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TRANSANDINOuna idea de TgP / un viaje de Rafo León / un objeto de Toronja y Ma+go

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UNA OFRENDA A LA TIERRA / Ricardo Markous / Presidente de Directorio TgP

Volábamos en helicóptero sobre la traza de los ductos de Camisea. Era una tarde tranquila y el clima era bueno para navegar por los cielos surandinos. De pronto, con Ricardo Ferreiro, nuestro gerente general, comenzamos a hacer me-moria de esta primera década del proyecto. Repasábamos la experiencia del primer quinquenio y lo que ha significado construir el primer ducto de líquidos y el primer gasoducto peruanos, y conversábamos también acerca de los últimos años operando un sistema de transporte que debe abastecer sin descanso la creciente demanda del hidrocarburo más limpio y económico.

Mientras volábamos sobre los hermosos paisajes por los que serpentean los ductos, nos sentíamos maravillados por las antiguas culturas que brotaron de esa difícil geografía, por sus historias y costumbres, por sus personajes singulares y sorprendentes. Hablábamos de la suerte que tenemos de ser parte de este proyecto y de cómo ha marcado nuestras vidas.

Entonces no encontramos mejor idea que imaginar un libro que diera cuenta de estos alumbramientos. Por eso pensamos en Rafo León, viajero experimentado y comprometido am-bientalista, para que compartiera con nosotros sus pasos cu-riosos e incansables. Por eso le solicitamos a Toronja un libro que escapara de la típica publicación corporativa y expresara el asombro que vivimos en el Perú creciente de hoy.

Este es el fruto de aquellas cavilaciones y estamos muy contentos ahora que podemos compartirlo con los ami-gos, a modo de ofrenda a la tierra en donde crecemos con nuestros hijos.

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CUSCO

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La Amazonía es frontera. El territorio que más confrontó a los incas fue también el espacio incomprensible donde los conquistadores europeos pe-recieron en busca del mítico El Dorado. Los misioneros, tenaces con la cruz en la mano, complementaban a la espada que los militares llevaban en la suya. Ellos entraron a evangelizar sin imaginar ni comprender el organis-mo vivo que pretendían estructurar mediante la palabra de Dios. “La selva es la degeneración del espíritu humano en un desmayo de circunstancias improbables pero reales”, escribió el capuchino Francisco de Vilanova, casi 500 años después de la llegada de los españoles, en un intento por descri-bir el Putumayo. No es difícil imaginar qué sintieron sus predecesores.

Con el cataclismo de la Conquista, la selva cusqueña fue el reducto de Man-co Inca, quien se instaló en Vilcabamba para resistir. Durante la Colonia se vio desfilar por sus bosques a exploradores, misioneros y uno que otro colo-no europeo, criollo o andino. En el Amazonas se gestaron grandes fortunas, delirios, grandezas y olvidos. Formada la República, se sucedieron las fiebres del caucho, del oro, la madera, las campañas civilizadoras, los hacendados y evangelistas.

En pleno auge cauchero desaparece en la selva el explorador francés Euge-nio Robuchon, personaje novelesco ligado al boom genocida de la siringa. Otro viajero no menos excéntrico, Thomas Whiffen, sale en su búsqueda y describe la selva de una manera aterradora: “El eterno fango, el fango del viaje sin ninguna piedra, sin un palmo de terreno honesto y sólido, hace que añoremos la tensión inferior de peligros más definidos o de horrores más insuperables. El horror de viajar por el Amazonas es el horror de lo no visto”.1

Esta naturaleza tremenda e ingobernable siguió aterrorizando a Occidente, casi al margen del paso del tiempo y de los avances tecnológicos; ingober-nable incluso para la más sofisticada arqueología, pues las evidencias de la presencia humana en los bosques nubosos y de lluvias desaparecen muy pron-to, devoradas por la humedad y el monte. Y, sin embargo, la Amazonía tiene reglas: se sigue rigiendo por la relación equilibrada entre las especies, plantas y animales, lagos, ríos, lluvias y tierra.

Kp 10LA SELVA Y LA CIVILIZACIÓN DE LO POSIBLE

Las personas que han habitado la selva desde tiempos sin data han sabido interactuar con su entorno, desarrollando un conocimiento íntimo tanto de la flora como de la fauna. Ese saber próximo, mundano y espiritual, implica respeto, una sabia utilización de los recursos, de manera que las civilizaciones indígenas han logrado beneficiarse de la naturaleza sin destruirla. Se valen de cortezas, raíces, flores, frutos, hojas y fibras para cobijarse, tejer, sanar, rendir culto y comer. La caza y el bosque se entremezclan con el universo humano. La interrelación de los mundos es densa, bullente y florida. La abundancia reflejada hasta la infinidad.

2. El Manu a través de la historia. Pro Manu, Lima, 2003.1. Citado por Michael Taussig en Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje. Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1987.

El matrimonio del Ande con la selvaLas culturas de los trópicos bajos tuvieron un área de in-fluencia muy grande y aportaron ejes esenciales a la civili-zación andina. Donald Lathrap, uno de los arqueólogos que más se ha involucrado con la Amazonía, sostiene que los hombres de los bosques contribuyeron con los de las mon-tañas con dos elementos culturales imprescindibles para el desarrollo: la agricultura de raíces y la cerámica con cierto grado de complejidad.2

Esta interrelación cultural se plasma en dos iconos comparti-dos: el jaguar y la coca son los dos componentes básicos de la civilización andina, en el plano simbólico y en el terreno de lo real. La coca, hoja sagrada, subía de los bosques amazóni-cos alimentando el mito de que en estos se gestaba la vida de una manera inexplicable, pero abundante y llena de energía. El jaguar, el felino feroz, está representado en su máxima ex-presión en el templo de Chavín, allí donde Tello vio la matriz cultural andina, junto con un ave que aún hoy se discute si es el halcón o el águila arpía. Chavín, Tiahuanaco, Wari, los horizontes; las cumbres de la civilización andina están entra-madas con las plantas, plumas, temores, felinos, aves y osos de las tierras calientes e indomables.

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Esta mítica muchacha tuvo tres hijos con el señor Luna, pero quien los conci-bió fue él —a través de su pantorrilla—, porque en aquellos tiempos las muje-res no sufrían pariendo. La prole de Luna se conformó de tres soles: uno para el cielo, otro para los humanos y uno último para los muertos. Una tarde Luna encontró a su mujer bañándose en el río e, iracundo, la encaró por no estar trabajando. Ella intentó calmarlo pero no hizo sino enervarlo más. Fuera de sí, terminó matándola. Desde aquel momento, todas las mujeres deben parir. Es de este modo en que se conjugaron los flujos de la naturaleza, el agua fluvial, la sangre femenina, la reproducción humana y los ciclos de la vida.

El espíritu curativo de las plantasEn el Perú hay cerca de diez mil machiguengas que, en su mayoría, saben dar usos medicinales a las plantas del bos-que. Las transformaciones espirituales son parte de este conocimiento ancestral amazónico. El ayahuasca, cuyo nombre significa ‘soga de los espíritus’ en quechua, es una liana que se utiliza en sesiones rituales para curar distintas clases de males. Por lo general, los curanderos realizan el rito acompañados de por lo menos un miembro femenino de la familia y entonan cantos llamados ícaros. El ayahuas-ca se toma por motivos mágico-religiosos en toda la Ama-zonía sudamericana y es una manera de entrar en contacto con las fuerzas espirituales de la selva y los antepasados, dado que a la liana también se la considera “abuela”, aquella sabia consejera. Cutiparse es un verbo solo amazónico que indica el mal proceso de quien quiso sanarse con plantas, pero no respetó la dieta que estas exigen a cambio: absti-nencia de alimentos irritantes, alcohol y sexo.

Los machiguengas también reconocen las facultades del “huevo de gato” —llamado así por la forma de su fruto—, cuya corteza o raíz se aplica sobre la picadura de víboras para neutralizar el veneno. Hay plantas para contrarrestar la fiebre, como la denominada "caña-caña", y otras que se

Los machiguengas, asentados en el Alto y Bajo Urubamba además de los bos-ques de Madre de Dios, descienden de la extensa familia lingüística arawak, la cual se encuentra en muchas partes de Sudamérica e inclusive llegó hasta las Antillas antes de la conquista europea.

Alrededor de la yuca se estructuró la sociedad en general: la familia, los ro-les sociales y la agricultura. En las comunidades machiguengas, los hombres cazan y cultivan la tierra, mientras que las mujeres preparan masato, cocinan yuca y tejen bolsones, cuerdas y kushmas. Las chacras machiguengas se basan en el policultivo y en ellas se refleja su mirada integral del entorno. El valor de la biodiversidad no solo proviene del bosque, sino que se complementa en los campos de cultivo, en los que se encuentra cacao, maíz, piña, coco, café, coca, frijol, algodón, yuca, camote, y, para favorecer la fermentación del ma-sato, caña de azúcar y achiote, planta con facultades curativas cuyos frutos tienen colorantes utilizados para pintar rostros y cuerpos.

Para los machiguengas, la creación del universo se debe a los seres infini-tos, los saangaríite, y el principio civilizatorio se da cuando el señor Luna enseña a los seres humanos a cultivar la yuca. Antes de ello, los animales, plantas y personas fueron creados por los tasorinchi del paroto, un árbol también conocido como “palo de balsa”. Los primeros habitantes del mundo solo comían tierra y estaban contentos, pues no sabían lo que era la yuca ni la agricultura.

Como es aún costumbre entre los machiguengas, cuando a una joven le viene su primera menstruación la encierran en casa durante tres lunas. En aquellos tiempos remotos sucedió que un día una muchacha comenzó a menstruar, la encerraron y, mientras sus padres estaban fuera, apareció el señor Luna transformado en hombre, con corona y kushma —túnica tra-dicional de algodón tejido—, y le pidió comida. Como la muchacha le trajo tierra, el señor Luna se compadeció y le dio de comer yuca. Después de ello, regresó Luna para enseñar a la familia de la muchacha lo que era la yuca y cómo cultivarla. Este conocimiento pronto se expandió a los demás cultivos: piña, plátano, caña, sachapapa morada, entre otros. Cuando la joven salió de su reclusión, ya sabía asar yuca y preparar masato, la refrescante chicha hecha de esta raíz.

Kp 15 LA YUCA, RAÍZ DE LA COSMOGONÍA MACHIGUENGA

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peces son asados envueltos en hojas de plátano o bijao. En algunos sectores del río se ven pequeños montículos de cáscara de yuca para atraer al sábalo. Desde las canoas, los hombres lanzan atarrayas, las redes circulares tejidas a mano por los propios pescadores. Las técnicas de tejido son transmitidas de padre a hijo: hacer una atarraya demora entre 30 y 60 días. Cada red tiene muchos colores tejidos: verdes, azules, blancos, negros, rosados, rojos y celestes. Cuando esta se rompe, se repara con hilos del mismo color para no quebrar la armonía del diseño. Las redes tienen pequeños plomos y, por lo general, miden una brazada de diámetro, aunque también se pueden hacer de hasta dos brazadas y media. Cuando se lanza la atarraya y se jala una cuerda, los peces que están en su área de influencia quedan atrapados en una especie de bolsa.

El origen legendario de los peces se remonta a Pareni, mujer divina que habría surgido de los remolinos del pongo de Mainike, al igual que su hermano Pachaka-mui, divinidad relacionada al Pachacámac yunga que tenía el poder del oráculo y la transformación de las personas en animales. Se dice que Pareni tenía varios esposos y que un buen día ella colocó ajíes, de los que no pican, alrededor de su cintura y debajo de su kushma. Cuando llegó al río, soltó todos los ajíes sobre el agua y estos se convirtieron en peces. Uno de sus maridos le dijo una grosería por haber hecho esto y Pareni lo condenó a ser picaflor, transformándolo en esta pequeña ave para que se alimente de flores y arañitas hasta el fin de sus días.

Por el río Shihuaniro, vecino al poblado de Timpía, en el Bajo Urubamba, se ven las entradas a las chacras desde las riberas, pequeños caminos que ape-nas se diferencian entre la vegetación. Este afluente es un espejo de agua verde-azulada sobre el cual reposan las hojas secas y se reflejan las ramas de bobinsana, árbol cuya corteza cura la diarrea, el reumatismo y el resfrío, y se dice que extrae su espíritu del agua, el cual se manifiesta bajo el aspecto de una sirena.

Los platanales y la cañabrava se imponen a ambos lados del Shihuaniro. Los niños con las mejillas y nariz pintadas de achiote se lanzan al río desde las canoas y, en la orilla, las mujeres semidesnudas lavan ropa en cuclillas. En el transcurso se ven troncos caídos, grandes rocas y tierra roja; canoas y gente descansando sobre pedregales ribereños.

En las chacras por el río Shihuaniro se encuentran yucas, piña, camote, caña y achiote. Asimismo, es posible toparse con cultivos de varbasco, del cual se elabo-ra un veneno para atontar a los peces. A lo largo del río Shihuaniro se puede ver la pesca en sus distintas formas. Una joven pareja pesca carachamas con una canastita, mientras que su bebé descansa sobre las rocas de la ribera. Un adoles-cente captura bocachicos con arco y flecha, como le enseñó su padre. Saca un promedio de un pez por hora, y después regresa a casa con lo obtenido, para que su madre cocine los pescados en patarashca, modo de preparación en el que los

utilizan para curar la sarna, como las hojas de catahua. El ojé cura la uta, expele parásitos intestinales y sirve de analgésico. Algunas plantas aguzan la vista mientras se caza, como el “pie de águila”, que se toma en infusión y sirve para cuando un cazador se adentra en el monte. Para los dolores de pecho se cocina durante dos o tres ho-ras la raíz de sangre-sangre, hasta que adquiera un color rojo intenso. Existe otra raíz que se hierve varias horas y, cuando el brebaje se torna espeso, quien la bebe se trans-forma en tigre.

El embrujo sexual de las sirenas Se dice que los ríos están protegidos por los espíritus de las sirenas. En toda la Amazonía se han registrado apariciones y oído cantos de estos seres sobrenaturales. Las sirenas pue-den llevarse a las personas a sus pueblos debajo del agua, enamorarse de humanos, así como fungir de entes regula-dores de los recursos fluviales. Castigan a los pescadores que sobreexplotan lo que ofrece el río y premian a los que realizan sus faenas en distintos parajes, procurando pescar lo suficiente sin destruir los ciclos naturales de crecimiento y reproducción de los peces.

Curiosamente, los aventureros españoles que se interna-ron en la selva creyeron ver sirenas ahí donde los manatíes

Kp 35SHIHUANIRO: FUENTE DE VIDA, PECES Y SIRENAS

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nadaban o se secaban al sol. La semejanza de la vulva de la hembra del manatí con la de la mujer les produjo una confusión en la que probablemente también se aparcaba el deseo. El delfín, por su lado, se sumerge y sale cargado de connotaciones sexuales entre los habitantes de la Amazo-nía. Suele aparecerse transfigurado en un joven gringo, de buen ver, cuando alguna muchacha está sola en la orilla del río. Muchas jóvenes que están embarazadas dan como respuesta: “el delfín” a la pregunta inevitable.

El arte de la interpretaciónLos machiguengas distinguen bien los olores del bosque y los rastros de los animales, sus huellas en el barro, sus tra-yectos entre las plantas. Los sajinos andan en grupo y los tapires se refugian en los aguajales; la carachupa, o arma-dillo, se protege en su caparazón pero es igualmente cazada con flechas o machetes; y los samanis, ronsocos y venados son también preciados por su carne. Las labores de caza implican destreza técnica y el saber sortear los peligros de la selva, tales como el jergón, una víbora agresiva, o las isu-las, hormigas gigantes cuya mordedura puede causar des-fallecimiento y fiebrones. Por las riberas reptan ociosos los caimanes y croan las ranas de los atardeceres, sobre todo si ya pasó la lluvia.

Se avistan en el monte los tigrillos, jaguares, búhos, murcié-lagos fruteros, añujes y osos hormigueros que comen isulas y termitas a discreción. En las madrugadas, se despiertan otros especímenes de la selva cuando el cielo está aún os-curo. Al amanecer se alborota el bosque con los monos ro-jos aulladores que resuellan como el viento de tormenta, en tandas de barítonos vibrantes que diseminan la angustia

en el cielo recién abierto. A ello se suman los golpes de los pájaros carpinteros contra los troncos, los pihuichos y guacamayos que revolotean en grupos, chirriando sobre los árboles y nutriéndose de la arcilla de las collpas, palabra que deriva del quechua y se utiliza para denominar los lu-gares en que ciertos animales comen tierra para subsanar la falta de sales minerales en su dieta vegetal. En el Bajo Uru-bamba, los pájaros se agrupan cerca de las collpas, paredes acantiladas de tierra rojiza.

Kp 36ENCUENTROS Y DESENCUENTROS EN TIMPÍA

Los machiguengas de Timpía y alrededores aseguran que cada luna llena so-bre el río Urubamba, por donde desemboca el Sabeti, uno de sus afluentes, se escucha el bullicio de un pueblo subacuático. A la medianoche aparece un bote lleno de gente, pero este se esfuma de manera misteriosa. Otro de los temores locales es que alguna sirena o boa haga que un bote se hunda, jalán-dolo hacia abajo. Los comerciantes que viajan de pueblo en pueblo a través del río Urubamba conocen las historias y toman precauciones. Por ejemplo, no viajan de noche y tienen más cuidado cuando pescan en invierno, porque hay más remolinos “que tienen su boa”. Cada vez que llegan a un pueblo, estos vendedores itinerantes alzan sus tiendas con estacas y plásticos y permane-cen allí por una semana. El jefe de cada pueblo cobra una cantidad diaria de dinero por su estadía. Timpía cobra 25 soles, mientras que Camisea exige 30. Nuevo Mundo y Kirigueti son más caros: 50 soles.

Las rutas comerciales varían. Hay quienes viajan de Sepahua hasta Timpía, surcando el río y deteniéndose en los pueblos intermedios: Kirigueti, Camisea y Chocoriari. Otros comerciantes van desde Ivochote hasta Nuevo Mundo y viceversa. Un recorrido completo puede durar dos meses. Al terminar, los co-merciantes se proveen de mercadería por parte de los vendedores mayoristas, quienes traen sus productos desde Quillabamba e incluso de Lima, pero vía Satipo-Puerto Atalaya-Sepahua. Se puede encontrar de todo: galletas, pastas de dientes, fideos, arroz, huevos, papas, verduras y abarrotes en general; ga-seosas, cervezas, toallas, casacas, pequeñas radios a pilas, polos, pantalones,

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botas de jebe, velas. Los comerciantes duermen en sus botes y en la mañana desayunan sopa de arroz con zanahoria, papa y pollo.

Desde el pequeño mercado de Timpía, con sus dos o tres puestos surtidos de toda clase de artículos, se ve la misión dominica creada en 1953. La comu-nidad de Timpía, que hoy tiene más de 600 integrantes, se formó en torno a las actividades misioneras, al igual que Sepahua, Koribeni y Kirigueti. La presencia dominica se afianzó en la Amazonía desde que a finales del siglo XIX el gobierno peruano y la Iglesia Católica consideraron necesaria la evan-gelización de las comunidades nativas. El papa León XIII animó a los obispos a diseminar la fe romano-apostólica en la selva, y en 1902 se fundó la primera misión del Alto Urubamba en Chirumbia. Siguieron otros experimentos mi-sioneros breves, pero debieron suspenderse por enfermedades —sarampión, fiebre amarilla—, inundaciones o flechazos.

La entrada de los misioneros a la selva coincidió con el boom del caucho. Cuando decayó la fiebre cauchera surgieron los patrones regionales y sus extensas haciendas de café, cacao, algodón o varbasco. Al mismo tiempo, en el Bajo Urubamba habían aparecido grandes curacas, como Italiano, Romano y Shirungama, que obligaban a muchos machiguengas a trabajar para los hacendados, siendo el nexo entre las comunidades nativas y las demandas del mercado occidental. En este contexto de correrías, los machiguengas se internaron aun más en el bosque o se aproximaron a las misiones dominicas para escapar de la explotación y la enfermedad.

Hoy, Timpía es una localidad en la que los pobladores dependen de la caza, pesca, agricultura, el comercio y la ganadería para sobrevivir. El crecimiento de este pueblo y de sus actividades agropecuarias están alejando a los ani-males silvestres que antes se encontraban más cerca y en mayor cantidad. La amenaza humana también recae sobre la charapa y otros anfibios que aún se encuentran en las cochas buceando junto a los ronsocos, entre shanshos que cuidan sus nidos y libélulas que descansan sobre las ramitas que salen del agua y luego golpetean sus torsos sobre la superficie acuática como parte de su vuelo errático.

El otro canto del páucarQuien se interna en la selva amazónica escucha cómo irrumpe en el bosque el ocasional canto del páucar , la oro-péndola, ave negra con plumas amarillas en la cola, cuyos

nidos cuelgan de los árboles como lágrimas. Los sonidos que emite a veces se asemejan al llanto de un bebé; otras, al silbido de los hombres o a la entusiasmada conversación entre mujeres.

La leyenda cuenta que érase una vez un niño al que le en-cantaba repetir todo lo que oía y se divertía mucho imi-tando a las personas. Un buen día él dijo que una anciana vecina era bruja y, cuando esta se enteró de ello, decidió castigarlo. Ella era una hechicera del bien que vivía entre la gente y, como el chiquillo se había ganado la antipatía del pueblo, consideró mejor transformarlo en pájaro. Entonces, cuando el niño se fue al campo vestido de negro y amarillo, lo convirtió en páucar. En la actualidad, el canto de esta ave significa que habrá buenas noticias y visitas, a diferencia de lo que sucede con el tucán, pájaro que canta la tristeza ajena, aquella producida por los padres e hijos que mueren.

Kp 38EL PONGO DE MAINIKE, EL ÚLTIMO UMBRAL

Siguiendo el curso del río Urubamba hacia la capital de la provincia cusqueña de La Convención, se llega al pongo de Mainike, lugar sacro para los machi-guengas porque todas sus almas van allá al morir. Pongo proviene del quechua punku, que significa ‘puerta, entrada, acceso’ o ‘portal’, mientras que maine o maini es un modo local para referirse al oso de anteojos, animal sagrado en el universo espiritual machiguenga. De alguna manera, el pongo de Mainike es un ingreso al mundo de los muertos, al más allá. De por sí, es un lugar peligro-so del río, con remolinos, fuertes corrientes y vientos que hacen naufragar a los botes. A la salida del pongo hay un área llamada Tonkini, y allí dicen que van a parar los cadáveres de las personas y animales que se ahogan en este paso.

En los cinco kilómetros que uno debe recorrer para atravesar el pongo de Mainike se ven altas paredes de piedra, cataratas, cavernas, aguas turquesas

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y densa vegetación amazónica. Este trecho marca la transición de selva alta a baja, por la cordillera de Vilcabamba, ya que es el último recodo de los Andes antes de llegar a los sectores más calmos del Urubamba. Muchos pasajeros creen que para pasar el pongo sin sufrir percance alguno hay que tinkarlo, arrojando al río una caja de cerveza u otra ofrenda que logre apaciguar a los espíritus que pululan por la zona.

Los machiguengas afirman que en el pongo hay una grieta en una de las pa-redes que se abre como una puerta a partir de la medianoche. Cuentan que detrás de esa puerta existe una playa inmensa con gente divertida, que baila, bebe e invita a los demás a unirse a la fiesta. Dicen: “Vengan aquí, vamos a tomar masato”. Esas son las almas de los muertos que se llevan a los vivos porque, cuando se abre aquella dimensión, se apagan los motores de los botes y la gente se ahoga. Al amanecer, esa puerta es una hendidura apenas visible entre las rocas.

Cerca del pongo de Mainike se encuentra Piedra Pintada, en Pangoa, donde hay restos de pinturas rupestres. Sin embargo, este lugar no es el único. Los petroglifos van desde la cuenca del Alto Urubamba, en Siete Tinajas, hasta la parte baja del río, pasando Timpía. Un mito machiguenga dice que hubo un hombre que venía del Cusco perseguido por sus enemigos. Entonces encontró una piedra buena a poca distancia del paso y comenzó a dibujar con su saliva mientras un mono bailaba con su pañuelo. La interpretación de algunos su-giere que este fue un augurio de las distracciones de la modernización, y que ese mono alegre y bailarín significaba que otras costumbres irían socavando las tradiciones machiguengas.

Oso todopoderosoEn la selva alta vive el oso de anteojos, considerado tasorin-chi o todopoderoso por los machiguengas. Se lo respeta por su fuerza y dicen que puede adoptar la figura humana.

El mito andino de Juan Oso o el Ukuku habla de la impor-tancia simbólica del único oso que puebla los bosques nubo-sos amazónicos. Se lo diferencia de otros humanos porque tiene una corona, los ojos grandes y el rostro pintado con huito, un fruto que contiene jugos colorantes. Cuando se

aparece como hombre, el oso puede invitar a las personas a su laguna, ya que tiene un pueblo debajo del agua al que se llega a través de un camino ancho. La mayoría de inducidos se quedan en el poblado del tasorinchi y los que a veces logran escapar encuentran la muerte con un zarpazo del oso de anteojos nuevamente vuelto animal.

Kp 40TEJIDOS Y MASATO ALREDEDOR DEL SHIMATENI

A once kilómetros de Timpía se abre el río Shimateni, otro afluente del Uru-bamba. Se trata de una tierra en la que todos toman masato, inclusive los be-bés en sus biberones, y es frecuente ver en los caseríos aledaños a las personas masateando y conversando en pequeños círculos.

A un costado y debajo de un área techada con palmas, doña Susana Parotori, de 84 años, teje una kushma sentada sobre la tierra. El complejo entramado lo logra mediante un telar de cintura, en el que se coloca un cinto de cuero para sujetar un extremo, mientras que el otro lado del tejido está amarrado a un palo, por lo menos un par de metros más adelante. Esta técnica prehispánica todavía se encuentra en muchas comunidades indígenas en todas las Américas y consis-te en tejer hilos a diferentes niveles: superior e inferior. Las kushmas masculinas tienen un corte de cuello en “V”, mientras que las femeninas son horizontales. Pese a que están cayendo en desuso, suplantándose por camisetas de fútbol y polos estampados con los logos de grandes empresas, la kushma sigue siendo parte del tejido mismo de las sociedades machiguengas.

Otro caserío cercano alberga a las familias Matamala, apellidadas como el padre Miguel Matamala, fundador de la misión dominica de Timpía. Allí, las casas son de madera y los techos de hojas de palma, excepto una que utiliza calamina y en cuyas paredes de leña se ven afiches de Bruce Lee. El patriarca Luis Matamala tiene ocho hijos y uno de ellos, Humberto, es padre de niñas que cargan pequeños baldes con camaroncitos y caracoles extraídos del río. Hay gallos, gallinas y un guacamayo de pecho amarillo y alas azules que anuncia las lluvias mientras canta e imita los gritos y llantos de los niños.

Cerca del río Shimateni crece la chonta, árbol cuya denominación científica fue puesta por el investigador alemán Karl von Martius en 1823 y hace alusión

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en el que reluce la modernidad sobre sus ventanas de espejo. Dentro del mercado se distribuyen varias secciones en las que se puede encontrar ju-gos, verduras, frutas; luego, a las señoras que venden plantas medicinales, remedios naturales y servicios de toda clase. La mayoría de los puestos son eclécticos. En uno solo se pueden vender zapatos, betún, caramelos, ollas, naipes, linternas, pelotas de fútbol, jabón, pilas, lápices, sostenes y papel de regalo.

A las afueras del mercado hay pequeños puestos de comida en los que se ofrecen chicharrones, anticuchos y pollos a la brasa. Durante los fines de semana, las calles de Kiteni se atiborran de personas que vienen del campo a ofrecer sus productos de manera ambulatoria: café, cacao, hojas de coca. Los pobladores descansan sentados debajo de los árboles en la plaza principal. Hay música puneña de fondo y se escuchan los pregones de quienes alquilan celulares. Se ven mujeres que llevan los inconfundibles sombreros de Puno, estilo hongo, sobre la cabeza. La avenida principal que atraviesa el pueblo es recorrida por camionetas de la empresa transportadora de gas, ya que en Kiteni también se halla uno de sus campamentos.

A Kiteni llegan los circos, las ferias itinerantes y personas de lugares lejanos. El curandero Juan Miranda Sayán es de Chulucanas, Piura, pero antes vivió en Satipo, Ica, Pisco y Nasca, hasta que terminó asentándose aquí en 2007. Aparte de atender a personas en su consultorio Señor de Ayabaca, conduce dos espacios radiales diarios de media hora cada uno, en los que habla sobre medicamentos naturales y salud. Y lo hace sanamente y con gran simpatía. En su local prepara hierbas, hace macerados y realiza limpias con huevos o cuyes cuando los pacientes están bajo el influjo del “susto” o “espanto”. Parte de su práctica se vincula con la tierra, ya que hace un pago todos los años en agosto para retribuirle por la sabiduría y salud recibidas.

A los pacientes, el maestro Miranda les chequea la lengua, los dientes, ojos; les palpa el estómago y el pulso, y va detectando qué va mal en el organis-mo. Luego, les asigna una dieta sana compuesta de frutas y verduras y un tratamiento naturista de dos o tres meses con plantas que, poco a poco, van normalizando los flujos del cuerpo, revitalizando al ser. Porque las personas no solo van por problemas físicos, sino también mentales o anímicos, penas y preocupaciones, pensamientos que enloquecen y desestabilizan al espíritu, daños venidos desde dentro o de la mirada envidiosa de los otros. Una de las plantas con las que el maestro cura es la mucura, que elimina las malas vibra-ciones y cambia la suerte.

a Euterpes, una de las musas del dios Apolo, y además a la palabra griega que significa ‘deleitando’. De hecho, esta palmera es un deleite culinario, porque de las guías de sus hojas sale el palmito. También tiene bondades medicinales, pues sus raíces hervidas son antiofídicas y alivian los problemas hepáticos y renales. Para cortar un pedazo de palmito, Juan Santos, poblador de Timpía, afila el machete contra uno de los cantos rodados del río. Luego, se abre ca-mino entre el follaje a punta de machetazos y después corta un cogollo de chonta, le va sacando capas de corteza espinosa y, tras rasgarla hasta llegar al corazón, la deja lista para comer.

Subiendo por la cuenca del Urubamba, se llega a Kiteni. Los niños juegan en el río todas las tardes, saltando de troncos, balsas y embarcaciones; flotando sobre llantas e inventándose un juego distinto para cada atardecer. Kiteni es también un lugar de entrecruzamiento donde se pueden encontrar farma-cias con nombres de divinidades andinas, tal como el Señor de Qoyllur Rit’i, cabinas de internet, pollos a la brasa, chicharrón y samani al horno, roedor oriundo de la selva.

El poblado es joven: su fundación oficial ocurrió en 1981. Antes de ser des-plazados por los migrantes andinos, los machiguengas vivían allí asentados en pequeñas comunidades y llamaban a aquel territorio kiteri o “quebrada amarilla”. La llegada de los colonos del Ande se intensificó a partir de la déca-da de 1970 y, con ello, se produjeron grandes cambios sociales y económicos. Los nativos optaron por retirarse a otras tierras y los colonos se asentaron allí para dedicarse al cultivo de café, achiote, cacao, frutas, plantas medicinales, y a su comercialización. De este modo, los espacios sin linderos de kiteri se transfiguraron en Kiteni, creación política.

En la actualidad, Kiteni tiene aproximadamente 1500 residentes, aunque se vean más personas en sus calles, pues siempre hay gente de tránsito desde Apurímac, Ayacucho, Puno y otras partes del Cusco. El movimiento comer-cial se hace notorio en la constante carga y descarga de los camiones y en su gran mercado. Este fue inaugurado en 1984, pero luego fue remodelado para albergar desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche a de-cenas de comerciantes en sus dos pisos, 115 puestos de concreto y frontis

Kp 94KITENI, LA VIDA ES UN MERCADO

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lanzan bendiciones. El huevo recorre su cabeza, cara, bra-zos, manos, pierna, torso, espalda y de nuevo regresa al rostro, a la frente. Después, se rompe el huevo en un vaso con agua, en el que el curandero puede determinar cuál ha sido la dolencia del niño; si tiene tos, susto, alguna in-fección estomacal o si ha sufrido algún golpe o caída. El curandero procede a sobarle la barriga y el resto del cuerpo con un papel periódico doblado y rociado con agua florida, proceso que es acompañado por más rezos. Hecho esto, se quema el periódico hasta que se convierta en cenizas y el curandero repite la operación, esta vez con dos velas. El niño llora. Minutos después, el curandero enciende una de las velas y saca un macerado para sobarlo sobre el bebé. Se persigna con un cigarrillo apagado, lo prende y echa humo al niño. Culmina la sesión con maraca y cruz en mano.

Kiteni es hibridación, amalgama de costumbres y gente. Incorpora tradiciones de la selva y el Ande, así como santos traídos de Lima, Europa y México. Se juntan las creencias prehispánicas, la sabiduría de las plantas, la fe cristiana e ídolos populares que colindan con lo católico y lo pagano. En este pueblo conviven el fervor hacia el progreso y los antiguos rituales de reciprocidad. Aquí también confluyen aguas: el río Kiteni afluye en el Urubamba y, a su vez, este se encuentra con el Kumpiroshiato. Continuando por este río se llega al pueblo de Kepashiato, parecido a Kiteni porque su población se compone, en su mayoría, por colonos.

El café forma parte de la identidad cultural en La Convención. Las personas mayores dicen que si no toman café antes de las nueve de la mañana, les da hambre, pero que si toman dos tazas, pueden ir al campo y trabajar bien. También toman café para las cosechas nocturnas de hoja de coca: primero, dos tazas a las nueve o diez de la noche, y luego otras dos a la medianoche, mientras chacchan coca. Así faenan hasta el alba.

A los alrededores de Kepashiato se están desarrollando diversos proyectos de la Municipalidad de Echarate que buscan aumentar la productividad del ca-cao, los cafés especiales, los cítricos y la apicultura. Estos se desarrollan gra-cias al canon gasífero. Camino a las diferentes chacras y viveros se aprecia la construcción de los puentes que forman parte de la nueva carretera a Kimbiri, localidad cusqueña cercana a Ayacucho. En 2009 se terminaron de asfaltar los 133 kilómetros que dividen ambos pueblos, con los aportes dados por las empresas involucradas en la explotación y transporte del gas de Camisea. Este tramo también ha reducido en un tercio la distancia de Quillabamba a Lima.

Farmacología amazónicaExisten muchos brebajes especiales. Uno de ellos consiste en cien isulas maceradas en licor de caña, miel de abeja y chuchuwasi. Una cucharada diaria de esto durante un mes ayuda a regular la diabetes. Para el reumatismo y los do-lores de hueso es buena la combinación de chuchuwasi, polen, miel, licor de caña y ajo sacha. Para la tos y los pa-rásitos estomacales es infalible el jergón sacha, y para las heridas y problemas de piel, el aceite de copaiba.

Para complementar la eficacia de estas plantas, don Juan Miranda le reza a santos oficiales —Jesucristo, la Virgen del Carmen y la Señora de Guadalupe— y populares, tales como el Señor Cautivo de Ayabaca, San Martín de Porres y el Niño Compadrito, una pequeña calavera milagrosa de ojos azules y largas pestañas de plástico que cada día recibe más feligreses en un altar situado en una casa cusqueña de la calle Tambo de Montero.

La sanación de un bebéEn una limpia para expulsar los malos aires a un bebé, se rocía un huevo con agua florida y luego se le pasa este por la frente, mientras se repite el nombre del niño, se reza y

Kp 109KEPASHIATO, LA CULTURA DEL CAFÉ

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Antes, cuando se tenía que pasar por el Cusco, el trayecto era de 1.280 kiló-metros, mientras que a través de Kimbiri son 864.

En los próximos años se busca quintuplicar la cantidad de quintales de café que se cosechan por hectárea y mejorar sus cualidades para que sea un pro-ducto de exportación selecto. Hoy, en la quebrada Santoato se realizan fae-nas comunales para construir un vivero de café que servirá como unidad de capacitación. Aquí se colocará medio millón de plantones de café de tres variedades: caturra, típica y borbón. En esta primera fase, los participantes ponen su mano de obra y realizan un aporte comunal gratuito a cambio de ser beneficiarios del proyecto. Este año serán casi 300 los participantes en la zona de Santoato y su número se duplicará en el 2010. Los proyectos impul-sados por la Municipalidad de Echarate seguirán creciendo en beneficiarios y capacidades técnicas, por lo menos, hasta el 2012.

En la escuela de campo de Santoato se implementarán parcelas demostrativas para que los agricultores aprendan las técnicas mejoradas relacionadas con el café, desde la semilla hasta su cosecha, tostado y comercialización. Otros retos son el manejo de plagas y cómo evitar la erosión de los frágiles suelos de la selva. Se busca mantener el equilibrio de la tierra, los recursos hídricos y la rentabilidad de los cafetales. El programa enviará a un grupo de agricultores y técnicos a Villa Rica, en la selva central, y a Colombia, para que emulen las experiencias positivas que se han dado en estos lugares, en los que el café ha recibido renombre internacional por su sabor y cuerpo.

Por otro lado, dado que el Perú es el segundo país productor de cacao en el mundo, después de Nicaragua, también se están impulsando proyectos para la mejora del cacao orgánico en el distrito de Echarate. A las afueras de Kepashiato se aprecian los viveros de almácigos que serán injertados en plan-tas, al cuarto o quinto mes de crecimiento, y luego se trasplantarán en las chacras. Para 2012 se espera trabajar 350 hectáreas de cacao y tener cientos de beneficiarios.

Otros cultivos: cítricos y bosquesEntre los cítricos se está laborando con más de 200 mil plantones de mandarinas satsuma y cleopatra, así como con limas rampur, naranjas rojas, navelinas y valencia sin pepa. Una vez que se realizan los injertos, las plantas son

trasplantadas en época de lluvias a las chacras de un sector de los beneficiarios, los cuales alcanzarán un total de 1.600 personas. La primera cosecha será en 2012 y se aspira a sacar la producción a Lima, meta que ha sido alentada por la construcción de la carretera Kepashiato-Kimbiri, la cual acerca estas zonas a regiones aledañas —Cusco, Apurímac, Ayacucho— y a la costa peruana.

En el mismo espacio donde crecen los almácigos de cítri-cos, hay cerca de 100 mil plantones de especies del bos-que, como el cedro, la caoba y el tornillo. Estas se utilizarán en las campañas de reforestación locales que buscan con-trarrestar los efectos nocivos que causan las actividades humanas en la zona, en el afán de restablecer un orden más equitativo y relaciones más equilibradas entre perso-nas y naturaleza.

Kp 118VILCABAMBA, VERDADES OCULTAS

Vilcabamba condensa una serie de construcciones culturales acerca de la manera en que los incas se defendieron de los españoles y, a la vez, consi-guieron depositar sus riquezas materiales e intelectuales en un arcano que los expedicionarios, armados de los más sofisticados GPS de hoy, jamás habrán de encontrar.

Parte de la cordillera Oriental, Vilcabamba está situada en la provincia cus-queña de La Convención, entre los ríos Urubamba, que nace en el nudo del Vilcanota, y Apurímac. Nevados de hasta seis mil metros —que cada año se muestran menos blancos—, punas y bosques de neblina definen un territorio de pisos ecológicos diversos debajo del cual el mito y la verdad han coloca-do yacimientos enormes de metales preciosos: uranio, plata y oro. Y donde brillan los metales, los destellos le restan importancia a la realidad: que lo digan los conquistadores.

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Fue al llegar a Machu Picchu cuando pensó que por fin accedía al secreto mejor guardado de los incas. Se equivocó pero ganó la suficiente fama como para agenciarse de nuevos y suculentos financiamientos para continuar con sus exploraciones y, sobre todo, con el mercadeo de sus descubrimientos. Es-tudios posteriores, hacia mediados del siglo XX, establecieron con mayor rigor los emplazamientos más importantes de Vilcabamba, siendo Espíritu Pampa uno de ellos. Aunque la leyenda de las plumas, la coca y los metales preciosos siga velando una verdad que, de pronto, ni siquiera existe.

El arte popular peruano es tributario de dos poderosas tradiciones: la andina y la virreinal. Dos mundos desconocidos entre sí se encuentran con sus di-ferentes creencias, costumbres y valores. Se hace inevitable un choque entre dos modos de ver, sentir y entender la realidad. Lo andino y lo virreinal se

Lo verificable es que Vilcabamba era, en tiempos prehispánicos, la puerta de ingreso al Antisuyo, el cuarto nombre, el que definía los territorios ubicados al este del imperio de los incas y que aún hoy resulta de difícil acceso no solo en términos geográficos, sino también ideológicos.

Las huestes incaicas entraron tarde a Vilcabamba, poco antes de la llegada de los españoles, hacia 1470. Se construyeron caminos, durísima tarea en terrenos imposibles. Se levantaron palacios a partir de rocas gigantescas, res-petando sus formas naturales, como solían hacer los incas: eran las huacas. Betanzos, explorador y cronista español de mediados del siglo XVI, menciona templos de fábula en Vitcos y Rosaspata, este último con esa función holística que hoy nos cuesta comprender, que reúne lo religioso con la observación astronómica destinada al manejo de la agricultura.

Los conquistadores llegaron al Perú en 1532. Dice la crónica que los españoles eligieron a Manco II como su aliado y que este aceptó, aunque en su verdadera dimensión interior pasó de la duda a la resistencia. En 1536 el elegido por el propio Pizarro reaccionó cercando la ciudad del Cusco por más de un año. Sin embargo, los caballos, el acero filudo y la pólvora pudieron más y, superado el cerco, Manco se replegó hacia el Antisuyo para reorganizar la revuelta. A partir de ese momento la mítica Vilcabamba asciende varios peldaños en su categoría de custodio y tesoro. Manco y sus sucesores resistieron por casi cuarenta años. El punto final: la decapitación de Túpac Amaru I en la plaza de Aucaypata del Cusco, el hijo del rebelde elegido, en 1572.

La presencia andina en Vilcabamba no terminó con esta ejecución artera. Los incas habían construido ahí una réplica en pequeño de un Estado completo, en cuanto a ejercicio de poder político, administrativo, militar, religioso y hábitos domésticos. Una red de espléndidos caminos vertebró los bosques, algunos descendiendo al piso del valle, otros en paralelo al río, senderos que se interrumpían en pueblos y tambos y grandes ciudades como Choquequirau, Acobamba, Vitcos, Puquiura y la misma Vilcabamba. Luego se instaló el silen-cio. El tiempo y la vegetación cubrieron las estructuras y construcciones, y se fundó una nueva ciudad perdida de estirpe inca.

Recién a mediados del siglo XIX viajeros europeos, como el conde de Sartiges y Angrand, se interesaron por Choquequirau. Antonio Raimondi llegó también hasta allí y dedujo que estaba en el centro de Vilcabamba. Bingham cometió el error que luego le daría la gloria: conoció Vitcos y Rosaspata y partió hacia Espíritu Pampa sin sentirse convencido de estar pisando la mítica Vilcabamba.

Plumas: el tesoro amazónico de los incasLas plumas parecen haber sido uno de los temas de Vilca-bamba para los incas, quizá más que el mismo oro. Hasta hoy, en las comparsas que acompañan procesiones y fies-tas en el Cusco, los grupos de danzantes llamados “chun-chos” llevan como distintivo piezas del plumaje colorido de aves finísimas, vistas por Qosñipata y también por el descenso a La Convención, es decir, Vilcabamba.

Este nombre, Vilka Pampa, parece venir del aimara y, de ser así, significaría “tierra del Sol”. Los incas, cuando in-vadieron, encontraron diversas etnias que se dedicaban pacíficamente al cultivo del maíz, la yuca y la preciada coca. Cazaban también aves, y de allí las deslumbrantes plumas. Coca, plumas, metales preciosos: los tres pilares de una leyenda real que siempre habló de riquezas ocultas y espacios para ocultar otros tesoros.

Kp 153MÉRIDA Y ROJAS, POESÍA HECHA MANO

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protesta frente a la marginación campesina. Este maestro obtiene de manera única y brillante el máximo provecho expresivo del barro; con él marca una posición crítica, de protesta, reafirmando valores y costumbres, que se recrean y perduran en el tiempo.

superponen, asimilan, retroalimentan, y finalmente se reinventan, dando lu-gar a un arte híbrido, con hegemonías en pugna, siempre creativo, de donde brota el caldo de cultivo del artista que busca crear un orden o, en todo caso, subvertir el dominante.

Edilberto Mérida nace en la ciudad del Cusco, en el barrio de San Cristóbal. La riqueza cultural de su entorno se convierte en fuente inspiradora para su obra. De muy joven aprende de su padre el arte de la talla en madera. Sin embargo, no siente en su tosca dureza el insumo ideal para desarrollar su arte. Y es en el barro, en la arcilla, el engrudo y la harina de trigo don-de sus manos, su fuerza creativa y expresividad han hecho de su obra un nuevo referente.

Lo social no es en él solo una temática oportuna, sino su realidad más próxi-ma. Mérida, testigo de la explotación de los campesinos, encaminó su obra a exponer con un alto sentido crítico las desigualdades y los abusos de los cua-les ellos eran víctimas. A lo largo de esta búsqueda encontró en el expresio-nismo al mejor aliado para retratar las penurias de los campesinos. Mérida se detiene en detalles, en planos cerrados, pone literalmente el dedo en la llaga y no da respiro: uno no puede ser un observador pasivo de su obra. Las miradas, las manos, los pies desgarrados del trabajador del campo aparecen exagera-dos, retorcidos, aullantes. Su trabajo se carga de un sentido reivindicatorio. Es contestatario, rebelde y, como todo arte que trasciende, cuestionador.

El Cristo andinoUna de las creaciones más reconocidas de Mérida fue la representación de un Cristo campesino en la cruz aban-donado a su suerte: huérfano, hambriento y desconso-lado. Mérida propone un paralelo entre el sufrimiento y la redención de Cristo y el campesino de los Andes. Para ello utiliza un formato piramidal que le permite mostrar la sublevación del campesino frente a la opresión del tris-temente célebre gamonal cusqueño, de horca y cuchillo.

El rol de la mujer en el campo también es visto con ojo crí-tico. La vemos en sus actividades cotidianas y en actitud de

Cuatro cosas unen a Mérida con Santiago Rojas: talento, vocación, interés social y Cusco. Solo una los separa –felizmente–: el estilo.

Miembro de una familia de artesanos cusqueños, Santiago Rojas no tuvo más opción que seguir ese impulso inicial misterioso e irreprimible. Él en-contró en su padre, Juan Rojas Huamán, y su hermano, Abraham, a los pri-meros maestros, los guías de su camino; ya más tarde él se echaría a andar por cuenta propia.

El torneado de madera y la talla lo llevarían a desarrollar caprichosas siluetas que emulaban una suerte de danza inmóvil. Su experiencia en las comparsas de la fiesta de la Virgen del Carmen de Paucartambo tendría una influencia decisiva en el desarrollo de su trabajo artístico. Ya no solo como adiestra-do danzante que recrea una manifestación cultural, sino empapándose de la práctica misma para recoger lo esencial y trasladarlo a otro formato: su personal imaginería. Su acercamiento es vital y abarca diferentes registros, al beber de la tradición para aportar una originalidad renovadora a la temática popular.

Sus danzantes en miniatura, trabajados en madera, pasta modelada y poli-cromada, poseen un nivel de detalle asombroso. Cargados de movimiento, representan las comparsas de los danzantes y, además, algunas escenas reli-giosas, costumbristas e históricas. El colorido de sus trajes, la expresividad de sus personajes, así como el manejo de la composición cuando representa episodios como los del suplicio de Túpac Amaru y de su familia o la fun-dación del Cusco, logran un manejo de los planos visuales que potencia la fuerza de su obra.

Rojas trabajó y revolucionó las máscaras que se usaban en la fiesta de la Virgen de Paucartambo. En poco tiempo estas se volvieron las preferidas por danzan-tes de las distintas comparsas y terminó por convertirse en el mascarero del pueblo. Sus máscaras de diablos son irreverentes, desafiantes y cautivadoras;

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imitan la fisonomía humana y la de diversos animales trastocadas con rasgos de locura. En esa misma línea, Rojas representa también personajes religiosos y escenas de la vida cotidiana: guitarristas, borrachos, peluqueros.

Santiago Rojas es uno de los principales exponentes de la tradición clásica del imaginario cusqueño. Con sus propuestas plásticas logra un profundo enrai-zamiento con la tradición popular, que luego será absorbido y multiplicado en infinitas variantes que parten de un único estilo, el de Rojas.

Continuando a contracorriente por el curso del río Kumpiroshiato, se llega a los afluentes de los cuales se nutren los pobladores de Mazokiato, comunidad machiguenga en la selva alta cuyo nombre significa, en su lengua, ‘quebrada de sapos’. Es un lugar donde apenas existe una historia numérica, demarcada por hitos en algún calendario, porque los nativos se rigen por la sabiduría de los antepasados. Es un poblado que hace menos de una década entró en contacto con la cronología occidental. Antes, no había meses ni años. Y solo desde hace poco se ha adoptado un sistema de registro para los recién nacidos que involucra el tiempo después de Cristo.

Hace apenas tres años llegaron a Mazokiato la escuela y la educación en castella-no, por iniciativa de la empresa de gas. Los 20 alumnos provenientes de las nueve familias de este poblado han empapelado el salón con dibujos y representaciones de lo que aprenden: números, palabras, conceptos. El profesor viene de afuera y, si bien los jóvenes entienden el castellano, rara vez responden en este idioma.

En 1999, cuando se iniciaron los trabajos del proyecto Camisea, los poblado-res de Mazokiato se asustaban con la presencia misma de los helicópteros y retroexcavadoras. Jamás habían visto maquinaria, pero rápidamente se ha-bituaron a tales incursiones. Apenas a cuatro kilómetros del poblado pasa el gasoducto y ello ha implicado sustanciales cambios en su estilo de vida. Como parte del intercambio, llegaron la escolarización castellana y la calamina para los techos, que antes eran de palma. Aparecieron los zapatos cerrados, las bo-tas y carabinas para complementar sus sistemas tradicionales de caza.

Al entrar en un sistema de registro institucional, sea por el lado de la em-presa, el Estado o el de las organizaciones regionales, tal como el Consejo

Machiguenga del Río Urubamba (Comaru), se comenzaron a dar nombres cristianos a las personas. Antes de ello, cada quien recibía un nombre de acuerdo con algún rasgo físico: a alguien muy delgado se le llamaba In-chákii o ‘Palo’. La mayoría de personas en Mazokiato aún están indocu-mentadas, no han votado en ninguna elección municipal, regional y, mucho menos, nacional. Los nombres y apellidos que utilizan tienen un valor más práctico que simbólico. En el proceso de evangelización que se dio en la selva a partir del siglo XX, en los bautizos se asignaban los apelativos de hacendados, caucheros o sacerdotes. Hoy, el secretario es el monitor de la comunidad, quien escribe y registra los sucesos más importantes.

La vivienda típica machiguenga es grande, de forma redonda u ovalada, con una pequeña puerta y techo de palmera. Dentro tiene por lo menos un fogón y en los laterales del centro se ubican unas tarimas de madera que fungen de camas. A un lado duermen los padres y, al otro, los hijos. Ahora ellos se cubren con frazadas de lana, pero antes recurrían a una corteza de árbol para obtener el material de tejido. De este sacaban lo necesario para tejer mantos y kushmas. Y en 2002 comenzaron a usar los mosquiteros para resguardarse de los insectos mientras duermen. A un extremo de la casa hay un pequeño corral para cuyes y cada tanto se mete por la puerta una de las gallinas, sonámbula por el calor.

En las cocinas al aire libre, espacios sin paredes pero techados con palma, se lucen las ollas con yuca, masato recién preparado, ají verde y pijuayo. Alre-dedor, unos troncos horizontales a modo de bancos. De una de las estacas cuelga una correa de fibra tejida que será utilizada para elaborar una cartera. En Mazokiato todos los hombres cargan una para guardar hojas de coca, entre otras cosas. En cambio, las mujeres mayores se cuelgan semillas, colmillos y monos choros disecados para adornar su belleza. Además, se pintan las meji-llas y nariz con achiote, según la usanza ancestral.

La yuca, vinculada a los ritos de iniciación sexual, también se encuentra en los orígenes cosmogónicos machiguengas. En la actualidad tiene funciones prác-ticas dentro de la socialización de las gentes y define los roles de cada quien. Si las mujeres se dedican al masato y a otras labores específicas, los jóvenes deben cumplir con destreza ciertas tareas para demostrar su hombría, tales como cazar. Desde pequeños, los padres llevan a sus hijos al monte para cazar monos choros, tapires, sajinos, carachupas, gallitos de las rocas, venados. Se adentran días enteros, recorriendo el bosque y sus ríos, para regresar provis-tos de abundancia. Y de tales conocimientos se decanta el universo funcional entre recursos naturales y sociedad.

Kp 160MAZOKIATO, DIEZ AÑOS DESPUÉS

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El masato en la iniciación sexualTal como en otras comunidades amazónicas, el masato es el pilar de las relaciones sociales. Cuando la primera mens-truación de las adolescentes, estas son encerradas casi tres meses en sus casas para que practiquen las técnicas de te-jido y elaboración de la bebida. Después de este entrena-miento solitario, se les corta el pelo y salen de nuevo en sociedad en el marco de una gran reunión, una masateada gregaria, que las presenta listas para casarse.

La preparación de masato es trabajosa y se va aprendiendo desde que las niñas son muy pequeñas. Consta de pelar la yuca, lavarla y luego cortarla en trozos desiguales. Estos son otra vez lavados y puestos a hervir a la leña. Estando la yuca hervida, se retira la olla del fuego para proceder a machucarla. Mientras se va chancando con una paleta de madera, las mujeres mastican camote, lo escupen y lo mezclan con la yuca, hasta lograr una consistencia más o menos uniforme. Al final, se tapa y deja descansar varios días para que el preparado fermente y tome un punto ideal de sabor y frescura.

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AYACUCHO

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En las fértiles tierras de Magnupampa, en la provincia ayacuchana de La Mar, crecen naranjas, granadillas, chirimoyas, tomates, pepinos, frijoles; y, desde 2008, los agricultores están sembrando paltas en sus variedades Hass y Fuerte, delicia mantecosa que en unos años se verá en los supermercados de Lima y el extranjero.

Virgen de Fátima de Magnupampa se halla en el área de influencia directa del gasoducto. TgP tomó la tarea de contactar al Instituto Nacional de Inno-vación Agraria (INIA) para sacar muestras de suelo y verificar si los plantones de palta soportarían las condiciones de la zona. Al haberse determinado que el terreno era propicio, TgP gestionó la obtención de 5.000 plantones certificados en las instalaciones del INIA en Huanta, y ambas instituciones acordaron realizar una serie de talleres de capacitación con productores po-tenciales de la comunidad de Magnupampa.

Los paltos se entregarán en dos tandas a los socios del proyecto, pero la distribución de los primeros 2.500 ya fue hecha por las autoridades locales. Fabiana Quispe, ingeniera agrónoma y relacionista comunitaria de TgP, dice: “Nuestro compromiso fue entregar los plantones y, como no tiene sentido entregarles las plantas y retirarnos, les damos asistencia técnica”. Hasta aho-ra se han desarrollado sesiones de capacitación que involucran el manejo de los plantones y la aplicación de técnicas para injertar, instalar, regar, abonar y podar”. La idea, como asegura José López, supervisor de proyectos del área de gestión social, es que las poblaciones beneficiarias sean gestoras de su propio desarrollo.

En la quebrada de Torobamba hay 80 jefes de familia hábiles y Nemesio Huarcaya es uno de los 53 beneficiados por el proyecto. Actualmente, tiene más de cien injertos que han prendido: están sanos y en proceso de fructificación. Este primer año ha sembrado 30 plantones en su chacra y les ha retirado las f lores a los paltos para que los frutos no pesen sobre las plantas, que “están muy wawas para resistir”. Antes, él solo tenía la palta “topa-topa”, de tamaño pequeño, cáscara negra y delgada, una especie poco resistente a los embates del transporte. En otros lugares de la que-brada se encuentra otro tipo de palta, que por su gran tamaño dificulta su comercialización.

Kp 240PALTAS, DE MAGNUPAMPA AL MUNDO

Kp 259VILCASHUAMÁN, DEJAR QUE LA ARQUITECTURA HABLE

Huarcaya también cultiva mangos, papayas, limones y naranjas para la venta local y el autoconsumo, pero espera que con las paltas Hass logre insertarse en una cadena productiva que vaya desde Magnupampa a Lima y al mundo. Y aunque aún está pendiente un ciclo de capacitaciones para facilitar la co-mercialización y búsqueda de mercados interesados en las paltas Hass, solo es cuestión de tiempo para que el proyecto, así como los plantones, den sus mejores frutos.

La historia ha armado un extraño rompecabezas en Vilcashuamán: ha adosado a este importantísimo legado inca un poco de arquitectura religiosa colonial, de escaso valor pero superpuesta, lo que resulta en un híbrido fascinante. Y la modernidad, la actual, la de los municipios que quieren hacerse notar con sus plazas surrealistas y sus árboles podados en formas humanas, de soldados, de héroes.

En la ruta del Cápac Ñan o Gran Camino Inca longitudinal, uno de los centros administrativos más importantes del incario fue Vilcashuamán, el punto divi-sorio entre el norte y el sur del Tahuantinsuyo. Su nombre significa en quechua

Más Hass, más fuerteLa variedad Hass, a diferencia de otras, tiene gran acepta-ción en el mundo por su exquisitez y tamaño estándar. No es fibrosa, tiene buena resistencia y mayor cantidad de po-tasio que el plátano; además está probado que reduce los niveles de colesterol en la sangre. Su origen data de 1926, cuando Rudolph Hass adaptó una cepa de palta guatemal-teca a las condiciones ambientales de La Habra, California. En nuestros días, esta variedad es la que más se cultiva y comercializa internacionalmente, y domina el 80 por ciento del mercado mundial. Una curiosidad es que en el Perú, y sobre todo en Lima, se sigue prefiriendo la palta fuerte.

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tres niveles; el segundo tiene hornacinas de forma trapezoidal, y subiendo por las escaleras empedradas se llega hasta la iglesia en la cima. Abajo, regadas sobre el pasto antes de llegar al templo, yacen piedras con animales labrados, sobre todo el mono. Al lado del templo del Sol se encuentra el de la Luna y el acllawasi, donde, según algunos cronistas, en algún momento hubo quinien-tas mujeres selectas y otras tantas vírgenes.

En la actualidad hay una explanada al frente de los templos del Sol y la Luna, pero antes estuvo allí el concejo municipal, donde también se asentaban los jefes policiales. Muchos pobladores aún recuerdan cómo en la madrugada del 22 de agosto de 1982 un grupo numeroso de terroristas de Sendero Luminoso tomó la ciudad. Angélica Páucar, quien hoy vende sopa de trigo en una de las esquinas de la Plaza de Armas, recuerda que cuando escuchó las explosiones estaba en su casa: “Parecía un fiestón. Después he salido a ver el municipio. Allá había un grifo y con eso aprovecharon para incendiar y meter gasolina en una botella y tirarle al Concejo... Yo escuchaba de la iglesia a una mujer que gritaba: ‘¡Viva la lucha armada!’”.

Hoy, Vilcashuamán es un apacible poblado por donde merodean turistas y pa-sean los lugareños. La Plaza de Armas muestra una estatua inmensa y dorada de Pachakuti con un halcón sagrado. El inca está abierto de brazos esbozando un gesto triunfante que se remonta no tanto al pasado incaico, sino al gusto actual de las autoridades municipales y la memoria colectiva del pueblo.

‘halcón sagrado’ y se dice que el poblado habría tenido la forma de esta ave. El ushnu, o plataforma sacrificial para las divinidades, habría conformado la cabeza del halcón. En su momento de esplendor, Vilcashuamán albergaba a 40 mil personas y bullía de fe; era un espacio donde se organizaban la religión, la política y el poderío militar.

Durante el incanato, todos los centros de importancia tenían un ushnu, que articulaba los puntos de poder político con las fuerzas sagradas representadas en las huacas. Fue el caso de Tambo Colorado y Huánuco Pampa en el Chin-chaysuyo, lugares por los cuales también pasaba el Cápac Ñan. En Vilcashua-mán, el ushnu tiene cinco plataformas y la forma de una pirámide trunca, con una portada trapezoidal de doble jamba, por la que se atraviesa para acceder a una empinada escalinata de piedras. Arriba del ushnu hay un asiento doble de piedra labrada en la que se sentaban el inca y su esposa principal, la colla. Se dice que este trono estaba recubierto por planchas de oro antes de la llegada de los españoles en 1533.

Descendiendo por la parte trasera del ushnu se llega a una explanada donde surgen dos recintos contiguos, que parecieran haber sido reservorios. Más allá, un palacio que habría correspondido a Pachakuti. Tiene cinco entradas trapezoidales y dinteles de piedra. Para acceder a la explanada por uno de los laterales se atraviesa una portada. Detrás del palacio del noveno inca subsiste la andenería incaica y un trayecto a un cementerio de estos tiempos, con pequeños montículos de piedras al pie de los nichos y un memento de moder-nidad a todo volumen: música techno.

La decadencia de Vilcashuamán se agudizó en 1540, luego de la fundación española de San Juan de la Frontera de Huamanga, a 80 kilómetros al Norte del centro administrativo inca. En 1912, José de la Riva-Agüero y Osma visitó Vilcashuamán y escribió en sus Paisajes peruanos sobre la desolación que sin-tió en un lugar en el que la grandeza del pasado contrastaba con el profundo silencio del presente. Decía que en Vilcashuamán se sentían los “restos de un gran naufragio histórico bajo la luz del poniente, dijérase que las ruinas de Vilcas entonaban un cantar desesperado, más desvalido y angustioso que la música de las quenas”.

Asimismo, el apabullamiento cultural y religioso de los europeos se refleja en la iglesia San Juan Bautista, construida como una incrustación sobre el templo del sol inca en la plaza de Vilcashuamán, de la misma forma que en Huaytará, Huancavelica, o en el Koricancha del Cusco. Este templo presenta

La victoria de YawarpampaAnccu Hualloc, mítico líder hanan chanka, se dirigió en 1438, con más de 30 mil guerreros, a conquistar el Cus-co. La ciudad imperial estaba sitiada, muchos nobles habían huido al Collasuyo, incluidos Inca Urco y Viracocha Inca, y cuando se creía inminente la victoria chanka, Cusi Yupanqui —luego llamado Pachakuti— organizó su ejército y trató de forjar alianzas con otros pueblos.

La leyenda de los soldados pururaucas cuenta que Pa-chakuti ordenó colocar cientos de piedras vestidas de sol-dados sobre la pampa de la batalla para que los chankas

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Los wari amalgamaron los conocimientos locales del señorío huarpa con la organización política desarrollada por altiplánicos y nasqueños. El estable-cimiento de una estructura de gobierno imperial se vio acompañado por la adopción de complejas técnicas arquitectónicas, alfareras y líticas, que tam-bién reflejaron el culto a Wiracocha proveniente de los tiahuanaco. Esta di-vinidad, conocida como “señor de los báculos” o “dios llorón” —porque tiene lágrimas—, fue representada en la cerámica ceremonial y en los textiles wari. En aimara, wira significa ‘sangre’ y en runasimi es ‘grasa de alpaca’, la cual se quema con hierbas durante ciertos conjuros rituales. Qocha es ‘laguna’ o ‘re-positorio de agua’. Apu Qontiti Wiraqocha es uno de los dioses primigenios del antiguo Perú, ordenador del cosmos y fundamento del mundo, y cuya fuerza se atribuye a las conjunciones energéticas del agua y el fuego. Los wari fueron los primeros urbanistas del antiguo Perú, y sus jerarquías socia-les se aprecian en la arquitectura: las construcciones más rústicas correspondían al pueblo, mientras que las clases poderosas ocupaban edificios elaborados.

Se estima que Viñaque tuvo 50 mil habitantes. Los arqueólogos especulan que el sector urbano de Capillapata, con sus muros dobles de hasta doce me-tros de alto y tres de ancho, era un cuartel para guerreros. Cheqowasi es otro sector que habría sido utilizado por la casta dominante para preservar a los muertos en cámaras de piedra que abarcaban cuatro niveles de construcción bajo tierra. Este espacio se comunica por medio de galerías subterráneas con el barrio de Monqachayoc, donde se han encontrado restos de mujeres deca-pitadas. Dado que solo se ha excavado una ínfima parte del complejo arqueo-lógico, hasta hoy se han contabilizado doce o trece barrios amurallados que se constituyeron de acuerdo con las actividades de cada sector poblacional. Por ejemplo, Turquesayoc, ‘donde hay turquesas’, habría sido el barrio de los artesanos que trabajaban esta piedra; Yanapunta, el sector donde se hacían las puntas de lanza de obsidiana; Canterón, donde laboraban los picapedreros, y Roblesmoqo, sector alfarero con un estilo que tomó el nombre del barrio.

En el sitio arqueológico hay una cueva llamada Infiernillo, de la cual los wari sacaron la arcilla para sus trabajos de cerámica. La cerámica finísima de Vi-ñaque fue influenciada por los nasca y se ha hallado en esta una buena can-tidad de piezas sobre la vida cotidiana wari. Cuando decayó este imperio, los chankas conquistaron sus territorios y utilizaron la cueva como cementerio.

Un poco más arriba está el cerro San Cristóbal, donde hasta hoy se realizan los pagos —pagapus— a las deidades de las montañas para que protejan a los

creyeran que el ejército inca era numerosísimo. Durante la lucha, se dice que los dioses convirtieron a las piedras en soldados reales y que por eso los incas se llevaron la victoria en Yawarpampa. Las explicaciones racionalistas sostienen que la multiplicación numérica de los guerreros se debió a que otros pueblos se les aunaron mientras lu-chaban contra los chankas. Al final del combate murieron 22 mil chankas y ocho mil cusqueños.

Pachakuti, reformador del mundo, continuó sus campa-ñas militares y conquistó los territorios ocupados por los chankas, soras, pocras y rucanas, hoy en las regiones de Apurímac y Ayacucho. Los enfrentamientos en Vilcas fue-ron cruentos, pero, una vez sometidas las poblaciones al incario, Pachakuti designó a la capital de la Confederación Chanka, Vilcashuamán, como llacta, o centro administrativo de gran importancia religiosa y política. Allí se impusieron el runasimi y las tradiciones incas. La arquitectura reflejó el pulso imperial, al construirse una plaza en forma de trape-zoide, un ushnu, un reloj solar, un acllawasi, un templo a la Luna y otro al Sol, andenería y callancas.

El primer imperio andino fue Wari (700-1200 d. C.), resultado de la mezcla de tres grandes culturas: Tiahuanaco, del altiplano peruano-boliviano, Nasca y Huarpa. Wari dominó gran parte del territorio peruano. Por el Norte llegó hasta Cajamarca y Lambayeque; por el Sur, hasta Moquegua y el Cusco. Viña-que, la capital wari, se encuentra a 25 kilómetros de Huamanga, en un sitio arqueológico que abarca 1.600 hectáreas y en el que, entre tunales, molles y patis, resalen altas murallas de barro y piedra, espacios ceremoniales, núcleos de poder, objetos de vaticinio, túneles subterráneos, acueductos y recintos de vivienda, administración y control.

Kp 279IMPERIALISMO WARI

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Como hasta hoy, la chicha más simple y barata: agua y se-millas de molle. De hecho, los restos arqueológicos más an-tiguos que demuestran el proceso de fermentación chichero se encuentran en Cerro Baúl, un importante asentamiento wari en Moquegua. En la actualidad, el molle también sirve para curar dolores de cabeza, muelas y garganta. Y empieza a ser una especie de pimienta gourmet muy cotizada. La tara era usada por los wari por sus propiedades medicinales y para obtener los marrones en sus tejidos.

animales, las plantas y la tierra. En la zona también reinan apus menores que se comunican con San Cristóbal, el señor al que se le hacen los pagos princi-pales con semillas, conchas marinas, chicha y coca. En Viñaque, las hojas de coca están entre los vestigios ofrendatorios. Asi-mismo, se ha encontrado lapislázuli, semillas de lúcuma, maíz, frijol y hasta maní de la selva. En algunas tumbas wari los muertos estaban acompañados de spondylus, o mullu, ofrendas para los dioses y objetos de intercambio entre los pueblos prehispánicos. Su presencia en Wari refuerza la idea de que el imperio llegó hasta la costa norte del Perú y que estuvo en comuni-cación con otros pueblos costeños. El mullu solo se encuentra en las costas tropicales del actual Ecuador. La expansión es un concepto inherente a la tarea civilizadora y desafía al hombre a crear infraestructura que conecte y propicie el intercambio.

En las apacibles calles empedradas del pueblo de La Quinua, cerca de la pampa donde se libró la última batalla de las fuerzas independentistas americanas, habitan y trabajan familias de grandes alfareros. Estas forman parte de las tradiciones ayacuchanas, las creencias y el estilo de vida de la zona, pero tam-bién se han insertado al mercado mundial de la artesanía y exportan a Estados Unidos, Alemania y Francia. Sin embargo, pese a su internacionalización, esta cerámica no ha perdido su razón original. Hoy, en Ayacucho, encima de los tejados se siguen viendo las iglesias de arcilla modelada, pintada y cocida. En los hogares se usan platos, jarras y cucharas de cerámica que conviven con el plástico. Y para las festividades religiosas se elaboran figuras de toritos, músi-cos, borrachos y santas patronas.

La tradición de colocar las iglesias de cerámica sobre los tejados se remonta al bienestar común de las personas. Cuando alguna familia termina de techar su casa, le coloca una iglesia acompañada de toritos o músicos para augurar buenas fiestas y felicidad en el hogar. Los toros, se cree, alejan los rayos y cuidan al ganado. Asimismo, dentro del sistema de dualidad andino, el toro y el cóndor representan opuestos complementarios, el mundo de abajo y el de arriba. En las festividades ligadas a la prosperidad del ganado también se utilizan los cántaros en forma de toro para almacenar chicha.

Entre las representaciones más importantes está la Virgen de Cocharcas, cul-to mariano que se extiende por los Andes del centro y sur desde finales del siglo XVI, y cuyo día de celebración es el 8 de setiembre. La leyenda cuenta

Alucinando a los wariLas serranías bajas de Ayacucho, en las proximidades de Huamanga, son resecas y apenas lucen cactus de tuna, en cuyas hojas reposa la cochinilla, que, tratada, será carmesí. También hay patis, la especie de ceja de selva bajo la que no se recomienda dispersar la conciencia mediante el sueño pues se puede perder el alma. Ya los hombres wari usaron los frutos del pati en rituales mágico-religiosos y como me-dicina. Es que, aparte de ser psicotrópico, el fruto del pati bota un líquido lechoso que es anestésico y adormece, y que se habría usado para trepanar cráneos. Las construc-ciones imperiales andinas estuvieron asociadas al uso de plantas alucinógenas y sanadoras: no hay reino grande so-bre la Tierra que pueda expandirse y conservar el poder si no mantiene un contacto con el mundo de arriba mediante un vehículo natural que altere la conciencia.

Si el pati tenía usos rituales y medicinales, el molle era usa-do para infinidad de fines: de sus hojas y corteza se obtenía el color amarillo para los tejidos; de sus semillas, la chicha.

Kp 282CERÁMICA, ARTE HEREDADO

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Otra característica de los alfareros de La Quinua es que, si bien mantienen técnicas antiguas, están abiertos a la innovación. Una vieja discusión reaviva-da en 1976, cuando el retablista Joaquín López Antay ganó el Premio Nacional de Cultura otorgado por el Estado, se preguntaba sobre la diferencia entre un artista y un artesano. En realidad, los ceramistas de La Quinua son ambos: replican objetos en serie, pero también elaboran otros con sellos de individua-lidad. Mamerto Sánchez una vez soñó que atrapaba un pavo real y cuando despertó incorporó esa imagen a su cerámica: creó un candelabro en forma de pavo. Por su parte, uno de sus hijos, Jack, dice: “La artesanía imita, pero cada artesano tiene sus ideas”. Es así que las hermosas iglesias a veces cambian su clásico estilo y se muestran con torres caídas; y la modernidad invade los motivos de la cerámica filtrándose figuras de Volkswagen escarabajos, taxis y buses repletos de gente.

Las puyas estudiadas por el sabio Antonio Raimondi, o tikankas, crecen al ras del suelo como sus parientes cercanas, las piñas, aunque con hojas más largas

que Sebastián Quimicchi, de San Pedro de Cocharcas, recibió un milagro de la Señora de Copacabana en el lago Titicaca y, en agradecimiento, decidió llevar una imagen tallada de la virgen a su pueblo natal. La gran cantidad de mila-gros proferidos hizo que se propagara el culto y se realizaran peregrinaciones desde Cocharcas hasta Huamanga, el Cusco y otras ciudades del Perú. En La Quinua se arma tremendo jolgorio para la Virgen de Cocharcas, con bandas musicales, baile y corrida de toros, actividades que también se relacionan con las lluvias y la tierra. La fiesta se articula bajo la lógica de dar a la naturaleza para que ella devuelva con abundante fertilidad.

Mamerto Sánchez, uno de los grandes ceramistas del Perú, recuerda que antes la cerámica se intercambiaba por otros productos, como maíz, papa y ganado, pero no se vendía. Con el tiempo, al padrino de la fiesta de la Vir-gen de Cocharcas se le empezaron a vender platos, porongos y vasos para la chicha, así como figuras para los músicos y otros participantes, que este daba en agradecimiento a los colaboradores en la festividad. A cada uno se le regalaba una pequeña cerámica que representaba a su personaje, como chicheras y cocineras.

Tres de los ocho hijos de Mamerto Sánchez —Jack, Cristian y Walter— también son ceramistas. Al igual que sus hijos, él aprendió las técnicas para hacer cerá-mica de alta calidad de sus padres y abuelos. De hecho, Mamerto y sus antepa-sados consideran que la capacidad de trabajar con la arcilla ha sido un regalo de los apu wamanis, o principales deidades de las montañas. Dentro de esta familia de alfareros, el conocimiento se ha traspasado de una generación a otra desde temprana edad y a través del ejemplo. Los niños miraban cómo hacía su padre. Luego, ayudaban a preparar la arcilla, a pulir y reparar. Después, aprendían a hacer pequeños platos y porongos para la festividad del agua en agosto.

Jack, quien reside en La Quinua con su familia, cuenta que su padre inventó un plato con tres divisiones que se llama “el borracho”, porque en este se pueden echar de manera simultánea chicha, cerveza y caña. Las separaciones hacen que los líquidos circulen y desemboquen por tres picos distintos sin mezclarse. En la actualidad, se utiliza este plato para recibir a los peregrinos durante la festividad de la Virgen de Cocharcas. Sin embargo, el apego a la tradición no ha desaparecido entre los nuevos creadores: los ceramistas más ortodoxos aún obtienen sus pinturas de la tierra. Jack Sánchez camina dos ho-ras para obtener la tierra negra y cuatro para la tintura del blanco. El morado lo consigue del cementerio. El recojo de las varias clases de tierra se hace en burro y durante la temporada seca.

Agua sagradaYarqa Aspiy, o la limpieza de acequias, es otra fiesta que requiere objetos utilitarios de cerámica. Es de gran impor-tancia en La Quinua, porque involucra a toda la comunidad. Para asegurarse la ventura de la tierra, los comuneros rea-lizan un pago cada agosto y le rinden ofrendas a la madre del agua, Yacumama, fundamento de vida. Mientras se lim-pian canales, pozos y otras fuentes de agua, se bebe caña y se mastica coca; otras personas cocinan; otras tocan la quena, el tambor y bailan. El trabajo comunal debe ser ani-mado. Al final del día, se descansa para comer en la chacra y se celebra bailando toda la noche el inicio del nuevo ciclo agrícola. La fiesta del agua, ritual prehispánico, contribuye al equilibrio social, a la productividad mancomunada y al respeto mutuo.

Kp 289PUYAS DE RAIMONDI, EL FUEGO DE LA VIDA

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y verdes hacia el centro, que se van tornando amarillentas y marrones mien-tras más cerca estén de la tierra.

Esta bromeliácea fue descubierta en Bolivia, en la región de Vacas, hacia 1830, por el francés Alcides D’Orbigny. El viajero y científico italiano Antonio Rai-mondi la descubrió en el Perú, en Áncash, en 1874: “En la falda de los cerros, en la banda izquierda de la quebrada [de Cashapampa], se observan, en un terreno casi desnudo de vegetación, unas grandes matas con hojas espinosas en los bordes, en medio de las cuales se levanta un gigantesco tallo cubierto en casi toda su longitud de apiñadas espigas de flores”.3 Actualmente, la puya está en peligro de extinción en todos los territorios donde crece, aunque se consi-dera que en Bolivia está condenada a desaparecer de manera irremediable.

Con el tiempo, las puyas alcanzan en algunos casos los doce metros de altura. Las hojas verdes se mantienen en la copa de la planta y, en la parte baja, los comuneros queman las hojas para evitar que el ganado se quede atracado en-tre ellas, y para que —según la vieja creencia local— las flores broten. Por ello, la puya es también conocida como el “árbol de fuego”. En quechua tikanka proviene de la conjunción de t’ika, que significa ‘flor’, y kanka, que se traduce como ‘asado’ o ‘quemado’.

Quedan los troncos con rugosidades carbonizadas que brillan negro-azulados contra el sol de la puna. Encima, pareciera que los troncos tuvieran bolas de púas, de verde intenso y espinas rojas, entre las cuales se posan mariposas y picaflores andinos. A partir de agosto, las puyas florecen y del centro de la planta se erige como un tótem un gran racimo de varios metros de alto con miles de flores blancas y millones de semillas. Las puyas pueden vivir más de cien años y, luego de que la inflorescencia brota, mueren.

Cuando las puyas florecen, los pobladores llevan al ganado para pastar. Una vez que las plantas mueren, los comuneros las tumban y utilizan los troncos para hacer bancos, cucharas, pequeñas piezas decorativas, puertas y formas geométricas, para que los niños aprendan a diferenciar círculos de triángulos y cuadrados. Los cientos de puyas en el rodal de Chanchayllo, provincia de Chiara, se encuen-tran entre saucos y eucaliptos, piedras rosadas y azules de líquenes; pequeñas parcelas, corrales y casas de piedra o adobe con techos de paja. El silencio es roto por ladridos o mugidos distantes. Las gaviotas andinas y águilas sobrevue-lan el bosque, mientras que tórtolas y canasteros revolotean entre las puyas.

En tiempos del llamado nomadismo primigenio, las cuevas resultaban esen-ciales para la supervivencia de los grupos humanos. La prehistoria peruana tiene en Ayacucho uno de sus principales testimonios, hallados de tal manera que permiten trazar una continuidad entre épocas remotas y otras más re-cientes, desde el uso de la cueva hasta la construcción monumental. El río Ocopa marca el límite de la zona arqueológica wari en el distrito de Pacaycasa, sede de importantes vestigios de épocas arcaicas, pueblos guerreros y grandes imperios. En Pikimachay —o “cueva de la pulga” en quechua—, el arqueólogo Richard MacNeish halló a finales de la década de 1970 los restos líticos más antiguos de toda Sudamérica (cerca de 20 mil a. C.).

De acuerdo con estudios de MacNeish, estas zonas eran recorridas por grupos trashumantes andinos recolectores de raíces y frutos silvestres, y cazadores de megaterios, mastodontes y caballos. Si bien hay una controversia respecto a las hipótesis de MacNeish, existe consenso respecto a que las toscas herramientas de piedra de Pikimachay son hitos de los primeros habitantes del Ande.

A medio kilómetro de Pikimachay se encuentran las pinturas rupestres de Uchuypikimachay. Estos registros han llevado al arqueólogo Luis Lumbreras a pensar que en la época de este nomadismo era esencial resguardar una buena cueva, porque servía de refugio y santuario. Las cuevas no solo habrían tenido los fines prácticos de almacenamiento y protección, sino que podrían haber constituido espacios rituales, mágicos, en los que se sellaba la pertenencia y evocación a los espíritus mediante los trazos sobre las piedras, así como se ofrendaba, mediante la reproducción de escenas de caza, a las divinidades que en reciprocidad garantizarían buenas piezas, especialmente camélidos.

En la evolución cultural de las civilizaciones en Ayacucho, aparecieron con los wari las primeras redes de caminos durante el primer milenio de nuestra era. Estos luego fueron incorporados al Cápac Ñan o Gran Camino Inca, que sumó cerca de 50 mil kilómetros de red vial desde el sur de Colombia, pasando por los actuales territorios de Ecuador, el Perú y Bolivia, hasta el norte argentino y el centro de Chile.

El Cápac Ñan hasta hoy es visible en Pacaycasa; sin embargo, como ocurre a lo largo de grandes trechos de la gigantesca red vial, no es fácil diferen-ciarlo de los caminos rurales construidos en otros momentos de la vida de

Kp 290PACAYCASA, CAMINO AL ANDAR

3. Raimondi, Antonio. El Perú, tomo I. Escuela Tipográfica Salesiana, Lima, 1940.

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de algodón entramada con lana de ovino hilada.5 Lo que hace la diferencia entre los artistas de este tipo de tejido es el diseño, la creatividad basada en la iconografía wari, recreada, o en la invención de formas nuevas, abstractas, de acogida en mercados sofisticados de todo el mundo.

Los apellidos de mayor solera que identifican a los artistas huamanguinos del telar son Sulca, Oncebay y Pomataylla, entre otros. Un elemento ancestral si-gue en plena vigencia a favor de la continuidad de este arte: la disponibilidad en los alrededores de Huamanga de una enorme variedad de plantas tintóreas que dan gamas de marrones, cremas, plomos, negro, rojos, ocres, guindas, amarillos, naranjas, verdes. Se piensa que esta variedad y cantidad de plantas fueron elementos que sostuvieron la expansión del imperio wari.

En el viejo barrio de Santa Ana, en la parte alta de la ciudad de Huaman-ga donde reposa una decadente iglesia dedicada a la madre de María, los textileros ubicaron su hábitat y allí se mantienen. En Santa Ana están los talleres y galerías de los Sulca, con sus piezas de museo que no se venden; allí se encuentran también los centros de producción masiva, que abastecen a mercados de artesanía de todo el país con diseños a pedido. Los Huarcaya, Huamán y Huamaní son tejedores de una nueva generación que conserva la organización familiar como unidad productiva, y se han capacitado con dis-tintas organizaciones no gubernamentales y empresas para producir, con los estándares más exigentes, piezas decorativas sofisticadas, a pedido, que pasan a decorar, desde este polvoriento y pobre reducto huamanguino, habitaciones lujosas ubicadas en lugares dispares del mundo.

cualquier pueblo de esta zona ayacuchana. Las fuertes lluvias y el tiempo han unificado la fisonomía de los viejos caminos y los más recientes, en una trama que aún se mantiene para los recorridos cotidianos de pobladores, pastores, cabras y vacas.

El arte textil huamanguino actual tiene sus raíces precolombinas en los es-pléndidos mantos wari. Esta tradición se opaca durante la Colonia y resurge con un giro nuevo en el siglo XVIII, cuando el boom de la minería en Cerro de Pasco demanda que en un punto de tránsito como Ayacucho se produzcan grandes cantidades de textiles rústicos —tocuyo y bayetas— para abastecer a los trabajadores de las minas. Este auge productivo tuvo sus mejores momen-tos entre los siglos XVIII y XIX. Se sabe que en 18094 se dio una producción de telas burdas que alcanzó las 700 mil varas y facultó la formación del gremio de los obrajeros o tejedores. Estos artesanos se convirtieron en uno de los elementos identitarios de la sociedad huamanguina, junto con otros también ligados al comercio de paso, como arrieros y ganaderos. La circulación de sus telas tenía un radio amplio que abarcaba Cerro de Pasco, el valle del Mantaro y, por el sur, Lucanas y Andahuaylas.

La decadencia de los obrajes vino con el cambio de los ejes de recorrido comercial y, mucho más tarde, con la imposibilidad de que una producción artesanal pudiera competir con la industrial. Es a mediados del siglo XX que el tejido huamanguino vuelve a surgir, con el apoyo de una serie de entidades de desarrollo como el Cuerpo de Paz, pero ya completamente desligado de lo utilitario y definido dentro del campo de lo decorativo. Alfombras, tapices, frazadas y fundas para cojines van cobrando forma como nuevos productos, pero cimentados en dos soportes tradicionales muy importantes: la organiza-ción familiar de los tejedores y la continuidad en el uso tanto de fibras como de tintes naturales y tecnología. El telar de pedal —de origen europeo— se mantiene como puntal.

La frazada tradicional se fue sofisticando en manos que se movían en el te-rreno intermedio de la artesanía y el arte de galería, como las de los Sulca, y fue adquiriendo otro estatus, el del tapiz de Huamanga, con variantes como la del telar. En principio estas piezas tienen en común una urdimbre de hilos

Kp 292LOS TEJEDORES, UNA TRAMA QUE SE REINVENTA

Alfonso Sulca: un tejedor en primera persona“Mi padre empezó en 1925 a trabajar en la transforma-ción de la frazada utilitaria en algo decorativo, hasta 1954, aproximadamente. Ese año recibe un encargo del obispo de Ayacucho: tejer una alfombra, la más grande de Huamanga, para la catedral. Ahí yo apoyo en la confección de la alfom-bra. Mi padre me cuenta que así descubre mi habilidad de tejedor y diseñador y comienza a enseñarme. En el 58 gano mi primer premio, por la indicación de él, mi maestro y a la vez mi padre...”

4. Ayacucho, San Juan de la Frontera de Huamanga. Banco de Crédito del Perú, Lima, 1997. 5. Ibídem.

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debió a un convenio suscrito entre el Instituto Nacional de Cultura (INC), el Museo Nacional de Antropología, Arqueología e Historia de Lima, y Transpor-tadora de Gas del Perú (TgP). TgP retribuía de esta manera, en parte, todo lo que ha recibido de la región Ayacucho para facilitar la expansión de la matriz gasífera en el país.

La remodelación del museo se efectuó durante medio año y, como resultado, el número de visitantes se incrementó en 30 por ciento. En el proceso se hizo un trabajo de reacondicionamiento del local: se repararon los techos, se ade-cuaron la temperatura y los niveles de humedad, se cambiaron las vitrinas y se mejoró la iluminación para conservar mejor los materiales. Antes las piezas se iluminaban con luces fluorescentes, cuyos rayos ultravioletas dañaban y decoloraban la textilería. Hoy los tejidos son iluminados con tecnología espe-cialmente creada para asegurar su preservación.

Durante la reestructuración se elaboró un plano para modificar el circuito de visita y se construyeron rampas para personas en situación de discapacidad. De modo paralelo, se analizó con el personal técnico del Museo de Antropología cómo realizar el ensamblaje de la nueva infraestructura museográfica. Una parte se produjo en Lima y la otra en Huamanga. En todo momento se tenía en mente hacer del museo un espacio dinámico, en lugar de una estructura estática.

El trabajo de conservación se realizó en Ayacucho con restauradores del Mu-seo de Antropología, investigadores de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga y personal del INC. El material fragmentario encontrado en las excavaciones fue reconstruido para ser expuesto. En total, se restauró el 40 por ciento de las piezas en exhibición con el fin de servir a la educación pú-blica y ampliar el espectro turístico de la zona.

Fue el museólogo Rodolfo Vera quien, junto con un equipo del Museo de Antropología, desarrolló un guión museográfico moderno. Antes no existía coherencia entre las piezas y se confundían las explicaciones cronológicas. Al no haber un hilo conductor, el museo no propiciaba un orden de información claro para los visitantes. Hoy, la nueva propuesta comienza describiendo la evolución humana desde los pequeños grupos de cazadores-recolectores que habitaban las cuevas, hasta el establecimiento de las primeras civilizaciones y el posterior desarrollo de los imperios Wari y Tahuantinsuyo.

En el museo se exhibe un qero gigante en el que se representa a un personaje felino circundado de cultivos. En diversos objetos aparece el dios de las varas

“Yo cambio la frazada utilitaria en tapiz mural. Cambio materiales y la temática tradicional por la temática de la decoración: aplico paisajes culturales y naturales. También rescato la técnica de la tintorería nativa, ancestral, de los prehispánicos. Eso ha gustado, pero no al mercado, sino a personas muy especiales que llegan... Utilizo las cortezas, los frutos, las flores, las raíces y la aleación con la cochi-nilla. Con eso se puede trabajar haciendo las mezclas, el reposado, el bapurrichado, el enterrado. Algunas técnicas las aprendí de mi padre, algunas innovaciones son mías…"

“En el pasado aplicamos la simbología geométrica. En la simbología hay una forma de abstracción encerrada en un cuadrado. De ese tema pasamos a las grecas. Son cenefas: no tienen comienzo ni tienen fin. De ahí vienen los bloques arquitectónicos. Son rocas, piedras labradas que han hecho los prehispánicos. Interpretaciones mías de construcciones de templos prehispánicos. Todo del imperio wari, aunque también en fusión con otras culturas”.

En 1974, la ciudad de Huamanga celebró el sesquicentenario de la batalla de Ayacucho, que selló la independencia americana. Con tal motivo, los países andinos obsequiaron a la ciudad diversos monumentos que hasta hoy reme-moran el aniversario. Para esta ocasión se levantó el Museo Histórico Regio-nal, destinado a conservar y exhibir testimonios del pasado de esta zona. Sin embargo, Ayacucho, lo sabemos todos, sufrió con especial encono la violencia política. El local del museo, como muchas otras obras públicas, sufrió un aten-tado que lo incendió, y a lo que siguió el abandono.

En marzo de 2004, este importante museo, reconstruido y modernizado, re-abrió sus puertas al público en óptimas condiciones de exhibición. Ello se

Kp 294MUSEO DE HUAMANGA, HISTORIA RECUPERADA

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Varios de los motivos han permanecido, aunque modifi-cados por la creatividad de los artistas contemporáneos.

con aves y otros animales que forman parte de su séquito divino. También encontramos ofrendas de cerámica en miniatura halladas en contexto cere-monial, durante una investigación en la que también se pudo extraer ollas pequeñas, tupus, pequeñas vasijas antropomorfas y con diseños geométricos. Del principal centro arqueológico wari, situado a 25 kilómetros de Huamanga, se han trasladado al museo grandes monolitos.

Una de las piezas que destaca consiste en la boca de un inmenso cántaro que muestra el rostro de un personaje chacchando coca. Es a través de la cerá-mica, textiles y otros restos que se ha podido extrapolar diversos hábitos de los wari; entre ellos, su alimentación, basada en olluco, mashua, maíz, tarwi, papa y quinua. Del mismo modo, se sabe que utilizaban lana de alpacas, lla-mas y vicuñas para sus tejidos.

Otro de los aportes del Museo Histórico Regional es que detalla cómo la cul-tura Wari estuvo influenciada por la Huarpa, la cultura base local que tuvo contacto con Tiahuanaco. Sin embargo, los investigadores han determinado que parte de la iconografía en cerámica y textiles utilizada por los wari, así como las cabezas-trofeo y las técnicas de trepanación craneana son resultado de la influencia nasca y, en algunos casos, paracas.

Ocurre que Wari, como todo imperio que merezca tal nombre, era expansio-nista. Durante su apogeo llegó hasta Lambayeque y Cajamarca en el norte peruano, y a Arequipa y Moquegua en el sur. Desde que Max Uhle encontrara en 1915 objetos tiahuanacoides en la Huaca del Sol de Moche, se inició el debate sobre la presencia de las grandes culturas andinas en la costa norte del Perú. Los hallazgos en las excavaciones que se realizan desde 1991 en San José de Moro, centro ceremonial y cementerio prehispánico en La Libertad, han demostrado que sí hubo presencia wari en el norte peruano.

De pronto aparece un hombre vestido de danzaq, tijeras en mano, con su hi-jito, que lleva el mismo indumento. Danzan con la mirada puesta en algo y la multitud los absorbe: ¿qué venderán? El mercado de abastos Andrés Vivanco de Huamanga se encuentra al frente del convento San Francisco de Asís, pa-sando el Arco del Triunfo construido para conmemorar la victoria peruana en el combate de 2 de Mayo contra los españoles. El espacio reúne diariamente a cientos de comerciantes en rubros inclasificables: pan chapla, queso, diez variedades de papa, frutas, ropa, jugos, aguas, chicha, carne, pollo, amuletos, plantas y semillas mágicas; zapatos, artículos de librería, menús económicos, discos piratas, películas, hierbas aromáticas y flores frescas.

Uno de los emblemas identitarios de Huamanga es su pan chapla con toques de anís: seis por un sol. Lourdes Carbajal proviene de un linaje de panaderos chapleros. Ella ahora tiene 50 años y desde los doce ayudaba a su madre a elaborar el pan. Va al mercado todos los días y vende un saco entero desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde. En las noches se toma siete horas para preparar su producto: “Primero, echo tres dedos de levadura fresca en la artesa; duermo tres o cuatro horas y me levanto a mezclar. Después, moldeo haciendo bolitas en las maderas y las llevo al andamio. Tapo con plástico y las bajo para aplastar todito con rodillo. Allí duermo. Después quemo el horno, lo barro con molle y empiezo a hornear. El pan está un ratito nomás. Sale, pongo más y entra al horno; sale y entra. Cuando el pan está listo lo pongo en sus tableros con mantelcitos y me vengo al mercado a vender”.

La señora Julia, de 85 años, vende condimentos molidos y recuerda que an-tes se ofrecía otra clase de pan, elaborado con trigo. Asimismo, cuenta que antes las personas compraban chapla para comerlo con adobo de chancho y que era común la venta de chorizo de cerdo, hecho con tripas rellenas de manteca y achiote. Al lado del puesto de doña Julia se ubica una señora que vende wawas, panes dulces en forma de muñequitas y cubiertos con grageas. Pasan los caseros y ella les acerca un pedazo diciendo: “Prueba la wawita, papá”. Las wawas se hacen con vino, huevo, coco rallado, manteca,

Cuatricromía huamanguinaEl pasado explica el presente. En las piezas wari se aprecia la utilización de cuatro colores, los mismos que hasta hoy emplean los alfareros de La Quinua, en Ayacucho, el prin-cipal centro ceramista de la región: rojo, negro, marrón y blanco. Los wari creaban vasijas y platos con equilibrio simétrico, cromático, y en algunos objetos insertaban re-tratos humanos y representaciones agrícolas y zooformas.

Kp 295MERCADO DE HUAMANGA, DAR Y RECIBIR

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plantas, semillas, conchas marinas e imágenes sacras con-tra todos los males, presentes y futuros: santos, amuletos y flores, calaveritas, piedras y elementos que revierten la for-tuna. La willka, que significa 'sagrado' en quechua, se utiliza para curar el susto. También venden infusiones contra el dolor estomacal y para las personas con rabia y nervios. Está la “suerte margarita” para atraer la buena fortuna y las flores rojas contra el mal del corazón. Las personas van y compran manojos de objetos para darles a los cerros y retribuirles por lo que reciben de ellos.

leche, anís, trigo, ajonjolí y mantequilla. Se venden a 50 céntimos las peque-ñas y a un sol las grandes.

La llipta es una mazamorra de maíz con leche y hierbas, típica de Ayacucho. En un rincón del mercado, doña Beatriz Flores sigue sirviendo llipta, así como dulces de nísperos, calabazas y duraznos. Al igual que Doña Lourdes, ella continúa reproduciendo las enseñanzas de su madre. Son muchos los ayacuchanos que han emigrado a otras ciudades y países, y ahora regresan a comer sus dulces.

Más al fondo del viejo mercado, por uno de los laterales, se encuentran las vendedoras de chicha, refrescos y jugos. Está la célebre chicha no alcohólica de siete semillas, bebida emblemática de Huanta, aunque creada por una señora chiclayana. Fortifica la salud y refresca: arveja, haba, maíz, garbanzo, kiwi-cha, cebada y quinua. También se ofrece agua de maní, un poco fermentada; chicha de jora y de molle, chicha morada, agua de manzana y de níspero, que viene servida con los frutos. Al comensal se le ofrece una cucharita para que pueda comérselos después de haberse terminado el líquido. La yapa es una institución, pues no hay vaso que quede vacío. Lo mismo sucede con los jugos de fruta. Los más populares son los de fresa, manzana, papaya, zanahoria y noni con piña, kiwicha, miel o chancaca, ya que las personas recurren a este extracto para combatir la gastritis, problemas al hígado o los riñones. La zala-mería es parte del ritual de las jugueras cuando invitan a la gente a sentarse: “Siéntese, caserita, preciosa, allí está la banquita... ¿Cuál le doy, mamá? ¿Qué juguito le doy?”. Cuando las personas se sienten débiles, piden jugos con un huevo crudo o alfalfa extra. Porque el intercambio trasciende la compraventa de productos. Allí también unos se preguntan por otros.

Ayacucho evoca iglesias, fervor de Semana Santa, piedra de Huamanga escul-pida y sofisticada guitarra andina. Pero la guerra desatada por Sendero Lumi-noso en 1980 trastocó a la sociedad huamanguina tanto como los cimientos del país, y tales cambios fueron asimilados por la juventud ayacuchana de distintas maneras. Así, hacia diciembre de 1986, un grupo de jóvenes formó el primer movimiento de rock en el interior del país: el Chapla Rock. Toma el nombre de chapla porque sus integrantes consideraron que el rock que esta-ban produciendo era tan propio del lugar como el típico pan ayacuchano.

En el cine Municipal tocaron seis bandas ante 800 personas: NN Pies de Ba-rro, Nicho Perpetuo, Los Tóxicos, Resurrección, Anatema y Apocalipsis. Rafael Vargas Lindo, ex miembro de Resurrección, cree que el movimiento rocke-ro cuajó en la Huamanga de los ochenta porque “fue un rechazo a toda la violencia y problemas sociales que había en aquella época. Y si nosotros no podíamos empuñar un arma, nuestra arma era la música. No éramos grandes guitarristas ni grandes músicos, pero la música nos sirvió para dar a entender lo que vivíamos”.

Se dio en ese momento el primer concierto de música under en Ayacucho. El público se desbordó por ese hardcore básico que camuflaba la falta de destreza técnica con instrumentos ruidosos. Apenas contaban con guitarras distorsionadas —tres acordes—, bajo, batería y voz, los gritos que hablaban de

El sentido del pagapuOtra de las costumbres que se mantiene vigente en la zona es la del pagapu, en la que participan los ayacuchanos que viven en la región y los que regresan para las fiestas y los rituales que celebran la renovación del ciclo agrícola.

A partir de agosto, en el Ande se celebra gran cantidad de fiestas en las que se ofrenda a la tierra, a los apus y al agua. Hay todo un sector del mercado en el que se ofrecen

Kp 298CHAPLA ROCK, CONTRAATAQUE MUSICAL

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de rock en quechua. Recién a partir de 1997 comenzaron a emerger más grupos que han ampliado la oferta musical en la Huamanga de hoy, de bulevares y cos-mopolitismo, donde se puede también ver a jóvenes dark, emos y electrónicos. Estas expresiones culturales han encauzado el desconcierto de las generaciones jóvenes que vivieron los conflictos de los setenta y ochenta a muy temprana edad: con creatividad exorcizaron los fantasmas de un horror que parecía ha-berse instalado en Huamanga para siempre. Y no fue así.

Si hay una historia nítida de sincretismo entre lo prehispánico y lo colonial, esta es la historia del retablo ayacuchano, expresión de arte popular que tiene en Jesús Urbano a su máximo exponente vivo. El origen es una pieza española conocida como capillita de santero, que usaban los arrieros para practicar sus rezos diarios. Los belenes o nacimientos encuentran en estos cajoncitos un espacio de despliegue y diseminación. Con la llegada de los españoles vienen también las capillitas, que poseían la misma finalidad pero cuya construcción estaba limitada a las manos de artesanos peninsulares, en el entendido de que el indio no comprendía la hagiografía cristiana.

La ciudad de Huamanga, fundada en el siglo XVI, fue pensada como lugar de residencia por su ubicación privilegiada entre Cusco y Lima. Allí se constru-yeron solares, conventos y templos que hasta hoy hacen famosa a esta urbe por su calidad y cantidad. Tanta demanda de artesanía exigió que los talleres de imaginería religiosa contrataran a indios y mestizos como asistentes para tareas menores. Las capillitas, en ese proceso, comenzaron a ser vistas con especial interés por los ayudantes, quienes encontraron en ellas el escenario idóneo para incorporar sus propios contenidos, ligar la vida al campo, e incluir creencias antiguas y cábalas ganaderas en la iconografía santera española. Sin embargo, la aristocracia blanca huamanguina no las aceptó: los temas rurales no tenían cómo ingresar a un recinto de culto monárquico. La disociación entre lo español y lo indígena marca en el siglo XVI la identidad de la capillita, que comienza a ser reconocida con nombre propio y mestizo: cajón de San Marcos, nombre que llevaría el retablo hasta el siglo XX.

Don Jesús Urbano Rojas nació en Huanta en 1925 y, como todo niño de su condición, conoció de cerca el arrieraje. De joven fue aprendiz en el taller del

apagones, enfrentamientos y “fuego, peligro en la calle”. Como dice el Búho Guevara, quien hoy toca el bajo en la banda de metal Satrias, “los tiempos vio-lentos generan bandas más agresivas”. En ese entonces, también estaban los grupos Crisis Nerviosa y Atentado, que tuvo una existencia efímera: muchas bandas del movimiento chaplarrockero tuvieron su debut y despedida en una única tocada. Solo quedaron los tercos.

Edwin Tampa Vásquez, entonces miembro de Apocalipsis y luego ex bate-rista de Uchpa, recuerda que Pax fue el primer grupo capitalino que tocó en aquella Huamanga regida por el toque de queda, el estado de emergencia y el terror. El Chapla Rock se vinculaba al movimiento musical subterráneo de Lima de diferentes formas. A mediados de los ochenta nadie en el circuito under nacional sabía tocar bien y solo importaban la visceralidad de las letras y el ruido. En el centro de Lima había un pequeño local llamado No Helden que se convirtió en el punto emblemático de la movida subterránea en el Perú. Algunos de los músicos de la contracultura ayacuchana tocaron allí y se familiarizaron con las bandas de subte y rock limeñas. Por ejemplo, Apocalipsis participó en un festival en el No Helden y llegó hasta las semifinales.

En 1987 los músicos under de Ayacucho invitaron a Diario, un grupo folkrock de Lima, para que tocara en el primer aniversario del Chapla Rock. Los limeños se llevaron el susto de sus vidas porque hubo un atentado momentos antes del concierto. Se oyeron detonaciones de bombas y dinamita, los lejanos ecos de una balacera y Huamanga quedó a oscuras. Los ayacuchanos, acostumbrados, hicieron lo de siempre: esperar a que volvieran la luz y la calma. Como en 1986, este concierto fue multitudinario.

En el segundo aniversario, en 1988, asistió Eutanasia, una banda emblema del punk limeño. En principio el evento se iba a realizar en un local sobre el jirón Lima, pero a último minuto el dueño se echó para atrás. Entonces, los músicos ayacuchanos gestionaron un espacio en el local más “subterráneo” de todo Huamanga: un salón en el Hotel de Turistas. Esa fue la última edición del Chapla Rock, movimiento del cual no queda registro videográfico y apenas uno que otro afiche y maqueta sobreviviente. Sendero Luminoso fue perdien-do poder a comienzos de los noventa, pero siguieron existiendo grupos de música metal, género que en la actualidad define la movida y que tiene mucha acogida entre la juventud huamanguina.

Otras bandas que se forjaron durante la década pasada tocaban covers de blues, como fue el caso de Uchpa, grupo que se hizo famoso por sus composiciones

Kp 300RETABLOS, LA MIRADA RURAL DE JESÚS URBANO

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maestro Joaquín López Antay y, como si los hechos se tuvieran que repetir para crear significado, sufrió mucho en su rol de ayudante. Los celos del maestro no lo dejaban apropiarse de un arte complejo y misterioso, sobre todo en su técnica: nadie sabía realmente qué materiales usaba López Antay para construir las pequeñas figuras y cuáles eran los criterios para distribuirlas en los dos mundos delimitados dentro de la caja: el de arriba (hanan pacha) y el de abajo (urin pacha). Urbano tuvo que agachar la cabeza muchas veces y, al mismo tiempo, crear su propio arte. Fue él quien descubrió que la papa era la base material que empleaba López Antay en su trabajo y, por su cuenta, co-menzó a experimentar con otro vegetal, el níspero, aunque como su maestro solo utilizó tintes naturales.

López Antay, animado por la coleccionista Alicia Bustamante, había inno-vado el contenido de los cajones de San Marcos y no los limitó a lo usual: el santoral cristiano en la parte superior y las faenas agrícolas y ganaderas en la inferior. Comenzó a trabajar con mayor libertad festividades, leyendas, relatos y vida cotidiana. Es decir, se volvió una suerte de retratista de lo rural ayacuchano. Curiosamente, don Jesús regresa a la temática religiosa pero desde la óptica del campesino y del mestizo. En su concepción el reta-blo es un cerro, un apu, que debe ser ofrendado y pagado. De ahí la nueva configuración del espacio de la caja, donde los elementos cosmogónicos se redistribuyen, expresando la visión religiosa que, hasta él, estaba sometida a la clasificación cristiana oficial.

Don Jesús Urbano pierde un hijo a causa de Sendero Luminoso. Esta tra-gedia y la imposibilidad de seguir trabajando en Ayacucho lo traen a Lima en 1983. Se instala en Chaclacayo, en Huampaní, donde hasta hoy continúa creando y formando a jóvenes en su arte, que a lo largo de los años lo ha hecho merecedor de varios reconocimientos como la Orden del Sol en Grado de Caballero, otorgada por Fernando Belaunde; el premio Gran Maestro de Artesanía Peruana, en 1993; y el doctorado honoris causa de la Universidad de San Marcos, en 1998. Santero y caminante fue el subtítulo con el que Pablo Macera publicó en 1992 un libro de conversaciones entre ambos, donde el artista relata su historia entramada con la de su especialidad. Y aunque hoy es más santero que caminante, pues los años pasan, las divini-dades andinas de don Jesús siguen dibujándose en las tres dimensiones que configura el yeso. El trueque entre los chutos —la gente de la altura— y los huantinos —los ciudadanos de los valles bajos— se recrea, se proyecta, y al fin se ha reconocido.

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HUANCAVELICA

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mujeres de la empresa Qampaq Art; ‘arte para ti' es la traducción de este compuesto quechua-inglés. Ahora venden en tiendas limeñas y exportan a Estados Unidos, Canadá, México e Italia una variedad de chompas, chalinas, guantes, chales, correas, ponchos, gorros y otros accesorios tejidos con lana de alpaca. Sus creaciones han aparecido en la revista de modas Privée y son utilizadas por artistas como la cantante Damaris.

Sin embargo, antes de que Qampaq Art despegara hubo adversidades de todo tipo. Allá por 2002, el grupo de madres que luego creó la marca estaba aso-ciado en el Club Rosa de América, y cuando estas comenzaron a tejer algunas bolsitas, sus maridos se opusieron. Esther Castañeda, presidenta de Qampaq Art, recuerda que “era brava la situación aquí por el machismo de los hom-bres”. De todos modos, ellas continuaron tejiendo con lana de ovino y experi-mentando con tintes naturales.

Una alianza de empresas privadas, entes de la cooperación internacional y programas de gobierno logró que las madres fueran insertándose en las ca-denas productivas. Ellas empezaron a recibir colaboraciones de diseñadores de modas y a viajar a ferias en la capital. En 2004 las madres tuvieron su primer gran pedido de exportación y lograron reunir a casi 300 señoras para cumplir con el encargo. Trabajaron duro, algunos días hasta las tres o cuatro de la mañana.

A partir de esa experiencia se produjo la transición a los tejidos con lana de alpaca y en 2007 se creó Qampaq Art. En la actualidad, aproximadamente 200 mujeres de siete comunidades de la provincia de Angaraes trabajan en esta empresa. Su éxito ha logrado revertir las opiniones negativas de los hombres, y llevar el arte tejido huancavelicano adonde no se lo conocía.

Un punto de paso obligado entre Huancayo, Huancavelica y Ayacucho es Iz-cuchaca, pueblo donde florece el comercio y se encuentran personas de origen tan disímil que se lo llama el “puerto del Mantaro”. Su locación estratégica ha hecho que sea partícipe de todos los momentos cruciales de la historia del Perú: el enfrentamiento entre Atahualpa y Huáscar, la conquista europea, el movimiento independentista americano y la guerra con Chile.

El Perú tiene más de tres mil variedades de papa y la región Huancavelica produce cientos de estas. En el altiplano aimara, su lugar originario, se le lla-ma “la madre del aillu”, es decir, del pueblo. En muchas partes del Perú, este tubérculo forma parte de las costumbres del Ande, de los bailes, la comida y la seguridad alimenticia de las personas. A través del ayni los campesinos procu-ran ayudarse unos a otros para que las cosechas del tubérculo sean exitosas.

Antes de la llegada de los españoles, los habitantes del antiguo Perú ya habían desarrollado técnicas para preservar la papa durante todo el año. Hasta hoy, el chuño negro se elabora deshidratando pequeñas papas en el campo, entre mayo y julio, durante una semana en promedio. El frío intenso de la noche y el calor del sol hacen que los tubérculos pierdan agua, mantengan sus propie-dades nutritivas y adquieran capacidad de almacenamiento.

Casi lo mismo sucede con el chuño blanco o tunta, solo que este es pisado y congelado por los pobladores luego de realizar un pago a la tierra. Una vez machucada, la papa es llevada a unas pozas de piedra en un riachuelo para que durante varias semanas les pase agua corriente. Las cáscaras se terminan de desprender al ser sacadas del remojo; y después las papas se dejan secar al aire libre durante días. Asimismo, se puede hacer harina de tunta.

El boom de la gastronomía peruana y la consiguiente revalorización de los productos nacionales, como las papas nativas, están haciendo que distintos proyectos con agricultores locales tengan éxito. En Huancavelica, a través de un trabajo entre la cooperación internacional, organizaciones no guber-namentales y programas públicos y privados, la Asociación de Productores Orgánicos de Angaraes ya comercializa sus papas en los supermercados de Lima y otras grandes ciudades del Perú y el extranjero. Del mismo modo, en Pazos se han articulado proyectos para que los agricultores reciban ayuda técnica y comercial.

A más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, en el distrito de Ccochac-casa, la aridez de la puna es rota por los brillantes tejidos que elaboran las

Kp 357PAPA NATIVA, MADRE DEL PUEBLO

Kp 359TEJEDORAS, EL ÉXITO CURA EL MACHISMO

Kp 365IZCUCHACA, PUENTE A LA HISTORIA

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que llevan a una habitación con ventanas. Sobre esta se halla una cúpula y la figura de un soldado tocando una diana.

Este valle interandino tiene un famoso puente hecho de piedra, cal, yeso y arena sobre el río Mantaro (de ahí que en voz quechua “izcuchaca” signifi-que ‘puente de cal'). Antes de la llegada de los españoles, el Cápac Ñan pa-saba por allí y continuaba por donde hoy se ubica el puente, solo que antes este estaba hecho de gruesas cuerdas de ichu trenzado. El histórico viaducto fue diseñado por el ingeniero Enrique Pallardelli, de madre peruana y padre francés, quien estaba a favor de la independencia americana. El puente se empezó a construir en 1808 y se terminó tres años después. Por aquel en-tonces Pallardelli y sus hermanos eran hombres de confianza del libertador José de San Martín y del general Manuel Belgrano. En 1813 coordinaron con los independentistas argentinos una revuelta en Tacna que debería haber alzado al sur del virreinato contra la corona española. Sin embargo, el alza-miento fracasó después de duras refriegas con las fuerzas realistas enviadas desde Arequipa.

Llegada la ebullición revolucionaria a los Andes, de acuerdo con José de la Riva-Agüero y Osma, los realistas, bajo el mando de José de Canterac, que-maron en 1824 el puente de Izcuchaca después de haber perdido la batalla de Junín. Las fuerzas españolas estaban debilitadas, y enfurecidas se dirigían hacia Ayacucho, donde en diciembre se libraría la última batalla de la inde-pendencia americana. Recién en 1848, durante el gobierno de Ramón Castilla, el puente de Izcuchaca fue reconstruido.

Una vez más, durante la Guerra del Pacífico, el puente fue destruido cuando el ejército chileno venció a un grupo de izcuchaquinos que logró proteger al pueblo en una lucha que duró cerca de diez horas. Antes, en 1882, estuvo allí también Andrés Avelino Cáceres y sus montoneras después de la victoria peruana en el primer combate de Pucará, en Junín, durante la Campaña de la Breña. En esa oportunidad, las tropas peruanas se dirigieron a Izcuchaca mientras que las chilenas regresaron a Huancayo.

Después del trauma de la guerra, el puente fue recompuesto, aunque le acaeció el progreso: todos los carros y camiones que transitaban la carretera Huancayo-Huancavelica-Ayacucho debían pasar forzosamente por él. Antes de que se terminara de resquebrajar por la cantidad de vehículos que lo utili-zaban, el ex presidente Fernando Belaunde mandó a hacer un puente de metal con dos carriles. En la actualidad, por decreto, el viejo puente es un monu-mento histórico del Perú que aún se puede ver: queda en la parte más angosta del curso del río Mantaro; tiene 18 metros de alto, 60 metros de largo y casi cuatro metros de ancho. Posee un torreón con dos escaleras de piedra laterales

Plata hecha piedraDurante la guerra civil entre Atahualpa y Huáscar para deter-minar quién accedería al mando del Tahuantinsuyo, las hues-tes del segundo trataron de impedir la llegada del ejército de su hermano rival. Sin embargo, los seguidores de Atahualpa tomaron Izcuchaca e incendiaron el puente colgante.

Una antigua leyenda cuenta cómo, una vez que Atahualpa se convirtió en inca y luego fue apresado por los españoles, una llama, un arriero y su carga de plata quedaron petrifi-cados a dos kilómetros de Izcuchaca, camino a Huancayo. Dicen que el arriero, apenas se enteró de que Atahualpa había sido asesinado por los conquistadores, decidió apro-piarse de la plata que estaba transportando para rescatar al inca. Entonces, el dios Sol lo castigó transformándolo en piedra. A lo largo de los siglos, las personas han cavado en los alrededores con la esperanza de encontrar el preciado cargamento del arriero.

Atmósfera milagrosaAl otro lado de la plaza está el santuario de la Virgen de Cocharcas, el cual se erigió allí porque una pastorcita en-contró en una piedra grande la imagen de una mujer abra-zando a un bebé. El pueblo atribuyó tal aparición a la Virgen de Cocharcas y, después de una serie de extraños sucesos milagrosos, se le erigió una iglesia. La fe católica se en-tremezcla con las creencias prehispánicas. En la Izcuchaca actual conviven los antiguos ritos precolombinos, algunas fiestas de origen colonial y costumbres que corresponden netamente a la modernidad.

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Choclococha, con 160 millones de metros cúbicos de agua y un área de 16 mil kilómetros cuadrados.

Pasando el abra de Chonta hacia Pisco, el conjunto de lagunas forma la de-nominada “ruta de los espejos de agua”. Se dice que la laguna de Pultocc, a diez kilómetros del nevado Chonta, en realidad es el cráter de un volcán. Refleja en la tranquilidad de sus aguas turquesas a las imponentes montañas que la circundan. Otras lagunas preciosas son Orcococha, San Francisco, Agnococha, Azulcocha y Pacococha, las cuales tuvieron gran importancia para los chankas y chocorvos, quienes se disputaron estos territorios.

Así como el lago Titicaca fue determinante para la fundación del incario, las lagunas Choclococha y Orcococha eran consideradas por los chankas como los puntos de origen de su cultura. Como fuente de vida, el agua era también génesis de la estructura social. Estas dos lagunas se encuentran próximas y se las considera “hermanas”. La filiación se refuerza a partir del hecho de que Orcococha, que recibe sus aguas de los deshielos y torrentes subterráneos, alimenta a Choclococha, ya que sus flujos desembocan allí. Y si bien Orcococha abarca mayor área, tiene menor profundidad. El parentes-co entre las lagunas corresponde a su sacralidad. En el mundo prehispánico solo había parentela entre las montañas, islas, lagos y otros elementos geo-gráficos de gran importancia en la estructura del mundo, en aquel esquema de equilibrios entre seres humanos y fuerzas naturales.

La laguna Choclococha es de color azul intenso, el sol destella y el viento de puna cruza sobre ella. De noche, las temperaturas descienden hasta los 10 o 12 grados bajo cero y los escasos pobladores que habitan a sus orillas deben abrigarse con fuego, gruesas frazadas de lana y tapetes de cuero sobre el piso. De día, regresan el calor y la rutina: subir a los botes a remo, recorrer las piscinas de truchas y alimentarlas.

En Choclococha, como en otras lagunas de la zona, se desarrolla la piscicul-tura. La familia Huamán vive al borde de la laguna y se hace cargo de por lo menos una decena de piscinas en las que crecen alevines de trucha. El negocio empezó con 11 familiares en la laguna Azul, y hace algunos años ellos se abrieron y asentaron en Choclococha porque sus aguas son limpias y contienen abundante alimento para las especies. Además, la carretera está cerca, lo que facilita el transporte de truchas a otros poblados de Huanca-velica y Ayacucho. Con pantalones y botas de jebe, los Huamán depositan en las piscinas y en diferentes tiempos a los alevines seleccionados, de cinco

Kp 378SANTA BÁRBARA, GRANDEZA BAJO TIERRA

Kp 380HUANCAVELICA, REFLEJOS MÍTICOS

Los destinos de Huancavelica cambiaron en 1563, cuando se hallaron las pri-meras minas de azogue y la región se convirtió en uno de los centros mineros más importantes de las Américas. La corona española demostró gran interés, y para 1571 el virrey Francisco de Toledo había nombrado a la ciudad de Huan-cavelica como Villa Rica de Oropesa, en honor a su pueblo natal en España. La enorme riqueza minera se evidenció en las minas de Santa Bárbara y en los símbolos de poder colonial en la ciudad de Huancavelica. De pronto, la prosperidad hizo que aventureros, comerciantes y empresarios se asentaran en este espacio neurálgico para el desarrollo económico virreinal.

Por aquel entonces, los reyes otorgaron a Huancavelica un escudo en el que se ve el cerro Santa Bárbara con una cruz encima. Alrededor de la heráldica se lee: “Me feriam totum sic Huancavelica tuetur”, lema en latín que sopor-ta varias interpretaciones. Algunos dicen que significa: ‘Me sacrificaré del todo para que Huancavelica esté segura', mientras que otros dicen que la lectura correcta es: ‘Cuanto más me hieras, más íntegramente Huancavelica me sostendrá'.

Del boom del mercurio, metal indispensable para las aleaciones del oro y la plata, solo quedan ruinas. A finales del siglo XVIII se agotaron los yacimientos. En su esplendor, Santa Bárbara llegó a ser considerada “preciosa alhaja de la corona española”, pero en su decadencia se le llamó “mina de la muerte”, porque en 1786 fallecieron más de 200 personas en sus socavones. Se dice que en la mina existían cinco capillas e innumerables calles y plazas donde se celebraban incluso corridas de toros. Esta ciudadela subterránea ya no puede visitarse. Las entradas están clausuradas aunque sobre el ingreso al socavón Belén, de 1641, aún se pueden ver las figuras talladas de San Cristóbal y un escudo real español.

De las punas de Huancavelica, a casi cinco mil metros sobre el nivel del mar emanan las aguas para afluentes y grandes ríos ayacuchanos e ique-ños como el Pampas, el Pisco y el Ica. Huancavelica alberga más de 200 lagunas, la mayoría pequeñas o medianas, pero algunas enormes como

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hay ruinas de un antiguo pueblo precolombino llamado In-cahuasi. Inclusive, en sus alrededores se han encontrado vestigios de moradores primigenios. A otro lado de la lagu-na se ve un cementerio sobre tierra y un pueblito que pare-ciera fantasma. Por tales parajes se divisan pastando llamas y alpacas. También vuelan las gaviotas andinas, parionas y huallatas blanquinegras, que gustan de comer truchas has-ta que ya no pueden alzar vuelo.

Salía cuando quería y llegaba cuando le daba la gana. Era el macho, el que hacía lo que le nacía y no se detenía ante nada ni nadie. En el Perú, además de a los varones, esta idea le ha prestado su nombre a un tren. Un ferrocarril construido durante el gobierno de Leguía hacia el primer cuarto del siglo XX (entre 1908 y 1926), para unir Huancayo con Huancavelica. Una expresión de su libérrimo albedrío fue la variación de su trayectoria. En sus orígenes debía unir Huancayo con Ayacucho, siguiendo el eje longitudinal de la cor-dillera. Otro macho de entonces, el ministro de Fomento y Obras Públicas, don Celestino Manchego Muñoz, decidió que el tren se iba a Huancavelica y punto. ¿El motivo? La actividad minera. Pero el tren terminó transportando pasajeros en lugar de mineral, solo que en su nueva ruta. Otra prueba de su carácter indómito.

Es curioso el traslape semántico de la palabra ‘macho' en el caso del tren. Machu en quechua significa ‘viejo': con los años el tren, escasamente man-tenido e impuntual, se transformó en un anciano. El castellano fue en su ayuda y transformó el machu en macho. Así quedó resuelto el problema del hombre peruano.

Casi un temperamento, el tren macho, a lo largo de 128 kilómetros, entraba y salía de 38 túneles con 70 pasajeros y más (siempre lleno), pasaba por encima de 15 puentes, algunos de ellos realmente para machos por lo empinados que eran. Se supone que en seis horas unía Huancayo con Huancavelica, pero como con los machos nunca se sabe, a veces cubría solo una parte de su destino,

a seis centímetros, los alimentan con Purina y después de siete u ocho me-ses ya están listos para salir al mercado. En promedio, sacan unas dos mil truchas para la venta. En las rutas huancavelicanas, todos los restaurantes ofrecen trucha frita, a la plancha, a la parrilla, y en cualquiera de sus formas son un manjar.

El cementerio marinoChoclococha es una fuente de mitos. Los abuelos cuentan que ahí había una ciudad próspera hasta que un buen día llegó un anciano cubierto de harapos. En el pueblo se cele-braba un matrimonio y nadie lo atendió porque estaba mal vestido. Solo una señora pobre se apiadó de él y le ofreció un poco de agua. Entonces, el anciano le dijo: “La gente acá es mala... Entra a esa casa y agarra unas piedras redondas”. La señora fue y recogió unas piedras que tenían forma de tubérculo, las metió en una olla y comenzó a sancocharlas. De manera mágica se convirtieron en papas y ella, su fa-milia y el forastero comieron. Después el anciano les advir-tió: “Váyanse con todos sus animalitos y, cuando escuchen cualquier ruido, no vayan a voltear”. Sin embargo, mientras el anciano —que resultó ser un dios— destruía la ciudad tapándola con agua, la familia y sus animales desacataron la advertencia. Escucharon un estruendo, giraron la cabeza para ver lo que ocurría y se petrificaron. De hecho, hoy se puede atisbar en una lejana orilla de la laguna dos figuras humanas y otras piedras menores que serían los animales de la mítica familia.

Los pobladores que navegan por Choclococha afirman que entre sus dos islas se encuentra la iglesia de la ciudad su-mergida y que cada cierto tiempo se escuchan los campa-nazos. Cerca de la iglesia, afirman, se halla un cementerio submarino. En otra de las orillas, los locales aseguran que

Kp 390TREN MACHO, DESAFÍO DE ALTURA

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vinculados a unas de las primeras sublevaciones de los conquistados: el taki onqoy o enfermedad del canto.

Cerca de 1560, en las zonas que hoy comprenden Ayacucho y Huancavelica, se inició un movimiento milenarista en el que los andinos internalizaron a los espíritus de las huacas —siendo esto de influencia cristiana— y danzaban para desterrar al dios europeo y revivificar el poder de los objetos sagrados. Este desborde tenía raíces políticas: el rechazo a la mita minera. Por aquellos tiempos se encontraron importantes yacimientos de azogue en Huancavelica y esta ciudad, desde su fundación en 1571, se convirtió en el centro minero más importante del virreinato junto con Potosí. Sin embargo, debido a la ex-tirpación de idolatrías, los tusuq hicieron un pacto con el diablo y acordaron celebrar con los españoles ciertas fiestas cristianas —Navidad, Pascuas— pero manteniendo la invocación a sus divinidades.

Algunos dicen que esta danza deriva de un ritual de pastores y esquiladores que utilizaban las tijeras para extraer lana de llamas y alpacas. Las tijeras usadas y sin filo pasaban a ser instrumentos musicales. Otros creen que la aleación de metales podría representar para los indígenas sometidos a la mita una expresión de espiritualidad prehispánica. Lo claro es que de los socavones y fundiciones surgió una manifestación mágico-religiosa andina.

Las tijeras se componen de dos hojas de acero, una hembra y otra macho, que chocan entre sí acompañadas por arpa y violín. Según el antropólogo Raúl Romero, “la danza de las tijeras conserva rasgos sonoros muy especiales y constituye en sí misma un universo musical diferente de las otras manifes-taciones musicales andinas. La ausencia de armonía occidental es uno de los rasgos que confirma sus hondas raíces indígenas”.

En la actualidad, la danza de las tijeras se realiza durante las principales festi-vidades religiosas de Huancavelica, Ayacucho, Apurímac, parte del Cusco, Are-quipa y en Lima, ya que las grandes migraciones trajeron la danza a la capital. La mayoría de los danzantes ayacuchanos se encuentra en el distrito limeño de Villa María del Triunfo, mientras que los danzaq huancavelicanos están en Ate-Vitarte, donde Damián de la Cruz, conocido como Ccarccaria, busca abrir la Escuela Nacional de Danzas de Tijeras. Hoy, esta danza ha entrado al circuito de espectáculos y se puede apreciar en los festivales latinoamericanos de Estados Unidos, Canadá, Europa y otros lugares del mundo. Los días más intensos de la fiesta de la Natividad, como no podía ser de otra forma, son el 24 y 25 de diciembre.

y el resto de pasajeros se las tenía que ingeniar para ver cómo continuaba. Generalmente demoraba más de seis horas, nunca menos. Los pasajeros, que conocían el humor del ferrocarril, se relajaban y comían sus viandas, charlando y compartiendo. Los niños adoraban a este dragón traquetero y caprichoso que metía bulla y unía familias y amistades.

El trayecto que seguía era el siguiente: iba en paralelo al río Mantaro, llega-ba a La Mejorada, aún en Junín, y luego seguía acompañando al río Ichu. El paisaje desde sus ventanillas era maravilloso en cualquier estación del año. Y hablando de estaciones, el tren las tenía y obligadas: Tellería, Izcuchaca, La Mejorada, Acoria y Yauli. Desde hace años, para ciertos viajeros del mundo el tren macho era un atractivo tan o más importante que otro machu, el Ma-chu Picchu, por todos los atractivos que mostraba: los paisajes, el cielo, los cultivos, los bosques, los roquedales y los ríos. Y la obra en ruta: el puente colonial de Izcuchaca, los baños de Aguas Calientes y la misma infraestructura ferroviaria, casi un milagro como el que se percibe cuando uno se enfrenta en Infiernillo, o en el Cápac Ñan, o en Sacsayhuamán, o en Kuélap, a esas obras humanas que solo parecen haber sido hechas en complicidad con la naturale-za, pues de otro modo son imposibles.

Hoy, en el Perú, el machismo está en retroceso. Resulta que el tren macho entró a rehabilitación y, en adelante, quizá con menos orgullo pero con mayor eficiencia, seguirá cumpliendo su esencial cometido, el de llevar y traer gen-te de todas partes del mundo. Una empresa privada tiene la concesión para hacer los trabajos respectivos y manejar el servicio. Son más de 300 mil los pobladores de Junín y Huancavelica que saldrán beneficiados con esta suerte de feminismo sobre rieles.

Inextricable, con visos de sacralidad pero aun así rozando la noción cristiana del infierno, la danza de tijeras se mantiene viva desde antes de la conquista española hasta hoy. Es en verdad un ritual de rebeldía existencial en el que el cuerpo se agita al ser el último depositario de las fuerzas humanas que luchan contra la imposición de una espiritualidad ajena. En un inicio era conocida como tusuylayqa, que significa ‘baile de hechiceros' en quechua, y se remonta a la rebeldía de los tusuq, danzantes considerados brujos por los españoles y

Kp 400DANZA DE TIJERAS, ESPÍRITU DE LAS HUACAS

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espinas y alambres en la cara y el cuello. En ese momento no hay dolor. Allí, la gente decide aplaudiendo quién es el mejor danzante.

Niño héroeUna de las festividades centrales de Huancavelica es aquella en la que se celebra conjuntamente la Natividad y la fiesta al Niño Lachocc, fiesta que dura una semana (del 22 al 28 de diciembre) y en la que se reúnen a competir siete grupos de danzantes de tijeras. El culto al Niño Lachocc se origina durante la Guerra del Pacífico, cuando las tropas abatidas del Brujo de los Andes, Andrés Avelino Cáceres, vinieron a descansar a este paraje. Los chilenos vinieron también en su búsqueda y, cuando llegaron al lugar, los comuneros ha-bían puesto cascos a las llamas y alpacas sobre los cerros, y el pueblo entero tocaba tambores y cornetas. En medio de la algarabía, un niño montado sobre un caballo blanco alentaba a los hombres de Cáceres. Los chilenos vieron esto y se fueron. Después de lo sucedido trataron de averiguar quién había sido este niño, pero nadie supo dar razón. Allí se le construyó una capilla y en toda la región Huancavelica se empezó a venerar al Niño Lachocc.

Linaje diabólicoSi bien la danza de las tijeras ha sufrido grandes trans-formaciones desde que se convirtió en un atractivo tu-rístico, aún mantiene un linaje de danzantes que hereda el conocimiento de sus padres y abuelos. Desde peque-ños se van preparando y, mientras crecen, deben atravesar varias pruebas de resistencia. El aprendizaje es duro y en ocasiones requiere pasar días en una cueva o en el cerro, sin comida ni agua, para llevar las capacidades físicas y mentales al límite. Tales habilidades luego se reflejan en las hazañas que se realizan en el contrapunteo de la danza, el atipanakuy o competencia, en el que los danzantes logran dar grandes saltos, caminar de manos, clavarse cuchillos,

Todos los años, a partir del 25 de julio, en las regiones del centro y el sur de los Andes, se celebra la festividad del apóstol Santiago, en la que se agradece a los wamanis o cerros sagrados, y se renueva el ciclo agropecuario con el cam-bio de cintas al ganado. El Santiago reedita tradiciones que sacan a relucir las más arraigadas creencias del Ande: la reciprocidad, la simetría entre opuestos y la interrelación natural de personas, animales, plantas, elementos y espíritus. A través de ofrendas para la tierra, música, hojas de coca, caña y baile, todas las fuerzas vivas entran en comunión para asegurar la armonía de las lluvias, la generosidad de los campos y la salud de los animales.

Los orígenes de esta fiesta son preincas, pero la expresión se entremezcla con el Santiago bíblico, quien, junto a su hermano Juan, fue apóstol de Jesucristo. Cuando los reinos españoles luchaban contra los árabes, la cristianización de la península se vio acompañada por la fe en Santiago Matamoros, luego de que el santo apareciera sobre un caballo blanco durante la batalla de Clavijo en el año 844. Siglos después, llegados los españoles a las Américas, los con-quistadores se creyeron amparados por la misma figura. En la batalla contra los incas de 1536 se dice que un gran rayo cayó sobre Sacsayhuamán y que se avistó a un guerrero montando un corcel blanco, quien desenvainó su es-pada y se enfrentó a las fuerzas de Manco Inca. El moro fue sustituido por el indígena. Y si bien fueron derrotados, los andinos entendieron que Santiago poseía facultades que empataban con las de Illapa, el dios precolombino del rayo, el trueno y las lluvias, lo que se refuerza por el hecho de que ambos cultos se daban más o menos durante las mismas fechas.

El apu Illapa o tayta Shanti se relaciona con la fertilidad de la tierra: sus tor-mentas fecundan a la Pachamama y perpetúan los ciclos de vida. A las afueras de Lircay, en la provincia huancavelicana de Angaraes, en la víspera de las ce-lebraciones por el apóstol Santiago —fiesta también conocida como “herran-za”—, las familias van al cerro, encienden fogatas, y bailan y cantan sobre sus laderas. Lo hacen para espantar el frío y como ritual para que los jóvenes se

Kp 420EL SANTIAGO, SANTA RENOVACIÓN

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solo atinó a recoger un collar porque fue al pueblo a pedir ayuda. Cuando volvió con más hombres para desenterrar las joyas que había hallado, se dio con la sorpresa de que los objetos que eran de oro se habían transformado en polvo.

Cuando uno se encuentra con una paka, dicen las leyendas, se debe perforar un hueco e inmediatamente tirarle encima algo y alejarse, porque si no los gases tóxicos que emite pueden causar náuseas, vómitos e, incluso, la muerte.

enamoren. La renovación de la vida no solo se da a nivel agrario sino al mismo tiempo, abarca la amistad y el amor. En la oscuridad de la noche, los cerros centellan fuego. El 24 de julio las familias se reúnen en sus casas a velar al apóstol, el cual está sobre un pequeño altar rodeado de hojas de coca, conchas marinas, tabaco, semillas, plantas, cintas, harina de maíz y otras ofrendas. La velada transcurre casi en silencio. Se bebe caña o anisado, se mastica coca, se fuman cigarrillos Inca y se conversa poco hasta la medianoche. En ese mo-mento aparecen las tinyas, pequeños tambores con los que se acompaña a las mujeres que cantan huainos. Una comienza a cantar y el resto la sigue; entre una canción y otra, las personas dan ideas, lanzan recuerdos al aire y aportan estrofas. Alguien dice: “Desde lejos he venido”, y una de las mujeres comienza a entonar el huaino. Luego ríen y conversan.

Durante toda la noche se hierve a la leña, en olla grande, un guiso de mon-dongo. A las cinco de la mañana se come y luego se hace un ritual con las ofrendas que estaban siendo veladas. Más tarde, al mediodía, se vuelven a reunir las familias al aire libre. Sobre los sombreros de las mujeres hay flores como la lima-lima, que representa al ganado vacuno, y la wila-wila, símbolo de los ovinos, de la cual se extrae un líquido usado para que los animales no sientan dolor cuando se les aplique las nuevas cintas. La música suena fuerte en muchas casas y a la distancia se superponen unas melodías con otras.

Los niños ayudan a traer al ganado mientras las mujeres bailan y echan harina de maíz sobre animales y personas. Los hombres van distribuyendo ichu a rit-mos acompasados para que los cerros permitan el crecimiento de toros, vacas y ovejas. Una vez que se marca a un animal, se le da de beber. La gente continúa contenta tomando caña o cerveza y mascando coca. Después se hace un matri-monio figurado entre los animales, escogiendo a un macho y a una hembra, y se baila con la pareja. Cuando todos los animales regresan a sus corrales, las per-sonas bailan hasta que llega la hora de probar bocado. Salen las sopas de trigo y los guisos acompañados de arroz. Aún entonces prosiguen la música y la magia, a la espera de que la naturaleza y los wamanis derrochen su generosidad.

Cazafortunas Mientras se vela a Santiago, un tema de conversación re-currente gira alrededor de las pakas o lugares donde se en-cuentran olvidados algunos tesoros españoles o incas. Una historia cuenta que un campesino encontró una paka pero

La delicadeza de las vicuñas contrasta con la agreste puna en la que habitan, entre 3.500 y 5.000 metros sobre el mar, en territorios recubiertos por ichu donde la noche es gélida y el día un cielo celeste intenso. Pastan en las zo-nas altoandinas de Ecuador, Bolivia, Argentina, Chile y Perú, país que posee la población más cuantiosa: casi 150 mil vicuñas. Sin embargo, debido a la caza indiscriminada por su codiciada fibra, a mediados de la década de 1960 solo había entre cinco mil y diez mil animales en todo el Perú, por lo que debieron crearse áreas protegidas para evitar su extinción. Hoy, las vicuñas se avistan en mayor número, por lo general en pequeños grupos de seis o siete, y a veces solitarias.

Durante el incario, solo la realeza vestía con lana de vicuña y realizaba ofrendas con esta. Los antiguos peruanos supieron aprovechar su fibra na-tural sin destruir la especie. Protegieron a este camélido andino por edicto, prohibiendo y penalizando su caza furtiva. Asimismo, se organizaban para esquilar a las vicuñas a través del chaku, que significa ‘rodeo' o ‘caza sin matar' en quechua. Solo se realizaba en momentos específicos en los que, previo agradecimiento ritual a la tierra, se reunía a cientos de personas que formaban un cerco humano para arrear a los animales silvestres hacia un corral para ser trasquilados.

En la actualidad, la fibra de vicuña sigue siendo un bien preciado en el Perú y el extranjero. Las prendas peruanas hechas de alpaca y vicuña se venden cada vez más en Europa y Estados Unidos, donde hay importantes modistos

Kp 449VICUÑAS, RIQUEZA VIVA

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extranjeros que las utilizan en sus creaciones. Dada la demanda interna y mundial se han juntado 26 organizaciones comunales en la Asociación de Comunidades Criadoras de Vicuñas de la Región Huancavelica (Acrivich). Estos criadores cuidan a la población actual y extraen la fibra a través del chaku precolombino, fiesta que se asemeja a la que se practicaba hace si-glos, solo que hoy se realiza con mayor despliegue técnico.

Por ejemplo, a finales de junio de 2009, las comunidades campesinas de Ayaví, Tambo y Huaytará organizaron un festival regional de la vicuña. El evento se planificó al detalle y en la víspera se reunieron los participantes del chaku para determinar las pautas estratégicas. En esa reunión se deter-minó quiénes cargarían las banderolas y además se explicó por dónde debe-rían correr, ya que las vicuñas son ágiles y pueden escapar a una velocidad de hasta 45 kilómetros por hora. A las cuatro de la mañana se encontraron las 400 personas que participaban en el arreo, se dividieron en dos grupos y fueron hasta donde habitan las vicuñas. Tres o cuatro horas después, los cientos de participantes continuaron caminando, a veces corriendo, agarra-dos de las manos y llevando colores distintivos para acercar a las vicuñas a un gran corral.

A las diez y media de la mañana, con el corral lleno, se realizó un rito ofren-datorio con hojas de coca para retribuir a la tierra. Luego los participantes recrearon un matrimonio de vicuñas —kasarakuy, en quechua—, unión que representa fertilidad, vida y equilibro. Hubo música, gente expectante y un ambiente de fiesta. El chaku también fue ocasión para que las familias se re-unieran a comer platos típicos, como la patasca hecha con mote, mondongo, papa, tomate, cebolla, ají y otras especias.

Después del casamiento entre vicuñas, el dirigente principal autorizó el inicio del esquilado. Un grupo de personas conocedoras del proceso colo-có a las 200 vicuñas, una a una, sobre una mesa especial. Allí sujetaron a cada vicuña con firmeza y le retiraron 200 gramos de fibra con la máqui-na esquiladora. Esta fue entregada a unas señoras que se encargaron de la preclasificación. Las vicuñas no solo son fuente de importantes ingre-sos económicos para las comunidades vicuñeras de Huancavelica, sino que también son un recurso ecológico fundamental. Estos camélidos evitan la erosión de los suelos porque no comen los pastos de raíz, sino que siempre dejan una fina capa de pasturas que protege la tierra de las fuertes lluvias andinas. De este modo, la vicuña se integra a la armónica interrelación de fuerzas naturales.

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ICA

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Huaytará es un lugar de conexión evidente, literal: dos mundos entran en relación con su arquitectura, con sus cultivos, con su organización social, con su cultura, con su religión. De manera traumática, sobreimpuesta, no integra-da ni mestiza. Quizá ni siquiera híbrida ni sincrética: es un mundo colocado sobre el otro. El nuevo, el que llegó con la civilización de la cruz y la espada, con la ciencia, la palabra escrita, la mirada universal y la expansión sin límites del espíritu humano. El antiguo, el propio, estructurado en una relación pro-funda con la tierra, el universo cósmico y la Pachamama, expandido sobre la idea del bienestar común donde el individuo tiene su lugar como un elemento orgánico inseparable del conjunto.

Huaytará, a 2.726 metros sobre el mar, era una estación entre las punas, las minas y los desiertos de la costa; había que homenajear al tránsito de una naturaleza que en cada una de sus partes daba lo suyo y pedía lo suyo. De ahí un espléndido templo inca hecho por Pachakuti en 1440 con los datos del más elevado elitismo: las portadas de doble y triple jamba, el ushnu —quizá el signo de mayor elevación social y política en el urbanismo inca—, el finísimo tallado del granito. Wayta significa ‘flor', raq es un sufijo quechua que indica la certeza: ‘florecerá' es huaytará. Rumichaka era el camino prehispánico que unía las alturas del actual Ayacucho con los desiertos de Pisco y el mar, las islas de Chincha, las islas sagradas y el oráculo de Pachacámac.

Antes de la llegada de los conquistadores, Huaytará y sus alrededores eran dominados por la cultura Chanka. Después de que Kusi Yupanqui —luego lla-mado Pachakuti— lo derrotara en Yawarpampa, el inca reformador continuó su campaña expansionista y fue el primer jefe del Tahuantinsuyo en pasar por Huaytará y establecer allí importantes sedes de poder político, religioso y social. En la actualidad, algunos huaytarinos consideran que los milicianos españoles y frailes dominicos pudieron conquistar Huaytará con relativa fa-cilidad porque los incas habían doblegado a los chankas, pueblo guerrero y orgulloso. Los conquistadores fueron atacados por los caminos angostos con galgas desprendidas de las laderas, pero eso no impidió la llegada del evange-lio ni de la acción civilizadora europea.

Huaytará es aún una tierra alta donde el sol brilla de otra manera. La historia a veces no sabe bien cómo escribirse. Abundan referencias sobre Huaytará en las que se menciona que el templo de San Juan Bautista fue construido

Kp 450DE LA PIEDRA AL BARRO: DE HUAYTARÁ A TAMBO COLORADO

en el siglo XVI sobre la base de una arquitectura inca. En realidad, el templo cristiano se montó sobre un palacio de gran valor arquitectónico, desde sus cimientos de roca pulida hasta sus muros, sus vanos, sus puertas y hornaci-nas. La iglesia europea reemplazó en las hornacinas prismáticas y triangulares —únicas en su género— a los ídolos antiguos por modernos, sangrantes, la-crimosos, desgarrados, barrocos, con pelucas donadas por penitentes, ojos de cristal y ropas de seda polvorienta.

A San Juan Bautista también se le atribuye la protección del pueblo. Hay di-ferentes versiones de este mismo relato y algunos lo sitúan durante la época de las montoneras de Piérola y Cáceres, después de la Guerra del Pacífico, y otros durante la lucha por la emancipación de América. El señor Raymundo Gonzales, de 87 años, dice que en Huaytará había un bastión de rebeldes in-dependentistas. Entonces, la corona española mandó desde Ica a 200 hombres para combatirlos. Antes de entrar al poblado, los realistas acamparon un poco más arriba y desde allí divisaron que había en Huaytará una amplia meseta con ocho mil soldados comandados por un señor vestido de rojo sobre un gran caballo blanco. Tal imagen atemorizó a los realistas, quienes optaron por regresar a Ica. Desde aquel momento, se le atribuyó el milagro a San Juan Bautista y fue declarado “patrón protector de Huaytará”.

El Cápac Ñan pasa por Huaytará y se interconecta con el Cusco y otros puntos sacros del mundo prehispánico. Este gran camino del antiguo Perú pasa por Incahuasi, a 25 kilómetros de Huaytará, lugar donde hay un templo, baños, viviendas y estructuras administrativas incaicos. Antes, cruza por Rumichaka, Likapa, Vilcashuamán, Andahuaylas y otros poblados, hasta desembocar en el Cusco. En su recorrido inverso, el Cápac Ñan atraviesa la región quechua de Huaytará, lugar sagrado y estratégico, y continúa conectando con la costa mediante Tambo Colorado. Pukallacta o Pukawasi, donde puka es ‘rojo' y los otros elementos significan ‘pueblo' y ‘casa', respectivamente. Tambo Colorado se convirtió en un lugar de reposo para los incas y consolidó la presencia del imperio en el Chinchaysuyo. El trayecto del Cápac Ñan fue un trazo de poder y los vestigios a su alrededor lo confirman.

Todos los fuegos, el fuegoTres incendios acabaron con el enchapado de madera tallada en pan de oro que recubría los techos y adornaba algunas puertas y paredes del templo de San Juan Bautista. Ocurre

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frijol, yuca, lúcuma y pacae. La fertilidad no es gratuita. Más bien, corres-ponde a la compleja ingeniería acuífera de los nascas (1 d. C.-750 d. C.).

Si no fuera por los acueductos o puquios, estas quebradas y valles no serían más que tierra seca abandonada por los dioses. Pero en los cultos que se desarrollaron durante la cultura Nasca, en particular el peregrinaje al centro ceremonial de Cahuachi, el ciclo agrícola y el del agua eran preocupaciones básicas. Ofrendaban música y realizaban sacrificios para regular las fuerzas de la naturaleza, pero el esfuerzo no solo era místico, sino físico también. Los 24 kilómetros cuadrados de Cahuachi y sus pirámides evidencian un alto nivel de organización política. Los más de 50 acueductos que habrían construido los nasca implica que pudieron movilizar a cientos de personas para lograr que las aguas subterráneas emergieran para reverdecer la tierra desierta.

La influencia de Cahuachi —lugar de videntes, pena y sufrimiento— se desple-gó entre las poblaciones nasca a lo largo de pampas desérticas y valles áridos que por medio de los puquios tuvieron un suministro de agua constante todo el año. Los nasca dependían de la relación simbiótica con las lluvias de la sie-rra que se filtraban al subsuelo de los valles altos, con la tierra que las hacía discurrir y con los ríos que bajaban hasta el mar.

En el desierto nasqueño, Reiche aprendió que la fuerza de la vida se represen-taba en el espiral, como cuando dos vientos o corrientes de agua se encuen-tran para formar un remolino. Convergen opuestos y se unen en movimiento. La energía espiralada se manifiesta en los torbellinos de la pampa de Nasca, en los 21 ojos de agua del puquio de Cantalloc, a los cuales es posible descender por rampas de tierra apisonada en forma de caracol, hasta llegar al centro y tocar el agua tibia que discurre por el acueducto zigzagueante hasta una gran cocha —reservorio—, donde se almacena y luego se distribuye a tierras agrícolas por medio de canales.

El casi desaparecido ritual de limpieza de los puquios se desarrollaba entre varias personas. En el caso de Cantalloc, para limpiarlo se necesitaba de dos personas dentro de la galería del acueducto —de 90 centímetros de alto y 70 centímetros de ancho—, ambas en paños menores; una iba alumbrando con mechero y la otra raspaba con una lampa de mango corto el barro y las raíces de los arbustos y árboles que salían entre las paredes de canto rodado. Cuando se llenaba el costal de sedimento, este era pasado a otra persona ubicada en uno de los ojos del acueducto. Esta amarraba el bolso con una soga que luego era jalada desde arriba.

que la población prendía velas a los santos en las hornacinas, lo cual provocó un primer incendio en 1894. Lo lograron apa-gar a tiempo, al igual que otro en 1914. Sin embargo, el 18 de octubre de 1938 hubo un gran incendio después de una misa de difuntos. Las velas se quedaron encendidas; el cura se había ido a Tambillos a celebrar otro servicio religioso y durante su ausencia el fuego consumió todo el barroquismo colonial y reventó la superficie de algunas piedras incas. So-bre el empedrado aún quedan manchas negras de los humos.

Todavía hay huaytarinos que recuerdan cómo todo el pue-blo tuvo que esperar afuera de la iglesia hasta que el tem-plo dejara de arder. La humareda era intensa y no había suficiente agua para apagar las llamaradas, ni tampoco se podía ingresar porque todas las puertas estaban trancadas. Tras algunos intentos por apaciguar el fuego, animaron a un hombre a arriesgarse entrando por la ventana de la sacris-tía y rescatar la efigie de San Juan Bautista. Amarraron a este señor a una soga y lo soltaron dentro de la iglesia. Este agarró al santo patrón de Huaytará y se lo puso al hombro. Las demás efigies terminaron hechas candela.

Los rastros de riachuelos secos atraviesan la pampa de Nasca y cruzan la carretera Panamericana. Alrededor se ven los geoglifos que por tantos años estudió la alemana María Reiche, quien, con matemática y observación, trató de descifrar sus significados hasta llegar a ser considerada bruja por alcaldes y carteros, que incluso se negaban a entregarle la correspondencia.

La aridez de Nasca continúa hasta los valles medios donde los ríos, durante gran parte del año, son cauces secos de tierra arenosa y cantos rodados; sin embargo, allende estos se aprecian las grandes chacras de ají, pallar, maíz,

Kp 510NASCA, CANALES DE ENERGÍA

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Nasca recibe apenas 0,25 milímetros de lluvia al año y los comportamientos hídricos alternan la preñez de los ríos con la sequía. La importancia del agua hace que inclusive hoy los pobladores retribuyan al Cerro Blanco, duna de la cual se cree que sale el agua de los 36 puquios existentes. Pero Cerro Blanco y la energía canalizada por los puquios son indivisibles, como lo son cultura y cosmos; agua y tierra; cielo, mar, desierto y vida.

El amor se hizo aguaLa leyenda cuenta que una muchacha preciosa estaba casada con Ilacata o Qarwarazu, pero que un día decidió fugarse con un joven llamado Tunga. La rabia del marido fue tal que recurrió a temblores y tormentas para impedir que continuaran su camino. La furtiva se escondió dentro de un montículo de harina de maíz, pero el esposo burla-do imploró a los dioses que convirtieran a los amantes en cerros. Y así se hizo. Cerro Blanco es uno de los puntos sa-grados de Nasca, un wamani femenino que se asocia con su contraparte, el Cerro Azul. Cuenta con 22 líneas sobre su ladera que serían representaciones simbólicas del curso de las aguas subterráneas.

Una de las historias que vinculan al Cerro Blanco con el puquio de Cantalloc fue recogida por Josué Lancho y Ka-tharina Schreiber, y cuenta que un hombre que limpiaba la galería del acueducto apareció al otro lado del cerro, donde halló a una anciana en un huerto de naranjas. El trabajador almorzó con ella y, al irse, esta le dio algunas frutas. Tras cruzar de nuevo por el puquio llegó donde el propietario y le entregó los regalos. Al día siguiente, las frutas se habían convertido en oro y al trabajador nunca más se lo volvió a ver.

En la actualidad, Cerro Blanco es considerado un volcán de agua y es visitado por los nasqueños para realizarle pagos.

El poblado de Palpa se encuentra entre dos ríos que traen consigo camarones y aguas que sacian la tierra. En los alrededores de Palpa crecen ciruelas, du-raznos, pallares y naranjas agrias, ingrediente básico para un típico cebiche de camarones palpeño.

En la cuenca del río Grande, donde se encuentran un antiguo templo a la fer-tilidad y geoglifos que aluden a la reproducción, el agua y la abundancia, tam-bién se desarrolla la ancestral actividad de recolectar camarones en isangas, unas cestas trenzadas que son puestas a contracorriente del río durante horas.

Lo normal es que la gente compre los camarones aún vivos para asegurarse de que no estén enfermos. Las personas que manejan restaurantes adquieren durante la temporada baja entre tres y cuatro kilos, pero en tiempo de fiesta alcanzan los 20 y 30 kilos de camarón por local.

Gloria Villafuerte, dueña del restaurante Claudia, dice que para hacer un buen cebiche de camarones “primero se cocina el camarón unos cinco minutos con un poquito de sal; luego se licúa el ají amarillo con el jugo de la naranja agria y se le agrega la cebolla a la pluma”. Para adornar el plato se le pone camote, choclo y maíz chulpe de rigor.

Otros de los platos fuertes de la zona son la tortilla y el picante de camarones. Este se prepara con cebolla colorada ahogada y después sofrita con ajo en cuadraditos, y ají amarillo licuado, al cual luego se le agregan los camarones con un poco de agua, papa y leche. Al rato, la exquisitez está en su punto.

El pueblo de San Pedro de Humay fue creado hacia 1571 durante la campa-ña de extirpación de idolatrías impulsada por el virrey Francisco de Toledo, aunque para entonces ya contaba con una iglesia que propagaba la palabra de Dios. Esta se cayó durante el terremoto del 15 de agosto de 2007 y solo se salvaron de la destrucción el altar, los pisos y la tumba de Luisa de la Torre, la Beatita de Humay, santa popular “muerta en olor de santidad” en 1869.

Kp 512PALPA, ABUNDANCIA DE CAMARONES

Kp 520BEATITA DE HUMAY, LA SANTA DEL PUEBLO

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hay algunas flores y cirios. En las paredes están colgados un sinnúmero de corazones de plata y alpaca, fotos de niños, familias y jugadores de fútbol, así como placas, inscripciones y notitas escritas a puño y letra.

Lo que es más, en otro de los ambientes de la casa de la Niña Luisa hay una placa puesta en gratitud que dice: “Javier Pérez, esposa e hijo, por haberme dado la bendición concedida”. Según Olga Espinoza, el ex secretario general de las Naciones Unidas Javier Pérez de Cuéllar vino en persona a ponerla.

En Humay todavía hay casas resquebrajadas por el sismo, otras a medio cons-truir; algunos vecinos aún ocupan los módulos habitacionales provisionales do-nados por la cooperación internacional y, pese a la precariedad de la situación, los pobladores de Humay se consideran benditos: la tierra ondeó, se cayeron los Cristos de sus cruces y se desplomaron las paredes, pero nadie murió.

Incluso, la noche anterior al terremoto la Niña Luisa —como sus devotos la llaman con cariño— se le apareció en sueños a Lastenia Mendívil, conocida como “la reliquia de Humay” porque tiene 109 años, y le dijo: “Vete a Lima”. Ella obedeció y se salvó de una muerte segura: con el sismo su casa se vino abajo y se hizo polvo.

Casi a la entrada del pueblo se erige la imagen de esta mujer profética que durante su vida derrochó milagros, curó enfermos e hizo pactos con el cielo y la muerte. Dicen que todo lo adivinaba y que cuando falleció a los 50 años no fue de improviso, sino que hizo un trueque con Dios para morir en vez de una señora que habría dejado en la orfandad a siete niños.

El culto a Luisa de la Torre Rojas se originó en el siglo XIX. Ella y su melliza Carmen nacieron el 21 de junio de 1819, en Humay, de padres españoles. Quedaron huérfanas durante la infancia y fueron criadas por sus tías Juanita y Panchita. Al crecer, la casa de las hermanas se convirtió en refugio de via-jeros y enfermos. Allí, Luisa trataba las enfermedades con plantas medicinales mientras rezaba a Jesús, a quien llamaba “doctorcito”. Las personas que se acercaban a curarse no solo eran de la zona; muchas venían de lejos, a pie y a caballo. Hoy, los creyentes vienen de todas partes del mundo, ya que el culto se ha propagado a Estados Unidos, España, Argentina, México y Chile.

Sin embargo, sus dones trascienden los problemas de salud. Se le atribuye juntar a los matrimonios que están por separarse y darles mellizos a las muje-res que no pueden tener hijos. De hecho, en la casa donde vivió la beatita hay decenas de fotos de niños concedidos a punta de fe y milagro.

La señora Olga Espinoza tiene las llaves de la casa donde habitó la Niña Lui-sa. Si bien ahora está prohibido el ingreso al público porque tiene rajaduras y podría desplomarse, se la pretende arreglar para que sea un oratorio. Hoy, casi todas las cosas que había adentro están en Lima, con el Comité Probea-tificación de la Niña Luisa, quien aún no tiene el sello de oficialidad santa del Vaticano. Lo que queda en la casa es el altar que mandó a hacer en agradecimiento un iqueño, Abel Albarracín, que se sacó la lotería. Sobre este

Lázaro iqueñoUno de los grandes milagros de la Niña Luisa fue el de la resurrección. La beatita había salido del pueblo y, cuando regresó, encontró que estaban velando a su amigo Gregorio Montoya. Ante la sorpresa de todos aseveró: “Goyo no está muerto”. Entonces, recogió agua de la acequia con un vaso y se lo dio de beber al muerto mientras le decía: “Goyo, le-vántate que yo te lo ordeno”. Y Goyo se levantó en el acto.

Asimismo, a los sordos y ciegos los untaba con barro y les hacía oír y ver. Se dice incluso que en la actualidad ha curado a personas con cáncer terminal y sida que se han acercado a Humay en pos de un prodigio. La lista de sus milagros conti-núa creciendo y el Comité Probeatificación en Lima está rea-lizando los trámites para que la Iglesia católica la canonice.

En una de las riberas del río Pisco, un poco más allá de un acantilado y de los sembríos de maíz y algodón, se encuentra el gasoducto; al otro lado, uno de los ramales del Cápac Ñan que viene desde Huancavelica y pasa por las ruinas de Tambo Colorado, importante centro administrativo y religioso inca.

Sin embargo, en el asentamiento donde yace Puka Tanpu —voz quechua para Tambo Colorado, ‘lugar de reposo' en el que predomina el color rojo— existen

Kp 522TAMBO COLORADO, CRUCE DE OFRENDAS

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poder político con las fuerzas divinas de la tierra y el cielo, los cerros y templos sagrados a lo largo del vasto imperio incaico hasta el Cusco, ombligo del Tahuantinsuyo.

Desde el ushnu se podía divisar buena parte del valle y también aglutinar valores simbólicos. Su estructura servía para unificar poblaciones: por lo general, se encontraba al centro o al final de una plaza y la acústica permitía que los concurrentes oyeran desde cualquier lugar de la explanada lo que ocurría sobre la plataforma sacrificial. En Tambo Co-lorado la plaza principal tiene forma de trapezoide y es más ancha por el borde en el que se ubica el ushnu. Allí habría habido ofrendas de chicha, agua y sangre.

vestigios de las culturas Paracas, Nasca, Wari y Chincha. De esta última resal-tan los muros de barro, altos y gruesos, construidos con la técnica del tapial.

Hacia 1476, Túpac Yupanqui, décimo inca, consolidó la conquista del Chin-chaysuyo anexando las tierras que se encontraban bajo el dominio del señorío de Chincha, uno de los curacazgos más importantes de la costa del antiguo Perú. El hijo de Pachakuti hizo de Tambo Colorado un punto de despliegue estratégico: no solo sirvió para albergara guerreros, chasquis y a la realeza en su paso hacia y desde los Andes, sino también para realizar complejos rituales religiosos que fortalecieron el eje de dominación en la zona.

Cada uno de los tres palacios en Tambo Colorado tiene construcciones casi simétricas, las cuales realzan a través de la arquitectura el sentido de dualidad andino. La impronta inca que se ve en las hornacinas trapezoidales se entre-mezcla con otras tendencias arquitectónicas preincas, como ventanas y muros escalonados. De estos edificios, el palacio principal, que albergaba a la realeza inca, es el más complejo y laberíntico. Para llegar a cualquiera de sus “torres” es necesario cruzar por tres portales de doble jamba, pequeñas habitaciones y pasadizos angostos. Al lado de este edificio se habría encontrado el acllawasi, o casa de las vírgenes del sol, donde vivían las mujeres escogidas para la ela-boración de chicha y los trabajos de textilería, de acuerdo con las exigencias del Estado inca y las deidades que regían su cosmogonía.

A las funciones de Tambo Colorado se sumaba la necesidad de supervisar los movimientos que se producían entre las personas que viajaban de una región a otra. Mucho antes de que los incas se asentaran en este centro y construyeran el Cápac Ñan hacia Lima la Vieja y huaca Centinela, el valle de Pisco ya se había constituido como uno de los pasos naturales entre la costa y los Andes.

Poco después del apocalipsis que significó para el mundo andino la llegada de los españoles, Tambo Colorado fue abandonado. Desvanecido el poderío del incario, quedaron las ruinas por las que hoy sobrevuelan águilas, cernícalos, lechuzas y palomas.

Los acantilados, playas e islas de la reserva nacional de Paracas tienen una belleza que se desprende del azul aturquesado del mar y de los sutiles colores del desierto. Además, son los ambientes propicios para que una diversidad de aves y lobos marinos se reproduzcan.

Las frías aguas marinas de la corriente de Humboldt fomentan la proliferación de las especies. Parte de la riqueza del Perú es su biodiversidad y en Paracas existen flora y fauna que componen los eslabones de la cadena alimenticia, desde los grandes cachalotes hasta el plancton unicelular.

Entre los animales más representativos de la reserva se encuentran los lobos de mar, que pueden verse a raudales en las Islas Ballestas. Asimismo, hay gatos marinos, delfines y millones de aves, residentes o migratorias, tales como el cóndor, el gallinazo, el chorlo de campo, la gaviota, el pelícano y el halcón peregrino.

Una de las aves más importantes es la parihuana, porque inspiró en 1820 al libertador don José de San Martín cuando desembarcó en estas costas: del blanquirrojo plumaje se extrapolaron los colores de la bandera del Perú.

Kp 525PARACAS, VIENTO DE ARENA

Unidos en el ushnuComo todo centro de influencia ideológica inca, Tambo Co-lorado tiene un ushnu o plataforma donde se realizaban ofrendas y sacrificios para las divinidades. Este conectaba el

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Una de las imágenes más enigmáticas entre las halladas en los mantos es la de un dios volador y etéreo que podría haber sido Kon, el creador del mundo. Otra deidad representada lleva cabezas-trofeo colgando de una faja atada a su cintura.

Se especula que los mantos fueron usados en vida para cubrir cabeza y espal-da, y que las personas eran enterradas con sus prendas; de ahí su presencia en las tumbas. La mayoría mide 1,30 metros por 2,50 metros, y los paracas llegaron a usar hasta siete colores en su composición. Pero, claro, quien no conoce el desierto no distingue sus matices.

La relevancia histórica de esta zona es aun más antigua. Se han encontrado vestigios de la cultura Paracas (600 a. C.-100 d. C), que ocupó los valles de Ica, Pisco y Chincha. Incluso dentro de la reserva hay una ciudad que todavía no ha sido excavada en la zona llamada Supay, cerca de donde se avistaba la formación rocosa bautizada como La Catedral.

La reserva tiene playas preciosas, como Yumaque, Mendieta, La Mina o Ate-nas. Y aunque sale el sol casi todo el año, la zona se caracteriza por sus fuertes vientos, especialmente durante las tardes. No en vano el nombre Paracas viene del quechua y significa ‘viento de arena’.

La aridez y la monotonía del desierto son solo aparentes. Quienes en verdad co-nocen de cerca la arena también distinguen en ella matices, colores y texturas. De ahí los mantos. En la franja desértica costeña de Ica se desarrolló la cultura Paracas, un pueblo agricultor y pesquero, que en su última etapa (200 a. C.-200 d. C.) utilizó complejas técnicas de textilería. Los mantos hallados en las tumbas ubicadas en el Cerro Colorado muestran diseños y colores suntuosos.

Si durante los primeros siglos de la cultura Paracas hubo influencia Chavín, en el periodo de Paracas Necrópolis se sentaron las bases para la civilización Nasca. Los vínculos entre ambas culturas se reflejan en las trepanaciones craneanas, las cabezas alargadas, en los grandes geoglifos grabados en las pampas y en el arte textil, policromo y mitológico.

En sus cementerios se han encontrado ceramios y momias envueltas en fardos y agrupadas a poca profundidad de la superficie. Debajo de las telas corrientes usadas para recubrir a los muertos hay delicados tejidos. En años republicanos, la sed por metales preciosos y la ignorancia hicieron que los huaqueros desprecia-ran los mantos y los dejaran enterrados en la arena, semidestruidos.

Los mantos de Paracas Necrópolis fueron hechos de algodón y, por lo general, bordados con hilos de lana camélida, plumas de aves amazónicas, cabellos huma-nos o pelo de vizcacha, para representar figuras divinas antropomorfas, así como abstracciones de plantas o animales, y patrones geométricos. Entre los motivos más representativos están las frutas, flores, peces, serpientes, aves y felinos.

Las nuevas ciudades reflejaron el entusiasmo conquistador español, así como la incorporación de los indígenas al sistema de encomiendas. Transformados los nativos en siervos, los terratenientes europeos de la costa central y sur los pusieron a trabajar la caña, la vid, el algodón, los dátiles y las menestras. En-tradas las primeras décadas del siglo XVII, las tierras de Ica eran reconocidas por sus vinos y el aguardiente de uva denominado pisco, vocablo quechua que significa ‘ave' y que fue utilizado por los incas para denominar el valle con el mismo nombre.

Cuando el puerto de Santa María de Pisco fue asaltado en 1624 por el pirata Jacob L’Heremite Clerk, parte de su botín consistió en un buen lote de aguar-diente de uva. Siendo un producto tan preciado, en otra ocasión los hacendados tuvieron que pagar un cupo de 300 botijas para evitar un ataque filibustero.

En aquellos tiempos, el poblado de Pisco y sus alrededores bullían de riqueza y movimiento comercial, y el aguardiente de uva adoptó el nombre del lugar de embarque a Europa. Se dice que el rey de España tuvo que prohibir la exporta-ción de vino del Perú porque le arruinaba el negocio a los ibéricos. Entonces, toda la producción fue destilada para evitar que se echara a perder.

Desde hace algunos años, el pisco, que es peruano, está teniendo un resur-gimiento a nivel nacional y en el extranjero. Hay más de 200 marcas de este aguardiente en los supermercados y tantas bodegas más, la mayoría artesana-les, desperdigadas en los valles de Lima, Ica, Arequipa, Moquegua y Tacna.

Kp 528MANTOS PARACAS, EL ARTE DEL DESIERTO

Kp 535EL PISCO, ALQUIMIA DE EXPORTACIÓN

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La intención era rehidratarlo en el lugar de destino, pero al no ser posible transmutarlo de nuevo en vino quedó un delicioso aguardiente para la humanidad: el brandy. La di-ferencia principal con el pisco es el tipo de destilación y el añejamiento. A diferencia del brandy o coñac, el pisco no se madura en madera.

En Chincha se da una gran producción vitivinícola, y en las paredes exteriores de las casas se lee el eslogan de la ciudad y el valle: “Mientras lloren las uvas, yo beberé de sus lágrimas”. Es en esta provincia donde se encuentra Viñas de Oro, la principal bodega exportadora del Perú.

La historia de esta bodega se remonta a Elena García, una señora moque-guana que comenzó haciendo aguardiente de mandarina en un alambique de cinco litros bajo un techo de paja sujeto por cuatro estacas. Sus destilados fascinaron a don Mario Brescia, quien ya tenía en Chincha el fundo Hoja Redonda, y de allí surgió la idea de desarrollar una bodega pisquera en la misma propiedad.

Hoy Viñas de Oro produce 250 mil litros de pisco al año y destina 85 hectáreas a la siembra de las seis uvas pisqueras reconocidas legalmente. En 2006 el pisco mosto verde italia de esta bodega ganó en Bruselas el primer premio a los destilados. En julio de 2009 recibió una medalla de oro por su pisco mosto verde torontel.

A diferencia de Viñas de Oro, la mayoría de las bodegas iqueñas aún no ex-porta. En Sunampe, Chincha, la producción de pisco es a menor escala y a la antigua. Por ejemplo, en la bodega de vinos y piscos Naldo Navarro hasta hace tres años se obtenía el mosto pisando uvas en un lagar. La maravilla de este territorio es que permite descubrir la producción del aguardiente peruano en grados diferentes de tecnificación, desde las bodegas más rústicas y artesa-nales —que incluso producen pisco sin marca ni etiqueta—, hasta las grandes bodegas que emplean maquinaria de última generación.

Al igual que en Viñas de Oro, en la bodega Naldo Navarro se utilizan entre siete y ocho kilos de uvas para elaborar una botella de pisco, respetándose la pureza, el sabor y esa relación histórica con el vino y su destilado. Calidad y no cantidad, la fórmula del pisco.

Brandy: primo hermanoLa historia del aguardiente de uva no comenzó en el Perú. Los antiguos árabes ya lo habían descubierto en su afán de dar con el elixir de la vida eterna. Otra versión dice que en Europa continental destilaron el vino y lo almacenaron en toneles de roble para que soportara el trayecto a Inglaterra.

Durante mucho tiempo la mano de obra de la hacienda San José en Chincha fue esclava y africana. Alrededor, entre los cultivos de caña, algodón y pacae, se diseminaban las casas de los negros. La leyenda cuenta que un buen día pasó caminando una joven indígena, algo que llamó la atención de los traba-jadores: “¿Esa cholita para dónde irá?”. La intriga se acrecentaba, porque cada vez que la veían cruzar por los platanales ella desaparecía. Hasta que una vez decidieron seguirla y en el lugar donde le perdieron el rastro encontraron una imagen de la Virgen del Carmen.

En vez de dejar a la virgen en medio de la chacra, los vecinos la llevaron seis kilómetros más arriba, a la gruta de Piedra Virgen, y le hicieron una base y la resguardaron con grilletes. Pero cuando el río creció las corrientes se llevaron la imagen al lugar donde había aparecido. La abuela de Amador Ballumbrosio contaba que poco tiempo después pasaron las fuerzas invasoras chilenas y se robaron a la virgen. Sin embargo, esta regresó a la huerta de plátanos y fue allí cuando los negros decidieron construirle una iglesia y llamar a la zona “El Carmen”.

El día central del culto es el 16 de julio y se celebra desde temprano. A las nueve se ofrece una misa a la que asisten las personas que trabajan en las chacras, los cargadores y mayordomos, que se confiesan y comulgan. Al me-diodía se realiza una misa afro en la que se le baila a la virgen con sufrimien-to, emulando cómo los españoles azotaban a los esclavos en la hacienda San José y los hacían trabajar al compás de las campanas. Por la tarde se organiza un bingo profondos para la Cofradía de la Virgen del Carmen, y en el crepús-culo una segunda misa reúne a quienes no pudieron asistir a la primera. Al terminar el servicio se tocan los cajones mientras una multitud se acerca al

Kp 555VIRGEN DEL CARMEN, MORENOS MARIANOS

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La lista de milagros es larga y cada año vienen más personas a El Carmen para rendirle tributo. Le hacen arreglos florales, poesías e imploraciones. En la Pla-za de Armas se revientan castillos pirotécnicos y se amontonan las personas henchidas de fe.

anda para santificar estampitas y niños ante la beatífica mirada de la Señora del Monte Carmelo.

Antes de que se inicie la procesión, los miembros de la Hermandad barren la Plaza de Armas. La banda de músicos se alista. Empieza a sonar una melodía de feliz cumpleaños, con suavidad, y un grupo de mujeres alza el anda y baja las escalinatas de la iglesia a la plaza. Cientos de personas aplauden y lanzan pétalos al aire. La virgen comienza así su largo recorrido por las calles, un trayecto que dura más de un día. En el transcurso, visita a las autoridades del pueblo y las casas de los vecinos; en cada parada recibe cánticos, alabanzas, rezos, padrenuestros, lecturas bíblicas y gracias. Cirios y sahumerio en mano, la gente canta con fervor: “mientras recorres la vida, tú nunca solo estás, contigo por el camino, Santa María va”.

En la primera parada, las mujeres cargadoras son reemplazadas por 36 hombres de la Cofradía hasta el momento en que regresa a la iglesia y es alzada nuevamente por las creyentes con música alegre, carnavalitos an-dinos y salsa dura, en contraposición a la cadencia procesional y solemne de la noche.

La virgen también cura enfermos. Uno de los milagros recientes más conoci-dos es el de una señora que tenía cáncer al estómago a quien los médicos ha-bían desahuciado. Guillermo Villamarín, capataz mayor de la cofradía, cuenta que ella “se entregó totalmente a la virgen; le pidió que la sane [...]; le seguía rezando, se pasaba imágenes de la virgen y al tiempo se sanó totalmente”. El presidente de la Cofradía considera que su afiliación formal al culto hizo que su hijo se curara de un asma severo. “En el transcurso de la perseverancia que he tenido en la institución y en el servicio que le vengo haciendo a la virgen con la fe, cambió mi hijo”.

No obstante, así como la virgen da, quita. Doña Adelina viuda de Ballumbrosio cuenta que fue castigada por romper una promesa: ponerse el hábito marrón hasta su muerte. Ella se casó muy joven, a los 19 años, y mientras sus amigas iban a bailar ella se quedaba en casa embarazada. Un día su cuñada le dijo que le hacía un vestido. Entonces, al poco tiempo, se fue a una fiesta, pero des-pués de dar a luz empezó a adelgazar. “Me comencé a secar, a bajar de peso, y me quedé en 48 kilos. Antes pesaba 60... Buscaron a una persona para que me rece, porque lo que yo tenía era un fuerte susto. Allí le pedí disculpas a la Virgen del Carmen y juré que aunque sea en mi cajón de muerte me pondrían el hábito”, dice Adelina.

Desde que murió en junio de 2009 uno de los mayores exponentes de la mú-sica negra en el Perú, Amador Ballumbrosio, su viuda Adelina viste el hábito de la Virgen del Carmen.

Si bien la numerosa familia Ballumbrosio ha definido el devenir de la música afro-peruana, los ritmos de cajón y zapateo tuvieron que ser complementados con las labores de campo y albañilería que don Amador realizaba. Económicamente “la música no le rindió mucho”, reconoce doña Adelina, pero fueron otras riquezas las prodigadas. Por su parte, ella preparaba frijol colado y dulce de calabaza y mandaba a sus hijos a venderlos en El Carmen en tarros de leche Gloria. También nísperos calados, frutos frescos hervidos varias veces y puestos en almíbar. Ella cuenta: “Cuando estaba calada la miel, ponía cuatro nísperos en cañitas, en esas que se usan para los anticuchos. Cada palito costaba 20 céntimos”.

Mientras tanto, Amador trabajaba arreglando las paredes de la cercana hacienda San José, propiedad de la familia Cillóniz. En aquel entonces no solo adquirió el apodo de “Champita”, porque era él quien tiraba las champas, sino que también inició una larga amistad con doña Ángela Benavides viuda de Cillóniz.

Doña Angelita y su esposo recibieron parte de la hacienda San José en 1960, en mal estado, pero poco a poco la fueron refaccionando. Con once hijos y la casa llena, doña Angelita comenzó a hacer almuerzos para los amigos. No pasó mucho tiempo hasta que comenzaron a alojarse huéspedes de otros paí-ses. “A los primeros almuerzos les pusimos ‘el menú francés’, que de francés no tenía nada, sino porque iban muchos franceses. Constaba de pisco sour con yuquitas fritas, ensalada cocida —porque eran extranjeros—, frijol, arroz con chanchito al horno y picarones”, recuerda Angelita.

El contacto con la gastronomía de la zona la llevó a aprender la preparación de dulces locales: el frijol colado, los higos y los nísperos calados en miel. Al igual

Kp 560ADELINA Y ANGELITA, DAMAS DULCES

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más popular de este dulce es la chocoteja, que reemplaza la cubierta de azúcar por chocolate. Otros ingredientes uti-lizados en vez de la pecana son limones, higos, guindones, castañas, pasas, naranjas y coco. La fama de las chocotejas es mundial y ahora se exportan principalmente a Venezuela y Estados Unidos. En la primera clase de una línea aérea norteamericana se ofrece a los pasajeros chocotejas de la fábrica Helena, de Ica.

Otra delicia iqueña es el limón confitado relleno de manjar, de receta exigente y complicada. Otras frutas caladas con agua, azúcar, canela y clavo, viejísima forma de preparación, son los higos verdes y los nísperos que se ofrecen al palo, como brochetas, o en vasitos, en los puestos ambulatorios de los pueblos y pequeñas ciudades del sur.

Un clásico de Ica es el frijol colado, preparado con frijoles negros o canarios, leche evaporada, azúcar rubia, canela molida y espolvoreado con semillas tostadas de ajonjolí. El dulce de pallar es de similar preparación, con leche, vino dulce, esencia de vainilla, canela y también semillas de ajon-jolí. Ambas menestras ya eran utilizadas por las antiguas culturas del Perú, Paracas y Nasca.

que doña Adelina, ella preparaba exquisiteces. Doña Angelita explica: “El higo blanco que todavía no está maduro lo cortas en cuatro, lo haces hervir varias veces y botas el agua para que no se amargue. Después haces un almíbar, echas los higos y son una delicia. Como me gustaba [la repostería], siempre me metía a la cocina y las morenas me iban enseñando”.

Varios de los quince hijos de doña Adelina congeniaron con la prole de doña Angelita y, con el tiempo, empezaron a venir los hijos de don Amador a bailar a la hacienda. Una de sus hijas, Maribel, daba clases de baile afroperuano a los turistas. Por aquellos tiempos —segunda mitad de los ochenta—, Amador había formado una agrupación, o hatajo de negritos, y zapateaba caporal “hasta que salía humo”. Durante una época, todos los domingos un tractor jalaba un tráiler lleno de turistas que partía de la hacienda San José, cruzaba por los campos y llegaba hasta la casa de los Ballumbrosio. Allí salían los hijos de Amador a zapatear, obedientes al llamado de “¡Ritmo!”, expresión tan suya como la de “Vamo’ pa’ Chincha, familia”.

Todas estas actividades no se habrían realizado si es que el general Juan Velasco Alvarado hubiese expropiado la hacienda San José durante la reforma agraria iniciada en 1969. La leyenda cuenta que doña Angelita fue a Palacio de Gobier-no con sus once hijos para evitar la medida. “La gente exagera. Yo sola fui. Tenía cita con su secretario Juan Garland, pero resultó que estaba ocupado porque era cumpleaños de Velasco. Allí me preguntaron si quería saludarlo y al principio dije que no, pero después me puse en la fila, lo saludé y le dije: ‘Lo único que le ruego es que haga verdadera justicia en la reforma agraria’”.

Hoy, la hacienda San José, que data de 1680, está en proceso de reconstrucción después del terremoto de agosto de 2007. Si bien han pasado las épocas en que los Ballumbrosio la visitaban para entusiasmar a más de un extranjero, los vínculos entre las familias no se han roto. Cada vez que doña Angelita va a la hacienda pasa por la casa de los Ballumbrosio en El Carmen para conversar.

Convites y confitesEn Ica se producen los dulces de frutas y nueces más co-nocidos del Perú. Entre los favoritos está la teja, masa de manjar blanco con incrustaciones de pecana y recubierta de una fina capa de azúcar y agua. Obviamente, un preparado de estirpe oriental, aunque acá no lo sepamos. La variación

Hacia el siglo X se formaron en Lurinchincha los primeros agrupamientos humanos, una cultura elemental, pescadora y recolectora de frutos marinos. Adoraban al mar, el elemento proveedor. Un siglo más tarde baja de la cordille-ra un pueblo más elaborado. Agricultor y guerrero, manejaba armas, técnicas hidráulicas y arquitectura. Llegaron, vencieron a los locales y se asentaron. Su pericia técnica los llevó a explorar la navegación y construyeron balsas de gran tamaño con troncos y totora. Hoy, en las playas de Chincha vemos aún

Kp 562HUACA CENTINELA, EL GUARDIÁN SAQUEADO

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a los pescadores artesanales emplear balsas de topa, una madera liviana que proviene de los bosques amazónicos. En Chincha Baja, una población hoy disminuida respecto a un pasado colonial de gran solera —fue fundada como Villa de Almagro por el mismo conquistador en 1537— se levanta el conjunto arqueológico llamado huaca La Centinela.

Capital de la cultura Chincha, florecida en el intermedio tardío entre los siglos IX y XV, esta huaca es uno de los más de 200 sitios arqueológicos diseminados en un tramo breve de litoral costero: Tambo de Mora, La Cumbe, San Pedro, Ranchería, Litardo, etcétera. Los chincha levantaron sus templos y palacios con tapial, muros de barro o adobón. Las grandes pirámides están formadas por plataformas superpuestas en cuyas cimas se construyeron recintos de gran importancia social. La gradiente de la pirámide iba definiendo una estra-tificación. El llamado recinto del friso se ubica en la parte superior. Ahí, en un altorrelieve de un largo muro, se representan elementos marinos, animales y olas muy similares a los frisos chimú de Chan Chan. En la iconografía aparece el ave en picada, dispuesta a pescar, un símbolo que encontró en la cultura Lambayeque, o Sicán, su máxima expresión.

Después de una dura resistencia, los chinchas aceptan formar parte del impe-rio inca, pero manteniendo el control de varias rutas comerciales. Los nuevos ocupantes del curacazgo levantaron en La Centinela edificios, templos y pala-cios para marcar su poder, pero respetaron la altura de la plataforma chincha más elevada. Un nuevo palacio, inca, se erigió como símbolo de reciprocidad y conciliación: el mutuo respeto se ritualizaba para renovarse. Si los chincha usaron el tapial, los incas introdujeron el adobe; aunque también trajeron rocas labradas del sur andino que aún se aprecian. Una gran piedra triangular, de apariencia volcánica, pudo ser el oráculo local, Chinchay Cámac. La brisa mari-na, al impactar los poros de esta roca, hacía un ruido sugerente e invocador.

Fue Hernando Pizarro, el conquistador, quien ordena saquear todas las huacas del sur. Había que buscar oro en las ofrendas, los entierros, los objetos de culto y los escondites. La Centinela en parte fue destruida en esta primera intervención; más adelante, con el virrey Toledo y la extirpación de idolatrías, la cruz reemplaza a la espada en la empresa. El saqueo acabó con todo.

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LIMA

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más importantes de la zona, encontrado en 1964 por Frédéric-André Engel. Allí se hallaron restos de viviendas, fardos funerarios, huesos de ballena, algodón y otras plantas.

Desde los siglos II y III d. C., entre Chilca y Salinas se desarrolló un sistema de chacras hundidas que aprovechaba la humedad del subsuelo. A diferencia de otros valles de la costa, los acuíferos de Chilca son más escuetos y los agricultores han sabido excavar unos cuantos centímetros sobre la superficie arenosa para adecuar sus campos de sembríos a las condiciones semiári-das de la zona. También trabajaron el mar. Se han encontrado momias con problemas de oído, lo que indica el zambullido constante de estos antiguos pescadores del Perú.

En Higueras I trabajan 150 obreros y 20 arqueólogos analizando los tama-ños, especies y condiciones de estrés climático de las grandes cantidades de conchas prehispánicas encontradas. En estos conchales hay machas, choros, palabritas y patas de burro que corresponden al periodo que va del intermedio temprano al tardío. En este gran basural precolombino, los trabajadores tam-bién se han topado con anzuelos de cobre, redes, textiles, cerámica, escorias de metales y huesos de perros y camélidos. Estas piezas no solo son indicios de las actividades productivas de la época, sino que enriquecen las teorías sobre el comercio y las rutas migratorias. Los estudios arqueológicos establecen que la gente del Ande viajaba a la costa para recolectar conchas y peces; luego, desconchaba y salaba los productos para conservarlos en su trayecto de vuel-ta. Así se creaba un circuito de asentamientos temporales, un corredor de los Andes al llano marino y viceversa.

Antes de que Transportadora de Gas del Perú iniciara las labores de rescate en esta zona, los conchales estaban entre plantaciones de higueras y nueces de macadamia. A los estudios arqueológicos que se han realizado en Chilca en los últimos 50 años se suman hoy los hallazgos de las nuevas excavaciones que profundizan el conocimiento de las hondas raíces históricas del Perú.

Kp 680CHILCA, PRIMEROS AGRICULTORES

Al límite con el valle del río Mala, entre vides y granadas, resalen las mo-les de cerros que a primera vista parecen montículos de arena. De cerca, las excavaciones en las laderas van revelando las terrazas, depósitos y habitaciones de lo que habría sido un asentamiento de la cultura Huarco (1100-1470), nación que tuvo su principal centro poblado en el actual Cerro Azul, Cañete.

El boom inmobiliario en las playas de Asia ha fomentado la proliferación de trabajadores de construcción civil en estas zonas; algunos de ellos han pasa-do de construir casas top en ese microcosmos de Lima a realizar las distintas tareas que exige la excavación en Esquivilca B: cernir arena, detectar restos valiosos y entregárselos a los arqueólogos para su catalogación.

Desde mayo de 2009, las labores más minuciosas son realizadas por mujeres locales que en un día de trabajo cualquiera rescatan numerosas piezas. A lo largo de una mañana es posible encontrar un pequeño rostro moldeado en barro, una figurilla canina, tupus —agujones para prender vestimenta— y ves-tigios de orfebrería.

Asentándose sobre los cerros, los huarcos aprovechaban las fértiles planicies irrigadas con canales y sembraban frijol, calabaza, maíz, lúcuma y ají. En con-junto, los restos otorgan información clave sobre los patrones constructivos y alimentarios, tecnológicos, alfareros y de calzado.

Desde este sitio arqueológico es posible divisar la Panamericana Sur, autopis-ta por la que también se llega a otra excavación de Chilca —Higueras I— que revela restos dejados por peruanos más antiguos. Y transitando por esta ca-rretera, se aprecian tramos del gasoducto que se está construyendo a Lima, que reposa sobre las dunas.

El hombre de Chilca (6000 a. C.) es uno de los primeros agricultores en el mundo y, aunque es el más antiguo de la costa, algunos estudiosos afirman que es de origen andino. Cultivaba camote, zapallo y frijol, entre otros alimentos, y complementaba su dieta con pescados y mariscos. En Chilca también crece la totora y los chilcanos originarios solían elaborar tejidos con ella. Asimismo, construían sus viviendas con este material, caña y este-ras, tal como se cree que fue en La Paloma, uno de los sitios arqueológicos

Mientras relata la historia del nombre de su taller de cerámica de Lurín, Ma-rilyn Deneumostier trabaja a mano un plato con motivos paracas; allí, entre

Kp 723JALLPA NINA, DE LURÍN AL MUNDO

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el dibujo, el color y la textura, cobran forma el viento, la arena, las dunas. “Jallpa Nina se me ocurrió porque me encantaba la idea de poner a mi taller ese nombre quechua que quiere decir ‘tierra y fuego’”. Con Marilyn trabajan 45 artesanos en labores especializadas. “Nosotros preparamos nuestros pro-pios esmaltes. Una mirada de conocedor distingue cuando el taller hace sus esmaltes de cuando los compra”.

Juan Carlos Pablo pasa la esponja mojada a la arcilla para darle perfec-ción a un plato. Al día aplica ese proceso a 200 o 300 platos chicos, o a 50 grandes. La mayoría de los trabajadores del taller son de la zona. Ma-rilyn continúa explicando y sus manos parecieran tener independencia, pues trabajan a la par. “Esto ha crecido mucho en veinte años... Tengo mi propia línea y también trabajo con diseñadores de Estados Unidos. El diseñador más importante con el que hacemos proyectos es Jonathan Adler. Hace catorce años fui por primera vez a una feria de ceramistas en Nueva York. Caminaba en el campus por la zona de los diseñadores y vi a un pata ahí, paradito en su stand, y le dije: ‘¡Me encanta tu cerámica!’. Era él. En dos meses vino al Perú; le encantó Lurín. Con el tiempo cobró mucha fama en el mundo. Gracias a Jonathan hemos hecho contacto con artistas de todas partes”.

Cintia Torres y Cristina Adaza, ambas de Lurín, aplican detalles en platos, tazas, jarras y ollas: diseños de zigzag, huequitos, círculos. Colocan las asas a las tazas moldeadas. Fijan los sellos de la fábrica en la base de los objetos. “El retoque de cada pieza es muy fino, enteramente manual. Acá hay muy buenos operarios: sus retoques son un arte”. Dionisio Quispe también es de Lurín y trabaja como tornero. Él recibe la arcilla homogé-nea; la pone sobre un disco de madera que va encima de otro, giratorio. Allí comienza a apretar y moldear la masa. Produce entre 100 y 200 platos por día. “Da pena que en el Perú no haya escuela de cerámica. Yo pasé por diferentes talleres. Mis maestros fueron Carlos Runcie Tanaka y Ana María Cogorno”.

Marilyn piensa que artista y artesano van de la mano: ambos comparten una sensibilidad para inspirarse de la naturaleza, cruzada con lo que se siente en el alma. “Primero es la sensibilidad y después la técnica”. La sensibilidad de Jallpa Nina se nutre de lo orgánico y, a la vez, se conecta con el pasado precolombino, especialmente con la cerámica Chancay. De acá se exportan diseños contemporáneos, inspirados sí, pero jamás copia. “De mi taller me bota la luz cuando se va, cuando ya se hace de noche”.

La construcción de los ductos de gas no solo ha sido una de la labores de ingeniería más complejas que se hayan realizado hasta el momento en el país, sino que ha propiciado el descubrimiento de sitios arqueológicos que no ha-brían sido encontrados de no haber sido por esta gigantesca obra de infra-estructura. El efecto retributivo de los trabajos arqueológicos ha culminado con la puesta en valor de importantes sitios y piezas que van desde el periodo formativo de la selva (1300 a. C.-200 d. C.) —del cual poco se conoce—, pasan-do por las culturas, señoríos e imperios de la costa y la sierra, hasta las épocas colonial y republicana.

Ciertas piezas, de carácter espectacular, halladas durante los trabajos arqueoló-gicos asociados a la instalación de los gasoductos, se encuentran en la Sala de Exhibiciones de Transportadora de Gas del Perú (TgP) en la planta de Lurín. Aunque la selva cusqueña es una zona agreste y de difícil acceso, se identi-ficaron más de 20 nuevos sitios arqueológicos. Entre las piezas halladas en el tramo de la selva se cuentan hachas de piedra, puntas de obsidiana y pen-dientes de collar. Algunos de estos materiales son foráneos, como tres puntas talladas en obsidiana, un vidrio de origen volcánico que no se halla en la Ama-zonía. “Esto también indica que habría habido contacto con poblaciones se-rranas, sea en la sierra del Cusco o en la de Ayacucho”, sostiene el arqueólogo Luis Salcedo. Asimismo, se han encontrado “piruros” o contrapesos utilizados al extremo de las agujas de hilado, lo cual indicaría que se hacían tejidos de algodón. La dilucidación de estos y otros aspectos del pasado amazónico se cuentan entre los aportes de TgP a la arqueología peruana.

La Sala de Exhibiciones de Lurín es actualmente el espacio museístico más moderno del Perú y cuenta con 362 piezas a la vista. Allí se pueden apreciar textiles desde la época de los señoríos a la etapa de los estados regionales, como los encontrados en Alto Huaullanga, Pisco, así como algunos de los 57 fardos funerarios del sitio arqueológico La Gruta, en Cañete; prendedores de estilo chincha-inca del valle de Pisco y un mate en el que se aprecia el diseño de aves marinas en picada.

Piezas extrañas, inexplicables, se muestran en las vitrinas de la sala, como una cabeza trofeo nasca en cerámica, con un agujero en el cráneo, del cual se amarraba una soguilla. Si esta se voltea, en la base se ve el cuello degollado

Kp 724LOS TESOROS DE LA RUTA DEL GAS

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encontró una cantidad enorme de sitios arqueológicos e his-tóricos. Transportadora de Gas del Perú (TgP) ha transforma-do ese impacto en una oportunidad: los hallazgos han abierto camino a nuevas investigaciones arqueológicas y, sobre todo, a la recopilación e inventario de testimonios del pasado pre-colombino, colonial y republicano.

Desde 2000 existe en el Perú una normativa que obliga a la realización de evaluaciones arqueológicas para todas las obras civiles; además, Unesco ha creado sistemas de reco-mendaciones en materia de conservación de los bienes cul-turales que la ejecución de obras públicas o privadas pue-da afectar (1968). Antes de que se aplicaran tales normas en nuestro país, las obras civiles de infraestructura podían dañar el patrimonio, dado que la dimensión arqueológica no era tomada en cuenta. El Instituto Nacional de Cultura (INC) elaboró un reglamento para evaluaciones arqueoló-gicas en estos contextos, que fue validado por resolución suprema en 2000.

Durante la instalación de los más de 700 kilómetros de ga-soducto desde la selva del Cusco hasta la costa de Lima, y en los 38 kilómetros de poliducto a lo largo del valle de Pisco, TgP ha registrado 425 sitios arqueológicos y más de 600 elementos arqueológicos aislados. Aunque los trabajos de mitigación lograron esquivar la mayor parte de estos hallazgos, se procedió al rescate de 72 sitios y más de 120 objetos aislados, lo que sumó unas 42 toneladas de mate-riales culturales, en su mayoría prehispánicos, aunque tam-bién coloniales y republicanos.

En la actualidad, el informe final de los trabajos arqueoló-gicos realizados mientras TgP instalaba los ductos tiene 120

de una persona, con gotas rojas de pintura que emulan la sangre. Los unkus, o camisetas sin mangas, que se usaron desde la selva hasta distintos territo-rios incaicos, decorados con plumas de colores y asociados a varios carretes de plumas hallados en Humay, Ica, se encuentran en el museo. Estos últimos son ofrendas funerarias incas y demuestran que existió un contacto comercial fluido con las culturas amazónicas.

Del tramo de la costa se cuenta con el espectacular hallazgo de una ofrenda compuesta por un mate en cuyo interior se encontraron varias piezas textiles, incluida una bolsa decorada con exquisitez, pequeños envoltorios que contie-nen instrumentos y residuos de orfebrería, seis láminas de plata y más de me-dio centenar de laminillas de oro, recuperados en el sitio Higueras 2, Chilca. También en Chilca se halló un conjunto de coloridos pendientes de collar y un botón de manga de la chaqueta de un oficial chileno, en el sitio Cerro Calcarí 5, de la época de la Guerra del Pacífico.

Para realizar distintos trabajos arqueológicos y lograr la instalación de la Sala de Exhibiciones, TgP firmó un convenio con el Instituto Nacional de Cultura. De este modo, se trató de conciliar el afán modernizador de la era del gas con la preservación de los restos del rico pasado peruano. La sala está abierta al pú-blico y contiene paneles informativos, vitrinas de cristal templado, iluminación adecuada y temperatura precisa. El recorrido sigue el trayecto del gasoducto, partiendo de la selva hasta la costa. En su interior, la sala está dividida en tres secciones en las que se resalta la tecnología del gas natural, la relación con el acervo histórico del Perú, el medio ambiente y la sociedad. La armonía en el manejo espacial le valió el tercer puesto en diseño a los arquitectos Alberto Rey y Alejandro Yrigoyen en la Bienal de Arquitectura de 2004.

Se espera que la sala forme parte de un circuito de interés educativo y turís-tico en Lurín. Solo así se podrá entender que las dimensiones del Proyecto Camisea van más allá de la seguridad energética, y que la explotación gasífera ha afianzado los lazos entre las comunidades, el presente y su pasado.

Camino al andarLa construcción de una gran obra de infraestructura en te-rritorio peruano inevitablemente implica un impacto en el subsuelo arqueológico. El ducto de Camisea recorre varios cientos de kilómetros en selva, sierra y costa, y en su trayecto

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sus ancestros y también los diseños y motivos, que recrea y mejora. En 1988 se instaló en Nuevo Lurín con su familia, y su nombre comenzó a identificar ese taller donde trabajaban todos, adultos, chicos, mujeres y varones: Cerá-micas Vidal Gutiérrez. La gente local comenzó a comentar que en esa casa se hacían “diseños ecológicos”. Mientras tanto, él arrasaba con todos los premios existentes que reconocen el arte popular en el Perú y nos representaba en un evento realizado en Grecia.

Los años han pasado. Sus hijos siguen vinculados al taller paterno, pero ya no solo como creadores: también ven la parte gerencial, hacen gestiones banca-rias, administrativas, diseñan estrategias de mercadeo. Y en el taller, la familia recibe a los visitantes con un pisco sour, los invita a conocer el trabajo en todas sus etapas, a fabricar alguna figurita y, luego, en la galería donde se exhiben las piezas de mayor importancia, los foráneos contienen la respiración ante la serenidad de una María que recién dio a luz a un dios. Y después viene una pachamanca que se ha estado cocinando horas bajo la tierra.

volúmenes. Asimismo, TgP no solo ha contribuido al saber cultural e histórico del Perú, sino que también se ha com-prometido a conservar las piezas y a asegurar las condicio-nes ambientales necesarias para evitar su deterioro.

Migraciones cíclicasNo es primera vez que los ayacuchanos se asientan en las costas de Lima. Este territorio fue wari hacia el siglo VII de nuestra era, ya que los wari anexaron a los ichmas, los po-bladores originarios de Lurín. Los artesanos contemporáneos venidos de la altura, todos ellos tapiceros, ceramistas, alfare-ros, retablistas y talladores, tributan sin embargo el nombre del dios original de los primeros habitantes de Lurín, Ichimay, a quien Túpac Yupanqui rebautizó como Pachacámac.

Existen muchas razones para dejar el pueblo natal. Algunas responden a de-cisiones voluntarias; otras, a circunstancias compulsivas. En el Perú, entre los años setenta y noventa, dominaron las segundas. Don Emiliano Orellana vivía en Chorrillos hacia 1980 y trabajaba allí con varios paisanos. Escucharon que la municipalidad de Lurín estaba ofreciendo unos terrenos a precios razona-bles. Compraron. De manera colectiva y por turnos construyeron sus nuevas casas y talleres. En 1999, ya mudados, constituyeron la asociación Ichimay Wari. Actualmente son dieciocho socios. De manera constante se capacitan, negocian asistencia con entidades especializadas y confraternizan.

Reciben visitantes, a los que no solamente les ofrecen sus trabajos en venta, sino también los invitan a sus talleres a que observen cómo se trabaja crean-do. Y si alguno se anima, puede intentar modelar una llamita con greda o tallar una cara pequeña en madera. O ensayar en un telar. La relación con los vecinos de Lurín es fluida. Los ayacuchanos enseñan sus técnicas a los vecinos interesados y, a su vez, aprenden de ellos. Los costeños también tejen, pintan, tallan. Es el Perú, ¿no? Los artesanos locales están organizados en una insti-tución: Manos Sagradas de Lurín.

Vidal Gutiérrez pertenece a Ichimay Wari y es ceramista. Sus trabajos más conocidos son nacimientos andinos, fachadas de casas, ángeles, imágenes co-tidianas del mundo andino y alegorías de la fertilidad: hermosas mujeres de gran tamaño rodeadas de una parafernalia colorida de frutos de las tierras altas, tubérculos, cereales y frutas.

Vidal Gutiérrez nació el 2 de julio de 1959 en Moya, en La Quinua de Ayacucho. Durante su infancia aprendió a trabajar la cerámica en el taller de sus abuelos. A los 13 años vino a Lima por primera vez. De vuelta en su tierra se dedicó a perfeccionar su técnica al lado de los maestros Ángel Castro, Alberto Castro y Augusto Miyashiro. Hasta hoy conserva y cultiva las técnicas tradicionales de

El valle de Lurín se expande entre un conjunto de islas marinas llamadas Pa-chacámac y la cordillera del Pariacaca, a más de cinco mil metros de altura. Un mundo diverso de climas, especies de vida animal y vegetal, y 13 distritos donde la sociedad funciona de manera dispar. Las islas Pachacámac y San Francisco están ubicadas frente a las costas de Lima, a 31 kilómetros al sur. Son formacio-nes de laderas pedregosas y playones de arena. Estas islas están vinculadas con

Kp 725ICHIMAY WARI, ENTRE SIERRA Y COSTA

Kp 726ISLAS MÍTICAS

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Dado que Cauillaca no sabía quién era el padre, juntó a los curacas y huacas de la zona en Anchicocha. Todos vinieron y, a la pregunta de la princesa, negaron. Entonces ella deci-dió que el niño reconocería a su padre. Como Cuniraya ha-bía venido vestido como un mendigo a la reunión, cuando el niño se acercó contento hacia él Cauillaca huyó corriendo con su bebé desde las montañas hasta el mar, donde cayó y se hundió. Los dos se transformaron en las islas al frente del santuario de Pachacámac.

Cuniraya trató de alcanzar a Cauillaca en su forma de dios luminoso. Llegado a la costa, Cuniraya fue al santuario frente a las islas y se encontró con dos hijas de Pachacámac resguardadas por una serpiente. La madre de estas se había ido al mar, con Cauillaca. Cuniraya, molesto por ello, apro-vechó que las muchachas estaban solas y violó a la mayor. Cuando estaba a punto de hacer lo mismo con la segunda, esta se convirtió en paloma y huyó. Es así que a la madre de estas dos jóvenes se la comenzó a llamar Urpay Huachac (“la que pare palomas”).

En aquella época todos los peces del mundo se encontra-ban en el santuario, en un estanque custiodado por Urpay Huachac. Cuniraya, furioso por la alianza entre ella y Caui-llaca, se vengó tirando al océano a todos sus peces. Desde allí los peces crecen y se reproducen en el mar abierto.

el santuario de Pachacámac desde las épocas prehispánicas a través del mito de Cauillaca y Cuniraya. En los censos de población de vida marina del ex Inrena aparecían 300 pingüinos de Humboldt habitando esas islas, de un total de 3.490 individuos contabilizados en 21 puntos de nuestras costas.

La existencia aquí de una estación marina de la Facultad de Oceanografía e Ingeniería Pesquera de la Universidad Nacional Federico Villarreal contribuye con la conservación de la biodiversidad existente, compuesta por distintas aves guaneras, lobos de mar, nutrias, además de moluscos y peces. Las dos islas mayores son los personajes del mito de Cauillaca; entre ambas surge un islote conocido como El Sauce, y, hacia el norte, si el oleaje permite divisarlo, emerge La Viuda. Los farallones son roquedales y peñascos de menores di-mensiones que componen el conjunto.

Max Uhle se refiere a las islas en los siguientes términos: “La edad probable de la costa actual es asunto de cierta importancia para Pachacámac. En un tiem-po esas islas estuvieron indudablemente unidas con la tierra firme, ya que el canal que las separa es poco profundo en este lugar. J. J. von Tschudi asegura que tales islas fueron aisladas o separadas del continente en fecha tan reciente como la de la época española por el terremoto de 1586, que determinó gran-des cambios a lo largo de la costa peruana. De haber ocurrido en verdad ese sismo en el tiempo indicado, hubiera sido imposible que Francisco de Ávila relatase el mito de la provincia de Huarochirí en el año de 1608, en el que habla de la hermosa Cauillaca que huyó al mar con su hijo, donde ambos se metamorfosearon en rocas y fueron visitados por otra divinidad. La madre y el hijo trocados en piedra deben ser la más grande y una de las más pequeñas islas del grupo de Pachacámac, que puede verse desde la orilla”.6

6. Uhle, Max, Manuel Beltroy Vera y Alberto Bueno Mendoza. Pachacámac: informe de la expedición peruana William Pep-per de 1896. Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 2003, fragmento de Max Uhle, p. 59.

El mito de Cuniraya HuiracochaEl dios Cuniraya vivía en la sierra enseñando a los pobladores a edificar andenes y canales de agua. Por allí habitaba también Cauillaca, una princesa-huaca que, pese a tener muchos pre-tendientes, rechazaba a todos. Un día ella estaba trabajando en el telar bajo un lúcumo cuando Cuniraya la vio y quiso se-ducirla. Para ello, adoptó la forma de un ave y puso su semilla en uno de los frutos del árbol. Este cayó al frente de la mu-chacha. Ella se lo comió y fue germinada. Luego, tuvo un niño.

La sacralidad del sitio de Pachacámac ha evolucionado al compás de los cambios y ocupaciones de la costa central y las relaciones con otros polos de importancia religiosa en tiempos precolombinos. La historiadora Maria

Kp 727PACHACÁMAC, MÁS ALLÁ DEL BIEN Y EL MAL

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transforma a los humanos en gatos negros. El culto al Kon creador se desplaza a Pachacámac hasta la venida de los cristianos. Un informante actual en la ciudad de Lurín, ape-llidado Huarcaya, explica ante un manto que representa a Kon: “También es malito”.

El mito de Pachakamaite en los asháninkas fue recogido por Stefano Varese (1973): “Pachakamáite es Páwa (padre y Dios), vive río abajo. Él no es Virakocha, no es Chori. Es hijo del Sol y Mamántziki es su esposa. Pachakamáite hace todo: machetes, ollas, pólvora, cartuchos, sal, escopetas, municiones, hachas. Porque antes los asháninka eran po-bres, no tenían nada; no tenían machetes, hachas, nada. ¿De dónde sacaban los asháninka todas las cosas? Entonces iban allá, donde Pachakamáite, y conseguían todo”.

En cambio, para los machiguengas del Urubamba, Pacha-camui es un superhéroe con un amuleto (iguaine Pachaka-mui: 'cargado de Pachakamui'). Él puede transformarse en niño y aferrarse a la nuca del dios. Con este amuleto, los humanos se pueden convertir en animales, y viceversa. Los machiguengas hacen mirar a Pachacamui hacia el norte para evitar terremotos en sus territorios.

Rostworowski ha investigado el sincretismo de este oráculo con la adoración al Cristo de Pachacamilla, el Señor de los Milagros. Los mitos y el temor a los desastres naturales dan continuidad a este culto, cuyo escenario se desplie-ga al sur de Lima, en el desierto.

Pachacámac, el viejo dios, domina en las tinieblas, en la oscuridad del mundo. Cronistas españoles refieren, según Rostworowski, que el santuario de Pacha-cámac no solo era tenebroso sino también maloliente, debido a los sacrificios de sangre que se realizaban. El Señor de la Noche, Pachacámac, luchaba con-tra la luz; su hermano era Vichama, de menor poder y prestigio, el Señor del Día. Entre los habitantes de la sierra domina el culto solar; en la costa se adora a la Luna. Las fases de la Luna definían los ciclos festivos y celebratorios; el sacerdote Ávila registra cómo los rituales en honor al dios más importante entre los yungas, Pachacámac, “Aquel que mueve el mundo”, se llevaban a cabo en luna llena.

Sostiene Rostworowski que el hilo conductor de un culto tan extenso y plásti-co es el pavor a los movimientos telúricos, la indefensión. El proceso posterior a la Conquista, ya establecida la Colonia, produjo una suerte de “destierro” del antiguo dios mientras que la imagen de Cristo surge como un ícono triunfante sobre el paganismo.

Tres versiones de PachacámacKon (Con, Wakón, Waqon) es el dios primigenio, creador del mundo; creador de las plantas, animales, personas, monta-ñas. Creador pero también destructor. Bueno y malo: dual. La arqueóloga Ruth Shady asegura que los nombres de los dioses creadores suelen ser de una sola sílaba y de resonan-cia fuerte.7

Kon vino del norte y era un ser desprovisto de huesos. Vo-laba ligero, rápido, etéreo. Viajaba por los valles de la costa y las cordilleras. Se enemistó con los costeros y los castigó confinándolos al desierto, a la aridez y la sequía. Para que pudieran sobrevivir les dejó los ríos, cuyo manejo demanda ingenio y trabajo. Luego de Kon aparece Pachacámac, quien

7. Conversación privada con el autor.

Una vez más, Federico Bauer, doce años atrás, empezó de nada, cuando luego de haber trabajado y vivido en Chorrillos decidió movilizar sus operaciones a Pachacámac, abandonando el bullicio capitalino para asentarse en la quietud del desierto. Consiguió un terreno de mil metros, alquiló un camión, mudó sus cosas, armó una casa sin agua ni luz eléctrica, y resucitó el trueque —pinturas por bienes— como medio de sustento económico. A partir de ese momento comenzó la construcción de todo.

Kp 728REFUGIO DE ARTISTAS

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No tardó mucho en involucrarse con la zona y sus pobladores. A los tres años ya organizaba una exposición en el cerro en la que se lucían unas vacas de carrizo pintadas, inspiradas en las que se ven en los establecimientos de venta de castillos pirotécnicos a lo largo de la carretera Central. Este per-sonaje suelto de lengua y de inteligencia brillante logra que estos toritos y caballos conjuguen la candidez del arte popular peruano con la sofisticación universal, pues también remiten a los toros de Picasso, mixtura que ha lo-grado reconocimiento peruano e internacional.

Entre la miríada de objetos que habitan la casa de fachada roja que Bauer ocupa en la actualidad, hay una cruz de camino que estuvo instalada en un cerro de su casa-taller anterior. A comienzos de mayo, él solía organizar una fiesta de la cruz, a la que venían muchas personas a comer, beber y bailar, previa misa y posterior banda. La relación que Bauer tiene con Pachacámac no es solo con su gente, sino también con las cosas. Él es un reciclador por excelencia. Cerca de donde vivía existía un depósito para jardineros del que sacaba materiales. Recogía pedazos de troncos del plátano, paja, totora, bambú y hojas de palmera que acabarían siendo mariposas, pajaritos y figu-ras abstractas. Las fábricas de la zona desechan retazos y pitas de algodón que son recogidas por un vecino que se las vende a Bauer. Luego Charo, una de las artesanas que trabaja con él, las teje y se convierten en el fondo de sus cuadros.

Bauer se reparte entre Pachacámac y el Cusco, donde su arte está siendo reco-nocido para decorar establecimientos hoteleros destinados a un turismo sofis-ticado. “Gracias a Dios yo puedo hacer magia; eso lo siento... Creo ambientes, escenografías, derrocho colores”.

Antes que Bauer, sin embargo, un escritor ya había sido seducido por el va-lle. Uno de los pioneros en fugar de Lima hacia el sur fue el poeta y cineasta Pablo Guevara, en los años setenta. La familia Guevara Borup se encontró lejos de todo y cerca de nada, sin desagüe ni electricidad, con escasas op-ciones de consumo.

En Pachacámac, durante quince años, la familia Guevara Borup utilizó lam-parines de petróleo en un ambiente doméstico más cercano a la frontera del siglo XIX que a la del siglo XX, cambalache problemático y febril. En casa solo había una caseta y un baño que funcionaba con un tanque grande, que recibía agua de un camión cisterna.

Con el tiempo, la familia construyó una casa de ladrillos que fue posada ocasional para los peregrinos que llegaban a Pachacámac, algunos de los cuales mostraban también su entusiasmo por vivir en el campo. Sin embargo, como señala Diego, uno de los hijos de Pablo, “el entusiasmo varonil de Robinson Crusoe se perdía porque no había peluquerías para las mujeres”.

Diego Guevara, arqueólogo, se dedica a articular iniciativas locales y soste-nibles en la cuenca del río Lurín. Él ha ampliado el espectro de su profesión hacia la conservación de los recursos naturales del último valle que le queda a Lima, y su propuesta está arraigada en el incremento de la calidad de vida de la población local a partir de las actividades agropecuarias tradicionales. A través de Diego, los apellidos Guevara y Borup siguen dando al valle en reciprocidad por todo lo que de este han recibido.

Diego especifica que su padre no fue un homo faber y que jamás lo vio coger un martillo. Más bien, fue el espíritu nórdico de su madre danesa, Hanne, el que impulsó la construcción de la casa y la siembra del huerto. Mientras ella y sus hijos lijaban, pintaban paredes y sembraban paltos, Pa-blo se mantuvo ocupado en su lucha con las palabras. Escribía con bulla, niños revoloteando, o escuchando al trío Los Panchos o a boleristas como Rolando Laserie.

A través de la poesía, Guevara canalizaba sufrimientos, propios y ajenos, y se batía contra la injusticia. Ya en los años sesenta, él y otros poetas y profeso-res de San Marcos habían apoyado los movimientos insurgentes inspirados en la revolución cubana. Sucesivos fracasos lo volcaron hacia la micropolíti-ca, en la que primaron el verso, la imagen y la conversación.

Pablo Guevara murió de pulmonía en 2006, a los 76 años, debilitado por una leucemia. Aun así, echado en una cama del hospital Rebagliati, escri-bió un poemario, “Hospital”. Todos los días tenía que escribir con lapiceros distintos, porque, como estaba postrado, la gravedad empujaba la tinta hacia la base de estos y no escribían más. Y si bien Guevara no quiso hablar de la muerte mientras moría, escribió sobre ella, “las ovejas enfermeras”, las incoherencias y el horror. Antes ya había escrito sobre la belleza, las tortugas y de cómo la historia oscila entre “lo habitual y lo cotidiano”, y los “vahos, sudores, llagas, imprecaciones, pies como globos, diarreas, caídas, maldiciones a través de muchos kilómetros sin testimonios”.

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El crecimiento urbano de Lima ha casi extinguido a la flor de Amancaes. Antes esta floreaba profusa todos los inviernos sobre la pampa de Amancay, en el barrio bajopontino del Rímac, y su presencia colorida justificaba una celebración cada 24 de junio, una gran fiesta pagana y criolla que recubría los campos de flores con música, baile y alcohol. San Juan, solsticio de invierno y una flor nativa.

La llamada “flor del inca” tiene pétalos amarillos y su existencia se ha despla-zado a la zona sur de Lima, a las lomas de Pachacámac, lejos del asfalto y la contaminación. En el ecosistema de lomas, la flor de Amancaes florece entre junio y octubre, así como otras plantas resucitadas por la neblina y los líque-nes. Lomas continuas hubo entre Lachay y Atiquipa, hacia el kilómetro 600 de la actual Panamericana Sur. La ganadería extensiva y la tala de los arbustos durante la Colonia nos dejaron escasos y raleados retazos de este maravilloso ecosistema. Fuera del caos limeño, hoy que está siendo rescatada, la flor de Amancaes también convive con zorros, vizcachas y aves silvestres.

Este símbolo del folclore criollo fue mencionado en el vals “José Antonio”, de Chabuca Granda, en el que cuenta cómo el galante chalán cabalga desde Barranco para ver la flor de Amancaes. Y es que desde el siglo XVI la fiesta de los amancaes fue tremendo evento social al que concurrían todas las clases sociales, desde los presidentes hasta los yanaconas. El último mandatario en ir a la fiesta fue Manuel Prado en 1958.

La gran jarana que se armaba sobre la pampa de Amancaes era en honor a San Juan Bautista, santo que tenía una iglesia allí. Sin embargo, la celebración no era solo un acontecimiento cristiano, sino que también se relacionaba con los ciclos agrícolas europeos y antiguos ritos indígenas. De la jarana al silencio y del silencio al rescate.

Kp 730FLOR DE AMANCAES: JARANA, SILENCIO Y RESCATE

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TRANSANDINO / Sandro Venturo / Toronja, central de comunicadores

Este es un libro trabajado como una película documental, y como todo docu-mental no es un reflejo de la realidad sino la expresión de una postura frente al mundo. Este es el testimonio de Rafo León, no del viajero sino del cronista.

TgP es el transportador de gas natural en el Perú. Es el encargado de cruzar la cordillera de los Andes y llevar el hidrocarburo desde Camisea, en la profusa selva amazónica, hasta Lurín, en la desértica costa de Lima. Y cuando TgP celebra su primera década como responsable de la construcción y gestión del gasoducto también nos ofrece su postura. No la del ingeniero, sino la del conciudadano.

Lo que ambos tienen en común es el asombro de quien transita por un terri-torio denso en historia y geografía. Y este libro, entonces, sigue la progresión en kilómetros (Kp) de los ductos para develar esas insólitas dimensiones de un país por descubrir una y otra vez.

Existe cierto consenso en que los Andes son el eje a partir del cual se ha orga-nizado la vida social en esta parte de América. Lo dicen los historiadores, los arqueólogos y los antropólogos. Y este libro también habla de eso, de cómo la selva contribuye hace centurias al liderazgo andino, y de cómo la costa se viene transformando sucesivamente debido a la constante influencia serrana. Por eso, Transandino.

Y este libro también se titula así porque la ruta del gas es la ruta de los tiem-pos y los espacios del Perú. Se trata de una ruta multidimensional donde se descubren diversas convivencias humanas y geográficas, efímeras e históricas. Este es un libro que habla menos del viaje físico y nos invita al viaje interior.

Transandino es homenaje e invitación.

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© Sergio UrdayUn rebaño camina hacia la laguna de Choclococha, Huancavelica.

© Walter H. WustPiel del desierto dibujada por el viento, Ocucaje, Ica.

© Xavier ConesaPuesta de sol en la playa Arica en Lima.

© Walter H. WustBagre de río que suele alcanzar tamaños impresionantes.

© Archivo TgPPanorámica de la Cuenca del Bajo Urubamba.

© Sergio UrdayZona arqueológica wari, Pacaycasa, Huamanga, Ayacucho.

© Archivo PMBSaltamontes copulando. Entre Kp 73 y Kp 94 del derecho de vía.

© Walter H. WustMontañas de Santa Teresa luego de las primeras lluvias de esta-ción, La Convención, Cusco.

© Archivo PMBAmanecer en la selva, La Convención.

© Sergio UrdayNiño machiguenga muestra la pesca del día en el río Sabeti.

© Sergio UrdayNiño de la Espina, artesanía tradicional cusqueña del artista Antonio Olave.

© Archivo PMBFlora registrada por el Programa de Monitoreo de la Biodiversidad (PMB).

© Walter H. WustCarachamas, peces con un exoesqueleto duro y compacto.

© Walter H. WustPescador muestra un zúngaro negro de 70 kilos de peso.

© Archivo PMBAve registrada por el Programa de Monitoreo de la Biodiversidad (PMB).

© Sergio UrdayPieza del artista Mamerto Sánchez, colección de TgP.

© Sergio UrdayPieza del artista Mamerto Sánchez, colección de TgP.

© Archivo PMBLarvas procesionarias, Kp 94 del derecho de vía.

© Sergio UrdayNemesio Huarcaya y sus cultivos de palta, comunidad de Magnupampa.

© Sergio UrdayBosque de puyas en el distrito de Vischongo, Ayacucho.

© Walter H. WustPuya Raimondi, la planta de mayor inflorescencia del mundo.

© Sergio UrdayAntiguo mercado de abastos de Huamanga.

© Sergio UrdayRetablo del artista Jesús Urbano presentado en la Expo Grandes Maestros, TgP.

© Sergio UrdayEstampita de Sarita Colonia en puesto de mercado de abastos de Huamanga.

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© Archivo TgPUnku de plumas del siglo XIV, Sala de Exhibiciones Arqueológicas de TgP, Lurín.

© Sergio UrdayDetalle de pieza cerámica, Sala de Exhibiciones Arqueológicas de TgP, Lurín.

© Archivo TgPRadiografía de fardo funerario del sitio arqueológico La Gruta, Cañete.

© Archivo TgPFardo de niño del siglo XIII, cultura Cañete Tardío.

© Sergio UrdayArtesanas del taller de flores de papel de Federico Bauer, Pachacámac.

© Walter H. WustBoquerón de Cerro Blanco sobre médanos cubiertos de grama salada, Chilca.

© Sergio UrdayAltar en la festividad del apóstol Santiago en Izcuchaca.

© Sergio UrdayPlaya de la laguna de Choclococha.

© Sergio UrdayParedes católicas sobre los muros incas de Huaytará.

© Walter H. WustCampesino de Acopalca con el fruto de la piscigranja de su comunidad.

© Sergio UrdayRebaño de llamas en una de las calles de Izcuchaca.

© Sergio UrdayBúho, Tampa y Machete, metaleros del movimiento Chapla Rock.

© Walter H. WustCampos de Santa Bárbara, antes de la tormenta.

© Walter H. WustSacos de guano en las Islas Ballestas, Paracas.

© Sergio UrdayRetrato de Adelina y Amador Ballumbrosio en la casa familiar, Chincha.

© Walter H. Wust“El colibrí“, famosa línea prehispánica en las desérticas pampas de Nasca.

© Sergio UrdayEl ferrocarril central también conocido como el “tren macho”.

© Sergio UrdayInicios de la festividad del apóstol Santiago en Lircay.

© Sergio UrdayCasa-templo de la Beatita de Humay.

© Sergio UrdayOfrendas de agradecimiento a la Beatita de Humay.

© Walter H. WustRecipientes para la fermentación de pisco, Bodega Lobera, Guadalupe.

© Walter H. WustGeoglifo conocido como “El marciano”, pampas de San José, Nasca.

© Sergio UrdayAlgunos de los 21 ojos de agua del puquio de Cantalloc.

© Walter WustPiqueros de patas azules recibiendo el atardecer marino.

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CUSCO Kp 10 Kp 15 Kp 35 Kp 36La selva y la civilización de lo posible La yuca, raíz de la cosmogo nía machiguenga Shihuaniro: fuente de vida, peces y sirenas Encuentros y desen-

Kp 109Kp 40 Kp 94Kp 38cuentros en Timpía El Pongo de Mainike, el último umbral Tejidos y masato alrede dor del Shimateni Kiteni, la vida es un mercado Kepashiato, la cultura del café

Kp 153 Kp 160Kp 118 Kp 240Vilcabamba, verdades ocultas Mérida y Rojas, poesía hecha mano Mazokiato, diez años después Paltas, de Magnupampa al mundoAYACUCHO

Kp 259 Kp 279 Kp 282 Kp 289 Kp 290Imperialismo wari Cerá mica, arte heredado Puyas de Raimondi, el fuego de la vidaVilcashuamán, dejar que la arquitectura hable Pacaycasa, camino

Kp 294 Kp 295 Kp 298Kp 292al andar Los tejedores, una trama que se reinventa Museo de Huamanga, histo ria recuperada Mercado de Huamanga, dar y recibir Chapla Rock, contraataque

Kp 357 Kp 359 Kp 365Kp 300musical Retablos, la mirada rural de Jesús Urbano HUANCAVELICA Papa nativa, madre del pueblo Tejedoras, el éxito cura el machismo

Kp 380 Kp 390 Kp 400Kp 378Izcuchaca, puente a la historia Tren Macho, desafío de alturaSanta Bárbara, grandeza bajo tierra Huancavelica, reflejos míticos Danza de tijeras, espíritu de

Kp 449 Kp 450 Kp 510Kp 420las huacas El Santiago, santa renovación Vicuñas, riqueza viva ICA De la piedra al barro: de Huaytará a Tambo Colorado Nasca, canales de energía

Kp 512 Kp 520 Kp 522 Kp 525 Kp 528Palpa, abundancia de camarones Beatita de Humay, la santa del pueblo Mantos Paracas, Paracas, viento de arenaTambo Colorado, cruce de ofrendas

Kp 535 Kp 555 Kp 560 Kp 562El pisco, alquimia de exportaciónel arte del desierto Virgen del Carmen, more nos marianos Adelina y Angelita, damas dulces Huaca Centinela, el guardián

Kp 680 Kp 723 Kp 724 Kp 725 Kp 726saqueado LIMA Chilca, primeros agricultores Jallpa Nina, de Lurín al mundo Los tesoros de la ruta del gas Ichimay Wari, entre sierra y costa

Kp 728 Kp 730Kp 727 Refugio de artistas Flor de Amancaes: jarana, silencio y rescateIslas míticas Pachacámac: más allá del bien y el mal

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Este libro es un proyecto editorial de la Gerencia de Relaciones Institucionales de TgP.

Transandino© Transportadora de Gas del Perú - TgPAv. Víctor Andrés Belaunde N.° 147, San Isidro, Lima - Perú.

© Editorial Planeta Perú S.A.Av. Santa Cruz N.° 244, San Isidro, Lima - Perú.

Primera edición: octubre de 2010Tiraje: 2,000 ejemplares

Redacción de textos: Rafo LeónDirección editorial: Sandro Venturo SchultzEdición: Jerónimo PimentelProducción ejecutiva: Daniela RotaldeAsistente de producción: Maria Gracia CórdovaDirección de diseño: José Antonio Mesones “Goster”Diagramación: Carla FilomenoFotografía: Walter H. Wust, Sergio Urday y Xavier ConesaAsistencia de investigación: Irene ArceCorrección de estilo: Agustín Panizo Equipo Planeta: Sergio Vilela, Franco Ortiz, Astrid Vidalón, Claudia Victoria, Eduardo Mendoza y Astrid Torres-Pita. Producción general: Toronja, central de comunicadores / www.toronja.peDiseño y dirección de arte: ma+go / www.magoconcept.com ISBN: 978-612-4070-12-9Registro de Proyecto Editorial: 31501311000074Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.° 2010-12363 Impresión: Metrocolor S.A.Av. Los Gorriones N.° 360, La Campiña, Chorrillos, Lima - Perú.

Este libro no podrá ser reproducido, total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.