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CCaarrllooss FFuueenntteess (Panamá, 1928) es uno delos pilares del boom latinoamericano. Licen-ciado en Derecho por la Universidad Autó-noma de México, sus primeras novelas, Laregión más transparente (1959) y La muertede Artemio Cruz (1962) le convirtieron enuno de los principales referentes de las letrashispanas del siglo XX. Entre sus obras destacanTerra nostra (1975), Cristóbal Nonato (1987),Los años con Laura Díaz (1999), La silla deláguila (2003) y la reciente Todas las familiasfelices (2006). Además de su labor como no-velista, ha escrito numerosos relatos, ensayos,piezas teatrales y guiones cinematográficos.Considerado un hito de la cultura mexicana,también ha mostrado un fuerte compromisopolítico y social con su país, y ha impartido sumagisterio en universidades del prestigio dePrinceton, Harvard, Columbia o Cambridge.Entre sus numerosos premios literarios des-tacan el Premio Rómulo Gallegos (1977), elPremio Nacional de Literatura de México(1984), el Premio Cervantes (1987), la Legión deHonor francesa (1992) y el Premio Príncipede Asturias de las Letras (1994).

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Título: Todas las familias felices© 2006, Carlos Fuentes© Santillana Ediciones Generales, S.L.© De esta edición: septiembre 2007, Punto de Lectura, S.L.Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (España) www.puntodelectura.com

ISBN: 978-84-663-1801-3Depósito legal: B-35.574-2007Impreso en España – Printed in Spain

Diseño de portada: Leonel SagahónDiseño de colección: Punto de Lectura

Impreso por Litografía Rosés, S.A.

Todos los derechos reservados. Esta publicaciónno puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,ni registrada en o transmitida por, un sistema derecuperación de información, en ninguna formani por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico,electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia,o cualquier otro, sin el permiso previo por escritode la editorial.

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Índice

Una familia de tantas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11Coro de las madrecitas callejeras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46

El hijo desobediente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49Coro de los compadres rivales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

Una prima sin gracia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65Coro de la hija amenazada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87

Los lazos conyugales (1) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89Coro del padre del rock . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110

Madre dolorosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114Coro de la perfecta casada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137

La madre del mariachi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139Coro de la luna de miel desnuda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162

Los novios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164Coro de la familia asesinada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 184

La familia armada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189Coro de los niños adoloridos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204

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The gay divorcee . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 208Coro de un hijo del mar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235

La familia oficial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239Coro de la familia del barrio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 258

La sierva del padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261Coro de las familias rencorosas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 281

El matrimonio secreto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 288Coro de la hija suicidada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 300

El hijo de la estrella . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 302Coro de los hijos de buena familia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 327

El hermano incómodo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 331Coro de la familia registrada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 358

Los lazos conyugales (2) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 361Coro de las familias salvajes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 384

El padre eterno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 388Corocodaconrad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 423

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Todas las familias felices se asemejan,cada familia infeliz lo es a su manera.

LEÓN TOLSTOI, Anna Karenina

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Una familia de tantas

El padre. Pastor Pagán sabe guiñar. Es un profesio-nal del guiño. Para él, guiñar un ojo —uno solo— es unaforma de cortesía. Toda la gente con la que trata conclu-ye el negocio con un guiño. El director del banco cuandotramita un préstamo. El cajero cuando cobra un cheque.El administrador cuando se lo da. El contador cuando sehace el tonto y no lo registra. El delegado del patrón cuan-do le da la orden de ir al banco. El portero. El chofer. Eljardinero. La criada. Todo el mundo le guiña. Guiñan losfaroles de los automóviles, las luces de tránsito, el relám-pago en el cielo, las hierbas en la tierra y las águilas en elaire, para no hablar de los aviones que sobrevuelan todoel santo día la casa de Pastor Pagán y su familia. El ron-roneo felino de los motores sólo es interrumpido por losguiños del tráfico en la Avenida Revolución. Pastor lesresponde con su propio guiño, movido por la certeza deque así lo dictan las buenas maneras. Ahora que está pen-sionado, se acuerda de sí mismo como de un guiñadorprofesional que jamás abrió los dos ojos al mismo tiem-po y cuando lo hizo, ya era demasiado tarde. Un guiño demás, se recriminaba a sí mismo, un guiño de más. No seretiró. Lo retiraron a los cincuenta y dos años. ¿De qué

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se iba a quejar? En vez de castigarlo, le dieron una buenacompensación. Junto con el retiro temprano vino el re-galo de esta casa, no una gran mansión pero sí una vi-vienda decente. Una reliquia de la lejana época «azte-quista» de la Ciudad de México, cuando a los arquitectosnacionalistas de los años treinta les dio por construir ca-sas con aspecto de pirámides indias. O sea, la casa se ibahaciendo angosta entre la planta baja y el tercer piso. Ésteresultaba inhabitable por estrecho. Pero su hija Alma en-contró que era ideal para su igualmente estrecha vida, de-dicada a jugar con la red y encontrar en el mundo virtualde Internet la vida necesaria —o suficiente— para ya nosalir más de la casa, pero sintiendo que era parte de unavasta tribu invisible conectada a ella como ella se conec-taba, estimulada, a un universo que le parecía el únicodigno de apropiarse de «la cultura». La planta baja, pro-piamente el sótano, lo ocupa ahora el hijo Abel, reinte-grado al hogar a los treinta y dos años, después de intentaruna fracasada vida independiente. Regresó orgulloso parano demostrar que regresó contrito. Pastor lo recibió sindecir palabra. Como si no hubiera pasado nada. En cam-bio, Elvira, la mujer de Pastor, recuperó al hijo con sig-nos de alborozo. Nadie comentó que Abel, regresando alhogar, admitía que a su edad sólo podía vivir gratis en elseno de la familia. Como un niño. Sólo que el niño aceptasu situación sin problemas. Con alegría.

La madre. Elvira Morales cantaba boleros. Allí la co-noció Pastor Pagán, en un cabaret de medio pelo cercadel Monumento a la Madre, en la Avenida Villalongín.

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Desde jovencita, Elvira cantó boleros en su casa, al bañar-se, al ayudar en la limpieza y antes de dormirse. Las can-ciones eran su plegaria. La ayudaban a soportar la vidatriste de una hija sin padre y con una madre desolada. Na-die la ayudó. Se hizo sola, sola llegó a pedir trabajo a uncabaret de Rosales, fue aceptada, gustó, luego mejoró debarrio y comenzó a creerse todo lo que cantaba. El bole-ro no es bueno con las mujeres. A la hembra la trata de«hipócrita, sencillamente hipócrita» y añade: «perversa,te burlaste de mí». Elvira Morales, para darle conviccióna sus canciones, asumía la culpa de las letras, se pregun-taba si en verdad su savia fatal emponzoñaba a los hom-bres y si su sexo era la hiedra del mal. Ella se tomó muyen serio las letras de los boleros. Por eso entusiasmaba,convencía y provocaba aplausos noche tras noche a la luzblanca de los reflectores que por fortuna oscurecían losrostros de los asistentes. El público era la cara oscura dela luna y Elvira Morales podía entregarse a ciegas a las pa-siones que pronunciaba, convencida de que eran ciertasy de que, siendo ella en la canción una «aventurera», nolo sería en la vida real. Al contrario, daría a entender quevendería caro, carísimo, su amor y que aquel que de suboca la miel quisiera, pagaría con brillantes su pecado...Elvira Morales podía entonar melódica la ruindad de sudestino, pero fuera de la escena guardaba celosamentesu «admirable primavera» (rima con «aventurera»). Des-pués del show, jamás se mezclaba con los asistentes. Re-gresaba a su camerino, se vestía y volvía a casa, donde laesperaba su desdichada madre. Las solicitudes de los pa-rroquianos —una copa, un bailecito, un poquito de amor—eran rechazadas, las flores tiradas a la basura, los regalitos

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devueltos. Y es que Elvira Morales, en todos sentidos, to-maba en serio lo que cantaba. Conocía por el bolero lospeligros de la vida: mentira, cansancio y miseria. Pero laletra la autorizaba a creer, a creer de verdad, que «un ca-riño verdadero, sin mentiras ni maldad» se puede encon-trar cuando «el amor es sincero».

La hija. Alma Pagán hizo un esfuerzo por acomo-darse en el mundo. Que nadie le dijera que no lo intentó.A los dieciocho años, entendió que una carrera le estabavedada. No había tiempo ni dinero. La preparatoria erael tope, sobre todo si los recursos de la familia (tan esca-sos) iban a apoyar a su hermano Abel en la Universidad.Alma era una chica muy atractiva. Alta, esbelta, de piernalarga y talle angosto, pelo negro recortado en casco, bus-to generoso sin exagerar, piel mate y mirada velada, bocaentreabierta y naricilla nerviosa, Alma parecía que ni man-dada a hacer para la novedosa ocupación de edecán en ce-remonias oficiales. Ataviada igual que las otras tres o seiso doce muchachas escogidas para presentaciones de em-presas, congresos internacionales, actos oficiales, camisablanca con chaquetilla y falda azul marinas, medias oscu-ras y tacones altos, la función de Alma consistía en estar-se quieta detrás del orador de turno, renovar los vasos deagua en los paneles, no mover un músculo facial, nuncasonreír y menos desaprobar lo que fuese. Expulsar susemociones y ser el perfecto maniquí. Un día reunió a lascinco compañeras de una función de beneficencia y sevio idéntica a ellas, todas igualitas entre sí, toda diferen-cia borrada. Eran clones la una de la otra. No tenían más

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destino que ser idénticas entre sí sin nunca ser idénticasa sí mismas, parecerse en la inmovilidad y luego desapa-recer, jubiladas por la edad, los kilos o una media negracorrida. Esta idea horrorizó a Alma Pagán. Se despidióde la chamba y como era joven y bonita encontró empleocomo azafata en una línea aérea que servía al interior dela República. No quería estar lejos de su familia y por esono buscó servir en vuelos internacionales. Acaso adivina-ba su propio destino. Sucede. Como también ocurre queen los vuelos nocturnos los pasajeros masculinos, apenasse bajaban las luces, se aprovechaban y le acariciaban depaso las piernas, o le miraban con hambre el escote, o,de plano, le pellizcaban una nalga mientras servía las cu-bas y las cocas. La gota que derramó el vaso (de cuba, decoca) fue el asalto que un gordo yucateco le hizo cuan-do ella salía del lavabo y él la empujó hacia adentro, ce-rró la puerta y comenzó a sobarla mientras la llamaba«linda hermosa». De un rodillazo en la panza, Alma de-jó al peninsular sujeto sentado en el excusado, sobando,en vez de los senos de Alma, la panza de la guayabera.Alma no presentó queja. Era inútil. El pasajero siempretenía razón. Al cabezón yucateco no le harían nada.A ella le atribuirían hacerse la confianzuda con los pa-sajeros y si no la despedían, le cobrarían multa. Por esoAlma se retiró de toda actividad mundana y se instaló enel piso alto de la casa de sus padres con todo el aparatoaudiovisual que de allí en adelante sería su universo se-guro, cómodo y satisfecho. Había ahorrado y pudo pa-gar los aparatos ella misma.

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El hijo. Abel Pagán no terminó la carrera de Eco-nomía en la UNAM porque se creyó más listo que losmaestros. La mente ágil y curiosa del muchacho buscabay encontraba el dato oscuro que dejara estupefactos a losprofesores. Hablaba con aplomo de las «armonías» deBastiat y del PIB de la República del Congo, pero si lepedían ubicar en el mapa a la susodicha república o saltardel olvidado Bastiat al muy recordado Adam Smith, Abelse perdía. Había aprendido lo superfluo a costa de lo ne-cesario. Esto lo hizo sentirse, a un tiempo, superior a susprofesores e incomprendido por ellos. Dejó la escuela yregresó a casa, pero su padre le dijo que sólo podía que-darse si encontraba trabajo, que esta casa no era parazánganos y que él, Pastor Pagán, no había tenido la suertede ir a la Universidad. Abel le espetó que era cierto, conun vago bastaba. El padre le dio una cachetada, la madrelloró y Abel se embarcó en la nave de su dignidad. Salióa buscar chamba. Ansiaba la libertad. Quería regresartriunfante al hogar. El hijo pródigo. Confundió la liber-tad con la venganza. Acudió a la empresa donde trabajósu padre. La oficina de Leonardo Barroso. Abel se dijoque iba a demostrar que él, el hijo, sí podía con la situa-ción que sacrificó a su padre. «¿Barrosos a mí? ¿Jefecillosautoritarios? ¿Dictadorcillos de escritorio? ¡Qué me du-ran!» No tuvo que guiñar. Lo recibieron con sonrisasy él se las devolvió. No se dio cuenta de que entre la son-risa y la mueca mediaba el colmillo. Mucho colmillo. Loaceptaron sin mayor trámite. Ni siquiera la facilidad leencendió las antenas. Lo trataban con alfileres, como sitemieran que Abel fuese espía de su padre, por lo cualtuvo que demostrar que era enemigo de su padre y esto

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lo llevó a despotricar contra Pastor Pagán, su debilidady su holgazanería, su falta de gratitud hacia los Barrosoque le dieron trabajo durante más de veinte años. La ac-titud del hijo parecía agradar a la empresa. El hecho esque le dieron un puesto subalterno de caminante en unatienda de la compañía donde su ocupación consistía enpasearse entre los posibles compradores y los imposiblesvendedores, vigilando a unos y a otros, que los primerosno robaran mercancía, que los segundos no se tomarandescansitos. Abel era el elegante gendarme civil de latienda. Se cansó. Empezó a añorar los tiempos universi-tarios, la protección de la familia, los ahorros destinadosa su educación. Se sintió incómodo, malagradecido. Supropia impertinencia filial, su propia molicie, su ingra-titud, se le presentaron como espectros reiterados e ina-sibles. Sintió que los tapetes del almacén se gastaban aojos vistas bajo su inútil ir y venir. Hizo amigos. Los me-jores vendedores recibían comisiones y aparecían en elboletín de la celebridad semanal. Abel Pagán nunca apa-reció en el boletín. Su mala fama se esparció. «Sea ustedmás comedido con la gente, Abel.» «No puedo evitarlo,señor. Siempre he sido grosero con la gente estúpida.»«Oye Abel, ya viste que Pepe apareció en el boletín estasemana.» «Con qué poca inteligencia se triunfa.» «¿Porqué no haces un esfuerzo para salir en el boletín?» «Porqueme da igual.» «No seas tan difícil, mano.» «No soy difí-cil. Sólo asumo la repugnancia que debían sentir todosustedes, bola de acomodaticios.» «¿Por qué no aceptas lascosas como son y tratas de mejorarlas cada día, Abel?»«Porque todo es como es y yo soy de otro modo.» «Niquién te entienda, mi cuate.» La vida se iba convirtiendo

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en un larguísimo pasillo entre la sección de zapatos y lasección de camisas. Entonces ocurrió lo imprevisible.

El padre. Mirando al pasado, Pastor Pagán se pre-guntó, ¿por qué no fui deshonesto, habiendo podido ser-lo?, ¿no eran rateros todos?, ¿menos yo?, ¿por qué tuveque hablar con el propio señor Barroso y decirle todos sehan enriquecido menos yo, señor?, ¿por qué me conten-té con una pitanza —un cheque por cinco mil dólares—que me entregaron para consolarme?, ¿por qué, a partirde ese momento, dejaron de guiñarme?, ¿qué falta habíacometido al hablar con el mero mero, el patrón? Prontolo supo. Al presentarse como el único empleado honra-do, implicó que los demás no lo eran. Para Barroso, estoera menospreciar a los compañeros. Una verdadera faltade solidaridad. Y sin solidaridad interna, la empresa nofuncionaba. Al ofrecerse como el único empleado por en-cima de toda sospecha, Pastor incitó la perversa inteli-gencia de Barroso. Para el patrón, todos eran corrupti-bles. Ésta era la premisa mayor a todos los niveles enMéxico, del Gobierno a la empresa y de la abarrotería alejido. ¿Cómo pretendía Pastor Pagán ser la excepción?El jefe Barroso debió reír para sus adentros. Pastor nocometió la falta de pedir tajada, cometió la falta de decla-rarse honrado. No entendió que a un hombre de podercomo Leonardo Barroso no le bastaba con darle una co-misión indebida a un empleado menor. Pastor se ofrecióde pechito para que su patrón tratara de corromperlo dea de veras. Ahora, retirado a la fuerza con pensión vitali-cia, Pastor podía reflexionar a sus anchas sobre los motivos

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que llevan a cada uno a destruir a los demás. A veces pornecesidad, cuando el enemigo es peligroso. A veces por va-nidad, cuando es más fuerte que uno. A veces por la meraindiferencia con que se aplasta una mosca. Pero en oca-siones, también, por eliminar la amenaza del débil cuandoel débil sabe un secreto que el poderoso quiere manteneren lo oscuro. Pastor Pagán vivía retirado, barajando lasposibilidades de su destino, al fin y al cabo, cumplido ya.La verdad es que le devolvieron el chirrión por el palito.Cuando le pidió al jefe ser un militante más en el gigan-tesco ejército de la corrupción, cometió la falta de acusara todos mientras se excusaba a sí mismo. Desde ese mo-mento, estaba en manos del patrón, es decir, del poder.Pastor, de allí en adelante, carecería de autoridad moral.Sería un pícaro más. La regla, no la excepción que antesera. ¿Qué hubiera ganado si no le pide nada al jefe? ¿Sermás libre, más respetado, continuar empleado? El día másamargo de la vida de Pastor Pagán fue aquel en que se diocuenta de que, hiciera lo que hiciese y sin saberlo siquie-ra, ya era parte de la trama del soborno en el pequeñopaís de su propio trabajo. Había asistido durante años ala corrupción, llevando y trayendo cheques, aceptandocuentas falsas, guiñando, siendo guiñado, capturado mo-ralmente en ese instante fotográfico en el que un solo ojose cierra en complicidad y el otro permanece abierto convergüenza. Pero él había permanecido puro hasta estemomento. Se miraba al espejo en busca de una aureola ysólo encontraba una coronilla rala. Proponía reflejos demártir y le respondían una piel gris, un rostro de mofle-tes vencidos, mirada esquiva y cejas nerviosas. Erguía elbusto y se le desplomaba el pecho.

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La madre. El bolero nos propone amantes. Algunosson fatales. Viven esperando que cambie la suerte o ven-ga la muerte como bendición. Otros, nostálgicos: comoel ave errante viviremos, con la añoranza del amor. Loshay limosneros de cariño: la mujer amada se lo llevó to-do y lo dejó solo. Hay boleros derrochadores de pasión:quieren libar la boca de miel de la mujer y de paso em-belesarse con su piel. Hay boleros dominadores que im-ponen el calor de su pasión. Elvira Morales cantabatodos estos sentimientos pero se los guardaba en el pechoy por eso los comunicaba con tamaña fuerza. Evitaba mi-rar a quienes la escuchaban, noche a noche, cantar en LaCueva de Aladino. Hizo una sola excepción afortunada.Algo mágico, misterioso, debió guiar su mirada mientrascantaba Dos almas deteniéndose en el hombre que, a suvez, la veía con ojos distintos a todos los demás. Habi-tuada a negar la correspondencia entre la letra de losboleros y la presencia de los hombres que la escuchaban,esta vez sintió que la canción y la persona coincidían má-gicamente: «Dos almas que en el mundo había unido Dios,dos almas que se amaban, eso éramos tú y yo». Un hom-bre tierno: eso es lo que decían los ojos del espectadoraislado de la sombra nocturna del cabaret por un spotparejo al que destacaba el rostro de luna de Elvira Mora-les, sus hombros desnudos y redondos, la luz detenida enel escote del vestido de lentejuela roja, dejando todo lodemás en la penumbra del misterio. ¿Cómo se iluminaronesa noche, sólo dos rostros, el de Elvira Morales y el de unhombre desconocido? ¿Quién manejaba los reflectores

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esa noche, sino Dios mismo, o un arcángel en misióndivina? El hecho es que Elvira, por vez primera desde quesalió del hogar y empezó a cantar, sintió que un hombremerecía su voz, entendía sus letras, encarnaba su música.Esto sólo duró un instante. Al terminar la canción y en-cenderse las luces, Elvira Morales buscó en vano al hom-bre divisado mientras ella cantaba. ¿Habría sido un espe-jismo, una extraña proyección del bolero en la realidad?No. El lugar estaba allí, pero el asiento estaba vacío ycuando lo ocupó una pareja recién llegada, ella supo queel hombre que capturó su atención había estado antes allíy que si se había marchado, ella seguía allí y él sabría dón-de encontrarla de nuevo. Si es que quería volverla a ver.

La hija. Desde el momento en que decidió encerrar-se en el tercer piso de la casa paterna, Alma Pagán habíadecidido también su nuevo —y permanente— estilo devida. Sentía repulsión cuando se recordaba fría como unaestatua en las conferencias y actos de beneficencia o cuan-do se recordaba manoseada, pellizcada, insultada en losvuelos México-Mexicali o México-Mérida. No culpó anadie sino a sí misma. Su cuerpo era el reo. Guapa, de-seable, corrompible. Sólo ella era responsable de encen-der la lujuria machista. Se castigó a sí misma. Abandonóel uniforme aéreo y adoptó el estilo propio del destierrointerno. Keds, bluejeans, playeras y a veces sudaderas dela Universidad de Kokomo, Indiana. Un sempiterno go-rro de beisbol de los vetustos Jaibos de Tampico. No erala apariencia lo importante, aunque bastaba verla para nodesearla. Lo importante era que, aislándose de un mundo

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hostil y desagradable, Alma entraba de lleno a un mundode acción y excitación, de emociones vicarias, de intermi-nable accidente y todo ello sin consecuencias físicas paraella. El mundo del reality show. Pagó una suscripciónpara recibir periódicamente los mejores programas sobreestas situaciones de la vida real en las que hombres y mu-jeres jóvenes y vigorosos participan en aventuras audaces,concursos constantes, premiaciones selectas... En estosmomentos, a la mitad de la historia, Alma sigue con aten-ción casi estrábica el inicio de la aventura de un grupo decuatro parejas que deben disputarse los tres primeros lu-gares en un viaje lleno de obstáculos. La odisea se iniciaen Ciudad Juárez y termina en Tapachula. O sea empie-za en la frontera con los USA y acaba en la frontera conGuatemala. Los concursantes deben competir salvandoimpedimentos para llegar en primer, segundo o tercer lu-gar a la meta. La pareja que llegue en último lugar que-da eliminada. La pareja triunfadora se hace acreedora deuna semana en el barco de lujo turístico Sirens of the Sea.Los segundos y terceros reciben las gracias y un DVDsobre alpinismo. Ahora Alma observa la salida de lascuatro parejas en el puente internacional entre El Pasoy Ciudad Juárez. Resulta que cuatro de los concursantesson gringos y los otros cuatro nacoleones. La primerapareja gringa la forman dos hombres jóvenes, Jake yMike, esbeltos y guapos, como si hubieran nacido parael estrellato reality. La segunda son dos mujeres, una ne-gra (Sophonisbe) y otra blanca (Sally). En cambio, lasparejas nacionales son hombre y mujer como para evitarsospechas homosexuales. En ellas figuran dos jóvenesflacos y chaparritos, Juan y Soledad, y dos viejos entecos

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y curtidos, Jehová y Pepita. Los norteamericanos vistent-shirts y calzón corto. Los mexicanos jóvenes vienen ata-viados de tarahumaras, o sea pierna desnuda, huipil bor-dado y pañoleta roja amarrada a la cabeza. Los viejosandan vestidos como la propia Alma Pagán. A ella le sho-quea que los más rucos se apropien del atuendo de los másjóvenes. ¿Ya no hay diferencia de edades? Puede que no.Pero lo más interesante es que la carrera de fronteraa frontera se inicia en la de México con los EstadosUnidos, o sea que los concursantes salen corriendo de lafrontera que millones de mexicanos quisieran cruzarpara encontrar trabajo en el norte próspero. Y acaban enla frontera de México con Guatemala, o sea la línea divi-soria entre dos miserias que los centroamericanos pobrescruzan a escondidas para llegar a los Estados Unidos. Estaparadoja no escapa a Alma. Es parte de su educación. Em-pieza a sentir que el reality show es la universidad que ellano tuvo. La realidad vicaria. La emoción sin IVA. El des-plazamiento sin peligro. Alma encuentra su realidad. Yano tiene por qué aventurarse y salir al mundo hostil y de-gradante. Gracias a la red, el mundo estaba a su alcance,ella sentía que ahora pasaba a formar parte de una tribuinstantánea, conectada a redes virtuales, estimulada porel universo audiovisual y sobrestimulada por la tentaciónde entrar en contacto con otros nautas como ella. Peroaún no se atrevía a chatear.

El hijo. Leonardo Barroso era un hombre de poderporque no descuidaba los detalles. Su mirada de águiladescendía velozmente del manejo de acciones en la Bolsa

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de Hong Kong a la vida y milagros del más modesto desus empleados. Abel Pagán se situaba a medio camino en-tre una inversión billonaria y el sueldo de un portero.Barroso se fijó en él desde que el joven pidió chamba yestúpidamente anunció que venía a degradar a su padre.Con toda intención, Abel fue enviado a vigilar pisos dealmacén. Sólo para ablandarlo y demostrarle quién man-daba en esta compañía. Quién era «el mero mero». Poreso fue tan sorpresiva la llamada a presentarse al des-pacho del jefe, don Leonardo, y recibir la propuesta pe-rentoria. El hijo haría lo mismo que el padre, duranteveinticinco años, había hecho. Recibir cheques de la con-taduría, llevar cheques al banco. No hacer preguntas. Eraun puesto de confianza. Don Leonardo guiñó: Abel de-bía aprender a guiñar. Guíñale al director del banco. Guí-ñale al cajero. Guíñale al chofer. Guíñale a todo el mun-do. «Todos te entenderán, porque eso hacía tu padre. Túnomás di: Me llamo Pagán y me manda don Leonardo.Todos te entenderán. Pero no se te olvide guiñar. Es laseña de complicidad. Si no te devuelven el guiño, tú me-jor sospecha y retírate.» Abel se debatió un rato entre lasatisfacción y la duda. Barroso confiaba en él. Pero tam-bién lo manipulaba. Y sobre todo, lo insertaba en unasecuela de actos desconocidos en la que el trabajo del hi-jo era continuación del trabajo del padre. Ciegamente, eljoven decidió correr la suerte. Después de todo, habíaescalado del mostrador a la gerencia en menos de lo quecanta un gallo. Contaba con la confianza del boss. Le au-mentaron el sueldo. Tomó un apartamento muy pequeñoencima de una tienda de vestidos de novias en Insurgen-tes. No tardó en rebasar su sueldo con las exigencias de

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su estatus. Las chamacas comenzaron a buscarlo y no po-día recibirlas en un apartamento desvencijado por lostemblores. Se mudó al Hotel Génova en la Zona Rosa yfolló con puntualidad aunque sin el gusto de la conquista.Sabor. Las muchachas se le ofrecían insinuantes (sospe-cha) y cogían como por órdenes. ¿De quién? Abel co-menzó a sospechar más. Los gastos iban en aumento. Eltrabajo también. Y al cabo, las frustraciones. Abel vivíacomo un autómata. Tenía la mesa puesta. No necesitabaesforzarse. La medida de su ambición era constantemen-te frustrada por la abundancia de su éxito. Le daban tratode «Don» en el hotel. Le tenían reservada una mesa per-manente en el restorán Bellinghausen. Le dieron créditopara ropa en Armani. Le entregaron un BMW colorado«por órdenes de don Leonardo». Las chamacas, toditasellas, fingían torrenciales orgasmos. En el baño, le su-plían la colonia, el jabón, la pasta de dientes y el champúsin necesidad de pedir. Hasta condones color de rosa conelefantitos pintados le pusieron en el buró. Fiel a sus orí-genes y temperamento, Abel sintió que tenía aspiracionesmás altas —llámenlas ustedes independencia, expresiónpersonal, voluntad libérrima, quién sabe— y que su po-sición en Barroso Hermanos no las satisfacía del todo.También se percató de que su trabajo era ilusorio. Quesin la venia de Barroso su mundo se vendría abajo. Todose lo debía al jefe, nada a su propio esfuerzo. Tonto no eraAbel Pagán. Entender esto empezó a amargarlo. Comenzóa sentir una urgencia vital de probarse a sí mismo. No de-pender de Barroso. No ser criado de nadie. ¿Acaso él, eljoven, no sabía más que los adultos (los Barroso o los pa-dres)? ¿Acaso no podía ocupar su propio lugar, un lugar

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independiente, en el mercado? Miró cuanto le rodeaba—suite de hotel, viejas a granel, restoranes caros, cochesde lujo, ropa de Armani— y se dijo que él mismo, sin ayu-da de nadie, merecía todo esto y podía conseguirlo porsus propias pistolas, tripas y tompiates. Empezó a ansiaruna libertad que su posición le negaba. ¿Con qué conta-ba para ingresar con autonomía al mercado del trabajo?Contó sus canicas. Eran muy pocas y bastante descolori-das. Todas decían: «Propiedad de L. Barroso». Queríaafirmarse, con desesperación. Se dejó crecer el pelo y selo amarró con una liga como cola de caballo. No pudo irmás lejos. Quería vivir otra realidad, no la de sus padres.Tampoco quería la de sus contemporáneos. Le causabanáuseas que alguien en la oficina le dijera, «Ya la hiciste,Abel» y los más vulgares, «Viejas, lana, la protección delpatrón, ya chingaste, qué más quieres, ¿quieres más?». Sí,quería más. Entonces todo empezó a cambiar. Poquito apoco. Así era. Abel tenía un trabajo seguro en un mundoinseguro. Era listo y se daba cuenta de que la empresa cre-cía y se diversificaba la producción mientras que el tra-bajo se reducía. Se podía producir más y trabajar menos:ése era el asunto, se dijo Abel. Pensaba todo esto y se sen-tía protegido, privilegiado. Y sin embargo él quería más.Entonces todo empezó a cambiar. Anularon su tarjeta decrédito. Las putillas ya no lo visitaban. La oficina ya nole pasaba cheques. Ya no hubo guiños. Lo abandonaronen una oficinita oscura sin luz ni aire, casi una profecía deprisión. Al cabo, lo despidieron. Desconcertado por nodecir atolondrado, Abel Pagán se encontró de la noche ala mañana en la calle. ¿No era esto lo que deseaba? ¿In-dependizarse, primero de su casa, después de su patrón?

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Seguro, sólo que quería hacerlo por sus pistolas, no porvoluntad ajena. Barroso le dio un destino y ahora se loarrebataba. Abel imaginaba al patrón relamiéndose degusto. De manera que habiendo humillado al padre, aho-ra le tocaba humillar al hijo. Abel se sintió como el cor-dero de los sacrificios, listo para ser trasquilado. ¿Qué seproponía Barroso?, se preguntó Abel. ¿Poner a prueba lafidelidad del padre poniendo a prueba la honestidad delhijo? Abel se miró las manos manchadas por más chequesque las patas de una cofradía de arañas. «No se vale», mur-muró. Se sintió al garete, vulnerable, sin rumbo. Se sin-tió prescindible y humillado. Sintió que su esfuerzo nohabía sido compensado. ¿No merecía, por méritos, me-jor empleo por tener más educación? ¿Por qué la cosa eraal revés? Algo andaba mal, muy mal. Ahora, ¿qué iba ahacer? ¿Por dónde empezar de nuevo? ¿Qué había hechomal? Se armó de coraje y exigió una cita con don Leo-nardo Barroso. Se la negaron. En cambio, la secretaria deljefe le entregó un sobre. Adentro había un cheque porcinco mil pesos y una sentencia en latín: Delicta maiorumimmeritus lues. Un profesor de la Universidad tuvo la ama-bilidad de traducírsela. «Aunque no seas culpable, debe-rás expiar los pecados de tu padre.»

El padre. Pastor Pagán era un hombre bueno y recibiócon dignidad al hijo pródigo. Lo conmovió la vanidad he-rida de Abel y para evitar un asomo de enojo puso ojos per-didos, aunque sin lágrimas, al abrirle los brazos. Era mejorproceder como si no hubiera pasado nada. Mirar haciaadelante. Jamás hacia atrás. Se dio cuenta de que el hijo,

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igual que el padre, ya no tenía grandes recursos para ha-cerle frente a nada. El regreso de Abel los igualaba. Pensaresto preocupó mucho al padre. ¿Debía preguntarle direc-tamente a Abel: ¿Qué pasa? ¿No decirlo implicaba queimaginaba lo sucedido? ¿Decirlo abría las puertas a unaconfesión en la que el pasado vendría a infectar para siem-pre al presente? Abel le dio la clave. Un mes después de suregreso al hogar, tras treinta días de disimular que no habíaocurrido nada fuera de lo normal porque lo normal era lofatal, Abel pensó que si iba a quedarse a vivir para siemprecon sus padres y su hermana, lo mejor era decirles «la ver-dad es que no estaba listo para esa posición». Que era laantigua posición del padre. Estas palabras del hijo confun-dieron y asolaron al padre. Pastor Pagán no dijo nada. Serefugió en las ruinas de su orgullo sólo para comprobar queel regreso de Abel significaba que ni el padre ni el hijodominaban sus propias vidas. Pastor carecía de energía.Abel tampoco tenía voluntad. Cuando el padre se diocuenta de esto, empezó a sacar temas indirectos para ver sipodía, al cabo, decirle la verdad a su hijo. Una noche seemborracharon en una cantina por el rumbo de La Piedady, al calor de los alipuses, Pastor creyó que se rompía elhielo —el iceberg que los años habían construido entrepadre e hijo— y se atrevió a suspirar: «La diosa del éxito esuna puta». A lo cual Abel, por primera vez en mucho tiem-po, le contestó «Seguro». «Para tener éxito, se necesitanperdedores. Si no, ¿cómo sabes que te fue bien?» «Seguro,por cada éxito tuyo, le tiene que ir mal a otra persona. Es laregla del juego.» «¿Y qué pasa cuando primero te va maly subes y luego te va mal y caes?» «Te vuelves filósofo,mijo.» «O cantas canciones en las cantinas, pa.» Cosa que

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procedieron a hacer, ya bastante alumbrados. «La que sefue.» No una mujer. La suerte es la que se fue. La fortunaes la que se largó. Se abrazaron los dos aunque pensaroncosas distintas. El padre temía que Abel se hundiera en elrencor y no supiera cómo salir de él. El hijo hacía listas etí-licas de los errores que había cometido y seguía cometien-do. «¿Cuántos errores he cometido hoy?», le preguntó conla lengua gruesa a Pastor. «Huuuy, no cuentes errores, hi-jo, porque es el cuento de nunca acabar.» «¿De qué te arre-pientes, pa?» Pastor contestó a carcajadas: «De no habercomprado de joven una pintura de Frida Kahlo por dos milpesos. ¿Y tú?». «De recibir cosas que de plano no mere-cía.» «Anda, no te me pongas melancólico. Tú llegaste conla mesa puesta.» «Eso es lo malo.» «Tú no tuviste queahorrar de joven sólo para perderlo todo con la inflacióny las devaluaciones de la moneda...» «¿Por eso te entregas-te a Barroso, pa?» «No me chingues, hijo, respétame, yotrabajé un cuarto de siglo para darles techo y educación amis hijos. No averigües cómo lo hice. Más respeto. Másgratitud.» «Es que lo único que quiero saber es si a usted lefue tan mal como a mí.» «Peor, hijo, peor.» «Cuénteme.»«Mira Abel, no mires hacia atrás, vamos a mirar parade-lante...» «Lo malo es que estoy viendo doble.» «¿Qué co-sa?» «Lo veo doble a usted, como si fuera dos gentes.»«Estás cuete.» «Quién sabe. De repente estoy más sobrioque nunca.» «Anda, acábate el tequila y vámonos a casa.Nuestras viejas nos esperan. Deben andar preocupadas.»

La madre. Elvira Morales decidió no perder la ale-gría. Se propuso celebrar cada día aquel encuentro, hacía

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treinta y tres años, en La Cueva de Aladino. Ella canta-ba. Él sabía dónde encontrarla siempre. Ella no se iría.Y él regresó. Se casaron y fueron felices. En esta frasequería Elvira resumir su existencia. Que los pleitos fue-ran embrionarios siempre, las diferencias disimuladas ytodo lo demás resuelto con romanticismo, cada vez quehubiera nubes en el horizonte, regresando a bailar jun-tos en el cabaret. El cabaret había sido la cuna del amory en él, Elvira sentía que se renovaban los jugos del ca-riño. Pastor Pagán volvía a ser el galán de sus sueños.La encarnación de un bolero sin lágrimas ni quejas aun-que sí lleno de suspiros, Elvira dejaba de ser mártir deldestino del marido. Cuando se sentía atrapada, regre-saba al bolero y entonces su matrimonio se tambalea-ba. Todo el sentido de su vida consistía en dejar atráslas letras de las canciones y anularlas con una realidaden la que la porción de felicidad era más grande que laparte de desgracias y por eso, cuando algo entorpecíael matrimonio feliz que era el sacramento de Elvira, elaltar de su espíritu, ella invitaba a su marido a bailar,regresar al cabaret, a lo que ahora llamaban «antros» yallí bailar muy apretaditos, muy juntitos, sintiendo có-mo volvían a fluir las savias de la ilusión. Abel, de jo-vencito, se reía de estas excursiones nostálgicas. «Y re-tiemble en sus antros la tierra», decía parodiando a suautor favorito, Gonzalo Celorio. Pero los hijos, al ca-bo, agradecían estas ceremonias de la fidelidad renova-da porque traían la paz al hogar y daban margen al cues-tionamiento de la posición de los hijos en el mundo:dentro o fuera del hogar. Elvira se daba cuenta de quecada vez más los hijos se quedaban en casa más allá de

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los treinta años o regresaban a ella a la edad de Cristo,como su hijo Abel, o se disponían a envejecer en el ho-gar, como Alma encerrada en su periquera. Todo ellosólo reforzaba la convicción de Elvira Morales. Si loshijos eran alambristas en el circo de la vida, los padresserían la red de seguridad que recibía sus caídas y lesimpedía morir estrellados. ¿Era ésta la verdadera razónde la conducta de Elvira, por eso perdonaba errores, poreso atizaba la llama sagrada del amor con su marido,por eso olvidaba todo lo peligroso o desagradable, poreso guardaba tan bien los secretos? ¿Porque la vida noes un bolero? ¿Porque la vida debe ser una balada sen-timental que arrulla, un idilio secreto, una maceta quese seca si no la regamos? Por eso ella y su marido ibanjuntos a los bares de antes y a bailar en cabarets. A re-cordar lo que no se olvida identificando sin cese a la fe-licidad. La añosa madre de Elvira murió mientras la hi-ja cantaba boleros en La Cueva de Aladino, la noche enque identificó a Pastor Pagán sin saber que la achacosamamá había fallecido. Así es la baraja del destino. Y eldestino es reversible, como un abrigo que sirve contrael frío de un lado y del otro protege contra la lluvia.Por eso Elvira Morales nunca dijo «Pero eso era an-tes». Por eso siempre diría «Ahora. Ahoritita. Ahori-titita».

La hija. Las dos mujeres americanas (Sophonisbe ySally) no pasaron de Ciudad Juárez. Durante el primerdía de la carrera, desaparecieron y luego fueron encon-tradas muertas en una zanja cerca del Río Grande. Hubo

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que convocar de prisa a dos vecinos de El Paso, Texas, pa-ra cumplir con las bases del concurso. Ninguna parejagringa se atrevió a cruzar el río. Los organizadores seresignaron a reclutar a un par de mexicanos dispuestos atodo con tal de ganarse un viaje por el Caribe. En sus ojosestaban ya las palmeras borrachas de sol y quedaban atráslos desiertos de huizache y víboras cascabel. Porque la ari-dez del norte de México era parte de la prueba para ga-nar. Los concursantes del reality iban recibiendo órdenesescritas en sobres de manila. Ahora deténganse a recogertunas o a empacar sarapes. Son libres. Escojan. ¿Qué esmás rápido? No importa. Ahora hay que atravesar el de-sierto montados en burros rejegos. Ahora hay que tomarun tren a la altura de Zacatecas y los que lo pierdan de-berán esperar al siguiente y retrasarse. Hay que recuperarel tiempo perdido ¿cómo? Abordar un camión desvenci-jado que entra a una carretera de montaña. Los gringosgritan de júbilo en cada curva mortal. Los mexicanos guar-dan un silencio estoico. Lo pierden cuando deben de-jarse arrastrar por una yunta de bueyes a lo largo de unestero de lodo. Sobreviven. Los mueve el deseo de ganar.A cada pareja la persigue la siguiente. Cada una pisa lacola de la precedente y anuncia el jadeo de la que sigue.Hay que entrar a un redondel con un pañuelo rojo (cor-tesía de la casa) y torear a un becerro desorientado por-que desayunó corn flakes. Otra vez, los dos gringos to-rean jubilosamente dando gritos de guerra apaches. Lasmujeres mexicanas se abstienen. Los hombres —el vie-jo Jehová, el flaco Juan— hacen pases más dignos queel atarantado becerro mafufo. Ya andan por el centro dela República. Hay carteles, hay colores, hay instruccio-

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nes. Deténganse aquí. Duerman donde les cuadre. A laintemperie. Sobre la banqueta. Como puedan. Al día si-guiente, todos deben recoger a paletadas los excrementosde una ganadería poblana. Se quejan, huele mal. Pepi-ta se cae. Traga mierda. Un gringo se cae. Traga mier-da. Declara que esto es muy sexy. Las mujeres se acari-cian las tetas como para comprobar que siguen enteras.Se suben todos a un camión rumbo a Oaxaca. Apare-ce otro camión en sentido contrario. ¿Morirán todos?Alma Pagán apaga la televisión. No quiere saber quépasa. No quiere que la violencia interrumpa, acaso pa-ra siempre, no su segunda sino su auténtica vida, laexistencia que le otorga, gratuitamente, sin peligro pa-ra su persona, el reality show. Ella prende el aparatopara entrar al peligro de la calle. Aunque viéndolo bien,la pantallita la salva del peligro dándoselo aquí mis-mo, sin tocarla, en su casa. Se siente viva, estimulada.Deja de saberse vulnerable. Ha entrado, a su manera,al paraíso.

El hijo. ¿Por qué regresó, como un miserable pedi-güeño, a pedir de nuevo chamba con Barroso? ¿De talmanera le afecta la resaca moral de la noche con su padreen la cantina de La Piedad? ¿Vio por primera vez al pa-dre? ¿O se vio por última vez a sí mismo? ¿Por qué sabíamás que los padres pero no tenía un lugar seguro en elmercado? ¿Lo venció la burla, la irresistible tentación dereírse de sus padres? Ella cantaba boleros. Ella creía quebastaba vivir lo contrario de la letra de la canción para serfeliz. Ella no se enteraba de que vivía en un falso mun-

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do de ensueño. Ella creía en las letras. ¿Por qué dejó decantar? ¿No se dio cuenta de que el sacrificio no valióla pena? Cambió el oro de la carrera independiente por lamorralla de la vida conyugal. Fue la esclava sentimentaldel bolero y se convirtió en la mártir del hogar. Jamás es-capó del bolero. Qué ridículo. Cantaba en La Cueva deAladino. Aladino no tenía cueva. Tenía lámpara. El de lacueva se llamaba Alí Babá. Viejos ignorantes. Qué vidamás jodida. Escuela para los hijos. Asilo para los viejos.¡Ni aguas! Sin embargo, hay ratos en que lo domina laemoción, sobre todo cuando su vanidad es obsequiada porlos arrullos sempiternos de su madre acariciándole la fren-te y describiéndolo qué guapo es mi hijo eres mi hijo tufrente amplia tu pelo negro y rizado tu piel color carnede mamey trigueña y sedosa tu perfil de rey de bastos, deemperador romano, así dicen, una nariz sin caballetetu boquita chiquita pero carnosa, esa mueca que te traeshijo como desafiando a un mundo que no te gusta, la ten-sión que te traes de gallito en toditito tu cuerpo, así erasde niño, así eres de grande, dime, ¿quién te admira másque yo? Y la hermana le crispa los nervios. Qué fácil esencerrarse con una laptop en un universo imaginario se-guro incontaminado sin polvo de estrellas ni olfatos ofen-sivos. Y el padre, el peor de todos, el gran sacerdote delengaño, un hombre capturado en la mentira... Y él mis-mo, Abel Pagán, ¿seguía teniendo aspiraciones? Y silas tenía, ¿las iba a cumplir algún día? ¿Y dónde se iba a«realizar» mejor? ¿Al abrigo del hogar, a los treinta y dosaños de edad, o en el desamparo de la gran avenida, a sa-biendas de que sus ínfulas, por muy chiquitas que fueran,iban a exigirle cada vez más esfuerzo? ¿De qué convicción

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se iba a armar para salir de la comodidad gratuita de lacasa y regresar al mundo? ¿Iba a decirse a sí mismo: De-ja de cavilar, Abel Pagán, el futuro ya llegó, se llama elpresente? ¿O mejor todavía, voy a aceptar todo lo que fui-mos para mejorarlo cada día más? ¿Cómo se rechaza elpasado sin renegar del porvenir? ¿Cuál sería el precio desus dos rebeliones, la insurrección contra la familia y larevuelta contra la oficina? ¿Sería capaz de negar la reali-dad para ponerla a la altura del deseo? ¿Podría olvidarsede todo lo que se oponía a la vida ideal de Abel Pagán,favorito de la suerte? ¿O debería someterse a cuanto lenegaba una vida feliz o sea autónoma libre sin obligaciónde sujetarse a la familia o a la gerencia? Tenía que esco-ger. Escribía en secreto frases desesperadas a fin de obte-ner alguna luz. Vamos destruyéndonos para alcanzar loirrealizable. No basta estar contra los padres para ser hi-jo. No basta estar contra el jefe para ser libre. Necesitocambiar. No puedo separarme de mi vida. A mi familiano le importa el olvido. No le importa que en medio si-glo nadie los recuerde. A mí sí. A mí sí. ¿Qué hago?¿Quién me recordará? ¿Cómo araño la pared?

El padre. No fue que se le subieron las limonadas enla cantina. Fue que por primera vez se sintió amigo de suhijo. Fueron cuates. Fue que quizás no habían tenido oca-sión de platicar antes. Fue que acaso no volverían a teneroportunidad de hablarse con franqueza. Fue que habíallegado la hora de hacer el balance de la vida, de la his-toria, del tiempo vivido. Somos hijos de una revolucióndesdichada, le dijo Pastor a su hijo que lo miró con in-

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certidumbre y sospecha y un como lejano olvido cerca-no a la indiferencia. ¿Cuál revolución? ¿De qué hablabasu padre? ¿De la revolución tecnológica? Pastor sigueadelante. Piensa que hicimos muchas cosas mal hechasporque perdimos las ilusiones. El país se nos fue de lasmanos, Abel. Como que se nos rompieron los lazos quenos unían a todos. Al cabo, se trata de sobrevivir, nadamás. Cuando tienes ideales, no te importa si sobreviveso no. Te la juegas. Ahora ya no hay vínculos. Los rom-pió el olvido, la corrupción, el engaño, el guiño. El guiñoen vez del pensamiento, en vez de la palabra, el guiño lé-pero, Abel, la seña de la complicidad de todos y entretodos y para todo. Mírame y contempla la tristeza de unsobreviviente. Trabajé mucho para sentirme hombremoral. Hasta darme cuenta de que en México lo únicomoral es hacer fortuna sin trabajar. Yo no, hijo. Te juroque toda mi vida me limité a cumplir el trabajo que meencargaban. Aligerar trámites. Tramitar licencias. Reba-jar cargas fiscales. Llevar y traer cheques, fondos, depó-sitos bancarios. ¿Qué esperaba a cambio? Un poco derespeto, Abel. No la condescendencia. No el guiño delrufián. Yo demostré que era un hombre correcto. Eracortés con los superiores. Sin ser obsequioso. ¿Cómo noiba a notar que los pillos, los lambiscones, los nalgapronta,ascendían muy rápido y yo no? Yo parecía destinado ahacer siempre lo mismo, hasta jubilarme. Veinticincoaños de honradez me costó llegar a un instante de men-dicidad. Porque una concesión de contrato por cincomil dólares no es un delito, hijo. Es una debilidad. O unalimosna. O sea, una pendejada existencial, como quiendice. Entonces supo Barroso que yo también tenía pre-

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cio. Noté el brillo cínico y sagaz de sus ojos. Yo era igua-lito a los demás. Nomás me había tardado tantito másen caer. Ya no era su empleado honesto y confiable. Erasobornable. Era del montón. ¿Qué hacer con un pillo denuevo cuño, eh? Supe en ese cruce de miradas que midestino y el de mi jefe se juntaban sólo para sellar un pac-to cómplice en el que él ordenaba y yo callaba. No tuvoque decirme «Me desilusiona, Pagán». Él sabe hablar conun movimiento de los párpados. Es lo único que mueve.No las cejas, ni la boca, ni las manos. Mueve los párpa-dos y te condena a la complicidad. No tuve que hacernada para sentir que mi pobre éxito —cinco mil dólaresde limosna— era mi gran fracaso, hijo. Plato de lentejas,cómo no. En ese instante me sentí obligado a querer enrealidad todo lo que antes dije despreciar. Sentí repug-nancia hacia mí mismo. Te lo confieso con toda franque-za. También supe que debía ocultar lo ocurrido. Eso medio aún más vergüenza. Y que tarde o temprano pagaríami debilidad ante el poder. «No se preocupe, Pagán», di-jo con voz metálica y dulzona a la vez Barroso. «Para serbuenos, hay que ser oportunos.» No era cierto. Yo sólopodía hacerle frente a la vida porque no toleraba la tram-pa. No me resigné a ser culpable. Ése fue mi error. Si noinocente, sería al menos tan malvado como ellos. Un jue-go del gato y el ratón. Nomás que el gato era un tigre yel ratón un manso cordero. No tuve que amenazar a na-die. No tuve que decir una palabra. Tuve que soportarlas consecuencias de actos que yo creía honrados y queno lo eran. No entendí el valor de un guiño. No enten-dí el precio de un soborno. Pero apenas se dio cuentade que yo era vulnerable, Barroso decidió destruirme para

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que no convirtiera mi debilidad en peligro para él. Cadauno —Barroso y yo— pensó por su cuenta. Yo entendílo que me sucedía. Barroso lo supo siempre y por eso seme adelantó. «Mire, Pagán. Hay un delito penal quese llama administración fraudulenta. Consiste en realizaroperaciones perjudiciales al patrimonio del titular en be-neficio propio o de terceros. Consiste en obtener lucrocomo consecuencia directa del otorgamiento de docu-mentos nominativos, a la orden o al portador, contra per-sona supuesta. Por ejemplo, vender a dos personas lamisma cosa. Alterar cuentas o condiciones contractua-les. Declarar gastos inexistentes.» Se me quedó mirando,te digo, como un tigre que te encuentras súbitamente enla selva, un animal salvaje oculto hasta ese momento, aun-que previsible... Tú sabes que estaba allí, que siempre es-tuvo allí, pero creías que no te atacaría, que te miraría deesa manera a la vez dulce y amenazante propia de los fe-linos, aunque luego desaparecería de nuevo en la espe-sura. Esta vez no. «O sea», continuó el jefe, «es ustedculpable de fraude contra esta compañía y en beneficiopropio». Pude balbucear que esto no era cierto, que yome había limitado a seguir instrucciones. Que mi buenafe estaba fuera de toda duda. Barroso meneó compasiva-mente la cabeza. «Amigo Pagán. Acepte usted la ofertaque le hago en beneficio suyo y mío. Su secreto está asalvo conmigo. No voy a investigar de dónde sacó ustedlos cinco mil dólares que constan en su cuenta bancaria.»«Pero si usted me los dio, señor.» «Pruébelo, Pagán.¿Dónde está el recibo?» Hizo una pausa y añadió: «Voya pensionarlo. Una pensión vitalicia. Tiene usted cin-cuenta y dos años. Prepárese a vivir tranquilo, con un

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sobre seguro cada mes. No hace falta recibo. No hacefalta contrato, faltaba más. Diez mil pesos ajustados a lainflación. Acepte y ahí muere el asunto». Hizo una pausamelodramática, muy propia de él. «Rehúse y el que mue-re es usted.» Sonrió y me dio la mano. «¿O qué prefie-re? ¿Estar libre y animoso o encarcelado veinte años?Porque su delito conlleva, sépalo, de cinco a diez años decárcel. Unos diez más de copete me los deberá a mí y misinfluencias.» Sonrió y su sonrisa desapareció al instante.Mira mi mano, hijo. De eso hemos vivido desde enton-ces. Con los debidos ajustes para la inflación.

La madre. Él sabía dónde cantaba Elvira Morales ypodía encontrarla siempre. En el show de las once en elcabaret La Cueva de Aladino. ¿Regresaría? ¿O no lovolvería a ver? Mirando con serenidad al pasado, Elvi-ra Morales calculó siempre que el anónimo espectadorque había compartido las luces blancas con ella una no-che regresaría a oírla y se atrevería a saludarla. Ella guar-daba para sí la imagen de un hombre alto, robusto, deincipiente calvicie compensada por largas patillas y bigo-te peinado. Aunque también era posible que nunca másregresara y todo fuese un espejismo en el gran desiertogris de la colonia Cuauhtémoc. El hecho es que él sí re-gresó, cruzaron miradas mientras ella cantaba Dos almasy, en contra de su costumbre, bajaba del pequeño esce-nario entre los aplausos y se dirigía al hombre que la es-peraba en la mesa 12A. Pastor Pagán. «¿Bailamos?» Ensu fuero interno ella se había hecho una apuesta. Estehombre parece arrogante porque es tímido. Por eso aho-

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ra, treinta y tres años más tarde, cuando Elvira sentía quecrecía el segundo desierto, el de la vida matrimonial, con-tinuaba la canción a sabiendas de que Pastor, al escucharla,la invitaría a bailar esa misma noche. Ya no había cabaretspopulares como los de antes. La vida de la ciudad habíaroto los perímetros de antaño. Nadie se aventuraba a lascolonias peligrosas. Los jóvenes se iban lejos, a la periferiacitadina. Los viejos frecuentaban, más seguros, los salonesde salsa en la colonia Roma, donde todo era tan confia-ble que hasta se podía subir al escenario a demostrar lashabilidades danzantes. Ésta era la morada de ellos, aun-que Elvira y Pastor sólo se paraban a bailar los bolerosmás lentos y melancólicos. Oye. Te digo en secreto quete amo de veras. Que sigo de cerca tus pasos aunque túno quieras. Entonces, abrazados, en la pista, bailando co-mo cuando se conocieron, ella podía cerrar los ojos y ad-mitir que cuando renunció a la carrera y aceptó casarsefue para hacerse indispensable en casa. Si no, no valía lapena. Para ser indispensable, descubrió al poco tiempo(ahora no, ahora baila de cachete con su marido) que, li-berada de la profesión, era libre para llevar la letra de lascanciones a la vida privada. Se dio cuenta, con una amar-ga sorpresa, de que el bolero era la verdad. En el cabaret,ella cantaba lo que no vivía: la tentación de la maldad.Ahora, en el hogar, las letras regresaban casi como unaimposición, una regla. Di que no es verdad, Elvira. Di queno te llegué a querer por una secreta desesperanza, que noconvertí el repicar de campanas nupciales en preludio deun vacío tan profundo que sólo lo puede llenar la pobretiranía del hogar. Dar órdenes. Ser obedecida. Nunca sersometida. Esconder la probable melancolía. Sepultar el

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indeseable desasosiego. Idear estrategias matrimonialespara que él nunca le dijera lo que ella más temía: «Ya nosomos como antes». Nunca lo dijo. Iban a los bares conla ilusión de que no había «antes» nunca sino siemprepuro «ahorita». Ella cantaba siempre y él sabía dónde en-contrarla. Siempre. Ella no se iría. «Tiene usted una vozemocionante.» Bigote. Patillas. Calvicie incipiente. Atri-butos de macho. «Gracias, caballero.» Tenía esa voz emo-cionante como cantante, cierto. Como mujer y madre,sintió que la voz sentimental se le iba transformando po-co a poco en otra cosa difícil de describir en voz alta. Ensu alma, ella acaso podía decirse —bailando muy pegadi-ta con su galán de antes y de ahora, de siempre, su hom-bre Pastor Pagán— que en vez del martirio de mujer pro-pio del bolero, ahora ella sentía la tentación de identificarsecon la esposa y madre que da órdenes, por muy pequeñasque éstas sean. Y es obedecida. Esto a Elvira Morales leproduce melancolía y perturbación. No acaba de enten-der por qué no acepta la simple tranquilidad del hogar omás bien, aunque la acepte, siente la atracción hacia ladesdicha que la canción entraña, aunque al cantarla nohay que vivirla y al dejar de cantarla se cae en la acechan-za de darle vida. «No me reconozco», le dice Elvira al oí-do a Pastor cuando bailan juntos en el antro. No sigue surazonamiento. Sospecha que ni él ni nadie la entenderían.Ella jamás diría: «Me arrepiento. Debí seguir mi carrerade cantante». Tampoco diría algo tan melodramático co-mo «Una madre y esposa requiere veneración». Jamásdiría semejante cosa. Ella prefería, de tarde en tarde, de-clarar su amor. Decírselo a su marido, a sus hijos Alma yAbel. Los hijos no le devolvían la frase. En sus hombros

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encogidos, en sus miradas esquivas, ella reconocía quetodo ese bagaje sentimental propio de una madre les pa-recía desechable a los hijos. Para ellos, el bolero era ri-dículo. Para Pastor, en cambio, la música era lo que de-bía ser. El picaporte de la felicidad. El prólogo de laemoción, si no la emoción misma. Algo empalagoso. Ra-ro, pero empalagoso. Bailando en la media luz de los sa-lones de baile románticos (aún quedaba uno que otro),Elvira se daba cuenta de que lo que sus hijos rechazabanen ella era lo mismo que ella rechazaba en su marido. Lasensiblería atroz de un mundo que se engalana con esfe-ras de colores, quebradizas y huecas como las de un ár-bol de Navidad. ¿Era necesario elevar como eucaristíasprofanas los sentimientos interiores, cursis, sensibleros,para disfrazar la carencia de emociones en la vida diaria,la ausencia de seriedad en el eterno relajo que nos afir-ma ante el vacío y nos distancia de todos: de los demásy de nosotros mismos? Elvira Morales baila abrazada desu marido y Pastor Pagán le dice a la oreja, ¿hasta cuán-do vamos a pretender que seguimos siendo jóvenes?,¿hasta cuándo vamos a admitir que nuestros hijos nosamenazan? Que nos extinguen poco a poco... Al casar-se, ella pensó: «Puedo rechazarlo. Pero sólo ahora. Des-pués, ya no tendré esa libertad». Y él, antes de regresara los horarios de todos los días, a la carga de la costum-bre, a los grados de la indiferencia, al termómetro delas deudas reales o imaginarias, le diría al oído mientrasbailaban, muy pegaditos, boleros: «Antes, aquí habíamagia».

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La hija. Las cuatro parejas se acercan, fatigadas, a lameta final. La frontera con Guatemala. Los mexicanos,Jehová y Pepita, han tomado el tren que va al río Su-chiate y los dos muchachos norteamericanos, Jake yMike, han optado por las motocicletas. Los tarahuma-ras Juan y Soledad prefieren correr con ritmo de mara-tón y montaña. Sólo los mexicanos de Ciudad Juárez,los concursantes de última hora, se han perdido en Oa-xaca, donde al fin fueron descubiertos empachados demole negro en una fonda. A media hora de la meta, enla selva de Chiapas, el tren es detenido por un bloqueode árboles sobre la vía y de la selva emergen diez, docediablos juveniles. Rapados, desnudos de la cintura paraarriba, con lágrimas tatuadas en el pecho. El narradordel reality show no omite estos datos. Cree que se tratade un obstáculo más, previsto para la carrera. Parte delshow. No es así. Cinco o seis muchachos suben con ame-tralladoras al tren y empiezan a disparar contra los pasa-jeros. Allí mueren instantáneamente Jehová y Pepita.Los gringos Jake y Mike llegan como la caballería en laspelículas de vaqueros, se dan cuenta de lo que pasa, ba-jan de las motos, agarran a trompadas a los demoniosde la banda asesina. No pueden con ellos. Cuatro rapa-dos disparan contra los jóvenes norteamericanos. Caenmuertos. La selva se inunda de sangre. Los tarahumarashuelen de lejos la sangre. Tienen orejas para la violencia.La han sufrido durante siglos, a manos de los blancosy de los mestizos. Sospechan por herencia. No se acer-can al tren. Agarran otro camino rumbo a la frontera.Ganan el concurso. Vestidos de indios, están muy a lamoda para hacer el viaje en barco por el Caribe. «Nunca

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hemos ido al mar», anuncian al ser premiados. Alma Pa-gán apaga la pantalla. No sabe cuándo volverá a pren-derla. De todas maneras, se siente mejor informada quesus padres. Ellos son muy ignorantes. Y sin información,¿qué autoridad pueden tener sobre ella y sobre su her-mano Abel? Pensó esto y no entendió por qué se sintiómás vulnerable que nunca.

El hijo. Abel Pagán camina por la avenida de murospintarrajeados de graffiti. En pared tras pared, la MaraSalvatrucha anuncia que traerá la guerra a la ciudad. Sonjóvenes centroamericanos desplazados por las guerras enEl Salvador y Honduras. Abel siente pena mirando estaviolencia gráfica que tanto afea la ciudad. Aunque afearla Ciudad de México es una tautología. Y el graffiti es uni-versal. Abel vio y sintió la inmensa desolación de la grancalle gris. Esto no tenía remedio. Llegó a la estación delmetro. Decidió saltar la barrera y subir al tren sin pagarboleto. Nadie se enteró. Él se sintió libre. El tren, reple-to de gente, arrancó.

El patrón. Leonardo Barroso no demuestra emociónalguna al leer estas líneas. Más bien, su falta de emociónes el comentario más elocuente de su desprecio. «Mira,Abel. Aquí ya no hay trabajadores imprescindibles. Enté-rate, joven. Con las tecnologías modernas, la produccióncrece y el trabajador desciende. Si te llego a ofrecer algo,siéntete privilegiado. Aquí tienes un trabajo seguro y cons-tante. Lo que no tolero son caprichitos. Rebeldías perso-

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nales a cambio del privilegio de trabajar conmigo. ConLeonardo Barroso. ¿Enterado? Tú dirás. O te incluyeso te excluyes. Yo no te necesito. La empresa crece conti-go o sin ti. La mera verdad, mejor sin ti. Todo el tiem-po debes sentir que un puesto de trabajo es un privilegioporque tú, Abel, sales sobrando.»

El padre y la madre. No describo a Elvira porque enmis ojos siempre es la misma que conocí un día cantandoel bolero Dos almas.

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Coro de las madrecitas callejeras

Equisita parió en la calleLa mitad de las niñas de la calle están embarazadasEllas tienen entre doce y quince añosSus bebés tienen entre cero y seis añosMuchas tienen suerte y abortan porque les dan una

madrizaQue el feto sale chillando del miedo¿Es mejor estar adentro o afuera?Yo no quiero estar aquí mamacitaÉchame mejor al basurero madreNo quiero nacer y crecer cada día más pendejoSin baño madrecita sin comida madreSin más alimento quel alcohol madre marihuana madreThinner madre resistol madre cemento madre cocaína

madreGasolina madreTus tetas rebosantes de gasolina madreEcho llamaradas por la boca que mamé madreUnos centavos madreEn los cruceros madreLa boca llena de la gasolina que mamé madreLa boca ardiendo quemada

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Los labios hechos ceniza a los diez años¿Cómo quieres que me quiera madre?No te odio a tiMe odio yoNo valgo una mierda de perro madreSólo valgo lo que mis puños mandenPuños de pleito puños de robo puños de puñales madreSi todavía vives madreSi todavía me quieres tantitoOrdéname por favor que me quiera tantito a mí mismoPalabra que me odioSoy menos que un vómito de perro una cagada de

mula un pelo del culo un huaracheabandonado un durazno podrido una cáscara negra

de plátanoMenos que un eructo de borrachoMenos que un pedo de policíaMenos que un pollo sin cabezaMenos que la pinga chora de un rucoMenos que las nalgas aguadas de una puta jainamenos que el escupitajo de un camelleromenos que el culo rapado de un babún del zúmenos que menos mamacitano dejes que me mate yo solitodime algo que me haga sentirme chingoncísimochingón valedero a toda madre madredame una manita nomás pasalirme desto¿condenado pasiempre a esto madre?mira mis uñas negras hasta la raízmira mis ojos pegados por las lagañasmira mis labios descascarados

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mira la baba negra de mi lenguamira la baba amarilla de mis orejasmira mi ombligo verde y espesomadre sácame de aquí¿qué hice pacabar aquí?Escavando royendo rascando llorando¿qué hice pacabar aquí?xxxxxquisita

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