Tirante El Blanco 1511 Seleccion

download Tirante El Blanco 1511 Seleccion

of 8

description

literatura

Transcript of Tirante El Blanco 1511 Seleccion

  • TIRANTE EL BLANCO 405

    69. TIRANTE EL BLANCO (1511)

    por Rafael Beltrn Llavador y Jos Manuel Luca Megas

    TESTIMONIO

    [1] Valladolid, Diego Gumiel, 1511 [-]

    TEXTOS

    1. Tirante se encuentra con un ermitao, Guillem de Varoique

    Acontec i q u e un gentil hombre de . noble y antiguo linaje e natural de Bretaa, yendo en compaa de otros muchos gentiles hombres que ivan a las fiestas, qued ms atrs de todos y dur-mise sobre el cavallo, de fatigado del trabajo del gran camino que ava anda-do. Su cavallo dex el camino, y tom una senda que iva a dar en la fuente donde estava el hermitao, el cual en aquella sazn se deleitava leyendo un li-bro llamado rbol de batallas, y haza con-tinuamente gracias a Nuestro Seor, cuando en l lea, por las singulares mer-cedes que en aqueste mundo ava alcan-zado sirviendo la orden de cavallera. Y estando ass vio venir por aquel llano un hombre a cavallo, y conoci que vena dormiendo, y dex de leer y non le qui-so despertar. Cuando el rocn lleg a la fuente y vio el agua quiso bever, e por-que tena la falsa rienda en el arzn de la silla no pudo, y tantas cosas hizo que fue forcado al gentil hombre despertar; e

    abriendo los ojos se vio delante un her-mitao con barba toda blanca e casi las vestiduras rotas, y mostrvase flaco y descolorido; esto causava la mucha pe-nitencia que haza continuamente; y por las muchas lgrimas que sus ojos derra-mavan, los tena muy daados. Su acata-miento era de hombre admirable e de gran santidad. El gentil hombre se mara-vill de tal visin, mas en el buen senti-do que tena conosci que deva ser al-gn hombre de sancta vida que all se ava retrado por hazer penitencia y sal-var su alma; e como hombre desembuel-to prestamente descavalg, e hzole gran reverencia. Y el hermitao lo recibi con cara muy alegre y asentronse en la ver-de y deleitosa pradera. Y el hermitao le dixo:

    -Gentil hombre, rueg'os por vuestra cortesa y gentileza que me queris dezir vuestro nombre y cmo y porqu causa venistes en aqueste desierto.

    No tard mucho el gentil hombre en responder en esta manera: [...]

    -Padre reverendo, pues a vuestra sanctidad plaze saber mi nombre, soy

    BIBLIOGRAFA: Tirant lo Blanc (http://pamaseo.uv.es/Tirant.htm). EDICIN: 1. Cataln: Albert Hauf (coordinacin y notas) y Vicent J. Escart (ed.), Valencia, Conselleria de Cultura, Educado i Ciencia de la Generalitat Valenciana, 1990, 2 vols. 2. Castellano: Martn de Riquer (ed.), Madrid, Espasa-Calpe, 1974. ESTUDIOS: Beltran (1996 y 1997), Luca Megas (1996), Martines (1997); Mri-da (1991 y 1993).

  • 406 ANTOLOGA DE LIBROS DE CABALLERAS CASTELLANOS

    muy contento de dexrosle. A m dizen Tirante el Blanco, porque mi padre fue seor de la marcha de Tirana, que por la mar confina con Inglaterra, y mi ma-dre fue hija del Duque de Bretaa, y ha nombre Blanca; por esso quisieron que yo fuesse llamado Tirante el Blanco. Fama es por todos los reinos de cristia-nos cmo el serenssimo Rey de Inglate-rra ha mandado juntar cortes generales en la cibdad de Londres, e ha contratado matrimonio con la hija del Rey de Fran-cia, que es la ms hermosa y ms linda donzella que ay en toda la cristiandad, e tiene muchas gracias, ms que las otras donzellas; y entre las otras os puedo de-zir una: hallndome yo en la corte del Rey de Francia el da de San Miguel pa-sado, en la cibdad de Pars, porque aquel da estava concertado el casamien-to, el rey haza gran fiesta; y el rey y la reina y la infanta todos tres coman a una mesa; y por verdad os puedo, seor, de-zir que como la infanta beva vino tinto que su blancura es tan grande que por la garganta le va passar el vino; y todos cuantos all estavan fueron maravillados. Y allende d'esto, se dize que el rey se quiere armar cavallero, y despus arma[r] a todos los otros cavalleros que querrn recibir orden de cavallera. E yo he pre-guntado a reyes de armas yarautes por-qu el rey no se ava armado cavallero en el tiempo de la guerra que tena con los moros. Hanme respondido que por-que en todas las batallas que ava vido con los moros ava sido vencido, hasta que vino aquel famoso cavallero vence-dor de batallas, el conde Guillem de Va-ruique, que muy presto destruy a todos los moros y puso todo el reino en repo-so. E ms dizefn], que el da de San Juan ser la reina en la cibdad de Londres y se harn grandes fiestas que durarn un ao y un da. Y por causa d'esto parti-mos de Bretaa treinta gentiles hombres de nombre y de armas, dispuestos para

    recebir la orden de cavallera. Y venien-do yo por el camino, fue mi suerte que por cansancio de mi cavallo qued un poco atrs de los otros, por el gran tra-bajo que he sufrido de las grandes jor-nadas que he hecho, porque part ms tarde que todos los otros. Veniendo pen-sando, adormecme y mi cavallo dex el camino real y me trado delante vues-tra reverencia.

    Cuando el hermitao oy hablar al gentil hombre que iva a recebir la orden de cavallera, acordndosele la orden qu cosa es y todo lo que pertenece a cavalle-ro, lanc un gran sospiro y entr en muy gran pensamiento, venindole a la memo-ria la grandssima honra en que la cavalle-ra le ava puesto, (cap. 28, ff. 17r-v).

    2. La flecha de Venus: Tirante se enamora de Carmesina

    Cu a n d o l l egaron a la gran sala del palacio del emperador, le tom por la mano y psole dentro de una c-mara donde estava la emperatriz, e ha-llronla en la forma siguiente: la cmara era muy escura, que no ava en ella lum-bre ni claridad alguna. El emperador dixo:

    -Seora, avis aqu nuestro capitn mayor, que viene a hazeros reverencia.

    Ella respondi cuasi con boz desma-yada:

    -l sea bien venido. Dixo Tirante: -Seora, por la fe abr de creer si

    aquella que habla es la emperatriz. -Capitn mayor, -dixo el emperador, -

    cualquiera que tenga la capitana del im-perio griego tiene poder de abrir las ven-tanas y mirar a todos en la cara y quitar-les el luto que traen por marido, padre, hijo o hermano. E ans quiero yo que usis vos de vuestro oficio.

  • TIRANTE EL BLANCO 407

    Mand Tirante que le truxessen una entorcha encendida, e luego fue fecho. Despus que la lumbre entr en la c-mara, vio un pavelln todo negro; alle-gse a l e abrile e vio una seora toda cubierta de pao grosero con un gran velo negro sobre la cabeca, que le cubra toda hasta los pies. Tirante le quit el velo de la cabeca e qued con la cara descubierta; visto el gesto, Tirante hinc la rodilla en tierra y vesle el pie sobre la ropa y despus la mano. Ella tena unos paternostres de oro esmaltados, y beslos y diolos a besar a Tirante. Des-pus vio una cama con cortinas negras, y la Infanta de azetun negro, cubierta con una ropa de terciopelo de la misma color. A los pies de la cama estavan asentadas una duea y una donzella. La donzella era hija del Duque de Macedo-nia, y la duea se llama va la Biuda Re-posada, la cual ava criado de leche a la infanta. Al cabo de la cama vio estar has-ta ciento y setenta dueas y donzellas que estavan todas con la emperatriz y con la infanta Carmesina. Tirante se acer-c a la cama e hizo gran reverencia a la infanta y besle la mano. Despus fue a abrir las ventanas y pareci a todas las damas que salan de gran captiverio por-que ava muchos das que estavan en aquellas tinieblas por la muerte del hijo del enperador. Dixo Tirante:

    -Hablando con el acatamiento que devo, yo dir a vuestra alteza y a la se-ora emperatriz que presente est mi pensamiento. Yo veo que el pueblo d'es-ta insigne cibdad est muy triste y dolo-rido por dos causas: la primera, por la prdida que a vuestra alteza le vino de la muerte de aquel animoso cavallero el prncipe, vuestro hijo; vuestra magestad no se deve tanto congoxar, pues muri en servicio de Dios defendiendo su sanc-ta fe catlica; antes deve dar loores y gracias a la inmensa bondad de Nuestro Seor Dios que se le ava empresentado,

    y ans le puso llevar cuando quiso para mayor bien, para el que le ha colocado en la gloria del paraso. Y d'esto le deve dar vuestra alteza muchas gracias. Y el que es lleno de misericordia y de infini-ta piadad, dar a vuestra alteza prspera y luenga vida en este mundo, y eterna gloria despus de la muerte en el otro, y hazernos ha vencedores de nuestros enemigos. La segunda causa por que es-tn tristes es por la gran morisma que veen muy cerca temiendo perder los bienes y la vida; y el menos mal que les puede venir es ser captivos en poder de infieles, por que es nescesario que vues-tra alteza y la seora emperatriz mues-tren la cara alegre a todos lo que los vie-ren, para consolarlos del dolor en que estn puestos, porque tomen nimo y es-fuerzo para varonilmente pelear contra los enemigos.

    Y el emperador, considerando el buen consejo que le capitn le dava, dixo:

    -Yo quiero y mando que luego, ans hombres como mugeres, todos dexen el luto.

    Diziendo el emperador estar y otras semejantes palabras, los odos de Tirante estavan atentos a ellas, y los ojos, por otra parte, contemplavan en la gran belleza y hermosura de Carmesina; la cual, por el gran calor que haza y porque avan esta-do con las ventanas cerradas, esta va me-dio desabrochada, que se mostravan en sus pechos dos mancanas de paraso que parescan cristalinas, las cuales dieron en-trada a los ojos de Tirante, que de all adelante no hallaron la puerta por donde avan de salir, e para siempre quedaron en prissin y en poder de persona libre hasta que la muerte de entrambos los apart. Mas seos bien dezir de cierto que los ojos de Tirante no avan jams recebi-do semejante cebo, por muchas honras y plazeres que ava visto, como fue solo ste de ver a la infanta.

  • 408 ANTOLOGA DE LIBROS DE C

    El emperador tom por la mano a su hija Carmesina y sacla fuera de aquella cmara; y el capitn tom por el braco a la emperatriz y entraron en una cmara bien entoldada y toda alrededor estoria-da de los siguientes amores: de Flores y de Blanca Flor, de Tsbe y Pramus, de Eneas y Dido, de Tristn y de Iseo, de la reina Ginebra y de Lancarote, y de otros muchos cuyos amores de muy sotil y hermosa pintura estavan all devisadas. Tirante dixo a Rcarte:

    -No creyera jams que en esta tierra ava cossas tan maravillosas como veo.

    Y l dezalo ms por la gran belleza de la infanta que por las otras cosas; mas Ricarte no lo entendi, (cap. 118, ff. 64v-65v).

    3. La declaracin de amor con el espejo

    Co m o Tirante lo supo, luego pens lo que era, e hizo comprar el ms lindo espejo que se pudiesse hallar y p-sole en la manga; y cuando le paresci ora, furonse a palacio e fallaron al em-perador hablando con su fija. Como el emperador los vio venir, mand que lla-masen a los ministriles para que danza-sen, e delante d'l dancaron un rato; y despus que ovo mirado un poco, retra-xse en su cmara. La princesa, como vio retrado al emperador, dex el dan-car y tom por la mano a Tirante y asen-tronse a una ventana; y la princesa co-menc de hablar en esta manera: [...]

    -Dezidme, Tirante, -dixo la princesa-, ans os dexe Dios gozar de lo que de-sseis, quin es la seora que tanto mal os haze passar? Que si en alguna cosa yo os puedo ayudar, lo har de buena gana, que mucho me tardo en saberlo.

    Tirante meti la mano en la manga y sac el espejo e dixo:

    CABALLERAS CASTELLANOS

    -Seora, la imagen que aqu ver me puede dar muerte o vida; mndele vues-tra alteza que me tome a merced.

    La princesa tom muy presto el espe-jo y con apresurados passos se entr en la cmara, pensando que all hallara dama pintada, e no vio en l otra cosa sino su figura; e luego conosci por en-tero que por ella se haza la fiesta, y es-pantse que sin hablar pudiesse un hombre requerir una dama de amores. Y estando ella con este plazer de lo que aba visto hazer a Tirante, venieron la Biuda Reposada y Estefana y hallaron a la princesa muy alegre con el espejo en la mano; las cuales le dixeron:

    -Seora, dnde huvo vuestra alteza tan lindo espejo?

    E la princesa les cont la recuesta de amores que Tirante le ava hecho, e dixo:

    -Jams o dezir ni en cuantos libros he ledo de historias no he hallado tan graciosa recuesta. Cunta es la gloria de saber que tienen los estrangeros! Yo pen-sava que el saber, la virtud, la honra e gentileza, que todo estuviesse en nuestra gente de Grecia; agora conozco que ay muy ms en las otras naciones, (caps. 126-127, ff. 83r-v).

    4 . T i r a n t e c o m o A n b a l : l a bata-lla de Trasimeno... en Grecia. La crueldad en la guerra

    Yel r ey d e frica encontr al Duque de Macedonia que andava cerca de Tirante, y tan gran encuentro le dio por medio de los pechos, que le pa-ss de la otra parte; y fue golpe mortal, que le pag de todas sus maldades. Como Tirante cay, mucho tuvo que hazer en poderse levantar, porque tena la pierna debaxo del cavallo. Empero l se esfor-c tanto que se levant en pie, y cla-sele la bavera del capacete que traa,

  • TIRANTE EL BLANCO 409

    porque all le encontr la una lanca, y la otro encontr en el guardabraco esquier-do. Y si no fuera por las buenas y leales armas, l fuera muerto de aquella vez. Como el Rey de Egipto lo vio en tierra, quiso descavalgar; y como tuvo la pierna encima del arzn de la silla que se apea-va, vino el Seor d'Agramunte y encon-trle en medio de la pierna, y pasgela de la otra parte; l sinti muy gran dolor de aquella herida y cay en tierra a mal de su grado. Como Tirante le vio ass cado en tierra, apresurse azia l, pero no pudo llegar; tanta era la prisa de la gente. Como el rey fue levantado, tom una lanca que hall en tierra, y metise entre la gente poco a poco, y allegse tanto hasta que Tirante que le ech un bote de lanca; y como no tena bavera diole en medio de la cara, que le derri-b cuatro dientes y muelas, de donde perdi mucha sangre y tena gran dolor. Pero l siempre peleava, que ni por aquella herida no se dexava. Como Ip-lito le vio estar a pie y en tanto peligro, con mucho esfuerco hizo tanto que lleg a donde estava; y tan presto como pudo, descavalg y dixo:

    -Seor, por Dios os ruego que caval-guis aqu.

    E Tirante peleava cerca del cabo del ala, que poco a poco se iva apartando de la prisa de la gente. Y l cavalg y dixo a IplitO:

    -Y t qu hars? Respondi Iplito: -Salvad, seor, vuestra persona, que,

    aunque a m me maten, por amor de vuestra seora yo terne mi muerte por bien empleada.

    Tirante torn a la batalla buscando al Rey de Egipto, el cual por el gran dolor de la pierna era salido de la batalla. Ti-rante vio que no le poda hallar, conti-nuamente peleava con los otros. Y des-pus de buen espacio fue suerte que, andando peleando por la batalla, se en-

    contr con el Rey de Capadocia; y como el rey le vio se fue para l, e con la es-pada le tir un golpe encima de la cabe-ca que le hundi el capacete en los cas-cos y atordido cay en tierra. Tirante prestamente descavalg y cortle las co-rreas del capacete para le cortar la cabe-ca. E prestamente alleg un cavallero, que con alta boz y piadosa dixo:

    -Seor, por merced, no queris matar al rey, pues l est mortalmente herido; e pues es mortal y vencido, por vuestra beg-nididad dadle un poco espacio de vida, que bien os basta que seis vencedor.

    Dixo Tirante: -Qu es la causa que te mueve que

    t quieras demandar gracia de piedad para este nuestro pblico enemigo que, con tanta crueldad, en sola confianca de su virtud y de sus armas ha hecho todo lo que ha podido por darme la muerte? Por lo cual, es justa cosa que l sea pu-nido segn l quera hazer de nosotros. Y no es agora tiempo sino de crueldad, pues nuestra victoria est en sola la po-tencia de la virtud de nosotros y no en los mritos de la virtud de mi potencia.

    Y ans l le desat el capacete y cor-tle la cabeca. La hacha de Tirante era bien conoscida entre las otras, que esta-va toda teida de sangre de los hombres que ava muerto. La tierra estaba toda cubierta de cuerpos muertos, y bien te-ida de la sangre que d'ellos se hava de-rramado. Tirante torn a cavallo, y como los turcos vieron muerto al valentsimo rey, vinieron gran multitud d'ellos sobre Tirante y esforzronse mucho por le ma-tar. Y fue muy malherido y derribado del cavallo; y l prestamente se levant no nada desmayado por la cada ni temero-so de las heridas, antes a pie se meti en la prisa de la gente, que no pareca sino un len; y con ayuda de los suyos, torn a subir a cavallo.

    sta fue muy fuerte y spera batalla, y tanto como ella fue ms fuerte, fue mayor

  • 410 ANTOLOGA DE LIBROS DE

    la gloria suya. Y continuando siempre la batalla, era ya casi ora de bsperas, que Diafebus maldeza a Tirante que en aquel lugar le ava metido, (cap. 157, ff. 121r-v).

    5. El sueo de Placedemivida

    No dir a vuestra majestad todo lo que he soado. A m me pare-ce que yo dorma en una cmara de pa-ramentos, en compaa de cuatro donze-llas, y que Estefana vena con un librico de cera encendido, por no traer mucha luz, a nuestra cama e mirava si dorma-mos, e vio que todas dormamos; yo es-ta va arropada, que no s si dorma o ve-lava, e vi en sueos cmo Estefana abri la puerta de la cmara suavemente, por-que no hiziese ningn rodo, e hall a mi seor Tirante y al condestable que ya es-tavan esperando. E venan en jubones con capas y espadas, e traan calcados peales de lana, porque no fuessen senti-dos al passar; e como ellos entraron, ella mat la candela e psose primera to-mando al condestable por la mano, y el virtuoso Tirante, que los sigua, y en aquel caso ella pareca moco de ciego, e metilos dentro de vuestra cmara. E vuestra alteza estava bien perfumada e algaliada y no mal ataviada, vestida e no desnuda. Tirante os tom en aquellos sus varoniles bracos, e traaos por la c-mara besndoos muy a menudo. Y vues-tra alteza le deza:

    -Dxame, Tirante, dxame! Y l os pona sobre aquella cama de

    reposo. [...] Despus vi en visin cmo l os besava a menudo, y desatos a mu-cha prisa los cordones de los pechos y besvaos las tetas. Y como bien os uvo besado, qusoos meter la mano debaxo de las faldas para os buscar las pulgas; y vos, mi buena seora, no lo quisistes consentir, que no me dudo que si lo con-

    CABALLERAS CASTELLANOS

    sintirades que el juramento no peligra-se. E vuestra alteza le deza:

    -Tiempo vern que lo que agora tan-to desseas lo ternas a tu libertad, y mi virginidad ser para ti conservada.

    Despus puso su cara sobre la vues-tra teniendo los bracos sobre vuestro cuello, y los vuestros en el suyo, que pa-recan los sarmientos extretexidos en el rbol, [y] toma va de vos amorosos besos. Despus vi soando que Estefana esta-va sobre aquella cama, y a mi parescer le vea blanquear las piernas, y a menudo deza:

    -Ay, seor, que me hazis mal! Do-leos un poco de m, y no me queris del todo matar!

    E Tirante le deza: -Hermana Estefana, por qu queris

    poner asechanzas a vuestra honra con tan grandes bozes? No sabis que mu-chas vezes las paredes tienen orejas?

    Y ella tomava la manga de la camisa y metasela en la boca y apretava fuerte con los dientes porque no fuese sentida. E dende a un poco no se pudo sofrir que no diesse un grito diziendo:

    -jTrista! Dolor me fuerca a dar bozes, y segn veo deliberado tenis de matar-me!

    Y entonces el condestable con la mano le atap la boca. E como yo sent aquel sabroso llanto, mi nima se com-plaa como por mi desventura no era yo la tercera con el mi Iplito. E aunque yo sea grosera en amar, conoci el mi espritu que el trmino de amor aqu de-va fenescer. Mi nima uvo algunos sen-timientos de amor que inorava, e dble-seme la passin del mi Iplito porque no tomava en m parte de los besos ass como Tirante de la princesa y el condes-table de Estefana. Y como ms en ello pensava, mayores y ms dolores senta, e a mi parecer tom un poco de agua y que me lav el coracn, los pechos y el vientre por remediar alguna parte de mi

  • TIRANTE EL BLANCO 411

    dolor. Y mirando mi spritu por el aguje-ro, vi dende a poco cmo Estefana es-tendi los bracos y rendi las armas; em-pero esforendose dixo:

    -Vete, cruel de poco amor, que no as piedad ni misericordia de las donzellas hasta que le as violada la castidad! O, sin fe! Y de cunta pena eres digno, si yo no te quiero perdonar, y dolindome de tu mucho ms te amo? Dnde est la fe que t me has quebrantado? Dnde est tu mano derecha que con la ma juntaste? Dnde estn los sanctos que truxiste en testimonio, los cuales por tu falsa boca ayer nombraste cuando me prometiste que no me haras mal ni sera por ti engaada? Gran osada as cometi-do, que con deliberado pensamiento has querido robar el despojo de mi virgini-dad; e porque t eres hombre de tanta autoridad, e porque mi querella ms ver-daderamente sea conoscida...

    Llam a la princesa y a Tirante y mostrles la camisa y dxoles:

    -Aquesta mi sangre es fuerca que la repare amor.

    Y todo esto deza con muchas lgri-mas en los ojos; despus dixo:

    -Quin terna contentamiento de m, ni quin fiar de m, que no he sabido guardar a m misma? Pues, cmo ser guardada por m otra donzella que me sea encomendada? No me conorto sino con una cosa: que no he hecho nada que sea en perjuizio de mi marido, sino que he complido su voluntad a mal de mi grado. A mis bodas no an venido los cortesanos, ni clrigo no se ha vestido para nos dezir la misa; no es venida mi madre ni mis parientes, ni an vido tra-bajo en desnudarme las ropas y vestirme la camisa; no me an subido por fuerca a la cama, que yo se supe subir; los minis-triles no an vido trabajo en taer y can-tar, ni los cavalleros y cortesanos en dan-car, que bodas sordas han sido. Empero

    todo lo que he hecho ha sido voluntad de mi marido.

    Y d'estas y tales cosas deza muchas Estefana. Despus de todo esto, que el da se allegava, la majestad vuestra y Ti-rante la conortavan lo mejor que podan. Y dende a rato los gallos tornaron a can-tar, y vuestra alteza rogava muy humil-mente a Tirante que se quisiesse ir por-que de ninguno del castillo no fuessen vistos. E Tirante suplicava a vuestra alte-za le quisiese hazer gracia de soltarle el juramento porque pudiesse alcancar el vitorioso triunfo que desseava, ass como su primo. Y la celsitud vuestra no quiso sino quedar vitoriosa de la batalla. Y como ellos se fueron idos, despert y no vi nada, ni a Iplito ni a ninguno. Fui puesta en gran pensamiento y como me hall los pechos y el vientre mojados de agua vine a creer que deva ser verdad; y entonces el dolor me aument en tan-ta manera que dava bueltas por la cama como haze el enfermo que vasquea con la muerte y no halla el camino; por lo cual deliber amar a Iplito de verdade-ro coracn, y pasar mi vida penada ass como haze Estefana. Yo estar con los ojos cerrados, y ninguno no me dar re-medio? E digo que amor me ha turbado tanto los sentidos que soy muerta si Ip-lito no me socorre, siquiera que pasase mi vida durmiendo; que sin duda es gran dolor despertar a quien buen sueo sue-a, (cap. 163).

    6. Juegos de manos en el lecho

    Plazerdemivida tom a Tirante por la mano y llevle a la cmara de la princesa, e hzole acostar a su costado. Y las tablas de la cama, hazia la cabecera, no llegavan a la pared. Y Plazerdemivida se meti all y dixo a Tirante que esto-viesse quedo hasta que ella gelo dixesse. Y Plazerdemivida puso su cabeca sobre

  • 412 ANTOLOGA DE LIBROS DE CABALLERAS CASTELLANOS

    el almohada, entre Tirante y la princesa, y tena la cara buelta azia ella; y tom la mano de Tirante y pussela sobre los pechos de la princesa, el cual le palp los pechos y el vientre y de all abaxo. La princesa despert y dixo:

    -O, vlame Dios, cmo eres enojosa! No me puedes dexar morir?

    Dixo Plazerdemivida: -O, cmo sois donzella de mal sofri-

    miento! Sals agora del bao y tenis las carnes lisas y gentiles, y deleitme en to-carlas.

    -Toca do quisieres, -dixo la princesa-, y no pongas la mano tan debaxo.

    -Dormid, haris bien, y dexadme to-car este cuerpo, pues es mo, que yo es-toy aqu en lugar de Tirante. O, traidor de Tirante! Y dnde ests agora? Que si toviesses la mano donde yo la tengo, es-taes alegre y contento.

    Y l teni la mano sobre el vientre de la princesa, y Plazerdemivida tena la suya sobre la cabeca de Tirante. Y como ella conoca que la princesa se dorma, afloxava la mano, y entonces Tirante to-cava a su plazer; y d'esta manera se de-port cerca de una ora. Y como Plazer-demivida conoci que ella dorma bien, aflox del todo la mano. E Tirante quiso tentar la paciencia y dar fin a su desseo. Y la princesa despert, y dixo:

    -Qu malaventura hazes que no me quieres dexar dormir esta noche? Eres tornada loca que quieres tentar lo que es contra de natura?

    Y a poco rato ella conoci que era ms que muger, y no quiso consentir, an-tes comenc a dar gritos. Y Plazerdemi-vida le atapava la boca con sus manos; y dxole a la oreja porque las otras no lo sintiessen:

    -Callad, seora, que no queris disfa-mar a vuestra persona, que temo que no lo sienta la emperatriz! Catad que es vuestro cavallero Tirante, quien por vos se dexar morir!

    -O, maldita sea t!, -dixo la princesa. Y no as vido temor de m ni vergenga del mundo, que sin yo saber nada me has puesto en tanto trabajo y disfamacin?

    -Ya, seora, -dixo Plazerdemivida-, pues el mal es hecho, dad en ello reme-dio; que me parece que el callar es el mejor remedio y ms seguro.

    Y Tirante con baxa boz le suplicava lo mejor que poda. Y vindose ella en tan estrecho paso, que de la una parte la combata amor y de otra temor, y al fin deliber de callar, (cap. 233).

    7. La buena muerte? Tirante muere de pleuresa o "mal de costado"

    Y c o m o Tirante lleg a una jorna-da de la ciudad de Costantinopla, detvose en una ciudad que se llama Andrinpol, porque el emperador le avi embiado a dezir que no entrase hasta que l se lo embiase a dezir. Y estando en aquella ciudad con mucho deleite y tomando muchas maneras de plazeres, pasendose con el rey Escariano y el Rey de Sicilia por la ribera de un ro que passa junto con la ciudad, le tom de s-pito tan gran mal de costado y tan po-deroso, que le ovieron de tomar en bra-cos y levarle a la ciudad.

    E como fue echado en la cama, vinie-ron los fsicos, ass los suyos como los del rey Escariano, que eran de los singulares del mundo, e hizironle infinitas medici-nas y no pudieron dar ningn remedio a su dolor. Entonces Tirante se tuvo por muerto y mand que llamasen a su con-fesor, el cual era un buen religioso de la orden de San Francisco y maestro en teo-loga, hombre de grandssima ciencia; y l confes con mucha diligencia todos sus pecados y con mucha contricin, tenin-dose por muerto segn el mucho dolor le ahincava y poco remedio que senta con lo que los fsicos le hazan. (cap. 467).