Tlön

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ciencia ficción

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La danta o tapir

(Tapirus terrestris) es uno de

los mamíferos que se encuentra

amenazado de extinción en

Venezuela. Hace algún tiempo se

hallaban más de trece especies de

este animal, del cual hoy en día

sólo sobreviven cuatro especies:

tres en el continente americano

y uno en el continente asiático.

Suele habitar regiones húmedas

y montañosas. La danta es una

gran herramienta de conservación

ecológica como dispersor de

semillas en los bosques.

En Venezuela suele tener

mayor presencia en ciertas zonas

del estado Yaracuy y forma parte

importante de la cosmovisión

de las etnias indígenas de esa

región; quizá de allí provenga su

vinculación con la mitología de

la Reina María Lionza, cuya fi gura

cobró fama al ser inmortalizada

L a D a n t a

por Alejandro Colina en la

Autopista del Este (Caracas)

sobre una danta macho pisando

una serpiente que simboliza el

egoísmo y la envidia. Por su

parte, Gabriel Jiménez Emán nos

relata sobre esta diosa y su

acompañante (la danta) paseando

“por la intrincada selva de

Nirgua o Chivacoa, anda en una

danta o tapir hembra, que lleva

herrados en las ancas signos

de petroglifos. La danta es

invulnerable a todo tipo de

armas e incluso a las oraciones

cristianas. Tiene el poder de

“petrificar” a la gente mala,

a los avaros, a los ladrones y

saqueadores”. Por ello este número

se estrena rindiéndole homenaje

a la danta, animal presente en

nuestro imaginario venezolano,

símbolo de protección fantástica y

literaria. 1

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© FUNDACIÓN EDITORIAL EL PERRO Y LA RANA, 2010

PRESIDENTE: WILLIAM OSUNA

© TLÖN

DIRECTOR:RICARDO ROMERO ROMERO

CONSEJO EDITORIAL:GABRIEL JIMÉNEZ EMÁNELOI YAGÜE JARQUESUSANA SUSSMANNDEISA TREMARIASRICARDO ROMERO ROMEROWILLIAM OSUNAMERCEDES FRANCO

JEFE DE REDACCIÓN:ELOI YAGÜE JARQUE

COORDINADORA EDITORIAL:DEISA TREMARIAS

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN: DAVID DÁVILAMÓNICA PISCITELLIJHONN ARANGURENZONIA GARCÍA CORRECCIÓN:ROSA AREVALO

ILUSTRADORES:NATHALY “ LEMUR” BONILLARICHARD LEÓN LEONICELUIS MIGUEL LEYBAMARIO SEMECODAVID DÁVILALA DEA

© FUNDACIÓN EDITORIAL EL PERRO Y LA RANA, 2010

CENTRO SIMÓN BOLÍVAR,

TORRE NORTE, PISO 21, EL SILENCIO

ESQUINA PAJARITOS,CARACAS - VENEZUELATELÉFONOS: (58-0212) 7688300 / 7688399

CORREOS ELECTRÓNICOS:

[email protected]

[email protected]

PÁGINAS WEB:HTTP://WWW. ELPERROYLARANA.GOB.VE

HTTP://WWW. MINISTERIODELACULTURA.GOB.VE

ISBN: XXXXXXXXXXXXX

TLF: XXXXXXXXXXXXXX

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CENTRO SIMÓN BOLÍVAR,

TORRE NORTE, PISO 21, EL SILENCIO

ESQUINA PAJARITOS,CARACAS - VENEZUELATELÉFONOS: (58-0212) 7688300 / 7688399

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e d i t o r i a l

Más acá que de allá...El poeta Paul Éluard expresó: “Existen otros mundos pero están en éste”. La

ultratumba, zombis parlantes, naves espaciales, mundos apocalípticos, monstruos espeluznantes, atmósferas densas, sociedades distópicas, reinos de fantasía, viajes en el tiempo, naturalezas ocultas, encuentros con otras formas de vida... tienen algo en común: la mente del escritor. Es su creación, junto a nuestra lectura, la que nos lleva al ensueño y la pesadilla, a sacarnos de nuestra rutina, a elevarnos a realidades existenciales alternas, pasearnos por universos paralelos: todo eso parece estar lejos cuando está cerca...

Es por eso que nace Tlön, donde convergen la literatura fantástica, la ciencia ficción, los tombos, las tumbas y el cómic como dominios de la imagen. Tlön es homenaje a Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Horacio Quiroga, César Dávila Andrade, Salarrué, Juan Rulfo, Rómulo Gallegos, Pedro Emilio Coll, Julio Garmendia, Alfredo Armas Alfonzo, Laura Antillano, Mercedes Franco, Eduardo Blanco, Alberto Arvelo Torrealba... ¿y por qué no? a Philip K. Dick, Ray Bradbury, Stephen King, Scott Fitzgerald, Truman Capote, Tom Wolfe, V.C. Andrews, Agatha Christie, H. G. Wells, George Orwell, Isaac Asimov, Stanisław Lem, Mark Twain, Robert Louis Stevenson, Emilio Salgari, Stieg Larsson... Difícilmente en esta página podemos hacer justicia para incluir a todos esos creadores que nos han entregado un legado maravilloso por lo que siempre habitarán nuestro imaginario...

En un futuro no muy lejano y en nuestra galaxia, orbitarán por Tlön: El Silbón, Dr. Knoche, La Reina María Lionza, El Chirigüare, La Sayona, Florentino y el Diablo, La Macagua Silbadora, Machera, La Danta, El Caimán de Sanare... A ti gran Caimán, a ti poeta de los cuentos, a ti creador de la oralidad, te dedicamos nuestra revista... hasta siempre camarada!!!

¡Bienvenidos al planeta de los sueños... hacia un nuevo mundo posible!

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El Capitán se siente frustrado e indeciso, siente que sus actos no le pertenecen. Él mismo se sabe guiado por una voz secreta, por una mano inasible. Él cree que son los instintos, la intuición, y se deja llevar por ellos. Envió todas las sondas al agujero negro, aunque no obtuvo respuesta de ninguna. En ese momento debió terminar y regresar a la Tierra y entonces escuchó el mensaje por primera vez: “Envíalo todo”. Ordenó reprogramar a los robots de mantenimiento con los mismos parámetros de las sondas de exploración. Y los lanzó al hoyo negro. Nuevamente sin respuesta.

Envialo Todo JAVIER DOMÍNGUEZ

a Arthur C. Clarke

Ilustración: Richard León Leonice

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Los tripulantes intentaron

hacerlo entrar en razón, de convencerlo

para regresar a la base. El Capitán los

escucha, se siente tentado a desistir.

“Envíalo todo”. “Envíalos a todos”,

volvió a decir la voz. Así ideó la trama

de la alarma falsa y la orden de abordar

las cápsulas de escape. Todos los

tripulantes abandonaron la nave, pero

no sabían que las cápsulas estaban

programadas para ir directamente

al agujero negro y mandar datos a la

nave principal. El Capitán no recibió

respuesta de ninguna. Las señales

se perdían en el horizonte eventual.

El punto en el cual la rapidez detiene

los relojes y la masa se extiende al

infinito imposible. Ahí no tiene sentido

el pasado o el futuro.

“Envíalo todo”, volvió a

escuchar y sólo necesitó activar los

impulsores unos minutos para entrar en

el hoyo negro. Lo último que recuerda

es el crujir de la nave, estrangulada por

la fuerza de gravedad.

El paso por el hoyo no lo mató.

La aceleración lo llevó a moverse a una

velocidad tal que se transmutó en una

forma de vida distinta, incorpórea,

apenas le quedaba su consciencia.

Fue expulsado por el agujero negro en

algún punto del universo. Pensó que

no volvería a ver la Tierra, pero luego

descubrió que le bastaba con pensar

en un lugar para “saltar” hasta ahí. No

sólo eso, también podía desdoblarse

y estar en más de un sitio a la vez, así

que rápidamente (o tal vez lentamente,

porque ya este tipo de precisiones no

existían para él) podía estar presente en todas partes. A esta habilidad le sumó la capacidad de desplazarse a través del tiempo, por lo que se volvió omnipresente. Cuando estuvo en dominio de sus nuevas habilidades regresó a la Tierra y vio todo cuanto quiso y siguió, por pura diversión, la línea de sucesos que lo llevaron a existir. Miró el desarrollo de su vida como humano y volvió a verse como Capitán de una nave espacial. Llegó justo al momento en el que estaba indeciso, frustrado en el puente de mando. Esperando una señal de las sondas devoradas por el agujero negro que le habían ordenado explorar.

Entonces dijo: “Envíalo todo”.

“Envíalo todo”.

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La voz de los muertos

ELOI YAGÜE JARQUE Ilustración: Adolfo Dávila

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—Parece que aquí no hubiera vivido nadie en mucho tiempo.

La voz del hombre resonó en el apartamento vacío. Había hablado en voz alta aunque estaba solo, como para acompañarse, desconcertado por el olor a encierro. Estaba allí, parado en el umbral, aún con la maleta en la mano cuando lo escuchó por primera vez: era el viento. El viento se metía por algún resquicio de las ventanas y sonaba como un quejido o un lamento.

—Bueno, supongo que tendré que acostumbrarme –dijo el hombre quien finalmente se decidió a entrar.

Luego se dedicó a limpiar el apartamento y a ordenar sus cosas. Se lo había prestado una pareja amiga que estaba de viaje por el Medio Oriente. Un mes viviría allí. Su intención era adelantar la gran novela que se había propuesto escribir. La había iniciado hacía tiempo pero no había podido terminarla por diversas razones, todas relacionadas con el ajetreado ritmo de la ciudad: el trabajo, las relaciones familiares, las visitas, el teléfono, los trámites burocráticos y/o administrativos, pero había logrado suspender durante un mes todo lo que pudiera sustraerlo de su proyecto literario.

—Sólo moriré tranquilo cuando haya concluido mi novela –solía decirle a sus amigos para resaltar la importancia de su proyecto.

La aprensión inicial que sintió al abrir la puerta de aquel apartamento prestado se le transformó en asombro y felicidad cuando descorrió las cortinas y abrió las puertas del balcón. El maravilloso espectáculo de un mar apacible lo deslumbró. El apartamento se hallaba en el sexto piso de un edificio en la primera línea de la playa por lo que ninguna construcción le negaba la vista. Las olas se dormían plácidamente en la arena donde se asoleaban algunos bañistas; un poco más allá lanchas de pescadores surcaban las aguas tranquilas; algo más lejos se veían barcos de carga que buscaban el puerto cercano. En el cielo, gaviotas y alcatraces se disputaban los peces, y las golondrinas ejecutaban sus intrincados itinerarios de vuelo.

—Es demasiado bonito, espero que no me distraiga de mi novela –dijo el hombre.

En poco tiempo se instaló, colocó su ropa en el clóset, sus efectos personales en el baño; revisó la alacena y la nevera, que estaban bien provistas

de alimentos gracias a la generosidad de sus amigos; conectó la laptop y se sentó a escribir en la mesa redonda del comedor ubicado frente al balcón.

El escritor comenzó a trabajar y no se detuvo más. Las imágenes

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de la novela, que lo habían obsesionado durante meses, empezaron a tomar forma mediante las palabras que fluían sin pausa en las líneas de la pantalla electrónica. Personajes, situaciones, diálogos, descripciones se volvían lenguaje con una facilidad pasmosa. El trabajo le rendía; las necesidades personales –hambre, sueño, ganas de ir al baño– pasaban a un segundo plano. Se levantaba de la cama a cualquier hora de la noche o del día para escribir. En las noches se despertaba con frecuencia por el sonido del viento que se colaba no sabía por dónde, aunque había revisado todos los resquicios. Era el único elemento que lo distraía. Cuando sonaba el viento debía interrumpir la escritura pues se quedaba como hipnotizado escuchándolo.

Para neutralizar ese único elemento de perturbación decidió incorporarlo a su novela. Era la historia de un triángulo amoroso entre tres arqueólogos, ambientado a comienzos del siglo pasado. Dos hombres se habían enamorado de la misma mujer en el transcurso de unas excavaciones en Egipto. La trama se complicaba cuando el esposo de la arqueóloga descubría que ésta se hallaba enamorada del otro. Los hombres, a pesar de su carácter científico, enloquecieron de celos y se mataron a tiros en un duelo celebrado entre ruinas de otros siglos.

Al mismo tiempo, ignorando lo que ocurría fuera de la pirámide, la doctora Wilcox descubría aterrorizada el origen del persistente sonido

del viento que, como un quejido o lamento, resonaba día y noche en el interior del monumento funerario. Había logrado traducir, en ese mismo

instante, un jeroglífico que lo explicaba: el viento era la voz de los muertos llamando a los vivos a su reino de sombras. Justo cuando la doctora pretendió

salir apresuradamente para comunicar su hallazgo a los hombres, la pirámide se vino abajo, destruida por un potente terremoto, enterrando en las ardientes

arenas del desierto a ella junto con todos los miembros de la expedición, incluidos los cuerpos de los dos hombres que se habían matado por amarla.

El escritor puso punto final a su novela. Eran altas horas de la noche. Se sentía satisfecho aunque agotado. Era una sensación de vacío similar a la que se produce después de un orgasmo. Para refrescarse un poco, se levantó y salió al balcón a contemplar el imponente espectáculo de la Luna llena sobre el mar plateado. Algunas estrellas brillaban en la bóveda celeste. Entonces lo sintió, era él que se aproximaba como un quejido o un lamento.

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Como un llamado.Al amanecer, el viento resonaba en el apartamento vacío.

Forma circularPero la vida siempre vuelve a su forma circular

E. del Real - Café Tacuba

JAVIER DOMÍNGUEZIlustración: Richard León Leonice

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Siento el pómulo entumecido. Tengo la mejilla contra el granito helado del piso. Me aplasta la garra del miedo. Creo que ésta es la consecuencia de mis pesadillas. Aunque traté de escapar, es obvio que me han cercado. Sin embargo, a diferencia de mis sueños, esta vez no soy el protagonista. Hay tantos como yo asustados en el piso, tal vez si me quedo sin emitir respiros no me vean.

No sé si funcione, ya lo he hecho antes pero sin éxito. Fue en la enésima repetición de la pesadilla. Como siempre yo defendía la torre de un castillo medieval. Desde mi puesto podía ver el amanecer y con las primeras luces se destacaban las formas de un ejército invasor casi a nuestras puertas. Cuando la claridad avanzaba dentro de la ciudadela, podía ver las filas de cadáveres y heridos gimiendo en los callejones. Seguramente la batalla ya llevaba días. Mis compañeros subían a las torres y a la parte superior de las paredes, ajustaban sus arcos, revisaban sus cuchillos y espadas. La lucha se iniciaba cuando la luz era suficiente para distinguir las siluetas grises de los cuerpos. Aunque el sueño ocurría con variantes (a veces éramos sólo unos cuantos arqueros; otras, un batallón compacto bien armado), el resultado era único e inevitable: los invasores escalaban las paredes y nos degollaban. Yo siempre vaciaba

mi carcaj y lograba matar a algunos antes de sentir una mano fría sobre mi rostro; luego, la hoja densa de una daga cruzándome el cuello.

Cuando le contaba esto a mi psicólogo, me recomendaba cambiar las estrategias. Quizás debía dejar de combatir. Así decidí quedarme tendido en el piso conteniendo la respiración. Esa vez los invasores revisaron los cuerpos y clavaron una estocada en el pecho de cada uno, además del usual corte en la garganta.

Lo peor no era tener la certeza de la muerte, sino oscilar sobre ella cada noche. Pensé que una solución sería alejarme de una vida de riesgos, por ello me volví empleado de un banco. No podía existir un destino más alejado de la violencia urbana que las oficinas de ambientes acondicionados. Gracias a esa forma de vida automática, mis preocupaciones no pasaban del saldo de la Master Card. El trabajo me dio el sosiego que necesitaba. Aquí mis sueños se convirtieron en una telaraña remota. Ya no tenía esos latidos opresivos en mi pecho gracias a la inmersión en papeles, formas y reclamos invariables, sin traiciones. También me ayudaba el cóctel de tranquilizantes de cada noche.

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Esta tarde se llenó el banco a las dos, como es costumbre, y vi a estos señores en la cola de espera. Tomé mi puesto en el cubículo de cajero. Cuando el primer cliente colocó su rollo de billetes sobre el mostrador, cuatro de los señores, que tan civilizadamente habían formado la cola, sacaron sus armas automáticas.

En medio de la gente los vi avanzar y gritaron: “¡Todos al piso!”. Minutos interminables transcurrieron desde que desenfundaron sus armas hasta que saquearon las cajas. Uno de ellos vigilaba a los que permanecíamos en el piso, estaba parado a unos centímetros de mi nariz.

Se distrajeron un instante, y en el paso del atraco al escape uno de los rehenes sacó una pistola oculta y abrió fuego. Dos de ellos cayeron enseguida, el tercero tuvo tiempo de accionar su arma. Una serpiente invisible levantó esquirlas de granito, percibí un olor a pólvora y metal muy cerca.

No sé cuánto tiempo pasó, desperté sudoroso, jadeante. Me levanté.

Todos estaban espantados. Sentía mi sangre en el rostro. Me limpié con el pañuelo, palpé el agujero en mi frente, caminé hasta la puerta. Puedo entender la sorpresa de todos, pero es que nadie está tan hastiado de la muerte como yo.

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Anillos

Nadie detiene el amor en un lugarFito Páez - Circo Beat

EDUARDO MARIÑOIlustración: David Dávila / La Dea

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no, yo no miento. No sé por qué suceden las cosas ni la manera en que me involucro. Sólo sé

que en un momento veo eso, eso como un anillo alrededor del sol, como un aro, a veces muy

delgadito, leve, ot ras veces... endurecido como el borde de una moneda cuando uno la calca con

el lápiz bajo el papel. ¿Ha calcado una moneda de cinco bolívares bajo el papel? ¿Ha visto el

borde nít ido, defi nido que se va formando lentamente en la hoja blanca como la marca que

deja una mordida en la propia carne? Y no impor ta si estamos bajo techo, o en un monte

tupido, o en la noche más negra... aparece ese anillo y desde él todo se pone rojo. C

omo si

lo rojo fuera una cosa que va siendo el mismo anillo. No, yo no miento porque eso es malo...

...la primera vez fue como a los siete u ocho años. Ya... ya no sé por qué lloraba mi hermanita. Le dije lo del anillo a mi mamá Soledad y me sacó una bofetada y me llamó ment iroso y me dijo que yo era un diablo y que me iban a llevar los diablos y que eso era malo. Pero yo no miento. Luego, ot ros días... lo mismo. Le dije una, dos veces y fue la bofetada, y que si los diablos y que yo mismo era un diablo. Entonces no le dije más. Pero el anillo ese, la ruedita que a veces era negra y a veces como de colores, y lo ot ro, lo rojo, me veían y se reían. Sí, yo sé qué me va a decir: que una rueda o un color no se ríen. Pero eso era lo que se sent ía...una risa fea que se iba callando poco a poco, hasta que ya no se escuchaba más, pero yo sabía que seguía ahí...17

Martes, 12 de febrero. 5:25. Paciente C238: “Julio”. Tarde, cansado. Dejando fluir. Más bien, impaciente conmigo mismo. Pero para eso estamos los psiquiatras. Nota marginal: ¿A qué viene tanta impaciencia? Martha ya se ha ido. Todo es rutina, y las horas y las palabras que pasan no más que polvo de sus días.

¿Dónde he oído esto antes? ¿De qué percepción remota vienen estas confusas memorias a entretejerse en mi propia memoria? Martha lo dijo una vez. No, era Martha pero cantando aquello de Fito Páez, si… un “déjà vu de lo que va a venir…”. Percibo su oscura, peligrosa inherencia en cada pensamiento. Martha. ¿Por qué Martha? Cierro los ojos y casi puedo ver lo que me dice… sí, un anillo alrededor del sol, pero también de la enhiesta Selene, de las luces de la calle cuando la llovizna inunda la noche de bruma. Sí, también en alguna mirada antigua, perdida.

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... luego lo de María. ¿Sabe?, María estudiaba conmigo. Era linda-lind

a. Yo le vivía diciendo: María,

vamos para el parquecito. Y ella: No,

que mi mamá me regaña si llego tarde. Y

yo: María, que hoy

salimos temprano, que vamos un rato y juga

mos en los columpios y rayamos en los pizarro

nes que

pusieron en la pared del fondo. Y

ella: Bueno, pero nos vamos rápido que m

i mamá me regaña.

Y nos fuimos. Yo iba contento porque María iba caminando conmigo... no era que

me sent ía que

me iba a volver un diablo, como decía mi mamá Soledad. Y jugamos en los colump

ios y María

se reía, así bien bonita como si fuese fl otan

do en el viento, como si fuese voland

o en un avión

pequeñito sólo para ella y yo. Pe

ro se cansó y me dijo: nos vamos. Y yo le decía

: María, vamos

a rayar en los pizarrones, y me

dijo: vamos rapidito. Y yo quería que pusier

a María y Julio. Pero

no, empezó fue a escribir groser

ías y a rayar groserías, y yo le d

ije que no pusiéramos eso, que

pusiéramos María y Julio. Y ella no quiso... cer

ré los ojos. Así, apretando duro. Y escuché la r

isa

y la risa era la del anillo, la de la

ruedita dando vueltas, dura como un mordisco en la car

ne, que

se le ven las marcas de los dientes

y la sangre, y lo rojo, y la risa.

Y luego me fui corriendo a mi

casa y mi mamá Soledad me vio la ropa y me dijo:

¡diablo, ¡diablo, ¡diaaaaablo

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Tengo que salir a buscarla, ¿pero en afán de qué? Simplemente se levanta un día de la cama y dice: “Ya no aguanto. Es hora

de que lo afrontes, que decidas”. Y nada más. Sí, el afrontarlo, eso ya lo he hecho. Lo otro, lo otro es lo que aún no sé

cómo asumir. Y las ganas de gritárselo en la cara, de decirle que ya le conozco la falta y la impudicia, y que sólo espero la oportunidad y el tiempo propicio para… Sí. Mañana mismo debería… No, esta misma noche mejor. Cuando salga de aquí. Cuando se vayan esa voz y esa latencia que ya no se...

Y pensar que quizás a ti… A ver… C238. Sí, a ti también te trajo Martha, llegaste el viernes junto a la ciega de las visiones y el anciano que dice “que habla en lenguas”. ¿Quién eres, C238? ¿De qué clase de culpa te ha traído Martha para que sentado en mi diván me hables de un abismo que se parece a mi propio abismo? Debe ser una especie de castigo todo este variopinto y bien medido caos. Una semana tras otra y la paranoia de que toda respuesta ya se ha ido, de que junto a ti, Martha, también se ha ido la fe y me han invadido las numinosas incertidumbres.

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... luego lo de María. ¿Sabe?, María estudiaba conmigo. Era linda-lind

a. Yo le vivía diciendo: María,

vamos para el parquecito. Y ella: No,

que mi mamá me regaña si llego tarde. Y

yo: María, que hoy

salimos temprano, que vamos un rato y juga

mos en los columpios y rayamos en los pizarro

nes que

pusieron en la pared del fondo. Y

ella: Bueno, pero nos vamos rápido que m

i mamá me regaña.

Y nos fuimos. Yo iba contento porque María iba caminando conmigo... no era que

me sent ía que

me iba a volver un diablo, como decía mi mamá Soledad. Y jugamos en los colump

ios y María

se reía, así bien bonita como si fuese fl otan

do en el viento, como si fuese voland

o en un avión

pequeñito sólo para ella y yo. Pe

ro se cansó y me dijo: nos vamos. Y yo le decía

: María, vamos

a rayar en los pizarrones, y me

dijo: vamos rapidito. Y yo quería que pusier

a María y Julio. Pero

no, empezó fue a escribir groser

ías y a rayar groserías, y yo le d

ije que no pusiéramos eso, que

pusiéramos María y Julio. Y ella no quiso... cer

ré los ojos. Así, apretando duro. Y escuché la r

isa

y la risa era la del anillo, la de la

ruedita dando vueltas, dura como un mordisco en la car

ne, que

se le ven las marcas de los dientes

y la sangre, y lo rojo, y la risa.

Y luego me fui corriendo a mi

casa y mi mamá Soledad me vio la ropa y me dijo:

¡diablo, ¡diablo, ¡diaaaaablo

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...así fue que me fui de mi casa. Me llevó una t ía que decía que era mejor que ya no viviera con mi mamá Soledad. Ésa es mi mamá Leonor. Ella decía que mejor... vivir lejos, y entonces nos fuimos del pueblo. ¿Sabe? No me impor t ó mucho, total, ya no estaba más María, y mi mamá Soledad lo único que hacía era gritarme diablo y ponerse a llorar por mi hermanita que ya no lloraba...

Claro que lo sabía. Hace tiempo lo sabía. Te veía cada jueves con una

premura y una cara y una inquietud, y hasta te sacabas el anillo, y lo veía ahí, en

la cómoda, reposando y rezumando tu propia culpa. Porque no sabes disimular, te

cambia el humor, acaso porque te amarga lo culpable o no sabes disimular la culpable

alegría. Como a este C238 o la niña del año pasado, la que se suicidó porque no podía

arrancarse todo el cabello. Todo es culpa. Todo es poner las cosas en otras manos.

Todo es por la maldita puta culpa.Pero mamá Leonor […], verá, no siempre pero sí, me insistía en que eso

también era porque era el hombre de la casa. Y a mí no me gustaba, ¿sabe?, porque

mi mamá Soledad me ponía a lavar y a limpiar y cosas así. Recoge la basura Julio,

decía. Julio, no seas flojo, decía. Pero mamá Leonor quería era “eso” y todo el tiempo,

y me ponía nombres que no eran Julio y me halaba y me dejaba sin comer, y se metía

al baño cuando yo estaba […] cuidando lo mío, decía.Cuidando. Uno cuida las cosas, Martha. Uno no va por ahí dejando que todo

se vaya a la mierda simple y llanamente porque de repente te dio por “ser diferente”.

Diferentes son éstos… tan diferentes que ni en la realidad viven. Que se inventan una

mar de causas y azares y consecuencias y evasiones, pero al final, ya la culpa y el

abandono, la mirada lejos, la sonrisa idiota, el llanto que no gime, que simplemente

gotea, gotea como el pulso de una vida distinta, tanto que ya no es vida, que no

puede serlo. ¿Ésa es la diferencia que buscas, Martha? ¿Esa diferencia quieres ser?

Cuidando. Uno cuida las cosas, Martha. Uno no va por ahí dejando que todo

se vaya a la mierda simple y llanamente porque de repente te dio por “ser diferente”.

Diferentes son éstos… tan diferentes que ni en la realidad viven. Que se inventan una

mar de causas y azares y consecuencias y evasiones, pero a la final, ya, la culpa y el

abandono. La mirada lejos, la sonrisa idiota, el llanto que no gime, que simplemente

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Un día le dije que no, que no quería más. Y ella: Que Julio, que eso es malo

no hacer caso. Y yo: Que era más malo todavía hacer "eso" Que la mamá

de María le decía que no llegara tarde para que no andu

viera haciendo

"eso", y sin embargo María vivía era hablando de "eso", y me agarró y me

dijo groserías, las mismas groserías de María... Y yo: Mamá Leonor... No me

escuchaba... las risas y el anillo ahí, esperando, riéndose

y todo rojo, todo

rojo, todo rojo, todo...

Martha… Martha…

Y después me llevaron, ¿sabe? Me t rataron muy bien, me limpiaron todo

aquello y me llevaron. Era preso. Preso porque así me decían, pero estaba

bien. Tenía un cuar to y un bañito y un plato para mí... una reja para que

nadie me tocara ni me mirase de noche y casi nunca veía ni el sol ni el

anillo. Luego... me t rajeron aquí, aquí me gusta más porque puedo contarle...

porque usted pone cara... le interesa, ¿verdad?

Y después me llevaron, ¿sabe? Me t rataron muy bien, me limpiaron todo

aquello y me llevaron. Era preso. Preso porque así me decían, pero estaba

bien. Tenía un cuar to y un bañito y un plato para mí... una reja para que

nadie me tocara ni me mirase de noche y casi nunca veía ni el sol ni el

anillo. Luego... me t rajeron aquí, aquí me gusta más porque puedo contarle...

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gotea, gotea. Como el pulso de una vida distinta, tanto que ya no es vida, que no puede serlo. ¿Ésa es la diferencia que buscas, Martha? ¿Esa diferencia quieres ser?

Fin. Hora: 6:03 pm. Individuo relajado tras hablar. Sin embargo, se sugiere vigilar y mantener bajo haloperidol a bajo conteo. Nota marginal: Es el último, definitivamente.

—¿Estuvo bien, doctor?—Sí, Julio, muy bien, todo muy bien.—Sí, doctor, pero, ¿quién es Martha?—No lo sé, Julio, pero hoy lo averiguo.Claro que lo averiguo, Martha. Ahora mismo estoy frente a tu puerta. Y te

sé ahí dentro y a él también y sé que hacen “eso”. Pero también sé, y muy bien dentro de mí, el anillo rezumando y las risas y lo rojo. Y lo mejor es que yo sé que no soy un diablo, y que nunca, por más que me salpique y manche las manos de tu sangre inmunda y culpable, nunca, nunca me voy a volver un diablo. Porque para eso estamos los psiquiatras.

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El hombre invisible

JORGE GÓMEZ JIMÉNEZ

El tipo anda armado. Tiene una pistola en el bolsillo. Por eso no se agarra del tubo de arriba. Por eso se queda cerca de la puerta. Pero ya se la vi. Levantó un poquito el brazo derecho y se la vi. Se le levantó un poquito la chaqueta y se la vi. La tiene en el bolsillo de atrás. La chaqueta se la tapa. Por eso usa chaqueta. Hace calor y usa chaqueta. Este gentío y él con chaqueta. Para taparse la pistola.

Entre él y yo hay tres personas. Un falso ejecutivo. Parece cajero de banco. Una camisa barata. Escucha música en su emepetrés. Una parejita. Hablan de una piscina. Con este calor. El metro a reventar y una piscina. Es una tortura. Ella es muy linda. Tiene una camisa descotada. Es una tortura. El tipo la mira de reojo. Cada vez que puede. Yo la miro de reojo. También miro al novio. No quiero que vea que veo a su novia. No quiero problemas. El tipo no mira al novio. Tiene una pistola y quiere problemas.

El tipo no me ha visto. No llamo su atención. Soy el hombre invisible. El tipo mantiene abajo los brazos. Se agarra del tubo. Uno de los verticales. No puede levantar los brazos. No puede agarrarse de arriba. Si se le levanta la chaqueta se le ve. La pistola invisible. Fue sólo un segundo pero la vi. El tipo tiene una pistola. Yo la vi. Él no me ha visto. Se mira los zapatos. De cuando en cuando gruñe. Como si fuera a escupir. Gruñe y se mira los zapatos. Gruñe y le mira las tetas a la novia del novio. Tiene ganas de escupir y no me ha visto.

No quiero que me vea. Me miro los zapatos. Me pregunto qué oye el

Ilustración: Nathaly “Lemur” Bonilla

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cajero. Me concentro. Un chinchineo. Nada concluyente. Una música de rumba. Quizás un reguetón. Me miro los zapatos. De reojo veo al tipo. Vigilo su posición. Si hace un movimiento brusco nos jodimos. Tiroteo. Un tiroteo en el metro. La prensa. La Seguridad del metro. Que mate al del reguetón.

Trato de acercarme a la puerta. No tan cerca. Si me pego me tumban. Salen dando golpes. Se meten dando golpes. Nada les importa. Y eso que ni saben que el tipo anda armado. Entrarían en pánico. Un desastre. Todo el mundo corriendo y yo pegado a la puerta. Prefiero los golpes a un tiro.

Me voy a bajar en Plaza Venezuela. Voy para Chacaíto pero sigo a pie. Tengo al tipo cerca. Está cerca de la parejita. Del cajero. Tiene los brazos abajo. Que se baje en Colegio de Ingenieros. Ahí nunca hay gente. Ahí es mejor un tiroteo. Uno puede correr. Nadie te va a pisar. En otra estación sería un desastre. Aquel gentío.

Se abre la puerta. Se baja el cajero. La novia del novio huele a agua fresca. Es una tortura. El tipo no se baja. Se mira los zapatos. Quizás está nervioso. Cuando me pongo nervioso miro la hora. No siempre. Pero a veces miro la hora. Estoy mirando la hora. El tipo no me

mira. Soy el hombre i n v i s i b l e . No me mira porque se mira los zapatos. El tipo anda armado y está nervioso. Plaza Venezuela. Cruzo el bulevar a pie. Mejor el bulevar que el metro.

La hora. Minuto y medio. La gente pide permiso. Ahora sí me pego a la puerta. Plaza Venezuela. Los que se van a bajar piden permiso. Pero yo estoy de primero. La parejita se aparta. No se van a bajar. El tipo se me pone al lado. El tipo anda armado y se va a bajar conmigo. Lo miro en el reflejo de la puerta. Él me mira. Ahora sí me mira. No soy el hombre invisible. Miro la hora.

Se abre la puerta. Hay empujones. Rayas amarillas. Hay una cola pero igual empujan. El tipo sale. Me miró en el reflejo. Sabe que sé. Camina rápido. La Seguridad del metro. Busco a los de azul. Lo señalaré. Lo denunciaré. Las escaleras parecen vagones. Sube. Se mira los zapatos. Estoy atascado en un vagón que sube. Él no está atascado. Sube. Voltea. Me busca. Me escondo en el gentío. Soy el hombre invisible. Él no

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puede verme. Lo pierdo. Es un hombre invisible.Fin de la escalera. Troto. No lo veo. Me escondo detrás de la gente. Hay un

gentío en la taquilla. Descuidados. Compran boletos insuficientes. Son mi escondite. Gente que no compra el boleto correcto. Soy el hombre invisible. El tipo anda armado. Pasa por el torniquete. Se va. No me ve.

La Seguridad del metro. Tienen que agarrarlo. Lo denunciaré. Lo miro. Se irá. Ahí viene la Seguridad. Se me acerca. También está armado pero es la Seguridad. Viene de azul y armado. Tiene un radio. Hay otro de azul cerca del tipo. La mano sobre el arma. Tengo que moverme rápido. Con radios será fácil. Le diré al que tengo cerca. No me sale. Quiero hablar y grito. No puedo moverme. La Seguridad del metro. El tipo habla con el de azul. Me señala. No soy invisible. Me tiran al suelo. Me revisan. El tipo huye. El tipo anda armado y se está riendo.

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1985

a George Orwell

GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN

En el año 992 los habitantes de Terralandia esperaban la catástrofe. Todos los vaticinios apuntaban a ese año como el indicado para el desenlace de la hecatombe. Sectas de todas las religiones se encontraban orando en los templos. Cualquier manifestación celestial era aguardada por los Supremos Sacerdotes y el pueblo. Se veían señales en el aire, se presentían temblores en el comportamiento de los animales, pero nada terminaba de ocurrir. La gente no sabía si implorar para que no viniese la catástrofe o para que llegase de una buena vez y los sacara a todos de aquel molesto suplicio infinito. Pero nada ocurrió.

Casi mil años después, en 1984, los terralandeses se habían puesto de acuerdo en declarar a ese año como el más adecuado para un Gran Congreso, pues en siglos anteriores los anuncios de catástrofes, que no se cumplían y que

estaban siempre a punto de acaecer, se habían convertido en una plaga. En el Congreso debían tomarse las medidas para salvar al planeta de las plagas

reales: bancarrota ecológica, contaminación, delincuencia, drogas, corrupción política. El Congreso se llevó a cabo en Nueva York, primera

ciudad del mundo civilizado por entonces. Allí acudieron los más reputados especialistas

en desastres. La conclusión fue una gran Declaración Mundial donde

Ilustración: Mario Semeco

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se exhortaba a los mandatarios de las grandes naciones a dar el giro completo para salvar a Terralandia.

En plenas deliberaciones del Congreso, un grupo armado —burlando de manera espectacular todas las normas de seguridad— entró al recinto y secuestró a diez sabios de diferentes naciones. Pidieron por ellos mil millardos de dólares y una flota de aviones. Los gobiernos se negaron a transar, pensando que podrían recuperar a los rehenes a través de sofisticados métodos de seguimiento, pero nada dio resultado y los sabios fueron asesinados, aunque meses después apresaron a casi todo el grupo secuestrador, a cuyos integrantes se dieron el lujo de achicharrar en juicio público.

Sin embargo, nada se solucionó. En una entrevista, el autor intelectual del secuestro, pocos días antes de ser ejecutado junto al grupo, declaró que llevaba cinco años planeando el secuestro, y que el solo burlar los mecanismos y dispositivos de seguridad estatal le había llevado tres años de estudio.

En el año 3968 Terralandia había analizado casi todos sus problemas previsibles por medio de una hiperinteligencia artificial que casi había sustituido a la humana. No existía dilema alguno que las computadoras no fueran capaces de abordar. Si no era resuelto de inmediato, la máquina aportaba una fecha aproximada a mediano o largo plazo, en la cual el asunto podía ser discernido y resuelto. La materia había experimentado tantos cambios en su estructura íntima y molecular como en el mismo concepto de la vida. Podía no ser propiamente vida lo que se vivía, pero a nadie le importaba, o mejor, no se percataba de que debía importarles. El problema de la superpoblación había quedado temporalmente resuelto con la eliminación de las llamadas razas inferiores. Para entonces, la alimentación y contaminación no eran asuntos urgentes por resolver, pues los productos sintetizados eran aceptados en lugar de los nutrientes naturales. Con lo que el desgaste orgánico era mínimo y los disturbios o preocupaciones de la mente habían sido controlados. La noción de ecología había desaparecido, y con ésta, la noción de destierro y exilio. El destierro —cuando realmente lo había por razones éticas y muy privadas—, parecía más bien un viaje de vacaciones a cualquier

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planeta habitable de la constelación, donde la ilusión de vida era creada a través de imágenes y proyecciones tridimensionales. La Luna, por ejemplo, ya no se daba abasto para alojar, en su pequeño espacio, a los turistas. En Marte se habían creado ya marcianos artificiales para que los terralandeses se divirtieran los fines de semana, pero este viaje costaba mucho dinero. Sin embargo, mucha gente de la clase gerencial alta ahorraba por años o se endeudaba con tal de realizar este viaje a Marte.

Los astrónomos estaban ya un tanto fatigados y aburridos de explorar el espacio buscando nuevas formas de vida en vano, así que volvieron a elucubrar sobre los planetas del Sistema Solar: “Si no hay vida cerca de la Tierra, se decían, ¿por qué va a haberla tan lejos?”, se preguntaban en medio de dubitaciones numérico-filosóficas. No se atrevían a realizar un nuevo Congreso como el de 1984 por temor a que se repitiese un nuevo secuestro, ultrameditado y aún más riesgoso, pues la delincuencia o r g a n i z a d a progresaba en sus proyectos en la misma proporción en que la tecnología y la ciencia lo hacían, incluso a veces superaban

a los diseñadores originales en la utilización de dispositivos y adminículos. El arte del secuestro se había filtrado de tal modo en la conciencia pública que ciertas familias decentes se sentían secuestradas desde hacía años, pese a vivir en un aparente régimen de paz o libertad. Para entonces se producían fenómenos como el de las alucinaciones dirigidas, los cuales se efectuaban a través de sutiles mecanismos, como el caso de la naranja fresca: se colocaba una naranja provocativa en el centro de mesa de algunas reuniones parlamentarias. Casi siempre alguno de los políticos asistentes se dejaba llevar por la tentación de robarla, y la metía en su bolsillo, esperando luego poder disfrutarla a solas. De hecho, lograba disfrutar del sabor de la fruta, de su olor tan especial, de sus gajos exquisitos. Este político era provocado en una segunda oportunidad, y se dejaba llevar como la primera vez, pero entonces, cuando

iba a comer la naranja, no la hallaba en su bolsillo. Siempre terminaba por comentarle a algún colega suyo el fenómeno de la naranja, sobre todo porque en esa época las naranjas no se producían

en ningún lugar

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de la Tierra, y su colega terminaba por considerarlo un insano, cuando todo era producto de una alucinación dirigida por los propios tecnócratas de Estado. Al cabo de un tiempo, el asunto era debatido en el Parlamento, hasta estimar como inepto al parlamentario en cuestión. Finalmente, alguien descubrió que, mientras estos experimentos como el de las alucinaciones dirigidas se llevaban a cabo, ocurrían más secuestros.

Finalmente, vino el cambio ecológico. La gente lo confundió con el Apocalipsis, pero los científicos sabían muy bien de qué se trataba. Aun así, le hacían creer al pueblo que era un designio cósmico, una conjura celestial donde estaba implicado Dios, lo cual le era transmitido al pueblo mediante la religión, sobre todo a través de la tendencia cristiana fanática-nacionalista, que era la vía más apropiada para divulgar los contenidos confusos del libro del Apocalipsis, lleno de símbolos, metáforas y un lenguaje escatológico milenarista, que eran fácil de sembrar en las nuevas generaciones de acólitos, fácilmente amedrentables con los ambiguos contenidos de este libro singular, que no parecía tener nada que ver con los evangelios. Otra versión decía que un Dios protocristiano había tomado venganza con los hombres que se atrevían a rechazarle. Los verdaderos cristianos comenzaron a descreer de su

Dios único, Jesús, al ver que los muertos no resucitaban nunca ni acababa de celebrarse un juicio final. Ello le convenía al Estado que, pese a tener templos e iglesias por todas partes, era en el fondo irreligioso, pues buscaba el poder material en este mundo.

Los científicos no manejaban la política directamente, como había ocurrido en milenios anteriores. Así, la tecnocracia se había convertido en la expresión prístina de la ciencia aplicada, cuya envoltura última eran los Top Secrets, cuyos enigmas se develaban y ocultaban simultáneamente, eran y no del dominio público. La información general adquirida por computadoras llegaba a la gente de manera confusa, pero luego era vertida y reformulada a las computadoras personales de modo más claro. Éstas convertían una información compleja en un m e n s a j e e s c u e t o , a veces de una sola palabra.

Las palabras no ocupaban entonces un lugar importante. La lectura había sido

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del todo relegada, situada en un plano circunstancial, pues lo importante eran los sonidos, los fonemas en clave encadenada. No había libros sino códigos archivados en grandes discos duros accesibles en cualquier parte, que ciertos espíritus finos se divertían en encuadernar en forma de libro. En cambio, los números sí eran leídos y tenían un significado privado, personalizado, cada cifra remitía a una historia particular que podía localizarse en cualquier máquina utilizando hipervínculos, metatextos o cualquier comando actualizado que pudiese permitir el acceso a una historia general o a pequeñas historias. Sin embargo, éstas no podían ser recordadas. Todo ello resultaba muy ventajoso para los padres, que mantenían distraídos a sus hijos con meditaciones abstractas acerca de los números. Así, los niños razonaban en un nivel lejano, que les iba borrando los recuerdos infantiles hasta casi desaparecerlos. Un único elemento que les permitía reconocer instantes pertenecientes a la primera etapa de la vida eran ciertos sonidos, y algunos de los niños resultaban de adultos con un talento especial para la música serial, y podían componer sinfonías completas a partir de registros especiales creados en las máquinas. Una de las sinfonías más famosas en ese tiempo fue la Cosmogracia de mi Ello, inspirada en el propio sonido infantil emitido por el propio compositor, un adolescente genial de dieciséis años.

Así como niños y jóvenes jugaban con los números y los científicos se distraían haciendo especulaciones acerca de las distintas condiciones de la materia en otras galaxias, los profetas y los anankés de la época estudiaban las progresiones de los números para otras profecías de destrucción. Hasta el momento, se habían analizado las eras duplicando los años; luego de innumerables deducciones se había descartado triplicar, cuadruplicar, quintuplicar, etc. Por fin alguien propuso elevar al cuadrado la cifra del gran año 1984 y lograr el mágico número: 161. 856. Después de ser infinitamente debatido, fue aprobado por mayoría.

Llegó el año. Uno de los hombres más poderosos del planeta se encontraba descansando en su habitación. Su mujer había muerto hacía poco, con lo cual parecía más tranquilo. Al fin podía tenderse en la cama a pensar en nada, aunque luego, lo sabía, le esperaba un trabajo abrumador: la reunión con otros tres presidentes con quienes debía discutir el futuro alimenticio de Terralandia en los próximos años, y la situación política, y la micro y macroeconomía de la ínfima urbe habitable, concertar el próximo viaje galáctico. Pero ahora no pensaba: era nada más un hombre solo en una habitación sin nadie y casi sin objetos; apenas una mesa transparente, una silla y la telepantalla apagada. Había dado órdenes estrictas de no encenderla nunca, desde la muerte de su esposa.

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Ahora se encontraba sedado, tranquilo, mucho más calmado.

Luego de haber dormido largo y tendido -—no recordaba desde hacía cuando no disfrutaba de un sueño pleno como aquél— se paró desnudo, y se dirigió hacia la cabina de limpieza del cuerpo. Salió de ahí ya seco y vestido, sin haber movido un solo dedo para conseguirlo. Se acomodó en uno de los sillones, tomó el maletín y lo colocó sobre sus piernas. Lo observó por un momento con un gesto de rara confianza; lo abrió y sacó de éste su contenido: una libreta delgada de hojas blancas y una pluma fuente: objetos arcaicos, en desuso hacían miles de años, pero que a él le producían un especial placer. Los estuvo observado un rato, como a objetos de una infancia que nunca había tenido. Tomó la pluma fuente y anotó, con trazos de gruesa tinta negra:

Fecha del próximo Congreso Mundial contra las Plagas Universales producidas por el Hombre: 6 de junio de 161.856.

Estaban en enero. Los únicos puntos de referencia que aún no habían cambiado eran los meses y los años de una era llamada cristiana, conservada así por superstición, por comodidad o mero formalismo. El poderoso hombre, temiendo un incidente escandaloso, una confabulación planetaria que pudiese entorpecer la puesta en práctica de

los nuevos proyectos, había tenido el cuidado de negociar secretamente —arriesgando una suma fabulosa— con uno de los cabecillas del inminente secuestro que iba a producirse de no haber él intervenido. Pensó un poco antes de anotar:

Tema de discusión: obra de Eric Arthur Blair, “1984”.

Llegado el 6 de junio, el Congreso se realizó y llegó a una conclusión: el año 1984 había sido para Blair la fecha de un totalitarismo atroz, cuando en verdad para los humanos había representado uno de los mejores momentos de su historia.

Para el mes de diciembre del año 161.856 se celebraron navidades en Terralandia, para cumplir así con la única costumbre fija del planeta. De la Biblia había sido expurgado para siempre el espantoso libro del Apocalipsis. Quizás el Mesías se decidiera a renacer.

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Oscar FernándezIlustración: Nathaly “Lemur” Bonilla

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Del cristal a las nubes saliste hoy para regresar ayer

en un desastre de espera que no te espera, regreso siempre a un espacio que nunca es el mismo

vengo de un mundo igual en apariencia pero distinto en esencia tu sueño es

mi realidad y mi realidad es tu recuerdo

existes porque yo digo que existes la palabra es energía

la energía es pensamiento te veo te toco te huelo te oigo

y eres virtual tu catástrofe se autoorganiza en paz

en otros ojos en otra piel

tu piel tu cuerpo se amorfia cuando creo que lo veo

en el espejo parece que apareces

distinta distante

en la escalera espiral que reconoce mi herencia es gemela la idea que se disipa a sí misma.

Eres molécula partícula materia y antimateria

creamos al mundo que nos crea somos vida en el Big Bang

átomos en la historia copo de nieve en el universo

orden en el caos. En la dimensión paralela de tu vida

gobierna la materia oscura y hace de los horizontes de sucesos sólo un tránsito hacia un encuentro.

Olvidé caminar recombinantemente

por mis dudas cotidianas

recorriendo las mordazas que reconducen

mi espacio mutagénico haciendo posible

la transmutación de la risa en hormigas cósmicas que

juegan a ser Dioses. Somos creadores extraterrestres

dentro de nuestro propio espacio interno. Por favor no me olvides

pues existo sólo si me piensas no soy más de lo que esperas

ni menos tampoco sólo soy una idea

tu idea. No tienes que decirme

que hay vida después de la muerte o que Cristo es extraterrestre

o que nuestros ángeles son viajeros del tiempo

lo sé lo sé.

Hoy le hago el amor a mi computadora un casco

unos sensores un programa de inteligencia artificial en resumen un orgasmo programado.

Mañana me compraré un robot para que me enseñe a ser persona.

Está por darse la última pelea los perfectos genéticos

contra nosotros. Dicen que con las nuevas piernas de titanio

se corre más rápido ¿serán tan buenas como dicen? Disculpa me tengo que ir

debo tomar el próximo vuelo a la Luna me ofrecieron un empleo de guardaparques.

Nos vemos dentro de 200 o 300 años Ahhh... se me olvidaba también soy inmortal.

Mi Dios también tiene Dios.

Rosa del Cosmos“Somos polvo de estrellas.”Carl Sagan.

Po

em

as

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Oscar FernándezIlustración: Nathaly “Lemur” Bonilla

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recorriendo las mordazas que reconducen

mi espacio mutagénico haciendo posible

la transmutación de la risa en hormigas cósmicas que

juegan a ser Dioses. Somos creadores extraterrestres

dentro de nuestro propio espacio interno. Por favor no me olvides

pues existo sólo si me piensas no soy más de lo que esperas

ni menos tampoco sólo soy una idea

tu idea. No tienes que decirme

que hay vida después de la muerte o que Cristo es extraterrestre

o que nuestros ángeles son viajeros del tiempo

lo sé lo sé.

Hoy le hago el amor a mi computadora un casco

unos sensores un programa de inteligencia artificial en resumen un orgasmo programado.

Mañana me compraré un robot para que me enseñe a ser persona.

Está por darse la última pelea los perfectos genéticos

contra nosotros. Dicen que con las nuevas piernas de titanio

se corre más rápido ¿serán tan buenas como dicen? Disculpa me tengo que ir

debo tomar el próximo vuelo a la Luna me ofrecieron un empleo de guardaparques.

Nos vemos dentro de 200 o 300 años Ahhh... se me olvidaba también soy inmortal.

Mi Dios también tiene Dios.

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Rosa Cibernética “En el corazón de esta video cutura

siempre hay una pantalla, pero no

forzosamente una mirada”

JEAU BAUDRILLARD

Oscar FernándezIlustración: Luis Miguel Leyba

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Me pierdo erráticamente en el hipervínculo

de tus aguas. Amanece de pronto y veo tu icono rojo

en mi piel. Navego catódicamente

entre tus teclas y no encuentro la salida

de tu ciberespacio. Cautivas mi código de barras

en medio de la silenciosa mirada

del “@” romántico. Chateo con tu destino

para descubrir que llegaste

sin salir. Tu hipertexto es un pretexto.

En ARPANET encuentro tu rostro mirada bélica de un futuro

sin tiempo sin espacio.

Tecleo tu no presencia y me pierdo cual furtivo hacker

entre tus ceros y tus unos. para vivir?

Es bidireccional el software de tu risa.

Eres devoradora de códigos cual virus cibernético

te comes mis fuentes primarias en hilos de luz.

Bloqueas el servidor de mi conciencia

ahora no puedo pensar. Espérame detrás

del clic de tu memoria. Acabo de perder la ciber-guerra de un encuentro

digital. ¿Cuál es la clave para accesar a tu nombre? ¿Cómo se enamora

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Oscar FernándezIlustración: Luis Miguel Leyba

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a una mujer virtual?

Tócame con la fibra óptica de tus pupilas y conéctate

a mis sentidos. Ponte los electrodos

prende la computadora y

hablemos a distancia. Quiero enviarle a tu base de datos

el archivo de una rosa y envirularte.

Sólo deseo una cosa navegar el Intranet de tu empresa. ¿Cómo se conecta

un alma a una computadora? Lo que quieras

decirme dilo

en MP3. Busca en tu banco de imágenes

y si aún sigo allí archívame como soporte

en el PC de un niño. ¿Cuántas mega-almas

archiva tu memoria RAM diariamente?

¿Cómo hago para no perderme si tu ciber-ruta aún

no está definida? Te invito un ciber-café sin azúcar.

Desearía formatear mi destino

y convertirme en el cibernauta de tu CPU viajero.

Reinicia reformatea reconfigura reprograma

revive reama resiste.

Si de verdad quieres que mis mensajes

entren en tu cuenta dame espacio en tu buzón.

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Oscar FernándezIlustración: Luis Miguel Leyba

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Ayer vimos morir a la serpiente magnetofónica

hoy vemos andar a la tortuga digital

también veremos a la liebre holográfi ca

y al zorro psicotrónico

esos

son rumores zootecnológicos.

Zootecnología

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Oscar FernándezIlustración: Luis Miguel Leyba

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La novela policíaca

La novela policíaca ha nacido al borde de la literatura sobre los “procesos célebres”.También se encuentra ligada a un cierto tipo de novelas, como El conde de Montecristo, porque acaso ¿no se trata igualmente de “procesos célebres” novelados, coloreados con la ideología popular sobre la administración de justicia, especialmente cuando existe el tinte especial de la pasión política? Rodin, en El judío errante, ¿no representa el tipo de organizador de “intrigas perversas” que no se detiene ante ninguna fechoría? y, por el contrario, el príncipe Rodolfo ¿no es el “amigo del pueblo”, que desbarata toda clase de maldades?

El tránsito de una novela de este tipo a las de mera aventura viene marcado por un proceso de esquematización de la intriga como tal, privada de todo elemento de ideología democrática y pequeño-burguesa. Ya no asistimos a la lucha entre el pueblo bueno, sencillo y generoso, contra las fuerzas oscuras de la tiranía (jesuitas, policía secreta ligada a la razón de Estado o a la ambición de los príncipes particulares, etc.), sino tan solo a la lucha entre la delincuencia profesional y especializada contra las fuerzas de orden legal, privadas o públicas, con arreglo a la ley escrita.

Le serie de los “procesos célebres” en la famosa colección francesa ha tenido manifestaciones equivalentes en los demás países. En Italia la colección francesa puede parangonarse con los procesos de fama europea, como el de Fualdès, el del asesinato

ANTONIO GRAMSCI

Ilustración: La Dea

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del correo de Lyon, etc.

La actividad “judicial” ha interesado siempre y continúa interesando. La actitud del pueblo ante el aparato de justicia (siempre desacreditado y, por lo tanto, terreno abonado para el éxito del detective privado o aficionado) y ante el delincuente ha cambiado a menudo, o, al menos, se ha coloreado de diferentes formas. El gran malhechor se ha representado muchas veces como superior al aparato judicial; es más, como el representante de la “verdadera” justicia. Así, Los bandidos de Schiller, influencia romántica que se sentiría más tarde; los cuentos de Hoffman, Anna Radcliffe, el Vautrin de Balzac.

El tipo de Javert en Los miserables es muy interesante desde el ángulo de la psicología popular. Javert

se equivoca desde el punto de vista de la “verdadera” justicia, pero

Victor Hugo lo presenta como una persona simpática,

como “hombre de carácter”, fiel a un deber “abstracto”,

etc. De Javert nace quizás una tradición

que admite que incluso la policía puede ser

“respetable”.

Rocambole de Ponson du Terrail. Gaboriau continúa la

rehabilitación del policía con el señor Lecoq, que prepara el camino a Sherlock Holmes.

No es verdad que los ingleses, en la novela “judicial”, representan la idea de la “defensa de la ley”, mientras que los franceses mantienen la exaltación del delincuente. Se trata de un mecanismo “cultural”, debido a que esta literatura se difunde también en ciertos extractos cultos. Recordemos que Sue, muy leído por los demócratas de las clases medias, ha inventado todo un sistema de represión de la delincuencia profesional.

En este tipo de literatura policíaca se han distinguido siempre dos corrientes: una mecánica, de intriga, y artística la otra. Chesterton es hoy el máximo representante del aspecto “artístico”; en otra época lo fue Poe. Balzac, con Vautrin, se ocupa del delincuente, pero no es, técnicamente hablando, escritor de novelas policíacas.

Merece la pena leer el libro

de Henri Jagot, Vidocq. Vidocq es el precedente del Vautrin de Balzac y de Alejandro Dumas (cuyos predecesores pueden rastrearse también en el Jean Valjean de Victor Hugo y, sobre todo, en Rocambole).

Vidocq fue condenado a ocho años como falsificador de moneda, por una imprudencia suya; se evadió veinte veces, etc. En 1812 entró a formar parte de la policía de Napoleón y durante quince años mandó una cuadrilla de agentes creada expresamente para él. Se hizo famoso con sus sensacionales detenciones. Despedido por Luis Felipe, fundó una agencia privada de detectives, pero con

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poco éxito; podía operar con un solo policía estatal. Murió en 1857. Ha dejado sus Memorias, que no las escribió él sólo, en donde se contienen muchas exageraciones y alardes de todo tipo.

Merece la pena también el artículo de Aldo Sorani, Conan Doyle e la fortuna del romazo poliziesco en el Pegaso de agosto de 1930. Es notable por su análisis sobre este tipo de literatura y por las distintas manifestaciones que ha presentado hasta la fecha. Sin embargo, al hablar de Chesterton y de la serie de relatos del padre Brown, Sorani no tiene en cuenta dos elementos culturales que se revelan esenciales: a) no glosa los rasgos caricaturescos, desplegados sobre todo en El candor del padre Brown, que constituyen el elemento artístico, que eleva de categoría a la novela policíaca de Chesterton, siempre que lo exprese con precisión, lo que no ocurre siempre. b) no subraya el hecho de que los relatos del padre Brown son “apologías” del catolicismo y del clero romano, educado para conocer hasta los más íntimos pliegues del alma humana mediante la práctica de la confesión y de la dirección espiritual; intermediario entre el hombre y la divinidad, se alza contra el “cientificismo” y la psicología positiva del protestante Conan Doyle1.

Sorani, en su artículo, se refiere a las distintas tentativas, especialmente anglosajonas, para perfeccionar técnica y literariamente la novela policíaca con el arquetipo de Sherlock Holmes, en sus dos rasgos fundamentales: científico y psicológico. Se intenta perfeccionar una de las dos características, o ambas a la vez. Chesterton ha insistido sobre todo en el elemento psicológico, a través del juego inductivo-deductivo del padre Brown, pero me parece que se ha pasado un poco con el personaje de Gabriel Gale, el poeta-policía.

1 Es interesante reseñar aquí la opinión de J.L. Borges al respecto: “Cada una de las piezas de la saga del padre Brown presenta un misterio, propone explicaciones de tipo demoníaco o mágico y las reemplaza, al fi n, con otras que son de este mundo (...) Chesterton fue católico, Chesterton creyó en la Edad Media de los prerrafaelistas, Chesterton pensó, como Whitman, que el mero de ser es tan prodigioso que ninguna desventura debe eximirnos de una suerte de cómica gratitud. Tales creencias pueden ser justas, pero el interés que promueven es limitado; suponer que agotan a Chesterton es olvidar que su credo es el último término de una serie de procesos mentales y emocionales, y que un hombre es toda la serie. En este país, los católicos exaltan a Chesterton, los librepensadores lo niegan. Como todo escritor que profesa un credo, Chesterton es juzgado por él. Su caso es parecido al de Kipling, a quien siemrpe juzgan en función del Imperio británico. (Sobre Chesterton. En: Otras Inquisiones. Nota de Román Gubern).

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Sorani traza un esbozo de la increíble difusión de la novela policíaca en todos los niveles de la sociedad, y trata de buscar una razón psicológica para explicar el fenómeno. Se trataría así de una manifestación de rebeldía contra la mecanización y la estandarización de la vida moderna, una forma de evadirse de la rutina cotidiana. Pero esta explicación puede aplicarse a todas las manifestaciones de la literatura, popular o artística. Desde el poema caballeresco (¿acaso Don Quijote no pretende también evadirse, empleando medios contundentes, del agobio y la uniformidad de la vida cotidiana de una aldea española?) a las novelas por entregas de cualquier tipo. ¿Toda la literatura y la poesía sería entonces una droga contra la banalidad cotidiana? Sea como fuere, el artículo de Sorani es indispensable para una futura y más orgánica investigación sobre este género de literatura popular.

La cuestión es ésta: ¿se difunde la literatura policíaca? ¿Por qué se difunde la literatura no-artística? Por razones prácticas y culturales (políticas y morales). Indudablemente. Y esta respuesta genérica es la más exacta, contando con su dimensión aproximativa. Pero ¿acaso la literatura artística no se difunde también por razones prácticas, políticas y morales, y sólo de forma mediata por motivos de gusto artístico, de búsqueda y goce de la belleza? En realidad, se lee un libro por impulsos prácticos (y habría que investigar por qué determinados impulsos se generalizan más que otros) y se relee por razones artísticas. La emoción estética no surge casi nunca en la primera lectura. Esto ocurre con mayor intensidad aún en el teatro, en donde la emoción estética supone un “porcentaje” mínimo del intéres del espectador. En el escenario concurren otros elementos, muchos de los cuales ni si quiera tienen una categoría intelectual, sino que son de orden meramente fisiológico, como el sexapil, etc. En otros casos, la emoción estética en el teatro no viene potenciada por la obra literaria, sino por la interpretación de los actores y el director. En estos casos, el texto literario del drama, que sirve de pretexto para la interpretación, se procura que no sea “difícil” ni psicológicamente complicado, sino, por el contrario, “elemental y popular”, en el sentido de que las pasiones representadas sean las más profundamente “humanas” y de más inmediata constatación (venganza, honor, amor materno, etc.) El análisis, incluso en estos casos, resulta singularmente complejo.

Los grandes actores tradicionales eran aplaudidos en Morte civile, Las dos huerfanitas, Gerla di papà Martin, etc., mucho más que en los complicados tinglados psicológicos. En el primer caso, la ovación se dedicaba sin reservas; en el segundo, los

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aplausos eran más fríos, destinados a deslindar la actuación del actor mimado por el público del texto interpretado, etc.

Filippo Burzio, de forma similar a Sorani, justifica el éxito de las novelas populares. En un artículo sobre Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas (publicado en la Stampa del 22 de octubre de 1930 y recogido de forma resumida en la Italia Letteraria del 9 de noviembre), Burzio los considera una felicísima personificación, al igual que Don Quijote y Orlando Furioso, del mito de la aventura.

Se trata de algo esencial a la naturaleza humana que parece ir de-sapareciendo progresivamente de la vida moderna. Esto es grave. A medida que la existencia se hace más racional2 y organizada, la dis-ciplina social se vuelve férrea, la labor asignada al individuo se hace concreta y previsible3 y paralelamente se reduce más el margen de la aventura, como la libre selva de todos, agobiada entre las decisiones sofocantes de la propiedad privada... El taylorismo es una buena cosa y el hombre es un animal adaptable, y aquí se deben establecer, quizá, los límites a su mecanización. Si alguien me preguntara: ¿cuáles son las razones profundas de la inquietud occidental?, respondería sin vacilar: la decadencia de la fé y la represión de la aventura. ¿Vencerá el taylorismo o vencerán los mosqueteros? Ésta es otra cuestión y la respuesta que hace treinta años parecía segura, será mejor manten-erla en suspenso. Si la civilización actual no se derrumba, asistiremos quizás a una interesante mezcla de ambos.

La cuestión es la siguiente: Burzio no tiene en cuenta el hecho de que siempre ha habido una gran parte de la humanidad cuya actividad se ha visto taylorizada y disciplinada férreamente, y este gran sector ha tratado de romper los angostos límites de la organización existente que lo comprimía utilizando la fantasía y el sueño. La aventura más descomunal, donde los hombres se atormentan con la obsesión del “imprevisible mañana”, con la precariedad de la propia vida cotidiana, o, lo que es lo

2 ¿O racionalizada más bien por la presión exterior? Lo que es racional para los grupos domi-nantes, no lo es para los grupos dominados, en la medida en que la “racionalización” está íntima-mente conectada con la actividad económica-práctica, que presiona igualmente, aunque indirecta-mente, sobre cierto tipo de “intelectuales”.3 Pero no previsible para los dirigentes como aparece en las crisis y en las catástrofes históricas.

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mismo, con un exceso de “aventuras” probables.En el mundo moderno, el problema se tiñe de forma distinta. La racionalización

coercitiva de la existencia golpea cada vez más a las clases medias e intelectuales, en una enorme e increíble medida. Pero también aquí se trata, no ya de decadencia de la aventura, sino de excesivo carácter “aventurero” de la vida cotidiana; “aventura” que se identifica con la suma precariedad de la existencia y con el convencimiento de que la mayor “utopía” que la humanidad ha creado colectivamente es la religión. ¿No es, en realidad, una forma de evadirse del “mundo terreno”? Y Balzac, ¿no habla también en este sentido cuando califica a la lotería como opio de la miseria, frase recogida

después por otros? Pero lo más significativo es que junto a Don Quijote existe Sancho Panza, que no quiere “aventuras”,

sino seguridad en la vida. La mayoría de los contra de esta situación es que no existe posibilidad

ninguna de resistencia individual. Es lógico, por lo tanto, que se aspire a la aventura “hermosa” e interesante, como lenitivo contra la aventura “fea” y humillante, impuesta por otros y sin posibilidad de ninguna elección.

La justificación de Sorani y de Burzio sirve también para explicar la “fiebre”

deportiva (y lo que se explica mucho no explica nada). El fenómeno es tan viejo como

la religión y presenta una forma poliédrica, no unilateral. Tiene incluso su aspecto positivo: el

deseo de “educarse” conociendo un modo de vida que se considera superior al propio, el deseo de elevar la

personalidad proponiéndose modelos ideales, el deseo de conocer más mundo y más gente de lo que es posible en

determinadas condiciones de vida, el esnobismo, etc.

Tomado de La novela criminal. Edición a cargo de Román

Gubern. Tusquets Editores. 1982.

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Í n d i c e

ENVÍALO TODO 4La voz de los muertos 8Forma circular 12ANILLOS 16EL HOMBRE INVISIBLE 221985 26Poemas 32

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