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1 TRABAJADORES EN MOVIMIENTO: FLUJOS MIGRATORIOS Y CUALIFICACIÓN LABORAL EN EL MADRID DEL SIGLO XVIII 1 . JOSÉ A. NIETO SÁNCHEZ (Grupo Taller de Historia Social, DEPARTAMENTO DE HISTORIA MODERNA, UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID) Tras años de estudio de los movimientos migratorios, un importante esfuerzo de investigación ha mostrado la poca solidez de una teoría –la de la modernización- que situaba a la movilidad laboral que trajeron consigo la industrialización y la urbanización como uno de los factores básicos que diferenciaban a la Europa previa al siglo XIX y la posterior 2 . Gracias a la investigación de autores como Jan y Leo Lucassen, L. Page Moch, Klaus Bade o Steve Hochstadt es ya un hecho probado que los trabajadores preindustriales no eran estáticos, y que la Europa de la Edad Moderna tenía flujos laborales propios, relaciones dinámicas entre el campo y la ciudad, así como una marcada complementariedad entre los movimientos migratorios de corto radio y los de muy largo alcance 3 . El grueso de estos estudios críticos ha tenido dificultades para analizar el período anterior al siglo XIX en lo relativo a las pautas migratorias de los trabajadores cualificados. Por ello, persisten colectivos etiquetados como sedentarios debido a la influencia gremial en el ámbito de ciertas actividades. Un énfasis en los aspectos negativos de las instituciones corporativas ha acabado por relacionarlas con la causa de esta inmovilidad laboral urbana. Desde esta perspectiva, la transmisión del oficio de padres a hijos o las diferentes cuotas de examen dependiendo de la pertenencia o no de un familiar al gremio en cuestión, ayudarían a su vez a entender las dificultades para la incorporación de nuevos candidatos a maestros, lo que habría acabado por desincentivar el traslado a las ciudades. Por suerte, desde hace al menos dos décadas está teniendo lugar en Europa una profunda revisión historiográfica del papel desempeñado por los gremios en la Edad 1 Este trabajo se inserta en el marco de los proyectos de investigación HAR2011-27898-C02-02 (Permanencias y cambios en la sociedad del Antiguo Régimen, ss. XVI-XIX. Una perspectiva desde Madrid) y –proyecto coordinado– HAR2011-27898-C02-00 (Cambios y resistencias sociales en la edad moderna: un análisis comparativo entre el centro y la periferia mediterránea de la monarquía hispánica), ambos del Plan Nacional I+D+i (MICINN), 2011-2014. 2 Como ha indicado Leo Lucassen, en el ámbito del estudio de las migraciones la teoría de la modernización arranca de la publicación de las “Leyes de migración” de Ravenstein en el Journal of the Royal Statistical Society a finales de la década de 1880. L. Lucassen « Migration and Mobility in Britain since the XVIIIth Century London, University College London Press, 1998 », Annales de démographie historique, 2/2002 (104), pp. 101-103. 3 J. Lucassen, Migrant Labour in Europe 1600-1900. The Drift to the North Sea, Londres, Croom Helm, 1987, L. Page Moch, Moving Europeans. Migrations in Western Europe since 1650, Bloomington, 1992, S. Hochstadt, Mobility and Modernity. Migration in Germany, 1820-1989, Ann Arbor, 1999, Klaus J. Bade, Europa en movimiento. Las migraciones desde finales del siglo XVIII hasta nuestros días, Barceloca, Crítica, 2003, J. y L. Lucassen, The mobility transition in Europe revisited, 1500-1900, Sources and methods, International Institute of Social History, 2010.

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TRABAJADORES EN MOVIMIENTO: FLUJOS MIGRATORIOS Y CUALIFICACIÓN LABORAL EN EL MADRID DEL SIGLO XVIII1. JOSÉ A. NIETO SÁNCHEZ (Grupo Taller de Historia Social, DEPARTAMENTO DE HISTORIA MODERNA, UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID)

Tras años de estudio de los movimientos migratorios, un importante esfuerzo de

investigación ha mostrado la poca solidez de una teoría –la de la modernización- que

situaba a la movilidad laboral que trajeron consigo la industrialización y la urbanización

como uno de los factores básicos que diferenciaban a la Europa previa al siglo XIX y la

posterior2. Gracias a la investigación de autores como Jan y Leo Lucassen, L. Page

Moch, Klaus Bade o Steve Hochstadt es ya un hecho probado que los trabajadores

preindustriales no eran estáticos, y que la Europa de la Edad Moderna tenía flujos

laborales propios, relaciones dinámicas entre el campo y la ciudad, así como una

marcada complementariedad entre los movimientos migratorios de corto radio y los

de muy largo alcance3.

El grueso de estos estudios críticos ha tenido dificultades para analizar el período

anterior al siglo XIX en lo relativo a las pautas migratorias de los trabajadores

cualificados. Por ello, persisten colectivos etiquetados como sedentarios debido a la

influencia gremial en el ámbito de ciertas actividades. Un énfasis en los aspectos

negativos de las instituciones corporativas ha acabado por relacionarlas con la causa

de esta inmovilidad laboral urbana. Desde esta perspectiva, la transmisión del oficio de

padres a hijos o las diferentes cuotas de examen dependiendo de la pertenencia o no

de un familiar al gremio en cuestión, ayudarían a su vez a entender las dificultades

para la incorporación de nuevos candidatos a maestros, lo que habría acabado por

desincentivar el traslado a las ciudades.

Por suerte, desde hace al menos dos décadas está teniendo lugar en Europa una

profunda revisión historiográfica del papel desempeñado por los gremios en la Edad

1 Este trabajo se inserta en el marco de los proyectos de investigación HAR2011-27898-C02-02

(Permanencias y cambios en la sociedad del Antiguo Régimen, ss. XVI-XIX. Una perspectiva desde

Madrid) y –proyecto coordinado– HAR2011-27898-C02-00 (Cambios y resistencias sociales en la edad

moderna: un análisis comparativo entre el centro y la periferia mediterránea de la monarquía

hispánica), ambos del Plan Nacional I+D+i (MICINN), 2011-2014. 2 Como ha indicado Leo Lucassen, en el ámbito del estudio de las migraciones la teoría de la

modernización arranca de la publicación de las “Leyes de migración” de Ravenstein en el Journal of the

Royal Statistical Society a finales de la década de 1880. L. Lucassen « Migration and Mobility in Britain since the XVIIIth Century London, University College London Press, 1998 », Annales de démographie historique, 2/2002 (104), pp. 101-103. 3 J. Lucassen, Migrant Labour in Europe 1600-1900. The Drift to the North Sea, Londres, Croom Helm,

1987, L. Page Moch, Moving Europeans. Migrations in Western Europe since 1650, Bloomington, 1992, S. Hochstadt, Mobility and Modernity. Migration in Germany, 1820-1989, Ann Arbor, 1999, Klaus J. Bade, Europa en movimiento. Las migraciones desde finales del siglo XVIII hasta nuestros días, Barceloca, Crítica, 2003, J. y L. Lucassen, The mobility transition in Europe revisited, 1500-1900, Sources and methods, International Institute of Social History, 2010.

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Moderna. Hasta los años ochenta del siglo XX, estas instituciones laborales se

contemplaban como una de las principales causas de que el Viejo Continente no

hubiese desarrollado todas sus potencialidades económicas. Los gremios estaban al

servicio de una elite urbana de naturaleza rentista, eran una prolongación de la

organización laboral de la Edad Media, solo miraban por el interés de un puñado de

artesanos y, en suma, eran tildados de homogéneos, marcadamente monopolistas,

ineficientes, restrictivos, conservadores y arcaicos.

Esta rígida visión de los gremios ha cambiado gracias a análisis que han estudiado estas

instituciones desde ángulos que priman la diversidad gremial, su capacidad

empresarial o la adaptación a los cambios demostrada durante el largo período en el

que persistieron las corporaciones de oficio. El retorno historiográfico de los gremios

está acentuando los rasgos multiformes de estas instituciones y dando entrada en su

estudio a aspectos hasta ahora vedados como la innovación tecnológica, la

subcontratación del trabajo, la difusión de los conocimientos artesanos o la movilidad

laboral. En esta línea, los gremios han dejado de ser carteles monopolísticos para pasar

a ser vistos como instituciones capaces de crear mercados de trabajo propios, reducir

los costes de transacción, resolver los problemas derivados de una información

asimétrica y estimular el crecimiento económico gracias a la elaboración de productos

de calidad más elevada y una producción más eficiente de capital humano. Este revivir

gremial ha sido posible por la vuelta al archivo y la realización de importantes bases de

datos con la nueva y diversa documentación elaborada por los propios gremios4.

En España han sido pocos los estudios que se han hecho eco de este “retorno gremial”,

de manera que siguen estando muy asentadas algunas ideas sobre estas instituciones.

En el presente trabajo haré una crítica de dos de ellas: la primera, la que alude a una

casta cerrada de maestros que se reserva celosamente la agremiación para sus hijos y

familiares; y, la segunda, la de unas organizaciones que fomentaron que el trabajo

cualificado se reclutase entre la población nativa de las grandes ciudades y, por ende,

alentasen la inmovilidad geográfica de este tipo de trabajadores. Lo que les propongo

aquí es un análisis de la población artesana de Madrid en el contexto del crecimiento y

cambio demográfico que experimentó la ciudad en el siglo XVIII5.

Intentaré demostrar que al menos en nuestra ciudad la mano de obra agremiada no se

reclutó en el seno de la familia de los mismos maestros, lo que abre la posibilidad de

estudiar los mercados de trabajo organizados por los propios gremios y, por ende, las

4 Los mejores exponentes de esta revalorización gremial son las recopilaciones de artículos aparecidas

en S. R. Esptein y M. Prak, Guilds, Innovation and the European Economy, 1400-1800, Cambridge, Cambridge University Press, 2008; J. Lucassen, T. De Moor y J. L. van Zanden (eds.), The Return of the Guilds, International Review of Social History Supplements, 16, Internationaal Instituut voor Sociale Geschiedenis, Amsterdam & Utrecht University, 2009. 5 He profundizado en este contexto en J. A. Nieto Sánchez, Artesanos y mercaderes. Una historia social

y económica de Madrid, 1450-1850, Madrid, Fundamentos, 2006, pp. 291 y ss.

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pautas de movilidad de los trabajadores cualificados que acabaron confluyendo en

nuestra ciudad6. En Madrid no veremos ni a unos gremios dominados por una élite ni a

unos trabajadores que solo comenzaron a abandonar el sedentarismo entrado el siglo

XIX. La etapa previa a la industrialización tuvo sus propios patrones de

comportamiento, y entre ellos unas específicas pautas de movilidad laboral. Estas

pautas también se aplican a Madrid7.

Fuentes

El grueso de mis hipótesis se sustenta en el estudio de un documento muy conocido,

pero poco analizado en profundidad desde la perspectiva de la reproducción de los

oficios y la movilidad geográfica del trabajo: las cartas de maestría o de examen8. ¿Qué

es una carta de examen? El documento expedido por un escribano que acreditaba la

incorporación de un oficial al grado de maestro en un gremio determinado9. Esta

fuente es vital para nuestra investigación ya que la mayoría de las cartas incluyen

datos como el nombre del nuevo maestro, su lugar de nacimiento y vecindad, la edad,

los nombres de los padres (y a veces la profesión del padre), el lugar de nacimiento de

estos últimos y el estado civil del nuevo maestro. Hay otra información que aparece

mucho menos como el nombre de la mujer del nuevo agremiado, la ubicación de su

taller, el tiempo transcurrido entre la entrada en el aprendizaje y la adquisición de la

maestría10.

6 Al estudiar los gremios desde la perspectiva de la movilidad laboral y la formación de mercados de

trabajo es necesario abandonar un enfoque local en aras a percibir los diversos flujos migratorios que vinculaban el campo y la ciudad, la capital y un amplio territorio peninsular, e incluso la ciudad y buena parte del continente europeo. 7 Patrones propios que ya han sido estudiados en profundidad para los oficios cualificados urbanos del

resto de Europa en los trabajos de M. Sonenscher, “Journeymen´s Migrations and Workshop Organization in Eighteenth-century France”, Work in France. Representations, meaning, organization and practice, Ithaca, Nueva York, 1986, pp. 74-96; E. J. Shephard, “Movilidad social y geográfica del artesanado en el siglo XVIII: estudio de la admisión a los gremios de Dijon, 1700-1790”, en V. López y J. Nieto (eds.), El trabajo en la encrucijada. Artesanos urbanos en la Europa de la Edad Moderna, Madrid, Libros de la Catarata, 1996, pp. 37-69; J. Ehmer, “Worlds of Mobility: Migration Patterns of Vieneese Artisans in the 18

th Century”, en G. Crossick (ed.), The Artisan and the European Town, Aldershot, 1997,

pp. (esp. 179-180); J. R. Epstein, “Labour Mobility, Journeymen Organizations and Markets in Skilled Labour, 14th- 18

th Centuries”, en M. Arroux and P. Monnet (eds.), La technician dans la cite en Europe

occidentale 1250-1650, Roma, 2004, pp. 251-269. 8 Para el caso español solo conozco que hayan estudiado esta documentación en profundidad y para

fines análogos a los nuestros, F. Díez, Viles y mecánicos. Trabajo y sociedad en la Valencia preindustrial, Valencia, Edicions Alfons el Magnánim, 1990; P. Miralles Martínez, La sociedad de la seda. Comercio, manufactura y relaciones sociales en Murcia durante el siglo XVII, Murcia, Universidad de Murcia, 2002 y J. C. Zofío Llorente, Gremios y artesanos en Madrid, 1550-1650. La sociedad del trabajo en una ciudad cortesana preindustrial, Madrid, CSIC-Instituto de Estudios Madrileños, 2005. 9 En algunos casos, como en los carpinteros, el documento añade que los examinadores han recogido

una información previa del aspirante en la que se avala que es cierto el tiempo que aduce ha estado ejerciendo el oficio como aprendiz y oficial. 10

Vaya por delante que no todas las cartas facilitan estos datos. Muchas son muy estereotipadas y no permiten discernir la procedencia de los padres o el tiempo transcurrido desde el aprendizaje a la maestría. La suerte es que casi todas referencian procedencia y edad.

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Todas las cartas que he encontrado son manuscritas. En la actualidad he logrado

recopilar 3.243 relativas al siglo XVIII custodiadas en el Archivo Histórico de Protocolos

Notariales de Madrid (ver Apéndice 1). Junto a estas cartas he recogido cerca de 400

referencias de fabriqueros y de dos centenares de canteros en aras a ofrecer una

visión comparativa de estos oficios cualificados pero no formalmente reconocidos. Las

fuentes utilizadas para los fabriqueros proceden también de información notarial en lo

tocante a la muestra de la primera mitad del siglo XVIII, mientras que los recogidos en

1794 lo son de documentación de la administración del abasto de carbón. La

concerniente a los canteros procede de una miscelánea en la que se incluye

información de archivo con bibliografía11. Vaya por delante que éste es un trabajo que

está en una fase de recogida de información, de la que hemos extraído unas primeras

conclusiones provisionales.

Hay varios problemas inherentes a la fuente principal: el primero es el de la

representatividad de los datos. En Madrid había casi 200 escribanos protocolizando

documentos en el siglo XVIII cada año, lo que sitúa en 20.000 protocolos el total

potencial a consultar. Carecemos además de un listado completo de todas las

escrituras notariales allí custodiadas. Por suerte, los gremios tendían a escriturar sus

documentos siempre con una serie de escribanos. Por ello, sabemos que muchas de

las acciones legales que realizaban, como sus asambleas para elegir cargos, fueron

protocolizadas por los mismos escribanos que también escrituraron los exámenes. En

los Libros de Acuerdos de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte custodiados en el Archivo

Histórico Nacional existen estas actas de las elecciones gremiales donde se recoge el

nombre del escribano que da fe de este acto. Esta es una primera pista para acceder a

la documentación del citado archivo notarial.

Para comprobar que las cartas de examen depositadas en este archivo eran todas las

que fueron formalizadas contrastamos sus datos con el único caso que hemos podido

hacerlo –pero el más representativo en cuanto a volumen- el del gremio de sastres, del

que se conserva un libro de cuentas, un valioso ejemplar que cubre prácticamente

toda la segunda mitad del siglo XVIII y que se puede consultar en la sección Fondos

Contemporáneos del Archivo Histórico Nacional,. En este caso, la labor de

comprobación arrojó que los nuevos maestros matriculados entre 1759 y 1799 fueron

1.073, mientras que los que aparecen en los protocolos son 1.077. Al menos, por

tanto, en esos 40 años sabemos que la serie es completa 12 . También estoy

completamente convencido de haber encontrado la totalidad de las cartas de los

mismos sastres entre 1740 y 1758, pues en el Archivo Histórico de Protocolos de

Madrid he localizado un libro exclusivo de cartas de examen entre 1740 y 1753,

11

Como siempre en lo relativo al carbón debo las referencias a la gentileza de Santos y Gonzalo Madrazo, Javier Hernando y José Ubaldo Bernardos. Los listados que me han proporcionado para 1794 proceden de Archivo General de Simancas, Dirección General de Rentas, legajos 393-397 y 403. 12

Archivo Histórico Nacional (en lo que sigue AHN), Delegación de Hacienda. Fondo Histórico, lib. 42.

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mientras que el mismo escribano sigue protocolizando hasta 1758. Por tanto, los

sastres nos ofrecen una confianza casi absoluta entre 1740 y 1799. No puedo decir lo

mismo de los otros oficios, pues carecemos de sus libros de cuenta o registro13.

Las cartas encontradas cubren un total de 44 oficios e incluyen tanto a ocupaciones

con muchos miembros –sastres, carpinteros- como a otras que tenían muy poca

población trabajadora. En la actualidad he conseguido construir varias series de cartas

de los gremios más importantes: de los sastres, con 1.776 cartas, la serie está

prácticamente completa, a excepción de la primera década del siglo; las 589 cartas de

los carpinteros cubren casi todo el siglo, pero quedan por localizar las

correspondientes a los períodos 1729-39, 1742-1757 y 1798-99. De un oficio más

pequeño, como la cerería, hemos localizado una serie muy homogénea de cartas –un

total de 117- que cubre las décadas de 1710-20 y 1740-1780. En otros oficios la

homogeneidad es menor, pero en seis casos he localizado series que sobrepasan las 40

cartas (emballenadores y cotilleros (90), tratantes de ropa usada o prenderos (85),

cerrajeros (82), ropavejeros (51), caldereros (48) y herreros de grueso (43))14.

La mayor parte de la información que voy a exponer procede de estos diez oficios por

ser, como he mencionado, los que ofrecen en el momento actual de la investigación

series homogéneas de información, así como un número nutrido y bastante

representativo de cartas. De hecho, dos de los gremios elegidos presentan un ritmo de

incorporación muy importante, como los sastres -que podían admitir a 40 nuevos

maestros al año en la década de 1780, aunque la media de la segunda mitad del siglo

XVIII fue de 21,5 maestros año- y los carpinteros que lo hacían a una media de 9,3

entre 1760 y 1789 (Gráfico 1). Mientras tanto, los emballenadores y cotilleros pasaron

de reclutar a casi 7 nuevos maestros en la década de 1730 a menos de tres en la de

13

En el Archivo Histórico Nacional también existe una relación de incorporaciones de nuevos maestros sastres que cubren el período de septiembre de 1707 a finales de 1715, pero no he localizado aún sus correspondientes cartas de examen en el archivo notarial. AHN, Delegación de Hacienda. Fondos

contemporáneos, leg. 191, caja 2, exp. 93. De este período, por tanto, desconocemos los datos de procedencia, edad, estado civil o profesión de los padres. 14

Los protocolos consultados para elaborar las bases de datos de estos oficios más nutridos han sido más de 100. Para el caso de los oficios más importantes tienen las siguientes signaturas: Archivo Histórico de Protocolos de Madrid (en lo que sigue AHPM), prots. 14521, 14523, 14526, 14528, 14584, 14774, 16225, 16476, 16477, 16548, 16549, 16765, 16768, 16769, 16834, 16835, 18896, 18898-18901, 19442-19445, 20152, 20153 y 21548-21558 (para los sastres), 14505, 14508, 14510, 14514, 14517, 14518, 14521, 14523, 14526, 14528, 16555, 16558, 16560, 17620-17649 y 20150-20158 (carpinteros), 16762-16768 (emballenadores y cotilleros), 18900, 18901 y 19442-19445 (herreros de grueso), 17493-17497 y 20248 (prenderos), 16762-16768 y 20389-20391 (caldereros), 16680-85, 17637-39, 17641, 17643-44, 17646-49 (cereros), 18897-18899 y 21548-21557 (sombrereros). Dado lo extenso del listado, omito las referencias del resto de oficios con las que he elaborado el cuadro 1 del apéndice. El mal estado de conservación ha hecho imposible la consulta del protocolo 14512 donde se contienen las cartas de examen de los carpinteros entre 1705 y 1706.

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1750, y sabemos que un buen número de oficios solo incorporaban a uno o dos nuevos

maestros al año15.

Gráfico 1. Evolución de la incorporación de nuevos maestros sastres y carpinteros,

siglo XVIII (números totales por décadas)

Las cartas de maestría permiten analizar la estructura gremial de la economía en tanto

que relacionan ésta con el acceso de los trabajadores al estatuto independiente de

maestro. Claro está que esto limita la investigación a los oficios corporativizados y al

estrato superior de la comunidad gremial, es decir, a los maestros, aquellos que tenían

en exclusiva el derecho a elaborar y poner a la venta sus productos dentro de la

jurisdicción municipal. Los demás miembros de la variopinta comunidad gremial,

aprendices, oficiales, mancebos, meseros o añeros quedan fuera del análisis por las

limitaciones de la fuente16. Las cartas también dejan a un lado a todos aquellos oficios

cualificados, como fabriqueros y canteros, que no vieron reconocida su agremiación y,

por tanto, carecían de regulación y pruebas de acceso.

La obtención de la destreza: procedimientos formales e informales

El examen era la llave que facilitaba el acceso a la maestría en los oficios

corporativizados y, por ende, era el instrumento utilizado por estos para garantizar su

reproducción. La minuciosa regulación dada a los exámenes en las ordenanzas revela

el interés que los gremios dedicaban al acceso a la maestría.

15

Un documento del Archivo Histórico Nacional alude a que en Madrid el ritmo de reclutamiento era muy desigual. De los ocho gremios que en 1768 pagaban derechos a la Sala de Alcaldes por expedir las cartas de examen en su escribanía de gobierno, maestros de coches, alojeros, silleros, guarnicioneros, confiteros, guanteros y jalmeros solo examinaban a un máximo de cinco oficiales al año, mientras que los zapateros de nuevo superaban las dos decenas. AHN, Consejos, Lib. 1.356, ff. 559r-536r. 16

Aunque las hay para estos colectivos: existen sobre todo cartas de aprendizaje. Dejaremos su estudio para posteriores trabajos, dada su importancia en la reproducción de los oficios aquí estudiados.

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Es de sobra sabido que los gremios imponían en sus ordenanzas unos requisitos para

poder acceder al grado de maestro. Entre los más conocidos estaban la consecución de

los pasos previos del aprendizaje y la oficialía, así como la realización de un examen y

la subsiguiente tasa de ingreso en la categoría de los maestros. Algunos gremios

añadían también una cuota para el sostenimiento de su cofradía. Otros requisitos

económicos, como la presentación de un fiador eran exclusiva de corporaciones donde

era el gasto de la prueba de examen era importante (curtidores) o se intentaba

garantizar el pago de los derechos (tejedores de lienzo). Pese a ser un requisito muy

conocido, la presentación de pruebas de limpieza de sangre era marginal y solo

afectaba a los oficios vinculados con el metal (mercaderes de hierro y herreros de

grueso). Estos últimos se mostraron muy exigentes a finales del siglo XVIII y a las

pruebas que demostrasen la cristiandad del aspirante a maestro desde 1781 añadieron

la necesidad de un memorial suplicatorio, los certificados de bautismo y de haber

ejercido de aprendiz y oficial.

Mucho menos conocido es que estos requerimientos eran manejados

estratégicamente por los mismos gremios así como por la monarquía con el objetivo

de garantizar tanto la entrada -o no- de nuevos miembros, como la estabilidad social.

Veamos estas estrategias a partir de la parte económica que constituyen los derechos

o tasas de examen.

A mediados del siglo XVIII, el gremio de sastres, el más nutrido de la ciudad, con 420

maestros y nada menos que 703 oficiales, atravesaba por una importante crisis

económica derivada de unas nutridas imposiciones fiscales y la construcción de la sede

gremial –en la calle de la Paz-, lo que había motivado la suscripción de voluminosos

préstamos. Para solucionar su problema financiero el gremio acudió al socorrido

método de la subida de las tasas de examen, pero el Consejo de Castilla, fiel a una

política paternalista, decidió mantenerlas a niveles relativamente bajos –se negó a

aceptar la solicitud del gremio de fijar los derechos en 541 reales y solo en 1787

admitió pasar de los 108 reales exigidos hasta entonces a 126- que permitieron la

entrada de muchos oficiales procedentes de lugares muy alejados de Madrid17.

Los carpinteros parecen haber optado por medidas similares, pero con efectos

diferentes. Al igual que los sastres, no modificaron las tasas de examen, siguiendo

17

Los problemas con la sala en AHN, Consejos, leg. 490. Que las tasas eran bajas no es mera retórica. Los oficiales de Zaragoza y Huesca sabían bien que el gremio madrileño era el chocolate del loro. Desde 1774 los primeros debían pagar nada menos que 637 reales en su ciudad natal, el equivalente a 213 días de trabajo o cinco veces más que los madrileños; lo que explica tanto que reclamasen que los derechos de examen se redujesen al nivel de Madrid -o a 200 reales-, como que, ante la negativa del gremio a aceptar su demanda, se decidiesen a emigrar a la capital (como veremos más tarde al hablar de la movilidad). A. Peiró Arroyo, Jornaleros y mancebos. Identidad, organización y conflicto en los trabajadores del Antiguo Régimen, Barcelona, Crítica, 2002, p. 144. Por su parte, los de Huesca parecen haber jugado la baza de examinarse directamente en Madrid y pleitear después ante el Consejo de Castilla para conseguir que el título madrileño se convalidase en Aragón. Tres poderes para pleitos de 1785 avalan esta práctica. AHPM, prot. 19.445, ff. 66, 145 y 147.

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vigentes a lo largo del XVIII los 22 reales que fijaban por este concepto las ordenanzas

de 1668. Esto permitió que entre 1757 y 1799 casi se doblara el número de maestros –

los 309 de 1757 eran 599 en 1799- pero, sobre todo, que aumentaran mucho más las

cifras de los oficiales, que pasaron de cerca de 800 a 2.301 entre ambos años; o, lo que

es igual, un promedio de casi cuatro por maestro en la última fecha. Los maestros

tenían, por ende, negocios más prósperos, acordes posiblemente con una mayor

demanda y reservados a un número creciente de maestros.

Los oficios menos numerosos sí optaron por aumentar los derechos de examen, pero

los mantuvieron a unos niveles asequibles debido también al férreo control del

Consejo de Castilla. En 1725 los cotilleros y emballenadores tuvieron que renunciar a

una propuesta de elevar las tasas a 550 reales, y todos los que se examinaron entre

1733 y 1756 pagaron 110 reales. Las ordenanzas de los herreros de 1760 fijaron la tasa

en 220 reales, reducida a la mitad solo para los hijos de los maestros. Tampoco

observaron aumentos los 95 reales exigidos por los prenderos desde 175018.

Otros gremios fueron más rigurosos y encontraron el apoyo del Consejo de Castilla en

su pretensión de subir las tasas. Las ordenanzas de 1757 de los silleros y

guarnicioneros fijaron unas condiciones draconianas para los maestros recién llegados:

264 y 396 reales respectivamente, es decir, justo el doble de los oficiales que habían

aprendido en Madrid. Es más a los aspirantes foráneos no les valía con presentar la

carta de examen de la localidad de origen19.

Los datos que acabamos de ver avalan que el número de maestros y trabajadores

inscritos en los gremios fue cambiando a lo largo del siglo debido al propio crecimiento

experimentado por la mano de obra total de la ciudad, pero sobre todo así como a

estrategias de los propios gremios por controlar el volumen de las diferentes

categorías ocupacionales en beneficio de los maestros. En última instancia, los gremios

se vieron constreñidos por la política de un Consejo de Castilla que veló para que

Madrid tuviese bajas tasas de examen con el fin de facilitar la entrada en los gremios

de buen número de oficiales en aras a mantener la paz social en la ciudad. En suma, el

aporte de nuevos maestros obedeció a causas económicas y políticas, y no tanto a

razones puramente demográficas, de manera que es posible sostener que el

reconocimiento a la destreza por procedimientos formalmente reconocidos no parece

que fuese un problema en Madrid durante todo el siglo XVIII para buena parte de los

aspirantes a maestros.

La reproducción de los oficios que acabamos de ver muestra una de las caras del

problema que estamos tratando. Pero las cartas de examen solo se refieren a oficios

18

AHN, Consejos, leg. 12.531 (cotilleros), Archivo General de Simancas, Consejo Supremo de Hacienda,

Junta de Comercio y Moneda, leg. 317, exp. 2 (herreros de grueso) y Archivo de la Villa de Madrid (AVM), Corregimiento, 1-51-38 (prenderos). 19

AVM, Secretaría, 2-244-3 y 2-244-18.

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institucionalizados, es decir, los que tenían una identidad corporativa y estatuto de

gremio. ¿Qué pasaba con los oficios que no tenían este estatuto? ¿Cómo se certificaba

la cualificación en oficios no corporativizados? ¿Era necesaria una prueba, como el

examen gremial, para obtener el reconocimiento formal de las instituciones

reguladoras del mundo laboral? Estas preguntas aluden al curriculum oculto del grueso

de los trabajadores madrileños y cuestionan aspectos de una teoría, la del capital

humano, que tiene muchas dificultades para adecuarse a épocas donde no estaban

sólidamente establecidas las instituciones formales que certificaban el reconocimiento

de la cualificación y donde la alfabetización –y, por ende, la cultura escrita- no estaba

tan extendida como lo sería posteriomente20.

A falta de una prueba reconocida formalmente, en los oficios no agremiados se revela

imprescindible la fusión de paisanaje, parentesco, confianza y prestigio adquirido

(tanto individual como colectivo), a la hora tanto de adquirir las habilidades técnicas

inherentes al oficio como de conseguir trabajo. En este sentido, resulta sumamente

ilustrativo lo sucedido con los dos oficios no agremiados que hemos seleccionado para

nuestro estudio. No en vano, las cuadrillas de fabriqueros de carbón y canteros se

reclutaban entre operarios de zonas muy concretas –lo que reforzaba el prestigio del

área, así como el capital social colectivo- y muchas de ellas estaban formadas por

miembros de las mismas familias.

Pese a no contar con examen y estructura corporativa, los fabriqueros eran un oficio

cualificado que requería de mucha destreza, el conocimiento de unas operaciones

técnicas muy minuciosas y unas funciones de gestión que incluían la recluta del trabajo

(destajeros y mozos de fábrica) que fuese igualmente hábil y posibilitase una óptima

calidad de carbón así como una rápida disposición de éste. No todo el mundo valía

para levantar un horno de carbón, por lo que los fabriqueros principales tenían que

conocer bien la composición de las cuadrillas, y la repetición en los montes cercanos a

Madrid de mozos y destajeros de las mismas áreas geográficas revela que los

fabriqueros confiaban en aquellos que habían hecho bien su trabajo en temporadas

anteriores. El éxito de algunos fabriqueros, manifestado en su ascenso hasta la

obligación del carbón, la cúspide del sector, se basó en la combinación de la recluta de

buenos trabajadores y el conocimiento del engranaje administrativo y comercial

propio del sector del carbón madrileño21.

20

Hay muchos problemas relativos a las fuentes vinculadas con los artesanos y la alfabetización. Aunque es una de las pocas pistas para seguir de forma seriada la evolución de la instrucción de los maestros, no veo muy convincente ligar alfabetización con la posibilidad de firmar, como se hace, en el por otro lado, magnífico estudio de J. Soubeyroux, “L´Alphabetisation des corporations de metiers madrilenes aux XVIIème et XVIIIéme siecles”, en S. Madrazo y V. Pinto, Madrid en la época moderna: Espacio, sociedad y cultura, Madrid, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 1991, pp. 201-215. 21

J. A. Nieto, “Los “fabriqueros”: una pieza clave en la organización madrileña del carbón en la primera mitad del siglo XVIII”, Revista de Historia Industrial, 44, 2010, 3, pp. 17-38, esp. 22-23.

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10

Que la falta de prueba formal de acceso al oficio no impedía la existencia de

cualificados y exitosos operarios se refuerza en las biografías de algunos fabriqueros.

Valgan los ejemplos de trabajadores portugueses que comenzaron en la misma fábrica

de carbón y se valieron de su experiencia como gestores a través de la fábrica para dar

el salto a la obligación. El fabriquero Tiatonio Domínguez procedía de una más de las

cuadrillas reclutadas por los obligados de Madrid en Parada de Monte, en el concejo

de Valladares (arzobispado de Braga). Sus inicios en la fábrica datan, al menos de 1729,

realizando toda su carrera a las órdenes del obligado Pedro Vázquez. A la muerte de

éste en 1745 Tiatonio casó con su viuda y sucedió al difunto en la gestión de la

obligación. Usando el trampolín del matrimonio así como sus contactos con la casa de

la reina Bárbara de Braganza, Tiatonio se convirtió en uno de los obligados más

influyentes del Madrid de mediados del siglo XVIII. La procedencia de los fabriqueros

contratados para su negocio incide en el área de su tierra natal. Del fabriquero José

Estévez desconocemos su procedencia exacta, pero sabemos que pertenecía a una

nutrida saga de trabajadores del carbón (un total de 5). El mismo aparece por primera

vez en la fábrica en 1725 a las órdenes del obligado Juan Álvarez, quien en esa fecha ya

le consideraba su “fabriquero principal”. Dos años después tuvo problemas y su nuevo

obligado tuvo que pagar una fianza para sacarle de la cárcel. Pero la experiencia

ganada en sus años de fabriquero, le permitió conocer todos los ángulos del oficio,

convertirse en tratante, establecer negocios con el duque de Osuna y el embajador de

Portugal y finalmente alcanzar el grado de obligado en 1733 (lo que le facilitaba

contratar con el ayuntamiento de Madrid). Veinte años después disponía de carretería

propia, era muy famoso en Madrid y los que le conocían, junto al respeto que le tenía

todo el mundo, coincidían en que repartía favores por donde pasaba. No en vano, dos

años antes, en el invierno crítico de 1751, desplegó una estrategia de captación de

hasta 9 fabriqueros para comprar y tantear montes. Por su nómina pasaron vecinos de

pueblos de amplia tradición fabriquera (de los toledanos Mazarambroz y Santa Cruz de

Retamar, y el madrileño Bustarviejo), así como paisanos como Mateo Álvarez22.

Los fabriqueros eran una mano de obra muy especializada, pero desprestigiada en aras

a mantener precios bajos de venta por el producto que elaboraban. La situación de los

canteros era similar, pues si sus productos eran valorados socialmente y su mano de

obra se sabía imprescindible, se les negaba también la corporativización en aras a

evitar tanto que se elevaran sus salarios como la formación de un frente de agitación

laboral. En la mayor parte de Castilla el oficio de cantero ni estaba agremiado ni

regulado23, y en Madrid las diferentes peticiones elevadas en este sentido por nuestros

22

El grueso de las notas biográficas de Tiatonio Domínguez y José Estévez proceden de las declaraciones efectuadas en un pleito con el procurador Personero. AHN, Consejos, leg. 2.020. 23

Hay, con todo, excepciones, procedentes de la agremiación de los canteros en ciudades como Murcia y Lorca. J. L. García Abellán, Organización de los gremios en la Murcia del siglo XVIII, Murcia, 1976 y C. de la Peña Velasco, “Declaración de actitud para el ejercicio de alarife en el siglo XVIII: la consecución de la maestría”, Anales de la Universidad de Murcia, 1984-85, pp. 141-162.

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protagonistas al Consejo de Castilla fueron negadas al considerar esta magistratura

que los precedentes conflictivos del oficio se reforzarían con su agremiación24. Estas

negativas, empero, no impidieron que los miembros del oficio mejor instruidos

consiguiesen una suerte de agremiación por la vía de integrarse en la cofradía de

Nuestra Señora de Belén, corporación a la que solo se permitía el examen de los

“oficios mecánicos” del sector de la construcción25. Pero el reconocimiento formal no

llegó a todo el oficio, razón por la que, al igual que los fabriqueros, la recluta del factor

trabajo no se realizaba mediante los pasos formalmente reconocidos en el mundo

gremial, y tenía lugar entre miembros de una misma zona y de familias especializadas

desde tiempo atrás en la labra de la piedra. La confianza era aquí el eje de la

reproducción del oficio y la enseñanza, fundamentalmente empírica, se basaba en la

transmisión oral de los conocimientos en el mismo lugar de trabajo. Ni la falta de

conocimiento teórico, examen o alfabetización, impidió que hubiese canteros –como

Juan Durán- que no solo realizaban bien su trabajo sino que además fueron capaces de

vencer las trabas impuestas por otros miembros de la profesión y lograron ascender en

el mal definido escalafón del oficio encaramándose a las categorías de maestros de

obras26.

Corporaciones abiertas versus corporaciones cerradas

Lo primero que llama la atención al analizar el reclutamiento del trabajo por parte de

las corporaciones de oficio es la diversidad de vías de acceso. Esta heterogeneidad

invita a comprobar, primero, si en Madrid se reproducen los patrones que bosquejara

Fernando Diez para los gremios valencianos; a saber: pautas de reclutamiento que

engloban gremios cerrados, otros que programaron su cierre y los que abrieron sus

24

Los importantes precedentes conflictivos afectaron a la principal obra erigida en la ciudad, para más inri, sufragada por el mismo monarca: la construcción del Palacio Real Nuevo. No en vano, uno de los principales conflictos laborales sucedidos en Madrid tuvo lugar en estas obras en 1746. F. J. Plaza de Santiago, Investigaciones sobre el Palacio Real Nuevo de Madrid, Publicaciones del Departamento de Historia del Arte. Universidad de Valladolid, Valladolid, 1975, pp. 61-65. Las diferentes negativas de agremiación en AHN, Consejos, lib. 1.353, ff. 509r-518v. y lib. 1.368, ff. 408r-411v. 25

Solo en la década de 1780 los arquitectos más prestigiosos de Madrid definieron el organigrama del sector de la construcción. Este estaba estrictamente jerarquizado y tenía una forma piramidal, en la que la base la formaban albañiles, canteros y carpinteros, seguidos en un escalón más alto por los maestros de obras (encargados de obras pequeñas y viviendas comunes). Por encima de estos estaban los arquitectos, que monopolizaban las grandes obras, y más arriba, los tenientes y directores de la Academia de san Fernando, encargados de la docencia e información de los proyectos más importante de obras públicas. Por último, la cúspide estaba coronada por los arquitectos reales. La materialización de este esquema fue fruto de un debate que puede seguirse en J. E. García Melero, “El debate académico sobre los exámenes para las distintas profesiones de la Arquitectura (1781-1783) (El arquitecto según Juan de Villanueva)”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII, Historia del Arte, 1, VI, 1993, pp. 325-378. Una aproximación al contexto en el que se fraguó este debate en P. Navascués Palacio, “Sobre titulación y competencias de los arquitectos de Madrid (1775-1825)”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, XI, 1975, pp. 123-136. 26

Una visión muy general de estos factores en J. A. Terán Bonilla, “Los gremios albañiles en España y Nueva España”, Imafronte, 12-13, 1998, pp. 341-356.

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puertas en respuesta a los cambios económicos y demográficos del siglo27. Y, en

segundo lugar, si en nuestra ciudad se puede hablar de la formación de mercados de

trabajo en la línea planteada recientemente por R. Reith. Este autor diferencia cinco

grandes categorías de estos mercados: los protagonizados por los principales oficios de

la construcción, los que producen en talleres pequeños y cuyos productos se

distribuyen de manera extralocal, oficios de pequeña escala vinculados con la

alimentación, oficios de manufacturas básicas y, por último, oficios pequeños y

altamente especializados. Para esta ocasión nos es imposible abordar ejemplos de

todos estos mercados de trabajo, pero analizaremos una muestra del que hemos

citado en segundo lugar a través de los sombrereros, del cuarto mediante sastres,

carpinteros y herreros, y del quinto a través de emballenadores y cotilleros28.

Comencemos por las vías de acceso al oficio. Hay una regla general que imputa a los

gremios haber facilitado el acceso a la maestría a los hijos y yernos, cerrándola al resto

de oficiales y aprendices. Veamos qué dicen las cartas de examen al respecto.

Por de pronto, las de los sastres son muy parcas al respecto, siendo solo poco más de

20, de un total de 1.776 cartas, las que aluden a la profesión del padre. Muchas de las

cartas de la segunda mitad del siglo XVIII son muy estereotipadas y, por tanto, no son

muy fiables. Sin embargo, las de comienzos de siglo son más rigurosas y muestran que

11 de los 134 nuevos maestros sastres eran hijos de maestros (8 por ciento). Más

prolijas y, por tanto, fiables, son las de los carpinteros que en un total de 589 cartas

entre 1701 y 1797 muestran que 118 nuevos maestros seguían el oficio de sus padres,

o un 20 por ciento; el mismo porcentaje ofrecen los caldereros y un poco más bajo, los

sombrereros (19,3 por ciento). De esta norma solo se desvían los herreros con el 34

por ciento. Es decir, estamos hablando de cifras muy bajas y en consonancia con las

expuestas para otras ciudades continentales, lo que quiere decir que los carpinteros,

caldereros, sombrereros e incluso los sastres –con nuestras dudas sobre la muestra- no

protagonizaron la endogamia defendida por los ilustrados y algunos historiadores29.

27

En el caso valenciano, F. Díez se valió de los curtidores para ilustrar el primer patrón, de los plateros para el segundo, y de los carpinteros, zapateros, albañiles, horneros y otros oficios de la seda, para el tercero. La diversidad advertida por F. Díez, en Viles y mecánicos…, p. 60 y el análisis de casos concretos en pp. 61 y ss. Para Madrid no es posible por el momento profundizar en los oficios cerrados, pues el Archivo del Arte de Plateros se encuentra también “cerrado” para los investigadores y no hemos encontrado cartas de examen de los curtidores. En este último caso el problema es menor pues contamos con el magnífico y reciente trabajo de J. C. Zofío, “Artesanos ante el cambio social. los curtidores madrileños en el siglo XVII”, Cuadernos de Historia Moderna (en prensa), que ilustra pautas muy similares a las apuntadas por Díez y que muy posiblemente sean extrapolables al siglo XVIII. 28

Lamentamos sobre todo la falta de información de la construcción, de la que no esperamos grandes resultados al no haberse estructurado en gremio la principal ocupación de Madrid que era la albañilería. Los canteros que veremos más tarde cubren solo parcialmente estas lagunas. Sobre la categorización, R. Reith, “Circulation of Skilled Labour in Late Medieval and Early Modern Central Europe”, S. R. Esptein y M. Prak (eds.), Guilds, Innovation…, pp. 114-142 (esp. 127-130). 29

La homologación con las cifras europeas procede de la comparación de los datos ofrecidos por Shephard, que fija como “un porcentaje asombrosamente bajo” el del 30 por ciento de nuevos maestros

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Las cartas también facilitan información sobre la proporción de nuevos maestros

naturales de Madrid que siguen la profesión paterna, y la de aquellos que, siendo de

otros lugares también siguieron los pasos profesionales de sus progenitores. En el caso

de los carpinteros -el único gremio con datos fiables-, la proporción de hijos de

maestros se mantuvo prácticamente constante durante el siglo –en torno a uno de

cada cinco nuevos maestros- y no fue muy importante numéricamente. En la segunda

mitad del siglo se aprecia un aumento del número de nuevos maestros que seguían el

oficio paterno lejos de los talleres de sus padres -estos no residían en Madrid-, pero

tampoco parece que las cifras sobrepasen los niveles continentales (cuadro 1).

Cuadro 1. Hijos de maestros que siguen la profesión paterna en el gremio de carpinteros (total y porcentajes)

Años Total de

cartas

Porcentaje total

Porcentaje de hijos

de maestros

de Madrid

Porcentaje de hijos de maestros de fuera de

Madrid

Procedencia desconocida

1700-1749 1750-1799

185 404

19,9 21,4

8,1 (15) 7,4 (30)

3,2 (6) 13,3 (54)

8,6 (16) 0,7 (3)

Total 589 21 (124) 7,6 (45) 10,1 (60) 3,2 (19)

A título provisional, de lo anterior se desprende que la movilidad ocupacional que

tenía lugar en la comunidad gremial era importante tanto en la ciudad como entre los

medios rural y urbano. Los gremios madrileños siguieron abriendo sus puertas a lo

largo del siglo XVIII y dado que fueron pocos los que siguieron las profesiones de sus

padres es posible defender que no hubo un monopolio cerrado reservado a los hijos de

maestros en detrimento del resto. No es verosímil que los maestros no tuviesen

suficientes hijos para sucederles en los puestos que ocupaban en la comunidad

gremial. Más probable es que los hijos abandonasen su promoción en el interior del

oficio paterno y, por tanto, hubiese margen para la movilidad social y económica de

oficiales que no eran hijos de maestros.

Cuadro 2. Distribución de los maestros sastres por edad en el momento de la entrada en el

gremio, 1719-99 (en porcentajes)

Madrileños No madrileños Total 1719-99 Edad 1719-39 1740-69 1770-99 1719-39 1740-69 1770-99

-20 2,2 5,2 1,1 1,5 0,2 0,3 0,8 (15)

20-29 50 40,3 42 41,8 38,9 36,4 38,7 (680)

30-39 43,1 36,4 44,5 44,8 47,1 44,6 44,8 (788)

40-49 4,5 16,8 10 10,2 12,1 16,7 13,8 (243)

+ 50 2,2 1,3 0,9 1,5 1,7 2 1,7 (31)

Total 100 (44)

100 (77)

100 (110)

100 (263)

100 (461)

100 (801)

100 (1757)

que siguieron los pasos de sus padres en el oficio. E. J. Shephard, “Movilidad social…”, p. 63. Con todo, para Madrid, hay que entender nuestra afirmación como algo provisional, a la espera del vaciado y análisis de las cartas de más oficios.

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El cuadro 2 muestra la distribución por edad de los nuevos maestros sastres. Tres

cuestiones se aprecian referentes a los más jóvenes: la primera, que la incorporación

de maestros menores de 20 años es bajísima, no superando en todo el período la

media del 1 por ciento30. La segunda, que estos maestros jóvenes se incorporan con

más fuerza entre 1719 y 1769, momento en el que comienzan a decrecer de manera

significativa. Y, la tercera, que los nuevos maestros madrileños entran en la

corporación antes que los no madrileños. Aunque sabemos que la serie de los sastres

no es muy fiable a la hora de reflejar la profesión del padre, sorprende que solo un

caso de los poco más de veinte nuevos maestros sastres menores de veinte años

tuviese a su padre ejerciendo el oficio. En suma, los sastres admitieron a un mínimo de

maestros muy jóvenes.

Los carpinteros muestran rasgos distintos (cuadro 3). Por de pronto, el porcentaje de

nuevos maestros menores de veinte años es mucho más alto que en los sastres. Y los

que integran este grupo son casi en exclusiva procedentes de Madrid, lo que casa con

maestros carpinteros que se valen de su posición de maestros y de veedores para

promocionar a sus hijos. Pero lo cierto es que las cifras no son excesivamente grandes,

lo que revela que ni siquiera aquí el gremio tuvo unas pautas que avalen la endogamia

a la que tradicionalmente se les asocia.

Cuadro 3. Distribución de los maestros carpinteros por edad en el momento de la entrada en

el gremio, 1701-99 (en porcentajes)

Madrileños No madrileños Total 1710-99 Edad 1701-28 1740-69 1770-99 1710-28 1740-69 1770-99

-20 6,7 17,6 6,9 0 0 4 5,3 (30)

20-29 60,8 54,4 55,9 56,4 50,7 45,1 52,9 (297)

30-39 27 24,6 27,9 36,4 41,2 35,3 32,2 (181)

40-49 5,4 1,7 9,3 5,8 7,9 11,1 7,8 (44)

+ 50 0 1,7 0 1,1 0 4,5 1,6 (9)

Total 100 (74)

100 (57)

100 (129)

100 (85)

100 (63)

100 (153)

100 (561)

Algo sabemos también sobre las pautas de residencia. Los hijos de los maestros que

ingresaban a corta edad seguían generalmente vinculados a sus padres, sin abrir

establecimiento propio, pues era habitual que el hijo se quedara trabajando con su

padre hasta edad adulta. Los sastres no facilitan apenas información en este punto,

pero sí los carpinteros. En este gremio los jóvenes maestros gozaban de los privilegios

y derechos que otorgaba la maestría, aunque no representasen una unidad

independiente de producción. Pero habría que encontrar otros oficios para ver la

diversidad u homogeneidad en este punto.

Las cartas facilitan la edad de entrada a la maestría, lo que permite conjeturar el

tiempo de acceso y la permanencia hasta lograr el título. Las referencias globales con

30

Recordemos que para Dijon Shephard ya consideraba un porcentaje muy bajo el 4,7 por ciento para todos sus oficios entre 1693 y 1790. E. J. Shephard, “Movilidad social…”, p. 66.

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que contamos parecen indicar que en la primera mitad del siglo XVIII los artesanos

entraban a la maestría con una edad cercana a los 30 años e incluso menos (cuadro 4).

Los sastres oscilaban entre los 31,5 años de media de acceso en 1720 y los 29,8 de

1740; los 125 carpinteros de 1712-1742 obtuvieron su carta a los 28,8 años de media;

los 87 cotilleros y emballenadores de los que tenemos información para el período

1733-56 entraban al oficio a la misma edad que los carpinteros. Extremadamente

jóvenes lo hacían los caldereros, aunque en este oficio las prácticas de ciertos

veedores enlazan con la tradicional imagen de los gremios.

Cuadro 4. Edades medias de entrada a siete gremios madrileños, 1700-1799

Media de edad

Sastres Carpinteros Cereros Cotilleros Sombrereros Caldereros Herreros Prenderos

1700 28,1

1710 28,2 25,1

1720 31,5 29,5 25,6

1730 30,3 29 22,8

1740 29,8 28,8 25,5 27,6 21,8

1750 31,5 29,5 26 26,9 31

1760 33,9 28,4 24,4 31 40

1770 34 23,1 23,2 28 29,5 38,3

1780 33 35,5 23,7 30,1 33,1

1790 31,1 30,6 29,7

En líneas generales, en la segunda mitad del siglo la media de edad aumentó hasta la

década de 1780, aunque cada oficio siguió su propia pauta de comportamiento. Los

sastres llegaron a establecerse como maestros cuatro años más tarde que antes

superando los 34 años en la década de 1770, pero al acabar el siglo alcanzaban la

maestría con 31,1 años, es decir, prácticamente la misma edad que en 1720 ó 1750.

Los carpinteros siguieron una tendencia errática motivada por las incorporaciones de

hijos de veedores –incluso algunos de 3 años- pero, aún así, en 1780 aumentaron en

siete años su edad de entrada con respecto a 1710, alcanzando la maestría a los 35

años de media. En la década de 1790 el gremio admitió a un gran número de maestros

jóvenes, lo que hizo descender en nada menos que cinco años la edad de entrada. Más

tardíos eran los prenderos: 73 miembros de este oficio llegaron a ser titulares de su

carta con una media de 39,6 años entre 1761 y 1776. Puede que este gremio sea un

excepción, dado que tenía carácter comercial y a él acudían personas “rebotadas” de

otras ocupaciones, razones que pueden explicar que 14 de sus nuevos miembros

ingresasen con entre 50 y 59 años, y dos superasen la sesentena. Los precoces

caldereros también se incorporaban a la maestría seis años más tarde en 1770 que en

la primera mitad del siglo. De esta norma solo escapaban los sombrereros, que vieron

adelantar su entrada en la corporación en algo más de un año entre 1750 y 1790. En

general, la tendencia es a que el grueso de los artesanos retrasa su entrada al gremio

hasta 1780. Y aunque no conocemos la causa, es posible que las condiciones para abrir

un taller de manera independiente fuesen cada vez más desfavorables a los oficiales.

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Movilidad geográfica

También desconocemos casi todo acerca de las condiciones económicas de las familias

que decidieron un día abandonar sus lugares de nacimiento con el fin de instalarse en

Madrid. Por ello solo podemos afirmar que la ciudad tuvo que ofrecer estímulos

suficientes para que compensase viajar hasta ella con el fin de ganar una cierta

cualificación, primero, y obtener el grado de oficial y maestro, después. En este

sentido, las cartas de examen son una fuente excelente para estudiar la movilidad

geográfica de los artesanos.

La información que todo candidato a maestro debía presentar incluye datos

biográficos rudimentarios pero muy valiosos para evaluar el recorrido de los artesanos

hasta establecer su taller independiente. En la inmensa mayoría de las veces, el

escribano del gremio indicaba en la carta el lugar de nacimiento del maestro (en muy

pocas no aparece este dato o es imposible de determinar con razonable certeza). Es

decir, podemos analizar con mucha precisión de dónde procedían los nuevos maestros

madrileños en el siglo XVIII31.

Hay, con todo, ciertos problemas, pues las cartas de maestría no suelen indicar el

tiempo que los oficiales llevaban residiendo en Madrid hasta la fecha en que fueron

admitidos al examen. Solo en una buena serie de los maestros sastres y carpinteros de

la primera mitad del siglo XVIII podemos establecer con certeza el tiempo transcurrido

desde que un oficial llegaba a Madrid hasta que alcanzaba la maestría. Entre 1719 y

1732, 109 maestros sastres alcanzaron esta categoría tras pasar una media de 16 años

como aprendices y oficiales, lo que equivalía a tener la carta de maestría en el bolsillo

con 31 años cumplidos; los 106 carpinteros que facilitan este dato para el período

1712-42 pasaban 14,5 años para obtenerla.

Cuadro 5. Nuevos maestros carpinteros en siete décadas, 1701/28 y 1760-1797 (por

décadas y porcentajes)

1700 1710 1720 1760 1770 1780 1790

T % T % T % T % T % T % T %

Madrid 20 57,1 28 50,9 25 36,7 45 46,3 41 48,2 54 55,1 34 30,9

Provincia 4 11,4 6 10,9 17 25 11 11,3 12 14,1 11 11,2 14 12,7

Cas. Mancha 2 5,7 14 25,4 15 22 20 20,6 14 16,4 10 10,2 25 22,7

Cas. León 1 2,8 3 5,4 4 5,8 14 14,4 6 7 9 9,1 11 10

Otros 8 22,8 4 7,2 7 10,2 7 7,4 12 14,3 14 14,4 26 23,6

Total 35 100 55 100 68 100 97 100 85 100 98 100 110 100

31

Para proceder a nuestro análisis geográfico hemos establecido como patrones de referencia las comunidades autónomas actuales.

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Sigamos con el gremio de carpinteros. Los primeros datos seriados son de 158 cartas

que cubren los años 1701-28. De ellas el 46,2 por ciento se expiden a madrileños y un

17 por ciento más a carpinteros de la provincia, lo que supone el 63,2 por ciento del

total de cartas. En la segunda mitad del siglo la importante aportación de Madrid

disminuye, aunque el descenso es más acusado en los pueblos de la provincia. Por el

contrario, más del 40 por ciento de nuevos maestros no son de Madrid y su provincia,

y esto en un gremio que muchos podrían asociar con unas pautas de comportamiento

tradicional, es decir, maestros madrileños con poca movilidad. ¿De dónde procedían

estos nuevos maestros? Sobre todo de Castilla la Mancha, que aporta 69 nuevos

maestros, y algo menos de Castilla León (con 40)32. Hay muy pocos nuevos maestros

carpinteros de otros lugares y, sobre todo, sobresale la ausencia de extranjeros (solo

un italiano, aunque en las cartas se cita al francés monsieur Gotier [sic] que ocupa a

varios oficiales). Por tanto, lo que destaca aquí es la concentración en Madrid, su

provincia y ambas Castillas33.

Cuadro 6. Nuevos maestros sastres, 1720-1799 (por décadas, números totales y

porcentajes)

1720 1730 1740 1750 1760 1770 1780 1790

T % T % T % T % T % T % T % T %

Madrid 17 17 26 13,2 32 13,7 22 14,4 23 14,8 27 12 36 11,1 47 13,1

Provincia 14 14 16 8,1 23 9,8 15 9,8 12 7,7 25 11,1 26 8 17 4,7

Cas. Mancha 18 18 38 19,3 54 23,1 49 32,2 27 17,4 49 21,7 64 19,8 73 20,3

Cas. León 13 13 29 14,7 40 17,1 21 13,8 26 16,7 29 12,8 52 16,1 58 16,2

Galicia 8 8 14 7,1 13 5,5 3 1,9 11 7 11 4,8 20 6,1 15 4,1

Asturias 5 5 13 6,6 10 4,2 5 3,28 2 1,2 7 3,1 23 7,1 17 4,7

Cataluña 1 1 8 4 8 3,4 9 5,9 16 10,3 18 8 22 6,8 17 4,7

Aragón 5 5 5 2,5 7 3 9 5,9 7 4,5 16 7,1 18 5,5 35 9,7

Otros 9 9 25 12,7 26 11,1 12 7,8 14 9 26 11,5 32 9.9 41 11,4

Extranjeros 10 10 22 11,2 20 8,5 7 4,6 17 10,9 17 7,5 30 9,2 38 10,6

Total 100 100 196 100 233 100 152 100 155 100 225 100 323 100 358 100

Había otro modelo, el del oficio artesano más voluminoso de la ciudad, la sastrería. Si

los carpinteros ya desdibujan mucho el sedentarismo artesano, los sastres ofrecen

pautas que lo borran por completo. Entre 1720 y 1789, la procedencia de Madrid y su

provincia pasó de un 31 por ciento a un 17,8 en la década de 1790, siendo más fuerte

32

Dentro de Castilla León destaca, por su vinculación con la demanda suntuaria de la Casa Real, los dos maestros naturales del Real Sitio de san Ildefonso (Segovia), y alguno más que había aprendido allí o tenía algún pariente trabajando. 33

Este rasgo también se confirma en la muestra de 87 cotilleros y emballenadores: entre 1733 y 1756 tres de cada cuatro procedían de Madrid (29,8 %), su provincia (12,6) y ambas Castillas (17,2 % cada una). La procedencia extranjera representa un 6,8 por ciento y acogía a dos franceses, un irlandés, un alemán, un belga y un austriaco.

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este descenso en la provincia (cuadro 6)34. O dicho de otro modo: en la última fecha,

más de ocho de cada diez nuevos maestros no eran madrileños, lo que permite

defender que los sastres habían abierto las puertas del gremio a los forasteros durante

todo el siglo XVIII.

Visto el descenso de Madrid y su provincia es factible preguntarse ¿de dónde

procedían los nuevos maestros sastres? De la población de ambas Castillas, que aportó

a lo largo del siglo el grueso de los nuevos maestros madrileños, y que representaba el

31 por ciento en 1720 y cinco puntos más en 1790-99. Es decir, algo más de uno de

cada tres nuevos maestros era castellano. El resto procedía de casi todo el territorio

peninsular destacando las contribuciones de gallegos, asturianos, aragoneses y

catalanes, contingente que en su conjunto engloba a casi un cuarto de los nuevos

maestros en la década de fin de siglo. Uno de cada diez nuevos maestros venía del

extranjero, sobre todo, de Francia (que, no en vano, dictaba las modas en ese

momento). Esta procedencia de larga distancia matiza en buena medida la estimación

de R. Reith sobre estos oficios de industrias básicas, a los que asigna un área local para

el reclutamiento de su fuerza de trabajo, o todo lo más, de entornos cercanos35.

Los silencios que encontramos en los datos de los sastres son elocuentes. Por de

pronto, andaluces, murcianos, extremeños o cántabros no parecen interesados en

Madrid, por lo que al menos para los sastres podemos decir que tenían redes propias o

más cercanas de reclutamiento. O dicho de otro modo, en la península se habían

organizado mercados de trabajo fragmentados geográficamente y en cierto modo sin

mucha relación entre sí36.

Podemos insistir en nuestra pregunta sobre la procedencia en aras a atinar más en la

respuesta: ¿De dónde procedían los nuevos maestros? Los sastres se reclutaban en

pequeñas villas castellano-manchegas –de Ocaña, Almagro, La Solana, Valdepeñas,

Santa Cruz de Mudela, Talavera, Torrijos, Orgaz procedía el 22,5 por ciento de los

nuevos sastres de la región- y el campo circundante. La proporción en este sentido es

aplastante al compararlo con las grandes ciudades: 312 nuevos sastres procedían del

primer ámbito, mientras que de las cinco capitales provinciales de Castilla La Mancha

solo lo hacían 54 (de Toledo procedían 25, pero de la cercana Guadalajara solo 7

siendo superada por las más lejanas Cuenca (9) y Ciudad Real (10)) (cuadro 7).

34

La Tierra de Madrid, el ámbito jurisdiccional de la Villa y también su zona más cercana, aportaba el 30 por ciento de los nuevos maestros procedentes de la provincia, destacando la aportación de las aldeas más grandes como Getafe (con 7 maestros) o Pinto (con 6). Pero los motores de la reproducción del oficio en este ámbito cercano a Madrid se encontraban en villas más alejadas, más grandes y con una jurisdicción que se escapaba a la ciudad: de Alcalá de Henares procedían 13 nuevos maestros, mientras que de Valdemoro lo hacían 18. 35

R. Reith, “Circulation of Skilled Labour…”, p. 129. 36

Tal vez por ello no sea posible advertir en nuestro ámbito de estudio algo similar al Tour de France descrito por M. Sonenscher, “Journeymen´s Migrations…”.

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Cuadro 7. Selección de las principales áreas de procedencia de nuevos maestros

sastres (ciudades, villas y campo)

Grandes ciudades (más de 5.000 habitantes)

Villas de menos de 5.000 habitantes y aldeas

Total % Total %

Cas. Mancha 54 14,7 312 85,3

Cas. León 74 27,6 194 72,4

Asturias 8 8,8 82 91,2

Cataluña 56 56,5 43 43,4

Aragón 25 24,5 77 75,4

Andalucía 17 60,7 11 39,3

País Valenciano 13 65 7 35

País Vasco 8 42,1 11 57,9

En Castilla León, el otro motor de la sastrería madrileña, la situación era similar, pero

con una tendencia a que las grandes ciudades, como Salamanca (25) y Valladolid (22),

aportaran más efectivos, lo que eclipsaba en buena medida la aportación de las villas

medias como Agreda (13), Tordesillas (12) y Aranda de Duero (11). Pocos procedían de

las ciudades más cercanas de Segovia (5) y Ávila (3), que parecen haber tenido

mercados propios de trabajo (al menos en los oficios de la confección). En cuanto a la

zona norte, de donde venían gallegos y asturianos, los nuevos maestros eran naturales

de pequeños concejos y muy pocos de grandes ciudades (solo destacan los 8 nuevos

maestros procedentes de Oviedo). Por su parte, en Cataluña brillaba con luz propia la

aportación de Barcelona (49), mientras que Zaragoza suministraba 17. En suma, las

villas menores de 5.000 habitantes predominaban en el área de reclutamiento cercano

a Madrid, mientras que según nos alejamos al sur, al este y al nordeste los nuevos

maestros sastres procedían de ciudades más grandes. En Asturias y Galicia el

protagonismo era de las aldeas de un puñado de habitantes. Por supuesto, muchos de

los lugares de procedencia carecían de gremio de sastres.

Los carpinteros observan pautas que se acercan más al mercado de trabajo propuesto

por Reith: muchos nuevos maestros procedían de pueblos cercanos a Madrid –

Colmenar de Oreja, Torrejón de Velasco, Navalcarnero- y de localidades de Castilla La

Mancha próximas a Toledo. En este sentido, las cartas de residentes en esas

localidades que no parecen haber tenido voluntad de establecerse en Madrid apuntan

a que el gremio madrileño de carpinteros fue utilizado como oficina de registro de la

cualificación laboral del entorno capitalino.

Muchos de los nuevos maestros forasteros se valían de los vínculos familiares y de

paisanaje para tener una oportunidad de entrar a la comunidad gremial de Madrid.

Algo de ello aflora en las cartas de sastres y carpinteros, siendo lo más común que se

tratara de dos e incluso tres hermanos, o de gente del mismo pueblo. Entre los sastres

hallamos varios hermanos de fuera de Madrid. No obstante, las cartas ocultan muchos

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datos. Por ejemplo, no hay modo de saber si las personas emparentadas llegaron a

Madrid al mismo tiempo, ni cuánto tiempo llevaban en la ciudad antes de lograr la

maestría. A veces entre el ingreso de un hermano y otro mediaban unos pocos años-

de uno a tres-, pero en otros, el tiempo se dilataba mucho. El maestro carpintero

Francisco Delgado aprovechó su cargo de veedor y examinador para introducir en el

gremio a sus hijos Francisco y Manuel entre 1764 y 1766, pero hubo de esperar once

años para examinar a Juan Guillermo, otro de sus hijos. Es posible que hubiese

hermanos pequeños trabajando como aprendices y oficiales de hermanos mayores

antes de conseguir la maestría. También parece plausible que hubiese padres que

mantuvieron a los hijos hasta que pudieron valerse por sí mismos y establecer taller

propio.

¿Qué nos enseñan los oficios más pequeños? Que, según reducimos el tamaño, las

pautas son cada vez más dispares, aunque siguen negando la procedencia hegemónica

de Madrid. Había, por supuesto, oficios con fuerte presencia de nuevos maestros

madrileños, como los herreros y caldereros -48,7 y 41,3 por ciento, respectivamente-,

pero también grupos muy nutridos de castellano-manchegos (31,7 %, en el caso de los

herreros) y asturianos (36,9 %, de los caldereros). Varias familias de herreros

madrileños –sobre todo, los Durán, pero también los Bazán y Vivar- se valieron de

ocupar la veeduría o la simple maestría para introducir en la cúspide del oficio a sus

hijos y parientes, mientras que familias de herreros castellano-manchegas, como los

Vello, mandaban a Madrid a sus hijos para obtener la carta y ejercer después el oficio

en sus lugares de origen. Estas prácticas, similares a las adoptadas por carpinteros y

sastres, venían apoyadas por las bajas tasas de examen madrileñas y convirtieron a

nuestra ciudad en una referencia para oficiales que tenían muy difícil promocionarse a

la maestría en sus lugares de nacimiento. En esta línea, no es exagerado afirmar que se

organizaron verdaderos viajes destinados a obtener la carta de examen. Así lo apuntan

los 6 tejedores de lienzos procedentes de la localidad conquense de Alcocer. Todos los

componentes del grupo se examinaron el mismo 18 de septiembre de 1758.

Los emballenadores y cotilleros tenían también una nutrida representación madrileña

(43,5 %), seguida a mucha distancia de los castellanos de ambas mesetas (17,6 % en los

dos casos). Los sombrereros y prenderos muestran una procedencia muy diversificada:

entre los primeros predominaban los catalanes y extranjeros (22,5 % en ambos casos),

seguidos a corta distancia por los madrileños (19,3) y castellano-manchegos (16,1). En

este oficio lo relevante es, primero, la nutrida petición de cartas de incorporación al

gremio -varios de los aspirantes a ejercer el oficio en Madrid ya habían obtenido el

reconocimiento de su cualificación en otros lugares-, y segundo, que desde 1790

Igualada fuese el lugar de donde procedan la mayoría de los maestros examinados

fuera de Madrid. Entre los prenderos, los madrileños eran los más numerosos (18 %),

pero había una representación muy importante de gallegos y castellano-manchegos

(16,6 % en ambos casos), así como de asturianos (15,2 %).

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La migración de larga distancia ofrece datos relevantes, pues 200 extranjeros

alcanzaron la maestría en Madrid durante el siglo XVIII. El grueso eran sastres -166-

que procedían en su mayor parte de Francia (96, o el 57,8 %), seguidos a mucha

distancia de italianos (36 o el 21,6 %), flamencos (16, o el 9,6) y alemanes (10, o el 6).

Entre los franceses sobresalían los procedentes de los departamentos fronterizos del

sur –de donde lo hacía uno de cada cuatro-, sobre todo, del área de influencia de

Tarbes (en lo que se conocía como la Bigornia). Algunos de estos últimos, aprendían en

Francia y trabajaban posteriormente en Huesca, desde donde el alza de las tasas de

examen de los gremios aragoneses experimentado en la década de 1780 les obligó a

acudir a Madrid para alcanzar la maestría. En 1768 Mateo Millas, de Monteguisot, (¿en

Auvernia?) obtuvo su carta de examen de sastre, calcetero y jubetero en San

Sebastián, pero en 1791 le vemos solicitando la convalidación de su título en Madrid.

Con todo, los franceses que alcanzaron la maestría como sastres procedían de lugares

tan dispares como Paris (5), Borgoña, Lyon, Besancon o Caen. Algunos, como ese Juan

Prom vecino de Yepes que se examinó en 1780, muy probablemente pertenecía a esas

compañías galas itinerantes que se asentaban en Castilla La Nueva con negocios

textiles, mientras que otros, como José Desen o Juan de Villanueva, aprovecharon su

paso por las guardias valonas para sacarse el título. Entre la multitud de maestros

noveles galos destacan los miembros de algunas sagas, como los Mestral, que

procedían de Tarascón (Provenza) o los Laviña, de Bagneres (cerca de Tarbes).

Los 36 nuevos sastres que procedían de Italia llegaron fundamentalmente de Nápoles

(9), pero también de Piamonte (8), y en menor medida de Venecia (4) o Roma (2).

Algunos de estos nuevos maestros habían estado previamente en Cádiz o Málaga,

donde obtuvieron su carta. Viajes más largos realizaron el polaco Pedro Correrr, el

danés Cristian Paulin, los irlandeses Andrés Coynes, Mateo Castelli y Ricardo Butler, o

el mejicano José Vicente Fugainon. El lisboeta José Kennedy recibió su carta en 1792

cuando tenía 40 años. Como indica su apellido, sus padres no eran portugueses.

En mucha menor medida también había extranjeros entre los nuevos maestros

carpinteros, sombrereros y cotilleros. Entre los ocho carpinteros foráneos vuelven a

sobresalir los franceses (6), pero en los otros dos oficios la procedencia era más

variada. Había cuatro sombrereros franceses, pero también un florentino, un italiano y

un alejandrino, mientras que los cotilleros acogieron a dos franceses, dos alemanes, un

irlandés y un flamenco. Uno de los alemanes era Ciriaco Fesser, había nacido en Sipplingen

(cerca de Constanza, en Baden-Wurtemberg) y en 1735 a la edad de 25 años sacó su título

de maestro sastre. Cuatro años más tarde hizo lo propio con el de cotillero. Los franceses

son predominantes también en oficios más pequeños como los prenderos, roperos de

viejo, herreros de grueso, tejedores de lienzo, pasteleros o silleros de paja. Tan solo no

aparecen entre los cereros, donde había un flamenco y el portugués Tomás Rodríguez, de

Estremoz, y los ebanistas, donde aparece uno de los maestros más exóticos, el húngaro

Juan Peq. Destaca que en todo el siglo no aparezca ningún inglés. Pese a estas evidencias,

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el escaso peso de las maestrías concedidas a extranjeros en el grueso de los gremios

analizados, indica que en Madrid no hubo un equilibrio entre la población autóctona y la

extranjera.

Los oficios no corporativizados que analizamos aquí ofrecen pautas de movilidad

diferentes. Por de pronto, los fabriqueros de carbón eran una mano de obra muy

móvil, habituada al camino y a las condiciones impuestas por los obligados del carbón

en lo referente a los desplazamientos. Dado que la información notarial relativa a 295

fabriqueros de la primera mitad del siglo XVIII suele reflejar la residencia de muchos de

ellos en el momento de escriturar una contrata de compra de montes, el

apoderamiento de un obligado o las órdenes de trasladarse a ciertos pueblos, no es

raro que Madrid aparezca como el sitio de residencia predominante, pues era en la

capital donde se solían realizar estos actos notariales.

Otra cosa es la vecindad y naturaleza, dato que conocemos para 170 fabriqueros, o el

57,6 por ciento del total de nuestra muestra (ver mapa)37. A este respecto, sobresalen

cuatro grandes colectivos de fabriqueros: madrileños, toledanos, portugueses y

gallegos. Los primeros lideran la lista de fabriqueros con 57 individuos. Se trata de

vecinos de pueblos próximos a Madrid, fundamentalmente del norte de la provincia (el

denominado Real de Manzanares –donde destacan los de Miraflores de la Sierra (9) y

Bustarviejo (8)-), a los que vemos desplazándose no solo a los pueblos cercanos, sino

también a la Alcarria e incluso más allá. A un área más lejana pertenecen los

fabriqueros toledanos, a los que aquí hemos diferenciado entre los oriundos, por un

lado, de Toledo y la Mancha Baja, y por otro lado, los de Talavera. Entre los primeros

sobresalían los fabriqueros de los Montes de Toledo, y en especial los nueve de

Mazarambroz. Más tarde, el informante del cardenal Lorenzana sería muy explícito al

denominar a esta localidad como “el seminario o plantel del que salen todos los

fabriqueros que abundan en Castilla”. Las primeras semillas las habían puesto en

nuestro período fabriqueros de las familias Esteban, Rodríguez o Vargas, de larga

trayectoria en el oficio38. El área que aquí hemos denominado Talavera es la misma

que aparece en el Informe sobre el abasto de Campomanes y abarca un amplio espacio

que incluye los pueblos sudoccidentales de Madrid, el norte de Toledo y parte de Ávila.

37

En los poderes suele aparecer la vecindad y, en menor medida, la naturaleza de los fabriqueros. Vecindad y naturaleza no siempre coincidían, puede verse en el caso de Gregorio Rodríguez, fabriquero gallego y vecino de Yélamos de Arriba, que había asistido al obligado Juan Ramírez en “diferentes fábricas que tenemos de dicho género” y “en varias partes”. AHPM, Prot. 16.361. s.f. 38

En el Catastro de Ensenada y el Memorial ajustado de orden del Consejo con citación del Ilmo. Señor

D. Pedro Rodríguez Campomanes, fiscal del mismo, y de la Cámara, y de Don Joseph de Pinedo, caballero

de la Orden de Santiago, Procurador Síndico de esta villa de Madrid que contiene los autos, y privilegios

dados por el Consejo sobre diferentes ramos de los Abastos de Madrid… Madrid, oficina de D. Antonio Sanz, Impresor del Rey nuestro señor y su Real Consejo, Mazarambroz se reafirma como cantera de fabriqueros.

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La inmigración de larga distancia se concentra en fabriqueros portugueses y gallegos.

Los portugueses proceden del obispado de Braga y, más concretamente, del área de

Cubalhao. Del vértice portugués del concejo de Valladares, compuesto por las

localidades de Horsas, Parada do Monte y, sobre todo, Santa María de Couballon (la

actual Cubalhao), salió desde al menos el comienzo del siglo XVIII un significativo flujo

de fabriqueros con dirección a Madrid, del que podemos destacar a los miembros de

las sagas de los Álvarez y los Estévez, incluido el José Estévez que vimos más arriba39.

Entre los gallegos, la zona de Parga conforma una pequeña cantera de fabriqueros,

pero esta inmigración, a diferencia de la portuguesa, se distingue por la dispersión

geográfica de los pueblos de procedencia.

Una comparación de estos datos con los de finales del siglo XVIII es sumamente

ilustrativa de la evolución seguida por el oficio. En 1794 de los 97 fabriqueros

principales encargados de proporcionar carbón a Madrid la inmensa mayoría

procedían de las cercanías de Madrid (El Real de Manzanares y Lozoya aportaban 30

fabriqueros) y Toledo y la Mancha Baja (donde Marazambroz era el protagonista

estelar con 26 aportaciones). El resto de los fabriqueros procedía de la Alcarría, en el

este de la provincia de Madrid (7), Talavera (5) y Castilla La Vieja (3). En suma, a finales

del siglo XVIII prevalece la recluta de corta y media distancia. Sorprende –y mucho-

que en esta relación tan exhaustiva hayan desaparecido por completo gallegos y

portugueses, lo que bien puede ser debido a que la fuente solo alude a la vecindad y

no a la naturaleza, a que la abrumadora presencia de toledanos hubiese conseguido

expulsar a aquellos de la gestión de la fábrica o que el mismo cambio de sistema de

abasto de carbón –desde 1753 se impuso el sistema de administración- hubiese hecho

poco competitivo desplazarse desde larga distancia.

En todo caso la movilidad de los fabriqueros era muy valorada por los gestores del

abasto. La falta de domicilio facilitaba traslados rápidos y permitía a los fabriqueros

establecerse en cualquier sitio por incómodo que fuese. Los continuos traslados hacían

posible estar en Madrid recibiendo instrucciones de los obligados o de los

administradores públicos, ir a los pueblos para cobrar las deudas de sus amos y acabar

su trayecto en los montes dedicándose a la corta y el carboneo. Algunos inventarios

realizados tras la muerte de los fabriqueros permiten conocer la amplitud del área de

extensión de sus negocios. Hay fabriqueros que concentran su trabajo en un área

concreta; otros, sin embargo, tenían como pauta desplazarse cubriendo un espacio

muy grande.

39

Los Álvarez de Santa María de Couballon aportaban al menos seis miembros a las filas fabriqueras.

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24

Los canteros ofrecen pautas que concuerdan en algunos puntos con los fabriqueros.

Aunque no hemos podido realizar un trabajo exhaustivo de la procedencia de esta

mano de obra, llama la atención que las solicitudes de agremiación de los canteros

hagan alusión a un conflicto permanente entre los avecindados en Madrid y los

forasteros. En 1766, solo unos meses después del motín contra Esquilache, 144

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25

“profesores del arte de la cantería” vecinos de Madrid pedían formar un gremio “y ser

preferidos a los canteros forasteros”, nada menos que en las obras que se realizasen

en la ciudad, en las cinco leguas de su contorno y los Sitios Reales. Catorce años más

tarde la petición solo fue apoyada por 25 canteros e incidía en la preferencia de los

“madrileños” con relación a los foráneos, incorporando en la justificación de la

petición el estado de necesidad de lo solicitantes así como la homologación con las

ciudades del reino de Aragón y Andalucía, donde según los canteros se estilaba esta

diferenciación40.

Lo cierto es que muchos de los avecindados tampoco eran naturales de Madrid. La

relación de los 144 canteros de 1766 carece de procedencia explícita de los canteros,

pero el cruce con otras fuentes revela que a Madrid acudían principalmente canteros

del norte de Castilla, Cantabria, País Vasco y, en menor medida, de Galicia y Navarra.

Pese a que ya su presencia no era tan fuerte como en el siglo XVII, las cuadrillas

cántabras de la Trasmiera llegaban todavía a Madrid en la década de 176041. En estos

años los que habían desaparecido eran los italianos, que al comienzo de la

construcción del Palacio Real nuevo formaban parte del contingente de más de 200

operarios encargados de la obra regia. Pero pronto fueron insuficientes y, ya en 1739,

Juan Bautista Saqueti solicitaba el refuerzo de 500 canteros que deberían ser

reclutados en el País Vasco, las montañas de Burgos y Cataluña. Finalmente, los

catalanes no fueron reclutados, pero sí los vascos (de los que conocemos el nombre de

28 de ellos). La aportación de los celebres canteros de Colmenar Viejo, localidad

próxima a Madrid y de la que se extrajeron ingentes cantidades de piedra para el

palacio real, es desconocida, pero sin duda no sería despreciable.

En suma, la cantería requería del concurso de una mano de obra muy alejada, que

como poco debía recorrer 250 kilómetros de distancia para satisfacer la demanda

madrileña. Esto remite a migraciones de medio y largo alcance, y sobre todo, a

movimientos laborales que inciden en la procedencia de operarios de áreas concretas,

dotadas de un prestigio colectivo y donde la recluta de la mano de obra fusionaba

parentesco y paisanaje.

Conclusiones

Lo que se desprende del presente estudio es que los gremios madrileños parecen

haber sido más flexibles de lo que hasta ahora creíamos. Y, tal vez, lo que más 40

AHN, Consejos, lib. 1353, ff. 509r-518v. y lib. 1.368, ff. 408r-411v. 41

Sobre la migración de canteros de Trasmiera o de la Junta de Voto de existe una amplia bibliografía que comienza con la obra de F. Sojo y Lomba, Los maestros canteros de Trasmiera, Madrid, 1935, y ha conocido un renacimiento en los últimos años con los estudios de B. Alonso Ruiz, El arte de la cantería: los maestros trasmeranos de la Junta de Voto, Santander, Universidad de Cantabria, Asamblea Regional de Cantabria, 1992; M. A. Aramburu-Zabala Higuera, Celestina Losada Varea y Ana Cagigas Aberasturi, Los canteros de Cantabria, Santander, Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Cantabria, 2005, y Olav Mazarrasa Mowinckel, Mazarrasa: maestros canteros y arquitectos de Trasmiera, Santander, Colegio Oficial de Arquitectos de Cantabria, 2008.

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sorprenda es que este rasgo fue una constante durante la Edad Moderna. En concreto,

sabemos que a mediados del siglo XVII el sistema corporativo funcionaba de una

manera muy parecida a como lo haría más tarde. La flexibilidad en lo tocante al

reclutamiento de nuevos maestros era la norma, y al igual que lo sería después, los

hijos de los maestros lo tenían más fácil para ingresar en el gremio. Pero había una

puerta abierta tanto para los que no tenían lazos de parentesco en el interior de las

corporaciones como para los candidatos de fuera de Madrid. De hecho, las casi 600

cartas de examen que cubren el período 1643-49 analizadas por J. C. Zofío remiten a

una población no madrileña que representaba más de la mitad del total. Con relación

al siglo XVIII la estrategia abierta de captación de nuevos maestros solo difería en

algunos puntos tocantes a la procedencia. El peso abrumador de las dos Castillas es un

rasgo recurrente, así como el divorcio en la relación con Andalucía. Las diferencias

proceden de las aportaciones de nuevos maestros aragoneses, catalanes y extranjeros,

reducidos a la mínima expresión en el Siglo de Hierro y con un contingente creciente

en la centuria que aquí hemos analizado42.

Tenemos aún que responder muchas preguntas, pero varias cosas quedan claras. En

primer lugar, la mayor extensión del área de reclutamiento de mano de obra en el siglo

XVIII proporciona un buen indicador de la atracción ejercida por los mercados de

trabajo cualificado de Madrid. Ello debido a que los gremios madrileños de industrias

básicas –los más importantes en la ciudad desde el punto de vista del reclutamiento

artesano- abrieron sus puertas a muchos oficiales foráneos, no sólo del entorno

madrileño, sino también de amplias áreas peninsulares e incluso extrapeninsulares (lo

que desdibuja un tanto las pautas esbozadas por Reith para estos oficios). En segundo

lugar, las bajas tasas de examen exigidas en la ciudad que albergaba la Corte –y

obligadas a mantenerse así por imperativo político- acabaron por convertir a los

gremios madrileños en un referente para muchos oficiales que veían imposible aspirar

a ser maestros en sus lugares de nacimiento. En tercer lugar, las formas de

reclutamiento fueron cada vez más complejas, lo que permite criticar a los que

sostienen que los trabajadores cualificados eran inmóviles, así como a los que afirman

que en los gremios se forjó una casta que acaparó para sí y sus familiares cercanos la

promoción a la maestría. No ocurrió nada de eso –o al menos se puede matizar mucho

esa visión- y, por tanto, es posible afirmar que las corporaciones de Madrid no

impidieron el desarrollo de varios mercados de trabajo cualificado en las postrimerías

del Antiguo Régimen.

La migración a Madrid de personas que acabaron convertidos en maestros de los gremios

no fue espectacular ni puede encuadrarse en esos flujos golondrina que hace años mostró

A. Meijide y de los que se valió J. Lucassen para incluir a Castilla en uno de siete sistemas

42

J. C. Zofío Llorente, Gremios y artesanos…, pp. 322-328.

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principales de migración europea durante el cambio del siglo XVIII al XIX43. No estamos

hablando de 30.000 migrantes anuales desplazándose desde el norte al sur peninsular.

Hablamos, por el contrario, de una migración permanente, constante, lenta, incrustada

también en movimientos de medio y largo alcance, que a veces es sinuosa –Madrid no

tenía que ser el objetivo final desde el principio-, y completamente masculina. La mayoría

de sus protagonistas dejaban sus tierras natales muy jóvenes, probablemente sin haber

aprendido una instrucción formal mínima, pero con ciertos rudimentos prácticos del oficio

adquiridos en los talleres de sus familiares cercanos. No eran pocos los migrantes que se

atrevían a echarse al camino con la confianza que daba tener redes de paisanaje tejidas

previamente en los lugares de acogida. Solo una minoría tenía también la fortuna de

contar en Madrid con familiares, lo que hace del factor local un elemento fundamental

para entender la migración laboral en la España del siglo XVIII.

Los oficiales que acabaron integrándose en los gremios debían cumplir con unos

requisitos básicos, entre los que destacaba la prueba del examen. Pero había muchos

trabajadores urbanos que no estaban corporativizados, no tenían que cumplir con

unos requisitos explícitos para subir en la escala laboral y no por ello dejaban de ser

cualificados. Carentes de gremios, escuelas profesionales u organizaciones educativas

que sellasen el certificado de la destreza o cualificación de ciertos trabajos, las

sociedades preindustriales se dotaron de procedimientos informales, pero no menos

eficientes para obtener una mano de obra suficiente y cualificada. Los historiadores

estamos llamados al enorme reto de desvelar cuáles son las claves explicativas de esos

procedimientos informales, sabiendo en todo momento que tendremos en muchas

ocasiones que echar manos de otras disciplinas (antropología, sociología…) y que no

todo es susceptible de ser medido en términos cuantitativos. Las clases populares de

las sociedades que estudiamos es muy posible que no tuviesen como objetivo principal

para sus descendientes la alfabetización tal y como nosotros la entendemos, y sí un

aprendizaje práctico, muchas veces informal, que permitiese una incorporación rápida

al mercado laboral.

En suma, en esta comunicación he mostrado que durante el siglo XVIII al menos en el caso

de Madrid los candidatos a nuevos maestros no tuvieron demasiadas dificultades para

alcanzar la maestría por criterios de procedencia geográfica, que los gremios fueron

permeables a la entrada de oficiales que no eran madrileños y que las propias instituciones

de gobierno ayudaron a la apertura de las corporaciones. Es cierto que no todos los

aspirantes a maestros consiguieron su objetivo de establecer un taller propio, pero la

mayoría de los gremios no discriminaron a aquellos que procedentes de lugares muy

distintos del territorio peninsular –e incluso de fuera de sus fronteras- se atrevieron a

intentarlo.

43

A. Meijide Pardo, La emigración gallega intrapeninsular en el siglo XVIII, Madrid, Monografías

histórico-sociales. Instituto Balmes de Sociología. Departamento de Historia Social. Consejo Superior de

Investigaciones Científicas, 1960.

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Apéndice 1. Áreas de reclutamiento de maestros gremiales, Madrid (1700-1799).

Oficios Total exámenes

Madrid Provincia Resto de España

Extranjeros No consta

T % T % T % T % T %

Sastres 1776 233 13,1 155 8,7 1216 68,4 166 9,3 6 0,3

Carpinteros 589 263 44,6 79 13,4 226 38,3 8 1,3 13 2,2

Cereros 117 17 14,5 11 9,4 85 72,6 2 1,7 2 1,7

Cotilleros 90 28 31,1 11 12,2 42 46,6 6 6,6 3 3,3

Prenderos 85 13 15,2 3 3,5 54 63,5 3 3,5 12 14,1

Cerrajeros 82 36 43,9 13 15,8 29 35,3 4 4,8

Ropavejeros 51 5 9,8 3 5,8 23 45 1 1,9 19 37,2

Caldereros 48 19 39,5 1 2 26 54,1 2 4,1

Herreros 43 22 51,1 5 11,6 15 34,8 1 2,3

Sombrereros 33 8 24,2 18 54,5 7 21,2

Zaps. nuevo 31 13 41,9 6 19,3 5 16,1 1 3,2 6 19,3

Cordoneros 26 8 30,7 2 7,6 13 50 3 11,5

Tejedores lienzo 25 2 8 4 16 15 60 2 8 2 8

Esparteros 24 12 50 3 12,5 9 37,5

Zaps. viejo 23 15 65,2 2 8,6 6 26

Cuchilleros 23 11 47,8 2 8,6 10 43,4

Violeros 19 4 21 1 4,7 1 4,7 13 61,9

Silleros 16 9 56,2 2 12,5 5 31,2

Guarnicioneros 16 6 37,5 2 12,5 8 50

Pasteleros 15 11 73,3 2 13,3 1 6,6 1 6,6

Entalladores/ebanis 13 7 53,8 1 7,6 3 23 1 7,6 1 7,6

Doradores fuego 12 6 50 1 8,3 5 41,6

Pasamaneros 11 7 63,6 1 9 2 18,1

Corrieres/maleteros 9 4 44,4 1 11,1 4 44,4

Curtidores 7 1 14,3 6 85,7

Cesteros 7 4 57,1 1 14,2 2 28,5

Portaventaneros 6 4 66,6 2 33,3

Laneros 5 1 20 4 80

Vidrieros 4 1 25 1 25 2 50

Vidrieros puertas 4 1 25 1 25 1 25 1 25

Gorreros 3 1 33,3 1 33,3 1 33,3

Tintoreros 3 1 33,3 2 66,6

Jalmeros 3 2 66,6 1 33,3

Cesteros mimbre 3 2 66,6 1 33,3

Roperos de nuevo 3 3 100

Tundidores 3 1 33,3 2 66,6

Cajeros de lo negro 2 1 50 1 50

Coleteros 2 1 50 1 50

Espaderos 2 2 100

Jauleros 2 1 50 1 50

Zurradores 1 1 100

Estereros palma 1 1 100

Guanteros 1 1 100

Tratantes en madera 1 1 100

TOTAL 3243 779 24 315 9,7 1832 56,4 200 6,1 117 3,6

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Apéndice 2. Procedencia de los fabriqueros en la primera mitad del siglo XVIII

Área de procedencia Fabriqueros %

Galicia Portugal Asturias

Maragatería Toledo y Mancha Baja

Alcarria y Campiña Mancha Alta

Castilla la Vieja Real de Manzanares y Lozoya

Talavera Madrid capital

Otros

22 26 1 1

11 14 1 3

57 24 8 2

12,9 15,2 0,5 0,5 6,4 8,2 0,5 1,7

33,5 14,1 4,6 1,1

Total 170 100 Galicia (sin precisar 4, El Ferrol 1, San Bartolomé de Insúa 1, Santiago de Meilán 1, Lugo 2, Orense 1, Puebla de Parga 2, Villares de Parga 1, Pitanza 1, Puente Adeva 2, Santiago de Paradas 2, Quintela 1, Chantada 1, Pontedeume 1, Betanzos 1); Portugal (sin precisar 6, Parada de Monte 5, Santa María de Couballon 9, obisp. de Braga 2, Grade 1, San Martiño 1, San Payo 1, Melgazo 1); Asturias (Villamarín), Maragatería; Toledo y Mancha Baja (Mazarambroz 9, Ventas con Peña Aguilera 1, Urda 1); Alcarria y

Campiña (Trillo, Almoguera, Baides, Barriopedro, Gárgoles de Abajo, Uceda, Castillmimbre 3, Yelamos de Arriba, Picazo, Aleas, Membrillera, Sayatón); Mancha Alta 1 (Valdelaguna); Castilla la Vieja (Peralejos 2, Maello); Real de Manzanares y Lozoya (Becerril 2, Bustarviejo 8, Villavieja 4, Gargantilla, Chozas 2, Collado, Rascafría 2, Colmenar Viejo 4, Alcobendas, Guadalix, Lozoya, El Escorial 2, Moralzarzal 3, Canencia 2, Galapagar, Guadarrama, Miraflores 9, Zarzalejo 3, Los Molinos, El Moral, Braojos, San Mamés, Cercedilla, Prádena, Valdelagua, Horcajo, Horcacuejo); Talavera (Escalona 2, Cresmondo, Santa Cruz del Retamar 5, Chapinería 3, Valdemorillo 4, Aldea del Fresno, San Martín de Valdeiglesias, Navalcarnero, Candeleda, El Tiemblo, Navalagamella, Villa del Prago, Nombela, Villamantilla); Madrid

capital; Otros (Castillejo 2).