Tournier Michel - El Crepusculo de Las Mascaras

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el crepúsculo de las máscaras Michel Tournier FOTO GG RAFÍA

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  • el crepsculo de las mscarasMichel Tournier

    FOTO GG RAFA

  • Es necesario hablar o escribir acerca de las obras de arte?Un cuadro, una sonata, un dibujo, acaso no pueden prescindir de comentario? S pueden, e incluso, a veces se pretende que rechacen las guirnaldas con que los crticos las adornan. Pero la crtica y la esttica hacen caso omiso, rompen el silencio, y el pintor, a menudo, dista mucho de quejarse y presta odo atento a los discursos que suscita. El caso de la fotografa es an ms apremiante porque ninguna imagen exige ms tajantemente el discurso. Una fotogafa sin leyenda no se concibe. Leyenda . Palabra admirable que procede del latn legenda, algo que tiene que ser ledo. Primero, la leyenda es un escrito que narra vidas santas o maravillosas. Pero tambin es la explicacin que acompaa e ilustra cualquier imagen. Explicacin y admiracin. Tales son las dos razones que hacen que la lectura de estos textos sea obligatoria, y convierten a este libro en un legendum". Michel Tournier

    Michel Tournier (Pars, 1924) es un destacado y famoso escritor en su pas, y toda su produccin ha sido traducida al castellano y al cataln. Autor de novelas, ensayos y cuentos, entre sus obras destaca la triologa Viernes o los limbos del Pacfico (1988), El rey de los Alisos (1992) y Los meteoros (1986); as como Gaspar, Melchor y Baltasar (2000) o El espejo de las ideas (2001).

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  • el crepsculo de las mscaras

  • Editorial Gustavo Gili, SA08029 B arcelona Rossell, 87-89. Tel. 93 322 81 61Mxico, N aucalpan 53050 Valle de Bravo, 21. Tel. 55 60 60 11Portugal, 2700-606 A m adora Praceta Noticias da Amadora, n 4-B. Tel. 21 491 09 36

  • ei crepuscuio de las mscaras

    Michel Tournier

    Traduccin de Jacqueline y Rafael Conte

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    FOTO GG RAFA

  • Ttulo original: Le crpuscule des masquesVersin castellana de Jacqueline y Rafael Conte Diseo de la cubierta: Estudi ComaFotografa de la cubierta: Anna Magnani, San Felice, Italia, 1956 H erbert List Asesor de la coleccin: Juan Naranjo

    Queda prohibida, salvo excepcin prevista en la ley, la reproduccin (electrnica, qumica, mecnica, ptica, de grabacin o de fotocopia), distribucin, comunicacin pblica y transformacin de cualquier parte de esta publicacin -incluido el diseo de la cubierta- sin la previa autorizacin escrita de los titulares de la propiedad intelectual y de la Editorial. La infraccin de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y siguientes del Cdigo Penal). El Centro Espaol de Derechos Reprogrficos (CEDRO) vela por el respeto de los citados derechos. La Editorial no se pronuncia, ni expresa ni implcitamente, respecto a la exactitud de la informacin contenida en este libro, razn por la cual no puede asumir ningn tipo de responsabilidad en caso de error u omisin.

    Editions Hobeke, Pars, 1992y la versin castellanaEditorial Gustavo Gili, SA, Barcelona, 2002ISBN 84-252-1879-9Printed in SpainFotocomposicin: O rm ograf, SA, Barcelona Depsito legal: B. 38.247-2002 Im presin: H urope, SL, Barcelona

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    ndice

    El extrao caso del doctor T o u r n ie r .................................Un tal Tournachon ...............................................................Emile Zola, fo t g ra fo .............................................................Un americano en Pars: Man R ay ........................................El oscuro lirismo de Bill B ra n d t..........................................Jacques Lartigue, el sabio de las imgenes .....................H erbert List, fotgrafo del s i le n c io ...................................Un naturalista desenfadado: Jean-Philippe C harbonnierEdouard Boubat o la paz de Dios ......................................Denis Brihat, el im aginero del Luberon ..........................Arraigo de Lucien Clergue .................................................Mi genial amigo Arthur Tress .............................................Jan Saudek o el vientre negro de P ra g a ............................Muertes y resurrecciones de Dieter A p p e l t .....................Arno-Rafal Minkkinen o el cuerpo je ro g lf ic o ..............Patricio Lagos o el paso de la l n e a ...................................Existe una fotografa fe m en in a? ........................................Philippe Bonan o las de Villadiego .................................El crepsculo de las mscaras .............................................

    Epgrafes de las fotografas .................................................

  • De siempre he practicado la fotografa y mi primer juguete autntico fue la Kodak de mis ocho aos. Pero lo serio slo empez a principios de los sesen ta. En el mayor anonimato haba presentado un tema para una emisin de televisin. Y mi proyecto fue aceptado. Sepuede concebir algo semejante hoy en da ? Bajo el ttulo Cmara oscura, se trataba de dedicar cada mes un documental de treinta minutos a un fotgrafo importante. Hicimos unos cincuenta documentales. En cada ocasin, el rodaje me obligaba a pasarme cuatro o cinco das a solas con el protagonista de la emisin, quien me acoga con los brazos abiertos, dado el injusto segu ndo plano que sufren los grandes de la fotografa. Tengo que aadir que he tenido la inmensa suerte de codearme con Man Ray, Brassai, Lartigue, Kertesz, Bill Brandt y algunos otros, hoy por desgracia desaparecidos. El hecho de haberlos conocido me otorga el derecho de afirmar tranquilamente que poseo una cultura fotogrfica absolutamente nica en el mundo. La primera leccin de esta educacin fue que, por desgracia, como fotgrafo yo no vala nada, y eso de forma definitiva.

    Sea lo que fuere, he educado mi ojo para ver, para leer la fotografa, y al pasarme a la escritura, me he atrevido a alinear palabras que me parecan dictadas por la imagen. El presen te libro ha nacido de ese dictado.

    M.T.

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  • r

  • El extrao caso del doctor Tournier

    Fue en lo ms caluroso del verano, en Arles y un lunes, la precisin tiene su im portancia. En efecto, los lunes, la piscina municipal de Arles cierra con el objeto de que el personal disfrute de un m erecido descanso semanal.

    Al ignorar este detalle, A rthur Tress y yo habamos recorrido unos kilmetros bajo el bochorno de las dos de la tarde para toparnos al final con las puertas de la piscina cerradas a cal y canto.

    No estbamos solos. Un chaval de unos diez aos com parta nuestro chasco. Mi chasco, debera decir, pues a A rthur Tress le im portaba un bledo la piscina, ya que slo viva para su Hasselblad acoplada con un objetivo gran angular, que era como una prolongacin de s mismo. Y precisamente la haba sacado de su estuche y haca los gestos rituales previos al acto fotogrfico, ante la enorm e curiosidad del nio que no sospechaba lo que le estaba aguardando.

    Las dos, m edioda solar. La luz caa verticalmente. Arthur, de repente irresistible, como cada vez que prepara una fotografa (me consta que algn da m andar dar una voltereta al Papa o al Presidente de la Repblica) me ruega que me quite la camisa, luego que em puje una inm unda carretilla de hierro colado, guardada all y que evidentem ente serva para las basuras; convence al chaval para que se acurruque dentro, cierre los ojos y abra la boca. Sin duda, le habra pedido que pusiera cara de infeliz de no ser que, por estar espontneam ente indignado y trastornado, el nio no se hubiese lamentado: Vaya por Dios, y eso que ayer me lav mi m adre!.

    Aqu est la imagen sum am ente tressiana, violenta, sofisticada, hbilmente distorsionada, ms dram tica an por su magnfico juego de sombras. Un da, Len Bloy escribi a un desconocido al que daba cita en una estacin: Me reconocer con toda facilidad, pues voy vestido como un carpintero y tengo cara de bestia. Yo tam bin tengo cara de bestia en esa foto. Obviam ente se ve al carnicero de D sseldorf m scara de Frankenstein y torso abollado de gorila que se lleva a su ltim a vctima para vampirizarla. Tengo cara de bestia. Pero no me reconocern tan fcilmente, pues no siempre tengo esta cara. S seores, existe otro Tournier, y la m ejor prueba de ello es la segunda foto, tom ada durante

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  • aquel mismo verano del 79, en la que derrocho una exquisita afabilidad. Cierto es que se trata de un autorretrato como los que hago a veces para acabar un rollo que quiero revelar. Es verdad aquello de que si quieres ser bien servido, srvete a ti mismo. As como me veo yo, me vern aqu, tierno, irnico, comprensivo, algo engatusador, pero sin em bargo pdico, como quien sabe m antener las distancias. En fin, como el doctor Jekyll y Mr. Hyde.

    As que doy una prim era interpretacin: Tress a pesar de su amistad, o quiz por ella, dem uestra en su foto una hostilidad fundam ental. Su Hasselblad se convierte en un arm a de venganza. En cuanto a m, con toda ingenuidad, me favorezco en grado sumo, engalanndom e con todos los encantos y todas las virtudes que me deseo.

    Pero no podem os dejar esto as. Cocteau sola decir: Soy una m entira que siempre dice la verdad. Por el contrario, la fotografa podra decir soy una verdad que no deja de m entir. Verdad, sin duda alguna, pues la fotografa no es ms que la copia exacta, mecnica e inocente de una realidad que nadie puede poner en tela de juicio. Pero tambin mentira, pues tanto como el retrato del retratado, la fotografa es el retrato del fotgrafo. Ese gorila em pujando la carretilla, ms que Tournier, es el mismo Tress, y basta para convencerse con m irar una coleccin de otras fotos firmadas por l en las que no desem peo ningn papel como m odelo: el parentesco salta a la vista.

    A fin de cuentas hay cierta mala fe fundam ental en el fotgrafo, lo que explica en gran parte la ingratitud de la profesin. Por una parte el fotgrafo reivindica la dignidad y las ventajas del artista creador. Pretende que sus obras sean suyas, firmadas, respetadas y rem uneradas. Todos estn de acuerdo con este principio, pero en la prctica todo sucede al revs, especialm ente en la prensa y en el m undo de la edicin. El fotgrafo, continuam ente expoliado y hum illado, no tiene derecho a la dcima parte de la consideracin que se concede con toda naturalidad al dibujante o al escritor. Por qu? En parte por su culpa, o ms exactam ente en virtud de una fatalidad propia de la fotografa. Porque de la misma m anera que se quiere creador, el fotgrafo afirma de m odo implcito que las cosas eran tal como las sac, y que por tanto l no es ms que un testigo, de una objetividad tan absoluta que l mismo, el fotgrafo, llega, a fuerza de ser transparente, a dejar de existir. Eso es lo que nos dice cualquier fotografa, y los usuarios de la prensa y del m undo de la edicin no desean sino tom arlo al pie de la letra. Se necesita una atencin particular o un trato de muchos aos con el arte fotogrfico para perforar esta afirmacin patente sobre la fotografa no soy ms que un acta y desenmascarar la personalidad latente del fotgrafo como deus ex machina.

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  • Segunda interpretacin: en el retrato con la carretilla, la personalidad agresiva y sadomasoquista del fotgrafo A rthur Tress oculta, como una mscara, la ya irreconocible mscara del retratado Michel Tournier. Esto parece un fenm eno de posesin demoniaca. El dem onio Tress se ha deslizado en el cuerpo de Michel Tournier y le dicta unas expresiones y unas conductas propias slo de A.T.

    Sigamos.Se puede e incluso sin duda se debe tener en cuenta el fenm eno

    literario, es decir el hecho de que el fotografiado es, en este caso, un escritor, es decir tal escritor particular que ha publicado tal y cual obra ya conocida del fotgrafo. Y esto tanto ms cuanto que A rthur Tress ley mis obras antes de venir a verme; fue precisam ente esta lectura la que le trajo hacia m. Incluso se puede afirm ar que ha pasado ms horas a solas con mis libros que conversando conmigo. Dicho de otro modo, mis novelas se interponen como un cristal deform ante entre l y yo, y cuando apunta su Hasselblad hacia m, ms que a m, saca a El rey de los Alisos. Pero aunque un autorretrato est liberado de esta cortina, no es en absoluto ms autntico, ya que es muy posible que una pantalla de tal calidad y tal cantidad aada algo tanto a la autenticidad como a la riqueza de la imagen. A rthur Tress fotografa por debajo de la obra, m ientras que el autorretrato se sita por encima.

    Esto plantea el problem a de la relacin del hom bre con lo que hace, con su obra si la tiene , con el medio que ha generado a su alrededor para explayarse en ello. Es obvio que la cuestin rebasa el m arco literario, pues los grandes actores de teatro o cine, por ejemplo, im ponen al texto y al decorado su propio yo, e incluso dan la sensacin de que em anan de s mismos; es el caso del Oeste para John Wayne, de los lugares de mala fama para Frank Sinatra, o de un universo heroico-srdido para Jean Gabin. Es harto conocido el estupor del gran pblico arrancado de repente de su sueo, cuando, al azar de los medios de com unicacin, descubre a su h roe en privado, bajo una luz totalm ente ajena a aquella en la que suele estar inmerso; a Wayne ingresado en una clnica, a Sinatra como padre de familia, o a Gabin como un sencillo granjero norm ando.

    Este tipo de descubrim iento no se ha verificado en A rthur Tress. Es al autor de El rey de los Alisos, depredador de nios, a quien ha retratado, a un Tournier-Erlkning, a un Jekyll m etam orfoseado en Hyde, y me ha dejado estupefacto y abrum ado por esta metamorfosis que resulta ser injusta, e incluso injustificada, porque soy de los que nunca se ponen en escena en sus propias novelas.

    Qu pensar entonces de esa otra imagen, de ese otro autorretrato maravillosamente idealizado? Situado ms arriba de la obra, aparece el

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  • hom bre sonriente, aliviado, liberado de sus pesadillas. A m enudo los lectores que me ven por vez prim era me suelen expresar su sorpresa: realm ente y a la luz de mis historias, me imaginaban de otra forma, ms sombro, ms zafio, ms inquietante. De ahora en adelante sabr contestar a esa decepcin mezclada de alivio: les ensear el retrato hecho por A rthur Tress. Les explicar que esta carretilla infernal con su contenido jadeante ha de interpretarse a la vez fricam ente (como la fora con la que el rey de los Alisos se lleva y trae a los nios) y m etafricam ente, como la obra misma pegada al hom bre como por una operacin de apaream iento contra natura.

    Pues aqu est el argum ento decisivo del Dr. Jekyll contra Mr. Hyde. Creo en la total legitimidad de la separacin de cuerpos y bienes entre el autor y su obra. El autor ha de poder ir de compras sin exhibir a hombros, como un hom bre-anuncio, el inm enso cartel cubierto con todos los signos que ha escrito. Ha de poder ligar, aunque no arrastrndola pegada al rabo, esa enorm e y estruendosa cacerola. Ha de poder viajar libre y sin trastos, despus de dejar en casa la pluma, el bicornio de acadmico y la m quina de escribir.

    En una palabra, ha de respetar este principio sagrado: siempre anteponer el placer a la obra, lo que le perm itir sacar amplio provecho de tal postergam iento o posterioridad. Es este principio, aqu respetado con una sonrisa o all violado con remilgos, el que ilustran, respectivamente, el autorretrato de Michel Tournier y el retrato que le hizo A rthur Tress.

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  • Un tal Tournachon

    Corra el ao 1828 o 1829, cerca de los Campos Elseos, donde ahora est Le Petit Palais, que en aquel entonces se llamaba Le Carr Marigny. Con motivo de la Fte du Roi, tena lugar una distribucin gratuita de vveres y algunos proveedores, encaram ados en sus estrados y flanqueados por guardias a derecha y a izquierda, arrojaban panes y salchichones a voleo hacia el gento. Un poco ms all, una barahnda todava ms furiosa rodeaba a los distribuidores de bebidas. A las vociferaciones de la m uchedum bre superaba el crepitar de las carracas, el zum bido de los pitos, las llamadas de los vendedores de m acarrones, de los ballesteros y las campanillas de los vendedores de regaliz. De repente parece que un potente tropismo mueve a la m ultitud hacia los Campos Elseos. Com o movidos por una torm enta inm inente, la gente corre con la cabeza levantada hacia el cielo. Y en esto resuena un ingente clamor. Pero dejemos la palabra a un testigo: Lina form a acababa de pasar por encim a de nosotros, rozando las copas de los rboles con tan vertiginosa rapidez que apenas si tuve tiem po de reconocer, una especie de globo que llevaba debajo, en una cesta de m im bre que llaman barquilla y que apenas si le llegaba a la rodilla, a 1111 ser hum ano, hom bre o mujer, que se aferraba al cordaje... La visin desapareci, con la misma rapidez con la que haba aparecido, m ientras, con un gran clamor, la m uchedum bre corra precipitada detrs de esa mole, cruzando los Campos Elseos... Se me estremeci el corazn. Ya estar hecho migas el pobre infeliz dijo mi padre, plido ...Volvamos Teresa, ya te haba dicho que no viniramos.

    Este testigo, que tena entonces nueve o diez aos, era un tal Gaspard- Flix Tournachon, que se dara a conocer ms adelante bajo el seudnimo de Nadar, hasta tal punto que Julio Verne hara de l el hroe de su Viaje a la luna bajo el nom bre de Ardan (anagram a de N adar). Porque la terrible angustia que acababa de sentir era el paradjico preludio de una irresistible vocacin por lo que entonces se llamaba la aerostacin. Tendra que esperar muchos aos para que llegara la oportunidad tantas veces soada. Un da consigui que le adm itieran gratis en la barquilla del globo de los herm anos Godard, que adm inistraban esa especie de ritual de los tiempos m odernos llamado bautizo del aire, en el H ipdrom o, en

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  • la plaza de Ltoile. Y hem e all en el aire escribe el futuro Nadar gozando a pleno pulm n de esta sensacin de voluptuosidad infinita y nica que produce la ascensin. Sin embargo la vuelta al suelo sola ser m enos em ocionante. Flix, que term in hacindose adoptar por el equipo Godard, conoce los aterrizajes en noches oscuras, bajo fuertes torm entas y en pleno bosque; en tejados desfondados, en medio de motines de campesinos arm ados con horcas y remolques; en praderas separadas por setos espinosos. Pero tam bin conoce el desembarco novelesco en el csped aristocrtico de un castillo, la hospitalidad risuea de los dueos, encantados de esa visita por lo menos inesperada.

    Por muy em ocionantes que fueran estos aterrizajes, planteaban una pregunta que N adar hizo a Godard a partir de sus primeras experiencias: Cree usted en la posibilidad de dirigir sus globos? La respuesta haba brotado definitiva y sin vacilacin: Jams/. De aqu en adelante, ya sabe N adar y no dejar de repetirlo en sus escritos que el globo, al que debe las mejores horas de su vida, no tiene ningn porvenir. Slo una mquina voladora ms pesada que el aire, ser duea del cielo. El gran objetivo de Nadar ser la construccin de un algo ms pesado que el aire que imagina como un especie de helicptero movido por una m quina de vapor. Pero para construir este sueo hace falta dinero, m ucho dinero, y Nadar no conoce ms que un medio para hacer fortuna: organizar paseos en globo, en un globo que pueda llevar cuantos ms pasajeros sea posible. As que, con la ayuda de los Godard, construir un enorm e globo, descomunal, un verdadero m nibus areo, del que cuenta la historia en un libro que rebosa de ingenio, Les mmoires du Gant.

    El Gigante contena 6.000 metros cbicos de gas y poda llevar a treinta personas en una barquilla, autntica casa de mimbre que pesaba 3.000 kilos.

    Desgraciadamente, el Gigante no conocera ms que dos viajes. El prim ero el domingo 4 de octubre de 1863 acab modestamente en Meaux. Salto de pulga para tal mastodonte. Quince das ms tarde, en presencia de Napolen III y del rey de Grecia, otro intento. Esta vez es la aventura! U na fuerte brisa suroeste se lleva al Gigante y a sus pasajeros a toda velocidad hacia Blgica. La noche est helada pero exaltante. Para saber si el globo sube, baja o se m antiene a la misma altitud, se observa la posicin de las banderolas de papel blanco sujetas en el cordaje. A la m aana siguiente, bate el rcord de recorrido en globo, ya que sobrevuela Alem ania entre Bremen y Hannover. Pero la cuerda que perm ite abrir la vlvula de escape del globo se rompe. Imposible m aniobrar para aterrizar norm alm ente. Demasiado desinflado para proseguir el camino, pero todava demasiado inflado para tom ar tierra, el globo empieza a dar brincos

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  • fantsticos y asesinos, sem brando a sus desgraciados pasajeros por la landa hannovriana. La loca carrera term ina en un ro en el que se h unde la barquilla, como una nasa para cangrejos, con sus ltimos ocupantes, Nadar y su mujer.

    El globo le dara a Nadar una gloria menos discutible a lo largo de la guerra de 1870. El 17 de septiembre, los parisinos se dan cuenta de que se les ha cortado cualquier contacto con el exterior. Ha sonado la hora de la aerostacin. La hora de Nadar. Enseguida organiza una com paa de ae- rosteros. El 23, en M ontmartre, en la plaza St. Pierre, da la seal de soltadlo todo al Neptuno, que toma vuelo con 125 kilos de correo para aterrizar unas horas ms tarde en Craconville, cerca de Evreux. A lo largo de los cinco meses que dur el sitio, 64 globos-correo abandonaron la capital, llevndose en total 64 aeronautas, 91 pasajeros, 365 palomas mensajeras y9.000 kilos de documentos. Cinco globos cayeron en manos de los alemanes, otros dos se perdieron en el mar. Las palomas mensajeras tenan que volver a Pars cargadas con mensajes destinados a los sitiados. Pero cada paloma slo poda llevar un mensaje de un gramo como mximo.

    El inagotable N adar encontrar el medio para m ultiplicar casi al infinito tan endeble rendim iento. Se acuerda de una fotografa microscpica un milm etro de lado en la que los visitantes de la Exposicin de 1867 haban podido distinguir un grupo de 450 diputados. Encuentra al autor de este procedim iento Ren Dagron y lo m anda por globo a Tours con todos sus pertrechos de microfotografas. En adelante, cada palom a que em prende vuelo hacia Pars se lleva en un tubo de plum a 18 pelculas de colodin que tienen cada una 3 por 5 centm etros y reproducen lo equivalente a 16 folios de un texto impreso a tres columnas;50.000 mensajes reducidos cada uno a medio gramo ms o menos. En Pars, cada pelcula era colocada en el soporte de imgenes de un microscopio fotoelctrico, proyectada con una ampliacin grande en una pantalla, y transcrita por un equipo de copistas.

    No era la prim era vez que N adar tena oportunidad de unir sus dos pasiones, la fotografa y los viajes areos. En 1858 realiz la prim era foto area de la historia, a 80 metros por encima de Petit-Clamart, lo que no supona poco mrito, porque, dado el estado de la tcnica de aquel entonces, haba que fabricar in situ por lo tanto en la barquilla del globo, y por supuesto resguardada de la luz la placa de colodin que tena que utilizarse hm eda y revelarse inm ediatam ente despus de la exposicin.

    Si los viajes areos de Nadar ya no son ms que pequea historia, sus retratos fotogrficos perm anecen como testimonios insustituibles de su poca y son obras maestras indiscutibles. Sin duda le habra asombrado esa

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  • inversin de los valores. Como muchos de sus sucesores famosos, Man Ray, Brassa, Cartier-Bresson, Klein , Nadar lleg a la fotografa a travs de la pintura, o ms exactamente por lo que a l se refiere, por el dibujo. Periodista e ilustrador, haba imaginado fotografiar a las personalidades de su poca, para luego, sin abusar de su tiempo, poder esbozar a lpiz su caricatura con toda tranquilidad. En su origen, la fotografa no era para l ms que la sirvienta del dibujo. Pero poco a poco el dibujo se volvi intil. El panten Nadar, concebido en principio como una coleccin de caricaturas, lleg a ser un lbum de fotos.

    Por su taller de la calle St. Lazare, y luego por el del Boulevard des Capucines, desfil la Europa de los famosos, desde Liszt hasta Delacroix y desde George Sand hasta Bakunin. Para algunos, la operacin encerraba algo malfico y fascinante. D om inando terrores, fue como Balzac se hizo dagueireotipar entre los prim eros de su poca, por el ao 1842. Enseguida, la frtil imaginacin del genial novelista le haba proporcionado la explicacin metafsica de tan misteriosa operacin, y N adar tuvo, por dos veces, la oportunidad de escuchar cmo Balzac desarrollaba su extraa teora. Segn el autor de La comedia humana, cada cuerpo en la naturaleza est compuesto de series de espectros en capas superpuestas al infinito, foliceas y en pelculas infinitesimales. Por lo tanto cada fotografa es la m onda (la peladura) de una de estas capas la ms superficial y su aplicacin de plano en una placa fotogrfica. Por lo tanto, para cada cuerpo fotografiado y en cada toma hay una prdida evidente de uno de sus espectros, es decir, de una parte de su esencia constitutiva, lo cual es una prueba temible...

    Michel Braive uno de los mejores conocedores de Nadar ha subrayado, con razn, el escaso inters que ste pareca conceder a la fotografa de exteriores. Este gran aventurero en el sentido ms noble de la palabra no tena nada de cazador de imgenes. Si realiz la primera foto area de la historia, fue con la esperanza de hacer fortuna, al aplicar el procedim iento a la cartografa y a lo.s trazados catastrales. Pronto dej a otros la explotacin de esta nueva tcnica. Por otra parte, fue el prim ero en utilizar la luz artificial en fotografa, pero su serie de clichs sobre los alcantarillados y las catacumbas de Pars no tuvo continuacin. No se tiene ms que una foto de l en la barquilla de un globo. La realiz en su estudio con una barquilla dim inuta, colgada de una viga. En 1886, hizo la prim era entrevista fotogrfica al efectuar una serie de tomas del fsico Chevreul, la vspera de su 101 cumpleaos, m ientras contestaba a sus preguntas sobre el arte de llegar a ser centenario. Pero en sus retratos, nunca intent dar la ilusin de reproducido del natural. La vida intensa que irradia de la mayora de sus retratos em ana de la mirada, de

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  • la expresin sosegada, de la personalidad exclusiva del sujeto, jam s del gesto y m enos an del decorado. A pesar de todas las tentaciones por lo pintoresco, N adar parece haber elegido, de buenas a primeras, algo fundam ental que otros muchos y esto hasta hoy en da haran tras l: slo el rostro hum ano le parece digno de ser fijado sobre la pelcula.

    Muri en 1910 despus de tener la alegra de escribir a Louis Blriot para felicitarle por haber cruzado el canal de la Mancha en algo ms pesado que el aire.

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  • Emile Zola, fotgrafo

    Agosto de 1888. Emile Zola est de vacaciones en Royan. All est su editor, Charpentier, el grabador Desmoulin, y, con unos primos, su m ujer Alexandrine, que se ha trado a su costurera, Jeanne Rozerot, una m uchacha de veintin aos que no para de cantar. El alcalde de Royan, Frdric Garnier form a parte del grupo. Es l quien iniciar al escritor a una nueva moda, la fotografa.

    Zola tiene 48 aos, el principio de la vejez en aquellos tiempos. Como es hom bre meticuloso, no ignoramos nada de su corpulencia: cien kilos, ciento catorce centm etros de cintura. Es m ucho para un hom bre de un metro setenta. Su carrera literaria, que empez veinte aos atrs con Teresa Raquin, estuvo marcada por etapas triunfales, La cure, El vientre de Pars, La taber na, Nana, Pot-bouille, El paraso de las damas, Germinal, La tierra. Es el prim ero, el nm ero uno de las letras francesas desde la m uerte de Victor Hugo acaecida tres aos antes. l lo sabe.

    Lo que no sabe es que la vida le reserva ms sorpresas. No puede sospechar l, que desconfa de la poltica como de la peste que diez aos ms tarde, al publicar Yo acuso en L Aurore se va a arrojar a lo ms profundo del asunto Dreyfus y a atraerse los peores odios. Pero en aquel mes de agosto de su madurez, Jeanne Rozerot va a reservarle otro descubrim iento, el del amor. Se haba casado diez aos antes con una m ujer mayor que l, Gabrielle-Alexandrine, que no poda tener hijos. Zola, que renda el culto a la fecundidad, sufra en silencio. Sin em bargo fue un buen marido, dedicado por completo a su obra, en la que volc ardores erticos intolerables para un pblico de bien. Y de repen te llega esta Jeanne Rozerot como una rosa y un junco, dira l con sus canciones, su risa y su figura a la Greuze (segn dira l tambin). Pero, adems, una dicha nunca llega sola. Al mismo tiempo que el amor, otros dos descubrimientos, que concuerdan a las mil maravillas con sus aventuras, convertiran aquel verano del ao 1888 en algo memorable: la bicicleta y la fotografa.

    Amar a Jeanne. M ontar en bicicleta con Jeanne. Fotografiar a Jeanne. Conclusin: pierde veinticinco kilos. Esto es tanto como decir que vuelve a ser un muchacho.

    Jeanne, la bicicleta, los nios, los amigos, el herm oso libro publicado por Franois-Emile Zola y Massin1 ilustran estos temas y algunos otros

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  • ms, Pars, la exposicin de 1900, Inglaterra (donde tuvo que exiliarse desde julio de 1898 hasta jun io de 1899). En total 480, de los 3.000 clichs ms o menos que Zola dej; casi tanto como las pginas que com prende su obra escrita.

    Como era de esperar, el m undo de la fotografa se arroj sobre este libro con una nica pregunta en la m ente: Alcanza la grandeza del Zola novelista, el Zola fotgrafo? Tiene un lugar en la historia de este arte, entre Nadar, Eugne Atget y Demachy? Para los que aprecian y conocen la fotografa, la respuesta sin lugar a dudas es no. Con el espritu m etdico y el em peo que le caracterizaban, Zola lleg a ser un excelente tcnico de la fotografa. Tuvo unas diez m quinas de las cuales cinco siguen en manos de Franois-Emile Zola . Instal tres laboratorios de prueba y de revelado. Es verdad que la mayora de sus placas son terriblemente negras, y por haber hecho yo pruebas originales de sus obras, puedo decir que para revelar estas placas hace falta tener paciencia. Pero pienso que l no sobreexpona tanto. Es ms bien la pelcula la que ha ennegrecido con los aos. Adems, es indiscutible que el libro de Massin es apasionante y debe figurar en todas las bibliotecas. Prim ero, porque unas imgenes que tienen casi un siglo son siempre interesantes: cualquier docum ento que nos restituye los rostros y los paisajes de un m undo tan cercano, pero desaparecido para siempre, es muy valioso para nosotros. Pero, sobre todo, estas fotos nos revelan un aspecto nuevo e im portante aunque secundario de la vida de un hom bre de una im portancia considerable.

    Lo cual no quiere decir que una obra artstica fotogrfica o no tenga que ser creadora. Un gran fotgrafo tiene una visin propia que constituye la firm a de sus obras. Mire cien fotos de Weston, de Brassai, de Cartier-Bresson o de Boubat. Supongamos que le traen otra ms, la cen- tsimo primera, que usted ve por prim era vez. La colocar sin la m enor duda en la obra del artista a la que pertenece. H abr reconocido el mundo que el autor lleva en s y que proyecta donde sea que vaya. He viajado con grandes fotgrafos. En todas partes en Japn, en Canad, en frica, en Francia he visto cmo brotaban del pavimento, de las ciudades o de la arena de los desiertos unos rostros, unas escenas, unos paisajes que se les parecan, que eran suyos. Slo les faltaba pulsar el botn. Fue cuestin de suerte? Claro que no. Se tiene suerte una vez, dos veces, a lo sumo tres. Pero no todos los das, varias veces al da. ste es el misterio de la creacin.

    Nada parecido ocurre en Zola. Su uso de la fotografa no es muestra de creacin. A mi parecer, era m uestra de una doble frustracin que queda por definir.

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  • Primero recordem os que naci en Pars en 1840, pero que curs todos sus estudios en Aix-en-Provence. En el colegio de Aix, su m ente algo lenta y su acento parisino son fuente de vejaciones por parte de sus com paeros. Un forzudo le toma bajo su proteccin, un duro de pelar, un ao mayor, que s es de por all. Se llama Paul Czanne. Fue el principio de una profunda y larga amistad que conocera m om entos tormentosos. Como ha escrito A rm and Lanoux2, Paul sera El gran Meaulnes de este endeble Alain-Fournier. Pero la vocacin de Czanne era la poesa, la de Zola el dibujo. Ms adelante intercam biaran sus ambiciones. Pero no est prohibido pensar que siempre hubo en Zola un pin tor frustrado. Se vera en 1886, con la publicacin de su novela La obra que se inspira en la vida de Czanne. Zola no crea en el xito de su amigo. Escribe: Paul podra tener el genio de un gran pintor, pero nunca tendr el genio de llegar a serlo. Y ms adelante: Paul Czanne en el que uno puede descubrir los rasgos geniales de un gran pin tor fracasador. Extrao y apasionante equvoco que se instala entre estos dos grandes profetas del siglo XIX, y que llegara hasta la rup tura de su amistad. No cabe duda de que Zola tena cuentas pendientes con la pintura, y que la fotografa se benefici de esta deuda. Porque las fotos de Zola son ms una m uestra de ese arte impresionista que no practic, que de la novela social en la que lleg a ser un maestro. Zola fotgrafo habra podido ser la som bra del Zola novelista, y podram os haber encontrado entre sus clichs el dossier en imgenes de la zona m inera (Germinal), del m ercado central (El vientre de Pars), del m undo campesino (La tierra) o de los ferrocarriles (La bestia humana). Pero nada de eso existe. Zola fotgrafo no investiga sino que contempla, ama. Le fascinan los jardines, las aguas, los rostros. Para l, la fotografa responde a una funcin de celebracin.

    Y aqu es donde interviene la segunda frustracin a la que aludamos. El novelista quiso apasionadam ente a Jeanne Rozerot y a los dos hijos que tuvo con ella, Denise y Jacques. Pero esa te rn u ra no poda ser feliz p o rque se trataba de una familia adulterina. La divisin de esta doble vida que me veo obligado a vivir acaba por desesperarm e, escribi. U na foto desgarradora nos lo muestra en el balcn de su casa de Mdan, enfocndoles con un prismtico, en direccin a Cheverchemont, donde haba instalado a sus tres amores para el verano. Dedica su novela El doctor Pascal a Jeanne la que me ha dado el real festn de su juventud y me ha devuelto mis treinta aos al regalarme a mi Denise y a mi Jacques. Hay unas escenas lamentables. Avisada por una carta annim a, A lexandrine irrum pe en el piso de la calle St. Lazare donde su m arido ha instalado a Jeanne y rom pe las cartas de l que encuentra. Y por supuesto, lucha con la torpeza ms insigne para recuperar al infiel. Pero reconozcamos que no le falt ni

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  • valor ni generosidad ya que, una vez m uertos Emile y Jeanne, y sola con los nios, los adopt para que pudieran llevar el nom bre de su padre.

    En Lewis Carroll la fotografa haca las veces de contacto fsico con las nias que eran su gran pasin. En Zola hace las veces de vida en familia... Retrata con em peo casi podram os decir con glotonera a una Jeanne Rozerot en la que vemos cmo se va abriendo paso con los aos una herm osura algo fofa, y a dos nios cuyos semblantes a veces apenados, reflejan las fastidiosas sesiones de tomas de vista, a m enudo marcadas por los arrebatos de ira del fotgrafo. Pues m enudo asunto hace cien aos, el de sacar una foto!; y sin embargo, el academicismo de estos retratos es flagrante. Tal vez Zola dem uestre cierta originalidad al adoptar a veces, para los retratos de Jeanne, el ngulo tres cuartos espalda que despeja la oreja y realza la nuca. Pero en general, se conform a con el grupo frontal ms convencional. Es que para l la fotografa no es un terreno virgen donde explorar e inventar al mismo tiem po como lo es el dominio literario , sino un instrum ento dcil para atrapar y recordar; en fin, un ojo y una memoria. Si Zola escribe con su cerebro y con su imaginacin, con su corazn es con lo que saca sus fotos.

    1. Hobeke/D.A.A.V.P, 1990.2. Arm and Lanoux, Bonjour, monsieur Zola, Grasset, Pars, 1978.

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  • Un americano en Pars: Man Ray

    Cuando Man Ray desembarc en Pars en medio del chin-chin-tatachn del 14 de julio de 1921, le preceda una fama que, despus de cerrarle las galeras de pintura neoyorkinas, haba de abrirle las del dadasmo parisino. Le haba influenciado un joven pintor francs que viva en Nueva Yoik, Marcel Duchamp, cuyo Desnudo bajando una escalera haba estado de moda en la exposicin Armory en 1913. Desde aquel entonces Duchamp finga despreciar la pintura. Se dedicaba al ajedrez o construa extraas mquinas hechas con paneles de colores m ontados sobre un eje que pona en movimiento un motor, autnticas esculturas mviles, las prim eras de su gneio. Como ya saba que todos los medios valen para expresarse, Man Ray haba expuesto bajo el ttulo Autorretrato un lienzo que llevaba la huella de su propia m ano rem atada por dos timbres elctricos y un botn. Tambin haba inventado la p in tu ra con aergrafo. En lugar de in ten tar pintar contornos precisos, pegaba en su lienzo estnciles que protegan las superficies que no se pintaban. Por fin haba superado la especie de horror sagrado que la fotografa inspiraba, entonces, a los pintores. Despus de fotografiar sus propios lienzos para catlogos y prensa, se le ocurri que era posible pintar con una m quina de fofos del mismo modo que algunos pintores de antao, e incluso de hoy, fotografan con pinceles.

    Se entiende que el joven am ericano fuese acogido en M ontparnasse como a uno de los suyos por Francis Picabia, Paul Eluard, Philippe Soupault, Tristan Tzara y por todos cuantos hervan con ellos en la gran olla dada de donde pronto saldra el surrealismo. Man Ray llevaba consigo, en todos sus viajes, un pesado bal lleno de cuadros, lo que le haba ocasionado algn que otro contratiem po en las aduanas. Breton, Aragon y Eluard patrocinaron la prim era exposicin de Ray Man en la galera de Soupault cerca de Los Invlidos. En el ltimo m om ento, Man Ray aadi un objeto tpicam ente dada que llam Regalo: una vieja plancha cuya superficie infeiioi estaba erizada de clavos de tapicero. El objeto desapa- eci el da de la inauguracin, pero Soupault, sospechoso nm ero uno, neg ser el autor del hurto. El xito en sociedad fue brillante pero el fracaso comercial indiscutible. En todo caso, Man Ray se gan a un nuevo amigo, un extrao hom brecito de unos cincuenta aos, locuaz, de perilla

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  • blanca y quevedos, bom bn y paraguas negro, que pareca un em pleado de pompas fnebres o de banco. Era Erik Satie.

    Pero haba que vivir, y ya que sus cuadros no se vendan, Man Ray se inclin por la fotografa. Lanzado por Cocteau, recibido por Paul Poiret, adoptado por Picasso, Braque y Derain, apoyado por Anna de Noailles y el conde Etienne de Beaumont, llegara a ser el fotgrafo de una sociedad y de una poca incomparables, la nica y autntica belle poque de nuestro recin pasado siglo.

    Fotgrafo-pintor, Man Ray fue a la vez testigo y uno de los protagonistas de un movimiento especialmente rico y cuyas repercusiones han llegado hasta hoy. Como fotgrafo, supo m antener suficiente distancia como para describir y juzgar la corriente a la que estaba ntim am ente unido como pintor. Su libro de m em orias1 rebosa de ancdotas y de revelaciones de aparente trivialidad. En ellas nos codeamos con Paul Poiret en su lujoso palacete de la calle Saint-Honor, rodeado de su brillante cohorte de modelos, como un dios oriental refinado y epicreo; Picasso resuelto a dejar de pintar porque una sentencia de divorcio le obligaba a abonar a su ex m ujer el producto de sus cuadros; Picabia que inauguraba su nuevo coche deportivo, largo, bajo, de color azul celeste, con un trozo de parabrisas delante del volante, in tentando dem ostrar cmo su largo bloque- m otor de alum inio de ocho cilindros, aparentem ente sencillo hasta lo ridculo, era ms herm oso que cualquier obra de arte. Y luego, sobre todo, est Kiki de M ontparnasse, con quien vivira Man Ray durante aos. D urante tres das, haba posado para Utrillo. Entre las sesiones, l beba vino tinto, se em borrachaba y le ofreca una copa, pero cuando ella in tentaba ver el cuadro, la apartaba. Slo podra verlo una vez term inado. Cuando por fin pudo m irar al otro lado del caballete, vio que haba pintado un paisaje. Varios das antes, Kiki haba ido a ver a Soutine y, como saba que apenas tena para comer, le haba llevado pan y arenques. Al en trar le invadi un hedor espantoso: un trozo de buey y unas verduras que Soutine llevaba varios das pintando se estaban acabando de pudrir encim a de la mesa. Por am or al lujo, Kiki se pasaba horas en la baera, o tambin, arrem angada, guisaba platos que le recordaban su Borgoa natal. Al final ella tam bin se puso a pintar e hizo obras n a f pero cargadas de audacia, e incluso retratos, como el de Eisenstein que el director de cine le com pr enseguida. Al m orir Kiki en un hospital, todos los antiguos de M ontparnasse fueron a depositar flores en su tumba.

    Pero Man Ray nos invita a ir ms all de la pequea historia. Encarna una experiencia capital que se renueva de generacin en generacin desde 1830 y de la que nos ofrece algo parecido a una versin surrealista: el encuentro de la fotografa con la pintura. En una obra brillante2, Andr

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  • Vigneau recuerda la especie de pnico que se apoder de los pintores cuando la fotografa empez a calar hondo hacia 1840. En la cum bre de su fama, Ingres dio la m edida de su desasosiego al exclamar: Quin entre nosotros sera capaz de tal fidelidad, de tal firmeza en la in terpretacin de las lneas, de tal delicadeza en el modelado? Qu herm oso es esto de la fotografa!... qu herm oso, pero no hay que decirlo...!. En cuanto a Horace Vernet, al volver de la academia donde se haba anunciado el descubrimiento de la fotografa, declar sin dudarlo: Ha m uerto la pintura. Y, en efecto, la fotografa m atara cierto tipo de pintura. Primero es la pintura de batalla, precisamente la de Horace Vernet, gnero capital al que debemos ms de una obra maestra, gnero tan tradicional que, en 1939, el ministerio de la G uerra segua nom brando, en conformidad con el reglamento, a un pintor oficial de batalla que tena que instalarse en el frente de la drle de guerre con sus pinceles, su paleta y su caballete.

    Por otra parte, tambin el retrato fue m ortalm ente golpeado por la aparicin de la fotografa y en prim er lugar la m iniatura , que desapareci casi por completo. Se entiende por qu, al confrontar algunos retratos fotogrficos de Nadar con el retrato de los mismos personajes hecho por un pintor en la misma poca, la inutilidad de la p intura irrum pe con una evidencia brutal.

    Una vez superado el prim er m om ento de estupor, lleg un fuerte contraataque por parte de la pintura. Baudelaire su ms virulento portavoz escribe: En materia de p intura y de estatuaria, el credo actual de la gente de la buena sociedad, sobre todo en Francia, es ste: creo en la naturaleza. Creo que el arte es y no puede ser ms que la reproduccin de la naturaleza... y un dios vengador ha cumplido los deseos de esta multitud. Daguerre ha sido su mesas. Y entonces esta gente piensa: ya que la fotografa nos da todas estas garantas deseables de exactitud, el arte es la fotografa. Desde ese m om ento, la sociedad inm unda se abalanz, como Narciso, para contem plar su tosca imagen en el m etal. Sin em bargo, conviene recordar que tambin Baudelaire se precipit al taller de Nadar con el fin de conservar su imagen para las futuras generaciones.

    Pero despus de la guerra fra, parece que se instaura una especie de coexistencia pacfica. Da la impresin de que la p in tura convive con su temible rival. Incluso sabe sacar provecho de la nueva situacin y colmar las zanjas abiertas en su territorio hasta la fecha inconcluso: la reproduccin de lo real. Ya que en lo sucesivo, el realismo absoluto se ve anexionado por la fotografa, el pintor se encarga de explorar las tierras vrgenes de la composicin y de la descomposicin de lo sensible. Liberado de la esclavitud realista, se dota de unos objetivos ms sutiles, ms exquisitos

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  • que le llevarn al impresionismo y al cubismo. Incluso la fotografa le proporcionar algunas de las claves de su nuevo reino. De repente brotaran los recursos del enfoque y de ello Toulouse-Lautrec sacara unos efectos sorprendentes, m ientras Seurat se inspirara en el grano de los clichs subexpuestos paia inventar el puntillismo. La reconciliacin se consumara cuando se les ocurriera a algunos pintores que una fotografa, sacada o no con este fin, puede servir de m odelo perfectam ente e incluso de soporte encim a del cual se aplicaran directam ente sus colores. As la usaron Degas y Utrillo.

    En esta perspectiva es como hay que en tender a Man Ray. H aciendo tabla rasa de todas las clasificaciones y desde luego de todas las je ra rqu as, plantea como un principio que un pincel y una m quina son herramientas intercam biables y en s mismas indistintas de la creacin artstica. En esa lgica no se deja im presionar ms por su relativo fracaso como p in tor que por su deslum brante xito como fotgrafo. En l, el p in tor ha hecho al fotgrafo unos favores semejantes a los que la fotografa haba hecho a la p in tura medio siglo antes. Desarticulando las m quinas, m altratando las leyes de la ptica, trastornando las reglas de la qum ica fotogrfica, utiliza sucesivamente la granulacin, la sobreim- presin, el revelado negativo, el relieve, y, adems, inventa la solariza- cin. Pero seguramente, con sus rayografas (palabra sacada de su propio apellido) es como m ejor manifiesta su rechazo a la rutina. Al exponer a la luz una hoja de papel fotogrfico, sobre la cual se han colocado diversos objetos algunos translcidos se consigue una fotografa esquem tica, abstracta, llena de efectos inesperados, que tiene para un surrealista el encanto paradjico de haber sido hecha sin m quina fotogrfica.

    Jam s fue Man Ray tan feliz como cuando consegua sem brar la confusin entre el dom inio de la pintura y el de la fotografa, por ejemplo, realizando en negro y sepia un retrato al leo de Marcel Ducham p que todos tom an por una foto, o tam bin en algunos aforismos fulgurantes, como cuando defini la p intura abstracta como la ampliacin de un detalle de la naturaleza.

    Como yo tena un despacho en Editions Pion, fui vecino m ucho tiempo de Man Ray y de su esposa Juliette, que vivan en un apartam ento en el 2 bis de la calle Frou, a la sombra de las torres de la iglesia Saint- Sulpice. Me acoga con amistad ese hom brecito encorvado, de ojos interrogadores detrs de sus gruesas gafas y que pareca salir como de un museo surrealista lleno de objetos inslitos y de lienzos obsesivos. Su curiosidad segua al acecho, pero no se saba qu dosis de irona se mezclaba con el entusiasmo corts con el que saludaba los inventos de sus

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  • jvenes colegas. Cmo asom brar a Man Ray? La ltima vez que le vi, le pregunt que a qu se dedicaba ltim am ente. Me ense unas m iniaturas de una delicadeza sorprendente que parecan pinturas sobre marfil y que no eran sino fotografas en color realizadas segn un procedim iento de su invencin.

    Muri el 18 de noviembre de 1976.

    1. Mail Ray, Autoportrait, R obert Laffont, Pars, 1964.

    2. Andr Vigneau, Une brve histoire de l art de Niepce nos jours, R obert Laffont, Paris, s.d.

  • El oscuro lirismo de Bill Brandt

    Acurrucados en lo alto de una escombrera, unos m ineros en paro rebuscan trozos de carbn que van echando en bolsas. U na anciana se cepilla los dientes encima de un orinal. Dos criadas, con cara de odio, tocadas con cofias blancas de cintas plisadas, m ontan guardia ante una mesa sobrecargada de cristalera de Venecia. Un aburrim iento envarado domina este saln tapizado de felpa, donde se ven cuatro seores de esmoquin, una joven sentada en un puf ante un juego de damas. Unos chiquillos corren al fondo de una calle resbaladiza dom inada por una colum nata de chimeneas de fbrica que van vomitando holln. Sombras de una isla: es el ttulo que ha encontrado Michel Butor para el libro de fotografas de Bill Brandt publicado por Editions Prisma. Por supuesto, la isla es Inglaterra. Enseguida se adivinan intenciones polmicas, algo como un arreglo de cuentas entre un hom bre y su propio pas. He visto a Bill Brandt varias veces. Era un m uchacho risueo, algo as como el e terno estud ian te, frgil e irnico, al que su m ujer prodigaba cuidados infinitos. Pero no, en absoluto, quiero a Inglaterra, es mi pas, me dijo m ientras com a caramelos, hay que m irar mejor mis fotografas. Mir m ejor y, en mi opinin, he entendido mejor. Como pasa con algunas personas, las imgenes de Bill Brandt ganan con el trato. Conviene convivir con ellas. Dentro de dos, diez aos, las com prender an mejor. Existe mayor elogio para un arte que pasa por fugitivo y superficial?

    Lo propio de Bill Brandt es hacer caso omiso de las alternativas ms evidentes, basndose en la fuerza de su intuicin. Por ejemplo, la alternativa tristeza-alegra. Estas sombras de una isla nos dem uestran de manera indiscutible que al llevar el realismo hasta el lmite de su negrura, se puede desem bocar en un lirismo cercano a la alegra. Porque estas imgenes rebosan lirismo, es imposible dejarlo de lado. Estas escenas de la vida ntima de la gentry de antes de la guerra vienen como aureoladas de cierto trasfondo de nostalgia. A estos chavales, en el fondo del callejn negro, la belleza trgica de este paisaje industrial les llevar enseguida al cielo. Por qu? Cmo? Se puede invocar la elim inacin de los matices, de los grises? Bill Brandt, que revela l mismo sus pruebas, utiliza siempre papeles de extrem a dureza, de m odo que los blancos y los negros se entrechocan en una sinfona deslum brante y al final tnica.

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  • Pero este tipo de explicacin tcnica es muy limitada. Es m ejor m irar otra vez y abandonarse a la im presin de grandeza que se desprende de estas imgenes. Esta grandeza alcanza una dim ensin csmica en los paisajes de la isla de Skye, esculpida por la erosin de los glaciares, y en los pramos asolados de Yorkshire. En Skye volvemos atrs, a la noche de los tiempos, cuando la tierra estaba an m ojada y tierna despus del diluvio y destruida por las huellas de los pies de los gigantes. Ya no hay nada humano en aquellos terribles pram os donde la vida no se manifiesta ms que por algunos huevos moteados, colocados en el hueco de una roca. En Yorkshire, la casa de Emily Bront es azotada p o r las rfagas de viento de las Cumbres borrascosas. La silueta de una vaca en el claro de luna, las manchas claras de un rebao de ovejas entre las rocas megalti- cas, una mariposa monstruosa empalada en las ramas de un rbol m uerto nos recuerdan que el hom bre ha pasado por all antes de desaparecer, sin duda, definitivamente.

    En 1945 la carrera de Bill Brandt dio un rum bo decisivo al com prar en una tienda de segunda m ano cerca de Covent C arden una Kodak de madera sin obturador, que utilizaba Scotland Yard en el siglo XIX , para sacar fotos de las habitaciones donde se haba cometido algn crimen. Concebida para este fin, la m quina tiene una abertura angular y una profundidad de foco igualmente fantsticas que arrastran deform aciones pticas impresionantes. D urante quince aos, Bill B randt aprendera la fotografa con esta herram ienta prehistrica, esforzndose por asimilar su lenguaje, con el fin de usarlo mejor para sus propios objetivos. Independientemente de la m quina que utilizara luego, le quedaron para siempre las lecciones de aquel m entor de un gnero nuevo.

    Aquellos aos de investigacin desem bocaron en 1961 en un libro de fotos que sali bajo el ttulo Perspectivas sobre el desnudo. Por su hom ogeneidad, por su riqueza y su rigor, este libro imposible de encontrar y que fue adems un fracaso comercial es uno de los libros de fotografas ms importantes publicados hasta hoy. Levant polmicas en los medios de la cmara oscura. Por prim era vez el artista sacaba un provecho sistemtico de cierta infidelidad a lo real, la exploraba en todas sus implicaciones, la desarrollaba como el tema de una fuga de Bach. Se habl de foto abstracta, de formalismo, de juego gratuito. Pero todas estas acusaciones caen por s solas si uno acepta considerar que a pesar de la fragmentacin que el autor im pone a las formas, con total libertad, los valores materiales, sin los cuales no hay fotografa vlida, no slo se respetan sino que incluso se afirman con una insistencia obsesiva. Se pueden contar las ranuras del entarim ado, se siente la seda spera de los sofs, la felpa de los sillones, la frialdad lisa de los espejos y de los cristales. En los exterio-

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  • res marinos, los cantos rodados tienen peso, el aire huele a olor marino, e incluso se oye el fragor de las olas que se precipitan en el caracol de un enorme odo, abierto en prim er plano. Pero sobre todo aqu esta la carne, con sus arrugas, su vello, sus poros y el variado grano de la piel. Parece que por un sentido admirable del equilibrio de los valores, Bill Brandt se ha sumido tanto ms profundam ente en la materia como cuanta ms libertad se tom aba con las formas. Devuelve centuplicado el realismo en profundidad, lo que le haba negado al nivel de las lneas y de su juego.

    Parece que los grandes fotgrafos se clasifican por s solos en dos familias cuya visin y cuya m eta son totalm ente distintas. Los prim eros lo esperan todo de lo instantneo reproducido del natural y cosechan aqu y all unas imgenes que dan testimonio de la condicin hum ana. Atget es su antepasado, Cartier-Bresson su ms famoso representante contem porneo y las fotos de Robert Capa una de las cum bres de su arte. Los otros anhelan la eternidad a travs del instante. El retrato, el desnudo y el bodegn son su territorio. Edward Weston es el maestro de esta casta cuya tradicin prosiguen, en Francia, Sudre, Brihat y Clergue. Es obvio que Bill Brandt pertenece a esta lnea. Pero en este caso, como en otros, este demonio de hom bre sabe ir ms all de esta alternativa. Porque, nico representante de su especie, baja a la calle y hace reportajes a su m anera sobre el paro en 1930, la dolce vita de la flor y nata londinense o los bom bardeos de 1940. A su m anera, claro est, pues a estos mineros, a estos aristcratas, a estos londinenses am ontonados en el pnb, los trata corno desnudos, como bodegones. Y seguram ente es lo que da su fuerza y su firmeza fascinantes a estos docum entos autnticam ente sacados de lo real.

    Nadie discute que Bill Brandt sea considerado el ms grande fotgrafo ingls. Pero conform e vas recorriendo su obra, te asalta una duda: realmente se ha dicho todo sobre Bill Brandt? Tal vez falte por decir la ltima palabra.

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  • Jacques Lartigue, el sabio de las imgenes

    La tradicin literaria nos ha acostum brado a la imagen del nio en perpetua ruptura con su medio familiar y social. A veces su felicidad se desarrolla en una salvaje libertad que le confiere su indigencia Gavroche, Mowgli, o al contrario, le aplastan las obligaciones del cuerpo social privilegiado al que pertenece (Les malheurs de Sophie, El pequeo lord Fauntleroy). Pero, en general, nos gusta adm itir que el nio pobre es ms feliz que el nio rico.

    Los recuerdos de niez de Jacques Lartigue trastornan esta convencin. Vemos, oh sorpresa!, cmo un nio se las arregla a las mil m aravillas con una vida de prncipe. Porque lo tiene todo este nio, jard ines, criados, coches, aeroplanos. Es probable que sea uno de los prim eros estamos a principios del siglo XX en practicar el esqu, el deporte del automvil, la fotografa o el cine de aficionado.

    A decir verdad, m erecera la pena exam inar desde muy cerca la vida de Jacques Lartigue, poca por poca, porque encierra, difuso y bajo mil formas, un secreto; el secreto por excelencia, el de la felicidad. Intentemos coger infraganti esta extraa y maravillosa facultad.

    Primero se observar que tiene un sentido innato de las alegras sencillas, inmediatas, modestas. Para un rico existe algo ms difcil que disfrutar de los placeres gratuitos? No cortar de raz, por un desprecio estpido o por un descuido obtuso, los dones de cada da. Amar la vida es am ar por la m aana el olor a caf y a tostadas. Es maravillarse de una m ancha de sol en la alfombra, del canto del gallo o del suave raspar del rastrillo del jardinero por la gravilla de los senderos. Quiz esto no se encuentre de manera explcita en las pginas de las Memorias de J. Lartigue1, pero flota en su espritu. Yya que hablamos de espritu, observemos que cuanto ms sencilla es la alegra el aire fresco de la m aana, el resplandor del atardecer, el olor a tierra mojada despus de la torm enta, la sonrisa efmera de un nio desconocido, el leve roce de un gatito contra la pierna , ms translcida resulta en presencia de Dios. Se habla de la fe del carbonero. Al observar a Jacques Lartigue, preferira hablar de la fe del florista, del pastelero, del pajarero.

    Me parece que nadie como l sabe disfrutar sin segunda intencin de lo que le regalan y sabe olvidar lo que le niegan. Lamentar, envidiar, ven

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  • garse... imposible. No slo sabe dar rara cualidad sino que tambin sabe recibir, facultad an ms escasa. Durante nuestros aos de vacas flacas, yo sola decirle a Florette que ya que no tenamos con qu pagar el yogur o la fruta de la cena, tanto peor, vayamos a c e n a ra Maxims. All, en cuanto llegbamos, alguien nos invitaba.

    La adm iracin es un estrem ecim iento de vida y de calor que se aade a la simple observacin. No nos olvidemos que la raz de la palabra significa: asombrarse. Admiracin = am or + asombro. Es el am or con una frescura que brota y se embelesa. Y nada ms fcil que suscitar la admiracin de Jacques Lartigue. Ensele algo autntico, una mujer, una fruta, un paisaje. Enseguida admira. Pero, cuidado!, su admiracin es comunicativa, y no slo para usted sino que la irradian la mujer, la fruta o el paisaje, y les da al mismo tiem po un destello inesperado, hacindolos precisam ente admirables. Y esto se encuentra en la fotografa o en la pintura que har luego. En realidad, todo cuanto toca se vuelve flor.

    Este frescor que magnifica, esta disponibilidad para las alegras sencillas nos llevan a hablar de primavera. Cada ao, la naturaleza festeja a Jacques Lartigue. Esto se llama primavera. l la espera con fervor, como algo m erecido, y cuando empieza, se dispone a instalarse en prim era fila y no perderse nada. Sus fotos ms hermosas irradian una luz de m aana de abril; y fue uno de los prim eros en utilizar la pelcula en color2.

    A este respecto, apuntarem os la peculiar funcin de sus juguetes preferidos: la foto, el automvil, el esqu, la pintura. Siempre son instrum entos de apertura hacia el exterior, de conquista de las cosas, de la gente o de los paisajes. Sus pasiones son pasiones claras, enriquecedoras, mientras que las pasiones negras el juego, el alcohol, la droga provocan ru p turas, desconexiones, dimisiones. Tres palabras que no existen en el vocabulario de Jacques Lartigue: evasin, vacaciones y retiro.

    En cambio, una nueva palabra se presenta con toda naturalidad a quienes le ven: juventud. Con motivo de su prim era exposicin de p intura en Nueva York, un periodista le pregunt: No ser usted el hijo del famoso fotgrafo de mujeres de 1900?. Claro est, no poda sospechar que el famoso fotgrafo tena ocho aos cuando haca aquellas imgenes inolvidables. En aquella poca, dijo a su padre, que entonces tena 35 aos: Intenta vivir otros diez aos ms, porque as podrem os m orir jun tos. Precisemos que su padre vivira hasta los noventa y seis aos.

    Desgraciadamente el m undo es malo, y nadie est a salvo de las peores pruebas. A pesar de todo, las pginas del diario de Jacques Lartigue fechadas en 1914-1918 podran llamarse del buen uso de la guerra. Como muchos otros, tam bin l quiso cubrirse de gloria. Jacques Lartigue, que ingenuam ente segua el impulso patritico general, fue rechazado de las

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  • filas del dios Marte. La ju n ta de clasificacin a la que se present en la misma hornada que Maurice Rostand rechaz a este chaval de 1,80 m que pesaba 52 kilos. (Sesenta aos ms tarde an no haba tragado la humillacin. Me dijo: He engordado dos kilos desde aquel entonces. Crees que les valdra ahora?.) Al final ira al frente, como Cocteau, con el uniforme de camillero. Entre tanto cogi el sarampin, y su m adre le lea en la cama cuentos de Zola. Luego recuper su fuerza fsica jugando al tenis. Rod una pelcula patritica con Jacques Feyder, con un uniforme de teniente ingls firm ado por B urberrys. Pint mujeres desnudas en el taller Julin, calle del Dragn, sedujo a jovencitas gracias a su B. B. Peugeot. Tocado con una media de seda, recibi el bautismo del aire en el caza ingls Sopwith, el aparato ms rpido de aquella poca. Le operaron de apendicitis. Pero el colmo de aquellos tiempos heroicos fue su primera gran aventura, digamos la palabra, la prdida de su virginidad, ms patritica todava que su pelcula, ya que para ello eligi a M arthe Chenal, famosa cantante e intrprete oficial de la Marsellesa durante la guerra.

    Pertenece a la raza misteriosa de los grandes de la fotografa que se define por el poder inexplicable de suscitar coincidencias, chiripas, encuentros increbles, en los que el azar cobra tanto m enos parte cuanto que estos milagros no dejan de ocurrir a su favor, y slo a su nico favor. Un da, Lartigue estaba en mi jard n con su m quina de fotos en la mano. Yo asomo la cabeza por la lum brera de la buhardilla. En ese instante, dos palomas blancas se posan en el canaln, una a la derecha, otra a la izquierda de mi cabeza. Franois Reinchenbach ha publicado un libro de recuerdos3. En la portada figura un admirable retrato de un nio de seis aos: el autor es Jacques Lartigue. Pregunta: Por qu a Lartigue se le ocurri en 1927 sacar una foto de este nio? La escena transcurre en Arles donde se inaugura, en el museo Rattu, una exposicin de fotografas antiguas. En el grupo de invitados notables que van recorriendo las salas, se oye la risa de Lartigue. Se detienen ante una foto de Eugne Atget (1856-1927) en la que se ve a un pblico de nios fascinados por el guiol del Jard n del Luxemburgo. De repente una exclamacin: Pero si somos mi herm ano Maurice y yo!.

    Es Jacques Lartigue. Se asoma hacia la imagen. Por puro milagro, all hay una lupa. As que uno de los mayores fotgrafos del siglo xix haba sacado casualmente pero era casual? a uno de los mayores fotgrafos del siglo XX. Se form a un corro. Confrontan las fechas. Todo parece concordar. Ms adelante se com probar de form a definitiva y casi policaca: la oreja de Maurice muy visible es bastante caracterstica. Se volver a com probar en otras fotos, sin lugar a duda. Jacques tena en tonces cinco aos ya que la foto de Atget tiene la fecha de 1899. La carita que

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  • se distingue en el documento amarillento de Atget recuerda otro rostro regordete, despabilado, lleno de gracia y de ingenio: el del Petit Gibus en la pelcula La guerre des boutons y de Bbert et l omnibus. Nada extrao. Este joven actor se llama Martn Lartigue, y es el nieto de Jacques. Hoy en da es pintor y hombre de teatro. Un pura sangre no sabra mentir...

    Durante el otoo de 1974, se vio de repente cmo la foto de Jacques Lartigue prosperaba en todos los peridicos, semanarios y pantallas de televisin. Es que lo haba elegido el nuevo presidente de la Repblica para hacer su retrato oficial, el que adornara, entre otros lugares, los32.000 ayuntamientos de Francia. Admiremos de paso esta sabrosa paradoja: al hacer la foto del presidente Giscard d Estaing, es su propia cara la que se ve por todas partes. Pero no se conoce im punemente a este maestro de la felicidad. Desde esa foto histrica, tiene mesa franca en el palacio del Elseo. Con o sin mquina de fotos. Despus de Marthe Chenal, Valry Giscard d Estaing es quien cae bajo el encanto del nio mayor de ojos azules y de rizos blancos. No poda elegir mejor. Esperemos para bien de Francia que lo vea a m enudo y que lo mire bien4.

    1. Jacques-H enri Lartigue, Mmoires sans mmoire, R obert Laffont, Paris, 1975.2. Jacques H enri-Lartigue, Les Autochromes de J.-H. Lartigue 1912-1927, H erscher, Paris, 1980.3. Franois R einchenbach, Le monde a encore un visage, Editions Stock, Paris, 1981.4. Escrito en 1975.

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  • Herbert List, fotgrafo del silencio

    En primer lugar conviene recordar el lugar aparte que ocupa Hamburgo, su ciudad natal, en Alemania. Poderosa ciudad hansetica, capital del norte, puerto cosmopolita, volcado hacia los pases anglosajones, Hamburgo es la anttesis de Munich. El hamburgus mira por encima del hombro hacia las provincias del interior, con sus pesados dialectos campesinos, y ms an hacia este sur catlico en cuyas cerveceras se desarrollaron Hitler y el nazismo; no le va nada el famoso Blut and Boden (sangre y tierra), doble obsesin de la ideologa racista a la cual opone gustoso el espritu y el mar.

    Despus, conviene recordar la generacin a la que List perteneca. Nacido en 1903, est en plena adolescencia cuando tiene lugar el desastre de 1918. La historia aade su peso formidable a la embriaguez iconoclasta y a la liquidacin de los valores paternos propios de la crisis de los quince. Yo s con qu jbilo dionisiaco, un chaval en plena rebelin adolescente, asiste al derrum bam iento de su pas y ve cmo ponen patas arriba y del revs sus instituciones y su moral: yo tena quince aos en 1940.

    La Alemania que se viene abajo en 1918 es la de Guillermo II, una civilizacin industrial y puritana que encuentra su equivalente y su modelo en la Inglaterra victoriana (a fin de cuentas, Guillermo era nieto de la reina Victoria). Aqu vive la gran burguesa con sus bancos y sus fbricas, en unos interiores asfixiados por cojines y colgaduras, humillada por el tratado de Versalles, asustada por los sublevados de Kiel, arruinada por las reivindicaciones sociales. Su propia juventud la escarnece, ya que la considera responsable del caos reinante. Esta juventud se encierra sobre s misma en una especie de secta de veinteaeros que se llaman a s mismos wandervogel (pjaros migratorios). Grupsculos anarquizantes, con su prensa, su literatura, sus citas, que recorren andando, con una guitarra como nico equipaje, los bosques, los arenales y las montaas. Estos pjaros migratorios tendran sus descendientes: los hippies...

    Como haba ganado la guerra, Inglaterra tena un retraso de una revolucin con relacin a Alemania. Conviene leer el testimonio de Stephen Spender, un joven ingls, amigo de H erbert List, que se plant en su pequea sociedad en 1929. Qu deslumbramiento ante esta juventud solar, esta beautiful people que cultivaba la belleza del cuerpo, el nudismo,

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  • el arte riguroso! Su principal fuerza era una especie de narcisismo aristocrtico. H erbert List era quien conduca el juego, aunque contrastaba con esta sociedad nrdica por su pelo negro, sus ojos oscuros, las ventanas de- sus narices abiertas y sus gruesos labios. Decan que su aspecto era como el de un azteca y recordaban que tena sangre brasilea. Por su cultura cosmopolita, su libertad de pensamiento, su anchura de miras, List est a sus anchas en el Berln de los aos veinte donde conviven la Bauhaus, el expresionismo, el teatro de Max Reinhardt, la msica de Kurt Weill, el cabaret de Klaus y Erika Mann. El negocio familiar de importacin de caf le proporciona un desahogo econmico y le permite hacer viajes admirables por Latinoamrica y Estados Unidos.

    Algo muy tpico, H erbert List evoluciona desde esta profusin extremada hacia un ascetismo progresivo mediante una sucesin de negaciones y rechazos. Primero, segn parece, se aleja de la literatura e incluso de la palabra. Quita los libros de su cabecera y cultiva con sus amigos una especie de comunin en el silencio. Ms adelante, renuncia al dibujo. Se define como un hombre sin atributos segn el ttulo de la novela de Robert Musil. En l hay algo de dandy, de eterno ocioso.

    Aprendi la fotografa con Lyonel Feininger que, a su vez, proceda de la arquitectura. Al final fue en el terreno de la fotografa donde H erbert List dio lo mejor de s mismo. Pero se sita en el lado opuesto al testim onio. No esperen de l imgenes sacadas de lo real o espontneas. Es el anti-Cartier-Bresson, el anti-Capa, el anti-Family of man, exposicin de 503 fotos humanistas organizada por Edward Steichen despus de la II Guerra Mundial. Ms bien se reconocera en las experiencias y provocaciones de Man Ray a las que suma, adems, el culto a la belleza clsica. Una de sus obras mayores cuya aparicin se aplaz con la guerra es un homenaje a Grecia, sus piedras, sus paisajes, sus cuerpos. En el fondo, List habra sido, tal vez, el fotgrafo que hubiera llegado a ser Cocteau de no haberse volcado en el cine.

    Fotgrafo del silencio y de la inmovilidad, List destaca en el retrato. Pero raras veces capta el resplandor de la sonrisa o la expresin fugitiva que atrapa al vuelo (excepto en el caso de Somerset Maugham). Es el fotgrafo de la meditacin, del examen interior, de la angustiosa espera. Cada uno de sus retratos intenta huir del tiempo que destruye para alcanzar una eternidad que se escapa. La serenidad no es su cometido. Obra como un virtuoso con estos accesorios angustiosos que exaltan la carne a la vez que la niegan: la mscara, la mordaza, el espejo, el maniqu.

    Como ya sabemos, Herbert List tena quince aos cuando el tratado de Versalles. Ahora hay que aadir que tena treinta cuando Hitler se apoder del poder. Su adolescencia haba sido fecundada y exacerbada por

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  • el fin de un mundo. La flor de su juventud se vio truncada por la llegada del ni Reich. Claro est, List no estaba comprometido polticamente. Haba sido uno de esos intelectuales alemanes que consideraban que Hitler era realmente demasiado ridculo como para que lo tomasen en serio. Adems, qu lugar poda tener una libertad tan feroz como la suya en un Estado totalitario? Y por otra parte, el terror nazi se desencaden ante todo contra estos dos pilares de la civilizacin occidental: el judo y el homosexual. Dos razones ms para que List fuese considerado como el enemigo del nuevo rgimen.

    Alemania, esta mquina de hacer genios, fue destrozada por el nazismo, su guerra y su derrota. Luego volvi la vida, primero tmida, por encima de los montones de ruinas. Herbert List, el fotgrafo -del silencio, bebi en una nueva fuente de inspiracin en esos monumentos derrum bados, esas calles desfondadas, esas estatuas fulminadas. Nada ms conmovedor e instructivo que esta ltima adaptacin de su genio particular a las nuevas condiciones que le ofrecan las miserias de la guerra: el esteta refinado, enamorado de la arqueologa y de la antigedad, adoptando las nuevas ruinas, la arqueologa en presente, las ciudades de su patria destruida.

    Por supuesto se puede pensar que estas fotografas de la Alemania ao cero son la parte ms notable de toda su obra, porque la ruina moderna le ha aportado, de modo paradjico, lo que siempre le haba faltado: el contacto directo con la realidad. Pero en mi opinin esto sera hacer poco caso de la reivindicacin del absoluto inseparable de cualquier creacin. Sin duda el contacto con la brutal realidad histrica, su elevacin a la potencia artstica constituyen una conquista fundamental de la bsqueda de H erbert List. Pero, sobre todo, veo en ello el xito brillante de un difcil trmino medio. Ms exaltantes me parecen las cumbres alcanzadas justo antes de la guerra por algunas de sus naturalezas muertas. El pez rojo de Santorin, las sillas de Sunion, y, tal vez todava ms, las gafas de sol del lago de los Quatre Cantons, nos llevan hacia unos abismos de silencio de donde no se vuelve jams. Estas imgenes pertenecen a la muy escasa categora de las que tocan lo absoluto.

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  • Un naturalista desenfadado: Jean-Philippe Charbonnier

    Un hombre compra 1111 billete de lotera y gana el gordo. Se hablar de casualidad. Si juega y gana otra vez dirn que ha tenido suerte. Si juega sin parar y sigue ganando, habr que encontrar algo ms. Har trampas.

    Ante una foto de Jean-Philippe Charbonnier, al lector se le ocurre: si me hubiera encontrado all, con una mquina de fotos, habra hecho lo mismo. Despus de ver veinte, treinta, cien fotos tan sorprendentes las unas como las otras, se ve obligado a buscar otra cosa. Porque todos lo hemos experimentado. Hoy en da todo el m undo viaja y saca fotos. Uno solo vuelve con unas Charbonnier en su caja de imgenes: precisamente l. Entonces?

    Comparacin no es razn, y, sin embargo, quisiera abordar el misterio mediante una analoga. He visto cmo trabajaba Charbonnier. Tambin he visto a un ebanista, a un criador de pollos, a un pescador de lnea. La misma palabra se presenta bajo mi pluma para expresar las diversas admiraciones que estos hombres me han inspirado: connivencia. Connivencia del hombre con la materia, aunque sea viva. Connivencia del pulgar del ebanista con la tijera, y de uno y otro con la madera frutal de la que sacan una viruta fina como el papel y de perfecta regularidad. Connivencia de la mano del criador que atrapa el ave con 1111 aparente y brutal desenfado pero en el que el pollo se entrega sin resistencia, y con una confianza ciega, a este abrazo que siente como secretamente acolchado por una inmensa sabidura. Connivencia del ro con el pescador que se ha integrado en el paisaje. Ha encontrado su lugar, el previsto desde toda eternidad entre el sauce y la orilla, y si pesca y mata es lo mismo que cuando la liblula roza el agua y el sol declina en el horizonte. E incluso connivencia de Charbonnier con la ciudad, con la orilla, la casa de campo, con el transcurso de las cosas que le entregan su reflejo, como el ro entrega su pez al pescador. Hay una manera carbonera de acercarse al sujeto que lleva a ste irresistiblemente, a entregarle la nica imagen marcada claro est con un sello invisible: JPC.

    Y tan poderosa es esta incitacin que, en ltima instancia, la imagen que se ha presentado dcilmente y que por un accidente fortuito no ha sido recogida, podr volver a surgir ms tarde y en otro lugar, como si estuviera condenada a vagar, hurfana, hasta encontrar el lugar que le

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  • corresponde en el m undo de Charbonnier. Por ejemplo esta mujer musulmana con velo, que lleva una mquina de coser sobre la cabeza (hermosura plstica de esta silueta inslita, humor, imagen surrealista, porque a lo mejor le creci en la cabeza esta mquina, de tanto soar con ella). Pues esta mujer estaba en una primera cita en Marruecos. Cita fallada, ya que aquel da Jean-Philippe Charbonnier haba salido sin su cmara. Nueve aos ms tarde, se presentara de nuevo, pero esta vez en Kuwait como si la mujer hubiera tardado todo ese tiempo para cruzar de oeste a este el continente africano. Tambin habra que apuntar casos de leitmotiv, como esta viejecita que Charbonnier encuentra idntica a s misma, de lustro en lustro, por todos los confines de Francia, a la cual, a lo mejor, no ve ms que en sus contactos, porque suele sacarla de manera maquinal, inconsciente...

    Otra comparacin para avanzar algo ms. Un amigo mo es el donjun ms perfecto. Sus conquistas no se cuentan, lo cual es una manera de hablar, ya que lleva una cuenta escrupulosa como haca d o n ju n por otra parte. Mucho tiempo lo he observado y acab por decirle: Cmo lo haces? No eres ni guapo, ni brillante conversador, ni rico y tu fama es detestable. Por qu no se te resiste ninguna mujer?.

    Muy sencillo, me contest. No soy deportista. No busco la dificultad. Al contrario, huyo de ella como de la peste. Todo mi arte consiste en localizar a la mujer que no se resistir. Y slo intentarlo con ella. De all mi constante felicidad.

    A la luz de este ejemplo, se me ocurre que Charbonnier perfecto seductor de espectculo no se aventura con su mquina ms que cuando su instinto le avisa que hay imagen encerrada, es decir que hay algo a lo Charbonnier en el aire. Aqu nos topamos otra vez con el pescador que no lanza la caa de pescar sino en el remolino abundante en peces.

    Es evidente que las comparaciones pierden algo de su fuerza ante la extrema variedad de los temas de Jean-Philippe Charbonnier. Este trotamundos est por todas partes: en su casa, por lo que se ve, en las carreras de Epsom, en un psiquitrico, en una medina marroqu, entre los bastidores del Folies-Bergre, o en el humilde interior de las viviendas sociales. Entonces el juego consiste en buscar y definir el punto comn de todas las imgenes que ha firmado, o sea, este sello JPC del que hablbamos.

    Primero apuntemos que, salvo contadas excepciones, se mantiene fiel al humilde realismo de los orgenes de la fotografa. Las investigaciones formales no son su cometido, sino para demostrarse a s mismo, de vez en cuando, que domina al dedillo la tcnica. As que hay realismo, y un realismo duro que no se echa atrs ni ante lo cruel ni lo srdido. Pero esta

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  • fidelidad no es una esclavitud. En cada imagen de Jean-Philippe Charbonnier, uno permanece sensible a una distancia insuperable que se cuela entre el fotgrafo y su sujeto. Un refrn alemn recomienda, en caso de cenar con el diablo, que se use una cuchara de mango muy largo. Jean-Philippe Charbonnier no se deja nunca deslumbrar por el sujeto.

    Su primer reportaje fue justo despus de la Liberacin y trataba de la ejecucin de un colaboracionista. Dura prueba para un principiante! Jean-Philippe Charbonnier confiesa que le ayud la intromisin de su cmara entre la horrorosa escena y su propia cara, como una mscara, como un escudo. Parece que nunca se ha olvidado de esta primera leccin. Naturalista, seguro, pero naturalista desenfadado. Jean-Philippe Charbonnier creci en una familia de pintores, en un medio de artistas. De buenas a primeras, la influencia de sus orgenes no es visible en l, y menos mal. Pero en profundidad, se ha quedado con un sentido de la libertad creadora que le salva de una fidelidad literal a lo real, y que hace que un soplo de espritu recorra toda su obra.

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  • Edouard Boubat o la paz de Dios

    Su tarjeta de presentacin lo definir profesionalmente como gran reportero internacional, y es verdad que esta obra ntima y serena naci en la India, en China, en Portugal, en Estados Unidos, en el frica negra. Boubat es uno de nuestros fotgrafos contemporneos que suman el mayor nmero de kilmetros recorridos en cuarenta aos. Pero uno buscara en vano en su obra imgenes de guerras, de hambrunas, de sesmos o de epidemias. Mientras que el reportero fotogrfico tradicional nos conmueve fcilmente, al mostrarnos a hombres o a mujeres enajenados, fuera de s por la desgracia, a nios hambrientos, casas derruidas, tierras inundadas o quemadas, Boubat tiene el don, segn parece, de que a su alrededor reinen la paz y el equilibrio. Es el reportero por antonomasia de los lugares donde no ocurre nada. Nada para la mirada burda y brutal del viajero en busca de sensaciones, pero su ojo sabe escuchar, y oye, y nos permite or cmo crece la hierba, cmo amanece, cmo crece el nio y cmo corre lento y majestuoso el gran ro de la vida.

    Precisamente Boubat nos recuerda que una cara no es ms interesante si es tumefacta o pustulosa, que un cuerpo no es ms fotognico porque lo haya destrozado el hambre o la lepra y que en total son ms los hombres en el mundo que viven una vida sana y normal que los que estn hundidos en un infierno de sufrimiento. Lo feo es hermoso segn deca Zola. Vale, contestaba Hugo, pero lo bello an es ms bello. Sin embargo, en Boubat no se encontrar rastro de amaneramiento ni de sensiblera, e incluso antes de la palabra ternura yo preferira para definirlo la palabra bondad, ms fuerte, ms viril.

    Cada noche de la creacin del mundo, nos dice el Gnesis, Dios contempl lo que haba hecho y vio que aquello estaba bien. En los paisajes de Boubat hay algo de aquella mirada divina posada como una bendicin sobre el fin de un da creador. Ante sus imgenes, se nos ocurre la palabra gracia, con toda naturalidad, y no podemos decir si hay que entenderla en su sentido teolgico o en el sentido coreogrfico de lo inseparable, que es en su caso la belleza del gesto y la bondad del cielo.

    A la mirada del fotgrafo responde aqu algo poco frecuente la mirada del fotografiado. Boubat no puede hacer nada sin el consentimiento de los seres, de los hombres, de las mujeres, de los nios a los que

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  • fotografa e incluso parece que sabe atraerse la secreta amistad de los animales y de las cosas.

    Los fotografiados de Boubat son incomparables por la nitidez de sus ojos en los cuales siempre se lee una seal muy discreta de entrega y de confianza.

    En efecto, Boubat no intenta hacerse olvidar, ser ese testigo invisible, sino que es el vidente con el que suean ingenuamente muchos reporteros. Al contrario, quiere estar all, ser admitido, acogido, despus de pactar un trato de amistad con aquellos de quienes desea la imagen. En cualquier sitio por donde pase, desempea el papel de una especie de maestro de ceremonias de unos festejos alegres y fraternales, y en ninguna parte su genio resplandece tanto como en las fotos de grupos. Frente a un equipo de trabajadores rumanos, una boda en un pueblo armenio, una caravana que camina por un paisaje escabroso del Alto Atlas, o una playa del ocano donde unos pescadores estn recogiendo una red, l se parece a un maestro de baile que, con el gesto o con las manos huesudas de pianista o de partero, favorece cuanta alegra bailarina cabe en los seres, incluso en los ms desfavorecidos, o en las cosas, incluso en las ms ingratas.

    En la Camarga, a orillas de una pradera inundada donde vagan caballos blancos, en un cielo cerleo donde pastan panzudas nubes blancas como la nieve, se yergue la silueta alta y delgada de Boubat. Una racha de viento mistral inclina suavemente las hierbas acuticas. l espera. Qu? Sus manos llevan el comps de una orquesta invisible. La mirada azul recorre su orquesta con autoridad: los caballos, las nubes, el viento suave, las caas, una familia de gitanos que surge de repente por el camino.

    Se da la vuelta hacia m, ya que adivinar que empiezo a hacerme preguntas y pronuncia esta frase profunda y enigmtica: Estoy esperando que se organice la foto. Pienso en las palabras de Cocteau: Ya que estas maravillas nos superan, finjamos que las organizamos nosotros. Cocteau tendra que haberse dedicado a la fotografa. En cuanto a Boubat, l es el organizador de las maravillas que saca. El mundo le obedece como obedeca a Orfeo.

    Alza la vista. Su larga nariz aspira el viento. Impone sobre todo las manos y poco a poco los animales van formando un friso, una gitana levanta un brazo y arranca a bailar, los nios se colocan a sus pies como angelotes de Giotto, las nubes se reconstruyen como en una gran estacin de luz... Boubat acerca a su cara una Leica desgastada y patinada como un picaporte. Por fin, las manos hacen un gesto como para borrar lo que acaba de componerse.

    Para aproximarse al misterio de la creacin fotogrfica, es interesante reflexionar sobre el doble sentido de la palabra inventar. Claro que inven-

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  • tar es crear, sacar de la nada. Pero tambin segn un sentido arcaico slo usado por los juristas es descubrir algo que ya exista. El hombre que saca un tesoro en su jardn, jurdicam ente es el inventar de ese tesoro. El fotgrafo es un inventor segn este doble sentido. Pues lo que fotografa ya exista delante de l, si no cmo lo habra fotografiado? Pero al mismo tiempo, por una curiosa magia, impone su visin al mundo, incluso se podra decir que le obliga a entregarle imgenes que, sin l, no habran existido.

    He soado o tal vez me hayan hablado de ello con una tradicin que existe desde hace siglos en Japn y que se basa en la recogida de guijarros. Cuanto ms genial o inventivo es el recogedor, ms idnticos entre s sern los guijarros elegidos dentro de su variedad aparicin de un estilo imposibles de encontrar para otros que no sea l, y naturalmente bonitos. De modo que as habra colocadas enjardines con arte unas colecciones caractersticas de finales del siglo xm y de principios del siglo xvill, que se pueden reconocer a primera vista de la misma manera que una capilla gtica o una porcelana de Svres y que se han vuelto insustituibles aunque nada haya cambiado profundamente en las colinas ridas, las orillas desiertas o las llanuras estriles donde los recogieron.

    Slo falta la mirada del recogedor, clave perdida para siempre de este peculiar invento. De modo que el ojo de un gran fotgrafo desempea, a mi parecer, el papel de una especie de clave que permite descifrar un cdigo cuando se pone a mirar una multitud o un paisaje. Inventa sus imgenes en el doble sentido: las recoge y las crea.

    En el terreno de la imagen, cada fotgrafo encarna, en relacin con la imagen, un tipo de hombre ejemplar. Algunos son cazadores y cogen la imagen por trampa o la detienen en pleno vuelo con un golpe de cmara. Otros son unos enamorados algo sdicos, que no se inmutan ante el rapto o la violacin. Otros tambin se hacen los chulos y la tratan como a una chica sumisa y sencilla. Otros hacen como que la desprecian y la atrapan aparentando una indiferencia totalmente conyugal. Otros por fin se ponen de acuerdo con ella, la componen, la embellecen, le dan el ltimo toque para ofrecrnosla como un ramillete arreglado con delicadeza.

    Me gusta imaginarme a Boubat como un pastor, el dulce pastor de las imgenes que pastan a su alrededor, alta figura lenta y angulosa cuya sola presencia tranquiliza y sosiega. En sus brazos largos y flacos, mece de modo imperceptible la ms frgil, la recin nacida antes de depositarla a nuestros pies.

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  • Comentarios a dos fotos de Edouard Boubat

    1. Las ventanasPensamos en un teatro o en un juego de sociedad: 3 x 3 = 9 ventanas de las cuales 4 estn abiertas y 5 cerradas con postigos. De estas 4 ventanas abiertas, 2 las ocupan parejas, 2 las ocupan solteros. Los dos solteros parecen observar la ventana de la pareja de la derecha. Aadamos para decirlo todo, que aparentemente se trata de un edificio de la alta burguesa. La fachada est cuidada, las persianas estn en buen estado. Unos frontones floridos rematan las ventanas. En fin, hace buen tiempo y calor, a juzgar por cmo va vestida la gente.

    Los datos escuetos de esta imagen no van ms all. El lector es muy dueo de florear sobre este esquema. Se nos ocurren unos bocadillos que podran salir de las bocas de estos 6 personajes. En cuanto a m, lo que me llama la atencin es la peculiar calidad de las relaciones de vecindad aqu presentes. En un ambiente ms popular, los vecinos se conocen, son amigos o enemigos. Sobre todo por el hecho de que los nios pelean, juegan, comen juntos, o duerm en unos en las casas de otros. En un medio burgus, como visiblemente es este caso, no hay comunicacin entre vecinos. Se codean, se observan pero se ignoran. Situacin paradjica hasta el absurdo, que ilustra perfectamente esta imagen.2. El triciclo de repartoEl sabe que este cochazo ser suyo. Gracias a su labia, su arrojo, su cara bonita, pronto cambiar su carrito por un seis cilindros. Porque todava no tiene la edad de la seguridad social, del INEM, de los trabajillos y de los restaurantes del corazn1. En aquel tiempo hace 40 o 50 aos el pueblo llano de la propina haca entregas a domicilio, limpiaba las botas, llevaba el equipaje en las estaciones y acoga a los clientes de los grandes restaurantes bajo esos grandes paraguas rojos. La propina en francs literalmente parabeber (pourboire) no se dice paracom er ni paraves- tir era un regalo a cambio de un favor gratuito. Supona el conocimiento y el respeto mutuo de un cdigo de cortesa. Estableca relaciones ambiguas entre ricos y pobres y derribaba las barreras entre unos y otros.

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  • , ;*

  • Adonde vas pequeo repartidor con tu sonrisa y tu tocado de mozo de pastelero? Vas con tu sonrisa por una sociedad que no es igualitaria, donde reina el desorden de los sentimientos y la libertad de conquista. Vas a subir a una casa seorial y llamar al timbre de una puerta de roble oscuro. Y te preguntas quin te va a abrir la doncella cmplice o la seora enjoyada?

    1. R estaurantes solidarios m ontados po r Coluche. (N. de los T.)

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  • Denis Brihat, el imaginero del Luberon

    No soy poeta, soy versificador, deca Paul Valry. En tal declaracin no haba slo provocacin y rabia contra la imagen ridicula del poeta romntico que garabateaba un poema sublime encima de la perilla del silln, arrastrado por el viento de la inspiracin. Como yo tambin ejerzo, con toda modestia, la profesin literaria, saboreo toda la verdad de esta visin puram ente artesanal de un oficio manual manuscrito = escrito a mano que no debe nada a los favores divinos. La artesana del arte posee otro mrito: en su humilde soledad mezcla estrechamente la vida cotidiana con la labor profesional. Artesano en casa, el escritor, el dibujante, el grabador pueden e incluso deben quiz comer en la mesa de trabajo y dorm ir en su taller. Pues ambas vidas se nutren recprocamente: el arte saca provecho del humus de lo cotidiano, y los amores de cada da se iluminan con los destellos de la creacin.

    Si tuviera que buscar entre mis amigos al hroe puro de tal fusin, creo que el nombre de Denis Brihat sera el primero en acudir a mi mente. Los campesinos del Luberon lo vieron llegar hace ya ms de cuarenta aos. Haba estudiado