Tiempo de caminar guión obra de teatro
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1
TIEMPO
DE
CAMINAR Por María Velasco
Nos enseñaron desde niños
cómo se forma un cuerpo
sus órganos sus huesos
sus funciones sus sitios
pero nunca supimos
de qué estaba hecha el alma.
Mario Benedetti.
2
DRAMATIS PERSONAE1
NARRADORA
TERESA
RODRIGO
PADRE
PRIORA
CONFESOR
PRELADO
HUÉRFANA
SEÑORA
JUAN DE LA CRUZ
MÚSICO
ORANTE 1
ORANTE 2
1 Se recomienda la siguiente distribución:
Actriz 1: Teresa
Actriz 2: Priora, Huérfana, Señora, Orante 2.
Actor 1: Rodrigo, Juan de la Cruz, Músico.
Actor 2: Padre, confesor, prelado, Orante 1.
3
TIEMPO DE CAMINAR
(La escenografía se compone de varios bodegones, bajo el influjo del primer barroco y
sus violentos claroscuros, distribuidos sobre un carro que emula los de los autos
sacramentales: un lecho con dosel, un escritorio con una montonera de libros, un nido
compuesto de piedras y vegetación, un vano con campana, etc.)
1
(Teresa yace pacíficamente en el lecho, rodeada por tres acompañantes –el total de los
actores de la pieza-. Se escucha entre susurros el Credo y la imprecación de una voz
masculina que dice “míreme, madre”. El pecho de Teresa se estremece precediendo el
momento en que uno de los orantes le brinda el sacramento de la unción).
ORANTE 1 (mientras hace la señal de la cruz en la frente y las manos de la enferma):
Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia
del Espíritu Santo. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte
en tu enfermedad. Amén.
(Poco después de que, sobre su frente, se haya vertido el óleo de los enfermos, expira.
Otro de los acólitos coloca las manos y derrama unas gotitas de cera sobre los ojos. El
conjunto torna a hincar las rodillas, mientras en la pantalla aparece el siguiente
texto...)
“Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
4
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero”.
(La santa mueve una mano, entre cuyos dedos abriga un crucifijo, y abre muy
lentamente los ojos –pequeños gestos recogidos en plano detalle en la pantalla de
proyección-. Se incorpora y camina pacíficamente hasta su escritorio, donde, tras
besar una cruz, moja la pluma en el tintero.)
NARRADORA: Al menos en dos ocasiones estuve muerta en vida, por no hablar
de los arrobamientos… y mil muertes más moriría. La primera, resucitando, di
gusto a mi padre que, alborotado, gritaba al pie del lecho “¡esta hija no es para
enterrar!”. (Pausa.) Ahora, miedo no tengo, morir paréceme facilísima cosa.
(Teresa mira a los orantes, que se deshacen en señales de duelo.)
NARRADORA: No tengáis lágrimas, no me mostréis pena, no se aflija vuestro
espíritu y, sobre todo, no digan en muerte de esta pobre mujercilla, flaca y con
poca fortaleza, que fue dulce, piadosa ni humilde… No pongáis tan precioso licor
en vaso tan quebrado, que no hay para qué, sino para que pierda autoridad.
(Pausa.). No fiéis de esos halagos, porque mal ejemplo les di y he dado. Tampoco
fiéis del retrato que me hizo Fray Juan de la Miseria: fea y legañosa. Para conocer
mi naturaleza, cosas muy importantes y pequeñas cosas, me animé a obedecer en
escribir esto.
(Pone punto y final al párrafo y se levanta. El séquito que rodeaba el lecho sale. Solo
un actante permanece en la escena para el acompañamiento musical.)
NARRADORA: Relaciones, mercedes y cuentas de la conciencia… Desde que hay
memoria fui amiga de letras.
(Comienza a sonar Susana Un Jur, por Antonio de Cabezón. En pantalla un alboroto de
páginas del reciente arte tipográfíco, con letras capitulares e iluminaciones, se disipa
como una bandada de pájaros.)
5
2
(Teresa se quita el velo. Aunque en su semblante prosiguen inscritos los signos de la
enfermedad, la cabellera le atribuye un toque juvenil; asimismo, las ropas de seglar
que viste debajo del hábito –para facilitar la transición-. Se sienta en el suelo
descuidada y entra jovial su hermano RODRIGO que, tras intercambiar un gesto
cómplice, se acomoda a su lado con un libro. Ella mira la cubierta con desilusión. La
música funde para dar pie a una primera réplica…)
TERESA (Con desilusión infantil.): ¿Vidas de Santos? ¿Por qué no hazañas o proezas
de caballeros, servicio de damas o palacios?
(Imita el arte de la esgrima, el beso en una mano, etc.)
RODRIGO: A padre le pesa que leas esos libros.
TERESA: En secreto escribiendo esto estoy... (Grandilocuente.) ¡”El caballero de
Ávila”! Érase que se era…
(Rodrigo hace caso omiso de sus fantasías e interrumpe con intención leyendo un
fragmento del Flos Sanctorum.)
RODRIGO: “Si te deleitan los hechos maravillosos y fingidos de los esforzados
caballeros que, puestos en las batallas, no supieron volver las espaldas, lee este libro y
verás los triunfos muy gloriosos de los apóstoles…”
(Teresa finge dormirse para molestar a su hermano.)
RODRIGO: “Si sientes tu corazón inclinado a la lección de los que en este mundo se
amaron y por guardarse la fe se ofrecieron voluntarios a la muerte, hazte familiar a este
libro y verás que en tal manera el amor dulce de Jesucristo ocupó el corazón de las
santas vírgenes”2.
(Teresa abre de súbito los ojos.)
2 Flos Sanctorum Renacentista.
6
TERESA: ¿Por qué no puedo yo tener afición como madre por los libros de caballeros?
RODRIGO: Porque madre no pierde su labor. Tú gastas el día y la noche en ese
ejercicio.
TERESA: ¡Leer estas historias es toda mi recreación!
(Teresa va a contra argumentar cuando su hermano la calla.)
RODRIGO (Lee): “‘Llámome Catalina. Bien conocido es mi linaje en esta ciudad. He
gastado mi vida en estudios de retórica y filosofía’. Comenzó a dar razón de sí y de su
fe, con tan singular sabiduría, que el emperador Maximino, al oír la fuerza de sus
razones a las cuales no supo responder, mandó llamar de todas las partes de su imperio a
los varones más sabios y elocuentes, que cuando supieron la causa de su llamamiento,
quedaron corridos por parecerles que no convenía a su reputación el hacer tanto caso de
una mujer. Concurrió toda la ciudad a ver un espectáculo tan nuevo en que cincuenta
hombres tenidos por la flor de todas las universidades, habían de disputar con una
doncella de dieciocho años. Mas después de que disputaron, y fueron convencidos por
Santa Catalina, sin saber qué responder, quedaron mucho más afrentados. Una mujer
flaca humilló a los soberbios y confundió a los Emperadores y derribó la altivez del
mundo”.
(Teresa, completamente entregada a la lectura, da unos tirones a su hermano para que
prosiga.)
RODRIGO: “Muy acongojado y rabioso quedó Maximino y con gran deseo de atraer a
su voluntad a Santa Catalina, habló con amor fingido. Mas como todo ello no hizo mella
en el corazón de la bienaventurada, convirtió las dulzuras y halagos en amenazas,
diciendo que la mandaría dar cruelísimos tormentos. A lo cual respondió…”
(Le da a leer a ella las siguientes líneas.)
TERESA: “Haz lo que quisieres, que tus tormentos por crueles que sean, se acabarán, y
el premio de ellos durará para siempre”. (Saliendo de su ensimismamiento.) ¿Y si nos
fuéramos a tierra de moros?
RODRIGO.- ¿Por qué no a las Indias? (Soñador.) ¡A la conquista del Perú!
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TERESA.- Porque allí nos descabezasen.
RODRIGO.- ¿Qué?
TERESA.- Compraríamos muy barato el ir a gozar de los grandes bienes que hay en el
cielo.
RODRIGO: La última vez que me enrolaste en tus aventuras apenas llegamos al puente
del Río Adaja.
(Silencio.)
TERESA.- ¿Por qué ha de ser imposible ir adonde nos maten por Dios?
(Rodrigo se encoge de hombros. Teresa, obstinada, empieza a reunir unas piedras en el
suelo.)
RODRIGO: ¿Qué haces?
TERESA: Una ermita.
RODRIGO: ¡Como verter el agua del mar en un pozo!
(Rodrigo sopla y la torre de piedrecillas se desparrama por el suelo. Teresa se queda
mohína.)
TERESA: ¿Jugamos a los monasterios?
RODRIGO: ¿Y qué seré yo?
TERESA: Monja.
RODRIGO: Soy varón. ¿Y tú? ¿Deseas ser monja?
TERESA (Tajante): No.
NARRADORA: “Pertenece a los niños la belleza / como un retrato de Dios tal vez,
/ la paz y el silencio son su naturaleza, / entregada a la alabanza de los ángeles”3.
(Pausa.) ¿Desde esta edad era todo vuestra? Yo no sé. Cuando murió mi madre le
pedí a Nuestra Señora que tuviera a bien el reemplazarla (imagen de una niña
3 Friedrich Hölderlin (1770-1843), A la muerte de un niño.
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abrazándose a una talla de la virgen) Pero no estuve entera en los buenos deseos que
comencé...
(Grave y penetrante, una voz masculina recita versos en torno a los tópicos literarios
renacentistas del “Carpe diem” o “Collige, virgo, rosas”. Teresa se tapa los oídos y se
palpa la frente como si padeciese una terrible migraña.)
VOZ MASCULINA: Coge, virgen, las rosas, mientras la juventud y la flor están en
sazón; coge de tu alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado cubra de
nieve la hermosa cumbre. Goza, cuello; goza, cabello, labio y frente, antes que lo que
fue en tu edad dorada lirio, clavel, oro y cristal luciente, no solo en plata se vuelva, mas
tú, y ello juntamente, tierra, humo, polvo… nada4.
NARRADORA: ¡Bendito seáis, que aunque yo os dejaba, no me dejasteis! Con
grandes regalos castigabais mis culpas. (Pausa.) Mucho antes de conocer vuestro
rostro o vuestro nombre, os amaba...
(Imágenes de un baile a ras de suelo. Pies en movimientos circulares y enfrentados. Se
escucha también una risa femenina distorsionada, y un bullicio de ecos siniestros sobre
una Chacona. El ambiente se emponzoña hasta cesar el audio de súbito y Teresa se
destapa la cara con alivio.)
NARRADORA: No había tres meses que andaba en estas vanidades cuando me
llevaron a un monasterio donde estuve de seglar año y medio, hasta que diome una
gran enfermedad, y tornaronme a casa de mi padre.
3.
(Suena Folías -Pavana con su Glosa-, por Antonio de Cabezón, mientras Teresa
desaliña su pelo y su atuendo. En un gesto liberador, la joven se deshace de un sayo
rojo, de un carmesí tan encendido como el de la vestimenta de Cristo en El Expolio,
del Greco; asimismo, varias capas de seda y lana, con adornos de raso y terciopelo.
4 Versos del poeta latino Ausonio; del Soneto XXIII, de GarciIaso de la Vega, y de Mientras por competir
tu cabello, de Luis de Góngora.
9
Incinera todos los vestidos, animando el fuego con leña y una atizadora. Cesa la
música cuando su PADRE la sorprende.)
PADRE (Acariciándole la mejilla): Con o sin galas, en estando buena, es harta tu
hermosura.
TERESA: Quisiera perder la belleza con que las mujeres andan tan vanas y tan locas…
mientras más se regalan, más necesidades descubren…
PADRE: El señor te ha dado gracias.
TERESA: También a mi madre, y se vestía como persona de mucha edad.
PADRE: Todo te cae bien, aunque sea un trapo que te vistas.
TERESA: Vengo de entender que todo es mentira y no deseo más que hábito de sayal.
PADRE (Mudando el ánimo): ¿Hábito?
TERESA: Sí, padre.
(Silencio.)
PADRE: Eras enemiga de ser monja.
TERESA: No en mi más íntimo yo.
(Tensión. Nuevo silencio.)
PADRE (Tomándole las manos): Teresa, ya no albergo sospecha de ti.
TERESA: Ni yo el deseo de parecer bien.
(El padre queda profundamente conmovido intuyendo aquello que Teresa trata de
decirle.)
PADRE: Eres mi hija más querida.
TERESA: ¿Aún después de haber ofendido a Dios?
PADRE: Solo sentía tus compañías.
TERESA (Risueña.): Quedóme la honra, porque no soy conquista fácil. (El padre
asiente.) Pero, al final, Dios lo ha conseguido.
(Queda pensativa, en lo que él se impone vehemente...)
10
PADRE: Se puede tener mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos fuera
de los monasterios.
TERESA: Vos me disteis el ejemplo.
PADRE: Tu hermana es perfecta siendo casada.
TERESA: Y honestidad y bondad tiene mucha.
(El padre se mesa la barba y se refriega la arrugada frente, como tratando de arrancar
nuevos argumentos.)
PADRE: La Sagrada Escritura dice que no es bueno que el hombre esté solo.
TERESA: En él lo he hallado todo.
PADRE: Y él, por su persona, juntó las manos a los primeros casados.
(Teresa se sonríe, luego se agacha para atizar el fuego. El padre se afana en
detenerla.)
PADRE: No tienes obligación de estos desasimientos.
TERESA: En ellos solo hallo ganancias… y alas. Teníanme muy atada las cosas del
mundo. (Silencio, luego queda.) El oficio natural de la perfecta casada es ser perpetuo
refrigerio y halago blando; sufrir y solazar al marido cuando viene a casa, sin que
ninguna excusa la desobligue5. (Pausa.) Libres quiere Dios a sus esposas.
(Teresa se dispone a salir.)
PADRE (Desahuciado.): ¿Quién sustentará ahora mi plática?
(Teresa duda por unos instantes. Se vuelve a su padre y lo abraza. Segura de sí, aunque
con ternura, le dice…)
TERESA: Sois mi padre, pero mi libertad no es esclava… de vos ni de nadie.
(Separándose.) Soy de Dios, padre... Soy libre.
5 La perfecta casada, de Fray Luis de León.
11
(Coincidiendo con su salida definitiva y el relato de su ingreso en el convento se
escucha Folías -Pavana con su Glosa-.)
NARRADORA: En noviembre de 1535, a los veinte años de edad, ingresé muy de
mañana en el Monasterio de la Encarnación, donde tenía gran amiga. (El
monasterio abulense se alza ante nuestra vista, cada vez más próximo. La neblina y
los pasos de la andariega confieren a la imagen un filtro inestable, como de acuarela
impresionista. El viento sopla con insistencia.) Verdad es que las enfermedades, que
solía tener muchas, lleváronme fuera en ocasiones que yo di prisa en irme al
monasterio. Allí me volvía a amarle sin saber todavía en qué estaba el amar.
4.
(Teresa, muy desmejorada físicamente, sostiene entre sus manos el Libro de Job y un
humilde rosario. A la vez que lee las siguientes líneas, empapa su sudor con un lienzo
blanco y reprime un quejido, un dolor.)
TERESA: “¡Si pudiera saber dónde encontrar a Dios,
cómo llegar hasta su propio trono!
Mas si voy al oriente, no está allí,
si voy al occidente, no lo encuentro,
voy al norte y tampoco puedo verlo,
voy al sur y no puedo descubrirlo”.
(La pantalla nos muestra un claustro de piedra alegrado por los rayos solares. A los
cantos de los pájaros se sobreponen las tímidas quejas de Teresa que, viendo a la
PRIORA acercarse, se compone y finge contento.)
PRIORA: ¡Qué pálida estáis!
TERESA: Después de las curas, tengo mucha mejoría, madre.
PRIORA (Alisándole el hábito): La mudanza de vida os ha hecho daño…
TERESA: Vivo a mi placer.
PRIORA: En el convento, andáis barriendo en horas que antes ocupabas en vuestro
regalo…
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TERESA (Esforzándose, pese a su debilidad, en sonreír): Tengo gran contento de ser
monja.
PRIORA: Os crecen las calenturas y los desmayos…
TERESA: Sé que serviría más a Dios con salud, mas siempre tengo bien poca.
(Silencio. La priora se muestra insistente.)
PRIORA: Busco causas a vuestra pena.
TERESA (Justificándose.): Ando con alegría y libertad.
PRIORA: ¿Y por qué os apartáis muchas veces?
TERESA: Teniendo soledad y libros, tengo bien.
PRIORA: Lloráis...
TERESA (Sincerándose al fin): Por mis pecados.
PRIORA: Sin tener culpa os culpáis hartas veces.
TERESA: No cumplo con mi deber.
PRIORA: ¡Dios no está descontento!
TERESA: En lo exterior tengo buenas apariencias, pero pareciendo humildad, os
engaño.
PRIORA: Los comienzos son duros. Trabajad, haced las pequeñas cosas del día, y
rezad.
TERESA: Me hallo que tampoco puedo tener oración. (Se resquebraja por completo.)
La meditación sobre tema obligado es un verdadero tormento.
PRIORA: Vuestra angustia hace temblar. (Pausa.) ¿Qué tiene vuestra alma que ponéis
espanto a quien os ve?
(A Teresa le da un vahído y tiene que apoyarse.)
TERESA: Perdonad mi flojedad. Mal huésped tengo con este cuerpo.
PRIORA (Alarmada): Sufrís mucho.
TERESA: No es nada.
PRIORA: Os reprocho vuestras mortificaciones. Sin hierro ni derramamiento de sangre
podemos ser mártires. ¿Dónde están los dolores?
TERESA: De los pies a la cabeza, pero el del alma es mucho más recio.
PRIORA: No os mováis.
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(Mira a un lado y a otro buscando ayuda.)
TERESA: Quisiera apartarme del mundo.
PRIORA: Habitáis un monasterio, y no de los muy abiertos.
TERESA: Los rumores penetran por todas partes. Visitas y charlas se tienen por lícitas,
no solo en el locutorio, también en las ventanas. Envidio a los que están en los desiertos.
¿A qué venimos los religiosos a un monasterio? Las monjas llevan zapatos y visten de
suave tela, tienen cosas consigo, criadas y hasta esclavas. ¡Hay tantas suavizaciones!
¿Pensáis que es posible, quien ama a Dios, amar vanidades? No puede, ni deleites, ni
cosas del mundo, ni honras, ni envidias.
(Trata de incorporarse.)
PRIORA: No estáis en condiciones de caminar.
(Teresa sufre un desmayo. La priora, de complexión fuerte, la sostiene. Figuran una
imagen de La Piedad.)
PRIORA: Me espanto de vuestra paciencia. Tan moza, y la lengua hecha pedazos de
mordida; la garganta, que aun el agua no puede pasar; toda encogida, hecha un ovillo,
que solo tenéis los huesos. (Compadecida.) Con pena sobre pena os quebranta.
TERESA: “Si recibimos los bienes de su mano, ¿por qué no los males?”6 Es preciso
volverse ciega, sorda y muda... (Ahogando un quejido que le hace encoger.) Todo es
gracia.
(Con miedo y escándalo por el misticismo de Teresa, sus accesos y sus palabras, la
priora la abandona a su suerte...)
NARRADORA: Los médicos me desahuciaron. Con dolores incomportables se me
encogían los nervios. La noche de Nuestra Señora de Agosto diome un paroxismo
que me duró cuatro días… Teníanme abierta la sepultura. Pasé esta guerra tan
penosa casi tres años y daba gracias a Dios cuando comencé a andar a gatas.
6 Libro de Job.
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(Pausa.) Iba quemada, sin saber quién ni por dónde me ponía fuego, cuando
entrando un día en el oratorio vi una imagen de Cristo muy llagado y empezó a
despertar mi alma.
5.
(En la pantalla, los dedos de Teresa rozan las hendiduras de una talla de la Pasión;
alivia el pecho y la espalda, y se detiene en las espinas como deseando ablandarlas, al
compás de O magnum mysterium, por Tomás Luis de Victoria. En escena, adquiere
protagonismo un bodegón constituido por una calavera, libros y un extenso
manuscrito.)
TERESA (Estorbada por el pudor.): Gran temor me hizo al principio. Los temblores me
duraron más de una hora. El alma parecía estar fuera de sí, perdida la memoria…
CONFESOR (Joven y algo inexperto): ¿Y el entendimiento…?
TERESA: Como espantado de lo mucho que entiende.
CONFESOR: Importa declarar bien...
TERESA: Vile entonces…
CONFESOR (Husmeando entre los libros de la Santa): ¿Con los ojos?
TERESA: Con los del alma más claramente que le pudiera ver con los del cuerpo…
Con la corona de espinas; cubierto de llagas corriendo sangre; fatigado, me parece, y
hecho pedazos.
CONFESOR: ¿”Me parece”?
TERESA: Siempre, en cosas dificultosas, voy con ese lenguaje.
CONFESOR: Con una visión semejante de Cristo, inmerso en soledad y falto de
esperanza, es posible perder la fe. ¿Quién os dijo que era Él?
(Silencio. El confesor coge uno de los volúmenes que componen el bodegón.)
CONFESOR: Leéis demasiadas cosas.
TERESA: Un tío mío de grandes virtudes, que dejó todo lo que tenía y fue fraile, diome
este libro sobre la oración de recogimiento.
15
CONFESOR (Desdeñoso): ¿“Espiritualidad de rincón”7?
TERESA: Es todo comunicación. Amor habla, y está el alma tan enajenada, que no
miro la diferencia que haya de ella y Dios. (Consciente de lo controvertido de sus
declaraciones, se retracta.) Vuestra merced me perdone.
(El confesor sustrae un nuevo libro.)
CONFESOR: Confesiones de San Agustín…
TERESA: En los santos que después de ser pecadores el Señor tornó a Sí, hallo mucho
consuelo.
CONFESOR (Echando todos los libros a un lado): El Índice prohíbe la lectura de obras
místicas.
TERESA: ¿Cómo pueden hacer crimen en sus súbditos el enseñar o aprender de otros
hombres?
CONFESOR (Con autoritarismo): Con el Paternoster y el Avemaría es suficiente. ¡No
son menester más letras!
TERESA: ¡Mi alma teme estar sin ellas! Como una compañía o escudo, reciben los
golpes de muchos pensamientos.
CONFESOR: ¡Hacen daño a la imaginación!
TERESA: Quisiera yo siempre traer delante su imagen, mas tengo tan torpe la
imaginación que nunca acabo de representarlo. Como quien está ciego o a oscuras, no
puedo esculpirlo en mi alma.
CONFESOR (Cauto): No habléis de cosas tales y tan subidas queriendo imitar a los
santos.
TERESA: ¡Qué alma fuese tan desalmada!
CONFESOR: Arrobos y visiones no van con personas de flaca complexión, acaecen
grandes ilusiones en mujeres. ¡Rabiamientos!8
TERESA: Suplico seamos todos enfermos de este mal que estoy yo ahora.
CONFESOR: ¡Qué locura aquesta tan grande!
TERESA: Mal Bueno, celestial locura. No sé yo si atino a lo que digo o si lo sé decir,
mas es entera verdad, y no digo cosas que no las haya experimentado mucho. Vuestra
merced me pidió que las escribiera.
7 Melchor Cano.
8 Melchor Cano.
16
CONFESOR: Solo para ayudar a vuestra flaqueza conociéndolas mejor. (Atenazado.)
Mas no estoy en condiciones…
TERESA: Y lo escribí con harta confusión y vergüenza.
CONFESOR: No tanta como habíais. (Pausa.) ¡Andan los demonios como jugando a la
pelota con el alma!
TERESA: Vivo segura de que es Dios.
CONFESOR: Engaños hace el Maligno, transfigurado en ángel de luz, y otras cosas de
esta suerte.
TERESA (Compungida): ¡Una higa para todos los demonios! ¿Dios juega conmigo? ¿A
los que le aman consiente ser engañados? Tengo más miedo a los que tan grande le
tienen al Maligno que a él mismo… en especial si son confesores. (Autocensurándose.)
Perdonadme, he estado muy atrevida.
(Ambos se quedan absortos y pensativos.)
CONFESOR: ¿Creéis que fue un milagro?
TERESA: No hay aquí que temer, sino que desear.
CONFESOR: ¿Se lo contaréis al obispo?
TERESA: Pido que sea secreto lo que os dijere de confesión. No lo escribí para ser
conocida.
(Nuevo silencio durante el que el confesor se devana los sesos...)
CONFESOR: Procurad distraeros de suerte que no tengas soledad, así habrá remedio de
resistir.
TERESA: Muchas veces querría, y pongo todas mis fuerzas. Alguna, con gran
quebrantamiento, puedo algo; otras, no hay poder contra el suyo. (Suspira.) ¡No sé qué
hacer de mí! (Pausa.) Mas no es posible dejar tan gran dicha sin gran ceguedad. ¿Por
qué apartarse del bien para querer ser buena?
(El confesor toma el manuscrito. Lo pagina y comienza a leer. Su voz insegura y
entrecortada parasita la voz contundente y devota de Teresa narradora –over-. Vuelve
O magnun mysterium.)
17
NARRADORA Y CONFESOR: Hubo algo más extraño (su Majestad me dé
nuevas letras y palabras para que yo dé esto a entender), una tan gran merced que
no la puedo decir sin lágrimas, y habían de ser de sangre y quebrárseme el
corazón… No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, veíale en las manos un
dardo de oro y fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces…
(Vemos algunos detalles del Éxtasis de Santa Teresa, de Gian Lorenzo Bernini: ojos
cerrados, boca entreabierta, mano en el pecho, etc.)
CONFESOR: ¿El deleite es grande?
TERESA: Suave, impreso y quieto. Lo que hubiese de vivir querría en este padecer.
Desfallecen todas las fuerzas corporales, se me quitan todos los pulsos casi, las manos
están tan yertas que yo no las puedo algunas veces juntar y los ojos cerrados.
(La música y el confesor se interrumpen...)
CONFESOR: ¿Desatino!
TERESA: Yo digo lo que ha pasado por mí. (Desfallece.) ¡En la Encarnación no hallo
maestro ni confesor de buenas letras que me entienda! He tratado hartos, mas no hay
quien lo crea si no ha pasado por ello. Unos se burlaban y otros se guardaban de mí. A
todos he obedecido… (Rectifica.) Aunque imperfectamente. (Coge el manuscrito
vehemente.) Si lo escrito os parece fuera de términos, rompedlo; si no es conforme a las
verdades de nuestra fe, quemadlo.
(Está a punto de hacerlo añicos, cuando el confesor la detiene.)
CONFESOR: Tendréis mucha culpa si no respondéis a las mercedes que os hace Dios.
TERESA (Con júbilo): ¡Qué gran cosa es entender un alma!
CONFESOR: Sería yerro resistir más.
(Se dispone a salir. Teresa lo retiene.)
TERESA: La última vez que el Señor me hizo mercedes, entendí estas palabras: ya no
quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles. Lo sois vos… un ángel.
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(Se despiden. En la pantalla, al fin vemos el rostro de la narradora, que hasta ahora
nos había sido dado solo de soslayo. En un movimiento circular envolvente se nos
revela un busto robusto y egregio, bruñido por la experiencia.)
NARRADORA: Hartas afrentas y hartas persecuciones pasé en decirlo. Quedé
concertada con personas santas, como Fray Pedro de Alcántara, que habían de
sosegarme a mí, curar mi miedo y responder también a los que les parecía que iba
perdida. (Dolorida.) ¡Levántense contra mí todos los letrados! ¡Persíganme todas
las cosas creadas! No está el negocio en guardarnos de descontentar a los hombres,
sino en guardarnos de descontentar a Dios... ¡Hasta los predicadores dejan los
vicios públicos en sus sermones para no descontentar! Tienen mucho seso. No están
sin él, locos de espíritu, como lo estaban los apóstoles con el gran fuego de amor de
Dios, y así calienta poco esta llama. (Pausa.) Se me hacía dificultoso, sin ayuda de
ninguna parte, poner por obra los buenos deseos de guardar la Regla en su primer
rigor y con la mayor perfección. Mas la fuerza de la voluntad allana cosas que
parecen imposibles y unas pajitas puestas con humildad más le ayudan a encender
que mucha leña junta de razones doctas.
6.
(Teresa, gesticulante, va de un lado a otro de la estancia autoconvenciéndose en alta
voz de los futuros preceptos de la orden.)
TERESA: Absoluta clausura y riguroso silencio. La casa pobre, de tosca madera, piezas
bajas y pequeñas; las hermanas, también pobres en el comer y en el vestir, vivirán de la
labor de sus manos…
(El prelado interrumpe sin previo aviso. Es altivo, y va vestido de rico paño. Teresa se
sorprende.)
PRELADO (Taxativo): Fraile, clérigo y monja con cosa vieja dan escándalo.
TERESA (Impulsiva): No está el ser fraile en el hábito. (Tornando a la sumisión.) El
estilo que pretendemos llevar es no solo de ser monjas, sino ermitañas.
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(Va a saludarle, pero se interrumpe en su genuflexión.)
TERESA: ¿Qué mandáis de mí?
PRELADO (Acusando su incomodidad): Mi vida os avergüenza. (Espera en vano una
respuesta.) ¿Os parezco inclinado a cosas de tierra? (Inspecciona la habitación con un
ligero carraspeo.) De vuestra Orden llegan murmuraciones sobre cierto negocio…
TERESA (Haciéndose la despistada): Me inquieta mucho que las mercedes que el
Señor me hace vengan a saberse en público.
PRELADO: No hay poca razón de temer. Sorprende a los doctos “la señora beata y la
mujercilla que se olvida de la rueca, para presumir de leer en San Pablo”. Mulier in
silentio discat cum omni subjectione. Docere autem mulieri non permitto, neque
dominari in virum: sed ese in silentio. Adam enim primus formatus est, deinde Heva 9.
TERESA (Traduce): Las mujeres escuchen en silencio las instrucciones y óiganlas con
entera sumisión. Pues no permito a la mujer el hacer de doctora en la iglesia, ni tomar
autoridad sobre el marido; estése callada en su presencia. (Pausa.) Las mercedes se las
decía a un confesor con quien tenía licencia para hablar.
PRELADO: Mirad, hijos –decía un caballero discreto a un hijo suyo– decid antes
mentiras que parezcan verdades que verdades que parezcan mentiras10
. Que inventando
novedades queráis haceros santa es cosa poco importante… Mas con tan grandes
tempestades como la iglesia ahora tiene, y de estos luteranos en especial, vuestro
proyecto de hacer un monasterio es traición fea y abominable.
TERESA: Tan solo sigo la inclinación que nuestro Señor me ha dado.
PRELADO: No lo haréis sin renta. Para fundar un conventico, aunque sea en
miniatura…
TERESA (Interrumpe): Ahí está la confusión. Grandes trabajos me ha de costar.
(Exclama.) ¡En el servir a Dios no he comenzado!
PRELADO: ¿Dejaréis amigas y monasterio tan deleitoso para encerraros en casa
estrecha?
(Reniega y chasquea, mientras que, como una rapaz, da vueltas alrededor de ella.)
9 Epístola primera de San Pablo a Timoteo. 10
Juan de Arguijo.
20
PRELADO: Vuestros hábitos y vuestro carácter me parecen peligrosos para la iglesia,
sois vagamunda e inquieta, mas a trueco de haceros un pequeño servicio se remediará
todo. (Se detiene sentencioso) Pues poseéis la gratia sermonis, labia fácil, deseo, en esta
casa, daros el cuidado de prelada. (Teresa se revuelve.) ¿Darán vuestras amigas el voto?
TERESA: Solo pensarlo es gran tormento.
PRELADO: ¿No tenéis amor a la casa? ¿No podéis servir aquí a Dios?
TERESA: ¡Quién se ha visto en esta baraúnda!
PRELADO: “No han faltado en nuestros tiempos personas que han tenido por cierto que
ellos habían de reformar la Iglesia, y traerla a otra mayor perfección. El haberse muerto
sin hacerlo, ha sido suficiente prueba de su engaño”11
. ¡Basta ser mujer para que se le
caigan las alas!
TERESA: Cuánto más mujer y ruin.
PRELADO (Asintiendo): Otras mejores y más santas se acomodan a la Regla Mitigada.
Paréceme muy poca humildad, soberbia espiritual y deseo de vanidad.
TERESA: Estoy hecha una imperfección, si no es en el deseo de servir.
(El prelado se seca el sudor de la frente con exasperación. Luego, clava sus ojos en los
de Teresa.)
PRELADO: Personas de oración dicen que os echen en la cárcel.
TERESA (Irónica): ¡Al menos allí descansaría en soledad! “Me encerraran de veras, y
pudiera estar sola con Dios.12
”
(El prelado le dirige una mirada inquisitorial.)
TERESA: La honra se pierde solo con desearla.
PRELADO (Sardónicamente): En poco la estiman vuestros parientes...
TERESA: Maldigo el tiempo en que la tuve.
PRELADO (Con intención): Vuestro abuelo, el toledano, fomentó el trato con judíos.
(Teresa va a salir, pero el prelado se lo impide.)
11 Juan de Ávila. Avisos y reglas cristianas sobre aquel verso de David: Audi filia.
12 San Juan de la Cruz.
21
PRELADO: ¿Qué puede hacer por los males de la iglesia un grupo de mujeres
encerradas de la manera de las descalzas para orar? Naderías y poquedades.
TERESA: Nada soy. Nonada. Mas a lo mucho se llega por lo poco, y estoy determinada
a hacer eso poquito que es en mí. Confío en la savia nueva para remediar la iglesia
PRELADO: Si no quitamos esa oruga, Martín Lutero, el árbol quedará todo carcomido
y no medrarán los que anden cerca de él.
(Teresa se desase del prelado con energía.)
TERESA: ¡En vano creen poder atajar la herejía con las armas! (Se lleva la mano al
corazón.) Esta centellica puesta por Dios, por pequeñita que es, hace mucho ruido. Ésta
es la que comienza a encender el gran fuego que echa llamas de sí.
PRELADO (Entre risas): ¡¿Llamas?! Corren malos tiempos. (Nuevamente, serio.)
Podría ser que fuese a los inquisidores…
TERESA (Enfrentándole): Solo Él puede juzgarme como soy.
PRELADO (Saliendo): El rey ha dicho: “yo traería la leña para quemar a mi propio hijo
en caso de que fuera un hereje”. (Inicia el mutis.) No fiéis de vos. ¡Sois el diablo!
(Teresa, implorante, trata de detenerlo. Vuelve sobre sus propias pisadas y se apoya
derrotada en el zaguán. Al rumor, cada vez más lejano, del prelado, sigue un portazo.
Entre lloros, cae de rodillas al suelo. Suena Atmosphères, de Ligeti.)
TERESA: Aunque fuera mujer, ¡si tuviera libertad…! Atada por tantas partes, sin
dineros ni de dónde los tener. (Vuelve la vista al cielo.) Señor mío, ¿cómo me mandáis
cosas que parecen imposibles?
(En la pantalla se suceden imágenes fijas basadas en afrentas religiosas de todos los
tiempos: Santo Domingo presidiendo el tribunal de la Inquisición, de Pedro Berruguete;
La noche de san Bartolomé, de Giorio Vasari; Una mañana a las puertas del Louvre, de
Edouard Debat-Ponsan… Finalmente, una montaña de libros ardiendo en una pira. Se
escuchan las voces desaforadas de hombres en combate.)
22
NARRADORA: “¿En defensa de Dios dirán mentiras? ¿Pretenden ser injustos por
su causa? ¿Así litigian a su favor?”13
(Pausa.) ¡Estáse ardiendo el mundo! Los
niños juegan a la inquisición, jueces y penitenciados. La quema de los protestantes,
las guerras de religión, una iglesia confundida y en zozobra. (Pausa.) Ya antes de la
Reforma, no solo entre la gente inculta sino entre la que presume de política la
experiencia religiosa tenía defectos. (Pausa.) Por eso, dióseme a entender el gran
provecho que había de hacer un monasterio según Regla Primitiva, que obedecía
soledad, silencio y meditación. Me esperaban grandes fatigas y venía a pasar gran
cruz, mas no se dejaría de hacer, a escondidas y con dinero anticipado, el
monasterio de San José de Ávila, primera comunidad del Carmelo Descalzo.
7.
(El vocerío de hombres enrabiados aumenta en volumen. El monasterio de San José,
Ávila, aparece en la pantalla azuzado por las ramas crispadas de los árboles, bajo un
cielo de tormenta en el que serpentean amenazantes descargas eléctricas. Frente a la
ventana, TERESA, calzada ahora con alpargatas de esparto y tela, está sacando brillo
a una campana de metal envejecido. Aparece inquieta y alborotada una HUÉRFANA
con hábito de burdo sayal, alpargatas iguales a las de la santa y la toca torcida.)
HUÉRFANA: ¿En tan peligrosa vida hemos de vivir? Desconsoladas y temerosas nos
hallamos. ¡Esas voces espeluzan los cabellos! “Mujercillas, señoras de falsas
devociones, brujas santas, hembras sacerdotisas”. No hay casi persona que no venga
contra nosotras.
TERESA: Estos alborotos llevan algún color.
HUÉRFANA: Juntáronse algunos regidores y el corregidor del cabildo y todos juntos
dijeron que habían de quitar el Santísimo Sacramento. Parece que con las limosnas
fuéramos a empobrecer la ciudad o arruinar a los artesanos. Era tanto el alboroto del
pueblo, que no se hablaba en otra cosa.
TERESA: Me espanto de lo que pone el demonio contra trece mujeres de vida tan
estrecha y cómo les parece a todos gran daño para el lugar.
13 Libro de Job.
23
(Una piedra impacta en la ventana. La huérfana grita.)
HUÉRFANA: ¡Lo es para nosotras! Que andamos solas.
TERESA: Solas con Él solo.
(Echa a llorar. Teresa le seca el llanto con ternura.)
HUÉRFANA: Para ofendernos, con armas en las manos nos tienen rodeadas.
TERESA: Lágrimas mujeriles y sin fuerza. Bobería.
(Otro par de cantos impactan en el cristal.)
HUÉRFANA: ¡Es como si entraran toros! ¿No podemos huir sin que nos pongamos en
peligro de muerte?
TERESA: Bien os apresuráis por salir. ¡No hacéis sino andar al hilo de la gente, como
dicen: ni con pena ni con gloria, ni placer ni pensar! Unas devocioncitas del alma y
otros sentimientos pequeños, florecitas, que al primer airecito se pierden, no las llamo
devociones. (La huérfana, avergonzada, se seca las lagrimillas. Teresa prosigue con
ternura.) ¿La tentación de la desesperación es fuerte? Mas fuertes hemos de ser en
nuestros deseos. No os fatiguéis. Acordaos del juicio de Cristo.
HUÉRFANA: ¡Recluidas! ¡Desarmadas!
TERESA (Animando): Revestidas del amor como de una coraza. Mujeres eran otras que
hicieron cosas heroicas. Vosotras sois la piedra con la que se levanta el edificio;
vuestras armas, las cinco llagas.
(Teresa dirige la vista a una imagen de Cristo. Ipso facto, la huérfana, torpe por la
prisa, envuelve la escultura en una frazada de sayal, toda cosida y liada.)
HUÉRFANA: En esta casa viviremos descontentas
TERESA (Contundente): A quien le parezca áspera, eche la culpa a su falta de espíritu y
no a lo que aquí se guarda.
(La huérfana deja lo que estaba haciendo y se muerde, dubitativa, las uñas.
Cariñosamente, Teresa le aparta la mano de la boca.)
24
TERESA: Hijas mías, no penséis, que por no andar a contentar a los del mundo os ha de
faltar de comer. (Convincente.) Calla, por no alborotar a las compañeras. Es necesario
hacerse espaldas las unas a las otras, darse al todo sin hacernos partes. ¡Animaos a
rezar! Haréis más vosotras con vuestras oraciones yo con cuanto ando negociando.
Fiaos de esta hormiguilla: Dios os ha de sustentar porque no deja padecer a quien lo
ama. Venga lo que viniere, es menester arriesgarlo todo.
(La huérfana se alivia imbuida de coraje.)
TERESA: El perfecto amor quita el temor. (Bromista, le corrige la toca.) Ánimo. ¡Las
monjas mal tocadas parecen mal casadas!
(Antes de despedirla, calla y agrava el gesto y el timbre de la voz.)
TERESA: Si haciendo esto muriereis, ¡bienaventuradas las monjas de san José!
(Ya en soledad, no disimula su nerviosismo. Se santifica rauda, y dice en voz alta…)
TERESA: ¡Guárdanos, Señor, como a las niñas de tus ojos!
(Acto seguido, se acerca a la ventana y mira a través. El jaleo exterior va en aumento.
Con la cara blanca de estupor, pegada al marco, dice para sí…)
TERESA: ¿Quién da este ánimo? ¿De qué temo? ¿Qué mal me pueden hacer? (Toma
aliento y repite...) Nada te turbe / nada te espante. / Quien a Dios tiene / nada le falta.
(Pausa.) ¡Hijos de los hombres! ¿Hasta cuándo seréis duros de corazón? (Luego con
decisión.) Amor saca.
(Teresa se arrodilla frente a la ventana. Suena, Solange Labbe, Que Muero Porque no
Muero, in crescendo, hasta imponerse lentamente al griterío. Teresa alza la voz
dirigiéndose a la plebe. Al principio, titubeante, hasta que adquiere seguridad...)
TERESA: Lo mismo que estas pocas que están aquí, determinadas a servir y a vivir de
limosna, yo soy sierva del amor.
25
(Expuesta, Teresa cierra los ojos. Los versos de la santa hechos música lo envuelven
todo. Sube la música hasta el clímax. Después, silencio.)
NARRADORA: Torné a encomendar a mis hermanas, por cuyas oraciones
aplacaron aquellos tormentos. (Pausa.) ¡Qué de cosas he visto que parecían
imposibles, y cuán fácil ha sido allanarlas!
(La huérfana se llega corriendo.)
HUÉRFANA: ¡Se ha sosegado la ciudad! ¡Los que nos perseguían nos favorecen!
¡Hacen limosna aprobando aquello que han reprobado!
TERESA (Tomándola por los hombros): No os quedéis en el camino, sino pelead como
fuertes con la determinación de antes morir que dejar de llegar al fin… No estáis aquí
para otra cosa.
(Agitadas por la felicidad, desembalan la imagen de Cristo y vuelven a situarla en el
altarcillo llenas de orgullo.)
TERESA: Solo he comenzado un principio, los cimientos de lo que está por venir…
(La huérfana hace sonar la campana.)
NARRADORA: (Encabalgándose con las últimas palabras pronunciadas en la
escena): Procurad que no caiga, sino que vaya siempre adelante. Acordaos con la
pobreza y esfuerzo que se ha hecho lo que vosotras gozáis con descanso. Que cada
una haga cuenta que en ella torna a comenzar la primera Regla. Amor de unas con
otras, desasimiento de todo lo creado y verdadera humildad... (Cesan las
campanas. Silencio.) Fue como estar en una gloria ver poner el Santísimo
Sacramento y que se remediaran cuatro huérfanas pobres. Me vi obligada, aunque
estaba yo muy enemiga, a hacer algunos monasterios con renta. Sin ella, nunca me
faltaba confianza; con ella, aunque poca, todo me faltaba… Temerosa de que el
tiempo relajara en los monasterios, pusiéronse todas las fuerzas para que ninguna
poseyese nada.
26
8.
(SEÑORA muy principal, de atavío ostentoso y con parche en el ojo, expone
cuidadosamente sus joyas de oro y piedras a la vista de Teresa. Ella, muy deteriorada
físicamente, permanece indiferente.)
TERESA (Se ríe): ¡Golosinas! Nunca dejé de recibir a las que vinieren a ser monjas,
porque no tengan bienes ni limpieza de sangre. Veo doncellas de poca edad que, en
tocándoles Dios y dándoles un poco de luz, déjanlo todo y se encierran para siempre.
(Pausa.) Cuando los cuerpos no están acomodados tienen más alegría. (Mirándola
fijamente a los ojos...) Jamás pretendáis sustentaros por artificios humanos porque
moriréis de hambre, y con razón. (Se sienta fatigada, denotando dolor en los huesos.
Suspira.) No se debe confundir la vocación con los vaivenes del humor, o con la
melancolía. ¡Se pasan estos hervores! (Después de una pausa...) No me parece que seáis
ni que tengáis espíritu.
SEÑORA: ¿Es menester más prueba? He dejado costumbres y renunciado a quereres.
TERESA (Comprensiva): Cambiar hábitos es como morir un poco…
SEÑORA: ¡Llevadme a un desierto adonde ni pueda dormir ni tenga que comer!
TERESA: Ruego a mis hijas no sean con tanto rigor, y no se pongan en muchos ayunos
ni penitencias ásperas; aun así, tienen pocas cosas de entretenimiento, si no es entrarse y
pasearse en su castillo interior.
SEÑORA: ¡Tengo santos deseos de entrar en religión!
TERESA: ¡De devociones a bobas nos libre! ¡Es niñería! ¿En cuántos enredos tenéis
asida vuestra vida?
SEÑORA: ¿Enredos?
TERESA: Haciendas y otras cosas semejantes. (Se lleva las manos a las cervicales,
asimismo doloridas.) ¡No hay quien viva en tanto tráfago!
SEÑORA: He de tener señorío conforme a mi estado…
TERESA: El verdadero señorío es no poseer.
SEÑORA: …Y mi linaje.
TERESA: Dentro del convento, ninguna se hace llamar doña. Nuestro solo linaje es ser
hijas de Dios.
SEÑORA: ¿Y la honra?
27
TERESA: ¡La negra honrilla! Honras y apariencias casi siempre andan juntos, y quien
quiere honra no aborrece dineros y gasta en deleites lo adquirido sin trabajo. (Reniega.)
¡Con qué amistad se tratarían todos si faltase interés!
(La señora se persigna con ímpetu y se arrodilla dramáticamente junto a Teresa,
besando sus manos.)
SEÑORA: ¡Si vuestra merced me lo pide iré con prisa a echarme en el pozo!
TERESA (Obligándola a levantarse): ¡Necesitáis adelgazar el humor con alguna cosa
de medicina!
SEÑORA (Insistente): Prometo que traigo muy presente la eternidad y pienso en Dios.
TERESA: El aprovechamiento no está en pensar mucho, sino en amar mucho. Una
carmelita debe sustituir a los que aman poco.
SEÑORA: ¿A Dios?
TERESA: A los pecadores, a los enfermos, a los desesperados… Oración y vida son dos
realidades unidas.
(Se masajea el cuerpo emitiendo un quejido.)
SEÑORA: ¿Os hace afrenta que tenga criados?
TERESA: No convienen a este monasterio.
SEÑORA: Los llevo porque soy señora…
TERESA (Se adelanta): Que anda esclava.
(La señora se burla.)
TERESA: De mil cosas, y la primera vuestra señoría. ¡El ceremonial no os deja vivir!
(La señora recoge sus objetos personales malhumorada.)
SEÑORA: ¿No me queréis admitir en ninguna manera?
TERESA: Es necesario mirar las intenciones de quien entra. Las hay que se encierran,
no por elección, sino a la fuerza o por conveniencia. (Pausa.) Muchos son los llamados
y pocos los escogidos.
28
SEÑORA (Desdeñosa): ¿Decís que no he sido escogida?
TERESA: Dios no toma por la fuerza lo que no se le da.
SEÑORA: Tenéis excesiva ingratitud a vuestros donantes.
TERESA: Tres ducados es como nada, tres ducados y Dios es todo. ¡Qué más ceguedad,
qué más desventura que tener en mucho lo que no es nada! Lo importante no es lo que
se haga, sino el amor con que se hace.
(Teresa carraspea. Silencio. La señora da señas de desequilibrio e impotencia. Se
sienta con gallardía.)
SEÑORA: ¡Por ninguna manera saldré de aquí!
TERESA: A trueco de llevar adelante vuestra voluntad y aquella afición que el demonio
os pone, no miráis nada. (Vehemente.) La avaricia devora trabajos ajenos, arrastra todo
hacia sí y no se harta de codiciar… Por tal vicio peligran los pueblos.
SEÑORA: No vais a hacerme temor, Dios me ha separado de mi esposo, ¿qué más ca
hacerme?
TERESA: Nada puede separarnos de lo amado. Vos sola os apartáis del Otro, del deseo
de daros al otro.
(Teresa reprime un dolor. Tose. Se lleva un lienzo a la boca en el que se imprime, roja,
la sangre.)
SEÑORA (Con intención): Dicen que estáis muy enferma.
TERESA (Levantándose): Me asusta menos mi muerte que la suya.
(Va a salir.)
SEÑORA (Revelando su fragilidad): ¡Estoy agitada, no me dejéis sola!
TERESA: Os dejo con Dios y prometo suplicarle que os remedie y hacer que otras
personas mejores que yo lo hagan. Él nunca se cansa de dar… no os canséis vos de
recibir.
(La princesa rompe en lágrimas.)
29
NARRADORA: ¿Cómo Dios mío me tenéis en esta miserable vida adonde todo es
embarazos para no gozaros, sino que he de comer y negociar con todos? Personas
que tenían noticia de esta pecadorcilla, a quien los prelados no podían decir que
no, procuraban estuviese en su compañía y hube de ejercitarme en esta nueva
forma de mortificación. ¡Se ve una pobre alma tan fatigada! (Pausa.) ¡Reyes de la
tierra! ¡Señores que representan ser cabezas! ¿Qué se me da a mí de los reyes y
señores si no quiero tenerlos contentos? “Cuando se acerca el momento de
entregar su alma, tratan de desprenderse de sus fardos más pesados para ir al cielo
con la ligereza de cualquier pobrecito”14
. (Silencio.) De buenas compañías y buenos
compañeros supe aprovecharme por los caminos... (Se pausa como recordando.)
Nunca lo vi colérico ni impaciente, ni hablar una palabra descompuesto, siempre
pacífico, porque era grande su tolerancia y su conversación, no pesada, que podía
aprender yo más de él que él de mí. En 1568, Juan de la Cruz y fray Antonio de
Jesús fundaron el principio de los frailes descalzos.
9.
(De espaldas al público, Teresa y JUAN DE LA CRUZ contemplan –en la pantalla de
proyección- un paisaje tosco y sin labrar, con una casucha en ruinas. Llevan
herramientas de labranza y limpieza en las manos. Mientras Juan se inicia en el
trabajo, Teresa se torna desolada por la estampa.)
TERESA: ¡Penosísima labor, inhábil y sin provecho!
JUAN (Afanoso): ¡Manos a la obra! Con trabajo se riega este vergel.
TERESA (Oteando el terreno): Demasiada poca limpieza tiene.
JUAN: Todo se puede en Dios.
TERESA: ¿Y no nos enseñará otro atajo?
JUAN: No apoques los deseos.
TERESA: ¡Es paso de gallina!
JUAN (Bromeando): Pareces, cansa y queda, avecita de mal pelo.
(Teresa se sienta y Juan la acompaña para darle consuelo.)
14 Marcelle Auclair, La vida de Santa Teresa de Jesús.
30
TERESA: Nunca antes me vi más pusilánime y cobarde, he llegado a sentirme como
una cosa sin ser. Se multiplican las denuncias y los procesos en las proximidades.
JUAN: ¡Son tiempos oscuros!
TERESA: Numerosas beatas han sido arrestadas en Toledo y Baeza…
(Juan suspira. Poco después, se pone en pie. Entre amargo y resignado, se dice…)
JUAN: ¡Dios es amigo de ánimas animosas!
(Retoma el trabajo con ahínco.)
TERESA (Aún desde su asiento.): ¿Tenéis siete almas?
JUAN: Habéis de saber que fui carpintero, sastre, grabador, pintor… Conozco el trabajo
manual, (profundamente irónico) “vil” y de “gente sin calidad”, y el que empieza a
hacer un huerto en tierra infructuosa ha de tomar en cuenta que, de un muladar sucio y
de mal olor, se hacen flores plantando buenas hierbas.
TERESA (Incorporándose a regañadientes): Gran trabajo, que no hay noria o
arcaduces, río ni arroyo.
JUAN: ¡Quiere el señor que andemos hechos asnillos para traer el agua!
(Vemos unas manos esmeradas en el trabajo de la construcción mientras suena Hor vi
riconfortate en vostre fole à 5, de Orlando di Lasso. Al mismo tiempo, en escena, se
repiten los movimientos esforzados de San Juan y Santa Teresa trabajando. La luz del
día cede poco a poco y atardece sobre las dos siluetas fatigadas pero animosas de la
monja y el fraile.)
TERESA (Al fin satisfecha): Senequita, de buena gana se pasan los trabajos. ¡Algunas
veces con decir disparates me remedio! ¡Codicia del género humano!
JUAN: La tierra no nos ha de faltar.
(Juan se agacha y toma un puñado de barro y verde del suelo.)
JUAN: ¡Cuántas noches dormí yo al sereno por no tener adonde me meter!
TERESA: En habiendo paja, cuando llegue la noche, no nos faltará la cama.
31
(Juan queda absorto contemplando las raicillas que alberga entre los dedos.)
TERESA: ¡Juan! (Viendo que no la escucha…) ¡Juan!
JUAN: No estoy sordo, sino en otras cosas que no entiendo. ¡Qué preciosas margaritas!
(Teresa se burla y saca al fraile de su quietismo tomando parte de su tierra y
espolvoreándola.)
TERESA: ¿No es verdad que todas las hierbas, plantas, árboles y demás son otros
libros?15
En el campo, agua o flores hallo memoria del creador.
JUAN: ¡Benditos sean tales libros, que dejan imprimido lo que se ha de leer y hacer, de
manera que no se puede olvidar!
(De súbito, el atardecer da paso a la noche. Teresa y Juan se quedan mirando el cielo
estrellado.)
JUAN: “La hermosura del cielo ¿quién la explicará? ¡Cuán agradable es en medio del
verano, en una noche serena, ver la luna llena y tan clara que encubre con su claridad
todas las estrellas! Mas estando ausente, ¿qué cosa más hermosa que el cielo estrellado
con tanta variedad y muchedumbre de ellas? (Señala con el dedo distintos puntos en el
cielo.) Unas muy grandes y resplandecientes, otras pequeñas, y otras de mediana
grandeza… Nadie las puede contar sino solo aquel que las crió. La costumbre de ver
esto, nos quita la admiración de tan grande hermosura, y el motivo que nos da para
alabar a aquel soberano creador”16
.
(Teresa, que ha seguido tan obnubilada el relato como las primeras lecturas de su
hermano, es ahora todo entusiasmo.)
TERESA: ¡Dios creo el mundo y nosotros lo recreamos!
JUAN (Influido por su euforia.): ¡Eso es! ¡Seamos dioses por participación!
15 Crollius, Tractatus novus de signaturis rerum internis.
16 Fray Luis de Granada, El cielo estrellado.
32
(Mientras enciende algunos candiles, ella proyecta la distribución del monasterio sobre
la escombrera.)
TERESA: Del portal haré iglesia; de la cámara doblada, dormitorio; de su desván, coro,
y de la cocinilla, refectorio. ¡Ya tenemos todo sin tener nada!
JUAN (Excusando su fatiga): La labor más grande la hace Él, mas no sin colaboración
nuestra.
TERESA: ¡Mi medio fraile! (Diligente.) Unos a entapizar, nosotras a limpiar el suelo.
Cuando amanezca, estará puesto el altar.
JUAN: ¡Ya se le ha caído el pelo malo al avecita, Ya le nacieron las alas para bien
volar!
(Le toma las manos con fraternidad. Se escucha Kyrie –Officium Defunctorum-, de
Tomás Luis de Victoria.)
TERESA: He sacado de mi camino deudos y amigos porque me hacían daño para
progresar en perfección… Vuestra merced me dio aliento y palabra de ser en mi misma
Orden cuando el Señor nos diese monasterio.
(Teresa se desase.)
TERESA: Me huelgo de veros y de pensar en las cosas buenas que os veo, paso las
horas del día sin sentir, mas temo que sea asimiento, aun santamente, el atarme a
quereros, y contra mí misma me enojo.
JUAN: Todo lo necesario para alcanzar el amor y la plenitud de amistad con Dios, sigue
los mismos cauces que la amistad y el amor humanos.
(Ahora es ella la quien estrecha enérgicamente las manos de un Juan intimidado.)
TERESA (Bromeando): ¿No se avergüenza la dama y se avergüenza el galán? Lágrimas
asoman a vuestros ojos y os corren por el rostro.
JUAN: Penas es el traje de amadores.
TERESA: Gran cosa es un enfermo hallar a otro herido de aquel mal.
33
NARRADORA: Me he enojado con él a ratos, aunque jamás le he visto
imperfección. ¡Tan conocidos estábamos como si toda la vida nos hubiéramos
tratado! (Pausa.) Cinco años estuve en San José de Ávila después de la fundación,
los más descansados de mi vida. Luego, viendo la gran voluntad para que hiciese
más monasterios, se fundaron en Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo,
Pastrana, Segovia, Salamanca... Hasta diecisiete. ¡Han sido tantos los trabajos! Se
me acuerda el cansancio y desvarío que traíamos en los viajes: largos, penosos y
glaciales; andariega sin descanso por montes y escollos, con fríos, soles, nieves,
calentura y dolores de cuerpo. (Imágenes de un jumento viejo, que apenas puede
andar. Sucesivamente, sus pezuñas, sobre suelos polvorientos, cubiertos de hojas,
floridos y espolvoreados de nieve.) Vi las ciudades de “aquel gran cadáver: la
España”17
de los Austrias. Ofuscados por el brillo, obstinados en dominar Europa
y conquistar América, sin haber antes conquistado la terra incognita de nuestro yo,
gastaron los tesoros… y la sangre. Se organizaban monopolios, especulábase con el
trigo, y el pueblo, cada vez más miserable (Imágenes de las colas en un comedor
social en la actualidad). No solo de pan vive el hombre y, sin embargo, necesita de
él. ¡Que no son ángeles, sino tienen cuerpo, y antes de reformarlos es preciso
alimentarlos! (Pausa.) Basé mi Reforma en el trabajo y me avine a pedir limosna
para dar de comer a ciento treinta mujeres demasiado pobres para sostenerse.
(Toma aliento.) ¡Me dolía la humanidad!
(En escena, Teresa, que se mantuvo esforzada en el trabajo manual, se desvanece en el
suelo. Haciendo de tripas corazón, se levanta por sí misma y se recompone.)
NARRADORA: Su majestad me forzó a que me hiciese fuerza.
10.
(Un haz de luz se cierne sobre Teresa, erguida en escena, con los brazos entreabiertos y
las palmas de las manos vueltas hacia arriba. A ambos lados de ella, están los orantes
de la escena primera vestidos de negro. El tercero, al fondo, tañe los acordes finales.)
17 Emilio Castelar.
34
ORANTE 1: Toda regalada…
ORANTE 2: …Derretida en lágrimas.
NARRADORA: La vida y la salud son para perderlas.
ORANTE 1: Enferma de una enfermedad muy penosa...
NARRADORA: El cuerpo se acaba.
ORANTE 2: En un tormento que se despedazaba.
NARRADORA: ¡Oh sumo Bien y descanso mío!
ORANTE 1: Al cielo se partió por todos los caminos.
NARRADORA: Ya llegó la hora tan deseada
ORANTE 2: ¡Esposa del cantar!18
NARRADORA: Tiempo es de que nos veamos.
ORANTE 1: ¡Corazón traspasado!19
NARRADORA: Tiempo es de caminar…
(El músico interpreta los siguientes versos de San Juan de la Cruz en el estilo de
Amancio Prada, ¿Adónde te escondiste?)
MÚSICO: Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras20
.
TERESA: Y no he tropezado tanto, cuando me dais, Señor, la mano.
(Ahora a dúo...)
TERESA y MÚSICO: Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
18 Ceronetti G., Il Cantico dei Cantici.
19 Ibidem.
20 San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual.
35
y pasaré los fuertes y fronteras.
(Teresa se recuesta en proscenio sobre un lecho de azucenas. Cierra pacíficamente los
ojos. Aguarda. Funde a negro sobre su cuerpo. En la pantalla se proyecta…)
Vida es vivir de manera que no se tema la muerte ni todos los sucesos de la vida, y estar
con esta ordinaria alegría que ahora todas traéis y esta prosperidad, que no puede ser
mayor que no temer la pobreza, antes desearla. ¿Pues a qué se puede comparar la paz
interior y exterior con que siempre andáis? En vuestra mano está vivir y morir con ella.
(En una secuencia de montaje, vemos brevemente algunas de las rutinas de frailes y
monjas del Carmelo Descalzo: trabajo, oración, etcétera. En escena, los orantes y el
músico apagan con templanza los candiles del penúltimo cuadro hasta el…
OSCURO.)