Todas las células del cuerpo están programadas por el ADN.docx

4
Todas las células del cuerpo están programadas por el ADN, por ejemplo, para dividirse a cierta velocidad, produciendo dos nuevas células cuando la célula madre se parte en dos; como sucede con cualquier proceso gobernado por nuestra inteligencia, éste no es meramente mecánico. Una célula se divide para responder a su propia necesidad interior, en combinación con las señales generadas por las células de su entorno o el cerebro, o, incluso los órganos más alejados que puedan estar «comunicando» con ella por medio de mensajes químicos. Todas las células de nuestro cuerpo, tanto un folículo capilar, o una neurona, como una célula del corazón se generaron en el momento de la concepción gracias a una doble estructura del ADN. Cuanto podemos realizar, ya sea pensar, hablar, correr, tocar el violín o administrar un país, se cimienta en una capacidad programada en esa molécula original. Por lo tanto, decir que una neurona no puede curarse a sí misma es lo mismo que decir que el ADN no funciona. ¿Acaso puede estropearse? Lo cierto es que el ADN ha decidido convertirse en una célula del cerebro y no en una célula del corazón y que, por esta razón, expresa ciertas partes de su potencial y no otras. Pero esto no significa que una capacidad del ADN se haya perdido. Nada se pierde en el ADN. Cada célula del cuerpo contiene todas las posibilidades infinitas del ADN a la vez, desde el momento de su concepción hasta el día de su muerte y así puede comprobarse en el procedimiento llamado clonación: teóricamente, uno puede extirpar una célula del interior de la mejilla y, si se dan las condiciones adecuadas, producir una copia idéntica de uno mismo, o producir un millón de copias iguales. La Naturaleza demostró su ingenio al no producir un millón de clones idénticos; por supuesto, tan sólo los organismos más lentos se componen de células idénticas; suelen ser de una sola célula, como la ameba. Sin embargo, la diferencia entre una ameba y un ser humano deja de existir en el plano del ADN; de la forma siguiente: todo lo que es la ameba viene incluido en su paquetito de ADN, y todo lo que somos nosotros viene en el nuestro. Por lo tanto, no debería sor- prendernos que una neurona pueda (según unas circunstancias que no acabamos de entender del todo) decidir renunciar a sus propias ordenanzas y no repararse a sí misma y, repentinamente, decidir repararse. Su ADN no está estropeado. La realidad de la materia hace que el cerebro sea demasiado complejo para corresponder a un solo modelo, y la ciencia, por definición, trabaja con modelos. Estos esquemas son verdaderamente útiles, pero ninguno es perfecto. Siempre quedan datos por añadir al modelo. Para entender las funciones

description

Nombre de archivo: Todas las células del cuerpo están programadas por el ADN.docx

Transcript of Todas las células del cuerpo están programadas por el ADN.docx

Page 1: Todas las células del cuerpo están programadas por el ADN.docx

Todas las células del cuerpo están programadas por el ADN, por ejemplo, para dividirse a cierta velocidad, produciendo dos nuevas células cuando la célula madre se parte en dos; como sucede con cualquier proceso gobernado por nuestra inteligencia, éste no es meramente mecánico. Una célula se divide para responder a su propia necesidad interior, en combinación con las señales generadas por las células de su entorno o el cerebro, o, incluso los órganos más alejados que puedan estar «comunicando» con ella por medio de mensajes químicos.

Todas las células de nuestro cuerpo, tanto un folículo capilar, o una neurona, como una célula del corazón se generaron en el momento de la concepción gracias a una doble estructura del ADN. Cuanto podemos realizar, ya sea pensar, hablar, correr, tocar el violín o administrar un país, se cimienta en una capacidad programada en esa molécula original. Por lo tanto, decir que una neurona no puede curarse a sí misma es lo mismo que decir que el ADN no funciona. ¿Acaso puede estropearse? Lo cierto es que el ADN ha decidido convertirse en una célula del cerebro y no en una célula del corazón y que, por esta razón, expresa ciertas partes de su potencial y no otras.

Pero esto no significa que una capacidad del ADN se haya perdido. Nada se pierde en el ADN. Cada célula del cuerpo contiene todas las posibilidades infinitas del ADN a la vez, desde el momento de su concepción hasta el día de su muerte y así puede comprobarse en el procedimiento llamado clonación: teóricamente, uno puede extirpar una célula del interior de la mejilla y, si se dan las condiciones adecuadas, producir una copia idéntica de uno mismo, o producir un millón de copias iguales. La Naturaleza demostró su ingenio al no producir un millón de clones idénticos; por supuesto, tan sólo los organismos más lentos se componen de células idénticas; suelen ser de una sola célula, como la ameba. Sin embargo, la diferencia entre una ameba y un ser humano deja de existir en el plano del ADN; de la forma siguiente: todo lo que es la ameba viene incluido en su paquetito de ADN, y todo lo que somos nosotros viene en el nuestro. Por lo tanto, no debería sor-prendernos que una neurona pueda (según unas circunstancias que no acabamos de entender del todo) decidir renunciar a sus propias ordenanzas y no repararse a sí misma y, repentinamente, decidir repararse. Su ADN no está estropeado.

La realidad de la materia hace que el cerebro sea demasiado complejo para corresponder a un solo modelo, y la ciencia, por definición, trabaja con modelos. Estos esquemas son verdaderamente útiles, pero ninguno es perfecto. Siempre quedan datos por añadir al modelo. Para entender las funciones cerebrales o cualquier otra función del cuerpo sin modelos, deberíamos enfocarlas como entes abstractos y aparentemente contradictorios, como permanencias preservadas de las alteraciones dinámicas del mundo.

El misterio del poder de la mente sobre la materia no tiene explicación para los biólogos, quienes prefieren seguir indagando en estructuras químicas más y más complejas, capaces de operar en niveles más y más sutiles de la fisiología. Casi es obvio hoy que jamás daremos con una partícula, por pequeña que sea, que la Naturaleza haya etiquetado «inteligencia». Y así lo intuimos al considerar que todo lo que es materia en nuestros cuerpos, ya sea pequeño o grande, ha sido diseñado con inteligencia a modo de elemento constitutivo. El ADN en sí, aun siendo el maestro de obras químico del cuerpo, está constituido, esencialmente, por los mismos ladrillos básicos que los neurotransmisores que él mismo genera y gobierna. El ADN es como una fábrica de ladrillos a su vez hecha de ladrillos. (El gran matemático húngaro, John van Neumann, además de ser uno de los inventores del ordenador moderno, estuvo siempre interesadísimo por la robótica, y llegó a inventar, al menos en teoría, una máquina verdaderamente ingeniosa, un robot capaz de construir otros robots idénticos a sí mismo, es decir una máquina capaz de reproducirse. Nuestro ADN desempeña esta misma labor, pero a gran escala, ya que en el cuerpo humano todo son variantes del ADN realizadas por el propio ADN.)

Page 2: Todas las células del cuerpo están programadas por el ADN.docx

Podríamos llegar a la conclusión de que el ADN, con sus miles de millones de «bytes» genéticos, es una molécula inteligente; ciertamente ha de ser más inteligente que una molécula sencilla como el azúcar. ¿Hasta qué punto puede ser inteligente el azúcar? Pero, al fin y al cabo, el ADN sólo son cadenas de azúcar, aminas y otros componentes sencillos. Si éstos no son «inteligentes» entonces el ADN no sabría volverse listo por el mero hecho de unirlos unos a otros. Según este razonamiento, ¿por qué no son inteligentes los átomos de carbono o de nitrógeno del azúcar? Quizá lo sean. Como ya veremos más adelante, si de hecho la inteligencia está presente en el cuerpo, se supone que viene de alguna parte, y ese «alguna parte» puede que esté en cualquier sitio. Si continuamos con el paso siguiente de la historia de los neurotransmisores, volvemos a dar un salto cuántico de complejidad, pero, curiosamente, la relación entre la mente y la materia empieza a esclarecerse. Las zonas del cerebro que rigen las emociones, es decir, la amígdala y el hipotálamo, conocido como el «cerebro del cerebro», resultaron estar especialmente dotadas de sustancias del grupo neurotransmisor. Esto implica que donde abundan los procesos de pensamiento (lo cual significa que muchas neuronas se han reunido en una misma zona), también encontraremos las sustancias químicas asociadas al pensamiento. Pero, al formularse estas conclusiones, seguía manteniéndose una clara división entre sustancias químicas capaces de dar el salto entre las células del cerebro y aquellas que viajan desde el cerebro, camino abajo, por medio de la sangre. (En mi campo, la endocrinología, una de las cualidades que definen la hormona es su capacidad para flotar por la sangre, en un proceso habitualmente mucho más lento que el fluir de una célula nerviosa, cuya velocidad se ha cronometrado en unos 360 km/hora; una señal mandada desde la cabeza hacia un dedo del pie tarda menos de 1/50 de segundo.)

Lo bueno de los neurotransmisores es que son materia. Un pensamiento, ya sea sano o enfermizo, es difícil de captar, ya que es por definición intangible; no es algo que pueda palparse o sentirse. Los neurotransmisores, en cambio, sí son tangibles, aunque sean extremadamente diminutos y vivan efímeramente. Es incumbencia de los neurotransmisores el coincidir con un pensamiento. Para realizar esta labor, sus moléculas deben ser tan flexibles como los pensamientos, tan fugaces, efímeras, cambiantes y tenues.

Semejante flexibilidad es casi milagrosa, pero es a la vez una maldición, pues levanta una frontera prácticamente imposible de salvar. Ninguna droga inventada por el hombre puede duplicar esta flexibilidad, ni ahora ni nunca. Ninguna droga puede equipararse a un pensamiento. Basta con mirar la estructura del receptor. Los receptores no son fijos: han sido comparados, acertadamente, con nenúfares que emergen de las profundidades de las células. Al igual que los nenúfares, sus raíces se sumergen, alcanzando el núcleo de la célula donde permanece el ADN. El ADN trata con muchos tipos de mensajes, potencialmente con un número infinito de ellos. Por lo tanto, genera nuevos receptores y los hace flotar, encaminán-dolos hacia la pared celular de modo constante. No existe un número fijo de receptores; los emplazamientos en una pared celular no están predefinidos, y probablemente no haya límite alguno en la manera de captar estos receptores. Una pared celular puede estar tan desprovista de nenúfares como un estanque en invierno, o tan abarrotada como ese mismo y florecido estanque en el mes de junio. El único elemento constante en los receptores es su imprevisibilidad. La investigación ha demostrado que los cerebros de personas depresivas producen anormalmente un neurotransmisor llamado imipramina. Al observar la distribución de los receptores de imipramina, los investigadores no salían de su asombro al ver que también poblaban las células de la piel. ¿Cómo era posible que la piel generase receptores para una «molécula mental»? ¿Qué tenían en común estos receptores de la piel y la depresión?