Un Beso Por Siempre Nunca Jamás

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Un beso por siempre nunca jamás Juli Rev21 1 Allí estaba yo, sufriendo lo que algunos escritores han denominado como el molesto síndrome de la hoja en blanco. Mi mente retrocedía una y otra vez al recuerdo de aquel suave, intenso y agotador beso que no lograba recordar con precisión cuándo ni dónde había ocurrido. De lo único que podía estar segura es de que no era otra de aquellas invenciones de mi imaginación que siempre terminaban por convencerme de su supuesta realidad. Este era real, lo había sido, pero aquel extraño episodio, ocurrido aparentemente sin causa ni consecuencia, me había robado el recuerdo de algunos instantes, es decir, de algunos detalles de esos instantes, como el lugar y el momento. Cuando se nubla la memoria, se nubla también la noción del tiempo. Bueno y sobra decir que había establecido

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Un beso por siempre nunca jamás

Juli Rev21 1

Allí estaba yo, sufriendo lo que algunos escritores han denominado como el molesto síndrome de la hoja en blanco.

Mi mente retrocedía una y otra vez al recuerdo de aquel suave, intenso y agotador beso que no lograba recordar con precisión cuándo ni dónde había ocurrido. De lo único que podía estar segura es de que no era otra de aquellas invenciones de mi imaginación que siempre terminaban por convencerme de su supuesta realidad. Este era real, lo había sido, pero aquel extraño episodio, ocurrido aparentemente sin causa ni consecuencia, me había robado el recuerdo de algunos instantes, es decir, de algunos detalles de esos instantes, como el lugar y el momento. Cuando se nubla la memoria, se nubla también la noción del tiempo.

Bueno y sobra decir que había establecido una conexión muy profunda, de esas que se sienten en el fondo del alma, con el dueño de la otra mitad del beso, tal vez la única conexión que había establecido con alguien en mi vida y ahora, por causa de aquel extraño episodio que empezó en mi lóbulo temporal, tampoco podía recordar su cara, tal vez estaríamos unidos por siempre sin volvernos a ver jamás, como

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la luna y el sol, que todos saben que se aman pero no se pueden ver, sino tan solo alumbrar.

Solo podía recordar que corríamos juntos en direcciones opuestas y mientras corríamos, sintiendo en el fondo que huíamos, formábamos en el aire figuras que se grababan en la tierra como finas líneas de colores que se difuminaban, dejándose arrastrar suaves y libres por el viento. Verde, azul y amarillo volaban como mariposas sin rumbo, igual que nosotros en esos instantes cuando corríamos sintiendo que huíamos.

Pero este beso que no podía sacar de mi mente, tal vez por su intensidad, tal vez por anteceder en el instante exacto al extraño episodio, no era lo que más me preocupaba ahora.

Ahora quería escribir, había llegado el momento de poner los dedos en el teclado y frente a una página en blanco escribir aquellas letras que unidas por siempre formarían mis palabras, debía escribir aquellas palabras que unidas por siempre formarían mi historia. ¿Sería la historia de un beso?, ¿sería la historia de un episodio extraño?, ¿ la historia de un viaje?, ¿la historia de una conexión con un invisible?, ¿o la historia de cómo plasmar todo esto? Tal vez todas y ninguna, tal vez solo la historia de mi vida, con venas, entramados y ramas que se cruzan en marañas bajo mi piel.

Luchaba por vencer la molesta divagación de mi mente y centrarme en aquella, más molesta aún,

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página en blanco. Pero, ¿cómo dejar de observar por la ventana a aquel hombre que paseaba por el parque con su gallo como suelen los amos pasear a sus perros? El gallo tenía una cuerda atada al cuello y amo y mascota caminaban uno al lado del otro, amo sonriendo y gallo caminando erguido, como con orgullo.

Y volviendo a mi hoja en blanco, dicen que la primera oración es la más difícil y que cuando se logra escribirla lo demás fluye con facilidad, pero ya había escrito por lo menos quince oraciones distintas y sin relación alguna entre ellas, una tras otra, de la misma forma en la que fui borrándolas.

No sólo no sabía sobre qué escribir, tampoco sabía por qué necesitaba hacerlo. Era una escritura dolorosa: de esas que duele y luego calma, pero no alivia y puede volverse adictiva. Lo hacía por el dolor, pero no un dolor real, un dolor ausente de esos que aún así se siente, un dolor porque ya no sabía cómo hacer más vivible esta vida, ya no podía encontrar más metáforas para el amor ni eufemismos para el dolor.

La vida nos lleva por caminos de búsquedas, yo buscaba respuestas y tan solo encontraba razones, sentía como mis ideas volaban, se fugaban como cocuyos en la noche antes de ser atrapados por las rápidas manos de los niños.

Las palabras me ahogaban como hormigas que se aferraban y trepaban por mi garganta, intentando

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valientemente salir del hormiguero que era mi boca, pero yo, tragando saliva, intentaba ahogarlas, porque aunque las deseaba intensamente, les temía aún más profundamente, ya que no sabía que vendrían a decir y en esa dualidad yo seguía con un lápiz en la mano y una cabeza en el mundo.

Una cabeza en un mundo en el que suelo sentirme como una extraña entre un montón de conocidos, porque todos estamos siempre intentando desafiar las leyes de la permanencia, del tiempo y del espacio y en esos desafíos sutiles, permanentes, punzantes vemos en los otros el aterrador reflejo de lo que somos y nos negamos a aceptarlo como tal, estableciendo solo desconexiones y emprendiendo una inútil huida.

Sentada en mi escritorio solo pensaba, pensaba y en el fondo sabía que ya ni siquiera pensaba, divagaba, buscaba una idea una razón, una respuesta a una pregunta que aún no conocía. Así fue como empecé a hundirme en colores, olores y sabores, sonidos y sensaciones que me absorbían en un espiral de emociones y me robaban a duros jalonazos de esta realidad que ya ni siquiera identificaba como tal.

Pero el señor del gallo, esta vez, más cerca de mi ventana, me abstrajo de aquella especie de letargo. Y de nuevo me preguntaba qué es eso que pasa por la mente cuando fijamos la mirada en el vacío, con la apariencia de permanecer en un estado de absoluta concentración.

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Sin embargo, sabemos que todo pasa y nada pasa y la mirada sigue fija en el horizonte, como intentando buscar algo en un mar de imágenes que corren a velocidad indefinible por la mente, como intentando encontrar algo que solo la mirada y el inconsciente saben con infantil complicidad, mientras el consciente se deja llevar engañado por una promesa de descanso que no se cumple pero sí confunde. Una promesa que bruscamente se rompe devolviéndole de nuevo al mundo la mirada y a la mirada el mundo, mientras el consciente pierde su suerte de descanso.

De nuevo frente a mi hoja, vuelvo a recordar mi extraño episodio: sentirse como una extraña entre un montón de conocidos, alguien me dijo alguna vez que en la noche la ciudad se ve más bonita con miopía. Y al recordar el episodio recordaba el beso, ese beso que me atormentaba, aún tanto tiempo después de ocurrido.

Mi lápiz empezaba a deslizarse por mi hoja muy lentamente, como queriendo escribir algo pero pensándolo dos veces antes de hacerlo. Mi cabeza empezaba a salir del mundo, del mundo de los conocidos, del mundo del señor del gallo y del mundo de la hoja en blanco, para con movimientos suaves, sutiles, casi imperceptibles dirigirse al otro mundo, al de mi ideas, al de mis sueños, al de mi lápiz uniendo letras, palabras y oraciones sobre mi hoja que ya nunca más volvería a ser un hoja en blanco y mientras las letras empezaban a amontonarse unas tras otras, las hormigas

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empezaban a salir de mi garganta con la pesada carga de los recuerdos que comenzaban a reconstruirse.

Fue una noche, llovía y en la acera se reflejaban las luces de los autos y la ciudad. Fue el azar tal vez o fue la suerte del destino que quiso dejarnos probar un pedacito de la eternidad. No había dejado de llover desde entonces o por lo menos a mi me parecía como si así fuera, por que me aferraba a esa escena, a esa noche, a esas luces y a esa lluvia.

Fue un beso cálido, tan suave como un suspiro que intenta ahogar el frío de la noche. Las dos bocas se encontraron una frente a la otra, no sé si por coincidencia o casualidad, pero si volviera a ocurrir ciertamente no sería otra vez causa del azar. Con la ternura de la timidez de quienes se besan por primera vez, pero con la firmeza de los buenos deseos, las dos bocas se encontraron, conociendo aquello que nunca más volverían a tener.

Mi página tenía ahora sus primeras palabras y ahora lo entendía, ahora lo recordaba, era ese suave, intenso y agotador beso el que me obligaba a escribir, escribir para no pensar, no pensar para no recordar, no recordar para no extrañar .

Pero ahora escribía, entonces mi memoria se acentuaba un poco, solo un poco, lo suficiente para verlo frente frente a mí. El beso me había llevado al extraño episodio que ahora sabía sí tenía una causa y una consecuencia, el beso era el que me impedía y

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al mismo tiempo me obligaba a escribir, el beso me había cambiado para siempre seguir siendo la misma y aunque el lugar y el tiempo no volverían a cristalizarse en mi memoria, no hacía falta, ahora podía entrever al dueño de la otra mitad del beso y sabía que jamás volveríamos a vernos, mucho menos a besarnos, pero estaríamos unidos para siempre.