Toño Salazar, un pez de la Vanguardia

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TOÑO SALAZAR, UN PEZ DE LA VANGUARDIA Por Miguel Huezo Mixco El 13 de febrero de 1920, el joven artista Toño Salazar sube por primera vez en un barco. El barco es una vieja cacerola de aspecto más bien ridículo. Lo importante es que lo lleva a México. Salazar tiene la pinta de un adolescente pero está por cumplir 23 años. La suerte parece sonreírle. Un grupo de influyentes amigos, entusiasmados por su talento y originalidad en el arte de la caricatura y el dibujo, han obtenido el boleto removiendo la arcas del gobierno salvadoreño. Desembarca en territorio mexicano quince días más tarde. Toño contaba que después que las autoridades de México le permitieron ingresar, no sin bronca, pues lo consideraban menor de edad, vivió sus primeras aventuras viajando en carreteras asediadas por las tropas revolucionarias. Desde ese momento, México ejerció fascinación sobre Salazar. Lo recordaría siempre como “el umbral” de su mundo. Toño Salazar nació en 1897 y murió en 1986. Ahora por primera vez es posible seguir su asombrosa trayectoria de casi seis décadas de trabajo como dibujante, ilustrador y caricaturista, gracias a una retrospectiva de su obra y su vida, la más grande hecha hasta ahora, que aloja el Museo de Arte de El Salvador (MARTE). La muestra, titulada “Disparates” reúne más de cuatrocientas piezas, la mayoría de ellas reproducciones de la obra de Salazar, así como cartas, recortes periodísticos y fotografías que ponen en contexto los diversos momentos del artista. Conocida casi sólo por iniciados, la obra de Salazar ha pasado desapercibida hasta en su propio país. Su nombre no figura en el “canon” de las artes plásticas de este pequeño país reconocido mundialmente por su propensión a los homicidios horrendos. Los asesinatos del poeta Roque Dalton, a manos de la naciente guerrilla, y del obispo Oscar Romero, a causa del certero disparo de un asesino a sueldo de la derecha más conservadora, resultan emblemáticos. Ante de finalizar en 1992, la guerra civil, que produjo punzantes sufrimientos a esta sociedad, convirtió a Toño Salazar en una sus víctimas. El artista, ciertamente, murió en su cama, pero la guerra lo había convertido, como alguna vez se definió, en un “habitante desconocido” en su propia tierra. Por una parte, la estética “revolucionaria” miraba a sus

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El 13 de febrero de 1920, el joven artista Toño Salazar sube por primera vez en un barco. El barco es una vieja cacerola de aspecto más bien ridículo. Lo importante es que lo lleva a México. Salazar tiene la pinta de un adolescente pero está por cumplir 23 años. La suerte le parece sonreír. Un grupo de influyentes amigos, entusiasmados por su talento y originalidad en el arte de la caricatura y el dibujo, han obtenido el boleto removiendo la arcas del gobierno salvadoreño.

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TOÑO SALAZAR, UN PEZ DE LA VANGUARDIA

Por Miguel Huezo Mixco

El 13 de febrero de 1920, el joven artista Toño Salazar sube por primera vez en un

barco. El barco es una vieja cacerola de aspecto más bien ridículo. Lo importante es que lo

lleva a México. Salazar tiene la pinta de un adolescente pero está por cumplir 23 años. La

suerte parece sonreírle. Un grupo de influyentes amigos, entusiasmados por su talento y

originalidad en el arte de la caricatura y el dibujo, han obtenido el boleto removiendo la

arcas del gobierno salvadoreño.

Desembarca en territorio mexicano quince días más tarde. Toño contaba que después que

las autoridades de México le permitieron ingresar, no sin bronca, pues lo consideraban

menor de edad, vivió sus primeras aventuras viajando en carreteras asediadas por las tropas

revolucionarias. Desde ese momento, México ejerció fascinación sobre Salazar. Lo

recordaría siempre como “el umbral” de su mundo.

Toño Salazar nació en 1897 y murió en 1986. Ahora por primera vez es posible seguir su

asombrosa trayectoria de casi seis décadas de trabajo como dibujante, ilustrador y

caricaturista, gracias a una retrospectiva de su obra y su vida, la más grande hecha hasta

ahora, que aloja el Museo de Arte de El Salvador (MARTE). La muestra, titulada

“Disparates” reúne más de cuatrocientas piezas, la mayoría de ellas reproducciones de la

obra de Salazar, así como cartas, recortes periodísticos y fotografías que ponen en contexto

los diversos momentos del artista.

Conocida casi sólo por iniciados, la obra de Salazar ha pasado desapercibida hasta en su

propio país. Su nombre no figura en el “canon” de las artes plásticas de este pequeño país

reconocido mundialmente por su propensión a los homicidios horrendos. Los asesinatos del

poeta Roque Dalton, a manos de la naciente guerrilla, y del obispo Oscar Romero, a causa

del certero disparo de un asesino a sueldo de la derecha más conservadora, resultan

emblemáticos.

Ante de finalizar en 1992, la guerra civil, que produjo punzantes sufrimientos a esta

sociedad, convirtió a Toño Salazar en una sus víctimas. El artista, ciertamente, murió en su

cama, pero la guerra lo había convertido, como alguna vez se definió, en un “habitante

desconocido” en su propia tierra. Por una parte, la estética “revolucionaria” miraba a sus

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deslumbrantes personajes provenientes de la vanguardia parisina como preciosidades

inútiles. Por otra, los grupos más poderosos de El Salvador miraban con alarma y sospecha

sus sátiras contra los militares argentinos, encarnados en la figura de Perón.

Pólvora y milagro

A pocos meses de su llegada a México se produjeron el asesinato de Venustiano Carranza y

la rendición de Pancho Villa. Salazar había conocido las asonadas militares

centroamericanas pero ahora se encontraba en medio de una Revolución que producía un

nuevo fermento social. “Todo era pólvora y milagro de vida”, dice Salazar.

Salazar vivía una revolución personal. Una nota en El Día, escrita poco después de su

llegada a México, detalla: “Salazar vive una vida de duende y de genio. Ahí, ese joven

artista produce casi en la sombra una serie interminable de caricaturas, cuadros, apuntes

rápidos de sus ‘visiones interiores’, ‘sketches’ que recoge en su vida nómada por la gran

ciudad”.

Dormía en hoteles de mala muerte y participaba en las alegres y a menudo escandalosas

tertulias de la bohemia. En la biografía de Fernando Vallejo sobre Porfirio Barba Jacob,

Salazar aparece al lado del poeta en el momento que llega, furioso, José Vasconcelos a

reclamarle al colombiano los hirientes editoriales que dedicaba al presidente Obregón. En

la Escuela de Bellas Artes, en donde estudió, ayudaba a moler los colores que preparaba

Carlos Mérida. Pocos meses después publica caricaturas en El Universal, La Falange, Zig-

Zag y El Heraldo. “Salazarcito”, como lo llamaba Barba Jacob en sus arrebatos homo

eróticos, se encuentra entre los firmantes de una Federación de Intelectuales Hispano

Americanos, una iniciativa de Ramón del Valle Inclán, donde aparecen como adherentes el

mismo Vasconcelos, Jaime Torres Bodet, Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez

Morín y Daniel Cosío Villegas, entre otros.

A finales de 1921 El Universal Ilustrado anunciaba con gran despliegue la incorporación

de Toño a su equipo editorial. Pero su meta era París. Es decir, la Gloria. Efectivamente, a

finales de 1922 se embarca a Europa. En enero llega, proveniente de Holanda, a París.

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Un pez de la vanguardia

Salazar se instaló en el Hotel de Bloise, en la rue Vavin, en las proximidades de la espina

dorsal de la cultura europea: el bulevar Montparnasse. Si nos atenemos a las memorias de

Luis Buñuel en esos años había en París no menos de 45 mil pintores, la mayoría de los

cuales frecuentaban Montparnasse. Salazar llegó a moverse en esa nata como pez en el

agua.

Enrique Gómez Carrillo, su amigo y protector, lo llamó “el Príncipe de los caricaturistas”.

Un año más tarde, el poeta mexicano Alfonso Reyes intentó sin éxito mover influencias a

su favor cuando el gobierno salvadoreño le retiró una ayuda en metálico que Salazar recibía

desde 1920. Salazar y Reyes se habían conocido en las tertulias de los intelectuales

latinoamericanos de París donde al alero de la poeta Gabriela Mistral.

En París Salazar se convirtió en uno de la vanguardia. Expuso sus caricaturas en el Salón de

Humoristas de La Araña junto con Marc Chagall y Tsuguharu Foujita. Como en una

especie de mantra cubista, repetía: “Yo creo que si una persona es larga y las demás la ven

redonda, no importa que la hagamos cuadrada”. Hizo de cada personaje una “narración”.

En los trazos que usa para retratar a Picasso, James Joyce, Blaise Cendrars, Maeterlink,

Colette y Ludmila Pitöeff, parecen estar condensadas sus manías y destrezas. Los

personajes sonríen, sueñan, trasuntan alegría y libertad. Simplifica los contornos más

complejos en unas pocas líneas, otorgándole al conjunto una verosimilitud insólita. Salazar

llamaba a esto el “disparate”. Consideraba sus caricaturas no como dibujos cómicos, sino

como exageraciones visuales donde cada cosa sale del recuerdo “con la marca que ha

dejado en la memoria”. Este es el recurso del que se valió para retratar a los “monstruos

sagrados” de las artes y las letras de los años veinte en París. Algunos de sus más

sofisticados retratos fueron reunidos en un libro, que prologó Kees Van Dongen.

Semanas después de lanzar su libro partió a Nueva York. Allá la esperaba su futura esposa,

Carmen Gallardo, a quien había conocido en una fiesta en París. Iba en busca del oro. “El

oro de Yanquilandia”, como escribió Gómez Carrillo. Estados Unidos se debatía en medio

de la Gran Depresión. Sin conseguir una plaza fija, colaboró para revistas pero dos años

más tarde volvió a París.

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La Expedición México-Buenos Aires

En 1934 Salazar andaba chiflado con un proyecto nuevo y ambicioso: realizar a lo largo y

ancho de toda Hispanoamérica investigaciones “etnológicas, sociales, geográficas y

artísticas” para darlas a conocer en Europa. El proyecto fue conocido como la Expedición

México Buenos Aires. La nómina de los aventureros incluía, además de Salazar, a Henri

Cartier-Bresson, al arquitecto Federico Álvarez de Toledo, el camarógrafo Bernard De

Colmont y los periodistas Julio Brandan y Gerardo Tacvor. El compositor Tata Nacho y el

escritor Alejo Carpentier se les unirían más tarde. Además de provocadora, la empresa

podía resultar beneficiosa. El proyecto estaba programado para dos años. Comenzaría en

México, en donde había un compromiso de apoyo oficial, y culminaría en Tierra del Fuego,

Chile. Para entonces, Toño se había vuelto un sin patria.

La mañana del jueves 5 de julio de 1934, el grupo bajó del “San Francisco” e ingresó a las

oficinas migratorias del puerto de La Habana. Salazar tenía 37 años de edad. Cartier-

Bresson, que ya era considerado uno de los fotógrafos europeos más originales, estaba por

cumplir los 26. En México, un periodista consideró que aquella era “una de las aventuras

más importantes y sugestivas que se hayan emprendido de este lado del Atlántico”. El

tiempo pasaba, y la expedición no levaba anclas. La pólvora estaba mojada. Sus

patrocinadores habían cambiado de opinión.

¿Qué hacer? Salazar intentó rehacer sus contactos en México sin mucho éxito. Carmen, que

permanecía en París, recibió de su marido la noticia de que tenía una oferta de trabajo en La

Razón de Buenos Aires. “Un golpe de dados no abolirá el azar”. Entonces viajó al sur. Los

acontecimientos harían posible que Salazar destara, como dijo Nicolás Guillén, sus “lápices

terribles”.

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[RECUADRO]

UNA INSTANTÁNEA DE TOÑO SALAZAR Y CARTIER-BRESSON EN MEXICO

Una noche en la ciudad de México. Año 1934. El fotógrafo Henri Cartier-Bresson y el dibujante Toño Salazar asisten a la fiesta que ofrece un importante personaje. El tequila corre a raudales. Cartier-Bresson, aquejado de una amibiasis, se abstiene de probar una

gota de alcohol y para espabilarse decide recorrer la casa de su anfitrión. Le acompaña Toño Salazar, quien ha hecho las decoraciones de la casa. En un punto, los amigos se acercan cautelosos a la habitación de donde proviene un ruido que les llama la

atención. Cuando entornan la puerta, se llevan una sorpresa...

La historia y los detalles provienen del libro “Cartier-Bresson. El ojo del siglo”, escrita por

Pierre Assouline, periodista y autor de novelas. “Una vez que la expedición, nacida muerta, se deshace, cada cual se marcha por su cuenta”, escribe Assouline. Cartier-Bresson echa el ancla en México. En Oaxaca se acompaña con Guadalupe Cervantes, “su novia de pies descalzos”, que vende tacos en el mercado. Salazar también se queda

por unos meses más, a salto de mata, haciendo ilustraciones y, por lo visto, decorando suntuosos apartamentos, antes de salir a probar suerte a Argentina. Cómplices de correrías, frecuentan bares y participan en tertulias.

Así, llegamos a esa noche en donde los amigos concurren a la fiesta de la que se habla líneas arriba: entornan la puerta y descubren a una pareja de mujeres trenzadas en un

abrazo voluptuoso. Narra Cartier-Bresson: “Toño cogió una lámpara, yo hice varias fotos...”. Una de las imágenes, titulada “La araña del amor”, es una de las fotos emblemáticas en la trayectoria de Cartier-Bresson.

Setenta y cinco años más tarde, con motivo de una exposición en homenaje al conocido

galerista Julien Lévy, Cartier exhibe en Nueva York una copia desconocida proveniente de aquel rollo: “La misma pareja de mujeres, a las cuales se ha unido un hombre, Toño...”,

dice el biógrafo.

La guerra, siempre la guerra

Mientras Toño Salazar ilustraba libros de cuentos para niños en Buenos Aires, las noticias y

las cartas de sus amigos le informaban sobre la tragedia que se cernía sobre España. Al

igual que en los campos de batalla, la Guerra Civil comenzó a librarse también en el terreno

internacional. Pocos escaparon al influjo de la acción. André Malraux conspiraba, escribía

y comandaba una escuadrilla de aviones. Rafael Alberti, secretario de la Alianza de

Intelectuales Antifascistas, escribía sátiras políticas. El poeta Juan Larrea, se convirtió en

jefe de la Junta de Relaciones Culturales en París. “¡..Matad/ a la muerte, matad a los

malos!”, gritaba César Vallejo a los voluntarios internacionales. Pablo Picasso, a su vez,

aceptaba la dirección del Museo del Prado.

En Buenos Aires, Toño Salazar entró en acción. La guerra hizo a un lado la sofisticación y

la inteligencia de sus prototipos europeos. Ahora, la estupidez y el crimen dominaban el

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carácter de sus modelos. Cuando las tropas nazis ingresaron a París, su trabajo se volvió

más intenso. En medio de los acontecimientos de la guerra, Argentina fue el único país

latinoamericano que no rompió relaciones diplomáticas con el Eje Al abrirse la Segunda

Guerra Mundial, en Buenos Aires un grupo de orientación socialista fundó el semanario

Argentina Libre. Salazar se encuentra en el equipo de ilustradores y caricaturistas. Toño

publicaba sátiras contra Hitler, Franco y Mussolini. A esta galería se incorporaría pronto el

Gral. Juan Domingo Perón.

Argentina Libre fue clausurada por el gobierno. Inmediatamente, se funda Anti Nazi. En la

edición del 10 de mayo de 1945, mientras se celebra la rendición de Alemania, Salazar

dibuja a un personaje del pueblo (Juan Gaucho) amputado de brazos y piernas, con la boca

amordazada por un candado. Una semana más tarde, la policía llegó a la casa de Salazar

para advertirle que debía abandonar el país, lo que ocurrió pocos días más tarde

Tras los hechos, un numeroso grupo de escritores y artistas, incluidos algunos del exilio

español, como Rafael Alberti y Margarita Xirgu, le enviaron un mensaje de solidaridad.

Destacan también las firmas de María Rosa Oliver, del grupo de Sur, Atahualpa Yupanqui

y Pedro Henríquez Ureña. Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y otros veintitrés

artistas accedieron a que sus nombre figuraran con los firmantes.

Salazar fue bien recibido en Montevideo. Durante los dos años que duró su estadía trabajó

con Emir Rodríguez Monegal una serie gráfico-literaria para la revista Marcha, dictó

conferencias sobre el arte de la caricatura y participaba con su amigo Rafael Alberti, el

exiliado más célebre del momento, en actividades a favor de la derrotada República

española. También fue testigo del matrimonio de Miguel Ángel Asturias con Blanca Mora

y Araujo.

Salazar y la guerra salvadoreña

En 1949, el matrimonio Salazar regresó a Argentina. Su situación económica era

complicada. Su amigo Julio Fausto Fernández, que trabaja como cónsul salvadoreño en

Uruguay, urde un plan para que Toño ocupe su cargo. Al plan se adhiere Gabriela Mistral,

Premio Nóbel de Literatura. Toño mira la posibilidad con escepticismo. Sospecha que en El

Salvador los militares y los ricos lo miran como un “comunista”. “Explícales que no como

niños crudos”, bromea en una carta a Fernández.

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Contra todo pronóstico, en abril de 1950, es nombrado Cónsul en Uruguay. Investido con

sus fueros diplomáticos regresó a El Salvador en 1953, después de más de treinta años de

ausencia. Su país en ese momento era sólo una escala antes de asumir su nuevo cargo en

París. Para entonces El Salvador estaba gobernado por un Consejo de Gobierno presidido

por el coronel Oscar Osorio, un caudillo que impulsaba un proyecto de modernización

nacional.

Cuando Salazar ingresaba al selecto grupo de diplomáticos, en El Salvador estaba

surgiendo una estética “revolucionaria” que se entendía como parte de una inminente

revolución social. El poeta Roque Dalton, que llegó a ser una de las personalidades más

influyentes en las siguientes décadas, profesaba un credo según el cual “el poeta es una

conducta moral”. Este axioma había sido propuesto y, a juicio de Dalton, traicionado por

Miguel Ángel Asturias al aceptar un cargo diplomático de los militares guatemaltecos.

Tras una carrera diplomática de veinte años, Salazar volvió jubilado de manera definitiva a

El Salvador (1972), la guerra civil mostraba sus primeros hervores; los grupos armados

iniciaban los secuestros de empresarios y funcionarios prominentes. A la vez, las torturas y

desapariciones contra los opositores políticos al régimen militar eran un secreto a voces.

Sus dibujos parisinos se miraban como alegres personajes de un mundo distante. Entre la

derecha, sus sátiras contra Perón devinieron terribles espejos para los mandos salvadoreños.

En muchos sentidos, ese final fue odioso.

El hombre de la vanguardia, ya viejo y enfermo del Mal de Parkinson, se retiró a sus

cuarteles de invierno. Murió en su cama en diciembre de 1986. La muerte no le hizo

justicia. No es tarde, quizás. A medida que la sociedad salvadoreña se reconcilia consigo

misma, seguramente su arte comenzará a ser mejor comprendido. Esta sociedad

crecientemente “transnacional” por la vía de las migraciones talvez ahora sea más capaz de

entender el desdén de Toño por lo “vernacular”.

Los artistas, en especial los más jóvenes, empeñados en sacar al arte de las esterilizadas

galerías, talvez se animen más a incursionar por los vasos comunicantes que Toño abrió

entre el periodismo y las artes. Quizás ahora su genio tiene una nueva oportunidad.

Miguel Huezo Mixco es poeta y ensayista salvadoreño. Su más reciente publicación es el poemario “Comarcas seguido de Moleskine”, Universidad Veracruzana, 2004. Es colaborador de Letras Libres y Babelia (Madrid), El Malpensante y Número (Colombia). Es el curador de la muestra

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“Disparates”, retrospectiva del artista Toño Salazar que se exhibe actualmente en el Museo de Arte de El Salvador (MARTE). La muestra estará abierta hasta junio próximo en San Salvador.)