Un Autobús Cargado de Frío

3
UN AUTOBÚS CARGADO DE FRÍO No sé si los fantasmas tienen alma. Cuando era de carne me preguntaba si los hombres tenían alma y ahora que soy un fantasma sigo con el mismo temor. No sé si todos estos pobres diablos que van conmigo en el autobús son espectros, o personas de carne y hueso que pesan sobre la tierra y comen pan. Yo siempre me siento en la última fila de asientos. Aunque me mareo, lo prefiero así; porque los fantasmas nos alimentamos con la mirada. Nos apoyamos en cada objeto, en cada persona para que nos devuelva una referencia continua, y puesto que no tenemos masa alguna, poder sentir que existimos como una prolongación de lo que nos rodea. Conozco a la mitad del pasaje, los conocí en vida. Eran los días de pico y rosas. En el principio vinieron los hippies de los madriles, venían a quitarse del caballo, traían en sus alforjas caramelos de opio para hacer el trance más llevadero. Luego fue la plata, que te hacía vomitar hasta que al cabo te acostumbrabas. Y al final los chutes, para inocularte el soma de la paz eterna en pocos minutos y que terminaban por comerte las venas, por destrozarte el brazo como si se tratara de un enjambre de tábanos furiosos. Todos los días el mismo recorrido. Baja la Alsina de la sierra y recoge a los cuatro “desgraciaos” de siempre (bien contados son más); se juntan cazurros y madriles y hablan de sus cosas entre los viejos que van al médico y los turistas con poco dinero. Luego, al pasar por el pueblo, el autobús se llena de yonquis. Todos se conocen, hablan poco, tienen frío. Se diría que es un camión 37

description

"Un autobús cargado de frío" es el tercero de los treinta y tres cuentos que componen la obra "Hagas lo que hagas te arrepentirás", del escritor granadino Tomás Mañas Rabaneda.

Transcript of Un Autobús Cargado de Frío

Page 1: Un Autobús Cargado de Frío

UN AUTOBÚS CARGADO DE FRÍO

No sé si los fantasmas tienen alma. Cuando era de carne me preguntaba si los hombres tenían alma y ahora que soy un fantasma sigo con el mismo temor. No sé si todos estos pobres diablos que van conmigo en el autobús son espectros, o personas de carne y hueso que pesan sobre la tierra y comen pan. Yo siempre me siento en la última fila de asientos. Aunque me mareo, lo prefiero así; porque los fantasmas nos alimentamos con la mirada. Nos apoyamos en cada objeto, en cada persona para que nos devuelva una referencia continua, y puesto que no tenemos masa alguna, poder sentir que existimos como una prolongación de lo que nos rodea. Conozco a la mitad del pasaje, los conocí en vida. Eran los días de pico y rosas. En el principio vinieron los hippies de los madriles, venían a quitarse del caballo, traían en sus alforjas caramelos de opio para hacer el trance más llevadero. Luego fue la plata, que te hacía vomitar hasta que al cabo te acostumbrabas. Y al final los chutes, para inocularte el soma de la paz eterna en pocos minutos y que terminaban por comerte las venas, por destrozarte el brazo como si se tratara de un enjambre de tábanos furiosos. Todos los días el mismo recorrido. Baja la Alsina de la sierra y recoge a los cuatro “desgraciaos” de siempre (bien contados son más); se juntan cazurros y madriles y hablan de sus cosas entre los viejos que van al médico y los turistas con poco dinero. Luego, al pasar por el pueblo, el autobús se llena de yonquis. Todos se conocen, hablan poco, tienen frío. Se diría que es un camión frigorífico el que los lleva rumbo a la costa, rumbo al mar “que es el morir”. Prefieren bajar a Motril porque dicen que en el pueblo venden estricnina sin cortar. Y lo hacen todos los días porque saben que si compran más de la cuenta se lo van a pulir igual. Me pregunto qué habrá sido de los que ya no están, de los que devoró “el bicho” o se pasaron de la raya. ¿Serán fantasmas como yo? ¿O estarán en algún círculo del infierno, mendigando para un buco? Al llegar a Motril todos se pierden y yo me voy con alguno, con el que tenga mejor pinta, el que tenga pasta de verdad. No quiero sobresaltos ni regateos, ni malos rollos. Y cuando tiene lo suyo, me meto dentro de él para compartir el éxtasis, el placer supremo reducido a la porción de un gramo. Porque un yonqui sigue siendo yonqui aún después de muerto. De vuelta a casa, todos contentos. Se podría decir que la gente está a gusto. Aunque para ellos, para nosotros, la felicidad quede acotada por “un límite de agujas”. Entre todo el yonquerío hay un sentimiento parecido a la conformidad intravenosa. Los viejos que fueron al médico también están conformes. Muestran, con exultante resignación, una escayola en el brazo o un volante para el urólogo. El autobús se adapta a las curvas sin la irritación somnolienta de las primeras horas del día.

37

Page 2: Un Autobús Cargado de Frío

Muchas tardes hay una pareja de la guardia civil que espera en la parada para prender a algún incauto, así se ahorran el tener que ir a buscarlo. Ayer mismo dieron un palo en la Rural y creo que sé quien se va comer el marrón. Al llegar al pueblo, efectivamente, están los picoletos. De pie, con un poso de incontinencia marcial, esperando a alguien. Todos salen.

–Su documentación por favor.... Acompáñenos al cuartelillo. –¿ Yo? Pero si soy un fantasma.

–Eso es lo que tú te crees, que eres un fantasma.

38