TIEMPOS MAN

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RÜDIGER BERTRAM DIBUJOS DE HERIBERT SCHULMEYER ¡Gana un netbook y un lote de libros para toda tu clase! PASATIEMPOS CON COOLMAN

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RüdigER BERtRaM

diBuJOs dE hERiBERt sChuLMEYER

¡gana un netbook y un lote de libros para toda tu clase!

PASATIEMPOSCON COOLMAN

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¿Y sabes qué es lo mejor de todo?

No, ¿me lo puedes decir?

Que es ahora cuando empieza la diversión.

Concurso «Coolman y tú» ¡Participa con tus compañeros de clase!

Kai y Coolman tienen una sorpresa para ti… ¿Te gustaría conseguir un netbook y un montón de libros para tu clase? ¿Cómo crees que conti-nuará la historia de Coolman y Kai? Participa junto con el resto de tu clase en el concurso «Coolman y tú». Sólo tienes que ponerte manos a la obra y dibujar tu propio cómic de un folio de extensión como máximo y contarnos cómo crees que seguirán las aventuras de Kai y Coolman.

Consulta las bases del concurso en www.coolmanyyo.com y demuestra tus habilidades como artista. Tenemos varios premios:

1º Para el ganador mundial del concurso… ¡un netbook para él y un lote de libros valorado en 200 euros para toda su clase!

2º Para el finalista… ¡un lote de libros valorado en 200 euros para dis-frutar con sus compañeros de clase!

3º Y para la clase que más participe y más cómics nos envíe… ¡otro lote de libros valorado en 150 euros!

Además, el ganador será designado por votación en la red. El plazo para presentar los trabajos finaliza el 1 de abril. ¡Mucha suerte! 15

1Con permiso, Coolman y yo

Imaginaos una calle tan empinada como una rampa de saltos de esquí y, al final de todo, un parque con un arroyo que se ve minúsculo desde aquí arriba.

¿Ya lo tenéis?Estupendo.Ahora imaginad un contenedor de basura. Uno de

ésos con cuatro ruedas diminutas en la parte de abajo y lleno hasta los topes de vasitos de yogur sin enjuagar.

¿Lo veis? ¿Podéis oler el tufillo que suelta?Vale, pues ahora pensad en un chico agazapado

en él y cubierto hasta el cuello de envases malolientes, que grita aterrorizado, como un mono aullador en plena selva, porque el maldito sarcófago de plástico

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¿Y sabes qué es lo mejor de todo?

No, ¿me lo puedes decir?

Que es ahora cuando empieza la diversión.

Concurso «Coolman y tú» ¡Participa con tus compañeros de clase!

Kai y Coolman tienen una sorpresa para ti… ¿Te gustaría conseguir un netbook y un montón de libros para tu clase? ¿Cómo crees que conti-nuará la historia de Coolman y Kai? Participa junto con el resto de tu clase en el concurso «Coolman y tú». Sólo tienes que ponerte manos a la obra y dibujar tu propio cómic de un folio de extensión como máximo y contarnos cómo crees que seguirán las aventuras de Kai y Coolman.

Consulta las bases del concurso en www.coolmanyyo.com y demuestra tus habilidades como artista. Tenemos varios premios:

1º Para el ganador mundial del concurso… ¡un netbook para él y un lote de libros valorado en 200 euros para toda su clase!

2º Para el finalista… ¡un lote de libros valorado en 200 euros para dis-frutar con sus compañeros de clase!

3º Y para la clase que más participe y más cómics nos envíe… ¡otro lote de libros valorado en 150 euros!

Además, el ganador será designado por votación en la red. El plazo para presentar los trabajos finaliza el 1 de abril. ¡Mucha suerte! 15

1Con permiso, Coolman y yo

Imaginaos una calle tan empinada como una rampa de saltos de esquí y, al final de todo, un parque con un arroyo que se ve minúsculo desde aquí arriba.

¿Ya lo tenéis?Estupendo.Ahora imaginad un contenedor de basura. Uno de

ésos con cuatro ruedas diminutas en la parte de abajo y lleno hasta los topes de vasitos de yogur sin enjuagar.

¿Lo veis? ¿Podéis oler el tufillo que suelta?Vale, pues ahora pensad en un chico agazapado

en él y cubierto hasta el cuello de envases malolientes, que grita aterrorizado, como un mono aullador en plena selva, porque el maldito sarcófago de plástico

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no tiene frenos, y cada vez baja más y más rápido por la empinada calle.

¿Os lo podéis imaginar?Muy bien, pues entonces ya me conocéis. Mi nom-

bre es Kai y soy el chico que berrea de lo lindo dentro del contenedor. El camión que se me venía encima por la derecha ha conseguido frenar en el último segundo, pero el próximo cruce lo tengo ya delante de mis narices.

Hasta aquí lo habéis tenido fácil, pero ahora la cosa se complica porque no estoy solo en el contenedor.

Imaginaos a un tipo con capa y antifaz negro sen-tado a mi lado. El viento golpea su cara y parece estar disfrutando con la situación.

Para ponéroslo un poquito más difícil, lleva una colorida trompetilla de plástico en la mano, por la que sopla como si fuera un trompetero del Sexto de Caba-llería frente a una horda de apaches en pleno ataque contra una tropa de colonos.

Permitidme que os lo presente. El tipo con la trom-peta que tengo al lado responde al nombre de Coolman. Según nos explicó el año pasado nuestro profe de inglés, cool, además de ‘frío’, también significa ‘guay’. Así que el chalado éste dice llamarse algo así como ‘hombre guay’.

Me acompaña desde que cumplí los cuatro años. Pero sólo yo puedo verle. Para el resto de la gente es invisible, y casi mejor así. Ya es suficiente con que Cool-man convierta mi vida en una sucesión de catastróficas catástrofes. Él es –¡oh!, ¡sorpresa, sorpresa!– el culpable de que me encuentre en este contenedor apestoso, diri-giéndome a toda pastilla hacia el final de mis días.

En realidad el día empezó muy bien. Un día bueno para mí es uno sin muchos sobresaltos y en el que Coolman se deja ver lo mínimo posible. En realidad, lo primero es consecuencia de lo segundo.

Esta mañana el día tenía tan buena pinta... El sol brillaba, yo no había hecho el ridículo en el colegio y

¡Me encanta sentir el viento acariciando

mi pelo!

¡Quiero salir de aquí!

¿Y eso? Pero si esto acaba de empezar. ¡Al ataque! ¡Allá vamos!

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no tiene frenos, y cada vez baja más y más rápido por la empinada calle.

¿Os lo podéis imaginar?Muy bien, pues entonces ya me conocéis. Mi nom-

bre es Kai y soy el chico que berrea de lo lindo dentro del contenedor. El camión que se me venía encima por la derecha ha conseguido frenar en el último segundo, pero el próximo cruce lo tengo ya delante de mis narices.

Hasta aquí lo habéis tenido fácil, pero ahora la cosa se complica porque no estoy solo en el contenedor.

Imaginaos a un tipo con capa y antifaz negro sen-tado a mi lado. El viento golpea su cara y parece estar disfrutando con la situación.

Para ponéroslo un poquito más difícil, lleva una colorida trompetilla de plástico en la mano, por la que sopla como si fuera un trompetero del Sexto de Caba-llería frente a una horda de apaches en pleno ataque contra una tropa de colonos.

Permitidme que os lo presente. El tipo con la trom-peta que tengo al lado responde al nombre de Coolman. Según nos explicó el año pasado nuestro profe de inglés, cool, además de ‘frío’, también significa ‘guay’. Así que el chalado éste dice llamarse algo así como ‘hombre guay’.

Me acompaña desde que cumplí los cuatro años. Pero sólo yo puedo verle. Para el resto de la gente es invisible, y casi mejor así. Ya es suficiente con que Cool-man convierta mi vida en una sucesión de catastróficas catástrofes. Él es –¡oh!, ¡sorpresa, sorpresa!– el culpable de que me encuentre en este contenedor apestoso, diri-giéndome a toda pastilla hacia el final de mis días.

En realidad el día empezó muy bien. Un día bueno para mí es uno sin muchos sobresaltos y en el que Coolman se deja ver lo mínimo posible. En realidad, lo primero es consecuencia de lo segundo.

Esta mañana el día tenía tan buena pinta... El sol brillaba, yo no había hecho el ridículo en el colegio y

¡Me encanta sentir el viento acariciando

mi pelo!

¡Quiero salir de aquí!

¿Y eso? Pero si esto acaba de empezar. ¡Al ataque! ¡Allá vamos!

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Coolman había estado la mar de discreto y tranquilo. A él no le gusta el colegio; a mí tampoco. Pero eso es lo único que tenemos en común.

Tres razones por las que a Coolman no le gusta el colegio:

1. No sabe multiplicar.2. No sabe escribir.3. Durante las clases no tengo tiempo para él.

Tres razones por las que a mí no me gusta el colegio:

1. Empieza demasiado pronto.2. Dura demasiado.3. Todavía no conozco a mucha gente porque hace

poco que nos hemos mudado aquí.

De acuerdo, Coolman tiene razón. Con lo de la gen-te, no con lo de cuarenta y cinco. Efectivamente, aquí todavía no conozco a nadie; si no, no estaría metido en este estúpido contenedor. Si hubiese conocido a los dos chicos que estaban sentados en el parque enfrente del colegio, habría cerrado el pico cuando me han puesto la zancadilla. Simplemente me habría levantado y no habría dicho ni una palabra, salvo tal vez un: «Ay, per-dón por haber tropezado con vuestros pies».

¡Ésa es tu maestra, no cuenta! Y, porcierto, sí que sé

multiplicar.

¿Cuánto son cuatro por

cinco?¡Cuarenta y

cinco!

No digas mentiras. Aquí no conoces absolutamente a

nadie más que a mí.

Pues claro que conozco

a gente.

¿Ah, sí? ¿A quién?

A la señora Maier.

Diles que cuando sean

mayores les dejarás que te limpien el

Ferrari.No quiero morir.

¡Vamos, díselo!

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Coolman había estado la mar de discreto y tranquilo. A él no le gusta el colegio; a mí tampoco. Pero eso es lo único que tenemos en común.

Tres razones por las que a Coolman no le gusta el colegio:

1. No sabe multiplicar.2. No sabe escribir.3. Durante las clases no tengo tiempo para él.

Tres razones por las que a mí no me gusta el colegio:

1. Empieza demasiado pronto.2. Dura demasiado.3. Todavía no conozco a mucha gente porque hace

poco que nos hemos mudado aquí.

De acuerdo, Coolman tiene razón. Con lo de la gen-te, no con lo de cuarenta y cinco. Efectivamente, aquí todavía no conozco a nadie; si no, no estaría metido en este estúpido contenedor. Si hubiese conocido a los dos chicos que estaban sentados en el parque enfrente del colegio, habría cerrado el pico cuando me han puesto la zancadilla. Simplemente me habría levantado y no habría dicho ni una palabra, salvo tal vez un: «Ay, per-dón por haber tropezado con vuestros pies».

¡Ésa es tu maestra, no cuenta! Y, porcierto, sí que sé

multiplicar.

¿Cuánto son cuatro por

cinco?¡Cuarenta y

cinco!

No digas mentiras. Aquí no conoces absolutamente a

nadie más que a mí.

Pues claro que conozco

a gente.

¿Ah, sí? ¿A quién?

A la señora Maier.

Diles que cuando sean

mayores les dejarás que te limpien el

Ferrari.No quiero morir.

¡Vamos, díselo!

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Coolman había estado la mar de discreto y tranquilo. A él no le gusta el colegio; a mí tampoco. Pero eso es lo único que tenemos en común.

Tres razones por las que a Coolman no le gusta el colegio:

1. No sabe multiplicar.2. No sabe escribir.3. Durante las clases no tengo tiempo para él.

Tres razones por las que a mí no me gusta el colegio:

1. Empieza demasiado pronto.2. Dura demasiado.3. Todavía no conozco a mucha gente porque hace

poco que nos hemos mudado aquí.

De acuerdo, Coolman tiene razón. Con lo de la gen-te, no con lo de cuarenta y cinco. Efectivamente, aquí todavía no conozco a nadie; si no, no estaría metido en este estúpido contenedor. Si hubiese conocido a los dos chicos que estaban sentados en el parque enfrente del colegio, habría cerrado el pico cuando me han puesto la zancadilla. Simplemente me habría levantado y no habría dicho ni una palabra, salvo tal vez un: «Ay, per-dón por haber tropezado con vuestros pies».

¡Ésa es tu maestra, no cuenta! Y, porcierto, sí que sé

multiplicar.

¿Cuánto son cuatro por

cinco?¡Cuarenta y

cinco!

No digas mentiras. Aquí no conoces absolutamente a

nadie más que a mí.

Pues claro que conozco

a gente.

¿Ah, sí? ¿A quién?

A la señora Maier.

Diles que cuando sean

mayores les dejarás que te limpien el

Ferrari.No quiero morir.

¡Vamos, díselo!

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Mi mayor defecto es que hago demasiado caso a los consejos de Coolman.

–Cuando seáis mayores os dejaré que limpiéis mi Porsche –he acabado diciendo, porque lo del Ferrari me parecía un poquito exagerado.

¿Cómo iba a saber que esos dos eran los matones de la escuela? Unos tíos peligrosos a los que de ninguna manera se les debe molestar con lindezas como ésta.

Os resumo lo que ha pasado después: me han cogido entre los dos, me han tirado de cabeza al con-tenedor de reciclaje y lo han empujado calle abajo. Eso no ha estado nada bien, pero bueno, tampoco era para preocuparse en exceso. Lo verdaderamente preocupante es que la escuela está justo encima de una montaña, y que ahora mismo la estoy bajando a velocidad de vértigo.

He sobrevivido al primer semáforo en rojo, pero ahí delante viene el siguiente, que también está en rojo. Con la suerte que me caracteriza, tampoco podía esperar haberlos pillado todos en verde. Al menos éste es el últi-mo semáforo. Más adelante está el parque y, si consigo llegar a él, las oportunidades de salir del contenedor con vida no serán tan pocas.

Poco a poco he descubierto cómo pilotar este cacha-rro: si me tiro con fuerza de una esquina a otra, el bólido

basurilla da un saltito hacia un lado. Y eso es justo lo que necesito ahora porque tengo que adelantar a un coche que está parado delante del semáforo. De puro milagro sólo rozo el parachoques y consigo adelantarlo en el último segundo. Cuando me pongo a la altura de las ruedas delanteras, me doy cuenta de que la señora Maier, mi profesora, es la que va al volante. Se queda mirándome fijamente como si acabara de ser adelantada por un elefante encima de unos esquís.

¡Pero salúdala! ¿Es que no tienes buenos modales?

¡Di cortésmente «Buenos días»!

Pero, con la velocidad que llevo, no me da tiempo a decirle nada, sólo alcanzo a saludar con la mano. La señora Maier responde de la misma manera, supongo que por reflejo. Ahora que ya la he adelantado por completo, debo concentrarme en sobrevivir al último cruce.

La rueda delantera de la derecha empieza a soltarse, lo cual no me extraña porque estos trastos están diseña-

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Mi mayor defecto es que hago demasiado caso a los consejos de Coolman.

–Cuando seáis mayores os dejaré que limpiéis mi Porsche –he acabado diciendo, porque lo del Ferrari me parecía un poquito exagerado.

¿Cómo iba a saber que esos dos eran los matones de la escuela? Unos tíos peligrosos a los que de ninguna manera se les debe molestar con lindezas como ésta.

Os resumo lo que ha pasado después: me han cogido entre los dos, me han tirado de cabeza al con-tenedor de reciclaje y lo han empujado calle abajo. Eso no ha estado nada bien, pero bueno, tampoco era para preocuparse en exceso. Lo verdaderamente preocupante es que la escuela está justo encima de una montaña, y que ahora mismo la estoy bajando a velocidad de vértigo.

He sobrevivido al primer semáforo en rojo, pero ahí delante viene el siguiente, que también está en rojo. Con la suerte que me caracteriza, tampoco podía esperar haberlos pillado todos en verde. Al menos éste es el últi-mo semáforo. Más adelante está el parque y, si consigo llegar a él, las oportunidades de salir del contenedor con vida no serán tan pocas.

Poco a poco he descubierto cómo pilotar este cacha-rro: si me tiro con fuerza de una esquina a otra, el bólido

basurilla da un saltito hacia un lado. Y eso es justo lo que necesito ahora porque tengo que adelantar a un coche que está parado delante del semáforo. De puro milagro sólo rozo el parachoques y consigo adelantarlo en el último segundo. Cuando me pongo a la altura de las ruedas delanteras, me doy cuenta de que la señora Maier, mi profesora, es la que va al volante. Se queda mirándome fijamente como si acabara de ser adelantada por un elefante encima de unos esquís.

¡Pero salúdala! ¿Es que no tienes buenos modales?

¡Di cortésmente «Buenos días»!

Pero, con la velocidad que llevo, no me da tiempo a decirle nada, sólo alcanzo a saludar con la mano. La señora Maier responde de la misma manera, supongo que por reflejo. Ahora que ya la he adelantado por completo, debo concentrarme en sobrevivir al último cruce.

La rueda delantera de la derecha empieza a soltarse, lo cual no me extraña porque estos trastos están diseña-

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dos para desplazarse de su sitio habitual al camión de la basura y para nada más. No es, en absoluto, apropiado para correr carreras de Fórmula 1, y además tampoco veo por ningún sitio la entrada a boxes donde me pue-dan cambiar las ruedas.

Sin preocuparme demasiado por los problemas mecánicos, me lanzo contra las paredes del contenedor un par de veces para esquivar a los coches que atraviesan la calle en todas direcciones. Coolman intenta despejar el camino a fuerza de toques de trompeta. ¡Como si alguien pudiera oírlo! Sólo yo puedo oír los trompeta-zos, y el ruido al que Coolman llama música no ayuda en nada a calmar la situación. Todo lo contrario. Sobre todo si tenemos en cuenta que Coolman sólo afina rara vez y de casualidad.

acabamos de pasar el último cruce y todavía estoy vivo. ¡Hurra! ¡sigo vivo!

A partir de ahora no corro mucho peligro, ya que el parque está justo ahí delante y, con un poco de suerte, mi vehículo se parará lentamente sobre el césped.

Efectivamente, el contenedor va perdiendo fuerza una vez que entra en el parque. Me doy la vuelta y miro hacia la calle empinada que lleva a mi nuevo colegio. En mitad de los cruces todavía hay un par de coches cuyos desconcertados conductores no dan crédito a lo que acaban de ver. No me extrañaría nada que el 112 se colapsara durante las próximas horas con llamadas avisando de avistamientos de ovnis.

El contenedor avanza poco a poco en dirección al lago. Una asquerosa y apestosa capa babosa cubre el agua debido a que aquí los patos viven más apretujados que en una granja avícola. De repente, «¡crack!», un ruidi-to se oye desde la derecha de la parte delantera. La rueda que andaba medio suelta se ha atrancado en la entrada de una madriguera y se ha despedido de nosotros para siempre. El resultado: el contenedor ha empezado a inclinarse a cámara lenta y ha vertido todo su conteni-do, es decir, los vasitos de yogur mostosos y yo, al agua verde de la charca.

¡He actuado incluso delante de reyes!

¿Delante de qué reyes?

Del Rey de Corazones, del Rey de Picas, del Rey de Tréboles...

A Coolman le encantan los chistes malos, pero ahora mismo no me importa lo más mínimo, ya que

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dos para desplazarse de su sitio habitual al camión de la basura y para nada más. No es, en absoluto, apropiado para correr carreras de Fórmula 1, y además tampoco veo por ningún sitio la entrada a boxes donde me pue-dan cambiar las ruedas.

Sin preocuparme demasiado por los problemas mecánicos, me lanzo contra las paredes del contenedor un par de veces para esquivar a los coches que atraviesan la calle en todas direcciones. Coolman intenta despejar el camino a fuerza de toques de trompeta. ¡Como si alguien pudiera oírlo! Sólo yo puedo oír los trompeta-zos, y el ruido al que Coolman llama música no ayuda en nada a calmar la situación. Todo lo contrario. Sobre todo si tenemos en cuenta que Coolman sólo afina rara vez y de casualidad.

acabamos de pasar el último cruce y todavía estoy vivo. ¡Hurra! ¡sigo vivo!

A partir de ahora no corro mucho peligro, ya que el parque está justo ahí delante y, con un poco de suerte, mi vehículo se parará lentamente sobre el césped.

Efectivamente, el contenedor va perdiendo fuerza una vez que entra en el parque. Me doy la vuelta y miro hacia la calle empinada que lleva a mi nuevo colegio. En mitad de los cruces todavía hay un par de coches cuyos desconcertados conductores no dan crédito a lo que acaban de ver. No me extrañaría nada que el 112 se colapsara durante las próximas horas con llamadas avisando de avistamientos de ovnis.

El contenedor avanza poco a poco en dirección al lago. Una asquerosa y apestosa capa babosa cubre el agua debido a que aquí los patos viven más apretujados que en una granja avícola. De repente, «¡crack!», un ruidi-to se oye desde la derecha de la parte delantera. La rueda que andaba medio suelta se ha atrancado en la entrada de una madriguera y se ha despedido de nosotros para siempre. El resultado: el contenedor ha empezado a inclinarse a cámara lenta y ha vertido todo su conteni-do, es decir, los vasitos de yogur mostosos y yo, al agua verde de la charca.

¡He actuado incluso delante de reyes!

¿Delante de qué reyes?

Del Rey de Corazones, del Rey de Picas, del Rey de Tréboles...

A Coolman le encantan los chistes malos, pero ahora mismo no me importa lo más mínimo, ya que

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–¡Ey, chavalín! ¡¿Qué haces ahí?! ¡¿Te has vuelto loco?! –me grita un jubilado con boina a cuadros y bolsa de pan duro en mano, mientras señala con el bastón los vasos de yogur que flotan en el agua–. ¡Ahora mismo recoges todo este desastre, chavalín! ¡Y arreando que es gerundio!

Sólo me atrevo a asentir con la cabeza, porque al viejo no se le ve un hombre lo suficientemente sensato como para poder discutir con él sobre la culpabilidad o inocencia de mis actos. Por suerte, el agua sólo me llega por las rodillas. Así que empiezo a chapotear por el fango y a recoger toda la basura que navega entre los patos.

El abuelete me observa sin decir una palabra, mientras Coolman me taladra el oído con la historia

de cuando extrajo toda la sal del Atlántico hasta dejarlo tan dulce como la limonada. Comparado con aque-llo, esto de quitar cuatro plásticos de aquí y de allá es poca cosa, me dice. Y no sirve de nada cerrar los ojos o taparte los oídos; ya lo he probado por lo menos un millón de veces y, aun así, Coolman no desaparece. No lo puedes apagar como a un televisor; él siempre se queda en stand-by.

En un cuarto de hora lo tengo todo recogido: toda la basura vuelve a estar en el contenedor, que he con-seguido arrastrar hasta tierra firme con las últimas fuerzas que me quedaban. Pero tardo diez minutos más en averiguar de dónde viene el extraño sonido que no dejo de oír.

Sólo cuando vuelvo a vaciar por completo el con-tenedor, descubro a un esponjoso polluelo despistado que no consigue salir del sarcófago de plástico por sí solo. El viejo y su bastón siguen allí plantados sin mover ni un dedo. Seguro que en una vida anterior fue traficante de esclavos en una plantación de algo-dón. No es que yo crea en la reencarnación, pero si pienso en Coolman, algún delito debo de haber cometido en otra vida para que ahora se me castigue con su continua presencia. Probablemente fui Drá-cula, el Monstruo de Frankenstein o cualquier otro canalla.

Con este calor, un baño era justo lo que

necesitábamos.

¡Pero qué asco!

¡Qué va! Si es como gelatina, ¡y yo me pirro por

la gelatina!

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–¡Ey, chavalín! ¡¿Qué haces ahí?! ¡¿Te has vuelto loco?! –me grita un jubilado con boina a cuadros y bolsa de pan duro en mano, mientras señala con el bastón los vasos de yogur que flotan en el agua–. ¡Ahora mismo recoges todo este desastre, chavalín! ¡Y arreando que es gerundio!

Sólo me atrevo a asentir con la cabeza, porque al viejo no se le ve un hombre lo suficientemente sensato como para poder discutir con él sobre la culpabilidad o inocencia de mis actos. Por suerte, el agua sólo me llega por las rodillas. Así que empiezo a chapotear por el fango y a recoger toda la basura que navega entre los patos.

El abuelete me observa sin decir una palabra, mientras Coolman me taladra el oído con la historia

de cuando extrajo toda la sal del Atlántico hasta dejarlo tan dulce como la limonada. Comparado con aque-llo, esto de quitar cuatro plásticos de aquí y de allá es poca cosa, me dice. Y no sirve de nada cerrar los ojos o taparte los oídos; ya lo he probado por lo menos un millón de veces y, aun así, Coolman no desaparece. No lo puedes apagar como a un televisor; él siempre se queda en stand-by.

En un cuarto de hora lo tengo todo recogido: toda la basura vuelve a estar en el contenedor, que he con-seguido arrastrar hasta tierra firme con las últimas fuerzas que me quedaban. Pero tardo diez minutos más en averiguar de dónde viene el extraño sonido que no dejo de oír.

Sólo cuando vuelvo a vaciar por completo el con-tenedor, descubro a un esponjoso polluelo despistado que no consigue salir del sarcófago de plástico por sí solo. El viejo y su bastón siguen allí plantados sin mover ni un dedo. Seguro que en una vida anterior fue traficante de esclavos en una plantación de algo-dón. No es que yo crea en la reencarnación, pero si pienso en Coolman, algún delito debo de haber cometido en otra vida para que ahora se me castigue con su continua presencia. Probablemente fui Drá-cula, el Monstruo de Frankenstein o cualquier otro canalla.

Con este calor, un baño era justo lo que

necesitábamos.

¡Pero qué asco!

¡Qué va! Si es como gelatina, ¡y yo me pirro por

la gelatina!

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–¡Ey, chavalín! ¡¿Qué haces ahí?! ¡¿Te has vuelto loco?! –me grita un jubilado con boina a cuadros y bolsa de pan duro en mano, mientras señala con el bastón los vasos de yogur que flotan en el agua–. ¡Ahora mismo recoges todo este desastre, chavalín! ¡Y arreando que es gerundio!

Sólo me atrevo a asentir con la cabeza, porque al viejo no se le ve un hombre lo suficientemente sensato como para poder discutir con él sobre la culpabilidad o inocencia de mis actos. Por suerte, el agua sólo me llega por las rodillas. Así que empiezo a chapotear por el fango y a recoger toda la basura que navega entre los patos.

El abuelete me observa sin decir una palabra, mientras Coolman me taladra el oído con la historia

de cuando extrajo toda la sal del Atlántico hasta dejarlo tan dulce como la limonada. Comparado con aque-llo, esto de quitar cuatro plásticos de aquí y de allá es poca cosa, me dice. Y no sirve de nada cerrar los ojos o taparte los oídos; ya lo he probado por lo menos un millón de veces y, aun así, Coolman no desaparece. No lo puedes apagar como a un televisor; él siempre se queda en stand-by.

En un cuarto de hora lo tengo todo recogido: toda la basura vuelve a estar en el contenedor, que he con-seguido arrastrar hasta tierra firme con las últimas fuerzas que me quedaban. Pero tardo diez minutos más en averiguar de dónde viene el extraño sonido que no dejo de oír.

Sólo cuando vuelvo a vaciar por completo el con-tenedor, descubro a un esponjoso polluelo despistado que no consigue salir del sarcófago de plástico por sí solo. El viejo y su bastón siguen allí plantados sin mover ni un dedo. Seguro que en una vida anterior fue traficante de esclavos en una plantación de algo-dón. No es que yo crea en la reencarnación, pero si pienso en Coolman, algún delito debo de haber cometido en otra vida para que ahora se me castigue con su continua presencia. Probablemente fui Drá-cula, el Monstruo de Frankenstein o cualquier otro canalla.

Con este calor, un baño era justo lo que

necesitábamos.

¡Pero qué asco!

¡Qué va! Si es como gelatina, ¡y yo me pirro por

la gelatina!

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–¡Ey, chavalín! ¡¿Qué haces ahí?! ¡¿Te has vuelto loco?! –me grita un jubilado con boina a cuadros y bolsa de pan duro en mano, mientras señala con el bastón los vasos de yogur que flotan en el agua–. ¡Ahora mismo recoges todo este desastre, chavalín! ¡Y arreando que es gerundio!

Sólo me atrevo a asentir con la cabeza, porque al viejo no se le ve un hombre lo suficientemente sensato como para poder discutir con él sobre la culpabilidad o inocencia de mis actos. Por suerte, el agua sólo me llega por las rodillas. Así que empiezo a chapotear por el fango y a recoger toda la basura que navega entre los patos.

El abuelete me observa sin decir una palabra, mientras Coolman me taladra el oído con la historia

de cuando extrajo toda la sal del Atlántico hasta dejarlo tan dulce como la limonada. Comparado con aque-llo, esto de quitar cuatro plásticos de aquí y de allá es poca cosa, me dice. Y no sirve de nada cerrar los ojos o taparte los oídos; ya lo he probado por lo menos un millón de veces y, aun así, Coolman no desaparece. No lo puedes apagar como a un televisor; él siempre se queda en stand-by.

En un cuarto de hora lo tengo todo recogido: toda la basura vuelve a estar en el contenedor, que he con-seguido arrastrar hasta tierra firme con las últimas fuerzas que me quedaban. Pero tardo diez minutos más en averiguar de dónde viene el extraño sonido que no dejo de oír.

Sólo cuando vuelvo a vaciar por completo el con-tenedor, descubro a un esponjoso polluelo despistado que no consigue salir del sarcófago de plástico por sí solo. El viejo y su bastón siguen allí plantados sin mover ni un dedo. Seguro que en una vida anterior fue traficante de esclavos en una plantación de algo-dón. No es que yo crea en la reencarnación, pero si pienso en Coolman, algún delito debo de haber cometido en otra vida para que ahora se me castigue con su continua presencia. Probablemente fui Drá-cula, el Monstruo de Frankenstein o cualquier otro canalla.

Con este calor, un baño era justo lo que

necesitábamos.

¡Pero qué asco!

¡Qué va! Si es como gelatina, ¡y yo me pirro por

la gelatina!

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Hecho polvo me arrastro hasta el césped y me dejo caer para secarme un poco al sol.

–¡Ey, chavalín! ¡Prohibido pisar el césped! ¡Y arrean-do que es gerundio! –me grita el traficante de esclavos reencarnado, señalando un trozo de hierba que no es más grande que una toalla–. ¡Allí delante sí que está permitido!

Cansado, me levanto y sigo la dirección que me marca su bastón.

Por fin, tranquilidad. Me acuesto de espaldas y me relajo bajo el sol. Incluso Coolman disfruta de los cáli-dos rayos en silencio.

En realidad, cuando cierra el pico no está tan mal. Coolman también tiene su lado positivo.

Cosas a su favor:1. Nunca estoy solo.2. ...3. ...

Seguro que para los puntos dos y tres se me ocurre algo más tarde. Hasta que aquí no haga nuevos amigos, siempre me quedará Coolman para hablar. Eso ya es algo...

¡Yo no soy ningún castigo!

¡Soy una bendición!

¿No es cierto? ¡Tú siempre estás ahí cuando

te necesito!ZZZzzz

Bueno, casi siempre.

Pasados cinco minutos, un nubarrón gigante y negro se pone delante del sol y, al poco, empiezan a caer chuzos de punta. La lluvia cae sobre mí, pero me da igual por-que de todos modos ya estaba totalmente empapado. Además, la tormenta también tiene su parte positiva: ya no necesito inventarme ninguna excusa para explicarles a mis padres por qué llego a casa calado hasta los huesos.

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Hecho polvo me arrastro hasta el césped y me dejo caer para secarme un poco al sol.

–¡Ey, chavalín! ¡Prohibido pisar el césped! ¡Y arrean-do que es gerundio! –me grita el traficante de esclavos reencarnado, señalando un trozo de hierba que no es más grande que una toalla–. ¡Allí delante sí que está permitido!

Cansado, me levanto y sigo la dirección que me marca su bastón.

Por fin, tranquilidad. Me acuesto de espaldas y me relajo bajo el sol. Incluso Coolman disfruta de los cáli-dos rayos en silencio.

En realidad, cuando cierra el pico no está tan mal. Coolman también tiene su lado positivo.

Cosas a su favor:1. Nunca estoy solo.2. ...3. ...

Seguro que para los puntos dos y tres se me ocurre algo más tarde. Hasta que aquí no haga nuevos amigos, siempre me quedará Coolman para hablar. Eso ya es algo...

¡Yo no soy ningún castigo!

¡Soy una bendición!

¿No es cierto? ¡Tú siempre estás ahí cuando

te necesito!ZZZzzz

Bueno, casi siempre.

Pasados cinco minutos, un nubarrón gigante y negro se pone delante del sol y, al poco, empiezan a caer chuzos de punta. La lluvia cae sobre mí, pero me da igual por-que de todos modos ya estaba totalmente empapado. Además, la tormenta también tiene su parte positiva: ya no necesito inventarme ninguna excusa para explicarles a mis padres por qué llego a casa calado hasta los huesos.

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Hecho polvo me arrastro hasta el césped y me dejo caer para secarme un poco al sol.

–¡Ey, chavalín! ¡Prohibido pisar el césped! ¡Y arrean-do que es gerundio! –me grita el traficante de esclavos reencarnado, señalando un trozo de hierba que no es más grande que una toalla–. ¡Allí delante sí que está permitido!

Cansado, me levanto y sigo la dirección que me marca su bastón.

Por fin, tranquilidad. Me acuesto de espaldas y me relajo bajo el sol. Incluso Coolman disfruta de los cáli-dos rayos en silencio.

En realidad, cuando cierra el pico no está tan mal. Coolman también tiene su lado positivo.

Cosas a su favor:1. Nunca estoy solo.2. ...3. ...

Seguro que para los puntos dos y tres se me ocurre algo más tarde. Hasta que aquí no haga nuevos amigos, siempre me quedará Coolman para hablar. Eso ya es algo...

¡Yo no soy ningún castigo!

¡Soy una bendición!

¿No es cierto? ¡Tú siempre estás ahí cuando

te necesito!ZZZzzz

Bueno, casi siempre.

Pasados cinco minutos, un nubarrón gigante y negro se pone delante del sol y, al poco, empiezan a caer chuzos de punta. La lluvia cae sobre mí, pero me da igual por-que de todos modos ya estaba totalmente empapado. Además, la tormenta también tiene su parte positiva: ya no necesito inventarme ninguna excusa para explicarles a mis padres por qué llego a casa calado hasta los huesos.

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2Hogar, dulce hogar

Todavía llueve cuando llego a la casa en la que vivi-mos desde hace un mes. En el jardín delantero aún está el columpio del propietario anterior, y eso me da mucha vergüenza. Pero todavía me dan más vergüenza las esculturas de cerámica que mi madre ha puesto a los lados, con la esperanza de que alguien que las vea por casualidad se anime a comprar alguna. Pero ¿quién va a querer comprar un armatoste feo de barro que se titula «Final de toda esperanza» y cuesta «sólo 150 euros»? Algo así únicamente lo adquiriría un suicida atraído por el nombre y porque, de todos modos, en el futuro no necesitaría más el dinero.

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2Hogar, dulce hogar

Todavía llueve cuando llego a la casa en la que vivi-mos desde hace un mes. En el jardín delantero aún está el columpio del propietario anterior, y eso me da mucha vergüenza. Pero todavía me dan más vergüenza las esculturas de cerámica que mi madre ha puesto a los lados, con la esperanza de que alguien que las vea por casualidad se anime a comprar alguna. Pero ¿quién va a querer comprar un armatoste feo de barro que se titula «Final de toda esperanza» y cuesta «sólo 150 euros»? Algo así únicamente lo adquiriría un suicida atraído por el nombre y porque, de todos modos, en el futuro no necesitaría más el dinero.

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Nos hemos mudado aquí porque mis padres han encontrado trabajo en esta ciudad. Los dos son actores de teatro. El contrato que tienen ahora es para cinco años, toda una eternidad comparado con los pequeños papeles secundarios que han ido haciendo hasta aho-ra. Nos hemos cambiado tan a menudo de casa que podría escribir una guía de viajes sobre los puebluchos más aburridos y los baños de colegio más asquerosos de todo el país.

En cuanto cierro la puerta de casa, oigo la voz de mis padres. Mientras cocinan, ensayan sus papeles para el estreno de esta noche. En teoría representan Romeo y Julieta. ¡Precisamente Romeo y Julieta! ¡Pero si son superviejos! ¡Tienen más de cuarenta años! ¡Como mínimo!

Coolman todavía no ha besado a ninguna chica. Yo tampoco.

Intento pasar a mi habitación sin que se den cuenta de que he llegado. A la altura de la puerta de la cocina, veo a mis padres besuqueándose apoyados contra el fregadero. Lo hacen siempre, incluso cuando no tienen la excusa de estar ensayando. Después de veinte años de casados, mis padres siguen queriéndose profunda y apasionadamen-

Pues a mí me gusta.

¿Quééé? ¿Cóóómo?

Desprende a la vez fuerza y

sensibilidad.

Yo sería un Romeo fantástico.

Entonces tendrías que

besar a Julieta.

¡Puaaagghhh!

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Nos hemos mudado aquí porque mis padres han encontrado trabajo en esta ciudad. Los dos son actores de teatro. El contrato que tienen ahora es para cinco años, toda una eternidad comparado con los pequeños papeles secundarios que han ido haciendo hasta aho-ra. Nos hemos cambiado tan a menudo de casa que podría escribir una guía de viajes sobre los puebluchos más aburridos y los baños de colegio más asquerosos de todo el país.

En cuanto cierro la puerta de casa, oigo la voz de mis padres. Mientras cocinan, ensayan sus papeles para el estreno de esta noche. En teoría representan Romeo y Julieta. ¡Precisamente Romeo y Julieta! ¡Pero si son superviejos! ¡Tienen más de cuarenta años! ¡Como mínimo!

Coolman todavía no ha besado a ninguna chica. Yo tampoco.

Intento pasar a mi habitación sin que se den cuenta de que he llegado. A la altura de la puerta de la cocina, veo a mis padres besuqueándose apoyados contra el fregadero. Lo hacen siempre, incluso cuando no tienen la excusa de estar ensayando. Después de veinte años de casados, mis padres siguen queriéndose profunda y apasionadamen-

Pues a mí me gusta.

¿Quééé? ¿Cóóómo?

Desprende a la vez fuerza y

sensibilidad.

Yo sería un Romeo fantástico.

Entonces tendrías que

besar a Julieta.

¡Puaaagghhh!

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te, y eso me da aún más vergüenza que el columpio y las esculturas del jardín. Están continuamente haciendo manitas y dándose besitos como si fueran dos adolescen-tes enamorados. La mayoría de los compañeros de clase que he tenido en los miles de colegios en los que he estado tienen más suerte, ya que sus padres están separados. Así que ellos se van de vacaciones dos veces cada verano y en su cumpleaños reciben regalos por las dos partes. Y lo mejor de todo eso es que se puede jugar a dos bandas porque, como los padres no se aguantan, uno puede...

Con mis padres esto no funciona porque siempre están de acuerdo en todo. Siempre.

También ahora que han acabado con el besuqueo y me han descubierto empapado en el pasillo.

–¡Haz el favor de cambiarte ahora mismo o coge-rás una pulmonía! –me gritan al unísono; resulta ver-daderamente impactante cómo consiguen sincronizar exactamente cada sonido.

Mi padre corre hacia mí y empieza a frotarme con papel de cocina, con la intención de secarme un poco. Mi madre se echa la mano al pecho temiendo por mi vida. Los dos tienden a exagerar cualquier cosa, debido a su trabajo encima de los escenarios.

Hasta que no se acaba el rollo de papel, mi padre no deja de frotarme. Cuando se marcha a la despensa en busca de repuestos, aprovecho la ocasión para esfu-marme.

–Y ponte ropa seca, ¿me oyes, ratoncito mío? –me grita mi madre.

Pero eso ya no lo escucho con claridad porque desde la habitación de Anti, mi hermana mayor, el sonido de la música me taladra el tímpano. En realidad se llama Antígona. Mis padres le pusieron el nombre de un personaje de una obra de teatro de la antigua Grecia. Cuando tenía tres años, se le empezó a abre-viar el nombre y desde entonces todos la llamamos Anti, lo cual va mucho mejor con su personalidad.

Papá, ¿me compras una nueva consola?

¡Ni de coña!

Mamá, papá no me quierecomprar una consola porque necesita el dinero para su

nueva amiguita.

¡Será sinvergüenza! No te preocupes, que tendrás una

nueva.

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te, y eso me da aún más vergüenza que el columpio y las esculturas del jardín. Están continuamente haciendo manitas y dándose besitos como si fueran dos adolescen-tes enamorados. La mayoría de los compañeros de clase que he tenido en los miles de colegios en los que he estado tienen más suerte, ya que sus padres están separados. Así que ellos se van de vacaciones dos veces cada verano y en su cumpleaños reciben regalos por las dos partes. Y lo mejor de todo eso es que se puede jugar a dos bandas porque, como los padres no se aguantan, uno puede...

Con mis padres esto no funciona porque siempre están de acuerdo en todo. Siempre.

También ahora que han acabado con el besuqueo y me han descubierto empapado en el pasillo.

–¡Haz el favor de cambiarte ahora mismo o coge-rás una pulmonía! –me gritan al unísono; resulta ver-daderamente impactante cómo consiguen sincronizar exactamente cada sonido.

Mi padre corre hacia mí y empieza a frotarme con papel de cocina, con la intención de secarme un poco. Mi madre se echa la mano al pecho temiendo por mi vida. Los dos tienden a exagerar cualquier cosa, debido a su trabajo encima de los escenarios.

Hasta que no se acaba el rollo de papel, mi padre no deja de frotarme. Cuando se marcha a la despensa en busca de repuestos, aprovecho la ocasión para esfu-marme.

–Y ponte ropa seca, ¿me oyes, ratoncito mío? –me grita mi madre.

Pero eso ya no lo escucho con claridad porque desde la habitación de Anti, mi hermana mayor, el sonido de la música me taladra el tímpano. En realidad se llama Antígona. Mis padres le pusieron el nombre de un personaje de una obra de teatro de la antigua Grecia. Cuando tenía tres años, se le empezó a abre-viar el nombre y desde entonces todos la llamamos Anti, lo cual va mucho mejor con su personalidad.

Papá, ¿me compras una nueva consola?

¡Ni de coña!

Mamá, papá no me quierecomprar una consola porque necesita el dinero para su

nueva amiguita.

¡Será sinvergüenza! No te preocupes, que tendrás una

nueva.

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te, y eso me da aún más vergüenza que el columpio y las esculturas del jardín. Están continuamente haciendo manitas y dándose besitos como si fueran dos adolescen-tes enamorados. La mayoría de los compañeros de clase que he tenido en los miles de colegios en los que he estado tienen más suerte, ya que sus padres están separados. Así que ellos se van de vacaciones dos veces cada verano y en su cumpleaños reciben regalos por las dos partes. Y lo mejor de todo eso es que se puede jugar a dos bandas porque, como los padres no se aguantan, uno puede...

Con mis padres esto no funciona porque siempre están de acuerdo en todo. Siempre.

También ahora que han acabado con el besuqueo y me han descubierto empapado en el pasillo.

–¡Haz el favor de cambiarte ahora mismo o coge-rás una pulmonía! –me gritan al unísono; resulta ver-daderamente impactante cómo consiguen sincronizar exactamente cada sonido.

Mi padre corre hacia mí y empieza a frotarme con papel de cocina, con la intención de secarme un poco. Mi madre se echa la mano al pecho temiendo por mi vida. Los dos tienden a exagerar cualquier cosa, debido a su trabajo encima de los escenarios.

Hasta que no se acaba el rollo de papel, mi padre no deja de frotarme. Cuando se marcha a la despensa en busca de repuestos, aprovecho la ocasión para esfu-marme.

–Y ponte ropa seca, ¿me oyes, ratoncito mío? –me grita mi madre.

Pero eso ya no lo escucho con claridad porque desde la habitación de Anti, mi hermana mayor, el sonido de la música me taladra el tímpano. En realidad se llama Antígona. Mis padres le pusieron el nombre de un personaje de una obra de teatro de la antigua Grecia. Cuando tenía tres años, se le empezó a abre-viar el nombre y desde entonces todos la llamamos Anti, lo cual va mucho mejor con su personalidad.

Papá, ¿me compras una nueva consola?

¡Ni de coña!

Mamá, papá no me quierecomprar una consola porque necesita el dinero para su

nueva amiguita.

¡Será sinvergüenza! No te preocupes, que tendrás una

nueva.

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te, y eso me da aún más vergüenza que el columpio y las esculturas del jardín. Están continuamente haciendo manitas y dándose besitos como si fueran dos adolescen-tes enamorados. La mayoría de los compañeros de clase que he tenido en los miles de colegios en los que he estado tienen más suerte, ya que sus padres están separados. Así que ellos se van de vacaciones dos veces cada verano y en su cumpleaños reciben regalos por las dos partes. Y lo mejor de todo eso es que se puede jugar a dos bandas porque, como los padres no se aguantan, uno puede...

Con mis padres esto no funciona porque siempre están de acuerdo en todo. Siempre.

También ahora que han acabado con el besuqueo y me han descubierto empapado en el pasillo.

–¡Haz el favor de cambiarte ahora mismo o coge-rás una pulmonía! –me gritan al unísono; resulta ver-daderamente impactante cómo consiguen sincronizar exactamente cada sonido.

Mi padre corre hacia mí y empieza a frotarme con papel de cocina, con la intención de secarme un poco. Mi madre se echa la mano al pecho temiendo por mi vida. Los dos tienden a exagerar cualquier cosa, debido a su trabajo encima de los escenarios.

Hasta que no se acaba el rollo de papel, mi padre no deja de frotarme. Cuando se marcha a la despensa en busca de repuestos, aprovecho la ocasión para esfu-marme.

–Y ponte ropa seca, ¿me oyes, ratoncito mío? –me grita mi madre.

Pero eso ya no lo escucho con claridad porque desde la habitación de Anti, mi hermana mayor, el sonido de la música me taladra el tímpano. En realidad se llama Antígona. Mis padres le pusieron el nombre de un personaje de una obra de teatro de la antigua Grecia. Cuando tenía tres años, se le empezó a abre-viar el nombre y desde entonces todos la llamamos Anti, lo cual va mucho mejor con su personalidad.

Papá, ¿me compras una nueva consola?

¡Ni de coña!

Mamá, papá no me quierecomprar una consola porque necesita el dinero para su

nueva amiguita.

¡Será sinvergüenza! No te preocupes, que tendrás una

nueva.

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Al nacer yo, mis padres se rompieron la cabeza para darme un nombre que no pudiese acortarse más. Kai fue su elección.

Anti tiene el equipo de música con el volumen tan alto que, con cada nota, la puerta de su habitación se arquea hacia el pasillo al ritmo de la música, como si la habitación respirase. Por dentro, tiene las paredes pintadas de negro. Eso es siempre lo primero que hace cada vez que nos cambiamos de casa. Anti lleva sólo ropa negra, utiliza esmalte de uñas de color negro y se tiñe el pelo de... adivina, adivinanza... negro, natural-mente. Si se pone delante de una de las paredes de su cuarto, está totalmente camuflada. Ni siquiera le veríais su cara pálida porque el largo cabello le cae por delante de los ojos como una cortina. Ya ni me acuerdo de qué color los tiene.

Los geniales planes de Coolman son totalmente innecesarios, ya que en mi familia todos tenemos los ojos azules, así que es bastante probable que ella tenga ese mismo color, aunque nadie lo pueda comprobar.

Llego a mi habitación y por fin me quito la ropa mojada. Las paredes no son negras, sino blancas y sin pósters de futbolistas o del grupo musical de turno, porque odio los pósteres. Canto fatal y no sé jugar a fútbol, así que nunca llegaré a ser una estrella. No nece-sito a nadie colgando de la pared que me lo recuerde constantemente...

Pillo ropa seca del armario, me cambio y me pongo cómodo encima de la litera. Ahora es el momento de hacer balance; lo hago todos los días antes de cenar. Primero lo bueno.

Para descubrirlo necesitarás un plan.

Plan A: ¡Utiliza nuevas tecnologías!

Plan B: ¡Ayúdate del mal!

Uah!

Plan C: ¡Aprove­cha la fuerza de la gravedad!

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Al nacer yo, mis padres se rompieron la cabeza para darme un nombre que no pudiese acortarse más. Kai fue su elección.

Anti tiene el equipo de música con el volumen tan alto que, con cada nota, la puerta de su habitación se arquea hacia el pasillo al ritmo de la música, como si la habitación respirase. Por dentro, tiene las paredes pintadas de negro. Eso es siempre lo primero que hace cada vez que nos cambiamos de casa. Anti lleva sólo ropa negra, utiliza esmalte de uñas de color negro y se tiñe el pelo de... adivina, adivinanza... negro, natural-mente. Si se pone delante de una de las paredes de su cuarto, está totalmente camuflada. Ni siquiera le veríais su cara pálida porque el largo cabello le cae por delante de los ojos como una cortina. Ya ni me acuerdo de qué color los tiene.

Los geniales planes de Coolman son totalmente innecesarios, ya que en mi familia todos tenemos los ojos azules, así que es bastante probable que ella tenga ese mismo color, aunque nadie lo pueda comprobar.

Llego a mi habitación y por fin me quito la ropa mojada. Las paredes no son negras, sino blancas y sin pósters de futbolistas o del grupo musical de turno, porque odio los pósteres. Canto fatal y no sé jugar a fútbol, así que nunca llegaré a ser una estrella. No nece-sito a nadie colgando de la pared que me lo recuerde constantemente...

Pillo ropa seca del armario, me cambio y me pongo cómodo encima de la litera. Ahora es el momento de hacer balance; lo hago todos los días antes de cenar. Primero lo bueno.

Para descubrirlo necesitarás un plan.

Plan A: ¡Utiliza nuevas tecnologías!

Plan B: ¡Ayúdate del mal!

Uah!

Plan C: ¡Aprove­cha la fuerza de la gravedad!

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Al nacer yo, mis padres se rompieron la cabeza para darme un nombre que no pudiese acortarse más. Kai fue su elección.

Anti tiene el equipo de música con el volumen tan alto que, con cada nota, la puerta de su habitación se arquea hacia el pasillo al ritmo de la música, como si la habitación respirase. Por dentro, tiene las paredes pintadas de negro. Eso es siempre lo primero que hace cada vez que nos cambiamos de casa. Anti lleva sólo ropa negra, utiliza esmalte de uñas de color negro y se tiñe el pelo de... adivina, adivinanza... negro, natural-mente. Si se pone delante de una de las paredes de su cuarto, está totalmente camuflada. Ni siquiera le veríais su cara pálida porque el largo cabello le cae por delante de los ojos como una cortina. Ya ni me acuerdo de qué color los tiene.

Los geniales planes de Coolman son totalmente innecesarios, ya que en mi familia todos tenemos los ojos azules, así que es bastante probable que ella tenga ese mismo color, aunque nadie lo pueda comprobar.

Llego a mi habitación y por fin me quito la ropa mojada. Las paredes no son negras, sino blancas y sin pósters de futbolistas o del grupo musical de turno, porque odio los pósteres. Canto fatal y no sé jugar a fútbol, así que nunca llegaré a ser una estrella. No nece-sito a nadie colgando de la pared que me lo recuerde constantemente...

Pillo ropa seca del armario, me cambio y me pongo cómodo encima de la litera. Ahora es el momento de hacer balance; lo hago todos los días antes de cenar. Primero lo bueno.

Para descubrirlo necesitarás un plan.

Plan A: ¡Utiliza nuevas tecnologías!

Plan B: ¡Ayúdate del mal!

Uah!

Plan C: ¡Aprove­cha la fuerza de la gravedad!

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Al nacer yo, mis padres se rompieron la cabeza para darme un nombre que no pudiese acortarse más. Kai fue su elección.

Anti tiene el equipo de música con el volumen tan alto que, con cada nota, la puerta de su habitación se arquea hacia el pasillo al ritmo de la música, como si la habitación respirase. Por dentro, tiene las paredes pintadas de negro. Eso es siempre lo primero que hace cada vez que nos cambiamos de casa. Anti lleva sólo ropa negra, utiliza esmalte de uñas de color negro y se tiñe el pelo de... adivina, adivinanza... negro, natural-mente. Si se pone delante de una de las paredes de su cuarto, está totalmente camuflada. Ni siquiera le veríais su cara pálida porque el largo cabello le cae por delante de los ojos como una cortina. Ya ni me acuerdo de qué color los tiene.

Los geniales planes de Coolman son totalmente innecesarios, ya que en mi familia todos tenemos los ojos azules, así que es bastante probable que ella tenga ese mismo color, aunque nadie lo pueda comprobar.

Llego a mi habitación y por fin me quito la ropa mojada. Las paredes no son negras, sino blancas y sin pósters de futbolistas o del grupo musical de turno, porque odio los pósteres. Canto fatal y no sé jugar a fútbol, así que nunca llegaré a ser una estrella. No nece-sito a nadie colgando de la pared que me lo recuerde constantemente...

Pillo ropa seca del armario, me cambio y me pongo cómodo encima de la litera. Ahora es el momento de hacer balance; lo hago todos los días antes de cenar. Primero lo bueno.

Para descubrirlo necesitarás un plan.

Plan A: ¡Utiliza nuevas tecnologías!

Plan B: ¡Ayúdate del mal!

Uah!

Plan C: ¡Aprove­cha la fuerza de la gravedad!

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Es muy sencillo. Todo lo que a Coolman le parece positivo va directamente a mi lista de cosas malas que me han sucedido durante el día. Así que mejor empiezo con lo malo, que hoy tengo un montón.

¿Qué me ha puesto hoy de los nervios? 1. Coolman. 2. Coolman. 3. Coolman. 4. Coolman. 5. Coolman. 6. Los chavales que me metieron en el contenedor

de basura. 7. Coolman. 8. Lo que había dentro del contenedor. 9. Coolman. 10. La carrera con el contenedor.

11. Coolman. 12. El final de la carrera. 13. Coolman. 14. El abuelo del lago. 15. Coolman. 16. Mis besucones padres. 17. El sonido ensordecedor de la habitación de

Anti. 18. Coolman. 19. Coolman.Etc., etc.

Paro en el punto 25, por lo que la lista no es espe-cialmente larga hoy, aunque Coolman ocupa, como es habitual, las cinco primeras plazas y unas cuantas más por debajo.

–¡Antígona! ¡Kai, ratoncito mío! ¡Chicos, la cena está lista! –grita mi madre, antes de que yo pueda confeccionar la lista con las cosas buenas que me han pasado hoy.

Entro en la cocina, donde está esperando mi madre, mientras mi padre está en el pasillo bajando los plomos de la habitación de Anti. Es el único modo de hacer que mi hermana salga de su negra cueva, ya que, teniendo en cuenta el ruido atronador de la música de su habitación,

¡Yo lo sé! ¡Yo lo sé!

¿Qué es lo que sabes?

Quéfue lo bueno

de hoy.

¡La carrera de conte­nedores estuvo genial! Y la gelatina del lago.

¡Deliciosa!

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Es muy sencillo. Todo lo que a Coolman le parece positivo va directamente a mi lista de cosas malas que me han sucedido durante el día. Así que mejor empiezo con lo malo, que hoy tengo un montón.

¿Qué me ha puesto hoy de los nervios? 1. Coolman. 2. Coolman. 3. Coolman. 4. Coolman. 5. Coolman. 6. Los chavales que me metieron en el contenedor

de basura. 7. Coolman. 8. Lo que había dentro del contenedor. 9. Coolman. 10. La carrera con el contenedor.

11. Coolman. 12. El final de la carrera. 13. Coolman. 14. El abuelo del lago. 15. Coolman. 16. Mis besucones padres. 17. El sonido ensordecedor de la habitación de

Anti. 18. Coolman. 19. Coolman.Etc., etc.

Paro en el punto 25, por lo que la lista no es espe-cialmente larga hoy, aunque Coolman ocupa, como es habitual, las cinco primeras plazas y unas cuantas más por debajo.

–¡Antígona! ¡Kai, ratoncito mío! ¡Chicos, la cena está lista! –grita mi madre, antes de que yo pueda confeccionar la lista con las cosas buenas que me han pasado hoy.

Entro en la cocina, donde está esperando mi madre, mientras mi padre está en el pasillo bajando los plomos de la habitación de Anti. Es el único modo de hacer que mi hermana salga de su negra cueva, ya que, teniendo en cuenta el ruido atronador de la música de su habitación,

¡Yo lo sé! ¡Yo lo sé!

¿Qué es lo que sabes?

Quéfue lo bueno

de hoy.

¡La carrera de conte­nedores estuvo genial! Y la gelatina del lago.

¡Deliciosa!

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Es muy sencillo. Todo lo que a Coolman le parece positivo va directamente a mi lista de cosas malas que me han sucedido durante el día. Así que mejor empiezo con lo malo, que hoy tengo un montón.

¿Qué me ha puesto hoy de los nervios? 1. Coolman. 2. Coolman. 3. Coolman. 4. Coolman. 5. Coolman. 6. Los chavales que me metieron en el contenedor

de basura. 7. Coolman. 8. Lo que había dentro del contenedor. 9. Coolman. 10. La carrera con el contenedor.

11. Coolman. 12. El final de la carrera. 13. Coolman. 14. El abuelo del lago. 15. Coolman. 16. Mis besucones padres. 17. El sonido ensordecedor de la habitación de

Anti. 18. Coolman. 19. Coolman.Etc., etc.

Paro en el punto 25, por lo que la lista no es espe-cialmente larga hoy, aunque Coolman ocupa, como es habitual, las cinco primeras plazas y unas cuantas más por debajo.

–¡Antígona! ¡Kai, ratoncito mío! ¡Chicos, la cena está lista! –grita mi madre, antes de que yo pueda confeccionar la lista con las cosas buenas que me han pasado hoy.

Entro en la cocina, donde está esperando mi madre, mientras mi padre está en el pasillo bajando los plomos de la habitación de Anti. Es el único modo de hacer que mi hermana salga de su negra cueva, ya que, teniendo en cuenta el ruido atronador de la música de su habitación,

¡Yo lo sé! ¡Yo lo sé!

¿Qué es lo que sabes?

Quéfue lo bueno

de hoy.

¡La carrera de conte­nedores estuvo genial! Y la gelatina del lago.

¡Deliciosa!

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Es muy sencillo. Todo lo que a Coolman le parece positivo va directamente a mi lista de cosas malas que me han sucedido durante el día. Así que mejor empiezo con lo malo, que hoy tengo un montón.

¿Qué me ha puesto hoy de los nervios? 1. Coolman. 2. Coolman. 3. Coolman. 4. Coolman. 5. Coolman. 6. Los chavales que me metieron en el contenedor

de basura. 7. Coolman. 8. Lo que había dentro del contenedor. 9. Coolman. 10. La carrera con el contenedor.

11. Coolman. 12. El final de la carrera. 13. Coolman. 14. El abuelo del lago. 15. Coolman. 16. Mis besucones padres. 17. El sonido ensordecedor de la habitación de

Anti. 18. Coolman. 19. Coolman.Etc., etc.

Paro en el punto 25, por lo que la lista no es espe-cialmente larga hoy, aunque Coolman ocupa, como es habitual, las cinco primeras plazas y unas cuantas más por debajo.

–¡Antígona! ¡Kai, ratoncito mío! ¡Chicos, la cena está lista! –grita mi madre, antes de que yo pueda confeccionar la lista con las cosas buenas que me han pasado hoy.

Entro en la cocina, donde está esperando mi madre, mientras mi padre está en el pasillo bajando los plomos de la habitación de Anti. Es el único modo de hacer que mi hermana salga de su negra cueva, ya que, teniendo en cuenta el ruido atronador de la música de su habitación,

¡Yo lo sé! ¡Yo lo sé!

¿Qué es lo que sabes?

Quéfue lo bueno

de hoy.

¡La carrera de conte­nedores estuvo genial! Y la gelatina del lago.

¡Deliciosa!

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mi padre no hubiese tenido la más mínima posibilidad de hacerse oír gritando.

Al poco, mi hermana entra en la cocina arrastrando los pies y, como siempre, se deja caer en la silla que tengo enfrente sin decir ni una palabra.

Anti inclina la cabeza hacia delante y la deja colgando encima del plato de sopa humeante. Con gran destreza, el cabello rodea al plato como si fuera una cortina de ducha y lo protege de cualquier mirada curiosa, sin llegar a meterse dentro de la sopa. Parece como si en vez de sorber la sopa, la inhalase. No le apetece nada charlar con nosotros.

–¡Aquí tenéis los tiques para esta noche, chicos! –nos dice mamá, deslizando por la mesa dos entradas para el estreno.

–Los asientos son de primera fila, para que podáis ver mejor a la Julieta más encantadora de todos los tiem-pos –añade papá, mientras se inclina hacia mi madre para darle un beso.

–El Romeo tampoco está nada mal –le piropea mi madre, devolviéndole el beso.

Una protesta sale desde detrás de la cortina de pelos de Anti, y a mí también me están entrando náuseas.

–¿Qué dices, Kai? –me pregunta mi padre.–¿Yo? ¡Nada! ¿Por qué? –respondo rápido.Mis padres no tienen ni idea de la existencia de

Coolman.¡Stop!Eso no es cierto.Cuando tenía cinco años les hablé de él.En aquel momento, se rieron y encontraron el

asunto de lo más gracioso. Pero cuando después de tres años continuaba acompañándome a cada paso, ya no lo encontraron tan divertido. Mi madre llamó a su hermana. Mi tía Tina va tres veces a la semana a un psi-quiatra porque cree que es la hija ilegítima de Obama, el presidente de los EE.UU., lo que es una completa tontería porque ella tiene casi cuarenta años y además no es negra, sino tan blanca como la piel de mamá.

¿Qué es eso?

¡Un casco antiachuchones!

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mi padre no hubiese tenido la más mínima posibilidad de hacerse oír gritando.

Al poco, mi hermana entra en la cocina arrastrando los pies y, como siempre, se deja caer en la silla que tengo enfrente sin decir ni una palabra.

Anti inclina la cabeza hacia delante y la deja colgando encima del plato de sopa humeante. Con gran destreza, el cabello rodea al plato como si fuera una cortina de ducha y lo protege de cualquier mirada curiosa, sin llegar a meterse dentro de la sopa. Parece como si en vez de sorber la sopa, la inhalase. No le apetece nada charlar con nosotros.

–¡Aquí tenéis los tiques para esta noche, chicos! –nos dice mamá, deslizando por la mesa dos entradas para el estreno.

–Los asientos son de primera fila, para que podáis ver mejor a la Julieta más encantadora de todos los tiem-pos –añade papá, mientras se inclina hacia mi madre para darle un beso.

–El Romeo tampoco está nada mal –le piropea mi madre, devolviéndole el beso.

Una protesta sale desde detrás de la cortina de pelos de Anti, y a mí también me están entrando náuseas.

–¿Qué dices, Kai? –me pregunta mi padre.–¿Yo? ¡Nada! ¿Por qué? –respondo rápido.Mis padres no tienen ni idea de la existencia de

Coolman.¡Stop!Eso no es cierto.Cuando tenía cinco años les hablé de él.En aquel momento, se rieron y encontraron el

asunto de lo más gracioso. Pero cuando después de tres años continuaba acompañándome a cada paso, ya no lo encontraron tan divertido. Mi madre llamó a su hermana. Mi tía Tina va tres veces a la semana a un psi-quiatra porque cree que es la hija ilegítima de Obama, el presidente de los EE.UU., lo que es una completa tontería porque ella tiene casi cuarenta años y además no es negra, sino tan blanca como la piel de mamá.

¿Qué es eso?

¡Un casco antiachuchones!

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Mi madre dice que la tía Tina tiene un par de pro-blemillas, mientras que mi padre dice que está como un cencerro. Y yo creo que papá es el que está en lo cierto. Cuando mi madre le pidió el teléfono del psiquiatra, dejé de hablarles de Coolman y desde entonces piensan que el problema está resuelto.

–Mamá y yo queremos deciros algo –empieza mi padre, mientras recoge los platos vacíos–. Si el estreno de hoy es un éxito, nos gustaría irnos de fin de sema-na romántico los dos. Sólo mamá y yo, como Romeo y Julieta. No tenéis nada en contra, ¿verdad? Ya sois mayorcitos.

La cortina de pelo de Anti comienza a temblar. Conozco muy bien a mi hermana: aunque no le pueda ver los ojos, sé exactamente qué le está pasando por la cabeza. Para ella, un fin de semana sin padres es lo más parecido al paraíso. Invitará a todos sus amigos y montará una fiesta brutal.

Beberán, fumarán y destrozarán toda la casa. El caos se apoderará de nosotros. Lo sé y no puedo hacer nada para evitarlo, a menos que...

–Mamá, ¿me lleváis con vosotros? Papá, por favor, por favor, ¡llevadme con vosotros! –suplico deslizándo-me por la silla hacia abajo para parecer más pequeño.

–Pero si tú eres mi gran ratoncito. Seguro que te las apañarás estupendamente –me anima mi madre, mientras me acaricia la cabeza.

Mi padre se mira el reloj y dice:–Debemos irnos, si no, llegaremos tarde. Y sin noso-

tros lo tienen complicado para empezar la función. Nos vemos en el teatro.

Mi madre me da un beso. Se ponen las chaquetas y se marchan.

¿Qué problema? ¿Acaso tienes un problema? ¡Yo te puedo ayudar! Cuéntame qué es

lo que te preocupa.

Pues verás, hay un tipo con capa que me persigue continua­

mente.

Eso es completamente

normal.

A mí también me persiguen continuamente. Verás, hay un chico que se

llama Kai...

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Mi madre dice que la tía Tina tiene un par de pro-blemillas, mientras que mi padre dice que está como un cencerro. Y yo creo que papá es el que está en lo cierto. Cuando mi madre le pidió el teléfono del psiquiatra, dejé de hablarles de Coolman y desde entonces piensan que el problema está resuelto.

–Mamá y yo queremos deciros algo –empieza mi padre, mientras recoge los platos vacíos–. Si el estreno de hoy es un éxito, nos gustaría irnos de fin de sema-na romántico los dos. Sólo mamá y yo, como Romeo y Julieta. No tenéis nada en contra, ¿verdad? Ya sois mayorcitos.

La cortina de pelo de Anti comienza a temblar. Conozco muy bien a mi hermana: aunque no le pueda ver los ojos, sé exactamente qué le está pasando por la cabeza. Para ella, un fin de semana sin padres es lo más parecido al paraíso. Invitará a todos sus amigos y montará una fiesta brutal.

Beberán, fumarán y destrozarán toda la casa. El caos se apoderará de nosotros. Lo sé y no puedo hacer nada para evitarlo, a menos que...

–Mamá, ¿me lleváis con vosotros? Papá, por favor, por favor, ¡llevadme con vosotros! –suplico deslizándo-me por la silla hacia abajo para parecer más pequeño.

–Pero si tú eres mi gran ratoncito. Seguro que te las apañarás estupendamente –me anima mi madre, mientras me acaricia la cabeza.

Mi padre se mira el reloj y dice:–Debemos irnos, si no, llegaremos tarde. Y sin noso-

tros lo tienen complicado para empezar la función. Nos vemos en el teatro.

Mi madre me da un beso. Se ponen las chaquetas y se marchan.

¿Qué problema? ¿Acaso tienes un problema? ¡Yo te puedo ayudar! Cuéntame qué es

lo que te preocupa.

Pues verás, hay un tipo con capa que me persigue continua­

mente.

Eso es completamente

normal.

A mí también me persiguen continuamente. Verás, hay un chico que se

llama Kai...

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Mi madre dice que la tía Tina tiene un par de pro-blemillas, mientras que mi padre dice que está como un cencerro. Y yo creo que papá es el que está en lo cierto. Cuando mi madre le pidió el teléfono del psiquiatra, dejé de hablarles de Coolman y desde entonces piensan que el problema está resuelto.

–Mamá y yo queremos deciros algo –empieza mi padre, mientras recoge los platos vacíos–. Si el estreno de hoy es un éxito, nos gustaría irnos de fin de sema-na romántico los dos. Sólo mamá y yo, como Romeo y Julieta. No tenéis nada en contra, ¿verdad? Ya sois mayorcitos.

La cortina de pelo de Anti comienza a temblar. Conozco muy bien a mi hermana: aunque no le pueda ver los ojos, sé exactamente qué le está pasando por la cabeza. Para ella, un fin de semana sin padres es lo más parecido al paraíso. Invitará a todos sus amigos y montará una fiesta brutal.

Beberán, fumarán y destrozarán toda la casa. El caos se apoderará de nosotros. Lo sé y no puedo hacer nada para evitarlo, a menos que...

–Mamá, ¿me lleváis con vosotros? Papá, por favor, por favor, ¡llevadme con vosotros! –suplico deslizándo-me por la silla hacia abajo para parecer más pequeño.

–Pero si tú eres mi gran ratoncito. Seguro que te las apañarás estupendamente –me anima mi madre, mientras me acaricia la cabeza.

Mi padre se mira el reloj y dice:–Debemos irnos, si no, llegaremos tarde. Y sin noso-

tros lo tienen complicado para empezar la función. Nos vemos en el teatro.

Mi madre me da un beso. Se ponen las chaquetas y se marchan.

¿Qué problema? ¿Acaso tienes un problema? ¡Yo te puedo ayudar! Cuéntame qué es

lo que te preocupa.

Pues verás, hay un tipo con capa que me persigue continua­

mente.

Eso es completamente

normal.

A mí también me persiguen continuamente. Verás, hay un chico que se

llama Kai...

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–Como te atrevas a chivarte, enano... –me dice la voz amenazante de Anti detrás de su pelo, justo en el momento que se cierra la puerta de la calle–. Si te portas bien, te dejaré que invites a un par de amigos tuyos a mi fiesta, con la condición de que no se traigan sus ositos de peluche y sus cochecitos de bebé.

Anti me conoce desde hace exactamente el mismo tiempo que yo a ella y, naturalmente, sabe que sé lo que está tramando. Ella también sabe lo que yo pienso. Esta fiesta caerá sobre mí como una avalancha; uno ve cómo la nieve se le va acercando pero, aun así, no tiene ninguna oportunidad de esquivarla; entonces la nieve llega y todo se acaba. Todo se acaba para siempre...

3La cruda realidad

Romeo y Julieta nos han dejado dinero para que coja-mos un taxi y lleguemos puntuales al estreno, pero Anti no quiere ir en taxi.

–¿Quieres ser el culpable de que pasemos las próxi-mas Navidades en bañador? ¡Yo, no! –me argumenta. En realidad, el cambio climático no le interesa lo más mínimo, sino la pasta que nos ahorramos si vamos a pie. Como la paga semanal se la gasta íntegra en potingues de color negro, no le sobra mucho para poder costearse un fiestorro en un fin de semana libre de padres. Es un milagro que se haya gastado algo de dinero comprando flores para dárselas a mamá y papá esta noche...

¿Fiesta? ¿He oído por ahí la palabra fiesta?

Guay.

Bailaremos y noslo pasaremosgenial.

Y después tendremos que reconstruir

la casa.

¡Pero habrá merecido la pena!

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–Como te atrevas a chivarte, enano... –me dice la voz amenazante de Anti detrás de su pelo, justo en el momento que se cierra la puerta de la calle–. Si te portas bien, te dejaré que invites a un par de amigos tuyos a mi fiesta, con la condición de que no se traigan sus ositos de peluche y sus cochecitos de bebé.

Anti me conoce desde hace exactamente el mismo tiempo que yo a ella y, naturalmente, sabe que sé lo que está tramando. Ella también sabe lo que yo pienso. Esta fiesta caerá sobre mí como una avalancha; uno ve cómo la nieve se le va acercando pero, aun así, no tiene ninguna oportunidad de esquivarla; entonces la nieve llega y todo se acaba. Todo se acaba para siempre...

3La cruda realidad

Romeo y Julieta nos han dejado dinero para que coja-mos un taxi y lleguemos puntuales al estreno, pero Anti no quiere ir en taxi.

–¿Quieres ser el culpable de que pasemos las próxi-mas Navidades en bañador? ¡Yo, no! –me argumenta. En realidad, el cambio climático no le interesa lo más mínimo, sino la pasta que nos ahorramos si vamos a pie. Como la paga semanal se la gasta íntegra en potingues de color negro, no le sobra mucho para poder costearse un fiestorro en un fin de semana libre de padres. Es un milagro que se haya gastado algo de dinero comprando flores para dárselas a mamá y papá esta noche...

¿Fiesta? ¿He oído por ahí la palabra fiesta?

Guay.

Bailaremos y noslo pasaremosgenial.

Y después tendremos que reconstruir

la casa.

¡Pero habrá merecido la pena!

PASATIEMPOS CON COOLMANEncuentra las 7 diferencias en estas imágenes.

Yo no le tengo miedo al agua.

Yo no le tengo miedo al agua.

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–Como te atrevas a chivarte, enano... –me dice la voz amenazante de Anti detrás de su pelo, justo en el momento que se cierra la puerta de la calle–. Si te portas bien, te dejaré que invites a un par de amigos tuyos a mi fiesta, con la condición de que no se traigan sus ositos de peluche y sus cochecitos de bebé.

Anti me conoce desde hace exactamente el mismo tiempo que yo a ella y, naturalmente, sabe que sé lo que está tramando. Ella también sabe lo que yo pienso. Esta fiesta caerá sobre mí como una avalancha; uno ve cómo la nieve se le va acercando pero, aun así, no tiene ninguna oportunidad de esquivarla; entonces la nieve llega y todo se acaba. Todo se acaba para siempre...

3La cruda realidad

Romeo y Julieta nos han dejado dinero para que coja-mos un taxi y lleguemos puntuales al estreno, pero Anti no quiere ir en taxi.

–¿Quieres ser el culpable de que pasemos las próxi-mas Navidades en bañador? ¡Yo, no! –me argumenta. En realidad, el cambio climático no le interesa lo más mínimo, sino la pasta que nos ahorramos si vamos a pie. Como la paga semanal se la gasta íntegra en potingues de color negro, no le sobra mucho para poder costearse un fiestorro en un fin de semana libre de padres. Es un milagro que se haya gastado algo de dinero comprando flores para dárselas a mamá y papá esta noche...

¿Fiesta? ¿He oído por ahí la palabra fiesta?

Guay.

Bailaremos y noslo pasaremosgenial.

Y después tendremos que reconstruir

la casa.

¡Pero habrá merecido la pena!

PASATIEMPOS CON COOLMANEncuentra las 7 diferencias en estas imágenes.

Yo no le tengo miedo al agua.

Yo no le tengo miedo al agua.

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¿Y cómo se te dan los sudokus?

Primer nivel

5 3 2 1 7 6 9 81 7 3

9 8 2 14 3 8 9

2 7 33 6 9 4 2

3 7 98 9 5 6

5 6 9 4 2Segundo nivel

7 6 9 3 21 2 7 3 63 2 5 9 44 1 6

9 8 5 39 18 5 9 35 4 2 6 82 1 4 6 9 5

31

¡Y ahora una de letras! ¿Eres capaz de encontrar 7 palabras en cada sopa de letras para definir a Coolman?

K O I N G E N I O S O AD U T G H V T R E R A SI I D V A L I E N T E UV A W T S F N T K L O PE B L B M D V V I B N ER I I W V O I Y U Q L RT F U G R E S V S G H HI H F A T S I W E Z X ED B I R R O B T Ñ R C RO L E E F P L Y I H B OV U U G J L E W D T R EF F G E H U T G U A Y B

K O M E T E P A T A S SM D U A H V T R E R X MA P E S A D O E N T E CL E C S R O T A K T G AO B A N C I N T N B E RC I R V V A A E U Q R AA F A I R R R T S A A DD H O D A R R A A Z T UO B N C U O N T D D C RI L S C O R U R R O N AV E O L J L A W D T R OD F I N V I S I B L E M

Coolman es...

Coolman es...

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¡Y ahora una de letras! ¿Eres capaz de encontrar 7 palabras en cada sopa de letras para definir a Coolman?

K O I N G E N I O S O AD U T G H V T R E R A SI I D V A L I E N T E UV A W T S F N T K L O PE B L B M D V V I B N ER I I W V O I Y U Q L RT F U G R E S V S G H HI H F A T S I W E Z X ED B I R R O B T Ñ R C RO L E E F P L Y I H B OV U U G J L E W D T R EF F G E H U T G U A Y B

K O M E T E P A T A S SM D U A H V T R E R X MA P E S A D O E N T E CL E C S R O T A K T G AO B A N C I N T N B E RC I R V V A A E U Q R AA F A I R R R T S A A DD H O D A R R A A Z T UO B N C U O N T D D C RI L S C O R U R R O N AV E O L J L A W D T R OD F I N V I S I B L E M

Coolman es...

Coolman es...

Page 34: TIEMPOS MAN

SOLUCIONES

Sudokus

Sopa de letras

Las 7 diferencias

1. Divertido, ingenioso, fuerte, guay, invisible, superhéroe, valiente

2. Descarado, invisible, ocurrente, pesado, metepatas, caradura, alocado

Primer nivel

453217698821695473976438521745382169692174385318569742237956814184723956569841237

Segundo nivel

769843521145297836382156974438721659627985413951634287876519342594372168213468795

Yo no le tengo miedo al agua.

Yo no le tengo miedo al agua.

El único superhéroe que te meterá en apuros

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SOLUCIONES

Sudokus

Sopa de letras

Las 7 diferencias

1. Divertido, ingenioso, fuerte, guay, invisible, superhéroe, valiente

2. Descarado, invisible, ocurrente, pesado, metepatas, caradura, alocado

Primer nivel

453217698821695473976438521745382169692174385318569742237956814184723956569841237

Segundo nivel

769843521145297836382156974438721659627985413951634287876519342594372168213468795

Yo no le tengo miedo al agua.

Yo no le tengo miedo al agua.

El único superhéroe que te meterá en apuros

Page 36: TIEMPOS MAN

Kai es un joven aparentemente normal. Y lo sería, de

hecho, si no tuviera siempre a su lado a Coolman, un

héroe a quien sólo él puede ver y que siempre acaba me-

tiéndole en situaciones comprometidas que le conducen

al desastre. ¡Pero nunca es culpa de Coolman! Con un fin

de semana por delante sin padres, una hermana mayor

que planea una fiesta espectacular y un baile de disfra-

ces en la escuela al cual se supone que Kai tiene que ir

vestido de berenjena, solamente hay una cosa que nuestro

protagonista pueda hacer: emigrar.

O enfrentarse a la situación con valentía... ¡y con

Coolman!

Más información y descarga de juegos, materiales y pro-

puestas didácticas en www.coolmanyyo.com.

Las aventuras de Coolman continúan.

En las librerías,

en septiembre de 2012