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TOMAS NAVARRO TOMAS (1884-1979) EDICION PATROCINADA POR EXCMA. DIPUTACION DE ALBACETE EXCMO, AYUNTAMIENTO DE LA RODA Biblioteca Digital de Albacete «Tomás Navarro Tomás»

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TOMAS NAVARRO TOMAS (1884-1979)

EDICION PATROCINADA POR

EXCMA. DIPUTACION DE ALBACETE

EXCMO, AYUNTAMIENTO DE LA RODA

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EDICION PATROCINADA POR

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0. L AB-1163-1988 1. S 8. N. 84-505-8256-3

IMPRESO EN ARTES GRAFICAS QUINTANILLA Campoamor, 3 LA RODA (Albacete)

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PRESENTACION

Tomás Navarro Tomás nació el catorce de abril de 1884 en La Roda (Alba-cete), y después de haber alcanzado, y dado ejemplo de los más altos niveles científicos, cívicos y humanos yace, ahora, desde el dieciocho de septiembre de 1979, en el verde y plácido cementerio de Saint Marie en un pequeño lugar lla-mado Northampton, Massachusets.

A lo largo de la serie de artículos y escritos que seguirán a estas líneas, son muchas las personalidades que van a centrar el hilo conductor de sus ideas, acerca del científico y de investigador que fue, y también, en el hombre público, que, en ocasiones, se vio obligado a ser. Los comentaristas son Académicos, es-critores, lingüistas, poetas, discípulos ilustres, profesores, y personalidades bien conocedoras del hombre en relación con su obra, pero, ¿cómo era Navarro To-más fuera de ella?. Es muy difícil, prácticamente imposible, penetrar en las pro-fundidades y arcanos del alma del ser humano y por ello, en estas notas, quien las redacta no va a intentarlo siquiera, recurriremos a las propias palabras del maestro, extraídas de sus cartas, pues su riqueza epistolar es sin igual, ya que refleja un modo de sentir, una forma de ver la vida, un talante ante lo que lla-mamos vanidad, y así, decía: "...- no se puede uno sentir llamado ilustre tantas veces en los mensajes del libro sin que reaccione el concepto de la propia limita-ción... Desde luego siento cierta emoción ante la multitud de firmas de personas que no pueden yerme sino como un imaginario mito rodeño ausente que se ha distinguido en extraños y poco comunes campos de trabajo.—".

Era así como se expresaba el Profesor Navarro Tomás en una carta en la que comentaba sus impresiones al homenaje que se le había rendido, y que le había sido llevado hasta el pequeño y lejano lugar en donde descansa definitiva-mente.

Fue uno de los hombres que ha producido la austera y enjuta llanura man-chega, —mar de blancos y sienas—, pues ha sido tan parca en ofrecer pesonalida-des cuya ciencia, arte o conocimiento salieran de su propio marco para exten-

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derse a través de esa matriz cartesiana de paralelos y meridianos que, problable-mente, cuando Cervantes imaginó al Caballero, lo hizo nacer en este descarna-do lugar de la piel de España, que hasta el nombre del pueblo en donde echó al mundo al ínclito y noble personaje, tuvo que ser olvidado.

Sin embargo, Navarro Tomás, a pesar de trabajar en esos, "extraños y poco comunes campos de trabajo", siempre llevó consigo, siempre, el alma del pueblo y de las gentes en donde nació, él preguntaba, si: _"aún se conservan los restos del viejo molino de los Terreros, y si se guarda recuerdo de la trágica muerte del pobre molinero que le administraba en los últimos años del siglo pasado"... sir-viéndole ese hecho, para dejar constancia de la injusticia social, ejercida muchas veces de forma inconsciente más, no por ello, menos censurable, utilizando una bella parábola.

También preguntaba, "... si la casa de campo, llamada Los Guijarrales, por el Camino del Carrasco, que tenía un jardín de flores, arbustos y árboles frutales que nos parecía un verdadero paraíso..."; viniendo a decir, que si en aquella tie-rra reseca y enjuta, dependiente de las crudas heladas y de los ásperos soles se podía cultivar un jardín, porqué no se hacía el esfuerzo en hacer lo mismo para prodigar el bienestar y la riqueza alumbrando agua para ello tan necesaria.

Sus comentarios eran siempre una elipsis que se hacía necesario seguir para entender su recuerdo y transfondo pero, a veces, su pensamiento se dulcificaba al recordar, la viña,... "cerca de la casa, con varias clases de uva: moscatel, val-depeñera, pardilla, etc...." y también, entre tantas imágenes emocioiales, él que sabía autodominar perfectamente sus sentimientos, recordaba que: "Era costum-bre celebrar los Mayos el 20 de abril. La orquesta tocaba en el local de la Aca-demia, después de la hora de la cena, con los balcones abiertos, y Perico el Gri-llo, desde la balaustrada, cantaba las coplas con su limpia voz de tenor. La plaza se llenaba de gente y los muchachos encendían unas pequeñas bengalas de luz azul que llamaban "mayos"... ", y con humilde orgullo, comenta que, habiendo ido a Albacete a competir en un concurso de "manchegas", dice: "Las manche-gas que el Grillo cantó fueron unas coplas que yo compuse"..., y lo dice con tan-to amor y sencillez, que no parece si no que toda su enorme tarea científica, no fuera sino, una labor de menor importancia, que aquella de componer unas le-trillas para las manchegas que cantó Perico el Grillo.

Ese amor sencillo a la raíz misma de la vida, de sus gentes, de su pueblo, no lo abandonó jamás. Ni las distinciones más importantes de las que fue objeto, ni los múltiples cargos académicos y sus más de doscientas publicaciones, le hicie-ron olvidar su condición de rodeño y de manchego. Siempre quiso acordarse de aquel pequeño pueblo que, tendido entre surcos y abrojales, produce cosas y hombres necesarios y buenos.

Una de las emociones más intensas que ha sentido quien redacta estas no-tas, fue vivida en Ingleterra, en Cambridge, lugar en donde pasaba una tempo-rada de estudio en el año 1953; aún el país se encontraba bajo el talante de la última contienda mundial. Un buen día, mi excelente amigo el Profesor Redpath me comunicó que estaba invitado a asistir al Club de Profesores de la Universi-dad. El lugar, es tan extrictamente elitista, que ni siquiera la reina puede entrar

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en su recinto si no ha sido previamente invitada. No pude ocultar mi sorpresa ante el honor que me concedían de forma tan excepcional, pero, Theodor Red-path no quiso desvelarme el misterio. Tomamos el almuerzo, y a la hora conve-nida, fuimos al lugar, para mí, punto menos que sagrado. Allí me esperaba el Profesor Trend considerado como el más brillante hispanista británico contem-poráneo, quien, al saber que me encontraba en Cambridge, hizo, en mi modestí-sima y entonces joven persona, lo que hubiera hecho con su maestro y amigo, el Profesor Navarro Tomás.

Terminaré estas notas, con un recuerdo que él conservaba de su propia ni-ñez: "En el amplio patio de la Bodega del Arco, dando la espalda al gran porche de entrada. A la derecha se ven unos modestos huertos con guardas de cañas donde mi madre cuidaba unos rosales, geráneos, mirabeles y otras plantas. Ha-bía que regarlas trayendo agua del pozo que estaba a bastante distancia y re-cuerdo, que muchas tardes iba a ayudar a mi madre a acarrear el agua en cubos y regaderas"... "En esa casa en una gran sala con ventana al huerto a la derecha del porche, hice yo mi primer pinito literario, recitando un romance o cosa así, de mi invención..."

Hoy, bajo la pradera verde del Saint Marie, lleva de España, además de cuantos recuerdos atesoró en su alma, el collar con la Medalla de Académico, y un puñadito de tierra, que fue rociada con agua del Mediterráneo; lo envió quien acaba estas notas, y lo depositó en el instante preciso, su hija Joaquina.

En su recuerdo, desde un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no queremos olvidarnos.

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RELACION DE CARGOS Y TITULOS ACADEMICOS DE LOS QUE ESTABA EN POSESION CUANDO MARCHO DE ESPAÑA EN EL

AÑO 1939 Doctor en Filosofía y Letras (Románicas), por la Universidad de Madrid.

Catedrático de Fonética en la Universidad de Madrid.

Académico de la Real Academia de la Lengua, sillón h.

Facultativo del Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios.

Director de la Biblioteca Nacional.

Profesor de Fonética en el Centro de Estudios Históricos.

Director del Laboratorio de Fonética y del Archivo de la Palabra del Centro de Estudios Históricos.

Secretario de la Junta para Ampliación de Estudios.

Director de los Cursos de Filología Románica, en la Magdalena-Santander.

Patrono de la Universidad de la Magdalena, Santander.

Director del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica.

Vocal de la Edición de "Los Clásicos Castellanos".

Miembro del Instituto del Libro Español.

Presidente Honorario de la Asociación Norteamericana ÇL A II Consejero del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico.

Consejero de Redacción de la Revista de Filología Española.

CARGOS A LOS QUE TUVO ACCESO Y DISTINCIONES ACADEMICAS DESDE 1939-1979

Profesor de Filología Española en Columbia University. N. Y.

Director de "La guía de Pronunciación Española" por encargo de la Asocia-ción de Academias de la Lengua Española.

Fundador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.

Doctor Honoris Causa por el Middlebury College. Vermont. U. S.

Miembro de la Academy, Sciencie and Lettere. Boston. U. S.

Director de los Cursos de verano de Filología Española en Middlebury Co-llege, Vermont.

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METODOLOGIA:

La compilación de las diversas comunicaciones y noticias referentes al óbito de D. Tomás Navarro Tomás ha dado lugar a que a causa de su hete-rogeneidad sea necesaria una determinada ordenación para agrupar el con-junto de la información adecuadamente.

Por otra parle se ha procurado poner cuidado en no tratar de hacer des-tacar especialmente determinadas firmas sobre otras, tratando de mantener el mayor eclecticismo posible, ya que todas las colaboraciones recogidas son igualmente estimables. Será como consecuencia el propio lector quien dife-rencie unas de otras y establezca juicios de valor.

Para ello hemos seguido un procedimiento consistente en formar dos grupos de documentos, que han sido constituidos como sigue:

COMUNICACIONES

Son aquellas publicaciones editadas por Academias, Instituciones o Asociaciones.

Su conjunto ha sido dividido en dos grupos: Nacionales: Clasificadas alfabéticamente por Instituciones. Extranjeras: Clasificadas alfabéticamente por Instituciones. En ambos casos, cuando de una misma Institución se ha hecho más de

una comunicación éstas han sido ordenadas alfabéticamente por el nombre de su autor.

ARTICULOS FIRMADOS

Son aquellos textos publicados en la prensa diaria o periódica que han aparecido firmados por sus respectivos autores.

Como en el caso anterior han sido divididos en dos grupos: Nacionales: Clasificándolos alfabéticamente por el titulo de la publica-

ción. Extranjeros: Clasificados alfabéticamente por el título de la publica-

ción.

En ambos casos, cuando de un mismo título de publicación han apare-cido varios escritos, éstos se han clasificado alfabéticamente por sus autores.

Entendemos que podrían haber sido seguidos otros métodos para clasi-ficar la presentación de los documentos aquí reunidos, pero hemos creído que la elegida es manifiestamente sencilla y clara en su sistematización.

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LA ULTIMA FELICITACION DE CUMPLEAÑOS

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Nota breve:

Hemos incluido el artículo de José Manuel Blecua, Director del Depar-tamento de Filología Hispánica de la Universidad de Barcelona, por ser la última felicitación que recibió D. Tomás Navarro Tomás en su último cum-pleaños.

Conservamos artículos que corresponden a esa misma efemérides, pero se ha escogido el que incluímos como el más representativo de cuantos fue-ron publicados en esa fecha, especialmente, porque el profesor Blecua fue un discípulo del profesor Navarro Tomás, y porque la lectura de dicho ar-tículo, produjo al maestro una viva alegría.

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TITULO. UNA GLORIOSA ANCIANIDAD. NUESTRA DEUDA CON DON TOMAS NAVARRO TOMAS.

AUTOR. JOSE MANUEL BLECUA.

PUBLICACION. LA VANGUARDIA.

FECHA. JUEVES. 12 DE ABRIL DE 1979.

CIUDAD. BARCELONA.

PAIS. ESPAÑA.

El Profesor J. M. Blecua, quien conoció muy bien a Navarro Tomás, le felicité en su último

cumpleaños con esta noticia breve, pero muy completa.

Algunas veces los sabios más rigurosos en sus investigaciones tienen la extraña cualidad de saber escribir manuales perfectos, libros que se convier -ten no sólo en imprescindibles para la enseñanza, sino en clásicos. Los fran-ceses son siempre muy hábiles en estas tareas, pero no es tan frecuente entre los españoles. Sin embargo, la escuela filológica iniciada por don Ramón Menéndez Pidal ha dado abundantes muestras de esta aptitud, comenzando por el propio don Ramón, con su rigurosa Gramática Histórica, y terminan-do por la Fonología, de Emilio Alarcos, pasando por el Manual de Pronun-ciación, de don Tomás Navarro Tomás, y la Historia de la Lengua, de Ra-fael Lapesa.

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El decano de esta escuela, desaparecido don Vicente García de Diego, es don Tomás Navarro Tomás, que cumplirá próximamente 95 años, fecha que casi coincide con la aparición de la quinta edición de su Métrica Espa-ñola, libro sencillamente extraordinario y único en los estudios sobre la ver-sificación española, imprescindible para todos los estudiosos de poesía que escriben los versos en sílabas «contadas».

Don Tomás, que lleva cuarenta años de exilio en los Estados Unidos, con quien todos tenemos contraída una deuda inmensa, es el fundador de los estudios de Fonética en España, creador del único laboratorio, el del Centro de Estudios Históricos, aquel centro dirigido por Menéndez Pida¡ de tan fecundos logros. Don Tomás puede decir, como Nebrija, que fue «el pri-mero que abrió la tienda» de estos estudios en España y que «todo lo que en ella se sabe» se ha de referir a él. Si se quiere saber la distinción de la i de ti-tulo de i de fábrica hay que acudir a su manual. Pero si se quiere saber la distinta entonación empleada en las oraciones simples o compuestas, inte-rrogativas, exclamativas, etc., también hay que acudir a otro de sus libros fundamentales: el Manual de Entonación.

Arrastrado lógicamente por estos trabajos, don Tomás dedicó muchos años al estudio de la versificación española en general y a la de poetas parti-culares, como Jorge Manrique, Garcilaso de la Vega o García Lorca, o a las modalidades del octosílabo. Estos estudios fueron reunidos en un volumen, publicado por la editorial Ariel y son sumamente interesantes, llenos de agudeza y de observaciones muy curiosas, observaciones que todos tenemos muy en cuenta al comentar determinados autores o poemas.

Esta dedicación cristaliza en su ya clásica Métrica Española, cuya quin-ta edición ha llegado hace poco a mis manos, y no quiero dejar de tributar el homenaje que se merece su autor. Porque si había una laguna casi total en los estudios literarios, era precisamente la que se refería a la versificación española y sus vicisitudes a través de la historia de la poesía española.

Todo español medianamente culto sabe lo que es un verso, pero el pro-pio don Tomás dice que «es el notar que aunque la percepción más o me-nos precisa del efecto del verso es experiencia de dominio común, no es de ningún modo corriente que el que lee u oye los versos, ni aún los poetas que los componen, tengan idea clara de los elementos que imprimen a cada me-tro su propio carácter ni de las combinaciones con que esos mismos elemen-tos multiplican las modalidades específicas que la mayor parte de los metros incluyen.» El fenómeno es sumamente interesante. Todos sabemos desde el bachillerato distinguir entre un octosílabo y un endecasílabo, porque nos enseñaron a contar las sílabas y a saber lo que es una sinalefa o una diéresis y su valor en el cómputo de sílabas. Pero las investigaciones de Navarro To-más demostraron que un octosílabo puede ser muy distinto de otro, lo mis-mo que un endecasílabo puede tener múltiples posibilidades rítmicas, por-que «los períodos rítmicos, como los compases musicales, pueden constar de dos, tres o cuatro tiempos, de donde resulta el peculiar aire o movimien-o de cada composición».

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Mlddlebury College- Mlddl.bury, Vermont. Summer School (of Bread bat), 1943. (Fotografia obtenida por el Profesor J. M. Blecua).

Sentados: Joaquín Casalduero. Patee. (U.S.A.). Sra. de Jorge Guillén. Pedro Salinas. Señora de Centeno. Tomás Navarro Tomás. Juan Centeno, Director. Samper Ortega, (Colombia). Sasha Casalduero. Picón Salas.

(Venezuela). Gerschnoff, (Argentina). Jorge Guillén. De pie 1.4 fila: J. López Rey. Sta. Oliva, (Peru). Xavier Fernández. Concha Bretón. Sta. Cuerti. (Chile).

Joaquina Navarro. Dikman, (Argentina). Maria Oñate. Sofia Novoa. Salpa, (Cuba). Marina Romero. Dinamarca. (Chile). Sra. de Salas. Salas. Sr. Holmes, (U.S.A.). Sra. Holmes, (U.S.A.).

De pie 2.' fila: Virginia Goodrich, (americana). Ada López, (Cuba). Isabel Garcia Lorca. Cotty Zulueta. Bast (americana). Esther Sylvia. (U.S.A.). Pilar Madariaga. Ortiz, (Uruguay). Carmen de Zulueta. Elisa Calle, (Colombia). Isabel Prados

Elsa Guete, (Chile).

El libro tiene además la virtud de ser muy riguroso y muy didáctico al mismo tiempo, cosa no tan fácil de conseguir. Pero también tiene otra vir-tud: se recorre y estudia toda la historia de la versificación española desde la poesía juglaresca a la poesía postmodernista. Cada capítulo está ordenado con un rigor impecable y puede verse nítidamente cada eslabón y el progre-so experimentado por las formas poéticas españolas. Es un libro sencilla-mente perfecto, resultado de lecturas muy atentas de miles de versos.

Pero asimismo Don Tomás dedicó esfuerzos a la edición de textos. En la famosa colección de Clásicos Castellanos publicó la obra poética de Gar-cilaso, según el texto de Herrera, edición que ha sido la más leída y maneja-da por todos. También publicó en la misma colección Las Moradas de Santa Teresa, libro capital para el estudio de la mística, y no sólo de la mís-tica española. Ambas ediciones llevan sendos prólogos y numerosas notas aclaratorias de todo tipo.

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Aparte de todo este quehacer tan admirable, cuya deuda, como he di-cho, no hemos pagado dignamente los españoles, don Tomás ofrece esa cali-dad humana que distingue a tantos sabios y que se nota al estrechar una mano. Yo he tenido la inmensa suerte de conocerlo y tratarlo durante dos meses en Middlebury College, junto con otros españoles tan extraordinarios como Pedro Salinas, Angel del Río, Jorge Guillén y Francisco García Lor-ca. He sido realmente un hombre afortunado.

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INSTITUCIONES ESPAÑOLAS

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TITULO. TOMAS NAVARRO TOMAS (1884-1979).

AUTOR. ALONSO ZAMORA VICENTE.

PUBLICACLON. BOLETIN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (TOMO LIX. CUADERNO CCXVIII).

FECHA. AÑO 1979.

CIUDAD. MADRID.

PAIS. ESPAÑA.

La prolongada ausencia de Tomás Navarro ha hecho que su realidad humana sea desconocida para muchos de los actuales académicos. Para la mayor parte de la Corporación, Tomás Navarro es tan sólo una figura de li-bro, un nombre colocado en la cabecera de muchas páginas impresas. Con él, sin embargo, desaparece el último representante de una generación de egregios actores en el campo de la ciencia española y, lo que es más de una brillantísima época de nuestra Universidad. Me refiero al período 1910-1936, en que la tarea del Centro de Estudios Históricos, dependiente de la Junta para ampliación de estudios e investigaciones científicas, trans-formó por completo, bajo la mano rectora de Ramón Menéndez Pidal, el panorama de la lingüística española.

Nuestro director ha querido que sea yo quien haga esta penosa labor de recordar al académico recién desaparecido (aunque otras voces podrían ha-cerlo con mucha mayor razón que yo: pienso, por ejemplo, en Rafael Lape-sa o en Salvador Fernández Ramírez, tan estrechamente unidos a aquella la-bor). Sin duda, se ha basado, para encargarme estas palabras, en el hecho de

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Centro de Estudios Históricos-1928 De pie: Amado Alonso, Honero Seris.

Sentados: Tomas Navarro Tomás, Ramón Menéndez Pida¡ y Américo Castro

que yo sea el último de los discípulos de Navarro en España. En efecto, en el sucesivo aparecer de promociones de estudiantes que se dedican a algo entre lo mucho que la Universidad presenta, soy de la última que llegó a trabajar con Tomás Navarro. Esto lleva mi recuerdo a 1931, 32, 33..., en aquella inolvidable Facultad de Filosofia y Letras, a medio construir entre campos de trigo y escombreras y trenes de vagonetas que trasladaban la tie-rra de los desmontes, una casa roja a medio hacer, pequeño rincón entre los ambiciosos planos de la Ciudad Universitaria madrileña. La Facultad regida por el tacto exquisito de Manuel García Morente. Facultad estrechamente unida al Centro de Estudios Históricos, instalado no hacía mucho en el vie-jo Palacio del Hielo, en Medinaceli, 4. En el segundo piso está el Laborato-rio de Fonética. En aquel hueco del Centro, convertido casi en familiar re-fugio, entre los quimógrafos, el gramófono, los estantes con los discos del Archivo de la Palabra y el material creciente del Atlas linguístico de la Península, se estrenó mi trato con Tomás Navarro.

Tomás Navarro había nacido en La Roda, pueblo de La Mancha alba-ceteña, en 1884. Como ocurre siempre, allí comenzaron sus primeros con-tactos con los libros. Son los años del Instituto de Albacete, el viejo caserón maloliente de la calle Zapateros, en el ensanche rústico de la ciudad (y, don-

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de, por cierto, también cursó alguna cosilla don Ramón Menéndez Pida!, llevado allí, niño, por exigencias familiares). Tomás Navarro comenzó sus estudios universitarios en Valencia y los terminó en Madrid, donde se doc-toró. Fue aquí el encuentro con el maestro común y su iniciación en la práctica investigadora. En los momentos primerizos de la escuela pidalia-na, Navarro Tomás se encargó del estudio de documentos altoaragoneses, de la misma manera que Castro y Onís se encargaron de los Fueros leoneses. Tomás Navarro se encontró en aquellos documentos con una lengua en su mayor parte desconocida. Para completar el entendimiento y estudio de ella, Navarro hizo su primer viaje de dialectólogo: una excursión por el Alto Aragón, para ver qué relación había entre los viejos documentos y el habla viva de aquellas comarcas donde se escribieron —aparte de perseguir nuevos textos en los archivos de catedrales y monasterios—. Esta primera expedición de Navarro quedó reflejada en las Memorias de la Junta, 1907.

La suerte estaba echada. El joven filólogo de 23 años nos presenta ya la doble vertiente de su quehacer. Por un lado, los textos, con su aparato de variantes; por el otro, la lengua viva, con sus matices. Y a ambas vertientes se entregó, obediente al consejo de Menéndez Pidal: una escrupulosidad ex-traordinaria, una entrega sin vacilaciones. «En investigación —decía don Ra-món—, como en cualquier aspecto de la vida, la disciplina ética es la base de todo; la probidad es antes que la capacidad».

Las meditaciones sobre los viejos documentos llevaron a Navarro a in-gresar en el cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Fue desti-nado a Avila, donde permaneció muy poco tiempo. De allí pasó al Archivo Histórico Nacional. En el breve período abulense, hemos de colocar su edi-ción de Las Moradas (1910). Con este volumen se inauguraba otra empresa que iba a suponer mucho en nuestras actividades filológicas: la colección de Clásicos Castellanos de La lectura primero, de Espasa-Calpe después.

Para los que llegamos a la vida del Centro a caballo entre él y la Uni-versidad, y ya con unas técnicas de trabajo hechas, maduras, consagradas, y con un claro repertorio de necesidades y proyectos nos llamaba poderosa-mente la atención el esfuerzo inaugural de los maestros y la cicatera limita-ción de medios materiales con los que se levantaba, día a día, el imponente edificio de su labor, el cuidadoso tacto y tino con que se habían ido esco-giendo e incorporando las sucesivas capas de maestros ya ilustres, y, sobre todo, nos imponía el aire de rigidez con que se hacían las cosas. Nada de pe-dantería, pero también un casi absoluto destierro de las bromas o de la ironía. Seriedad ante todo, seriedad por ella misma. Desde mi generación, esto se veía, a veces, muy llamativamente. Mi generación era ya, aunque no tanto como las que han venido detrás, muy propensa al tuteo. En el Centro, el usted era inevitable. Colegas cercanos, muy cercanos, han seguido tratán-dose de usted siempre. Y siempre eran impecables en su vestir, en su porte exterior. ¿Cómo sería, dentro de este culto a la corrección externa vagamen-te institucionalista, la excursión dialectal de 1911, de la que tanto he oído hablar a alguno de sus componentes?. En el verano de 1911, sin comodida-des de alojamiento, con unos transportes también acomodados a esa época,

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con el respeto agobiante, y siempre en vilo por la figura del maestro direc-tor, con la servidumbre por ciertas formas de vestir, don Ramón Menéndez Pidal se echó al campo acompañado de Tomás Navarro, Américo Castro, Federico de Onís y Martínez Burgos. El viaje es por Asturias, León, Zamo-ra, Salamanca. Don Ramón quiere oir, sí, romances, pero quiere también comprobar algunos extremos que en su Dialecto leonés (1906) han quedado en el aire. Hoy, al ver esos nombres unidos moviéndose por la tierra leonesa a la caza de formas populares de vida, de la intrahistoria, se entiende un poco más la profundidad de los afanes noventayochistas. Y también me atrevo a pensar, empujado por la historia subsiguiente, que ya entonces se plantearían las disensiones y diferencias posteriores, que, en algún caso, llegaron a ser rotundas y definitivas. Un tira y afloja de opiniones dispares sobre los sonidos dialectales, o sobre los objetos de la artesanía popular, los romances o las adivinanzas, o sobre la actitud de los guardianes de archivos e iglesias... Pero quizá, lo más destacable es que detrás de la expedición esta-ba la comezón despertada por el Atlas lingüístico de Francia, de J. Gillie-ron, cuyo último fascículo había ya llegado a España. Dicho de otro modo, se estaban poniendo las bases para el futuro, trabajado y nunca llegado a puerto, Atlas lingüístico de la Península Ibérica.

En esa excursión se vio claramente la necesidad de utilizar un instru-mento, unas técnicas de análisis fonético que hiciesen válido para el estudio todo el material recogido, además de un rigor exquisito en la dirección y práctica de las encuestas, y un adiestramiento en común de los colaborado-res. Tantas y tantas necesidades. Pero, muy especialmente, vieron la urgente exigencia de una preparación fonética, un serio y exacto conocimiento de la articulación, una base de la que partir. En ese viaje se fraguó la dedicación de Tomás Navarro a la ciencia fonética, en la que, en poco tiempo, habría de ser la autoridad indiscutible. Durante los años 1912 y 1913, Tomás Na-varro recorrió los laboratorios de fonética más destacados en Europa. Nava-rro, un joven filólogo de 28 años, ya con algunas publicaciones a la espalda (ediciones de Santa Teresa y de Garcilaso, el Catálogo de los documentos de la sección de Clero, del Archivo Histórico Nacional, El perfecto de los ver-vos en ar en aragonés antiguo...), aprende fonética con Grammont y Millar-det en Montpellier, con Vitor y Wrede en Marburgo. Aún alcanzó el labo-ratorio Rousselot en París, y pudo conocer la organización que Gauchat y Jud tenían en Zurich para la marcha del Glossaire des patois de la Suisse romande. Y no fue sólo la ciencia fonética lo que Tomás Navarro acomodó a la investigación española en aquellos días. En su estancia en esos países se familiarizó con las revistas más destacadas de la especialidad, la Revue de la dialecto/o gie romane, la Zeitschrzft flir romanische Philologie, en su tiempo ejemplares por la disposición de los materiales. Del estudio de estas revistas, una vez vuelto a España Tomás Navarro, en 1914, muy poco antes de la Primera Guerra Mundial, se benefició extraordinariamente la Revista de Fi-lología Española. Le oí decir a Navarro muchas veces que, una vez puesta en marcha la revista, la primera suscripción que llegó a la redacción fue la de Miguel de Unamuno. En torno a esa revista se fueron aglutinando las su-

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cesivas generaciones que se incorporaron al Centro y sirvió de ejemplo a las demás secciones de la organización (arte, Historia del Derecho, más tarde las lenguas clásicas). El primer núcleo de investigadores podía estar satisfe-cho de su labor. Para todos los que fueron llegando, Tomás Navarro fue maestro y guía.

Fruto principal de la dedicación de Navarro a la fonética fue su Ma-nual de pronunciación española, cuya primera aparición data de 1918. Des-de entonces, ese libro se ha venido reeditando o reimprimiendo copiosa-mente, y así sigue, a partir de la cuarta edición, la de 1932. Desde 1950 vie-ne acompañado de un suplemento en el que Navarro recogió lo que la suce-siva y más joven investigación iba poniendo en claro, especialmente lo dia-lectal. Ese libro se convirtió rápidamente en el libro de cabecera de toda persona dedicada, por oficio o por devoción, al estudio de la lengua españo-la. Fue traducido al alemán por Fritz Krüger (1923) y Aurelio Espinosa hizo una adaptación al inglés (1926). Bajo el influjo de la doctrina contenida en el Manual de pronunciación, la enseñanza de la lengua española cambió de signo, elevó su nivel científico y se orientó de modo uniforme y claro en todas partes, sin descuidar ni un momento las variedades regionales, locales o de nivel social. Hoy, quizá, ya no están vigentes todos los supuestos histó-ricos sobre los que descansa la teoría. La enorme diversidad de los polos de atracción cultural o política, las diversas corrientes extrañas que han ido operando sobre el habla viva, las migraciones en ocasiones importantísimas, las conmociones sociales acaecidas, etc., pueden haber trasladado el fiel de la balanza en que se mueven los supuestos de Navarro. Pero siempre habrá que oir sus razones, habrá que contar con él en largo tiempo y, estoy seguro, no le cabría mayor satisfacción que la de saberse corregido en este o en aquel extremo, siempre que lo fuera con argumento suficiente.

Como era de esperar, la aparición del Manual y de otros trabajos rela-cionados con la descripción del habla viva, hicieron necesario recurrir a un alfabeto fonético. Se trataba de poner en circulación, sobre el área hispano-parlante, un alfabeto fonético que sirviera por igual al Iingüísta teórico, al profesor de lengua viva y al dialectólogo. Es decir, al estudioso de los fone-mas en abstracto, al que procura enseñar la pronunciación correcta desde un punto de vista puramente práctico y al que ha de llevar al papel, con la máxima excrupulosidad, la imagen sonora de las variedades locales. De esta forma nació el sistema de transcripción de la Revista de filología española, a base de signos diacríticos, alfabeto que hoy sigue, en gran parte, vigente en nuestros estudios a ambos lados del Atlántico, a pesar de la mantenida y so-terrada labor dirigida a alterar, olvidar o sustituir los fundamentos doctrina-les de Navarro. La capacidad de transcripción del alfabeto fonético de la Revista de Filología Española ha quedado demostrada en los numerosos trabajos que, en materia dialectal, han venido sucediéndose.

Sobre esa sólida base, universalmente reconocida, Tomás Navarro se dedicó a la investigación de la geografia fonética. Persiguió en el terreno (en gran parte como fruto o quehacer lateral a las encuestas del Atlas lingüístico de la Península) los hechos fonéticos diferenciales, estableciendo así isoglo-

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sas, fronteras, áreas de influencia cultural, histórica, social, etc., que eran las auténticas causantes de la división dialectal de la Península. Sus numerosas publicaciones fueron creando una visión del habla peninsular no tan com-pacta y homogénea como se creía, ni tan impresionistamente delimitada. El Atlas, obra magna en su tiempo, que aprovechaba hasta donde podía las ex-periencias de los existentes, quedó detenido casi en ademán, por las razones que nos son conocidas, razones de muy diverso origen. Con esta obra, a pe-sar de sus innegables limitaciones, España pretendía acercarse al panorama de la brillante geografía lingüística europea. Si los avatares de toda índole que han impedido al Atlas peninsular salir a ganarse la vida a su debido tiempo y con uniformidad de método no son tenidos muy en cuenta, sere-mos injustos. Asombra que, en muchos extremos, las investigaciones poste-riores, hechas con gran despliegue de medios, vengan todavía a coincidir con muchas de las consecuencias ya expuestas por Navarro en los trabajos emanados del Atlas. Pero, repito, no olvidemos que por debajo del enorme hiato que existe entre la recolección de los materiales (no total, por añadi-dura) y su publicación, se remansa un lago de sangre y desencanto, mucho más presente y digno de ser tenido en cuenta que las mudanzas de las teo-rías científicas o de las personales actitudes. El incompleto Atlas, superado por los parciales, fue, o quiso ser, una instantánea del habla española de los años treinta y fue, ante todo, una clara voluntad de existencia, un aliento poderoso. Nuestro reconocimiento a Navarro y a sus colaboradores no debe ser jamás regateado.

No quisiera dar aquí un frío catálogo de las publicaciones de Tomás Navarro, páginas en las que tanto aprendimos y que tanto manejamos en esos años del estreno de vocaciones: Siete vocales españolas (1916), Canti-dad de las vocales acentuadas e inacentuadas (1917), La metafonía vocálica (1923), Palabras sin acento (1925), Diferencias de duración entre las conso-nantes españolas (1918), La articulación de la ¡castellana (1917), Pronun-ciación guipuzcoana (1925)... y tantos más. Su mirada atenta al contorno puso sobre la mesa problemas que aún, a pesar de los cambios, nos atañen. Nos quejamos hoy de la lengua de la televisión y procuramos esgrimir argu-mentos que nos ayuden, argumentos que van desde la razón de una prosodia tolerable hasta el esfuerzo por mantener la unidad del español en su dilata-do ámbito. Las mismas preguntas se hizo Navarro ante las situaciones plan-teadas por las primeras películas habladas, y así las expuso en El idioma es-pañol en el cine par/ante (1932). ¡Qué decidido caminar, qué tensa maestría, adquirida paso a paso, sin descanso, desde El perfecto de los verbos en ar en aragonés antiguo hasta La frontera del andaluz o el Análisis fonético del va-lenciano literario (1934)!. Una larga teoría de trabajos que le dieron su bien ganado renombre de investigador, prestigio que fue reconocido por la Real Academia Española en 1935.

En su recepción, mayo adentro fue la vez primera que yo entré en el edificio de la calle Felipe IV), Tomás Navarro leyó su Acento castellano, ex-celente acopio e interpretación de datos y opiniones sobre la entonación es-pañola. En sus observaciones se preludiaba ya otra faceta de su actividad, la

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que iba a encarrilarse, con frecuencia, a un andamiaje de validez artística. De ella son buen ejemplo el Manual de entonación (1944), su Fonología española (1945) o su Sentimiento literario de la voz (1965). Una cita aparte merecen en esta enumeración los artículos dedicados a Pedro Ponce, Juan Pablo Bonet y Ramírez de Carrión, en torno al arte de enseñar a hablar a los mudos (1920, 1924). Navarro demostró que, aparte de su excepcional y avanzada tarea en la enseñanza, estos españoles del XVI y del XVII hicie-ron realmente fonética. Muy especialmente Juan Pablo Bonet, el hombre a quien Lope de Vega dedicó Jorge Toledano y al que escribió una hermosa Epístola, incluída después en La Circe.

En el camino de nivelación con Europa que el Centro de Estudios His-tóricos había emprendido, nació el Archivo de la Palabra. Se pretendía ha-cer algo parecido a los que ya se venía haciendo en el Instituto de Psicología de Berlín o en el Museo de la Palabra de París, entre otros. Sus planes consi-deraban la acogida de las diferentes variedades del habla, la música y can-cionero tradicionales, las manifestaciones artísticas de la lengua literaria y, finalmente, la voz de personalidades destacadas. Hoy, sin duda alguna, esto nos parece elemental, espontáneo. De tal manera se ha hecho usual, que hasta tenemos que defendernos de las grabaciones piratas de nuestra voz. Pero en 1932 era muy distinto. El estudiante de entonces, que, callado y casi pasmado, asistía a las grabaciones, tan imponentes y trascendentales, llegaba a participar de los innumerables temores de la persona que hablaba para el viento. Caso especialísimo fue el de Unamuno, que se negó en re-dondo a oírse. En su discurso, uno de aquellos discos frágiles, de muy corta duración, se oían perfectamente las vacilaciones que la emoción le produ-cía, se perciben demasiado cercanas las quejas del cuadernillo estrujado una y otra vez, cuadernillo del que leyó. Unamuno no quiso oirse, no quiso per-cibir el, para él, congojoso sentimiento de escuchar su voz fuera de él, quizá después de él... Tomás Navarro contaba que tampoco Azorín quiso escu-charse. Los demás que se grabaron (Juan Ramón, Menéndez Pidal, Cossío, Baroja, Valle Inclán, Caja¡ ... ), aseguraron, acordes, que su voz no era así, pero reconocían la de los demás...

Cuando, años después de la dispersión comenzaron a llegar los frutos del trabajo en el destierro, Navarro acude puntual a la cita. Los problemas son los de siempre (los que estudia, quiero decir), pero la visión general se ha ido redondeando, orillándose de nostalgia, de imprecisión, de lejanía. Ahí están su revisión del habla criolla de Curaçao (1953) o su mirada al ha-blar dominicano (1956). Una cita especial hay que dedicar al Cuestionario lingüístico hispanoamericano (1945), que, publicado en Buenos Aires, ha sido la guía ¡reemplazable de toda la dialectología hispanoamericana poste-rior. En fin, Tomás Navarro no ha dejado un sólo día de dar testimonio de actividad. En mi quehacer de dialectólogo, ¡cuántas veces he debido arran-car de la mano de Navarro!. Cuando al comenzar mis primeros pinitos en el oficio estudié el habla de Mérida y me tropecé con el rehilamiento y con las diversas realizaciones de las aspiradas y las implosivas, ¿es que no tenía que acudir a Navarro una vez y otra?. Cuando años después, en colaboración

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con otro gran maestro, nuestro director, estudiamos el desdoblamiento vo-cálico en la Andalucía oriental, ¿no tuvimos que buscar y mirar cuidadosa-mente las notas que Navarro publicó en Praga, en 1939, en el Homenaje de Trubetzkoy?. No insistiré sobre lo que ha supuesto para los estudiosos de dialectología hispanoamericana El español de Puerto Rico. la base de este libro estaba muchos años atrás (1927-28) con motivo de un curso en la isla. Fue entonces el acarreo de los materiales. Diré sólamente que no existía en el momento de su aparición (y así ha pasado hasta bastante tiempo después) una parcela del habla hispanoamericano tan cariñosa y menudamente estu-diada. A veces pienso que el impulso que llevó a Navarro a publicar un li-bro que corría el riesgo de nacer viejo (1948), no fue otra cosa que la nostal-gia de la tierra peninsular, la pérdida, que él veía o creía ver renaciente en cada variante fonética, en los ángulos del paisaje, en los dialectalismos o en los arcaísmos, en las horas de silencio sobre los mapas. Ese trasfondo es el mismo que ha llevado a tantos, cada cual según sus inalienables apreciacio-nes, a elaborar nuevas aportaciones al común tesoro, nuestra lengua. Es el inaplazable hundirse de Pedro Salinas en Puerto Rico para poder seguir oyendo español y poder así escribir, o las situaciones parecidas de Juan Ra-món, o los plurales caminos que han llevado a Américo Castro a La reali-dad histórica de España. Es el fruto del destierro, donde la patria se hace ce-leste, como Dante sostenía, el destierro y los caminos ocultos de sus jugarre-tas.

El destierro de Tomás Navarro ha sido el más largo, el más cumplido de toda la pequeña historia del último destierro masivo. Desde un punto de vista puramente externo, su destierro empieza en los últimos días de enero de 1939, cuando, conquistada Barcelona por el ejército nacionalista, las ins-tituciones gubernativas republicanas inician su marcha hacia la frontera francesa. En esos momentos, Tomás Navarro, me parece, desempeñaba un puesto próximo al de Director general de Archivos y Bibliotecas. Pero, en realidad, para Navarro el éxodo ha comenzado casi tres años antes. Ha co-menzado el día en que, también por disposición dictada por la coyuntura militar, el gobierno republicano ordenó la evacuación de los intelectuales que quedaban en Madrid. El Centro de Estudios Históricos, como era de es-perar, figuraba en la vanguardia de la expedición. Debió de ser, si mi me-moria no me engaña (y sólamente ante la circunstancia concreta de estas pá-ginas lo intento recordar) en los días iniciales de noviembre de 1936, ya los primeros bombardeos de la artillería blanca cayendo sobre Madrid. Me des-pido de Navarro, quien, por el bailoteo circunstancial de los cargos, desem-peña en ese instante la dirección de la Biblioteca Nacional. Estamos en la puerta del Centro, en Medinaceli, 4. Le acompaña esta tarde don Ramón Menéndez Pida¡. La calle, las seis de la tarde más o menos, está vacía, una luz gris y estremecida rodeándola. La iglesia frontera, cerrada, convertida en algo ocasional, almacén, depósito de algo, cuartel, qué sé yo qué. No hay nada del bullicio ordinario de extranjeros y gentes variopintas en la esquina del Hotel Palace, sustituido de sopetón por un angustioso alboroto de am-bulancias: Se está convirtiendo el lujoso hotel en hospital de sangre. Nuestra

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despedida es cortés, rápida. No se sabe de qué hablar. Tampoco sale de los labios un «Hasta mañana», un «Hasta cuando fuere». El tiempo no cuenta en tales circunstancias. En ese minuto preciso de la tarde novembrina, todos estamos absolutamente igualados por la locura envolvente: un pasmo infini-to en la mirada, una inmensa pena en el corazón. Cómo decir entonces «Hasta mañana», si el mañana es una atenazante duda, un penetrante esca-lofrío. Detrás de la puerta de Medinaceli, 4, no podíamos calcularlo bien al decirnos adiós, se quedaba guillotinado un período excepcional y fecundo de nuestra historia científica. Lo que hasta ese día había sido una arrogante afirmación se trocaba en una interrogación difusa. La subsiguiente aventura de los supervivientes no ha tenido otra meta que la de luchar contra la inse-guridad y lograr salvar lo que en ciencia es fundamental: la continuidad.

Sí, para Tomás Navarro comenzó esa tarde el destierro. Allí se quedaba todo cuanto había hecho y lanzado al ruedo del trabajo, por la ciencia foné-tica española: Se quedaba el Archivo de la Palabra, con sus instrumentos entonces mágicos y hoy absolutamente risibles; se arrinconaban los quimó-grafos, grandes o chicos, hoy habitantes de las trasteras o de cualquier cu-chitril del Rastro; se quedaban apiladas las pruebas de los antiguos docu-mentos, con tantas y tantas horas de vigilia a cuestas, meditación y vista consumida; andaban caídas por los pasillos las horas rutinarias de las clases y los adiestramientos del oído para las transcripciones fonéticas. Cuánto, cuánto se había hecho allí dentro. Por delante, el camino que se abría sólo prometía la zozobra de los tres años de contienda, la huída posterior, la ene-miga disimulada de una nueva, quizá interesada, «actitud científica». Unos años de los que no vale la pena hablar.

Volví a ver a Navarro muchas veces, en la Barcelona desorbitada de la guerra. Estaba el Ministerio en la Plaza de Bonanova, una casa alta, que pa-recía aún más alta por ser muy estrecha la fachada y estar rodeada de casas bajitas. Muchos nos preguntábamos qué demonios hacía aquel ministerio en tan duros momentos, con la movilización general, el desbarajuste al máxi-mo y la vida civil al mínimo. Pero algo hacía. Había sacado, por ejemplo, de Madrid, los trabajos en marcha (Navarro se encargó personalmente del Atlas en elaboración) y quizá hizo otras cosas que yo no sé y que quizá tam-poco sabían muy bien qué eran los mismos que las estaban haciendo. Todo era impulso repentino, instintivo, apresurado. Por esos impulsos se salvó el Museo del Prado. He oído decir, con frecuencia, mucho después, que si se hizo en malas condiciones el traslado de los cuadros, que si no había garan-tías, que si fue un milagro que llegaran a un destino... Qué fácil es dar solu-ciones perfectísimas desde fuera y a distancia. Para tecnicismos respetuosos estaba el horno. ¿Se habría arreglado con retórica el diálogo interrumpido?. De aquel arrebato ciego sobrenadó la realidad última de seguir viviendo las telas protentosas, las páginas más significativas de nuestro pasado. Pues bien, en torno a este asunto, los noticiarios y revistas cinematográficas, los periódicos todos, los folletos de la propaganda divulgaron una fotografia en la que unos eruditos ingleses, tan afligidos siempre por la barbarie latina, venían a comprobar la protección que se dispensaba a los cuadros del Pra-

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L TOMAS NAVARRO TOMAS. BARCELONA 1938.

serio, grave. encorbatado .....- muestra en su rostro una gran tristeza, y su mirada vivaz está apagada.

do. En esa imagen, aparecen Las Meninas, tensas, sacadas de su refugio en las Torres de Serrano. Hay mucha gente en esa fotografia. A un lado, junto al cuadro, está Tomás Navarro, serio, grave, encorbatado, clamoroso su tra-je frente a los monos de faena, los equipos seudomilitares, el visible calor M mediodía valenciano. Quizá es la única persona que, en ese momento, trata de usted a los soldados, obreros, carpinteros, funcionarios, curiosos... La foto corrió por todas partes. El contraste de Tomás Navarro con los de-más retratados marcaba muy bien el paso del tiempo, el violento hiato que dividía nuestra sociedad.

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En la primavera de 1938, ya debe de ser Jefe del Gobierno Juan Negrín, la administración republicana quiere ir cambiando la cara de la retaguardia. Se recomienda, gubernativamente, discretas costumbres burguesas. Se acon-seja a las señoras de los directores generales, de los altos mandos del ejérci-to, de la policía, etc., que hasta lleven sombrero a los actos oficiales. «Llevar sombrero, con las mudanzas de la moda en tres años de desdén y ausencia por sus normas!. No les debió hacer mucha gracia aquella confesión de co-quetería en la clandestinidad, con halos de naftalina). Para el gobierno, se trataba, diríamos hoy y no lo decíamos aún entonces, de ir creando una imagen. Una imagen que acerque algo la realidad revolucionaria y empo-brecida a la realidad cómoda de algunos países que nos puedan mirar con recelos. Los ojos de los soldados y de la espantada gente de a pie de la reta-guardia volvieron a ver, con un asombro indecible, entierros con cruz alza-da por las encrucijadas de Barcelona. Había que demostrar que la libertad de cultos regía. Los periódicos, las películas, hasta cartelones por las calles gritaban las fotos oportunas, todo el mundo muy colocadito, serio y peri-puesto. Me temo que ni siquiera el muerto, si es que lo había, creyera en tan forzada ortodoxia, pero... Pues bien, en esa orientación, en ese camino de manipulación sociológica, el Ministerio organizó, y aún me sigo asombran-do de que saliera adelante, una temporada de ópera en el Liceo, marzo-abril de 1938. Se trajo una compañía francesa, ya que no hubo manera de rehacer una española, dispersas las gentes por los frentes, separados por las luchas políticas, el destierro, las depuraciones... Se cantó Sansón y Dalila, de Saint Sans. En uno de los palcos del proscenio está Tomás Navarro. Le acompa-ña su colega en la Real Academia Española, Enrique Díez Canedo, quien también morirá en el exilio, en Méjico, en 1944...

Hablamos en uno de los largos entreactos. Ya no puedo recordar, claro es, la conversación. Además, para qué. La voz de Navarro suena ya.con una sutil orla desengañada. Sigue afirmando su fe en la victoria final, pero se percibe que sus palabras no se corresponden con su pensamiento, o que ese final a que alude no está en geografia alguna localizable. Sabe que la reali-dad va por otro lado, sospecha dolorosamente que toda aquella cáscara seu-doburguesa alertada por el gobierno es totalmente inútil. El Tomás Navarro que escuché aquella noche en las salas del Liceo barcelonés no era el profe-sor, ni el maestro, ni el amigo. Era el símbolo de una generación maltratada y de una situación en la que nos vimos envueltos todos sin comerlo ni be-berlo; una espectacular duda, una inseguridad inabarcable, que pretendía gritarse a sí misma una fe, una meta clara para ir tirando. La representación se acabó como Dios quiso. Hacia la mitad, poco más o menos, el apagón, las sirenas de alarma, el zumbido de los motores, las explosiones que bordan el teatro, la multitud que canta en pie, con frenesí, Els segadors... Probable-mente, no hubo, de todo aquello, más verdad que el tremendo, el desolador miedo de los cantantes franceses, a los que ni les iba ni les venía gran cosa en nuestras querellas, y que aguantaron en el escenario a pie firme (hubo al-gún desmayo), una o dos velas encendidas en las candilejas, todo el tiempo de la alarma.

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Terminado el gran barullo, la vida vuelve. No hay quien pare. Se obsti-nan, por fortuna, en nacer cada mañana, pujante, violenta a veces, aunque sufra vergüenzas y persecuciones. Está ahí. Las cosas van cambiando, en consecuencia. Hemos llegado a 1959. Dos de los antiguos discípulos de To-más Navarro son ahora el matrimonio Zamora-Canellada, y este matrimo-nio ha seguido recibiendo de lejos el estímulo y el afecto del maestro. En los años americanos tuvimos frecuente y fuerte eco de su voz amistosa. En 1960 recalamos en Nueva Inglaterra, invitados por Darmouth College. Tomás Navarro se había jubilado ya en Columbia University, en Nueva York, y vi-vía en un lugar pequeño, casi campesino, Northampton, Massachusetts, donde su hija mayor Joaquina, es chairman del Departamento español de Smith College. Su vida se ha ido reduciendo fisicamente con los años, las enfermedades. Ha de hacer paseos reglamentados, trabajar de cuando en cuando de acuerdo con una dura disciplina. En fin, la tiranía médica. Son los días inaugurales de febrero cuando, desde el calor y las tolvaneras de Méjico, salimos a los diez grados bajo cero del aeropuerto de Nueva York. Desde luego, no creo que fuera en nuestro honor, pero el recibimiento fue a base de una extraordinaria tempestad de nieve que, como siempre en estos casos, sólo los más viejos del lugar recuerdan cosa parecida... En el país de la lógica y la previsión, todo se desmoronó. Los trenes tuvieron que detener-se, los automóviles se escondieron bajo los mantos de nieve densa. Nuestro tren se paró, hubo que esperar gran parte de la noche en un pueblecito. Hasta nos quedó tiempo para ir al cine vecino de la estación: Una película de filibusteros en el cálido Caribe, con sus inevitables tuertos de parche ne-gro en el ojo inútil y múltiples tatuajes en los brazos y en el pecho, las patas de palo sonoras, los gritos de muerte contra los españoles dominadores, la noble dama castellana atiborrada de perlas, que se enamora de golpe y po-rrazo del capitán pirata... No le faltó ingrediente alguno... Pero ¡se estaba tan calentito allí dentro!.

Puede parecer inoperante que yo recuerde estas ingenuas menudencias de nuestra expedición por el hielo del este americano, pero lo hago para que se entienda bien lo que ahora viene. Nos metimos de nuevo en el tren, un tren que avanzaba cauteloso y despacito, por una inmensidad blanca, sin perfiles... Llegamos a la estación de Northampton a las seis y media de la mañana. Parece imposible que la nieve se decida a dejarnos bajar del tren. Y allí, en el andén, a aquella hora y con aquella temperatura, está Tomás Navarro esperándonos, acompañado de su hija. Don Tomás lleva boina, una gruesa bufanda debajo del cuello del abrigo y se apoya en un bastón que, nos dirá, alguien le ha traído de La Roda... No hace falta hablar. Hay, en ese instante preciso, a nuestro lado, un puente de más de veinte años de luz en su arco y una cercanía sin dimensiones. Mejor es no hablar de la in-tensidad del reencuentro... • Cuántas, cuántas cosas en la conversación, en el paseo sin descanso, en

el añudamiento de tanto cabo suelto. Quería saberlo todo, enterarse de todo, revivirlo todo. Fue una incursión en la auténtica ciencia, la ciencia de vivir, con sus riesgos y sus triunfos. Y lo hizo sin perder la ecuanimidad, con su

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aire lejanamente ausente, bajo el que fluían calor y comprensión. Era la misma impasibilidad atenta que tenía en sus clases tempranas, la que tiene aún en la foto junto a Las Meninas, la que le rodeaba al salir a la Plaza de la Bonanova, en Barcelona, o hablando por los pasillos del Liceo. Y sin per-der el usted, el usted del Centro, que ya en 1960 no sé bien qué distancias marcaba. Tardé mucho en darme cuenta de que está algo encorvado, que habla despacio y necesita tomar aliento, que los pies vacilan muchas veces antes de decidirse a dar un paso...

Volvimos otra vez a verle a Northampton, esta vez en verano. Enseñá-bamos en Middlebury College, en Vermont, en la frontera de Canadá. Un largo fin de semana bajamos de nuevo a Massachusetts a ver a Tomás Nava-rro. Don Tomás, estamos ya en 1966, no sale apenas.

Hace algunos ejercicios metódicos. Manejar la segadora del jardín le hace mucho bien. Le hemos llevado un torito de Pedro Mercedes, el alfare-ro conquense. Don Tomás lo acaricia, lo mira y remira, lo coloca encima de un mueble, lo cambia de posición y vuelve a mirarlo. Ha recibido hace poco un ejemplar del primer tomo del ALPI, lo que le sirve para recordar anécdotas de los colaboradores, los rasgos peculiares de cada uno, no dice nada sobre la tímida y casi compromisaria aparición de su nombre en los preliminares del tomo. La comida es muy tradicional: mesa grande, presidi-da por él, la forma de servir, de susurrar. Estamos asistiendo en ese momen-to a una vida familiar española, la de una familia, perdón por lo manido de la frase, «de antes de la guerra>). Desde aquel verano de 1966 no le hemos vuelto a ver. Sus cartas han seguido llegando, cada vez más temblona la le-tra, casi ilegible en ocasiones, más escueto el contenido, cartas con el saludo de la cruz, el abrazo de la fecha. A principios del último verano nos escribió Joaquina, su hija, diciéndonos que ya le costaba coger una pluma, pero que le gustaba tanto recibir nuestras noticias... Durante varios años, desde la Se-cretaría de la Academia (la Academia, que dio la gran lección de conservar a los expatriados en su sitio), le he estado mandando comunicaciones, le he enviado las convocatorias a varios actos sabiendo de antemano que no iba a venir, le he recordado las votaciones inminentes, he tenido en ocasiones que completar su información sobre algún candidato ya muy joven para su larga ausencia... Por un azar, he explicado dialectología en el mismo local donde Navarro daba sus lecciones de Fonética en la Ciudad Universitaria. Muchas vueltas ha dado el mundo desde entonces, y el camino hacía la radical sole-dad, ¿qué otra cosa es vivir?, se ha ido aguzando. Pero todavía, a pesar de los altibajos, la voz de Navarro sirve de nexo entre mis comienzos y lo que pretendo comunicar a esas cabezas jóvenes que no le vieron nunca o que nunca oyeron su nombre —quizá por intereses ajenos al auténtico trabajo científico—. Y este nexo, entendámonos, ¿no se llama magisterio?.

Ahora, en el silencio definitivo, hecha súbitamente historia nuestra re-lación, todo puede reducirse a algo tan claro y sencillo como esto: fue una gran suerte haber sidó discípulo y amigo de Tomás Navarro, hombre ejem-plar, el académico que hoy recordamos. Terminemos, con Manrique, reco-nociendo que harto consuelo nos deja su memoria.

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TITULO. IN MEMORIAN TOMAS NAVARRO TOMAS.

AUTOR. FRANCISCO FUSTER RUIZ.

PUBLICACION. AL-BASIT (Revista de Estudios Albacetenses).

FECHA. ENERO DE 1980.

CIUDAD. ALBACETE.

El 16 de septiembre de 1979, en Northampton, Massachusetts, Estados Unidos de América, fallecía don Tomás Navarro Tomás, figura científica de primerísima magnitud nacional e internacional y al que se ha considerado, con justicia, como el creador de la fonética española. El Instituto de Estu-dios Albacetenses se honró en su día con la aceptación por el viejo y vene-rable maestro de la propuesta que se le hacía de nombrarle MIEMBRO DE HONOR de esta institución científica de su tierra natal. La carta que nos envió, que publicamos como ilustración de este artículo contenía declara-ciones entrañables: ((Veo ahora en el nombramiento de miembro de honor del Instituto de Estudios Albacetenses el eslabón final en el círculo de mis distinciones profesionales». La noticia de su fallecimiento nos llegaba en la tarde del lunes 17 de septiembre, cuando el I. E. A. estaba reunido en sesión ordinaria de su Junta Directiva. Inmediatamente se acordó remitir un co-municado a la Prensa e insertar en la revista ALBASIT un artículo necroló-gico extenso, aparte de otros actos en su honor, que serían acordados en la próxima sesión de la Junta.

Angel Valbuena Prat, en su ya clásico tratado «Historia de la Literatura Española», señala dos discípulos predilectos de Menéndez Pidal y continua-dores de su gran escuela científica: «el brazo izquierdo, el lado ágil, apasio-

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i. Tlavano somás 24 .JasLiiigs ..9?69I1s, ¶lo'&ence

fJlothanzpio, 9tass. 01060

30 de mayo de 1978

Sr. D. Alfonso Santamaría Conde, Director Instituto de Estudios Albacetenses Excma. Diputaci6n de Albacete Albacete (Albacete), Espaa

Estimado amigo:

He recibido su carta del 15 de marzo con la grata sorpresa de haber sido elegido miembro de honor del Ijstituto que usted dirige. Su carta es del 15 de marzo pero no ha llegado aquí hasta hace cuatro días. No se advierte el motivo de este retraso.

A su carta acompaian los estatutos de la instituci6n, los cuales dan idea de la amplia empresa que ustedes se pro-ponen realizar. Siento mucho no poder ofrecerles mi cola-boraciónTengo noventa y cuatro aflos y la salud muy defi-ciente.

1ie satisface nl carcter estrictamente objetivo que revela mi elección y que haya sido mi obra de filólogo la base de ella. Es probable que ningún miembro del Ins-tituto me haya conocido personalmente.

Siempre he considerado Albacete como punto de partida de mi carrera académinal`111 1897 era yo un muchacho tí-mido y retraido que fue a Albacete a examinarse del pri-mer ano del grado bachiller, para el cual me había ore-parado en el colegio de La Roda incorporado al Instituto. La distinción de sobresaliente recibida en esos exámenes me dio confianza para las muchas empresas semejantes cus me esperaban en la carrera. Veo ahora en el nombramiento de miembro de honor del Instituto de Estudios Albacetenses el eslabón final en el círculo de mis distinciones profesio-nales.

Le ruego haga presente a la corporación mi agradecimien-to por el honor que me ha conferido.

Le saluda atentamente,

-Ir Gí

T. Navarro Tomás

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nado, intrépido, lo representa Américo Castro», y «su diestro brazo, del lado de ¡a ciencia, es el especialista creador de la fonética española, Tomás Na-varro Tomás, autor del fundamental Manual de pronunciación española, El acento castellano (discurso en la Real Academia, 1925), Estudios de Fonolo-gía, etc. Su actuación en América es definitiva para la Revista de Filología Hispánica». Como podemos ver, no es mal trío de ases de la ciencia litera-ria e histórica española el que nos presenta hermanados el profesor Valbue-na Prat, y la verdadera importancia de nuestro Tomás Navarro Tomás re-sulta así más significativa al estar englobado junto a figuras tan gigantescas como Menéndez Pidal y Américo Castro. Pero la verdadera importancia de T. N. T. (como solía firmar sus artículos nuestro autor) la conocen muy bien todos los estudiantes de su especialidad en la carrera de Filosofía y Le-tras, que no han tenido más remedio que aprender en sus libros, los textos más científicos que existen aún hoy día sobre filología española.

Tomás Víctor Navarro Tomás nació en La Roda (Albacete) el 12 de abril de 1884. Sus padres, don Juan Navarro Zapater y doña Joaquina To-más Ballester, eran naturales de Villena (Alicante). Sus primeros estudios los realizó en La Roda, así como los dos primeros cursos del Bachillerato, examinándose, como era preceptivo, en el Instituto de Albacete, a cuya ju-risdicción docente pertenecían los colegios de enseñanza de La Roda. Más tarde, quizás aprovechando vinculaciones familiares, se trasladaría a Ville-na, donde estudió los tres restantes cursos, acudiendo para sus exámenes al Instituto de Alicante. Una vez conseguido el título de Bachiller en Artes, en 1902, inició en la Universidad de Valencia la carrera de Filosofía y Letras, donde aprobó los dos primeros cursos. En 1904 continuó sus estudios en la Universidad Central, en Madrid, hasta terminar la carrera en 1906, siendo alumno predilecto de Ramón Menéndez Pida¡, con el que se inició en las prácticas de investigación filológica sobre los documentos del Archivo His-tórico Nacional.

El 15 de junio de 1906 hizo el examen del grado de Licenciado en Le-tras e inmediatamente inició la tesis doctoral, bajo la dirección de su insigne maestro, Menéndez Pida¡, con un estudio filológico de la versión aragonesa del «Libro de los Emperadores de Oriente», de fray Juan Fernández de He-redia, Gran Maestre de la Orden de San Juan en el siglo XIV. Esta tesis doc-toral, al parecer, aún permanece inédita, olvidada entre todas aquellas que sufren igual destino lamentable en la Biblioteca Universitaria de Madrid. Paralelamente a este trabajo, en 1907 recibió una pensión de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas para realizar una in-vestigación dialectal por el Alto Aragón. De aquí saldría el material para su primer ensayo linguístico, publicado en 1908 en las Memorias de la institu-ción científica patrocinadora del trabajo.

El contacto directo con los Archivos madrileños y aragoneses decidió su vocación profesional y el 31 de diciembre de 1909 ingresó por oposición en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, siendo destinado a prestar sus servicios en Avila. Es este un momento muy importante en la vida íntima de Tomás Navarro Tomás. El momento en que deja de ser una

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carga económica para sus padres y cuando puede dar por finalizada su etapa como estudiante. Hay un documento entrañable, que debo a la amabilidad de sus familiares de La Roda que lo conservan muy celosamente, en el cual don Tomás apuntó todos los gastos realizados en sus estudios, desde el ini-cio del Bachillerato hasta que aprobó las oposiciones; posíblemente con la idea de que su padre pudiera resarcir a sus hermanos a la hora de la heren-cia. Lo publicamos con todos los honores, como ilustración de este artículo, ya que su lectura puede resultar interesantísima para adentramos en la enorme calidad humana de nuestro personaje.

Desde su destino profesional en Avila, donde estuvo hasta 1911, se le encomendó la iniciación de una serie bibliográfica fundamental para la cul-tura española: la colección «Clásicos Castellanos». Tomás Navarro Tomás escogió la edición crítica, con extensos prólogos, de «Las Moradas» de Santa Teresa de Jesús y las "Obras" de Garcilaso de la Vega, que son los volúme-nes 1.0 y 3.0 de la mencionada colección.

Su retiro en Avila no podía ser muy duradero. Su maestro, Menéndez Pidal, lo necesitaba a su lado, y bien pronto le consiguió el traslado como funcionario al Archivo Histórico Nacional, en Madrid, donde podría tener mayores posibilidades de investigación y mayor libertad de movimientos. Continuando con sus viajes de investigación linguistica, en 1911 realizó una interesante excursión de trabajo por la frontera entre Zamora y Portugal. De estos viajes surgió la necesidad de adquirir preparación especial en fonética y geografla linguistica. Menéndez Pida¡ acariciaba desde hacía tiempo la idea de realizar el Atlas Lingüístico de la Península Ibérica, pero no se atre-vía.a iniciar los trabajos sin encontrar antes la persona adecuada para reali-zarlos. La enorme vocación lingüística y el espíritu de trabajo que descubrió en su discípulo predilecto, le indicaron que Tomás Navarro Tomás era la persona indicada. Y en 1912 consiguió una beca de la Junta para Amplia-ción de Estudios, que permitiría a su discípulo adquirir la preparación cien-tífica necesaria en las Universidades de Francia y Alemania, donde estaban los sabios más importantes de su tiempo en las materias que interesaban. Tomás Navarro Tomás trabajó en París con Rouselot, en Macburgo con Vitor, en Hamburgo con Panconcelli-Calzia, en Leipzig con Sievers y en Montpellier con Grammont.

Cuando regresó a España, en 1914, puede decirse sin exageraciones que empezó verdaderamente el estudio científico de la fonética española. Hasta entonces todo se encerraba en unos cuantos nombres como los de Colton, Araujo y Jesselyn y alguna que otra pequeña contribución más. Pero la ver-dadera cima de esta rama de la ciencia estaba en Alemania y en Francia, y de estos países la trajo Tomás Navarro Tomás a nuestra Patria. Nuestro científico empezó a revisar la labor de sus antecesores, no siempre exactos en el detalle, y fijó las lindes y características de la pronunciación normal. Con todo ello los estudios fonéticos sobre el idioma español adquirieron un tono y una precisión de que carecían en los comienzos del siglo.

Como es natural, a su regreso a España, Ramón Menéndez Pidal lo co-locó como profesor en el Centro de Estudios Históricos, donde trabajaba

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por las tardes, después de su jornada laboral en el Archivo Histórico Nacio-nal. Su labor, desde el principio, fue muy notable en el Centro, fundando y dirigiendo el Laboratorio de Fonética Experimental y los cursos para ex-tranjeros. Al mismo tiempo se convirtió en redactor gerente de la Revista de Filología Española, otra de las grandes ilusiones de su vida, desempeñando este cargo desde su fundación en 1914 hasta 1925. En esta revista publicaría multitud de ensayos filológicos y literarios de mucha trascendencia en Espa-ña y en el extranjero.

Para adquirir mayor experiencia a la hora de empezar con la realiza-ción del Atlas Lingüístico en 1915 continuó con sus excursiones filológicas por las distintas regiones españolas, visitando especialmente los archivos de catedrales, iglesias y conventos de La Rioja. Este interés por la problemática lingüística regional le llevaría a realizar en 1923 unos trabajos de investiga-ción sobre la lengua vasca, en colaboración con la Sociedad de Estudios Vascos, dande conferencias en Guernica y Bilbao y publicando algunos en-sayos sobre el tema.

Su proyección americana se inició en 1925, al ser invitado por la Uni-versidad de Puerto Rico como profesor visitante en un curso de verano. Este viaje constituye un verdadero hito para la historia del hispanismo en Nor-teamérica, sobre todo por la creación del Departamento de Estudios Hispá-nicos de la Universidad de Puerto Rico, a iniciativa de Tomás Navarro To-más. La citada Universidad había establecido cursos estivales para aquellos profesores norteamericanos que, no pudiendo asistir en Madrid a las clases del Centro de Estudios Históricos, deseaban continuar sus estudios en algún país de habla española. Entre los profesores del Centro de Estudios Históri-cos fue elegido para dar las clases Tomás Navarro Tomás, por su reconoci-miento como primera autoridad internacional en filología y fonética espa-ñolas.

Su fama, adquirida en aquellos cursos estivales, le llevaría en 1927 a ser contratado como profesor visitante en Stanford University, de California, y a pronunciar conferencias en más de doce Universidades norteamericanas. En la de Illinois ingresó en Sigma, Delta, Pi, y por aquella época empezó su colaboración asidua con el gran hispanista norteamericano Aurelio M. Es-pinosa, Jr.

En 1928 volvió como profesor visitante a la Universidad de Puerto Rico, realizando, viajes por toda la isla para el estudio del habla popular, so-bre todo del lenguaje de los aborígenes y su pronunciación. También realizó este año visitas de tanteo dialectal en Santo Domingo y en Venezuela. En la prensa especializada de la época, esta gran labor americana de nuestro cien-tífico no pasaba desapercibida. Nos la cuentan con el máximo detalle algu-nos artículos, como los titulados «El doctor Navarro Tomás y su viaje a Puerto Rico» (Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1925, XLVI, p. 360-365), «Navarro Tomás to Teach at Stanford University» (Hispania. 1926, IX), «Los raids literarios. Navarro Tomás en su periplo americano» (La Gaceta Literaria. 1 de mayo 1927), «ABC en Puerto Rico. La cruzada ideal» (ABC, 3 de mayo 1928), «Los raids lingüísticos. Navarro Tomás

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vuelto de América» (La Gaceta Literaria, 1 de diciembre 1928)... Esta expectación sobre la figura y la obra de Tomás Navarro Tomás es-

taba plenamente justificada, ya en aquel tiempo, sobre todo por la publica-ción de algunas de las obras de nuestro autor que son fundamentales para el estudio científico de la lengua española: «Cantidad de las vocales acentua-das» (1916), «Cantidad de las vocales inacentuadas» (1917), «Diferencias de duración entre las consonantes españolas» (1918), «Manual de pronuncia-ción española» (1918, y multitud de ediciones en diferentes años con versio-nes al alemán y al inglés), «Lecciones de pronunciación española» (1921), «Historia de algunas opiniones sobre la cantidad silábica española (1921), «Metodología de la Fonética» (1921), «Palabras sin acento» (1925), «A pri-mer of Spanish Pronunciation» (1926), «Compendio de ortología española» (1927), «Impresiones sobre el estudio lingüístico de Puerto Rico» (1928) etc.

Por otro lado, sus ensayos y artículos eran solicitados por multitud de revistas especializadas de todo el mundo: «Bulletin de Dialectologie Roma-ne» (Bruxelles), «Revue de Dialectologie Romane» (Bruxelles), «Revista de Filología Española» (Madrid), «Estudis Fonetics» (Barcelona), «La Paraula» (Barcelona), «Hispania» (Stanford, California), «Instituto de Filología» (Buenos Aires), «Revista de la Universidad» (Tegucigalpa), «Eusko-Ikanskunza» (San Sebastián), «Cursos de metodología y alta cultura» (Bar-celona), «La Escuela Moderna» (Madrid), «III Congreso de Estudios Vas-cos» (Bilbao), «Revista Municipal de Estudios Vascos» (París-San Sebas-tián), «La Gaceta Literaria» (Madrid), «Revue Hispanique» (París), «Revis-ta de Estudios Hispánicos» (Río Piedras, Puerto Rico-New York), «Revista de Pedagogía» (Madrid), «Modem Philology» (Chicago), «Revista de las Es-pañas» (Madrid) etc.

Para conseguir una mayor efectividad en su trabajo dentro de las dos vertientes a que se dirigía, como funcionario de Archivos y Bibliotecas y como investigador, en el año 1922 consiguió, quizás con la gran influencia de don Ramón Menéndez Pida¡, que se le destinara profesionalmente como director de la Biblioteca del Centro de Estudios Históricos, cargo que de-sempeñaría hasta 1936. Con ello su labor creativa dentro del Centro de Es-tudios Históricos pudo llegar a su máxima culminación. En 1930 inició el Archivo de la Palabra, del que fue nombrado director, para recoger las vo-ces de las personalidades españolas más sobresalientes de su tiempo; y, al año siguiente, empezó la organización de los trabajos del ALPI, el Atlas Lingüístico de la Península Ibérica, la obra más importante de su vida.

Decidido el Centro de Estudios Históricos a iniciar este trabajo, se en-comendó la dirección del mismo a Tomás Navarro Tomás, quién formó tres equipos, formado cada uno de ellos por dos especialistas nativos de la zona lingüística respectiva: ZONA CASTELLANA: Aurelio M. Espinosa, Jr., nativo de lengua españo-la de familia de Nuevo Méjico, USA; y Lorenzo Rodríguez Castellano, de Asturias. ZONA CATALANO-VALENCIANA: Manuel Sanchís Guarner, valencia-no, y Francisco de B. Moil, mallorquín.

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ZONA GALLEGO-PORTUGUESA: Aníbal Otero, gallego y Rodrigo de Sa Nogueira, portugués. Este último fue sustituido sucesivamente, por razo-nes de salud, por Armando Nobre de Guzmao y por F. Lindley Cintra.

Después de un intenso período de preparación del equipo y de la redac-ción del cuestionario, las escuelas del ALPI se iniciaron en la provincia de Madrid (Rascafría y Torrelaguna), con visitas de conjunto del grupo de in-vestigadores, dirigidos por Tomás Navarro Tomás. Este tenía en su haber, aparte de su gran preparación científica en el extranjero, la práctica que ha-bía adquirido en sus diferentes viajes de investigación lingüística por toda la península y por América. Junto con los dos componentes del equipo caste-llano, Tomás Navarro Tomás realizó algunos viajes inmediatos por algunas provincias españolas, que cristalizaron en el estudio «La frontera del anda-luz», publicado en 1933, como primera muestra del método, orientación y resultados del ALPI.

Una vez aprendido el modo de operar, en 1931 los tres equipos dieron principio a la labor en sus zonas respectivas. La tarea de Tomás Navarro Tomás, según sus propias declaraciones, «consistió en mantener la unifor-midad de la investigación, suplir los recursos adicionales de la transcrip-ción, revisar los cuestionarios contestados e informar de la marcha del tra-bajo, ante la supervisión de don Ramón Menéndez Pidal». Los cuestiona-rios contestados se recibían y conservaban en el Centro de Estudios Históri-cos.

Al mismo tiempo que dirigía la realización de estas dos obras funda-mentales, el Archivo de la Palabra y el ALPI, Tomás Navarro Tomás, cuya actividad era impresionante, tenía tiempo de llevar su trabajo profesional como bibliotecario en el Centro de Estudios Históricos, y de dar sus clases en la Facultad de Letras de la Universidad de Madrid, donde había sido nombrado profesor de fonética en 1930.

Por estas fechas la fama científica y literaria de Tomás Navarro Tomás estaba bien consolidada en todos los niveles nacionales e internacionales. Por ello, la Real Academia Española de la Lengua, no hizo sino un acto de verdadera justicia en 1934, eligiéndolo académico de número. Fue la prime-ra vez en los anales de la docta institución en que se prescindió de la cos-tumbre tradicional que obliga al candidato a solicitar los votos de sus electo-res. Navarro Tomás no lo habría solicitado nunca, por su modestia, y la propuesta la hizo su maestro don Ramón Menéndez Pidal, quién, como siempre, estaba atento a colocar a su discípulo predilecto en el puesto hono-rífico y profesional que se merecía. Ocupó el sillón correspondiente a la le-* tra «h minúscula», que antes había ocupado el Dr. Cortezo, y leyó su dis-curso de ingreso en 19 de mayo de 1935, bajo el tema atrayente de «El acen-to castellano».

En 1935 pronunció una serie de conferencias sobre temas lingüísticos en el lnstitut d'Etudes Hispaniques, de París. Al estallido de la guerra civil española, Tomás Navarro Tomás fue nombrado director accidental de la Bi-blioteca Nacional, vicepresidente de la Junta de Protección del Patrimonio Artístico y secretario general de la Junta para Ampliación de Estudios. Su

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labor en defensa de nuestro patrimonio artístico y cultural fue inmensa. In-tegrado en el equipo cultural dirigido por Rafael Alberti, fue trasladado en-seguida a Valencia, con otros destacados intelectuales, para trabajar en la denominada «Casa de la Cultura». Allí fue cofundador de la revista «Ma-drid. Cuadernos de la Casa de la Cultura». (1937-1938) y fundador de «Hora de España», en las que colaboró con sus habituales trabajos filológi-cos y literarios. Fue uno de los primeros en reconocer la inmensa valía poé-tica de Miguel Hernández, prologando su «Viento del Pueblo».

Casa de la Cultura. Valencia, enero 1937. Primera fila, sentados: Pio del Rio Ortega. León Felipe. Antonio Zozaya. Pedro Carrasco. Tomás Navarro Tomás.

De pie. Primera línea: J. Moreno Villa. Victorio Macho. José G. Solana. Cristóbal Ruiz. Federico Pascual. De pie. Segunda línea: Hijo de Zozaya. Juan de la Encina. López Mezquita. Aurelio Adela.

Viajó a Rusia en 1937, como presidente de una delegación cultural es-pañola, y en el mismo año realizó otros viajes a congresos de bibliote-cas y de fonética que se celebraron en Bruselas, Gante y La Haya. Traslada-do más tarde a Barcelona, donde siguió funcionando la «Casa de la Cul-tura», abandonó definitivamente España junto con un pequeño grupo de in-telectuales españoles, entre los que se encontraban Antonio Machado y su familia, Joaquín Xirau y Corpus Barga. Preocupado por la angustiosa situa-

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ción de Antonio Machado en el exilio, consiguió para él, a través de Alva-rez del Yayo, una pensión económica que, desgraciadamente, por su falleci-miento en circunstancias tan horribles, el insigne poeta no llegaría a disfru-tar nunca.

Tomás Navarro Tomás partió en febrero de 1939 para América, donde fue recibido con los brazos abiertos, pasando inmediatamente a ocupar la plaza de profesor de filología española en Columbia University, de New York, donde dio cursos sobre el español en América, Fonética, Métrica e Historia de la Lengua Española. Organizó también un Seminario lingüístico para tesis de licenciatura y doctorado sobre temas españoles.

Se convirtió así en la figura clave del hispanismo norteamericano. La persona a la que acudían todos aquellos que querían tener un conocimiento científico de nuestro idioma y de nuestra literatura. Su labor no se desarro-lló tan sólo en la Universidad de Columbia (New York), sino que se proyec-tó también a otras universidades americanas, a través de cursos y conferen-cias, aparte de sus libros y sus ensayos publicados en revistas especializadas. Principalmente dio clases y conferencias en la Universidad de Puerto Rico, en Stanford University (California), en Middlebury college (Vermont), en Duke University (Durham, Nort Carolina), en Florida State University (Ta-llaharsee, Florida), etc.

Como es natural, junto a esta labor vinieron también las distinciones profesionales y académicas. Fue nombrado doctor honoris causa en Middle-bury College (Vermont, 1940) miembro de la Hispanic Society (New York, 1944), presidente honorario de Sigma, Delta, Pi (Illinois, 1944), miembro de la American Academy of Arts y Sciences (Boston, 1945), miembro de honor de la American Association of Teachers of Spanish y miembro del Hispanic Institute in the United States. En este último dirigió la «Revista Hispánica Moderna», desde 1939 hasta su jubilación en 1957. Dos grandes satisfaccio-nes de su vida en este período fueron: en 1950 la pronunciación radiada en la BBC de una conferencia con motivo del Milenario de Castilla; y en 1956, que la Comisión Permanente de la Asociación de las Academias de la Len-gua Española le encargase la publicación de una «Guía de Pronunciación Española)), para ser utilizada particularmente en todo el continente ameri-cano.

Los manuscritos del ALPI, del Atlas Lingüístico de la Península Ibéri-ca, al estallar la guerra civil, sufrieron también las mismas peripecias que su director. En el verano de 1936 estaba totalmente terminada la encuesta de las zonas castellana y gallega; en la catalano-valenciana faltaban tan sólo unos lugares del Norte de Gerona y del Rosellón; y en Portugal, por los cambios sufridos en el equipo, sólo se había empezado el estudio. Al tener que abandonar Madrid, para proteger los manuscritos, Tomás Navarro To-más consideró que lo mejor era tenerlos bajo su control, Así, en las sucesi-vas etapas de la evacuación, los trasladó consigo desde Madrid a Valencia, de Valencia a Barcelona y de Barcelona a Nueva York. Luego llegaría inclu-so a acusársele de haber querido apropiárselos. Pero él los tenía tan sólo como un depósito temporal, esperando que llegara un día feliz de regresar a

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España y reanudar el trabajo. En 1951, al perder la esperanza de cambio en la situación política española, decidió devolver el ALPI al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, del cual dependía, transformado, el antiguo Centro de Estudios Históricos. Los entregó personalmente a dos de sus anti-guos colaboradores, Manuel Sanchís Guarner y Lorenzo Rodríguez Caste-llano, que fueron a recoger los materiales a Nueva York en nombre del C. S. 1. C.

Bajo la dirección de Rafael de Balbín se iniciaron los trabajos de inves-tigación que faltaban en el Norte de Cataluña, en el Rosellón y en Portugal. El primer volumen apareció en 1962, editado con dignidad, pero presentan-do la obra como anónima, a pesar de que todo el equipo deseaba que figura-ra en la misma el nombre de su creador y principal director, Tomás Nava-rro Tomás, sin el cual nada se hubiera hecho, y el hombre que salvó los ma-nuscritos de la destrucción por causa de la guerra. Pero es igual que la obra figure como anónima. Todos los redactores de las correspondientes fichas bibliográficas, en cualquier biblioteca del mundo, no dudan nunca en poner al frente de la obra el nombre de Tomás Navarro Tomás.

No obstante la brillantez de su situación en esta etapa norteamericana, se le nota un decaimiento en su labor creadora, lejos de España y de su que-rido Centro de Estudios Históricos. Es el terrible drama del escritor desa-rraigado, del científico alejado de las fuentes de donde brotaba su inspira-ción creadora. Sobrecoge pensar en lo que habrían adelantado las ciencias filológicas en España de haber podido seguir sin interrupciones en nuestro país el gran equipo creado por Ramón Menéndez Pida¡ y del cual Tomás Navarro Tomás era su cabeza más visible. Ha sido el terrible drama de la guerra civil, que hizo retroceder sensiblemente el avance de la cultura y de la ciencia en España.

Pero a pesar de este alejamiento de las fuentes de investigación, Tomás Navarro Tomás siguió publicando incansablemente. Son multitud de libros, de discos, de ensayos filológicos y literarios los publicados durante esta últi-ma etapa de su vida. Entre las publicaciones más famosas se cuentan: <(Des-doblamiento de fonemas vocálicos» (1939), «El grupo fónico como unidad melódica» (1939), «Rasgos esenciales de las vocales castellanas» (1942), (<Cuestionario lingüístico hispanoamericano» (1943), ((Ejercicios fonéticos» (1943), <(Manual de entonación española» (1944 y varias ediciones más), «Estudios de fonología española» (1956), <(Guía de pronunciación españo-la» (1956), «Documentos lingüísticos del Alto Aragón» (1957), «Arte del verso» (1959), «Atlas linguístico de la Península Ibérica» (1962), «Geografia peninsular de la palagra "aguja"» (1963), <(El sentimiento literario de la voz» (1965), «Metodología lexicográfica del español hablado» (1968), «Re-pertorio de estrofas españolas» (1968), «Studies of Spanish Phonology» (1968), «Spaniche Aussprachlehre» (1970), «Capítulos de Geografia Lin-güística de la Península Ibérica» (1975), etc.

Y solicitudes de publicación de sus ensayos le llegaron desde multitud de revistas especializadas de todo el mundo: «Revista de Filología Hispáni-ca» (Buenos Aires), «Travaux du Cercle Linguistique de Prague» (Prague),

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«The Romanic Review» (New York), «Philological Quaterly» (Iowa City), «Report of American Council of Learned Societies Bulletin (Washington), «Mundo Libre» (Río Piedras, Puerto Rico), «American Speech» (Baltimo-re), «La Prensa>) (New York), «Revista Hispánica Moderna» (New York), «Romance Philology» (Berkeley, California), «Archivo de Filología Arago-nesa» (Zaragoza), ((Hispania» (Stanford, California), «Estudios Hispánicos» (Wellesley, Massachusetts), ((Nueva Revista de Filología Española» (Méji-co), «Jornal de Filología» (Sao Paulo, Brasil), «Revista del Instituto de Cul-tura Puertoriqueño» (San Juan de Puerto Rico), «Archivum» (Oviedo), «Revista Iberoamericana» (México), «La Educación» (Washington), «La Torre» (Universidad de Puerto Rico), «Thesaurus. Boletín del Instituto Caro y Cuervo» (Bogotá), «Boletín de Filología» (Universidad de Chile), «Anuario de Letras» (México), ((Feria y Fiestas» (La Roda), «Symposium», ((Revista Interamericana de Bibliografia» (Washington), ((Noticias Cultura-les» (Instituto Caro y Cuervo, Bogotá), ((Cuadernos de Filología», ((Boletín de la Real Academia Española» (Madrid), «Biblioteca del Instituto Caro .y Cuervo» (Bogotá), etc.

Con toda esta inmensa labor en Norteamérica, proyectada a todo el mundo interesado por los temas hispánicos, puede decirse, con justicia y sin exageración, que Tomás Navarro Tomás, desde 1939 hasta este año de su fallecimiento, ha hecho más por España, por el conocimiento de las cosas de España, y ha logrado más hispanófilos, que muchas de las instituciones y agregadurías culturales de embajadas que desde entonces han sido enviadas a Estados Unidos. Margarita Ucelay, en un estudio sobre The Hispanic Ins-titute in the United States y demás entidades hispánicas en Norteamérica, dijo lo siguiente: «La presencia en los Estados Unidos, a raíz del trágico conflicto, de los grandes intelectuales y profesores españoles enriqueció ex-traordinariamente los estudios hispánicos en el país. Concretamente, el Ins-tituto —al igual que el Departamento de Español— alcanzó en estos años su mayor altura con la invaluable incorporación a la Universidad de Columbia del gran filólogo Tomás Navarro Tomás» (La Estafeta Literaria, Madrid, n. ° 488, p. 31).

Su personalidad, no obstante, ha sido casi ignorada en España, excepto en los círculos reducidos de su especialidad en las Universidades españolas. Popularmente no se le conoce, y en nuestra provincia tan sólo en su pueblo natal, donde últimamente se acordaron de él, solicitaron sus colaboraciones en la revista de fiestas y le hicieron un homenaje en 1974, llevándole un li-bro de oro con multitud de firmas de sus paisanos. El que firma este artículo inútilmente pedía en ((Crónica de Albacete» de 1 de diciembre de 1974 que la provincia le rindiera un gran homenaje. Nadie hizo el menor caso a la su-gerencia, excepto el Instituto de Estudios Albacetenses, que se honró con su nombramiento como miembro de honor.

El 27 de julio de 1978, un sobrino de don Tomás Navarro Tomás, don Tomás López Navarro, solicitaba desde Sabadell a don Iñigo Cavero, enton-ces Ministro de Educación y Ciencia, que se rindiera a su tío un homenaje nacional semejante al que se había tributado a don Salvador de Madariaga,

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imponiéndole la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio. «Aunque estoy seguro —decía con Tomás López Navarro al Ministro— que desde la franciscana hu-mildad del Profesor Navarro, si se le ofreciese la oportunidad de escoger en-tre la distinción, o que se terminase de publicar el ALPI, optaría por lo se-gundo». Se le contestó oficialmente «que el Ministro ha acogido con mucho interés su sugerencia en relación con el Dr. D. Tomás Navarro Tomás. En este sentido se ha iniciado ya el estudio de propuesta corespondiente, que espero que pueda tener feliz resultado>». Los preparativos de este homenaje oficial por parte del Ministerio han sido tan lentos, si es que de verdad algu-na vez han sido iniciados que la muerte ha sorprendido a don Tomás Nava-rro Tomás sin recibir el más mínimo aliento oficial por parte de las autori-dades docentes españolas. Aunque la gloria científica y literaria de don To-más Navarro Tomás no necesita en absoluto de ningún homenaje, oficial o particular, en su vida o en su muerte, para manifestarse en todo su esplen-dor. Descanse en paz el querido maestro.

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TITULO. EVOCACION DE DON TOMAS NAVARRO TOMAS.

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PUBLICACION. THESAURUS. BOLETIN DEL INSTITUTO CARO Y CUER-VO t.XXV.

FECHA. ENERO-ABRIL DE 1980. núm. 1.

CIUDAD. BOGOTA.

PAIS. COLOMBIA.

Conocí a don Tomás Navarro Tomás como Profesor de Filología Espa-ñola en Columbia University, ciudad de Nueva York. Allá pude seguir sus enseñanzas sobre fonética del español, historia del español y el español en América, disciplinas sobre las cuales creo que no había entonces clases en Colombia. Recuerdo vivamente que algunas tardes de primavera y de otoño don Tomás me invitaba a su apartamento, luego de terminar sus labores en la Universidad, y en el transcurso de larga, amistosa y grata conversación me orientaba y me daba indicaciones prácticas muy útiles en el trabajo de investigación. Poco después de regresar a Colombia ingresé en el Instituto Caro y Cuervo, que no hacía mucho tiempo se había fundado en Bogotá. La relación profesor-alumno no terminó al despedirme de don Tomás en los Estados Unidos. Casi enseguida de volver a la capital colombiana inicié un trabajo sobre la pronunciación del español en Bogotá, y al concluirlo se lo envié a don Tomás con el ruego de que lo viera y si le parecía de algún va-lor se sirviera escribir un prólogo para presentar la obra a los lectores. Así lo hizo, y poco tiempo después el Instituto Caro y Cuervo (ICC) —dirigido ya por don José Manuel Rivas Sacconi— me honró publicando ese estudio, que

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fue mi primer libro. Años más tarde le enviamos.a don Tomás una copia —todavía en borrador— del cuestionario preliminar para el Atlas lingüístico-etnográfico de Colombia que habíamos elaborado en el ¡CC don Tomás Buesa Oliver y yo. El profesor Navarro tuvo la bondad de revisarlo y hacer algunas observaciones y el comentario de que con algunas adiciones podría servir para toda Hispanoamérica. (Ya don Tomás había realizado muy im-portantes trabajos para la cartografía lingüística del español, de suerte que era maestro de estudios de ese género). Así, poco a poco y a distancia, don Tomás se convirtió en colaborador del ¡CC durante casi veinticinco años; en diversas oportunidades comentó favorablemente trabajos de varios cola-boradores del Departamento de Dialectología del ¡CC; por otra parte, este Instituto publicó en Thesaurus varios artículos suyos y en forma de libro otros trabajos. Además, en la década de 1960, con la mediación del suscrito, el ¡CC lo invitó a Bogotá, pero no le fue posible viajar debido a quebrantos de salud.

Las publicaciones de don Tomás Navarro abarcan cerca de ciento treinta títulos, principalmente sobre temas de fonética, fonología, entona-ción, dialectología del español, geografía lingüística. En su bibliografía' hay veinte libros y, además, folletos, artículos, prólogos, ediciones críticas, no-tas, reseñas, traducciones, etc. su primer libro fue el Manual de pronuncia-ción Española (Madrid, 1918); el penúltimo, Capítulos de geografia lingüís-tica de la Península Ibérica, lo publicó el ¡CC (Bogotá, 1975), y el último La Voz y la Entonación en los Personajes Literarios, se editó en Méjico el año de 1976. Alguien ha dicho que más que por el número los escritos de don Tomás se distinguen por el método, la precisión y la claridad con que trata los problemas.

Don Tomás consagró buena parte de su vida a investigar y enseñar la lengua española. En este último aspecto desempeñó papel muy importante su Manual de pronunciación, utilizado por muchísima gente en numerosos países del mundo. El profesor Navarro ejerció la docencia mayormente en instituciones de España y de los Estados Unidos, países en donde, fuera de los cursos ordinarios, dedicó muchos veranos (Madrid, Santander, Middle-bury) a ayudar a los maestros de escuela en la difusión de la lengua y la cul-tura españolas.

Para satisfacer un ruego personal, Joaquina Navarro nos envió por co-rreo abundantes informaciones y comentarios sobre don Tomás. Con auto-rización de ella reproducimos y publicamos enseguida algunos datos (por todo ello le decimos públicamente: muchas gracias).

Mi padre falleció el 16 de septiembre (de 1979) a las seis de la mañana en el hospital Cooley Dickinson, de Northampton, a donde unas pocas horas antes

(1) Véanse: THEODORE S. BEARDSLEY, Jr., Tomás Navarro Tomás, A Tentative Biblio-graphy 1908-1970; Luis de Arrigoitia, bibliografia de don Tomás Navarro Tomás, en Revista de Estudios Hispánicos, Universidad de Puerto Rico, enero-junio 1971, 1, núms. 1-2. Estas bi-bliografias fueron actualizadas por Joaquina Navarro para mi conocimiento personal, en comu-nicación particular.

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le llevamos temiendo que estuviera sufriendo un ataque cardíaco. Era una afec-ción pulmonar (...) igualmente fatal para el corazón. Hasta ese momento había hecho su rutina diaria, incluso su salida a sentarse por la mañana en la galería desde la que veía el jardín, comentando como siempre con entusiasmo plantas y pájaros. Conservaba toda su magnífica memoria y una permanente curiosidad por todo. Por ello ( ... ) nos parecía que mantenía admirablemente las cualidades esenciales de su personalidad ( ... ).

Como hombre muy observador y con una vida que le dio oportunidad de conocer muchas gentes y lugares, mi padre tenía un verdadero caudal de impre-siones y comentarios interesantes ( ... ) le ofrecía para una vida serena y apacible. Pensaba mucho en todos los que como usted y Lapesa seguían trabajando y sa-cando adelante proyectos en la intranquilidad y difícil economía de estos tiem-pos. Era la correspondencia de ustedes y las «separatas» que le enviaban lo que con más entusiasmo leía.

Vi por última vez a don Tomás en junio de 1956 cuando viniendo de Europa mi mujer y yo, lo visitamos una noche en su apartamento neoyorki-no. Manifestó mucho contento de volver a vernos. Conversamos de nuestros trabajos y diversas cosas que a ambos nos interesaban. Después tuvimos co-rrespondencia epistolar con alguna frecuencia; yo le hacía de vez en cuando consultas sobre el Atlas lingüístico- etnográfico de Colombia, que estaba en sus fases preliminares, y él me animaba y me estimulaba para seguir adelan-te con ese proyecto, pese a grandes dificultades. Desde que nos conocimos personalmente, don Tomás tuvo para mí palabras afectuosas y voluntad constante de orientarme y ayudarme, lo cual, desde luego, redundaba en be-neficio del Instituto Caro y Cuervo, al cual yo prestaba mis servicios. Aprendí mucho con él, y pude entrever y disfrutar —un poquito apenas, por cuestiones de tiempo— sus notables cualidades humanas. En este punto es muy grato transcribir unos valiosos juicios de don Rafael Lapesa acerca de su maestro, nuestro maestro Navarro Tomás', a quien él conocía muy bien:

Infundía a la vez respeto y confianza. Hablaba reposadamente, con voz gra-ve y sonora ( ... ). Su dicción perfecta no era artificial: no había tenido que ajus-tarse a norma, sino que espontáneamente había servido de modelo para trazar-las. Sus palabras eran dignas y comedidas (...), sus juicios ponderados. Sin em-bargo, en el varón prudente había también un hombre resuelto: una vez tomada una decisión, la llevaba hasta sus últimas consecuencias. Tuvo firmeza de roble: se mantuvo fiel .a sus convicciones y a la línea de conducta que se había traza-do, sin debilidades ni condescendencias. En 1939 salió de España en compañía de Antonio Machado. No volvió, a pesar de su intensa nostalgia (...).

Vida llena, cumplida, la de nuestro don Tomás. Si hubiera vivido en el si-glo XV, Hernando del Pulgar lo habría llamado «hombre esencial», pues «no curava de apariencias ni de cirimonias infladas», y «hombre verdadero y cons-tante,).

El Instituto Caro y Cuervo lamenta muy sinceramente la desaparición,

(2) Insula, Madrid, enero de 1980, núm. 395, pág. 3.

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En la emisora de TV. norteamericana NEC, New York City en octubre, 30, 1944. En el Aniversario de Cuervo. De izquierda a derecha: A, Iduarte, (México). Specker, (Argentina). Federico de Onis. Tomás Navarro Tomás.

Tamayo (Cónsul de Colombia). Riberos, (Colombia).

irreparable para la filología, del profesor Tomás Navarro Tomás. El autor de estas líneas, modesto amigo y discípulo suyo, confiesa que no ha logrado expresar en palabras la honda pena que lleva en el corazón.

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TITULO. HOMENAJE A DON TOMAS NAVARRO TOMAS. (1884-1979).

AUTOR. Varios. (Se reseñan seguidamente).

PUBLICACION. BOLETIN DE LA ACADEMIA NORTEAMERICANA DE LA LENGUA.

CIUDAD. NEW YORK N. Y. núms. 4-5 (1979-1980).

PAIS. ESTADOS UNIDOS.

COLABORADORES. ODON BETANZOS PALACIOS: TESTIMONIO DEL DIRECTOR DE NUESTRA CORPO-RACION.

AMELIA AGOSTINI DEL RIO: TESTIMONIO DE UNA DISCIPLINA Y COLEGA.

EUGENIO FLORIT: TESTIMONIO DE UN POETA.

DANIEL N. CARDENAS: TESTIMONIO DE UN DISCIPULO.

JOSE AGUSTIN BALSEIRO: TESTIMONIO DE UN AMIGO DISTANTE.

El 16 de septiembre de 1979 falleció en su residencia de Northampton, Massachusetts, a la edad de noventa y cinco años, el ilustre filólogo, Tomás Navarro Tomás, miembro de Número de la Academia Norteamericana de la Lengua Española y de la Real Academia Española. El vacío que dejó con su muerte es enorme porque estaba considerado como uno.de los más gran-des estudiosos de la Fonética. Su obra es respetada y admirada en todo el mundo.

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Nació Navarro Tomás en La Roda (Albacete), España, en 1884. Se li-cenció en Letras en la Universidad de Valencia y se doctoró en la de Ma-drid, especializándose en Filología Románica bajo la dirección de Asín Pa-lacios y Menéndez Pidal. De la misma generación de Navarro Tomás son Américo Castro y Amado Alonso. Las obras de este ilustre académico son de suma importancia, sobre todo las siguientes: la edición crítica de Las Moradas, de Santa Teresa, y sus libros Manual de Pronunciación Española, Manual de Entonación, El Vascuence de Guernica, Estudios sobre Fono-logía Española, Métrica Española y Arte del verso.

Fue Navarro Tomás profesor de Fonética en el Centro de Estudios His-tóricos, catedrático de la misma materia en la Universidad Central de Ma-drid y Director de la Biblioteca Nacional de España. Colaboró con la Repú-blica Española y durante la guerra civil fundó la revista «Hora de España». Al perder la guerra los republicanos, don Tomás se exilió en Estados Uni-dos y acá ocupó la cátedra de Fonética en la Universidad de Columbia hasta su jubilación.

HISPANIC INSTITUTE OF COLUMBIA UNIVERSITY. New-York, N.Y. 1942. Sentados: Bernardete, del Brooklin College. Imbert, del Columbia College. Federico de Onis, Columbia University.

A de Del Rio, Columbia University. Tomás Navarro Tomás. de Columbia University. De pie: Colcot, Columbia College. A. Iduarte, Columbia University. S. Rosaenbaum, Hunter College.

F. Garcia Lorca, Queens College. E. González López, Hunter College. Tudisco, Columbia University Extenaion.

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El discurso de ingreso en la Real Academia Española en 1934 versó so-bre «El Acento Castellano» y el de ingreso a la Academia Norteamericana de la Lengua Española publicado en el Boletín n. 1 de nuestra Corporación, lo tituló, «Miguel Agustín Príncipe, tratadista de métrica».

El profesor Navarro Tomás fue el propulsor más decidido de la Acade-mia Norteamericana de la Lengua Española y ocupaba el sillón primero en-tre sus académicos de número. Su muerte enlutó a todas las academias del mundo hispánico.

Nuestra Corporación se reunió en la ciudad de Nueva York en sesión pública para rendirle su homenaje el 24 de noviembre de 1979. En este acto de recordación intervinieron Odón Betanzos, nuestro director, y los colegas Amelia Agostini de Del Río, Eugenio Florit y Daniel N. Cárdenas, todos los cuales leyeron los testimonios que a continuación publicamos antes del de José Agustín Balseiro.

TESTIMONIO DEL DIRECTOR DE NUESTRA CORPORA ClON Odón Betanzos Palacios

Bien sabe Dios que nunca deseé que llegara la hora de recordar a don Tomás Navarro Tomás como a ser ausente de la vida. Pero unos son los de-seos y otra es la realidad.

Nació el hombre; vivió sus días de honradez acrisolada; le dio curso a su vocación; florecieron sus obras, alcanzó la voz más alta en los estudios fi-lológicos; la fonética en su luminoso talento tuvo su mayor intérprete y su nombre se hizo de respeto y trascendió las fronteras ante el asombro de to-dos: por sus honduras, por sus claras y taladradoras proyecciones.

Fue académico de la Real Española; el número uno en la lista por la antigüedad de su ingreso. Fue el hombre que no buscó a los tres académicos que se necesitan siempre para presentar al candidato. A él tuvieron que bus-carlo. Fue, por otro lado, el alma de la Norteamericana de la Lengua Espa-ñola. Fue su impulsor. Tras su sugerencia de la necesidad de una academia de lengua española para servir a los veintidós millones de hispanohablantes en Estados Unidos, anhelo de las mejores mentes por dos siglos, nació el Comité Organizador de los cinco que pudo y supo redondear y dar vida a las ideas iniciales de Don Tomás.

Su palabra clara; sus sugerencias de cimas; su punto final cuando el punto se necesitaba; sus criterios basados en sabiduría y humanidad; su rec-titud de hierro; su blandura por los ojos, apuntalaron esta Academia. Fue el número uno también en la lista de la Norteamericana porque con él se ini-ciaba la vida de la Academia.

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Se le ofreció la dirección de nuestra Academia y la rehusó. Se le ofreció la dirección honoraria y la rehusó también. Sus consejos, en todo momento, fueron de pautas sugeridas, de detalles precisos, de palabras esenciales basa-das en lo justo y en lo exacto. Ahora podrán darse cuenta, por uno de sus ángulos claves, por qué y de qué forma la Norteamericana de la Lengua Es-pañola nació completa, entera y elevada, sin años de evolución y de ascen-so. La altura la tuvo en su nacer porque Don Tomás fue uno de los que ayu-dó a marcarla, y los integrantes de la Academia, suma de talentos, supieron concebir el exacto ideario, seguirlo y desarrollarlo.

Ha muerto Don Tomás Navarro Tomás con noventa y cinco años. No-venta y cinco años serios, hondos, de trabajos y disciplinas. Las horas para algunos no se cuentan como medida del tiempo, se cuentan por obra y reali-zaciones. Las de Don Tomás fueron horas universales. Siglos se ha de tardar para que otra mente se le iguale. Está de luto la Academia Norteamericana de la Lengua Española que él vislumbró y alentó hasta redondear su sçria misión y su amplio contenido; está de luto la Española a la que perteneció también; están asimismo de duelo todas las academias del mundo hispánico, y aunque no lo sepan, de luto están los habitantes de lengua española por-que la lengua por donde se movió Don Tomás y a la que tocó sus más hon-das y secretas resonancias, lo está.

Deja Don Tomás viuda e hija; es ésta la profesora doña Joaquina Nava-rro, fiel guardadora de la esencia y valía de su padre, deja académicos de lengua española en tres continentes; deja obra seria y permanentemente por donde el hombre continúa en vida y continuará por muchos siglos.

TESTIMONIO DE UNA DISCÍPULA Y COLEGA Amelia Agostini de Del Río

Don Tomás se durmió una noche y no despertó. Así se realizó su de-seo. Pasó silenciosamente del sueño de la vida al sueño de la eternidad. Y ahora reposa en la Nueva Inglaterra, en el estado de Massachusetts, en uno de tantos cementerios norteamericanos que tienen la placidez del jardín ale-gre y no recuerdan tanto 'a la muerte como nuestros camposantos. Lejos de la Mancha, a cuya luz abrió los ojos por vez primera, pero en el corazón de esta América acogedora.

Como don Quijote anduvo los caminos del Bien. Como don Quijote, hidalgo de tesón. Y como don Quijote, tuvo su Dulcinea, la lengua españo-la, a la que amó apasionada y constantemente, y a la que sirvió con lealtad de enamorado y cultivó y explicó con esmero. Hace unas noches leí en la

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página 43 de Años inolvidables (ihe Besi Times, 1966) de John Dos Passos: «Nada más llegar a Madrid empecé un curso magnífico sobre el idioma es-pañol con Tomás Navarro Tomás en el Centro de Estudios Históricos». Al-gunos años después que Dos Passos, asistí en aquel Centro de feliz memoria, a cursos con don Tomás. Aún le veo de pie, bien plantado, a la cabece-ra de una larga mesa a la que nos sentábamos sus estudiantes durante el año académico 1922-1923. Imponía por su gesto reposado de gran señor—lo que era— y por la palabra grave, sabia, sencilla y de agradable timbre con que ex-ponía materias a veces áridas. La amenidad —cosa rara en muchos catedráti-cos— hacía transcurrir el tiempo sin consultar el reloj. Impecables como su traje, eran su voz y su cortesía.

El 19 de junio de 1971 publiqué en El Imparcial de San Juan de Puerto Rico un articulo que titulé «Claro varón: don Tomás Navarro Tomás». De este artículo cito un párrafo:

Creo que si tuviera que limitarme a dos palabras para describir su manera, diría sobriedad y naturalidad; para describir su fisico diría prestancia y digni-dad: para describir su carácter, llaneza y cordialidad humana. Se podría decir de don Tomás lo que escribió Hernando del Pulgar sobre el Marqués de Santi-llana en sus Claros varones de Castilla: «Era hombre agudo y discreto y de tan gran corazón, que ni las grandes cosas le alteraban ni en las pequeñas eplacia entender (ni a las pequeñas daba importancia). En la continencia de su persona en el razonar de su fabla mostraba ser hombre generoso e magnánime. Fablaba muy bien y nunca le oían decir palabra que no fuese de notar, quier (ya fuera) para doctrinar quier para placer. Era cortés e honrador de todos los que a él ve-nían».

Mas no es sólo Hernando del Pulgar el que al retratar al Marqués de Santillana parece describir a don Tomás. Es este mismo quien traza su re-trato al hablar de su maestro don Ramón Menéndez Pida¡: «Sería dificil se-ñalar en la España contemporánea otro hombre de obra tan fecunda ni de vida tan lograda, ni tampoco de mayor urbanidad y pulcritud en sus cos-tumbres y maneras».

Más que los valores intelectuales he admirado siempre los valores mo-rales. Por ello exalto la integridad de mi noble maestro. Si la misión de la Universidad debe ser —según creía León Felipe— «más que crear hombres doctos en una disciplina crear hombres íntegros», en Don Tomás se cum-plieron los dos propósitos. Por ello sacrificó su bienestar, honores y el vivir en la patria, a tinos principios que le mantuvieron en el destierro hasta su muerte. Notable era la relación que mantenía con los otros seres humanos a quienes ayudaba con afecto, contestaba con prontitud sus cartas y aconseja-ba con tino cuando se le pedía consejo. Ejemplar fue su conducta en la ad-versidad con los que, como él, padecieron en el exilio.

Hombre sereno fue don Tomás ante los aconteceres que le quitaron el hogar en Madrid y le impidieron disfrutar de la patria.

Por fortuna conservó en la conversación (y en la correspondencia) una gracia especial. No la gracia andaluza que es el gesto y la entonación; ni la

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gallega que es concepto. La suya era muy personal; ¿manchega?. No lo sé. Recuerdo que cuando cumplió 90 años le mandé unas décimas jíbaras

que rezumaban ripios y cariño. Pero al año siguiente se me olvidó la fecha y no hubo ni champagne ni versos. Se me quejó con donaire y soma en una carta que conservo.

Tenía buen humor, como veremos en lo que le ocurrió cuando explica-ba en la Universidad de Puerto Rico. Usaba don Tomás un paladar postizo que empolvaba para que los alumnos viesen dónde se aplicaba la lengua al pronunciar las consonantes palatales. Al quitarse el paladar un día para mostrarlo a la clase una muchacha de la primera fila exclamó con ingenui-dad: «Ay, qué mono!». Don Tomás continuó impertérrito, pero luego co-mentaba: «Fue la primera y única vez que me llamaron mono».

En otra ocasión fue una estudiante de Barnard College a preguntarle si aceptaría una invitación para ir a recitar poesías al «dormitorio de señori-tas», a lo que contestó muy serio: «Quién no iría a recitar poesías al dormi-torio de señoritas?». La chica se sorprendió de que los maestros que estaban con don Tomás se rieran. «.Por qué se rieron, señor?». Porque dormitorio es bedroom y tú querías decir Residencia».

La última vez que vi a don Tomás fue un fin de semana, 1969, que pasé con él y su familia en Northampton. Me parece ver aún aquella casa solea-da y clara, de relucientes pisos encerados que parecían espejos y.con un jar-dín de muy cuidado césped. Don Tomás se enorgullecía de ser él el que ma-nejaba la máquina de encerar y dar lustre y la de cortar la yerba. Eran bue-nos ejercicios para sus piernas, ya algo torpes. No podía estar sentado más de una hora por lo cual los paseos en auto por las sombrías carreteras eran breves. En cambio la cabeza le funcionaba a las mil maravillas y aún escri-bía y publicaba.

Al despedirme le prometí volver, pero la enfermedad y la muerte de mi hijo me lo impidieron. Tenía noticias suyas: últimamente por medio de su hija Joaquina. Me acordé de su último cumpleaños y le mandé una planta y unas flores, por lo que dijo: «Sin salir de casa paseo por un jardín». No po-dían faltar mis décimas con más cariño que ripios y abundaban éstos.

Que mi marido no le expresara (aunque lo demostraba) su gran afecto, no es de extrañar porque el hombre y sobre todo el castellano, es parco y tiene cierto pudor en mostrar su ternura. Pero que yo, tropical, que hablo a veces de más, no le dijera cuánto le quería es sorprendente. Le vi los ojos humedecidos. Los míos estaban a punto de llorar. Y me salía del corazón decirle cuánto tenía que agradecerle el regalo de su amistad y cuan profun-do era mi cariño de tantos años pero callé, temerosa de que fuera a creer que yo juzgaba esa ocasión nuestro último encuentro en esta tierra. El con-suelo es que Angel y yo les acompañamos a menudo, a él y a Dolores, du-rante los años que suspiró por España.

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TESTIMONIO DE UN POETA Eugenio Fiorit

La última vez que lo vi fue en su casa de Northampton, los días 11 y 12 de noviembre de 1970, pronto hará diez años. Hacía tiempo que teníamos el proyecto de vernos, pues un amigo mío muy estimado, Antonio Serrano de Haro, Consejero Cultural del Consulado General de España en Nueva York, escritor, poeta, autor de un magnífico libro sobre Jorge Manrique, te-nía mucho interés en conocer a don Tomás, y éste nos había invitado a su casa. Pero una cita que hicimos en el mes de agosto de aquel año no pudo realizarse porque mi amigo tuvo que hacer un viaje a España, y así quedó la cosa. Sin embargo yo escribía a don Tomás a principios del propio mes de noviembre, contestándome él con estas letras: «Querido Fiorit: De acuerdo con la fecha del sábado 28. ¡Encantados! Desde luego le guardaremos el al-muercito. Además, venga dispuesto a dormir aquí. Abrazos de los tres. Na-varro».

Ese día llegué como a la una de la tarde, y en la Estación de los autobu-ses me esperaban Joaquina y él, muy derecho, vestido de gris, con su bastón —ya tenía ciertas dificultades con las piernas— y su buen sombrero de fieltro, también gris. (Más adelante les contaré una historieta relacionada con el sombrero de don Tomás). Ahora continúo el relato de mi breve y agradable estancia en aquella casa clara, bien arreglada por doña Dolores y por Joa-quina, que en la sala de estar tenía una gran ventana por la que se veían ár-boles y algunas plantas; árboles que según me decía él, «aún conservan par-te de sus hojas con los colores del otoño de New England». Hablamos mu-cho de los amigos comunes, él siempre con su ritmo mesurado y claro, con aquel acento tan propio de su tierra manchega y que aún parece resonar en la memoria de mis oídos.

El domingo regresé a Nueva York, proyectando nuevas visitas en aque-lla acogedora casa. Y pasaron los años, y un día de este último verano me dio Odón Betanzos la triste noticia del fallecimiento de aquel gran hombre sencillo, bueno y tan ilustre, que la Filología española tendrá que volver siempre a sus libros esclarecedores de cualquier punto de lingüística o de versificación, como es su excelente Métrica española. Paz a su alma.

Haciendo andar hacia atrás el reloj del tiempo, os diré que a poco de mi llegada definitiva a Nueva York, en el verano de 1940 —hace ya, pues, casi cuarenta años— y por mi anterior amistad con Onís y con Amelia y Angel del Río, tuve ocasión de conocer a los Navarro, que entonces vivían en el número 535 oeste, de la calle 110, entre Broadway y Amsterdam. Allí nos invitaron varias veces a pasar la velada, hasta que en noviembre de 1957 me comunicó don Tomás por escrito que como Joaquina estaba de profesora en Smith College, habían decidido trasladarse a Northampton para vivir cerca de ella, pues como decía «cada día echábamos más de menos su compañía a medida que Nueva York se nos iba haciendo más dura y pesada». Ello no

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nos mantenía incomunicados por mucho tiempo; pues siempre que yo le enviaba alguno de mis libros, don Tomás, con aquella letra segura y menu-dita como patitas de chipmunk, me acusaba recibo. Así me escribió el 19 de marzo de 1957, muy afectuoso, diciéndome que había leído «con deleite» mi ensayo sobre Alfonso Reyes.

Dos años más tarde me felicitaba por mi ascenso a «full profesor», aña-diendo que «creo que no hay indiscreción en adelantar una noticia que ya le debe ser «reservadamente conocida». Y, al leer el glosario que yo había agregado a la Literatura hispanoamericana de nuestro compañero Ander-son lmbert y mía, volvió a escribirme el 22 también de noviembre de 1960, haciéndome observaciones sobre dicho «Glosario»; observaciones que, des-de luego, fueron tomadas en cuenta al hacerse la segunda edición de ese li-bro de texto.

Además de esa comunicación por escrito, durante muchos veranos nos veíamos diariamente en las seis semanas que duraba la Escuela de verano de Middlebury College, en Vermont. Los Navarro asistían a nuestras reuniones y funciones de teatro y yo, especialmente, me escurría en sus clases para dis-frutar del saber serio y amable del maestro. Hablando del teatro, siempre re-cordaré una noche en que representábamos un graciosísimo trabajo a pro-pósito escrito por Paco García Lorca y Jorge Mañach, y que sus autores lla-maban «farsa», titulado «Consonancias peligrosas o el triunfo del Hispanis-mo». Eso fue el 4 de agosto de 1950. Algunos de los personajes e intérpretes eran: Doña Métrica, Amelia del Río; don Hispánico, Emilio González Ló-pez; Modernisto, Angel del Río, y Ultraísto, Francisco García Lorca. Tam-bién hacía un papel Pilar de Madariaga, entre otros amigos más. La obra es-taba basada en las pasadas contiendas entre el Modernismo y el Ultraísmo (o vanguardismo) en nuestras literaturas, con algunas bromas muy oportu-nas sobre los libros de Fonética de Don Tomás, que a él mismo le hacían mucha gracia. Pero donde yo he visto reir con más entusiasmo a Navarro fue en una escena «ad libitum» que hicimos José Manuel Blecua y yo, en nuestros desgraciadamente verdaderos papeles de sordos —Blecua mucho más sordo que yo, desde luego. Entramos a escena a decirnos veinte tonte-rías, sin entendernos, y con aquello de «¿Vas a la biblioteca? —No, voy a la biblioteca. —Ah, yo creía que ibas a la biblioteca», don Tomás se reía que daba gusto verle.

Pero uno de los ratos más memorables de aquellas temporadas sucedió a fines de junio de 1944. Entonces todavía se podía ir en tren a Middlebury, cosa que ya no existe, gracias a Dios, porque aquellos trenes botijos de esos años eran un verdadero martirio. Recuerdo que —por lo menos en aquella vez— sólo tenían un coche con refrigeración, y en él, claro está, nos agrupá-bamos todos. Ese año nos reunimos en la Grand Central los Navarro y yo —que hacía mi primer viaje a Vermont—. Don Tomás se había comprado un sombrero de fieltro gris, nuevecito, como el que llevaba en 1970 para reci-birme en Northampton. Y todos se lo celebramos mucho, pues le sentaba muy bien. Subimos al vagón, nos acomodamos, y en eso entre José María Chacón y Calvo, que iba como profesor invitado. Al verse don Tomás y

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MddI.bury, Summ.r School. Bread Loaf, 1944. Mlddlebury, Vermont. USA. De izquierda a derecha: Jorge Guillén, Tomás Navarro Tomás y Joaquin Casalduero.

Chacón tuvieron una gran alegría, pues no se habían vuelto a ver desde Ma-drid, cuando la guerra. Chacón al lado de nuestro querido don Tomás y así estuvieron charlando durante todo el largo viaje, contándose miles de cosas, después de tantos años sin verse. Hay que advertir que Chacón era un hom-bre grande y muy grueso. Pues bien: llega el momento de apearse en la esta-ción de Middlebury, y don Tomás empieza a buscar su sombrero, que no aparece por ninguna parte. «Señor, ¿dónde lo habré puesto?». Y en eso se levanta Chacón de su asiento y ¡horror!, había colocado toda su enorme hu-manidad encima del sombrero, que quedó hecho una tortilla de fieltro gris.

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Recuerdo que yo lo tomé y me puse a recorrer el vagón gritando: ¡miren como está el sombrero de don Tomás! Y a todo esto, cuando nuestro amigo recobró su prensa, lo acariciaba cuidadosamente para tratar de darle su pri-mitiva forma, pero sin decir más que, bueno, no tiene importancia. Ya se arreglará. Y el pobre Chacón, rojo como un inmenso tomate, daba excusas y ayudaba a arreglar el sombrero.

Lo que no tiene arreglo, claro está, es la desaparición de don Tomás, no ya en el círculo de nuestras amistades vivas, sino en el más amplio de la Fo-nética y la Lingüística españolas. Con su muerte ha dejado un inmenso va-cío en ese ramo de nuestras letras, como quedan vacíos su sillón en la Real Academia de la Lengua y en nuestra Corporación.

TESTIMONIO DE UN DISCIPULO Daniel N. Cárdenas

Esta tarde nos reunimos a conmemorar a una de las lumbreras hispáni-cas. El profesor don Tomás Navarro Tomás fue un verdadero maestro en el sentido más lato de la palabra. Hoy trataré de examinar las cualidades de este maestro que a tantos infundió interés y entusiasmo por lo hispánico.

Recuerdo que después de varios cursos de literatura, conocía muchos datos concretos, pero aislados, sin coherencia, sin unidad o continuidad. Sólo la presentación de la historia de la lengua por nuestro ilustre maestro pudo poner todo en propia perspectiva y darle la razón de ser a todo nues-tro patrimonio literario. Este descubrimiento me ayudó a decidir qué espe-cialidad escoger. Dos o tres entrevistas con el maestro concretaron la deci-sión.

Recuerdo claramente la conclusión de nuestra conversación de dos ho-ras, al cabo de la cual dijo: «Bueno amigo Cárdenas, veo que está decidido y lo acepto con los brazos abierto. De aquí en adelante, no se trata de profesor y alumno sino de compañeros de labor».

No puedo explicar la sensación de intimidad entre el verdadero maestro y el discípulo cuando se basa en compañerismo. Tal era el caso con don To-más, amado y respetado pero compañero.

Hay muchas anécdotas que revelan su carácter, pero no me ocuparé de ellas hoy. Baste ahora indicar que jamás le fastidiaron en la clase o. fuera de ellas las preguntas o interrupciones de poca consecuencia.

Dentro y fuera del aula, fue considerado, mesurado y listo a conversar. Su comportamiento siempre fue ejemplar y digno de emularse. Tuvo él una personalidad apacible, tranquila y comprensiva, llena de armonía total con el mundo.

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Fue maestro, director, líder, experto, instructor y sobre todo persona responsable. Pero aún más; fue artesano: moldeó el carácter y dirección pro-fesional de centenares de personas. No sé quiénes y cuántos somos los discí-pulos que tuvieron la dicha de disfrutar de la enseñanza de don Tomás, pero sí sé que somos obra suya. El árbol da su fruto y se aprecia por su va-lor, pero el árbol retoña y espera que cada retoño se dé a conocer. Espero que todos sus discípulos podamos diseminar las enseñanzas de don Tomás, aunque no con todo su esmero: sereno, seguro, y siempre lleno de amor.

En este momento en particular, me parece muy extraño como discípulo suyo, que la primera obra publicada de nuestro maestro haya sido Las Mo-radas de Santa Teresa en 1910 y ahora yo dirijo una tesina sobre la poesía de la misma Santa Teresa. Extraño, digo, porque él comienza su carrera con Santa Teresa y tal vez con ella termine yo la mía.

Cuando hablamos de la obra de don Tomás corremos el riesgo de omi-tir algo. ¿Cómo podemos exaltar lo ya reconocido? ¿Cómo podemos negar lo ya irrefutable?.

Gracias al doctor Theodore S. Beardsley, tenemos la bibliografía de don Tomás desde 1908 hasta 1970. Habrá que añadir mucho para completarla. La obra impresa habla por sí misma, pero queda la obra docente, dificil de evaluar.

Para todo estudioso de lo hispánico, don Tomás fue y es el astro que nunca se apaga. De ahí emanan las fuentes lingüísticas hispánicas; cada una sigue su propio camino, pero siempre vuelven a su cauce para fortalecerse y defender su punto de vista.

Cuando las fuentes difieren de punto de vista, don Tomás ni las repro-cha ni las amonesta, sino que reconoce su rebaño y lo convence de que las diferencias son ópticas aunque se trate de fonología.

Don Tomás nunca quiso que se explotaran, ni su nombre ni sus ense-ñanzas. Se le quiso homenajear por lo menos en dos ocasiones, pero él se opuso rotundamente, hasta el punto de que su íntimo amigo Homero Serís intervino para que se desistiera de tal empresa.

Este es, pues, el testimonio de uno de los discípulos de don Tomás acongojado por la partida del maestro.

TESTIMONIO DE UN AMIGO DISTANTE José Agustín Balseiro

Aunque desde lejos, permitan los colegas de nuestra Corporación que mi voz no falte entre las de aquel representativo grupo del mundo hispánico que llora la muerte de don Tomás Navarro y que existe consciente de que perdimos una figura señera cuyo lugar nadie osaría reemplazar.

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La segunda vez que fui a España, y la primera que en Madrid estuve para ya quedarme durante algunos años allí, visité el Centro de Estudios Históricos donde conocí al maestro Navarro Tomás. Ibamos dos puertorri-queños. Yo acompañaba, precisamente, a la admirable Amelia Agostini de entonces; la misma ilustre compañera que hoy, en nombre propio y en el de todos nosotros, dice su homenaje a «El hombre)) que nos recibió con brazos abiertos y paternal afecto. No pudimos pensar en ocasión tan inolvidable y significativa para ambos, que décadas más tarde, hablando con la lengua de España en la ciudad de Nueva York, la ilustre Amelia Agostini de del Río se convertiría en la voz de la Academia Norteamericana de la Lengua Espa-ñola para hacernos la exaltación del prócer de nuestro idioma. Si todos los hijos del mundo hispánico le debieron mucho, los de mi tierra le debemos acaso más. Porque nos estudió en nuestra entraña más reveladora: el espa-ñol en Puerto Rico.

Ya establecido en Madrid donde comencé a formar mi hogar con quien el 28 de este noviembre cumplirá tres años de muerta, nos honró don To-más viniendo a nuestro apartamento a compartir el pan. Y nos traía un ejemplar de aquellos Clásicos Castellanos de «La Lectura», donde todos aprendimos tanto, editado por él.

Todavía después, cuando desde el Centro de Estudios Históricos se re-comendaba al rector de la Universidad de Puerto Rico a quien debía ser ca-tedrático-visitante del Departamento de Estudios Hispánicos, don Tomás unió su firma a la del también sabio don Ramón Menéndez Pida¡. Y así fui a enseñar a mi propia tierra, sucediendo a Gabriela Mistral y una pléyade de insignes maestros. Entre ellos estuvo Angel del Río.

Como si nada hubiera dicho para justificar a plenitud esta comunica-ción, añadiré que hace soló unas semanas concurrí en Madrid a la reunión de los miembros de la Real Academia Española en la que su Director y también querido amigo, Dámaso Alonso, daría cuenta oficial del falleci-miento de don Tomás. En aquella breve reunión el poeta de Hijos de la ira e investigador de La Epístola Moral a Fabio, de Andrés Fernández de An-drada, hizo una revelación que debe recoger la historia de la cultura hispá-nica.

A saber: que reiteradamente, durante los años de la postguerra civil, fue presionado por el Gobierno para que eliminara de la Academia el nombre de don Tomás Navarro; y siempre se negó a ello. Y aunque Dámaso Alonso lo dijo con voz de seda —como de quien no ha menester del grito para que prevalezca su indiscutible autoridad— en ella vibraba el acero del carácter bien templado.

Ya saben mis colegas de la Academia Norteamericana de la Lengua Es-pañola como —por mi admiración intelectual, por mi gratitud personal y por el sentido de la justicia con que trato de guiarme siempre— no debía faltar, con mis respetos para la también ilustre doña Joaquina Navarro, este testi-monio.

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Reprinted from Romance Philology

Volume XXXIV, Special Issue, February 1981 1981 by the Regents of the University of California Yakov Maikiel

A HISPANIST CONFINED TO HIS "INNER CASTLE": TOMÁS NAVARRO TOMÁS

(1894-1979)

BY THE time he had reached his mid twenties young Tomás must have adquired that air of seriousness, dedication, and professionalism tho-roughly familiar lo those who were lo meet him at later stages of his life and academic career'. How else, one may ask, would that great scholar and, at the same time, inspired talent scout Ramón Menéndez Pidal have invited him lo join the staff of the newly-founded Centro de Estudios Históricos? And how else, one may further wonder, would the managers and advisers of Madrid's vigorously aggressive publishing house La Lectura have entrusted a man so young with preparing two of the earliest volumes of their recently-launched series, «Clásicos castellanos?. Tomás Navarro Tomás was barely twenty-seven when his first book, a semischolarly, tastefully annotated cdi-tion of the hauntingly beautiful poems of Garcilaso de la Vega, hit the book

(1) For iconographic ilustrations 1 refer to the photograph ushering in, as frontispiece, Vol. L. of the FRE, which shows Menéndez Pida¡ surrounded by a small group of youngish collabora-tors; Lo the Diccionario Enciclopédico U. T.E.H.A.. VII (México, D.F., 1952), 94%, featuring an inset of N.T. as he Iooked during his Columbia years: and Lo the Gran Enciclopedia Larousse, VII (Barcelona: Planeta, 1970), 644, displaying the likeness of a visibly aged scholar, during the years of his retirement at Northampton.

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market: What an exciting way of starting one's career with an editorial tri-bute to the tragic figure of the genius who ushered in Spain's Golden Age!.

At that point, in 1911 Navarro Tomá's scholarly personality (e.g. his bent toward the phonetic sciences) was not yet sharply profiled. Five years later, by the time the second venture bearing his signature in this string of scrupulous, but not pedantically erudite, editions was rolling off the press, his academic commitments had become more neatly silhouetted. To super-ficial observes it may have seemed somehow paradoxical that a young hu-manist as lucid, serene, and sober in bis intellectual credo should have de-voted so much time and effort to, perhaps, the bestknown piece by a mysti-cally-inclined woman writer and activist of the sixteenth century, Teresa de Avila. The discrepancy, to be sure, could be, lamely, explained away with an allusion to certain highly colloquial pecualirities of Teres's prose, known for its spontaneity if not ingenuousness: Such sporadic idiosyncrasies could indeed have sitirred a philologist's imagination. In retrospect, however, one inclines to think that mere title of the chosen treatise, namely Moradas or El castillo interior, turned out to be programmatic or prophetic: Not imme-diately, of course, but at a later juncture, after a radical change in al! rele-vant circumstances, Don Tomás indeed built an «inner castie» to which he could retreat, in an efTort to finish off or round out his brutally interrupted earlier researches. To that extent, Tomás Navarro Tomás, despite his un-flinching advocacy of enlightenment, in the end became a voluntary priso-ner of his castillo interior. Was there any foreboding in 1916 of this eventual withdrawal?.

The future founding director of the Phonetic Laboratory attached to Madrid's Centro de Estudios Históricos was born in a small New Castilian town, La Roda, Province of Albacete, in 1884, His accent, then, was genui-nely Castilian from the start. Also, his childhood contact whit a semirural environment was to stand him in good stead: Even though later he adopted an urban, ideed metropolitan, life style, at first in Madrid and later, via Me-xico City, in Manhattan, he ran into no psychological difficulties in enga-ging in f'ield interviews, be it in the Peninsula or subsequently, in the Spa-nish-speaking Caribbean. A certain dignity that attached to him when he was immersed in academic activities apparently easily gaye way, outside his gabinete, to the renowned Spanish llaneza, a situation which alone enables an intellectual to establish instantaneous rapport with an unsophisticated environment. Don Tomás visible self-respect never froze into pretentious-ness and allowed him to shun any Ivory Tower poses.

Althoughthis episode may come as a surprise to his many readers and followers, intensive concern with the spoken work happened not to be the first of his intellectual and esthetic infatuations. As a beginner, N.T. opted for the career of an archivist: A quiet, reserved young man, endowed with limited ifany capacity for rhetoric, he preferred the silence and solitude and dedication one associates with study or carrel to the hustie and bustie of a noisy classroom or auditorium. Spain had a few highly competent archivists at the turn of the century, e.g. P I . Fidel Fita. Had there been no such drama-

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tic upsurge of high-quality research as is usually credited to the dynamic «Junta para ampliación de estudios», under whose aegis Menéndez Pidal's Centro at that juncture began to function, N.T. might easily have become one of those quiet, honest, solid explorers of local traditions whose writings to this day command respect and admiration - e.g., to cite just one name, the investigator of Álava's folk culture, F. Baráibar y Zumárraga.

It those crucial years the Pyrenean area was slowly beginning to move into the center of attention, in part, as a result of the startling, discoveries made in Upper Aragon by that versatile French-Basque philologist, expio-rer, and analyst J. Saro?handy, a protégé oí A. More¡-Fatio. On the Spanish side, Menéndez Pidal's masterly edition of the Poem de Yúçuf(1902) had sharpened curiosity about OId Aragonese - not least among the avid readers of the Revista de Archivos, chosen as the vehicle for the —typographically exacting— publication of that monograph. Small wonder that under such conditions the curiosity of a tyro —which N.T. clearly was— wandered off in that tempting direction. His earliest known research project, in which light-footed field work and systematic browsing in local archives supported each other, was focused on verbal inflection, with special attention to unusual varieties of the «weak» (arrhizotonic) preterite, e.g. betait «vedó», gité «echó» busqués «buscaste», ganeron «ganaron», and the like (for details see RPh, XXIX: 4,455n45). A 23-page report, titled «Pensión al Alto Aragón», appeared in the 1907-08 Memoria de la Junta para ampliación de estu-dios... —a close parallel to the procedure adopted by Saro?handy—and the major findings were shortly thereafter summarized in a newly-founded jour -nal, international in scope, ifspearheaded by Germany, the ephemeral Bu-lletin de dialeciologie romane, 1 (1909), 110-121: «El perfecto de los verbos en -ar en aragonés antiguo: Observaciones sobre el valor dialectal de los do-cumentos notariales».

Editorial contacts with the Bu/letin and its equally short-lived counter-part, the Revue, both sponsored by the ante bellum «Société de dialectologie romane» (which dissolved by 191 5), may have provided the initial opportu-nity for the young and optimistic scientist from Madrid to establish a pro-mising rapport with an overseas Hispanist of his own generation, Aurelio M. Espinosa, who hailed from the Southwest of the United States and had just completed and seen through the press his Chicago dissertation on New Mexico (i.e., as one might say today, Chicano) Spanish. If this was so, the relationship was to bear fruit in the inter bella period. One thing that may meanwhile have dawned on N.T., who until that point had been confined in the range of his activities to his own country - was the wisdom of mastering at least two world languages, in addition to French with which he, an admi-rer of transPyrenean rationalism, undoubtedly was already conversant: Ger -man, prominently represented at the helm of the dialectological society he had joined (B. Schdel, H. Urtel, and F. Krüger), and English, with special reference to North America. He was never to forget the nightmarish expe-rience of deciphering Schuchardt's Der Vokalismus des Vulgarlateins!.

When N.T. joined the Centro he revised, no doubt with the blessing or

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even at the request of its energetic director, his earlier scale of priorities: The work on Upper Aragonese was temporarily all but shelved, curiosity about the vicissitudes of inflection before long evaporated, and the entire re-servoir of zest and zeal available was invested in the intensive study of arti-culatory and instrumental phonetics, as if to justify his appointment as head of the newly-created Phonectic Laboratory, a branch of the Centro. By 1914 —Le., less than a lustrum later— N.T. was already busy pioneering highly technical• papers in this, so far as Spain was concerned, Long neglected fleid; and the year 1918 witnessed the appearance of the most influential book he ever produced, the eagerly awaited Manual de pronunciación española, which has been called Spain's answer to the challenge of Maurice Gram-mont's Traité pratique de prononciation française. In its original garb, N.T.'s Manual was a rather slender volume of. 235 pages; as the demand for it rose and the author had the necessary stamina and inclination to revise it with every new edition, its size, by 1932, grew to 325 pages. It is this stan-dard version which rapidly became a classic, a success story reflected in the phenomenal number of printings (the 1 7th «edición» in 1972).

Aside from fuifilling its primary purpose, this first —and for a quarter-century sote— «handbook» from the author's prolific pen revealed certain important characteristics of his style and general modus operandi: a consis-tently sober tone; a willingness to attack technical matters which other eru-ditos of his age and day, to say nothing of potential readers, might have found «dull» or «dry»; an ability to resist the temptation of getting lost in details and to overcome the urge of indulging in «monographs» (according to N.T., a weakness - for which, decades later, he would gently chide his own mentor).

True, the procedures of Classical phonetics (including the use of trans-cription) had been, at intervals, applied before to Peninsular and Ultramari-nc varieties of Spanish, but only by foreign specialists (e.g. by the Swede Frederik A. Wulif, to Andalusian; by members of the Hamburg School, to Western Spanish; and by the German Rodolfo Lenz, a friend of Wilhelrn Vietor's, to Chilean). Also, A. dos R. Gonçalves Viana in Portugal and Pere Barnils in Catalonia had each done yeoman's work in an adjoining territory. Now, with articles such as «Siete vocales españolas», «La vibración de la rr española», «Cantidad de las vocales acentuadas» (afl three pubhished in 1916), «Cantidad de las vocales inacentuadas» (of 1917 vintage), «Diferen-cias de duración entre las consonantes españolas» (1918), to cite such sam-pies of N.T.'s spadework as preceded the original edition of is Manual, ge-nuine specimens of 20th-century phonetics, based on precise measurements, photographs, diagrams, statistic underpinnings, etc. at Long last became available. In recasting his own Manual de gramática histórica española, a visibly appreciative Menéndez Pidal put to excellent use sorne of his prize pupil's descriptive data and innovative interpretations.

The impact of these unprecedented studies, set in a new key of objetive discourse, was enhanced through their appearance in a journal inaugurating a new era of creative and critica¡ schoharship in Spain. At one of our mee-

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tings in the early «forties, a relaxed N.T., in nostalgic retrospect, disclosed to me the star under which the Revista de Filología Española was born in that ominous year 1914. Menéndez Pida!, if 1 may paraphrase my recollec-tion of that story, shortly before invited to his study bis principal coworkers at the Centro, announcing to them that the institute budgetarily stood a good chance of starting a high-quality quarterly of its own, comparable to the best of those issued abroad, if only they would promise to take excellent care of.it , on the editorial leve!. As for himself, he went on, his earlier plans and commitments prevented him from engaging in any routine operations, though he would g!adly contribute an occasional article or note and, genera-uy, lend his name to the fledgling enterprise. After a briefdeliberation, N.T. and the other associates (aboye ah, Américo Castro and Vicente García de Diego, 1 suppose) agreed to this proposal, pledging their lion's shares of sup-port, and Vol. 1 of the RFE promptly made its appearance. The brunt of the drudgery inevitably involved was borne, for twenty-four long years, in large measure by a very patient N.T.

Within the Centro, there obviously was no complete agreement of tas-tes, temperaments, loyalties, and ideologies, with each senior member ten-ding, with the passage of time, to favor his own clientéle, foreign and do-mestic, as well as his personal inte!lectual protégés (and, probably, budgeta-ry requests). But such were, until the outbreak of the Civil War, the will po-wer and prestige of Don Ramón that the legitimacy of his directorship was at no time challenged and that whatever dissensions or mutual dislikes may have secretly been smouldering remained off the record rather than beco-ming part of public knowledge or hardening into factions —the over-alI im-pression, for the outsiders and the uninitiated, thus being one of blissful har -mony. N.T. is known to have maintained particularhy close ties with Sa-muel Gil¡ Gaya who, before deafness struck him (driving him into the silent practice of lexicography), was a fine phonetician. N.T.'s esteem for the pre-cocious, universally !iked Antonio G. Solalinde prompted him, many years. after the latter's death, to contribute a fine paper to belated memorial in his former pupil's honor (El endecasílabo en la Tercera Egloga de Garcilaso», RPh, V: 2-3, 205-21 l). On the other hand, a certain polarization of leanings and life styles drove a wedge between him and José F. Montesinos; a cause or an effect of that estrangement may have pushed the latter in the direction of !iterary studies (Lope de Vega and, later, 1 9th-century narrative prose), despite an acknowledged predisposition to philohogy - a yearning apparen-tly left unfulfilled.

At the height of the hargely senseless rift between «positivists» and «ideahists» in Central Europe —Jakob Jud excelled at diagnosing its poin-thessness— the Centro as such refrained from taking any position. The priva-te leanings of its individual members hard!y coincided. For a while García de Diego flirted with «idealism» though what he actually meant may well have, simp!y, been the desirability of heavier emphasis on semasiology («Etimología idealista, RFE, XV [1928], 225-243). Menéndez Pida!, with wise restraint, used certain «Einfálle», i.e., flashes of thought of the Vople-

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rians as building block for bis own thoroughly documented Orígenes (1926). Américo Castro warmed up to Leo Spitzer's feuilletonesque wittiness and saw to it that a ceaseless procession of that scholar's piquantly spiced or lar-ded etymological notes appeared in the RFE; just how well Spitzer, at a la-ter date, repaid Castro this stewardship is a story that need not be recapitu-lated. As for N.T's sympathies, one could have guessed (and he later confir-med to me this conjecture) that they ¡ay on the side of positivism, in as much as in his scale of values the neat elucidation of bare facts and the brick-by-brick building of edifices mattered more than philosophical elucu-bration and giddying flights of thoughts.

The Centro and its organ now began to attract attention of highly quali-fied foreigners; Vols. I-X, e.g., contain a profusion of articles or notes by such philologists (lato sensu) as J. Jud, F. Krüger, J. Leite de Vasconcelos, C.C. Marden, E. Mele, H. Mérimée, W. Meyer-Lübke, A. More¡-Fatio, S.G. Morley, K. Pietsch, P. Rajna, J. Saroihandy, H. Schuchardt, L. Spitzer, A. Steiger, G. Tilander, M.L. Wagner, to supply an incomplete list of non-Hispanophones; to this roster must be added the names of Pedro Henríquez Ureña and of Alfonso Reyes, as representatives of New World hispanismo. Much of the material elicited or submitted invited translation, beside stan-dard editorial supervision, and N.T. doubtless would briefly feel spells of fa-tigue and pangs of overexertion. But such spasmodic experiences must have been counterbalanced by a feeling of euphoria and pride at having enginee-red, in collaboration with A. Castro, the three splendid volumes (1925), cos-mopolitan in scope and sparkling in workmanship, of the Homenaje a Me-néndez Pida!, which placed Spanish scholarship on a new pedestal.

Recognition for these accomplishments was henceforth by no means slow in coming his way. Around 1927 we find Tomás Navarro (1 suspect for the first time) in the New World, in the enviable role of a visiting professor in Puerto Rico and, the following year, at Stanford, shortly after the exten-sion of similar invitations to A. Castro and M. de Montoliu by Buenos Ai-res' budding Instituto de Filología. On the Palo Alto campus, Espinosa had meanwhile risen to considerable academic and administrative prominence. As founding editor of Hispania (1917), the then authoritative journal of the American Association of Teachers of Spanish, Espinosa had issued repeated invitations to his Madrid friend to contribute serious, but no overly techni-cal notes for the consumption of well-intentioned pedagogues; now the bonds of friendship between the two families were further strengthened in sunny Central California. With friends stationed from coast to coast —Solalinde at Madison, Federico de Onís at Columbia— it is a foregone con-clusion that N.T.'s long trip, no doubt taken aboard transcontinental trains and trans-Atlantic boats, had its share of pleasant, entertaining interrup-tions, a gira about which, being a man of exemplary modesty, he would not brag. More noteworthy than such possible frilis, and far more characteristic of o.ur late friend's unswerving devotion to the cause of scholarship, is the fact that he availed himselfofthis trip to take fleid notes, en route, in Puer-to Rico and, farther afleld, in Venezuela. The former batch of notes, twenty

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years later, was to form the bedrock of N.T.'s celebrated monograph, El es-pañol de Puerto Rico. The Venezuelan material, though salvaged during the turmoil of the Civil War, has, to the best of my knowledge, never been pu-blished, forming a sort of residue, just as A. Castro's records of his fleid trips lo Sanabria and To Morocco, in the end, were left unexploited.

This newly-awakened concern with Caribbean dialectology was not merely a by product of touristic prowess or, worse, a whimsy: II fitted smoothly into a new program of research, based on cartography, which was lo be superimposed on Don Tomás' earlier prolonged concern with straight phonetics, applied to standard Spanish. The planning of this novel survey of Peninsular dialects, attuned to the then fashionable canons of linguistics, bore its first tangible fruits distinctly later, especially in N.T.'sjustly famous article, written in collaboration with L. Rodríguez-Castellano and A.M. Es-pinosa-hijo, «La frontera del andaluz», RFE, XX (1933), 225-277, as well as in the companion piece, for which he teamed up with M. Sanchis Guar -ner, «Análisis fonético del valenciano literario», ¡bid., XXI, 113-141. Since M.L. Wagner and P. Henríquez Ureña had long before raised the vexing problem of any possible reason for certain striking phonetic resemblances between Andalusian and a number of regional varieties of American Spa-nish, the Caribbean zone included, N.T.'s heightened curiosity is easily un-derstood (for further details see my Linguistics and Philology..., p. 39). The question as to when the actual preparation for the Atlas lingüístico de Espa-ña, later de la Península Ibérica, conceived on a grandiose scale, actually started continues to be moot, and its incipient phases are clouded in uncer-tainty 2 . Interestingly, the research associate originally assigned to N.T. as the principal explorer was Amado Alonso, the Centro's prize pupil in the early' twenties: when Alonso, by 1925, agreed to ful the position at Buenos Aires' Instituto de Filología vacated by M. de Montoliu, a gap arose at the Madrid end of the axis, which may for years have painfully slowed down further progress along that une 3 .

(2) Revealing, in this connection, is the succession of news bulletins spread over Vol. X (1923) of the RFE. Here one learns about the existence of a by no menas new project to organice such an atlas, a lan initiated by the Director of the Centro, who made N.T. responsible for its execu-tion (112); about the sensation produced in Madrid by the appearance, under the sponsorship of Barcelona's lnstitut d'Estudis Catalans, of the first fascicle of Antoni Griera's ALC —in pan a rival undertaking (224); and of two, apparently highly successful, lectures given by Jakob Jud, in October 1923, on bis brainchild, the A!S(443).

(3) Pan of Alonso's Madrid heritage best understood in the framework of N.T.'s relationships and moral commitments was bis continued attachment to Espinosa-padre's —by then complete-ly absolote— doctoral dissertation. This idea of translating and, in the process, bringing up to date a slender monograph, from the pen of a neophyte, was perhaps defensible: but the attemp made by the Alonso-Rosenblat team, between 1930 and 1946, of stufling their own studies, vas-tly superior to Espinosa's early gropings, into the framework of such a translation, borders on the bizarre, ifnot downright grotesque.

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While this new concern with dialectology in cartographic projection was slowly maturing4 , it did not monopolize N.T.'s commitment to advan-ced research. The «oid love» —the gamut of phonetic sciences— at no time became extinct; as a matter of fact, the remarkabie success of the handbook led to all sorts of adaptations. For didactiç purposes, N.T. prepared a kind of epitome or précis, running to less than one hundred pages: Compendio de ortología española para la enseñanza de la pronunciación normal en rela-ción con las diferencias dialectales (M., 1927; 1928 2); Menéndez Pidal dee-med this exercise in «haute vulgarisation» important enough to prefix to it a Preface. At a distinct!y later date, and this time as a service to afl Spanish-speaking countries, N.T., through further distihiation, produced an even shimmer pamphlet: Guía de la pronunciación española escrita a solicitud de la Comisión permanente de la Asociación de academias de la lengua espa-ñola (México: Editorial Jus, 1956). Then, there was an adaptation of the Manual to the needs of German students, many of whom, through tempora-ry recoil from French and Itahian (between the wars, were discovering the strange beauty of Spanish: Handbuch der spanischen Aussprache (Leipzig & Berlin: B.G. Teubner, 1923). The trans!ator was none other than the indefa-tigable Fritz Krüger, and the book was absorbed into Teubner's prestigious «Spanische und hispano-ameri kan¡ sche Studienbücherei». Just a few years later, Espinosa saw to it that his friend's Compendio, including Menéndez

(4) At the opposite pole, within the precinct of Madrid's Centro, stood Peninsular dialectolo-gy set in a more traditional key, without benefit of maps and with little if any recourse to pho-netic transcription. The spokesman for this alternative approach was Vicente García de Diego; see, aboye alI, his «Dialectalismos», in RFE, III (1916), 301-318, and «El castellano como com-plejo dialectal y sus dialectos internos», ¡bid., XXXIV (1950). 107-124. For reasons known only to insiders, G. de D., generally a prolific writer of articles, was not at all represented in his favoritejournal between 1933 and 1937; after the Civil War, however, he briefly acted, without particular distintion of display of concern, as editor-in-chief of the resuscitated RFE. until D. Alonso took over, at first energetically; still later thejournal has given the impression of drifting about, almost aimlessly. (O. de D.'s main effort, in his oid age, was to launch a periodical of his own, semifolkloristic in its bent and coverage, the Revista de dialectología y tradiciones popula-res, a sort of «archive» perhaps best described as reflecting late- 1 9th-century tastes, which has appealed chiefly to mid-brow local collectors of data, rather than to high-brow analysts). Me-néndez Pidal's espousal of the cartography follows unequivocally from the excellent use he made of it in his Orígenes, appiying it both to phonic and to lexical isoglosses. Among the post-Civil War dialectologists, the best-known —Alonso Zamora Vicente, María Josefa Canellada (who studied laboratory phonetics with Lacerda in Portugal), and the indefatigable Manuel Al-var, a top-flight expert in Aragonese, Andalusian, and Moroccan Judaeo-Spanish alike— have, in general leaned more heavily toward the standars set by N.T. However, any chronicler of events must set aside, as the third source of inspiration. Fritz Krüger's intensive practice of the Worier-und-Sachen approach, interwoven with the fieldinterview tecnique and with phonetic records. AlI of these fluctuations of intellectual taste and academic ties had no bearing on G. de D.'s separate involvement in etymology, which set him on a hazardous collision course with, first. A. Castro and, subsequently, J. Corominas. As is widely know, Meyer-Lübke, in revesing is REW. took O. de D.'s extensive critique (1923) of the earlier edition very seriously. On the other hand. N.T. all his life showed a pronounced reluctance to meddle with the lexical disci-plines, even on a descriptive plane, and reduced bis share in comparison with cognate languages and in reconstruction of older stages of Spanish, to the barest minimum, somehow managing to eliminate Latín from his immediate concerns. (G. de D. in contrast, was a seasoned Latinist).

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Pidal's prefatory commendation, appeared in this country, in English garb: A primer of Spanish Pronunciation (Chicago, N. Y., etc.: H. Sanborn & Co., 1926). Such was the public esteem in which N.T. was widely heid, on both sides of the Atlantic, not least on account of his objectivity, and such was, opportunely enough, his knack for expounding in simple words rather com-plicated issues, that he became the logical choice for laying down the norm for the motion-picture industry, the moment sounds were added to flitting images: El idioma español en el cine parlante: ¿español o hispanoamerica-no?(M., 1930; the second halfofthis 95-page tract is taken up by a transla-tion into English, from the pen of Espinosa's son). In this respect N.T.'s technical expertise and practicality may be likened to the role played by B. Migliorini in Italy. Still along the same une of.app1ied knowledge» one can place a series of five double-sided gramophone [i.e. phonograph] records (Spanish Pronunciation and Intonation Exercises») that N.T. —obviously, no occupant of an Ivory Tower— made available, in the 'thirties or 'forties, to the London and New York branches of the Linguaphone Institute.

Interest in theoretically underpinned phonetics did not come to a standstill, despite these diversions and temptations. Shortly before the out-break of the Civil War N.T. published a rather controversia¡ note, received much more warmly by his compatriots than by foreign Hispanists: «Rehila-miento» (RFE, XXI [1934], 274-279), and chose, upon his election to the Spanish Academy, «El acento castellano» as the topic of his entrance speech, on the occasion of the solemn May 19, 1935 ceremony, when he was welcomed to the august body by Miguel Artigas Ferrando (remembered as the editor of the medieval exhortatory poem Libro de miseria de omne). «Discurso» and «Contestación» appeared jointly, as a brochure, that same year. Throughout the' thirties, N.T., as a phonetician, was —slowly— prepa-ring himself for striking out in new directions; he warmed up to certain te-nets of the new Praguestyle phonology and made a point of being represen-ted, be it only with a short note, in the N. Trubetzkoj FS which marked the conclusion of the influential TCLP; also, he conducted experiments in pitch analysis, which were to lead, eventually, long after his transfer to Manhattan, to one of his most solid and innovative monographs, the Ma-nual de entonación española (N.Y.: Hispanic Institute in the U.S., 1944; rey., 1946).

It will be remembered that Madrid's Phonetic Laboratory, rather than functioning as an entirely autonomous entity, was subordinated to the Cen-tro de Estudios. Históricos, with the result that its director constantly moved among historically-oriented intellectuals. Even though hardly so inclined himself, N.T. agreed to espouse the cause of historicism -1rue, not by culti-vating diachronic phonology, as most of his contemporaries might have done, but by extending his curiosity to the activities of certain astonishingly far-sighted distant pioneers, sorne of thern clinicallyminded, hence pragma-tists or realists like himself. His major contributions to this esoteric provin-ce of knowledge— conceivably more appreciated today than they were haif a century ago —were «Doctrina fonética de Juan Pablo Bonet (1620)» RFE,

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VII (1920), 150-177, and «Manuel Ramírez de Carrión y el arte de enseñar a hablar a los mudos», ¡bid., XI (1924), 225-266. A fringe benefit was the vindication of Spain's oft-forgotten share in pre-linguistics. While surely no «patriotero», N.T. was patriotic enough to enjoy the rehabilitation of a long-neglected Landsmann. By the same token, he derived no pleasure from seeing phonetic investigations into the Spanish language fall into the lap of foreign amateurs («La metafonía vocálica y otras teorías del Sr. Colton —one of his few overtly polemic writings—RFE, X [1923], 26-56).

There were still other outlets for N.T.'s «élan vital» in those years —clearly, the best of his entire life. In a surprising and gratifying burst of creativity, Menéndez Pidal, rivaling the peerless record of Hugo Schu-chardt, staked out for himself (and, by implication, for his school) a small patch of territory in Ibero-Basque studies (for the first time, 1 suspect, in «Sobre las vocales ibéricas F, y 9 en los nombres toponímicos» [1918], now best consulted as the opening piece in his miscellany Toponimia prerromá-nica hispana [M., 1952]). Riding the crest of this vogue, N.T. also wrote, from his favorite angle of straight description rather than of archeological reconstruction, a couple of papers so slanted, including «Pronunciación gui-puzcoana: contribución al estudio de la fonética vasca» (with the expected apparatus of tables, diagrarns, illustrations), which graces the third, conclu-ding volume (pp. 593-633) of the sumptuously printed Homenaje ofrecido a Menéndez Pida! (M., 1925), a testimonial venture, incidentally, which by its scope of specialties represented, its cosmopolitan contingent of invited contributors, and its fine workmanship eclipsed anything previously accom-plished along this line in countries behind which Spain used to lag rather scandalously. With his then companion-in-arms Américo Castro, N.T. was, we recall, the master architect responsible for that impressive edifice. To re-vert to Ibero-Basque, N.T. though in general no devotee of—so often— highly conjectural substratum theories, was not averse to charging the strikingly economic system of Castilian vowels to the vavinity of Basque, or to the partial coexistence (overlap) of ihe two languages. For sorne brief hints of «latín cantábrico» shaped by contiguous «ibero-vasco» see his contribution to the Ralph E. House Memorial (1942), «Observaciones sobre las vocales castellanas», most conveniently consulted in the miscellany Estudios de fo-nología española (Syracuse N.Y. Syracuse, UP 1946), pp. 31-45.

However, even the Euskaric prong does not exhaust the measure of N.T.'s diversified involvements at the peak of his career, between the mid' twenties and the mid' thirties: The earlier concern with Upper Aragon con-tinued o glimmer. Erik StaaWs masterly Elude sur l'ancien dialecte léonais (1909) had demonstrated the feasibility of paleo-Romance dialect research based almost exclusively on notarial docurnents —if edited with a maximum of scrupulous attention to paleographic details, properly dated, and accura-tely localized. Despite a few demurrers, Menéndez Pidal's circumstantial re-view (in the RDR) of StaatT's magnum opus was nothing ifnot encomiastic. Moreover, there began to loom on the horizon the chance of producing Pe-ninsular complements and counterparts— preferably in Spain herself rather

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thant in far-off Scandinavia. Menéndez Pida¡, ever alert to such opportuni-ties, launched the series Documentos lingüísticos de España and led off with his own masterpiece of meticulous editing of charters written in the yema-cular (1: Reino de Castilla EM. 1919-21] which, in constrast to the pattemn previously chosen by Staaff, contained only the bare texts, polished to a sheen in terms of sophisticated diplomatics. The inferences from this mate-rial of incomparable authenticity were drawn, a few years later, in the aut-hor's unsurpassed interpretative monograph, titled —after sorne hesitation-Orígenes del español (1926, 1929 2). N.T. was the logical choice for adopting the schema of Staaffand Menéndez Pidal and bringing it to bear on Arago-nese; at the very least, on Upper Aragonese, a ground thoroughly familiar to him, we recall, from his graduate-student years. Much of the raw material thus indeed became available to fellow students at the Centro by the mid 'thirties, and the senior member of the team— as N.T. reported to me not without pride —made good use for certain specirnens in his Orígenes. But progress on this particular venture, a challenge to which N.T. appare.ntly failed to respond, was excruciatingly slow; meanwhile, other, distinctly younger explorers, for the most par foreigners— a Gerhard Rohlfs, an Alwin Kuhn, a William D. Elcock, to name only the most prominent, sorne of them also concerned with Gascon on the opposite siope of the Pyrenees - delved into Upper Aragonese with genuine zest and energy. N.T. apparently found it hard to keep up with these opposite parts. With a tantalizing delay, entrenched in his Columbia headquarters, he finally saw to it that the una-dorned exhibits were published (Documentos lingüísticos del Alto Aragón [Syracuse, N.Y.: Syracuse UP, 1957]); but, without the support of any com-mentary and bereft of the presentation of any .fresh insights, the book, un-fairly enough, made but a weak impact.

Another thin thread connects N.T.'s juvenilia with his more mature and even old-age writings in the fleld of metrics. While this particular prong of curiosity for a while was allowed to recede into the background, there oc-curred no sharp break; witness the paper «La cantidad silábica en unos ver-sos de Rubén Darío». Which followed closely upon a parellel study divor-ced from any involvement in versification ((<Historia de algunas opiniones sobre la cantidad silábica española»; see RFE, VIII [1921], 30-57; IX, 1-29).

Excess of diversification easily leads to fragmentation, or diffraction, of attention. In the case of N.T., there was added, to his standard load of expe-rimental (instrumental) chores in the laboratory, the co-responsability for the book-review section in the RFE. According to Alice M. Pollin and Ra-quel Dersten's Guía para la consulta... (N.Y.U. Press, 1964), he reviewed al¡ in al¡ seven books between 1917 and 1931, including items written in En-glish, French, and German. The assessments were, typically, short but mea-ty, and the vantage point taken was that of a phonetician (this bias shines through, e.g., in his lukewarm reaction to E.G. Wahlgren's celebrated mo-nograph).

More time-consuming was the load placed on N.T.'s shoulders by his magisterio, which te took seriously, trying to impart unalloyed training rat-

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her than sheer entertainrnent; sorne of the apprenticeship materialized in collaboritive enterprises. Jus how heavy N.T.'s actual share was in such group ventures is best gauged if one compares, say, L. Rodríguez-Castellano's piece written in cooperation with his favorite teacher (1933) with the —by no means negligible, but discernibly Iess polished— Asturian studies by the sarne scholar traceable to the 'fifties; for exemplification 1 re-fer to my review (in Lang., XXX [1954], 128-153) of La variedad dialectal M Alto Aher (Oviedo, 1952). The single rnost irnportant doctoral dialect monograph of the «golden decade» supervised, to a large extent, by N.T. was A.M. Espinosa hijo's Arcaísmos dialectales (M., 1935), which dealt with traces /z/ and /dz/ left in Western dialect speech (provinces of Sala-manca and Zamora). N.T. also had the satisfaction of watching his students team up, occasionally, for research without his direct participation, witness Espinosa-hijo and Rodríguez-Castellano's ambitious joint inquiry into «La aspiración de la h en el sur y oeste de España» (RFE, XXIII [1936], 225-254, 337-378).

As a widely published and ceaselessly quoted author and dedicated tea-cher and trainer of young scholars N.T. reached the apex of his slow but steady clirnb to a position of influence and authority by 1936. Everything appeared finely balanced in his daily routine, including a harrnonious fami-ly life - he had an understanding wife and, of his two daughters, one, name-ly Joaquina, showed a decided bent if not for languages then, at least, for an indepth grasp of her native tongue. Among fellow academicians and (noto-riously critical) students, and among qualifies foreign visitors, too, N.T. en-joyed very high esteem for his competence, objectivity, steady working ha-bits, and dependability. No university studen of humanities would dream of skipping his courses or circumnavigating any of his lectures. True, he lac-ked the charisma that would set a brilliant student's imagination ablaze, and his spectrurn of specialties appealed to a disappointingly small fraction of candidates or university positions. His type of studied detachment front the mainstream of intellectual and artistic preoccupations somehow did not strike a responsive chord in the hearts of the liveliest and most promising young men and women whose path he crossed. His teaching. for afi its nou-rishing substance, seldom titillated imagination; he dit not thrive on the in-quietud of the young; practically no anecdotes circuhated about him. The élite of Madrid's academic Nachwuchs made a point of learning a good deal, including a dosage of honesty and mental discipline, from N.T., but in the end, as a rule s opted for sorne more entertaining, less «dry» specialty. The zigzagging hine of Amado Alonso's rapidly changing commitrnents could serve as a perfect illustration of this trend. N.T. was too predictable for the taste of certain aspiring devotees of «philology», and the sort of research his style of scholarship connoted might, it was feared, force a young practitio-ner into an entirely too narrow groove.

It was widely assurned that politicahly, N.T. stood to the left of the ot-her senior members of the Centro, including its director; centainly, it would not have occurred to anyone to associate N.T. with the cause of clericahism

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or with any leaning toward reactionary monarchy. When the Civil War bro-ke out in 1936 N.T. staunchly and unequivocally supported the Republic, to the bitter end. Because of his unwavering loyalty, the governments that succeeded thernselves in those tragic years appointed him to administrative positions of high responsibility, including, for a while, the directorship of the National Library, where he filied a vacancy. He formed part of official delegations, including one that briefly visited. Moscow, and the Spanish In-formation Bureau in this country distributed his, necessarily partisan, «Mes-sage to American Teachers of Spanish» (N.Y., 1936). This attitude of unyielding steadfastness was greatly admired in certain circles, but also led toan irreparable break with sorne of N.T.'s closest and, until then, most re-hable and devoted friends. It was, by ah odds, the single severest test and greatest tragedy of his entire life. Joining the unbending rearguard of the Spanish liberal intehligentsia, N.T., in 1939, crossed the Pyrenees, with a stricken Antonio Machado leaning on his shoulder. He succeeded in salva-ging most of his rnanuscripts and sorne irreplaceable scholarly materials en-trusted to his care. Soon after, his friend Machado died in a southern French internment camp for refugees. N.T. had the good fortune of receiving a cail to Mexico, by a narrow margin ahead of the threatening explosion of World War II. A few months later, undoubtedly once again through the efforts of his old compañero de estudios Federico de Onís, N.T. —destitute of many advantages, but undaunted and waiking with his head erect— was entrenched in a modestly appointed office in Columbia University's Philosophy Hall. He and what remained of his family (one of his daughters had rneanwhile married in Mexico) rented a near-by apartment. Thus began a new, long, and less than very eventful or particularly exciting chapter in his life. (He had meanwhile reached his early fifties).

In New York City N.T. ran into a situation radicaiiy different from the one he had encountered in Madrid. «Philology» hab by then become an al-most disreputable word in American cohlegiate society; Romance philology was the least highly regarded among its varieties; and Hispanic studies re-presented, in public steem the bottom of the pile. (This, at least, was the way he hirnselfsadly saw the hierarchy in 1940). «Linguistics», on the other hand, was a jovial science, irreparably divorced from the humanities.

While N.T. owed a great deal to his friendship with de Onís (whom his daughter, and his friend's student, Joaquina, in 1968, memorialized in a moving article), the two exiled Spaniards surely assessed the present and fu-ture of rnodern-language studies in the New World from radically different vantage points. De Onís, though proud of what he, as a young man, had once accomphished at Madrid's Centro (among other achievements, a su-perb edition of two Oid Leonese collections of municipal ordinances; his iast dialect study appeared in the Todd Memorial [1930]), minced no words in declaring that, what may have been excellent in prewar Europe, could not possibly serve any useful purpose in a differently-structured 1940 Ame-rica. He urged all younger men who consulted him (including the writer of these unes) to switch to a more appropriate, more realistic emphasis before

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it was too late. N.T. not only was far too advanced in age and in the acquisi-tion of professional skills to aim at any abrupt shift, he was also too proud to adrnit defeat, on this new battleground of professionalism. He advised those few younger workers who bothered to heed his opinion to resist the drift toward trivialization and he tried to help them, albeit discreetly, in many enganging ways.

Still other hindrances obstructed N.T.'s path. A certain stiffness hence-forth benumbed his movernents. In deference to American conditions he agreed to shorten hin narne (to avert the risk involved in his initials: T.N.T.?), casting off, for a while, the segundo apellido; he applied for and acquired American citizenship. But it was, clearly, beyond his power to ac-quire any fluency in the use of colloquial or even of written English, a pain-ful limitation that henceforth confined him to quarters not overly concerned with linguistics. Moreover, the American competitive approach on one's «bumpy» road to succes clashed with his innate dignity; while sorne foreing linguists of his generation were willing to display their «colorfulness», in an effort to capture the attention of U.S. audiences, such an attitude was utterly alien to hirn. So, more and more, he was led to withdraw to his «inner cas-ile» - as if earlier self-immersion in Las Moradas had prepared hirn for this stance.

One irnrnediate task that he set himself in the early and mid'forties was to pick up the fragrnents of his abruptly interrupted, indeed, irremediably broken earlier oeuvre. Reference has already been made to the Manual de entonación (1944), to the Estudios de fonología (1946), to El español en Puerto Rico (1948), and, finally, to the Documentos del Alto Aragón (1957). Not ah critica] reactions were favorable; what, in Madrid, might have pas-sed off as understandable or condonable, e.g. total aloofness from Amen -can-style phonemics (then in its zenith), looked almost bizarre in the holder of a Columbia chair. Moreover, certain crucial aspects of that nascent disci-pline (e.g., the contrast between sintagmatic and paradigmatic analysis) were swept under the rug, in favor of secondary and tertiary matters (e.g., sound frequency). The wisdom of issuing the Fonología in English (tr. R.D. Abraham; Coral Gables, 1968) eludes me.

On the positive side of the ledger stood the unexpected and rapid rise to prominence of the Instituto de Filología in Buenos Aires, N.T.'s probably alI-time best student, Amado Alonso, vested with considerable discretionary power, now stood a chance to repay his teacher not a few past favors, and used that chance skillfully. Vol. 1. No. 1 of the newly-launched quarterly RFH, auspiciously enough, contained as its lead paper N.T.'s tasteful arti-che, «El grupo fónico como unidad melódica», which accurately marked the transition from phonetic to prosodic inquines. Alonso further proposed to his former mentor to prepare, for his institute, a questionnaire, to be used in tield-work contexts. What we have left is a mere torso: Cuestionario linguis-lico hispanoamericano, 1: Fonética, morfología, sintaxis (B.A., 1943, 1945; printed by Con¡). The exact reasons for the discontinuance of the project have never been stated; perhaps N.T. himself realized that he was not the

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right person to handie the second, lexico-etymological part. This was, al-most by definition, a studiedly modest undertaking, which nevertheless pro-ved useful to well intentioned middle-brow autodidacts, such as Víctor M. Suárez in Southern Mexico; see my appraisal, in HR, XVI (1948), 175-183, of his book, El español que se habla en Yucatán (Mérida, 1945). Ironically, Suárez did not engage in field interviews, and produced no maps.

N.T. made strenuous effort to build up a second school at his new headquarters, but ran into serious difficulties, despite the steem that he uní-versally enjoyed. First, the climate in Madrid had never been the same as in Manhattan; second, the 'forties were nowhere a mere continuation of the 'twenties; and third, the sort of people he met now had ambitions entirely at variance from those of his earlier disciples. There is no need to be more ex-plicit on these three scores. To the readers of this journal, Oliver T. Myers may well be the best-known member of this second «crop» (witness his con-cern with Juan del Enzina); to the south of the border, L. Flórez (Bogotá) developed and transmitted to his equipo many skills that he had learned from N.T.

N.T. continued to be a firm believer in the intrinsic value of an objecti-ve description of isolated facts for its own sake, without any excessive preoccupation with the noted American literary scholar, S. Griswold Mor-ley, whose presidential MLA address, characteristically, was titled: «The Dignity of Facts»). In the dawning Age of Structuralism, younger scholars refused to subscribe to this creed, which to them smacked of na?veté.

Another slightly bafTing dimension of N.T.'s idearium was his long-held beliefthat tidy collectionsofdata never lose their value; he clearly did not reckon with the element of timeliness orwith the attrition of appeal, and made no allowance for vogues and periods of indifference in the world of scholarship. Showing me once the maps of his inchoate Linguistic Atlas, he likened them smilingly, to wine, acquiring extra flavor while stored in a cellar, for a indefinite length of time. Unfortunately this view of the situa-tion turned out to be skewed: Before long, public and academic interest in dialect geography receded sharply, while printing costs of any cartographi-cally-slanted books rose drastically. With the help of a devoted former assis-tant, the aforementioned Valencian scholar M. Sanchis Guarner, there ap-peared, in the end, a modest one-volume edition —far from what could once have been anticipated on the basis of early specimens— of the Atlas Lingüís-tico de la Península Ibérica (=ALPI). Even for this meager compromise. N.T. received minimal credit; undismayed, he published a couple of exce-Ilent articles designed to show the potentialities of this sort of projection - needless to say, on the austerely descriptive level (e.g., «Geografía peninsu-lar de la palabra aguja», RP/Z, XII: 2 [1963], 285-300).

Toward the end of his second teaching career, and during the long years of his retirement at Northampton, Mass. (where he joined his daughter Joa-quina, a faculty member at Smith College since 1943). N.T. tended to write articles only at rare intervals, and on special ocassions, e.g. for testimonials and memorials in honor of his friends (one could loosely so class the «Pró-

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logo» from his pen ushering in D.L. Canfield's La pronunciación del espa-ñol en América [1962] or the somewhat earlier and distinctly more extensi-ve «Estudio preliminar» heralding José Rojas Garcidueñas' edition [México: El Colegio de México, 19501 of Mateo Alemán's pioneering Ortografía cas-tellana [16091). As for gifts tendered on special occasions, N. T.'s longevity —and, fortunately, continued mental alertness and lucidity— made him the logical choice for commemorative papers in honor not only of his elders and contemporaries, but also of certain formess students; witness the «Notas fonológicas sobre Lope de Vega» which he jotted down for the Miscelánea filológica en memoria de A. Alonso = Archivo, IV (Oviedo, 1954). He was equally prepared to render homage to his American counterparts (Los ver-sos de Sor Juana», RPh, VII: 1 [1954], 44-50 = S. Griswold Morley Testimo-nial). Al¡ of which may make some readers wonder why no such Homenaje in honor of N.T. himself appeared in his own lifetime. 1 happen to know that severa¡ such offers were extended to N.T. (at least two, many years ago, to no avail), and that he decided to beg off.

With so much time gained through avoidance of any scattering of ener-gy, N.T. could, at a ripe age, marshall the strength to produce one more book of major importance, Métrica española: reseña histórica y descriptiva (Syracuse UP. 1950), whose appearance our journal marked by a very weighty review article (Pierre Le Gentil, «Discussions sur la versification es-pagnole médiévale ... ». XII: 1 [1958], 1-32). The unhurriedly composed book represents the author's heaviest investment in the study of older Spa-nish culture. Along with its satellites and sequels: Arte del verso (México: Cía. General de ediciones, 1959); Repertorio de estrofas españolas (N.Y.: Las Américas, 1968); and Los poetas en sus versos: desde Jorge Manrique a García Lorca (Barcelona/Esplugues de Llobregat: Ariel, 1973), it shows how in his concluding years Tomás Navarro Tomás achieved the long-sought re-conciliation between his sthetic and linguistic leanings. And he had in his oid age two more consolations, or rewards for his stoicism. He lived long enough to witness the collapse of the dictatorship he had opposed from the start, and most of the books he had written in exile were reabsorbed into Spain's book trade. Truly, as a man who all his ¡¡fe had walued integrity over cleverness, he carne out with a remarkably clean record. [Y.M.].

POST-SCRIPT (NOVEMBER 1980)

Through Joaquina Navarro's courtesy, extended to me shortly after completion of the aboye memorial ization, 1 have become aware of two more necrologies which must rank as the most incisive of alI those so far published. Rafael Lapesa's piece in ínsula, Jan. 1980 (no. 395), p. 3, is an obituary essay executed in the conventional unalloyed eulogistic vein, but in contains severa¡ bits of factual information not easy to come by outside Madrid, e.g. on T.N.'s rather extended studies abroad, c. 1910 (with Rousse-lot and Grammont in France, with Gauchat in Switzerland, with Vitor,

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Sievers, and Panconcelli-Calzia in Germany); on the eventual transfer of the Atlas materials back to Spain (after 1950); on the Archivo de la Palabra in Madrid (founded by T.N.), which contains tape recordings of readings by many prominent Spanish writers; and on his earliest research in pitch, pu-blished in Civil War-time Spain (in the alrnost forgotten journal Madrid). The essay, subtitled «Vida y obra de un noble varón», also affords a candid pen portrait of T.N. in his oid age (1973) and is enlivened by a photograph of his, taken at Middlebury College in Vermont (where he used to teach in surnrner), in the company of A. Alonso, [C.] Fernández, R. Lapesa, and P. Salinas.

A more detailed and less conventional essay by A. Zamora Vicente (BRAE, LIX: 218 [Sept.-Dec., 19791, pp. 413-43 1), accompanied by a pho-tograph, on a plate, of an aging T.N.'s head, provides a glimpse of the future master's apprenticeship at the humble Instituto of Albacete (which Menén-dez Pida¡ also, once, briefly attended), then at the University of Valencia; cursorily mentions sorne little-know writings by the necrologist's former teacher (e.g. the Catálogo de los documentos de la sección de Clero, which T.N. compiled for the Archivo Histórico Nacional), also certain by-products of his Caribbean research project (on the Curaço creole, 1953, see below; on the Santo Domingo dialect, 1956); and adds, from the vantage point of an eye-witness, a lively description of T.N. caught in the turmoil of the Civil War.

Let me add that, although for most younger dialectologists trained in Spain. T.N., even after his irreversible departure for the New World, conti-nued to represent a sort of «guru», a few critica¡ voices of his style of scho-larship have been heard, either on bis homeground or from compatriots sta-tioned abroad (D. Catalán, M. Torreblanca).

My own hints of his publications, though intented to be selective, might have included mention of his «Observaciones sobre el papiamento», NRFH, VII (1951), 183-189, given the current vogue of studies in pidgins and creoles; and, on the side of Basque, have singled out the two harbingers of his 1925 monograph, namely a six-page note (35-40) in the 1921 Curso de lingüística launched by the Sociedad de Estudios Vascos, and the com-munication made to the Third Congress of Basque Studies (San Sebastián, 1923), pp. 54f. Along the front ofjoint or mixed inquines into literature and iinguistics, T.N.'s contribution to the FS in honor of Á. Rosenblat (Caracas, 1974) has thus been summarized by W.W. Megenney in a briefappraisal of the miscellany (Lang., LIII [1977], 497): «He explains how Benito Pérez Galdós in his Fortunata y Jacinta was able to suggest varying patterns of in-tonation in the characters' speech by endowing them with distinct persona-lity traits —which, when astutely combined with descriptive modiíiers, allow the reader to «hear» the musical components of the intonation contours unique to each person».

Not to be overlooked, finally, is T.N.'s legacy to the guild of dialect geographers the world over: Capítulos de geografia lingüística de la Penín-sula Ibérica (Bogotá, 1975). The two hundred-page volume, equipped with

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numerous maps, contains, in addition to the reprinting of seven articles ran-ging over weII-nigh forty years (1933-71), a newly-written introductory pie-ce recounting the vicissitudes of the ALPI project.

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Romance Philology Yakov Maikiel VQlume XXXIV, Número especial Febrero 1981 University of California Berkeley, California (Copyright 1981 por los Regentes de la Universidad de California)

UN ESPAÑOL RECLUIDO EN SU «CASTILLO INTERIOR»: TOMAS NAVARRO TOMAS

(1884-1979)

Al llegar a la mitad de los veinte años el joven Tomás debió .de adoptar el aire de seriedad, devoción y profesionalismo tan familiar para aquellos que habían de conocerle en etapas posteriores de su vida y carrera académi-ca'. ¿Cómo si no —vale preguntar— el gran investigador y buscador de talento que era Menéndez Pidal le habría invitado a unirse al grupo de colaborado-res del recién fundado Centro de Estudios Históricos? ¿Y cómo, además, se-guimos preguntándonos, podrían los administradores y consejeros de la vi-gorosa editorial de Madrid —La Lectura— haber confiado a un hombre tan jo-ven la preparación de dos de los primeros volúmenes de la recién lanzada colección de «Clásicos castellanos»?. Tomás Navarro Tomás tenía apenas

1 Como ilustración iconográfica me refiero a la fotografia que encabeza, como frontispicio, el Vol. 1. de la RFL que muestra a Menéndez Pida¡ rodeado de un pequeño grupo de colabora-dores más jóvenes; al Diccionario Enciclopédico U. T. E. H. A., VII.(México, D. F., 1952), 940b, con un inserto de N.T. como parecía en sus años de Columbia; y a la Gran Enciclo-pedia Larousse, VII (Barcelona: Planeta, 1970), 644, mostrando la imagen de un profesor visiblemente envejecido, durante los años de jubilación en Northampton.

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veintisiete años cuando salió al público su primer libro, una edición semie-rudita pero anotada con gusto de los increiblemente bellos poemas de Gar-cilaso de la Vega. ¡Qué manera tan extraordinaria de empezar la carrera, con un tributo editorial a la trágica figura del genio que abrió en España el siglo de Oro!.

En aquel momento, 1911, la personalidad de investigador de Navarro Tomás (su tendencia a la fonética) no se había manifestado claramente aún. Sus preferencias académicas se dibujaron con más precisión cinco años después cuando el segundo proyecto de su pluma en la serie de escrupulosas aunque no eruditas ediciones salía de las prensas. Para el observador super-ficial puede haber parecido algo paradógico que un humanista tan lúcido, sereno y sobrio en su credo intelectual haya dedicado tanto tiempo y esfuer-zo a una de las obras posiblemente mejor conocidas de una escritora y acti-vista del siglo XVI, inclinada al misticismo, como Teresa de Avila. La para-doja podría mal que bien resolverse aludiendo a ciertas peculiaridades de la prosa familiar de Teresa, conocida por su espontaneidad y falta de artifi-cio estas tendencias podrían haber despertado desde luego la atención de un filólogo. Pensándolo bien sin embargo, uno se inclina a creer que el título mismo del tratado, es decir Las Moradas o El Castillo interior, iba a resultar revelador o profético: no inmediatamente, es claro, pero más adelante, des-pués de cambios radicales en las circunstancias vitales don Tomás sin duda se construyó un «castillo interior» al que poder retirarse en el esfuerzo por completar sus tan brutalmente interrumpidas anteriores investigaciones. En este respecto Tomás Navarro Tomás a pesar de su decisiva defensa del es-clarecimiento, se convirtió al final en un prisionero voluntario de su castillo interior. ¿Había ya en 1916 alguna indicación de su futuro retiro?.

El futuro fundador-director del Laboratorio de Fonética del Centro de Estudios Históricos de Madrid nació en un pequeño pueblo de Castilla la Nueva, La Roda, provincia de Albacete, en 1884. Su acento era auténtica-mente castellano. Asimismo, sus contactos de niño con un ambiente semi-rural, habían de servirle de mucho: aunque más tarde adoptó un estilo de vida urbano en Madrid, y después a través de México, Manhattan, no en-contraba ninguna dificultad en sus entrevistas con las gentes del campo en la Península o, después, en el Caribe de habla española. La medida de seve-ridad que le acompañaba cuando funcionaba dentro del mundo académico parecía dar paso fácilmente, fuera de su gabinete, a la conocida llaneza es-pañola, una condición que basta para permitir al intelectual establecer una relación instantánea con un ambiente popular. La visible dignidad de don Tomás nunca fue pretenciosa y le permitió huir de posturas de «torre de marfil».

Aunque el siguiente detalle pueda parecer sorprendente para muchos lectores y seguidores, el interés por la palabra hablada no fue la primera de sus preocupaciones intelectuales ni estéticas. En sus principios, N.T. optó por la carrera de archivero: un callado y recogido joven favorecido con una aptitud casi nula para la retórica, prefirió el silencio, la soledad y devoción que se asocian con el trabajo de biblioteca a la dinámica y alboroto de la

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sala de clase y auditorio. España tenía algunos archiveros competentes al principio de siglo, como por ejemplo el Padre Fidel Fita. Si no hubiera ha-bido el resurgimiento de la investigación de calidad que se atribuye a la di-námica Junta para Ampliación de Estudios, bajo cuya protección el Centro de Menéndez Pida¡ empezó a funcionar, N.T. fácilmente hubiera sido uno de esos callados, honrados, exploradores dedicados de las tradiciones locales cuyos escritos inspiran hasta hoy el respeto y admiración - p.c. basta citar a uno, el investigador de la cultura folklórica de Alava, F. Baráibar y Zumá-rraga.

En aquellos años críticos el área pirenaica empezaba lentamente a ser centro de atención, como resultado de los extraordinarios descrubrimientos hechos en el Alto Aragón por el versátil filólogo, protegido de A. Morel-Fatio, explorador y analista vasco-francés, J. Saroihandy. En el lado espa-ñol, la edición maestra del Poema de Yúçuf(1902) de Menéndez Pidal ha-bía despertado también curiosidad por el viejo aragonés —sobre todo entre los ávidos lectores de la Revista de Archivos, elegida como vehículo para la tipográficamente exigente impresión de la monografía. No es de extrañar que en tales condiciones la curiosidad de un novicio —como N.T. sin duda era—se viera atraída en dirección tan tentadora. Su más temprano proyecto de investigación conocido, en el que se combinan el ágil recorrido del terri-torio y la búsqueda sistemática por archivos, estaba concentrado en la infle-xión verbal, con atención especial a variantes poco corrientes del pretérito «débil» (arrhizotonic) p.c. betait «vedo», gité «echo», bus qués «buscaste», ganeron «ganaron)), y otros semejantes (para más detalles véase RPh, XXIX: 4, 455n45). Otro informe de 23 páginas, titulado ((Pensión al Alto Aragón», apareció en la Memoria de la Junta para Ampliación de Estudios de 1907-8 —un próximo paralelo al procedimiento adoptado por Saroihan-dy— y las conclusiones más importantes fueron poco después resumidas en una revista recientemente fundada, de alcance internacional, aunque alenta-da por Alemania, en el efimero Bulletín de dialectologie romaine, 1(1909), 110-121: «El perfecto de los verbos en -ar en aragonés antiguo: observacio-nes sobre el valor dialectal de los documentos notariales)).

Contactos editoriales con el Bulletin y con la igualmente efimera com-pañera, la Revue, ambas publicaciones patrocinadas por la ante bellum So-cieté de Dialectologie Romane (que se disolvió hacia 1915) pueden haber proporcionadoal joven y optimista científico de Madrid la oportunidad ini-cial para establecer una prometedora relación con los hispanistas extranje-ros de su propia generación. Aurelio M. Espinosa que vino del Sudoeste de los Estados Unidos y que acababa de completar y ver impresa su tesis del es-pañol chicago (hoy diríamos chicano) de Nuevo México. Con esto la rela-ción había de prosperar en el período entre guerras. Algo que mientras tan-to debió hacérsele evidente a N.T., que hasta este momento había limitado sus actividades a su propio país, fue la conveniencia de dominar por lo me-nos dos lenguas importantes, además del francés que él, admirador del ra-cionalismo transpirenaico, debía reconocer ya: el alemán fuertemente repre-sentado a la cabeza de. la sociedad dialectal en la que había ingresado (B.

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Schádel, H. Urtel y F. Krüger), y el inglés especialmente en relación con Norteamérica. ¡No olvidaría nunca la pesadilla de descifrar Der Vokalismus des Vulgarlateins de Schuchardt!.

Cuando N.T. se incorporó al Centro, sin duda con la bendición, y hasta tal vez a petición, de su activo director, revisó su anterior orden de preferen-cias: el trabajo sobre el Alto Aragón fue temporalmente suspendido, la cu-riosidad por las vicisitudes de la inflexión se evaporó en poco tiempo y to-dos los.recursos de energía y celo fueron invertidos en el estudio intensivo de la fonética articulatoria e instrumental, como para justificar su nombra-miento de director del recientemente creado Laboratorio de Fonética, de-pendencia del Centro. En 1914 —menos de un lustro después— N.T. estaba ya activamente presentando estudios sumamente técnicos de fonética, que en lo referente a España, había sido un campo muy abandonado; el año 1918 vio la aparición del libro más influyente de los producidos por él, el esperado Manual de pronunciación española, que ha sido considerado como la respuesta española al desafio de Maurice Grammont, Traité practi-que de pronuncialion française. En su forma original, el manual de N.T. era más bien un volumen pequeño de 235 páginas; conforme aumentó la de-manda del libró y el autor encontró aliento y deseo para revisar cada edi-ción el tamaño en 1932 llegó a las 325 páginas. En esta última versión se convirtió rápidamente en texto clásico, una historia con éxito que se refleja en un fenomenal número de ediciones (la decimoséptima edición en 1972).

Aparte de cumplir su propósito principal, este primer —y durante un cuarto de siglo único— «manual» de la prolífica pluma de su autor, reveló algunas características importantes de su estilo y en general de su modus operandi: un tono consistentemente sobrio; un deseo de abordar cuestiones que otros eruditos de su edad y tiempo, sin olvidar a sus lectores, habrían encontrado «aburridas» o «áridas»; una habilidad para resistir la tentación de perderse en detalles y vencer el deseo de entregarse a la «monografía» (según N.T. una debilidad por la cual después habría de censurar cariñosa-mente a su maestro).

En efecto, la práctica de la fonética clásica (incluído el uso de la trans-cripción) había sido aplicada de tiempo en tiempo a las variedades del espa-ñol peninsular y ultramarino, pero únicamente por especialistas extranjeros (p.e., por el sueco Frederick A. Wulif, al andaluz; por miembros de la es-cuela de Hamburgo, al español occidental; y por el alemán Roberto Lenz, amigo de Wilhelm Vietor, al chileno). Asímismo A. dos R. Gonçales Viana en Portugal y Pere Barnils en Cataluña habían hecho respectivamente tra-bajo inicial en áreas contiguas. Ahora, con artículos como «Siete vocales es-pañolas», «La vibración de la rr española», «Cantidad de las vocales acen-tuadas» (los tres publicados en 1916), «Cantidad de las vocales inacentua-das» (de la cosecha de 1917), «Diferencias de duración entre las consonantes españolas» (1918), para citar ejemplos del trabajo preliminar de N.T. que

..precedieron a la edición original del Manual, ejemplos auténticos de fonéti-ca del siglo XX, basados en medidas precisas, fotografías, diagramas, apoyos estadísticos, etc. se hicieron por fin accesibles. Al refundir su propio Ma-

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nual de gramática histórica española, un visiblemente agradecido Menén-dez Pidal hizo excelente uso de algunos de los datos descriptivos y de las in-terpretaciones innovadoras de su estimado discípulo.

El impacto de estos estudios sin precedente, puestos en un nuevo tono de explicación objetiva, fue acrecentado por su aparición en una publica-ción que inauguraba una nueva era de investigación crítica y creadora en España. En una de nuestras reuniones a principios de los años cuarenta, un reposado N.T., en una mirada retrospectiva me descubrió la estrella bajo la cual nació la Revista de Filología Española en el funesto año de 1914. Me-néndez Pida¡, si interpreto bien mi propio recuerdo del relato, invitó a su despacho a sus principales colaboradores en el Centro, para comunicarles que la institución tenía económicamente la posibilidad de publicar una re-vista trimestral propia comparable a las mejores de las publicadas en el ex-tranjero, si le prometían ocuparse de ella en lo referente a su aspecto edito-rial. En cuanto a él mismo, siguió diciéndoles, proyectos y compromisos previos le impedían comprometerse en las operaciones básicas, aunque con gusto colaboraría con algún artículo o nota de vez en cuando y apoyaría con su nombre la joven empresa. Después de una breve discusión, N.T. y los otros colaboradores (sobre todo Américo Castro y Vicente García de Diego, según imagino) estuvieron de acuerdo con la propuesta y prometieron su máxima participación y apoyo, y el Vol. 1 de la RFE hizo su aparición sin retrasos. Lo más duro de la tarea, durante veinticuatro largos años, fue sufri-do en gran medida por un muy paciente N.T.

Dentro del Centro, no había evidentemente, un acuerdo completo de gustos, temperamentos, fidelidades e ideologías, pues cada antiguo colabora-dor tendía con el paso del tiempo, a favorecer a su propio círculo, nacional y extranjero, así como a sus propios protegidos intelectuales (y, posiblemen-te, necesidades presupuestarias). Pero tal eran el prestigio y el poder de don Ramón hasta el estallido de la Guerra Civil que la legitimidad de su direc-ción nunca fue discutida y que cualquiera que fueran los desacuerdos o mu-tuas aversiones que estuvieran latentes, permanecieron ocultas en lugar de salir al público o producir disensiones —la impresión general par los extra-ños y no iniciados, era la de una suprema armonía. Se sabe que N.T. se mantenía especialmente unido a Samuel Gil¡ Gaya, quien antes que la sor-dera le atacara (empujándole hacia la práctica de la lexicografia) era un buen fonético. La estimación de N.T. por el precoz y universalmente queri-do Antonio G. Solalinde le empujó, muchos años después del fallecimiento de éste a contribuir con un excelente trabajo a un tardío homenaje en honor de su antiguo discípulo (*El endecasílabo en la tercera égloga de Garcilaso», RPh, V: 2-3, 205-211. En cambio cierta polarización de tendencias y estilos abrió una brecha entre él y José F. Montesinos; causas o efectos de esas dife-rencias pudieron haber llevado a éste hacia los estudios literarios (Lope de Vega y más tarde la prosa narrativa del siglo XIX), a pesar de una reconoci-da disposición para la filología - un deseo al parecer no cumplido.

En el momento álgido del inútil desacuerdo entre «positivistas» e «idealistas» en la Europa Central —Jacov Jud fue el mejor en diagnosticar su

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inutilidad— el Centro como tal se abstuvo de tomar una posición. Las ten-dencias individuales de sus miembros no coincidían. Durante un tiempo García de Diego coqueteó con el «idealismo» aunque lo que quería en.reali-dad pudo haber sido, simplemente un deseo por un énfasis mayor en la se-masiología («Etimología' idealista», RFE, XV/1928/,225-243). Menéndez Pidal, con admirable mesura, usó cierto «Einfálle», p.c., destellos de la idea de los Vosslerianos, como uno de los elementos de construcción de sus cui-dadosamente documentados Orígenes (1926). Américo Castro se dejó atraer por el ingenio folletinesco de Leo Spitzer y se cuidó de que una no inte-rrumpida procesión de picantes y densas notas etimológicas de este erudito aparecieran en la RFE; cómo de bien pagó más tarde a Castro este servicio es una historia que no necesita ser repetida. En cuanto a las preferencias de N.T. se podía imaginar (y él me confirmó más tarde la suposición) que esta-ban de parte del positivismo ya que en su escala de valores la precisa aclara-ción de los hechos concretos y la construcción piedra por piedra de una edi-ficación importaba más que la elucubración filosófica o el vuelo vertiginoso del pensamiento.

El Centro y su revista empezaba ahora a atraer la atención de extranje-ros conocidos; Vols. I-X, p.c. contienen una profusión de artículos o notas de filológos (lato sensu) como J. Jud, F. Kriiger, J. Leite de Vasconcelos, C.C. Marden, E. Mele, H. Mérimée, W. Meyer-Lübke, A. Morel Fatio, S.G. Morley, K. Pietsch, P. Rajna, J. Saroihandy, H. Schuchardt, Leo Spitzer, A. Steiger, G. Tilander, M.L. Wagner, para no citar más que una incompleta lista de los no hispanos; a esta serie se deben añadir los nombres de Pedro Henríquez-Ureña y de Alfonso Reyes, como representantes del hispanismo del Nuevo Mundo. Mucho del material solicitado o presentado necesitaba ser traducido, además de la revisión normal editorial, y N.T. sin duda había de sentir breves períodos de fatiga y angustia por el excesivo trabajo. Pero momentos así deben haber estado contrarrestados por un sentimiento de eu-foria y orgullo por haber preparado en colaboración con A. Castro los tres espléndidos volúmenes (1925) cosmopolitas de envergadura y brillantes de hechura del Homenaje de Menéndez Pidal que colocó a la erudición espa-ñola en un nuevo pedestal.

El reconocimiento de estos éxitos no tardó en hacerse presente. Hacía 1927 encontramos a Tomás Navarro (sospecho que por primera vez) en el Nuevo Mundo, en el envidiable papel de profesor visitante en Puerto Rico, y al año siguiente en Stanford, poco después de invitaciones similares a A. Castro y M. Montoliú por el Instituto de Filología de Buenos Aires. En el recinto universitario de Palo Alto, Espinosa había alcanzado mientras tanto considerable prominencia académica y administrativa. Como editor-fundador de Hispania (1917), la entonces respetada revista de la Asociación Americana de Maestros, Espinosa hizo repetidas invitaciones a su amigo en Madrid para que contribuyera con notas serias pero no excesivamente técni-cas para el consumo de los bien intencionados educadores; ahora, en la so-leada California Central los lazos de amistad entre las dos familias se hicie-ron más estrechos. Con amigos de litoral a litoral —Solalinde en Madison,

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Federico de Onís en Columbia— no hay que dudar que el largo viaje de N.T., sin duda hecho por trenes transcontinentales y barcos trasatlánticos, tuvo buena medida de agradables y entretenidas interrupciones, una gira so-bre la que siendo hombre - de una modestia ejemplar, no habría de jactarse. Más que tales detalles, importa señalar, por ser más característico de nues-tro desaparecido amigo la inquebrantable devoción al trabajo de investiga-ción, el hecho de que aprovechó el viaje para tomar notas en el camino, en Puerto Rico y aún más lejos, en Venezuela. Veinte años después la primera colección de notas serían los cimientos de la celebrada monografia de N.T., El español en Puerto Rico. El material venezolano, aunque salvado del tor-bellino de la Guerra Civil, según entiendo no ha sido nunca publicado, un residuo que como el de las notas de los viajes de investigación de A. Castro a Sanabria y Marruecos, quedará también sin elaborar.

Este nuevo despertar en la dialectología del Caribe no era el resultado de un ímpetu turístico ni, aún peor, de un capricho: se ajustaba con exacti-tud a un nuevo programa de investigación, basado en mapas, que había de sobreponerse al anterior interés por la fonética pura aplicada al español normal. La ordenación de este novel estudio de los dialectos peninsulares, de acuerdo con los cánones lingüísticos de moda, produjo los primeros fru-tos tangibles bastante más tarde, especialmente en el artículo justamente fa-moso de N.T. escrito en colaboración con L. Rodríguez-Castellano y A.M. Espinosa-hijo, «La frontera del andaluz», RFE, XX (1933) 225-277, así como en otro trabajo equivalente para el que se asoció con M. Sanchis Guarner, «Análisis fonético del valenciano literario», ¡bid, XXI, 113-141. Como M.L. Wagner y P. Henríquez-Ureña hacía tiempo que habían plan-teado el complejo problema de la posible razón de ciertas notables semejan-zas entre el andaluz y un número de variedades regionales del español en América, incluída la zona del Caribe, la redoblada curiosidad de N.T. es fá-cil de comprender (para más detalles ver mi Linguislics and Philology... p. 39). La cuestión de cuándo empezó la concepción en gran escala del Atlas lingüístico de España, más tarde de la Península Ibérica, continúa siendo discutida y las fases iniciales están envueltas en imprecisiones 2 . Es intere-sante que el socio colaborador asignado a N.T. como principal investigador fuera Amado Alonso, uno de los más distinguidos discípulos del Centro a principios de los años veinte; cuando Amado Alonso aceptó el puesto en el Instituto de Filología que dejaba vacante M. de Montoliú, se abrió un vacío

2 En relación con ésto es reveladora la serie de boletines de noticias a lo largo del Vol. X (1923) de la RFE. Nos informamos de esta manera de un proyecto, no nuevo en absoluto, para organizar dicho atlas, un plan iniciado por el director del Centro, que hizo a N.T. res-ponsable de su ejecución (112); sobre la sensación producida en Madrid por la publicación, patronizada por el lntitut d'Estudis Catalans de Barcelona, del primer fascículo del ALC de Antoni Griera -en cierta forma un proyecto rival (224); y de dos conferencias, al parecer de éxito, dadas por Jakb Jud, en octubre de 1923, sobre su heredero intelectual, el AIS (443).

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en el extremo madrileño del eje, que pudo haber retrasado seriamente du-rante años el avance del projecto 3 .

Aunque esta nueva preocupación por la dialectología a base de mapas maduraba lentamente', no monopolizó el interés de N.T. por adelantar la investigación. La «antigua pasión» —la gama completa de las ciencias fonéti-cas— no despareció en ningún momento; de hecho, el notable éxito de los manuales llevó a toda clase de adaptaciones. Con propósitos didácticos, N.T. preparó una especie de epítome o breviario, de menos de cien páginas: Compendio de ortología española para la enseñanza de la pronunciación normal en relación con las diferencias dialectales. (M., 1927; 1928); Menén-

Parte de la herencia madrileña que Alonso lleva consigo se entiende mejor si se coloca en el marco de relaciones y compromisos morales de N.T.; esta herencia era su constante adhe-sión a la —ya entonces anticuada— tesis doctoral de Espinosa-padre. La idea de traducor y de paso poner al día una delgada monografia de la pluma de un neófito, era tal vez excusable, pero el intento hecho por Alonso-Rosemblat en colaboración entre 1930-1946, de embutir sus propios estudios, muy superiores a los primerizos pasos de Espinosa, dentro de los lími-tes de dicha traducción, toca en locura por no decir en grotesco. Al otro extremo, dentro del recinto de Centro de Madrid existía la dialectología en forma más tradicional, sin apoyos de mapas y con poca o ninguna ayuda de transcripción fonética. El representante de esta otra posición era Vicente García de Diego; véase en especial su "Dialectalismos" en RFE, 111/1916/, 301-318, y "El castellano como complejo dialectal y sus dialectos internos", ¡bid., XXXIV (1950), 107-124. Por razones conocidas sólamente de los íntimos, G. de d. en general escritor prolífico de artículos, no apareció en su revista favo-rita desde 1933 y brevemente 1937; después de la Guerra Civil, sin embargo, funcionó sin particular distinción ni muestra de interés, como editor-jefe de la resucitada RFE hasta que D. Alonso se hizo cargo de ella, muy activamente al principio; más tarde, la revista ha dado la impresión de ir a la deriva, casi sin propósito. (El principal esfuerzo de G. de Diego, ya viejo, fue el de publicar una revista suya, semifolklorista en su orientación y alcance, La re-vista de dialectología y tradiciones populares, una especie de "archivo" limitado a reflejar los gustos de fines del siglo XIX, que interesa principalmente al semi-intelectual collector

de datos, más que al analista intelectual). La adhesión de Menéndez Pida¡ a la cartografia surge del excelente uso que hizo de ella en sus Orígenes, aplicándola a ambas, fonética y fronteras léxicas. Entre los dialectólogos de la post-Guerra Civil, los mejor conocidos —Alonso Zamora Vicente, Maria Josefa Canellada, (que estudió fonética experimental con Lacerda dePortugal) y el incansable Manuel Alvar, un experto de primer orden y por igual en aragoneses, andaluz y el judeo-español de Marruecos, se han inclinado en general más decididamente por las normas de N.T. Sin embargo cualquier cronista de sucesos debe echar mano como tercera fuente de inspiración de la intensa práctica de Fritz Krüger Wiir-ter-und-Sachen entretegida con la entrevista (viaje de estudio) y los materiales fonéticos. Todas estas fluctuaciones del gusto intelectual y de asociaciones académicas no pesaban en el independiente interés de O. de D. por la etimología, que lo situó como bien es sabido en un camino peligroso primero en relación con A. Castro y a continuación con J. Corominas. Meyer-Lübke al revisar su REW, tomó muy en serio la extensa crítica de G. de D. a la pri-mera edición. Por el contrario, N.T. mostró toda su vida una marcada repugnancia a meter-se en cuestiones léxicas, ni siquiera en el plano descriptivo, y redujo al mínimo la compara-ción con otras lenguas análogas y en la reconstrucción de las antiguas fases del español, lo-grando esquivar el latín. (G. de D. en cambio, era un latinista consumado).

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dez Pida¡ consideró este ejercicio de «haute vulgarisation» lo suficientemen-te importante como para ponerle un Prefacio. En una fecha muy posterior, esta vez como servicio a todos los países de habla española, N.T. con mayor refinamiento produjo un -panfleto aun más delgado; Guía de pronunciación española escrita a solicitud de la Comisión Permanente de la Asociación de Academias de la Lengua Española (México: Editorial Jus, 1956). También había una adaptación del Manual a las necesidades de los estudiantes ale-manes, muchos de los cuales, apartados temporalmente del francés y del ita-liano en los años de entre guerras, estaban descubriendo la extraña belleza del español: Handbuch der spanischen Aussprache (Leipzig & Berlin: B.G. Teubner, 1923). El traductor no era otro que el incansable Fritz Krüger, y el libro fue incorporado pocos años después a la famosa colección de Taubner «Spanische und hispano-amerikanische Studienbücherei». Algunos años después, Espinosa se encargó de que el Compendio de su amigo, inclusive el prefacio laudatorio de Menéndez Pida¡, apareciera en este país en forma in-glesa: A Primer of Spanish Pronunciation (Chicago, N.Y., etc.: H. Sanborn & Co., 1926). Tal era la estimación pública en que N.T. era tenido en gene-ral, en ambos lados del Atlántico, no sólo por su objetividad sino también por su habilidad para explicar con sencillez temas complicados, que resultó ser la figura lógica para establecer la norma en la industria del cine en cuan-to se añadió la palabra a la imagen en movimiento: El idioma español en el cine par/ante: ¿español o hispanoamericano?. (M. 1930; la segunda mitad de este folleto de 95 páginas está dedicado a la traducción en inglés de mano del hijo de Espinosa). En este respecto, la experiencia técnica y práctica de N.T. puede compararse a la del papel hecho por. B. Migliorini en Italia. En esta misma línea del «conocimiento aplicado» pueden incluirse unas colec-ciones de discos de gramófono /p.e. fonógrafo/de dos caras (Spanish Pro-nunciation and Intonation Exercises») que N.T. —evidentemente nunca par-tidario de <(torres de marfil»— se prestó a hacer en los años treinta para las sucursales de Londres y Nueva York del Linguaphone Institute.

El interés por la fonética bien apoyada en teoría no se paralizó a pesar de estas distracciones y tentaciones. Poca antes de estallar la Guerra Civil, N.T. publicó una nota bastante polémica recibida con más calor por sus compatriotas que por los hispanistas extranjeros: «Rehilamiento» (RFE, XXI/1930/, 274-279, y eligió al ser elegido para ingresar en la Academia «El acento castellano» como tema de su discurso de ingreso, en el solemne acto del 19 de mayo de 1935, y fue recibido en la augusta asamblea por Mi-guel Artigas Ferrando (recordado editor del poema exhortatorio medieval Libro de miseria de omne). «Discurso» y «Contestación» aparecieron junta-mente en un folleto ese mismo año. A través de los años treinta N.T. como fonético se preparaba, lentamente, para lanzarse por nuevos caminos; se acercó a ciertas propuestas de la nueva fonología de Praga y quiso partici-par, aunque con una breve nota, en N. Trubetzkoj FS que representaba la .desaparición del influyente TCLP; también había hecho experimentos con el análisis del tono melódico, que había de llevarle con el tiempo, bastante después de su llegada a Manhattan, a escribir una de sus más innovadoras

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monografías, el Manual de entonación española (N.Y. Hispanic Institute in the U.S., 1944; rey., 1946).

Recuérdese que el Laboratorio de Fonética de Madrid en lugar de fun-cionar independientemente, dependía del Centro de Estudios Históricos, y por lo tanto su director se movía constantemente entre intelectuales orienta-dos hacia la Historia. Aunque no con la misma inclinación N.T. accedió a unirse a la tendencia historicista —claro que no para practicar una fonología diacrónica, como la mayoría de sus contemporáneos hubieran hecho, sino extendiendo su curiosidad hacia las experiencias de ciertos lejanos y ex-traordinariamente perspicaces investigadores, algunos con una mentalidad clínica, por lo tanto pragmáticos o realistas como él mismo. Su más grande contribución a este esotérico campo del conocimiento— sin duda más apre-ciado, hoy que hace medio siglo —son «Doctrina fonética de Juan Pablo Bo-net (1620»,, RFE, VII (1920), 150-177, y «Manuel Ramírez de Carrión y el arte de enseñar a hablar a los mudos», ¡bid, XI (1924), 225-266. Esto tenía la ventaja adicional de vindicar el frecuente olvido de la contribución de Es-paña a la prelingüística. Aunque no «patriotero», N.T. era lo bastante pa-triótico para gustar de la rehabilitación de un olvidado compatriota. Por la misma razón no veía con gusto que la investigación fonética del español cayera en manos de extranjeros (<(La metafonía vocálica y otras teorías del Sr. Colton» —uno de sus pocos escritos francamente polémicos— RFE, X/1923/,26-56). En aquellos días, sin duda los mejores de su vida, aún que-daban otras avenidas para el «elan vital» de N.T. En una sorprendente ex-plosión de labor creadora, Menéndez Pida¡, emulando los logros sin igual de Hugo Schuchardt, reclamó para sí (y por lo tanto para su escuela) un peque-ño territorio en los estudios ibero-vascos (por primera vez según creo) con «Sobre las vocales ibéricas U y Q en los nombres toponímicos» (1918), aho-ra mejor conocido como el estudio que encabeza su miscelánea Toponimia prerrománica hispánica /M. 1952/. Empujado por la fuerza de esta misma corriente, N.T. también escribió, desde su punto de vista favorito de des-cripción directa en lugar de reconstrucción arqueológica, un par de trabajos de igual tendencia, como «Pronunciación guipuzcoana: contribución al es-tudio de la fonética vasca» (con el consabido aparato de tablas, diagramas e ilustraciones) que honra el tercero y último tomo (pp. 593-633) del lujosa-mente impreso. Homenaje ofrecido a Menéndez Pida! (M. 1925), una em-presa testimonial que por la variedad de los campos de estudio representa-dos, la falange cosmopolita de contribuyentes invitados y la excelencia de los trabajos eclipsó todo lo que se había hecho en esta clase de proyectos en países detrás de los cuales España había marchado con un retraso bastante escandaloso. Con su entonces compañero de armas, Américo Castro, N.T. era, según recordamos el arquitecto reponsable de tan impresionante edifi-cio. Pero volviendo al ibero-vasco, N.T. aunque no un partidario de las fre-cuentemente conjeturales teorías sobre el sustrato, no estaba completamente opuesto a adjudicar la sorprendente sencillez del sistema vocálico castellano a la proximidad del vasco, o a la cohexistencia (superposición) de las dos lenguas. Para algunas breves indicaciones sobre el «latín cantábrico» mode-

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lado por el adyacente «ibero-vasco» véase su contribución al Homenaje a Ralph E. House (1942), «Observaciones sobre las vocales castellanas», que se puede consultar con mayor facilidad en la miscelánea Estudios defoñolo-gía española (Syracuse, N.Y.: Syracuse, UP 1946).

Sin embargo, ni siquiera el interés en el eusquera agota las posibilidades de la multiplicidad de actividades en la cumbre de la carrera, entre la déca-da de los veinte y los años treinta. Su anterior preocupación con el Alto Aragón siguió dando algún destello. El estudio magistral de Erik Staaff, Elu-de sur l'ancien dialecte léonais (1909) había demostrado la factibilidad de la investigación del paleo-romance basada casi exclusivamente en documentos notariales —si se editaba con un máximo de escrupulosa atención a los deta-lles paleográficos, fechados debidamente y localizados con exactitud. A pe-sar de algunas objeciones, la minuciosa reseña de Menéndez Pidal (en la RDR) de la «magnus opus» de Staaff no era nada menos que encomiástica. Además se veía aparecer en el horizonte la oportunidad de producir com-plementos y contrapartes peninsulares— preferiblemente en España mejor en la lejana Escandinavia. Menéndez Pida¡, siempre alerta a oportunidades de esta clase, lanzó la serie de Documentos lingüísticos de España y la encabe-zó con su propia obra maestra de representación meticulosa de títulos escri-tos en la lengua local (1: Reino de Castilla /M. 1919-21) que en contraste con el plan elegido por Staaff, contenía los textos puros, llevados al máximo de su complejidad diplomática. Las conclusiones de este material de incom-parable autenticidad, fueron presentadas pocos años después en la inmejo-rable monografTa interpretativa del autor titulada —después de ciertas vacila-ciones— Orígenes del español, (1926, 1929). N.T. era la persona lógica para adoptar el esquema de Staaff y de Menéndez Pida¡ y aplicarlo al aragonés; por lo menos al Alto Aragón, un terreno totalmente familiar para él, según recordamos, desde sus días de estudiante. Gran parte del material original se hizo de esta manera accesible a los compañeros de estudio en el Centro ha-cia la mitad de los años treinta, y el decano del grupo —según N.T. me co-municó no sin orgullo— hizo buen uso de ciertos ejemplos en sus Orígenes. Pero el progreso en esta particular empresa, un desafio al que por lo que se ve N.T. no llegó a responder, fue dolorosamente lento; mientras tanto otros investigadores bastante más jóvenes y en su mayor parte extranjeros —un Gerhard Rohlfs, un Alwin Kuhn, a William D. Elcock, para no citar más que a los más sobresalientes— se ocuparon del alto aragonés con auténtico ahínco y energía. N.T. debió encontrar dificil mantenerse al paso de estos contrincantes. Con un retraso atormentador, parapetado en su cuartel gene-ral de Columbia, logró finalmente conseguir que los documentos escuetos fueran publicados (Documentos lingüísticos del Alto Aragón / Syracuse, N.Y.; Syracuse UP, 1957); pero sin el apoyo de ningún comentario ni el be-neficio de nuevas sugestiones, el libro, bastante injustamente, no produjo más que una débil impresión. • Otro delgado hilo une la juventud de N.T. con los escritos en el campo

de la métrica de su más serena y madura vejez. Aunque esta particular línea de curiosidad se mantuvo en segundo plano no hubo una total interrupción;

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testigo de ello es el trabajo «La cantidad silábica en unos versos de Rubén Darío», que sigue de cerca a un estudio paralelo no precisamente de versifi-cación (Historia de algunas opiniones sobre la cantidad silábica españo-la»; véase RFE, VIll/1921/, 30-57; IX, 1-29.

Un exceso de diversificación fácilmente lleva a una fragmentación de la atención. En el caso de N.T. se sumaban a sus trabajos habituales de experi-mentación (instrumental) en el laboratorio, la compartida responsabilidad por la sección de reseñas de la RFE. Según Alicia M. Pollin y Raquel Dres-ten en su Guía para la consulta... (N.Y.U. Press. 1964), reseñó siete libros entre 1917 y 1931, inclusive trabajos escritos en inglés, francés y alemán. Los juicios eran generalmente breves pero sustanciosos y el punto de vista era el del fonético (esta preferencia se hace evidente, p.e. la templada reac-ción a la celebrada monografía de E.G. Wahlgren).

Aún exigía más tiempo el peso de las tareas de magisterio que llevaba N.T. sobre sus hombros y que él tomaba muy en serio tratando de impartir una preparación pura más que sugestiva; parte de esa instrucción se mani-festó en empresas de colaboración. Cómo de importante era en efecto la participación real de N.T., se puede calcular comparando el trabajo escrito por Rodríguez-Castellano en colaboración con su favorito maestro (1933) con el estudio, no sin interés pero visiblemente menos acabado, de los otros trabajos asturianos del mismo investigador que vemos en los años cincuen-ta; como ejemplo recomiendo mi reseña (en Lang.. XXX / 1954/, 128-153) de La variedad dialectal del Alto Aher (Oviedo, 1952). La monografía docto-ral más importante de la «década dorada» dirigida por N.T., fue los Arcais-mos dialectales (M. 1935) de A.M. Espinosa-hijo, que trataba de los restos de la /z/y/z/ existentes en los dialectos occidentales de Salamanca y Zamo-ra). N.T. tuvo también la satisfacción de ver a sus estudiantes trabajar juntos de vez en cuando en la investigación sin su intervención directa, así lo ates-tigua la ambiciosa pesquisa de Espinosa-hijo en colaboración con Rodrí-guez-Castellano «La aspiración de la h en el sur y oeste de España» (RFE, XXIII /1936/, 225-254, 337-378).

Como autor muy publicado, incensantemente citado, dedicado maestro y director de jóvenes investigadores N.T. alcanzó la cúspide de su lenta pero segura ascensión a una posición de influencia y autoridad en 1936. Todo parecía estar en orden en su vida diaria, —inclusive una vida de familia ar-moniosa— tenía una dedicada esposa y, de sus dos hijas una, Joaquina, mos-traba una tendencia decidida si no por las lenguas entonces, si por una com-prensión más profunda de su lengua nativa. Entre los miembros de la Aca-demia, los estudiantes (reconocidamente exigentes), y también entre los ilus-tres viajeros extranjeros, T.N. disfrutaba de una alta estima por su conoci-miento, objetividad, hábitos de trabajo y seriedad. Ningún estudiante uni-versitario de humanidades hubiera soñado con faltar a sus cursos o ausen-tarse de ninguna de sus conferencias. Cierto, carecía de carisma que hubiera podido encender la imaginación de un estudiante brillante y la gama de sus intereses atraía a las tareas universitarias a un número de candidatos desgra-ciadamente pequeño. Su tipo de calculado apartamiento de la corriente cen-

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tral de las preocupaciones intelectuales y artísticas, no encontraba induda-blemente eco en los corazones de los más despiertos y prometedores jóvenes que le salían al camino. Sus enseñanzas, a pesar de su nutritiva sustancia, rara vez excitaban la imaginación; no le atraía la inquietud de los jóvenes; casi no circulaban anécdotas sobre él. La élite de los Nachwuchs académicos de Madrid se cuidó de aprender mucho, incluso una buena medida de hon-radez y disciplina mental, de N.T. pero al final, por regla general, optaba por algo más entretenido, menos «seco». La línea zigzagueante de los rápi-dos cambios de interés de Amado Alonso es ilustración perfecta de esta ten-dencia. N.T. era demasiado predecible para el gusto de ciertos aspirantes a devotos de la «filología», y la clase de investigación que su estilo de erudi-ción significaba, se temía que forzase al joven principiante por una senda demasiado estrecha.

Se asumía en general que N.T. se situaba a la izquierda de los otros miembros mayores del Centro, incluido el director; no se le hubiera ocurri-do a nadie, ciertamente, asociar a N.T. con las ideas clericales ni con ningu-na tendencia hacia la monarquía reaccionaria. Cuando la Guerra Civil esta-lló en 1936 N.T. firmemente y sin vacilaciones apoyó la República hasta el final. Por su inquebrantable lealtad, los gobiernos que se sucedieron en aquellos días trágicos, le nombraron para puestos administrativos de mucha responsabilidad, incluso, por algún tiempo, la dirección de la Biblioteca Na-cional, donde cubría la ausencia del director. Formó parte de delegaciones oficiales, comprendida una que visitó brevemente Moscú, y la Oficina Espa-ñola de Información que en este país distribuyó su necesariamente partidis-ta «Message lo American Teacher of Spanish» (N.Y. 1936). Esta actitud de inconmovible determinación fue muy admirada en ciertos círculos, pero condujo también a una ruptura irreparable con algunos de los hasta enton-ces más próximos y devotos amigos. Fue sin lugar a dudas la más severa y grande tragedia de su vida. Unido a la retaguardia invencible de la intelec-tualidad española, N.T. en 1939, cruzó los Pirineos, con un enfermo Anto-nio Machado apoyándose en su brazo. Logró poner a salvo la mayor parte de sus manuscritos y algunos materiales de estudio irremplazables puestos bajo su cuidado. Poco después su amigo Machado moría en un campo de concentración para refugiados al sur de Francia. N.T. tuvo la buena fortuna de recibir una invitación de México, poco tiempo por delante de la amena-zadora explosión de la Segunda Guerra Mundial. Pocos meses después, sin duda una vez más a través de los esfuerzos de su viejo «compañeros de estu-dios» Federico de Onís, N.T. —privado de muchas ventajas, pero intrépido y marchando con la cabeza muy alta se instaló en un sencillo despacho de Philosophy Hall en Columbia University 5 . El y lo que quedaba de su fami-lia (una de sus hijas se había casado mientras tanto en México) alquilaron

5 NOTA DEL TRADUCTOR:

N.T. fue directamente de París a Nueva York, a primeros de febrero de 1939. La oferta de trabajo de Columbia University le esperaba en París en los primeros días del exilio. N.T. va a México por primera vez en la Navidad de 1939.

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un apartamento próximo. Así empezó un nuevo, largo, no tan agitado ni particularmente emocionante capítulo de su vida. (Había alcanzado ya los cincuenta y tantos años).

En la ciudad de Nueva York N.T. tropezó con una situación radical-mente diferente de la que había hallado en Madrid. La palabra «filología» estaba casi desprestigiada por completo en la comunidad académica ameri-cana; la filología romance era la menos apreciada de las filologías; los estu-dios hispánicos representaban en la estimación pública, lo más bajo del montón. (Así es como él mismo vio con tristeza el orden de cosas en 1940). La «lingüística» era, por otra parte, una ciencia amena, irreversiblemente divorciada de las humanidades.

Aunque N.T. debía mucho a su amistad con Onís (a quien su hija Joa-quina, estudiante de su amigo, recuerda en un conmovedor artículo en 1968), los dos exilados españoles sin duda juzgaban el presente y el futuro de los estudios de las lenguas modernas en el Nuevo Mundo desde perspec-tivas radicalmente diferentes. De Onís aunque orgulloso de lo hecho en el Centro de Madrid (entre otros logros, una soberbia edición de dos viejas co-lecciones de ordenanzas municipales; su último estudio dialectal apareció en el Homenaje a Todd (1930), declaraba enfáticamente que lo que pudo haber sido excelente en la Europa de la pre-guerra, no podía servir de nin-gún propósito válido en la América de 1940, tan diferentemente formada. El animaba a los jóvenes que le consultaban (incluso al que escribe estas lí-neas) a trasladarse a un más apropiado y más realista interés antes de que fuerá demasiado tarde. N.T. no sólamente tenía demasiada edad para la adquisición de nuevas técnicas, tenía además demasiado amor propio para admitir la derrota en este nuevo campo de batalla profesional. El advertía a aquellos pocos jóvenes que se tomaban el trabajo de oír su opinion que re-sistieran la tendencia a la trivialización, y trataba de ayudarles, discreta-mente, de muchas maneras sugestivas.

Aún había otros obstáculos que se interponían en el camino de N.T. Cierta rigidez iba dificultando sus movimientos. En deferencia a las condi-ciones de vida americanas accedió a abreviar su nombre (para evitar el ries-go que invocaban las iniciales T.N.T.?) abandonando su segundo apellido; solicitó la ciudadanía americana. No le fue posible, evidentemente, adquirir suficiente facilidad en el uso del inglés hablado ni tampoco en el inglés es-crito, una limitación que le confinó a círculos no especialmente interesados en lingüística. Además la forma americana de competir en el «accidentado» camino hacia el éxito repelía a su dignidad natural; mientras algunos lin-güístas extranjeros de su generación estaban dispuestos a exhibir cierto «pintoresquismo», en un esfuerzo por retener la atención del auditorio de Estados Unidos, semejante actitud era totalmente ajena a él. Así, cada vez más, se vio empujado a retirarse a su «castillo interior» —como si su tempra-na inmersión en Las Moradas le hubiera preparado para esta postura.

Una tarea que se asignó desde principios de los años cuarenta hasta me-diada la década, fue la de recoger los fragmentos de su tan abrupta e irreme-diablemente rota oeuvre anterior. Ya se han mencionado el Manual de en-

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tonación (1944), Estudios de fonología (I 940),, El español en Puerto Rico (1948) y finalmente los Documentos del Alto Aragón (1957). No todas las opiniones de la crítica fueron favorables; lo que en Madrid pudo haber pa-sado por comprensible o aceptable, p.e. como su completo apartamiento de la fonémica a la americana (en su zénit entonces) parecía rarísimo en el ocupante de una cátedra de Columbia. Además ciertos aspectos importantes de esa naciente disciplina (por ejemplo el contraste entre el análisis sintag-mático y el paradigmático) fueron puestos a un lado en favor de cuestiones de segundo y tercer orden (p.e. la frecuencia del sonido). La conveniencia de publicar la Fonología en inglés (traductor R.D. Abraham: Coral Gables, 1968) me resulta incomprensible.

Entre los haberes de su libro de cuentas estaba el rápido ascenso a una situación prominente del Instituto de Filología de Buenos Aires. Amado Alonso, tal vez el mejor discípulo entre todos los de N.T., revestido de con-siderable poder, tenía ahora la oportunidad de pagar a su maestro no pocos pasados favores y utilizó la oportunidad con acierto. El Vol. 1, No. 1 de la recién aparecida revista trimestral RFH, oportunamente llevaba como pri-mer estudio el elegante artículo de N.T. «El grupo fónico como unidad me-lódica», que marcaba con exactitud la transición de la investigación fonética a la prosódica. Alonso propuso también a su antiguo mentor que preparara para su instituto un cuestionario para ser usado en los viajes de investiga-ción. Lo que tenemos es un mero esqueleto: Cuestionario lingüístico hispa-noamericano, 1: Fonética, morfología, sintaxis (B.A. 1943, 1945; impreso por Con¡). La razón exacta de la interrupción del proyecto no ha sido nunca dada; tal vez N.T. mismo se dio cuenta de que no era la persona adecuada para hacer la segunda parte léxico-etimológica. Este era casi por definición un proyecto intencionalmente modesto, que a pesar de todo resultó ser útil para aquellos autodidactas semieruditos pero con buenos deseos como Víc-tor M. Suárez en el sur de México; véase mi opinión de su libro El español que se habla en Yucatán (Mérida, 1945) en HR, XVI (1948), 175-183. Es irónico que Suárez no hiciera viajes de investigación ni produjera mapas.

N.T. hizo un tenaz esfuerzo para montar una segunda escuela en su nuevo centro de operaciones, pero se encontró con serias dificultades, a pe-sar de la estimación general de que disfrutaba. En primer lugar el ambiente en Madrid no había sido como el de Manhattan; segundo, los años cuarenta no eran de ninguna manera una continuación de los veinte; y en tercer lu-gar, la clase de gentes que encontraba ahora tenían ambiciones completa-mente diferentes de las de sus anteriores discípulos. No hay necesidad de ser más explícito en estos tres puntos. Para los lectores de esta revista, Oliver T. Myers será el miembro mejor conocido de esta segunda «cosecha>) (véase su interés en Juan del Enzina); al sur de nuestras fronteras, L. Flórez (Bogotá) desarrolló y transmitió a su equipo muchas de las técnicas que él había aprendido deN.T.

N.T. continuó siendo un firme creyente en el valor, intrínseco de una descripción objetiva de fenómenos aislados, por sí misma, y sin preocupa-ciones excesivas por teorías básicas de cimentación o de construcción. (En

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esta creencia coincidía con el notable erudito americano S. Griswold Mor-ley, cuyo discurso presidencial del MLA se titulaba, típicamente: «The Dig-nity of Factus»). En la época del resurgimiento de la Edad del Estructuralis-mo los investigadores más jóvenes se negaban a apoyar esta creencia, que para ellos tenía mucho de ingenua.

Otra dimensión un tanto desconcertante del idearium de N.T. era su creencia de que la ordenada recolección de datos nunca pierde su valor; él, evidentemente, no contaba con el elemento de oportunidad ni con el des-gaste del interés, y no concedía importancia a las modas y períodos de indi-ferencia en el mundo de la investigación. Mostrándome una vez los mapas de su precioso Atlas Lingüístico, los comparaba, sonriendo, con el vino, porque adquirían mejor solera guardados en la bodega por tiempo indefini-do. Desgraciadamente esta manera de ver la situación resultó ser incorrecta. Poco después el interés público y académico en la geografia dialectal des-cendió rápidamente al mismo tiempo que el costo de los libros con material cartográfico subió drásticamente. Con la ayuda de su fiel y antiguo ayudan-te, el antes mencionado M. Sanchis Guarner, apareció por fin, una modesta edición de un volumen —lejos de lo que en otro tiempo podría haberse espe-rado a juzgar por anteriores ejemplos— del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (= ALPI). Hasta por este modesto acomodo N.T. recibió un mínimo de crédito; sin desalentarse, publicó un par de excelentes artículos dedicados a mostrar las posibilidades de esta clase de planteamiento —en la vena des-criptiva, como es de suponer, (p.e. Geografía peninsular de la palabra «agu-ja» RPh, XVII: 2/1963/,285-300).

Hacia el final de su segunda carrera en la enseñanza, y durante largos años de retiro en Northampton, Mass. (donde se reunió con su hija Joaqui-na, miembro de la facultad de Smith College desde 1943), N.T. solía escribir artículos sólamente de tiempo en tiempo y en ocasiones especiales, p.e. homenajes y conmemoraciones en honor de los amigos (así se podría clasifi-car el «Prólogo» de su mano presentando La pronunciación del español en América [1962] de D. L. Canfleld, o el anterior y más extenso, el «Estudio preliminar» anunciando la edición de José Rojas Garcidueñas [México: El Colegio de México, 19501 de la obra pionera de Mateo Alemán Ortografía castellana [1609]. En cuanto a obsequios ofrecidos en ocasiones especiales, la longevidad de N.T. —y, afortunadamente, constante agilidad mental y lu-cidez—hacían de él la selección lógica para trabajos conmemorativos en ho-nor no sólamente de aquellos más viejos que él, sino también de ciertos an-tiguos discípulos; así las «Notas fonológicas sobre Lope de Vega» que com-puso para La miscelánea filológica en memoria de A. Alonso = Archivo, IV (Oviedo, 1954). Estaba igualmente dispuesto a honrar a sus colegas america-nos (Los versos de Sor Juana», RPh, VII:I (1953), 44-50 = S. Griswold Morley Testimonial), todo lo cual puede hacer que algunos lectores se pre-gunten por qué no apareció durante su vida un Homenaje así en honor del mismo N.T. Yo sé bien que se le presentaron a N.T. varias de estas ofertas, (dos, por lo menos, hace muchos años, sin resultado) y que siempre decidió excusarse.

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Con tanto tiempo ganado evitando toda dispersión de energía, N.T. pudo en su madurez, encontrar furzas para producir un libro más de impor -tancia, Métrica española; reseña histórica descriptiva (Syracuse UP, 1950) cuya aparición señaló nuestra revista con un denso artículo-reseña. (Pierre Le Gentil, «Discussions sur la versification espagnole médiévale ... », XII:I, 1-32). El libro, compuesto sin prisa, representa el intento más fuerte del au-tor en el estudio de la antigua cultura española. Juntamente con sus satélites y secuelas: Arte del verso (México, Cía. de Ediciones, 1959) Repertorio de estrofas españolas (N.Y. Las Américas, 1968) y Los poetas en sus versos: desde Jorge Manrique a García Lorca (Barcelona / Esplugues de Llobregat: Ariel, 1973), demuestra cómo en sus últimos años Tomás Navarro Tomás logra la largamente buscada reconciliación entre sus tendencias estéticas y lingüísticas. Y tuvo en la vejez dos consuelos más, o premios a su estoicis-mo: Vivió lo bastante para presenciar el colapso de la dictadura a la que se había opuesto desde el principio, y la mayoría de los libros que había escri-to en el exilio los vio reincorporados al mercado librero español. De veras que, como hombre que había puesto por encima del talento la dignidad, sa-lió de la empresa con una hoja de servicios extraordinariamente limpia. [Y.M.]

Postdata (Noviembre de 1980)

Con la ayuda de Joaquina Navarro, que me llega poco después de haber completado la memoria anterior, me entero de la existencia de otras dos ne-crologías que deben colocarse entre las más penetrantes de las publicadas hasta el momento, la contribución de Rafael Lapesa en ínsula, Ener. 1980 (n o . 395), p3, en un ensayo necrológico ejecutado en la aceptada vena de eu-logía, pero contiene ciertos detalles de información no fáciles de obtener le-jos de Madrid, p.e. sobre los extensos estudios de T.N. en el extranjero, c. 1910 (con Rousselot y Grammont en Francia, con Gauchet en Suiza, con Vitor, Sievers y Panconcelli-Calzia en Alemania); sobre el traslado de los materiales del Atlas a España después de 1950; sobre el Archivo de la Pala-bra en Madrid (fundado por N.T. que contiene lecturas en cintas magneto-fónicas hechas por muchos escritores principales españoles; y sobre sus pri-meras investigaciones sobre el tono, publicadas en España en tiempos de la Guerra Civil (en la casi olvidada revista Madrid). El ensayo, con el subtítulo de «Vida y obra de un noble varón», ofrece también un ingenuo retrato a pluma de T.N. en edad avanzada (1973) y la anima una fotografía tomada en Middlebury College en Vermont (donde solía enseñar en el verano), en compañía de A. Alonso, X. Fernández, R. Lapesa y P. Salinas.

Un ensayo más detallado y menos convencional de A. Zamora Vicente (BRAE, LIX: 218 [sept.-dic. 19791, pp. 413-431, acompañado de una foto-grafia de la cabeza de un N.T. ya entrado en años, proporciona una visión del aprendizaje del futuro maestro en el humilde instituto de Albacete (al

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que Menéndez Pida¡ asistió también por breve tiempo), después en la Uni-versidad de Valencia; menciona al paso de algunos escritos poco conocidos M antiguo maestro del autor de la necrología (p.e. el Catálogo de los docu-memos de la sección del clero, que T.N. compiló para el Archivo Histórico Nacional), y ciertos resultados de sus investigaciones en el Caribe (sobre la lengua criolla de Curaçao, 1953, véase más adelante sobre el dialecto de Santo Domingo, 1956) y añade, con la ventaja de haber sido testigo presen-cial, la descripción de un T.N. cogido en el torbellino de la Guerra Civil.

Permítaseme añadir que, aunque para la mayoría de los dialectólogos formados en España, T.N. incluso después de su irrevocable marcha para el Nuevo Mundo, continuó siendo una especie de «guro», se han oído algunas voces críticas de su tipo de investigación, ya en su país o de compatriotas es-tablecidos en el extranjero (D. Catalán, M. Torreblanca).

Mis propias referencias a sus publicaciones, aunque reducidas a una se-lección, podrían haber mencionado sus «Observaciones sobre el papiamen-to», NRFH, VII (1951), 183-189, dada la yoga actual de los estudios de len-guas exóticas y lenguas criollas; y del lado vasco, haber elegido los dos pre-cedentes de la monografía de 1925, es decir una nota de seis páginas (35-40) en el Curso de lingüística publicado por la Sociedad de Estudios Vascos en 1921, y la ponencia presentada en el Tercer Congreso de Estudios Vascos (San Sebastián, 1923) pp. 54f. A lo largo de la línea de batalla de la unión o la mezcla de literatura y lingüística, la contribución de T.N. al FS en honor de A. Rosenblat (Caracas, 1974) ha sido resumida por W.W. Megenney en una breve reseña de la miscelánea (Lang.. LIII [1977], 497): «Nos explica cómo Benito Pérez Galdós en Fortunata y Jacinta pudo sugerir varias for-mas de entonación en la lengua de los personajes dándoles ciertos rasgos de personalidad - que al ser combinados hábilmente con cambios descriptivos permiten al lector «oir» los elementos musicales de los rasgos de la entona-ción particular de cada persona».

No se debe olvidar, finalmente, el legado de T.N. al gremio de la geo-grafía dialectal en todo el mundo: Capítulos de geogra Ha lingüística de la Península Ibérica (Bogotá, 1975). El volumen de doscientas páginas, acom-pañado de mapas, contiene además de la reimpresión de siete artículos que abarcan casi cuarenta años (1933-71), unas páginas introductorias relatando las vicisitudes del ALPI.

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ESCRITOS FIRMADOS EDITADOS EN ESPAÑA

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TITULO. MAÑANA, HOMENAJE A LA MEMORIA DE DON TOMAS NAVA-RRO TOMAS.

AUTOR. FRANCISCO CEBRIAN. Corresponsal.

PUBLICACION. LA VOZ DE ALBACETE.

FECHA. VIERNES, 28 DE SEPTIEMBRE DE 1979, LA RODA.

CIUDAD. ALBACETE.

PAIS. ESPAÑA.

AÑORABA MUCHO A ESPAÑA, PERO LO DELICADO DE SU SALUD NO SE ATREVIO A VENIR.

AUNQUE NO ERA POLITICO, SE INTERESO POR LOS ACONTECIMIENTOS DEL CAMBIO.

Roque Navarro Moraté es uno de los sobrinos que desde La Roda cuen-ta, sobre todo, lo impresionado que quedó al conocerlo por primera vez aquel viaje que realizó en compañía de su primo Roque Andrés Navarro y del entonces alcalde de La Roda, Eduardo Grande Puertas, viaje que hicie-ran en octubre de 1974 para entregarle un libro de oro con infinidad de fir -mas de sus paisanos y amigos.

—El encuentro fue muy emocionante— me dice Roque, él no sabía el motivo del viaje hasta que nosotros después del saludo familiar se lo diji-mos: además dentro del libro iba un extenso reportaje en colór de lo que es por dentro y por fuera el Colegio Nacional que lleva su nombre. Esto lo emocionó mucho, sobre todo pensar que los niños de La Roda supieran de él. Para todos ellos nos dio el siguiente mensaje: «Para conseguir un escalón

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en la vida debe ser con honestidad y trabajo», conforme él había procurado actuar siemre.

—Se interesó por el puelo?. —Sí, naturalmente, se interesó por la situación actual del pueblo y sobre

todo quiso saber de las mejoras sociales. También si estaba cubierta la ense-ñanza. También, por ejemplo dijo al recibir el libro, que era el homenaje que más estimaba de todos cuantos había recibido en su larga carrera. Año-raba mucho a España, su patria, pero dada su delicada salud así como la de su esposa, le acobardó siempre el hacer ese viaje tan largo. Aún cuando no era político, mostró mucho interés, después del viaje y luego por correspon-dencia, del cambio experimentado y los acontecimientos posteriores. Era un nostálgico de su tierra y yo diría un exagerado amante de la naturaleza.

Bien merecido, este homenaje popular que le rendirá mañana el pueblo de La Roda, su pueblo natal donde siempre se le ha recordado y se le recor-dará con cariño y a la vez con el mayor respeto.

INTERVENCIONES EN EL HOMENAJE DE ESTA TARDE A TOMAS NAVARRO TOMAS

En el homenaje que esta tarde a las 8,30, en el Colegio Nacional Tomás Navarro Tomás se rendirá al ilustre filólogo y académico recientemente fa-llecido en Estados Unidos tienen anunciadas sus intervenciones don Alonso Zamora Vicente, secretario perpetuo de la Real Academia de la Lengua; don Diego Cola Palao, delegado provincial de Educación y Ciencia; don Juan José García Carbonell, delegado provincial de Cultura; don Francisco Fuster Ruiz, director del Archivo Provincial; don Demetrio Nalda Domín-guez, catedrático, y don Teudiselo Chacón Berruga, doctor en filología.

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TITULO. ANOCHE, EN LA RODA EMOTIVO HOMENAJE POSTU- MO EN MEMORIA DE TOMAS NAVARRO TOMAS.

AUTOR. FRANCISCO CEBRIAN. Corresponsal.

PUBLICACION. LA VOZ DE ALBACETE.

FECHA. DOMINGO, 30 DE SEPTIEMBRE DE 1979. LA RODA.

CIUDAD. ALBACETE.

PAIS. ESPAÑA.

LA RODA. (Corresponsal, Francisco Cebrián).— De auténtica emotivi-dad ha sido la tónica de la velada homenaje que se ha dedicado al insigne rodense don Tomás Navarro Tomás, fallecido recientemente, a la que se han asociado amplias representaciones de la intelectualidad provincial, así como de otros numerosos puntos de España.

El acto se ha celebrado en el salón del Colegio que lleva el nombre del ilustre filólogo, Académico de la Española de la Lengua, completamente abarrotado de público, entre el que figuraban el parlamentario don José Luis Moreno y el concejal del Ayuntamiento de Albacete en representación del Alcalde, señor López Ariza.

En la presidencia tomaron asiento con las diversas personalidades que iban a intervenir, el gobernador civil de la provincia, don Juan José Barco y la alcaldesa de La Roda, doña Amparo Roldán.

ADHESIONES El acto se inició con la lectura por el concejal de Cultura del Ayunta-

miento de La Roda, don Angel Escribano Tébar de la numerosas adhesiones

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recibidas entre las que destacan las del parlamentario don Francisco Ruiz Risueño, del presidente de la Casa de la Mancha, en Madrid, don José Ló-pez Martínez, del gobernador civil de Ciudad Real, don Ramón Bello Ba-ñón, de un sobrino del homenajeado, don Tomás López Navarro, de la pre-sidenta de la Comisión de Cultura del Congreso doña María Teresa Revilla, y del Ministro de Cultura, don Manuel Clavero Arévalo.

INTERVENCIONES En primer lugar, la alcaldesa de La Roda pronunció unas palabras para

saludar a los asistentes, agradeciendo su presencia en el emotivo acto, con el que se quería honrar la memoria de tan insigne hijo de la localidad.

Posteriormente intervino el Delegado provincial de Educación y Cien-cia, don Diego Cola Palao, don Francisco Fuster Ruiz, director del Archivo Provincial, don Teudíselo Chacón Berruga, doctor en Filología y don De-metrio Nalda Domínguez, miembro de la Real Academia Hispanoamerica-na, todos ellos resaltando la personalidad y la obra del homenajeado autén-tica gloria nacional.

Seguidamente hizo uso de la palabra el delegado provincial de Cultura, don Juan José García Carbonell quien de manera emotiva recordó al ilustre científico, glosando tanto sus virtudes humanas, su sencillez, su bondad como las profesionales que le llevaron a un alto y ejemplar magisterio.

ACADEMICO DE PLENO DERECHO Y, como final, el secretario perpetuo de la Real Academia de la Lengua

Española, don Alonso Zamora Vicente, expresó su satisfacción por ostentar la representación de los académicos españoles y el honor de glosar la perso-nalidad de don Tomás Navarro, «que ha muerto —dijo— como académico de pleno derecho». Tuvo frases de admiración para el ilustre rodense desapare-cido, recordando anécdotas sobre su gran personalidad humana y científica.

Todos los oradores fueron largamente aplaudidos.

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TITULO. HOMENAJE POSTUMO A TOMAS NAVARRO TOMAS.

AUTOR. AMALIO DONATE. Corresponsal.

PUBLICACION. LA VERDAD.

FECHA. 30 DE SEPTIEMBRE DE 1979.

CIUDAD. ALBACETE.

PAIS. ESPAÑA.

LA RODA HONRO A SU HIJO MAS ILUSTRE.

Como se había venido anunciando, se ha celebrado con gran éxito la velada homenaje organizada por el Ayuntamiento en honor a don Tomás Navarro Tomás, rodense universal y famoso filólogo, recientemente falleci-do en EE.UU.

El acto tuvo lugar en el instituto «Dr. Alarcón Santón», y participaron en él conocidas personalidades de las letras, entre los que cabe destacar al secretario perpetuo de la Real Academia de la Lengua Española, don Alon-so Zamora Vicente.

Se abrió la velada con unas breves palabras del delegado provincial de Educación y Ciencia, don Diego Cola Palau, para ocupar seguidamente el estrado de oradores el director del archivo provincial, don Francisco Fuster Ruiz, quien glosó la figura egregia del extinto en su dimensión de bibliote-cario y compañero de carrera, recordando al efecto que don Tomás fue en los años treinta Director general de Archivos y Bibliotecas. Evocó el nom-bramiento de Miembro de Honor del Instituto de Estudios Albacetenses, distinción que el ilustre filólogo agradeció vivamente en una de sus misivas, a don Teudíselo Chacón Berruga, doctor en filología y autor de una tesis

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doctoral sobre el habla popular de La Roda dedicada al maestro fallecido analizó la obra de don Tomás Navarro y destacó sus aportaciones en el campo de la fonética. También dijo haber mantenido afectuosamente co-rrespondencia con el sabio rodense.

A continuación intervino el eminente catedrático y amigo íntimo del fi-lólogo don Demetrio Nalda Domínguez, quien con emocionado talante, re-cordó numerosas anécdotas de la vida y obra del homenajeado descubriendo aspectos inéditos del mayor interés para el auditorio.

Ocupa el estrado don Juan José García Carboneil, Delegado Provincial de Cultura. Dirigió un saludo personalizado a los presentes congratulándose y recordó emotivamente la infancia y primeros pasos por las letras del niño Tomás, pasando a destacar la figura humana del paisano universal que, honrándole su pueblo, quedaba asimismo honrado.

Finalmente, y cerrando el bello acto, intervino don Alonso Zamora Vi-cente en representación de los académicos de la lengua, que le envían a La Roda a recordar las virtudes personales y magna obra científica del gran maestro desaparecido. Citó, con su elegancia característica, algunos porme-nores de un viaje y visita a don Tomás en el exilio en Estados Unidos, en compañía de su esposa, y recordó que la Academia resistió determinadas presiones para sustituir a nuestro ilustre académico de su sillón en un inten-to de ignorarle. Su precisión en el dato sobre la vida y la obra del amigo y compañero y su finura y maestría expositiva le atrajeron sobre si una gran ovación, queriendo así premiar el público al orador y el memorable recuer-do de don Tomás Navarro Tomás.

Todos los oradores fueron largamente aplaudidos por el público que llenaba el salón de actos del instituto.

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TITULO. CULTURA. EL TEMA DE LA SEMANA. TOMAS NAVARRO TOMAS: UNA FIGURA HISTORICA DE LA LINGÜISTICA ESPAÑOLA.

AUTOR. J. R.

PUBLICACION. EL EUROPEO.

FECHA. 27 DE SEPTIEMBRE DE 1979.

CIUDAD. MADRID.

PAIS. ESPAÑA.

A los noventa y cinco años de edad ha muerto en Estados Unidos una de las grandes figuras de la lingüística española del siglo XX: Tomás Nava-rro Tomás. Nacido en La Roda (Albacete) en 1884, discípulo de Miguel Asín Palacios y de Ramón Menéndez Pida¡, Tomás Navarro Tomás ha sido el padre de la moderna fonética española y la figura más destacada en este terreno de la lingüística castellana.

La filología española acaba de perder a una de sus máximas figuras in-vestigadoras. Con una reputación extraordinaria a nivel internacional, Na-varro Tomás ha llevado a cabo una profunda labor de estudio y extracción de raíces de la esencia de la lengua española. Licenciado en Filosofia y Le-tras por la Universidad de Valencia, se doctoró un 1907 en la de Madrid, y ya desde entonces centró su atención en el estudio de la filología hispánica bajo la dirección de Asín Palacios, primero, el gran arabista, y Menéndez Pida¡, después, a los que siempre consideró como sus maestros. Junto a Américo Castro y Amando Alonso formó el trío que recabó la atención in-vestigadora histórica sobre la lengua española. De 1918 data nada menos su

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«Manual de Pronunciación Española», texto modelo que se sigue utilizando en las universidades españolas y extranjeras, traducido a todas las lenguas europeas y reeditado innumerables veces. La colección de Clásicos Castella-nos fue inaugurada por él con un estudio sobre «Las Moradas» de Santa Te-resa de Jesús, acompañada de una edición crítica. Estudioso y conocedor de los clásicos, supo aplicar los conocimientos de la evolución de la lengua es-crita a los procesos más evolucionados de la lengua hablada. Se interesó por la enseñanza del idioma a los sordomudos (ahí están sus trabajos y mono-grafías sobre Ponce de León, Ramírez de-Carrión y Juan Pablo Bonet, pio-neros de la enseñanza del lenguaje a los sordomudos) y su «Manual de En-tonación» sigue siendo pieza indispensable de la misma. De 1912 a 1914 es-tuvo en Francia, Suizay Alemania, becado oficialmente para realizar estu-dios de fonética y geografía lingüística; tras su vuelta a España volvió a salir al extranjero en los años veinte, estando en los Estados Unidos entre 1925 y 1928, enseñando en las universidades de Stanford y Columbia y dando con-ferencias por doce universidades americanas más, aparte de Puerto Rico.

Catedrático de Fonética de la Universidad Central de Madrid en 1930, empezó por aquel entonces la elaboración de lo que habría de ser su obra magna y todavía incompleta «Atlas Lingüístico de la Península Ibérica»; bajo la dirección de Menéndez Pida¡, la obra ha continuado hasta nuestros días y aún no ha concluido. Con todo, es la más ambiciosa muestra de la lengua española en lo que va de siglo. En 1934, Navarro Tomás fue elegido miembro de la Academia de la Lengua, cubriendo la vacante del doctor Cortez.

Su concepción pluralista y totalizante de la realidad lingüística ibérica le llevó a interesarse mucho desde joven por las lenguas autóctonas; estudios sobre el euskera, el catalán, el gallego... Su discurso de ingreso en la Acade-mia versó sobre «El Acento Castellano», en relación con el vascuence, el ca-talán y el gallego. Fue nombrado poco después director de la Biblioteca Na-cional, justo poco antes del estallido de la guerra civil.

Con la guerra, Navarro Tomás se muestra leal a la legalidad republica-na y permanece en Madrid. Marcha a Valencia en 1937 a trabajar con Al-berti en «Hora de España», y a seguir publicando trabajos de investigación filológica, en unos momentos en que la situación del país no favorecía pre-cisamente esta labor.

Tras la derrota; Navarro Tomás pasó a Francia, donde, logró, junto con Corpus Barga, una pensión para Antonio Machado del Gobierno republica-no, ayuda que llegaría demasiado tarde, ya que Machado moría en Colliure a finales de febrero de 1939.

Su labor más fecunda la produjo Navarro Tomás en el exilio. Marchó a Estados Unidos a fines de 1939 y durante largo tiempo trabajó para la Uni-versidad de Columbia, en Nueva York. Posteriormente comenzó un largo recorrido itinerante por la mayor parte de las universidades americanas del norte, publicando infinidad de artículos y obras de investigación («Guía de la Pronunciación española», «Arte del verso», «Métrica Española», «Estu-dios sobre Fonología Española», etc) hasta su muerte.

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Que su labor y su huella sean ejemplo para los actuales investigadores de la fonética y la lingüística española, en un momento en que nuestra len-gua disfruta de una expansión cultural y una influencia internacional de primer orden.

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TITULO. TOMAS NAVARRO TOMAS, LINGÜISTA. (1884-1979).

AUTOR. JOAQUIN ROY.

PUBLICACION. EL LIBRO ESPAÑOL. Pág., 564, n° 263. Tomo XXII.

FECHA. NOVIEMBRE, 1979.

CIUDAD. MADRID.

PAIS. ESPAÑA.

Lejos de España falleció Tomás Navarro Tomás. La noticia no tendría la menor importancia, si se la considerara como una más en el panorama necrológico de las letras españolas. Reúne, sin embargo, una relevancia es-pecial, si consideramos que con su desaparición se ha esfumado también un capítulo fundamental del pensamiento lingüístico español. Con. Navarro Tomás ha muerto también un reducto importante de la escuela de Menén-dez Pida¡. Ha perecido un posible puente con las demás corrientes de inves-tigación a las que España llegaba siempre tarde o a destiempo.

Nacido en Roda de la Mancha en 1884, apenas contaba veinte años ya había comenzado a publicar artículos eruditos sobre la historia de la lengua y su estructura interna, y las diferencias dialectales: «El perfecto de los ver-bos en -ar en aragonés antiguo» (191 1) ((La articulación sobre el vascuence de Guernica» (1923), «Siete vocales del español», «Cantidad de las vocales acentuadas e inacentuadas» (1910), «Palabras sin acento» (1925), ((La fron-tera del andaluz» (1933), «Análisis fonético del valenciano literario» (1934). En 1935 ingresaba en la Academia de la Lengua con un trabajo titulado «El Acento Castellano». Artigas Fernando, al responder a sus palabras y darle la bienvenida a la institución madrileña, resumía la labor de Navarro Tomás

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de la siguiente manera: «Todo este trabajo va encaminado a una elabora-ción idealista e interpretativa de la fonética española del lenguaje español de específico y deferencia¡, a investigar sus causas, a declarar lo que significan estos rasgos y estas diferencias en la manera de hablar de España frente a las otras lenguas románicas, y dentro de España entre las diversas agrupaciones que desde los tiempos anteriores a la historia la pueblan» (Navarro había expresado en un lenguaje literario lo que él sabía bien que tenía una base es-trictamente científica). Para él «una lengua viva es como un instrumento 5Q-

noro con un carácter acústico determinado. Según la destreza e inspiración del ejecutante, el instrumento podrá sonar con mayor o menor soltura, flui-dez y facilidad, pero siempre con su propio timbre». El nuevo académico ya había comenzado a traspasar la barrera impresionista de sus predecesores y había enfrentado el estudio del mundo de los sonidos con una rigurosidad poco común. Por eso decía su apoderado en la Academia: «A la luz de estas investigaciones, arduas y dificiles, practicadas con el rigor de sus métodos modernos, deja de ser una curiosidad experimental fisiológica o pedagógica para alcanzar rango y categoría entre las ciencias del espíritu».

Tomás Navarro Tomás había llegado a ser unos de los discípulos predi-lectos de Menéndez Pida¡ y se había convertido tempranamente en el direc-tor del Laboratorio de Fonética Experimental luego de haber iniciado los estudios de Filosofia y Letras en Valencia y más tarde doctorarse en Madrid. Sin embargo, tal como sentía su maestro, lingüística y literatura iban de la mano, y sus primeros libros siguieron la trayectoria filológica y de comenta-rio literario: Garcilaso de la Vega (1924) y Las Moradas (1933), texto clásico sobre la obra de Santa Teresa. La afección hacia los postulados de Menén-dez Pidal —Historia, literatura, lengua. España— se unían al refrendo de la tradición liberal del Centro de Estudios Históricos y otras aventuras cultura-les.

Navarro Tomás y tantos investigadores españoles iniciarían el destierro y España se quedaba huérfana de tantas posibilidades de investigación. Casi como una premonición, Artigas le había dicho en 1935: «Si en España hu-biere existido entonces un ambiente científico adecuado para consagrarse exclusivamente a labores de investigación...». Había salido de España por primera vez en 1912 con una beca de estudios que lo llevó a Francia y Ale-mania, de donde regresó con nuevos ímpetus. En 1939 el viaje era definiti-vo. España (destruida, empobrecida y retrasada con respecto al resto de Eu-ropa) se permitía el lujo de ver alejarse de ella a sus mentes más preclaras. América recibía, frotándose las manos, este regalo caído del cielo. Los Esta-dos Unidos, en su imperialismo de talante pacífico, serían los últimos bene-ficiados. Amado Alonso, Corominas, Américo Castro, Salinas, uno a uno, todos irían recalando en las universidades norteamericanas, que les brinda-ban en pleno apogeo el ambiente cultural necesario.

Tomás Navarro Tomás fue, directa o indirectamente, el maestro de por lo menos dos generaciones de filólogos, ligüistas o profesores de lengua nor -teamericanos que se formaron en las universidades de los Estados Unidos desde el final de la guerra civil española. Como profesor o conferenciante de

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paso, el lingüista español esparció sus enseñanzas en Stanford, Nueva York, Harvard, la Universidad de Illinois en Urbana y la de Wisconsin, además, naturalmente, de la de Puerto Rico, donde desveló los misterios de su pecu-liar fonética, trabajos que siguen siendo clásicos y lectura obligada de todo estudiante en la rama de lingüística hispana. En 1935 ya había publicado el «cuestionario lingüístico hispanoamericano» y, tras el exilio, los libros clási-cos se sucedieron: El Español de Puerto Rico (1948), Estudios de Fonología Española (1946), Métrica Española (1956) y, sobre todo, el lúcido y didácti-co volumen titulado Manual de Pronunciación Española (1957), que toda-vía se usa en la actualidad en numerosos cursos de fonética para hablantes de inglés y que se cita continuamente en los más avanzados estudios de lin-güística, aplicando las teorías de las últimas escuelas, incluida la generativo-transformacional.

¿Por qué esta vigencia? Porque Navarro no se quedó atrapado en la pura investigación diacrónica de su maestro. Al igual que Amado Alonso llegó desgraciadamente tarde al desarrollo de las últimas tendencias lingüís-ticas, pero en sus últimas publicaciones está el germen de las investigaciones articulosas, que han resultado la base necesaria para fabricar el componente fonológico de los estudios chomskianos. Navarro Tomás constituye, por lo tanto, ese puente entre la lingüística histórica del XIX, que llegó a España tarde con Menéndez Pida¡, y el estructuralismo del XX, que en Europa dio un De Saussure y en los Estados Unidos un Bloomfield. Desgraciadamente, mientras los centros universitarios de los Estados Unidos se beneficiaban casi gratuitamente de este cerebro, la universidad española debía estudiarlo a distancia.

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TITULO. NAVARRO TOMAS. VIDA Y OBRA DE UN NOBLE VARON.

AUTOR. RAFAEL LAPESA.

PUBLICACION. INSULA.

FECHA. ENERO 1980, n° 395-P. 3.

CIUDAD. MADRID.

PAIS. ESPAÑA.

Conocí a Navarro Tomás en el otoño de 1927, cuando entré como be-cario en el Centro de Estudios Históricos. Yo no había cumplido aún los veinte años; don Tomás, a los cuarenta y tres, era uno de los maestros con-sagrados. Infundía a la vez respeto y confianza. Hablaba reposadamente, con voz grave y sonora como de órgano o violonchelo. Su dicción perfecta no era artificial: no había tenido que ajustarse a normas, sino que espontá-neamente había servido de modelo para trazarlas. Sus palabras eran dignas y comedidas: no le oí proferir ninguna malsonante, chocarrera ni descom-puesta; sus juicios eran ponderados. Sin embargo, en el varón prudente ha-bía también un hombre resuelto: una vez tomada una decisión, la llevaba hasta sus últimas consecuencias. Tuvo firmeza de roble; se mantuvo fiel a sus convicciones a la línea de conducta que se había trazado, sin debilidades ni condescendencias. En 1939 salió de España en compañía de Antonio Machado. No volvió a pesar de su intensa nostalgia, que apenas dejaba tras-lucir en las conversaciones; aquella contención hacía pensar en los versos, que él había editado, de Garcilaso en exilio:

No es necesario agora hablar más sin provecho, que es mi necesidad muy apretada...

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Lo vi repetidamente en mis visitas a los Estados Unidos, a partir de 1948; la última vez en mayo de 1973, en su casa de Northampton. Casi no-nagenario, se movía con dificultad, y la mano le temblaba al escribir; pero seguía siendo el mismo, dueño de sí, con afectuosidad más cálida que expre-sa en palabras.

Don Tomás Navarro Tomás fue uno de los primeros discípulos gana-dos por Menéndez Pida¡ para formar parte de su escuela filológica. Trabajó primero en la transcripción de crónicas y documentos medievales. De esos años son sus artículos más antiguos (1908-1909) referentes a las hablas ara-gonesas de los valles pirenaicos; y también la colección de Documentos Lin-güísticos del Alto Aragón que le publicó en 1957 la Universidad norteame-ricana de Syracusa y que son repertorio indispensable para conocer la histo-ria del dialecto aragonés. Fundado en 1910 el Centro de Estudios Históri-cos, Navarro Tomás eligió como campo de sus investigaciones la fonética y la dialectología. Una pensión de la Junta para Ampliación de Estudios le permitió conocer directamente las tendencias y métodos seguidos por Rous-selot y Grammont en Francia, Gauchat en Suiza, Vitor, Sievers y Pancon-celli-Calzia en Alemania. A la vuelta inició en el centro trabajos de un labo-ratorio de fonética, en los que muy pronto intervino bajo su magisterio don Samuel Gil¡ Gaya, y en los que después hizo su aprendizaje Amado Alonso. Navarro se lanzó al análisis de nuestra fonética con una serie de estudios so-bre la articulación y cantidad de vocales y consonantes, así como sobre la tonicidad de las palabras. Condensación de ellos fue el Manual de Pronun-ciación Española, que ya en su edición príncipe (1918) ofrecía la novedad de un primer análisis de nuestra entonación. El Manual, hecho con sólida base científica, ha sido y sigue siendo fundamental para cuantos enseñan y estudian la lengua española; su difusión y prestigio han contribuido en gran medida a que muchas universidades europeas y norteamericanas enseñaran nuestro idioma según la pronunciación normal de España. A defenderla de-dicó en 1930, recientes las primeras películas sonoras, el folleto El Idioma Español en el Cine Parlante.

Una de las empresas que Menéndez Pidal había considerado indispen-sables al proyectar el Centro de Estudios Históricos era la de un Atlas Lin-güístico de la Península Ibérica. Entonces estaba en marcha el Atlas Lin-guistique de la France de Gilliéron y Edmont; había aparecido alguno de Rumania y empezaba a esbozarse el de Italia. La tarea era ingente: suponía recoger sobre el terreno, en una red formada por varios centenares de pun-tos, las hablas locales, con atención a la fonética, a las peculiaridades mor-fológicas y sintácticas, al léxico y a la vida material, costumbres, etc., de cada lugar. Puesto al frente de la empresa, Navarro Tomás trazó las directri-ces, señaló los quinientos veintitantos puntos que habían que visitarse, ela-boró los cuestionarios y formó un equipo de encuestadores. La exploración se inició hacia 1931 y en 1936 estaba ya muy avanzada. Fruto de ella fueron artículos y libros de Navarro y sus colaboradores sobre la frontera del anda-luz, los arcaísmos dialectales de Salamanca y Extremadura y sobre el valen-ciano literario. La guerra civil interrumpió las tareas, y para que los mate-

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Middlebury College (Vermont), 8 de agosto 1948. De izquierda a derecha: Navarro Tomás, Amado Alonso, Rafael Lapesa y Pedro Salinas.

Detrás el profesor Fernández

riales reunidos no corriesen peligro, don Tomás los depositó en la Columbia University neoyorquina hasta que pudieran utilizarse en España. En 1950 me puse al habla con quien regentaba las publicaciones del Consejo Supe-rior de Investigaciones Científicas, organismo que se hizo cargo de los mate-riales con el compromiso de acabar y editar el ATLAS. Los antiguos cola-boradores reanudaron el trabajo, exploraron las zonas no encuestadas y, en 1962, apareció el primer volumen, que comprendía 80 mapas. Primero y único hasta ahora, pues no ha tenido continuación, a pesar de ser un testi-monio insustituible del estado en que se hallaban las hablas de la mayor parte de España antes que las alterasen o barriesen la guerra civil, la moder-nización de las técnicas agrarias, el creciente abandono del campo y la in-fluencia de los grandes medios de comunicación.

Las publicaciones de Navarro Tomás anteriores a 1936 incluyen estu-dios sobre Ramírez de Carrión y Bonet, los tratadistas del «arte de enseñar a hablar» a los mudos en nuestro Siglo de Oro. Así inició la investigación so-bre las descripciones fonéticas del XVI y XVII, que habían de ser tema cen-tral en la obra de Amado Alonso. Inauguró la colección de Clásicos Caste-llanos. editando Las Moradas de Santa Teresa; también publicó allí, con va-lioso prólogo y notas, las obras de Garcilaso.

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Ya en los años de la República organizó en el Centro de Estudios His-tóricos el Archivo de la Palabra, a fin de registrar el habla viva de las distin-tas regiones y capas sociales, la canción tradicional y la voz de personalida-des relevantes. Eran tiempos anteriores al magnetófono. Gracias a las matri-ces grabadas entonces podemos oír ahora lecturas hechas de sus propias obras por Caja!, Menéndez Pidal, Unamuno, Valle-Inclán, Baroja, Azorín, Juan Ramón Jiménez y Ortega y Gasset, entre otros.

Siendo muy joven, don Tomás había ingresado en el Cuerpo Facultati-vo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos.-Su activa labor en el Archi-vo Histórico Nacional no le impidió ejercer funciones docentes en el Cen-tro, en varias universidades norteamericanas y en la de Puerto Rico. Desde 1930 dio en la de Madrid cursos de Fonética y Dialectología, en los que tuvo como discípulos a María Josefa Canellada y Alonso Zamora. Ya en el exilio enseñó en la Columbia University como profesor titular hasta sujubi-lación, y después como profesor emérito. La relativa holgura de la docencia norteamericana le permitió dar cima a una serie de obras maduradas desde antes de salir de España y otras que entonces sólo tenía en proyecto. Su Ma-nual de-Entonación Española (1944) analiza rigurosamente el curso melódi-co de la frase hispana, precisa sus estructuras y capta con fina distinción sus matices significativos, teniendo en cuenta la triple función del lenguaje como símbolo nacional, síntoma expresivo y señal actuante sobre el interlo-cutor; en lo sucesivo los estudios sobre nuestra sintaxis no podrán desenten-derse legítimamente de lo entonación. En 1946 publica un volumen con Es-tudios de Fonología, algunos de los cuales es básico para el conocimiento e historia del ritmo de la frase, tanto en poetas como en prosistas. El español de Puerto Rico (1948) inaugura la cartografia lingüística hispanoamericana; como preparación a la de otras áreas hispanófonas había diseñado cinco años antes un utilísimo Cuestionario lingüístico hispanoamericano. Los problemas métricos: un artículo suyo de 1922 versaba sobre la cantidad silá-bica en unos versos de Rubén Darío. Pero los grandes tratados son muy pos-teriores: la Métrica Española, de 1956, y el Repertorio de Estrofas Españo-las, de 1968, renuevan por completo la descripción y la historia del verso hispánico: factores que antes no se habían tenido en cuenta, como los acen-tos secundarios de endecasílabos y octosílabos cobran relieve inesperado; y la caracterización métrica de las distintas épocas literarias queda fijada cer-teramente. En 1973 Los Poetas en sus Versos, desde Jorge Manrique a García Lorca, reúne diecinueve estudios métricos hechos con tanta exacti-tud como sensibilidad poética. Y aún más tarde, en 1976, La Voz y la Ento-nación en los Personajes Literarios muestra cómo han sido marginadas una y otra desde el Cantar del Mío Cid hasta García Lorca en la literatura hispá-nica, y desde la Ilíada hasta Proust, Gide, Thomas Mann y Gorki en la Uni-versal. Los primeros apuntes de esta obra datan de antes de la guerra y se publicaron en la revista Madrid en 1937-1938; la privilegiada longevidad intelectual de su autor le permitió ampliarlos hastacomponer este último y delicioso libro.

Vida llena, cumplida, la de nuestro don Tomás. Si hubiera vivido en el

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siglo XV, Hernando del Pulgar le habría llamado «hombre esencial», pues «no curava de apariencias ni de cirimonias infladas», y «hombre verdadero y constante». Pero la pálida muerte no respeta los robles centenarios. Casi centenario se lo ha llevado, lejos de nosotros, en su casa de Nueva Inglate-rra, cuyo jardín cuidaba todavía hace seis años. Descanse en paz.

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TITULO. TOMAS NAVARRO TOMAS

AUTOR. ANDRES AMOROS

PUBLICACION. TRIUNFO.

FECHA. 29 DE SEPTIEMBRE DE 1979.

PAIS. ESPAÑA.

Para muchos estudiantes de filología hispánica, el nombre de Tomás Navarro Tomás iba unido al de un libro que le había servido de manual: igual que los de Menéndez Pida¡, Lapesa, Gil¡ y Gaya o Seco. Ese parece ser el destino de los autores de manuales que son utilizados ampliamente du-rante años.

En el mundo intelectual español, si no me equivoco, poco se solía re-cordar de su presencia viva, salvo con motivo de alguna elección académica; excepto los especialistas, muy pocos se acordaban ya del editor de Garcilaso de la Vega y Santa Teresa, de su labor en la revista «Hora de España».

El paso del tiempo y el exilio —en este caso, sin retorno— han sido los causantes de este olvido. Desgraciadamente, ha tenido que ser la noticia de la muerte la que trajera otra vez el nombre de Don Tomás Navarro Tomás a las páginas de nuestros periódicos.

Uno de los grandes aciertos del Centro de Estudios Históricos —y de las causas de que su labor fuera tan fecunda— era el reparto de especialidades, claro está, la gran categoría de los distintos colaboradores. Menéndez Pida¡ editaba los textos medievales y enseñaba gramática histórica a sus discípulos como Rafael Lapesa. Don Américo permanecía dentro del ámbito de la ciencia positiva alemana, antes de que el exilio le abriera a nuevos horizon-tes de filosofía de la historia española. Montesinos realizaba estudios y edi-

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Homero Seris y Tomás Navarro Tomás, en la Ducke University, Durham, North Carolina, en 1943.

ciones de nuestro teatro clásico, a la vez que ponía a los hombres del 27 en contacto con la poesía tradicional y de Lope, haciendo posible lo que se lla-mó el neopópularismo de García Lorca y Alberti. Pedro Salinas se ocupaba de la literatura contemporánea, editando un «Indice literario» que sigue siendo modelo admirable de atención seria a la literatura viva. Homero Se-rís acumulaba papeletas para su bibliografia de la literatura española. Dá-maso Alonso mostraba que la dificultad de Góngora no era la oscuridad gra-tuita, sino deslumbrante claridad del creador de una nueva lengua poética...

Visto desde hoy, uno no puede por menos de admirarse ante la labor realizada, de tratar de imaginar lo que sería aquella atmósfera de trabajo. Cada uno estaba, evidentemente, donde debía estar, dedicado a lo que le gustaba y podía hacer mejor. (Esto, tan obvio, no podría decirse de nuestra Universidad de posguerra). Homero Serís, por ejemplo, no hubiera podido hacer el trabajo de Pedro Salinas, ni al revés.

En ese conjunto de estudiosos, a Tomás Navarro Tomás le correspon-dió la especialización en fonética y la geografia lingüística, aunque su capa-cidad de filólogo desbordara también a otros campos. En el suyo, no resulta nada exagerado afirmar que —como don Ramón o don Américo— sentó las bases para la investigación científica en España.

Sin entrar en pormenores especializados, tendré que referirme a sus tres manuales: el de pronunciación, el de entonación y el de métrica española.

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El «Manual de Pronunciación Española» (Consejo Superior de Investi-gaciones Científicas, publicaciones de la «Revista de Filología Española») es una obra clásica desde hace más de cincuenta años. Su objeto es «describir breve y sencillamente la pronunciación española, tratando, sobre todo, de facilitar la enseñanza práctica de nuestra lengua en este aspecto poco cono-cido de su naturaleza». Después de unas nociones de fonética general, des-cribe los sonidos españoles (vocales, consonantes y grupos) y añade unos ejercicios de articulación y de entonación, así como ejemplos de transcrip-ción fonética de textos narrativos y dialogados. Muchos miles de alumnos extranjeros han encontrado en este libro, sin duda, una ayuda eficaz para el aprendizaje práctico de nuestra lengua. En cuanto a los españoles, este ma-nual ha sido etapa obligada de todo aprendiz de filólogo. Si no me equivoco, va ya por la 19.a edición.

El «Manual de Entonación» desarrolla nociones anticipadas ya en el li-bro anterior. Una vez más, la seriedad científica va unida a una presenta-ción sencilla y clara. En este caso, además, con el mérito de introducir prác-ticamente en nuestra lengua un campo de estudio tan rico como nuevo: «Las inflexiones musicales de la palabra, con sus tipos específicos y sus va-riantes accesorias, con las zonas y límites de cada modalidad, y con el pa-

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Middlebury, Summer School, Guitford Hall, 1951. De espaldas: Joaquin Casalduero.

Poco visible: E. González Lopez.

Visibles: Garcia Blanco. Angel del Rio. José Maria Arce (Costa Rica). Dartmouth College. Tomas Navarro Tomás. Ermilo Abreu Gómez, (Mexico(.

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rentesco y semejanzas entre unas formas y otras, constituyen uno de los as-pectos más genuinos e íntimos de la tradición lingüística de cada país». La primera edición de este libro apareció en los Estados Unidos, entre las pu-blicaciones del Instituto Hispánico de Nueva York, luego en Méjico, y por fin, en España.

Por último, su monumental tratado de «Métrica española» (edición es-pañola: ed. Guadarrama) me parece una obra de permanente vigencia. Para los que consideran la métrica como algo absolutamente indigesto y carente de interés, asomarse a este manual puede ser ocasión de comprobar qué profundamente enlazada está con problemas específicamente literarios e históricos. Esto conduce a un problema muy concreto; Navarro Tomás or-ganiza su libro por períodos históricos y literarios: la juglaría, la clerecía, la gaya ciencia, el Renacimiento, el Siglo de Oro, el Neoclasicismo, el Roman-ticismo, el Modernismo y el Posmodernismo. Así, cada uno de los versos y estrofas aparece en su debida conexión histórica, con los «competidores» que en cada momento tenía. En la práctica, sin embargo, eso hace que el li-bro no sea de fácil manejo para el estudiante que desea abarcar rápidamen-te, por ejemplo, la descripción e historia total del octosílabo o del soneto. En este sentido, de más cómodo manejo es el libro posterior de Baehr («Ma-nual de Versificación Española», ed. Gredos). En cuanto a su parte última, lo ha prolongado hacia lo actual Francisco López Estrada («Métrica Espa-ñola del siglo XX», ed. Gredos), que lo considera «punto de partida para la interpretación de la métrica».

No quiero extenderme ya más en pormenores científicos, pero sí men-cionaré —sólo eso— sus trabajos como organizador de una obra monumental, el Atlas Lingüístico de la Península Ibérica. Después de nuestra guerra, Ma-nuel Alvar ha encabezado la serie de trabajos que continuaban por esta vía.

En todos estos libros de Navarro Tomás me ha llamado la atención la presencia constante de unas notas: claridad, sencillez, rigor, orden, ausencia de pedantería... Es decir, deseo de ser útil, de prestar un servicio efectivo a la cultura española: una vez más, si no me equivoco, el espíritu del Centro de Estudios Históricos.

Se fueron ya Amado Alonso, Salinas, Pida¡, Américo Castro, Montesi-nos, Homero Serís.... Ahora Tomás Navarro Tomás. Para algunos sectores de nuestro mundillo cultural, eso significa una vacante académica por la que luchar. Uno piensa —como siempre, en estos casos— en los estudiantes españoles que no pudimos recibir directamente su enseñanza. Pero en casa tengo esos libros suyos (desencuadernados, subrayados, resumidos, anota-dos, llenos de viejos papelillos) que le hicieron a uno ser un poco menos ig-norante.

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ESCRITOS FIRMADOS PUBLICADOS EN EL EXTRANJERO

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TITULO. TOMAS NAVARRO TOMAS AND SIGMA DELTA PI

AUTOR. T. EARLE HAMILTON. PAST PRESIDENT SIGMA DELTA PI.

PUBLICACION. HISPANIA. SEPT. 1980 Vol. 63 II 3.

FECHA. SEPTIEMBRE 1980.

PAIS. ESTADOS UNIDOS.

One aspect of the life of Dr. Navarro Tomás seldom publicized was his relationship with Sigma Delta Pi, the National Honor Society in Spanish. He became a member at the University of Illinois in 1927 at the invitation of Dr. John D. Fitz-Gerald, and he was so favorably impressed by the beau-tiful ritual, composed by Dr. Leavitt O. Wright, the Society's first national president, that requested a copy to take back to his friends in Spain. He sug-gested a few improvements, which Dr. Wright gladly accepted and which are still retained.

In 1930, he was named one of three first National Honorary Presidents, along with.

THE HISPANIC WORLD (578-579)

Dr. Juan C. Cebrián and Dr. Fitz-Gerald; and he was named the first member of the exclusive Optimates Chapter. He always answered our Ietters punctually, passing upon the petitions of universities and offering detailed valuable advice on al¡ matters submitted to him; and the sent a congratula-tory letter to each new president, and a note of appreciation when that of-fieer completed his years of service. He often attended the national conven-tions and frequently contributed to the Society's bulletin.

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When a later National Honorary President. Dr. S. Griswold Morley, passed away, Dr. Navarro Tomás sent to Dr. Wright the following com-ments:

La desaparición de Morley representa un a*- grave pérdida. Era ejemplo del hispanista de investigación metódica y sólida y del profesor eficaz que enseña con la palabra y con el ejemplo. Es una nueva baja en la antigua guardia del hispanismo que reunió en Berkeley nombres tan escogidos como los de Schevill, Morley y HilIs. Representan la época fecunda de la organización de la AATSP y de la fundación de Hispania. Fue también el tiempo de mis primeros contac-tos con los Estados Unidos, que se habían de convertir en mi segunda patria. Yo también soy ya muy viejo. Cada compañero que se marcha es un aviso del fin que se acerca.

Sigma Delta Pi is grateful to Dr. Navarro Tomás for his fufty-two years of unselfish service and for his associating his illustrious name forever with the history of the Society.

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TITULO. LA VOZ DE UN MAESTRO ESTA EN SILENCIO

AUTOR. VICENTE FRANCISCO TORRES

PUBI'CACION. TIEMPO.

FECHA. 1 DE OCTUBRE DE 1979.

CIUDAD. MEXICO. D.F.

PAIS. MEXICO.

Somos varias las generaciones formadas lingüísticamente por discípulos directos de Tomás Navarro Tomás. Quienes no llevaron los manuales del mismo Dr. Navarro- frecuentaron las obras de Amancio Bolaño e Isla, que en el prólogo de su Breve manual de fonética elemental, dice: «Por lo demás —creemos inútil confesarlo— nuestro guía ha de ser en todo el maestro in-cuestionable de la fonética española Dr. Navarro Tomás, cuyo iluminado magisterio, en los ya lejailos años de la Universidad de Madrid, despertó en nosotros la vocación por esta rama de los conocimientos humanos».

Otro de nuestro maestros que se refería con reiterada devoción a Tomás Navarro, era el eminente cervantista Dr. Ludovic Osterc, autor de uno de los pocos libros que se han dedicado a estudiar sociológicamente la máxima obra de nuestra lengua: El pensamiento social y político del Quijote.

Asimismo, quien le recordaba con profundo respeto era la maestra Concepción Caso, una de las profesoras de la Facultad, que nunca dejaba de mencionar a quienes habían sido ejemplo para varias generaciones de estu-diantes que, a su vez, luego se convertirían en maestros especialistas de la lengua castellana. - Muchos hemos tenido la fortuna de trabajar en los medios periodísticos

o en las revistas especializadas de literatura; pocos de nuestros compañeros

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que se iniciaban en el quehacer poético hicieron caso a quienes antes de ha-cer poesía, les aconsejaban conocer la métrica y la rima tan profundamente estudiada por Tomás Navarro Tomás en su Arte del Verso.

Desgraciadamente muy pocos hicieron caso al consejo y para suplir su ignorancia del oficio empezaron a proclamarse ridiculamente revoluciona-rios. Otros creyeron haber hecho el gran negocio al proclamarse impúdica-mente homosexuales o acogiéndose a la protección de algún destacado es-critor. Pocos de aquellos compañeros que nos encontramos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, allá por los años 1973-1977, escuchamos a Tomás Navarro que decía: «Conocer la naturaleza del verso es condición indispensable para componerlo con acierto, para interpretarlo con propie-dad y para sentir y apreciar su valor. Limita sus medios de expresión el poe-ta que confía la forma métrica de sus obras al sitiple ejercicio de los mode-los corrientes o a su mera intuición artística».

Tomás Navarro Tomás, que residía en los EE.UU. desde 1939, falleció el 16 de septiembre pasado; para que el hecho no pase muy a la ligera, sin avalar la importancia de este estudioso de la lingüística que fuera a su vez discípulo de aquel otro gran estudioso del idioma, de Menéndez Pida¡ —cuyo viaje de bodas consistió en seguir, a veces a lomo de burro, la ruta del Cid—, vamos a recordar algunos puntos culminantes de su biografia.

Nacido en La Roda de la Mancha en 1884, recibió en 1904 el título de licenciado en Letras por la Universidad de Madrid, y en ella misma el de doctor en 1906, con su estudio filológico de la versión aragonesa del Libro de los Embajadores de Oriente, de Juan Fernández de Heredia.

Inició en 1910 la colección «Clásicos Castellanos» con Las Moradas, de Santa Teresa y las Poesías de Garcilaso.

Desde 1916 fue director de los cursos para extranjeros en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, fundó y dirigió el Laboratorio de Fonética experimental de este mismo centro, y escribió una serie de artículos en la Revista de Filología Española. En 1918 publicó su Manual de Pronuncia-ción Española, que ha sido reeditado muchas veces y ha prestado gran ayu-da en la enseñanza de nuestra lengua. El profesor Fritz Krüger lo tradujo al alemán en 1923. En 1920 el Dr. Navarro Tomás publicó trabajos sobre Ponce de León, Ramírez de Carrión y Juan Pablo Bonet, primeros maestros de fonética, y fundadores de la enseñanza de la palabra a los sordomudos.

En 1925 llegó como profesor visitante a la Universidad de Puerto Rico y en 1927 se trasladó también como profesor visitante a la Stanford Univer-sity y dio conferencias en las universidades de Princeton, Columbia, Har -vard, Chicago, Michigan, Indiana, etc.

Para 1931 estaba organizando los trabajos del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica y dirigió el semanario de preparación del cuestionario y de formación técnica de los colaboradores de esta empresa.

Ingresó a la Academia Española, en 1935, con un discurso titulado «El Acento Castellano», en el que hizo una caracterización fonológica del espa-ñol entre las demás lenguas modernas y puso en relación rasgos históricos del acento con la actitud y tendencias de la cultura nacional española. En

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TOMAS NAVARRO TOMAS Columbia University, 1942.

.. conocer la naturaleza del verso....

este mismo año dictó una serie de conferencias en el Institut d'Etudes His-paniques, que funcionaba cerca de París.

En el año 1939 fue nombrado profesor de Filología Española en la Uni-versidad de Columbia, y desde entonces, durante varios años, impartió cur -sos sobre el español de América, fonética y métrica españolas, etc. Su cono-cido Manual de Entonación Española apareció en 1944 y describe por pri-mera vez la estructura melódica del idioma, revelando el papel del grupo fó-nico como elemento básico de las construcciones melódicas de la frase.

Como resultado de sus viajes y estudios realizados, en 1948 da a luz El Español en Puerto Rico, obra en la que aplica el método geográfico al estu-dio del español.

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El Centro de Estudios Hispánicos de la Syracuse University, publica en 1956 Métrica Española, reseña histórica.y descriptiva, de muy denso conte-nido y gran riqueza de materiales, donde Navarro Tomás ofrece un panora-ma métrico de cada época de la poesía española e hispanoamericana y muestra las tendencias esenciales de la versificación, reveladas en su muy extenso repertorio de metros y estrofas.

Para terminar esta rápida revisión de los trabajos fundamentales del de-saparecido maestro, vamos a citar unas palabras de Luis Flores, discípulo de Navarro Tomás en la Universidad de Columbia, a quien mucho debemos por la información que recopiló sobre su maestro para Orbis, boletín inter-nacional de documentación lingüística de Lovaina, Bélgica:

«De principal interés entre las obras de Navarro Tomás es la Métrica Es-pañola, de 1957. Su doctrina, abreviada en El Arte del Verso, 1959, se ha ido abriendo camino. Consiste en haber prescindido de las antiguas e insatisfacto-rias teorías rítmicas de los pies cuantitativos de sílabas largas y breves y de las cláusulas acentuales de sílabas fuertes y débiles, sustituyéndolas sencillamente por el compás musical con reconocimiento del común vínculo histórico entre el verso y la música...».

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TITULO. ESPAÑA AHORA

AUTOR. J. M. BUENDIA

PUBLICACION. NOVEDADES.

FECHA. 4 DE OCTUBRE 1979.

CIUDAD. MEXICO. D.F.

PAIS. MEXICO.

El fallecimiento en Northampton, Massachusetts, del filólogo y acadé-mico Tomás Navarro Tomás del que tratamos en una nota hace pocos me-ses pone de manifiesto los extraños rumbos a que lleva una guerra civil: el hombre que más ha estudiado la fonética española, ha pasado más de la mi-tad de su larga vida, 95 años, fuera de su patria. Primero como profesor en Puerto Rico y California; luego como exiliado.

Estaba jubilado en la Universidad de Columbia. En los años 1973 a 1977 dio conferencias en la UNAM; él inició la colección de Clásicos Cate-llanos y su Atlas Lingüístico de la Península Ibérica resume una incansable labor de investigación in situ. Su Manual de Entonación Española es texto de consulta en todas las escuelas de filología de Iberoamérica. Por antigüe-dad era el Decano de los Académicos de la Lengua. Hija suya es Paquita Navarro de Giménez, que de historiadora se convirtió aquí en contadora para ayudar a su esposo, el emprendedor Rafael; y sus nietos Rafael Gimé-nez Navarro, Director de las Librerías de Cristal y Tomás, profesor en Clemmson, Carolina del Sur. Sobrevive su esposa, Dolores.Guirao, otra hija, Joaquina, decana del departamento de lenguas españolas en el Smith College.

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TITULO. TOMAS NAVARRO TOMAS. (1884-1979)

AUTOR. JEP

PUBLICACION. REVISTA PROCESO.

FECHA. 24 DE SEPTIEMBRE DE 1979.

CIUDAD. MEXICO. D.F.

PAIS. MEXICO.

A los 95 años ha muerto en su destierro norteamericano Tomás Nava-rro Tomás, el gran lingüísta de la generación republicana que todavía en los setenta nos dio libros como Los Poetas en sus Versos y La Voz y la Entona-ción en los Personajes Literarios. En los últimos tiempos aún trabajaba en recopilar los elogios extranjeros a la energía, precisión y claridad de «la más sonora, armoniosa, elegante y expresiva entre las lenguas neolatinas)>.

Sabio de buen humor que reía con la alarma provocada por sus inicia-les puestas en su maletín. TNT nació en La Roda de la Mancha. Albacete, en 1884. Se formó como lingüista, filólogo y fonético en la Universidad de Madrid y en Alemania. A los 23 años hizo su primera investigación dialec-tal por los pueblos del Alto Aragón. A los 26 inauguró la serie «Clásicos Castellanos» con su edición de las Moradas de Santa Teresa. En 1935 editó en esta misma serie las Obras de Garcilaso de la Vega. Demostró que la líri-ca del siglo de oro es una poesía europea y no «castiza», pues todas las es-trofas de Garcilaso responden a modelos italianos de quienes tomó también gran parte de los elementos poéticos que no resultan imitación de los clási-cos. Esta imitación era compatible con una fuerte originalidad en una época en que no se tenía por buen poeta a quien no se hiciera eco de los antiguos.

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Navarro Tomás fue secretario del Centro de Estudios Históricos dirigi-do por Ramón Menéndez Pidal. En su sección de filología trabajaron Amé-rico Castro, Federico de Onis. Antonio G. Solalinde y nuestro Alfonso Reyes. En el Centro, instalado en la Biblioteca Nacional de Madrid. Nava-rro Tomás dirigió también el laboratorio de fonética, ciencia que estaba apenas en sus inicios.

LA PRONUNCIACION.

De allí y de su cátedra en la Facultad de Letras salió el primer volumen de Navarro Tomás: Manual de Pronunciación Española. Aunque elaborado cuando se aceptaba en todo el ámbito del idioma que la pronunciación co-rrecta era la usada «corrientemente en Castilla en la conversación de las personas ilustradas», el Manual sigue siendo de extrema utilidad y por déca-das ha sido base para la enseñanza. En sus páginas Navarro Tomás fue aca-so el primero que afirmó la legitimidad de la pronunciación hispanoameri-cana. Esto que hoy parece tan obvio no lo era entonces, si recordamos que en el novecientos el público del Ateneo de Madrid se carcajeó cuando José Santos Chocano leyó sus poemas con acento limeño; hasta mediados de los veinte el teatro mexicano que se representaba con una grotesca imitación del «bien decir» madrileño.

El Manual de Navarro Tomás refuta la creencia pueril de que nuestra lengua se pronuncia como se escribe. Si la ortografía castellana es más foné-tica que la de otros idiomas, dista mucho de reflejar exactamente la pronun-ciación. (Para citar sólo unos cuantos ejemplos, tenemos tres aes, cuatro des, cinco ¡es, y tres eles diferentes).

Su interés por lo. hispanoamericano quedó de manifiesto en su respues-ta al discurso en la Academia de Enrique Díez-Canedo, que habló de la «Unidad y diversidad de las letras hispánicas» ya casi en víspera del cuarte-lazo franquista y la agresión nazi a la República. Navarro Tomás no fue de aquellos que hicieron de la ciencia o el arte buen pretexto para declararse «por encima de la pelea», en vez del cómodo exilio en 1936, optó por per-manecer en la España en guerra hasta los últimos momentos. Trabajó en la Casa de la Cultura en Valencia, condujo a los huérfanos de guerra a la URSS y Antonio Machado le recordó preferentemente entre quienes lo ayu-daron en los días de Barcelona.

LA ENTONACION.

Profesor en la Universidad de Columbia (Nueva York) hasta su jubila-ción. Navarro Tomás publicó en 1944 su Manual de Entonación Española, obra pionera en un campo casi inexplorado. Consideró que «las inflexiones

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musicales de la palabra, con sus tipos específicos y sus variantes accesorias, con las zonas y límites de cada modalidad, y con el parentesco y semejanzas entre unas formas y otras, constituyen uno de los aspectos más genuinos e íntimos de la tradición lingüística de cada país». La impropiedad en la ento-nación altera el sentido de lo que decimos tanto como la impropiedad del léxico y la sintaxis. Entre los factores que integran la compleja naturaleza del acento de cada lengua, la entonación es el elemento más activo e impor-tante. Navarro Tomás distingue cuatro entonaciones generales: enunciativa, interrogativa, volitiva y emocional, a las que pueden añadirse en el sistema melódico de la expresión oral una gran variedad de reflejos de insinuación, reticencia, duda, ironía, etcétera.

Al examen de la palabra viva dedicó Navarro Tomás innumerables ar-tículos y otros dos libros: Estudios de Fonología Española (1946) y El Es-pañol de Puerto Rico (1948). Luego su interés quedó centrado en otro terre-no del sonido idiomático: el verso en que se fija y modifica el ritmo de la lengua. Tres obras consagró al examen de las manifestaciones del verso es-pañol en el largo proceso de su historia; la monumental Métrica Española (1956), el libro de divulgación Arte del verso, publicado en México en 1959 por su yerno Rafael Giménez Siles y la mencionada serie de estudios Los Poetas en sus Versos (1973) que llegan hasta la generación del 1927.

LA VERSIFICACION.

Escrito con una claridad expositiva que sin mengua de su rango cientí-fico los hacen totalmente accesibles a quienes ignoramos su materia, los li-bros anteriores de Navarro Tomás nos dan conciencia de lo mal que habla-mos y lo mucho que desconocemos las lenguas que suponemos dominar. Los estudios de versificación, por su parte, pueden ser un curso de modestia —que nunca está de más— para profesores, críticos y sobre todo poetas. Muy pocos entre quienes hacen, leen, juzgan o enseñan versos conocen su fun-cionamiento interno y las formas en que ha encamado históricamente la lengua.

Si no la Métrica Española, más especializado, el sencillo y directo Arte del Verso debía ser libro de texto gratuito y obligatorio en todos nuestros ta-lleres poéticos. No se trata, por supuesto, de que los jóvenes compongan en coplas de pie quebrado o en decasílabos dactílicos, pero sí de que sepan lo que traen entre manos y conozcan la tradición de la que serán otro capítulo. Un poema puede ser muchas cosa, sin embargo, como dice Auden, debe ser en primer término un objeto verbal que honre el idioma en que está escrito. Y Eliot recordaba que no hay verso libre para quien desee hacer bien su tra-bajo, derecho elemental del lector y deber del poeta «Conocer la naturaleza del verso», dice Navarro Tomás, «es condición indispensable para compo-nerlo con acierto, para interpretarlo con propiedad y para sentir y apreciar su valor. Limita sus medios de expresión el poeta que confía la forma métri-

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ca de sus versos al simple ejercicio de los modelos corrientes o a su mera in-tuición artística... A pesar de las muchas experiencias realizadas en este te-rreno, los múltiples recursos del verso están aún lejos de haber sido agota-dos» Tomás Navarro Tomás alcanzó una longevidad sin senectud. Su obra, por la que todos estamos agradecidos, será la base de nuevos desarrollos y continuará en el trabajo de sus discípulos (JEP).

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TITULO. TOMAS NAVARRO TOMAS: MAESTRO DE MAESTROS.

AUTOR. MARIA TERESA BABIN.

PUBLICACION. EL MUNDO.

FECHA. DOMINGO, 30 DE MARZO DE 1980.

PAIS. PUERTO RICO.

Al enterarnos de la muerte de don Tomás Navarro el verano de 1979, se hizo realidad la vida del maestro de maestros, autor del primer estudio importante sobre el lenguaje vernáculo de Puerto Rico. Su presencia f!sica, inolvidable para aquellos que fuimos sus amigos y discípulos: su cortesía en el trato afable; su claridad expositiva en el aula; su seriedad en la investiga-ción y su amor a los libros nos acompañan en el recuerdo de este hombre español que pasó la mitad de su larga existencia en los Estados Unidos, ca-tedrático en la Universidad de Columbia en Nueva York hasta jubilarse, y ya retirado, en unión a su hija Joaquina Navarro, residente en Northamp-ton, Massachusetts.

La deuda de los universitarios y estudiosos con el profesor Navarro es inmensa. Durante el curso escolar de 1927 al 1928, realiza en Puerto Rico las meticulosas tareas de lingüística que recoge en el texto titulado El Espa-ñol en Puerto Rico sobresaliente esfuerzo compendiado en el atlas represen-tativo de los lugares estudiados en los municipios de Puerto Rico para el análisis fonético del habla, la delimitación de las zonas lingüísticas de la Isla, y unas observaciones juiciosas del maestro acerca de las corrientes y tendencias que caracterizan la dialectología en esta zona del Caribe.

La Universidad de Puerto Rico publicó la obra de Navarro Tomás en una primera edición el año 1948, pasando así unos veinte años entre la ter-

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minación del estudio y la fecha en que se pone en circulación, y hasta 1966 no aparece la segunda edición.

Mientras tanto, como es natural, los estudiosos dedicados a las materias lingüísticas, muchos de ellos discípulos de don Tomás, siguiendo el camino emprendido por él con los métodos y recursos existentes en 1927, evolucio-nan hacia otros enfoques y técnicas que han enriquecido notablemente la bibliografía nacional sobre temas relacionados con el español en Puerto Rico.

En un artículo del 1973. Humberto López Morales, académico y direc-tor de un Seminario de Lingüística en la Universidad de Puerto Rico, se re-fiere a «la condición de obra clásica» de El español en Puerto Rico, la «fuente más copiosa y seria de que dispone el investigador para esta zona antillana, la mejor conocida del Caribe hispánico, gracias, precisamente, a la obra de Navarro Tomás».

Partiendo de ese libro fecundo en ideas el doctor López Morales expo-ne los cambios en la dialectología moderna desde la segunda edición de El Español en Puerto Rico, 1966, y pasa a describir los procedimientos y las teorías inexistentes hace cincuenta y dos años, cuando don Tomás vino a Puerto Rico para realizar esa investigación pionera en los anales de la histo-ria cultural de nuestro país.

Conocí a don Tomás Navarro en la Universidad de Columbia en Nue-va York, y fue él, junto a don Angel del Río y don Federico de Onis, los tres maestros inolvidables durante mis estudios doctorales. Admiré en su magis-terio la detallada claridad de su estilo, y no puedo dejar de evocar las leccio-nes sobre la entonación en el habla, tema que solía teñir la poesía al darnos ejemplos seleccionados del pueblo y de los escritores que consideraba expo-nentes de las ideas que iba explicando sin prisa y sin descanso.

Cuando se enteraba de la publicación de algo que sus discípulos íbamos dando a la imprenta, escribía sus felicitaciones, sobrias y sinceras. Y en el momento en que un grupo de escritores y eruditos hispanos de todas partes quieren fundar en los Estados Unidos una «Academia Norteamericana de la Lengua Española» no sólamente se entusiasma con el proyecto, sino que se presta a darle el prestigio de su nombre como uno de los fundadores. Noble y grande en el gesto y la palabra, tras la tremenda Guerra Civil en España pasó a tierras de América, y su exilio se convirtió en obra de valores impe-recederos en la cátedra y en vida.

Puerto Rico le debe un homenaje: nada mejor para celebrar la fiesta de la lengua en nuestras escuelas y universidades que honrar al autor de El es-pañol en Puerto Rico.

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BIBLIOGRAFIA DE DON TOMAS NAVARRO TOMAS

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BIBLIOGRAFIA DE DON TOMAS NAVARRO TOMAS

a) LIBROS, FOLLETOS Y DISCOS:

1.—Catálogo de documentos de la Sección de Clero regular y secular, del Archivo Histórico Nacional. (En colaboración con Marcos Asanza Almazán, Madrid, 1915?).

2.—Manual de Pronunciación española. (Madrid, Hernando, 1918, 239 p.; 19 ediciones: 1921, 1926, 1932, 1942?, 1950, 1954, 1957, 1959, 1961, 1963, 1966, 1967, 1968, 1970, 1971, 1974, 1977).

3.—Handbuch der Spanischen Aussprache (trad. al alemán por F. Kru-ger, Leipzig, B.G. Teubner, 1923, III + 152 p.). En realidad, es una versión alemana de la segunda edición (192 1) del Manual de Pro-nunciación.

4.—Conferencias pronunciadas en representación del Centro de Estudios Históricos de Madrid, en Puerto Rico (1925), bajo los temas: «Pre-cursores españoles de la lingüística moderna», «Problemas y méto-dos de la fonética experimental» y «El movimiento científico de la España actual» (1925).

5.—A primer of Spanish pronunciation (in collaboration with Aurelio M. Espinosa, with a Prólogo by R. Menéndez Pidal; Chicago, New York and Boston, B.S. Sanborn & Co. 1926, XV + 128 p.). Es una versión simplificada y abreviada del Manual de Pronunciación de 1921.

6.—Compendio de ortología española para la enseñanza de la pronun-ciación normal en relación con las diferencias dialectales. (Prólogo de R. Menéndez Pida¡, Madrid, Hernando, 1927, 96 p.; 2.a edic. en 1928).

7.—El idioma español en el cine parlante, ¿Español o hispanoamerica-no? (with English translation by Aurelio M. Espinosa, Jr.; texto bi-lingüe; Madrid, Tip. de Archivos, 1930, 98 p.).

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8.—Archivos de la palabra. Sección autofónica. Editado por T.N.T. 25 discos (10; 78 rpm). (Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1931-1935?): Primera serie (1931): Voces de Azorín, Juan Ramón Ji-ménez, Pío Baroja, Ramón Menéndez Pidal, Santiago Ramón y Ca-jal, Miguel de Unamuno, Niceto Alcalá Zamora, Manuel E. Cossío, Serafín y Joaquín Alvarez Quintero y Ramón María del Valle Inclán (10 discos). —Segunda serie (1932): Jacinto Benavente, Armando Pa-lacio Valdés, Fernando de los Ríos, Concha Espina, José Ortega y Gasset, Miguel Asín Palacios, Ignacio Bolívar, Vicente Medina, Margarita Xirgu y Leonardo Torres Quevedo (lO discos). —Tercera serie (1935): Eduardo Marquina, Manuel Linares Rivas, Mariano Benlliure, Enrique Borrás y Ricardo León (5 discos).

9.—Archivo de la palabra. Trabajos realizados en 1931. (Madrid, Her-nando, 1932, 16 p.; Junta para Ampliación de Estudios, Centro de Estudios Históricos).

10.—El acento castellano, discurso leído por el autor en el acto de su re-cepción académica el día 19 de mayo de 1935. Contestación de Mi-guel Artigas Ferrando. (Madrid, Tip. de Archivos, 1935, 59 p.; una selección se incluye en «El concepto contemporáneo de España. An-tología de ensayos», editado por Angel del Río y M.J. Bernadete, Buenos Aires, 1946; otra versión revisada se incluye en ((Estudios de fonología», (1946, p. 108-153).

11.—An Open Letier From T. Navarro Tomás lo Hispanists. (New York, 1937?).

12.—A Message lo American Teachers of Spanish from T. Navarro To-más. (Texto en español e inglés, New York, Spanish Information Bureau, 1937?, 4 p.).

13.—España en la Unión Soviética. Impresiones de viaje. (Barcelona, 1938).

14.—Cuestionario Lingüístico hispanoamericano. I. Fonética, morfología, sintaxis. (Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras de la Univer-sidad de Buenos Aires, Instituto de Filología, 1943, 112 p.; 2a edic. 1945).

15.—Spanish Sounds. (1 disco 10" 78 rpm.; New York, Linguaphone ms-titule, 1943).

16.—Ejercicios fonéticos. (4 discos lO"; 78 rpm.; Middlebury, Vermont, Middlebury College Spanish School, 1943).

17.—Manual de entonación española. (New York, Hispanic Institute, 1944, 306 p. otras edic. 1948, 1966, 1974).

18.—Spanish Pronunciation and Inionation Exercises. (5 discos 10"; 78 rpm. texto impreso de 15 p.; New York, Linguaphone Institute, 1944).

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19.—Estudios de fonología española. Syracuse, New York, Syracuse Uni-versity Press, 1946, 217 p.; 2.a edic. 1966, 217 p.).

20.—Ejercicios prácticos de entonación. (4 discos, 10" 78 rpm.; New York, Hispanic Institute, 1946; 2. a edic. en 1949).

21.—El español en Puerto Rico, contribución a la geografia lingüística hispanoamericana. (Río Piedras, Puerto Rico, Universidad de Puer -to Rico, 1948, 346 p., ilustr.; 2.a edic. 1966; 3.' edic. 1974).

22.—Métrica española: reseña histórica y descriptiva. (Syracuse, New York, Syracuse University Press, 1956, 556 p. (Centro de Estudios Hispánicos, 4); 2a edic. 1966; 3' 1972,4' 1974, 5' 1979).

23.—Guía de la pronunciación española. (México, Publicada por la Co-misión Permanente de la Asociación de Academias de la Lengua Española, 1956, 23 p.).

24.—Documentos lingüísticos del Alto Aragón. (Syracuse, New York, Sy-racuse University Press, 1957, IX +231 p.)

25.—Ejercicios de pronunciación. (4 discos 10"; 78 rpm.; New York, His-panic Institute, 1957).

26.—Arte del verso. (México, Compañía General de Ediciones, 1959, 187 p.; otras edic. en 1964, 1965, 1968).

27.—Atlas lingüístico de la Península Ibérica, vol. 1. Fonética. Bajo la di-rección del Prof. Nav arro y la supervisión de Menéndez Pidal. (Ma-drid, 1962, 24 p. 75 mapas dobles).

28.—Repertorio de estrofas españolas. (New York, Las Americas Publis-hing Company, 1968, 240 p.).

29.—Studies in Spanish Phonology. Transiated by Richard D. Abraham. (Coral Gables, Florida, University of Miami Press, 1968, 160 p.)

30.—Spanische Aussprachlehre. Adaptación del Manual de pronuncia-ción, por Gunther Haensch y Bernard Lechner. (München, 1970).

31.—Capítulos de Geografia Lingüística de la Península Ibérica. (Bogotá, Colombia, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, 1975, 207 p.).

32.—Fundadores españoles de la enseñanza de los sordomudos. (En pre-paración, en 1971).

33.—Los poetas en sus versos. Reflejos de la fisonomía de cada poeta en la técnica que emplea en la elaboración de sus versos. (En prepara-ciónen 1971).

34.—Estudios de dialectología. (En preparación en 1971). 35.—La voz y la entonación en los personajes literarios. (México, La Im-

presora Azteca, 1976, 191 p.).

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b) SEPARATAS Y ENSAYOS EN REVISTAS Y EN LIBROS EN COLABORACION:

1.—Pensión al Alto Aragón, con estudio sobre la R intervocálica en un documento aragonés de 1486. (En Memoria de la Junta para Am-pliación de Estudios e Investigaciones Científicas, correspondiente al año 1907. Madrid, 1908, p. 79-101).

2.—El perfecto de los verbos en -ar en aragonés antiguo. Observaciones sobre el valor dialectal en los documentos notariales. (En Revue de Dialectologie Romane, 1, p. 110-121, Bruxelles, 1909; reimpreso en Archivo de Filología Aragonesa, Zaragoza, 1958-59, X-XI, p. 315-324).

3.—Las vibraciones de la rr española. (En Revista de Filología Española, Madrid, 1916, III, p. 166-168).

4.—Siete vocales españolas. (En Rey, de Fil. Esp., Madrid, 1916, III, p. 51-62; sep. Madrid, Suc. de Hernando, 1916,6 h.)

5.—Cantidad de las vocales acentuadas. (En Rey, de Fil. Esp. Madrid, 1916, III, p. 387-408; sep. Madrid, Suc. Hernando, 9 h.).

6.—Sobre la articulación de la L castellana, (En Estudisfonetics, 1, Bar-celona, 1917, p. 265-275; sep. Barcelona, Imp. Casa de Caritat. 1917. 15 p.).

7.—Cantidad de las vocales inacentuadas. (En Rey, de Fil. Esp., Madrid, 1917, IV, p. 371-388; sep. Madrid, Suc. de Hernando, 1917,9 h.).

8.—Diferencias de duración entre las consonantes españolas. (En Rey, de Fil. Esp., Madrid, 1918, V, p. 367-393; sep. Madrid, Suc. de Hernan-do, 1918, 14 p.).

9.—Doctrina fonética de Juan Pablo Bonet, 1620. (En Rey, de Fil. Esp., Madrid, 1920, VII, p. 150-177; sep. Madrid, Hernando, 1920, 15 h.).

10.—Datos antiguos sobre pronunciación asturiana. (En Rey, de Fil. Esp., Madrid, 1920, VII, p. 382-383).

11.—Juan Pablo Bonet. Datos biográficos. (En La Paraula, Barcelona, núm. extraord. dedicado al IV Centenar¡ de la naixença de Fr. P. Ponce de León y III de la publicación del llibre «Reducción de las letras», de Joan P. Bonet; sep. Barcelona, Imp. Casa de Caritat, 1920, 27 p.).

12.—Lecciones de pronunciación española. Comentarios a la prosodia de la Real Academia. Pronunciación de las consonantes «b, y», «c, z»; El acento; Concepto de la pronunciación correcta. (En Hispania, Stanford, California, 1921, IV, cada artículo respectivamente en las sig. págs.: 1-9, 51-55 y 155-164; sep. del 1° 5.1., s.i., 1921, 15 p.: el 30 publicado también en Instituto de Filología, Buenos Aires, 1924, 1, p. 31-4 l.).

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13.—Historia de algunas opiniones sobre la cantidad silábica española. (En Rey, de Fil. Esp., Madrid, 1921, VIII, p. 30-57; sep. Madrid. Suc. de Hernando, 1921, 15 h.; publicado también en Revista de/a Uni-versidad, Tegucigalpa, Honduras, 1922, XII, p. 422-437.).

14.—Metodología de la Fonética. Resumen de Conferencias dadas en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao. (En Eusko-Ikanskuntza. Curso de Lingüística, San Sebastián, Sociedad de Estudios Vascos, 1, p. 35-40; sep. Bilbao, 1921, 6 p.; publicado también en Cursos de me-todología y alta cultura. Curso de lingüística, ed. Ramón Menéndez Pida!, Barcelona, 1921).

15.—Necesidad de que la Academia reforme su Prosodia. (En La Escuela Moderna, Madrid, 1921, XXXI, p. 806-810).

16.—La cantidad silábica en unos versos de Rubén Darío. (En Rey, de Fil. Esp.; Madrid, 1922, IX, p. 1-29).

17.—« Vuesasted», usted. Nota etimológica. (En Rey, de Fil. Esp., Madrid, 1923, X, p. 310-31 1).

18.—Observaciones fonéticas sobre el vascuense de Guernica. (En III Congreso de Estudios Vascos, Bilbao, 1922, p. 49-56; sep. San Se-bastián, Imp. de la Diputación de Guipuzcoa, 1923, 8 p.).

19.—La metafonía vocálica y otras teorías del Sr. Colton... (En Rey, de Fil. Esp., Madrid, 1923, X, p. 26-56; sep. Madrid, Suc. de Hernando, 1923, 16 h.).

20.—Manual Ramírez Carrión y el arte de enseñar a hablar a los ¡nudos. Datos para la historia de la cultura española. (Rey, de Fil. Esp., Ma-drid, 1924, XI, p. 225-266; sep. Madrid, Suc. de Hernando, 1924).

21.—Introducción a las obras de Garcilaso. (Madrid, Artes de la Ilustra-ción, 1924, I-LXIII p.).

22.—Pronunciación guipuzcoana. Contribución al estudio de la fonética vasca. (En Homenaje a Menéndez Pidal, Madrid, Hernando, 1925, tomo III, p. 593-653; sep. Madrid, Hernando 1925, 61 p.).

23.—Palabras sin acento. (En Rey, de Fil. Esp., Madrid, 1925, XII, p. 335-375; sep. Madrid, Suc. de Hernando, 1925, 23 h.).

24.—Sobre la entonación y el acento vascos. (En Revista Municipal de Es-tudios Vascos, París-San Sebastián, 1926, XVII, p. 404-406).

25.—La división de esca-parme. Nota de métrica. (En Rey, de Fil. Esp., Madrid, 1927, XIII, p. 289-290).

26.—El estudio del habla .popular. Vasconcelos y los provincialismos his-panoamericanos. (En La Gaceta Literaria, Madrid, 1 dic. 1928, II, n.'47).

27.—Impresiones sobre el estudios lingüístico de Puerto Rico. Conferencia

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leída en la inauguración de la Institución Cultural Española de Puerto Rico el 27 de abril de 1928. (En Revue Hispanique, París, 1929, II, p. 127-147; y en Revista de Estudios Hispánicos, Río Pie-dras, Puerto Rico,-New York, 1929, II, p. 127-147).

28.- Los atlas lingüísticos y las hablas populares. (En Revista de Pedago-gía, Madrid, 1929, VIII, p. 481-486).

29.- Datos de pronunciación akarreña. (En Modern Philology, Chicago, 1930, XXVII, p. 435-439).

30.- El idioma español en el cine parlante. ¿Español o hispanoamerica-no? (En Revista de las Españas, Y, Madrid, 1930; p. 418-427; este trabajo sería aumentado en forma de libro).

31.- Comentarios a los acuerdos del Primer Congreso Hispanoamericano de Cinematografia sobre el lenguaje de las películas. (En Revista de las Españas, Madrid, 1931, VI, p. 437-441).

32.- El Archivo de la Palabra del Centro de Estudios Históricos. (En Rey. de Fil. Esp., Madrid, 1931, XVIII, p. 443-445 y XIX, 1932, p. 228).

33.- La frontera del andaluz. En colaboración con Aurelio M. Espinosa, Jr. y Lorenzo Rodríguez Castellano. (En Rey, de Fil. Esp., Madrid, 1933, XX, p. 225-277).

34.- Análisis fonético del valenciano literario. En colaboración con Ma-nuel Sanchís Guarner. (En Rey, de Fil. Esp. Madrid, 1934, XXI, p. 113-141; sep. Madrid, Ed. Hernando, 1934, 16 h. con grab.).

35.- Rehilamiento, Nota fonética. (En Rey, de Fil. Esp., Madrid, 1934, XXI, p. 274-279).

36.- Contestación al discurso de recepción en la Real Academia de Enri-que Diez Canedo. (En E. Díez Canedo, Unidad y diversidad en las letras hispánicas, Madrid, Tip. de Archivos, 1935, p. 43-57).

37.- Citas literarias sobre entonación emocionaL (En Revista Madrid, Casa de la Cultura, Valencia, 1937, 1, p. 25-32).

38.- Destrucción de libros en el campo faccioso. (En Nuestra España, 1937; reeditado en Repertorio americano, XIX, n.° 832, 25 de di-ciembre 1937, p. 373).

39.- Miguel Hernández, pastor y poeta. (En Nueva Cultura, Valencia, 1937; reeditado como prólogo a Viento del Pueblo de Miguel Her-nández, Santiago de Chile, 1943?; versión inglesa incluída en «The Oxford Book of Spanish Verse», cd. J.B. Trend, Oxford, 1940, p. 508-509; reeditado con correcciones en 1942, 1945, 1949, 1953, 1958, 1962).

40.- Observaciones literarias sobre el valor fisonómico de la voz. (En Re-vista Madrid, Casa de la Cultura, Valencia, 1937, II, p. 127-134).

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41.—La voz fisonómica en los personajes literarios. (En Revista Madrid, Casa de la Cultura, Barcelona, 1938, III, p. 27-40).

42.—Desdoblamiento de fonemas vocálicos. (En Revista de Filología His-pánica Buenos Aires, 1939, 1, p. 165-167).

43.—Dédoublement de phonémes dans le dialecte andalou. (En Eludes phonologiques dédiées a la mémoire de M. le Prince N.S. Troubetz-koy, Prague, Travaux du Cercle Linguistique de Prague, VIII, 1939, p. 184-186).

44.—El grupo fónico como unidad melódica. (En Revista de Filología His-pánica, Buenos Aires, 1939, 1, p. 3-19).

45.—Rasgos esenciales de las vocales castellanas. (En Philological Qua-ter/y, Iowa City, 1942, XXI, p. 8-16).

46.—The linguistic atlas of Spain and the Spanish of ihe Americas. (En Repon ofAmerican Council of Learned Societies Bulletin, Washing-ton, D. C., 1942, n.° 34. p. 68- 74).

47.—Notas históricas sobre la tradición lingüística puertorriqueña. (En Mundo Libre, Río Piedras, Puerto Rico, 1943, 1, 2, p. 27-31).

48.—Idioma y radio. (En La Prensa, New York, 14 abril 1943). 49.—La pronunciación de Rubén Darío en las rimas de sus versos. (En

Revista Hispánica Moderna, New York, 1944, año X, n.° 1-2, p. 1-8). 50.—Notas sobre el estilo de Alfonso Reyes. Impresión sumaria. (En

BooksAbroad, University of Oklahoma, XIX, 1945, p. 116-117). 51.—The old aspirated -H- in Spain and in ihe Spanish of America. (En

Word New York, 1949, V, p. 166-169). 52.—La ortografla de Mateo Alemán, Ortografia castellana, cd. de José

Rojas Garcidueñas, México, El Colegio de México, 1950, p. XIII-XXXIX).

53.—El endecasílabo en la tercera égloga de Garcilaso. (En Romance Phi-lology, Berkeley, California, 1951-52, n. ° 2-3, p. 205-211).

54.—La pronunciación de la X y la investigación fonética. (En Hispania, Washington, 1952, XXXV, p. 330-331).

55.—El octosílabo y sus modalidades. (En Estudios Hispánicos. Homena-je a A.M. Hunlingion, Wellesley, Massachusetts, 1952, p. 435-455).

56.—Los versos de Sor Juana Inés de la Cruz. (En Romance Philology, Homenaje a S.G. Morley, Berkeley, California, 1953, VII, p. 44-50).

57.—Observaciones sobre el papiamiento. (En Homenaje a Amado Alon-so, 1, Nueva Revista de Filología Hispánica, México, VII, n.° 1-2, p. 183-189).

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58.—0 papiamento de Curacan. (En Jornal de Filología, Sao Paulo, 1956, IV, n.° 1, p. 53-60, trad. de las Observaciones sobre e/papia-mento, que los editores atribuyen a Américo Castro).

59.—La inscripción de El Contemplado de Salinas. (En Revista del Insti-tuto de Cultura Puertorriqueño, San Juan de Puerto Rico, 1953, p. 13-14).

60.—Notas fonológicas sobre Lope de Vega. (En Archivum, Homenaje a Amado Alonso, Oviedo, 1954, 1, p. 42-52).

61.—Apuntes sobre el español dominicano. (En Revista Iberoamericana, Homenaje a Pedro Enríquez Ureña, México, 1956, XXI, p. 417-429).

62.—La pronunciación en las escuelas. (En La Educación, Washington, Pan American Union, 1957, II, p. 3-7).

63.—Métrica de las Coplas de Jorge Manrique. (En Nueva Revista de Fi-lología Hispánica, Homenaje a Alfonso Reyes, México, 1961, XV, p. 169-179).

64.—Muestra del ALPI.I La o de boca. II. La e de cepa. (En Nueva Revis-ta de Filología Hispánica, México, 1962, XVI, p. 1-15).

65.—La g de examen. (En Hispania, Stanford, California, 1962, XLV, p. 314-316).

66.—

La voz de la palabra. (En Hispania, Stanford, California, 1963, XLVI, p. 352-354).

67.—Geograla peninsular de la palabra «aguja». (En Romance Philolo-gv, Homenaje a María Rosa Lida, Berkeley, California, 1963, XVII, p. 285-300).

68.—La versificación de Antonio Machado. (En La Torre, Homenaje a Antonio Machado, Universidad de Puerto Rico, 1964, XII, p. 425-442).

69.—Nuevos datos sobre el yeismo en España. (En Thesaurus, Boletín del Instituto Caro Cuervo, Bogotá, 1964, XIX, p. 3-19).

70.—La medida de la intensidad. (En Boletín de Filología, Universidad de Chile, 1964, XVI, p. 232-235).

7 1 .- La pronunciación en el ALPJ. (En Hispania, 1964, XLVII, p. 716-721).

72.—Observaciones sobre la lengua de la «Historia de Apolonio». (En Homero Serís, Nuevo ensayo de una Biblioteca Española de Libros Raros y Curiosos, I, fase. I. New York, 1964, p. 113-115).

73.—El sentimiento literario de la voz. (En Revista Hispánica Moderna, New York, 1965, XXXI, n.° 1-4, p. 345-356).

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74.—Sinonimia peninsular del «aguijón». (En Homenaje a Rodríguez Moñino. Madrid, 1966, II, p. 29-37).

75.—El alfabeto fonético de la Revista de Filología Española. (En Anuario de Letras, México, 1966, VI-VII, p. 5-10).

76.—Ritmo y armonía en los versos de Darío. (En La Torre, Universidad de Puerto Rico, 1967, XV, n.° 55-56, p. 49-69).

77.—Recuerdo de La Roda. (En Feria y Fiestas, La Roda, 1967). 78.—Vulgarismos en el habla madrileña. (En Hispania, 1967, L, p.

543-545). 79.—Mensaje a la AA TSP en su cincuentenario. (En Hispania, 1967, L, p.

1019). 80.—Breve semblanza de don Homero Serís. (En Symposium, 1968,

XXII, p. 103-106). 81.—Métrica y ritmo en Gabriela Mistral. (En Estudios dedicados a Ro-

dolfo Oroz, Santiago de Chile, 1967, p. 383-405). 82.—Juan Ramón Jiménez y lírica tradicional. (En La Torre, Universidad

de Puerto Rico, 1968, XVI, n.° 59, p. 375-386). 83.—Metodología lexicográfica del español hablado. (En Revista Intera-

mericana de Bibliografia, Washington, 1968, XVIII, p. 375-386). 84.—La intuición rítmica en Federico García Lorca. (En Revista Hispáni-

ca Moderna, New York, 1968, XXXIV, p. 363-375). 85.—Don Ramón Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos.

(En Anuario de letras, 1968-1969, VII, p. 9-24). 86.—A propósito del proyecto de! Atlas Lingüístico y Etnográfico de Chile

(ALECH). (En Cuadernos de filología, n.° 2-3, 1969, p. 7-12). 87.—La musicalidad de Garcilaso. (En Boletín de la Real Academia Espa-

ñola, Madrid, 1969, XLIX, n. 188, p. 417-430). 88.—Reyes en su versos. (En Presencia de Alfonso Reyes. Homenaje en el

Xaniversario de su muerte, 1959-1969, México, 1969, p. 99-101). 89.—En torno al verso libre. (En Boletín del Instituto Caro y Cuervo, Bo-

gotá, 1970, XXV, p. 84-87). 90.—Áreas geográficas de consonantes finales. (En La Torre, Universidad

de Puerto Rico, en prensa en 1971). 91.—El endecasílabo de Herrera. (En Homenaje a W.L. Fichter, Madrid,

en preparación en 1971). 92.—Viejas memorias. «El Nene». (En Feria y Fiestas, La Roda, 1972). 93.—Memorias. La bodega del arco. (En Feria y Fiestas, La Roda, 1973).

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94.— Maximiliano-Agustín Alarcón Santón. (En Feria y Fiestas, La Roda, 1975).

c) PROLOGOS Y EDICIONES DE OBRAS AJENAS:

Santa Teresa de Jesús, Las Moradas, edición, introducción y notas de T.N.T. (Madrid, La Lectura, 1910, Colección Clásicos Castella-nos n.° 1; otras ediciones en 1916, 1922, 1933, 1947, 1951, 1962, 1968).

2.—Garcilaso de la Vega, Obras, edic. pról. y notas de T.N.T. (Madrid, La Lectura, 1911, Col. Clásicos Castellanos n.° 3 otras ediciones en 1924, 1935, 1948, 1953, 1958, 1963, 1966, 1970).

3.—Miguel Hernández, Viento de pueblo, introducción de T.N.T. (Va-lencia, Socorro Rojo, 1937).

4.—Mateo Alemán: Ortografía Castellana, edición de J. Rojas Garcidue-ñas, con estudio preliminar de Tomás Navarro. (México, El Colegio de México, 1950, XXXIX + 122 p.).

5.—Luis Florez, La pronunciación del español en Bogotá, prólogo de T.N.T. (Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1951, p. 7-1 1).

6.—Manuel Sanchis Guarner, La Cartografia lingüística en la actuali-dad y el Atlas de la Península Ibérica, editado por T.N.T. (Madrid, 1953).

7.—Delos Lincoln Canfleid, La pronunciación del español en América; ensayo histórico descriptivo, prólogo de T.N.T. (Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1962, 103 p.).

8.—Heberto Lacayo, Cómo pronuncian el español en Nicaragua, carta-prólogo de T.N.T. (México, 1962).

9.—María Josefa Canellada, Antología de textos fonéticos, prólogo de T.N.T. (Madrid, Gredos, 1965, p. 7-8).

d) RESEÑAS CRITICAS DE LIBROS:

Gonzalo García de Santa María, Evangelios e Epístolas, ed. 1, Co-llijn and E. Staaff (Leipzig, 1908). (En Bulletín de Dialectologie Ro-mane, Bruxelles, 1909), 1, p. 121-126).

2.—A Camilli, 11 sistema ascoliano de grafia fonetica, (Citá di Castello, 1913). (En Rey, de Fil. Esp., 1, 1914, p. 202).

3.—H. Johnston, Phonetic Spelling (Cambridge, 1913). (En Rey, de Fil. Esp. 1, 1914, p. 201-202).

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4.—Lope de Vega, La Dorotea, ed. de Américo Castro (Madrid, 1913). (En Rey, de Fil. Esp., 1, 1914, p. 201).

5.—Gonzalo de Berceo, El sacrificio de la misa, ed. A.G. Solalinde (Ma-drid, 1913), (En Rey. de Fil. Esp., 1, 1914, p. 106-107).

6.—M. Grammont, Le Versfrançais (París, 1913). (En Rey, de Fil. Esp. 1, 1914,p. 190-192).

7.—Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España (Ma-drid, 1914) (En Rey, de Fil. Esp. 1, 1914, p. 192-193).

8.—E. Waiblinger, Beitrüge zur Feststellung des Tonfalls in den roma-nischen Sprachen (Halle, 1914). (En Rey, de FiL Esp. 1, 1914, p. 341-343).

9.—R. del Arco, Algunas indicaciones sobre antiguos castillos... del Alto Aragón (Huesca, 1914). (En Rey. de FiL Esp. 1, 1914, p. 201).

10.—B. Martín Mínguez, De la Cantabria, 1 (Madrid, 1914. (En Rey, de FiL Esp. 1, 1914, p. 351).

11.—D. Martner, Spanische Sprachlehre zum Selbst-und Schulunterricht (Bonn, 1914). (En Rey. de FiL Esp. 1, 1914, p. 353).

12.—G. Panconcelli-Calzia, Einflihrung in die angewandte Phonetik (Ber-lin 1914). (En Rey, de FiL Esp. II, 1915, p. 59-60).

13.—Quevedo, Poesías escogidas, ed. de Luis de Tapia (Madrid, 1914). (En Rey, de Fil. Esp. II, 1915, p. 63).

14.—José P. Gómez, Ortografia ideal (Madrid, 1914). (En Rey, de FiL Esp. II, 1915, p. 59).

15.—R. Lenz, De la ortografia castellana (Valparaíso, 1914). (En Rey, de Fil. Esp. II, 1915, p. 56).

16.—J. Zuazo y Palacios, La villa de Montealegre y su Cerro de los Santos (Madrid, 1915). (En Rey, de FiL Esp. II, 1915, p. 60-61).

17.—Fueros leoneses de Zamora, Salamanca, Ledesma, y Alba de Tor-mes, edición y estudio de Américo Castro y Federico de Onís (Ma-drid, 1916). (En Rey. deFiL Esp. IV, 1917, p. 210-212).

18.—Aurelio M. Espinosa, Studies in New Mexico Spanish, Revue de dia-lectologie romane, 1-VI (1909-1914). (En Rey, de FIL Esp. V. 1918, p. 195-198).

19.—(Camille Pitollet?), Ensayo de un tratado de versificación comparada del castellano y del francés (Madrid, 1917). (En Rey, de Fil. Esp. VI, 1919, p. 396-397).

20.—A.A. Peers, A Phonetic Spanish Reader (London, 1920), (En Rey, de Fil. Esp. VII, 1920, p. 392-394).

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21.-G. Millardet, Reseña del Manual de pronunciación española de T.N. T. (Bulletin hispanique, 1921, XXIII, p. 69-76). (En Rey, de Fil. Esp. VIII, 1921, p. 83-84).

22.- G. Panconcelli-Calzia, Experimentelle Phonetik (Berlin-Leipzig, 1921). (En Rey, de Fil. Esp. VIII, 1921, p. 303-304).

23.- P. Barnills, La Paraula 1 - ¡1! (Barcelona, 1920). (En Rey, de Fil. Esp. VIII, 1921, p. 306-307).

24.- E. Montagne, La poética nueva, sus fundamentos y primeras leyes (Buenos Aires, 1922). (En Rey, de Fil. Esp. IX, 1922, p. 416-416).

25.- M.A. Colton, La phonétique castillane París, 1909). (En Rey, de Fil. Esp. X, 1923, p. 26-56).

26.- G. Panconcell i-Calzia, Das hamburger experimentalphonetische Prakiikum. ¡ Tiel: Das kleine Praktikum. (Hamburg, 1922). (En Rey, de Fil. Esp., X, 1923, p. 85).

27.- Cancionero popular murciano, recogido por Alberto Sevilla (Murcia, 1921). (En Rey, de Fil. Esp. X, 1923, p. 324-325).

28.- Don Juan Manuel, El Conde Lucanor, cd. de F. J. Sánchez Cantón (Madrid, 1920). (En Rey, de Fil. Esp., X, 1923, p. 92).

29.- Vicente Espinel, Vida de Marcos de Obregón, ed. de S. Gil¡ Gaya (Madrid, 1922). (En Rey, de Fil. Esp. X, 1923, p. 85-86).

30.- S.G. Morley, A Note on the Spanish Octosylable (Modern Language Notes, Baltimore, 1926, XLI, p. 182-184). (En Rey, de Fil. Esp. XIII, 1926, p. 71-73).

31.- L. Biancolini, A propósito de/le letiere spagnuola "b, y, y" (Le Moni-leur, 1928). (En Rey, de Fil. Esp. XV, 1928, p. 297-298).

32.- Paul Menzerath y J.M. de Oleza, Spanische Lautdauer (Berlín-Leipzig, 1928). (En Rey, de Fil. Esp. XVII, 1930, p. 43-47).

33.- Libro verde de Aragón, edic. Isidro de las Cagigas (Madrid, 1929). (En Rey, de Fil. Esp. XVII, 1930, p. 291-292).

34.- E. G. Wahlgren, Un probléme de phonétique romane. Le developpe-ment d/r (Uppsala-Leipzig, 1930). (En Rey, de Fil. Esp., XVIII, 1931, p. 391-393).

35.- W.D. Elcock, De quelques affinités entre l'aragonais el le béarnais (París, 1938). (En Revista de Filología Hispánica, Buenos Aires, 1, 1939,p. 175-176).

36.- Bernardo Xavier C. Coutinho, Bibliographiefranco-portugaise (Por-to, 1939). (En The Romanic Review, New York, 1940, XXXI, p. 304).

37.- Alfonso Martínez de Toledo, El Arcipreste de Talavera, o sea el Cor-

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Biblioteca Digital de Albacete «Tomás Navarro Tomás»

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bacho, ed. Lesley B. Simpson (Berkeley, California, 1939). (En The RomanicReview, 1941, XXXII, p. 212-213).

38.- Augustus C. Jennings, A Linguistic Study of ihe Cartulario de San Vicente de Oviedo (New York, 1940). (En Revista Hispánica Moder-na, 1941, VII, p. 119-120).

39.- Antonio Machado, Obras. (En Romance, México, 1 febrero 1941, II, n 1.).

40.- V.R.B. Oelschlger, A Medieval Spanish Word - List (Madison, Wis-consin, 1940). (En Revista Hispánica Moderna, 1941, VII, p. 278-279 y en The Romanic Review, 1942, XXXIII, p. 339-400).

41.- A.R. Nyki, Historia de los amores de Bayard y Riyad. Una "Chan-tefable" oriental en estilo persa (New York, 1941). (En Revista His-pánica Moderna, 1942, VIII, p. 231).

42.- The Sounds of Spanish, narrador J. López Morillas, 2 discos (Uni-versity of Iowa, Iowa City, 1942?). (En American Speech, Baltimore, 1943, XVIII, p. 290).

43.- Madaline W. Nichois, A Bibliographical Guide to Materials on American Spanish (Cambridge, Massachusetts, 1941). (En Revista Hispánica Moderna, 1943, IX, p. 69).

44.- Pedro Enríquez Ureña, El español en Santo Domingo (Buenos Aires, 1940). (En The Romanic Review, 1943, XXXIV, p. 403-404).

45.- Pedro Enríquez Urefla, Para la historia de los indigenismos (Buenos Aires, 1938). (En Revista Hispánica Moderna, XI, p. 100).

46.- Cancionero de Ajuda, ed. de H. H. Carter (New York, 1941). (En The Romanic Review, 1946, XXXVII, p. 95-96).

47.- Aurelio M. Espinosa, Estudios sobre el español de Nuevo Méjico, tr. y rey. Amado Alonso y Angel Rosenblat, 2 vols. (Buenos Aires, 1930-1946). (En The Romanic Review, 1948, XXXIX, p. 340-341).

48.- Samuel Gil¡ Gaya, Tesoro lexicográfico, 1492-1726, Fasc. I. (Ma-drid, 1947). (En The Romanic Review, 1948, XXXIX, p. 339-340).

49.- Charles V. Aubrun, La métrique du "Mio Cid" est réguliére (Bulle-tin Hispanique, 1947, LXIX, p. 332-372). (En The Romanic Review, 1949, XL, p. 135-136).

50.- Bertil Malmberg, Etudes sur la phonétique de l'espagnol parlé en Ar-gentine (Copenhague, 1950). (En Word, New York, 1951, VII, p. 273-275).

51.- Berta Elena Vidal de Battini, El habla rural de San Luis (Buenos Ai-res, 1949). (En The Romanic Review, 1951, XLII, p. 311-313).

52.- M.L. Wagner, Lin gua a dialetti dell"America Spagnola (Firenze, 1949). (En The Romanic Review, 1952, XLIII, p. 69-70).

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53.—Emilio Abreu Gómez, La del alba seria... (México, 1954). (En Revis-ta Interamericana de Bibliografía, Washington, 1956, n° 1, VI, p. 46-48).

54.—Breve lista de libros sobre lengua española. Corta descripción y con-ciso juicio crítico. (Apéndice de "La pronunciación en las escuelas—, La Educación, Washington, Pan American Unión, 1957, II).

55.—Lorenzo Rodríguez Castellano, Contribución al Vocabulario del Ba-ble Occidental (Oviedo, 1957). (En Revista Interamericana de Bi-bliografia, Washington, 1958, VIII, p. 410, 411).

56.—Alonso Zamora Vicente, Dialectología española (Madrid, 1960). (En Nueva Revista de Filología Española, México, 1960, XIV, p. 341-342).

57.—Daniel N. Cárdenas, Acoustic vowel Loops of Two Spanish idialecis. (Phonetica, 1960, V, p. 9-34). (En Nueva Revista de Filología Espa-ñola, México, 1960, XIV, p. 342-345).

58.—Homero Serís, Bibliografía de la lingüística española (Bogotá, 1964). (En Revista Interamericana de Bibliografía, Washington, 1967, XVII, p. 324-327; y Noticias Culturales, Instituto Caro y Cuervo, n° 85, 1febrero 1968, p. 17-18).

59.—Antonio Rodríguez Moñino y María Brey Mariño, Catálogo de los manuscritos poéticos castellanos existentes en la Biblioteca de The Hispanic Society of America (siglos, XV, XVI y XVII), 3 vols. (New York, 1965-1966). (En Revista Interamericana de Bibliografía, Was-hington, 1968, XVIII, p. 61-62).

60.—Luis Florez, José Joachín Montes y Jennie Figueroa Lorza, El Espa-ñol hablado en el Departamento del Norte de Santander. Datos y ob-servaciones. (Bogotá, 1969). (En Biblioteca del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1970, XXV, p. 297-299).

e) ESTUDIOS SOBRE LA VIDA Y LAS OBRAS DE TOMAS NAVARRO TOMAS:

Aparte de la gran cantidad de reseñas críticas sobre cada una de sus obras, que omitimos por no alargar innecesariamente este artículo, pueden citarse los siguientes trabajos:

1.—AGUADO, Martín: Los sillones de la Academia. Don Tomás Nava-rro Tomás, un filólogo no olvidado (en Ya, 3 de mayo de 1975).

2.—ARRIGOITIA, Luis de: Bibliografia de Don Tomás Navarro Tomás (En Revista de Estudios Hispánicos, Universidad de Puerto Rico, 1971,1, n° 1-2, p. 141-150).

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3.—ARTIGAS, Miguel: contestación al discurso de ingreso de Navarro Tomás en la Academia Española (Madrid, Imprenta de Archivos, 1935, p. 49-59).

4.—BEARDSLEY, Theodore 5., Jr.: Tomás Navarro Tomás. A tentative Bibliography 1908-1970 (Syracuse, New York, Syracuse University, Centro de Estudios Hispánicos, 1971, 12 p.).

5.—EL CONCEPTO contemporáneo de España, ed. Angel del Río y M.J. Bernadete (Buenos Aires, 1946; p. 645-646).

6.—DICTIONARY of Spanish Literature, ed. Maxim Newmark (New York, 1956, p. 236-237).

7.—DIRECTORY of American Scholars (Lancaster, Pa, 1942, p. 604-605; otras ed. en 1951, 1957, 1964, 1969...).

8.—FERRER, José, y Emilio Delgado; El Maestro D. Tomás Navarro Tomás (En Revista de Asociación de Maestros de Puerto Rico, 1946, V,nb7,p. 183-196).

9.—FLOREZ, Luis: Tomás Navarro Tomás (En Orbis, Bulletin Interna-tional de Documeniation Linguistique, Louvain, 1956, V, n° 2, p. 556-560).

10.—FUSTER RUIZ: Aportación de Albacete a la Literatura Española (Albacete, 1975, p. 105-115).

11.—GILI GAYA, Samuel: Diccionario de literatura española (Madrid, 1949. p. 426; otras edic. 1953, p. 498-499; 1964, p. 550-551).

12.—¡DUARTE, Andrés: Hispanismo e hispanoamericanismo en la Uni-versidad de Columbia. Los Maestros: Don Tomás Navarro Tomás (En Excelsior, 6 noviembre 1955; y en La Nacion, Caracas, 11 julio 1957).

13.—RUIZ CABRIADA, Agustín: Bio-bibliografía del Cuerpo Facultati-vo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, 1858-1958 (Madrid, 1958, p. 694-697).

14.—SAINZ DE ROBLES, Federico Carlos: Ensayo de un diccionario de la Literatura. t. II Escritores españoles e hispanoamericanos (Madrid, 1953, p. 812).

15.—SIMON DIAZ, José: Manual de Bibliografía de la Literatura Espa-ñola (Barcelona, 1966, fichas 516, 550-1, 567, 2.478, 3.709, 5.667, 5.718, 6.601, 8.040, 17.559).

16.—VALBUENA PRAT, Angel: Historia de la Literatura Española, 7 edic. Barcelona, 1964, t. I. p. 509, 514, 682, y 688; y t. III. p. 589).

17.—WHO'S WHO in America (Chicago, 1946; otras edic. en 1948, 1950, 1952, 1954, 1964...)

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18.— ZAMORA VICENTE, Alonso: Voz de la letra (Madrid, 1958). ("La palabra exacta de Navarro Tomás", p. 136-138).

Finalmente, expresar mi agradecimiento a los sobrinos de don Tomás Navarro Tomás residentes en La Roda, don Roque Andrés Navarro y don Roque Navarro Moraté, quienes han puesto a mi disposición todos los re-cuerdos personales y bibliográficos que conservan de su tío.

F. F. R.

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HOMENAJES RENDIDOS AL PROFESOR NAVARRO TOMAS FUERA DE ESPAÑA CON MOTIVO DE SU CENTENARIO:

La Universidad de Puerto Rico ha creado el "PREMIO TOMAS NA-VARRO TOMAS", consistente en una medalla de oro, que se concede anualmente al estudiante de Lengua y Literatura Española con mejor califi-cación en su tesis doctoral.

La Universidad de Columbia de New York ha fundado una beca con el nombre de "BECA TOMAS NAVARRO TOMAS" y que es concedida al licenciado en Lengua y Literatura Española, que ha terminado su carrera con mejores calificaciones, para costear sus estudios de doctorado.

La Universidad de Columbia en New York y la Universidad de Syracuse en California, organizaron una serie de actos académicos que se desarrolla-ron a lo largo de 1984 en conmemoración del Centenario del Profesor To-más Navarro Tomás.

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INDICE I'gina

PRESENTACION 5

RELACION DE CARGOS Y TITU LOS ACÁ DEMICOS 9

SIETODOLOGIA ....................................................................... II

LA ULTIMA FELICITACION DE CUMPLEAÑOS .................. 13

UNA GLORIOSA ANCIANIDAD. NUESTRA DEUDA CON TOMAS NAVARRO TOMAS. .IOSL. .í;lNL'EL BLECL'.l ............................................. . . . . . 17

INSTITUCIONES ESPAÑOLAS, ...... ..... 21

TOMAS NAVARRO TOMAS (1884-1979). ILO'VSO ZA%íOR;J VICENTE ................................................... 23

IN MEMORIAM TOMAS NAVARRO TOMAS. PRIV- CISCO PUS TER RUIZ .......................................... 37

INSTITUCIONES EXTRANJERAS ................................. 53

EVOCACION DE DON TOMAS NAVARRO TOMAS. LL'ISFLOREZ 55

HOMENAJE A DON TOMAS NAVARRO TOMAS (1884- 1979) ............................... . 59 ODONBET;1NZOSP;JLACIOS ........................................ 61 EUGENIO ELORIT ...................................................... 65 DANIEL N. CARDENAS ................................................. 68 JOSE AGUSTÍN B.ILSEÍRO .................................. ... 69

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I'ágina

A HISPAN IST CONFINED TO HIS INNER CASTLE": TOMAS NAVARRO TOMAS (I884I979). }';lKOi' 1.1L- KIEL 71

UN ESPAÑOL RECLUIDO EN SU 'CASTILLO INTE- RIOR": TOMAS NAVARRO TOMAS (1884-1979). }';lKOJ' 1 ILKIEL 89

ESCRITOS FIRMADOS EDITADOS EN ESPAÑA 107

MAÑANA. HOMENAJE A LA MEMORIA DE DON TO- MAS NAVARRO TOMAS. ER;IA'('ISCO (EBRLI.\ 109

ANOCHE. EN LA RODA EMOTIVO HOMENAJE POSTU- MO EN MEMORIA DE TOMAS NAVARRO TOMAS. ER.LV(JS(O (EBRI.lV . III

HOMENAJE POSTUMO A TOMAS NAVARRO TOMAS. ;1.%I.lLIO DO.V1 77-" 113

TOMAS NAVARRO TOMAS: UNA FIGURA HISTORICA DE LA LINGÜISTICA ESPAÑOLA. ./. R. ............. 115

TOMAS NAVARRO TOMAS. LINGÜISTA (1884-1979). .I0.1Q1IA'RO)' 119

NAVARRO TOMAS. VIDA Y OBRA DE UN NOBLE VA- RON. R;1E;1LL L;IPES.1 .............. . 123

TOMAS NAVARRO TOMAS. ;l!VDRES:l.%IOROS 129

ESCRITOS FIRMADOS PUBLICADOS EN EL EXTRAN- JERO 133

TOMAS NAVARRO TOMAS AND SIGMA DELTA PI. T. E.1RLEHI.'dILTON ........................................................... 135

LA VOZ DE UN MAESTRO ESTA EN SILENCIO. J'I('EN- TE FRINCIS('O TORRES ................................................... 137

ESPAÑA AHORA. ./..11. BL'ENDI.l ..................................... 141

TOMAS NAVARRO TOMAS (1884-1979). .IEP ... .. 143

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I.igiiia

TOMAS NAVARRO TOMAS: MAESTRO DE MAESTROS. íiRL1 TERESA B•JBIN . 147

BIBLIOGRAFIA DE DON TOMAS NAVARRO TOMAS 149 FRANCISCO FUSTER RUIZ.

HOMENAJES RENDIDOS AL PROFESOR NAVARRO TO- MAS FUERA DE ESPAÑA CON MOTIVO DE SU CENTENA- RIO .. . . ................................................................................. 167

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