Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

179
LA MISTERIOSA LLAMA DE LA REINA LOANA Umberto Eco

Transcript of Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Page 1: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

LA MISTERIOSA LLAMA DE LA REINA LOANA

Umberto Eco

Page 2: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Primera Parte

EL EPISODIO

2

Page 3: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

1

EL MES MÁS CRUEL

-- ¿Y usted cómo se llama?-- Espere, lo tengo en la punta de la lengua

Todo empezó así.

Era como si me hubiera despertado de un largo sueño, pero yo seguía suspendido en un gris lechoso. O a lo mejor no estaba despierto y estaba soñando. Era un sueño extraño, sin imágenes, poblado de sonidos. Como si no viera y tan sólo oyera voces que me contaban qué era lo que tenía que ver. Y me contaban que todavía no veía nada, salvo humo a lo largo de los canales, donde el paisaje se disolvía. Canales: Brujas, me dije, estaba en Brujas, ¿había estado yo alguna vez en Brujas la muerta? ¿Dónde la niebla fluctúa entre las torres como el incienso con que sueña? Una ciudad gris, triste como una tumba con crisantemos, donde la bruma prende desflecada de las fachadas como un tapiz…

Mi alma limpiaba los cristales del tranvía para anegarse en la niebla móvil de las farolas, niebla, mi incontaminada hermana…Una niebla espesa, opaca, que envolvía los ruidos, y hacía surgir fantasmas sin forma…Al final llegaba a un inmenso abismo y veía una figura altísima, amortajada, en su cara la perfecta blancura de la nieve. Mi nombre es Arturo Gordon Pym.

Mascaba la niebla. Los fantasmas pasaban, me rozaban, se disolvían. Las bombillas brillaban lejanas como fuegos fatuos de un cementerio

Alguien camina a mi lado sin ruido, como si estuviese descalzo, camina sin tacones, sin zapatos, sin sandalias, un jirón de niebla me roza la mejilla, un tropel de borrachos aúlla, allá en el fondo del trasbordador. ¿El trasbordador? No lo digo yo, son las voces

3

Page 4: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

La niebla llega con sus pequeñas patas de gato…Había una niebla que parecía que hubiera quitado el mundo.

Aún así, de vez en cuando era como si abriera los ojos y viera relámpagos. Oía voces.

-- No está en coma profundo, señora…No, no piense en el electroencefalograma plano, por lo que más quiera…Tiene reactividad…

Alguien me proyectaba una luz en los ojos, pero después de la luz todo seguía oscuro

Noto el pinchazo de un alfiler, en alguna parte.

-- Lo ve, hay motilidad…

Maigret queda sumido en una bruma tan densa que ni sabe dónde pone los pies…La niebla está llena de formas humanas, y cada vez se llena más, más intensamente se agita con una vida misteriosa ¿Maigret? Elemental, querido Watson, son diez negritos, precisamente en la niebla desaparece el sabueso de los Baskerville

El vapor gris iba perdiendo gradualmente sus tintes grisáceos. El calor del agua era extremado, y su tono lechoso, más evidente que nunca…Y entonces nos precipitamos en los brazos de la catarata, donde se abrió un abismo para recibirnos.

Oía a gente hablando a mi alrededor, quería gritar y avisarles de que estaba allí. Había un zumbido continuo, como si me devoraran máquinas célibes con dientes afilados. Estoy en la colonia penitenciaria. Sentía un peso en la cabeza, como si me hubieran puesto una máscara de hierro. Tuve la sensación de que veía unas luces azules.

--Hay asimetría de los diámetros pupilares.

4

Page 5: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Tenía fragmentos de pensamientos, estaba claro que me estaba despertando, pero no podía moverme. Si sólo pudiera mantenerme despierto ¿Me he vuelto a dormir, ¿horas, días, siglos?

La niebla había vuelto; las voces en la niebla, las voces que me hablaban de la niebla ¡Seltsam, im Nebel zu wandern! ¿Qué lengua será? Me parecía como si nadara en el mar, me sentía cerca de la playa, pero no conseguía alcanzarla. Nadie me veía y la marea se me llevaba.

Por favor decidme algo, por favor, tocadme. Noté una mano en la frente. Qué alivio otra voz:

-- Señora, hay casos de pacientes que se despiertan de repente y se van de aquí por su propio pie.

Alguien me molestaba con una luz intermitente, con la vibración de un diapasón; como si me hubieran puesto un bote de mostaza debajo de las narices. Después, un diente de ajo. Huele a setas, la tierra.

Otras veces, éstas desde dentro: Largos quejidos de locomotora, curas, borrosos en la niebla, que van en fila a San Michele in Bosco.

El cielo es de ceniza. Niebla río arriba, niebla río abajo, niebla que muerde las manos de las gentes que pasan por los puentes de la isla de la isla de los Perros y miran un ínfimo cielo bajo la niebla, todas rodeadas de niebla, como si estuvieran metidas en un globo, colgadas en la niebla parda, tantas, tantos; no creí que la muerte hubiera deshecho a tantos. Olor a estación y a hollín.

Otra luz, más ligera. Me parece a través de la niebla el son de las cornamusas escocesas repitiéndose en los brezos.

Otro largo sueño, quizá. Luego parece que escampa, estoy en un vaso de agua y anís…

5

Page 6: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Estaba delante de mí, aunque todavía lo veía como una sombra. Me sentía la cabeza alborotada, como si me hubiera despertado tras haber bebido demasiado. Creo que murmuré algo con esfuerzo, como si en ese momento empezara a hablar por primera vez:

-- Posco reposco flagito van con infinitivo futuro? Cuius regio eius religio… ¿es la paz de Augsburgo o la defenestración de Praga?—Y luego--: Precaución en el tramo Roncobilaccio-Barberino del Mugello de la A1

Me sonríe comprensivo

-- Bien, ahora abra los ojos e intente mirar a su alrededor. ¿Puede decirme dónde estamos?

Ahora lo veía mejor, llevaba una bata, ¿cómo se dice?, blanca. Volví la mirada, y resultó que también conseguía mover la cabeza: la habitación era sobria y limpia, unos pocos muebles de metal y colores claros, yo estaba en la cama, con una cánula en el brazo. Por la ventana, entre las persianas a medio bajar, pasaba un filo de luz la primavera en torno brilla en el aires y por los campos exulta. Susurró:

-- Estamos…en un hospital y usted…usted es un médico, ¿He estado mal?-- Sí, ha estado usted muy mal, ya le explicaré. Lo importante es que ahora ha recobrado el conocimiento. Ánimo. Soy el doctor Gratarolo. Perdone si le hago algunas preguntas. ¿Cuántos dedos le estoy enseñando?-- Eso es una mano y ésos son los dedos. Y son cuatro, ¿son cuatro?-- Efectivamente. ¿Y cuánto son seis por seis?-- Treinta y seis, es obvio –Los pensamientos me retumbaban en la cabeza pero llegaban casi solos—La suma de los cuadrados…los cuadrados de los catetos…es igual al cuadrado de la hipotenusa.-- Enhorabuena. El teorema de Pitágoras, ¿no? Es que en el bachillerato me ponían siempre cinco en matemáticas…

6

Page 7: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Pitágoras de Samos. Los elementos de Euclides. La desesperada soledad de las paralelas que no se encuentran jamás.-- Parece ser que su memoria goza de un excelente estado de salud. A propósito, ¿y usted cómo se llama?

Vaya ahí he dudado. Aunque lo tenía en la punta de la lengua. Tras un instante he contestado de la manera más obvia.

-- Me llamo Arturo Gordon Pym-- Usted no se llama así

Evidentemente Gordon Pym era otro. Que no regresó nunca. Intenté llegar a un acuerdo con el doctor

-- Llamadme… ¿Ismael?-- No, usted no se llama Ismael. Haga un esfuerzo

Coser y cantar; como estrellarse contra un muro. Decir Euclides o Ismael me resultaba la mar de fácil, como decir hache i jota ca ele eme ene o. Lo de decir quién era yo era como darse la vuelta y, zas, el muro. No, no era un muro, intentaba explicarle:

-- No, la verdad es que no noto nada sólido, es algo así como caminar en medio de la niebla.-- ¿Cómo es la niebla? –me pregunta-- La niebla entre las colinas lloviznando sube; alza el maestral la nube y blanquea y muge el mar… ¿Cómo es la niebla?-- No me ponga en apuros, sólo soy un médico. Y además estamos en abril, no se la puedo enseñar. Hoy es 25 de abril.-- Abril es el mes más cruel.-- Bien, mi cultura no es muy amplia, pero creo que es una cita. Podía haber dicho usted que hoy es fiesta, que celebramos el Día de la Liberación del fascismo. ¿Sabe en qué año estamos?-- Seguramente, después del descubrimiento de América…-- No se acuerda usted de ninguna fecha? Una fecha al azar, una fecha de antes de su despertar.

7

Page 8: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- ¿Una cualquiera? Mil novecientos cuarenta y cinco, final de la Segunda Guerra Mundial.-- Frío, frío. No, hoy es 25 de abril de 1991. Usted nació, me parece, a finales de 1931, así que ahora tiene casi sesenta años.-- Cincuenta y nueve y medio, no llego.-- Excelente por lo que concierne a su capacidad de cálculo. Mire, usted ha sufrido, cómo le diría yo, un serio percance. Ha salido con vida, enhorabuena. Pero evidentemente hay algo que todavía no funciona. Una ligera forma de amnesia retrógrada. No, no se preocupe. Estas amnesias a veces duran poco. Bueno, si es tan amable, contésteme ahora a otras preguntas. ¿Está usted casado¿-- Dígamelo usted.-- sí, está usted casado, con una señora absolutamente encantadora que se llama Paola y que le ha asistido noche y día. Esta noche ha sido la única que la he obligado a irse a casa, estaba al borde del colapso. Ahora que usted se ha despertado, voy a llamarla, pero tendré que prepararla, y antes aún tenemos que hacerle otras pruebas.-- ¿Y si luego la confundo con un sombrero?-- ¿Cómo dice?-- Hay un hombre que confundió a su mujer con un sombrero.-- Ah, el libro de Sacks. Un caso famoso. Veo que es usted un lector al día. Pero no es su caso, porque, si lo fuera, a mí me habría confundido con una estufa. No se preocupe, quizá no la reconozca, pero no la confundirá con un sombrero. Volvamos a usted. Bien, usted se llama Gianbattista Bodoni. ¿Le dice algo?

Ahora mi memoria volaba como un planeador entre montes y valles, por el espacioso horizonte.

-- Gianbattista Bodoni era un célebre tipógrafo. Pero estoy seguro de que no soy yo. Podría ser incluso Napoleón y sería como si fuera Bodoni-- ¿Por qué ha dicho Napoleón?-- Porque Bodoni era del periodo napoleónico, más o menos. Napoleón Bonaparte, nacido en Córcega, primer cónsul, se casa con Josefina, se convierte en emperador, conquista media Europa, pierde

8

Page 9: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

en Waterloo, muere en Santa Elena, cinco de mayo de 1821, cual yerto quedase, dando el postrero latido -- Voy a tener que traerme una enciclopedia; bueno, si mal no recuerdo, usted recuerda correctamente. Y sin embargo, no recuerda quién es usted.-- ¿Es grave?-- Lo que se dice grave, no; pero, si hemos de ser francos, tampoco es bueno. Claro que usted no es el primero al que le sucede algo así, saldremos de ésta.

Me pidió que levantara la mano derecha y me tocara la nariz. Entendía perfectamente qué era la derecha; y aquí la nariz. Bingo. Pero la sensación era absolutamente nueva. Tocarse la nariz es como tener un ojo en la punta del índice y mirarse la cara. Yo tengo una nariz. Gratarolo me golpeó la rodilla con una especie de martillo y luego aquí y allá en la pierna y en los pies. Los doctores miden los reflejos. Parece ser que los reflejos eran buenos. Al final me sentía agotado, y creo que me volví a dormir.

Me desperté en un lugar y murmuré que parecía la cabina de una astronave, como en las películas (qué películas, preguntó Gratarolo, todas en general, contesté, luego mencioné Star Trek) Me hicieron cosas que no entendía con unas máquinas que no había visto nunca. Creo que me miraban dentro de la cabeza, pero yo les dejaba que hicieran lo que querían sin pensar, acunado por ligeros zumbidos, y de vez en cuando me volvía a adormecer otra vez.

Más tarde (¿o al día siguiente?) cuando volvió Gratarolo, yo estaba explorando la cama. Tocaba las sábanas, ligeras, lisas, agradables al tacto, menos la manta, que raspaba un poco las yemas de los dedos; me daba la vuelta y palmoteaba la almohada, disfrutando de que la mano se hundiera en ella. Hacía chic chac y me divertía mucho. Gratarolo me preguntó si me veía con fuerzas para levantarme de la cama. Con la ayuda de una enfermera lo conseguí, estaba de pie, aunque todavía me daba vueltas la cabeza. Sentía que los pies

9

Page 10: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

ejercían presión contra el suelo, mientras la cabeza lo hacía arriba. Así está uno de pie. En una cuerda floja. Como la sirenita.

-- Vamos, intente ir al baño a lavarse los dientes. Debería estar ahí el cepillo de su mujer.

Le dije que uno no se lava nunca los dientes con el cepillo de alguien que no se conoce y observó que la mujer de uno no es alguien que no conoce. En el baño me vi en el espejo. Por lo menos, estaba bastante seguro de que era yo porque los espejos, ya se sabe, reflejan lo que tienen delante. Una cara blanca y hundida, con la barba larga, un par de ojeras tamaño natural. Qué bien vamos no sé quien soy yo y voy y descubro que soy un monstruo. No me gustaría toparme conmigo por la noche en una calle desierta. Mister Hyde. Identifiqué los objetos, uno se llama, sin lugar a dudas, pasta de dientes, y el otro cepillo. Hay que empezar por la pasta y apretar el tubo. Una sensación muy agradable, debería hacerlo a menudo, aunque en determinado momento hay que pararse, porque esa pasta blanca al principio hace plop, como una burbuja, pero luego sale toda como le serpent qui danse. Deja ya de apretar, que si no, haces como Broglio con los quesitos ¿Quién es Broglio?

La pasta tiene un sabor buenísimo. Excelente, dijo el duque. Es un wellerismo. Así pues, éstos son los sabores: algo que te acaricia la lengua, y también el paladar; ahora que parece ser que la que nota los sabores es la lengua. El sabor de la menta; y la hierbabuena, a las cinco de la tarde… Me decidí e hice lo que hace todo el mundo en estos casos, rápidamente sin reparar en ello: me cepillé primero de arriba abajo luego de izquierda a derecha luego todo el arco dental. Es interesante notar las cerdas metiéndose entre dos muelas, creo que de ahora en adelante me lavaré los dientes todos los días, está muy bien.

Me pasé el cepillo también por la lengua. Uno siente como un escalofrío pero, al final si no lo pasa muy fuerte, da gusto y era lo que necesitaba porque tenía la boca pastosa. Ahora me dije, hay que

10

Page 11: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

enjuagarse. Eché agua del grifo en un vaso y me la pasé por la boca, alegremente sorprendido del ruido que hacía, mejor aún si echas la cabeza hacia atrás y haces… ¿gárgaras? El gargarismo es bueno. Inflé las mejillas y todo fuera. Escupí todo. Sfrusss…catarata. Con los labios se puede hacer de todo son muy flexibles. Me di la vuelta, Gratarolo estaba allí observándome como si tuviera monos en la cara, y le pregunté si lo estaba haciendo bien

Perfecto, me dijo. Mis automatismos me explicó están perfectamente

-- Parece que aquí hay una persona normal –observé- lo que pasa es que a lo mejor no soy yo.-- Muy gracioso, y también esto es una buena señal. Vuelva a tumbarse, ahí, le ayudo. Dígame, ¿qué acaba de hacer?-- Me he lavado los dientes, me lo ha pedido usted.-- Perfecto, ¿y antes de lavarse los dientes?-- Estaba en la cama y usted me hablaba. Me ha dicho que estamos en abril de 1991-- bien. La memoria a corto plazo funciona. Dígame, ¿se acuerda por casualidad de la marca de la pasta de dientes?-- No. ¿Debería?-- En absoluto. No hay duda de que usted ha visto la marca al agarrar el tubo pero, si tuviéramos que registrar y conservar todos los estímulos que recibimos, nuestra memoria sería un pandemónium. Por eso seleccionamos, filtramos. Usted ha hecho lo que hace todo el mundo. Aun así, intente recordar lo más significativo que le ha pasado mientras se lavaba los dientes.-- Cuando me he pasado el cepillo por la lengua.-- ¿Por qué?-- Porque tenía la boca muy pastosa y luego me he sentido mejor.-- ¿Lo ve? Usted ha filtrado el elemento asociado más directamente con sus emociones, con sus deseos, con sus objetivos. Vuelve a tener emociones.-- Menuda emoción, cepillarse la lengua. Lo que pasa es que no recuerdo habérmela cepillado nunca.

11

Page 12: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Llegaremos a ello. Mire, señor Bodoni, intento expresarme sin palabras difíciles, pero está claro que el episodio ha afectado a algunas zonas de su cerebro. Ahora bien, aunque cada día salgan estudios nuevos, todavía no sabemos todo lo que nos gustaría saber sobre las localizaciones cerebrales. Sobre todo por lo que concierne a las distintas formas de memoria. Me atrevería a decir que, si lo que le ha pasado le hubiera sucedido dentro de diez años sabríamos manejar mejor la situación. No me interrumpa, le he entendido; si en cambio le hubiera ocurrido hace cinco años, usted estaría en un manicomio y punto final. Hoy sabemos mucho más, pero no lo suficiente. Por ejemplo si usted no pudiera hablar, sabríamos inmediatamente qué área había quedado afectada…-- El área de Broca.-- Muy bien. Pero el área de Broca tiene más de cien años. En cambio, sigue siendo materia de debate dónde conserva el cerebro los recuerdos; está claro que no dependen de un área única. No quiero aburrirle con términos científicos, que además le aumentarían la confusión que tiene en la cabeza. El caso es que, cuando el dentista le hace algo en una muela, durante algunos días usted sigue tocándosela con la lengua; pero si yo le dijera, qué sé yo que no estoy tan preocupado por su hipocampo como por sus lóbulos frontales o, pongamos por la corteza orbito-frontal derecha, usted intentaría tocarse ese punto, y no es como explorarse la boca con la lengua. Un sinfín de frustraciones. Así pues, olvídese de lo que le acabo de decir. Además, cada cerebro es distinto, y nuestro cerebro tiene una extraordinaria plasticidad, puede que en poquísimo tiempo usted se a capaz de encomendar a otra área lo que el área afectada ya no logra hacer. ¿Me sigue? ¿He sido bastante claro?-- Clarísimo, siga por favor. Pero, ¿no acabaría antes si dijera que soy como Gregory Peck en Recuerda? -- ¿Ve que se acuerda de la película de Hitchcock, todo un clásico? Es de usted, que no es un clásico, de quien no se acuerda.-- Preferiría haberme olvidado de Gregory Peck y recordar dónde nací.-- Sería un caso más insólito. Fíjese, usted ha identificado inmediatamente el tubo de la pasta de dientes, pero no se acuerda de

12

Page 13: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

que está casado, porque, en efecto, recordar el día de la boda e identificar la pasta de dientes dependen de dos circuitos cerebrales distintos. Nosotros tenemos diferentes tipos de memoria. Una se denomina implícita y, y nos permite ejecutar sin esfuerzo una serie de cosas que hemos aprendido, como lavarse los dientes, encender la radio o anudarse la corbata. Tras el experimento de los dientes estoy dispuesto a apostar que usted sabe escribir, quizá incluso a conducir. Cuando nos ayuda la memoria implícita ni siquiera somos conscientes de que recordamos, actuamos de forma automática. Otro tipo es la memoria explicita, aquella por la que recordamos y sabemos que estamos recordando. Pero esta memoria explícita es doble. Por una parte, está la que tiende a llamarse memoria semántica, una memoria pública: la que permite saber que una golondrina es un pájaro, y que los pájaros vuelan y tienen plumas pero también que Napoleón murió en…la fecha que usted dijo. Y esta memoria me parece que usted la tiene en orden, vamos, incluso demasiado porque veo que basta con darle un dato para que empiece a encadenar recuerdos…escolares, diría yo; o recurre a frases hechas. Está claro que esta memoria es la primera que se forma en el niño, el niño aprende rápidamente a reconocer un coche, un perro, y a formarse esquemas generales por lo que, si alguna vez vio un pastor alemán y le dijeron que era un perro, dirá perro también cuando vea a un pequinés. En cambio el niño tarda más tiempo en elaborar el segundo tipo de memoria explícita, que llamamos episódica, o autobiográfica. No es capaz de recordar inmediatamente, pongamos al ver un perro, que un mes antes estuvo en el jardín de su abuela y vio un perro, y que es él quien vive las dos experiencias. Es la memoria episódica la que establece un nexo entre lo que somos hoy y lo que hemos sido; dicho de otro modo, cuando decimos yo, nos referimos sólo a lo que sentimos ahora, no a lo que sentíamos antes, que se pierde precisamente en la niebla. Usted no ha perdido la memoria semántica sino la episódica, es decir, los episodios de su vida. En fin, yo diría que usted sabe todo lo que saben también los demás, y me imagino que si le pidiera que me dijera cuál es la capital de Japón…-- Tokio. Bomba atómica en Hiroshima. El general Mac. Arthur…

13

Page 14: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Vale, vale. Es como si recordara todo lo que se puede aprender por haberlo leído en algún sitio, o por habérselo oído decir a alguien, pero no recuerda todo lo que está asociado con sus experiencias directas. Usted sabe que Napoleón fue derrotado en Waterloo, pero intente decirme si se acuerda de su madre.-- Madre sólo hay una, la madre es siempre la madre…Pero de mi madre, de mi madre no me acuerdo. Me imagino que tuve una madre porque sé que es una ley de la especie pero…ahí está…la niebla. Estoy mal, doctor. Es horrible. Déme algo para volverme a dormir-- Ahora le doy algo, ya le hemos pedido demasiado. Túmbese cómodamente, así, bien…Se lo repito, son cosas que pasan, pero es posible curarse. Con mucha paciencia. Haré que le traigan algo para beber, un té, por ejemplo. ¿Le gusta el té?--Quizás sí quizás no.

Me trajeron el té. La enfermera hizo que me sentara apoyado contra las almohadas y me puso delante un carrito. Sirvió un agua que humeaba en una taza con un sobrecito dentro. Tómeselo despacio que quema, dijo. Despacio, ¿cómo? Olisqueaba la taza y sentía un olor que se me antojaba de humo. Quería probar el sabor del té, cogí la taza y bebí. Atroz. Un fuego, una llama, una bofetada en la boca. ¿Con que esto es el té hirviendo? Debe de pasar lo mismo con el café o con la manzanilla, de los que todos hablan. Ahora sé qué quiere decir quemarse. Lo sabe todo el mundo, que no hay que tocar el fuego, pero lo que no sabía era cuándo se puede tocar el agua caliente. Tengo que aprender a entender el límite, ese momento entre un antes en que no podías y un después en que puedes. Maquinalmente, soplé en el líquido, luego lo removí con la cucharilla, hasta que decidí que podía volver a intentarlo. Ahora el té estaba templado y beberlo era un placer. No estoy seguro de cuál era el sabor del té y cuál el del azúcar, uno tenía que ser áspero y el otro dulce, pero, ¿cuál es el dulce y cuál el áspero? Claro que el conjunto me gustaba. Beberé siempre té con azúcar. Pero no hirviendo.

El té me dio una sensación de paz y de relajación y me dormí.

14

Page 15: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Me desperté otra vez. Quizá porque en sueños me estaba rascando la ingle y el escroto. Bajo las mantas había sudado. ¿Llagas de decúbito? La ingle es húmeda, y si le pasas las manos de manera demasiado enérgica, tras una primera sensación de placer violenta, sientes una rozadura desagradable. Con el escroto es mejor: te lo pasas entre los dedos, yo diría delicadamente, sin llegar a apretar los testículos, y notas algo granuloso, y ligeramente velloso; está muy bien lo de rascarse el escroto, el picor no se re va enseguida, es más, se vuelve más fuerte, pero así te da más gusto seguir. El placer es la cesación del dolor, pero el picor no es un dolor, es una invitación a darse placer. Las cosquillas de la carne. Si condesciendes, cometes pecado. El jovencito cristiano se entrega al descanso boca arriba con las manos juntas sobre el pecho para no cometer actos impuros durante el sueño. Extraño asunto, el picor. Y mis cojones. Cojonudo. Tiene un buen par de cojones.

Abrí los ojos. Ante mí había una señora, no muy joven, pasados los cincuenta, eso me parecía, con pequeñas arrugas alrededor de los ojos, pero con una cara luminosa, todavía fresca. Algún que otro mechón blanco, casi imperceptible, como si se lo hubiera aclarado aposta, un toque de coquetería, como si dijera no quiero pasar por una jovenzuela pero llevo bien mis años. Era guapa, de joven debió de haber sido guapísima. Me estaba acariciando la frente.

-- Yambo –me dijo-- ¿Cómo, señora?-- Yambo, tú eres Yambo, así te llama todo el mundo Y yo soy Paola. Soy tu mujer. ¿Me reconoces?-- No, señora, perdón, no Paola, lo siento mucho, el doctor ya te lo habrá explicado.-- Me lo ha explicado. Tú ya no sabes lo que te ha pasado a ti, pero sigues sabiendo perfectamente lo que les ha pasado a los demás. Como yo formo parte de tu historia personal, no sabes que llevamos casados más de treinta años, Yambo mío. Y que tenemos dos hijas, Carla y Nicoletta, y tres nietos maravillosos. Carla se casó joven y ha tenido dos niños, Alessandro, de cinco años y Luca, de tres. Giangio,

15

Page 16: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Giangiacomo, el hijo de Nicoletta también tiene tres. Primos gemelos, decías tú. Y has sido… eres…seguirás siendo un abuelo estupendo. También has sido un buen padre. --Y… ¿soy un buen marido?

Paola levantó los ojos al cielo

-- Aquí estamos todavía, ¿no? Digamos que en treinta años de vida hay de todo. Siempre te han considerado un hombre guapo…-- Esta mañana, ayer, hace diez años, vi en el espejo una cara horrible…-- Con lo que ha pasado es lo menos que podías esperarte. Pero has sido, sigues siendo todavía, un hombre guapo, tienes una sonrisa irresistible y alguna que otra no ha resistido. Tampoco tú; decías siempre que se puede resistir a todo excepto a las tentaciones -- Perdóname-- Sí, sí, como los que tiraban misiles inteligentes sobre Bagdad y luego pedían perdón porque habían muerto unos cuantos civiles-- ¿Misiles sobre Bagdad? Eso no sale en Las mil y una noches.-- Ha habido una guerra del Golfo; ahora se ha acabado, o quizás no. Irak invadió Kuwait, los Estados occidentales intervinieron ¿No recuerdas nada?-- El doctor ha dicho que la memoria episódica, la que parece que está en falta, está vinculada con las emociones. Quizá los misiles sobre Bagdad fueron algo que me impresionó.-- Y que lo digas. Tú has sido siempre un pacifista convencido y esta guerra te hizo polvo. Hace casi doscientos años, Maine de Biran distinguía tres tipos de memoria: ideas, sensaciones y costumbres. Tú recuerdas ideas y costumbres pero no sensaciones, que al fin y al cabo son lo más tuyo.-- ¿Cómo sabes todo eso?-- Soy psicóloga, es mi trabajo. Pero espera un momento: acabas de decir que la memoria episódica está en falta. ¿Por qué has usado esa expresión?-- Se dice así

16

Page 17: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Sí, pero sólo con el flipper y a ti te encanta…te encantaba lo de la máquina, como un crío-- Sé lo que es un flipper. Pero no sé quién soy yo, ¿Entiendes? Niebla en el valle del Po. A propósito, ¿dónde estamos?-- en el valle del Po. Vivimos en Milán. En los meses invernales, desde nuestra casa se ve la niebla en el parque. Tú vives en Milán y te dedicas a los libros antiguos, tienes una librería anticuaria.-- La maldición del faraón. Llamándome Bodoni y habiéndome puesto Gianbattista no podía acabar de otra forma.-- Ha acabado bien. Consideran que eres bueno en tu oficio, no somos multimillonarios pero vivimos bien. Te ayudaré, te repondrás poco a poco. Dios mío, cuando lo pienso, podrías no haberte despertado nunca; estos doctores han sido muy buenos, te cogieron justo a tiempo. Amor mío, ¿puedo darte la bienvenida? Es como si fuera la primera vez que me ves. Pues mira, si yo te viera ahora, por primera vez, me casaría igualmente contigo. ¿Vale?-- Eres un cielo. Te necesito. Eres la única que puede contarme mis últimos treinta años.-- Treinta y cinco. Nos conocimos en la Universidad de Turín, tú ibas a licenciarte y yo andaba p4erdida, una novata, por los pasillos del Palacio Campana. Te pregunté dónde estaba un aula, tú me echaste los tejos enseguida y sedujiste a la colegiala indefensa. Y luego hubo su tira y afloja, yo era demasiado joven, tú te fuiste tres años al extranjero. Después volvimos a intentarlo, al final me quedé embarazada y nos casamos, porque tú eras un caballero. No, no, perdóname; nos casamos, porque nos queríamos de verdad, y además te gustaba lo de ser padre. Valor, papá; haré que te acuerdes de todo, ya lo verás.-- Al final va a resultar que todo es un complot; la verdad es que yo me llamo Atanasio Ganzúa y me dedico al robo con escalo, tú y Gratarolo me estáis contando un montón de bolas, que sé yo, puede que seáis agentes secretos y necesitéis construirme una identidad para mandarme a espiar al otro lado del muro de Berlín. Ipcress Files, y…-- El muro de Berlín ya no existe, lo derribaron, y el imperio soviético está manga por hombro…

17

Page 18: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Jesús, te das la vuelta un momento y mira la que te arman. Vale, estaba bromeando, me fío. ¿qué son los quesitos de Broglio?-- ¿Qué? ¿A santo de qué te interesan los quesitos?-- Ha sido al apretar la pasta de dientes. Espera, espera. Había un pintor que se llamaba Broglio; no conseguía vivir de sus cuadros pero no quería trabajar por eso de la neurosis. Parece ser que era una excusa para que su hermana le mantuviera. Por fin, un día, sus amigos le encuentran un trabajo en una fábrica que hacía o vendía quesos. Broglio pasaba ante enormes pilas de quesitos, todos bien envueltos en su papel de estaño, y no conseguía resistir la tentación, por lo de la neurosis (decía): los cogía uno por uno y, chac, los espachurraba y todo el queso se salía del envoltorio. Después de cargarse centenares de quesitos lo despidieron. Todo por culpa de la neurosis; decía que espachurrar quesitos era un placer francamente libidinoso. ¡Dios mío, Paola, pero si esto es un recuerdo de la infancia! ¿No había perdido yo l memoria de mis experiencias pasadas?

Paola se echó a reír

-- Ahora me acuerdo, perdona. Sí, es algo que sabías desde pequeño, pero contabas a menudo esta historia, era un pieza de tu repertorio, por llamarlo de alguna manera; entretenías siempre a tus invitados con la historia de los quesitos del pintor, y luego ellos iban y se la contaban a los demás. Tú no te estás acordando de una experiencia tuya, por desgracia; simplemente sabes una historia que has contado muchas veces y que para ti se ha convertido (¿cómo podría decirlo?) en patrimonio de la humanidad, como la historia de Caperucita Roja.-- Ya te me estás volviendo indispensable. Me alegro de que seas mi mujer. Gracias por existir, Paola.-- Dios mío, no hace ni un mes habrías dicho que era una expresión kitsch de telenovela.-- Me tienes que perdonar. No consigo decir nada que me salga del corazón. No tengo sentimientos, sólo frases memorables.-- Pobrecito mío.-- También eso parece una frase hecha.

18

Page 19: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Cabrón

Esta Paola me quiere de veras.

Pasé una noche tranquila, quién sabe qué me había metido en vena Gratarolo. Me desperté poco a poco, y todavía debía de tener los ojos cerrados, porque oí la voz de Paola que susurraba, con miedo a despertarme.

-- ¿Pero no podría ser una amnesia psicógena?-- No podemos excluirlo –contestaba Gratarolo--; en el origen de su cuadro clínico puede haber tensiones imponderables. Pero usted ha visto el historial, las lesiones existen.

Abrí los ojos y dije buenos días. Había también dos mujeres y tres niños; no los había visto nunca, pero me imaginaba quiénes eran. Fue terrible porque, pase con tu mujer, pero con tus hijas, Dios mío, son sangre de tu sangre, y los nietos querían subirse a la cama, me cogían la mano y me decían hola abuelo, y yo nada de nada. Ni siquiera era niebla, era, cómo lo diría ¿O se dice Ataraxia? Igual que mirar animales en el zoo, habrían podido ser perfectamente monitos o jirafas. Es verdad que sonreía y pronunciaba palabras amables, pero dentro estaba vacío. Me venía a la boca la palabra sgurato, pero no sabía qué quería decir. Se lo pregunté a Paola; es un término piamontés, cuando lavas bien una cazuela y luego le pasas por dentro esa especie de estropajo de metal para que aparezca nueva, brillante brillante que más limpia imposible. Bueno, pues así de impoluto me sentía yo, sgurato. Gratarolo, Paola, las niñas me estaban metiendo en la cabeza miles de detalles sobre mi vida, pero era como si fueran judías secas; si movías la cazuela, las oía en el fondo pero seguían crudas, no se diluían en ningún caldo ni en ninguna crema, nada que me cosquilleara el gusto, nada que quisiera saborear otra vez. Me enteraba de cosas que me habían pasado a mí como si le hubieran sucedido a otro

19

Page 20: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Acariciaba a los niños y sentía su olor, sin poderlo definir, excepto que era muy tierno. Sólo se me ocurría que hay perfumes tan frescos como un cuerpo de niño. Y en efecto, mi cabeza no estaba vacía, en ella se arremolinaban memorias que no eran mías, la marquesa salió a las cinco a mitad del camino de la vida, o fue Ernesto Sábato Sábado sabadote camisa nueva, allí donde Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a Rocco y a sus hermanos, daba las doce en el viejo reloj de la Catedral y fue entonces cuando vi el Péndulo, en ese ramal del lago de cómo duermen pájaros con largas alas, messieurs les anglais je me suis couché de bonne heure, qui estamos construyendo Italia no pisamos sobre mojado, tu quoque alea, oh hermanos de Italia mía el enemigo que huye va a helarte el corazón, y al arado que traza el surco puente de plata, Italia está hecha pero no se rinde, combatiremos a la sombra ocaso dorado colinas plateadas, en bosques y espesuras yo me lancé al río, y más la piedra dura fue a dar en la mar, la inconsciente azagaya bárbara a la que tendías la mano infantil, no pidas la palabra enloquecida de luz desde los Alpes hasta las Pirámides, se fue a la guerra y plantó su pica en Flandes, frescas te sean mis palabras en la tarde a docena a docena de fraile, pan tierra y libertad sobre las alas doradas, adiós montañas que salís de las aguas pero mi nombre es Lucía o Elisa o Teresa vida mía, quisiera Guido una llama de amor viva, pues conocí la trémula mano roja de las armas los amores, de la musique où marchent des colombes, vuélvete paloma por donde has venido, clara y dulce es la noche y el capitán soy capitán, me ilumino de plenitud, aunque hablar sea en vano los he visto en Pontida, septiembre vamos adonde florecen los limones, quién hubiera tan ventura del Pélida Aquiles, a la pálida luz de la luna de mis soledades vengo, en principio era la tierra y todo pasa y todo queda, Licht mehr Licht über alles, condesa, ¿qué será la vida? Amor y pedagogía. Nombres, nombres, nombres, Angelo Dall`Oca Bianca, lord Brummell, Píndaro, Flaubert, Disraeli, Remigio Zena, Juráseico, Fattori, Straparola y sus agradables veladas, la Pompadour, Smith and Wesson, Rosa Luxemburgo, Zeno Cosini , Palma el Viejo, Arqueopterix , Ciceruacchio, Mateo Marcos Lucas Juan, Pinocho, Justine, Maria Goretti, Tais puta con sus merdosas uñas,

20

Page 21: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Osteoporosis, Saint Honoré, Bacta Ecbatana Persépolis Susa Arbela, Alejandro y el nudo gordiano

La enciclopedia se me caía encima en hojas sueltas, y me entraban ganas de mover frenéticamente las manos como en medio de un enjambre de abejas. Y, mientras tanto, los niños decían abuelito, sabía que debía amarlos más que a mí mismo y no sabía a quién llamar Giangio, a quien Alessandro y a quién Luca. Sabía todo de Alejandro Magno, y nada del pequeñín mío

Dije que me sentía débil y que quería dormir. Se fueron, y yo lloraba. Las lágrimas son saladas. Así pues, todavía tenía sentimientos. Sí, pero frescos del día. Los del pasado ya no eran míos. Quién sabe, me preguntaba, si alguna vez he sido religioso: desde luego, fuera como fuese, había perdido el alma.

La mañana siguiente (estaba también Paola), Gratarolo hizo que me sentara ante una mesita y me enseñó una serie de cuadraditos de colores, muchísimos. Me daba uno y me preguntaba de qué color era. Din din don, zapatito marrón; din din don, dime un color: yo digo azulón y tú sal, picarón. Reconocí a tiro hecho los primeros cinco o seis colores, rojo, amarillo, verde, etcétera. Naturalmente dije que A noir, E blanc, I rouge, U vert, O Blue, voyelles, je dirais quelque tour vos naissances latentes, pero me di cuenta de que el poeta, o quien fuera que fuese, mentía ¿Qué quiere decir que A es negro? Más bien era como si descubriera los colores por primera vez: el rojo era muy risueño, rojo fuego, incluso demasiado fuerte. No, quizá era más el amarillo, como una luz que se me encendiera de golpe ante los ojos. El verde me daba una sensación de paz. El problema llegó con los demás cuadraditos. ¿Qué es esto? Verde, decía, pero Gratarolo insistía, qué tipo de verde, ¿en qué sentido es distinto de este otro? Y yo qué sé. Me explicaba Paola que uno era verde malva y el otro verde guisante. La malva es una hierba, respondía yo, y los guisantes, verduras que se comen, redondos, están dentro de una vaina larga con abultamientos, pero nunca había visto ni malvas ni guisantes. No se preocupe, decía Gratarolo, en inglés hay más de tres

21

Page 22: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

mil términos para los colores, pero la gente, como mucho, sabe nombrar ocho; de media solemos reconocer los colores del arco iris, rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y violeta, pero ya entre añil y violeta la gente no distingue bien. Se requiere mucha experiencia para saber discriminar y nombrar los matices, y un pintor lo hace mejor pues…pues que un taxista, que con reconocer los colores del semáforo ya tiene bastante,

Gratarolo me dio papel y pluma. Escriba, me dijo « ¿Qué diablos tengo que escribir?», escribí, y me parecía que no había hecho nada más en mi vida, el rotulador era suave y se deslizaba bien por el papel.

-- Escriba lo que le pase por la cabeza, no se preocupe si no tiene la mente lúcida –dijo Gratarolo.

¿Mente? Escribí: amor que en la mente me razona, ardiente amor que mueve el sol y las demás estrellas, yo soy el que te espera en la estrellada noche, en una noche oscura salí sin ser notada, alma corazón y vida, vivo sin vivir en mí, a vivir que son dos días, durante algunos años fui diferente, ¿cómo era, Dios mío, cómo era? Dios me libre, alabado seas, Señor, por el hermano fuego, si fuera fuego quemaría el mundo, serán ceniza, más tendrá sentido, y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos, Mambrú se fue a la guerra, la guerra de las galaxias, contigo hasta el fin del mundo, la expedición de los Mil, las maravillas del año Dos Mil, es del poeta el fin la maravilla.

-- Escribe algo de tu vida –dijo Paola--. ¿Qué hacías cuando tenías veinte años?

Escribí: «Yo tenía veinte años. No permitiré que nadie diga que ésta es la edad más bella de la vida». El doctor me preguntó qué era lo primero que se me había ocurrido cuando me desperté. Escribí: « Al despertar Gregorio Samsa una mañana, encontrase en su cama convertido en un monstruoso insecto».

22

Page 23: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Quizás baste por hoy, doctor –dijo Paola--. No deje que se dedique demasiado a estas cadenas asociativas; si no se nos volverá loco.-- Ah, ya, ¿es que ahora os parezco sano?

Casi de sopetón, Gratarolo me ordenó:

-- Y ahora firme, sin pensárselo dos veces, como si fuera un cheque.

Sin pensármelo dos veces. Tracé un «GBBodoni», con rúbrica final y un puntito redondo encima de la i

-- ¿Lo ve? Su cabeza no sabe quién es, pero su mano sí. Era de esperar. Hagamos otra prueba. Usted me ha hablado de Napoleón ¿Cómo era?-- No consigo evocar su imagen. Basta la palabra

Gratarolo le preguntó a Paola si sabía dibujar. Parece ser que no soy un artista aunque me las apaño para garabatear algo. Me pidió que le dibujara a Napoleón. Hice algo como esto:

-- No está mal –comentó Gratarolo--, ha dibujado su esquema mental de Napoleón, el tricornio, la mano en el chaleco. Ahora le voy a enseñar una serie de imágenes. Primera serie, obras de arte.

Reaccioné bien: la Gioconda, la Olimpia de Manet, esto es un Picasso o alguien que lo imita bien.

-- ¿Ve que los reconoce? Ahora pasemos a personajes contemporáneos.

23

Page 24: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Segunda serie de fotos, y también aquí, excepto alguna cara que no me decía nada, contesté de forma satisfactoria, Greta Garbo, Einstein Totò, Kennedy, Moravia, y a qué se dedicaban. Gratarolo me preguntó qué tenían en común. ¿Qué eran famosos? No, no es suficiente, hay otra cosa. Yo dudaba.

-- Es que todos están muertos –dijo Gratarolo-- ¿Cómo? ¿También Kennedy y Moravia?-- Moravia murió a finales del año pasado, Kennedy fue asesinado en Dallas en 1963-- vaya, lo siento-- Que no se acuerde usted de lo de Moravia es casi normal, murió hace poco, se ve que no tuvo tiempo de consolidar el acontecimiento en su memoria semántica. En cambio, no entiendo lo de Kennedy, que es un suceso antiguo, de enciclopedia-- Le afectó mucho lo de Kennedy –dijo Paola--. Quizás Kennedy haya ido a amalgamarse con sus recuerdos personales.

Gratarolo sacó otras fotos. En una había dos personas, y la primera era yo, sin duda, peinado y vestido como Dios manda, con la sonrisa irresistible de la que me había hablado Paola. También el otro tenía una cara simpática, pero no sabía quién era.

-- Es Gianni Laivelli, tu mejor amigo –dijo Paola--. Compañeros de pupitre desde primaria hasta la reválida.-- ¿Quiénes son éstos? –preguntó Gratarolo sacando otra imagen. Era una foto vieja, ella con un peinado años treinta, un vestido blanco púdicamente escotado, una nariz de garbancito pequeñito y tan chiquito tan chiquito, y él con una raya del pelo perfecta, quizá algo de brillantina, una nariz pronunciada, una sonrisa muy abierta. No los reconocí (¿artistas?, no, poco glamour y poca puesta en escena; recién casados, quizá), pero sentí como si se me cerrara la boca del estómago y –no sé cómo decirlo—un delicado deliquio.

Paola se dio cuenta.

24

Page 25: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Yambo, son tu padre y tu madre el día de su boda.-- ¿Están vivos? –pregunté-- No, murieron hace tiempo. En un accidente de coche.-- Usted se ha turbado mirando esta foto –me dijo Gratarolo--. Algunas imágenes despiertan algo en su interior. Éste es un camino.-- Pero qué camino, si ni siquiera soy capaz de sacar a papá y a mamá de ese maldito agujero negro –grité--. Vosotros me decís que estos dos eran mi madre y mi padre, y ahora lo sé pero es un recuerdo que me habéis dado vosotros. De ahora en adelante recordaré esta foto, no a ellos.-- Quién sabe cuántas veces, en estos últimos treinta años, usted se ha acordado de ellos porque seguía viendo esta foto. No piense en la memoria como en un almacén donde usted deposita los recuerdos y luego los saca del sombrero tal y como se fijaron la primera vez –dijo Gratarolo--. No quisiera ser demasiado técnico pero el recuerdo es la construcción de un nuevo patrón de excitación neuronal. Pongamos que en un determinado lugar haya tenido una experiencia desagradable. Después, cuando usted recuerda ese lugar, recupera el primer patrón de excitación neuronal, con un patrón de excitación parecido pero no igual al que originariamente respondió al estímulo. Por lo tanto, al recordar, experimentará una sensación de disgusto. En fin, recordar es reconstruir, también sobre la base de lo que hemos sabido o dicho al cabo del tiempo. Es normal, ésta es la forma en que nosotros recordamos. Se lo digo para estimularle a que recupere patrones de excitación, no para encontrar algo que ya está ahí, con esa frescura con la que usted cree que lo apartó la primera vez. La imagen de sus padres en esta foto es la que le hemos enseñado nosotros y la que vemos nosotros. Usted debe partir de esta foto para recomponer algo distinto, y sólo eso será su recuerdo. Recordar es un trabajo, no un lujo.-- Los tenaces y lúgubres recuerdos –recité, ese reguero de muerte que, con vivir, vamos dejando-- Recordar también es bonito –dijo Gratarolo--. Alguien ha dicho que el recuerdo actúa como una lente convergente en una cámara oscura: concentra todo, y la imagen que resulta es mucho más hermosa que la original.

25

Page 26: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Tengo ganas de fumar –dije-- Señal de que su organismo está recuperando su ritmo normal. Claro que, si no fuma, mejor. Y al volver a casa, alcohol con moderación, no más de una copa acompañando las comidas. Tiene problemas de tensión. Si no, mañana no le dejo salir.-- ¿Lo deja salir? –preguntó Paola un poco asustada.-- Es el momento de poner los puntos sobre las íes. Señora su marido, desde el punto de vista físico, me parece bastante autónomo. Si le damos de alta, no se nos va a caer por las escaleras. Si lo tenemos aquí, lo enervamos con un montón de tests, todos ellos experiencias artificiales, y ya sabemos qué resultados obtendremos. Creo que le sentará bien volver a su ambiente. A veces, lo que más ayuda es volver a sentir el sabor de una comida familiar, un olor, quién sabe qué. Al respecto, nos ha enseñado más la literatura que la neurología.

No es quisiera hacerme el sabiondo, pero vamos, si lo único que me quedaba era esa maldita memoria semántica, tenía que darme el gusto por lo menos de usarla:

-- La magdalena de Proust –dije--. El sabor de la infusión de tila y de la magdalena le sobresalta, siente un gozo violento. Y vuelve a aflorar la imagen de los domingos en Combray con la tía Léonie. La memoria de mi cuerpo anquilosada, memoria de los costados, de las rodillas, de los hombros, me ofrecía las imágenes ¿Y quién era ese otro? Nada obliga más a manifestarse a los recuerdos que los olores y la llama.-- Sabe usted de qué hablo. A veces también los científicos creen más en los escritores que en sus máquinas. Usted, señora, es del oficio, no es una neuróloga, pero es psicóloga. Le daré unos cuantos libros para que los lea usted, una serie de relaciones célebres de casos clínicos, y entenderá mejor cuáles son los problemas de su marido. Creo que estar junto a usted y a sus hijas, volver al trabajo, lo ayudará más que quedarse aquí. Basta con que pase a verme una vez a la semana y seguiremos sus progresos. Vuelva a casa señor

26

Page 27: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Bodoni. Ubíquese, mire a su alrededor, olisquee, lea los periódicos, vea la televisión, vaya en pos de imágenes.-- Lo intentaré, pero no recuerdo ni imágenes, ni olores, ni sabores. Recuerdo sólo palabras.-- A lo mejor no es así. Lleve un diario de sus reacciones. Trabajaremos con él.

Empecé el diario.

Al día siguiente hice las maletas. Bajé con Paola. Se ve que en el hospital había aire acondicionado, porque me di cuenta de repente, y sólo entonces, de qué es el calor del sol. La tibieza de un sol primaveral todavía inmaduro. Y la luz: tuve que entrecerrar los ojos. No se puede mirar fijamente al sol: Soleil, soleil, faute éclatante…

Una vez llegados al coche (jamás lo había visto), Paola me dijo que lo probara.

-- Subes, lo pones en punto muerto, y luego enciendes. Siempre en punto muerto, aceleras.

Como si nunca hubiera hecho otra cosa, sabía inmediatamente dónde poner las manos y los pies. Paola se sentó a mi lado y me dijo que metiera la primera, levantara el pie del embrague, apretara un poco el acelerador, para moverme sólo un metro o dos, y luego frenara y apagara el motor. Si lo hacía mal, al fin y al cabo, me daría contra alguna mata del jardín. Salió bien. Estaba muy orgulloso. Como desafío, hice también un metro marcha atrás. Luego bajé, dejé la conducción a Paola, y adelante.

-- ¿Qué? ¿Cómo te parece el mundo? – me preguntó Paola.-- No lo sé. Dicen que los gatos, cuando se caen de una ventana y se golpean la nariz, dejan de sentir los olores y, puesto que viven del olfato, ya no saben reconocer las cosas. Soy un gato que se ha golpeado la nariz. Veo cosas, entiendo qué son, es verdad, allí hay unas tiendas, aquí está pasando una bicicleta, mira unos árboles, pero

27

Page 28: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

no…es como si no los llevara puestos, como si estuviera intentando ponerme la chaqueta de otra persona.-- Un gato que intenta ponerse la chaqueta con la nariz. Debes de tener todavía las metáforas descabaladas. Habrá que decírselo a Gratarolo, pero se te pasará.

El coche avanzaba; yo miraba a mi alrededor, descubría los colores y las formas de una ciudad desconocida.

28

Page 29: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

2

EL CRUJIDO QUE HACEN LAS HOJAS

-- ¿Adónde vamos, Paola?-- A casa, a nuestra casa.-- ¿Y luego?-- Pues luego te das una buena ducha, te afeitas y te vistes decentemente; luego comemos, y luego…¿qué te gustaría hacer?.-- Es lo que no sé, precisamente. Recuerdo todo lo que pasó después del despertar, sé todo de Julio César, pero no consigo pensar en lo que viene después. Hasta esta mañana no me preocupaba del después. Si acaso del antes que no conseguía recordar. Pero ahora que vamos a …hacia algo, veo niebla también delante, no solo detrás. No, no es una niebla delante, es como si tuviera las piernas de goma y no pudiera caminar. Es como saltar.-- ¿Saltar?-- Sí, para saltar tienes que dar un bote hacia delante, pero para hacerlo tienes que tomar carrerilla, por lo que has de volver hacia atrás. Si no vas hacia atrás, no consigues ir hacia delante. En fin, que tengo la impresión de que para decir qué voy a hacer después debería tener muchas ideas sobre lo que hacía antes. Uno se prepara para hacer algo con el propósito de cambiar lo que había antes. Si me dices que me tengo que afeitar, sé por qué tengo que hacerlo, me paso la mano por la barbilla, noto que raspa, tengo que quitarme estos pelos. Lo mismo si me dices que tengo que comer; me acuerdo de que la última vez que comí fue ayer por la noche, sopa, jamón y peras en compota. Ahora bien, una cosa es decir que me afeito o que como, y otra es decir qué haré después, a la larga, me refiero. No entiendo qué quiere decir a la larga, porque me falta ese a la larga que había antes. No sé si me explico.-- Me estás diciendo que ya no vives en el tiempo. Nosotros somos el tiempo en que vivimos. Te gustaban mucho las páginas de san Agustín sobre el tiempo. Siempre has dicho que fue el hombre más inteligente que haya vivido nunca. Nos enseña muchas cosas

29

Page 30: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

también a los psicólogos de hoy en día. Vivimos en los tres momentos de la expectación, de la atención y de la memoria, y el uno no puede prescindir del otro. No consigues proyectarte hacia el futuro porque has perdido tu pasado. Y saber lo que hizo Julio César no te sirve para saber qué es lo que tendrás que hacer tú.

Paola vio que se me ponía rígida la mandíbula. Cambió de discurso:

-- ¿Reconoces Milán?-- No la he visto nunca –Pero llegamos a un ensanche dije--: Castillo Sforzesco. Y luego está el Duomo. Y el Cenáculo, y la pinacoteca de Brera -- ¿Y en Venecia?-- En Venecia están el Canal Grande, y el puente de Rialto y San Marcos y las góndolas. Sé todo lo que está escrito en las guías. A lo mejor en Venecia no he estado nunca mientras que vivo en Milán desde hace treinta años, pero para mí Milán es como Venecia. O como Viena: Kinsthistorisches Museum, el tercer hombre, Harry Lime que en la noria del Prater dice que los suizos inventaron el reloj de cuco. Mentía; el reloj de cuco es bávaro.

Entramos en casa. Un piso bonito, con balcones que dan al parque. Veo de verdad un mar de árboles. La naturaleza es tan bella como dicen. Muebles antiguos; evidentemente soy una persona acomodada. No sé cómo moverme, dónde está la sala, dónde la cocina. Paola me presenta a Anita, la peruana que nos ayuda en casa. La pobre no sabe si tratarme como a uno de la familia o saludarme como a una visita, no para quieta, me enseña la puerta del baño, sigue diciendo:

-- Pobrecito el señor Yambo, ay jesusmaríayjosé, aquí están las toallas limpias, señor Yambo.

Tras la agitación de la salida del hospital, el primer contacto con el sol, el trayecto en coche, me sentía sudado. Quise oler mis axilas: el olor de mi sudor no me molestó, no creo que fuera muy fuerte pero

30

Page 31: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

me hacía sentirme vivo. Tres días de volver a París, Napoleón mandaba un mensaje a Josefina diciéndole que no se lavara. ¿Me he lavado alguna vez antes de hacer el amor? No me atreveré a preguntárselo a Paola y, quién sabe, a lo mejor con ella sí y con otras no, o al revés. Me dí una buena ducha, me enjaboné la cara y me afeité despacio, había una loción con un perfume ligero y fresco, me peiné. Ya tenía un aire más de persona. Paola me llevó al guardarropa: evidentemente me gustan los pantalones de pana, chaquetas un poco ásperas, corbatas de lana con colores pálidos (¿malva, guisante, esmeralda? Los nombres los sé, pero todavía no consigo aplicarlos), camisas de cuadros. Me parece que también tengo un traje oscuro para bodas y funerales.

-- Estás tan guapo como antes –dijo Paola cuando me puse de sport.

Me hizo pasar por un largo pasillo recubierto de estanterías llenas de libros. Yo miraba los lomos y reconocía la mayoría. Quiero decir, reconocía los títulos, Los novios, Orlando furioso, El guardián entre el centeno. Por primera vez tenía la impresión de que me hallaba en el lugar donde me sentía a gusto. Saqué un volumen, pero antes de mirar la cubierta lo cogí por el lomo con la mano derecha y con el pulgar de la izquierda hice pasar rápidamente las páginas hacia atrás. Me gustaba el ruido, lo hice más de una vez, y le pregunté a Paola si no debería ver a un futbolista pegándole una patada a un balón. Paola se rió, parece ser que ésos eran unos libros que circulaban en nuestra infancia, una especie de cine para pobres, el futbolista cambiaba de posición en cada página y, al pasarlas deprisa, lo veíamos moverse. Me aseguré de que todos lo supieran: quería decir, exactamente, que no era un recuerdo, era sólo una noción.

El libro era Papá Goriot, Balzac. Sin abrirlo dije:

-- Papá Goriot se sacrificaba por las hijas, una se llamaba Delfina, me parece; entran en escena Vautrin, alias Collin, y el ambicioso Rastignac, París, ahora nos toca a nosotros. ¿Leía mucho?

31

Page 32: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Eres un lector incansable. Con una memoria de hierro. Sabes un montón de poesías de memoria.-- ¿Escribía?-- Nada tuyo. Soy un genio estéril, decías; en este mundo o se lee o se escribe, los escritores escriben por desprecio hacia los colegas, para tener de vez en cuando algo bueno que leer.-- Tengo muchos libros. Perdona tenemos-- Aquí hay cinco mil. Y siempre aparece el tonto de turno que entra y dice cuántos libros tiene usted, ¿los ha leído todos?-- ¿Y yo?, ¿qué contesto?-- Sueles contestar: ninguno, si no, para qué los tendría aquí, ¿acaso guarda usted las latas de carne tras haberlas vaciado? Los cincuenta mil que ya he leído se los he regalado a las cárceles y a los hospitales. Y el tonto se queda cortado.-- Veo muchos libros extranjeros. Creo que sé alguna lengua.-- Los versos me salieron solos--: Le brouillard indolent de l`automne est èpars…Unreal City, / Ander the Brown fog of a winter dawn,/ a croad flowed over London Bridge, so many/ I had not thought death bad undone so many… Spätherbstnebel, kalte Träume,/ überfloren Berg und Tal,/ Sturm entblättert schon die Bäume, / und sie schaun gespensting kabl…Mas el doctor no sabía—acabé—que hoy es siempre todavía

-- Que curioso, de cuatro poesías, tres hablan de la niebla-- Ya lo sabes, me siento en la niebla. Sólo que no consigo verla. Sé cómo la han visto los demás: Se ilumina en un recodo un sol efímero, un manojo de mimosas en la blanquísima niebla-- Tú te sentías fascinado por la niebla. Decías que habías nacido en ella. Y desde hace años, cuando te topabas con una descripción de la niebla en algún libro, te la apuntabas al margen. Luego poco a poco empezaste a hacer que te fotocopiaran la página en la librería. Creo que allí encontrarás tu dossier sobre la niebla. Mira, ten confianza, espera y la niebla volverá. Aunque no es la niebla de antaño. En Milán hay demasiada luz, demasiados escaparates iluminados incluso de noche, la niebla se desliza a lo largo de las paredes

32

Page 33: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

--La niebla amarilla que se restriega el lomo en los cristales de las ventanas, el humo amarillo que se restriega el hocico en los cristales de las ventanas, metió la lengua lamiendo los rincones del atardecer, se demoró en los charcos quietos sobre los sumideros, dejó que le cayera en el lomo el hollín que cae de las chimeneas, se enroscó una vez en torno a la casa y se quedó dormido.-- Ésta me la sabía yo también. Te quejabas de que ya no existían las nieblas de tu infancia.-- Mi infancia ¿Hay algún lugar donde guarde los libros de cuando era pequeño?-- Aquí no. Estarán en Solara, en la casa de campo

Me enteré entonces de la historia de la casa de Solara, y de mi familia. Nací allí, por equivocación, durante las vacaciones de Navidad de 1931. Como el Niño Jesús. Mis abuelos maternos murieron antes de que yo naciera; mi abuela paterna cuando yo tenía cinco años. Quedaba el padre de mi padre, y nosotros éramos lo único que él tenía. El abuelo era un personaje extraño. En la ciudad donde nací, tenía una tienda, casi un almacén de libros viejos. No trataba libros antiguos o de valor, como yo, sólo libros usados, y muchas cosas decimonónicas. Además, le gustaba viajar, y a menudo se iba al extranjero. Por aquel entonces ir al extranjero significaba ir a Lugano, como mucho a París o a Munich. Y allí se hacía con cosas de los puestos callejeros, no sólo libros, sino también carteles de cine, cromos, postales, revistas viejas. Entonces no había todos esos coleccionistas de nostalgias como hoy, decía Paola, pero tenía algún parroquiano asiduo, o tal vez reunía lo que encontraba por puro antojo. No ganaba mucho pero se divertía. Además, en los años veinte había heredado de un tío abuelo suyo la casa de Solara. Una casa inmensa, si la vieras, Yambo, sólo los desvanes parecen las cuevas de Postumia. Había mucho terreno, lo daba en aparcería, y con eso el abuelo sacaba lo suficiente para vivir sin afanarse por vender demasiados libros.

Parece ser que allí pasé todos los veranos de mi infancia, y las vacaciones de Navidad y de Semana Santa, y muchas otras fiestas de

33

Page 34: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

guardar; y dos años seguidos entre el cuarenta y tres y el cuarenta y cinco, cuando en la ciudad empezaron los bombardeos. Y allí debían de estar todavía las cosas el abuelo, y mis libros del colegio y mis juguetes.

-- No sé dónde, porque era como si no quisieras volverlos a ver. Tu relación con esa casa siempre ha sido extravagante. El abuelo se murió de pena cuando tus padres se mataron en aquel accidente de coche, más o menos cuando estabas acabando el bachillerato…-- ¿A qué se dedicaban mis padres?-- Tu padre trabajaba en una empresa de exportaciones, al final había llegado a ser el director. Tu madre estaba en casa, como las señoras. Tu padre consiguió comprarse por fin un coche, un Lancia, imagínate, y sucedió lo que sucedió. Nunca has sido muy explícito sobre ese asunto. Ibas a matricularte en la universidad, y tú y tu hermana Ada perdisteis de un golpe a toda vuestra familia.-- ¿Tengo una hermana?-- Más joven que tú. De ella se encargaron tus tíos, el hermano y la cuñada de tu madre, que se habían convertido en vuestros tutores legales. Pero Ada se casó pronto, a los dieciocho años, con uno que enseguida se la llevó a vivir a Australia. Os veis poco, pasa por Italia muy de vez en cuando. Los tíos vendieron vuestra casa de la ciudad y casi toda la tierra de Solara,. Con lo que sacaron pudieron costearte la universidad, pero te independizaste de ellos casi enseguida, conseguiste una beca para el colegio mayor y te fuiste a vivir a Turín. Desde entonces, es como si te hubieras olvidado de Solara. Te obligué yo, cuando ya habían nacido Carla y Nicoletta, a que fuéramos en verano, el aire era sano para las niñas, me costó horrores arreglar el ala a la que solemos ir. Y no ibas a gusto. Las niñas lo adoran, es su infancia; también ahora intentan pasar el mayor tiempo posible, con los críos. Tú volvías allí por ellas, te quedabas dos o tres días, pero jamás ponías los pies en los que llamabas los santuarios: tu cuarto de cuando eras pequeño, el de los abuelos y el de tus padre, los desvanes. También es verdad que, con todas las habitaciones que hay, pueden vivir tres familias sin encontrarse nunca. Te dabas algún paseo por las colinas y luego siempre había algo urgente que te

34

Page 35: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

reclamaba en Milán. Es comprensible, la muerte de tus padres fue como si te partiera la vida en dos, antes y después; quizás la casa de Solara te evocaba un mundo que había desaparecido para siempre; cortaste por lo sano. Siempre he intentado respetar ese apuro tuyo, aunque a veces los celos me hayan hecho pensar que era una excusa para volver a Milán tú solo por otros asuntos. Glissons -- La sonrisa irresistible. Pero, ¿por qué te casaste con el hombre que ríe?-- Porque te reías bien, y me hacías reír. De pequeña no paraba de hablar de un compañero de colegio, que si Luigino por aquí que si Luigino por allá, cada día volvía a casa y contaba algo que había hecho Luigino. Mi madre sospechaba que había algo Más, porque un día me preguntó que por qué me gustaba tanto Luigino. Y yo le dije: porque con él me río.

Las experiencias se recuperan deprisa. He probado el sabor de algunas comidas; las del hospital me sabían todas igual. La mostaza con la carne de caldo te aguijonea, mientras que la carne se deshace en hebras y se te mete entre los dientes. Conocer (¿reconocer?) la acción del palillo. Poder hurgarse en los lóbulos frontales, quitar las escorias…Paola me ha dado a probar dos vinos, y del segundo he dicho que era incomparablemente mejor. Ni que lo digas, ha dicho ella, el primero es vino de cocina, como mucho sirve para preparar el estofado, el segundo es un Brunello. Bien, he dicho, mi cabeza estará a por uvas, pero el paladar funciona. Me he pasado la tarde dedicándome a tocarlo todo, a experimentar la presión de la mano en una copa de coñac, a observar cómo sube el café en la cafetera. He metido la lengua en dos clases de miel y en tres tipos de mermelada (prefiero la de albaricoque), he arrugado las cortinas del salón, exprimido un limón, hundido las manos en un paquete de harina de sémola. Luego Paola me ha llevado al parque a dar una vueltecita, he Acariciado la corteza de los árboles, he notado el crujido que hacen las hojas (¿del moral?) en la mano de quien las coge. Al pasar por una floristería en Largo Cairoli, Paola ha pedido que le preparan un ramo que parecía un arlequín, que el florista decía que cómo iba a componerle semejante engendro, y en casa he intentado distinguir el

35

Page 36: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

perfume de flores y plantas distintas. Y vio que todo era bueno, he dicho con alivio, Paola me ha preguntado si me sentía Dios, he contestado que citaba por citar, pero que sin duda era un Adán que descubría su jardín del Edén. Resulta que soy un Adán que aprende deprisa y, en efecto, en un estante he visto envases y cajas de detergentes y he entendido inmediatamente que no debía tocar el árbol del bien y del mal.

Después de cenar me senté en la sala de estar. Había una mecedora e instintivamente me dejé caer en ella.

-- Lo hacías siempre –dijo Paola--, y ahí te tomabas tu whisky vespertino. Creo que Gratarolo te lo concedería

Me trajo una botella, Laphroaig, y me serví una buena dosis, sin hielo. Dejé que el liquido girara en mi boca antes de tragármelo.

-- Exquisito, aunque sabe un poco a petróleo.

Paola estaba entusiasmada.

-- Fue después de la guerra, a principios de los cincuenta, cuando se empezó a beber whisky; bueno, quizás antes lo bebían los jerarcas fascistas en la playa de Ricchione, pero la gente normal no. Nosotros empezamos a beber whisky cuando teníamos veinte años, pocas veces, porque era caro,, pero era como un rito de paso, y nuestros viejos nos miraban y nos decían que cómo podíamos beber eso que sabía a petróleo.-- Mira que los sabores no me evocan ningún Combray.. -- Depende de los sabores Tú sigue viviendo, y descubrirás cuál es el que funciona.

En una mesita había una cajetilla de Gitanes, papier Mais. Encendí, aspiré golosamente, tosí. Le día unas caladas más y apagué

36

Page 37: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Me dejé mecer lentamente, hasta que me entró sueño. Me despertaron las campanadas de un reloj de péndola, y casi tiro el whisky. El reloj estaba detrás de mí, pero antes de que consiguiera identificarlo, las campanadas se habían acabado y dije:

-- Son las nueve –Luego, a Paola--: ¿Sabes qué me ha pasado? Estaba adormilado, la péndola me ha despertado. Los primeros toques no los he oído claramente, quiero decir que no los he contado. Pero en cuanto he decidido ponerme a contar me he dado cuenta de que ya había habido tres, y he podido contar cuatro, cinco, etcétera. He entendido que había podido decir cuatro y esperar al quinto, porque había habido uno, dos y tres, y de alguna manera lo sabía. Si el cuarto toque hubiera sido el primero del que hubiera tenido conciencia, habría creído que eran las seis. Creo que nuestra vida funciona así, sólo si miras atrás puedes anticipar lo que vendrá. Yo no puedo contar los toques de mi vida porque no sé cuántos ha habido antes. Por otra parte, me he adormilado porque la silla llevaba tiempo meciéndose. Y me he quedado dormido en un determinado momento, porque ha habido momentos previos, y porque me dejaba llevar esperando el momento sucesivo. Pero si no hubieran existido los primeros momentos para llevarme a la disposición apropiada, si hubiera empezado a mecerme en un momento cualquiera, no habría esperado lo que debía venir. Me habría quedado despierto. También para dormirse hay que recordar ¿o no?-- Es el efecto bola de nieve. El alud baja hacia el valle, cada vez más deprisa porque,, poco a poco, va creciendo y arrastra consigo el peso de lo que era antes. De otro modo, no hay alud, sigue siendo una pequeña bola de nieve que no desciende nunca.-- Ayer por la noche…en el hospital, me aburría y me puse a canturrear una cancioncilla. Me salía sola, como lavarse los dientes…Intenté entender por qué la sabía. Empecé a cantarla otra vez pero, si pensaba en ella, la canción ya no me salía sola y me paré en una nota. La sostuve un poco, por lo menos cinco segundos, como si fuera una sirena o una cantinela. Pues bien, después no conseguía continuar, y no lo conseguía porque había perdido lo que iba antes. Eso es; yo soy así. Me he quedado parado en una nota larga, como si

37

Page 38: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

un disco se quedara atascado. Y como no puedo recordar las notas del principio, no consigo acabar la canción. Me pregunto qué es lo que debería acabar, y por qué. Mientras cantaba sin pensármelo, yo era yo precisamente en la duración de mi memoria, que en ese caso era la memoria…cómo lo diría, de mi garganta, con los antes y los después que se fundían juntos, y yo era la canción completa, y cada vez que la empezaba mis cuerdas vocales se preparaban ya para hacer vibrar los sonidos que tenían que seguir. Creo que es lo que hace un pianista, toca una nota y prepara ya los dedos para darle a la tecla que ha de seguir. Sin las primeras notas, no llegas a las últimas, desafinas, y puedes ir de las primeras a las últimas sólo si en tus adentros, de alguna manera, ya está la canción completa. Yo la canción completa ya no lo sé. Soy como madera que se está quemando. Se quema pero no tiene conciencia de cuando era un tronco intacto, no sabe siquiera que lo era ni cuándo empezó a arder, y tampoco podría saberlo. Así pues, se consume y eso es todo. Yo vivo en pura pérdida.-- No exageres con la filosofía –susurró Paola.-- No. Exageramos. ¿Dónde guardo las Confesiones de san Agustín?-- En esa librería están las enciclopedias, la Biblia, el Corán, Lao Tse y los libros de filosofía

Fui a buscar las Confesiones y busqué en el índice las páginas sobre la memoria. Debía de haberlas leído, porque estaban todas subrayadas. Ma heme ante los campos y anchos senos de la memoria, cuando estoy allí pido que se me presente lo que quiero y algunas cosas preséntanse al momento; pero otras hay que buscarlas más con Tiempo y como sacarlas de unos receptáculos abstrusos ..Todas esas cosas recibe la memoria, penetral amplio e infinito y no sé qué secretos e inefables senos suyos; en el aula inmensa de mi memoria se me ofrecen al punto el cielo y la tierra y el mar. Allí me encuentro conmigo mismo…Grande es la virtud de la memoria y algo que me causa horror, Dios mío: multiplicidad infinita y profunda. Y esto es el alma y esto soy yo mismo…En los campos y antros e innumerables cavernas de mi memoria, llenas innumerablemente de géneros innumerables de cosas, por todas estas cosas discurro y

38

Page 39: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

vuelo de aquí para allá y penetro cuanto puedo, sin que dé con el fin en ninguna parte.

-- Mira, –dije--, tú me has contado de mi abuelo, de la casa de campo; todos intentáis devolverme noticias, pero, si las voy recogiendo de esta manera, para poblar de verdad estas cavernas debería emplear los sesenta años que he vivido hasta ahora completos. No, así no puede ser. Tengo que entrar en la caverna yo solo. Como Tom Sawyer.

No sé qué me contestaría Paola, porque seguía meciéndome en la silla y me volví a quedar dormido.

Creo que poco rato, porque oí que llamaban al timbre, y era Gianni Laivelli. Mi compañero de pupitre, éramos los dos dioscuros. Me abrazó como a un hermano, estaba conmovido, sabía ya cómo tratarme. No te preocupes, me dijo, sé yo más de tu vida que tú. Te la contaré de cabo a rabo. Le dije que no, gracias; de momento, Paola me había explicado nuestra historia. Juntos desde primaria hasta bachillerato. Yo luego me fui a estudiar a Turín, y él económicas a Milán. Pero, al parecer, no nos perdimos de vista, yo vendo libros antiguos, él ayuda a la gente a pagar los impuestos, o a no pagarlos; deberíamos habernos ido cada uno por nuestro lado y, en cambio, somos como una familia, sus dos nietos juegan con los míos, y las Navidades y la Nochevieja las pasamos siempre juntos.

No, gracias, eso había dicho, pero Gianni no podía quedarse callado. Y, como él recordaba, parecía no entender que yo no recordara. Te acuerdas, decía, del día que llevamos un ratón a clase para asustar a la señorita de matemáticas, y cuando fuimos de excursión a Asti para ver aquella obra de Alfieri y a la vuelta supimos lo de la tragedia de Superga, con todo el equipo del Turín dentro, y aquella vez que…

-- No, no me acuerdo, Gianni, pero me lo cuentas tan bien que es como su me acordara. ¿Quién era el más empollón de los dos?

39

Page 40: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Naturalmente, tú en italiano y filosofía, y yo en matemáticas, ya ves cómo hemos acabado.-- Ah, ya. Paola, ¿qué carrera tengo?-- Filosofía y letras, con una memoria sobre la Hypnerotomachia Poliphili. Ilegible, por lo menos para mí. Luego fuiste a especializarte en historia del libro antiguo a Alemania. Decías que con el nombre que te habían endilgado no podías hacer otra cosa, y además tenías el ejemplo del abuelo, toda una vida entre cartapacios. A la vuelta montaste la librería anticuaria; al principio era un cuartito, con el poco capital que te había quedado. Luego te fue bien.-- ¿Pero tú sabes que vendes libros que cuestan más que un Porsche? –decía Gianni--. Son magníficos, cogerlos y saber que tienen quinientos años, y el papel sigue haciendo crac crac entre los dedos como si acabaran de salir de la prensa…-- Calma, calma –decía Paola--, del trabajo empezaremos a hablar los próximos días. Ahora dejemos que tome confianza con la casa. ¿Un whisky con sabor a petróleo?-- ¿Petróleo?-- Es una historia entre Yambo y yo, Gianni. Estamos empezando a tener secretos otra vez.

Cuando acompañé a Gianni a la puerta, me cogió por el brazo y me susurró con tono cómplice:

-- Así es que todavía no has vuelto a ver a la guapa Sibilla…¿Sibilla? ¿Quién? Ayer vinieron Carla y Nicoletta con toda la familia, también sus maridos. Simpáticos. Pasé la tarde con los niños. Son tiernos, empiezo a tomarles cariño. Pero es una situación apurada, hubo un momento en que me di cuenta de que los estaba besuqueando, me los estrechaba entre los brazos, olía su olor a limpio, a leche y a polvos de talco, y me pregunté qué hacia yo con esos niños desconocidos. ¿No seré un pedófilo? Los mantuve a cierta distancia, jugamos juntos, me pidieron que hiciera de oso, qué diantre hace un abuelo oso, luego me puse a gatas haciendo Wharf roarr roarr, y ellos me

40

Page 41: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

saltaban encima. Calma, tengo una cierta edad, me duele la espalda. Luca me hizo pam pam con una pistola de agua, y pensé que lo más prudente era morir, patas arriba. Corrí el riesgo de que me diera el lumbago, pero fue todo un éxito. Todavía estoy débil y al levantarme estaba mareado. No debes hacerlo, me dijo Nicoletta, ya sabes que tienes hipotensión ortostática. Luego se corrigió:

-- Perdona, es que ya no lo sabes. Bueno, pues ahora lo vuelves a saber.

Nuevo capítulo para mi vida escrita por éste. Mejor dicho, por ésos.

Sigo viviendo de enciclopedia. Hablo como si estuviera de espaldas a la pared y no pudiera volverme de ninguna manera a mirar hacia atrás. Mis memorias tienen la profundidad de unas pocas semanas. Las de los demás se extienden siglos y siglos. Hace unas noches, probé un licor de nueces. Dije: «Característico olor a almendras amargas»

En el parque vi a dos policías a caballo «Mi reino, mi reino por un caballo».

Me di un golpe en la mano contra el borde de algo y mientras me lamía el pequeño rasguño intentando saborear el gusto de mi sangre, dije: « A menudo he hallado el mal de vivir»

Cayó un aguacero y cuando acabó me alborocé: «Pasó ya la tormenta»

Suelo acostarme pronto y comento: «Longtemps je me suis couché de bonne heure»

Me las arreglo con los semáforos, pero el otro día iba a cruzar la calle en un punto que parecía tranquilo, y Paola me sujetó de un brazo justo a tiempo porque venía un coche.

41

Page 42: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Pero si he calculado la distancia –dije--, pasaba perfectamente-- Que no, que no pasabas; iba deprisa.-- Venga, no soy un pavo –reaccioné--. Sé perfectamente que los coches atropellan a los peatones, y también a las gallinas; para evitarlas tienes que frenar y sale un humo negro, que luego te tienes que bajar para volver a poner en marcha el coche con la manivela. Dos hombres con un gabán y grandes gafas negras, y yo con las orejas que me llegan hasta el cielo-- ¿De dónde he sacado esa imagen?

Paola me miró.

-- Yambo, ¿tú sabes a qué velocidad máxima puede llegar un coche?-- Bueno –dije-. Puede alcanzar las ochenta por hora…

Parece, en cambio, que van mucho más deprisa. Se ve que conservo sólo las nociones de cuando me saqué el carné de conducir.

Estoy sorprendido porque al cruzar Largo Cairoli me encuentro cada dos pasos con un negro que quiere venderme un encendedor. Paola me llevó a dar una vuelta por el parque (monto en bicicleta sin problemas) y me sorprendió ver alrededor de un laguito a muchos negros tocando el tambor

-- Pero dónde estamos? –dije-- ¿En Nueva York? ¿Desde cuándo hay tantos negros en Milán?-- Desde hace tiempo –contestó Paola--. Pero ahora ya no se les llama negros, sino personas de color.-- ¿Y cuál es la diferencia? Venden encendedores, vienen aquí a tocar el tambor porque no debe de llegarles ni para ir al bar, o lo que pasa es que en los bares ni los quieren; lo que es, que estas personas de color lo tienen muy negro.-- Venga, ahora se les llama así. Lo hacías tú también

Paola ha notado que cuando intento hablar en inglés cometo errores, y no los cometo cuando hablo alemán o francés.

42

Page 43: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Me parece obvio – dice--; el francés debiste de absorberlo de pequeño y se te ha quedado en la lengua como la bicicleta en las piernas; el alemán lo estudiarías en los manuales cuando hacías la carrera, y tú de los manuales te lo sabes todo. En cambio, el inglés lo aprendiste viajando, más tarde; forma parte de tus experiencias personales de los últimos treinta años, y se te ha quedado pegado a la lengua sólo en parte.

Todavía me siento, consigo concentrarme en algo una media hora, una hora como mucho, luego voy a tumbarme un poco. Paola me lleva todos los días a la farmacia para controlarme la tensión. Hay que prestar atención al régimen: poca sal.

Me ha dado por ver la televisión, es lo que menos me cansa. Veo a unos señores desconocidos que son el presidente del consejo de ministros y el ministro de Asuntos Exteriores, el rey de España (¿no estaba Franco?), ex terroristas (¿terroristas?) arrepentidos y no entiendo bien de qué hablan, pero aprendo un montón de cosas. De Aldo Moro me acuerdo, las convergencias paralelas, pero, ¿quién lo mató? ¿No lo secuestraría un anarquista cuando iba en avión a Ustica y accidentalmente se cayó encima del Banco de la Agricultura? Algunos cantantes se ponen unos aretes en los lóbulos de las orejas. Y son varones. Me gustan las historias por entregas con tragedias familiares en Texas, las viejas de John Wayne. Las de acción me molestan, porque hay ametralladoras que con una ráfaga te machacan todo un cuarto, hacen que se vuelque un coche que explota, uno en camiseta da un puñetazo y el otro va y se estampa contra una luna que se hace añicos y cae en picado al mar, todo junto, cuarto, coche, cristalera, en pocos segundos. Demasiados rápidos, me bailan los ojos ¿Y por qué tanto ruido?

La otra noche Paola me llevó a un restaurante.

-- No te preocupes, te conocen, tú pide lo de siempre.

43

Page 44: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Grandes honores, cómo está el señor Bodoni, hace tiempo que no le veíamos por aquí, qué le apetece tomar esta noche. Lo de siempre. El señor sí que es un entendido, canturreaba el dueño. Espaguetis con almejas, pescado a la plancha, Sauvignon y tarta de manzana.

Paola tuvo que intervenir para impedirme que repitiera el pescado a la plancha.

-- ¿Por qué, si me gusta? –pregunté--. Nos lo podemos permitir, me parece; no cuesta un dineral.

Paola me miró como pensando en otra cosa y acto seguido, cogiéndome la mano, me dijo:

-- Mira, Yambo, tú has conservado todos tus automatismos, sabes perfectamente cómo sujetar un cuchillo y un tenedor o cómo servirte el vino. Pero hay algo que adquirimos por experiencia personal, a medida que nos hacemos adultos. Un niño quiere comer todo lo que le gusta, aunque le entre dolor de barriga. Su madre le explica que poco a poco tiene que ir controlando sus impulsos, tal y como debe hacer con las ganas de hacer pis. Y así el niño, que si por él fuera seguiría haciéndose caca en los pañales y comería tal cantidad de chocolate que iría a parar a urgencias, aprende a reconocer el momento en que, aunque no se sienta lleno, tiene que dejar de comer. Al hacernos adultos aprendemos a pararnos, por ejemplo, después del segundo o del tercer vaso de vino, porque sabemos que aquella vez que nos bebimos una botella entera luego no conseguimos dormir. Así pues, debes aprender de nuevo a establecer una relación correcta con la comida. Razonas bien y lo aprenderás en pocos días. De todas maneras basta ya con lo de repetir.-- Naturalmente un calvados –concluyó el dueño al traer la tarta. Esperé una señal de asentimiento de Paola y repuse:

-- Calva sans dire.

44

Page 45: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Se ve que el tipo conocía ya mi juego de palabras, porque repitió: «Calva sans dire». Paola me preguntó qué me recordaba el calvados, le contesté que estaba rico pero que no podía ir más allá.

-- Y eso que te intoxicaste en aquel viaje a Normandía…Bueno, no pienses en ello. De todas formas, lo de siempre es una buena fórmula, hay un montón de sitios aquí cerca donde puedes entrar y decir lo de siempre, así te sentirás a gusto.

A estas alturas, está claro que te las arreglas con los semáforos –dijo Paola--, y has aprendido lo deprisa que van los coches. Tienes que intentar darte una vuelta tú solo, alrededor del Castillo y luego por Largo Cairoli. Hay una heladería en la esquina, te encanta el helado y viven casi a tu costa. Prueba con lo de siempre.

No he tenido ni que decir lo de siempre, el heladero me ha llenado enseguida el cucurucho de stracciatella, aquí tiene, lo de siempre, don Gianbattista. Sí que me gustaba la stracciatella, la verdad es que tenía razón, está riquísima. Es agradable descubrir la stracciatella a los sesenta años, ¿cómo era el chiste ese de Gianni sobre el Alzheimer? Lo bueno es que cada día conoces a un montón de gente nueva…

Gente nueva. Acababa de terminarme el helado, sin comerme del todo el cucurucho y tirando la última parte (¿por qué? Paola, en casa, me ha explicado que era una vieja manía, desde pequeño mi madre me había enseñado que no había que comerse la punta porque es la que el heladero sujeta con sus manos poco limpias, cosas de antaño, cuando los helados los vendías con el carrito), cuando he visto que se me acercaba una mujer. Elegante, quizá de unos cuarenta, una cara un poco desvergonzada, me ha venido a la cabeza la Dama con Armiño. Ya desde lejos me ha sonreído y me he preparado, una hermosa sonrisa también yo, porque Paola dice que mi sonrisa es irresistible.

Ha venido hacia mí, cogiéndome por los dos brazos.

45

Page 46: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- ¡Yambo, qué sorpresa!

Debe de haber captado algo vago en mi mirada, la sonrisa no es suficiente.

-- Yambo, no me reconoces, ¿es que he envejecido tanto? Vanna, Vanna…-- ¡Vanna! Cada día estás más guapa. Es que acabo de estar en el oculista y me ha puesto algo en los ojos para dilatar la pupila, y tendré la vista borrosa durante unas horas. ¿Cómo estás, mi dama con armiño?

Debía de habérselo dicho ya, porque he tenido la impresión de que se le humedecías los ojos.

-- Yambo, Yambo –me ha susurrado acariciándome la cara. Sentía su perfume--. Yambo, nos hemos perdido. Siempre he querido volverte a ver para decirte que puede que fuera breve quizá fue culpa mí, pero para mí serás siempre un recuerdo dulcísimo. Fue…bonito.-- Más que bonito –he dicho con cierto sentimiento, y el aire de quien está evocando el jardín de las delicias. Soberbia interpretación. Me ha besado en la mejilla, me ha susurrado que su número seguía siendo el mismo y se ha ido. Vanna. Evidentemente una tentación a la que no había sabido resistir. ¡Qué sinvergüenzas son los hombres! Con De Sica. Maldita sea, ¿dónde está el gusto de haber tenido una aventura si luego no puedes, no digo ya contársela a los amigos, sino ni siquiera saborearla de vez en cuando, en las noches de tormenta cuando estás tan calentito debajo de las mantas?

Desde la primera noche, bajo las mantas, Paola me dormía acariciándome la cabeza, me gustaba sentirla cerca. ¿Era deseo? Por fin, superé el pudor y le pregunté si todavía hacíamos el amor.

-- Con moderación, más que nada por costumbre –me dijo- ¿Es que te apetece?

46

Page 47: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- No lo sé, ya sabes que todavía tengo pocos apetitos. Pero me pregunto si…-- No te lo preguntes, intenta dormir. Todavía estás débil. Además, no quisiera bajo ningún concepto que hicieras el amor con una mujer que acabas de conocer.-- Aventura en el Orient Express -- Horror, no estamos en una novela de Dekobra

47

Page 48: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

3

ALGUIEN TAL VEZ TE GOZARÁ

Sé moverme fuera de casa, también he aprendido a quedar bien con los que me saludan: mides tu sonrisa, tus gestos de sorpresa, de alegría o de cortesía observando las sonrisas, los gestos y la cortesía de los demás. Lo he aprobado con los vecinos, en el ascensor. Lo cual demuestra que la vida social es pura ficción, como le he comunicado a Carla mientras se congratulaba conmigo. Dice que esta historia me vuelve cínico. A la fuerza, si no empiezas a pensar que todo es una comedia, te pegas un tiro.

Pues bien, me ha dicho Paola, es hora de que vayas a la librería. Tú solo, te ves con Sibilla y ves qué te inspira tu lugar de trabajo. Me ha vuelto a la cabeza ese susurro de Gianni sobre la guapa Sibilla.

-- ¿Quién es Sibilla?-- Tu ayudante, tu factótum, es buenísima y ha sacado adelante la librería estas semanas; hoy la he llamado y estaba muy orgullosa por no sé qué excelente trato que había cerrado Sibilla; no me preguntes el apellido porque nadie lo sabe pronunciar. Una chica polaca. Se estaba especializando en Varsovia en biblioteconomía, y cuando allá el régimen empezó a resquebrajarse, aún antes de la caída del muro de Berlín, consiguió obtener un permiso para un viaje de estudios a Roma. Es mona, demasiado incluso, y debe de haber descubierto cómo conmover a algún capitoste. El caso es que una vez aquí ya no se volvió y se buscó un trabajo. Te encontró a ti, o tú la encontraste a ella, y hace ya casi cuatro años que te ayuda. Hoy te está esperando, sabe lo que te ha pasado y cómo debe proceder.

Me ha dado la dirección y el número de teléfono de la librería, después de Largo Cairoli tomas Vía Dante y antes de la Logia de los Mercaderes – que es una logia, se ve a simple vista—giras a la izquierda y has llegado

48

Page 49: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Si tienes algún problema entras en un bar y la llamas o me llamas, mandaremos un equipo de bomberos, pero no creo que se a necesario. Ah, tenlo presente, con Sibilla empezaste hablando en francés, cuando ella todavía no sabía el italiano y no habéis dejado de hablarlo. Un juego entre vosotros dos.

Mucha gente en Vía Dante, era bonito pasar junto a una serie de desconocidos sin estar obligado a reconocerlos, te da confianza, te hace sentir que también los demás están en tu actuación en un setenta por ciento. En el fondo, yo podría ser alguien que acaba de llegar a esta ciudad, se siente un poco solo pero se está ambientando. Con la excepción de que yo acabo de llegar a este planeta. Alguien me saludó desde la puerta de un bar, ninguna petición de agnición dramática, moví la mano en un gesto de saludo y todo fue bien.

Localicé la calle y la librería como un boy scout que gana la prueba de orientación: una plaquita sobria abajo, Studio Biblio, no debía de tener una gran fantasía, pero en el fondo suena serio. ¿Cómo iba a llamarlo, O Sole Mio? Llamé al timbre, subí, en el primer piso la puerta ya estaba abierta, y Sibilla en el dintel.

-- Bonjour Monsieur Yambo…pardon, Monsieur Bodoni…

Como si hubiera sido ella la que había perdido la memoria. Era francamente guapa. Pelo rubio liso y largo que enmarcaba el óvalo purísimo de su rostro. Ni sombra de maquillaje, quizá un atisbo apenas en los ojos. El único que se me ocurrió fue dulcísimo (uso estereotipos, ya lo sé, pero que sólo con ellos consigo moverme entre los demás). Llevaba unos vaqueros y una camiseta de esas con un letrero encima, Smile o algo por el estilo, que ponía de relieve, con pudor, dos pechos adolescentes.

Estábamos cohibidos los dos.

-- ¿Mademoiselle Sibilla? –pregunté-- Oui –contestó. Luego, rápidamente--: Ohui, houi. Entrez.

49

Page 50: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Como un hipo delicado. Emitía el primer oui de manera casi normal, luego el segundo como inspirando, con un breve golpe de glotis, y, por último, el tercero espirando de nuevo, con un imperceptible tono interrogativo. Todo ello hacía pensar en un apuro infantil y al mismo tiempo en una timidez sensual. Se apartó para dejarme pasar. Notaba su perfume educado.

Si hubiera tenido que decir cómo era una librería anticuaria, habría descrito algo muy parecido a lo que veía. Librerías de madera oscura, cargadas de volúmenes antiguos, y volúmenes antiguos también encima de la mesa cuadrada, maciza. Una mesita con un ordenador en un rincón. Dos mapas de colores a los lados de la ventana, de cristales opacos. La luz difusa, amplias lámparas verdes. Más allá de una puerta, un cuarto largo, me pareció un almacén para empaquetar y mandar libros.

-- ¿Así que es usted Sibilla? O quizás deba decir Mademoiselle algo, me han dicho que tiene usted un apellido impronunciable…-- Sibilla Jasnorzewska, sí, aquí en Italia plantea algunos problemas. Pero usted me ha llamado siempre Sibilla a secas.

La veía sonreír por primera vez. Le dije que quería ambientarme, quería ver los libros de mayor valor. Esa pared del fondo, me dijo, y se dirigió hacia allá para enseñarme el estante justo. Caminaba silenciosa acariciando el suelo con sus zapatillas de deporte. O quizá era la moqueta la que amortiguaba los. Se cierne sobre ti, virgen adolescente, una sombra sagrada, estuve a punto de decir en voz alta. En cambio, dije:

-- ¿Quién es?, ¿Cardarelli?-- ¿Qué? – preguntó volviendo la cabeza y haciendo ondear el pelo.-- Nada, nada –contesté--. Déjeme ver.Hermosos volúmenes con un sabor vetusto. No todos tenían un tejuelo en el lomo que indicara qué eran. Saqué uno. Instintivamente lo abrí para buscar una portada con el título y no la encontré.

50

Page 51: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Incunable, pues. Encuadernación del dieciséis en piel de cerdo gofrada en seco. –Pasaba las manos sobre los planos experimentando un placer táctil--. Ligeramente fatigado en las cabeceras. – Lo hojeé tocando las páginas con los dedos para ver si crujían como decía Gianni. Crujían--. Limpio y con todos sus márgenes. Ah, ligeras manchas de humedad marginales en los últimos pliegos, taladros en el último cuaderno, que no afectan al tacto. Hermoso ejemplar. –Fui al colofón, sabiendo que se llamaba así, y deletreé--: Venetiis mense Septembri… mil cuatrocientos noventa y siete. Vaya, si podría ser…--Volví a la primera página--: Iamblichus de mysteriis Aegyptiorum--. Es la primera edición del Jámblico de Ficino, ¿no?.—Es la primera…Monsieur Bodoni ¿La reconoce?-- No, no reconozco nada, es algo que tiene usted que aprender, Sibilla. Sencillamente sé que el primer Jámblico traducido por Ficino es un mil cuatrocientos noventa y siete.-- Perdóneme, tengo que acostumbrarme. Es que usted estaba muy orgulloso de este ejemplar, verdaderamente espléndido. Y dijo usted que por ahora no lo pusiéramos a la venta, hay muy pocos en circulación, dejemos que salga en alguna subasta o en algún catálogo americano, que ellos son buenos para hacer que suban los precios, ya luego pondríamos el nuestro en el catálogo.-- Soy un sagaz mercader, pues.-- Yo decía que era una excusa, que quería quedárselo usted para mirarlo de vez en cuando. Pero, puesto que había decidido sacrificar el Ortelius, le doy una buena noticia.-- Ortelius, ¿cuál?-- La edición de Plantino, de 1606, 166 láminas en color con el Parergon. Encuadernación de la época. Estaba usted tan contento de haberla descubierto al comprar por una suma casi ridícula la biblioteca completa del comendador Gambi…Por fin se había decidido usted a ponerla en el catálogo. Y mientras usted…mientras usted no se encontraba bien, he conseguido vendérsela a un cliente, uno nuevo, no me parecía un bibliófilo de verdad, más bien uno de esos que compran para invertir porque les han dicho que ahora los libros antiguos suben deprisa.-- Una pena, un ejemplar desaprovechado. Y…¿a cuánto?

51

Page 52: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Parecía asustada de decir la cifra, cogió una ficha y me la pasó.

-- Habíamos puesto en el catálogo Precio a Petición y estaba usted dispuesto a tratar. Yo dije enseguida el precio máximo y el comprador ni siquiera pidió un descuento, firmó el cheque, y fuera. A tocateja.-- Estamos ya a estos niveles…--No tenía noción de los precios corrientes--. Enhorabuena, Sibilla, ¿a nosotros cuánto nos costó?-- Diría que nada. Es decir, con el resto de la biblioteca Gambi poco a poco vamos amortizando tranquilamente la cifra que pagamos por todo, al peso. Ya he llevado el cheque al banco. Y, puesto que en el catálogo no figura el precio, creo que si el señor Laivelli nos ayuda, desde el punto de vista fiscal salimos muy bien parados.-- ¿Así que soy uno de esos que defraudan a Hacienda?-- No, Monsieur Bodoni, usted hace lo que hacen sus colegas; en general, hay que pagarlo todo, pero con ciertas operaciones afortunadas es posible, cómo se dice, dejarse algo en el tintero. Es usted un contribuyente honrado en un noventa y cinco por ciento.-- Después de este negocio lo seré al cincuenta por ciento. He leído en algún sitio que un ciudadano debe pagar los impuestos hasta el último céntimo –Me pareció como humillada--. No, no lo piense más, de todas formas –le dije paternalmente--, hablo yo con Laivelli.

¿Paternalmente? Le dije de manera casi brusca:

-- Ahora déjeme ver un poco los demás libros –Se apartó y fue a sentarse ante el ordenador, silenciosa.

Miraba los libros, los hojeaba: una Divina Commedia de Bernardino Benali, 1491; un Liber Phisionomiae de Scott, 1477; un Quadripartito de Ptolomeo, 1484; un Calendarium del Regiomontano de 1482. Para los siglos sucesivos tampoco estaba lo que se dice desabastecido, ahí tenía una buena primera edición del Nuovo teatro de Zonca, y un Ramelli que era una maravilla…Conocía cada una de esas obras, como todo anticuario que conoce de memoria los grandes catálogos, pero no sabía que tenía un ejemplar

52

Page 53: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

¿Paternalmente? Sacaba los libros y los volvía a colocar en su sitio, pero en realidad pensaba en Sibilla. Gianni me había hecho aquella alusión, sin duda maliciosa, Paola no me había hablado de ella hasta el último momento, y había usado expresiones casi sarcásticas, aunque el tono era neutro, incluso demasiado mona, un juego entre vosotros dos, no lo había dicho con inquina, pero me había parecido que estaba a punto de soltar que era una mosquita muerta.

¿Puedo haber tenido una historia con Sibilla? La muchacha desorientada que llega del Este, curiosa de todo, se encuentra con un señor maduro –aunque cuando llegó yo tenía cuatro años menos--, siente su autoridad, en el fondo es el jefe, sabe mucho más que ella sobre los libros, ella aprende, está pendiente de sus labios, lo admira, él ha encontrado la alumna ideal, guapa, inteligente, con ese oui oui oui de hipo trémulo, empiezan a trabajar juntos, todos los días y todo el día, solos en este estudio, cómplices en muchas pequeñas y grandes trouvailles, un día se rozan en la puerta, es un instante y empieza una historia. Pero cómo, a mi edad, eres una niña, búscate un chico de tu edad, santo Dios, no me tomes en serio, y ella, no es la primera vez que siento algo parecido, Yambo. ¿Estaba resumiendo una película que todos conocen? Entonces continúa como las películas, o las novelas: Yambo te quiero pero no podría seguir mirando a tu mujer a la cara, tan encantadora y tan amable, tienes dos hijas y eres abuelo –gracias por recordarme que ya huelo a cadáver, no no digas eso eres el hombre más…más…más que he conocido nunca, los chicos de mi edad me dan risa, pero a lo mejor tienes razón, debo irme--, espera, podemos seguir siendo buenos amigos, basta con que sigamos viéndonos todos los días –pero es que no entiendes que precisamente si nos vemos todos los días nunca podremos ser amigos--, Sibilla, no me digas eso, razonemos un poco. Ella, un día, deja de venir a la librería, yo la llamo por teléfono y le digo que me mato, ella me dice que no sea infantil, tout passe, pero luego es ella la que vuelve, no ha podido resistir. Y así siguen, cuatro años. ¿O ya no siguen?

53

Page 54: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Parece que conozco todos los clichés pero no sé combinarlos de forma creíble. O tal vez estas historias son terribles y grandiosas porque todos los clichés se entremezclan de forma verosímil y ya no consigues separarlos. Claro que, cuando un cliché lo vives, es como si fuera la primera vez, y no sientes pudor.

¿Sería una historia verosímil? Estos días me parecía que ya no tenía deseos, pero, en cuanto la he visto, he aprendido qué es el deseo. Digo, con una que acabo de ver por primera vez. Imaginemos si la frecuentara, si la siguiera, si la viera deslizarse a mi alrededor como si caminara sobre las aguas. Naturalmente hablo por hablar; jamás empezaría, en el estado en el que me encuentro, una historia de este tipo, y además con Paola me portaría como un verdadero cerdo. Sibilla para mí es como la Virgen Inmaculada, ni siquiera con el pensamiento. Excelente ¿Y ella?

Ella podría estar todavía en plena historia, quizá quería saludarme con un tú o con mi nombre a secas, por suerte en francés se usa el vous incluso cuando uno se acuesta con una mujer, quizá quería saltarme al cuello, quién sabe cuánto habrá sufrido también ella estos días, y aquí llego yo, como un adonis, qué tal Mademoiselle Sibilla, le ruego que me deje mirar los libros, gracias, muy amable. Y Entiende que nunca podrá contarme la verdad. Quizá sea mejor así, esta vez encuentra novio. ¿Y yo?

Que yo no esté exactamente en mis cabales está escrito en mi historial clínico. ¿Con qué me estoy devanando los sesos? Con una chica guapa en la librería es obvio que Paola interprete el papel de la mujer celosa, es sólo un juego entre viejos cónyuges ¿Y Gianni? Gianni ha hablado de la guapa Sibilla, a lo mejor es él el que bebe los vientos por ella, pasa siempre por la librería con la excusa de los impuestos y se queda un rato fingiéndose hechizado por las páginas crujientes. Es Gianni, en una edad en la que también él huele a cadáver, el que intenta quitarme, el que me ha quitado a la mujer de mi vida. Y dale, ¿la mujer de mi vida?

54

Page 55: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Creí que conseguiría convivir con toda esta gente que no reconozco, pero éste es el escollo más duro, por lo menos desde que se me han metido en la cabeza estas fantasías seniles. Lo que me duele es que podría hacerle daño. Lo ves que…No, es natural que uno no quiera hacerle daño a su hija adoptiva. ¿Hija? ¿El otro día me sentía pedófilo y ahora descubro que soy incestuoso?

A fin de cuentas, santo Dios, ¿quién me ha dicho a mí que hayamos hecho el amor? Quizá se ha tratado sólo de un beso, una vez, quizá una atracción platónica, el uno entendía lo que la otra sentía y viceversa pero ninguno de los dos habló nunca de ello. Amantes tipo Mesa Redonda, hemos dormido durante cuatro años con la espalda en medio

Oh, tengo también una Stultifera navis; no me parece que sea la primera edición, y además no es un ejemplar muy bueno ¿Y este De proprietatibus rerum de Bartholomeus Anglicus? Anotado de arriba abajo, una pena que la encuadernación sea moderna tipo antiguo. Hablemos de negocios.

-- Sibilla, la Stultifera navis no es la primera edición, ¿verdad?-- Desgraciadamente no, Monsieur Bodoni, la nuestra es la de Olpe de 1497 la nuestra es igualmente de Olpe, Basilea, pero de 1494, y en alemán, Das Narren Shyff. La primera edición latina, como la nuestra, si mira el colofón, es de agosto, y en medio hay una de abril y otra de junio. Lo malo no es la fecha, sino el ejemplar, ya lo ve usted que no es muy apetecible. No digo que se trate de un ejemplar de estudio, pero es como para echar las campanas al vuelo.-- Cuántas cosas sabe, Sibilla, ¿qué haría yo sin usted?-- Me lo ha enseñado usted. Para poder dejar Varsovia me hice pasar por una grande savante, pero si no me llego a encontrar con usted seguiría siendo tan estúpida como cuando llegué

Admiración, devoción. ¿Está intentando decirme algo? Murmuro:

55

Page 56: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Les amoureux fervents et les savants austères…-- me anticipo--. Nada, nada, me ha venido a la mente una poesía. Sibilla, es mejor que nos aclaremos las ideas. Quizá con el paso del tiempo le pareceré casi normal, pero no lo soy. Todo lo que me sucedió antes, entiende, todo todo, es como si fuera una pizarra por la que han pasado un borrador. Soy de una inmaculada negrura, si me perdona la contradicción, usted debe comprenderme, sin desesperarse y…estar a mi lado.¿He hablado bien? Me parecía perfecto, podía entenderse en dos sentidos.

-- No se preocupe, Monsieur Bodoni, lo he entendido, yo estoy aquí y de aquí no me voy. Espero…

¿Eres de verdad una mosquita muerta? Dices que esperas a que me recupere, como es obvio que harían todos, ¿o dices que esperas a que me acuerde de nuevo de eso? Y si es así, ¿qué harás para recordármelo los próximos días? ¿O quieres con toda tu alma que recuerde, pero no harás nada, porque no eres una mosquita muerta, sino una mujer enamorada, y callas porque no quieres turbarme? Sufres, no lo demuestras porque eres el ser maravilloso que eres, pero te estás diciendo que ésta es la ocasión definitiva para sentar cabeza; tú, ¿y yo? Te sacrificas, no harás nada para hacer que recuerde, una tarde no intentarás tocarme la mano como por casualidad, para que yo saboreé mi magdalena, tú, que con el orgullo de todos los amantes sabes que los demás no tienen ese poder tuyo, ese ábrete Sésamo, para abrirme a los olores, y tú sólo tú con quererlo podrías; te bastaría acariciarme la mejilla con tu pelo, mientras te inclinas para darme una ficha. ¿O decir otra vez, casi por casualidad, esa frase trivial que me dijiste la primera vez, con la que hemos jugado en estos cuatro años, citándola como una fórmula mágica, esa cuyo significado y poder conocíamos sólo tú y yo, aislados en nuestro secreto? Tipo: Et mon bureau? Pero esto es Rimbaud

Intentemos por lo menos aclarar una cosa.

56

Page 57: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Mire Sibilla, quizá usted me llama Monsieur Bodoni por que es como si yo la acabara de conocer hoy mismo, pero a lo mejor, trabando juntos, empezamos a tutearnos, como sucede en estos casos ¿cómo me llamaba usted?

Se ha sonrojado, ha emitido una vez más ese modulado y tierno hipo:

-- Oui, oui, oui, en efecto, te llamaba Yambo. Intentaste enseguida que me sintiera a gusto.

Los ojos iluminados por la felicidad, como si le hubiera quitado un peso del corazón. Claro que tutearse no quiere decir nada, también Gianni –fuimos a su despacho el otro día con Paola—se tutea con su secretaria.

-- ¡Pues entonces! –he dicho con alegría--. Empecemos exactamente como antes. Tú sabes que empezar todo como antes puede ayudarme.

¿Qué habrá entendido? ¿Qué querrá decir para ella empezar como antes?

En casa me pasé la noche en vela, y Paola me acariciaba la cabeza. Me sentía un adúltero, aunque no había hecho nada. Por otra parte, no me estaba preocupando por Paola, sino por mí. Lo hermoso de haber amado, me decía, está en recordar que se ha amado. Hay gente que vive de un único recuerdo. Eugenia Grandet , por ejemplo. Pero, ¿pensar haber amado y no poder recordar? Peor aún, haber amado, no recordarlo y sospechar no haber amado. O a lo mejor, en mi vanidad, no había contado con otra historia, yo locamente enamorado le tiro los tejos, ella me pone en mi lugar, con amabilidad, dulzura y firmeza. Luego se queda porque yo soy un caballero y desde ese día me porto como si nada hubiera pasado, ella en el fondo está a gusto en la librería, tal vez no puede permitirse perder un buen trabajo, tal vez se ha sentido halagada por mi propuesta, ni siquiera se da cuenta pero he tocado su vanidad femenina, no se lo confiesa a sí misma, pero nota que tiene sobre mí un cierto poder. Una allumeuse. Peor

57

Page 58: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

aún, esta mosca muerta se me ha comido un montón de dinero, me ha hecho hacer lo que ella quería, es evidente que he dejado todo en sus manos, incluidos los cobros y los ingresos, y a lo mejor hasta tiene firma en el banco; yo he cantado el quiquiriquí del profesor Unrath, era un hombre acabado, no conseguía salir ya del pantano; quizá lo logre gracias a este infortunado infortunio, no hay mal que por bien no venga. Qué miserable que soy, cómo puedo ensuciar hasta este punto todo lo que toco, a lo mejor todavía es virgen y estoy haciendo de ella una puta. Sea como sea, sólo la sospecha, aunque renegada, empeora las cosas: si ni siquiera recuerdas, haber amado, tampoco sabes si la que amabas era digna de tu amor. Esa Vanna con la que me encontré hace unas mañanas, eso era un caso claro, un ligue, una noche o dos, luego quizá unos días de desilusión, y todo terminado. Pero aquí están en juego cuatro años de mi vida. Yambo, ¿no te estará enamorando, ahora? Antes nada, ¿y ahora corres hacia tu ruina? Y pensar que hay dementes que beben para olvidar. O toman drogas. Ah, si pudiera, quisiera olvidarme de todo, dicen Sólo yo sé la verdad: olvidar es atroz ¿Existen drogas para recordar?

Quizá Sibilla…

Ya vuelvo a empezar. Cuando te veo pasar a tan regia distancia con la cabellera suelta y todo tu cuerpo erguido, el vértigo se me lleva

A la mañana siguiente cogí un taxi y fui al despacho de Gianni. Le pregunté sin rodeos qué sabía de mí y de Sibilla. Me pareció que caía de las nubes.

-- Pero Yambo, todos estamos un poco colgados de Sibilla, tus colegas, muchos de tus clientes, yo Hay gente que pasa por la librería sólo para verla a ella. Pero es un juego, un asunto de colegiales. Nos tomamos el pelo el uno al otro, a menudo te hemos tomado el pelo a ti, haber si va a haber algo entre la guapa Sibilla y tú, decíamos. Y tú te reías, a veces seguías la broma, y nos dabas a entender cosas marcianas, otras veces decías que paráramos que podía ser tu hija.

58

Page 59: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Juegos. Por eso la otra noche te pregunté por Sibilla, creía que ya la habías visto, quería saber qué impresión te había producido.-- ¿Nunca te he contado nada sobre Sibilla y yo?-- ¿Por qué? ¿Ha habido algo?-- Bo te pases de listo, sabes que no tengo memoria. Estoy aquí para preguntarte si alguna vez te he contado algo.-- Nada. Y eso que de tus aventuras me contabas siempre todo, quizás para darme envidia De la tal Caváis, de Vanna, de la americana en el salón del libro de Londres, de la guapa holandesa, que hasta te fuiste tres veces a Ámsterdam adrede, de Silvana…-- Venga hombre, ¿cuántas historias he tenido?-- Muchas. Demasiadas para mí, que siempre he sido monógamo. Pero de Sibilla, te lo juro, nunca me has dicho nada ¿Qué se te ha metido en la cabeza? Ayer la viste, te sonrió, y pensaste que era imposible tenerla cerca y quedarse cruzado de brazos. Es humano, tendría gracia que dijeras quién es este callo…además, nadie ha conseguido saber nunca si Sibilla tiene una vida propia. Siempre serena, dispuesta a ayudar a todo el mundo como si le hiciera un favor sólo a él: una puede ser coqueta precisamente porque no tiene nada de coquetería. La esfinge de hielo

Gianni probablemente era sincero, pero eso no quería decir nada. Si con Sibilla había nacido lo más importante de todo, la Cosa, era evidente que no se lo había contado ni siquiera a Gianni. Tenía que ser una deliciosa conjura entre Sibilla y yo.

O a lo mejor no. La esfinge de hielo, después del trabajo, tiene su vida, tal vez salga con alguien, asunto suyo, ella es perfecta, no mezcla el trabajo con la vida privada. Roído por los celos hacia un rival desconocido. Y aún así alguien te gozará, boca de manantial, alguien que no lo sabrá, un pescador de esponjas se hará con esa perla rara.

-- Una viuda para ti, Yambo –me dijo Sibilla guiándome el ojo. Está tomando confianza, qué bien.

59

Page 60: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- ¿Una viuda? –pregunté. Me explicó que los libreros anticuarios de mi rango tienen algunas formas de procurarse los libros. Está el tío que se pasa por la librería preguntándote si tal libro vale algo, y si lo vale depende de lo honrado que seas, pero desde luego intentas ganar algo. Claro que si el tío es un coleccionista en apuros y conoce el valor de lo que ofrece, entonces como mucho puedes regatear un poco el precio. Otra forma es comprar en las subastas internacionales, y ahí el negocio te sale si eres el único en darte cuenta de cuánto vale el libro, pero no es que la competencia se chupe el dedo. Por lo cual, el margen es mínimo, y resulta interesante sólo si el libro vale un capital. Además compras libros a los colegas, porque uno puede tener un libro que a su tipo de cliente le interesa poco y mantiene el precio bajo, y tú en cambio, conoces al coleccionista fanático. Por último, está el método del buitre. Localizas a las grandes familias en decadencia con su palacio antiguo y su vetusta biblioteca, esperas a que muera el padre, el marido, el tío, a que los herederos tengan ya muchos problemas con la venta de los muebles y de las joyas y no sepan cómo valorar toda esa caterva de libros que no han abierto nunca. Se dice viuda por comodidad, puede ser el sobrino que quiere liquidez, poca, maldita y enseguida, mejor aún si tiene asuntos de faldas, o de drogas. Entonces vas a ver los libros, pasas dos o tres días en esas salas oscuras y decides tu estrategia.

Esta vez se trataba precisamente de una viuda, a Sibilla alguien le había pasado el dato (son mis pequeños secretos, decía complacida y maliciosa) y parece ser que las viudas se me dan bien. Le pedí a Sibilla que me acompañara, porque yo corría el riesgo de no reconocer el libro. Qué casa tan bonita, señora, gracias, sí, un coñac sería estupendo. Y luego, venga, a hurgar bouquiner, browsing…Sibilla me susurraba las reglas del juego. La norma es que encuentres doscientos o trescientos volúmenes que no valen nada, reconoces inmediatamente la serie de pandectas y las disertaciones de teología, y ésas van a parar a los puestos de la feria de San Ambrosio, o los dozavos decimonónicos con las Aventuras de Telémaco y los viajes utópicos, todos encuadernados igual, que van bien para los

60

Page 61: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

decoradores que los compran al metro. Luego muchas cosas del XVI de pequeño formato, Cicerones y retóricas a Herennio, cosas de poco valor que van a parar a los puestos de Pazza Fontanella Borghese en Roma, y los compran por el doble de su valor los que dicen que se dedican a coleccionar cinquecentine. Claro que, busca que te busca, y ahí me di cuenta yo también, aparece un Cicerón, sí, pero en cursiva aldina; lo mejor, una Crónica de Nuremberg en perfecto estado, un Rolewinck, un Ars magna lucis et umbral de Kircher, con sus espléndidos grabados y sólo unas hojas oscurecidas, que para el papel de la época es algo raro, e incluso un delicioso Rabelais Chez Jean Frederik Bernard, 1741, tres volúmenes en cuarto con viñetas de Picart, espléndida encuadernación en marroquín rojo, planos estampados en oro , nervios y hierros dorados en el lomo, guadas de seda verde con puntillé también dorado (que el difunto había forrado solícitamente con papel azul para no estropearlas, y a primera vista no lucían nada) Está claro que no es la Crónica de Nuremberg, me murmuraba Sibilla, la encuadernación es moderna, aunque para coleccionistas, firmada Rivière & Son. Fossati se lo quedaría inmediatamente; ya te diré después quién es, colecciona encuadernaciones.

Al final localizamos diez volúmenes con los que, de venderlos bien sacaríamos por lo menos cien millones de liras, quedándonos cortos, con la Crónica sola podíamos ganar como poco poco la mitad. Quién sabe por qué estaban allí, el difunto era notario y la biblioteca era un satus symbol, pero debía de ser bastante agarrado y compraba sólo si no había que gastarse mucho. Los libros buenos debí de haberlos comprado por casualidad cincuenta años antes, cuando estaban tirados de precio. Sibilla me dijo qué se hace en estos casos, yo llamé a la señora y era como si siempre hubiera hecho ese trabajo. Le dije que ahí había muchas cosas, pero todas de escaso valor. Le puse encima de la mesa los libros más infelices, páginas enrojecidas, manchas de humedad, cajos débiles, el tafilete de los planos como si le hubieran pasado papel de lija, taladros de polillas como un bordado, mire éste, señor Bodoni, decía Sibilla, está tan combado

61

Page 62: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

que ya no vuelve a su estado normal ni siquiera en una prensa; yo cité la feria de libros de San Ambrosio.

-- No sé ni siquiera si conseguiré colocarlos todos, señora, y usted entenderá que si se me quedan en la casa, los gastos de almacén se me suben a las nubes. Le ofrezco cincuenta millones de liras por odo el lote.--¡¿Lo llama lote?! –Ah, no, cincuenta millones por esa espléndida biblioteca, su marido había dedicado toda su vida a reunirla, era una ofensa a su memoria.

Paso a la segunda fase estratégica.

-- Entonces, señora, mire, a nosotros nos interesan como mucho estos diez. Quiero hacerle un favor y le ofrezco treinta millones sólo por éstos.

La señora calcula, cincuenta millones por una biblioteca inmensa es una ofensa a la santa memoria del difunto, treinta por sólo diez libros es un buen negocio, para los demás ya encontrará a un librero menos remilgado y más munífico. Bien, trato hecho.

Volvimos a la librería alegres como niños que acabaran de hacer una travesura.

-- ¿Es deshonesto? –pregunté-- No, no, Yambo, los libreros somos así –También ella habla con frases hechas como yo--. En manos de algunos de tus colegas, se sacaba mucho menos. Y además, ya has visto los muebles y los cuadros y la plata, es gente forrada a la que los libros no les importan nada. Nosotros trabajamos para los que de verdad aman los libros.

Qué haría sin Sibilla. Dura y suave, astuta como una paloma. Y empecé de nuevo con mis ensoñaciones, volviendo a entrar en la maldita espiral de los días anteriores

62

Page 63: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Por suerte la visita a la viuda me había dejado sin fuerzas. Volví enseguida a casa. Paola observó que llevaba unos días más desenfocado de lo normal, me estaba cansando demasiado. Mejor sería ir a la librería un día sí y un día no.

Me esforzaba en pensar en otros temas.

-- Sibilla, mi mujer dice que recopilaba textos sobre la niebla. ¿Dónde están?-- Eran fotocopias horribles, he ido pasando todo poco a poco al ordenador. No me des las gracias, era muy divertido. Mira te busco el archivo.

Sabía que existían los ordenadores (como sabía que existen los aviones), pero naturalmente tocaba uno por vez primera. Fue como con la bicicleta, le puse las manos encima y mis yemas recordaban ellas solas.

Había recogido por lo menos cincuenta páginas de citas sobre la niebla. Debía de ser algo que me llegaba al corazón. Ahí estaba Flatland de Abbot: un país de sólo dos dimensiones, sólo, donde viven únicamente figuras planas, triángulos, cuadrados y polígonos. ¿Y cómo se reconocen entre ellos si no pueden verse desde arriba y perciben sólo líneas? Gracias a la niebla «Siempre que hay un rico suministro de niebla los objetos que están a una distancia de, por ejemplo, un metro, son perceptiblemente más imprecisos que los que están a una distancia de ochenta centímetros y el resultado es que, por una observación experimental cuidadosa y constante de claridad e imprecisión relativas, somos capaces de deducir con gran exactitud la configuración del objeto observado» Felices esos triángulos que vagan en la bruma y ven algo, he aquí un hexágono, he aquí un paralelogramo. Bidimensionales, pero más afortunados que yo.

Sentía que podías anticipar de memoria la mayor parte de las citas

63

Page 64: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- ¿Cómo es posible –le pregunté luego a Paola--, si he olvidado todo lo que me concierne? La recopilación la he hecho yo, con una inversión personal.-- No las recuerdas –me dijo—porque las recopilaras; las recopilaste porque las recordabas. Son parte de la enciclopedia, como las demás poesías que me declamaste el primer día, aquí en casa.

De todas maneras, las reconocía a primera vista. Empezando por Dante:

Como al ser lo vapores esparcidos,cuando hay niebla, se aclara la figura que velaban estando reunidos,de ese modo, horadando el aura oscura…

D`Annunzio tiene unas hermosas páginas sobre la niebla en el Nocturno: «Diviso a alguien que camina a mi lado sin ruido, como si estuviese descalzo…La niebla penetra en la boca, ocupa los pulmones. Hacia el Gran Canal flota y se acumula. El desconocido se hace más gris, más ligero; se torna una sombra…Bajo la casa donde está el anticuario, desaparece él de repente» Mira, el anticuario es como el agujero negro: lo que cae en él no vuelve a salir nunca más.

Está Dickens, el clásico principio de Bleak House: «Niebla por todas partes. Niebla río arriba, por donde corre sucia entre las filas de barcos y las contaminaciones acuáticas de una ciudad enorme (y sucia)» Encuentro a Emily Dickinson: «Let us go in; the fog es rising»

-- No conocía a Pascoli –decía Sibilla--. Mira qué bonito… Ahora se me había acercado mucho, para ver la pantalla del ordenador, habría podido acariciarme de verdad la mejilla con su pelo. Pero no lo hizo. Pronunciaba con una suave cadencia eslava:

64

Page 65: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Inmóviles entre la ligeraneblina los árboles:largos quejidos de locomotora

Escondes las cosas lejanas,tú, niebla impalpable y apagada,tú, humo que aún retoñasen el alba

Se paró en la tercera cita:

-- La niebla… ¿estila?-- Estilar, gotear-- Ah –Parecía excitada de poder aprender una palabra nueva.

La niebla estila, la ráfaga desatada llena de hojas estridentes el foso;ligero en el árido seto se sumergeel petirrojo;bajo la niebla vibra el sonorocañizar su estremecimiento febril;

Buena niebla en Pirandello, y pensar que era siciliano: «La niebla se cortaba…en torno a cada farola bostezaba un halo…». Pero era mejor La Milán de Sabino: «La niebla es cómoda. Transforma a la ciudad en una enorme bombonera, y a sus habitantes en otros tantos bomboncitos…Pasan en la niebla mujeres y jovencitas encapuchadas. Un humo ligero alienta en torno a la nariz y a la boca entrecerrada…Encontrarse en un salón alargado por los espejos…Abrazarse olorosos aún de niebla, mientras fuera la niebla se agolpa contra la ventana y la inopaca discreta, silenciosa, protectora…»

Las nieblas milanesas de Vittorio Sereni:

65

Page 66: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Las puertas abiertas de vacío en la noche de nieblanadie que suba o baje salvouna ventada de contaminación la del repartidor--paradójica—El Tiempo de Milán la coartada y el beneficio de la niebla cosas ocultascaminando al abrigo se mueven hacia míde mi divergen pasado como historia pasadocomo memoria: el veinte el trece el treinta y tresaños como cifras de tranvías…

He recopilado de todo. Por aquí sale King Lear («Marchitad su belleza, pestíferos vapores que el potente sol aspira del fondo de los pantanos…») ¿Y Campana? « Por la brecha de los bastiones rojos y corroídos en la niebla se abren silenciosamente las largas calles. El malvado vapor de la niebla se entristece entre los edificios, velando la cima de las torres, las largas calles silenciosas, desiertas como después del saqueo»

Sibilla se quedaba embelesada ante Flaubert: « Entraba por las ventanas sin cortinas una luz blanquecina. Se divisaban vagamente cimas de árboles, y, más lejos, la pradera, medio anegada en la niebla, que humeaba a la luz de la luna, siguiendo el curso del río». O ante Baudelaire: « Baña los edificios un océano de niebla, y los agonizantes, dentro, en los hospitales».

Pronunciaba palabras de otros, pero para mí era como si manaran de un hontanar. Alguien tal vez te gozará, boca de manantial…

Ella estaba ahí, la niebla no. Otros la habían visto y disuelto en sonidos. Quizá un día conseguiría yo penetrar la niebla de verdad, si Sibilla me llevara de la mano.

Ya me ha visitado Gratarolo, me ha hecho algunos controles, y en general ha aprobado lo que ha hecho Paola. Ha apreciado el hecho de que ya casi sea autónomo; se eliminan por lo menos las primeras frustraciones.

66

Page 67: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

He pasado muchas veladas con Gianni, Paola y las niñas jugando al Scrabble, dicen que era mi juego preferido. Encuentro fácilmente las palabras, sobre todo las más abstrusas como acrofobia (pegándome a una fobia) o zeugma. Incorporando una i, una u y una s sueltas que abrían tres palabras verticales, a partir de la primera casilla roja formando enfiteusis. Trece puntos multiplicados por nueve, más cincuenta de premio por haber usado todas mis letras, las siete, ciento setenta y seis puntos de una sola vez. Gianni se ha enfadado, menos mal que eres un desmemoriado, gritaba. Lo hace para infundirme confianza.

No sólo soy un desmemoriado, sino que quizá vivo ya de memorias ficticias. Gratarolo había aludido al hecho de que, en casos como el mío, alguien se inventaba retazos de pasado que nunca había vivido, así, para tener la impresión de recordar ¿Habré tomado a Sibilla como pretexto?

Tenía que salir de todo esto de alguna manera. Ir a la librería se había convertido en un tormento. Le dije a Paola:

-- Trabajar cansa. Veo sólo y siempre el mismo pedacito de Milán. Quizá me sentaría bien hacer algún viaje, la librerías marcha por sí sola y Sibilla está preparando ya el nuevo catálogo. Podríamos ir, qué sé yo, a Paris.-- París me parece todavía un poco agotador para ti, con el viaje y todo. Déjame que lo piense.-- Tienes razón, a París no, a Moscú, a Moscú…-- ¿A Moscú?-- Es Chejov. Ya sabes que las citas son mis únicos farios en la niebla

67

Page 68: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

4

YO ME VOY POR LA CIUDAD

Me han enseñado muchas fotos de familia, que obviamente no me han dicho nada. Por otra parte, están sólo las que tenemos desde que conocí a Paola. Las de mi infancia, si existen, estarán en algún sitio en Solara.

He hablado por teléfono con mi hermana, en Sidney, Cuando supo que había estado mal quiso venir enseguida, pero acaba de sufrir una operación bastante delicada y los doctores le han prohibido hacer un viaje tan pesado.

Ada ha intentado evocar algo, luego lo ha dejado y se ha echado a llorar. Le he dicho que, cuando venga, me traiga de regalo un ornitorrinco para tenerlo en el salón, quién sabe por qué. En el estado en que se hallan mis entendederas, podría haberle pedido un canguro, pero evidentemente sé que en casa ensucian.

He ido a la librería unas pocas horas al día. Sibilla está preparando el catálogo y naturalmente sabe moverse entre las bibliografías. Le hecho una ojeada rápida, digo que marcha estupendamente, luego le digo que estoy citado con el doctor. Me mira salir con aprensión. Sabe que estoy enfermo, ¿no es normal? ¿O acaso piensa que quiero huir de ella? No voy a decirle: «No quiero tomarte como pretexto para reconstruirme una memoria ficticia, pobre amor mío», ¿no?

Le pregunté a Paola cuáles eran mis posiciones políticas.

-- No me gustaría descubrir que soy, qué sé yo, un nazi-- Eres lo que se dice un buen demócrata –dijo Paola--, pero más por instinto que por ideología. Yo te decía siempre que a ti la política te aburre, y tú, por chinchar me llamabas la pasionaria. Como si te hubieras refugiado en los libros antiguos por miedo o por desprecio hacia el mundo. No, soy injusta, no era desprecio, porque te

68

Page 69: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

inflamabas con los grandes problemas morales. Firmabas los llamamientos pacifistas y no violentos, te indignabas con el racismo. Incluso eras miembro de una asociación contra la vivisección.-- Animal, me imagino-- Naturalmente. La vivisección humana se llama guerra.-- ¿Y he sido así…siempre, aun antes de conocerte?-- Sobre tu infancia y adolescencia solías escurrir el bulto. Por otra parte, nunca he conseguido entenderte en estos temas. Siempre has sido una mezcla de piedad y cinismo. Si había una condena a muerte en alguna parte, firmabas para oponerte, mandabas dinero a una comunidad antidroga, pero si te decían que habían muerto diez mil niños, qué sé yo, en una guerra tribas en África central, te encogías de hombros, como si dijeras que el mundo ha salido mal y no hay nada que hacer. Siempre has sido un hombre jovial, te gustaban las mujeres guapas, el buen vino, la buena música, pero a mí me daba la impresión de que eso era caparazón, una forma de esconderte. Cuando bajabas la guardia, decías que la historia es un enigma sangriento, y el mundo, un error.-- Nada podrá quitarme de la cabeza que este mundo es el fruto de un dios tenebroso cuya sombra yo alargo-- ¿Quién lo ha dicho?-- Ya no lo sé-- Debe de ser algo que te hizo mella. El caso es que siempre te has desvivido si alguien necesitaba algo; cuando la inundación de Florencia, en el sesenta y seis, fuiste de voluntario a sacar del fondo los libros de la Biblioteca Nacional. Eso es, piadoso con lo pequeño y cínico con lo grande.-- Me parece justo. Hacemos sólo lo que podemos. El resto es culpa de Dios, como decía Gragnola.-- ¿Quién es Gragnola?-- También esto he dejado de saberlo. Se ve que una vez lo sabía

¿Qué es lo que sabía una vez?

Una mañana me desperté, fui a prepararme el café (descafeinado) y me puse a canturrear «Roma non far la stupida stasera» ¿por qué me

69

Page 70: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

vendría a la cabeza esa canción? Buena señal, dijo Paola, vuelves a empezar. Por lo visto, todas las mañanas al hacerme el café cantaba una canción. No había ninguna razón por la que se me hubiera ocurrido ésa y no otra. Ninguna de las investigaciones (¿qué has soñado esta noche?, ¿de qué hablamos anoche?, ¿qué leíste antes de quedarte dormido?) proporcionó una explicación creíble. A lo mejor, qué sé yo, la manera de ponerme los calcetines, el color de la camisa, un bote visto con el rabillo del ojo me despertaban una memoria sonora.

-- Lo interesante –notó Paola—es que has cantado siempre y exclusivamente canciones de los años cincuenta en adelante; como mucho te remontabas a las de los primeros festivales de San Remo,, «Vola colomba bianca vola» o «Lo sai che i papaveri». Nunca te remontabas más atrás, ninguna canción de los años cuarenta, o de los treinta, o de los veinte.

Paola tarareó «Sola me ne vo per la città», la gran canción de la posguerra, también ella (que por aquel entonces era pequeñísima) la tenía en los oídos porque en la radio la ponían sin parar. La verdad, me resultaba conocida, pero no reaccioné con interés, era como si me hubieran cantando Casta diva y, en efecto, parece ser que nunca he sido un fanático de la ópera. Nada en comparación «Eleanor Rugby», pòr poner una, o «Que será será, watever vill be vill be», o «Sono una donna non sono una santa». Por lo que respecta a las canciones antiguas, Paola atribuía mi desinterés a lo que ella llamaba la represión de mi infancia.

Había notado también, en el curso de los años, que yo sabía bastante de música clásica y jazz, iba de buen grado a los conciertos, escuchaba discos, pero nunca tenía ganas de encender la radio. Como mucho, la oía como música de fondo si alguien la tenías encendida. Evidentemente la radio era como la casa de campo, un asunto de oros tiempos.

70

Page 71: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

El caso es que la mañana siguiente, al despertarme y prepararme el café, canté:

Sola yo me voy por la ciudadPaso entre la gente que no sabeQue no ve mi dolor,Buscándote voy, soñando contigo, que ya no eres mío…Yo intento en vano olvidarEl primer amor no se puede borrarLlevo escrito sólo un nombre, un nombre en el fondo de mi corazón te he conocido y ahora sé que eres el amor.El verdadero amor, el gran amor.

La melodía me salía sola. Y se me humedecieron los ojos

-- ¿Por qué precisamente ésta? –preguntó Paola-- Qué sé yo, quizá porque se llamaba «En busca de ti» De quién, no lo sé-- Has superado la barrera de los años cuarenta –reflexionó Paola intrigada.-- No es eso –repuse--, es que me he sentido algo por dentro. Como un escalofrío. No, no como un escalofrío. Como si… ¿Te acuerdas de Flatland?, lo has leído tú también. Pues bien, esos triángulos y esos cuadrados viven en dos dimensiones, sin saber lo que es el grosor. Ahora imagínate que alguno de nosotros, que vivimos en tres dimensiones, los toque desde arriba. Experimentarían una sensación que nunca han probado y serían incapaces de decir qué es. Como si alguien viniera a vernos desde la cuarta dimensión y nos tocara desde dentro, pongamos en el píloro, delicadamente. ¿Qué sientes si alguien te hace cosquillas en el píloro? Yo diría…una misteriosa llama-- ¿Qué quiere decir una misteriosa llama?-- No lo sé, me ha salido-- ¿Y es lo mismo que sentiste cuando viste la foto de tus padres?-- Casi. O sea, no. Pero en el fondo, ¿por qué no? Casi lo mismo-- Ésta es una señal interesante, Yambo, hay que tomar nota

71

Page 72: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Ella no ha perdido la esperanza de poder redimirme. Y yo a lo mejor sentía la misteriosa llama pensando en Sibilla.

Domingo.-- Ve a dar una vuelta –me dijo Paola--, te sentará bien. No salgas de las calles que conoces. En Largo Cairoli está el puesto ese de flores que suele abrir también los días de fiesta. Que te preparen un buen ramo primavera, o unas rosas, esta casa está de lo más lúgubre.

Bajé a Largo Cairoli y el puesto de flores estaba cerrado, Callejeé por Vía Dante hasta la Piazza Cordusio, giré a la derecha hacia la Bolsa y vi que los domingos se daban cita ahí los coleccionistas de toda Milán. En Vía Cordusio, puestos de sellos; a lo largo de toda Vía Armorari, postales viejas, cromos; la transversal del Pasaje Central, ocupada por vendedores de monedas, soldaditos, estampitas sagradas, relojes de pulsera, incluso tarjetas telefónicas. El coleccionismo es anal, debería saberlo, la gente está dispuesta a coleccionar de todo, incluso tapones de Coca – Cola; en el fondo, las tarjetas telefónicas cuestan menos que mis incunables. En la Piazza Edison, a la izquierda, puestos de libros, periódicos, carteles de anuncios, y, enfrente, tenderetes donde se vendía toda suerte de baratijas, lámparas Liberty, seguramente falsas, bandejas de flores sobre fondo negro, bailarinas de porcelana.

En un puesto había cuatro recipientes cilíndricos, sellados, donde en una solución acuosa (¿formol?) estaban en suspensión unas formas de color marfil, algunas redondas, otras como judías, atadas por filamentos blanquísimos. Eran criaturas marinas, holoturias, trozos de pulpo, corales desvaídos, podrían haber sido incluso el parto morboso de la fantasía teratológica de un artista ¿Ives Tanguy?

El señor del tenderete me explicó que eran testículos: de perro, de gato, de gallo y de otro bicho, con sus riñones y todas esas cosas.

-- Mire, son cosas de un laboratorio científico del siglo pasado. Cuarenta mil cada uno. Sólo los recipientes valen el doble, fíjese que

72

Page 73: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

esto tiene por lo menos ciento cincuenta años. Cuatro por cuatro, dieciséis; se los doy, los cuatro, por ciento veinte mil liras. Una ganga.

Aquellos testículos me fascinaban. Por una vez, eran algo que no debería conocer por memoria semántica, como decía Gratarolo, y tampoco habían formado parte de mi experiencia pasada. ¿Quién ha visto alguna vez unos testículos de perro, quiero decir sin el perro a su alrededor, en su estado puro? Me hurgué en el bolsillo, tenía cuarenta mil en total, y en un puesto no vas a pagar con un cheque.

-- Me llevo los del perro.-- Hace mal en dejar los demás, es una ocasión única.

No podemos tenerlo todo. Volví a casa con mis huevos de perro y Paola se puso pálida.

-- Es curioso, parece de verdad una obra de arte, pero, ¿dónde los ponemos? ¿En la sala? ¿Para que cada vez que le ofrezcas a un invitado unos cacahuetes o unas aceitunas te vomite en la alfombra? ¿En nuestro cuarto? Mira, no. Te los llevas a la librería: los puedes poner al lado de algún buen libro de ciencias naturales del XVII-- Pues creía que había hecho un negocio redondo.-- ¿Pedro te das cuenta de que eres el único hombre de este mundo, el único en la faz de la tierra desde Adán en adelante, que su mujer lo manda a comprar rosas y vuelve a casa con un par de cojones de perro?-- Por lo menos es un récord del Guinness. Además, ya lo sabes, estoy enfermo.-- Excusas. Estabas loco también antes. No es una casualidad que le hayas pedido a ornitorrinco a tu hermana. Una vez querías meternos en casa un flipper de los años sesenta que costaba como un cuadro de Matisse y armaba un ruido infernal

Ahora bien, Paola ya conocía ese mercadillo, es más, dice que debería conocerlo yo también, una vez encontré la primera edición

73

Page 74: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

del Gog de Papini, tapas originales, intonso, por diez mil liras. Por eso, el domingo siguiente quiso acompañarme, nunca se sabe, a lo mejor vas y me vuelves a casa con unos testículos de dinosaurio y hay que llamar a un albañil para que agranden la puerta para que quepan.

Los sellos y las tarjetas de teléfono no, pero le intrigaban los periódicos viejos. Cosas de nuestra infancia, dijo. Y yo:

-- Entonces dejémoslo

Pero en determinado momento vi un álbum de Mickey Mouse. Lo cogí por instinto. No debía de ser antiguo, era una reimpresión de los años setenta, por lo que se podía educir de la contraportada y por el precio. Lo abrí por en medio.

-- No es un original, porque los de entonces estaban impresos a dos colores, con un matiz de rojo ladrillo y marrón, y éste está impreso en blanco y azul.-- ¿Cómo lo sabes?-- No sé. Lo sé-- Pero la portada reproduce la original, mira la fecha y el precio, 1937, una lira cincuenta.

El tesoro de Clarabella, campeaba en la portada en varios colores.

-- Y se habían equivocado de árbol –dije-- ¿En qué sentido?

Hojeé deprisa el álbum y fui a tiro hecho a las viñetas correspondientes. Pero era como si no tuviera ganas de leer lo que estaba escrito en los bocadillos, como si estuvieran escritos en otra lengua o las letras se hubieran apelotonado. Más bien, recité de memoria.

74

Page 75: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Pues que Mickey y Horacio han ido a buscar, siguiendo un antiguo mapa, el tesoro enterrdo por el abuelo o por el bisabuelo de Clarabella con el artero señor Squick y el pérfido Patapalo pisándoles los talones. Llegan al sitio, consultan el mapa: hay que empezar desde un árbol grande, trazar una línea hasta uno o más pequeño y hacer la triangulación. Excavan y excavan y no hay nada. Hasta que a Mickey se le enciende la bombilla, el mapa es de 1863, han pasado mas de setenta años, es imposible que ya existiera por aquel entonces el árbol pequeño, por lo tanto, el que ahora se ve más grande es el pequeño de entonces, y el grande se ha caído, pero a lo mejor están sus restos por ahí. En efecto, busca que te busca, por ahí aparece un trozo de tronco, vuelven a triangular y a excavar y ahí está, precisamente en ese punto, el tesoro.

-- ¿Pero tú cómo lo sabes?-- Lo sabe todo el mundo, ¿no?-- No, no. No lo sabe todo el mundo –dijo Paola excitada--. Ésta no es la memoria semántica. Ésta es memoria autobiográfica. ¡Estás recordando algo que te impresionó de niño! Y te lo ha evocado esta portada.-- No, no es la imagen. Si acaso, el nombre, Clarabella-- Rosebud.

Naturalmente compramos el álbum. Me pasé la tarde con aquella historia, pero no conseguía sacar nada más de ella. Lo sabía, y eso era todo, ninguna misteriosa llama.

-- No saldré de ésta jamás, Paola. Nunca entraré en la caverna-- Pero has recordado de golpe lo de los dos árboles.-- Por lo menos Proust recordaba tres. Papel y más papel como todos los libros de este piso, y los de la librería. Tengo una memoria de papel.-- Aprovecha el papel, visto que las magdalenas no te dicen nada. No eres Proust. Tampoco Zasetski lo era-- Ay de mí, que ni siquiera sé lo que no sé…

75

Page 76: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Sí, ay de ti. Mira, hay algo que casi se me había olvidado y me lo recordó Gratarolo. Siendo psicóloga, no podía no haber leído El hombre con su mundo destrozado, un caso clásico. Sólo que fue hace mucho tiempo, y por interés académico. Hoy me lo he vuelto a leer con entusiasmo, es un librito delicioso que te fundes en dos horas. Pues bien, Luria, el gran neuropsicólogo ruso, siguió el caso de este Zasetski, que durante la última guerra mundial fue herido por un fragmento de granada que le provocó lesiones en la región occipitoparietal izquierda del cerebro. También él se despierta, pero en medio de un caos terrible, no consigue percibir ni siquiera la posición de su cuerpo en el espacio. Algunas veces piensa que partes de su cuerpo han cambiado, que su cabeza se ha vuelto desmedidamente grande, que su tronco es extremadamente pequeño, que las piernas se le han desplazado hacia la cabeza.-- No me parece que ése sea mi caso ¿Las piernas en la cabeza? ¿Y el pene en lugar de la nariz?-- Espera. Lo de las piernas en la cabeza era lo de menos, le pasaba sólo de vez en cuando. Lo peor era la memoria. La tenía hecha trizas, como si se hubiera pulverizado, ni punto de comparación con la tuya. Tampoco él recordaba ni dónde había nacido ni el nombre de su madre , pero además no sabía ya ni leer ni escribir. Luria se pone a seguirlo, Zasetski tiene una voluntad de hierro, aprende de nuevo a leer y escribe, escribe, escribe. Durante veinticinco años anota no sólo lo que desentierra de la caverna devastada de su memoria, sino también lo que le sucede día a día. Era como si su mano, con sus automatismos, consiguiera poner en orden lo que la cabeza no conseguía. Como si dijéramos que el que escribía era más inteligente que él. De esa forma, en el papel, se fue reencontrando a sí mismo, poco a poco. Tú no eres él, pero lo que me ha llamado la atención es que él se reconstruyó una memoria de papel. Y tardó veinticinco años. Tú el papel ya lo tienes pero evidentemente no es el que hay aquí. Tu caverna está en la casa de campo. Lo he estado pensando estos días, ¿sabes? Cerraste con llave con demasiada decisión tus papeles de la infancia, y los de tu adolescencia. Quizás allí haya algo que te toca en lo más íntimo. Así es que ahora me vas a hacer el santo favor de irte a Solara. Tú solo; primero, porque yo no puedo

76

Page 77: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

dejar el trabajo, y segundo, porque creo que es algo que debes hacer tú solo. Tú y tu pasado lejano. Te quedas allá lo que haga falta, y ves qué te pasa. A lo sumo, perderás una semana, quizá dos, y respirarás aire sano, que no te sentará mal. Ya he llamado a Amalia.-- ¿Y quién es Amalia?, ¿la mujer de Zasetski?-- Sí, su abuela. No te he contado todo de Solara. Desde los tiempos de tu abuelo vivían allí los aparceros , María y Tommaso, al que todos conocían como Masulu, porque entonces la casa tenía mucho terreno, viñas sobre todo, y bastante ganado. María te vio crecer y te quería con locura. Y también Amalia, su hija, que tendrá unos diez años más que tú y te hizo de hermana mayor, de tata, de todo. Eras su ídolo. Cuando tus tíos vendieron las tierras incluido el caserío de arriba, quedaban todavía una pequeña viña, el huerto con sus frutales y hortalizas, la pocilga, la conejera y el gallinero. No tenía sentido hablar ya de aparcería, y tú le dejaste todo a Masulu, como si fuera propiedad suya, con la condición de que la familia cuidara de la casa. Luego también se fueron María y Masulu; Amalia no se casó nunca (nunca ha sido una gran belleza) y siguió viviendo allí; vende huevos y pollos en el pueblo, el matarife va cuando es la hora de matarle el cerdo, unos primos la ayudan a dar el cardenillo a las vides y a hacer su pequeña vendimia; en fin, que está contenta, aunque se siente un poco sola y es feliz cuando van las niñas con los críos. Le pagamos por lo que consumimos: huevos, pollos o salchichones; la fruta y la verdura no hay manera. Es cosa vuestra dice. Una joya de mujer, una cocinera que ya verás. Sólo de pensar que vas a ir allí no cabe en si de gozo, el señorito Yambo por aquí, el señorito Yambo por allá, qué maravilla, verá que su enfermedad se la hago pasar yo con la ensalada que tanto le gusta-- el señorito Yambo. Que lujo. A propósito, ¿por qué me llamáis Yambo?-- Para Amalia seguirás siendo el señorito también a los ochenta años. En cuanto a Yambo, me lo explicó precisamente María. Lo decidiste tú de pequeño. Decías yo me llamo Yambo, el del copetillo Y te convertiste en Yambo para todos.-- ¿Con el copetillo?

77

Page 78: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Se ve que por aquel entonces tenías tu buen copete. Y no te gustaba Gianbattista, puedo entenderlo. Pero dejemos de lado los problemas bautismales. Tú te vas. No puedes ir en tren porque tendrías que cambiar cuatro veces, de modo que te acompaña Nicoletta, que tiene que pasarse por allí para recoger lo que se olvidó en Navidades; luego vuelve a Milán enseguida y te deja en manos de Amalia, que te animará, sabe estar ahí cuando la necesites y desaparecer cuando quieras estar solo. En la casa pusimos el teléfono hace cinco años y podemos hablar a cualquier hora. Inténtalo, te lo ruego.

Le pedí algunos días para pensármelo. Yo había sido el primero en hablar de un viaje, para librarme de las tardes en la librería. Pero, ¿de verdad quería librarme de las tardes en la librería?

Estaba en un laberinto. Tomara la dirección que tomase, no era la buena. Además, ¿de dónde quería salir? ¿Quién dijo Ábrete, Sésamo, quiero salir? Yo quería entrar, como Alí Babá. En las cavernas de la memoria.

Se encargó Sibilla de resolverme el problema. Una tarde, emitió un hipo irresistible, se cubrió de un ligero rubor (en la sangre, que tiene resonancias de llama en tu cara, el cosmos retoza entre risas), atormentó durante algunos segundos un montoncito de fichas que tenía en la mano y dijo:

-- Yambo, tienes que ser el primero en saberlo…Me voy a casar-- ¿Cómo? ¿Te casas? –reaccioné, casi como si le dijera «¿Cómo te atreves?»-- Me caso ¿Sabes eso de que un hombre y una mujer se intercambian los anillos y los demás les tiran arroz?-- No, quiero decir…¿y me dejas?-- ¿Y por qué Él trabaja en un estudio de arquitectura pero todavía no gana mucho, tendremos que trabajar los dos. Además, ¿acaso podría yo dejarte?

78

Page 79: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Le hundía un cuchillo en el corazón y lo hacía girar dos veces. Finaldel Proceso, mejor dicho, final del proceso.

-- ¿Y es algo…que dura desde hace mucho?-- No mucho. Nos conocimos hace algunas semanas, ya sabes cómo funcionan estas cosas. Es un buen chico, ya lo conocerás

Cómo funcionan estas cosas. Quizá antes hubiera habido otros buenos chicos, quizá Sibilla haya aprovechado mi trastorno para acabar con una situación insostenible. Tal vez se ha arrojado a los brazos del primero que se le ha puesto por delante, un salto en la oscuridad. En ese caso, yo le he hecho daño dos veces. Pero, ¿quién le ha hecho daño, imbécil? Va todo como suele ir, es joven, encuentra a uno de su edad, se enamora por primera vez…Por primera vez, ¿de acuerdo ¿ Y aun sí alguien te gozará, boca de manantial, y será su gracia y su fortuna no haberte buscado…

-- Tendré que hacerte un buen regalo-- Hay tiempo, lo decidimos anoche, pero me gustaría esperar a que te hayas repuesto, así me podré tomar una semana de vacaciones sin remordimientos.

Sin remordimientos. Qué delicadeza.

¿Cómo era la última ficha sobre la niebla que había visto? Cuando llegamos a la estación de Roma, la tarde del Viernes Santo, y nos separamos y ella se alejó en el coche entre la niebla, ¿no me pareció haberla perdido para siempre sin remedio?

La historia se acababa por su cuenta. Por mucho que hubiera pasado antes, todo quedaba borrado. Pizarra de puro negro borrada. De ahora en adelante, sólo como una hija

A estas alturas, podía marcharme. Es más debía. Le dije a Paola que iría a Solara. Estaba feliz.

79

Page 80: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Verás lo a gusto que vas a estar-- Rodaballo, rodaballo, rodaballo de la mar, la bruja de mi mujer quiere hacer su voluntad-- Eres un mal nacido. Al campo, al campo.

Aquella noche, mientras Paola en la cama me daba las últimas recomendaciones antes de irme, le acaricié el pecho. Gimió, con ternura, y yo experimenté algo que se parecía al deseo, pero mezclado con dulzura, y quizá gratitud. Hicimos el amor.

Como con el cepillo de dientes, evidentemente mi cuerpo había conservado la memoria de cómo se hacía. Fue algo tranquilo, a ritmo lento. Ella tuvo su orgasmo antes ( siempre era así, me dijo luego), yo poco después. En el fondo, era para mí la primera vez. Es verdaderamente algo tan hermoso como dicen. No me sorprendió: era como si lo supiera ya, de cabeza, y con el cuerpo descubriera sólo entonces que era verdad.

-- No está mal –dije abandonándome boca arriba --, ahora entiendo por qué la gente le toma tanto gusto.-- Jesús –comentó Paola--, me ha tocado desvirgar a mi marido a los sesenta años.-- Mejor tarde que nunca.

Pero no pude evitar preguntarme, mientras me quedaba dormido con la mano de Paola en la mía, sí con Sibilla hubiera sido lo mismo. Imbécil, me murmuraba mientras perdía lentamente la conciencia, total, no lo sabrás jamás.

Me marché. Nicoletta conducía, y yo la miraba de perfil. A juzgar por las fotos de la época de mi boda, la nariz era la mía, y también el corte de la boca. Era de verdad mi hija, no me habían encasquetado el fruto de la culpa.

(Habiéndosele abierto ligeramente el corpiño, divisó de repente en su pecho un medallón con una Y finamente grabada. Por todos los

80

Page 81: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

cielos, ¿quién os lo dado? Siempre lo he llevado conmigo, señor, y ya lo llevaba al cuello cuando me expusieron , siendo tierna niña de pecho, en la escalinata del convento de las clarisas de Saint Auban, dijo ella. ¡El medallón de tu madre la duquesa exclamé! ¿Acaso tienes ti cuatro pequeños lunares en forma de cruz en el hombro izquierdo? Si, señor , pero ¿cómo podéis saberlo? ¡Pues entonces, entonces tú eres mi hija y yo soy tu padre! ¡Padre mío, padre mío! No, ¡oh, tú! Casta inocente, no pierdas ahora los sentidos. ¡Nos saldríamos de la calzada!)

No hablábamos, pero ya me había dado cuenta de que Nicoletta es lacónica por naturaleza, y en aquel momento, desde luego, estaba apurada, temía aludir a algo de lo que me hubiera olvidado, no quería turbarme. Le preguntaba sólo en qué dirección íbamos.

-- Solara está en el límite entre las Langhe y el Monferrato , es un sitio precioso, ya verás papá, papá.

Me gustaba oírme llamar papá

Al principio, nada más salir de la autopista, veía señales que me hablaban de ciudades conocidas, Turín, Asti, Alejandría, Casale. Luego nos adentramos por carreteras comárcales donde los carteles mencionaban pueblos que nunca había oído. Tras algunos kilómetros de llanura, pasado un pequeño desnivel, divisé a lo lejos el perfil azulado de algunas colinas. De repente, el perfil desapareció porque teníamos delante una muralla de árboles, y el coche se introdujo en ella avanzando en medio de una galería frondosa que me hacía penar en una selva tropical. Que me font maintenant tes ombrages et tes lacs?

Una vez recorrida esa galeria, con la impresión de que seguíamos viajando por la llanuera, nos encontramos en una cuenca dominada por las colinas, que se alzaban a ambos lados y detrás evidentemente, habíamos entrado en el Monferrato subiendo por una imperceptible y continua pendiente, las alturas nos habían todeado sin que me diera

81

Page 82: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

cuenta, y ya entraba yo en otro mundo, en una fiesta de viñas aún jóvenes. Se trataba , vistas desde la distancia, de cimas de varias alturas, algunas sobresalían apenas entre puntas más bajas, otras más escarpadas, muchas dominadas por construcciones –iglesias o grandes casas solariegas y una especie de castillos—que se enrocaban con entrometimiento desproporcionado y, en lugar de complementarse con dulzura, daban a las cimas un empujón hacia el cielo.

Tras una hora de viaje entre aquellas colinas, donde a cada curva se abría un paisaje distinto, como si de repente pasáramos de una región a otra, vi un cartel que decía Mongardello. Dije:

-- Mongardello. Luego Corseglio, Montevasco, Castelletto Vecchio, Lovezzolo, y hemos llegado, ¿no?-- ¿cómo lo sabes?-- Lo sabe todo el mundo –dije. Pero evidentemente no era verdad, ¿en qué enciclopedia se habla de Lovezzolo? ¿Estaría empezando a penetrar en la caverna?

82

Page 83: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

SEGUNDA PARTE

UNA MEMORIA DE PAPEL

83

Page 84: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

5

EL TESORO DE CLARABELLA

No conseguía explicarme por qué de adulto no iba de buen agrado a Solara; me lo preguntaba mientras me iba acercando a los lugares de mi infancia. No era Solara en sí, poco más de las viñas entre colinas bajas, sino después, cuando se subía. Llegados a cierto punto, tras algunas curvas cerradas, Nicoletta tomó una carretera secundaria y bordeamos a lo largo de al menos dos kilómetros un talud, un camino tan estrecho que a duras penas permitía que se cruzaran dos coches; se abría al vacío a ambos lados, dejando ver dos paisajes distintos. A la derecha, el paisaje monferrino, formado por cimas suavísimas engalanadas con hileras de vides, que dulcemente se multiplicaban, verdes contra el cielo límpido del verano reciente, en la hora en la que (sabía) hace furor el espíritu meridiano. Por el otro lado, se veían ya las últimas ramificaciones de la Langhe, con relieves más crudo y menos modulados, diríase una fila de suaves cordilleras, una tras otra, cada una con una perspectiva marcada por un color distinto, hasta desvanecerse en el añil de las más alejadas.

Descubría ese paisaje por primera vez, y aun así lo sentía mío y tenía la impresión de que, de haber tenido que lanzarme en una loca carrera valle abajo, habría sabría sabido dónde poner los pies y dónde ir. En cierto sentido, era como haber sido capaz de conducir recién salido del hospital aquel coche que nunca había visto. Me sentía en casa. Era presa de una indefinida leticia, de una desmemoriada felicidad.

El ribazo empezó a encaramarse cuesta arriba por la ladera de una colina que de improviso lo dominaba, y ahí estaba, al final de un camino bordeado de castaños de Indias, la casa Nos paramos en una especie de patio salpicado de parterres de flores se divisaba, detrás del edificio, una colina un poco más alta donde se extendía la que debía de ser la pequeña viña de Amalia. Nada más llegar, era difícil determinar la forma de esa casona, con grandes ventanales en el

84

Page 85: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

primer piso; a primera vista, se presentaba como un amplio cuerpo central, con una hermosa puerta de roble encajada en un arco de medio punto, debajo de un balcón, justo enfrente del camino, y dos alas laterales más cortas y con la entrada más modesta. No se entendía hasta qué punto la casa se extendía hacia atrás, hacia la colina. El patio se abría, a mi espalda, a los dos paisajes que acababa de admirar, y con ciento ochenta grados de panorama, porque el camino de entrada se iba elevando poco a poco y la carretera que habíamos recorrido desaparecía hacia abajo, sin impedir la vista.

Fue una impresión breve, porque entre fuertes gritos de júbilo apareció inmediatamente una mujer que, por lo que se me había descrito, no podía ser sino Amalia, corta de piernas, bastante robusta, de edad incierta (como me había anunciado Nicoletta, entre los veinte y los noventa años), con la cara de castaña pilonga iluminada por una alegría incontenible. En fin, ceremonia de bienvenida, besos y abrazos, púdicas meteduras de pata seguidas de inmediato por un gritito que una mano llevaba rápidamente a la boca entrecortada (se acuerda señorito Yambo de esto y de aquello, reconoce usted verdad, etcétera, con Nicoletta detrás de mí, que debía de estar fulminándola con la mirada)

Un torbellino, poco espacio para razonar o preguntar, el tiempo apenas de sacar las maletas y llevarlas al ala izquierda, que era donde se había establecido Paola con las niñas y donde podría dormir yo también, a menos que quisiera establecerme en el cuerpo central, el de los abuelos y mi infancia, que siempre había permanecido cerrado, como un santuario («ya sabe usted que voy a menudo a quitar el polvo y a ventilarlo un poco, claro que sólo de vez en vez, que parece que una se da la vuelta y se forman malos olores, pero eso sí, sin incomodar esas habitaciones, que para mí son tan santas como la iglesia») En la planta baja, esas grandes estancias vacías estaban abiertas porque allí se ponían las manzanas, los tomates y muchas otras cosas ricas para que maduraran y se conservaran al fresco. Y, en efecto, una vez dados algunos pasos por esos zaguanes, se notaba el perfume punzante de especias y frutas y verduras, y en una mesa

85

Page 86: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

grande estaban ya los primeros higos, los primeros de verdad, y no pude negarme a probar uno y a aventurar que ese árbol seguía siendo verdaderamente prodigioso, pero Amalia gritaba: «¡Cómo que ese árbol, esos árboles, son cinco, bien que lo sabe usted , ande, a cual más hermoso!». Perdone, Amalia, estaba distraído, pues imagínese, con todas las cosas importantes que tiene en la cabeza el señorito Yambo, gracias, Amalia, ojalá tuviera todas esas cosas en la cabeza, lo malo es que se han volatizado, pff, una mañana de finales de abril, y una higuera o cinco higueras, para mí son lo mismo

-- ¿Hay ya uvas en la viña? –pregunté más que nada para mostrarme activo de cabeza y de sentimientos-- Otra. Si es que ahora la uva son racismos chiquitines que parecen un niñito en la panza de su madre, aunque este año, con el calor que hace, todo ha madurado antes que de costumbre, que ahora a ver si el tiempo trae lluvia. Ya la verá, la uva, porque bien querrá quedarse aquí hasta septiembre. Que ha estado usted un poco enfermo y la señora Paola me ha dicho que tengo que hacer que se recobre, comida sana y rica. Para esta noche le he preparado lo que le gustaba a usted de pequeñín, la ensaladita con su baño de aceite y su salsa de tomate, su apio troceadito y sus cebolletas bien picadas, con todas las hierbas que Dios manda, y tengo el pan que le gustaba a usted, unos bichulanes para chuparse los dedos, vamos que puede hacer usted barquitos en el aceite. Y un pollo de los míos, no de esos de las tiendas, que los crían con porquerías, claro que, si lo prefiere, hay conejo al romero. ¿Conejo? Conejo, ahora mismo voy a dejar en su sitio al más hermoso; pobre animal, así es la vida. Ay, Señor de mi alma, la Nicoletta, que se nos marcha enseguida. Hay que desengañarse, pero, bueno, nos quedamos aquí nosotros dos y usted hace lo que le da en gana, que yo no voy a meterme en nada. Por la mañana, le llevo el café con leche, y a la hora de la comida, eso es lo que me ha de ver. Y usted va y viene como más guste.

-- Bueno papá –me dijo Nicoletta mientras cargaba en el coche lo que había venido a recoger--, parece que Solara está lejos pero detrás e la casa hay una vereda que baja directamente al pueblo, cortando

86

Page 87: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

todas las curvas de la carretera. Hay una cuesta un poco empinada, pero tiene como unos escalones, y llegas inmediatamente a la parte llana. Un cuarto de hora para bajar y veinte minutos para volver cuesta arriba. Siempre me has dicho que sienta fenomenal para el colesterol. En el pueblo encontrarás los periódicos y el tabaco, pero puedes pedírselos a Amalia, ella baja a las ocho de la mañana, baja siempre de todas formas, para sus recados y para ir a misa. Lo que tienes que hacer es escribirle en un papel el nombre de los periódicos, y todoso los días, porque si no, se le olvida y te puede traer el mismo número de la primera revista que encuentre siete días seguidos ¿No necesitas nada más, de verdad? Yo me quedaría contigo, pero mamá dice que te sentará bien quedarte solo entre tus viejas cosas.

Nicoletta se marchó, Amalia me enseñó mi habitación, mía y de Paola (olor a lavanda) Arreglé mis cosas, me cambié con ropa vieja y cómoda que fui encontrando por ahí, incluidos unos zapatos sin talón que tenían por lo menos veinte años, zapatos de terrateniente, y me quedé media hora mirando las colinas del lado de las Langhe

En la mesa de la cocina había un periódico, de las Navidades (estuvimos la última vez en esas fechas), y me puse a leerlo mientras me servía un vaso de moscazo, listo en una cubitera con agua helada del pozo. A finales de noviembre, la ONU había autorizado el uso de la fuerza para liberar a Kuwait de los iraquíes, acababan de salir hacia Arabia Saudí las primeras tropas americanas, se hablaba de un último intento por parte de Estados Unidos de negociar en Ginebra con los ministros de Sadam y convencerle para que se retirase. El periódico me ayudaba a reconstruir algunos acontecimientos y lo leía como si fueran las noticias de última hora.

De repente, me di cuenta de que por la mañana, con la tensión del viaje, no había ido al baño. Allá me fui, excelente ocasión para acabar de leer el periódico, y desde la ventana vi la viña. Me asaltó un pensamiento, o mejor dicho, una gana antigua: hacer mis necesidades entre las cepas. Me metí el periódico en el bolsillo y

87

Page 88: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

abrí, no sé si por casualidad o en virtud de un radar interno mío, una puertecilla que daba a la parte de atrás de la casa. Crucé un huerto muy bien cuidado. En la otra parte del ala de los caseros había unos recintos de madera y, por el cloquear y el gruñir que se oían, debía de ser el gallinero con las conejeras y la porqueriza. En el fondo del huerto había una vereda para subir a la viña.

Amalia tenía razón, las hojas de las vides todavía eran pequeñas, y los granos de uva parecían bayas. Daba igual, yo me sentía en una viña, con los terrones bajo las suelas desgastadas y las matas de hierbajos entre una hilera y la otra. Busqué instintivamente con los ojos unos árboles de melocotones, pero no los vi. Qué raro, había leído en alguna novela que entre las hileras –pero tienes que andar descalzo por en medio, con el talón un poco calloso, desde pequeño—hay unos melocotones amarillos que crecen sólo en las viñas, se parten con la presión del pulgar, y el hueso sale casi solo, limpio como tras un tratamiento químico, con la salvedad de algún gusanillo gordo y blanco de pulpa, que se queda pegado por el simple átomo. Puedes comértelos casi sin advertir el terciopelo de la piel, que hace que te estremezcas desde la lengua hasta la ingle. Por un instante, sentí el estremecimiento en la ingle.

Me agaché, en el gran silencio del mediodía, roto sólo por algunas voces de pájaros y por el zumbido de las cigarras, y defequé

Silly season. He read on, seated calm above his own rising smell. Los seres humanos aman el perfume de sus propios excrementos pero no el olor de los ajenos. En el fondo, forman parte de nuestro cuerpo

Etaba experimentado una satisfacción antigua. El movimiento tranquilo del esfínter, entre toda esa vegetación, me despertaba confusas experiencias previas. O es un instinto de la especie. Yo tengo tan poco de lo que es individual, y tanto de los que es específico (tengo una memoria de humanidad, no de persona) que quizá estaba disfrutando sencillamente de un placer ya

88

Page 89: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

experimentado por el hombre de Neandertal. Que debía de tener menos memoria que yo, no sabía ni siquiera quién era Napoleón.

Cuando acabé, se me ocurrió que debía limpiarme con hojas; debía de ser un automatismo, porque desde luego no lo había aprendido en ninguna enciclopedia. Tenía conmigo el periódico y arranqué la página de los programas de la televisión (al fin y al cabo, en Solara no hay tele)

Me levanté y miré mis heces. Una hermosa arquitectura de caracola, todavía humeante. Borromini. Debía de tener bien el intestino, porque ya se sabe que hay que preocuparse sólo si las heces son demasiado blandas o incluso líquidas.

Veía por primera vez mi caca (en la ciudad te sientas en la taza y luego tiras enseguida el agua sin mirar) Ya la estaba llamando caca, como creo que hace la gente. La caca es lo más personal y reservado que tenemos. El resto pueden conocerlo todos, la expresión de tu cara, tu mirada, tus gestos. También tu cuerpo desnudo, en la playa, en el médico, mientras haces el amor. Incluso tus pensamientos, porque sueles expresarlos, o te los adivinan los demás por cómo miras o por lo apurado que te muestras. Claro, habrá también pensamientos secretos (Sibilla, por ejemplo, aunque yo me había traicionado en parte con Gianni, y quién sabe si ella no se sospechaba algo, a lo mejor se casa precisamente por eso), pero en general también los pensamientos se manifiestan.

En cambio la caca no. Exceptuando un período brevísimo de tu vida, cuando tu madre te cambia los pañales, después es sólo tuya. Y como mi caca de ese momento no debía de ser distinta de las que había producido en el curso de mi vida pasada, entonces, en ese instante me estaba reencontrando con el yo de los tiempos olvidados, y probaba la primera experiencia capaz de enlazarse con un sinnúmero de otras experiencias previas, incluso las infantiles cuando hacía mis necesidades en las viñas.

89

Page 90: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Quizá, si miraba bien a mi alrededor, encontraría todavía los restos de la caca que había hecho entonces y, si triangulaba de forma adecuada, el tesoro de Clarabella.

Pero ahí me paraba. La caca todavía no era mi infusión de tila; habría sido curioso, ¿cómo podía pretender llevar a cabo mi recherche con el esfínter? Para recobrar el tiempo pedido no se requiere diarrea sino asma. El asma es pneumática, es soplo (aunque trabajoso) del espíritu: es para los ricos que pueden permitirse habitaciones tapizadas de corcho. Los pobres, en los campos, no hacen de alma, sino de vientre.

Aun así, no me sentía desheredado sino contento, quiero decir verdaderamente contento, de una manera que nunca había experimentado tras el despertar. Los caminos del señor son infinitos, me dije, pasan también por el agujero del culo.

La jornada se acabó así. Vagabundeé un poco por las habitaciones del ala izquierda, vi la que debía de ser la habitación de mis nietos (un cuarto grande con tres camas, muñecos y triciclos aún tirados por los rincones), en mi habitación estaban los últimos libros que había dejado en la mesilla, nada especialmente significativo. No me aventuré a entrar en el ala antigua. Calma, tenía que tomar confianza con el lugar.

Cené en la cocina de Amalia, entre viejos aparadores, mesas y sillas todavía de sus padres, y el olor de las ristras de ajos colgados de las vigas. El conejo estaba exquisito, pero la ensalada valía todo el viaje. Me daba gusto mojar el pan en ese caldo rosado moteado de zonas oleosas, pero el placer del descubrimiento, no el del recuerdo. De mis papilas no debía esperarme ayuda alguna, ya lo sabía. Bebí abundante: el vino de esa zona es mejor que todos los vinos franceses juntos.

Conocí a los animales de la casa: un viejo perro pelado, Pippo –excelente como guardián, según afirmaba Amalia, aunque inspiraba

90

Page 91: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

poquísima confianza, por lo viejo, ciego de un ojo e ido--, amén de tres gatos. Dos eran ariscos y tiñosos, el tercero era una especie de gato de angora negro, con el pelaje tupido y suave, y sabía pedir la comida con gracia, arañándome los pantalones y esbozando un ronroneo seductor. Me gustan todos los animales, creo, (¿no era miembro de una asociación contra la vivisección?), pero a la simpatía instintiva no se le dan órdenes. Preferí el tercer gato y le pasé los mejores bocados. Le pregunté a Amalia cómo se llamaban los gatos, y contestó que los gatos no se llaman, porque no son cristianos como los perros. Pregunté si podía ponerle Matú al gato negro y me contestó que podía, si no me bastaba con hacer minino minino, pero tenía el aire de estar pensando que los de la ciudad, señorito Yambo incluido, tenían la cabeza como una olla de grillos

Los grillos (los de verdad) armaban fuera un gran estruendo, y salí al patio a escucharlos. Miré al cielo, esperando descubrir figuras conocidas. Constelaciones, sólo constelaciones de atlas astronómico. Reconocí la Osa Mayor, pero como una de esas cosas de las que tanto había oído hablar. Había ido hasta allí para aprender que las enciclopedias tienen razón. Redi in interiores bominem y encontrarás la Larousse.

Me dije: Yambo, tienes una memoria de papel. No de neuronas, de páginas. Quizá un día inventen una diablura electrónica que permita al ordenador viajar a través de todas las páginas escritas desde el principio del mundo hasta nuestros días, para que pasemos de la una a la otra con una simple presión de dedos, sin entender ya dónde nos encontramos y quiénes somos, y entonces todos serán como tú.

A la espera de tener todos esos compañeros de desventuras, me fui a dormir.

Me estaba adormilando cuando oí que alguien me llamaba. Me invitaba a la ventana con un «psst psst» insistente y mascullado ¿Quién podía llamarme desde fuera, colgado de los postigos? Los abrí de golpe y vi huir una sombra blanquecina en la noche. Tal

91

Page 92: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

como me explicó Amalia la mañana siguiente, era una lechuza: « cuando las casas están vacías, a esos animales les gusta vivir no sé si en las cornisas o en los canalones, pero en cuanto se dan cuenta de que hay gente por los alrededores cambian de refugio. Qué pena. Porque esa lechuza en fuga en la noche me habá hecho sentir de nuevo lo que con Paola había definido como la misteriosa llama. Esa lechuza, o una de su hermandad, evidentemente me pertenecía, me había despertado otras noches, y otras noches había huido en la oscuridad, fantasma desmañado y chulandario ¿Chulandario? Tampoco esta palabra podía haberla leído en las enciclopedias, por lo cual me salía de dentro, o de antes.

Dormí sueños agitados y en un determinado momento me desperté con un fuerte dolor en el pecho. Al principio pensé en un infarto –es notorio que empieza así--, luego me levanté y sin reflexionar fui a buscar en la bolsa de medicamentos que me había dado Paola y me tomé un Malos. Malos, ergo gastritis. Uno tiene un ataque de gastritis cuando ha comido algo que no debía. En realidad había comido demasiado: Paola me había dicho que me controlara; mientras ella estaba cerca de mí, no me quitaba ojo, como un perro guardián; ahora había que aprender a hacerlo solo. Amalia no me ayudaría, para la tradición campesina comer mucho siempre sienta bien, uno está mal sólo cuando no hay de qué comer.

Cuántas cosas me quedan aún por aprender.

92

Page 93: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

6

EL «NUOVISSIMO MELZI»

Bajé al pueblo. Un poco duro volver a subir, pero fue un hermoso paseo, y tonificante. Menos mal que me había traído algunos cartones de Gitanes, porque en el pueblo tienen sólo Marlboro Light. Gente de campo.

Le conté a Amalia la historia de la lechuza. No se rió cuando le dije que creía que era un fantasma. Se puso seria

-- ¿Fantasma? Las lechuzas no, que son buenos animales que no le hacen daño a nadie. Claro que allá –y aludía a la vertiente de las Langhe--, allá todavía hay mascas ¿Qué son las mascas? Casi me da miedo decirlo, debería saberlo usted porque mi pobre padre a usted le contaba siempre estas historias. A ver, usted tranquilo, que aquí no vienen, ésas van a meterles miedo en el cuerpo a los campesinos ignorantes, no a los señores, que ya se barruntarán la palabrita buena para hacer que escapen con los pelos de punta. Las mascas son unas mujeres malas que van de noche. Y si hay niebla o tormenta, mejor aún, que así andan bien arregostadas.

No quiso decirme más, pero había mencionado la niebla, y le pregunté si allí había mucha.

-- Demasiada, demasiada, tan cierto como que me llamo Amalia. A veces no se ve de mi puerta al principio del camino; qué me digo, desde aquí no veo la fachada de la casa, y si alguien dentro de noche, ni así se divisa la luz que sale de la ventana, más deslucida que una vela. Y cuando no llega hasta aquí arriba, si usted lo viera, llena la cuenca hasta las colinas. No se ve nada hasta un cierto punto, luego es como si se incorpora algo, un risco, una iglesita, y luego blanco y más blanco detrás. Tal que hubieran caído allá abajo el cubo de la leche. Si todavía está usted aquí en septiembre, casi casi la ve,

93

Page 94: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

porque por estas tierras, niebla, excepto en junio y agosto, haberla, hayla siempre. Abajo, en el pueblo, está el Salvatore, un nápoles que vino trabajar aquí hace veinte años, ya sabe, en el sur es todo miseria y más miseria y todavía no se ha acostumbrado; anda diciendo que allá abajo hace bueno hasta en Reyes. Si usted supiera la de veces que se ha perdido por los campos, que iba y caía en el torrente y tenían que salir a buscarle de noche con las linternas. En fin, será buena gente,

Yo me recitaba en silencio:

Miré al valle: ¡Había desaparecidotodo!, ¡sumergido! ! Un gran mar yacentegris, gris, sin olas, sin playas, unido.Apenas, aquí y allá, la infrecuentealgarabía salvaje y escasa:vagas aves de un mundo indiferente.Altos en el cielo, esqueletos de haya,suspendidos, y sueños de vestigiosy silenciosos vacíos de gente

De momento, los vestigios y las soledades que buscaba, si estaban, estaban ahí, a pleno sol, no menos invisibles, porque yo la niebla la llevaba dentro. ¿O acaso debía buscarlos a la sombra? El momento había llegado. Tenía que entrar en el ala Central.

Le dije a Amalia que quería ir solo, meneó la cabeza y me dio las llaves. Parece que las habitaciones son muchas, y Amalia las tiene todas cerradas porque nunca se sabe que no vaya a entrar algún malintencionado. Así pues, me dio un manojo de llaves grandes y pequeñas, algunas oxidadas, y me dijo que ella se las conocía todas de memoria pero que, si de verdad quería subir por mi cuenta, tenía que industriarme para ir probándolas una por una. Como si dijera: «Tú te lo has buscado, ya que sigues tan caprichoso como cuando eras pequeño».

94

Page 95: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Amalia debía de haber pasado por allá arriba por la mañana temprano. El día antes, las contraventanas estaban cerradas, y ahora estaban entreabiertas, lo suficiente para dejar que se filtrara la luz a los pasillos y a las habitaciones, y ver dónde ponía uno los pies. Aunque Amalia viniera a airear de vez en cuando, había olor a cerrado. No era malo, como si emanara de los muebles antiguos, de las vigas del techo, de las telas blancas extendidas sobre los sillones (no tenía que haberse sentado Lenin en ellos?)

Pasemos por alto la aventura de probar y volver a probar todas esas llaves, que me sentía como el carcelero jefe de Alcatraz. La escalera de acceso daba a una sala, una especie de antecámara bien amueblada, con los sillones que le habrían gustado a Lenin, precisamente, y una serie de horribles paisajes al óleo, de estilo decimonónico, bien enmarcados, en las paredes. Todavía no conocía los gustos del abuelo, pero Paola me lo había descrito como un coleccionista curioso: no podían gustarle esos emplastos. Así que debían de ser cosas de familia, quizá los ejercicios pictóricos de algún bisabuelo o bisabuela. Con todo, en la penumbra de ese ambiente, apenas se notaban y formaban una mancha en las paredes, y a lo mejor era justo que estuvieran allí

La sala daba por un lado al único balcón de la fachada y, por el otro, a dos pasillos, que corrían a lo largo de la parte trasera de la casa, amplios y umbríos, con las paredes casi completamente cubiertas por viejas estampas en colores. En el pasillo de la derecha había piezas de Imagérie d`Epinal, que representaban acontecimientos históricos, Bombardement d`Alexandrie, Siège et bombardement de Paris par le Prussiens, Les grandes journèes de la Rèvolution Francaise, Prise de Pekín par les Allièes ; otras eran españolas, una serie de pequeños seres monstruosos, Los Orrelis, una Colección de monos filarmónicos, un Mundo al revés, y dos de esas escalas alegóricas con las edades de la vida, una para los hombres y otra para las mujeres, la cuna y los niños con sus nodrizas en el primer escalón, y, luego arriba hasta la edad adulta en lo más alto, con los personajes bellos y radiantes en un podio olímpico; a continuación, el lento

95

Page 96: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

descenso de figuras cada vez más ancianas que, en el último escalón, tal y como quería la Esfinge, eran ya seres con tres patas, dos trémulos puntales torcidos y el bastón, junto a una imagen de la muerte a la espera.

La primera puerta daba a una amplia cocina a la antigua, con un gran hogar de leña y una inmensa chimenea de donde colgaba aún un caldero de cobre. Utensilios, todos los que había, de otros tiempos, acaso heredados ya del tío abuelo del abuelo. Todo era de anticuario. A través de los cristales transparentes del aparador veía platos con dibujos de flores, cafeteras, tazas de desayuno. Busqué instintivamente un revistero y, por lo tanto, sabía que había uno. Lo había, colgado en un rincón cerca de la ventana, de madera pirograbada, con grandes amapolas encendidas sobre un fondo amarillo. Si durante la guerra había escasez de leña y carbón, la cocina debía de ser el único lugar caliente, y quien sabe cuántas veladas pasé en esa habitación.

Después había un cuarto de baño, también estilo antiguo, con una bañera enorme de metal y grifos curvados que parecían fuentecillas. El lavabo parecía una pila de agua bendita. Probé a abrir el agua y tras una serie de convulsiones salió algo amarillo que empezó a aclararse sólo dos minutos más tarde. La taza y la cisterna me recordaron unos Balnearios Reales de finales del XIX

Más allá del baño, la última puerta introducía a una habitación con pocos mueblecitos de madera verde tierno decorada con mariposas, y una camita individual donde, contra la almohada, estaba sentada una muñeca en paso Lenci, tan cursi como puede serlo una muñeca de fieltro de los años treinta. Había sido, sin duda, el cuarto de mi hermana, como también delataban algunos vestiditos en un pequeño armario, pero parecía que la habían vaciado de cualquier otro objeto y cerrado para siempre. Sabía sólo a humedad

96

Page 97: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Después del cuarto de Ada, el pasillo acababa con un armario al fondo: lo abrí, se percibía aún, fuerte, el olor de alcanfor, y había, en buen orden, sábanas bordadas, mantas y una colcha.

Volví hacia atrás por el pasillo hasta la antesala y enfilé el de la parte izquierda. Aquí, en las paredes, había estampas alemanas, con una composición muy precisa, Zur Geschichte der Kostüme, espléndidas mujeres de Borneo y guapas javanesas, mandarines chinos, eslavos de Sebenico con las pipas tan largas como los bigotes, pescadores de Segovia y Alicante, pero también trajes históricos, emperadores bizantinos, papas y caballeros de época feudal, templarios, damas del siglo XIV, mercaderes judíos, mosqueteros del rey, ulanos, granaderos napoleónicos. El grabador alemán había captado cada figura con el traje de las grandes ocasiones, de suerte que no sólo los poderosos se exhibían cargados de joyas, armados con pistolas en cuyas culatas lucían arabescos, armaduras de desfile, dalmáticas suntuosas, sino que también el africano más miserable y el plebeyo más desheredado se presentaban con fajas multicolores en la cintura, capas, sombrerazos llenos de plumas, turbantes variopintos. Quizá antes que en muchos libros de aventuras , yo exploré la policromada pluralidad de las razas y pueblos de la tierra en esos grabados, enmarcados sin dejar margen alguno, muchos de ellos desvaídos por los años y años de luz solar que habían convertido aquellas imágenes, a mis ojos, en epifanías de lo exótico «Razas y pueblos de la tierra », me repetí en voz alta, y pensé en una vulva pelosa ¿Por qué?

La primera puerta daba a un comedor, que al fondo comunicaba también con la antesala. Dos aparadores estilo siglo XV de imitación, con las puertas de cristales multicolores, en círculo y en rombo, algunas jamugas que parecían sacadas del Trovador y una lámpara de hierro forjado, amenazadora, encima de la gran mesa. Me dije «capón y pasta real», pero no sabía por qué. Más tarde le pregunté a Amalia por qué debía haber, en la mesa del comedor, capón y pasta real, y qué era la pasta real. Me explicó que, en Navidades de cada año que Nuestro Señor mandaba a la tierra, la comida de Navidad

97

Page 98: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

contemplaba el capón con su buena mostrada de frutas dulce y picante y, antes, la pasta real, que eran como unas albondiguillas de pasta amarilla que se cocían en el caldo del capón y luego se deshacían en la boca.

-- Sabe Dios lo buena que era la pasta real, un crimen que hayan dejado de hacerla, quizá porque echaron al rey, una criatura del Señor también él, ¡ya me gustaría a mí ir a corrérselas al Duce!-- Amalia, ya no hay Duce, lo saben incluso los que han perdido la memoria…-- Yo no me entiendo de política, pero sé que lo echaron una vez y luego volvió. Ande, no se haga de nuevas, que ése está por ahí esperando y un día, nunca se sabe…De todas formas, su señor abuelo, que Dios lo tenga en Su gloria, no toleraba que no hubiera capón y pasta real, que si no, no era Navidad

Capón y pasta real. ¿Serían la forma de la mesa, la lámpara que debía de haber iluminado aquellos platos a finales de diciembre las que me los trajeron a la memoria? No había recordado el gusto de la pasta real, sólo su nombre. Como en ese pasatiempo donde mesa debe vincularse con silla o con comedor o con sopa. A mí hacía que me viniera a la mente la pasta real por asociación entre palabras.

Abrí la puerta de otra pieza. Era un cuarto de matrimonio, y tuve un momento de vacilación al entrar, como si fuera un lugar prohibido. Los perfiles de los muebles me parecían inmensos en las penumbra y la cama, todavía de las de dosel, parecía un altar. ¿Sería el cuarto del abuelo, donde no podía entrar? ¿Murió allí, consumido por el dolor? ¿Y yo estaba con él, para darle el último adiós?

También el cuarto siguiente era un dormitorio, pero con un mobiliario de época indefinible, una suerte de chinesco, sin esquinas y todo curvas, como curvadas eran también las puertas laterales del gran armario con luna y la cómoda. Allí se me hizo un nudo en el píloro, como cuando en el hospital había visto la foto de mis padres el día de su boda. La misteriosa llama. Cuando intenté describirle el

98

Page 99: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

fenómeno al doctor Gratarolo, me había preguntado si era como una extrasístole. Puede ser, pero se acompaña de una tibieza que sube a la garganta; pues entonces, no –había dicho Gratarolo--, las extrasístoles no son así.

Es que había divisado un libro, pequeño, encuadernado en marrón, sobre el mármol de la mesilla de la derecha y fui derecho a abrirlo diciéndome «riva la filotea». Riva la filotea. Tuve la sensación de que ese misterio me había acompañado durante años, en una suerte de sincretismo lingüístico, o de léxico familiar, donde se mezclaban italiano y dialecto (¿lo hablaba pues?), y a la pregunta en piamontés La riva? Sa ca lè c´la riva?, yo respondía «Llega la filotea, la filotea», pensando en el italiano filobus, un trolebús, y bien podía ser un tranvía en medio de la noche o un funicular misterioso.

Abrí el libro, con la sensación de cometer un sacrilegio, y era La Filotea, del sacerdote milanés Giovanni Riva, 1888, una antología de oraciones, meditaciones pías, con lista de las fiestas de guardar y calendario de santos. El libro estaba casi desencuadernado y las hojas se rompían bajo los dedos con sólo tocarlas. Lo recompuse religiosamente (al fin y al cabo, mi oficio sigue siendo tratar con cuidado los libros antiguos), pero vi que en el lomo había un tejuelo rojo, con letras de oro ya deslavadas, «Riva La Filotea». Debía de ser el libro de oraciones de alguien, que yo nunca había osado abrir pero que, con esa leyenda ambigua, sin distinción entre autor y título, me anunciaba la inminente llegada de alguna inquietante diligencia unida por un trole a un cable eléctrico.

Luego me di la vuelta y vi que en los lados abombados de la cómoda se abrían dos puertecitas: me abalancé a abrir la de la derecha con cierta trepidación, mirando alrededor como si temiera que me espiaran. Dentro había tres baldas, también ellas de contorno curvo, pero vacías. Me sentía turbado como si hubiera cometido un robo. Quizá se tratara de un robo antiguo: yo iba a curiosear en aquellos anaqueles porque tal vez contenían algo que no habría debido tocar, o ver, y lo hacía a escondidas. A esas alturas ya estaba seguro. Ése

99

Page 100: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

era el cuarto de mis padres, la Filotea era el libro de oraciones de mi madre, en esos anaqueles de la cómoda yo iba a fisgar algo íntimo, qué se yo, vieja correspondencia, o un monedero, o sobres con fotos que no podían figurar en el álbum de familia…

Pero si aquel era el dormitorio de mis padres, puesto que Paola me había dicho que yo había nacido allí, en el campo, se trataba de la habitación donde yo había venido al mundo. Que uno no recuerde la habitación en la que vino al mundo es natural, pero el cuarto que durante años te habían enseñado diciéndote que ahí naciste tú, en esa cama enorme, donde ciertas noches pretendías dormir entre mamá y papá, donde quién sabe cuántas veces, cuando ya no tomabas el pecho, quisiste oler una vez más el perfume del seno que te había amamantado, esa habitación por lo menos debería haber dejado una huella en mis malditos lóbulos. No, también en este caso mi cuerpo había conservado sólo la memoria de algunos gestos repetidos una y otra vez, y nada más. Como decir que, si quisiera, podría repetir instintivamente el movimiento de succión de la boca que se aferra a un pezón, pero luego todo acabaría ahí, sin saber de quién era el seno ni cómo era el sabor de la leche.

¿Vale la pena haber nacido, si después no te acuerdas? Y, técnicamente hablando, ¿había nacido? Lo decían los demás, como siempre. Por lo que yo sabía, yo nací a finales de abril, a mis sesenta años, en la habitación de un hospital.

El señor Pipino, nacido viejo y muerto niño. ¿Qué historia era? A ver, el señor Pipino, nace en un repollo a sus sesenta años, con una buena barba blanca, empieza una serie de aventuras, rejuveneciendo cada día un poco, hasta que se vuelve un jovencito, luego un niño de pecho, y se apaga mientras emite su primer (o último) vagido. Debía de haber leído esa historia en algún libro de mi infancia. No, imposible, la habría olvidado como lo demás; la habría visto citada tal vez a los cuarenta años en una historia de la literatura infantil: ¿acaso no lo sabía todo sobre la infancia de Vittorio Alfieri y nada sobre la mía?

100

Page 101: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

En cualquier caso, debía lanzarme a la conquista de mi identidad allí, en la sombra de esos pasillos, para al menos poder morir en pañales viendo por fin el rostro de mi madre. Oh, Dios, ¿y si me moría viendo la cara de una de esas comadronas tipo cachalote, con barbas de ballena o de directora de colegio? García la Orca.

Al final del pasillo, tras un arcón colocado bajo la última ventana, había dos puertas, una en el fondo y la otra a la izquierda. Abrí la del fondo y entré en un amplio despacho, acuoso y severo. Una mesa de caoba, dominada por una lámpara verde, de las de biblioteca nacional, estaba iluminada por dos ventanales con los cristales coloreados, que daban a la parte de atrás del ala izquierda, la parte quizá más silenciosa y reservada de la casa, y ofrecían un paisaje soberbio. Entre las dos ventanas, la fotografía de un señor anciano, con bigotes blancos, detenido en su pose para un Nadar de campo. Imposible que el retrato estuviera ya cuando el abuelo vivía, una persona normal no se pone su foto justo delante de los ojos. No podían haberla puesto mis padres si el abuelo murió después que ellos, y precisamente por el dolor de su ausencia. Quizá los tíos, al liquidar la casa de la ciudad y los campos en torno a ésta, nada revelaba que hubiera sido un lugar de trabajo, un sitio habitado. La sobriedad era mortuoria

En las paredes había otra serie de Imágenes d`Epinal, con muchos soldaditos con uniformes azules y rojos, que ya se habían vuelto celestes y rosas, Infanterie, Cuirassiers, Dragons, Zouaves.

Me llamó la atención la librería, también de caoba: corría a lo largo de tres paredes pero estaba prácticamente vacía. En cada repisa había dispuestos sólo dos o tres libros, como decoración, como hacen precisamente los malos arquitectos que le agencian a su cliente un pedigrí de cultura falsa, dejando sitio para jarrones de Lalique fetiches africanos , bandejas de plata, botellas de cristal. Pero allí no estaban ni siquiera estas piezas de bisutería cara: sólo viejos atlas, una serie de revistas francesas en papel satinado, un diccionario de

101

Page 102: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

1905, el Nuovíssimo Melzi, vocabulario de francés inglés, alemán, español. Era imposible que un abuelo librero y coleccionista viviera ante una librería vacía. En efecto, en un estante, en un marco de plata, se veía una foto, tomada evidentemente desde un rincón del cuarto mientras el sol entraba por las ventanas e iluminaba el escritorio: el abuelo estaba sentado con aire un poco sorprendido, en mangas de camisa (pero con el chaleco), y casi se metía entre dos pilas de cartapacios que ocupaban la mesa. Detrás de él, los estantes estaban abarrotados de libros; entre ellos se elevaban pilas de periódicos, amontonados en desorden. En el rincón, en el suelo, se divisaban otros montones, quizás revistas, y cajas llenas de todo tipo de papelotes que parecían abandonados ahí precisamente para no tirarlos. Así es, así debía de ser el despacho del abuelo cuando era un lugar habitado, el almacén de un salvador de toda clase de material tipográfico que otros tirarían a la basura, la bodega de un navío fantasma que transportaba documentos olvidados entre uno y otro mar, un lugar donde perderse, puestos a rebuscar en cada uno de esos cartapacios. ¿dónde habían ido a parar todas esas maravillas¿ Evidentemente, vándalos respetuosos habían hecho desaparecer todo lo que podía generar desorden, todo fuera. ¿Vendido todo a un miserable chamarilero?, ¿tirado a la basura? ¿Acaso fue tras esa catártica depuración cuando no quise volver a ver esos cuartos, cuando intenté olvidar Solara? Aun así, en esa habitación, año tras año, debí de pasar horas y horas con el abuelo para descubrir con él quién sabe qué portentos. ¿También el último asidero a mi pasado me había sido sustraído?

Salí del despacho y entré en el cuarto de la izquierda, mucho más pequeño y menos austero: muebles más claros, hechos quizá por un carpintero local, sin pretensiones, apropiados para un chico. Una camita en un rincón, muchos estantes, prácticamente vacíos, excepto una fila de hermosas encuadernaciones rojas. En una mesita de estudiante, bien ordenada con su carpeta de piel negra en el centro y otra lámpara verde, había una copia gastada del Campanini Carboni, el diccionario de latín. En un pared sujeta con dos chinchetas, una imagen que me provocó otra misteriosísima llama. Era la portada de

102

Page 103: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

una partitura, o el anuncio de un disco, Vorrei volare, pero sabía que remitía a una película. Reconocía a George Formby, con su sonrisa caballuna, sabía que cantaba acompañándose con su ukelele, y me lo volvía a ver entrando con una moto fuera de control en un pajar, saliendo por el otro lado entre un revuelo de gallinas, mientras al coronel que iba en el sidecar le caía un huevo en la mano, un huevito lindo para ti, y luego veía a Formby precipitarse dando vueltas como un trompo con un avión de otros tiempos en el que se había metido por equivocación, y luego empinarse, alzarse y caer otra vez en picado, oh, qué risa, para morirse de risa, «lo vi tres veces, lo vi tres veces» casi gritaba. «El cinema más de risa que he visto en mi ida», repetí, y dije cinema, como evidentemente decíamos en aquellos tiempos, por lo menos en el campo.

Había sido duda mi habitación, cama y lugar de estudio, pero, salvo esas pocas cosas, lo demás estaba huero, como si fuera el cuarto del gran poeta en la casa donde nació, una oferta a la entrada, y puesta en escena para poder sentir el perfume de una inevitable eternidad. Aquí se compusieron el Canto de agosto, la Oda por las Termópilas, La elegía del barquero moribundo…¿Y él, el Ínclito? Él ya nos dejó, consumido por la tisis a la edad de veintitrés años, precisamente en esa cama, y mire el piano, aún abierto como Él lo dejó, el último día que pasó en esta tierra, ¿lo ve?, en el ala central todavía está la huella de la mancha de sangre que le resbaló de los labios pálidos mientras tocaba el Preludio de la gota. Esta habitación sólo recuerda la brevedad de su paso terrenal, consagrado a sus sudadísimos papeles. Pero, ¿y los papeles? Los papeles están cerrados en la Biblioteca del Colegio Romano y pueden verse sólo con el permiso del Abuelo. ¿Y el Abuelo? Está muerto.

Furibundo, volví l pasillo y me asomé a la ventana que daba al patio llamando a Amalia ¿Será posible, le pregunté, que en esas habitaciones ya no haya ni libros ni nada de nada, que en mi cuarto no encuentre mis juguetes?

103

Page 104: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

-- Pero, señorito Yambo, si usted seguía usando ese cuarto cuando era un bachiller, que ya tendría arriba de quince años. ¿Y quería seguir andándose con juguetes a esa edad? ¿Pero cómo es que se le ocurre buscarlos ahora que tiene más de cincuenta?-- Vale, vale. Pero, ¿y el despacho del abuelo? Debía de estar lleno de cosas ¿Dónde han ido a parar?-- Al desván, todo al desván ¿Se acuerda del desván? Parece un cementerio, a mi me entra melancolía al llegarme allá arriba, voy sólo para poner aquí y allá los platillos con la leche ¿Qué por qué? Pues porque así los gatos les da por subirse hasta allá y ya arriba se divierten cazando ratones. Fue una idea de su señor abuelo: en el desván hay mucho papel y hay que mantener alejados a los ratones, que ya sabe usted, en el campo, por mucho que se haga…A medida que usted iba creciendo, lo de antes acababa en el desván, como las muñecas de su hermana. Después, cuando sus señores tíos metieron las anos aquí dentro, bueno, no es por criticar, es que por lo menos podían haber dejado lo que había donde estaba. Pues no, como si hicieran las faenas para las fiestas. Todo fuera, todo al desván. Es natural que ese piso donde está usted ahora se haya convertido en un velorio, así que cuando volvió con la señora Paola nadie se hacía a vivir ahí, y por eso se fueron a la otra ala, más pobre, pero más fácil de llevar, y la señora Paola la arregló como dios manda, que los niños pueden andar sueltos sin sentirse como perros en una iglesia…

Si esperaba encontrar la cueva de Alí Babá en el ala grande, con todas sus ánforas llenas de monedas de oro, diamantes gruesos como una avellana y las alfombras voladoras listas para el despegue, nos habíamos equivocado completamente, Paola y yo. Los aposentos del tesoro estaban vacíos ¿Acaso había de ir arriba, al desván, y bajar aquí todo lo que pudiera descubrir, para devolverlo a su estado originario? Ya, pero debería recordar cómo era su estado originario y, en cambio, tenía que hacer todo ese tejemaneje precisamente para recordarlo.

Volví al despacho del abuelo y me di cuenta de que en una mesita rinconera había un tocadiscos. No un viejo gramófono, sino un

104

Page 105: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

tocadiscos con altavoz incorporado. Por el diseño, debía de ser de los años cincuenta, sólo para setenta y ocho revoluciones ¿Así es que el abuelo escuchaba discos? ¿Los coleccionaba, como todo lo demás? ¿Y dónde estaban? ¿En el desván también ellos?

Empecé a hojear las revistas francesas. Eran revistas de lujo, de gusto floral, con páginas que parecían miniaturas, con los bordes historiados e ilustraciones en color de estilo prerrafaelista, pálidas damas en coloquio con los caballeros del Santo Grial. Y luego, relatos y artículos, también ellos entre marcos trazados por volutas de lirios, y páginas de moda,, algunas de estilo art déco con señoras filiformes, cabellos a lo garçon y vestidos de chiffon o de seda bordada, con la cintura baja, cuellos desnudos y amplios escotes en la espalda, labios sangrantes como una herida, largas boquillas para extraer perezosas volutas de humo azulado, sombreritos con veleta. Estos artistas menores sabían dibujar el olor a polvos de tocador.

Las revistas alternaban la vuelta nostálgica a un Liberty recién vivido y la exploración de lo que estaba de moda, y quizá la alusión a bellezas ligeramente obsoletas confería un velo de nobleza a las propuestas de la Eva futura. Pero en una Eva que, evidentemente, , se había pasado de moda hacía muy poco me detuve con una palpitación en el corazón. No era la misteriosa llama, era taquicardia en toda regla, sobresalto de nostalgia del presente.

Se trataba de un perfil femenino, con largos cabellos de oro, una velada fragancia de ángel caído. Me recité mentalmente:

Y larguísimos lirios de una sacra palidezmorían entre tus manos como cirios apagadosEspirabas de tus dedos perfumes que languidecíanen el aliento agotado del supremo dolor.De tus claros ropajes poco a poco exhalabanel amor y la agonía

105

Page 106: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Por Dios, ese perfil debía de haberlo visto yo de niño, de muchacho, de adolescente, quizá aún en el umbral de la edad adulta, y se me había quedado grabado en el corazón. Era el perfil de Sibilla. Así pues, conocía a Sibilla desde un tiempo inmemorable, en la librería, hace un mes, yo simplemente la había reconocido. Pero el reconocimiento, en lugar de gratificarme y moverme a ternuras renovadas, me encogía ahora el ánimo. Porque en ese momento me daba cuenta de que, al ver a Sibilla, yo simplemente había vuelto a dar vida a un camafeo de mi infancia. A lo mejor fue lo que hice cuando la encontré por primera vez: pensé en ella enseguida como objeto de amor porque objeto de amor había sido esa imagen. Luego, cuando volví a encontrarla tras el despertar, nos atribuí a nosotros dos una historia que era sólo la que anhelaba cuando llevaba pantalones cortos. ¿Entre Sibilla y yo no había habido nada más que ese perfil?

¿Y si no hubiera nada más que ese rostro entre todas las mujeres que he conocido y yo? ¿Si no hubiera hecho nada más que perseguir esa cara que vi en el despacho del abuelo? De repente, la búsqueda que me disponía a llevar a cabo en esas habitaciones adquiría otro valor. No era sólo el intento de recordar lo que había sido antes de dejar Solara, sino también entender qué había hecho después de Solara. Pero ¿de verdad era así? No exageremos, me decía, en el fondo, acabas de ver una imagen que te ha evocado una mujer que encontraste apenas ayer. Quizá esta figura te recuerda a Sibilla sólo porque es esbelta y rubia, y a otro le recordaría, qué se yo, a Greta Garbo o a la chica de la puerta de al lado. Eres tú el que sigues estando soliviantado, y, como el salido del chiste (me lo había contado Gianni cuando le hablaba de los tests del hospital), ves siempre eso en todas las manchas de tinta que te enseña el doctor.

Pero, venga, estás aquí para volver a encontrar a tu abuelo, ¿y te pones a pensar en Sibilla?

Fuera las revistas, ya las miraría después. Me atrajo inmediatamente el Nuovíssimo Melzi de 1905, con 4260 grados, 78 tablas sinópticas

106

Page 107: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

ilustradas, 1.050 retratos, 12 cromolitografías, Antonio Vallardi, Milán. En cuanto lo abrí, nada más ver esas páginas amarilleadas con sus caracteres de cuerpo ocho y sus pequeñas figuras al principio de las entradas más importantes, busqué lo que sabía que había de encontrar. Las torturas, las torturas. En el efecto, ahí estaba la página con los distintos tipos de suplicios, la hervencia, la crucifixión, el aguijón, con la victima que primero se izaba y luego se dejaba caer con los glúteos sobre un cojín de puntas de hierro afiladas; el brasero, con el achicharramiento de la planta de los pies; la parrilla, el enterramiento, la pira, la hoguera, la rueda , el desuello, el espetón; el trucidamiento, atroz parodia de un espectáculo de prestidigitación, con el condenado metido en una caja y los dos verdugos con una gran sierra de mano, sólo que aquí al final al individuo lo cortaban en dos de verdad; el desmembramiento, casi como el anterior, excepto que aquí un serrucho accionado mediante una palanca presumiblemente debía dividir al infeliz en sentido longitudinal; luego el arrastre, con el culpable atado a la cola de un caballo; la empulguera en los pies y, el más impresionante de todos, el palo –por aquel entonces no debía de saber nada de los bosques de empalados ardiendo a cuya luz cenaba el voivoda Drácula--, y más y más aún, treinta tipos de tortura, a cada cual más atroz.

Las torturas…Cerrando los ojos, nada más ver esa página, podía citarlas una a una, y el blando horror, la tranquila exaltación que estaba experimentando eran los míos de ahora, no los de otro que no conocía ya.

Cuánto debo de haberme demorado en esa página. Y cuánto en las otras, algunas en color (llegaba a ellas sin encomendarme ni siquiera al orden alfabético, como si siguiera la memoria de mis yemas): las setas, carnosas, con las más bellas de todas, las venenosas, la falsa oronja, con el sombrerillo rojo moteado de blanco, la amanita sanguínea de un amarillo pestilente, la lepiota naucina, el hongo de Satanás, la rúsula como un labio carnoso abierto en un rictus; y luego, los fósiles, el megaterio, el mastodonte y el dinornis; los instrumentos músicos antiguos (el ramsinga, el olifán, la buccina

107

Page 108: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

romana, el laúd, el rabel, el arpa eolia y el arpa de Salomón); las banderas d todo el mundo (con países que se llamaban China y Cochinchina, Malabar, Kong, Tabora, Marath, Nueva Granada, Sáhara, Samos, Sándwich, Valaquia, Moldavia); los vehículos, con el ómnibus, el faetón, el sociable de capota, el landó, el cabriolé, el cab, el sulky, la diligencia, el carro de guerra etrusco, la biga, la torre elefantina, el lombardísimo carroccio, la berlina, el palanquín, la litera, el trineo, el carricoche, el birlocha; los veleros (¡y yo que creía haber absorbido de quién sabe qué relatos de aventuras marinas términos como bergantín y mesana, sobremesana, castillo de proa, gavia, maestro, trinquete, perroquete, papafigo, trinquetilla, foque y petifoque, botavara, pico de cangreja, bauprés, cofa, amurada, ¡orza la mayor contramaestre del diablo , cuerpo de mil bombardas, truenos de Hamburgo, suelta el papafigo, todos a la banda de babor, hermanos de la costa!); y seguía, las armas antiguas, el majador, el fustablo, el espadón del justiciero, la cimitarra, el puñal de tres hojas, la daga, la alabarda, el arcabuz de doble rueda, la bombarda, el ariete, la catapulta; y la gramática de la heráldica, campo, faja, palo, banda, barra, partido, cortado, partido en banda, cuartelado, angrelado…Ésta debe de haber sido la primera enciclopedia de mi vida y debo de haberla hojeado largo y tendido. Los bordes de las páginas estaban gastados, muchas entradas estaban subrayadas, a veces aparecían al lado rápidas anotaciones en una caligrafía infantil, más que nada para transcribir términos difíciles. Este volumen se había usado hasta la saciedad, leído y releído y sobado, y muchas hojas se estaban soltando ya

¿Aquí se formó mi primer saber? Espero que no, me dije sardónico tras empezar a leer algunas veces, y precisamente las más subrayadas:

Platón. Íncl. filos. gr., el mayor de los filos de la Antigüedad. Fue discípulo de Sócrates, cuya doctrina expuso en los Diálogos. Reunió una buena colección de utensilios ant. (429-347 antes de J.C.)

Baudelaire. Poeta parís., extravagante y artificial en el arte.

108

Page 109: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Evidentemente, uno se puede liberar también de una mala educación. Luego crecí en edad y sabiduría, y en la universidad leí casi todo Platón. Nadie me confirmó nunca que hubiera reunido una buena colección de utensilios antiguos. Pero ¿y si fuera verdad? ¿Y si para él eso era lo más importante, y lo demás era para ganarse el pan y permitirse ese lujo? En el fondo, esas torturas existieron, no creo que los libros de historia que circulan en las escuelas las enseñen, y hacen mal; debemos saber de qué pasta estamos hechos, nosotros, estirpe de Caín. ¿He crecido, pues, pensando que el hombre era irremisiblemente malvado y la vida un relato lleno de gritos y furor? ¿Por eso decía Paola que me encogía de hombros cuando morían un millón de niños en África? ¿Fue el Nuovíssimo Melzi el que me inculcó la duda sobre la naturaleza humana? Seguía hojeándolo:

Schumann (Rob.) Cel. comp. Al autor de el Paraíso y la Peri, muchas Sinfonías, Cantatas, etc. 1810-1856 – (Clara) Distinguida pianista, viuda del ant. 1819-1896

¿Por qué «viuda»? ¿En 1905 no habían muertos ambos hacía tiempo?, ¿se dice acaso que Calpurnia era la viuda de Julio César?. No, era su mujer, aunque le sobreviviera. ¿Por qué viuda sólo Clara? Santo Dios, el Nuovíssimo Melzi era sensible también a los chismes, y fue tras la muerte del marido, puede que incluso antes, cuando Clara tuvo una relación con Brahms. Léanse las fechas (el Melzi, como el oráculo de Delfos, no dice y no esconde, sino que alude), Robert muere cuando ella tiene sólo treinta y siete años, destinada a vivir otros cuarenta ¿Qué tenía que hacer a esa edad una bella y distinguida pianista? Clara pertenece a la historia como viuda, y el Melzi lo recogía. ¿Cómo llegué yo a saber, después, la historia de Clara? Quizá porque el Melzi me había instigado una curiosidad a propósito de ese «viuda» ¿Cuántas palabras sé porque las aprendí en este diccionario?, ¿por qué sigo sabiendo ahora, con adamantina seguridad, y a despecho de mi tormenta cerebral, que la capital de Madagascar en Tananarive? Allí encontré términos con el sabor de una fórmula mágica, avenenfeza, badomía, berbecí, cacaraña, cerasta, crisopeya, dogmática, galipodio, grandevo, unánime,

109

Page 110: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

lodiento, mampostor, pulicán, postemero, solejar, sépalo, versito, Ádrasto, Alóbroge, Riu-kiu, Kafiriristán, Dongola, Sardanápalo, Filopátor…

Hojeé los atlas: algunos eran viejísimos, de antes aún de la guerra de 1914-1918, y en África, de un color gris azulad, todavía estaban las colonias alemanas. En mi vida debía de haber frecuentado muchos atlas, ¿acaso no acababa de vender un Ortelius? Pero ahí algunos nombres exóticos adquirían un aire familiar, como si hubiera de partir de esos mapas para recuperar otros. ¿Qué unía mi infancia a la Deutsch-Ostafrika, a las Nederlandsch-Indien y sobre todo a Zanzíbar? Fuera como fuese, lo que era indudable es que allí, en Solara, cada palabra evocaba otra. ¿Me remontaría por esa cadena hasta la palabra final? ¿Cuál? ¿«Yo»?

Volví a mi cuarto. Una cosa me pareció saberla sin vacilaciones. En el Campanini Carboni no está la palabra mierda. ¿Cómo se dice en latín? ¿Qué exclamaba Nerón cuando, al colgar un cuadro, se machacaba el dedo con el martillo? ¿Qualis artifex pereo? En mi adolescencia, ésos debían de ser problemas serios, y la cultura oficial no daba respuestas. Entonces recurríamos a los diccionarios no escolares, pienso. Y en efecto, el Melzi registra mierda, merdellón, merdos, merdúseo, mierdica, incluso palabras desterradas para siempre como medocco , «afeite para quitar los pelos, usado sobre todo por los judios», y me veo preguntándome cuántos pelos tenían, pues los judios. Tuve como una iluminación y oí una voz: «El diccionario de mi casa dice que una pitana es una mujer que hace sus ganancias a cuerpo» Alguien, un compañero de colegio, había ido a buscar en otro diccionario lo que ni siquiera figuraba en el Melzi; tenía en los oídos la voz prohibida en forma semidialectal (la palabra debía de ser pütan´na ), y debió de intrigarme durante mucho tiempo ese «hace sus ganancias a cuerpo» ¿Qué había de tan prohibido en obtener ganancias sin llevar abrigo? Está claro, la puta del prudente diccionario hacía ganacia de su cuerpo, pero mi informador había traducido mentalmente de la única manera posible en que para él eso

110

Page 111: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

resultaba una alusión maligna, de las que oía en casa: «Será descocada. Si todos hiciéramos ganancias a cuerpo…»

¿Reviví algo?, ¿el lugar, el c hico No, era como si afloraran frases, secuencias de palabras, escritas en un relato leído una vez. Flatus vocis.

Los últimos encuadernados no podían ser míos. Seguramente había hecho que el abuelo me los regalara, o los tíos los habían llevado allá desde el despacho del abuelo, por razones escenográficas. La mayor parte eran cartones de la Collection Hetzel, todas las obras de Verne, encuadernación en rojo con orlas doradas tapas variopintas con decoraciones en oro…Quizá aprendí mi francés en esos libros, y también en este caso iba a tiro hecho a las imágenes más memorables, el capitán Nemo que desde el gran ojo de buey del Nautilus ve el pulpo gigantesco, el bajel aéreo de Robar el Conquistador , erizado de pértigas tecnológicas , el globo que cae en la Isla Misteriosa (¿Ascendemos? – Al contrario, descendemos. – Peor que eso, mister Cyrus ¡Caemos!

111

Page 112: Umberto Eco - La Misteriosa Llama de La Reina Loana

Cuando mis pies ya inmóviles me adviertan que mi carrera en este mundo está próxima a su fin, Jesús misericordioso, tened piedad de mí

Cuando mis manos trémulas y entorpecidas no puedan ya estrecharos, ¡oh bien mío crucificado! Y contra mi voluntad os dejen caer sobre el lecho de mi dolor, Jesús misericordioso, tened piedad de mí

Cuando mis ojos llenos de tinieblas y desencajados ante el horror de la cercana muerte fijen en Vos sus miradas lánguidas y moribundas, Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando mis mejillas pálidas y amoratadas inspiren lástima y terror a los que me rodeen y mis cabellos húmedos con el sudor de la muerte erizándose en la cabeza anuncien mi próximo fin, Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando mi imaginación, agitada por horrendos y espantosos fantasmas, quede sumergida en congojas de muerte, Jesús misericordioso, tened piedad de mí

Cuando, perdido ya el uso de todos los sentidos, el mundo entero haya desaparecido de mi vista y gima en el estertor de la última agonía y de las congojas de la muerte, Jesús misericordioso, tened piedad de mí

112