Tres hojas
-
Upload
juan-manuel-candal -
Category
Documents
-
view
215 -
download
2
description
Transcript of Tres hojas
Tres hojas
Estimada señorita, cuyo nombre desconozco,
te ruego perdones esta intromisión: ya te veo tan
concentrada, dibujando en ese cuaderno que siempre traés
en tu bolso desordenado, con el café y las medialunas a un
costado, siempre absorta, en otro mundo, por momentos
casi sonriendo para vos misma como si tu lápiz hablara
secretos que sólo vos conocés, y nosotros, apenas testigos,
estamos condenados a adivinar. Te pido que disculpes mi
interrupción y sin embargo no soy breve, ¡qué calamidad!
Ocurre que su belleza (y me pongo serio y le hablo de
usted para decir esto) no conoce de brevedades tampoco.
Sepa (o sabé, ya está bien con la formalidad) que te he visto
ya no una ni dos, sino un puñado de veces sentada ahí, en
la misma mesa, junto al ventanal que supongo mirás
cuando algo en tus dibujos no va bien, y buscás inspiración
en lo que anda por las calles, mirando sin mirar, mirando a
través de las personas y los edificios, buscando la esencia
de algo que escapa a ese trazo que no conozco.
Aún. Porque me propongo conocer todos y cada
uno de tus dibujos. Me permito ser franco para que no
queden dudas: no busco ser cortés ni seductor. No te vi
una tarde y quedé prendado de tu hermosura, que
ciertamente brilla. Esto es diferente: yo te conozco. Sé que
sos tímida, lo dice la forma en que te volcás sobre vos
misma para que el mozo no termine de ver bien lo que
dibujás. Sé que no estás de novia, porque tu celular suena
poco y cuando lo hace apenas despierta tu interés. Más
todavía, sé que el dibujo es tu mundo imaginario, pero no
lo que estudiás o lo que ejercés. Esto lo sé porque siempre
que ponés manos a la obra lo hacés con ese entusiasmo del
que logra acceder por un rato a su refugio en el mundo. Y
lo sé porque tus libros dicen cosas como “Hermenéutica”
y “Semiótica”. Sé que siempre son los martes, jueves y
viernes y que es entre las dos y las cuatro de la tarde.
¿Y quién es este extraño, este entrometido? Bueno,
soy el que en este momento te mira desde la tercera mesa a
la izquierda del pasillo que va al baño. Tengo un nombre,
Pablo, pero nombre por nombre cambiaremos luego.
Como podés ver si levantás la mirada un instante, tenemos
edades similares, o al menos eso parece (¡tendrás que
cerciorarte!). Vine a este café de casualidad hace casi tres
semanas y desde entonces vengo y ya no por casualidad.
Al mundo le entrego unas cuantas críticas de cine a cambio
del dinero suficiente como para vivir mientras hago lo que
realmente me gusta, que es escribir. Mis amigos incluso
van más allá y dicen que soy escritor, aunque mis amigos
no son de fiar, desde ya te lo aviso. Y te lo digo porque en
pocos minutos terminarás de leer esta carta que acaba de
hacerte llegar el mozo y si cuando levantás la mirada otra
vez veo que hay un reconocimiento (uno que yo ya
sospecho), iré a tu mesa a compartir ese café (no ese que
tenés a medio tomar, es un decir) y pretendo ni más ni
menos que dar el primer paso hacia el resto de nuestras
vidas. ¿Te sorprende? No te sorprendas, ¿acaso tengo que
saber más de vos para enamorarme? Incluso ya conozco tu
voz, cuando llamás al mozo y está lejos. Pero es tu mirada
solitaria, a veces nostálgica, a veces soñadora lo que no me
deja dormir cada lunes, miércoles y jueves. Y aunque ahora
te parezca una locura, tal vez, en una de esas, soy el
hombre de tu vida. Más aún, tengo buenas razones para
creer que así es. ¿Cómo? Porque lo recuerdo.
Recuerdo cuando nos besamos por primera vez a
la salida de tu facultad, cuando te fui a buscar y te
avergonzaron las flores y no querías que todos te vieran, y
me acuerdo cuando me dijiste que no querías saberlo todo
de mí de un tirón ni que yo lo supiera todo de vos tan
rápido. Y también cuando más tarde te recibiste y nos
abrazamos en la plazoleta, vos pasadísima de sueño,
sacudiéndote el pelo de la cara y llenándome del huevo y la
harina residual. Pero lo mejor vino después. Cuando me
convenciste de dejar mi departamento feo y mudarme a un
monoambiente chiquito pero cuidado al que llenaste de
trazos por todas las esquinas, bueno, al menos por ese
primer año, hasta que yo cambié el trabajo y pudimos
mudarnos a un lugar más grande y ¡cómo lloraste por
dejar este monoambiente! Y nomás horas después ya te
abrazabas a tu casita nueva, a la que veías como un palacio.
Pero por entonces éramos jóvenes y nos faltaba mucho
camino todavía. Porque luego vino todo el vértigo de la
boda y las familias, y los primos que venían de afuera y tus
viejos, que te entregaron con menos gracia que una estatua
queriendo soltarse a la danza. Y cuando viajamos
conocimos lugares y cafés como éste, pero en otras
ciudades, y fuimos felices en hoteles que dijimos que
nunca olvidaríamos y ahora no recuerdo sus nombres. Y
peleamos y gritamos mil veces, en Buenos Aires, en
Barcelona, en Lima y en París. Es lo que hacemos para no
terminar neuróticos del todo, me dijiste con tus cejas
enarcadas luego de una reconciliación fallida, y te amé más
que nunca porque entendí en ese momento lo que nos
hacía tan el uno para el otro: vos también sabés que no hay
amor infalible, y que inevitablemente, a quien elegimos
para amar cada día, lastimamos más de una noche (¿o será
mejor al revés? Voy a preguntártelo cuando me siente allí).
Pero más allá de las sacudidas y las tormentas, siempre
fuimos dos, cómplices e inseparables, un poco locos pero
con rayes complementarios y chispa para no caer de
brazos cuando el mundo se sube a los hombros. Cuidamos
el uno del otro y cuidamos de aquel que vino de los dos,
una especie de pequeñez con manitos tiernas que nos mira
y a veces ríe, a veces llora y a veces gargajea intentos de
palabra. Y todo esto es posible porque pasó lo que pasó
esa tarde en aquel café, cuando te llegó la carta. Y lo
recuerdo ahora mismo, estando aquí, tan joven e inocente
de todo porvenir no porque haya tenido una epifanía, una
revelación mística o esté loco como una cabra. Lo sé, lo
recuerdo, porque puede recordar quienes vamos a ser si
tan sólo ahora aceptás la posibilidad de detener la máquina
de producción de realidad cotidiana y nos escapamos a ese
refugio de tu mundo imaginario, donde podemos pasear
entre tus dibujos y algunos otros mundos que también
conozco yo, donde el suelo y el viento son verbos, donde
vos y yo todavía somos palabra inmóvil que espera pronto
hacer párrafo. Y si todo esto te parece una locura
simpática, te repito lo que mi abuelo le dijo a mi abuela el
día que la conoció, casualmente, en un café: hay que estar
dispuesto a arriesgar la vida por seguir esa nube oscura que
ni siquiera un destino promete y es probable que apenas
una lluvia regale.
Justamente, te vi por primera vez en este café la
tarde en que murió mi abuelo. Volvía del hospital que está
acá a la vuelta y tenía ganas de llorar pero no tenía lágrimas
en mí. Y lo que me regaló la dulce liberación del llanto fue
verte ahí sentada, libre y ensimismada, hermosa e
inconsciente. Me juré entonces que si no estabas con nadie,
te conocería. Lo juré por el dolor de aquella tarde, te pido
encarecidamente que no me hagas traicionar mi promesa.
Y aquí estás, y aquí estoy, un hombre y una mujer,
solos, perfectos, inmensamente compatibles, con átomos
que piden encontrarse y células que se prometen recuerdos
de todo lo que aún no ha ocurrido y no ocurrirá nunca
sino me das ese pequeño gesto que dice que sí, que todo
esto no es una locura y que vos también percibís algo de
todo esto que digo.
Acabo de levantar la mirada mientras me preparaba
para doblar la carta y hacértela llegar, pero cuando iba a
llamar al mozo lo encontré junto a vos. Temí que pagaras
y te fueras, pero entonces noté que le dabas algo. Ahora,
ahí viene. Por un momento tuve miedo, pero ahora tengo
esperanza. A ver… dame un segundo. ¡Me ha dejado un
boceto tuyo! ¡Soy yo, aquí sentado, escribiendo,
ensimismado, en mi propio mundo de palabras! Es un
dibujo sencillo y sensible. Ahí te miré, señalando la hoja y
la lapicera. Ya no sé si esta carta es obsoleta, tendré que
pensarlo en los pocos metros que separan mi mesa de la
tuya. Tal vez sea mejor ir y presentarme, quizás te de esta
carta dentro de veinte años y veremos si mis recuerdos son
recuerdos propiamente dichos. Por ahora me preparo para
levantarme e ir a tu encuentro, y dejar que el silencio