THELunes ESPECIAL VERANO 2010

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“La Dulce Razón de Don Quijote” Relato Breve de Teresa Buzo Salas. “Postal desde Inglaterra” Relato de Humor de Ricardo Aller Hernández. “La Princesa Pirata y la Luna de Queso” Cuento de Roberto Espeita Izquierdo. “Cronos” Novela por episodios de Manuel Trigo. “T.O.D.A. That Old Deep America” Cómic por episodios de Jota. número [1] ESPECIAL DE VERANO 2010 El gratuito de entretenimiento P3 {Artículo} Del Folletín a THELunes. P R E M I O S I C E R T A M E N D E R E L A T O S T H E L U N E S

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THELunes te presenta su 1º número impreso. THELunes es una publicación online de contenidos de ficción que cada 3 meses edita una publicación impresa. En esta publicación aparecerán los relatos más votados en nuestra web y los contenidos de los jóvenes artistas que quieran participar con nosotros. Para más información www.thelunes.com

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“La Dulce Razón de Don Quijote”Relato Breve de Teresa Buzo Salas.

“Postal desde Inglaterra”Relato de Humor de Ricardo Aller Hernández.

“La Princesa Pirata y la Luna de Queso”Cuento de Roberto Espeita Izquierdo.

“Cronos”Novela por episodios de Manuel Trigo.

“T.O.D.A.That Old Deep America”

Cómic por episodios de Jota.

número [1]ESPECIAL DE VERANO 2010

El gratuito de entretenimiento

P3 {Artículo} Del Folletín a THELunes.

PREM

IOS I CERTAMEN

DE RELATOS THELUNES

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4 10 12 14

P4 {Relato Breve}

La Dulce Razón de Don Quijote

P6{Cómic por episodios}

That Old DeepAmerica, Cap. 1

P10{Short story}

Mai Hao’s Path

P12{Novela por episodios}

Cronos, Cap. 1

P14{Cómic}

Mariano.

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P21{Relato de Humor}

Postal desdeInglaterra.

P22{Cómic}

Pincel en el Agua.

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P16{Arte}

May San Alberto,Vidas Paralelas.

P18{Viajes}

Santorini.

20

P20{Cuento}

La Princesa Pirata y la Luna de Qeso.

Redacción. Impresión: AltairDepósito Legal: TO-0262-2010ISSN: 2171-5610Solicitado control PGD

c/ Matadero, 2 ED28343 Valdemoro [Madrid]E-mail: [email protected]

[email protected].: 633 277 850

Director: Daniel Cano

Edita: THELunes, S.L.

Editora: Mar San AlbertoMarketing y R.R.H.H.: Liria SánchezCoordinadora de contenidos: Diana Cermeño

Diseño de arte y maquetación: Juan Moro Heras

Colabora: Imagina Online, S. L. & DmmaIlustración de portada: José Redondo “Jota”

Edición on line: www.thelunes.com

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Del Folletín a THELunesAutora {Mar S.A. Giraldos}...

n pequeño ardid periodístico fue, sin duda, el origen del folletín en 1842. Le Press, en un intento por popularizar la prensa entre los franceses para conseguir un

aumento en sus ventas, comenzó a incluir en sus páginas relatos por entregas. La idea obtuvo un éxito imprevisto, de modo que otros diarios y periódicos de la época no tardaron en seguir sus pasos.

Tras el primer folletín de éxito, “Los misterios de Paris”, de Eugène Sue, publicado en 10 entregas entre 1842 y 1843 en Journal des Débats, numerosos escritores se dieron a conocer gracias a las publicaciones seriadas de sus obras, muchas de las cuales obtuvieron tanta popularidad que convirtieron a sus autores en grandes nombres de la literatura: Balzac, Zolá, Chateaubriand… Entre ellos, Alejandro Du-mas fue, sin duda, el mayor exponente del género y el más exitoso de los folletinistas franceses. “Los Tres mosqueteros”, originalmente publicada en la revista Le Siècle entre marzo y julio de 1844, o “El Conde de Montecristo”, seriada en Journal des Débats entre 1844 y 1846, son hoy clásicos de la literatura universal de aventuras.

El folletín fue tan popular que no tardó en implantarse en otros medios de prensa europeos. En Inglaterra, escritores como Dickens, Poe o Conan Doyle, o en Rusia, Fedor Dostoievski, dieron a conocer sus obras en la prensa con el mismo éxito que en Francia.

Esta original estrategia de marketing marcó los usos comunes posteriores en el mun-do de la comunicación. Así, Hearst y Pulitzer, los dos grandes magnates de la prensa estadounidense en los albores del siglo XX, protagonizaron una larga batalla, que les llevó en ocasiones a los tribunales, por los derechos de publicación de algunos de los personajes protagonistas de populares historietas gráficas seriadas, gra-cias a los cuales todo tipo de público, niños, adultos e incluso emigrantes con un alto

grado de desconocimiento del inglés, adquirían compulsivamente el periódico con el único fin de conocer las aventuras y desventuras de sus héroes favoritos.

La primera serie gráfica impresa a color en Estados Unidos en una tirada masiva apareció en 1895, en el New York World, bajo el título de “Hogan’s Alley”, escrita y di-bujada por Richard Felton Outcault. El éxito del personaje, vestido siempre con una amplia camisa amarilla, hizo que la serie fuera rebautizada como “The Yellow Kid”, nombre con el que se conocía popularmente al protagonista entre sus lectores. Esta y otras obras gráficas de humor dirigidas a un público generalista fueron las pioneras de un género que evolucionó rápidamente hasta concretar un lenguaje propio.

En pocos años, tras la Gran Depresión de 1929, las series humorísticas dieron paso a los relatos gráficos de aventuras y a innumerables personajes, hoy históricos del género, que aparecieron en las páginas de los diarios estadounidenses: “Dick Tracy” de Chester Gould, “Flash Gordon” y “Jungle Jim” de Alex Raymond, o “Tarzán” y “El Príncipe Valiente” de Harold Foster. Estos dos últimos autores definirían una nueva estética pero, sobre todo, sustituyeron definitivamente lo episódico por la serie de continuidad, construyendo las tiras con un final en suspense fundamental para mantener el climax y, por tanto, asegurar el seguimiento del lector. Los héroes gráfi-cos sustituyeron así, un siglo después, a los populares héroes literarios del XIX como herramienta de marketing en la prensa escrita.

Ni que decir tiene que nuevos medios de comunicación han recuperado, de una u otra manera, esta fórmula de probado éxito para atraer a un público fiel y apasio-nado. ¿Qué son sino los seriales radiofónicos, los cinematográficos que recuperaron a muchos de los héroes populares del cómic, o las series televisivas? Seguramente una nueva manera de reinventar el folletín, de utilizar una técnica de mercadotecnia antigua pero eficaz que, una y otra vez, vuelve a nuestros días obteniendo siempre el favor del público. ¿Quieren recuperar ese espíritu de nuevo? Pueden hacerlo no sólo recurriendo al cine o a la televisión. Dejen descansar al atribulado Indiana Jones o a los inefables protagonistas de “Perdidos” y vuelvan sus ojos hacia el papel impreso. En THELunes les invitamos a disfrutar de esa antigua, que no rancia, pasión.

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PARA LA IDA

uerido Don Alonso Quijano:

Debo confesar que hízome risa cuando conocí el nombre de vuesa merced —el caballero de la triste figura—, pero al pronto entendí que es menester que un caballero luzca nombre en gracia a su espíritu, y no más veo en su por-te tristeza que inunda su noble corazón y salpica con ello el desta su señora.

Confieso que no leí la primera carta que de vos recibiera, sino que la rasgué en menudas piezas por no saber leer ni escribir. Ni quise dar a nadie para que no se supiesen destas sus secretos, bastando lo que vuesa

merced me había dicho de viva voz acerca del amor, y de la penitencia ex-traordinaria que por su causa quedaba haciendo.

Seguí las enseñanzas de maese Nicolás que instruyome para ser acreedora de las palabras que vuesa merced me brindaba desde lo lejos. De manera que no me descuidé de leer ni escribir todos los ordinarios.

Llegome hoy la carta de su gentileza que de tanto agrado esperaba bajo la lumbre perniciosa de mis ansias, que por mi mala paciencia convirtióseme los últimos días en años. Más de haber sabido las desventuras que esta misiva en-carta, no habría aprendido vocal alguna con que deletrear obtusa su demanda.

En tales letras no hace vos mención a las glorias de batallas que brindiárame siempre con lealtad absoluta y mano en pecho, sino que hoy destas reniega con razonamientos de curandero. Además ruega vuesa merced que dis-culpe el desaforo al que ha sometido a esta servidora cuya fermosura ya no pondera, asegurando que tales afrentas amorosas fueron fruto de la pérdida de su juicio. Declara además que reniega del ejercicio de caballero andante por haber descubierto que aquellos gigantes a los que valerosamente vos deshacía con noble espada, no son más que molinos de vientos que van de Sierra Morena a la Mancha.

Da fe agora de la vuelta del entendimiento y que mil demonios le dieran sepultura si volviera a caer en las fauces de los desalmados libros. Atrevio-se afirmar que vuesa merced no es un heroico caballero que en honor a la justicia rinde pleitesía, puño y espada, sino que con necedad vana culpa con presteza las inclemencias que la letra impresa hizo a sus sentidos.

Asegura vos que el milagro de su cordura se produjo bajo las luces anaranja-das de la aurora. Aquella noche, los que decían ser sus amigos, hicieron una hoguera en el corral y quemaron cada uno de sus libros. Esfumábanse las letras evaporándose la tinta en lo infinito y desvaneciose la locura dejándole un puñado de recuerdos irreflexivos. Fue bien que las musas de la “Araucana de don Alonso de Ercilla” o la “Segunda del Salmantino” volaran en pos de otras mentes sanándole a vos a tal efecto de la enfermedad caballeresca. ¡Dis-parate más vil y rastrero no veo en su argumento!

Osadía ingrata atrévame a apreciar de vuesa merced que burló con argucias a su fiel escudero, tras renunciar otorgarle una ínsula que con tanto ímpetu pro-metiole años atrás, y que en trueco y pago della alega que ser gobernador pro-duce más quebrantos de cabeza que alcalde de municipio o mesonero de venta.

Destos y otros disparates semejantes que al pronto y de priesa leí en desta carta lo que más temía de todo lo mencionado era la espantada de su amor. Mas confiesa que esta humilde servidora sigue siendo merecedora de sus afectos con mayor vehemencia incluso que a la de antes otorgada. Finaliza diciendo que alaba la luz transparente de mi espíritu aldeano regodeándo-se en mis abundantes carnes lozanas. Afirma ser conocedor de mis labores como moza de labranza, y que ni Emperatriz de la Mancha ni Reina universal superan mi fermosura rústica.

“La pluma es el lenguaje del alma”, Miguel de Cervantes Saavedra.

La dulcerazón de Don Quijote

Autora {Teresa Buzo Salas}...Ganadora del I Certamen Cultural THELunes®, en la categoría de Relato Breve.

José Luis Tena, www.enlainopia.es

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P R I

de vivir en un valle de lágrimas, prefiero morir como doncella y Emperatriz de la Mancha en las memorias de vos, que esposa de Hidalgo sin más gracia que la de Dios.

Suya Doña Dulcinea Emperatriz del Toboso. Nunca suya Aldonza Lorenzo.

Manifiesta con premura que la vuelta a la razón de vuesa merced y por tanto a mi desdicha, no arrancó la flecha de cupido sino que fue en su alma donde mis ojos quedaron prendidos, y su alma ya sea de caballero andante o de campesino no se puede disolver con la llegada del raciocinio. Declara sus sentimientos desde la estabilidad de su juicio y pide mi mano para crear una familia sostenida en los muros adyacentes del trabajo y el cariño. Pues déjeme contestarle a vuesa merced que el título de Emperatriz quedose grabado a yerro en mis entrañas e hinchome las ínfulas de mi persona a tal punto, que hice de la cochiquera mi castillo.

No atino a más que a maldecir esa cordura que trastoca sin misericordia la imagen de esta servidora en sus pupilas. Sin amparo y sin consuelo contes-tarle quiero a las ecuánimes palabras de vuesa merced diciendo que: sabedora

José Luis Tena, www.enlainopia.es

Relato patrocinado por:

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PARA LA IDA

Existen en el mundo franjas de tierra marcadas por extrañas energías, fronteras imaginarias donde la realidad no está formada por el espacio y el tiempo… únicamente. Es en uno de estos lugares donde se encuentra la pequeña ciudad de L´Tache, en Louisiana, tan solo a unas millas de Texas, allí donde el tiempo no es una línea recta y la vida de cada persona encierra un secreto o un misterio. Un lugar en el que las historias no tienen por qué tener principio ni fin y donde nos acompañará por este rincón de esa vieja América profunda, como único cicerone, Malaquías Bronson, el sheriff de triste figura de L´Tache, último faro en la niebla, tal vez la última persona normal que existe... o tal vez no.

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PARA LA IDA

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he August sun rose over the orphanage courtyard and Nhung squinted at her bowl of sticky rice on the picnic table. Phuong scooted beside

her, their elbows touching. Looking down, she was shocked at the whiteness of Phuong’s new shirt in the morning sun. She held up her own sleeve. She had never seen anything so white.

“Are you scared?” asked Phuong.

“I’m not scared,” said Tram from across the table. He held his spoon in a fist, not the proper way, like they had been taught. “We finally get to play on the playground. Sister An told me first graders get two recesses.”

Nhung shooed away the fruit flies trying to land in her sticky rice. She had been waiting for this day all summer – they all had – ever since Sister Mai had told them they were finally going to school, but now she felt anxious. Should she be scared?

Sister Mai walked out of the health center with her tray. “Line up!” The chil-dren all walked to the kitchen window, placed their bowls on the ledge, and found their spot in line. Sister Mai watched each child swallow two pills and chase them with water. Tram had once pretended to take the medication, hiding the pills in his pocket.

Bao, the last in line, swallowed. “Wash up!” sang Sister Mai. The girls walked to their dormitory, but Phuong stopped before the door, at the glass case lining the wall. Nhung stopped beside her and looked at the framed photos in front of each urn. Phuong stood in front of the photo of her mother, a wo-man holding a toddler. Nhung felt the need to say something. “Your mother was very beautiful,” she said.

All fifteen children lined up in the courtyard. Sister Mai walked down one side of the line, checking backpacks, making sure everyone had what they needed. Sister An walked along the other side, checking to make sure everyone’s faces were clean. A few of the boys got their faces washed. Tram, with his unruly hair, got the comb.

Sister Mai led them through the health center, past the smiling nurses lined up to see them off. One of the adult patients, a man with a tube in his arm, shook each child’s hand and told them good luck. They walked back outside, around the gurgling fountain in the middle of the yard, and into the dusty road.

The whir of a scooter came up behind them. Sister Mai tried to move the line closer to the curb, but the overgrown bushes made it impossible. Dust coated all but the very center of the road, and the next scooter shot up a trail of red clouds.

They walked past one of the markets, an iron building whose roof was made of plastic tarps and old lottery signs. A yellow umbrella stood in front of the shop, several hands of bananas hanging underneath. Nhung remembered the freezer in the back where Sister Mai let them pick out ice cream. She tried to see that far back into the darkness, but could only see the counter.

The blue sky seemed to open up as they turned the corner and left the narrow, tree-lined road. The main street was wider, and seemed to go forever in both directions. More scooters buzzed past.

One scooter stopped ahead of them in the middle of the street. The driver raised the visor of her helmet and looked back. She pulled around. A boy clutching his backpack stood between his mother’s knees, standing on the scooter’s floorboard.

“You’re wasting your time,” said the woman.

Sister Mai didn’t respond. The line kept walking. The woman slammed her visor shut and drove back in the direction she had come. Did Sister Mai know that woman? Why would anyone be angry at Sister Mai?

In the distance, a crossing guard held up his sign. Children and parents cros-sed the street from the parking lot to the school grounds. Some of the chil-dren ahead of her in line whispered, but Sister Mai turned her head, eyeing them in her periphery. They stopped whispering, even though it would have been impossible for Sister Mai to hear them in a few more meters.

Scooters zoomed past, then pulled into the dirt lot across the street from the school. Parents and children were everywhere. Children shouted to their friends. Parents nodded to acquaintances. Some parents were kneeling down, giving their children important advice. Would Sister Mai kneel for her? Or Sister An?

They crossed a street and stepped onto the sidewalk that ran in front of the school. Nhung wished the bushes lining the fence weren’t so high so she could see the red brick. As the group approached the school’s gate, people started to notice them, and it was as if Sister Mai’s stare quieted them too. Several parents stood in the dirt lot, holding their children’s hands, but not crossing the street. One mother told her son to go on. The boy grinned and ran through the gate, his arms outstretched like an airplane.

Over a hundred parents stood in the schoolyard, most without chil-dren. They were quiet, expectant. This was not how Nhung had imagined it. Sister Mai kept walking, but the parents began to enter the school. So many parents crowded at the front door that it was impossible to go any farther. Sister Mai turned to the children. Her face was stern.

“Go to the playground,” she said. “But do not play.” Sister Mai’s voice ca-rried a weight that Nhung had heard before, with one of the elderly patients who had refused to take his medicine. “Pointless,” the frail man had murmu-red. She remembered Sister Mai looking down at them, at her and Phuong drawing on the smooth tile floor, then Sister Mai yelling at the man. It had frightened her.

Sister An led them to the playground and told them to sit. The younger chil-dren raced to the swings. She and Phuong climbed the slide and sat on the top, watching Sister Mai’s gray bun move forward, then disappear into the crowd.

“Why are the parents going into the school?” asked Phuong.

“I don’t know,” she said.

A Troubled PathAutor {Nicholas Scott}...mail {[email protected]}

T

Mai Hao’s Path

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Phuong nudged her elbow. Sister Mai was walking away from the school.

The principal was behind her, trying to catch up. “Look,” he said, pointing his arm toward the parents and grandparents. “A normal school’s impossible for them now.”

Sister Mai whipped around, her index finger nearly jabbing him. “It’s taken three years for this. The paperwork was approved.”

“I’m sorry,” he said, “It has to be processed.” His voice lowered and he looked Sister Mai in the eyes. “We tried.” He turned, hunched over, and waded through the parents back into the school. Sister Mai stood with her back to the children. After a moment, she turned, her face expressionless. A few gray strands of hair escaped her bun, frizzing in different directions. “Line up!”

Everyone scrambled off the playground. The line moved forward, but Nhung glanced back at the school. She wanted to run up and touch it, it was so close. A few students leaned out a classroom window. The boy that had flown through the gate waved at her and smiled. His front teeth were missing.

Outside the gate, parents had gathered on the sidewalk. A man with a note-pad was there, talking and writing on his yellow paper.

“We have to protect our children,” said a woman.

Another woman asked, “What’s the point?”

They walked down the endless road with the open sky. The morning cool was gone, and the sun baked the pavement. No one whispered, not even when they passed the market with the ice cream in back.

They walked through their own gate, the familiar grass between the stones brushing against their legs. Bao, in the back of the line, began to cry. They walked around the fountain and through the health center. None of the nur-ses looked up from their work. The man with the tube in his arm was asleep in a chair.

Out back, the children spread out on the picnic tables and on the cool grass in the shade of the banyan. Sister Mai told everyone to drink water, but it was so half-hearted that no one did. Most of the children cried. Sister Mai should have comforted them, but she was too busy being comforted by Sister An.

Phuong sat on a bench, wiping away tears with her new shirt. Nhung walked to the glass case, to the photo of the woman Sister Mai said was her mother. She looked at the reflection in the glass, at the difference between herself and the woman in the photo. She turned away. Instead, she chose to think about the toothless boy in the school window, and at the way he had waved as if nothing were wrong.

The yard was quiet. The sun beat down on the red dirt and scattered weeds. Tram sat at the bottom of the slide, stroking the reflective silver surface. Phuong fingered the small hole she had found in the seam of her shirt. Bao discovered how to make his swing squeak and began squeaking.

“Stop it,” snapped Sister An. He stopped, more shocked than scared. Sister An never raised her voice. That was Sister Mai’s job.

The school doors flung open and a grandmother walked out holding her granddaughter’s hand. Behind her were more grandparents and parents, all leaving with confused children. Some children cried, others smiled.

“Why, Daddy? Why?” pleaded one girl, her hair in pigtails. Her entire body sprang back, resisting her father as he dragged her toward the parking lot. The father stopped and turned to scold his daughter. As he did, the play-ground came into view. He froze, his black hair matted to his sweaty brow. He looked right at them, at the children and Sister An. His shoulder jerked from his daughter’s tugs, but he didn’t look away. He looked like he had been caught doing something wrong, like how Tram had looked when Sister Mai found the pills in his dresser. The man picked up his daughter and walked away, not resisting as she pounded his chest.

Phuong had stopped fingering the hole in her shirt. The younger children in the swings had stopped rocking. Even Tram sat motionless at the bottom of the slide. They all knew what was happening. Tram stood and ran to the thick line of parents. They backed away. Some of the parents pushed their children behind them.

“I know how to be careful,” said Tram, his voice loud and strong. “I know how to not play too hard. I know how to be safe and not to bleed.”

Sister An grabbed him around the waist. Tram didn’t resist. When Sister An set him down at the playground, he sat back down on the slide, his chin in his palm. He kicked the red dirt with his sandal. “I know how to play.”

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Helder Esteves

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12 PARA EL DESCANSOnúmero [1] • ESPECIAL DE VERANO 2010 - www.thelunes.com

CronosAutor {Manuel Trigo}...

[I. LA ENTREVISTA]

—Soy dios.

—Pues me parece estupendo. No todos los días se tiene la suerte de hablar con Dios.

—Y lo mejor de todo es que soy dios por aclamación popular.

—Comicios celestiales. Lo que me faltaba por oír.

—Soy un dios menor. Soy Cronos, dios del tiempo. Hace años que adquirí el sobrenombre de Cronos y desde entonces siempre he bromeado con él. He iniciado así mi conversación para romper un poco el hielo.

—Pues déjese de romper hielos, que tiene mucho que contarme.

—Vaya, pues yo pensé que usted también pretendía romper el hielo al pre-sentarse con ese traje tan cómico.

—¿Mi traje le parece cómico?

—No, me parece ridículo; pero “cómico” me pareció menos ofensivo. ¿De dónde ha sacado esa antigualla?

—¿Antigualla? Veo que no tiene ni idea de moda. Es un Armani de esta temporada.

—Otros iguales. Europeos y norteamericanos, sois todos igual de tradicio-nales.

—Quién fue a hablar de tradiciones. Pero por Dios, que no tengo todo el día. Vengo de un largo viaje. Llevo más horas sin dormir que las que un cuerpo puede aguantar sin ayuda ¿y usted me entretiene con mi traje?. Haga el favor de ir al grano y contármelo todo, por favor.

—Está bien. En realidad me llamo Debendranath, aunque cuando no me llaman Cronos, me llaman Deb. Soy técnico de mantenimiento de Tagore.

Tengo los títulos de ingeniero en telecomunicaciones, especializado en elec-trónica, y de ingeniero aeronáutico, especializado en materiales, y sólo dieron para ser técnico de mantenimiento, ni siquiera jefe. Pero, al menos, fue sufi-ciente para entrar en Tagore, último reducto de la humanidad.

—Explíqueme eso. Necesito saberlo todo.

—Calma, hombre, que le voy a contar todo, como usted exige, pero no puedo contarlo todo a la vez. Cada cosa a su debido tiempo. Supongo que lo más apropiado es empezar desde el principio, desde algún punto donde esta his-toria pueda tener algún sentido.

En el año 2075...

—¿2075?

—Me ha oído perfectamente. ¿Va a interrumpirme en cada frase o quiere que se lo cuente “todo”?

—Perdón, continúe.

—Pues como estaba intentando decirle; en el “2075”, el Sistema Solar estaba distribuido de forma diabólica. Organizado en un perfecto caos de precisión absoluta. No habría sucedido nada si los planetas hubiesen estado distribui-dos de cualquier otro modo. La más sutil de las diferencias habría cambiado todos los acontecimientos.

»Un cometa nuevo cruzó la órbita de la Tierra. La gran bola blanca, pues en su mayor parte estaba formada por hielo, fue bautizada como Theodore, en honor al astrónomo que lo descubrió cuatro años atrás.

»Curioso nombre, Theodore: regalo de Dios. De hecho, así fue en un prin-cipio. Un verdadero regalo de divino. Un cometa muy antiguo y de enorme órbita. Se le atribuyó un periodo cercano al millón de años, por lo que ha-bría pasado relativamente pocas veces junto al Sol; al menos, comparado con otros cometas. Pasó muy cerca de la Tierra, a tres veces la distancia entre la Tierra y la Luna, y siendo tan virgen y voluminoso, dejó tras de sí una cabe-llera tan densa y luminosa que competía en brillo con la propia Luna llena.

»El espectáculo, que duró todo el verano, le hizo más merecedor de su nom-bre que ningún otro cometa del suyo. Y también fue un regalo divino para la ciencia, pues varias sondas fueron lanzadas hacia él con la finalidad de seguir aprendiendo sobre el origen del Sistema Solar y del Universo.

»Asimismo, aquel verano fue un buen caldo de cultivo para las hordas de catastrofistas de todo el mundo. Unas religiosas, otras pseudocientíficas, pero todas muy activas y capaces de remover el mundo. La influencia del cometa no era sino una histeria global autoinducida, pero que desestabilizó toda la sociedad.

»Muchos entendían que los astrónomos pudiesen calcular con mucha ante-lación la trayectoria para tranquilizar al planeta asegurando que pasaría a una distancia maravillosamente cerca, pero más que suficientemente segura.

A Cronos,ese dios implacable que nos roba el tiempo.

l cielo anuncia el fin de la vida en la tierra. La humanidad entera se enfrenta a su extinción. El único refugio posible

parece ser el espacio exterior, pero el hombre aún no está preparado para sobrevivir lejos de la tierra.

¿Se podrá encontrar una salvación?”

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13PARA EL DESCANSOnúmero [1] • ESPECIAL DE VERANO 2010 - www.thelunes.com

»Sin embargo, se preguntaban si la Tierra estaba preparada para res-ponder en caso de que la trayectoria sí hubiese sido coincidente.

»La tensión se incrementó a mediados del verano, cuando el Theodore pasó detrás del Sol, completando así su semielipse. Un grupo de astrónomos del Observatorio del Roque de los Muchachos, en La Palma, afinó la ruta de vuelta al espacio profundo, la otra semielipse. La línea era coincidente con Ceres, el mayor de los asteroides. La probabilidad de colisión era del 10% en un principio y se fue incrementando hasta la absoluta certeza a medida que el cometa avanzaba y se reducían los errores de cálculo. Finalmente, se produjo un impacto casi tangencial. Toda una maravilla para los observadores de medio mundo. Ceres abandonó su órbita y se aproximó peligrosamente hacia Marte. Pasó muy cerca de Deimos, incrementando su velocidad por el efecto catapulta y volvió a incrementarla al pasar rozando Marte. Una gigan-tesca bala de cañón se alejaba del centro del Sistema Solar. La bola blanca había golpeado a la negra. Pero el Sol, impasible y paciente, ejerció sin prisas su poder.

»La órbita de Ceres había dejado de ser una elipse casi circular para conver-tirse en otra elipse más oblonga. Primero la ida, y después, la inexorable vuelta en rumbo de colisión con la Tierra. La bola negra contra la azul en el tapete de Dios según unos o en el del Diablo según otros. Proba-bilidad de impacto: 100%. Capacidad de destrucción: Absoluta para la vida. Grandes cambios en la corteza terrestre, con importante pérdida de masa. Tiempo restante para la extinción: dos años y cuatro meses.

—Caramba...

—Carambola, diría yo. El Sistema Solar tenía perfectamente distribuidas sus bolas para la partida final. Como dije antes, el más sutil de los cambios hubie-se evitado la catástrofe. Tan sólo si hubiese pasado unos cientos de metros más cerca o más lejos de Marte habría sido suficiente, pues el efecto catapulta incrementa la velocidad, pero curva la trayectoria. La diferencia hubiese sido de una ínfima fracción de grado, pero con un largo camino por recorrer, hubiese bastado para llegar a nuestra órbita antes o después de que nosotros hubiésemos pasado por ella. Pero no fue así y las cartas ya estaban repartidas.

»Ni siquiera los ecologistas más radicales, que deseaban la extinción del hom-bre para dar la oportunidad a la naturaleza de reponerse de los daños que le habíamos causado, se podían sentir satisfechos. La extinción iba a ser absolu-ta. La parte del planeta que no se viese afectada directamente por el impacto sufriría una invasión por las aguas en olas supersónicas de hasta mil metros de altura.

—¿Mil metros? ¿No cree que eso es una exageración?

—Todo parece exagerado, pero aquellas predicciones fueron el fruto de ex-haustivos cálculos científicos. Esas olas treparían por toda ladera, dejando pocas zonas sin inundar. El rincón más frío del planeta vería incrementada su temperatura hasta los sesenta o setenta y cinco grados centígrados, pero pocos días después comenzaría una glaciación global sin precedentes, debida a la opacidad absoluta de la atmósfera, que haría parecer irrisoria cualquier estimación de invierno nuclear. Sin embargo, la zona del impacto aún seguiría muy caliente por algún tiempo, generando corrientes térmicas de aire simila-res a los vientos infernales de Júpiter.

Continuará...

EN EL PRÓXIMO EPISODIO: ¿Cómo aceptará la Humanidad

su extinción?

Yago García

Ya puedes pedir la novela de Manuel Trigo,“LA ESFERA NEGRA” en tu libreríao en la web de Ediciones Absalon.

Link {www.laesferanegra.com}...

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14 PARA EL WATERCLOCKnúmero [1] • ESPECIAL DE VERANO 2010 - www.thelunes.com

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Autor {Moratha}...Mariano

Link {www.moratha.blogspot.com}...Asociación Malavida {www.asociacionmalavida.com}...

15PARA EL WATERCLOCKnúmero [1] • ESPECIAL DE VERANO 2010 - www.thelunes.com

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16 PARA EL TIEMPO LIBREnúmero [1] • ESPECIAL DE VERANO 2010 - www.thelunes.com

Vidas paralelasMay San Alberto

IDAS PARALELAS, un concepto particular de lo que llamamos realidad como elemento fragmentado, partiendo de la fotografía como supuesto reflejo de lo real y mediante la utilización del cut/paste como mecanismo clave en el proceso de la vida con-

temporánea actual.

Ver. Fotografiar. Escoger una imagen para manipular: retocar, imprimir, fotocopiar, recortar, repetir, recolocar, pegar, agrandar y pintar. Recrear, manipular y abstraer. Encontrar algo y tratar de controlarlo, aceptándolo, cambiándolo o incluso destruyéndolo para crear una réplica que señala la fragmentación de la vida.

Este sistema de recortar, haciendo una de-construcción de la imagen para montar un nuevo espacio o realidad cuya genealogía procede del collage, permite generar un ritmo narrativo, un tiempo pautado diferente al real, capaz de insinuar un nuevo paréntesis de atención y misterio. La seriación, la re-creación, la falta de color genera un pálpito existencial de extrañamiento, fiel testimonio de la soledad de esta sociedad tecno-manipulada, al mismo tiempo que una mirada contemporánea. Mientras, el reguero de pequeños intervalos entre cada fragmento nos abren continuamente a la nada, a lo invisible que nos asedia.

La imagen ya sea fotográfica, fotocopiada o plasmada en el lienzo se convierte en un objeto que manipulo continua y reiterativa-mente hasta llegar en algunos casos casi a la abstracción. Seleccionar uno o varios fragmentos del mundo material y transfor-marlos en un collage, un cuadro o una instalación para conseguir la manifestación de una nueva apariencia que se acerca más a la realidad que la propia realidad inicial captada por la fotografía.

Algunos premiosPremio de arte electrónico Caja Canarias, 2005Premio Nacional de Pintura Enrique Lite, 2001

Próximas ExposicionesColectiva Círculo de Bellas Artes de Tenerife

(julio de 2010)“¿Qué estás pensando?” Fundación Mapfre de La Laguna

(individual, diciembre de 2010)

“VP 15 y VP 16”, óleo sobre lienzo.

V

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17PARA EL TIEMPO LIBREnúmero [1] • ESPECIAL DE VERANO 2010 - www.thelunes.com

La nueva imagen re-creada inicialmente en un collage, sufre de nuevo una transformación, al ampliarla e iluminarla para encerrarla en un espacio acotado dando una nueva vuelta de tuerca que nos acerca desde otro enfoque a la ambigüedad que existe en la ciudad.

Las pinturas, aunque a primera vista puedan parecer una tau-tología, añaden un nuevo significado al proyecto ahondando sobre la paradójica relación existente entre la pintura y la realidad. Fue Magrite con su Traición de las imágenes quien sentenció para siempre esta contradicción con su famosa frase pintada en la base de su pipa con precisión: “ceci n’est pas une pipe”.

Y en estas pinturas aparecen fragmentos que, sin embargo, no lo son. Se han pintado en una superficie y un tiempo continua-dos. Tanto la obra como el fragmento, adquieren un tono y un sentido diferente: el de la simulación. Partiendo de la realidad falsa, fragmentada y re-creada en el collage, se crea un nue-vo simulacro en el que se manifiesta: “ceci ne sont pas des fragments”.

Al enfrentar la obra figurativa con su abstracción en los dípticos (de nuevo otra fragmentación), se agrega un nuevo significado: el de la similitud, pues en ambos lados se relata lo mismo.

Disciplinas artísticasPintura, escultura, fotografía, video, instalaciones...

Más información en:www.maysanalberto.com

“VP 17 y VP 18”, óleo sobre lienzo.

Sección patrocinada por:

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a proa de la embarcación se adentraba como un pez despistado y feliz en el banco de bruma que había creado la calima. Había algo en aquel

simulacro de nube que potenciaba el olor a mar y otorgaba un movimiento adormecido a la embarcación. Había algo especial, tal vez la forma en que la humedad tocaba la piel y la acercaba al escalofrío sin cruzarlo, que hacía que te sintieras en el mismo despertar del día, navegando sobre la mañana.

Nos dejábamos llevar por el sonido de los motores de la embarcación, y de pronto la luz del amanecer anunciaba que el banco de calima se estaba quedando atrás. Entonces, ante nuestros ojos se desplegaba impresionante la silueta volcánica, negra y blanca de la Isla de Santorini. Su gigantesca altura desde la embarcación, su mole rocosa iluminada por el sol blanco de Grecia nos cortaba un instante la respiración, como si la nave bordease las puertas de un misterio fantástico.

Por más que arribásemos a su puerto semanalmente, por más que la costum-bre pretendiera, con sus taimadas artes, difuminar la impresión que causaba la isla, nunca lo consiguió. Esta es la imagen más intensa que quedó grabada en mi retina. La silueta imponente de la isla, oscura de basalto y lava, emer-giendo del mar. La bellísima Santorini, erguida sobre su imperio acuático.

La isla le debe su particular configuración al hundimiento del cono del vol-cán que la formó. Por eso tiene forma de media luna, con una caldera en el centro.

Me contaba Irini, natural de la isla y camarera en Thira, un dicho sobre Santo-rini, y es que “Hay más vino que agua, más iglesias que casas y más burros que hombres”. Se reía ante la evidente exageración... pero el dicho no anda en sí muy desencaminado. Todo el paisaje está salpicado por pequeñas ermitas, levantadas por la gente de cada zona. El viento sopla de forma tan intensa en invierno, que prácticamente no hay árboles altos en la isla. Y respecto

al vino... no sería difícil, ya que la escasez del agua es más que patente. Sin embargo, los frutos que da la tierra volcánica son famosos por su sabor. Doy fe de ello, nunca he visto tomates más arrugados y pequeñajos, pero cada gota de zumo prodiga el sabor y el aroma de diez tomates concentrados, una esencia gastronómica en cada fruto.

Thira, la capital, está poblada de pequeños comercios con encanto, cafeterías y restaurantes con increíbles vistas a la caldera, colgada sobre el puerto de Skala.

Otro lugar que no se puede dejar sin visitar es Oia, también llena de tiende-citas. Se dice que el precio por metro cuadrado es uno de los más caros de toda Grecia, solo aventajado por las grandes avenidas comerciales de Atenas. La diminuta población de Oia es una de las más bellas de Santorini. No se encontrará una vista más espectacular en ninguna de las islas cycladas o del Egeo.

Colgada sobre el barranco, toda la caldera se despliega ante los ojos del viajero, mostrando con generosidad las casas blancas y las cúpulas azules, las formas curvadas típicas de su arquitectura. El pequeño comercio, que ofrece mil y un artículos, se puede disfrutar o rechazar, pero nadie que se haya sentado tranquilamente en una de sus terrazas a observar un luminoso atardecer rojo en Oia puede quedar indiferente.

Relato patrocinado por:

18 PARA EL TIEMPO LIBREnúmero [1] • ESPECIAL DE VERANO 2010 - www.thelunes.com

Azul y blanco sobre la luna del volcánAutora {Diana Cermeño}...

Santorini

»Información.Santorini es un pequeño archipiélago

circular formado por islas volcáni-cas, localizado en el sur del Mar Egeo, unos 200 km al sureste del territorio continental griego. Es también conocida como Thera, for-mando el grupo de islas más meri-

dional de las Cícladas.

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—¡Ahí estás! —dice Colarrota con su voz aguda, señalándola con un peque-ño dedo rosa— ¡No nos quitarás el queso!

Entonces Anaís se da cuenta que tal vez Colarrota la escuchó antes, en la cena.

—Pero, Colarrota, ¡no me gusta el queso! ¡Lo prohibiré cuando sea mayor! —dice Anaís, muy seria.

—Umm —dice el ratón— eso pensaba. Eres muy ca-bezota. Y no piensas en los demás. ¿Te has para-

do a pensar que a nosotros sí nos gusta? ¿Y que, si lo prohíbes, nos pondrás tristes?

Anaís no lo había pensado. Pero claro que a los ratones les gusta el queso. También comen pipas, y frutos secos, ¡pero el queso les encanta! Así que se sienta a pensar.

—Bueno —dice— entonces no lo prohibiré. ¡Pero yo no voy a comér-melo!

—Vale —dice Colarrota, sonrien-te— mientras nosotros lo podamos comer, ¿verdad chicos? —Al oír esto, todos los ratones chillaron, felices.

—Vamos de excursión a la Luna de Queso —dijo Colarrota, señalando

el cielo, donde había una luna amarilla y enorme, que parecía una gran bola de

queso.

Anaís lo pensó. Y decidió que era mejor que no, por que por la mañana tenía que levantarse pronto para ir al cole, y tampoco

quería que mamá se preocupara. Así que se despidió de los ratones y volvió a su cuarto a dormir. Colarrota prometió volver cuando terminara su excur-sión.

Mientras se dormía, Anaís pensó que dos amigos pueden ser amigos aunque no les gusten las mismas cosas. No siempre vas a estar de acuerdo en todo. Pero eso no es motivo para enfadarse. Al revés, sería muy aburrido si siempre pensaran igual. Cuando despertó por la mañana, se había olvidado del queso. Colarrota estaba en su jaula, dormido. Debió de llegar tarde. Papá volvía a ser capitán pirata y mamá le dio un beso y un abrazo antes de subirla en el coche para llevarla al cole. Cuando les contó su aventura a sus amigos, vio que a algunos les gustaba el queso, incluso mucho, y a otros no, nada de nada. Y se rió, porque le pareció bien que fuera así.

¡PARA LOS PEQUES!

naís, la princesa pirata de casi todos los mares y la piscina de casa, tiene seis años. Ha sido injustamente castigada a irse a la cama por su madre,

enfadada porque Anaís no quiere comerse el queso. Y como todo el mundo sabe, la Primera Ley Pirata dice que una princesa pirata no tiene que comer queso, si no quiere. Así que, a la cama sin cenar. “Cuando sea mayor —pro-mete en voz baja— prohibiré el queso en todos los mares”. Colarrota, el hámster, desde su jaula sobre la mesa de su habitación, para de dar vueltas en su ruedita y parece mirarla, alarmado, moviendo los bigotes. “A lo mejor —piensa Colarrota— cuando crezca se dedica a tontear con chicos y esas cosas y se olvida de prohibir el queso...” Pero no parece muy convencido, Anaís es cabezota cuando se le mete una idea en la cabeza.

La princesa pirata tiene sueño. Se ha puesto (ella sola, los piratas se visten solitos) su pijama de calaveras rosas, y tiene junto a la cama su gorro de capi-tán, su catalejo de ver lejos-lejos y su loro verde de peluche. Piensa que no es tan tarde, pero la verdad es que se le abre la boca sin querer, ¡una boca en la que están saliendo dos dientes nue-vos! En ese momento, aparece papá. Papá es marinero. Antes era pirata capitán también, pero como no le ha ayudado a convencer a mama que el queso no se puede comer, le ha dicho que ya no puede ser capitán. Y papá ha puesto cara triste, pero ha seguido dando la ra-zón a mama. Papá le ha llevado un vaso de leche y unas galletas a la cama. Bueno, a lo mejor le vuelve a dejar ser capitán pirata otra vez. Se lo pensará mientras se come una galleta. Pero ¡se está quedando dormida de verdad! Papá la arropa con las mantas y apa-ga la luz. La luz de la luna entra por la ventana. Es redonda y amarilla, parece un queso enorme...

Le parece que ha cerrado los ojos un momentito, pero ha debido ser mucho rato, porque todo está en silencio. Enton-ces se da cuenta que hay un agujero grande en la pared, junto al armario, por el que sale luz cálida, como del fuego de una chimenea. ¡Y Colarrota no está! La jaula está vacía, en el suelo. ¿Se ha escapado por el agujero? ¿Por qué? La princesa pirata se pone su gorro de capitán, coge su loro de peluche y su miralejos, y sin dudarlo se mete por el agujero a gatas. No gatea mucho, un poquito hacia arriba, y otro poquito hacia abajo. Fuera del agujero hay una pequeña playa, y en la playa hay un pequeño barco para ratones, algo más grande que su bañera. Colarrota está vigilando que los de-más ratones piratas (hay muchos) preparen el barco para zarpar. Entonces, Anaís lo comprende. ¡Se va a ir! Sale del agujero, corriendo, agarrada a su loro y su miralejos.

—¡Colarrota, Colarrota! ¿Por qué te vas?

y la luna de quesoLa princesa pirata

Autor {Roberto Espeita Izquierdo}...Ganador I Certamen Cultural THELunes®, en la categoría de Cuento Infantil.Ilustración: Verónica Alvarez, www.veronicaalvarez.com

20 CUÉNTAMEnúmero [1] • ESPECIAL DE VERANO 2010 - www.thelunes.com

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Postal desde InglaterraAutor {Ricardo Aller Hernández}...Ganador del I Certamen Cultural THELunes®, en la categoría de Humor.

¡Ay Candela!

Cariño, espero que esta carta llegue a tus manos y me ayudes a salir de un pequeño lío en el que me he metido. Me encuentro retenido en lo que los ingleses llaman la Torre de Londres, unas mazmorras cinco estrellas, por, al parecer, un delito de lesa majestad, algo sin duda totalmente desmesurado, Candelita mía. Porque yo no he matado al rey. Sólo que no sé dónde me lo he dejado.

Aquí me tienes, corazón. El famoso mago e ilusionista Álvaro de Quín, en-cerrado en una oscura cárcel y con un futuro más negro que el de nuestro monarca Carlos IV. Y mira que antes de llegar de gira a la Pérfida Albión, la suerte se había puesto en contra mía, especialmente desde aquel desafor-tunado encuentro con esa gitana en Sevilla, que se empeñó en leerme la mano, y que después de mandarla educadamente al carajo me echó mal de ojo. Desde aquel momento todo se torció, no porque esa misma noche nos anularan una actuación, ni porque de vuelta a Jaén nos robaran el dinero o al llegar a casa sólo quedara de ti una carta diciendo que me dejabas. Tampoco porque cuando iniciábamos en Inglaterra mi gira internacional nos cogiera una tremenda tormenta, se nos hundiera el barco y se ahogara el único tra-ductor inglés-español, español-inglés, que teníamos. Lo digo por el pequeño incidente que tuve en ingland, cuando perdí a Su Serenísima Majestad el Rey de Inglaterra.

Te sitúo, querubín. Estaba en mitad de mi mágica actuación con la audiencia expectante, muy silenciosa, muy flemática, en definitiva, muy inglesa. Escojo al azar a un espectador, un señor con bombín, bigote y paraguas, seguramen-te inglés, y presento mi truco. Le muestro la baraja en abanico y hago que tome varias cartas consecutivas, luego pido que las mezcle bien y las mire a escondidas una a una. Ahí es cuando me luzco y empiezo a indicar la primera carta, luego la segunda y así todas las demás. Plas, plas, plas. Éxito grandioso, el público entregado, todo lo que un público extranjero puede entregarse, que esto no es Cádiz, corazón.

Y por fin llega el gran momento, mi mejor número, el éxtasis, el truco de la caja que hace desaparecer gente. Lo más. Así que me vuelvo al público y pido a voz en grito: “¡Uan voluntario!” Silencio. Rumores. De repente, todo el público se levanta en actitud respetuosa. Empiezo a pensar que a lo mejor mi inglés no es tan fluido y creen que he dicho que el espectáculo ha finalizado. Pero no. De pronto emerge del pasillo camino del escenario una figura redondeada, envuelta en un traje blanco impoluto con una banda azul que le atraviesa el chacó. El voluntario iba a ser Su Majestad el Rey Jorge III.

Imagina el momento, corazón. Yo, un pobre mago de España, ante el hom-bre más poderoso de Inglaterra. Había llegado mi momento, mi camino al estrellato. Toc, toc, el dinero llamando a su puerta. Nada podía salir mal.

A pesar de los ligeros nervios (la típica hipertensión, ya me conoces) y de que mi inglés no estaba siendo demasiado fluido —“quíng, com, com, in the teibol, mi quíng”— su Graciosa (y mira que el tío es más feo que pegarle a un padre) me entendió y se metió en la caja. Silencio absoluto. Hago el pase mágico

que tanto te gusta, abro la puerta y ¡zas!, no hay nadie dentro. Fue lo más, aplausos, gritos, el acabóse, niña.

Llega el momento final. Cierro la puerta y digo las palabras mágicas: “¡Surge de la nada!”... y nada de nada, que no aparece. Vuelvo a cerrar la puerta rápi-damente, aparentando que es una broma y la gente ja ja, ja ja, que gracioso el espanis. Venga, haz que vuelva ya, que es la hora del té.

Empiezo a dar unas pataditas al sistema que acciona el truco por si se había atrancado, pero ni por esas. El rey se había evaporado. Absolutamente des-quiciado entro en la caja imaginando lo peor, a ver si el míster se ha caído y tenemos una desgracia real. Pero nada.

La mandíbula debía llegarme al suelo, ¡no había ni rastro! Sin tiempo a saber qué había ocurrido la Guardia Real va y me aborda sin decir ni plís ni ná. Con una mirada furiosa y muy mal carácter (¿y esa educación inglesa?) va el jefe de la guardia y me pregunta algo así como “¿Ue is de quín?” Y ahí estuve sembrao, cielo. Controlé mis nervios y me dije, “mira, un fan”. Aunque, de ti para mí, la pregunta era de lo más tonta. Mira que preguntarse dónde estaba yo, cuando era el Jorge ese el que se había pirado. Total, que le digo, en un cuasi perfecto inglés, “¡Ai am de Quín, míster!” Y la que se lió.

De repente todos los rubios grandotes con sus alabardas se abalanzaron so-bre mí gritando, según me enteré después, “He says that is the King. ¡Traitor, traitor!” Así que no me quedó remedio que comportarme como correspon-día a un hombre de mi alcurnia. Siguiendo mi lema de vida —un cobarde vale para dos batallas—, corrí como alma que lleva al diablo en dirección a la Exit. Pero no llegué. Ese arresto completaba dos semanas bastante malas desde aquella mañana en Sevilla en que la magia se volvió contra mí.

Y así es como llegué hasta aquí, amor mío. Me ha dicho mi abogado, un desagradable inglés que siempre va borracho y ataviado con una camiseta de su equipo favorito, de apellido júligan o algo parecido, que van a utilizar conmigo un nuevo invento que viene de Francia, un artilugio de un tal Gui-llotin, que dice acabará con mi encierro. Aunque yo no me fío. Ya te contaré.

En fin, princesa, espero que esta carta llegue directamente a tu corazón, que es el mío. Así lo deseo. Otra cosa sería, como dicen por aquí, un harrod´s de agua fría.

Siempre tuyo, Álvaro de Quín.

Torre de Londres, 1790

Relato patrocinado por:

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Autor {Yago García}...Pincel en el Agua Info {Primer premio en el IX Certamen de cómic de las Rozas}...

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