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    F R A N C I S C O L . U R Q U I Z O

    TROFA

    VIEJA

    P O P U L I B R O S " L A P R E N S A

    D ivis ión de Ed itora dé Periód icos S. C. L.

    México J>. F.

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    Publicado mediante acuerdo

    especial con el autor.

    Todos los

    derechos

    reservados.

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    S O B R E E L A U T O R

    De recia raigambre norteña, el general Francisco L.  UT-

    quizo, a quien con justicia se ha llamado el "novelista del

    soldado", vio la primera luz en San Pedro de las Colonias,

    Coahuila, en junio de 1891, hijo de agricultores algodone

    ros de la región.

    Cursó sus primeros estudios en Torreón pasando más.

    tarde al Liceo Fournier de México para los secundarios y

    superiores, siguiendo una carrera comercial hasta que en

    1910 se lanzó a la Revolución al frente de un grupo de

    peones de su hacienda.

    Al triunfo de Madero ostentaba ya el grado de capitán

    primero, bajo las órdenes del general e ingeniero Emilio

    Madero. El Presidente electo don Francisco I. Madero le

    llevó al Ejército regular con el grado de subteniente de

    Caballería, formando parte de la Guardia Presidencial.

    Continuó al lado del Presidente Madero hasta la muerte

    de éste durante la Decena Trágica, incorporándose después

    a las fuerzas de don Venustiano Carranza, de cuyo Estado

    Mayor formó parte acompañando al Caudillo de Cuatro

    Ciénegas hasta su muerte en Tlaxcalaniango.

    Durante ese tiempo alcanzó el grado de general de

    brigada, participando en las campañas contra Victoriano

    Huerta primero y posteriormente contra las fuerzas con-

    vencionalistas y felixistas en Veracruz.

    Tuvo a su mando un Batallón de Zapadores, y posterior

    mente organizó la Brigada "Supremos Poderes" y más

    tarde la división que llevó el mismo nombre.

    En su larga y brillante carrera militar ha desempeñado

    multitud de puestos importantes, entre ellos los de Co-

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    o

    F R A N C I S C O L . U R Q U I Z O

    mandan te Mi l i t a r en l a P laza de México , J e fe de l as Armas

    en e l puer to de Veracruz y de Operaciones en e l mismo

    Es tado ; J e fe de l Depar tamento de Es tado Mayor en la

    en tonces Secre ta r ía de Guer ra ; Of ic ia l Mayor de l a misma

    y S u b s ec r e t a r i o E n ca r g ad o d e l D es p ach o , ú lt im a co m is ió n

    que desempeñó a l l ado de l s eñor Car ranza .

    A ra íz de la muer te de és te , quedó pos tergado y es tuvo

    fuera del E jérc i to por largos años . Desde su re ingreso , a l

    m i s m o h a d es em p eñ ad o t am b ién im p o r t an t e s co m is io n es ,

    ta les como Jefe del Es tado Mayor del Secretar io de la

    D ef en s a N ac io n a l ; co m an d an te d e d o s zo n as m i l i t a r e s ;

    Subsecre ta r io y más ta rde t i tu la r de l a p rop ia dependenc ia .

    Al te rnando sus deberes mi l i t a res con e l háb i l mane jo de

    la p luma, con la cua l ha t r azado con v iv idos r asgos l a g ran

    mayor ía de los episodios y sucesos revolucionar ios en los

    cua les par t i c ipó tan ac t ivamente , e l genera l Urqu izo t i ene

    en su haber como nove l i s ta no menos de ve in te obras , s in

    con ta r su l abor como t ra tad i s ta y comenta r i s ta mi l i t a r ,

    i g u a lm en te cu an t io s a y b i en d o cu m en tad a .

    Dueño de un es t i lo v igoroso pero ameno , con sabor de

    anécdota contada a l ca lor de los v ivacs a cuyo fuego tantas

    noches pernoc tó , toda la obra de l genera l Urqu izo es tá im

    pregnada de l amor a l a pa t r i a , a l a Revo luc ión y a los hu

    mi ldes qu e m i l i t a r on en e ll a en un ges to de su pre m a rebe l

    d ía . Su prosa senci l la y s in rebuscamientos , t iene todo e l

    s ab r o s o s ab o r cam p i r an o y p o p u la r .

    T R O P A V I E J A , q u e h o y n o s h o n r a m o s e n p u b l i c a r ,

    guarda todas es tas caracter ís t icas y es una de las obras

    más in tensas b ro tadas de su p luma. Des f i l a por sus pág i

    n a s ,  s inc era y es t ru j an tem ente , l a v ida cuar te le ra de p r in

    c ip ios de s ig lo , con todas sus l ac ras y c rue ldades , p re lud io

    a l a g ran conmoción que habr ía de sacud i r nues t ro pa í s a l

    levantarse Madero . E l so ldado de leva, suf r ido y s in espe

    ranzas , es e l hé roe p r inc ipa l de l a jo rnada y su v ida dura ,

    r es ignada , amarga , es r e la tada a v ivos t r azos , pe r fec tamen

    te enmarcada den t ro de l a época y cos tumbres que lo p ro

    d u j e r o n .

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    Pintorescamente va dibujando la mano del autor los

    distintos sucesos que marcaron la vida de Espiridión Si-

    fuentes, ,el humilde m ozo d e hacienda que de la noche a

    la mañana se ve uniformado y sujeto 'a la rígida disciplina

    militar del porfirismo. Luego su pluma se vuelve violenta

    para darnos una clara idea de los primeros combates re

    volucionarios y alcanza proporciones de tragedia para na

    rrarnos el infierno de fuego y tremendas pasiones que se

    desatan en la toma de Torreón y la Decena Trágica, para

    concluir, en un ambiente mezclado a partes iguales de pesi

    mismo y esperanza, con el lento redoblar de los tambores

    que se pierden por la calle, sonando como el latir de un

    co r azó n . . .

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    I

    Mi compadre Ce ledon io e ra e l ca rn ice ro más conoc ido

    en todo aque l rumbo de la comarca l agunera . En su ca r

    n icer ía de la hacienda de Lequei t io , en donde viv íamos los

    dos ,  "s iempre ten ía po r lo m eno s un chivo d es tazad o y

    lo? dom ingo s tenía ade m ás un a bue na p ier na de res. y u n

    cos t i l lar de m ar ra n o apar te" de los ch ich arr on es qu e f re ía

    en la puer ta del jacal , cada ocho días . Buenas ventas logra

    ba los domingos entre la gente de la hacienda y entre los

    que l legaban aquel d ía a l l í , de los ranchos cercanos .

    En t re semana ens i l l aba su caba l l i to co lo rado cua t ra lbo ,

    amar raba en los t i en tos de l a montura un ch ivo des tazado

    y una ba lanza v ie ja y se l a rgaba a los r anch i tos a menudear

    la ca rne , a hacer cambalaches o a comprar an imales para

    el abas to .

    Buenos cen tavos hac ía mi compadre Ce ledon io en su

    negoc io y buen agu je ro l e hac ía t ambién a l a t i enda de

    raya de l a hac ienda , por lo menos en e l r amo de ca rne .

    Los gachup ines de l a casa g rande no lo quer ían y hac ían

    todo lo pos ib le por cor re r lo de a l l í . Tampoco a mí me que

    r ían , de seguro por l a amis tad que ten íamos y porque yo

    nunca me de jé de n inguno de e l los c in ta rcar n i babosear ,

    y también porque yo les l levaba sus cuentas a los peones

    para que no se los t an tea ran los sábados , d ías de r aya . Bue

    nas a lega tas l es hac ía yo , cada vez que quer ían mangonear

    le a lgunos pesos a a lgunos de mis conocidos y amigos , que

    me buscaban para que les ayudara yo en lo que pod ía y

    q u e h ab í a l o g r ad o ap r en d e r en e l p o co t i em p o q u e p u d e i r

    a l a escue la de San Pedro de l as Colon ias , cuando mi pa

    d r e ,

      que en' paz descanse , po d ía d ar no s a m i he rm an o José

    y a mí a lguna comodidad .

    Aquel la t a rde mi compadre hab ía vue l to de por e l rum

    bo de Vega Larga con un mor ra l i to r e tacado de pesos .

    Es taba muy con ten to y con ganas de d iver t i r se un ra to .

    A p en as m e en co n t r ó , m e d i j o :

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    12 FRANCISCO L. URQ UIZO

    —Ándele compadrito, véngase; vamos a echar un trago

    de mezcal y a comer unos chicharroncitos. Mire nomás

    hasta dónde me llegó Tagua.

    Nos fuimos a su casa y entre taco y taco y trago y tra

    go,

      nos acabarnos una canasta de tortillas, dos libras de

    chicharrones y tras botellas de mezcal de Pinos.

    Al pardear la tarde ya estábamos bien borrachos; co

    menzó por contarme todas sus andanzas por los ranchos

    y haciendas, y acabó por abrazarme queriendo llorar. Era

    muy amoroso mi compadre en la borrachera, a diferencia

    mía, que me daba siempre por querer pelear. En una cosa

    estábamos siempre de acuerdo: en hablar mal de los ga

    chupines dueños de la hacienda. No podíamos ver a don

    Julián Ibargüengoitia, el administrador, ni a los dependien

    tes don Salustio Miralles y don Agapito Solares.

    En la borrachera nos daba, como a todos los peones

    de La Laguna, por cantar tragedias y canciones rancheras

    con sus correspondientes gritos y sus maldiciones. Ese es

    el consuelo de los hombres de trabajo cuando se sienten

    aliviados por un trago que les raspe el gañote.

    A la hora del canco, yo llevaba siempre la voz primera

    y él me hacía muy bien la^segunda.

    Dec a Macario Romero

    Oiga mi gsneraí Plata,

    concédame una licencia,

    para ir a ver a irri chata.

    O si no aquello de:

    Tolentino, hombre valiente,

    valiente y muy afamado,

    aquí se encontró a su padre

    que es Toribio Regalado.

    0 la tragedia de don Juan García y Luis Banderas:

    También Octavio Meraz,

    también era hombre capaz,

    y al mentado Luis Banderas,

    le dio un tiro por detrás.

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    Ya de noche y con más tragos y acostados ios dos en

    el montón de la semilla del algodón, cerca del despepita-

    dor, y acompañados de otros tres a cuatro peones que se

    divertían oyéndonos, acabamos con la canción alborotado

    ra que dice:

    No tiene tierra la mata

    ni barranco el paderón,

    ni chiches tenía la rata,

    ¿con qué se criaría el ratón?

    En esa canción estábamos muy animados, cuando llegó

    el mayordomo a reconvenirnos.

    —Que dice el amo que a ver si ya se callan. Que ya es

    buena hora para que se vayan a sus casas y dejen dormir

    a la gente.

    —Dígale al amo que no nos dan ganas de callarnos

    — contesté yo . _ .

    —Mira, Espiridión, no seas bozalón. Tú ya sabes que

    a ti y a tu compadre los traen los españoles entre ojos. No

    vaya a ser que les echen a la patrulla encima.

    —'Dígale, don Amado, a su patrón, que vaya y vuelva

    a la tarde. ¡Ajajay ¡Viva México, gachupines h i j o s . . .

    El mayordomo se fue asustado porque ya me conocía

    cómo era yo de lebrón con dos o tres tragos en el estó

    mago.

    A poquito rato, de verás llegaron los dos de la patrulla

    con sus machetes viejos, a meternos al orden. Uno de ellos

    era también el juez y llevaba como siempre la vara de la

    justicia en la mano. Apenas lo mandaba el amo a cualquier

    diligencia, luego mego ag arr ab a un a va ra que, decía qu e

    era el respeto de la justicia.

    —^Amigos, vayanse a acostar y ya cállense la boca.

    Mi compadre, muy sumiso, se levantó para irse. Los

    peones que nos acompañaban se fueron yendo despacito

    para sus'jacales, pero yo,

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    1 4 F R A N C I S C O L . U R Q U I Z O

    —Usted t iene la cu lpa .

    — ¿

    Y o

    ?= ¿por qué?

    — P a qu é m e d io tan to mezcal s i ya m e cono ce .

    —Véngase ; vamonos po r a i , an t e s que e s to se ponga

    pior .

    Nos fuimos yendo los dos muy serieci tos por entre los

    jacales con la intención de ganar e l ta jo del Cui je para i r

    a caer hasta e l rancho de La Pinta . El juez se quedó al l í

    s e n t a d o a g a r r á n d o s e l a b a r r i g a y e c h a n d o h a b l a d a s :

    —Ya verán , desgrac iados , den t ro de un ra to que l legue

    Náje ra con l a Acordada de San Pedro .

    —¿Usted c ree , compadre , que vaya a ven i r Ná je ra?

    —Bien pud ie ra se r ; vamonos yendo po r l a s dudas ; vén

    gase ,

      vamonos por adent ro de l t a jo y sa l imos a La Pin ta ,

    a l l í pasamos la noche en casa de Eladio López.

    Pron to pasamos po r lo s j aca l e s y aga r ramos l a a l ameda

    del ta jo . La luna se andaba escondiendo por en t re unas

    nubec i t a s neg ras . Nos l ad ra ron lo s pe r ros y se quedó Le -

    quei t io a t rás .

    Caminamos como un cua r to de l egua y nos sen tamos

    en un bo rdo a chupar un c iga r ro de ho ja . Nos aga r ró e l

    sueño y nos quedamos a l l í do rmidos con l a bo r rache ra

    s in acordarnos ya más de Nájera , de l juez n i de los gachu

    p ines dé Lequei t io .

    Cuando desper tamos a l t rope l de los cabal los , ya ten ía

    mos enc ima a l a Acordada de Marcos Ná je ra . Nos echa

    ron lo s an ima les enc ima y nos aga r ra ron a c in t a razos . No -

    más veíamos bri l lar con la luna las hojas de los sables y

    sent íamos los fajazos en la espalda y en el pecho. En un

    ins tan t i to más nos t i ra ron a l sue lo y cayeron con nosot ros

    has ta la cárce l de la hac ienda .

    Ya e ra b i en en t rada l a mañana cuando despe r t é . Con

    la bo r rache ra y l a ma la pasada que nos d i e ron lo s mon ta

    dos ,

      hab ía ca ído yo redondo como un t ronco . Mi compa

    dre Celedonio es taba t i rado en un r incón , y yo en o t ro ,

    de la ga lera que serv ía de cárce l en la hac ienda .

    Me puse a re f lex ionar : buena se me esperaba de a l l í

    en ade lan te . Con la mala vo luntad que me ten ían los espa

    ñoles y la t r i fulca de la noche anterior , de seguro que tan-

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    T R O P A V I E J A "15

    to yo , como mi compadre , íbamos a dar a la cárce l de San

    Pedro de l a s Co lon ias pa ra una t emporada .

    M i co m pad re es taba" ro nc an do ; ten ía un mach etazo en

    la cara que cas i l e hab ía par t ido la ore ja . Yo también ten ía

    un golpe por la f ren te , una desca labrada en la cabeza y

    todo el cue rpo do lor id o po r la c in ta rea da .

    Despe r t é a mi compadre .

    — ¿ Q u i ü b o , q u é p a s ó , c o m p a d r e ?

    —Pues ya lo ve , aquí es tamos encerrados y en espera

    de que nos l leven presos a San Pedro .

    —¿Qué no e s t a rá ya bueno con l a c in t a reada que nos

    d i e ro n ?

    — ¡Q ué va a e s t a r Y a ve rá cóm o nos vam os a pasa r

    unos meses en la sombri ta . Si no se le hubiera a usted

    ocurr ido sacar la p r imera bo te l la aquel la de mezcal , o t ra

    cosa hubiera s ido .

    —Y si us ted no hubiera ten ido la ocurrenc ia de ponér

    se l e " jo sco" a l mayordomo y de apedrea r a l j uez , o t ra cosa

    ser ía también .

    —B u e n o ; p u e s a h o ra y a n i r e me d i o .

    —¿Usted c ree que nos vayan a f rega r mucho?

    —¡Ah , eso n i duda t iene . Ya lo verá ; acuérdese de lo

    que le digo.

    — ¿ Y s i nos juy é ra m os de aq u í ? Es t á fác i l; m i re , no -

    más con meterle un f ierro de esos que están ai t i rados, a l

    c a n d a d o , p o d e mo s p e l a rn o s .

    —¿Usted se a r r i e sga a pe rde r l o que t i ene y a pe rde r

    l a t i e ra nomás po r l a bo r rache r i t a de anoche?

    — P ue s s í ; l a ve rd ad ; no jne re ce l a pena . Pu é que con

    v in iera mejor sobajarnos a don Ju l ián , e l pa t rón , y pedi r le

    que ños pe rdone .

    —E s e g a c h u p í n n o p e rd o n a . . A c u é rd e s e d e Pa n f i l o R e

    yes .  Lo sambu t ió en l a ch i rona po r ce rca de med io año .

    —V a mo s a p ro b a r l o ; n a d a s e p i e rd e .

    —Yo no espero nada; pero en f in , hágale la lucha an tes

    de que sea más t a rde .

    Mi compadre se asomó por la ventan i ta de barro tes que

    daba a l pa t io grande y l lamó a l mozo

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    16 FRANCISCO L. URQ UIZO

    —Oye Manuel, haznos un favor.

    —Pos según de lo que se trate, ya ve que ustedes están

    presos.

    —-No tengas miedo; se trata nomás de que le digas a

    don Julián, que nos deje hablar con él. Que por lo que

    más quiera nos haga ese favor.

    —¡Hum , ni crea que va a querer. Está rete enojado.

    Y a más, orita está almorzando con todos los españoles y

    con Marcos Nájera. Ustedes la van a pasar mal, según yo

    he olido.

    —Anda, anda; dile que nos deje hablar. Dile que no

    tenga el corazón tan duro, que venga.

    —¿Y si no quiere venir?

    —-Hazle la lucha, anda. No creas que yo me voy a dar

    por bien servido contigo. Ya me conoces.

    —No,

      si por mí, qué más quisiera sino que a ustedes

    los echaran libres, pero, la verdad, la veo muy difícil.

    Quién sabe cuántas pedradas le sorrajaron al juez y crio-

    que,  según dicen, hasta se les pusieron ustedes de fierro

    malo a los de la Acordada.

    —Ahi'stá, ¿ya ves? Eso que crees tú, a lo mejor lo cree

    también don Julián y no es cierto; con verdad de Dios. Una

    piedrita cualquiera que le tiró mi compadre al juez y ni

    siquiera le pegó. Y con la Acordada, reté mansitos, nos

    pegaron hasta que les dio la gana y ni las manos metimos.

    —-Ustedes dos siempre han sido muy lebrones. Eso se

    sacan por andar de buscapleitos y altaneros.—Bueno, oye, pero nos vas a hacer el favor, o nos vas

    a regañar.

      v

    —No le digo que de nada sirve, que está muy enojado

    don JtíHán.

    —A ti qué te importa; anda. Después nos arreglamos

    yo y tú.

    — Yo le estoy debiendo a usted doce reales de carne y  Í .-.

    —Bueno, pues ya no me debes nada, pero hazle la

    lucha a don Julián que venga.

    •—Iré a ver qué me dice; está muy enojado.

    Allá como a la media hora vimos venir a don Julián

    acompañado por Marcos Nájera y dos de la montada.

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    T R O P A V I E J A 17

    Abrieron la puerta y se nos quedaron viendo.

    Por la cara que les vi, yo nada esperaba de ellos.

    Mi compadre, buen comerciante, se adelantó muy me

    loso.

    —Señor don Julián: anoche mi compadre Espiridión

    Sifuentes y yo tomamos unos tragos más de los que es cos

    tumbre y la verdá, pos, se nos subieron a la cabeza. Fui

    a vender unos marranitos y traía mucho gusto por los cen

    tavos que gané: Nos fuimos a comer mi compadre y yo

    unos chicharroneitos y.. .

    —Shi,  sh i; y a lo sé, ¡rem oño , os em borrachasteis y

    después de dar la* lata, y de desobedecer al m ayordo m o,

    habéis faltado a la autoridad con vías de hecho, y ya te

    néis pa rato, ¡rediez

    —Pero señor don Julián, yo creo que con la cintareada

    que nos dieron ya es bastante. Mire nomás cómo estamos.

    Yo le pido a usted por lo que más quiera que nos dé su

    perdón y nos deje salir a seguir luchando. Esté usted se

    guro de que no volverá a suceder esto.

    — ¡C á ¡Cualquier día os de jo Ya que ha dado la ca

    sualidad que llegó oportunamente el comandante Nájera,

    os entregó a él para ver lo que hace con vosotros. Ya sabrá

    él,  ya, lo que deberá de hacer. Yo me lavo las manos como

    Poncio Pilatos.

    —Pero señor, ¿qué piensa usted hacer por tan poquita

    cosa?

    —¡Poquita cosa , ¿eh? Ya lo veréis. Ahí los tiene us

    ted, don Marcos.

    —Yo ya tengo resuelto ese asunto. Ya tomé toda la in

    formación debida —dijo Nájera—. A usted —dijo diri

    giéndose a mi compadre Celedonio— le doy hasta el día

    de mañana a estas horas para que salga de esta hacienda

    y no vuelva a poner los pies más aquí. Entendido de que

    si la próxima vez que vuelva con mi gente, me lo encuen

    tro por aquí, lo enjuicio y le va a pesar por toda su vida.

    Y  str  ti —dijo dirigiéndose a mí— como estás muchachón

    y pareces medio atrabancado, te voy a meter de soldado.

    Están haciendo falta hombres de tu pelo en el ejército.

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    1 8 F R A N C I S C O L . U R Q U I Z O

    Fue en vano que rogá ramos y sup l i cá ramos mi com

    padre y yo . El por tener que perder la comodidad de su

    negocio de carn icer ía y yo por perder mi l iber tad . ¡Cinco

    años de so ldado a fue rz as ;  ¡ como s i hu bie ra hecho un a

    muer t e , como s i hub ie ra robado una fo r tuna

    Nada consegu imos ; aque l lo s hombres lo s de l a Acor

    dada y los españoles , t en ían un corazón de p iedra . Acos

    tumbrados a t ra tar a golpes a la peonada de las f incas, se

    les revolv ía e l a lma cuando se encont raban con a lguno que

    se levantara tan t i to , s iqu iera para ver los cara a cara . Bien

    sabía yo que aquel lo no tenía remedio ni apelación en

    nada . Mí compadre en l a ru ina y des t e r rado ; a ba t a l l a r po r

    ahí en otros ranchos le janos, s in crédi to y de paso con

    m alas re com end acion es . Cua .ndo l leg ar a . con sus ch ivas a

    o t ro lugar d i s tan te a querer es tab lecerse o a pedi r t raba jo ,

    luegui to habr ían de pedi r le sus car tas de recomendación y

    lo su j e t a r í an a mi l e s de p regun tas : ¿de dónde v i ene? , ¿po r

    qué sa l ió de a l l í ? A lo mejor t i ene cuentas con la jus t ic ia

    o con sus pa t ro ne s an ter iores . . U na ba ta l la g ra nd ís im a pa ra

    poder conseguir o ganar un taco de fr i jo les . Y yo, a cargar

    e l máuser como Lucas Pérez , que también se lo l l evaron de

    so ldado y perd ió la t i e r ra para s iempre ; se lo l l evaron

    has ta e l f in de l mundo, has ta más a l lá de Yucatán , y por

    a l lá es taba enfermo de f r íos o c reó que se había muer to .

    Nadie tuvo nunca razón de lo que fue dé él . Soldado y

    m uerto , e ra dec i r lo m ism o.

    A mi compadre lo de jaron sa l i r desde luego . Fué y me

    trajo mi cobi ja y me echó veinte reales en la bolsa del

    pan ta lón .

    —Ya le d i je a su mamá que tenga res ignac ión , que se

    lo van a l l evar a us ted de so ldado . Pobrec i ta señora ; v ie ra

    nomás cómo se puso ; se l e roda ron l a s l ág r imas en t re l a

    masa que es taba en e l meta te , pero s igu ió to r teando , ahora

    de seguro para hacer le a us ted su ú l t imo " i taca te" pa l ca

    m i n o .  Pobre de Asuncionci ta , cómo lo va a ex t rañar a us

    ted , compadre , porque lo que es su o t ro h i jo José , ése ,

    con es to que nos ha pasado , no va a parar aquí ; ése ,

    acuérdese de lo que le d igo , p ie rde la t i e r ra . Pero vayase

    s in cu idado , compadre ; a su mamá nada ha de fa l ta r le

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    T R O P A V I E J A

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    conmigo. La tor t i l la que yo me busque la he de repar t i r

    con e l la . Y o ja lá y tuv iera yo d inero bas tan te para bus

    car le a us ted un reemplazo y sa lvar lo de ser mocho, pero

    pos ,  ¿ d ó n d e ?

    Yo nada dec ía , de jaba hablar a mi compadre que a l f in

    y a l cabo ten ía humor para hacer lo . ¡Qué me ganaba yo

    con dec ir a lgo , ¡qué r emed io t en ía aque l ma l ru ed o

    La gente de Nájera ya es taba acabando de ensi l la r .

    Estaban todos e l los conten tos ; habían comido b ien y de

    segu ro l levaban su buen a p rop ina en p la ta y en gén eros -

    de la t ienda de raya.

    A poqu i to l l egó mi mamá de p r i sa , t emerosa seguro de

    no i r a encontrarme ya . Iba muy ar ropadi ta con su rebozo

    como si fuera a rezar el rosar io y al velor io de un difunto.

    - Llevaba e l m or ra l co lorad o de es tam bre , aquel qu e ha bía

    s ido de mi papá y que guardábamos como re l iqu ia , l l eno

    de gordas recién sal idas del comal.

    Como la puer ta se había quedado ab ier ta , ya que los

    montados es taba a l l í enf ren te , se met ió e l la has ta donde

    estaba yo.

    — ¡ M i r a n o m á s , h i j it o , c ó m o n o s t r a t a D i o s

    —Qué le vamos a hace r , mamá.

    — ¡ Q ué voy a hac er yo s in t i

    — Ai e s t á Jo sé , m i h e r m a n o ; a q u í e s t á m i c o m p a d r e ,

    que ya me promet ió que la cu idará a us ted cuanto pueda .

    —¿Pero c rees que se rá igua l? ¡Cuándo t e vo lve ré a

    ve r S i no hu bie ras c rec ido , s i te hu bie ras que da do ch i

    q u i t o ,  no me dar ías es ta pena que se me f igura que no voy

    a resist i r .

    —Así e s l a v ida , mamá; ¡qué r emed io t i ene

    —Aquí en es te morra l de tu papá te puse unos tacos;

    cómete los h i j i to , aunque los s ien tas húmedos, es que se

    me sa l ie ron las lágr imas y fueron a dar a la masa .

    — N o l lo re , m a m á ; vay ase . Dé jeme aqu í so lo m e jo r .

    ¿Qué se gana con l lo rar y que se r ían esas gentes de noso

    t ros? Vayase , mamac i t a , ánde le ; écheme la bend ic ión y

    vayase con mi compadre .

    — N o ;  déjame hacer la úl t ima lucha, a ver si les ablan

    do el corazón.

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    FRANCISCO L. URQUIZO

    — ¿Q ué quiere hacer?

    —Déjame, voy a ver a don Julián.

    —¡No mamá , por lo que más quiera, no lo haga. No

    se rebaje a esa gente. Cómase sus lágrimas; rece por mí

    y écheme su bendición, que ya vienen a llevarme.

    — ¡ H i j o . . .

    —¡Bendígame

    — ¡A y, Dios m ío Híncate pues, así; como cuando eras

    chiquito; hincadito así. Reza conmigo: Padre nuestro que

    estás en los cielos...

    Se acercaron dos de los montados; uno de ellos llevaba

    un mecate.

    —¿Lo amarramos, mi comandante?

    — ¡C laro , ¿no vez que es pollo de cuen ta? M ientras

    esté por su tierra hay peEgro de que se nos pele.

    Me amarraron las manos en la espalda mientras mi ma

    dre hacía sobre mi frente el signo de la cruz. Después sus

    lágrimas me mojaron la cara y se revolvieron con las mías.

    —¡Vamonos —gritó Nájera.

    — ¡V ám ano s — grité yo, enronquecido y con ganas de

    dejar cuanto antes a la viejita, que me conmovió y que

    parecía que me quitaba lo hombre que llevaba dentro.

    Don Julián, rodeado de los dependientes, fumaba satis

    fecho en el poyuelo del zaguán de la hacienda.

    Me sacaron de la galera. Colgado del sobaco llevaba yo

    el morral de las gordas y el sarape terciado en el hombro.

    Los caballos se pusieron a caminar y yo iba entre los

    dos de adelante.

    Todavía tuve tiempo dé ver cómo mi madrecita se fue

    corriendo a arrodillarse y a besarle las manos a don Julián,

    pidiéndole mi libertad.

    Un nudo se me hizo en la garganta y le grité casi aho

    gado:

    —¡Levántese, mamá, no le niegue a ese hijo de la tiz

    na da

    El caballo de uno de los de la Acordada se me echó en

    cima y me hizo rodar por el suelo sin poder siquiera meter

    las manos que llevaba atadas. Varios sablazos cayeron so'

    br e m is espaldas.

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    T R O P A V I E J A

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    Me levanté como pude y salimos todos al trote de la

    hacienda por el bordo del tajo, camino de Santa Teresa.

    II

    El camino iba al lado de una acequia grande. Un vién-

    tecito suave movía las hojas de los álamos y las urracas

    revoloteaban alegres, volando de la copa de un árbol a

    la de otro. El sol, a media mañana, hacía reverberar las

    tablas de laborío anegadas por el riego y las hojas verde-

    negras de las matas de algodón. La peonada, sembrada

    por entre el campo, se enderezaba curiosa al paso de la

    tropa; muchos de aquellos hombres me conocían bien;

    pero ninguno de ellos se atrevió a decirme siquiera alguna

    palabra de despedida.

    Había llovido en la madrugada y-el suelo estaba mo

    jado y resbaloso.

    Adelante, en su caballo retinto de sobre-paso, iba Mar

    cos N ájerá; detrás iba yo, pie a tie rra ; a mis dos lados y

    atrás de mí, los doce nombres montados de la Acordada

    de San Pedro.

    El camino era malo para andar a pie. A veces trope

    zaba o resbalaba y casi siempre caía. Me levantaban a cin

    tarazos y seguía caminando adolorido, callado pero con la

    resignación que tiene el pobre cuando le llega la de malas.

    Las caídas al suelo y los cintarazos me dolían, pero más le

    temía yo a las patas de los caballos cuando resbalaban en

    el lodo. Una pisada o una coz me podían dejar cojo y eso

    sí había de ser terrible: caminar cojeando entre los caba

    llos,  en suelo malo y a punta de golpes. ¡Qué falta hacen

    las manos para caminar seguro , hasta entonces lo sentí.

    Ya para salir de los linderos de la hacienda, encontra

    mos al rayador Juan Lorenzana; de seguro nos había divi

    sado y fue a hacerse el encontradizo, a curiosear. Era un

    gachupín como todos: coloradote y güero; sombrero de

    jipi,

      buena pistola, pantalón de pana; caballo inquieto y

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    FRANCISCO L. URQUIZO

    una buena espada toledana de funda niquelada que brillaba

    con el sol, en la montura charra.

    Me conocía bien porque en una ocasión había querido

    golpearme y no me dejé. ¡Cuánto gusto le dio verme ma

    niatado en medio de los gendarmes

    —¡Hola, don Marcos , ¿qué tal?, por fin nos quita us

    ted a esta alhaja de encima.

    :—Sí, mi amigo, éste no para hasta ser soldado de la

    Federación y eso si no da guerra en el camino, porque tam

    bién se puede quedar por ahí colgado si intenta huirse.

    —A ver si ahora vas a ser tan valiente como lo eras

    aqu í, ¡c arb ón Si no se lo lleva usted tan a tiempo, don

    Marcos, un día de estos lo iba a pasar muy mal. ¡Vaya

    una alhaja

    —¿Usted gusta seguir hasta Santa Teresa?

    —Que les vaya bien; allí creo que también tienen a

    algún recomendado. A ver cuándo vuelven por acá. Mucho

    gusto de verlos. Adiós.

    Más adelante nos paramos un ratito para que mearan

    los caballos. Miré para atrás, apenas se distinguía ya, por

    entre los álamos, la chimenea del despepitador.de Lequei-

    tio.  Allí estaría la pobre viejita llorando y mi compadre

    arreglando sus triques para largarse a otra parte. Se veían

    blanquear a los peones agachados sobre las matas de al

    godón dándole tapapié a las matas con el azadón, bien es

    carmentados con mi ejemplo y pensando seguro que aquella

    vida no había de tener remedio nunca; deudas de abue

    los que pasaban a los padres y después a los hijos; única

    herencia de los mexicanos pobres; de sol a sol; día con

    día y año con año hasta acabar con la vida, hasta que Dios

    quisiera, y Dios estaba muy alto y no veía para abajo nunca.

    El Cura Hidalgo dejó las cosas a medias, seguían los

    gachupines mandando en nuestra tierra quién sabe hasta

    cuándo.

    Vuelta a caminar; el sol caliente y la cobija y el mo

    rra, pesados lo mismo que los pies que se arrastraban ya

    por entre el lodo del camino y las piedras y los hoyos.

    http://despepitador.de/http://despepitador.de/

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    Los genda rmes p l a t i caban fumando sus c iga r ros de ho

    ja ; ya cas i no hac ían caso de mí , que seguía coma un pe

    r r i t o de t r á s de l amo Marcos . Hab laban de sus cosas .

    — ¿ T e a c u e r d a s d e a q u e l " e n d e v i d o " q u e t r o n a m o s p o r

    a q u í m e r o ?

    —Un pe lo tazo nomás fue menes te r . Le en t ró aqu í ans ina

    n o m á s .

    — ¿ Y aque l o t ro que co lg am os? , ¿ t e acue rdas qué ca r a

    puso cuando le echamos la rea ta en e l pescuezo?

    —Qué ojotes nos pe laba . S i los o jos hubie ran s ido cu

    chi l los , a l l í mismo nos mataba .

    — Q u é d u r o p a r a m o r i r s e , ¡ c ó m o p a t a l e a b a

    — ¡ H o m b r e , y s i v i e r a s ; d e s p u é s p u d e i n d a g a r q u e e r a

    inocente , que e l ases ino había s ido ot ro que logró esca

    parse .

    —Pues s í , s i no e ra seguro lo que dec ían de é l , pero

    ya vis te cómo lo "c r iminaron" los españoles y e l j aez .

    — B u e n o , é l n o m a t a r í a a a q u e l " d i j u n t o " , p e r o y a d e

    b ía o t r a s muer t e s , de sue r t e que de cua lqu ie r modo pagó

    lo que debía .

    — Y ,

      ¿cómo ves? , ¿é s t e que l l evamos aqu í , l l ega rá a

    S a n P e d r o ?

    —Pues ya o í s t e lo que d i jo e l comandan te ; s i s e por t a

    bien l lega , s i no , se queda columpiando en e l camino.

    — P a r e c e l e b r o n c i t o .

    —No sé que a iga ma tado a n inguno , pe ro t i ene l a p in t a

    d e m a c h o .

    — ¿ D e m a c h o ? , d e m o c h o d i r á s . Q u é b i e n l e v a a c a e r

    el chacó y el rnáuser.

    — C i n c o a ñ i t o s n o m á s .

    Yo nomás me t í a o r e j a y segu ía caminando muy sumiso ,

    no fuera a se r que les d ie ra por meterme un ba lazo por

    la espa lda como a tantos o t ros que sa l ían de la hac ienda

    presos y nunca l l egaban a l a cá r ce l de San Pedro . E ra l a

    Ley Fu ga que ma ne ja ba a su an to jó e l j uea de l a A co rda da .

    Como a las t r es o cua t ro de la ta rde l legamos a Santa

    Teresa . Ya los españoles nos es taban esperando en e l za>

    guán de la casa grande , pues les habían avisado de Leque i -

    t io que l legar íamos a l l í ese mismo día .

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    24 FRANCISCO L. URQ UIZO

    La tienda de raya se veía llena de gente que, al sen

    tirnos llegar, se puso a observarnos desde lejos. Siempre

    que llegaba la Acordada a cualquier rancho, se le veía con

    recelo y temor.

    Nos paramos enfrente de la casa y un español gordo y

    con barba se acercó a saludar a Nájera y habló con él en

    secreto. Se entendieron muy pronto^ pues a poco rato tres

    peones armados de garrotes sacaron de una galera a dos

    infelices muchachos, que de seguro estaban presos allí.

    Apenas los vio Nájera, sacó su machete, les echó el

    caballo encima y les dio una cintarcada como nunca lo

    había yo visto hacer. Pobres muchachos, ¡cómo gritaban

    a cada golpe que recibían en la cabeza, en las costillas o

    en la espalda Tuv ieron que meterlos a la galera casi en

    peso,

      pues no podían ni andar.

    La gente que nos veía, estaba azorada.

    A mí jme metieron a aquella misma galera; me desata

    ron las manos, echaron llave a la puerta y se fueron todos

    los de la Acordada a comer con los españoles dejándonos

    al cuidado de la patrulla de la hacienda.

    ¡Qué feliz me sentí cuando pude tirarme en el suelo y

    estirar los brazos libres de las cuerdas

    En un rincón estaban acurrucados los dos muchachos

    quejándose de sus golpes. Yo ni caso les hice; tan cansado

    así estaba que más preferí dormir que platicar o comer

    lo que llevaba en mi itacate.

    Desperté cuando ya estaba cayendo el sol. Apenas me

    vieron despierto se acercaron a platicar conmigo los dos

    compañeros. Eran más jóvenes que yo; apenas les pintaba

    un bocito en los labios. En un momento me contaron su

    historia:

    Los dos eran hermanos; se llamaban Jesús y Eulalia

    Villegas. El mayor y el único que hablaba, pues el otro

    era muy callado, era Jesús. Sólo le sacaba un año de dife

    rencia a su hermano.

    —Venimos desde el Real de Sombrerete, Zacatecas. Allí

    ya no se podía vivir; no había trabajo ni en qué ganarse

    la vida. A más, nuestra madre se murió y nuestro padre

    se fue con otra mujer para el interior. El día menos pensa-

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    do aga r ramos , mi he rmano y yo , e l camino de f i e r ro y nos

    ven imos con tando du rmien tes has t a Tor reón .

    "Mucho se hab laba po r a l l á de que en Tor reón hab ía

    bonanza y una porc ión de gente h izo camino con es te

    rumbo . No t ra í amos nada que comer y n i s iqu ie ra , una

    cobi ja . ¡Viera nomás qué hambreadas y qué f r i l l azos pasa

    mo s e n el c a m i n o E n l a s n o c h e s d o rm í a mo s a c u r ru c a d o s

    ce rca de l a l umbr i t a que hac íamos . ¡Qué noches t an l a rgas

    y tan f r ías Qu é env id ia les ten íam os a los coyotes qu e

    l levan su buen pe l le jo cubier to de pe lo ca l ien te , mucho más

    ca l ien te y abr igador que nues t ras camisas y ca lzones des

    garrados . A veces nos daban un taco los peones de la v ía ;

    en l as e s t aciones a lgu na to r t i ll a du ra . T rab a jo , na d a ; ¡qué

    t raba jo va a habe r en e se des i e r to

    "Camine y camine d í a s y d í a s . Pa rec í a que no se aca

    baban nunca aque l l a s rayas de rechas de f i e r ro b r i l l an t e y

    aquel los a lambres de los pos tes de l t e légrafo . Tierra co

    lo rada , después t i e r ra amar i l l a , después t i e r ra g r i s ; r emo

    l inos de po lvo a l lá a lo le jos y cerros le janos que pr imero

    eran azu les , después , ya más cerqui tas , cafeses , después se

    volv ían a hacer azu les a l lá a t rás , con rumbó a nues t ra t i e r ra .

    " Po r f i n l l e g a mo s a l me n t a d o T o r r e ó n . T a mp o c o h a b í a

    t raba jo a l l í pa ra noso t ros ; e l quehace r e s t aba , según de

    c ían , aquí en los ranchos . Ot ra vez a caminar y a recorrer

    l a s ranche r í a s y l a s hac i endas . A veces t raba jamos un d í a ,

    a veces una semana ' . Parece que nues t ra facha no les daba

    conf ianza a los pa t rones .

    " A y e r y a n o s a n d a b a d e h a mb re y n o s c o mi mo s u n o s

    e lo tes de un maiza l . Nos cayó un dependien te , nos go lpeó

    y ca rgó con noso t ros has t a e s t a ga l e ra . Ora c reo que nos

    achacan todas l a s ga l l i nas que se han pe rd ido ; d i cen que

    se rnos ra t e ros y vagabundos ; que nad ie nos conoce y que ha

    ce fa l t a ponernos en buen recaudo . "

    Yo t ambién l e s con té lo que me hab ía pasado . Eramos

    compañeros desde a l l í has t a qu ién sabe cuándo . Les con

    v idé de m is go r da s ; e llos t en í a n m ás . h a m b re qu e yo . No s

    comimos aque l l a s t o r t i l l a s amasadas con l a s l ág r imas de

    mi viej i ta .

    Era ya de noche ; a fue ra l ad raban lo s pe r ros , b r i l l aban

    las luces en los jaca les y pardadeaban las es t re l l i t as en e l

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    26 FRANCISCO L. URQ UIZO

    cielo. Nos abrigamos los tres con la cobija mía como si

    fuéramos hermanos.

    A la madrugada nos levantaron a puntapiés. Querían

    los de la Acordada caminar con la fresca para llegar a

    buena hora a San Pedro de las Colonias. Nos amarraron

    las manos a los tres y nos sacaron a empujones. Todavía

    estaba oscuro; apenas se veía el cainino; en uno que otro

    jacal había lumbre prendida, de seguro eran aquellas ca

    sas en que los hombres eran muy madrugadores y querían

    agarrar los mejores troncos de muías para el trabajo del día.

    Se alborotaron todos los perros con el tropel de los ca

    ballos; había unos muy bravos que nos llegaban hasta las

    pantorrillas, teníamos que quitárnolos de encima a puras

    patadas.

    Nos fue a amanecer ya cerca de La Concordia. Allí, pa

    ramos un rato para que los del Gobierno tomaran café. La

    gente ensarapada nos miraba con curiosidad y con lástima.

    ¿Qué pensarían de nosotros?, ¿que éramos ladrones, que

    éramos asesinos?

    La curiosidad de la gente de aquella hacienda les sirvió

    a los de la Acordada para lucirse dándonos delante de

    todos ellos la primera cintarcada de aquel día. Ya no recibí

    yo tantos golpes; como éramos tres, me tocaron a menos.

    De allí para adelante el camino era bueno; seco y am

    plio.  Mé sentí yo más consolado yendo con los otros dos,

    que bien dicen que mal de muchos, consuelo de tontos.

    El camino fue más corto. Cerca del mediodía llegamos

    a Bolívar, el rancho aquel de los alemanes que tiene un

    papalote de viento, que se ve desde muy lejos. Desde allí

    ya se veían las casas aterradas de San Pedro, de mi pue

    blo.  Un cuarto de legua más y entramos a las calles llenas

    de tierra suelta; aquellas calles en donde se mete uno

    hasta las rodillas como si fuera atascadero; aquellas calles

    que recorría yo cuando era chiquillo y que iba a la escuela

    oficial en los buenos tiempos de mi padre.

    Entramos por el barrio del Mesquite Charro, por el

    mismo barrio en que yo había nacido en un año en que

    decía mi abuelita que había habido muchas calabazas de

    agua.

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    T R O P A V I E T A

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    Un eilindrero tocaba en una esquina "El Abandonado".

    Don Cleofas, el de "El Pilón de Oro", estaba despachando

    en su tendajo a una mujer enrebozada. Un melcochero con

    su tabla de dulces en la cabeza iba gritando por una ban

    queta, a grito abierto: —Las correosas, ¿quién compra

    correosas?

    En un momento llegamos a la plaza de armas, fresca

    bajo las ramas de las lilas tupidas de hojas y alegres con

    el canto de los pájaros. Allí estaba don Cristóbal, el viejito

    de la barba blanca, sentado en la misma banca de siempre;

    aquella que decía que era de él y que la reclamaba cuando

    la veía ocupada por alguna otra gente. Allí, por la ban

    queta de la casa de los Madero, iba atravesando de prisa

    el doctor Meave con su saco de dril blanco muy holgado

    y su sombrero de paja.

    Una pipa con agua, arrastrada por la calle por una mu-

    lilla flaca desde la vega grande, hacía los "entregos" en las

    casas ricas. El reloj público de la Escuela de Niñas, la

    Presidencia Municipal pintada de amarillo, la iglesia pin

    tada de blanco, la cárcel con su reja de manera de mez

    quite. El mismo San Pedro de cuando tenía yo siete años,

    el mismo de ahora, el mismo de cuando llegara a viejo.

    Cuando nos avistó el policía que hacía de centinela en

    la puerta de la cárcel, gritó con toda la fuerza que más

    pudo:

    —¡Guardia , t ropa armada

    Como si hubiera por allí más hombres armados como

    acostumbra haber en los cuarteles, El único que salió fue

    el alcaide a recibirnos.

    Nos metieron a la alcaidía y nos soltaron las manos.

    Estaba fresco el cuartito, recién regados los ladrillos del

    suelo.  Allí había una mesa llena de papeles, dos sillas, un

    retrato de Morelos y otros de don Porfirio Díaz. Nos pre

    guntaron el nombre, la edad y una porción de cosas y

    querían que firmáramos; los muchachos no sabían escribir

    y yo no quise hacerlo.

    —¿Usted no sabe escribir?-

    —Sí sé.

    —Pues firme.

    —¿Firmo qué?

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    28 FRANCISCO L. URQUIZO

    —Aquí. Firme que está conforme.

    •—¿Conforme con qué?—Con lo que no le importa. Firme, con una tiznada.

    —No firmo.

    — ¡A h , ¿no f irma?

    —No,  señor.

    —-¿Y cree que con eso se escapa? Firme o no firme,

    cinco años de mocho no se los quita ni Dios Padre.

    Nos esculcaron y me quitaron lo único que llevaba: los

    veinte reales que me había dado mi compadre. El morral

    y la cobija, me los dejaron.

    Se abrió la puerta de adentro y nos empujaron al ga

    lerón de los presos.

    Apenas entramos se alborotó la gallera. Eran como unos

    diez o doce, pero gritaban como si hubieran sido cincuenta.

    — ¡Y a parió la leona , ¡ya parió la leona ¡Llegaron

    tres go rrud os ¡Ese de las greñas, rápe nlo Ora tú de los

    calzones ajustados.

    Gritos, chillidos y pedradas fue nuestro recibimiento.

    Nosotros estábamos azorados, parados junto a la puerta

    sin atrevernos a entrar más adentro. Cuando se cansaron

    de insultarnos y de tirarnos cuanto tenían a la mano, se

    acercaron a saludarnos como si nada hubiera pasado.

    —¿Quüibo, amigos?, ¿ustedes por qué cayeron?, ¿de

    dónde los traen? Dequen un cigarro.

    A la media hora ya éramos todos amigos.

    Yo encontré una tranquilidad muy grande dentro de

    aquel galerón fresco. Nos dieron un cigarro; nos dieron

    a escondidas un trago de mezcal y nos consolaron en nues

    tro infortunio.

    —Ese carbón de Nájera, algún día ha de pagar todas

    las que debe.

    -—Algún día, algún día.

    La tarde sé fue de prisa; llevaron el perol del rancho

    y nos dieron, a cadia uno un cucharón de frijoles aguados y

    un par_ de tortillas. D espués, ya oscurecido, v imos pasar

    por delante de la puerta, con destino a sus bocacalles, a

    los diez o doce serenos del pueblo con sus linternas encen

    didas; parecían luciérnagas volando por entre  los: troncos

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    T R O P A V I E J A

    29

    de los árboles de la plazuela oscura. En el galerón encen

    dieron una linterna de petróleo.

    Allá como a las diez de la noche se oyeron los pitos de

    los serenos repartidos en las calles.

    A la madrugada metieron a un borracho que fue dando

    traspiés por entre todos los que estábamos acostados y que

    hacíamos por dormir.

    Cuando me venció el sueño, se me figuró que estaba

    en mi casa durmiendo muy tranquilo.

    En la mañana me levantó a escobazos uno de los presos.

    Era el encargado de regar y barrer el galerón aquel; tenía

    una cicatriz muy grande desde cerca de un ojo hasta la

    boca; era muy mal hablado y parece que le temían todos

    allí.

    A poco rato nos dieron el rancho: un cucharón de atole

    y dos tortillas. Unos de los compañeros nos prestaron unas

    tazas de hojalata para que tomáramos aquel alimento.

    El preso que andaba barriendo y que parecía ser el

    capataz, me dijo:

    —Ahora les hubiera tocado a ustedes por derecho tirar

    el caballo, pero el alcaide me dijo que ustedes son de cui

    dado,

      que no pueden salir a la calle si no es amarrados.

    Quién sabe lo que deberán ustedes tan grande, que les tie

    nen tanta desconfianza.

    —Nada debemos, pero dígame, ¿qué cosa es el caballo

    ese de que me está hablando?

    —¿El caballo? Orita lo va a ver; mire, ai lo llevan

    para la calle.

    Se acercaba una pestilencia atroz; era de una barrica

    llena de suciedad que llevaban dos presos cargando en

    una especie de parihuela. Era allí donde hacían sus nece

    sidades los detenidos y su lugar acostumbrado era en el

    fondo del galerón; todos los días, dos presos al cuidado

    de un policía, salían con el contenido de aquella barrica

    hasta las afueras del pueblo.

    —-Pues mire, amigo —le dije el capataz—, nada más

    por eso me alegro de que me tengan desconfianza; primero

    me dejo matar que hacer un trabajo de esos.

    —Ni diga eso, amigo, no diga eso. Ya verá allá en el

    cuartel cómo lo van a tratar.

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    FRANCISCO L. URQUIZO

    Cerca del mediodía, llegaron los de la Acordada y el

    policía que cuidaba la puerta nos llamó a gritos:

    —Ese Espiridión Sifuentes, ese Jesús Villegas, ese Eu-

    lalio Villegas, ¡a la reja con todo y cueros

    Nos llamaban a nosotros, a los tres que habíamos lle

    gado el día anterior.

    Nos acercamos a la puerta. Nuestros compañeros de

    prisión se dieron cuenta de lo que pasaba.

    —Ya se los van a llevar; los van á entregar a los sol

    dados federales para que se los lleven hasta Monterrey.

    —Adiós, amigos, adiós, adiós.

    Nos amarraron otra vez las manos, pero esta vez no

    por la espalda, sino por delante; así podríamos sentarnos

    en los asientos del tren. Se abrió la puerta y salimos a la

    calle. ¡Cuántas veces no saldrían por allí mismo los hom

    bres ya libres , ¡con qué gusto verían el sol de la calle

    Nosotros salíamos tristes, amarrados; salíamos de una cár

    cel que puede que fuera buena en comparación con la que

    nos esperaba en Monterrey.

    Nos llevaron por toda la calle larga hasta la estación,

    Había mucha gente: vendedores, pasajeros curiosos nada

    m á s ;  todos nos miraban con lástima; los policías que nos

    llevaban Custiodiados parecían complacerse de su trabajo.

    ¡De qué triste manera iba a salir yo de mi pueblo

    Al mérito mediodía llegó el tren de pasajeros de To

    rreón. Apenas acabaron de bajar los que llegaban, el co

    mandante Nájera se acercó al carro de segunda en que iba

    una escolta de soldados de la Federación; habló largamente

    con el oficial y nos señaló a nosotros. Había llegado nues

    tra hora; de allí para adelante nos soltaban los gendarmes

    y nos agarraban los soldados. El oficial bajó y nos miró

    de arriba abajo como quien tantea a unos animales que va

    a comprar; leyó el papel lleno de sellos que le dio Nájera

    y nos mandó subir.

    Llevaba un kepí negro con una cinta dorada; en la cüv

    tura colgaba una espada reluciente; parecía muy joven to

    davía y era casi lampiño. Los soldados que estaba en el

    carro nos miraron con curiosidad, parecía que tenían lás

    tima de nosotros; nos dieron acomodo entre ellos; todos

    llevaban chacó de cuero con bolita colorada y estaban ves-

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    T R O P A V I E J A

    3 1

    t idos de dr i l ; t en ían sus mochi las y sus car tucheras y em

    puñaban lo s máuse res . Nad ie hab laba n i pa l ab ra .

    A los pocos momentos comenzó e l t ren a caminar ; poco

    a poco se fue quedando atrás la vega eon sus álamos ver

    des,

      la estación l lena de gente y de fruteros, los de la Acor

    dada de Nájera , l as casas de San Pedro , t e r regosas ; todo

    lo que yo que r í a u od iaba , t odo : Leque i t io , mi compadre

    Celedonio , los gachupines , mi v ie j i ta ; todo jun to y fe -

    vuel to , lo bueno con lo malo. All í se quedaba todo: e l

    pueblo en que nac í y la hac ienda en que me cr ié ; me

    parec í a como s i me hub ie ra muer to y como s i hub ie ra

    vuel to a nacer otra vez. De al l í para adelante otra vida, un

    puño de t ie r ra a lo pasado , a l camposanto de l pueblo y

    un a l ien to nuevo para la v ida que iba a comenzar a l l í

    mi smo , a bo rdo de aque l t r en .

    Eran diez soldados los que iban al l í ; uno de el los l leva

    ba en las mangas dos c in tas co loradas , pues e ra e l sa rgen

    t o ;  o t ro había que era e l cabo que nomás l levaba una so la .

    Fue ra de aque l lo , t odos e l lo s pa rec í an en te ramen te igua les ;

    l a s mismas ca ras de ind ios requemados ; t odos en ju tos ,

    pe lones a l rape ; un i formados has ta con e l mismo ges to de

    res ignac ión . El o f ic ia l en t raba y sa l ía , parece que más le

    gustaba sen tarse en los as ien tos de l carro de pr imera .

    Apar te de nosot ros , cua t ro o c inco gentes apenas v ia

    jaban a l l í ; en la puer ta de l carro e l agente de publ icac iones

    acomodaba su mercanc ía .

    El so l ca ía a p lomo sobre e l a rena l de la des ie r ta La

    guna de Mayrán . N i un hu i sach i to , n i un mezqu i t e , n i una

    r e s ;

      n i una l abo r n i un rancho ; t i e r ra , po lvo y remol inos

    a lo le jos y de vez en cuando, cada cinco leguas, una esta

    c ión , pe lona m et ida en un ca rro s in rue da s de fe r roc arr i l

    y una casa de p i ed ra , como fo r t a l eza pa ra lo s t raba jadores

    d e l a v í a : B e n á v i d e s , M i n e rv a , T a l í a , C e re s . . . t o d a s e n t e

    ramente iguales con la sola diferencia de un le t rero. El

    camino de recho , l a rgo , l a rgo y t end ido sob re un a rena l que

    al l í a lo le jos parecía un espejo de agua clara y cris ta l ina.

    Ni pá jaros , n i bueyes , n i conejos ; de seguro nomás a l l í

    v iv ían las v íboras revuel tas en la t i e r ra de su mismo co lor .

    T ie r ra abandonada de l a mano de Dios , s in agua n i ve r

    dor ; t i e r ra sue l ta hecha polvo , como para cobi ja r de un

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    32 FRANCISCO L. URQUIZO

    solo soplo de aire a los viandantes hambrientos y cansados

    que por allí pasaran. Tierra maldita, castrada, infecunda

    como las muías que nunca han de parir. Tierra sin consue

    lo ,  tierra triste y sedienta como el pobre, como el gañán

    que vive y que vegeta y que no espera nada porque nada

    han de darle. Tierra Manca, pardusca y sucia como los

    calzones de manta de los hombres del campo; tierra que

    se adelantó a la muerte y que se hizo polvo antes de morir.

    Aquel camino largo y pesado terminó en Hipólito, es

    tación de importancia con restaurante de chinos, agua para

    las máquinas y dos docenas de casas con paredes de palos-

    gatuño enjarradas con zoquete. Eran como las cuatro de

    la tarde. Ño habíamos hablado ni palabra en el camino.

    El tren se detuvo largo rato y las gentes bajaron a

    comer; la máquina hizo movimiento; ya se desenganchaba,

    ya se volvía a enganchar. Qué cosa tan misteriosa son los

    trenes; van, vienen;  se pegan, se despegan; se vuelven a

    pegar y al final parece que quedan siempre igual. Sólo los

    ferrocarrileros saben lo que hacen con, sus car ros. Las má

    quinas de patio parece que andan jugando, tantito para

    adelante, tantito para atrás; de prisa, despacio, solas o con

    carros; bonito juego para los ferrocarrileros que parece

    que juegan al ferrocarril.

    Más de una hora de parada y ya casi al meterse el sol

    partimos de Hipólito. Al poco caminar oscureció; en el

    techo prendieron las lamparitas de petróleo para dar som

    bras al carro y hacer más duras las caras de los soldados

    y más grandes los chacos.

    Jesús Villegas me dijo casi en secreto:

    -—Primera vez que ando en tren sin boleto.

    —Yo también.

    —Siquiera eso salimos ganando.

    El movimiento del tren nos hacía cabecear; el ruido

    adormecía; trac, tractrás, trac; siempre igual.

    —¿De qué cuerpo serán estos soldados?

    Hasta entonces me fijé en los chacos. Eran del nueve.

    Noveno de Monterrey; bonito número, non, tres veces tres,

    día de mi cumpleaños.

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    T R O P A V I E J A

    33

    Traca, tratraca, tratraca; el campo negro por las ven

    tanillas; sombras en el carro, ruido de fierros; cada vez

    más tirantes los lazos de las manos ya amoratadas.

    —Señores, aflójennos las manos tantito para poder dor

    mir. Así, gracias amigos, compañeros de aquí para ade

    lante, gracias.

    Traca, tratraca, tratraca, las sombras se crecen, los ojos

    se cierran. Con aquel cansancio los palos tan duros pare

    cen colchones.

    ¡ M onterrey

    III

    Era pasada la medianoche cuando se detuvo el tren en

    la estación. El andén estaba bien iluminado y casi vacío

    de gente, apenas uno que otro cargador que se ofrecía a

    los de primera para llevarles sus maletas. Bajamos en me

    dio de los soldados y nos formamos hasta que llegó el ofi

    cial ;  dio las voces de mando y salimos todos de la estación

    con rumbo al cuartel; íbamos los tres presos encajonados

    dentro de las dos hileras de soldados.

    Allí comencé a darme cuenta de la instrucción de los

    soldados; ¡qué parejos en todos sus movimientos ; los pa

    sos acompasados; un solo golpe de las armas al cambiarlas

    de posición; parecían soldados de juguete hechos en un

    mismo molde y movidos por un solo mecanismo.

    Ni quien hablara media palabra; nomás se oía por la

    calle desierta el paso acompasado de la tropa. Allá de

    cuando en cuando encontrábamos en alguna esquina la

    linternita de un*' sereno y al policía embozado cerca de ella.

    Recorrimos una calzada muy larga, llena de árboles;

    salimos al descampado y dimos vista al cuartel, un caserón

    negro y pesado; sé me figuró que íbamos a llegar al cáseo

    de alguna hacienda como aquellas de La Laguna. El por

    tón muy grande y abierto de par en par; una luí alumbraba

    apenas a un soldado que con su arma en el hombro daba

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    3 4 F R A N C I S C O L . U R Q U I Z O

    vuel tas de un lado a l o t ra como s i lo tuv ieran amarrado y

    no pudiera separarse de a l l í .

    De pronto , cuando se d io cuenta de que nos acercába

    m o s ,

      se de tuvo y gr i tó con toda su a lma:

    — ¡A l t o a h í , ¿ q u i é n v i v e ?

    — ¡M éx ico — con tes tó el o f ic ia l.

    Nos de tuv imos .

    — ¿ Q u é r e g i m i e n t o ?

    • — ¡G u a rd i a , ¡ t r o p a a rm a d a

    Se formó una l ínea de so ldados adent ro de l zaguán

    y entramos nosotros hasta enfrente de el los. Un oficial

    como e l que nos l levaba , es taba a l l í a l ineado también . Ot ro

    of ic ia l de más mando, después supe que era e l cap i tán de

    cua r t e l , r ec ib ió a nues t ra fue rza . Era hombre ya maduro

    y con bigote espeso.

    —Presen te , mi cap i t án , p roceden te de l des t acamen to

    de Torreón , con c inco h i le ras de t ropa y t res reemplazos

    —-di jo cuadrándose nues t ro of ic ia l .

    —Grac ias compañero ; que descanse l a fue rza en su

    cuadra y que los reemplazos pasen la noche aquí en la

    prevención .

    Nos met ie ron a l cuar to de la p revención; los so ldados

    que nos t ra ían se fueron por a l lá adent ro ; los de la guard ia

    de jaron sus fus i les en e l banco de a rmas y en t raron tam

    bién jun to con nos ot ro s . _

    -—Sargento, quí te le los mecates a esa pobre gente , or

    denó e l cap i tán .

    El sargento y dos so ldados más , p rontamente nos des

    a t a ron l a s manos . E l sa rgen to pa rec í a conmovido .

    • —¡Po b res a m i g o s , m i r e n n o m á s q u é b i e n a m a r ra d o s

    los t raen ; como s i hub ie ran a ses inado a a lguno ; como s i

    fue ran l ad rones de l camino rea l . Tú , Juan , apú ra t e .

    —E s t á mu y a p re t a d o e l ñ u d o , m i s a rg e n t o .

    —M é t e l e e l ma r r a z o . Y a e s t á n ; a h o ra d u é rma n s e a mi

    g o s ;

      toda vía fa l ta m uch o pa ra de aq uí a % d ia na . Ha sta

    que no venga e l mayor no los f i l i a rán . Voy a l l evarme

    estos mecates con que venían amarrados , d icen que son de

    buen agüero en las mochi las . Duérmanse por a i como

    p u e d a n .

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    T R O P A V I E J A

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    Nos acos tamos los t res juntos en un r incón, envue l tos

    en mi misma cobi ja como la nqche ante r ior . Afuera e l

    s i lenc io de la noche se rompía de cuando en cuando según

    lo ordenaba e l of ic ia l de guardia , que a r ropado en su ca

    po te de t r á s de una mesa , mandaba a l cabo de cua r to :

    — ¡ C a b o , q u e c o r r a n l a p a l a b r a

    El cabo ordenaba a su vez a l cent inela de la puer ta

    y és te gr i taba :

    — ¡ U ñ o , a l e r t a

    Seguía , de t rás de é l , una le tanía de voces ; unas más

    ce rca y o t r a s más a l e j adas , pe ro todas en e l mi smo tono :

    — ¡ D o s , a l e r t a

    — ¡ T r e s , a a l e r t a

    — ¡ C u a t r o , a a l e r t a

    — ¡ P r i m e r r o n d í n , a a l e r t a ; ¡ s eg u n d o r o n d í n , a a l e r t a

    — ¡ P r i m e r a c o m p a ñ í a , a a l e r t a , ¡ se g u n d a c o m p a ñ í a ,

    a a l e r t a ;  ¡ p l a n a m a y o r , a a l e r t a

    Pasaba un cuar to de hora ; a veces sólo d iez minutos

    y volvía la m ism a g r i t a : ^ .

    —-¡ C a b o , q u e c o r r a n l a p a l a b r a

    — ¡ U n o ,  a l e r t a , ¡ d o s , a a l e r t a , ¡ t r e s , a a l e r t a . . .

    Y no pod ía conc i l i a r e l - sueño ; apenas me e s t aba que

    r i endo queda r dormido , me despe r t aba l a g r i t e r í a de los

    cent inelas .

    M i com pañ e ro Je sús , t amp oco po d ía d or m i r ; só lo su

    h e r m a n o d o r m í a c o m o u n b e n d i t o .

    — ¿ P a r a q u é g r i t a r á n t a n t o ?

    — S a b r á D i o s .

    —A lo mejor pasa a lguna cosa por a l lá a fuera .

    —Fí ja t e cómo los ú l t imos hacen e l g r i to muy l a rgo :

    ¡ a a a l e r t a

    Un soldado de los que es taban acos tado en e l camas

    t ro de made ra , que e s t aba impac ien te con nues t r a conve r

    sac ión, nos gr i tó en las ore jas .

    — ¡ C á l l e n s e J ' o c i c o ; d e j e n d o r m i r

    —Oiga amigo , ¿por qué son t an tos g r i tos a l l á a fue ra?

    — A s í e s s i e m p r e ; y a t e n d r á n t i e m p o d e s a b o r e a r l o

    en c inco años que t ienen por de lante .

    Cada dos horas ent raba e l cabo y levantaba a a lgunos

    de los soldados que dormi taban en la ta r ima y sa l ía con

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    FRANCISCO L. U RQ U EO

    ellos;

      iban a relevar centinelas. Los que salían de su ser-,/

    vicio, entraban a dormitar.

    Así toda la noche, hasta que cantaron los gallos. Una

    corneta tocó eñ la puerta del cuartel y a los pocos momen

    tos se oyó el paso acompasado de una tropa que pasaba

    por el patio y que salía a la calle. Era la banda de guerra;

    unos veinte hombres entre cornetas y tambores.

    Nunca había yo oído la diana tan de cerca; ¡qué cosa

    más bonita es ese toque ; es tan alegre como el canto del

      ;

    gallo;

      son las mañanitas del cuartel. ¡Qué bien redoblan

    los doce tambores, qué fuerte y alegre suenan las cornetasRecorren todo el cuartel, cuadra por cuadra, ensorde

    ciendo a todos; al acabar el toqué que se alarga un buen

    rato,

      todo mundo está en pie.

    Después se oye por allá adentro que están pasando lista:

    —¡Presente

    —¡Preesente

    —¡Presentéée

    Un toque muy conocido sigue después, el único que yo

    sabía desde chiquillo con su letra y todo:

    A comer, a comer,

    sinvergüenzas del cuartel.

    A poco rato el sargento de la guardia nos mandó con

    un soldado nuestro rancho; en tres botes de hojalata nos

    llevaron atole blanco y frijoles; también nos dieron una

    pieza de pan.

    Mientras la tropa comía su rancho, y obedeciendo segu

    ramente a un toque que dio el corneta de la guardia, salie

    ron de las cuadras para la calle un cnorro de viejas; segu

    ramente se habían quedado allí adentro a pasar la noche

    con sus hombres.

    A poco rato toda la banda de cornetas y tambores tocó

    un aire muy alegre; supe después que aquello era la "Lla

    mada de Instrucción". Unos minutos más tarde se oyó él

    paso acompasado de mucha gente.

    — ¡G uard ia, tropa arm ad a — gritó el centinela de la

    puerta.

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    T R O P A V I E J A

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    Pasa ron po r de lan te de noso t ros muchos so ldados a r

    mados ; iban de a cua t ro en cua t ro , un i fo rmados de d r i l

    y con chacó de cuero negro con bol i ta de es tambre co lo

    rado . La banda iba por de lan te ; a los lados , de t recho en

    t recho , los of ic ia les con las espadas desnudas . Iban tocando

    las co rne tas y r edob lando lo s t ambores como s i fue ran de

    camino . Se perd ió e l ru ido a l lá a lo le jos en e l campo.

    Un so ldado de lo s que es taban de guard ia nos r ega ló

    unos c igar ros y conversó con nosot ros . Nos confesó de

    cabo a rabo y a lgo nos contó de aquel la nueva y ida que

    comenzaba pa ra noso t ros .

    —Esa t ropa que sa l ió , e r a todo e l ba ta l lón ; e s t a rán

    como unas dos ho ras po r a i hac iendo in s t rucc ión ; luego

    han de volver con la lengua de fuera. Y esto es todos los

    día s ,

      a mañana y t a rde . Después aqu í aden t ro no f a l t a que

    hacer ; ya lo verán us tedes y todo s iempre se hace en me

    dio de golpes y de malas razones . A punta de t rancazos lo

    hacen a unos so ldado . Aqu í han ca ído gen te como us tedes ,

    agar rados de leva o que han t ra ído de las cárce les porque

    ya no lo s aguan taban po r l eb rones o a ses inos y aqu í son

    corder i tos mansos . Ni qu ien ch is te en t re las f i las de l e jé r

    c i t o :

      ma las pa lab ras po r cua lqu ie r cosa , que es lo de me

    nos ,

      o ch ico tazos , p rocesos y has ta fus i ladas .

    "Aqu í se acabó todo lo de a fue ra ; lo s t ena tes se queda

    ron a l l í en e l campo . De cabo a r r iba , todos mandan y

    ¡ q u é m o d o d e m a n d a r ¡ P o b r e s d e u s te d e s q u e a p e n a s v a n

    a c o m e n z a r

    "A mí me f a l t an dos años pa ra cumpl i r e l t i empo de mi

    enganche ; l l evo t r e s años de ca rga r e l máuse r y de aguan

    ta r e s ta v ida com o los ho m br es ; ¡b ue no , com o los hom

    bres no ; aqu í no hay hombres ; de l a pue r ta de l cua r t e l

    pa ra aden t ro se acabaron lo s hombres , todos se rnos bo r re

    gos a temor izados de lan te de las c in tas co loradas de las

    c lases o de las esp igui l las o de los ga lones de los of ic ia les

    o de los. jef es ."

    — ¿ Y , d e d ó n d e e s u s t e d , a m i g o ?

    — ¿ D e d ó n d e h e d e s e r ? , d e G u a n a j u a t o .

    "Gu a n a j u a t o , t i e r r a d e L e ó n ,

    donde se fo rma l a Federac ión .

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    3 8 F R A N C I S C O L . U R Q U I Z O

    "Así d ice la canción y es lo c ier to ; de a l lá de mi t ier ra

    salemos miles y miles a formar bata l lones y regimientos ;

    s i no fuera por e l Baj ío , ¿de dónde sacaban tanta gente?

    A us tedes , por acá , s iquiera los cons ignan por malas vo

    lun tades o porque deberán a lgo , pero a l l á no ba ta l l an t an

    t o ;  nomás l l egan pa t ru l las de so ldados y echan rea lada ;

    nomás cor tan a un lado como a r ebaños de cabras . "

    — ¿ De mo do que es to es d uró ?

    —¿D u r o ? , p io r q u e l a cá r ce l m ás m a la . Y a l o v e r án .

    Por lo pronto us tedes lo van a pasar muy mal e l pr imer

    a ñ o ,

      e l s egundo ya se van acos tumbrando ; después , después

    es lo mismo.

    Volv ió l a t ropa sudorosa , cansada .

    Más toques de banda y r e levo de guard ias . Sa l ie ron

    escol tas para hacer seguro servic ios a l lá en la c iudad.

    Comenzaron a l legar los jefes : e l mayor , e l teniente

    coronel , e l coronel ; a todos e l los se les formaba la guardia

    y les daban novedades .

    A m ed ia m añ an a n o s l l am ar o n .

    —¡Esos que l l egaron anoche , a f i l i a r se a l de ta l l

    Al lá vamos de t rás de un cabo chapar r i to a t r avesando

    los pat ios del cuar te l ; los so ldados que andaban por a l l í ,

    nos mi raban y se r e ían .

    — ¡ O r a s o m b r e r u d o s ; ¡ o r a g r e ñ u d o s , se a c a b a r o n la s

    m ech as d e aq u í p a l r ea l

    Se conoce que se sent ían contentos de que l legaran

    o t ros desgrac iados a l montón .

    En la of ic ina a que nos l levaron, enfrente de un escr i

    t o r i o ,

      es taba un je fe b igo tó n y en t reca no , m u y un i fo rm ado

    de negro y con galones en las mangas . Dos o t res c lases

    e s t ab an m an e j an d o p ap e l e s en o t r a s m es as ce r can as . H ab ía

    en la pared un re t r a to g rande de don Por f i r io Díaz . Aque l

    je fe e ra e l mayor . Se nos quedó mirando de a r r iba aba jo

    un buen ra to con sus o j i l los sa l tones como s i nos quis iera

    comer con la vis ta.

    —Quí tense é l sombrero , t a rugos , ¿no ven que es tán en

    una o f ic ina ? ¡So m brero s anch os p ar a e l so l , aq u í le van

    a sa l i r a l so l a cuerno l impio .

    Nos qu i tamos los sombreros , avergonzados .

    — i T ú , ¿c óm o te f lamas?

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    T R O P A V I E J A

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    —Espiridión Sifuentes, para servir a su merced.

    —¿A mí?, de cabo arriba vas a servir a todo el mundo.

    ¿De dónde eres?

    —De San Pedro de las Colonias.

    —¿Cuándo naciste?

    —No me acuerdo.

    —¡Con una tal , ya te refrescaré la memoria.

    —No lo sé, señor.

    —¿Cuántos años tienes?

    —Dieciocho.

    Uno de los escribientes estaba apuntando cuanto yo iba

    diciendo, los nombres de mis padres, las señas que me en

    contraron y la estatura que me midieron.

    —Si sabes firmar, pon ahí tu nombre, si no, lo mismo

    da.

    Después les tocó a los muchachos que iban conmigo;

    también los regañó, los puso verdes.

    -—Bueno, ya están listos. ¡Sargento

    -—Ordene, m i m ay or . .

    —Causan alta los tres con esta fecha en la segunda

    compañía; rápalos, unifórmalos de reclutas y llévalos al

    capitán Sales. Recomiéndale a ese lagunero que parece

    medio "levantado.

    El sargento nos hizo entrar en otro cuarto lleno de

    monturas y de correajes. Allí, en un banquito nos hizo sen

    tar a uno por uno y con una máquina nos peló al rape en

    un momento.

    Nunca me habían pelado a mí tan de prisa y tan de

    mala forma. Como siempre había yo usado el pelo largo,

    se enredaba en la máquina y me tironeaba.

    —Cuánto piojero traerán ustedes en esas greñas; así

    siquiera van a andar frescos. Ya están listos los tres de

    la cabeza; ahora encuérense.

    Teníamos, una poca de vergüenza.

    —¡

     Encuérense, con una. tizn ad a

    Quedamos en pelota.

    —Ai tiene cada cual una camisa, unos calzones, hua

    raches, un chacó de cuero y una manta dé cajna; ese es el

    uniforme de los reclutas hasta que lleguen a ser soldados.

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    4 0 F R A N C I S C O L . U R Q U I Z O

    Cuidado y se pongan o t ras cosas y vayan a es t ropear lo

    que l e s en t r ego . Ah í de jen todo lo que t r a in ; s íganme .

    — ¿ P u e d a l l e v a r m i m o r r a l y m i c o b i j a ?

    —El mor ra l no ; l a cob i j a , bueno , t e de ja ré que l a

    l leves, a ver cuánto te va a durar .

    -—El m or ra l i to e s un r ec uerd o d e mi p ad re .

    — Aq u í s e a c a b a r o n l o s r e c u e r d o s . ¡ Va m o n o s

    Atravesamos o t ra vez e l pa t io s igu iendo a l sargento .

    Sent ía yo los huaraches broncos y e l chacó me bai laba en

    la cabeza . Parec íamos changos los t res , de esos de los c i rcos .

    En un ga lerón muy grande es taba la cuadra de la se

    gunda compañ ía a que íbamos des t inados . E l cap i t án nos

    rec ib ió con ind i ferencia . Era un hombre a l to y de lgado , de

    mi rada t r anqu i l a . Me d io l a impres ión de que hab ía de se r

    mejo r que e l mayor .

    El capi tán nos l levó con el of icial de semana; éste nos

    en t r egó a l sa rgen to p r imero de l a compañ ía pa ra que ano

    tara nuest ros nombres para la hora de la l i s ta . El sargento

    p r imero nos puso en manos de l sa rgen to de semana pa ra

    que nos leyera las leyes penales mi l i ta res .

    Se sen tó t r anqu i l amen te en un banco , nos pasó en

    frente de él y comenzó a leer en un l ibro, hojas y más

    h o j a s :

    "Comete e l de l i to de insubord inación , e l mi l i ta r o as i

    mi lado que con pa labras , ademanes , ges tos o señas , fa l te

    a l respeto o su jec ión debidas a un super ior en ca tegor ía o

    m an do , que po r te sus in s ign ias , a qu ien conozca - o deba

    conocer .

    "Cometen e l de l i to de deserc ión los que fa l ta ren durante

    tres días consecutivos a las l is tas del día .

    "Cometen el del i to de

      ;

    tfMcióni.". . "

     

    "C o m e t e n e l d e l i t o d e p i l l a j e . . .

    "Vio lenc ia con t r a l a s pe r sonas .

    "Ve in te años de p r i s ión ; pena de muer te ; ve in te años

    dé p r i s ión ; pena de muer te , pena de muer te , pena de

    m u e r t e . . . "

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    T R O P A V I E J A

    4 1

    El so ldado no t iene más obl igac ión que suf r i r n i más

    derecho que a que le den c inco t i ros .

    Cuando se cansó de leernos e l sargento , nos l levó con

    el cabo de cuar te l ; e l cabo nos l levó con e l so ldado cuar te

    l e ro ,

      ú l t imo es labón en la cadena de l serv ic io in ter ior ; e l

    encargado de cu idar las cosas en la cuadra , de bar rer y

    regar aquel lo .

    —Aquí t i enen su luga r , compañeros ; cada uno de us te

    des t iene derecho a un metro de te r reno . Igual que una se

    p u l t u r a : u n m e t r o n o m á s . A i p u e d e n d e j a r su s c o b i j a s ;

    f í jense b ien en e l número de las matr ícu las para que no se

    les p ie rda n . C ua nd o l leguen a ju n ta r a lgu nos cen tavos po

    d rán compra r un pe ta te , po rque e l sue lo s i empre no de ja

    de ser fr ío.

    Nos sen tamos un momento en e l sue lo ; e s t ábamos en

    la mera or i l la de l ga lerón . Por unas ventanas a l tas con

    re jas , en t r aba apenas l a luz de l d ía , como s i ya hub ie ra

    oscurec ido . Al lá en la puer ta , a l o t ro ex t remo de nosot ros ,

    sen tado en u na m esa es tab a e l o fi ci al - de sem an a ; ce rca

    de é l , e l sa rgen to ; a med ia cuadra e l cabo jun to a l ban

    co de las a rmas y e l cuar te lero por a l l í bar r iendo .

    Afuera se o ía l a co rne ta de cuando en cuando y cas i

    s i empre de d i f e ren te manera ; ya conocer íamos más de lan

    te todos aquel los toques .

    En e l pa t io se o ían cubetazos de agua y ru ido de escobas .

    E l o f i c i a l de semana l e g r i tó a l cua r t e le ro :

    — ¡ T ú , c u a r t e l e r o ; é c h a m e a fu e r a a eso s n u e v o s , q u e

    vayan po r ah í a ayudar en a lgo .

    Sa l imos escabu l l idos , s in sabe r cómo se t end r ía que ha

    cer para pasar por de lan te de l o f ic ia l y de l sargento .

    El pa t io es taba l leno de so ldados con chacó y en ca l

    zonci l los como nosot ros , a ta reados en echar agua en e l

    sue lo , que sacaban de unos ba r r i l e s que t r a í an o t ros desde

    un a fuen te , o ba r r i e nd o con ; un as e scoba s l a rgas de r a m as

    q u e a r r a s t r a b a n d e u n l a d o a Q t r o .

    Apenas nos e s tábamos dando cuen ta dé aque l lo , cuan

    d o a l m i sm o t i e m p o r e c i b i m o s l o s t r e s u n b a ñ o h e l a d o .

    Nos hab ían aga r rado de so rp resa po r de t r á s lo s so ldados

    aguadores y nos hab ían empapado con sus ba ldes de a r r i -

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    F R A N C I S C O L . U R Q U I Z O

    ba a aba jo . Quedamos hechos una sopa ; lo s chacos se

    fueron rodando y una carca jada sa l ió de todas las bocas .

    Nos d imos cuen ta de que es tábamos pagando e l nov ic iado ;

    qu ién sabe qué más vendr ía después .

    Un cabo , con un ch i r r ión en l a mano , nos mandó qué

    nos pus ié ramos a aca r r ea r agua de l a fuen te .

    Jesús l lenaba e l bar r i l y Eulá l io y yo lo cargábamos,

    l levándolo has ta e l cen t ro de l pa t io para a l l í regar lo .

    Seguía la broma; a Jesús lo acostaron a la fuerza en

    tre el agua de la pi la; a Eulal io y a mí nos volvieron a

    bañar cuando l l evábamos e l ba r r i l a l hombro .

    Consideré yo que de nada va l ía enojarse y agar ré las

    cosas por e l lado bueno; le eché e l o jo a l que me parec ió

    más t rav ieso y le sor ra jé un cubetazo de agua por e l pecho .

    ¡N unc a lo hu bie ra h ec ho , se m e echó encim a e l cabo de l

    ch i r r ión y me aga r ró a go lpes s in cons ide rac ión ; en donde

    caía el chicote: en la cara, en la cabeza, en la espalda.

    Después supe que aque l a qu ien hab ía yo bañado , e r a

    también un cabo . Yo no l e v i n in gu na c in ta , an dab a ves

    t ido igual que todos; yo no lo conocía .

    Cuando se acabó e l aseo de l pa t io , nos de jaron en t rar

    a todos en las cuadras ; íbamos los t res con ganas de qui

    ta rnos la ropa para expr imir la y secarnos e l cuerpo con

    nues t r a s cob i j a s .

    Me qu i t é l a ropa y busqué mi cob i j a , aque l l a que t r a í a

    de l r ancho , y no l a encon t r é po r n inguna pa r t e ; l e p re

    gunté por e l la a l cuar te lero .

    —-Oiga , amigo: ¿a dónde fue a dar mi cobi ja co lorada?

    — ¿ C u á l c o b i j a ? Aq u í n o h a y n i n g u n a c o b i j a c o l o r a d a ;

    tod i tas son p lomas.

    —¿Cómo cuá l? La que t r a iba yo de l r ancho ; ya sé que

    las ra las que dan aquí son p lomas, pero la mía es co lo

    rada y es de pura lana . Aquí la de jé cuando andaba us ted

    b a r r i e n d o , ¿ n o s e a c u e r d a p u e s?

    — P o r a i e s t a r á ; b ú sq u e l a .

    —Ya la busqué . Usted es e l que cu ida aquí ; us ted me

    responde de e l la .

    — ¿ Y o ? ,

      ¿pues qué soy su mozo?

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    T R O P A V I E J A 4 3

    —Usted la ha de haber escondido. Démela o le va a

    pesar .

    — A poco es u sted l a lumb re , ¡ ca rbó n

    Me t i ró un manazo por la cara y al lá fue a dar por el

    sue lo o t ra vez e l chacó de cuero . Le t i ré una guantada

    que le alcanzó a una oreja .

    Se puso fur ioso y nos agar ramos a go lpes . Los que es

    taban por a l l í cerca empezaron a ch i f la r y a gr i ta rnos .

    Llegó al instante el cabo de cuar tel hecho una f iera . Nos

    di jo un mi l de malas razones y con una vara que agar ró

    por a l l í , me zumbó fuer te por la espalda .

    —Yo te voy a quitar lo lebrón, hi jo de la ta l . Los te

    na tes se quedan a l l á a fue ra ; aqu í nomás lo s míos mandan .

    —Pero mi re us ted , señor ; aqu í de jé mi cob i j a co lo rada .

    — A qu í no ha y n ing una cob i j a co lo rada . ¡E nréda te en

    esa o t ra y vente para acá , para que aprendas , ta l

    Me sacó para el pat io a punta de golpes, envuelto en

    la cobi ja ra la que me habían dado; me l levó para un r in

    cón de l pa t io . Echaba lumbre por los o jos .

    — P ar ad o aqu í , ¡ f i rme , has ta qu e yo lo o rden e . S i te

    mueves , te va a costar más caro .

    Era un cabo , un super io r ; hab ía que aguan ta r todo y

    obedece r . Me quedé pa rado donde me lo o rdenó ; sumiso ,

    c a í d o ,  a g o r z o m a d o .

    No me quedaba ya nada de lo mío : pr imero los ve in te

    rea les en la cárce l de San Pedro ; después e l sombrero , la

    ropa y e l m o rr a l ; por ú l t imo la cob i ja . Na da m e qu eda ba

    de lo que ten ía - : e l pe lo , e l án imo, la esperanza; todo per

    d ido pa ra s i empre . Un chacó de cue ro neg ro con una bo

    l i ta co lorada , una camisa y unos ca lzones de manta ; una

    cobi ja ra la y unos huaraches . Eso era yo : una p i l t ra fa de

    hombre sambu t ido en una cá rce l ; una espec ie de an imal

    indefenso y acor ra lado .

    A cada r a to sonaba l a co rne ta de l a gua rd ia d ive r sos

    toques . Al med iod ía toda l a banda de co rne tas y t ambo

    res tocó l lamada y l i s ta .

    Me l levó para la cuadra el cabo que me tenía de plan

    tón y me formé

    :

      ju n t o con los que éram os los de la segun

    da compañ ía .

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    F R A N C I S C O L . U R Q U I Z O

    El sa rgen to pasaba l i s t a ; cada uno iba re spondiendo

    "p r e se n t e " c ua ndo de c í a n su nom br e .

    Después toca ron "pa r t e" y e l sa rgen to fue a da r l a s

    novedades a l of ic ia l de semana; e l of ic ia l , a l capi tán de

    cuar te l .

    A poco ra to , " rancho" . De a dos en dos fu imos pa

    sando de lan te de unos pe ro les que echaban humo y que

    o l í an sabroso . Cada qu ien apron taba sus t r a s t e s de ho ja

    la ta y los rancheros les servían un cucharón de f r i jo les

    y ot ro de a tole con chi le ; les daban también una pieza de

    pa n y t re s tor t i l las . ~ " '

    Mis dos compañeros