Toda Mujer Un Utero Sec4

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1 Símbolos, corporeidad y ecología «Tota mulier in útero» María José Arana «Dios va re-creando continuamente el universo. Se informa por gestación desde el ÚTERO de Dios». Sallie Me. Pague 1. Introducción y orientación del tema mujer: símbolos y corporeidad Cuando María la de Betania rompía el vaso de alabastro a los pies de Jesús, efectuaba un gesto simbólico y profético. Hoy podríamos retomar este acto y cargarlo con una nueva significación 1 . El vaso, la vasija representan –en la simbología arcaica y tradicional- el depósito de vida, el lugar donde se produce la mezcla de las fuerzas del mundo en el que tienen lugar las maravillas, y en ese sentido expresan o significan el útero la matriz femenina, el lugar en donde se realiza la regeneración. Pero las aplicaciones posteriores lo han ido vaciando de toda esta significación y adulterando el contenido. Así, pues, su «rompimiento» puede significar para nosotras la voluntad firme y decidida de acabar y destrozar un tipo, una imagen ya antigua de mujer expresada en el viejo adagio escolástico «tota mulier in útero» y promover un nuevo nacimiento, unas nuevas relaciones, dando a luz la Mujer Nueva, la Nueva Humanidad total, liberada y liberadora. ¿Es esta una acción iconoclasta que maltrata, en agresiva e irresponsable desacralización, «las matrices de la imaginación» atávica? Ciertamente que no es este el deseo, sino que, por el contrarío, quemamos dar al «útero» todo su contenido intentando recuperar y recargar su simbolismo como manifestación y agente de la fecundidad y regeneración espiritual y humana. Y esto precisamente desde la recuperación del simbolismo primero. Romper el vaso no querría significar aquí la «aniquilación por desprecio del tesoro que repre- senta», sino, más bien, intentar que ese «tesoro» internamente elaborado y acumulado se derrame; que el perfume llene toda la «casa». ¿Concebimos a la mujer misma como el receptáculo pasivo, cerrado y aislado, o podríamos entenderla como el lugar en el que se operan las maravillas, las transformaciones creativas, y su seno como matriz y matraz de gestación?; romper el vaso podría así significar provocar un nuevo nacimiento. Utilizar los símbolos es peligroso y a la vez palpitante. El símbolo mantiene y expresa niveles de significación muy profundos, y a veces contradictorios; tiene poder para evidenciar tensiones e inadecuaciones internas con una agilidad y plasticidad difícil de hallar en otras formas de expresión. María José Arana, religiosa del Sagrado Corazón, es doctora en teología, diplomada en sociología y maestra nacional. Dedicada con intensidad a la cuestión de las mujeres (especialmente en la teología y en las Iglesias), ha sido copresidenta europea del Fomm ecuménico europeo de mujeres cristianas y actualmente está en el comité de coordinación internacional de dicha organización. Es, igualmente, coordinadora del comité teológico internacional. Pertenece al Foro de Estudios de la mujer (FEM), a la Asociación de teólogas europea, Asociación de teólogas españolas (ATE) y a diferentes estamentos de la Iglesia diocesana. Ha publicado: La clausura de las mujeres, Mensajero, Bilbao 1992; en AA.W., Algunas mujeres nos han sobresaltado, Claretianas, Madrid 1993; en M. Navarro (dir.), Diez mujeres escriben Teología, Verbo Divino, Estella (Navarra) 1993; en colaboración con M. Salas, Mujeres sacerdotes ¿por qué no?, Claretianas, Madrid 1994 y (dir.), Recordamos ¡unías el futuro, Claretianas, Madrid 1995. 1 Este artículo está basado, en parte, en algunas páginas de un artículo que publiqué hace algún tiempo, revisado y completado: M. J. Arana, «La mujer como parábola: símbolos y corporeidad», en AA.W, Algunas mujeres nos han sobresaltado, Claretianas, Madrid 1993, 122-126, y también en otras páginas de M. J. Arana y M. Salas, Mujeres sacerdotes ¿porqué no?... (col. Débora), Claretianas, Madrid 1994.

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Símbolos, corporeidad y ecología

«Tota mulier in útero»María José Arana∗

«Dios va re-creando continuamente el universo. Se informa por gestacióndesde el ÚTERO de Dios».

Sallie Me. Pague

1. Introducción y orientación del tema mujer: símbolos y corporeidad

Cuando María la de Betania rompía el vaso de alabastro a los pies de Jesús, efectuaba un gestosimbólico y profético. Hoy podríamos retomar este acto y cargarlo con una nueva significación1.

El vaso, la vasija representan –en la simbología arcaica y tradicional- el depósito de vida, ellugar donde se produce la mezcla de las fuerzas del mundo en el que tienen lugar las maravillas, y enese sentido expresan o significan el útero la matriz femenina, el lugar en donde se realiza laregeneración. Pero las aplicaciones posteriores lo han ido vaciando de toda esta significación yadulterando el contenido. Así, pues, su «rompimiento» puede significar para nosotras la voluntad firmey decidida de acabar y destrozar un tipo, una imagen ya antigua de mujer expresada en el viejo adagioescolástico «tota mulier in útero» y promover un nuevo nacimiento, unas nuevas relaciones, dando aluz la Mujer Nueva, la Nueva Humanidad total, liberada y liberadora.

¿Es esta una acción iconoclasta que maltrata, en agresiva e irresponsable desacralización, «lasmatrices de la imaginación» atávica? Ciertamente que no es este el deseo, sino que, por el contrarío,quemamos dar al «útero» todo su contenido intentando recuperar y recargar su simbolismo comomanifestación y agente de la fecundidad y regeneración espiritual y humana. Y esto precisamente desdela recuperación del simbolismo primero.

Romper el vaso no querría significar aquí la «aniquilación por desprecio del tesoro que repre-senta», sino, más bien, intentar que ese «tesoro» internamente elaborado y acumulado se derrame; queel perfume llene toda la «casa». ¿Concebimos a la mujer misma como el receptáculo pasivo, cerrado yaislado, o podríamos entenderla como el lugar en el que se operan las maravillas, las transformacionescreativas, y su seno como matriz y matraz de gestación?; romper el vaso podría así significar provocarun nuevo nacimiento.

Utilizar los símbolos es peligroso y a la vez palpitante. El símbolo mantiene y expresa nivelesde significación muy profundos, y a veces contradictorios; tiene poder para evidenciar tensiones einadecuaciones internas con una agilidad y plasticidad difícil de hallar en otras formas de expresión. ∗ María José Arana, religiosa del Sagrado Corazón, es doctora en teología, diplomada en sociología y maestra nacional.Dedicada con intensidad a la cuestión de las mujeres (especialmente en la teología y en las Iglesias), ha sido copresidentaeuropea del Fomm ecuménico europeo de mujeres cristianas y actualmente está en el comité de coordinación internacionalde dicha organización. Es, igualmente, coordinadora del comité teológico internacional. Pertenece al Foro de Estudios de lamujer (FEM), a la Asociación de teólogas europea, Asociación de teólogas españolas (ATE) y a diferentes estamentos de laIglesia diocesana. Ha publicado: La clausura de las mujeres, Mensajero, Bilbao 1992; en AA.W., Algunas mujeres nos hansobresaltado, Claretianas, Madrid 1993; en M. Navarro (dir.), Diez mujeres escriben Teología, Verbo Divino, Estella(Navarra) 1993; en colaboración con M. Salas, Mujeres sacerdotes ¿por qué no?, Claretianas, Madrid 1994 y (dir.),Recordamos ¡unías el futuro, Claretianas, Madrid 1995.1 Este artículo está basado, en parte, en algunas páginas de un artículo que publiqué hace algún tiempo, revisado ycompletado: M. J. Arana, «La mujer como parábola: símbolos y corporeidad», en AA.W, Algunas mujeres nos hansobresaltado, Claretianas, Madrid 1993, 122-126, y también en otras páginas de M. J. Arana y M. Salas, Mujeressacerdotes ¿porqué no?... (col. Débora), Claretianas, Madrid 1994.

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Puede encerrar increíbles riquezas ancestrales y a la vez albergar todo un contenido ideológico yantropológico ambiguo y reduccionista que resulta ambivalente e incluso inadecuado, en cuanto a lamujer se refiere, con consecuencias catastróficas para todos y todas.

La interpretación simbólica y, por supuesto, su aplicación ha sido una tarea elaborada y vividapor las diversas culturas e inculturada en las diferentes épocas; tramada en experiencias plurales, peroes evidente que el entorno androcéntrico ha ido presionando sobre los símbolos primigenios,desposeyéndolos y reformándolos en una especie de osmosis continua. Así, en ellos se descubrentambién substratos experienciales y antropológicos dialécticos muy importantes que manifiestan unatensión entre los contenidos primeros y los que se han ido imponiendo desde los parámetrospatriarcales alejados y generalmente refractarios a la experiencia femenina.

Por tanto, desvelar los símbolos y signos, conocer en la medida de lo posible su evolución desdelos tiempos tan antiguos como sea posible, contribuye también a entender más profundamente algunosniveles e imágenes que han colaborado no poco en la reducción física e intelectual de las mujeres y quehan legitimado su confinación hacia los espacios acotados de la domesticidad; en definitiva, a suinvisibilidad. Pero también podemos encontrarlos en su sentido más genuino, recuperando estratos yaolvidados y utilizarlos como «detonantes» que estallan en energías positivas y transformadoras.

Los símbolos mantienen en sí la tensión entre la honda raigambre que les sitúa casi en loimperecero y, a la vez, la fragilidad a la que los expone la manipulación arbitraria, y en ese sentido sonpeligrosos.

Sabemos que la simbología no es, en absoluto, neutra. Como dice Mircea Eliade: «Traducir unaimagen a una terminología concreta, reduciéndola a uno sólo de sus planos de referencia, es peor quemutilarla, es aniquilarla, anulándola en cuanto instrumento de conocimiento»2. La mujer quedótambién, de alguna forma, aniquilada. Así, el deterioro simbólico influye en la condición real y larealidad va conformando el símbolo.

La teología feminista intuye la necesidad de adentrarse en esas profundidades del simbolismo,no para aniquilarlo o desvitalizarlo, sino con el deseo de potencialización, reinterpretación y búsqueda,intentando la interrelación que fecundice ese nuevo nacimiento que, sin duda, está ya gestándose.

En estas primeras páginas intentaremos una aproximación, necesariamente muy limitada, haciaalgo que prodríamos llamar «el proceso de patriarcalización del útero», no porque pensemos que es loque verdaderamente define a la mujer –la simbología femenina es sin duda mucho más amplia ycompleja-, sino porque se nos presenta como buena atalaya y lugar simbólico que ayuda a comprenderel proceso de apropiación y patriarcalización, en general, y algunas consecuencias, y a la vez revela,con bastante claridad, la «peligrosidad» a la que hemos aludido respecto a la interpretación ymanipulación de los símbolos en general. Es importante constatar que este proceso no está exento deviolencia. Después nos iremos adentrando en algunas de las consecuencias de esta ruptura con lanaturaleza y de dominación en el campo de las relaciones con el cosmos, la humanidad, etc... Paraabordar, aunque sea someramente, el ecofeminismo, la crisis de la masculinidad, en definitiva, lanecesidad de un cambio y nuevos paradigmas en las relaciones y otros problemas a los que lentamentela humanidad va despertando. Pero a lo largo de todo el trabajo voy a utilizar la simbología comolenguaje y como método. Esta vez no entraré en el campo de la teología, me quedaré en el umbral.

2. «Tota mulier in útero»

a) Los griegos

La identificación reduccionista «mujer - sexualidad» es bien conocida y profunda. El «sexo» asecas es la palabra que se ha utilizado, a veces, al referirse a las mujeres, en un sentido despectivo y 2 M. Eliade, Imágenes v símbolos, Madrid 1992, 15.

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empo-brecedor. Por eso, ya no nos resulta en absoluto extraña la difinición «tota mulier est in útero»,pero lo grave del caso es que para cuando los pensadores del medievo plasmaron esta sentencia,indudablemente la «matriz» ya estaba vaciada de su sentido primigenio, ya no era concebida como ellugar de la fecundidad, de la regeneración física y espiritual, espacio creador en el que tienen lugar lasmaravillas más ocultas del universo... sino que solamente era el receptáculo árido y pasivo dispuesto arecibir el semen activo masculino. Había pasado ya, entre otros muchos, por el tamiz ideológico greco-romano.

Tanto Galeno y Aristóteles, como Eurípides y otros «pontífices» del saber del mundo clásico,estaban convencidos de la inferioridad fisiológica y total del sexo femenino, «en todo inferior alvarón». Aristóteles la definió como un «varón frustrado», «un varón deforme», «incapaz para fabricarsemen».

Esquilo pensaba que «la madre no es más que un vaso donde el germen del padre se desarrolla».Para ellos, el vientre de la mujer es el «lugar», un lugar oscuro -«el sombrío seno materno»- en dondese desarrolla la simiente activa, masculina. Así, pues, a la madre le corresponde, simplemente, el serinstrumento de procreación, es decir, es un vientre pasivo donde lo que importa es la calidad del semenque se ha de introducir en él, porque: «el padre procrea y ella conserva el retoño»... Y en otro lugar,Esquilo expresa bien claramente esta misma tesis por boca de Apolo:

«No es la madre la que engendra al que llama su hijo; ella no es más que la nodriza del germensembrado en ella. El que engendra es el hombre que la fecunda»...3.

Aristóteles reitera la misma doctrina. El varón queda constituido en principio de vida, la mujeraporta solamente la materia... «En la semilla se halla el poder formativo, de modo que lo masculino daforma a la materia femenina. Lo masculino alberga dentro de sí el origen del movimiento procreativo,lo femenino el origen de la materia......

Sólo por medio del esperma se introduce la fuerza creativa y el alma perceptiva dentro de lamateria»... En definitiva, dirá en otro lugar, «es el hombre quien engendra al hombre»4. El varónintentaba usurpar la fecundidad y esto se pretendió explicar hasta mitológicamente haciendo nacer aAfrodita de la cabeza de Zeus, etc...

Las enfermedades del útero podían ser espantosas. Según Hipócrates y otros, el útero era unórgano flotante y

«si la matriz va hacia el hígado, la mujer pierde inmediatamente la voz, aprieta los dientes y sucolor se ennegrece»5.

Incluso estas teorías estaban tan interiorizadas en las mismas mujeres que una médico de laGrecia antigua hasta ahora desconocida, Metrodora, recoge el pensamiento científico de su época yconcibe el útero como un órgano flotante y que, además, ¡causaba la histeria! De todas formas, pareceser que esta mujer siguió más los tratamientos y recetas de Hipócrates, que, a pesar de todo, era máspositivo con respecto al cuerpo de la mujer que Galeno y tenía sus propias recetas y, entre ellas,algunas especiales para las mujeres tanto para concebir como anticonceptivas6.

El movimiento y el origen de las enfermedades del útero lo explicó ya Platón a su manera:

«...este es el caso del llamado vientre o matriz de las mujeres. El animal que lleva dentro está 3 Orestíada de Esquilo, 3a parte y Euménides, v. 658-661.4 Aristóteles, De anima, II, 1, 412a. y cita de E. Moltmann-Wendel, I am my body, Londres 1994, 81.5 P. Laín Entralgo, La curación por la palabra en ¡a Grecia Antigua, Barcelona 1987, 190; Hipócrates, Sobre lanaturaleza femenina, 1. VII, 314.6 El Correo español el Pueblo Vasco, Bilbao, 4 de abril de 1993.

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deseoso de procrear hijos y cuando no da fruto durante mucho tiempo se queda insatisfecho yenojado y vaga por todas las direcciones a través del cuerpo, se aproxima a las vías respiratorias,y al obstruir la respiración, las conduce a las extremidades, ocasionando todo tipo deenfermedades»...7.

Eurípides dijo cosas terribles de las mujeres, y éstas se quejaron en la simpática obra deAristófanes, las Tesmoforias: «que las mujeres estamos tan enfadadas con Eurípides, porque ha dichotantas cosas malas contra nosotras»8. Este autor se hace consciente de su situación y, temiendo por ello,dice:

«Las mujeres van a poner fin a mi vida hoy en las Tesmosforias, porque hablo mal de ellas»9.

Así, pues, con todo este clima adverso, no es extraño que las mujeres griegas se sintieranangustiadas y uniesen sus voces a las de Medea, exclamando en desgarrada queja:

«De todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras, las mujeres, somos el ser más desgraciado.Empezamos por tener que comprar un esposo con dispendio de las riquezas y tomar un amo denuestro cuerpo, y este es el peor de los males»...10.

Estas ideas, claro está, provienen de una antropología tan misógina como influyente eincuestionable, de forma que se vertieron implacable y acríticamente en los cánones del pensamientoposterior con las repercusiones que todos y todas conocemos.

Por tanto la matriz, «Centro de la Tierra», la Gran Madre, «lugar» tradicional de la sabiduría,fecundidad, regeneración, inmortalidad... de sacralización, el «horno de los alquimistas»... no tuvo máspapel que el de la receptiva pasividad, simplemente generadora y privada de la función reproductora. Elútero queda así reducido a ser «como un animal dentro de otro animal»... (Areteo de Capadocia).¡Buenas bases para una confirmación de la antropología misógina!

Tanto en Grecia como después en Roma, el símbolo del órgano masculino erecto significababuena suerte, y se solía colocar delante de los hogares y en los jardines. El símbolo de los genitalesfemeninos servía para identificar a los burdeles.

b) Después

Las teorías de Galeno sobre la anatomía de la mujer fueron muy admiradas por los médicos ypensadores de la Edad Media, tanto laicos como eclesiásticos. Aristóteles inspiró la antropología desanto Tomás. San Agustín dedujo que, por tanto: «lo activo es más valioso que lo pasivo»; así llegó adespreciar a la mujer en sus escritos, pero santo Tomás encontró muy «acertada» la intuición y la frasey lo alabó11. Tan frágil se volvió el útero que se decía que a la mujer que estudiaba se le secaba lamatriz..... En fin, todo esto no eran más que consecuencias y aplicaciones de lo que ya estaba dado. Yno sólo en Europa, sino en la mayoría de los rincones de la tierra. El médico árabe Avicena tampocosiguió a Hipócrates, que tenía una visión algo más positiva del útero y del cuerpo femenino, sino aGaleno...

Lo peor de los tratados medievales sobre la anatomía femenina no está en los evidentes errores

7 Citado por B. S. Anderson y J. P. Zinsser, Historia de las mulieres: una historia propia, Barcelona 1992, I, 52, delTuneo.8 Aristófanes, Las Tesmoforias, Madrid 1987, 26. 9 Ibíd., 16.10 Eurípides, Tragedias, Credos, Madrid 1977; Eutnénides, 221.11 SUIH. Theol., 2, 13, q. 82, 2, 1, citado por U. Ranke-Heine-mann. Eunucos por el Reino de los Cielos, Trolla, Madrid1994, 171.

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científicos, sino en los juicios despectivos e hirientes de que son objeto los órganos internos de lamujer y el tratamiento humillante que les dispensan los sabios con implacable autoridad. En realidad,los órganos femeninos son percibidos como copias siempre muy inferiores a los de los varones. Dehecho, se piensa que la matriz es la forma inversa del órgano masculino y los ovarios serían lostestículos femeninos pero secos y «más pequeños», cuya presencia era, por tanto, «inútil»...12. Todo elempeño se cifra en ir haciendo una comprobación sistemática y acrítica de su inferioridad física, basede una inferioridad ontológica y espiritual... Las descripciones, además de inexactas, sonestremecedoras.

Así, pues, no es extraño que ya en el Renacimiento, según observa Romero de Maio, alBellarmino (como a otros tantos)

«el útero y el feto le horrorizaban tanto que con sólo pronunciar la palabra "mulier" sesentía desconsolado»13.

Eliminada la fuerza sacralizada de la fertilidad y del útero, la sexualidad femenina se encontróaún más anatematizada y oscurecida.

Claro está que si el útero femenino se convierte en receptáculo pasivo, el semen masculino seapropiará de toda la fuerza activa que, según santo Tomás, es el que recibe «el poder de los astros»,ejerciendo así Dios su acción en el mundo.

c) La sangre

Entre todos estos planteamientos, la sangre menstrual queda, por tanto, reducida a un estadopasivo, «semen deficiente», llegando a resultar la pérdida más inexplicable, misteriosa e incontrolable,hasta llegar a convertirse en sangre nauseabunda, sucia, impura... y, por lo mismo, temible. No sólo esportadora de mala suerte, sino que entraña la idea de violencia. Hasta los bonzos medievales de orienteaseguraban que la menstruación era una señal de la ira celestial14.

Pero la sangre puérpera, la de la recién parida, era aún más nefasta, pues además implicaba todauna combinación de «suciedades»: -«¿te has ensuciado con tu mujer en tiempo de ayuno?». Y, por otraparte, tampoco se concebía el acto procreador «sin quedar ellas manchadas por el semen del varón»15;así, pues la sangre femenina resultaba doblemente impura. Los ritos de purificación y limpieza sonmulticulturales y plurirreligiosos. Las legislaciones, costumbres, prohibiciones y restriccioneseclesiásticas, e incluso del «sentir popular» que lo atestiguan, son muchas... El Levítico no es unaoriginalidad.

En el País Vasco existió una tradición muy curiosa y que puede ayudar a comprender más lareclusión de las mujeres y el «estado de impureza» femenino16. Conocida es, en muchos lugares, lacostumbre de «purificación» de la mujer en el templo, o «misa de paridas», después delalumbramiento. Hasta efectuar esta salida, la mujer debía permanecer en casa a causa de su estado deimpureza, que además la exponía a cualquier influencia maléfica; pero a menudo, en los días anterioresa esta fecha, ya estaba en disposición para poder trabajar en la huerta; entonces salía a efectuar estaslabores, pero con una teja puesta sobre la cabeza. De la misma forma, llegado el día, debía ir con talteja a la «misa de paridas», por considerarse que el hogar tenía la posibilidad de «protegerla» e inclusode «redimirla»; es decir, la impureza femenina estaba así de alguna forma mitigada por la influencia 12 C. Klapisch-Zuber (dir.), AA.VV., Historia de las mujeres, Edad Media, Santularia, Madrid 1992, capítulo de C.Thomasset, «La Naturaleza de la mujer», 62 ss.13 R. de Maio, Mujer y Renacimiento, Madrid 1988, 47.14 Ibíd., 49.15 U. Ranke-Heinemann, o. c., 138 y 11.16 J. Caro Baroja, Los vascos, Madrid 1986, 235.

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benéfica de la casa y, a la vez, le protegía de las fuerzas malignas a las que estaba expuesta mientrastuviera tal mancha. ¡Toda una sutileza de reclusión y de humillación!...

Se decidió que la materia es pasiva e inanimada, y que todo movimiento se origina desde fuerade la materia.

Se decidió que la naturaleza de la mujer es pasiva, que es un recipiente a la espera de serllenado.

Se decidió que, en el nacimiento, lo femenino provee la materia (la menstruación, la yema) y lomasculino aporta la forma que es inmaterial y que de esta unión nace el embrión.

Susan Griffin,Women and Nature. The Roaríng inside lier,

Nueva York 1978, Londres 1984, 8.

Todas estas apreciaciones estremecedoras de la sangre femenina son pues opuestas a la visiónde la sangre pura derramada en la violencia «heroica» del campo de batalla... Sangre femenina... sangremasculina..., impureza y pureza, humillación y exaltación.La ecuación «feminidad, sexualidad y peligro» es una consecuencia lógica de todo este proceso dedeterioro.

Evidentemente, Grecia no fue la única responsable de estas mutilaciones, pero quizá, sin excluirla cultura judía, sí fue la que influyó más directamente sobre nuestras culturas cristianas. Tampoco elproceso de patriarcalización habría que centrarlo únicamente en el útero y como consecuencia tambiénen la sangre, pero no cabe duda de que el lugar es expresivo y adquiere una significación, en ciertamedida, totalizante: «tota mulier est in útero».

3. En el comienzo no era así

«la experiencia colectiva simbólica y la fundamental biológica se refuerzan mutuamente paradamos la imagen ancestral de la madre todopoderosa, benéfica y/o maléfica»17.

Cuanto más nos remontamos hacia las épocas prehistóricas, encontramos que abundan más lashuellas de la «Madre mítica», la Gran Diosa. En los restos arqueológicos más remotos permanecenrastros muy expresivos de la Gran Madre Tierra. Un ejemplo claro son las estatuillas de las diosasopulentas, con un vientre enorme, lleno. Son signos de fertilidad y de vida originante y originaria; estánprofundamente relacionadas con la naturaleza, con la tierra, el mar, el cosmos, la magia... aparecenllenas de poder. Sus huellas están distribuidas por todo lo ancho y largo de la esfera terrestre; lacoincidencia es total. Estas diosas con exuberantes órganos genitales y la matriz «cargada» sonexpresiones concretas, y restos del culto a la «Gran Madre Universal», llena de energía y envuelta enfuerzas telúricas; de ellas brota la vida en todas sus manifestaciones. Son restos del culto yrepresentaciones de la gran matriz, cuya fuerza reproductora está cargada de fertilidad; son vestigiosdel Gran Útero ctónico: vida y también muerte. La mujer aparece «solidarizada místicamente con latierra», con la naturaleza: «el parto se presenta como una variante, a escala humana, de la fertilidadtelúrica. Todas las experiencias, en relación con la fecundidad y el nacimiento, tienen una estructuracósmica»...18; su fecundidad tiene un modelo y una resonancia cósmica: «Genetrix universal».

En casi todas las culturas aparecen divinizadas: la Gran Diosa, que va tomando diferentesnombres según los lugares.

Están relacionadas también con la luna, los árboles, las cuevas-útero, la cabaña-útero, las

17 M. Hebrard, Féininité dans un noitvel age cíe l'liuinanité, París 1993, 16.18 M. Eliade, Lo sagrado v lo profano, Guadarrama, Barcelona 1979, 128.

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aguas... de cuyos poderes sagrados también participan las conchas, las caracolas, las ostras, las perlas...Su simbología es fascinante. Por su forma y los estudios etnológicos y antropológicos sobre las culturasprimitivas arrojan cada vez más luz sobre la simbología, sus avalares y consecuencias también para lasmujeres. De hecho se constata que gracias a su poder creador, las conchas evocan los órganos genitalesfemeninos y pueden ser emblemas de la «matriz universal», Madre Tierra y a la vez Mar-Madre,participando de sus poderes mágicos. Evocan la comunicación con las fuerzas cósmicas que rigen lafertilidad, el nacimiento, la vida. Son representaciones de la «gran matriz que, fecundadas por el donceleste (rocío, rayo, luna), engendran la perla, el tesoro: fuente de sabiduría, protección y curación»19.Botticelli lo plasmó haciendo nacer a Venus de una concha, matriz gigante.

La fecundidad espiritual de las conchas ha quedado en la simbología religiosa cristiana, aunqueaquí lo femenino queda ignorado en el inconsciente. No son raras las pilas bautismales con forma deconcha; también se utilizan conchas para derramar agua sobre la cabeza del neófito, y desde luego esindudable el sentido que este sacramento del bautismo posee como momento de un segundonacimiento. Un significado semejante de renacimiento espiritual tienen las peregrinaciones en las queel alma es perdonada de sus pecados y renace a una nueva existencia de gracia. Las conchas formanparte del vestuario y de la simbología del peregrino. También han sido utilizadas en las tumbas de losprimeros cristianos, indicando la vida nueva de la que gozaba ya el muerto, etc...

De la misma forma, y como ya venimos describiendo, hay otros objetos que expresan yparticipan también de la forma y de la simbología del útero: la vasija, olla, puchero, copa y otrosrecipientes, en cuanto lugares de vida, de transformaciones físicas y espirituales, de apertura a laplenitud. Son lugares de vida. Curiosamente, los Fali, que al parecer son polígamos, dan a su primeraesposa el nombre de la gran marmita, a la segunda, jarra, a la tercera, el nombre de marmita común y ala cuarta, vasija de cuello largo20. Todas estas clases de recipientes son entendidos así en cuanto queevocan la forma del útero y como contenedores de diferentes líquidos...; en definitiva, de la vida.

La fertilidad aparece de múltiples formas, pero siempre sacralizada en su forma exclusivamentefemenina, lo que indudablemente le proporciona poder. Como lo expresa Mircea Eliade: «Al ser ellasolidaria con los otros centros de fecundidad cósmica (la tierra, el mar y la luna), la mujer adquiríatambién el prestigio y el poder de influir sobre la fertilidad y el poder de distribuirla»21. Y todo esto,llegando a sacralizarse, ¡claro que otorga prepotencia y autoridad!

4. La disputa por el poder

Son muchos los autores y autoras que descubren la envidia ancestral masculina hacia el poderfemenino, envidia teñida de miedo y de desconfianza. «¿Por qué envidiaron los hombres a la mujertratando de imitar el parto y la magia de la fertilidad? -se pregunta Txema Hornilla (y tomointencionadamente las palabras de un varón)- y continúa:

«Creo que hay una respuesta sencilla: en la tribu primitiva, quien domina el misterio de la vidamanifiesta ejercer un control sobre las fuerzas ocultas de la naturaleza, es poderoso, participa delo sagrado de un modo singular y directo»22.

Pero el poder es siempre objeto de disputa.

Existe una farsa popular vasca recogida por Barandiarán e interpretada por Ortiz Oses23 que 19 M. Eliade, Imágenes y símbolos, Madrid 1992; J. Chevalier, o. c., v. conchas, perlas...20 J. Chevalier, o. c., v. pote.21 M. Eliade, Traite d'liisloire des religions, Payot, París 1983.22 Tx. Homilía, La mujer en los ritos y mitos vascos, Donostia 1989, 64.23 A. Ortiz-Osés, E K. Mayr, El matriarcalismo rasco, Bilbao 1981,65-69

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refleja y narra simbólicamente el viejo enfrentamiento entre los sexos. Los varones -el mundopatriarcal- intentan conseguir el poder arrebatándoselo a las mujeres -el mundo matriarcal femenino-;éstas se defienden y tratan de impedírselo, pero, evidentemente, sin el éxito deseado.

En la escenificación se utiliza el simbolismo de la vasija o puchero. Como ya hemos señalado,en la simbología tradicional universal, así como en la cabala, útero y vasija se aproximan y de algunamanera se identifican. También se comprende así en la simbología griega: «es que el niño había dadouna patadita en el vientre... de la olla»24. La vasija, la olla, significa, por tanto, el lugar de poder, elútero de la fertilidad. De esta forma, apoderarse de una vasija es conseguir su tesoro simbolizado en elútero, así como romperla significaría aniquilar simbólicamente ese tesoro, en este caso el tesoro delpoder femenino y de sus atributos25.

La farsa se titula «Txelemón» o «Zelemón» y se representa en euskera; es un poco larga, perovamos a resumirla en lo siguiente:26

Se representa un juicio en el que aparecen tres personajes: el juez, que podría ser también lajuez, un joven que es el acusado y una muchacha que inculpa a éste de varios robos. Todos lospersonajes llevan una manta como atuendo y un palo en la mano, pero en el del chico hay un pucherode barro colgado boca abajo que, al parecer, ha robado a su contendiente. La mujer acusa al mozo dehaberle arrebatado sus bienes, «los derechos más viejos»: dinero, oro, bueyes, ovejas, gallinas, otrosanimales y posesiones; en definitiva, el poder simbolizado todo ello en la olla. Él rechaza lasacusaciones:

-«¿A mí todo me lo niegas? -dice ella-. Me has quebrantado mi salud».Entonces se dirige al juez (o a la juez) y le pregunta:-«Con tal individuo ¿qué he de hacer, dígamelo, abuelo (o abuela)».Y le contesta:-«Pégale y derríbalo si quieres, si en medida puedes hacerlo» ...Entonces la querellante levanta su palo y pega con él la olla del reo haciéndola pedazos, y

ambos jóvenes caen al suelo...

Durante toda la escenificación hay que observar los golpes y los movimientos rítmicos querecuerdan ciertos ritos religioso-populares y que tanto Barandiarán como Ortiz Oses están de acuerdo alinterpretarlos como los símbolos solar y lunar: «Para nosotros está clara la estructura de unaconfrontación simbólica entre la muchacha, que personifica la tierra-luna, y el muchacho que, en suautogiro, personifica al sol». Ella exige sus derechos violados por el sistema patriarcal, cuyorepresentante es el chico, es decir, se trataría de un juicio contra lo patriarcal porque intenta amenazar,robar y saquear lo matriarcal de manera simbólica. Aunque en el caso vasco se mitigan los efectossimbólicos por el castigo que el juez impone al reo: dar un banquete, y por el abrazo final, ya que caenjuntos y abrazados.

Pero además, cuando la chica -y no el mozo rompe el puchero, ¿no estará significando algo másprofundo? A mi entender, y no creo que es ir demasiado lejos con esta interpretación, ésta puede seruna reacción femenina de absoluta disconformidad y resistencia ante la situación que se ha creado. Laolla significa el útero, pero en esa matriz está expresada la mujer misma, con todo su ser, y es quizá conesa imagen simbólica y cosificante con la que ella quiere acabar y destruir. Ha perdido todas susposesiones, tan sólo le queda su cuerpo y no está dispuesta a entregarlo. No quiere que el varóncontinúe poseyéndola, usurpando su ser y dominándolo. Tampoco desea continuar siendo el «recipienteabierto» a la espera de ser llenado por el varón. Prefiere romper la olla. 24 Aristófanes, Las Tesmoforias, 27.25 J. Chevalier, o. c., v. vasija.26 A. Ortiz Oses, o. c., 69.

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Quizá el abrazo final pudo ser un arreglo posterior, intentando quitar «hierro» al asunto. Lareacción de la mujer es comprensible: no permite quedar ella misma atrapada, como uno más, entretodos los bienes usurpados. Además, si el consejo fuera dado por la juez, la anciana, entonces es muchomás lógica la secreta complicidad entre ambas como sabiduría primera que después fue suplantada porel juez.

Ciertamente, ella ha sido vencida, pero, en esta farsa, hay que entender la derrota sólo hasta uncierto límite. Y quizá esta última resistencia a la pérdi da de la propia subjetividad es lo que haceposible la intersubjetividad en el abrazo final. Por eso cesan los movimientos giratorios lunar y solar. Elmovimiento autogiratorio solar ¿no tendrá también significados relacionados con la percepción yrelación egocéntrica? El movimiento lunar es siempre un giro subalterno, alrededor del sol.

En otras culturas encontramos formas muy similares de representación como una explicaciónpopular de esta disputa y agresión patriarcal al mundo ancestral femenino, aunque con variantesimportantes. Por ejemplo en la Orestiada de Esquilo, o en el prehelénico mítico robo de «Kore», la hijade la gran madre Deméter, por el sol en el hades, y otros varios. Pero en éstos la significación patriarcales más clara y de ellos no podríamos concluir con una reacción de la muchacha tan llamativa.

Se me ocurre un ejemplo vivido en el folklore popular que podría ilustrar el simbolismo delpuchero que se recoge en la farsa. Durante las fiestas de casi todos nuestros pueblos hemos conocido unjuego denominado la «piñata». Para ello se cuelgan los cacharros de barro, boca arriba y repletos degolosinas, monedas, y a veces también de agua (como nota jocosa); los participantes se colocan enhilera, con los ojos tapados y con un palo grueso en la mano e intentan romper las vasijas paraapropiarse del botín, del «tesoro» que manará así de su interior. Es decir, las vasijas de barro encierranen su interior los bienes de los que pueden apropiarse los concursantes si es que logran romper lasvasijas de barro.

5. Lo inevitable:

«la derrota histórica universal del sexo femenino» (Engels)

El proceso de patriarcalización y/o de domesticación del mundo femenino es muy largo, lento ypenoso y se desarrolla también, en casi todas las culturas, en ritmos diferentes. El nivel simbólicoexplica el nivel de la realidad. Muy a menudo, la imposición de estos modelos se deberá a invasiones, apredominio de unas culturas sobre otras, en las que aún se mantenían más los viejos parámetros. Porejemplo, en Europa, las invasiones indoeuropeas, en este sentido, fueron nefastas.

Algunas culturas europeas, como es el caso de la céltica y sobre todo la vasca, han sido másresistentes; en esta última, quizá por causas geográfico-económico-lingüísticas que han mantenido suidiosincrasia, las posibilidades de encontrarnos con restos de la cultura primigenia son más abundantes.Y, por supuesto, aún quedan restos de muchas culturas que llamamos primitivas que guardan riquezas,a menudo muy ignoradas y desconocidas.

Sin embargo, es un proceso absolutamente generalizado a distintos ritmos, pero con idénticasconsecuencias. Esta preponderancia abarca todos los ámbitos del ser, hacer y vivir individual, social,religioso... siempre en perjuicio de las mujeres, y como podemos observar se refleja de forma bastantenítida a nivel simbólico. Las imágenes más antiguas se van «inculturando» en medios másandrócéntricos y, generalmente, no quisiera ser demasiado absoluta, pero creo que de imaginacióndepauperada. Esto se manifiesta en el deterioro y la secularización del símbolo. Es la expresión yreflejo de la cultura y la autoridad androcéntrica que los va imponiendo e interpretando.

El empobrecimiento de unas realidades -las que afectan a la simbología femenina- claro estáque redunda en el enriquecimiento de los contenidos y de las aplicaciones masculinas. Pero no es sólocuestión de perfección física, sino de los «derechos» de posesión que incluye.

La apropiación es absoluta y el amo se convierte en el poseedor e intérprete implacable. Esto no

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carece de injusticia, pero sobre todo implica un empobrecimiento generalizado que afecta a unos y aotras.

Todo ello está ligado al proceso de patriarcalización, un asunto que no pocos y pocas lodetectan como la reacción masculina que intenta privilegiar la creatividad del varón y marginaliza enlos ámbitos de lo doméstico la femenina.

Algunos autores y autoras hablan del «derrocamiento del derecho materno» y de la «derrotahistórica universal del sexo femenino»27. Estas expresiones las toman de Engels cuando afirma: «Elderrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo»,y continúa:

«El hombre empuñó las riendas también en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en laservidora, en la esclava de la lujuria del hombre»...28.

Este destronamiento, que el mismo Engels identifica con civilización, se manifiesta en múltiplesformas; conduce, por tanto, al sometimiento total de las mujeres y conlleva la proclamación universal,con todas las consecuencias de que ellas constituyen el «segundo sexo», siempre por debajo del«primero».

La afirmación de que el alma de la mujer pertenece a Dios y el cuerpo al marido era monedacorriente entre los pensadores del medievo y posteriores e indica el sometimiento y la posesión, inclusoviolación, de que ellas son objeto29.

En realidad, Graciano no hace más que formular el sentir general de su época y reforzar elpensamiento futuro cuando afirma que «es, a causa de su condición de servidumbre, por lo que (lamujer) debe estar sometida al varón en todas las cosas»... O dicho de otra forma:

«Las mujeres deben estar sujetas a los varones. El orden natural de la humanidad es que lamujer sirva al varón y los niños a sus padres, porque es justo que el menor siga al mayor»30.

El «orden jerárquico», basado en la posesión y en el servilismo, queda no solamente explicado,sino también aplicado en la vida social, eclesial, matrimonial, laboral, doméstica... «Sujeta al varón entodas las cosas»... Son «mojones» ideológicos que afianzan la vieja historia de dominación y sumisióny que van excluyendo a la mujer reduciéndola al servicio silencioso del amo.

6. Naturaleza y civilización

Como venimos observando, toda esta historia simbólica, no exenta de violencia y atropellos, esconsecuencia de una primera supuesta situación de inferioridad masculina, no aceptada, que conduce ala lucha por el poder y logra imponerse. Elisabeth Badinter lo expresa muy claramente cuando afirmaque:

«cuando los hombres, varones, tomaron conciencia de su desventaja en la naturaleza (serefiere a la fertilidad), crearon un paliativo cultural de gran envergadura: el sistemapatriarcal»...31.

También Karen Horney, con la que están de acuerdo otras, y también otros autores varones,piensa algo semejante y explícita también la raíz principal de todo este impulso que, según ella, estaríaen el miedo, e incluso en la envidia a la mujer y en el deseo masculino que deriva hacia la 27 B. S. Anderson y J. Zinsser, Historia de las mujeres, I, 26.28 F. Engels, El origen de la familia. De la propiedad privada y del Estado. Ayuso, Madrid 1973, 56.29 Entre ellos podemos recordar a varios autores del siglo XV, como por ejemplo: B. de Siena, Senil, imperf. Sentía XIII, Dematrimonio regúlalo....; Ch. da Spoleto, Rególe; D. Cartujano, De lait. vita coniug.; ). Certosino, Gloria mulierum y otros.Citados por S. Vecchio en C. Kaplisch-Zuber, Historia de las mujeres, II, 169.30 Gracianus, C. 33, q. 5, dictum post, c. 11, ed. Friedberg, Coiptis juiis can., t. I, col. 1254. e Ibíd., c. 12. y siguientes.31 E. Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid 1993, 224.

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preponderancia en la actividad creadora técnica, es decir:

«que la única salida del hombre para compensar su temor y aun su inferioridad biológica ha sidoobjetivándola en la actividad creadora artística, técnica y científica»32.

Es decir, todo este proceso implica unas repercusiones que aquí las estamos descubriendo anivel simbólico, pero que son vividas a nivel real en cuanto a la creación e imposición del sistemapatriarcal. Se traducen en una historia de dominación y en una ruptura real con la naturaleza,identificada con lo femenino, con el consiguiente afianzamiento de la técnica y la civilización,vertientes que han sido equiparadas con lo masculino, y que tienen sus raíces en esa desigualdadprimigenia. En realidad, adoptando el varón el lugar de «amo y señor», no siempre pacífico, de locreado, incluyendo la misma naturaleza y, por supuesto, a las mujeres.

Sin ningún rubor, Francis Bacon explicó esta actitud en el «Nacimiento masculino del tiempo»refiriéndose al «amo de la naturaleza»:

«Verdaderamente he llegado a liderar sobre ti, naturaleza, con todas tus criaturas, parasometerlas a tu servicio y hacerlas tus esclavas».

Y estas consideraciones son muy importantes, porque delatan la ruptura y dicotomía que seestablece entre la naturaleza, en cuanto femenino, por un lado, y por otro lado la técnica y civilización,como expresión de la masculinidad, a la vez que explican las relaciones de dominación y apropiación, aveces violenta, de la segunda realidad sobre la primera.

Todo ello va a traer las peores consecuencias.

7. «Convertirnos como en dueños y poseedores de la naturaleza» (Descartes)

Es cierto que todavía existen restos de culturas en las que aún se respeta la tierra como algosagrado. Nos maravilla oír que nativos de pueblos remotos se preparan espiritualmente con ayunos yoraciones al iniciar la siembra o al celebrar la siega; piden perdón a la tierra cuando tienen que hincarleel arado; la tocan, la besan, la escuchan y la invocan como «nuestra dulce madre tierra»... Los mayas,por ejemplo, la nombran como «nuestra mamá», la que espera, la que continúa dando la vida, la que noabandona, la que está llena... porque es «imagen viva de la maternidad de Dios...... Así, pues, en ella

son hermanados todos los seres, toda la creación, todos los vivientes... La tierra está habitadapor un Dios femenino y masculino que a ella se dirige en términos como:

«Alabadnos y decid que somos vuestros padres y madres, nosotros... el corazón del cielo y de latierra.Formadores y criadores, madres y padres de todo. ¡Hablad, invocadnos, saludadnos!»...33.

Sin embargo, las consideramos abiertamente como culturas primitivas y su existencia en elmundo no pasa de ser anecdótica e incluso romántica, más o menos tolerada y sin ninguna repercusiónpara la otra parte del mundo supertecnificada y superdesarrollada, movida por la ideología del progresoy de la dominación, guiados por el sueño de convertirnos en «dueños y poseedores de la naturaleza»...,pensando ingenuamente que ella lo soporta todo. Los modelos y la forma de relación con la naturalezason diferentes. Nuestras máquinas, dinamita, excavadoras, sierras para talar, fábricas, artefactosnucleares y otros instrumentos atacan las tierras, aguas y aire sin hacerse el menor remilgo.

La tierra «acusa recibo» de esta agresión y comenzamos a sentir sus efectos. Su deterioro 32 Tx. Hornilla, o. c., 68.33 F. Suazo, «Espiritualidad junto al pueblo maya. (Un aporte a la cultura occidental ante el III milenio)», en AA.VY, Elcristianismo en el horizonte del siglo XXI, Cuadernos Verapaz, Salamanca 1994, n. 12, 57 y ss.

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progresivo, casi imparable, comienza a preocuparnos seriamente.34

La contaminación, desertización, salinización de las tierras y envenenamiento de las aguas, elcrecimiento de los agujeros de la capa de ozono, el electo invernadero, lluvia ácida, mareas negras...forman ya parte habitual de nuestro vocabulario y experiencia..., se han convertido en expresiones ynoticias tristemente familiares y son síntomas del agotamiento terráqueo.

Se talan impunemente los bosques, pero sabemos que solamente cada suplemento dominical delNew York Times consume un bosque de 74 hectáreas con su repercusión en la pérdida de oxígeno.Hace tan sólo 40 años, un 30% de la superficie de Etiopía estaba cubierta de selva, hoy ronda el 1%, yel hambre crece... Nuestras fábricas, el transporte, la radioactividad, los gases nocivos crecen, y latemperatura terrestre también, el clima ha cambiado y los cálculos hacen prever un próximo aumentode unos 4 grados... Las especies vegetales y animales van así desapareciendo vertiginosamente: hacia1850 desaparecía una especie cada 10 años, aproximadamente; el número me creciendo: hacia 1950desaparecía una por año, hoy las víctimas son de unas 10 especies al día, y para el año 2000 cada horatendremos una especie menos... La energía nuclear causa los estragos que todos y todas conocemos.¿Para qué seguir enumerando? Todo esto lo sabemos, y resulta ya casi tópico, aunque no estemos aúnconcientizados sobre ello y continuemos despilfarrando.

Seguimos en estado de alerta, en situación de emergencia. ¿Hasta cuándo podrá soportarlo elglobo? La imagen que me viene a la mente es el cuerpo vencido de una mujer violada. La pacientenaturaleza está exhausta y comienza a mostrar su rostro dolorido y desgarrado por el dominio y laopresión humana, por esta civilización orgullosa del progreso y del bienestar logrado.

Se está produciendo un desequilibrio básico insostenible. No es ninguna exageración decir quela supervivencia de la humanidad, del planeta está en peligro.

Las llamadas enfermedades de nuestro tiempo comenzamos a verlas también como síntomas dela precaria salud del planeta. Comenzamos a tener la experiencia dolorosa de su fragilidad. Porque esesta una situación de deterioro auténticamente planetaria e interrelacionada.

No cabe duda de que hay múltiples causas que han ido gestando esta situación. La ambición, elpecado y la insaciabilidad del corazón humano hacen estragos; la pasión por el «siempre más» no velímites y despoja impunemente a la tierra de sus bienes, es cierto... Pero la visión del cosmos como algojerarquizado, vertical, piramidal, en la que el hombre varón, y además occidental, está en la cúspide porencima de todos los seres creados para «dominarlos» y apropiarse de ellos, está en la base y provocadivisiones irreparables entre la humanidad y el resto de la creación y dentro de la humanidad misma.Porque, desde esta pretendida superioridad, se justifica irresponsablemente el dominio incontrolado y ladevastación más salvaje para el propio beneficio. Se convierte a la naturaleza en «esclava del hombre»y desde ahí se autoriza todo sometimiento, atropellos y explotación.

Franz Alt asegura que es

«el racionalismo machista, carente de todo sentimiento y sensibilidad femeninos, el que haconducido a la bomba atómica, a la manipulación genética y a las catástrofes ecológicas»...35.

34 La literatura sobre ecología es enorme. Citaremos algunas obras de interés general: J. A. Merino, De la crisisecológica a la patean la naturaleza, Claretianas, Madrid 1994; E. Drewermann, Le progrés meurtrier, Stock, 1993; J.Moltmann, La justicia crea futuro. Política de paz v ética de la creación en un mundo amenazado. Sal Terrae, Santander1992; L. M. Armendariz, «Un pacto de supervivencia entre el hombre y la tierra», Cuademos de Teología Deuslo,Bilbao 1995, n. 1; A. Domingo, «Ecología y solidaridad. De la ebriedad tecnológica a la solidaridad ecológica»,Cuadernos Fe v Sectilarídad, Santander 1991, n. 14; X. Etxebarría, «La ética ante la crisis ecológica», CuademosBakeaz, Bilbao 1994, n. 5; R. Panikkar, Ecósofía. Para una espiritualidad de la tiara, San Pablo, Madrid 1994.35 . Alt, Jesús, el Primer Hombre Nuevo, El Almendro, Córdoba 1993, 14.

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8. La crisis ecológica está implicando también una crisis patriarcal

La opinión de los ecologistas respecto a la causa más importante de esta situación es casiunánime y la sitúan en el antropocentrismo tecnocientífico y depredador Pero habría que añadir queeste antropocentrismo tiene unas características más profundas y no se queda sólo a nivel de unacomprensión jerárquica y dominadora de la naturaleza. La cuestión es más honda.

Porque es que, además, la comprensión jerárquica y piramidal no escalona sólo los peldañosque distancian lo humano y «lo otro» -tierra, animales, plantas, etc...- y promueve su posesión ydominio, sino que el escalafón afecta y clasifica a las personas y las separa injusta y brutalmente enclases sociales, cantidad de dinero y poder, razas superiores e inferiores, pueblos más o menosdesarrollados, más o menos «honorables», y, por supuesto, quizá menos concientizado, pero no menosdemoledor, en sexos; uno por encima del otro, para beneficio de «uno». La «naturaleza inferior» de lasmujeres está clara mente subordinada y queda como tal bien presente en la conciencia y subconscientepatriarcal, «en estado de sujeción»..., porque, como decía Graciano, «el menor debe servir al mayor»...El varón blanco, occidental, se constituye en «mayor», en el centro y en omnipotente «medida de todaslas cosas», y desde ahí controla el poder.

El antropocentrismo adquiere así una connotación especial: esto es, el androcentrisino en cuantoadquiere claramente la cara masculina del dominio.

Evidentemente, esta apropiación de la naturaleza y de los seres, animales, personas... produce

un desequilibrio básico y, no pocas veces, violento. Porque dominar es una forma inequívoca deapropiarse y de destruir. Todo está interrelacionado, los atribuidos secularmente a las mujeres, y conlos de tipo «matriarcal»: cosmomorfismo, comunalismo, intuición, valores transpersonales, afectivos,intimidad, religioso-familiares, pasividad, comunicación, la cara misericordiosa... y que los queimperen sean los adjudicados a lo masculino y patriarcal: antropomorfismo, individualismo, desarraigo,actividad, secularización, agresividad, poder, autoridad, competitividad, racionalismo...

Tampoco es casualidad el hecho de que, y como ya lo hemos señalado, precisamente lacivilización, tradicionalmente identificada con lo masculino, acuse una desconexión acelerada con lanaturaleza, con la tierra, identificada desde tiempos ancestrales con la mujer, madre fértil36.

Desgraciadamente, «el malestar de nuestra cultura», «el malestar colectivo», «el malestarreligioso de nuestra cultura», etc..., no son slogans ingeniosos ni títulos literariamente logrados por 36 Algunas obras de interés general sobre ecofeminismo: R. M. Radford Ruether, New Wontan, New Eart: sexistideologies and Human Liberation, San Francisco 1975; A. Primavesi, From Apo-calipse lo Génesis, Ecology,feminisin and Cltrístianity, Burns & Oates, 1991; M. Hebrard, Féminité dans un nouvel age, París 1993; AA.W.,Ecofeniiiiisni and Theology, Yearbook of tne Euio-pean Society of Women in Theological Research, Maguncia 1994 yotros/as.

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buenos pensadores, sino que condensan una situación generalizada y planetaria que afecta a toda lahumanidad.

«El malestar colectivo -dice P. Duvígneu- ocupa el puesto de lo que debería ser el bienestarcolectivo. La biosfera se ha convertido en la tecnosfera, a menudo hostil al hombre»37.

Algunos estudiosos, antropólogos, filósofos varones, aunque ciertamente aún son muy pocos,delatan ya las raíces y el hecho de que la sociedad patriarcal ha amenazado y «saqueado» el mundoancestral y simbólico matriarcal, naturalista, y que este hecho desemboca, según ellos, en unempobrecimiento básico y en lo que llaman también el «malestar de nuestra cultura», porque

«tanto una agresión desde fuera como una represión desde dentro de esta estructura matriarcal-naturalista

A mí no me gusta hacer listas o apartados de «virtudes y defectos» masculinos y femeninos; delas antiguas, las fabricadas por los varones, ya conocemos las injusticias y resultados; las nuevas,hechas desde otros ángulos, a la larga podrían resultar tan arbitrarias y simplistas. Sin embargo, no creoque sea casual el hecho de que el tipo de valores y de relaciones de cuya falta adolece la sociedad y elmundo actual estén mucho más en consonancia con provoca en el cuerpo social, dentro y fuera,ceptible malestar»38.

El ecofeniinisnio lo delata también abiertamente y examina los esquemas simbólicos,psicológicos, éticos, paradigmáticos... que se establecen descom-pensatoria y destructivamente entrelos seres humanos, sexuados, y éstos con la creación, y alertan sobre sus consecuencias39.

En terminología china hablaríamos de la descompensación radical entre el Yang (masculino) yel Yin (femenino). En la junguiana, de la no integración, el desconocimiento y la incomunicación entreel aniniiis y el anima. En realidad se establece una relación asimétrica, desigual y distorsionada entrelos sexos, razas, seres, basada en el poder y la sumisión y que perjudica a amo y esclavo, a la totalidad;aunque a los primeros les resulta más difícil reconocerlo.

Los frutos ya los estamos recogiendo. Se acusa un desajuste generalizado, imparable ydevastador que arremete incluso contra la naturaleza. La distancia acelerada entre el Noite y el Sur,ricos y pobres, sería sólo una parte, cierto que la más sangrante y dolorosa, eso sí, de las consecuenciasy problemática que implica la dominación incontrolada. Las guerras o cualquier tipo de violenciairracional, las «purificaciones» étnicas, el colonialismo y neo-colonialismos... ciertamente encuentransus raíces en el afán desmedido de poder y de bienes económicos; es la constante disputa por el «tener»y dominar.

Es lógico que la discriminación! más fuerte esté localizada en las mujeres que, además, muchasson negras o de cualquier otro color, pobres y pertenecen a pueblos subdesarrollados y/o enfrentados.Ellas acarrean silenciosa y doblemente, en sí mismas, el dolor y las injusticias de este mundo, porqueademás sus posibilidades de defensa son bien reducidas: son las auténticamente privadas de voz.

Después de la catástrofe de Chernobyl, una mujer exclamó con desesperación: «Los hombres nopiensan en absoluto en la vida, sino únicamente en vencer a la naturaleza y al enemigo»... Ecología ypaz están profundamente unidas, son problemas de relación; relación con el cosmos, relación de losseres humanos entre sí. La atención a la vida, como decía la mujer de Chernobyl, es fundamental en larelación humana y con la tierra.

Cooper Thompson, varón, apunta hacia algo semejante: «La supervivencia de nuestra sociedadpuede radicar en el hecho de que seamos capaces de enseñar a lo hombres a proteger la vida»40, y paraello apunta a la necesidad de una nueva concepción de la masculinidad, una conversión yprofundización del ser varón que, según afirma, sería esencial para la salud y la seguridad de los 37 P. Duvigneu, La sinthése écologique, París 1980, 331.38 A. Oi-ti/. Oses/ F. K. Mayr, o. c., 71.39 Además de la obras citadas, V. S. Staying Alive, Wonien, Ecologv and Development, Londres 1989; R. Radford Ruether,Reweaving tlie World: the emergence of Ecofemiitism, San Francisco 1989, y otras.40 C. Thompson, «Debemos rechazar la masculinidad tradicional», en AA.W., Ser hombre, Kairós, Madrid 1993, 28-38.

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hombres y de las mujeres.Es necesario que captemos la «centralidad» del problema relacional en nuestro mundo, y por

tanto el de la relación hombre-mujer. Entienden erradamente el mandato: «dominad la tierra» y desdeuna visión jerárquica de la realidad oprimen a las mujeres y devastan el mundo. Es un problema globalde liberación humana y como tal hay que entenderlo y plantearlo. Es un problema que se extiende atoda la creación que gime y sufre en la espera de ser liberada (cf. Rom 8,23).

También otro varón, Harvey Cox, lo expresa certeramente:

«Pienso que la destrucción de la naturaleza, lo mismo que la continuidad del dominio masculino,están, hoy en día, íntegramente ligados a un estado de ánimo igual, ansioso de lucro, que nospriva de relaciones profundas y de la experiencia directa»41.

9. La crisis de la masculinidad

Y he querido finalizar el apartado anterior citando el pensamiento de dos varones, porque, ciertamente, no todos ellos se sienten cómodos atrapados en su imagen dominadora, adoptando modelos deuna virilidad casi caricaturesca, recibidos del pasado, ahogando expresiones, emociones y sentimientostotalmente legítimos, pero que pudieran ser tenidos como «femeninos»..., empobrecidos así en la esferaafectiva y emocional; es decir, en todo el ser.

Sin embargo algunos, aún una minoría más lúcida, son perfectamente conscientes de ello.Prevén un cambio y lo asumen como reto y tarea comunitaria conjuntamente con las mujeres. Elprimero que me lo comunicó, hace ya varios años, fue un joven e inteligente amigo mío. Para él, lareflexión feminista era también un detonante para una toma de conciencia de la inconsciente opresiónmasculina. Enmarañados en su propio rol, clichés e imagen, en las «virtudes masculinastradicionales»... y ahí, empobrecidos, los varones buscan inconscientemente su propia liberación. Alfinal, me explicaba, ellos son los más necesitados.

Pero esta consciencia evidentemente no está aún generalizada, y como toda herida nodesvelada, supura y se cobra víctimas. Así, pues, detectamos en la civilización occidental una auténticacrisis de la masculinidad, mostrada en la aparición de lo que se llama el «hombre blando», débil,pasivo, «afeminado» por contraposición del «hombre duro», el «macho», ambos una especie decaricatura que, por desgracia, tienen excesivas concreciones en el hombre, varón, de carne y huesooccidental moderno, e incluso, podemos decir, productos típicos de nuestra civilización. El imperativo:«sé un hombre», cargado de presiones y escuchado desde la niñez, empieza a resultar excesivamenteenojoso para muchos. Todo esto va cuestionando la masculinidad y descubriendo su crisis.

Porque los varones no sólo comienzan a interrogarse, aunque todavía veladamente, por supropia identidad, sino que sufren una profunda inseguridad, desajuste y desconcierto. El modelovigente se está rompiendo, produciendo un dolor inconfesado. Se comienza a hablar del «malestarmasculino»; se inician los estudios psicológicos y biológicos, los «Men's Studies», las revistasespecializadas, e incluso comienzan los movimientos de liberación masculinos. Cooper Thompson noes el único que piensa que «debemos rechazar la masculinidad tradicional» y, por supuesto, caminarhacia otros modelos42.

41 H. Cox, L'Appelde l'Oríent, Seuil, París 1979.42 C. Thompson, Ibíd. El primero de estos grupos se formó en Estados Unidos, 1969, después en 1972 en Alemania elMovimiento de liberación de hombres, después otros

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Los datos estadísticos actuales tampoco favorecen al «sexo fuerte». La mortalidad masculinacomienza siendo mayor ya «in útero»: «Parece que el embrión y luego el feto machos sean más frágilesque los de las hembras. Esta fragilidad persiste en el primer año de vida y la mortalidad preferencialque penaliza los machos se observa a lo largo de la existencia»43; la esperanza de vida es sensiblementemayor en las mujeres. El desarrollo físico y psíquico masculino es más lento que el femenino. Segúnmuchos estudios, son más los varones afectados por dificultades psicológicas y, por ejemplo, lossuicidios se dan en mayor número entre ellos que entre ellas44.

El miedo a la castración, la necesidad de «probar su virilidad», y otros «secretos» masculinos...dificultan más su existencia. Las dificultades de adaptación también son mayores: unos ejemplos clarospueden verse en los casos de viudedad, soltería, y actualmente se observa también entre las parejasseparadas... Ellos se quedan psicológicamente como más desamparados. Los resultados académicos enlos estudios no son, ni mucho menos, mejores entre los varones, y ellas comienzan a ser mayoría en losestudios superiores y universidades en los países desarrollados...

Y así podríamos proseguir añadiendo datos que demuestran las dificultades actuales de lamasculi-nidad. Porque algo se está desmontando. En realidad, algo está también naciendo; reinterpretarla masculinidad quiere decir hacer brotar de ella lo que estaba oculto. Las crisis pueden ser siempre unaoportunidad, un momento privilegiado de cambio y crecimiento.

Sí, empieza una penosa y necesaria desmitificación de la masculinidad, generalmente noacabada de formular abiertamente, que anuncia un final de era cultural y que debe abocar en unareconciliación, interior y exterior, profunda, que comienza en el re-conocimiento.

Anteriormente utilizábamos unas palabras de Elisabeth Badinter para explicar el origen delpatriarcalismo: «Cuando los hombres tomaron consciencia de su desventaja en la naturaleza (se refierea la fertilidad), crearon un paliativo cultural de gran envergadura: el sistema patriarcal», pero, en estesistema, comienzan a entreverse las fisuras, y añade:

«Hoy en día, obligados a decir adiós al patriarca, deben reinventar el padre y la virilidad quecomporta. Las mujeres que observan esos mulantes con ternura, contienen la respiración»...

Es la expectación ante un posible nuevo nacimiento45.

10. Una creación reconciliadora exige un nuevo paradigma en las relaciones de la humanidad

Ahora bien, la profunda sanación de la que están necesitadas las relaciones humanas, lacuración ecológica -totalizante, inclusiva- pasa por un proceso teológico, psíquico y espiritual hondo,que afecte a hombres y mujeres, y a toda la creación46.

Exige un cambio, una conversión relacional radical. Convoca a la reciprocidad masculino-femenina desde el reconocimiento mutuo, desde la diferencia plural y reconocida. Es un proceso arduo,trabajoso y gratificante a la vez, que conduciría a una nueva relación terapéutica e igualitaria, desdeunos valores nuevos, desde una experiencia espiritual honda que se deja abarcar por el Dios -materno ypaterno- de la vida. Indudablemente, este cambio incidiría también en una clara mejora de nuestrasrelaciones con Dios.

43 E. Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid 1993, 52.44 Ibíd. v E. Moltmann-Wendel, / am inv body, Londres 1994.45 Libros importantes sobre el tema: J. P. Simoneaii, Reper-toire de la coiulition niasciiline, Québec 1988; J. Dubbert, -4Man's Place: Masculinity in transition, Nueva York 1979; C. Castelain-Meunier, Les Hommes aiijoiird'lnii. Virilité elidentilé, Acropole, 1988; M. Hebrard, o. c.46 R. Radford Ruether, Gaia and God: an Ecofeminist Theo-logy on Eanh Healing, San Francisco 1992.

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Desde la ética y la teología se reclaman más y más la misericordia, la piedad, la fidelidad, laternura, la vulnerabilidad, la compasión..., actitudes y virtudes todas ellas tenidas como bien«femeninas», que apuntan a la esperanza de una posible curación global. El «derecho de lamisericordia», la «solidaridad compasiva», la «ética de la piedad»... expresan algo más que un vagodeseo en algunos sectores. Todo ello es signo de una sensibilidad nueva que emerge aún tímidamente yuna llamada a sustituir la agresividad (masculina) por la compasión solidaria y comunitaria (femenina),donde el espíritu de colaboración sustituya al de orgullosa competición.

Se vislumbra la necesidad de un cambio espiritual y cultural que afecte profundamente a lasrelaciones y a la comunicación humanas; una forma dialogal cualitativamente distinta. Es un paso de la«verticalidad» a una vivencia más horizontal y solidaria de las relaciones; el paso de la «complementa-riedad» a la alteridad y reconocimiento en la diferencia.

MASCULINIDAD Y FEMINIDAD

Por cada mujer fuerte cansada de aparentar debilidad, hay unhombre débil cansado de tener que parecer fuerte.

Por cada mujer cansada de tener que actuar como una tonta, hayun hombre agobiado por tener que aparentar saberlo todo.

Por cada mujer cansada de ser calificada como «hembraemocional», hay un hombre a quien se le ha negado el derecho a llorar y aser delicado.

Por cada mujer catalogada como poco femenina cuando compite, hayun hombre obligado a competir para que no se dude de su masculinidad.

Por cada mujer cansada de ser un objeto sexual, hay un hombrepreocupado por su potencia sexual.

Por cada mujer que se siente atada por sus hijos, hay un hombre aquien le ha sido negado el placer de la paternidad.

Por cada mujer que no ha tenido acceso a un trabajo o a un salariosatisfactorio, hay un hombre que debe asumir la responsabilidad económica deotro ser humano.

Por cada mujer que desconoce los mecanismos del automóvil, hay unhombre que no ha aprendido los secretos del arte de cocinar.

Por cada mujer que da un paso hacia su propia liberación, hay unnombre que redescubre el camino a la libertad.

(folios fotocopiados que no recogen el autor o autora)

Las mujeres tenemos aquí una aportación indeclinable que hacer para el bien de toda la creacióny de la humanidad completa, pero es necesario que nuestra voz sea escuchada y nuestra compañíaaceptada y comprendida.

Una ética realista, seria y universal reclama un cambio básico, una conversión total en lasrelaciones ya muy deterioradas y empobrecidas, como primer instrumento de paz y concordia en lajusticia. Las mujeres no pedimos ningún favor ni limosna, exigimos el restablecimiento de unasrelaciones igualitarias y fraternas, queridas por Dios, «hombre y mujer los creó», y a las que toda lacreación tiene derecho, y ofrecemos la mano de la reconciliación. Esto es mucho más que unreivindicación interesada, es una denuncia alertadora y urgente para el bien de toda la humanidad, detoda la creación. Porque el Cielo Nuevo y la Tierra Nueva escatológicas pasan por el anticipo de unasrelaciones nuevas. Porque nuestro planeta necesita una sanación física y espiritual.

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En palabras de Juan Pablo II: «La mujer no puede convertirse en objeto de dominio y deposesión masculina» (MD). Al varón no le beneficia en absoluto seguir siendo dominador; por elcontrario, le envilece; a la mujer tampoco el ser dominada e instrumentalizada. Pero entre las mujeresse han interiorizado durante milenios las actitudes de subordinación e incluso automarginación, y entrelos varones el orgullo de dominar. Comenzamos a despertar..., pero indudablemente las mujeres se hanadelantado y la concientización, en ellas, es más fuerte.

Sin embargo es un trabajo conjunto, solidario, de liberación que no se puede realizar ensolitario. Es un aprendizaje arduo y comunitario que debemos hacer todos y todas. Es una tareacompartida para la que es necesaria mucha comprensión, valentía, paciencia, escucha, sabiduría y, endefinitiva, mucho amor. El amor es la energía fundamental de la vida y de las relaciones; de ahí brotanlas posibilidades de transformación y búsqueda. «El amor cambia el mundo», dirá Teilhard. El amorabre caminos y posibilidades de esperanza. El amor brota del Espíritu y conduce al Espíritu, esencial enesta transformación humana, en esta auténtica nueva creación de la humanidad que hermana a hombresy mujeres y los transforma «desde el útero de Dios» que es amor. Pero el amor no sólo no excluye lasinceridad, sino que la implica, así como incluye la valiente y decidida voluntad de cambio. No sepueden aplicar modelos caducos y obsoletos del pasado, se trata de ser fieles a la búsqueda de unamentalidad relacional fundamentalmente nueva.

El Movimiento «Femmes et hommes dans l'Egli-se» ha acuñado y profundizado un términoparticularmente sugerente y expresivo: «el partenariado». Es un modelo paradigmático de unasrelaciones hombre/mujer, no jerarquizadas, más comunitarias, que sin miedos ni dominaciones sereconocen en alteridad y reciprocidad. El fundamento teológico está basado en el misterio de laencarnación. En ella, Dios mismo se hace solidario, «partenair», con los seres humanos y estableceunas relaciones nuevas, en alteridad47.

Necesitamos crear un tipo de relaciones nuevas, redescubriendo feminidad y masculinidad,reinter-pretando los símbolos, pero no con la visión romántica de un pasado que, desde luego, tampocofue mejor, sino desde una reformulación muy honda.

Las mujeres no son ni mejores ni peores que los varones, son diferentes, y desde ahí han deaportar unos y otras para el enriquecimiento del mundo y de la humanidad. La falta de ésta produce eldesnivel peligroso.

Este es un esfuerzo urgente a hacer, porque, además, una humanidad mutilada y descompensadano sólo no beneficia a nadie, sino que está abocada a la autodestrucción y al desequilibrio neurótico.

Como se afirmaba en la Asamblea ecuménica ife Basilea 89': «Debemos aprender que nuestrafelicidad y nuestra salud no dependen tanto de los bienes materiales, cuanto de los dones de lanaturaleza y de las demás criaturas, de las relaciones humanas y de nuestra relación con Dios»48. Peroestas relaciones han de transformarse profundamente.

Bibliografía

AA.W, Historia délas mujeres, Santillana, Madrid 1992,1-III; ANDERSON, B. S. - Zinsser, J., Historiade las mujeres, Barcelona 1992, I-II; AUBER, J. M., La mujer. Antifeminismo v cristianismo, Barcelona1976; CHEVALIER, J., Diccionario de símbolos, Barcelona 1987. D. Ríoduero, Símbolos, Madrid 1983;DOUGLAS, M., Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú, Madrid 1973;ELIADE, M., Imágenes y símbolos, Madrid 1992. Eliade, M., Traited'histoire des religions, Payot, París1983; ORTIZ Oses, A., El matriarcalismo vasco, Bilbao 1981; ROIG, M., El feminismo, Estella 1986;RADFORD, R. R. M., Gaia and God: an Ecofenunist Theology on Earth Healing, San Francisco 1992.

47 Cf. los Boletines «Femmes et hommes dans l'Eglise», 68, me de Babylone, 75007 París.48 Documentación oficial de la Asamblea Ecuménica Europea, Paz con Justicia, Basilea, 15-21 mayo, 1989, Madrid 1990, 73.