieron Clara empezó a hablar rápidamente y muy alarmada. Algo sucedía. Colgó el teléfono y nos miró asustada.

- ¿Qué sucede? – pregunto Sonia alarmada.- Están en una gasolinera de una carretera que creo

que esta por aquí cerca y no pueden seguir adelante.- Pero ¿qué les pasa? – le pregunté ya agobiada

por la falta de información.

* * *

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Nos dejaron tirados en una gasolinera que ni siquiera sabía dónde estaba. La busqué en el mapa y no salía nada, preguntamos al de la gasolinera y nos respondía en “gallego cerrado” y para mejorarlo empezó a llover y hacía un frío que pelaba. No teníamos para resguardarnos y al final decidimos pedir las llaves del baño. Así teníamos un sitio donde resguardarnos ya que la gasolinera estaba cerrada por completo y solo tenía una ventanilla para pagar. Antes de darnos las llaves, el hombre nos contó algo que no entendimos. Nicolás abrió la puerta que sonaba bastante mal. Entramos con un poco de asco y Nicolás dio un salto en cuanto vio lo que parecía una cucaracha. Era asqueroso, pero no había nada mejor y hasta que dejase de llover y averiguásemos dónde nos encontrábamos no nos podíamos mover de allí.

Estuvimos un buen rato hablando y debatiendo dónde estábamos y no nos hallábamos. Carlos se hartó y decidió salir a fumarse un cigarrillo. Giró el picaporte y empujó la puerta, después tiró de ella y se asomó por la ventana de ojo de buey. Luego nos miró a ambos y se abalanzó sobre Nicolás.

- ¡Yo te mato! – gritó.Le sujeté como pude antes de que metiera la

cabeza de Nicolás por el retrete. Cuando conseguí separarles pregunté qué sucedía.

- Este imbécil, que se ha dejado la llave en la cerradura y la puerta que está hecha una m… ¡Pues que no se puede abrir! ¡Es decir, que estamos encerrados! – gritó sentándose en un váter.

Miré a Nicolás y me abalancé sobre él, pero fue más rápido y se encerró en un baño. Golpeé la puerta con todas mis fuerzas y le maldije en todos los idiomas. De repente sonó un móvil. Era el de Nicolás, que asomó la cabeza. Llamaban las chicas. Carlos y yo entramos.

- No tengo cobertura –dijo nervioso.- Rápido, vamos a cogerle en brazos, así pillará

cobertura – dije.

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Entre Carlos y yo le subimos hasta que se dio con la cabeza en el techo. Empezó a explicar todo lo que había pasado. Gracias a Dios las chicas iban a venir a buscarnos o, según Clara, lo intentarían. No sé cuánto tiempo nos tiramos ahí dentro. La lluvia no paraba y nadie pasaba por allí. Hasta que vimos a alguien entrar. Carlos, que estaba mirando por la ventana, corrió hacia nosotros y nos metió en un baño. Echó el pestillo.

- ¿Ahora qué sucede? – susurro Nicolás.- Los moteros están aquí – respondió asomándose

por el hueco de encima de la puerta –. Lo mejor de todo es que vienen todos juntos al baño.

Los tres nos asomamos poniéndonos de pie encima del váter y en seguida aquello se llenó de tíos muy robustos y llenos de tatuajes. Cada vez que miraban en nuestra dirección nos agachábamos. No sabíamos qué hacer. Los tres nos miramos cuando empezaron a hablar de nosotros.

- ¿Y qué dices que sucedió? – preguntó uno de ellos a su amigo mientras orinaba.

- Pues que Manu y yo empezamos el Camino de Santiago en la Granja de Moreruela y en la primera etapa conocimos a tres señoritas, muy guapas por cierto, sobre todo una que se llamaba Alexandra. Y bueno, el caso es que estaban haciendo el Camino por una apuesta y decidimos ayudarlas. Sus amigos se debieron enterar y para fastidiarlas nos emborracharon de tal manera que cuando las señoritas nos vieron se cogieron un cabreo del copón. Al final decidimos buscarles para hablar con ellos y aclarar las cosas a nuestro estilo. Les encontramos en un hostal de Laxe y nos liamos a leches. Por un momento nuestra intención era solo “hablar” sobre lo sucedido, pero cuando nos robaron el coche esto ya se ha convertido en algo personal – le explicó con enfado.

Nos quedamos como piedras al oír la frase “algo personal” ya que eso significaba que algo malo nos iban a hacer Manuel y Arturo. Quién lo diría, esos hombres que presuntamente estaban casados y eran amantes de las

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aventuras y todas esas mentiras eran en realidad unos matones. Esto era la prueba de que las apariencias engañan. Teníamos que salir de allí cuanto antes. Los tres nos pusimos a pensar. Mientras, los moteros seguían dialogando en el baño hasta que uno se puso a echar cuentas.

- Somos diez ¿No? Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y más los cuatro de fuera ¿Quién está dentro de esta cabina? – dijo señalando la cabina en la que estábamos nosotros metidos.

Los tres nos echamos muy para atrás conteniendo la respiración. A Nico se le coló un pie en la taza del váter. Me asome levemente por un agujero de la puerta y vi que entraban cuatro hombres nuevos.

- Hemos encontrado el coche, por lo que creemos que esos tres chicos no pueden andar muy lejos – anunció uno de ellos.

Automáticamente todos miraron en mi dirección y yo me eché para atrás agarrándome de la cadena y tirando de ella formando un gran escándalo. Empezaron a golpear la puerta y la intentaron tirar abajo. Me empecé a preguntar cómo había llegado el coche aquí si lo habíamos abandonado en medio de la carretera. Entonces todo empezó a cuadrar en mi mente: las chicas estaban aquí. No era seguro, pero tenía un presentimiento.

- ¡Tengo un plan! – anunció Carlos señalando hacia una pequeña ventana rectangular que tocaba con el techo.

Nicolás se subió a la cisterna, abrió la ventana y como una culebra se coló fuera. Yo fui el siguiente y Carlos se quedó atascado. Tanta masa muscular no podía ser útil. Nicolás y yo estábamos en el tejado de la gasolinera tirando de nuestro amigo, que sufría ya que los moteros estaban a punto de tirar la puerta abajo. Entonces aparecieron ellas. Nunca me había alegrado tanto de verlas.

- Id a cerrar el baño – les ordené.- Pero ¿qué sucede? – me preguntó mi querida

Alexandra.

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- Haced lo que os decimos, por favor. Luego os lo contaremos todo – volví a repetir aún tirando de Carlos.

Las tres echaron a correr hacia la puerta y en un par de minutos escuché a todos aquellos hombres golpear la puerta. Al final conseguimos sacar a Carlos, que tenía toda la cintura roja. Así salimos corriendo de allí no sin antes que las chicas, y una nueva cuyo nombre era Cristina, echaran azúcar en los depósitos de las motos y el coche. Tras estos percances reemprendimos todos juntos, y a pie, el Camino hacia Santiago.

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Santiago

La plaza rebosaba de gente y, cómo no, de peregrinos. Todos en torno a la enorme Catedral sacándose fotos, guardando cola para abrazar al Santo o simplemente sentados bajo la lluvia contemplándola tras un largo Camino. Los siete entraron juntos a la gran ciudad en busca del destino que habían estado persiguiendo tras trece arduas etapas. Ya no había apuestas por medio, y todo lo que se tenía que descubrir se había descubierto. Anduvieron por las calles de piedra, no tenían ganas de llegar. Pisar aquella plaza sería tener que volver a su vida y dejar atrás todo lo sucedido aquellos días. Pero tarde o temprano tendrían que llegar. Giraron a la izquierda y a la derecha: Clara casi se escurrió en el empedrado. Tuvieron que coger una calle muy empinada que no les costó mucho ascender.

Llegaron a la plaza donde Cristina desapareció entre la gente para dejar a los amigos a solas. Clara empezó a saludar a alguien que ninguno reconoció hasta que se dieron cuenta de que eran Manuel y Arturo. Los chicos rezaron para que vinieran de buenas. Después, Marcos se dirigió a una pareja con un bebé. Era el pequeño Santiago con sus padres. En medio de la plaza se empezó a formar un corrillo de gente y todos los jóvenes se acercaron a ver qué sucedía. Allí estaban Antonio y María, la pareja que hacía el Camino para recuperar el amor. El hombre se arrodilló ante su mujer sacando una cajita del bolsillo.

- ¿Quieres casarte conmigo? – dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

La mujer también se arrodillo y le abrazó.- No hacía falta, Antonio. Si ya estamos casados.- Mentira, pedí el divorcio, quiero que empecemos

de verdad desde el principio.

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Todos los allí presentes empezaron a aplaudir muy emocionados. Cristina volvió a aparecer con Tita tras ella. Ambas sonreían.

- Veníos a comer a mi casa – dijo Tita –. Después os quedáis a dormir y os vais cuando queráis.

Los seis aceptaron muy agradecidos la invitación y se fueron con ellas. Tras comer, beber y descansar, cuando ya era de noche, Alexandra acompañada de Marcos bajaron de nuevo a la plaza ahora ya casi sin gente. Ambos se sentaron a las puertas de la catedral, pero aquel momento de intimidad no duró mucho, ya que sus amigos aparecieron de inmediato. Todos se sentaron allí a mirar la noche estrellada.

- Empecemos desde el principio – susurró Alexandra.

- ¿Qué? – preguntaron sus amigos.- No hemos hecho bien el Camino, creo que ni

siquiera lo hemos hecho ¿Alguno acaso recuerda cómo era el paisaje de la novena etapa? – todos negaron – Pues por ero debemos rehacerlo.

Todos se miraron y así volvieron a hacer el Camino con compañía de Cristina. El Camino de Santiago les había cambiado a todos por completo. Clara se unió a la caravana hippie que había recogido en etapas anteriores a los chicos. Sonia empezó una relación con Nicolás que no duró mucho. Alexandra y Marcos se fueron al año siguiente a vivir juntos y todavía siguen. Carlos necesitaba escapar y huir, no tenía ni estudios ni ganas de trabajar y por eso un día cogió su mochila y se fue en tren hasta donde le siguió Cristina que, guiada por una fuerte corazonada, le acompañó hasta el fin de sus días.

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Ana Dorda Martín nació el 19 de mayo de 1995 en Madrid, alumna del colegio Salesiano San Miguel Arcángel desde los cuatro años y donde actualmente cursa 4º de E.S.O de Ciencias. “Un Camino Inesperado” es su primer relato corto y

actualmente se encuentra en fase de preparación de una novela de aventuras que llevará por título “The Clap”.

Tras su primer año de universidad seis buenos

amigos deciden hacer una apuesta. Esta les llevara a emprender un largo viaje a través del Camino de Santiago donde una serie de circunstancias y personas les hará cambiar su forma de ser y el rumbo de sus vidas por completo.