Thils Gustave - Santidad Cristiana - Compendio de Teologia Ascetica

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    G U S T A V E T H I L S

    SANTIDAD

    CRISTIANA

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    G U S T A V E T H I L S

    SANTIDAD

    CRISTIANA

    COMPENDIO DE TEOLOGÍA ASCÉTICA

    Segunda edición

    E D I C I O N E S S I G Ú E M E

    Apar tado 332

    S A L A M A N C A

    1 9 6 2

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    T r a da c c i ó n d i r e c t a po r  M A R Í A D O L O R E S L Ó P E Z .  O bra original belga: Sainttté  Cbrítiennt,

     de

    G U S TA V B T H I L S , publ icada por Edi t ions L annoo, T ie l t B élgica)

    C O L E C C I Ó N

    « L U X M U N D I »

    5

    Esta segunda edición

     ha

     sido ampliamente revisada por

    el Autor,

      el

     cual agradece

     a

      sus amigos

     de

     habla espa

    ñola la cordial acogida dispensada a esta obra.

    La adaptación

      de la

      bibliografía

      se

      debe

      al

      Instituto

    Sacerdotal Pío

     XII, de

     Valencia.

    Nl H I L OB S T A :

    El censor,  FRANCISCO  J.

      ALTES

      ESCRIBA,  pbro.

    Barce lona , 19

     de

     n o v i e m b r e

      de

     1959

    IMPRÍMASE:

    JUAN   SERRA  PU IG ,

      Vicario General

    P o r m a n d a t o   de Su Excia . R vdma.

    ALEJANDRO

      PB C H ,  pbro., Canciller-Secretario

    ©   Ediciones Sigúeme

    ES PR O PI ED A D N ú m . R e g i s t r o SA - 1 71 PR I N TED

      IN

      SPAIN

    Dep ósi to lega l : B . 10076 -1962 — Impre nta Al tes ,  S,   L. , Earce lona

    Í N D I C E G E N E R A L -

    Págs.

    INTRODUCCIÓN   13

    PRIMERA PARTE

    LA SANTIDAD CRISTIANA

    I.  NATURALEZA

      Y

      DIMENSIONES

    1.  Aspecto dogmático  20

    2.  Aspecto moral  23

    3.  Las dos dimensiones  de la   santidad  25

    4.   Concepciones incompletas  30

    II.

      CRITERIO

      Y

      CARACTERÍSTICAS

    1.

      El   criterio  34

    2.

      Universalismo

      del

      llamamiento

      39

    3.

      Realización diferenciada  43

    4.

      Errores  y   concepciones incompletas  50

    III.  FUNDAMENTOS

      Y

      TÍTULOS

    1.  El   fundamento radical  54

    2.

      Obligación universal

      56

    3.

      Títulos particulares  58

    SEGUNDA PARTE

    MISTERIO CRISTIANO

      Y

      SANTIDAD

    I.  ASIMILACIÓN

      A LA

      SANTÍSIMA TRINIDAD

    1.  La

      vida trinitaria

      67

    2.  El   hombre, colaborador  de  Dios  71

    3.  El   cristiano, semejante  a   Dios  73

    4.

      Tres problemas  77

    II.  UNION

      CON

     EL PADRE

      Y

      EL HIJO

      -

    1.  Dios es  Padre  82

    2.  Cristo, centro  del   orden cristiano  84

    3.

      Filii  in  Filio  86

    4.

      El

      orden temporal «cristiano»

      91

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    Índice general

    III.  EL ESPÍRITU SANTO

    1. El Espíritu de Dios 96

    2.

      La humanidad espiritual 98

    3.  La creación «espiritual» 103

    IV .  EL MUNDO CELESTIAL

    1.

      La Mad re del Señor 105

    2.  Los ángeles y la vida cristiana 113

    3.  Los santos y la vida cristiana 115

    V.

      LA IGLESIA SANTA Y UNIVERSAL

    1. La Iglesia, pueblo de Dios 117

    2.

      La Iglesia, religión y liturgia 118

    3.  La Iglesia y su testimonio doctrinal 123

    4 .

      La Iglesia, comunidad apostólica 125

    VI .  LA IGLESIA Y LOS SACRAMENTO S DE LA FE

    1. Los sacramen tos 132

    2.

      Los sacramentos de la iniciación cristiana 140

    3.  El sacramento de la eucaristía 145

    4. El sacramento del orden 151

    5.

      El sacramento del matrimonio 165

    VII.

      LA CRUZ Y LA GL ORIA

    1. Muer te y resurrección de Cristo 179

    2.   Sentido del pecado y redención 184

    3.  El sentido cristiano del sufrimiento 189

    4 .

      El misterio de la muerte 194

    5.

      El retorno del Señor y la vida eterna 199

    VIII.  LA VOCACIÓN PERSONAL

    1. La vocación 203

    2.   Las gracias de estado 205

    TERCERA PARTE

    OBSTÁCULOS PARA LA SANTIFICACIÓN

    I.  EL PECADO

    1. Dimensiones y clases 211

    2.   La culpa original 213

    3.

      El pecado mortal 216

    4 .

      El pecado venial 220

    5.

      Las imperfecciones 222

    II.

      LAS CAUSAS DEL PECADO

    1. El hombre 224

    2.   Satanás 226

    3.  El mundo y la sociedad 231

    4. La tentación 233

    índice general

    Pá g s .

    III.

      I A S  CONSECUENC IAS DEL PECADO

    1.

      Las secuelas del pecado 237

    2.   Penas temporales. El purgatorio 239

    3.  Penas eternas. El infierno 242

    IV .  LA REMISIÓN DE LOS PECADOS

    1. Arrepe ntimento y conversión 245

    2.

      La virtud de la penitencia 247

    3.  Penitencias e indulgencias 250

    4. La obra sacramental 258

    CUARTA PARTE

    MORAL Y VIRTUDES CRISTIANAS

    I. IA   MORAL CRISTIANA

    1. La vida moral del cristiano 265

    2.   Fuentes y factores de moralidad 271

    3.

      Acción divina y acción huma na 278

    4 .

      El «medio» de santificación 281

    5.  Las virtudes «cristianas» 287

    II.

      ORIENTACIONES CRISTIANAS EVANGÉLICAS

    1. Seguir a Cristo 291

    2.   Disponibilidad y renunciamiento 294

    3.  Tome su cruz 299

    III.

      VIRTUDES CRISTIANAS FUNDAME NTALES

    1. La humildad 303

    2.   Prude ncia y sentido común 307

    3.  Tenacidad y perseverancia 311

    IV .  TENDENCIAS INNATAS E INSTINTIVAS

    1. Tendenc ias relativas a la vida orgánica 315

    2.

      Tende ncias relativas a la conservación de la especie . . . 321

    3.  La afirmación de si mismo 328

    4 .

      La realización de una obra 333

    V.

      VIRTUDES DE LA VIDA EN SOCIEDAD

    1. Sociabilidad 342

    2.   Justicia y veracidad 345

    3.  Virtudes del orden social 350

    4 .

      Obedecer y manda r ^ 356

    VI .

      LA VIRTUD D E RELIGIÓN

    1. La religión 364

    2.   La oración 370

    3.

      El día del Señor 374

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    índice general

    Págs .

    V II .

      LA FE TEOLOGAL

    1.  La virtud de la fe 378

    2.  La fe y el mundo sobrenatural 381

    3.  La fe y el mundo terreno 384

    VIII .   LA ESPERANZA CRISTIANA

    1.  La esperanza 386

    2.

      Esperar en Dios 388

    3.

      Esperar el orden cristiano total 390

    IX,   LA CARIDAD TEOLOGAL

    1.

      La caridad o ágape 393

    2.

      Caridad para con Dios 397

    3.  La caridad para con el prójimo 401

    QUINTA PARTE

    VIDA Y CRECIMIENTO

    I.

      EL CRECIMIENTO DE LA VIDA CRISTIANA

    EN NOSOTROS

    1.  Las «vías» de la vida espiritual 409

    2.

      Crecimiento de la gracia 412

    3.  Los dones del Espíritu Santo 416

    II.

      CRECIMIENTO TEOLOGAL EN EL PLANO SICOLÓGICO

    1.  Conocimiento y conciencia 421

    2.

      Amor y afecto 426

    III.

      CRECIMIENTO Y VOCACIÓN TEMPORAL

    1.  Progreso «cristiano» y tareas temporales 430

    2.

      Caracteres de este crecimiento 433

    IV.

      PRECEPTOS Y CONSEJOS

    1.  Natura leza de los consejos 436

    2.

      Crecimiento en la práctica de los consejos 44 1

    3.  Los consejos evangélicos 44 3

    V.   PROPTER REGNUM COELORUM

    1.  El martirio 44 9

    2.  La pobreza real 452

    3.

      El don de la virginidad 457

    4 .

      La ofrenda de la «disposición de sí mismo» 461

    V I.   VIDA CRISTIANA MÍSTICA

    1.  Nociones preliminares 465

    2.

      Caracteres generales 470

    3.

      Mística y santidad 474

    índice general

    Págs .

    V II .   LA VIDA CRISTIANA M ÍSTICA «CARACTERIZAD A»

    1.  Metamorfosis y purificaciones . 479

    2.

      Formas concretas y etapas sucesivas 486

    3.  Fenómenos particulares 492

    V II I .  PROBLEMAS DE CRECIMIENTO

    1.  Fervor y tibieza 496

    2.

      Temperam entos escrupulosos 500

    3.

      El discernimiento de las buenas inspiraciones 505

    SEXTA PARTE

    INSTRUMENTOS Y CONDICIONES DE SANTIDAD

    I.

      EL EJERCICIO DE LA MEDITACIÓN Y LA ORACIÓN

    1.

      Principios generales 511

    2.

      La meditación, esquema y métodos 520

    3.  Formas de meditación y de oración 526

    II.

      LOS AUXILIOS TRADICIONALES

    1.  El conocimiento de sí mismo 531

    2.

      El director espiritual 537

    3.  Lecturas y estudios religiosos 547

    4 .  Amistad, asociaciones, medios de vida y ret iros . . . . 553

    III.   LOS DIFERENTES «REGÍMENES ESPIRITUALES»

    1.  Necesidad universal de un régimen de medios de santi

    ficación 562

    2.

      El estado de perfección 566

    3.  Los estados de perfección 581

    ÍNDICES

    ÍNDICE DE CITAS BÍBLICAS   595

    ÍNDICE DE AUTORES  598

    ÍNDICE DE MATERIAS  602

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    I N T R O D U C C I Ó N

    i

    SANTIDAD CRISTIANA

    Al elegir com o títu lo « S a n t i d a d C r i s t i a n a » h em os

    querido subrayar e l centro de referencia de todo este l ibro:

    la santidad real según e l ideal de Cris to, la santidad que se da

    a aquellos que practican heroicamente la caridad teologal,

    núcleo y resumen de toda la Ley cris tiana, la verdadera santidad

    a los ojos de Dios y a los ojos de la Iglesia, de la que dan

    testimonio los procesos de canonización, la única santidad para

    todas las criaturas , cualquiera que sea su condición, la sola

    y única santidad para los seglares y para los monjes, para los

    sacerdotes y para los re ligiosos, para los ricos y para los pobres ,

    para las personas cultivadas y para las que no poseen instruc

    ción alguna.

    Los que son realmente  santos  en este mundo, en cuales

    quiera circunstancias , son, fundamental y eminentemente,  hijos

    del Padre,

      hermanos

      de Cris to y

      espirituales

      en el Espíritu.

    Los que son realmente  santos  en este mundo, cualquiera que

    sea su estado, son, de la manera más absoluta y por excelencia ,

    imagen  del Señor,  subditos  del Reino,  testigos  de la ciudad

    celeste . Los que son realmente  santos  en este mundo, en cual

    quier género de vida, son los «perfectos» en el sentido radical

    y evangélico del término, la anticipación más auténticamente

    «escatológica» de la comunidad de los e legidos, la «alabanza»

    más a lta de la Santís ima Trinidad, la más bella joya del

    «esplendor» de la Iglesia.

    Se percibe el aliento de «realismo» y de «universalismo»

    que hemos tratado de dar a estas páginas, destinadas a todos

    los cristianos y que resumen a tal propósito las exigencias

    esenciales de la doctrina evangélica así como las orientaciones

    más arraigadas en la tradición eclesiástica. Porque «la santidad

    no es un privilegio concedido a unos y denegado a otros , s ino

    el común destino y la obligación común a todos. . .  Sed pues

    perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.  Nadie ha de

    imaginar que este precepto va dirigido a un pequeño número

    de almas elegidas, y que a los demás les es lícito quedarse en

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    14

    Introducción

    un grado inferior. El texto es c laro, esta ley apremia a todos los

    hombres, s in excepción. Por otra parte la his toria nos dice que

    los que han a lcanzado las cimas de la perfección cris tiana son

    personas de todas las edades y de todas las condiciones»

    (Pío XI, AAS, 15 [1923], 50 y 59).

    Todos son l lamados a la santidad; todos pueden l legar a ser

    santos. Porque la santidad cris tiana, que es una y única, es

    susceptible de realizarse de diversas maneras , incluso parcia l

    mente divergentes , según las circunstancias de la vida de cada

    cual. El padre De Guibert, comparando la vida común con

    yugal y la vida comunitaria re ligiosa, lo hace notar oportuna

    mente. «En más de un aspecto hallaremos grandes diferencias ,

    no sólo en la práctica de la virtud, sino aún en el ideal de la

    misma, entre la forma de concebir la abnegación y renuncia

    miento en la vida conyugal y en la re ligiosa; la mutua caridad,

    por ejemplo, entre esposos, padres e hijos supone, necesaria

    mente, afectos de ternura que no se encuentran con iguales

    tendencias por lo menos en la mutua caridad de los miembros

    de una familia religiosa... Por esta causa, a mi juicio, no puede

    proponerse pura y sencil lamente e l ideal de la vida re ligiosacomo

      modelo

      (la cursiva es nue stra ) ideal de la vida cristiana»

    (Lecciones de teología espiritual,  p. 42). A través de estas nota

    bles divergencias en la realización se construye un mismo ideal,

    e l de la caridad teologal.

    COMPENDIO DE TEOLOGÍA ASCÉTICA

    U n  compendio  pued e limitarse a lo esencia l : de aquí las

    dimensiones re lativamente restringidas de este volumen, que

    aborda la mayor parte de los temas y de los problemas que

    conciernen a la vida espiritual y a la santidad cris tiana.

    Un compendio de  teología.  La teología es la exposición

    crítica, profunda y s is temática de la revelación cris tiana, ta l

    como se ha desarrollado en la comunidad eclesiástica. Hemos

    intentado l lenar todas estas condiciones. Hemos estudiado la

    santidad cristiana en sus fuentes bíblicas y a la luz de los

    escritos de los grandes maestros del espíritu; en la parte dogmá

    tica y en la exposición de las virtudes teologales recurrimos

    primordia lmente a la Palabra de Dios. Pero nos hemos esfor

    zado también por confrontar esta doctrina evangélica con los

    problemas que se plantean en la actualidad y con las tendencias

    que se han manifestado recientemente: de ahí a lgunas notas

    sobre e l sentido del trabajo y del ocio, por ejemplo. Una biblio

    grafía bastante abundante y reciente permitirá a l lector com

    pletar sus conocimientos s i así lo desea. De todo e l lo resulta

    Introducción 15

    una exposición «doctrinal» un poco árida a veces, pero que

    trata de responder a los requerimientos de los propios seglares ,,

    a quienes, afortunadamente, no satisface ya cierto género de

    literatura espiritual.

    Ascética  se deriva del vocablo griego  askésis,  que significa

    ejercicio, tanto en e l sentido s icológico y moral tomo en sentido

    fís ico. Todos sabemos que la santidad cris tiana comporta esfuer

    zos arduos y constantes . También se da e l nombre de «ascetas»,

    desde los primeros siglos de la Iglesia, a todos aquellos que

    emprenden de manera s is temática la lucha contra sus pasiones

    y el ejercicio de las virtudes cristianas. Este término se encuen

    tra después en los escritos de los Padres y de todos los autores

    espirituales .

    Mística  proviene del término  mystés,  que significa miste

    r ioso,

      secreto, tanto en sentido re ligioso como en sentido pro

    fano.  La santidad, en efecto, nos pone en íntimo contacto con

    el «misterio» sobrenatural de que habla san Pablo. El término

    «mística», a lo largo de su his toria , apunta s iempre a l «misterio

    divino» y muy secundariamente a l ámbito de los «secretos de

    santificación». No podemos extendernos más sobre estos tér

    minos. Basta leer los artículos de los  Diccionarios  o las  Intro

    ducciones  de los tratados c lásicos de teología ascética.

    Este compendio contiene la teología  ascética.  No hemos

    añadido  y mística  porque las páginas consagradas a la mística

    cris tiana son pocas. Pero no caben confusiones. Desde e l primer

    capítulo hemos puesto de re lieve la necesidad que tiene todo

    cris tiano de l levar, en e l centro de su vocación temporal, una

    vida teologal auténtica; y toda vida teologal implica un cierto

    grado de «consciencia». Pero esta «consciencia» no es necesaria

    mente de «tipo contemplativo»; puede estar inmersa en e l amor

    o en la acción-, por ello no aparece con frecuencia el término

    «contemplativo». Esta dis tinción, le jos de perjudicar a la más

    pura vida teologal, asegura, por e l contrario, su expansión en

    todos los temperamentos. Es este , en nuestra opinión, un matiz

    importante , y que será explicado a su debido tiempo.

    Por lo demás, se hallará en este volumen el conjunto de

    materias que se tratan en los manuales de esta disciplina: la

    naturaleza, los criterios , los caracteres y los fundamentos de

    la santidad

      (primera parte),

      e l misterio cris tiano, con el habi

    tual desarrollo de los grandes dogmas de la revelación  (segunda

    parte),  los obstáculos que se oponen a la santificación, como

    el pecado, sus causas, sus consecuencias , y los remedios cristianos

      (tercera parte),

      la moral cris tiana, con la exposición de

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    16

    Introducción

    las diferentes virtudes morales y teologales

      [cuarta parte),

    el progreso y el crecimiento, según los diversos niveles de h

    vida cristiana con una referencia a los consejos evangélicos,

    a la vida mística y sus fases clásicas

      (Quinta parte),

      los instru

    mentos y las condiciones de la santidad: el ejercicio de la

    meditación y la oración, los auxilios tradicionales y los diversos

    estados de perfección

      (sexta parte).

    Tratados de espiritualidad

      t

    J . d e G u i b e r t ,

      Lecciones de Teología espiritual

      (Razón y Fe,

    M a dr id ); A . R o y o M a r í n ,  Teología de la perfección cristiana

    (B A C, M a dr id ); J . A r i n t e r o ,  La evolución mística  (BAC, Madrid);

    A . T a n q u e r e y ,   Compendio de Teología ascética y m ística  (Desclée,

    P ar ís ); J . M a r t í n e z B a l i r a c h , L ecciones

      esquemáticas de espiri

    tualidad   (S al t er ra e, S a nt an de r) ; P . C r i s ó g o n o ,  Compendio de ascé

    tica y mística   (Ed. Revista de Espi ri tua lidad , Madrid); L . H e r t l i n g ,

    Theologia ascética  (G regoriana, R om a); R . G a r r i g o u - L a g r a n g e ,

    Perfection chrétienne et contemplatíon

      (Vie Spirituelle, Saint-Maximin).

    Documentos y fuentes

    H . D e n z i n g e r ,   Enchiridion symbolorum  (D.) (Herder, Bar

    celona) ;  M . J . R o u e t d e J o u r n e l - J . D u t i l l e u l ,

      Enchiridion

    asceticum

      (H erde r, Ba rc el on a) ; J . d e G u i b e r t ,

      Documenta eccíesiastica

    christianae perfectionis studium spectania  (Gregoriana, Roma).

    Enciclopedias

    Dictíonnaire de spirítualité ascétigue et myslic¡ue

     (D. Sp.), B eauchesne,

    París,-

      Dictíonnaire de théologie catholicjue  (DTC), Letouzey et Ané, París,-

    Dictíonnaire de la Bible. Supplément,  París,-  La enciclopedia del católico

    en el siglo XX,  Casal i Valí, Andorra.

    Revistas

    Entre nosotros destacan: «Manresa», a cargo de la Compañía de Jesús,

    desde 1925; «Revista de espiritualidad», dirigida por los carmelitas des

    calzos, desde

      1941,-

      «Teología espiritual», publicada por los dominicos en

    Valencia, desde 1957.

    A través de esta obra aparecerán constantemente citadas: «La vie

    spirituelle» («LVS »), con el «Suplément de la vie spirituelle» («Supl . LVS» ),

    editadas por los dominicos,- «Revue d'ascétique et mystique» («RAM»),

    publicada por los jesuítas; y «Etudes carmélitaines», de los carmelitas.

    Resumen histórico-bibliográfico

    Recomendamos vivamente las páginas que los padres J. d e G u i b e r t

    y A . R o y o M a r í n dedican en sus obras respectivas a este tema.

    Merece una mención especial el volumen   Estado actual de los estudios

    de teología espiritual

      (Flors, Barcelona), por la visión de conjunto actuali

    zada de las principales escuelas de espiritualidad.

    P R I M E R A P A R T E

    L A S A N T I D A D C R I S T I A N A

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    I

    N A T U R A L E Z A Y D I M E N S I O N E S

    Al comenzar este capítulo hemos de precisar el punto de

    vista desde el que vamos a hablar de la «santidad cristiana».

    ¿Sería conveniente l legar a el la   progresivamente,  condu cir al

    lector de grado en grado, hacia una concepción cada vez más

    completa de la «santidad» ?  De este modo no se asusta al lector

    poniéndole inmediatamente ante la vista las exigencias extremas

    del ideal cristiano en su plenitud; pausadamente se le revela,

    una etapa tras otra, lo que ya está en condiciones de com

    prender mejor y de aceptar más fáci lmente.

    O bien, por el contrario, ¿sería preferible describir , desde

    las primeras páginas, con sencil lez, pero con toda claridad,

    el ideal propio de la santidad,  en su plenitud?

    Este es el procedimiento que vamos a seguir. Tiene la ven

    taja de mostrar cómo es una vida cristiana plenamente desarro

    l lada y nos i lustra con la mayor perfección posible sobre el

    camino a recorrer. Es como si hiciésemos admirar a los aficio

    nados a l a p intura cuadros de los grandes maest ros ; o como se

    muestran a los aprendices de fotógrafo fotografías perfectas.

    No hay nada como la contemplación de una obra de ar te para

    i luminar el estudio de las duras condiciones que pone el apren

    dizaje del arte.

    No obstante el sistema tiene un inconveniente: el lector

    pudiera desanimarse a las pocas páginas, al verse lejos, increíble

    mente lejos del ideal de santidad propuesto desde las primeras

    l íneas. Ha de tener la humildad de aceptarse tal cual es, en los

    comienzos; ha de poseer la firmeza de ánimo necesaria para no

    tratar de quemar etapas y l legar en un mes al l í donde los me

    jores l legan después de una vida entera de esfuerzos y victorias;

    ha de confiar en ese Dios que concede la gracia de descubrir el

    «camino» y nos ayuda a recorrerlo hasta el f inal . Los que viven

    en el campo saben bien que la primavera no viene antes de

    t iempo, n i e l verano ni e l o toño; saben también que de nada

    sirve irri tarse ni agotarse trabajando: no irá la t ierra más de

    prisa alrededor del sol . Seamos como el los prudentes y pacientes

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    10/302

    20

    La santidad cristiana

    para dejar madurar en nosotros la acción de la gracia y de

    nuestros esfuerzos.

    Primeramente trataremos de explicar lo que es la santidad

    real y verdadera, lo que lleva consigo, lo que exige. Y señala

    remos también las ideas inexactas o incompletas que suelen

    tenerse acerca de ella.

    1.   ASPECTO DOGMÁTICO

    DOCTRINA BÍBLICA

    El

      pensamiento bíblico,

      en su conjunto, puede resumirse

    como sigue. Dios es el «santo» por excelencia. Es «tres veces

    santo» (Is. 6, 3). Y no hay santo semejante a Yahvé. El profeta

    Isaías ha sido el heraldo privilegiado de la santidad divina.

    Yahvé es santo porque está apartado de todo lo que es impuro,

    y es superior a todo lo común. El Nuevo Testamento va descu

    briendo progresivamente el misterio de la Santísima Trinidad.

    El Padre es santo, escribe san Juan (1 Jn. 2, 20; 3, 3). El Hijo

    es también «el santo» de Dios (Le. 1, 35), renegado por los

    judíos (Act. 3, 14). El Espíritu es el Espíritu Santo. Así pues la

    santidad sustancial es como la definición misma de Dios, como

    una manera de expresar la naturaleza y la vida divinas.

    De ello resulta que,

      teológicamente

      hablando, debemos

    llamar «santos» ante todo y sobre todo a quienes participan

    de esta

      santidad sustancial

      de Dios, y en la medida en que

    participan de ella. En este sentido la expresión «gracia santifi

    cante» es excelente: nos santificamos al recibir el don divino.

    Asimismo, en el Nuevo Testamento se llama «santos» a los

    cristianos: san Pablo se dirige a los «santos» de Roma, de

    Corinto, de Éfeso y de Filipos (Rom. 1, 7; 1 Cor. 1, 2; Ef. 1, 1;

    Fil.

      1, 1). Los cristianos deben «subvenir a todas las necesi

    dades de los santos» (Rom. 12, 13). Dios nos ha «hecho

    capaces de participar de la herencia de los santos» (Col. 1, 12).

    Él mismo ha sido elegido, aun siendo «el menor de todos los

    santos» (Ef. 3, 8). Va a Jerusalén «en servicio de los santos»

    (Rom. 15, 25); ruega y hace rogar «por todos los santos»

    (Ef. 6, 18). Espera el fin de los tiempos con «todos los

    santos» (1 Tes. 3, 13). Nunca se repetirá suficientemente que

    la santificación se realiza por el don trascendente de la santidad

    divina otorgado al hombre. Por el bautismo y la fe, condiciones

    fundamentales de la conversión y de la redención, los hombres

    son constituidos «santos», a imagen y semejanza de Dios.

    Naturaleza y dimensiones

    2 /

    El «santo» cristiano, subsidiariamente, sólo tiene derecho

    a este nombre si responde en todo a las

     orientaciones concretas

    de la vida divina. El Señor «nos eligió antes de la constitu

    ción del mundo para que fuésemos santos e inmaculados en su

    presencia» (Ef. 1, 4). Y el ministro de Dios ha de ser «justo

    y santo» (Tito 1, 8), a fin de que sea un instrumento «precioso»,

    «santificado», para el Maestro (2 Tim. 2, 21). La santidad

    cristiana, en la doctrina revelada, implica la realización «encar

    nada» de la santidad, su traducción en la inteligencia, la volun

    tad, el carácter y los sentimientos, el cuerpo y la vida, hasta

    en los productos humanos de la cultura y de la sociedad.

    En todos los capítulos morales de la sagrada Escritura, siempre

    que tienen ocasión para ello, los autores sagrados despliegan

    la gama entera de las innumerables disposiciones de alma que

    se imponen a los bautizados y que constituyen en conjunto

    las virtudes cristianas. «Como conviene a santos», dice san

    Pablo (Ef. 5, 3). Estas virtudes, parcialmente constitutivas del

    estado de santidad, son la transposición humana de la santidad

    trascendente que se concede en el don de la gracia. El que

    posee los dos elementos puede ser llamado «santo» en el sentido

    cristiano y teológico de la palabra.

    TESTIMONIO APOSTÓLICO

    Si preguntásemos a los

      apóstoles

      qué ha de entenderse por

    un «santo» en el sentido cristiano de la palabra, y en grado

    eminente, nos responderían: el «santo» cristiano es aquel que

    vive la plenitud de la vida divina que ha recibido de Dios

    y que realiza a la perfección la vocación temporal a que ha sido

    llamado en este mundo. Tal «santo» es acabado, perfecto.

    No olvidéis, diría

      san Pablo,

      que sois una «nueva» criatura,

    un hombre «nuevo». Nuevo porque habéis nacido a una vida

    nueva y divina que es preciso desarrollar, alimentar y conducir

    a una plenitud cada vez mayor. Nuevos también porque, hijos

    de Dios por la vida divina, habréis de traducir e inscribir esta

    regeneración en la obra que a todo hombre incumbe llevar

    a cabo en la tierra. Estáis santificados por el don que os ha

    sido concedido por la Santidad misma: alimentad pues esta

    santidad sobrenatural y regulad vuestro comportamiento social

    para que éste sea irradiación visible de aquélla. La parte dog

    mática de las epístolas de san Pablo es una descripción de la

    realidad sobrenatural que da el Espíritu Santo a nuestras almas;

    y la parte parenética o moral con que finalizan las epístolas

    va detallando las repercusiones concretas que ha de tener esta

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    22

    La saniidad cristiana

    vida nueva en cada uno de nosotros , en su espíritu, en su

    cuerpo, en su corazón, en su comportamiento socia l y en su

    vida cultura l.

    Las mismas ideas podrían extraerse de los escritos de  san

    Juan.

      Los hijos de Dios, escribe, participan de la luz eterna,

    de la santidad divina, del amor de Dios. Deben vivir, pues, en

    la luz, nutrir esta santidad sobrenatural , conservar en e l los

    este amor de Dios. Pero han de «andar» en la tierra como hijos

    de la luz, como fermentos de santidad y como testimonios de

    este amor. También hallamos en e l Apóstol vis iones apocalíp

    t icas,  e l l lamamiento a una regeneración espiritual asombrosa,

    en la que Nicodemo no puede creer y que intenta vanamente

    imaginar. Este nuevo renacimiento desde arriba ha de penetrar

    a l hombre todo, bril lar en su inte ligencia y en su corazón

    transfigurar su comportamiento, orientar sus actividades exte

    r iores .

      El hijo de Dios ha de «andar» como cris tiano, todo é l ,

    en todas sus dimensiones.

    UNA SOLA Y ÚNICA SANTIDAD

    La consecuencia inmediata de todo lo que antecede es que

    sólo hay  una clase de «santidad»  en e l cris tianismo. No hay

    sino un solo Dios, un solo y mismo Espíritu, un solo y mismo

    Señor. Del mismo modo no hay más que una sola y misma

    «santidad» trascendente, participación de la santidad de Dios.

    Igualmente no existe sino un ideal esencial de santificación

    temporal, traducción terrena de la santidad sobrenatural de la

    gracia. Pueden existir grados diversos en e l don de Dios.

    Pueden darse diversas respuestas por parte del hombre. Pero

    no hay dos o tres especies de santidad cris tiana. No hay una

    santidad propia de los re ligiosos, otra de los sacerdotes y

    una tercera para los seglares piadosos. Las dis tinciones han

    de hacerse desde otro punto de vis ta . En todo caso en un

    nivel más superficial. Y siempre, a través de todas las formas

    y s ituaciones de vida, a través de todas las tendencias diversas

    dentro de la espiritualidad, habremos de respetar este primer

    dato capita l y sa lvar la jerarquía de los valores .

    A . C o l u n g a ,  La perfección cristiana a la luz de la revelación, en

    «Teología espiri tual» , 1 (1957), 11-32; A . J . F e s t u g i é r e ,  La Sain-

    teté,  P U F , P a rí s; A . F o n c k ,  Perfection chrétienne,  en DTC, 12,

    p.

      1 .219-1 .251 ; H . M a r t i n ,  Désir de perfection,  en D. Sp., 3, p. 592-

    623;  C . T r u h l a r ,

      De notione totali perfectionis christianae,

      en «Gre-

    gorianum», 34 (1953), p.

      252-261.

    Naturaleza y dimensiones

    23

    2.   ASPECTO MORAL

    EL MANDAMIENTO NUEVO

    La plenitud de la Ley, escribe san Pablo, es la  caridad.

    Cristo, antes de abandonar a los apóstoles le» recordó e l man

    damiento por excelencia , e l mandamiento «nuevo» del cris tia

    nismo. «Amarás a l Señor tu Dios con todo tu corazón, con

    toda tu a lma y con todas tus fuerzas. Y el segundo es seme

    jante a l primero: Amarás a tu prójimo en e l amor de Dios.»

    En el fondo no hay más que un mandamiento: vivir según la

    caridad. Ésta es e l amor mismo de Dios, en e l cual la criatura

    debe amar a Dios su Padre y a sus hermanos los hombres.

    Éste es e l mandamiento  nuevo.  No en e l sentido de que

    instaurase una novedad vis ible en e l mundo. Ciertamente la era

    cris tiana, inaugurada con e l nacimiento del Mesías , inicia una

    época nueva y definitiva en la historia del mundo. Pero no es

    éste exactamente e l sentido de la palabra «nuevo». Significa,

    a fin de cuentas , e l mandamiento «cris tiano por excelencia».

    Nuevo, es decir, característico del hombre «nuevo» que es  el

    cris tiano, después de su reconocimiento por e l Altís imo. Nuevo,

    es decir, caracterís tico de la a lianza y de la economía instau

    radas por Cris to y en las que la vida de Dios se comunica a

    los hombres «renovados» por la gracia. Nuevo, pues, con toda

    la grandeza de la «renovación» cris tiana. Y Jesús continuaba:

    «En esto conocerán que sois mis discípulos» (Jn. 13, 35).

    Se percibe aquí toda la  originalidad  del cris tianismo. Para

    Cris to, e l desarrollo pleno es e l desarrollo de la caridad teologal.

    No reside en la sabiduría de los filósofos, ni en la especulación

    inte lectual como ta l; no es s implemente la actividad socia l bien

    hechora como ta l , ni e l genio o e l heroísmo humanos conside

    rados en s í mismos. Cris to nos da su opinión y la opinión de

    Cris to no puede ser más que la «verdad». Si quiere marchar

    hacia su desarrollo tota l , auténtico y verdadero, e l fie l cris tiano

    debe vivir en su perfección e l doble mandamiento de la caridad.

    Tal es e l ideal absoluto a l cual están subordinados todos los

    demás.

    LA CARIDAD

    a)   No t iene nada de sorprendente que debamos  amar a

    Dios.  ¡Pero que podam os amarl e El cris tianismo es la única

    religión que tiene un Dios a la vez trascendente y tan próximo

    a sus criaturas . Pues Dios nos pide nuestro amor. A Pedro le

    decía Cris to: «Simón Pedro, ¿me amas?» Es la pregunta que

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    La santidad cristiana

    hace a cada uno de sus fieles. Es la pregunta que hace a cada

    una de sus criaturas para santificarla.

    ¿Me amas? Y el Señor añade: «sobre todas las cosas»:

    ¡ con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas

    Sabe muy bien que nuestra respuesta no será nunca tan perfecta

    y total. Pero quiere, de una vez para siempre, ponernos en pre

    sencia de exigencias absolutas y de llamadas radicales. ¿Por

    qué? Porque así es el cristianismo. Si Dios es verdaderamente

    «Dios», ¿cómo no iban a ser radicales sus llamamientos? Si Dios

    es «amable» por encima de todo lo que podamos imaginar,

    ¿cómo podría pedirnos que le amásemos «un poco» o simple

    mente «más» que a las criaturas?

    b)   El segundo mandam iento es semejante al primero.

    Amarás a tu  prójimo.  El prójimo no es solamente el hermano

    de raza, el hermano de religión, el compañero de profesión.

    Sino que es todo hombre. El mandamiento es formal. Y Cristo

    ha dado el ejemplo más abrumador de este amor. Teóricamente

    hubiera podido asegurar la redención del mundo de diversas

    maneras: ha preferido elegir el sacrificio total de la Cruz.

    Porque el mayor testimonio de amor que puede darse es entre

    garse a la muerte por los amigos. Cristo ha amado a sus her

    manos. Ha amado a su Iglesia y se ha entregado por ella, para

    que sea hermosa y perfecta en presencia de su P adre. D ándonos

    este ejemplo, Cristo ha querido darnos algo más que cuadros

    vivos, «emocionantes» y «admirables». Ha querido indicarnos

    el camino y enseñarnos el sentido de la caridad «cristiana».

    Ha querido que sigamos su ejemplo hasta donde nos sea posible.

    CARIDAD Y SANTIDAD

    a)   Se comp rende pues la frase del Ap óstol : «La perfección

    de la ley es el amor». El cristiano, en virtud de su mismo

    nombre, se compromete a amar a Dios con un amor total,

    sobre todas las cosas. Tarea difícil y llena de exigencias.

    Cuando recita con atención su acto de caridad, cuando pro

    nuncia las palabras: «sobre todas las cosas», todo cristiano

    siente inmediatamente en su alma, en la medida de su since

    ridad, una llamada al orden, un reajuste conforme a Dios, una

    rectificación de sus tendencias, de sus ideas, de su vida. «Sobre

    todas las cosas», esto es, más que a mis gustos, mis deseos

    y mis comodidades: y el orden se establece en mí. «Sobre todas

    las cosas»: y los pormenores de la vida aparecen en la concien

    cia como iluminadas por un relámpago y «sub specie aeterni-

    tatis», como a la mirada de Dios mismo. A tales profundidades

    lleva el humilde acto de caridad. Completamente diferente de

    Naturaleza y dimensiones

    25

    ese acto simplemente recitado con los labios que no provoca

    ninguna repercusión íntima en el hombre, el acto de caridad,

    conscientemente hecho, está penetrado de una radical rectitud.

    Rectifica, «ordena», realiza, determina un ajuste perfecto.

    Por ello es importante recordar que el aqto de caridad es

    el  acto realizador de toda santidad.  Insistiremos en ello más

    adelante, cuando hablemos de los medios de santificación.

    Pero bueno será andar con cuidado. Suele decirse que la caridad

    es el «fin» y que todo lo demás son «medios». Esto es exacto,

    desde un cierto punto de vista. Pero la caridad es también

    el «medio» por el cual realizamos la vida cristiana, la vida de

    caridad con Dios y con el prójimo. La caridad tiene sus actos,

    y viviéndolos es como se llega a la santificación.

    b)   Este amor  total  puede  incluir  o  excluir  los bienes

    creados. «El amor de caridad al que están llamados los seglares

    es un amor  inclusivo  de los bienes que constituyen la vocación

    humana (amor conyugal...). El amor de caridad al que están

    llamados los religiosos es un amor  exclusivo  de dichos bienes.

    Dios, Cristo, serán sus únicos amores. No es sólo la palabra

    total  la que especifica la caridad y, por consiguiente, la vocación

    de los religiosos, sino también la palabra

      exclusivo.

      Todos los

    cristianos, por su bautismo, están llamados a la santidad, es

    decir, a amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma,

    con todo su espíritu. Se les pide una totalidad, por lo menos,

    como tendencia. Para los religiosos, en cambio, la caridad a la

    que están llamados no sólo debe ocupar poco a poco la totali

    dad de su corazón sino que únicamente ha de tener como

    objetivo a Dios» ( B . - M . C h e v i g n a r d ,  Le role du

    prétre dans Véveil des vocations,  p. 36).

    P h . D e l h a y e ,

      La chanté, reine des vertus,

      en «LVS», 39 (1957),

    p.

      135-170; B . M . C h e v i g n a r d ,

      Le róíe du prétre dans Véveil des

    vocations,

     Cerf,

      París.

    3.  LAS DOS DIMENSIONES DE LA SANTIDAD

    VIDA TEOLOGAL Y VOCACIÓN TEMPORAL

    a)   El «santo», según Cristo, ha de realizarse en  dos dimen

    siones-,  la vida teologal y la vocación temporal. Ha de llevar

    hasta el fin ambos aspectos si quiere ser «perfecto», santo.

    ¿Cómo podría «realizarse» plenamente si no es así? Se trata

    de la vida «cristiana» sencillamente. Esta vida es hondamente

    «mística» y auténticamente «temporal». El hombre nacido en

    la tierra, ciudadano de este mundo, pertenece también por su

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    26

    La santidad cristiana

    «nuevo nacimiento» a ot ro mundo, de l que ha de ser también

    un perfecto «ciudadano». En esquema pudiera deci rse que e l

    cristiano debe vivir en plenitud «dos» vidas a un tiempo, del

    mismo modo que forma par te de «dos» mundos a un t iempo.

    Tal es la condición compleja — no complicada — del cristiano.

    Es también una condición incómoda, fuente de inevitables

    tensiones. Pero es el fundamento mismo de su singular grandeza

    y la base de su optimismo.

    A estas dos «vidas», a estas dos «dimensiones» l lamamos

    vida teologal

      y

      vocación temporal.

      Destaquemos la rea l idad

    de cada una de estas dos vidas. En primer lugar la vida teolo

    gal .

      Hay muchos cristianos que no admiten que esta vida teologal

    sea rea lmente una «vida» de la que hay que ocuparse , que puede

    alimentarse, que crece y se desarrol la. Y de hecho, la vida

    teologal no tiene en el los sino un despliegue mínimo; no ocupa

    apenas lugar en su espí r i tu n i en su corazón; tampoco ven muy

    claro lo que significa «vida teologal». ¿Entonces? Si desean

    sinceramente saber hasta qué punto puede ser «viva» esta vida

    teo loga l cuando se ha desarro l lado, que lean unas páginas de la

    vida mís t ica de santa Teresa de Jesús , de san Juan de la Cruz ,

    de santa Teresa de l N iño Jesús o de ot ro santo que nos haya

    dejado un testimonio peculiar de la unión íntima con la Tri

    nidad. Entonces tocarán de cerca todo el real ismo de esta «vida

    teologal» que todo cristiano l leva en germen. Nada más diremos

    aquí de la «vida teologal». En cuanto a la vocación temporal ,

    es fáci l su comprensión para todos-, se trata de las tareas que

    nos corresponden a cada uno de nosot ros , ya en e l campo

    sagrado y eclesiástico, ya en los más diversos campos profanos.

    Al hablar de «vocación» queremos indicar que estas tareas son

    también, a su manera y sin perjuicio de su carácter temporal ,

    l l amada de Dios .

    b)

      Am bas «dimensiones» son

      esenciales

      para que la san

    tidad sea cristiana. Podrá decirse que uno de los aspectos es

    «divino» y e l o t ro «humano»; o que uno es « t rascendente»

    y el otro «temporal»: estas al ternativas son demasiado simples

    para ser exactas y adecuadas. Pero lo cierto es que no hay

    santo cr i s t iano s in las dos . «Reconocemos —escr ibía e l padre

    De M ontcheui l — , de una par te , qu e e l c ri s t ianismo t iene u n

    valor en s í mismo, independientemente de sus repercusiones

    en las es t ructuras humanas , y de ot ra , que es absolutamente

    necesar io preocuparse de es tas repercusiones , s i no queremos

    dejar que se desvanezca y quedarnos con una sombra de é l .

    Estas dos orientaciones parecen tan esenciales a todo cristianismo

    profundo que nos negamos a reservarlas a dos categorías dis-

    Naturaleza y dimensiones 27

    t in tas de cr i s t ianos : quer íamos, por e l cont rar io , ver las reunidas

    en el católico de acción, o, siguiendo una expresión consa

    grada, en el mil i tante, como también en el que se consagra

    con preferencia a la meditación y a la oración.»

    Presentando estas dos dimensiones como «esenciales» damos

    a este úl t imo término todo su valor. Nadie es «santo» ante

    Cristo si no vive en su plenitud la vida teologal y su vocación

    tempora l . Y con es to no pre tendemos deci r que , de suyo, l a

    rea l ización de la vocación tempora l sea tan noble , tan impor

    tante, tan sustancial como la participación en la vida trinitaria.

    Pero esta vocación temporal no es solamente «indispensable»

    o «necesar ia» —como sue le deci rse ac tua lmente a veces—:

    es «esencial».

    ALGUNOS TESTIMONIOS

    Para demostrar que es ésta la doctrina de la espiritualidad

    cr is t iana apor tamo s como pru ebas a lgunos tes t imonios recogidos

    en diversas escue las de espi r i tua l idad. Todos expresan, según

    la orientación que les es propia, la necesidad de ensanchar en

    nosotros las dos «dimensiones» constitutivas de la santidad

    cristiana.

    He aquí lo que pide   santa Teresa de Jesús  a sus hermanas ,

    las carmelitas. Después de haberles recordado el celo de Elias

    por la gloria de Dios, el celo de santo Domingo y san Fran

    cisco por la salvación de las almas, continúa: «Esto quiero yo,

    mis hermanas , que procuremos a lcanzar , y no para gozar , s ino

    para tener estas fuerzas para servir , deseemos y nos ocupemos

    en la oración. No queramos i r por camino no andado que nos

    perderemos a l mejor t iempo. . . c reedme, Mar ta y Mar ía han de

    andar juntas para hospedar a l Señor y tener le s impre consigo,

    y no hacer le mal hospedaje , no dándole de comer . ¿Cómo se

    lo diera María, sentada siempre a los pies, si su hermana no le

    ayudara? . . .Me di ré is . . . que di jo (Le. 10, 42) que María había

    escogido la mejor parte. Y es que ya había hecho el oficio

    de Marta, regalando al Señor en lavarle los pies y l impiarlos

    con sus cabel los. . . Yo os digo, hermanas, que venía la mejor

    par te sobre har tos t rabajos y mor t i f icación, que aunque no

    fuera sino ver a su Maestro tan aborrecido era intolerable

    t rabajo . ¡Pues los muchos que después pasó en la muer te de l

    Señor Teng o para mí que el no haber rec ibido mar t i r io fue

    por haber le pasado en ver mor i r a l Señor ; y en los años que

    vivió , en verse ausente de Él , que ser ían de horr ib le tormento ,

    se verá que no es taba s iempre con rega lo de contemplación

    a los pies del Señor»

      (Séptimas moradas,

      c . 4 ) .

  • 8/19/2019 Thils Gustave - Santidad Cristiana - Compendio de Teologia Ascetica

    14/302

    28 La santidad cristiana

    Sa n  Francisco  de Safes

      nos expone la misma doctrina. Escri

    biendo para Filotea —es decir, para todo fiel deseoso de

    progreso espiritual y no solamente para los clérigos y reli

    giosos — recuerda el comportamiento de los niños: «Haz como

    los niños pequeños que con una de sus manos se agarran a su

    padre y con la otra cogen fresas o moras a lo largo de un seto.

    Pues asimismo, tratando y manejando los bienes de este mundo

    con una de tus manos, ten siempre con la otra la mano del

    Padre celestial, volviéndote de vez en cuando a Él, para ver

    si aprueba tus quehaceres y tus ocupaciones. Y guárdate sobre

    todo de dejar su mano y su protección, pensando en amontonar

    o recoger más; porque si te abandona no darás un paso sin

    caer de bruces. Quiero decir, Filotea, que cuando estés atareada

    con los quehaceres ordinarios, que no requieren una atención

    tan fija y tan absorbente, contemples más bien a Dios que

    a los quehaceres; y que cuando éstos son de tanta importancia

    que reclaman toda tu atención para estar bien hechos, mires

    a Dios de tiempo en tiempo, como hacen los que navegan en el

    mar»

      (Introducción a ía vida devola,

      III, c. 3).

    Representantes de dos espiritualidades aparentemente dife

    rentes se hallan enteramente de acuerdo en proponer el sincro

    nismo de la vida teologal y de la vocación temporal a todo

    el que pretende alcanzar la santidad cristiana. «Para san Ignacio

    — escribe el padre Peeters — la acción y la contemplación no

    son ni pueden ser dos corrientes alternativas, dos movimientos

    que se suceden a intervalos más o menos regulares. Siempre que

    el trabajo exterior, incluso si se hace por Dios, distrae de

    Dios y perturba la oración, o que ésta, excesivamente celosa

    de su deliciosa quietud, aparte de la acción, persiste un dualis

    mo,

      índice de imperfección...» En cuanto a dom Chautard,

    escribe: «En el alma de un santo, la acción y la contemplación,

    fundadas en una armonía perfecta, dan a su vida una maravillosa unidad. Así, por ejemplo, san Bernardo fue el hombre

    más contemplativo y al mismo tiempo el más activo de su siglo,

    del cual hace este retrato adm irable uno de sus contemporáneo s:

    en él la contemplación y la acción marchaban tan de acuerdo

    que este santo parecía entregado a las obras exteriores y a la

    vez completamente absorto en la presencia y el amor de su

    Dios.» En lugar de hablar de contemplación y de acción

    — y para e vitar ciertos inconvenientes de este vocabula rio —,

    hemos dicho «vida teologal» y «vocación temporal»: las ideas

    son idénticas.

    Uno de los testimonios que más ilustran este ideal es el

    de sor María de la Encarnación. Sin duda todos los grandes

    Naturaleza y dimensiones

    29

    maestros del espíritu han unido a una vida teologal intensa

    el cumplimiento perfecto de su vocación temporal. Pero la

    religiosa ursulina de Quebec ha relatado esta unión haciendo

    ver, de un modo impresionante, el carácter místico de sus

    dones espirituales y la naturaleza material y terrena de sus ocu

    paciones profesionales. Podrían citarse innumerables pasajes.

    «Habiendo llegado el alma a este estado —escribe—, le im

    porta muy poco estar enredada en las ocupaciones o tranquila

    en la soledad. Todo es indiferente porque todo lo que la afecta,

    todo lo que la rodea, todo lo que le impresiona los sentidos,

    no le impide el gozo actual del amor. Se puede hablar de todo,

    se puede leer, escribir, trabajar y hacer lo que se quiera, y a

    pesar de todo permanece esta ocupación principal y el alma

    no cesa de estar unida a Dios. En la conversación y en el ruido

    del mundo, ella está en soledad junto a su esposo.»

    POSIBILIDAD

    Pero,

      ¿es posible todo esto? Una vez más hemos de insistir

    en que nuestro propósito es describir la realización completa

    y

      plenaria

      de la «santidad»; es el mejor medio para saber cuál

    es el término ideal de nuestro esfuerzo. No hay que concluir

    por ello que se trata de llegar a vivir estas dos «vidas» y de

    cumplir activa y conscientemente con todas las exigencias

    de esta decisión de repente. Esto nos acarrearía una meningitis

    en breve plazo.

    Por otra parte es preciso

     conservar este ideal ante nuestros

    ojos.

      La «santidad» cristiana no puede ni podrá nunca adqui

    rirse con descuentos. Todos los fieles que lo son verdadera

    mente tienen conciencia de que constituye un valor de difícil

    adquisición. Serían los primeros en desconfiar de una fórmula

    de «santidad sin esfuerzo», como la del «inglés sin esfuerzo».En realidad, la

      doble perspectiva

      — teologal y temporal —

    es realizable. Las madres saben por experiencia que pueden

    amar a sus hijos y al propio tiempo trabajar por ellos. No sola

    mente trabajan por sus hijos; les aman y amándolos, se sacrifi

    can por ellos. Nuestra sicología no es, pues, absolutamente

    refractaria al amor de Dios y del prójimo de un modo simul

    táneo.

      Además, todos los cristianos que se han propuesto la

    perfección saben también, por experiencia, que la presencia

    de Dios crece en ellos después de algunos años de esfuerzos, de

    gracia y de oración. Así, pues, es posible un cierto grado

    de progreso. Desde el cual se puede avanzar más aún. Alegré

    monos al constatar, por experiencia personal, que es posible

    adelantar, y dejemos el resto al Señor.

  • 8/19/2019 Thils Gustave - Santidad Cristiana - Compendio de Teologia Ascetica

    15/302

    30 La santidad cristiana

    G . T h i 1 s ,  Trascendencia o Encarnación,  Desclée de Brotnver,

    B il bao ; L . J . L e b r e t ,

      Acción, marcha hacia Dios,

      Estela, Barcelona;

    L . P e e t e r s ,  Hacia la unión con Dios,  Mensajero, Bilbao,- J . B .

    C h a u t a r d ,  El alma de todo apostolado,  Dinor, San Sebastián

    ;

    M . O l p h e - G a l l i a r d ,

      Vie contemplative et vie active d'aprés Cassien,

    en «RAM», 11 (1935), p. 252-288.

    4 .

      C O N C EPC IO N ES IN C O M PLETA S

    De las dos dimensiones esenciales de la santidad cristiana,

    una aparece como «don de Dios», teologal, incluso mística;

    la otra, hecha de iniciativas humanas, inmersa en la acción

    temporal, en el deber de estado profesional. Por tanto es difícil

    conceder la importancia exacta a que tiene derecho cada uno

    de estos elementos. Dificultosa teóricamente, en la práctica

    esta estimación es a veces errónea. Por ello querríamos dedicar

    unas palabras a hablar de ciertas concepciones incompletas.

    SANTIDAD R ECIBIDA Y SANTIDAD ADQUIRIDA

    Las dos dimensiones de la santidad cristiana pueden pre

    sentarse en forma de binomio: santidad «dada» y santidad

    «adquirida». Ciertos cristianos acentúan demasiado exclusiva

    mente ya el primero, ya el segundo de estos elementos.

    a)   Para algunos la santidad es ante todo algo  adquirido-

    se «adquiere» la santidad mediante trabajos, esfuerzos, perse

    verancia. Es evidente que nadie se ha santificado sin subir

    una ruda y austera pendiente, llena de iniciativas y de pro

    yectos. Es natural que algunos definan la santidad por lo más

    evidente de  su  intervención en esta obra espiritual. Es santa,

    para ellos, la vida de aquel que responde plenamente a su

    «vocación temporal»: ideas cristianas, sentimientos cristianos,

    ambiente cristiano, familia cristiana. Hemos hablado de este

    aspecto; incluso hemos insistido para que se vea en ello un

    constitutivo «esencial» de la santidad concreta y personal.

    Pero también es cierto que el cristiano es «santo», ante todo

    y sobre todo, porque, en la gracia santificante, se hace partícipe

    de la «santidad» trascendente de Dios. Cristianos excelentes

    no comprenden bien o no aceptan esto totalmente. Más arriba

    hemos mostrado toda la importancia de esta «santidad» sobre

    natural.

    b)   En antítesis con los cristianos de que acabamos d e

    hablar, otros insisten exageradamente en el do n  de la «santidad

    sobrenatural» de Dios. Tal es, dicen, la pura esencia del cristia

    nismo, el mensaje auténtico de la revelación: nosotros somos

    Naturaleza y dimensiones 31

    santos ante Dios por y en su santidad. La gracia sobrenatural

    es un don gratuito. Hemos subrayado anteriormente el valor

    cualitativo de esta participación en la «santidad divina», que

    llamamos vida teologal. Pero esto no quiere decir que san Pablo

    llamase «santo» a un cristiano que se dejase llevar de la ira,

    que fuese perezoso, que no tuviese caridad e'n la vida social,

    aunque conservase en sí un mínimo de «gracia santificante»

    y por tanto de «santidad trascendente» divina.Estos cristianos, muchas veces, creen encontrar en la

      teología

    bíblica   el fundamento de su noción de santidad. Efectivamente,

    recurrir a las fuentes bíblicas, si bien asegura a las doctrinas

    teológicas un rejuvenecimiento y una vitalidad nueva, tiene

    también algunos inconvenientes. Cuando el cristiano pregunta

    qué es la santidad, quiere saber qué hay que ser y hacer

    para llegar a «santo», más bien que saber, en rigor, cuál es el

    contenido doctrinal del término «sanctus» en la Biblia. No es

    exactamente lo mismo; en todo caso las dos cuestiones no

    coinciden por entero. En el caso que nos ocupa, es cierto que

    el término «sanctus» designa por lo general los bienes trascen

    dentes de la santidad sobrenatural de Dios. En este caso, la

    definición bíblica del «santo» lleva consigo esencialmente la par

    ticipación en la santidad trascendente de Dios. Pero si bien los

    autores inspirados tratan con menos frecuencia de los esfuerzos

    de la virtud y de la ascesis cristiana bajo el término «sanctus»,

    no por ello dejan de acentuar su valor esencial cuando hablan

    de   un  «santo» en el sentido concreto, personal y total del

    término.

    ACCIÓN APOSTÓLICA Y CONTEM PLACIÓN RELIGIOSA

    Las dos dimensiones de la santidad pueden presentarse

    igualmente bajo la forma de una alternativa: acción apostólica

    y contemplación religiosa. Ahora bien, es cierto que ambos

    elementos deben estar presentes, en un cierto grado, en toda

    vida santa. Los errores consistirán también aquí en insistir

    extremadamente en uno u otro de estos elementos.

    a)   Para muchos cristianos activos y apostólico s, el verda

    dero santo de los «tiempos modernos» se identifica con bastante

    facilidad con el hombre de acción apostólica.  La entrega visible

    e inmediata a los hombres es el testimonio más claro de caridad;

    y si nace de una intención desinteresada aparecerá como «san

    tidad». Sin embargo la coincidencia no es perfecta. Esta des

    viación era manifiesta en varias de las respuestas dadas en 1945

    a la encuesta realizada por «La vie spirituelle» sobre el tema:

  • 8/19/2019 Thils Gustave - Santidad Cristiana - Compendio de Teologia Ascetica

    16/302

    32 La santidad cristiana

    «¿Hacia qué tipo de santidad vamos?» El padre Pié , sacando

    las conclusiones (febrero de 1946), constataba que una nece

    sidad de vida interior incontestable corría parejas con ciertas

    ideas falsas acerca de la propia significación de la acción.

    El defecto de los cristianos del siglo xix, decía, quizá haya sido

    practicar una vida de oración s in proyección apostólica eficaz.

    Pero la generación actual, creyendo hacer apostolado no realiza

    en muchos casos s ino acción socia l , organización, propaganda,

    agitación. No basta construirse una idea de la santidad en

    función de la cualidad de su acción para que queden resueltos

    todos los problemas. La santidad cris tiana exige, no solamente

    una actividad apostólica temporal, s ino también y con toda

    certeza una vida teologal intensa, vivida «por e l la misma», como

    elemento constitutivo de la santidad, y no vivida solamente

    «para la fecundidad de la acción apostólica», lo cual es a lgo

    completamente dis tinto. Habría , pues, que examinar y retocar

    ciertas nociones de la santidad.

    b)   Por otra parte , la santidad no se mide tampoco por la

    cualidad de la  vida contemplativa  de ta l o cual cris tiano.

    Es necesario que exis ta una «vita lidad consciente» de la vida

    teologal inherente a toda santidad, lo hemos dicho y lo repeti

    remos muchas veces más para no olvidarlo.

    Pero esta «conciencia teologal» debe ser a lgo más que e l

    misticismo. «Todo misticismo — escribe e l padre Festugiére —,

    o todo estado místico, que se propusiese como fin único la

    complacencia en la bel leza del objeto contemplado, hasta per

    derse en é l; que tuviese por imperfección, bajo pretexto de que

    cualquier movimiento disociaría a l sujeto del objeto, cualquier

    vuelta a la acción —quiero decir a una acción virtuosa, ten

    den te a l b ien de l ob je to— me parece   genéricamente distinto

    del cris tianismo»  (L'enfant d'Agricjente,  p. 128).

    Esta conciencia teologal no lo es todo en la santidad.

    Los tratados de teología ascética y mística, a l dar amplio espa

    cio a las diversas oraciones y métodos de oración han des

    orientado quizá a los fie les en este ámbito. La «santidad» es

    compatible con una oración difícil , con una oración redu

    cida a e lementos muy sencil los , con una oración realmente

    ferviente , pero en un temperamento muy poco «contempla

    t ivo».

      Por otra parte , c ierta forma elevada de contemplación

    no-cris tiana o incluso cris tiana puede darse unida a lagunas

    de carácter, de s icología que perjudican a la santidad. Tenemos

    entonces un cris tiano muy desarrollado en un aspecto del

    cris tianismo y menos aventajado en otro; pero que no es

    «santo» únicamente por ser verdaderamente «contemplativo».

    Naturaleza y dimensiones 33

    Por esta razón preferimos hablar de «vida teologal consciente».

    Esta es , c laro está, contemplativa, pero se evita la ambigüedad

    del término «contemplación».

    GRACIAS EXTRAORDINARIAS Y  DEBERES  DE ESTADO

    Las dos dimensiones de la santidad pueden presentarse,

    por último, bajo dos formas extremas que no son propiamente

    una a lternativa, pero que creemos poder exponer en un mismo

    apartado: gracias extraordinarias y, por otra parte , deberes

    de estado temporal. Algunos fie les l igan estrechamente la san

    tidad a las gracias extraordinarias; otros ven la santidad en

    el cumplimiento de los deberes de estado, pero entendiendo

    éstos de un modo demasiado restringido. Esto es lo que pasa

    mos a desarrollar a continuación.

    a)   Las  gracias extraordinarias,  en el sentido clásico de

    la expresión en las vidas de los santos , son revelaciones

    privadas, palabras escuchadas, vis iones y e l don de discerni

    miento de los espíritus , los fenómenos de levitación, de

    luminiscencia , e tc . Siempre es posible exagerar la importancia

    de estos carismas en el juicio que se hace sobre la santidad de

    una persona. Ciertamente es indudable que cuando e l Señor

    concede favores particulares de este orden a un cris tiano,

    éste es por lo general, si no santo, al menos ferviente. Sin em

    bargo hoy es quizá menor que en otros tiempos e l riesgo de

    una apreciación desmesurada de estas «señales maravil losas»

    de los santos; la crítica ha demostrado que es preciso leer con

    discernimiento los re latos de los taumaturgos de la Edad Media,

    y la medicina ha desenmascarado justamente en ocasiones las

    supercherías de ciertos estados en apariencia extraordinarios .

    Pero exis te otra forma de la misma exageración que s í

    pudiera afectarnos. Nuestra época, en mayor medida que otras ,

    se mueve preferentemente en un mundo de valores supra-

    racionales , de agudezas de intuición, de impulsos místicos de

    la fe y la trascendencia. Desde estas perspectivas hay una

    marcada disposición para «oír» a l Señor; una preocupación

    por «irradiar» lo sobrenatural; una «espera» del milagro; es

    decir, es tamos casi naturalmente esperando una señal particular

    de una Providencia personal en acción constante sobre este

    mundo. Puede haber en todo esto una forma mitigada de i lu-

    minismo; afecta principalmente a los fie les que se tienen por

    «privilegiados» y que hacen suyas las frases de san Pablo:

    «El hombre espiritual juzga de todo pero a é l nadie puede

    juzgarle» o «el Espíritu todo lo escudriña, hasta las profun-

  • 8/19/2019 Thils Gustave - Santidad Cristiana - Compendio de Teologia Ascetica

    17/302

    34 La santidad cristiana

    didades de Dios» (1 Cor.  2) .  Los apóstoles no han negado

    nunca la autenticidad de los carismas extraordinarios , pero

    ha puesto orden en esta cuestión y con gran energía.

    b)   En cuanto a l  deber de estado,  de orden temporal, ¿no

    es e l medio por excelencia de santificación? Y el camino más

    seguro hacia la santidad, ¿no es s iempre e l cumplimiento per

    fecto de los deberes de estado? Sin duda. A condición de

    entender este deber de estado en su integridad y no sólo

    en sus exigencias de orden temporal. Por deber de estado, en

    el sentido usual del término, se entiende los deberes que

    lleva consigo la vocación temporal. Ahora bien, hemos vis to

    que e l cris tiano está l lamado también a l levar una vida «teo

    logal» en la fe , la esperanza y la caridad. Tiene la obligación

    de a limentar, desarrollar, ensanchar esta participación en la

    vida divina y trinitaria . Esto forma parte igualmente de sus

    obligaciones de «cris tiano». Por tanto, o bien habremos de

    hablar de deber de estado en sentido tota l , incluyendo todas

    las obligaciones — de orden teologal y de orden tempo ral —

    a las cuales ha de responder e l cris tiano, o bien hablaremos

    de deber de estado, en e l sentido de las tareas terrenas y

    temporales . En este caso habrá que añadir que e l cris tiano,

    además de este deber de estado, ha de preocuparse  también

    del desarrollo de la vida teologal como ta l . No hay coinci

    dencia entre estas dos tareas. Y la experiencia muestra que

    estas precisiones no son inútiles.

    A . R a d e m a c h e r ,  Religión y vida,  Atenas, Madrid; H . D li

    m é r y ,  Las tres tentaciones del apostolado moderno,  Fax, Madrid;

    J . B . C h a u t a r d ,   El alma de todo apostolado,  Dinor, San Sebastián;

    A . P i é ,  L'action

      apostoUcfue,

      école de perfection,  en «LVS», 38 (1956),

    p.  5-27; G . d e P i e r r e f e u ,  Américanisme,  en D . Sp., 1, p. 475-4 88;

    Vers c\uel type de sainteté allons-nous?, en «LVS», 28 (1946); I . M e n -

    n e s s i e r ,  Vie contemplative et vie active comparées,  en «LVS», 18

    (1936),  p . 6 5-87 , 1 29-14 5; H . M o n i e r - V i n a r d ,

      Vie chrétienne

    et vie parfaite,

      en «RAM», 22 (1946), p. 97-116, 229-252; R. C a r p e n -

    t i e r ,  Devoir d'état,  en D. Sp., 3 , p . 672-702; E . R a n w e z , Poti r  ou

    contre une spiritualité du devoir,

      en «Rev. Dioc. Namur.» (1953), p. 43-58.

    II

    C R I T E R I O Y C A R A C T E R Í S T I C A S

    1.  EL CRITERIO

    LA CANONIZACIÓN

    Existe una santidad cris tiana cuya naturaleza está fijada

    por la Sagrada Escritura. En caso de discusión es ésta la fuente

    auténtica a la que hemos de recurrir. Pero poseemos también

    un criterio externo que permite determinar con autoridad

    y competencia s i una persona es o no santa : la canonización.

    En efecto, todo proceso de canonización muestra , por su mera

    existencia , que la Iglesia sólo admite  un a  perfección, y que

    esta perfección tiene una medida concreta :

      eí grado de heroi

    cidad de las virtudes.

      La teología ascética da gran importancia

    a este ideal de perfección, que pudiera l lamarse oficia l; «tiene

    el estricto deber, si quiere ser  teología,  de tomar como  norma

    e st e i de al d e p er fe cc ió n» ( L . H e r t l i n g , D . S p .,  1,  p . 84 ) .

    En toda canonización la Iglesia da testimonio formal de la

    santidad heroica de la persona e levada a los a ltares; testimonio

    que está garantizado por Dios mismo, puesto que se requieren

    milagros para que se proceda a una beatificación o a una

    canonización. Dios es e l juez único de toda santidad, y sólo Él

    decide manifestar ostensiblemente e l esplendor de los e legidos.

    a)   La  canonización  es un acto solem ne de la Iglesia.

    Ésta , en un juicio en última instancia e irrevocable , inscribe

    en la lista de los santos a un cristiano que ha sido beatificado

    anteriormente. Por este acto declara que e l «santo canonizado»

    está realmente en e l c ie lo. Los santos «canonizados» no son

    necesariamente «los más grandes». Puede haber santos muy

    grandes no canonizados. Pero aquellas personas a quienes Dios

    ha concedido la gracia de las virtudes heroicas y e l tes timonio

    de los milagros pueden ser declaradas «santas» por un juicio

    auténtico de la Iglesia.

    b]   Lo que nos interesa especialm ente en el caso de la

    canonización no es la his toria de esta institución, su evolución,

    sus condiciones canónicas en general. Sobre e l lo pueden hallarse

    artículos muy bien escritos en los diccionarios . Lo que tiene

  • 8/19/2019 Thils Gustave - Santidad Cristiana - Compendio de Teologia Ascetica

    18/302

    36

    La santidad cristiana

    importancia capital para nosotros es conocer el criterio de que

    se sirve la Iglesia para determinar la santidad real de uno de

    sus hijos. Así, la Iglesia, independientemente del testimonio

    que da Dios mediante los milagros —que cae fuera del

    alcance del p ropio cristiano — inquiere so bre la   heroicidad

    de las virtudes.  La pregunta, siempre repetida y a la cual se

    dará una respuesta minuciosa y sometida a una dura discusión,

    es la siguiente.- ¿Ha practicado las virtudes teologales de fe,

    esperanza y caridad, y las virtudes cardinales, prudencia, jus

    ticia, fortaleza, templanza y las otras virtudes en grado

    heroico? A fin de cuentas no se nos pregunta: ¿Has sido

    emperador u obrero? ¿Fiel o pastor? ¿Seglar o monje?

    ¿Soltero o casado? No. Sino: ¿Has practicado en grado

    heroico las virtudes teologales y cardinales exigidas por tu

    situación en la vida? '

    HEROICIDAD DE LAS VIRTU DES

    a)   Hay   heroicidad  en las virtudes cuando se practican

    las diferentes virtudes del estado propio de cada uno de una

    manera claramente superior a la de las personas llamadas

    virtuosas en el sentido usual de la palabra, y esto con puntua

    lidad y perseverancia. Tal es la cuestión esencial planteada

    por los representantes de la Iglesia, cuando van a decidir si

    una persona determinada ha sido verdaderamente santa.

    Puntualidad y perseverancia son los caracteres' que definen

    la heroicidad, tal como se entiende hoy y concretamente desde

    el pontificado de Benedicto XV. El cardenal Verde, de la

    Congregación de Ritos, trabajó sobre los escritos de Bene

    dicto XIV para precisar la noción de heroicidad que de ellos

    podía extraerse. El resultado de esta precisión fue propuesto

    con ocasión del decreto que proclamaba las virtudes del vene

    rable Antonio Gianelli, en 1920. De ello resulta que la heroi

    cidad consiste «en el cumplimiento

      fiel y constante

      de los debe

    res y oficios personales de cada uno» (AAS, 14 [1922], p. 23).

    1

      El examen comprende las tres virtudes teologales y las cuatro cardi

    nales,

      debido al carácter práctico de esta división. En realidad este esquema

    sólo aparece en su forma estricta desde el proceso de san Buenaventura, en 1482.

    En los siglos anteriores bastaba con un repertorio de virtudes cristianas y así

    se decía, por ejemplo, de san Antonio: fue perfecto en la humildad, propicio

    a la misericordia, generoso sin medida, de una santa sencillez, loable en las

    v ig il ias , t enaz en los ayunos ( H e r t l i n g , 1. c , c . 82). Por ot ra parte ,

    nunca se ha fijado de modo definitivo un esquema de santidad (l.c, c. 84).

    Lo importante es el carácter heroico de la práctica de las virtudes exigidas

    por nuestra situación en la vida, como hace ver la evolución de la idea de

    heroicidad en el siglo xx.

    ,

      Criterio y características 37

    Cumplimiento  fiel  de los deberes. Este cumplimiento para

    ser entendido en su significación plena lleva consigo la exclu

    sión de toda imperfección deliberada; si no es así no podría

    hablarse de generosidad integral en el servicio de Dios y,

    evidentemente, la generosidad está comprendida en el heroísmo.

    Así, pues, «la santidad consiste propiamente én la conformidad

    con la voluntad divina expresada en un continuo y exacto

    cumplimiento de los deberes de estado de cada cual».

    Cumplimiento

      constante

      de los deberes. Y es tal vez en

    esta característica de constancia, de perseverancia, de conti

    nuidad, donde se manifiesta más claramente la «heroicidad»

    de las virtudes. Constancia en la exacta ejecución de lo que

    Pío XI llamó en una ocasión «ese terrible deber cotidiano».

    Perseverancia en la realización puntual de lo que la Provi

    dencia impone en cada segundo. Continuidad en el esfuerzo

    y en la orientación de la persona entera hacia lo que Dios

    quiere de ella. Aquí es donde la santidad revela mejor su

    origen sobrenatural y divino, su valor carismático de «milagro

    moral». Porque la perfecta observancia, decía Benedicto XV,

    «guardada durante largo tiempo de manera uniforme e inva

    riable rebasa las condiciones de la naturaleza humana abando

    nada a sí misma. Ésta es inconstante y está sujeta a variaciones

    por múltiples razones» (AAS, 12 [1920], pp. 170-74).

    b)   Es necesario comprender exactamente lo que se

    entiende por  virtud heroica.  N o co nsiste ésta, como suele

    creerse, en ejercer las formas más elevadas de cada una de

    las virtudes cristianas. Es imposible practicar a la vez la vida

    de cartujo y la de misionero, la virginidad y la castidad matri

    monial heroica, la pobreza efectiva y la liberalidad; esto

    puede suponerse  a priori.  La heroicidad consiste en vivir

    heroicamente  el «centro» de cada virtud, «centro» que se

    determina en cada caso según unas circunstancias de vida

    concretas. En otros términos, cada forma de vida exige una

    cierta  medida  de cada una de las virtudes,  secundum mensu-

    ram no strae conditionis  (1-2 q. 64), y es esta  medida  la que ha

    de pretenderse, la que ha de vivirse con puntualidad y perseve

    rancia, esto es, «heroicamente». Es indispensable tener con

    ciencia de esta precisión, a nuestro juicio, fundamental.

    UNIVERSALISMO Y DIFERENCIACIÓN

    Percibimos ya las importantes  consecuencias  que se derivan

    de este punto de partida.

    a)   En principio y en sí mismo considerad o, el criterio de

    santidad por el examen de la heroicidad en las virtudes propias

    38 La santidad cristiana

    Criterio y características 39

  • 8/19/2019 Thils Gustave - Santidad Cristiana - Compendio de Teologia Ascetica

    19/302

    de cada estado l leva consigo ciertas ventajas indiscutibles .

    Es e l más  útil  de todos, puesto que se refiere a la santidad

    real, más a l lá de toda discusión y de todos los problemas

    relacionados con la definición de la perfección.  Simplifica,

    puesto que expresa, de una manera c lara y directa , e l ideal

    de la santidad cris tiana. Finalmente  aclara  c iertas caracterís

    ticas del cris tianismo que deben recordarse a los cris tianos de

    hoy: e l universalismo de la l lamada a la santidad y la diferen

    ciación en su realización concreta.

    Universalismo del llamamiento.

      En efecto, la Iglesia no

    ha reservado a ningún grupo «privilegiado», a ninguna c lase,

    a ningún particularismo, cualquiera que sea, e l reconocimiento

    de la canonización. Todos son l lamados a la santificación.

    Todos pueden l legar a e l la : prueba de e l lo es la diversidad

    de los santos canonizados. Expresiones como «la santidad es

    para los sacerdotes», o «la santidad es para los conventos»,

    son radicalmente fa lsas . Podríamos incluso preguntarnos cómo

    es posible que errores tan crasos estén tan extendidos, y que

    haya cris tianos convencidos que los tengan por verdaderos.

    Diferencias en ¡a realización concreta.  En efecto, si la

    santidad puede darse en todas las formas de vida, es evidente

    que implicará variantes y diferencias en su realización con

    creta , y que será preciso disociar la «santidad», en s í misma

    de las formas que tome en los estados de vida más diversos.

    «La heroicidad variará según estas circunstancias y las

    condiciones particulares creadas a cada uno por sus deberes

    propios que no son los mismos para todos, y adquiere mil

    matices conforme a las dificultades que nacen para cada uno

    de su temperamento, de los obstáculos con que tropieza, de

    las tareas que emprende, de la forma de vida que abraza.

    Lo cual quiere decir que es necesario considerar la vida de

    un Siervo de Dios en concreto y ver s i ha respondido fie l

    mente a lo que Dios pedía de é l , en otros términos, a lo que

    era su deber, entendido en e l sentido pleno de la palabra,

    y s i lo ha hecho con exactitud, continuidad y constancia»

    ( G a b r i e l d e S a i n t e M a r i e - M a d e l e i n e ,

      Nor

    mes actuelles de la sainteté,  p. 178).

    h)   Qu e esta doctrina es  importante  salta a la vista.

    Es fundamental que todos los fieles sepan — y oigan repetir

    con regularidad— que e l l lamamiento a la santidad es uni

    versal. Doctrina, también, plenamente actual. En nuestro

    tiempo, todos los hombres adquieren la conciencia de ser una

    fuerza en e l orden temporal: político, socia l , económico.

    El principio del humanismo, después de haberse expresado

    en sectores determinados de la humanidad, ha acabado por

    pasar de la nobleza a la burguesía y de ésta a los medios

    obreros. Cada uno de nosotros tiene actualmente la certeza

    de estar l lamado a un despliegue humano y temporal tota l ,

    en el ámbito del espíritu y en el de las condiciones materiales.

    Por lo tanto sería doblemente sensible que e l desarrollo cris

    t iano comple to —concre tamente : la san t idad— parezca es ta r

    ligado a ciertas categorías de privilegiados. Si la revelación

    nos hubiese anunciado ta l particularismo sería necesario desta

    carlo y aun con más fuerza que nunca. Pero la verdad está

    en los antípodas de todo particularismo. Y por desgracia lo

    olvidamos con demasiada frecuencia. Es pues de una evidente

    actualidad enseñar que todos los hombres están l lamados a

    la santidad. Hay que hablar de e l lo , con insis tencia , pero

    sin hacer de la santidad una mercancía de sa ldo ni un ideal

    que puede a lcanzarse s in esfuerzo: una cosa es e l hecho,

    cosa distinta los medios y las condiciones necesarias. En esta

    hora en que cada uno se sabe con derecho a pretender un

    desarrollo humano completo, es indispensable saber asimismo

    que todo hombre es susceptible de un desarrollo cris tiano

    pleno.

    B e n e d i c t o X I V ,  De Servorum Dei beatiflcatione  eí  Beaiorum

    canonisatione,  B olonia; G a b r i e l d e S a i n t e M a r i e - M a d e -

    1 e i n e ,  Normes ac tuelles de la sainteté,  en  Trouble et lumiére,  en «Etudes

    Carmél itaines» (1949), p . 175-188; L . H e r t l i n g ,

      Canonisation,

      en

    D .  Sp., 2, p. 77-85.

    2.   UNIVERSALISMO DEL LLAMAMIENTO

    LAS ESCRITURAS

    Todo hombre está l lamado a la santidad. La his toria de la

    Iglesia es testimonio de ello. Interroguemos en primer lugar

    a la iglesia del siglo í.

    Cristo,  en sus predicaciones, propone a todos aquellos que

    quieren seguirle los misterios más elevados, ya sean sacer

    dotes o doctores de la ley o gentes sencillas del pueblo atraídas

    por sus milagros. Si hubiésemos de hablar de «predilecciones

    colectivas» tendríamos que referirnos a los que sufren, a los

    desamparados, a los humildes y a los pequeños, a los niños

    principalmente. A todos dice e l Señor: «Sed perfectos como

    vuestro Pad re celestia l es perfecto» (M t. 5, 4 8). Y el sermón

    de la montaña es la carta del más e levado evangelismo.

    40

    La santidad cristiana

    Criterio y cara cterísticas

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    20/302

    «Jesús — escribe un comentarista — nos propone expre

    samente que nos asemejemos al Padre celestial. Para señalar

    el contraste, elige la actitud opuesta a la de los publícanos y

    paganos que aman a quienes les aman, saludan a quienes

    son sus hermanos. Restringir la salvación a una categoría de

    personas es índice de una gran estrechez de espíritu. Es justa

    mente lo que hacen los paganos... El Antiguo Testamento no

    había podido impulsar a sus adeptos hasta esta cumbre.

    De una sola vez y desde el primer día Jesús sitúa en ellaa los suyos. Es realmente la cumbre de la caridad. Jesús puede

    acabar su obra. Las almas que han alcanzado esta cumbre

    reconocen a Dios por Padre. Perfectos en la caridad: sólo

    se trata de lograr esto, que, en realidad, contiene todo lo

    demás. Perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto»

    ( L . P i r o t ,  Evangiíe selon saint Mathieu,  en «La sainte

    Bible», t. 9, p. 71). La santidad del Padre asimilada de pronto

    a una caridad fraternal que rebasa las concepciones humanas

    y puede llegar hasta el heroísmo; ¿no es éste un mensaje muy

    nuevo y significativo para todos los hombres?

    Los Doce permanecen fieles al ideal de su M aestro. Predican

    el mensaje de santificación a todos y a todos- comunican el

    Espíritu santificador. Los Hechos de los apóstoles, ese libro

    que patentiza el espíritu apostólico tradicional, muestran que

    Pentecostés no vino a innovar nada en este plano, sino que en

    él se confirmó todo. Veinticinco años después, san Pablo

    recordará a los corintios que pocos de entre ellos pueden

    vanagloriarse de ser sabios, nobles o poderosos según la carne

    (1 Cor.  1,26-29)   y que Dios ha elegido «la necedad del

    mundo» para confundir a los que creen ser algo en el mundo.

    Pero Pablo hubiese querido predicarles la más alta doctrina

    espiritual (1 Co r. 3, 1-3). Diez añ os más tard e el Apóstol de

    los gentiles desea a los efesios que sean «santos e inmacu

    lados en la presencia de Dios» (1,4). Les desea que crezcan

    constantemente, en la medida de la plenitud de C risto (4, 10 ss).

    LA TRADICIÓN

    El mensaje de la tradición es el mismo; he aquí una

    pequeña muestra de ello.

    San Agustín  ha escrito, dirigidas a los seglares, páginas tan

    adecuadas como las que el obispo de Ginebra dirigía a Filotea

    doce siglos después. Poseemos muchas cartas enviadas por

    los Padres y los Doctores a personas que vivían en el mundo

    y que ocupaban una determinada posición en el mundo.

    No se olvida a los militares: con respecto a ellos existe una

    41

    importante literatura espiritual, de un contenido exquisito.

    «Conocemos —escribe  san Basilio a un sold ado— a alguien

    que nos ha mostrado la posibilidad de observar la perfección

    de la caridad por Dios en la vida militar, y la necesidad de

    distinguir a un cristiano, no por sus vestidos, sino por las

    disposiciones de su alma» ( P . V i

     11

     e r ,  La spiritualité des

    premiers siécles,  pp. 165-69).

    Por otra parte —dicho sea para no ignorar a la Edad

    Media, cuyo sacralismo se ha subrayado sin embargo repe

    tidas veces —   Dionisio Cartujano,  además de las

    Doctrinas  y  Reglas de vida cristiana,  en donde trata de cada

    uno de los estados en la vida, escribió diversos tratados sobre

    los deberes y la reforma de los obispos, de los arcedianos,

    de los canónigos, de los beneficiados, de los párrocos, de los

    estudiantes, de los novicios, de los profesos, de los nobles, de

    los gobernadores de ciudades y de los jueces, de los soldados,

    de las vírgenes, de las viudas, de los esposos, de los merca

    deres. Como vemos no olvida a nadie.

    En la época moderna, desde el punto de vista que nos

    ocupa, un libro capital es la   Introducción a la vida devota,

    de

      san Francisco de Sales.

      Es preciso entender

    bien esta vida devota. Es totalmente distinta de una piedad

    dulzona para uso de las gentes del mundo. Es, dice el obispo

    de Ginebra, la flor misma de la perfección. Enseñando a todos

    los que acababan de descubrirse «hombres» que podían con

    vertirse en «santos» también, Francisco de Sales bautizaba

    el humanismo. Y no era el único en responder a esta preocu

    pación. Si seguimos a H . B r é m o n d , este hecho no es

    excepcional. «Antes de san Francisco de Sales han existido

    centenares de introducciones a la vida devota que se dirigían

    a todo el mundo. Durante los últimos treinta años del siglo xvi

    y los primeros años del xvn, sacerdotes, religiosos, seglares, han

    traducido al francés todos los grandes místicos, desde san Dio

    nisio a santa Teresa»  (Histoire  Utéraire  du sentiment religieux

    en France, I, p. 19).

    He aquí lo que escribía el obispo de Ginebra. Es un error,

    «una herejía, pretender desterrar la vida devota de la compa

    ñía de los soldados, del taller de los artesanos, de la corte

    de los príncipes, del hogar de los esposos. Es cierto, Filotea,

    que la devoción puramente contemplativa, monástica y reli

    giosa, no puede ejercerse dentro de esas vocaciones. Mas tam

    bién existen, además de estas tres clases de devociones, otras

    varias, propias para perfeccionar a los que viven en estados

    seculares». Después precisa: «San José, Lidia y san Crispín

    42

    La