Trabajos comentarios a diario de un loco enfermo de cordura

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COMENTARIOS A DIARIO DE UN LOCO ENFERMO DE CORDURA DE JUAN SARAVIA “El hombre se acerca a mí. No me agrada su aspecto desarrapado, miserable, estrambótico. Devuelvo los ojos a un ensayo sobre Gérard de Nerval escrito por Ramón Gómez de la Serna. El hombre insiste. Sin mirarlo siquiera, saco unas monedas de la bolsa del pantalón y busco su mano para ponerlas encima. No encuentro su mano. Es entonces cuando miro, detrás de los quebrados lentes, una mirada profunda de color gris. El hombre no quiere dinero sino que le compre una pintura. Lleva consigo varios cartoncillos de estraza que ha pintado, según me cuenta, utilizando un palillo en lugar de un pincel y como pintura, pigmentos de plantas y flores. “La pintura: el rostro de un hombre barbado que se oculta detrás de una especie de niebla. Me le quedo mirando a los ojos – al rostro de la pintura- y es entonces cuando decido conservarla en lugar de arrugarla y tirarla en el cenicero. En el reverso tiene escrito con una letra casi indescifrable un pensamiento: Dios buscó en las madréporas divinas las piedras más raras, y no habiendo material maravilloso con que forjar su faz, mordió sus labios de coraje, y con amor, los estampó en la cara de los hombres. Firma: Temo.” Así comienza esta obra, en el día en el cual el narrador de este luminoso relato fue interrumpido en su lectura por una de las criaturas urbanas más inspiradas que vagabundeaban por un parque de la Ciudad de México. Vendiendo su arte callejero, Temo, el poeta, el filósofo, el esquizofrénico, seduce con sus pinturas y sus palabras al melancólico protagonista que termina comprendiendo que uno mismo escoge su forma de locura: “¿Qué explica su existencia, su paso por esta vida? ¿Él eligió venir al mundo de esta manera? ¿Se trata de un castigo? ¿De una broma cruel? ¿De un absurdo? Le pregunto a Temo si 1

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COMENTARIOS ADIARIO DE UN LOCO ENFERMO DE CORDURA

DE JUAN SARAVIA

“El hombre se acerca a mí. No me agrada su aspecto desarrapado, miserable, estrambótico. Devuelvo los ojos a un ensayo sobre Gérard de Nerval escrito por Ramón Gómez de la Serna. El hombre insiste. Sin mirarlo siquiera, saco unas monedas de la bolsa del pantalón y busco su mano para ponerlas encima. No encuentro su mano. Es entonces cuando miro, detrás de los quebrados lentes, una mirada profunda de color gris. El hombre no quiere dinero sino que le compre una pintura. Lleva consigo varios cartoncillos de estraza que ha pintado, según me cuenta, utilizando un palillo en lugar de un pincel y como pintura, pigmentos de plantas y flores.

“La pintura: el rostro de un hombre barbado que se oculta detrás de una especie de niebla. Me le quedo mirando a los ojos –al rostro de la pintura- y es entonces cuando decido conservarla en lugar de arrugarla y tirarla en el cenicero. En el reverso tiene escrito con una letra casi indescifrable un pensamiento: Dios buscó en las madréporas divinas las piedras más raras, y no habiendo material maravilloso con que forjar su faz, mordió sus labios de coraje, y con amor, los estampó en la cara de los hombres.

Firma: Temo.”

Así comienza esta obra, en el día en el cual el narrador de este luminoso relato fue interrumpido en su lectura por una de las criaturas urbanas más inspiradas que vagabundeaban por un parque de la Ciudad de México.

Vendiendo su arte callejero, Temo, el poeta, el filósofo, el esquizofrénico, seduce con sus pinturas y sus palabras al melancólico protagonista que termina comprendiendo que uno mismo escoge su forma de locura:

“¿Qué explica su existencia, su paso por esta vida? ¿Él eligió venir al mundo de esta manera? ¿Se trata de un castigo? ¿De una broma cruel? ¿De un absurdo? Le pregunto a Temo si

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cree en Dios y me responde: La unidad es Dios. Dios define el tiempo y la cuestión del espíritu.”

“Diario de un Loco Enfermo de Cordura” es una narración ágil, en parte un paseo a través de la literatura, en parte disertación filosófica, que nos obligará a preguntarnos sobre la dualidad “normalidad-locura” y cuán inestables resultan sus fronteras. Así podemos leer:

“De cuando en cuando saco los ojos de “Rayuela” (novela que a veces releo, o voy a ella como si se tratase de una enciclopedia). Temo no pide misericordia, no busca provocar sensiblería. El hombre cree en lo que hace y vende su obra, orgulloso. Trabaja. Lo observo y regreso a Rayuela. Horacio Oliveira: solitario, intelectual, amante del jazz. La Maga: huyendo de su pasado en París. Morelli: alter ego de Cortázar; escritor dedicado a romper los cánones literarios para crear la “antinovela”.

“(…) La gente mira a Temo con desprecio (con el mismo desprecio que yo lo miré el primer día), para ellos Temo es una presencia molesta: un mendicante, un limosnero, un vagabundo. Entonces me pregunto si aquél hombre que se despierta en medio del frío y del rocío de la mañana, escuchando los primeros cantos de las aves, en uno de los tantos parques de esta enorme y violenta ciudad; despreciado por la sociedad; si aquél hombre que vive estoicamente la vida que le tocó vivir, no será uno de los verdaderos héroes de la existencia.”

Y así como Alejandro, el mas grande conquistador, se doblegó ante Diógenes, el más grande renunciador (puesto que él escogió por convicción su pobreza), y Sancho Panza y los demás que acompañaron a Don Quijote fueron “quijotizados,” descubriremos a través de ésta narración que existen formas de locura que hacen libres a quienes las padecen.

El narrador lo descubre, como si le quitaran una venda de los ojos y expresa:

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“Le pregunto cómo le hace para ser feliz si no tiene nada. Si no tiene a nadie. Me responde: Quien ha sido despojado de la voluntad, del anhelo y de todo lo que le pertenece, no puede emitir opinión: es apológico. Yo he perdido la simpatía de los demás.

“(…) Pienso en mi vida y la comparo con la suya. En el fondo él es más libre que yo. Es su libertad la que he llegado a admirar y de alguna manera, a envidiar. Él no espera nada de la vida: eso lo hace libre.”

Ya lo había dicho Sigmund Freud: “la felicidad no es un bien cultural”, esa ilusión de acumular riquezas sólo nos impulsa a vivir queriendo siempre más, intentando, con esto, morir un poco menos. Meras ilusiones como señaló el príncipe Siddhartha, también conocido como Buda. El loco genial de este relato, había sido tocado por el desvelamiento de esa realidad.

No sólo eso, a la manera de Gandhi, que se convirtió voluntariamente en un paria, un intocable, el personaje más bajo en la jerarquía hindú, Temo ha perdido todo, incluso el que los demás se fijen en su persona, es un ser invisible, producto de una sociedad hipócrita a la cual, sin embargo, se atreve a venderles sus sueños retratados en papel.

Juan Saravia había tratado estos temas en sus obras anteriores. En algunos de los personajes de los cuentos que conforman “Límites de la Inmadurez”, su primer libro, esos seres que buscan, como en Revange (para mí, su mejor cuento hasta ahora), escapar de la realidad atroz que le pesa, hasta la decisión, terrible a veces, liberadora siempre, del suicidio en terceras manos; o como el exorcista locuaz e imaginativo de “Lince de Luz Altiva” que lucha contra los males que inundan éste mundo. Pero en “Diario de un Loco Enfermo de Cordura” ha encontrado el personaje arquetípico que todos los escritores buscamos, el que verdaderamente le ha otorgado un sentido a su vida. La obra de Juan Saravia -estos tres libros- la esencia de su misma persona, es, en el fondo, la búsqueda de lo trascendente, no importando los abismos psicológicos en los cuales se precipiten los personajes. Ellos buscan. Buscan y encuentran, aunque lo que encuentran les

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devuelva con cierta convicción lo que ya sabían: que vivir es terrible y a la vez hermoso.

No he podido, al leer “Diario de un Loco Enfermo de Cordura” dejar de recordar obras de otros escritores, por ejemplo, esos iluminados personajes de los libros del subestimado autor árabe Gibrán Jalil Gibrán, específicamente “El Loco”, el personaje que decía:

“Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser.

Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón.”

El mismo personaje que cuando asistía al cementerio a enterrar a sus egos era el único que le caía bien al sepulturero ya que sólo él llegaba riendo y se marchaba riendo.

Sin embargo, Temo era el loco que recorría el Parque México, el de la “vida real,” contagiando con un poco de la poesía que le había arrebatado a la Nada a aquéllos que creyeron en su arte, ora bañado por el sol, ora con el cuerpo lavado por la lluvia. ¿Existe más poesía personificada que ésta? La del hombre que aún se entrega a los elementos, y que, me atrevo a asegurar, forma parte de los elementos de la naturaleza.

Al principio de ésta disertación decía que Temo era una de las criaturas urbanas más inspiradas; lo decía con la convicción de haber leído, en palabras de Juan Saravia, acerca de un ser humano que había vuelto al estado primigenio: aquél que, según creía algún rey de la antigüedad, a través de ésta trasmutación cuerpo-espíritu, había logrado comunicarse con los ángeles y transmitía palabras y frases secretas que sólo el cielo sabía.

Oremos, pues, al cielo, por Temo, y agradezcamos a Juan Saravia el habernos entregado los fragmentos de una vida que supo alcanzar las estrellas y devolver la mirada a la Tierra…

Pé de J. Pauner.

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