Textos sobre la carpintería de la crónica en diez pasos
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CONFECCIONARIO DE NUEVOS
CRONISTAS: SANGRE, SUDOR Y
LÁGRIMAS
Textos sobre la carpintería de la
crónica en diez pasos
2012
SANGRE, SUDOR Y LÁGRIMAS
DECÁLOGO DEL CRONISTA ISLEÑO O DE CÓMO SE NARRA LA VEREDA TROPICAL
POR ANA TERESA TORO
1. En las islas siempre se espera algo o alguien, pero la crónica de tu vida nadie va a mandarte a escribirla, no va llegar en un
crucero, ni aparecerá como las vírgenes en los pozos. Recorre la isla, eso incluye el mar. Toca tierra continental una vez al
año, demasiado mar vuelve ambiguas las ideas.
2. Sudor. De vez en cuando escribe con calor, la incomodidad suele ayudar a resolver frases atragantadas.
3. Lágrimas. La primera vez que me tocó ir a la escena fresca de una masacre entendí que a los asesinados se les llora
diferente, a veces con rabia, a veces con resignación, a veces de mentira. Escuchar para entender la diferencia.
4. No dejar que el paisaje te coquetee, no dejarse seducir por la playa y el sol, por el cielo azulísimo y los infinitos tonos de
verde montaña, no confiar en las islas vanidosas, ponerlas frente al espejo, tener como mantra eso de que toda belleza tiene
su sombra, buscar la sombra.
5. Buscar el cuerpo de agua en la gota, saber si es agua salada o dulce. No escribir hasta probar el agua. No pretender
escribir relatos continentales, ser cónsono con la dimensión.
6. Ni tanta música que el texto sea una rumba, ni tan poca que sea misa. Que el arte no acapare el relato, que el relato no
impida el arte. Crear para entender. Ni más ni menos.
7. Sangre. Pelea con tu editor, pelea con todos tus editores, insiste, jeringa, sé una ladilla, vende tu trabajo como piragua en
día de lluvia. Si no funciona busca otros formatos pero no lo dejes fermentar, la crónica no es como el pitorro que funciona
mejor a mayor tiempo bajo t ierra.
8. Acostúmbrate a andar con los nervios expuestos, si es posible, mejor, conviértete en un nervio. Después piensa con los
dedos.
9. No pierdas el tiempo quejándote y tocando violines por la falta de espacio para la crónica, nunca dejes un texto a mitad por
ese motivo, termina la crónica, termínala por sobre todo argumento.
10. Viaja, escribe en cualquier parte, a solas o entre un montón de gente, pero no te quedes quieto, la quietud afectará tu
escritura y por eso debes preocuparte. De hecho, siempre debes preocuparte. Asumir la preocupación como un estado del ser.
EL ESTILO. LA VOZ. EL RITMO. LA PASIÓN.
POR CARLOS SALINAS MALDONADO
1. Escuchar la voz de los maestros . Ellos estuvieron antes que nosotros. Han pasado años formando su estilo, su propia
voz. Conocer sus trabajos, leerlos detenidamente, es la mejor escuela para que uno forje su propio camino dentro del
Periodismo y de la crónica. Yo intento leer siempre algo de quienes considero mis grandes maestros: Alma
Guillermoprieto y Jon Lee Anderson. Cada vez que estoy en “blanco”, leerlos me enseña el camino para escribir.
2. Vale la pena tocar hasta la última puerta. Nadie puede escribir una crónica sin investigar, informarse, conocer todo lo
que sea posible sobre el tema que nos interesa. El reporteo de la crónica puede durar días, y si se tienen dudas de un
dato, siempre vale la pena hacer esa última llamada, tocar a esa última puerta, para contar con todos los detalles que
permitan construir un texto creíble.
3. La crónica es música. Hay que tomar de la mano al lector y llevarlo al ritmo de un verbo bien puesto, un adjetivo
colocado con elegancia, un párrafo con frases que bailan en la cabeza de quien nos lee. Eso lo aprendí en un taller de
Alma Guillermoprieto y nunca se me ha olvidado. Lo tengo presente cada vez que escribo.
4. Sentir lo que sienten ellos . Si no siento, no escribo. Colarse en la vida de otros para contar sus historias es también
sufrir lo que sufren ellos, reír con ellos e indignarse con ellos. Yo no creo en la objetividad del periodismo. Creo en la
honestidad de un reportero y en la posibilidad de transmitir ese “sentir” a quienes leen mis trabajos.
5. Ser como los niños, sorprenderse siempre. Si no estoy dispuesto a sorprenderme de lo que pasa a diario, ¿cómo
puede intentar explicárselo a otros? Sólo interesándome por los hechos cotidianos puedo escribir sobre ellos.
6. Equivocarse e intentarlo sin darse por vencido… Lucho a diario por lograr mi estilo. Peleo con mis textos, siento
vergüenza de ellos una vez publicados, porque creo que pudieron ser mejores. Lo intento, lo intento siempre. Quiero que
el lector reconozca en mí un estilo, una forma de escribir original. Y sé que lo conseguiré con el tiempo. Mientras tanto,
leo, escribo, me meto en la vida de los otros, escribo, pregunto, escribo, borro lo que escribo y lo vuelvo a escribir sin
darme nunca por vencido.
7. … y arriesgarse e imitar para lograr tu propia voz. Jugar con formas diferentes de contar es una buena manera de
aprender. Posiblemente no salga bien, pero experimentar es la única forma de saber cuál es tu estilo, con qué forma te
sentís más cómodo. Yo le he dado voz a un caballo carretonero de Managua, intentando imitar a Jack London, y fue un
desastre, pero aprendí. E intentado construir una escena como John Steinbeck en Las uvas de la ira, y fue un desastre,
pero aprendí. Arriesgarse es la fórmula.
8. ¡Te tengo, personaje! Siempre intento comenzar mis historias con alguien haciendo algo. Ese personaje que me permite
guiar al lector por el tema central, la persona que es la excusa para contar mi historia. Hay que estar atento a quienes
están a nuestro alrededor durante el reporteo, porque uno de ellos puede tener todos los elementos que resumen el
tema.
9. Divertirse . Yo hago mi trabajo porque me divierte. Aunque sufra con algunas historias, siempre tiene que haber un
respiro para poder contarlas: hablar con tus amigos del tema un jueves por la noche en una mesa de copas, te ayudará a
despejar muchas dudas.
10. Pasión. Hago periodismo. E intento hacerlo bien. Es más que mi trabajo, es mi forma de vida. Es lo que me mantiene
enchufado irremediablemente al mundo. Y lo que me da de comer, lo que es decir mucho en estos tiempos. El periodismo
me lo llevo a todas partes. Está conmigo en las mesas de tragos, en las pláticas con mis amigos, en las tardes de
domingo, en los libros que leo, en la vida familiar y hasta en las charlas de pareja. No me aburre ni me cansa. Con él
respiro. El periodismo me hace sufrir frente a una página en blanco. Me hace enojar cuando leo un artículo mediocre,
chapucero, mentiroso. El periodismo me hace feliz cuando está bien hecho. Y me da paz cuando lo uso para expresar
aquello que me parece injusto. El periodismo es lo que soy. Es mi voz, la posibilidad de expresarme, mi escapatoria y
catarsis. Soy periodista. No sé si podría ser algo más.
UN MANIFIESTO DEL PERIODISMO INFRARREALISTA
POR DIEGO OSORNO
Un par de periodistas de nota roja de Nuevo Laredo miran a un ejecutado y sienten como si la muerte -el único enemigo
ideólogico que tienen- estuviera junto a ellos. De repente uno dice: “Esto no es una guerra, es una matazón”.
Cronistas becados por la fundación de Gabriel García Márquez llegan a la f iesta de gala que organizan el capo y el
gobernador. Un año después el capo muere a balazos en un restaurante de Guadalajara y el gobernador es nombrado
secretario de Economía.
Un presidente sin pueblo le declara la guerra a los tornados.
El día que unos soldados lo matan y ponen un cuerno de chivo a un lado de su cadáver, un estudiante del Tec de Monterrey
aprende que el Estado miente por costumbre.
A una poeta de Ciudad Juárez la acaban de golpear en el estómago entre cuatro jóvenes periodistas de izquierda: estaban
convenciéndola de comprometerse más con la realidad actual.
Asumamos el compromiso. Demasiados lobos andan sueltos. Pongámonos todos por lo menos una vez al año una gorra y una
chamarra color verde olivo -de preferencia de nuestra talla.
Hagamos un encuentro nacional de jóvenes escritores militarizados o de jóvenes escritores zetas. Si algún imbécil menciona
los treinta mil,
o cuarenta mil,
o cincuenta mil,
o sesenta mil,
o setenta mil,
o noventa mil,
o cien mil muertos,
entonces hagamos algo extra: escribamos una columna de opinión defendiendo a las instituciones o leamos un haikú de
guerra en el Zócalo al f inal de la marcha; cantemos el himno nacional o un narcocorrido antes de que comience la próx ima
sesión de nuestro taller literario.
Como dice Carlos Slim Helú, el éxito no es hacer bien o muy bien las cosas y tener el reconocimiento de los demás. No es una
opinión exterior: es un estado interior, es la armonía del alma y de sus emociones, que necesita del amor, la familia, la
amistad, la autenticidad, la integridad.
*
El político de moda en la televisión se pone una guayabera color blanco y sonríe para las cámaras.
Los reporteros infrarrealistas le toman la foto.
Pero no ríen.
El periodismo infrarrealista es un juego.
Un juego de vida o muerte.
*
El periodismo infrarrealista sabe que no es lo mismo la retórica de guerra que la guerra. El periodismo infrarrealista no cuenta
muertos: cuenta las historias de los muertos. El periodismo infrarrealista busca la versión de quienes no tienen vocero ni
oficina de comunicación social, de quienes nunca han citado a una conferencia de prensa.
El periodismo infrarrealista no es un pinche buitre ni una mosca muerta.
*
Los reporteros infrarrealistas escriben:
Del olor del gas lacrimógeno.
De los gobiernos débiles que buscan legitimarse mediante la fuerza.
De ciertos periodistas con el ego hipertrofiado.
De campos de golf construidos por las elites burocráticas encima de reservas naturales o pueblos enteros.
De una señora rica que pasea un perro chihuahueño color marrón de nombre Terminator.
De la chusma en un linchamiento.
De los que tienen una baja calidad humana.
De aguafiestas.
Del Blog Del Narco, uno de los sitios de internet más horrendos y exitosos de México.
De los minigitorios y sus mensajes secretos.
De la violencia nazi y la violencia de la lucha libre.
Del nuevo código de honor vigente, donde existe el derecho de violar y matar y tener grandes funerales, el derecho de
asesinar, traicionar, exponer, humillar y ser querido y respetado; el derecho de masacrar y quemar vivos a los niños; el
derecho de vida y muerte, el derecho de matar setenta y dos personas que no quieren trabajar para tu empresa, o el derecho
de matar a quienes resultan una afrenta a las buenas costumbres, o el derecho a matar, nada más, porque se puede matar.
*
Hay más violencias. Menos obvias pero omnipresentes.
El periodismo infrarrealista salta dentro del aro de fuego: quiere arrebatarle la narrativa de lo que sucede a los policías y a los
narcos. ¿Quién cree que las tristezas diarias son por el enfrentamiento entre un cártel con otro cártel? El periodismo
infrarrealista quiere destruir por completo esa narrativa. Esa narrativa oficial tiene sus días contados: ya se chingó. Se hará
desde otro lugar, con otra imaginación.
El periodismo infrarrealista dice no.
*
El periodismo infrarrelista se escribe:
Entre cartuchos percutidos, cuerpos lastimados, piedras lanzadas con la mano, perros muertos, botellas de vidrio volando,
sangre y destrucción.
Entre pies descalzos, entre gente inhalando el contenido de una bolsa de polietileno repleta de solventes químicos, entre el
falso dramatismo de la política, entre los que no se sientan en la mesa la hora de la comida, entre los muertos sin nombre
apilados en las morgues y cementerios de la frontera sur y la frontera norte, entre los diablitos de luz, entre marranos cruzando
a toda velocidad las avenidas de Acapulco y entre las máquinas de videojuegos con las maderas ya roídas.
Entre sombras asesinas.
Entre cantos de cisnes.
*
El periodismo infrarrealista no rehuye las noches fatídicas, los días fatídicos, las horas fatídicas. No mira desde afuera. Se
intoxica de lo que pasa. Recorre un tunel oscuro, siente la marea.
Retoma cosas de Ryszard Kapuscinsky y Jacobo Zablodowsky, de don José Alvarado y don Luis Villoro, de Mario Santiago
Papasquiaro y Beto Quintanilla.
El periodismo infrarrealista no hace publicaciones al gusto ni ameniza f iestas, cocteles o reuniones de gabinete. Los reporteros
infrarrealistas no se ponen la corbata de la autoimportancia a la hora de redactar y así formar parte de un enorme aparato
propagandístico sin apenas saberlo.
El periodismo infrarrealista no es una máquina, se resiste a serlo.
(Ojo: los reporteros infrarrealistas también pueden escribir de otras cosas como indígenas tojolabales, jabalíes, objetos no
identif icados, diademas de arcoiris en el pelo de las muchachas yaquis, lechuzas doradas, camas ruidosas a la hora de hacer
el amor, carreras de caballos, calzones de manta, cedros, cerdos, caracoles, el violento arrullo de las calles y plazas ruidosas,
el cambio climático, atardeceres color malva y teshuino.
De lo que no escribirán es de los perros del Parque México, del realismo de la colonia Condesa).
*
Sabemos que hace frío.
Las calles llueven.
La noche trae un hacha. (El encanto de la palabra hacha)
De repente las calles no existen.
Los reporteros infrarrealistas no existen.
Pero hay que creerles.
Alguien limpia un fusil en su cocina.
ESCRIBIR CRÓNICAS DESDE LA RESACA CARIBEÑA
DECÁLOGO VACILADOR Y TROPICAL
POR ALBINSON LINARES 1
Hace poco hablaba con un amigo que dice haberse retirado del periodismo, un tipo que escribe excelentes crónicas. Nos
tomamos un trago y al segundo ya me estaba llenando de ideas, temas y personajes para publicar, cuando lo interrumpí y le
recordé que él insistía en que ya “no era periodista”. Sonrió con tristeza y me espetó: “esto nunca se acaba”. Entonces me
percaté de que cuando ya no estás metido en una redacción es cuando más hablas y piensas como un cronista. No hay una
vía de escape para pensar de otro modo.
2
El periodismo es mi método de sistematización del mundo y la realidad. Todo me lo imagino así, hasta algunas cosas
innombrables. De todo el discurso mediático, la escritura de crónicas es lo que me permite abarcar de manera más eficiente la
realidad que me rodea. Cuando tengo que explicar una situación o conocer a un personaje sólo logro mostrar nuevas
perspectivas, aristas distintas y ser justo a través de las herramientas de este género variopinto. Lo demás sólo es silencio y
vacío, pretensiones vanas que se quedan en la superficie del discurso informativo. Si quieres rascar, penetrar y conocer,
debes hacer una crónica.
3
Escribir crónicas en Venezuela sólo es posible desde la resaca. Vivo en una sociedad que ha estado en los primeros lugares
del ranking de los ciudadanos más felices del mundo durante varios años consecutivos y, a la vez, es uno de los países más
polarizados del continente. Hay que hacer un ejercicio psíquico constante para apartarse de esa realidad desbordada de la
riqueza petrolera que nos brota del suelo y la improvisación demencial e idiosincrática para refugiarse en una lucidez casi
dolorosa. Quizá eso explica que me guste tanto la salsa, que la coleccione y haga perfiles de salseros pero, a la hora de bailar,
lo haga terriblemente.
4
Algo que me obsesiona y que he hablado mucho con Carlos Serrano y Julián Gorodischer es la mixtura, inclusión y
experimentación de la crónica clásica con los nuevos lenguajes multimediáticos. La influencia y el uso de recursos como la
fotografía, la infografía, los cómics, hasta el documental o las fotogalerías. La semana pasada Edgardo Rodríguez Juliá nos
recordaba algo que en Venezuela es patente: la crónica es un género consumido, la gran mayoría de las veces, por élites. En
mi experiencia, cuando he experimentado con el uso de nuevos recursos, temas y personajes los textos terminan siendo
leídos por miles de personas, se detecta un crecimiento exponencial, por eso creo que debe ser un debate necesario, un área
de estudios en la FNPI y en las cátedras de comunicación de las universidades.
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Uno de los grandes problemas de la crónica contemporánea venezolana radica en la ausencia de riesgo de los propios
periodistas. Les cuesta viajar, salir de Caracas y explorar la riqueza temática del interior del país. A ver, si yo les preguntara
cuál es el deporte nacional de Venezuela, supongo que responderían que el béisbol. Pues no. Aunque yo jamás lo haya
jugado, el deporte nacional y autóctono es el ‘coleo’. Una suerte de rodeo bárbaro donde un jinete persigue a una vaca por
una extensión encajonada a la que le dicen “manga de coleo”, la agarra de la cola y la tumba, o “la colea” como decimos en
los llanos venezolanos. Esa es una de las grandes historias que no son contadas en nuestros diarios.
6
He tenido la fortuna de poder publicar muchos trabajos donde exploro diversas técnicas del periodismo narrativo. Hace un par
de años pasé varias semanas visitando el octavo rascacielos más alto de América Latina, que es el Centro Confinanzas,
estructura que nunca fue del todo terminada. Llamado hoy día “La torre de David” es un barrio vertical, un cerro de concreto
invadido por centenares de familias que trasladaron las dinámicas socioculturales de sus barriadas pobres a una estructura de
acero y hormigón. Esta insólita experiencia sociológica fue estudiada por un grupo de arquitectos venezolanos y fueron
distinguidos en la Bienal de Venecia. Debemos volver a esas historias que cuentan mejor los procesos sociohistóricos del país
que muchos sesudos ensayos.
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Más que escribir sobre el Presidente, me obsesiona el chavismo y las pulsiones e historias de esa masa de la población que lo
apoya a ultranza. Los métodos del populismo, cómo opera la ideología en la cotidianidad, resultan más interesantes y son
objetos susceptibles de la crónica. También me interesan, por ejemplo, las conexiones oscuras del Miss Venezuela y los
mafiosos, los asesinatos de más de 70 sindicalistas en Guayana (la región de minería básica más importante del país). És as
son las cosas que quiero investigar aquí. Teniendo un nuevo sexenio para gobernar, Hugo Chávez convertirá a Venezuela en
un vasto experimento polít ico donde se implantarán nuevas formas de organización social, como las comunas donde la
propiedad será colectiva en muchos casos. Ese proceso que el Estado pretende que englobe al 65% de la población en 2019,
más allá de sus fallas y fracasos, deberá ser registrado por medio de la crónica.
8
La maestría y dominio en el lenguaje es una primera condición de exigencia al escribir o leer una crónica. Sin embargo, esto
debe ir cuidadosamente mezclado con una entrega absoluta por la investigación basada en el trabajo de campo y la
documentación. Los mejores cronistas son los que nos cuentan las grandes historias de nuestro tiempo desde perspectivas
nuevas con personajes marginales o protagonistas rutilantes. La saga del hombre común es el mayor reto de nuestro tiempo.
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Pido que las entradas de los textos me corten la respiración, pido detalles que nunca había leído y deleitarme con los símbolos
que usa el autor. Si el cronista no usa su historia para mostrarme una perspectiva única o por lo menos original de lo que es tá
pasando, ha fracasado en su empresa.
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Y por último pero no menos importante creo que la crónica sirve fundamentalmente para contar la realidad inabarcable que
nos rodea. Darle sentido, sólo sentido narrativo y cronológico, a nuestra historia cotidiana que se entrelaza con esa entelequia
que llaman la “historia oficial”. Como sabemos, la realidad es caótica y no responde a patrones, es simultánea y caprichosa; la
crónica puede darle ritmo y cadencia, sistematizarla e intentar comprender lo que nos rodea. Incluso en su fracaso, la crónica
gana por el intento.
LA CRÓNICA
POR JOSEPH ZÁRATE
Nunca me gustó mi segundo nombre.
Joseph Douglas. Así me puso mi abuela cuando nací.
A ella le gustaba Kirk Douglas, el papá de Michael y actor de Espartaco, esa vieja película de Kubrick de los sesenta.
Recuerdo que cuando cumplí cinco años le pregunté a mi abuela por qué rayos me había puesto ese nombre que en realidad
no es nombre sino apellido. Me contó que admiraba a Kirk, que lo encontraba guapo y que por eso me lo puso. Su respuesta
no me gustó nada la verdad, pero sí activó en mí una rara curiosidad por conocer las historias detrás de los nombres de la
gente. Quiénes eran, por qué se llamaban así.
Y empecé con mi familia. Así me enteré, por ejemplo, que Leopoldo, mi tatarabuelo, fue cazador de caimanes en la selva de
Iquitos, en la frontera con Brasil, y murió cazando en el Amazonas. Que Flor, mi bisabuela, nació en una comunidad nativa de
esa misma selva, un pueblo construido sobre el río, y que ella casi no hablaba español. Que Emilio, mi abuelo, que ahora sufre
Alzheimer y no me recuerda, era carnicero y tocaba valses criollos con su guitarra. Y que Violeta, mi madre, quizó ser bailarina
y cantante de musicales, pero nunca pudo porque mi abuelo decía que eso era de mujerzuelas.
Desde chico me interesaron ese tipo de historias. Oírlas. Pero también contarlas. En el colegio solía escribir para el periódico
escolar. Me gustaban las historias sobre personas comunes y corrientes, como cuentitos de verdad a las que trataba de darle
cierto estilo literario, como en los relatos de Ribeyro que leía de pequeño. Así pasé mi niñez, hasta que a los dieciséis años
decidí que sería periodista.
A esa edad ingresé a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la más antigua de América. Durante el tiempo que pasé
allí, me especialicé en periodismo escrito. Para entonces, la revista Etiqueta Negra acababa de salir y, como yo era miembro
del centro estudiantil, contacté a sus editores para organizar talleres de crónicas en la facultad. Ya que no habían cursos
buenos en mi universidad sobre crónica, decidí crearlos yo mismo. Así conocí a Julio Villanueva Chang, Marco Avilés y Daniel
Titinger; los dos primeros, exalumnos de San Marcos.
A los diecinueve, me volví reportero asistente de la revista. No me pagaban un céntimo por eso, pero entrené bastante en
cómo hacer un trabajo de reportería en profundidad mientras investigaba para los autores de la revista. Al terminar la
universidad, me contrataron como redactor en el área de proyectos especiales y más tarde como editor de esa área. Durante
un año edité varios suplementos que venían con la revista, y donde se publicaban historias sobre varios temas: desde
gastronomía, economía y salud, hasta belleza, diseño de interiores y el cuidado de las mascotas. Allí entendí la rigurosidad
que tiene la escritura y la edición de una historia, sea cual sea el tema. Etiqueta Negra fue desde ese momento una escuela
para mí. Trabajar con Julio, Marco y Daniel me ayudó a adquirir habilidades que sigo cultivando hasta ahora.
Durante esa época también colaboré investigando y escribiendo para otras editoriales y revistas culturales. Hasta que en mayo
de 2011, entré a trabajar como editor adjunto a Asia Sur, una revista de vida social. Durante el año que pasé allí, esta
publicación evolucionó en su contenido al darle un espacio al periodismo narrativo.
En esas revistas también comencé a escribir crónicas sobre personajes. En mis tex tos, me interesaba contar el «lado B» de
personajes famosos. La cara que no suelen mostrar al público. El segundo nombre. Historias como la de Magaly Solier, una
actriz peruana que ganó el Oso de Oro de Berlín, que no estudió actuación y que ve Animal Planet para construir sus
personajes. O la de Hernán Casciari, el escritor argentino que un día mandó al diablo a las grandes editoriales para hacer una
revista literaria con sus amigos de la infancia. O la de Fernando León de Aranoa, el cineasta español ganador del Goya, que
soñaba con ser dibujante y músico de punk pero como no tenía talento, se dedicó a contar historias haciendo películas.
Ahora que colaboro como cronista para Etiqueta Negra y algunas revistas culturales de mi país, procuro que las historias que
escribo tengan esa mirada. Fue algo que también aprendí de Alberto Salcedo Ramos en un taller de la Fundación, hace poco:
«Cuando te acerques a un personaje extraordinario, míralo a través de lo ordinario –decía Alberto–. Y cuando se trate de un
personaje ordinario, trata de descubrirle lo extraordinario».
Lo curioso es que, mientras fui editor en Asia Sur, también entendí lo difícil que es publicar una historia de calidad hoy en día.
Recuerdo mucho algo que escribió Marco Avilés cuando reflexionaba sobre este mismo tema: «la crónica no es un género
barato, demanda inversión de dinero y de tiempo, y tiempo y dinero es lo que las empresas hoy menos tienen». Decidí
renunciar al medio donde trabajaba, a ese cargo de editor, al sueldo f ijo, por una razón sencilla: necesitaba aprender,
necesitaba escribir, crecer como autor y desarrollar una forma de mirar. Y pienso que ha valido la pena. Gracias, en parte, a
esa decisión es por la que ahora tengo el privilegio de estar aquí, compartiendo con cronistas y editores que admiro
muchísimo.
De ahí que me fascine tanto este género. Como periodista narrativo, sé que un cronista de verdad, además de su obsesiva
curiosidad, lo define su mirada. Y también que una crónica sobre un personaje o una comunidad puede servir como un
pretexto para explicar fenómenos sociales, económicos y culturales que afectan a todos, seamos latinoamericanos o no. Esa
pequeña historia que puede contar tantas. Incluyendo la mía.
Quizá por eso sigo buscando historias. De individuos y de comunidades. De famosos y desconocidos. Y de gente a las que,
como yo, tampoco les gusta su segundo nombre.
CONFECCIONARIO
POR JUAN FERNANDO ANDRADE
1) Escribe lo que quieres leer.
Escribe lo que crees que debes leer.
Escribe lo que nadie más está escribiendo.
Escribe para entender lo que no entiendes.
2) Cuando escribes f icción puedes darte el lujo de ser hermético y privado, incluso tener el mal gusto de enorgullecerte si
nadie te entiende. Cuando escribes crónica, en cambio, debes pensar en la fanaticada aunque tal cosa no exista, y plantear el
relato de tal manera que cualquiera sea capaz de entenderlo. Esto no quiere decir que haya que escribir para tontos: los
lectores no son idiotas.
3) Si no sabes nada del personaje al que vas a entrevistar, investiga hasta que seas capaz de escribir sobre él sin haberlo
conocido personalmente. En la entrevista, según mi experiencia, el silencio funciona mejor que el hostigamiento, por lo menos
en un principio. Luego, si te ves en la obligación de ponerlo contra las cuerdas, ten en cuenta que muy probablemente estás
disparando tus últimos cartuchos, y ya si estás en esas dale con todo lo que tienes.
4) Como en el cine, en la crónica también las acciones pueden decir mucho, muchísimo más que las palabras. El vestuario,
los muebles de la casa, los accesorios, los discos y los hábitos alimenticios de un personaje pueden revelar con claridad su
moral, su forma de ver el mundo. Un tipo que desayuna ginebra y colillas de cigarrillos manchadas de lápiz labial a medio día
jamás será igual a uno que, digamos, hace media hora de yoga antes de servirse un tazón de yogurt y granola acompañado
por el amanecer. Prende la cámara antes de prender la grabadora.
5) De ser posible –y pelea porque así sea, gánate tus derechos– tómate un tiempo entre la entrevista, la transcripción y la
redacción. Deja que la película se proyecte en tu cabeza y si no puedes ver la cinta entera por lo menos espera a que te pasen
el tráiler, y luego arrancas. Ya la realidad y el trabajo se encargarán de corregir tus planes, pero es ideal o cuando menos
recomendable empezar a escribir con cierta dirección. Como dijo Woody Allen, “escribir es pensar, lo demás es poner por
escrito”.
6) Si todo funciona de maravilla y puedes hacer un mapa de la crónica antes de ponerte a teclear, la redacción será igual
de ardua pero no lo parecerá tanto. Si no sabes qué escribir, aplica la técnica del jam session, escribe lo primero que se
te venga a la cabeza, lo que sientas que no puede faltar; no importa que no hayan lazos narrativos o cronológicos entre un
párrafo y otro, sólo escribe y mira la pantalla como un espejo de tus intenciones. Si nada de lo anterior funciona, cuando no
sepas qué escribir, pues escribe la verdad. Y atente a la mayor cantidad de borradores posibles.
7) Todas las crónicas tienen antepasados. No me refiero solamente a otros textos sino a películas, canciones, pinturas,
fotos o comics. Leer f icción es clave para los escritores de no-ficción (y viceversa, claro). Lo dijo el gran Alan Moore, quizás el
mejor escritor de novelas gráficas de nuestros días, “yo trabajo con f icción, no trabajo con mentiras”. Si piensas que tu crónica
se parece a una canción, escucha esa canción mil veces y luego has el cover, ponle tu voz y tu mirada.
8) Te van a decir que hay temas pequeños, intrascendentes, temas que no merecen ser tema. Perdona el tono de
autoayuda pero sólo tú sabes lo que te consume por dentro y lo que no. El tema es importante en la medida en que sea
importante para el cronista. El tema es personal e intransferible. Si quieres escribir sobre el grillo que tenías de mascota en tu
infancia, adelante, pero ten la delicadeza de atraparme para que yo también me enamore del bendito bicho ese.
9) Muéstrale el trabajo a los demás, al editor, obvio, pero también a alguien en cuyo criterio de lector confíes plenamente y
también a alguien que no tenga el menor interés en el tema: si éste último no se duerme tras el primer párrafo tal vez tengas
entre las manos algo que vale la pena. Aunque a veces parecería que los cronistas sólo se leen entre ellos, lo bueno sería
invitar más gente a la f iesta.
10) Si llegaste hasta aquí debes saber algo: lo más probable es que nada de lo anterior te sirva para un carajo, que tengas
que arreglártelas solo porque cada crónica –gracias al cielo– es distinta y en ninguna podrás aplicar los trucos de los
demás. Don’t panic. Comete tus propios errores. Una puteada bien puesta y bien recibida es saludable y pensar en
cambiar de profesión de vez en cuando es totalmente comprensible. Dicho esto, recuerda que vivir es más importante que
escribir y que lo segundo es imposible sin lo primero. No lo tomes tan en serio. No te tomes tan en serio.
Bonus track, absolutamente inútil: Si crees que la crónica está lista, léela entera en voz alta. Mientras lo haces, marca el
ritmo golpeando con el dedo índice (o el de tu preferencia, pero el índice suele funcionar de maravilla) el borde del escritorio,
como si fueses un metrónomo. Si, como dicen los músicos, “no te vas de tiempo”, es porque la puntuación es la correcta y
eso, cuando menos, te asegura que la gente te leerá rápido y te odiará menos.
MI MANIFIESTO
(ASOCIACIÓN LIBRE ESCRITA EN LA OSCURIDAD DEL
AVIÓN HACIA EL DF)
POR ROCÍO MONTES
-Leo mucho periodismo pero, en vista del tiempo, ya no me detengo en textos irrelevantes y prescindibles.
-Con el paso de los años he comenzado a disfrutar de la adrenalina. Antes, al comienzo, la sufría.
-Tengo un tiempo periodístico paralelo que camina al margen de los ritmos de los medios en los que trabajo y, la mayoría de
las veces, avanza lento y con meticulosidad de orfebre.
-Reconozco a los buenos periodistas porque se les ilumina la cara cuando están delante de una buena historia. Les ocurre a
los que empiezan y a los veteranos. Y hasta ahora nunca me he equivocado.
-No me molesto en leer crónicas y reportajes de periodistas en los que no creo como seres humanos: ¿instalarte en el nicho
de la pobreza y marginalidad solamente porque eso vende? No, gracias.
-Soy una coleccionista de historias. A veces las guardo durante años y no se las cuento a nadie. Cuando siento que maduran,
que están listas para nacer, abro la boca.
-Los mejores reportajes que he escrito -los que más me gustan- me han llegado por casualidad y fuera de los horarios
laborales. Eso demuestra, para desgracia de nuestras familias, que nunca se deja de ser periodista, ni siquiera cuando
supuestamente se descansa.
-Por más buena que sea la historia no siempre es un buen momento para plantearla a tus jefes. Hay que ejercitar el talento de
saber esperar y dosif icar la forma en que se relata lo que tenemos entre manos.
- Antes de trabajar un tema trato de leer todo lo que se ha publicado. Es la única forma de detectar los agujeros oscuros, las
preguntas no contestadas, los personajes que han permanecido en silencio y los f lancos donde hay que atacar.
-Siempre, por sencillo que sea el texto, pienso en cuál será su aporte, su valor agregado. Si no, mi trabajo no tiene ningún
sentido.
-Cada vez confío menos en la grabadora y más en las citas e imágenes que guarda mi memoria tras una conversación.
-Al margen de la trama de una historia específ ica, las crónicas y reportajes siempre hablan de tópicos universales y que no se
observan a simple vista: la soledad, la ambición, la pérdida del poder…Antes de redactar siempre me pregunto: ¿de qué voy a
escribir realmente?
-El día en que no sienta adrenalina paralizante ante la página en blanco, me jubilo. El nervio, para mí, sí es un buen
compañero.
-Soy de las que escribe el texto párrafo a párrafo y sólo avanzo si un bloque ha quedado como yo quiero. Admiro a los que
redactan de una vez y luego editan.
-Alabo la economía del lenguaje, la precisión de las palabras y no me esfuerzo en absoluto por decorar los textos. Al
contrario, los limpio.
-Cada vez que me siento a redactar pienso en que el texto debe entenderlo mi abuela; hace tiempo que ya no pienso en qué
le guste a los periodistas.
-Admiro a quienes escriben de política y poder como si estuvieran relatando la historia de un carnaval. Las “noticias duras” no
tienen por qué ser aburridas.
-A la hora de redactar siempre pruebo combinaciones distintas. Prefiero equivocarme a tomar el camino facilista de las
técnicas con éxito asegurado.
-Los textos resultan mejor cuando en tu redacción te sientes tan cómoda y contenta como en tu propia casa.
-Siempre queda por fuera el 90% del material. Desconfío de los periodistas que no discuten con los diseñadores para que les
achiquen las fotos y aprieten las letras para poder escribir más.
-Soy mi propia fact checking: soy obsesiva con la precisión de la información y considero imperdonables las equivocaciones
absurdas.
-Me retiraré la noche en que, tras cerrar la página, no me vaya tan contenta como cansada a mi casa.
-También me jubilo el día en que, al ver el texto publicado, piense que está perfecto y no me martirice por no haberle hecho tal
y cual cambio.
-Nunca me molesto porque alguien haga una sugerencia respetuosa a lo que he escrito, desde el director hasta el periodista
que recién comienza. El ego es un compañero traidor.
-En los momentos más difíciles de la arquitectura periodística me consuelo recordando que todos los periodistas del mundo,
los del NYT y los del periódico de una provincia, fundamentalmente se enfrentan a las mismas dif icultades y angustias. Desde
las esperas largas por un entrevistado hasta el agobio por el cierre.
-Para crecer como periodista es indispensable admirar a tus jefes y compañeros, por lo que sea, y tener ganas de aprender de
ellos.
-Considero una lástima que el periodismo latinoamericano premie a los buenos periodistas jóvenes convirtiéndolos en malos
editores.
-No hay que creerse periodista; como el sacerdocio, hay que callar y serlo.
SANGRE SOBRE LA CARPINTERÍA DE LA CRÓNICA EN DIEZ PASOS
POR SANTIAGO CRUZ HOYOS
1- Habrá menos sangre, menos sudor, menos lágrimas, si escribimos sobre lo que nos emociona. Encontrar una
historia capaz de acelerar nuestro ritmo cardíaco disminuye el sufrimiento. En todo caso, escribir es,
inevitablemente, sufrir. ¿A quién diablos se le ocurrió decir que es un placer?
2- La tecnología es un arma de doble f ilo. Nos puede dar la mano, pero también puede hacer que nos perdamos por
horas en asuntos sin importancia mientras la crónica espera. Sucede que cada vez son más las distracciones:
Facebook, Tw itter, un Ipad cercano. Amar nuestro oficio implica también renunciar a esos artefactos tan
fascinantes.
3- Encontrar el tono de la historia es difícil, muy difícil. Pueden pasar horas. Los que escriben para revistas con mucho
más tiempo que los que escribimos para diarios dicen que pueden pasar días. En ese caso leer a otros funciona
como camino para encontrar el tono de una crónica, la voz personal con la que será contada.
4- Para contar historias hay que ser, necesariamente, rebeldes. Es decir: defender la mirada propia en la crónica, la
interpretación de la historia. A veces, sobre todo en algunos diarios, eso no es sencillo. Si interpretas te preguntan si
eres Gabriel García Márquez. Si interpretas te preguntan: ¿qué fuente dijo eso? Ese mensaje que te envían es un
riesgo. Se puede llegar a pensar que la propia visión no es importante; se puede llegar a pensar, equivocadamente,
que el narrador no debe pensar, solo sus personajes. Es necesario ser rebeldes, entonces, en una justa medida.
5- De golpe nos ganamos un premio. De golpe con ese premio por ahí nos aumentan el sueldo. Nos aplauden, nos
dan palmadas en el hombro. De golpe, también, nos creemos el cuento. Hay que tener cuidado. El confort, la
comodidad, son una amenaza. El elogio también. Se disfruta, pero es mejor no tenerlo tan en cuenta. Puede
desviarnos del camino.
6- Hay que tener paciencia. A veces nos pasa eso de que llegamos a casa felices porque creemos que acabamos de
terminar una gran historia. En casa nos da por leer a Villoro, a Jon Lee, a Caparrós, a Talese. Entonces ya no
estamos tan felices, vuelve la angustia. Nos damos cuenta que estamos tan lejos. Por eso la paciencia. Paciencia y
trabajo.
7- En este oficio también hay sangre, sudor y lágrimas por el espacio para contar las historias. En vez de quejarnos es
mejor actuar. Hay una manera de saltar ese obstáculo con más facilidad: el mejor amigo de un periodista, más que
un editor, debe ser un diseñador. A ese amigo hay que consentirlo. Me ha funcionado ofrecer desde gaseosas hasta
almuerzos completos a cambio de líneas que entren en la página. Siempre habrá una manera de publicar la historia
completa. Claro, si vale la pena.
8- ¿Qué contar? ¿Cómo contarlo? Si sabemos la respuesta a esas dos preguntas estamos salvados. El problema es
que pasa que no sabemos si las respuestas que tenemos son las correctas. Antes de sentarse a escribir, es mejor
averiguarlo.
9- No se necesita ser Borges para escribir una gran crónica. Se necesita, más bien, reportería, y mucha. Más que
entrevistar, requerimos estar, acompañar, observar. En ese trabajo está en gran medida nuestro éxito o fracaso.
10- En fin. Habrá mucho sudor, muchas lágrimas, mucha sangre a la hora de escribir una crónica. Pero cuando se
encuentra el tono, primero, cuando se sabe de dónde se parte, por dónde voy, a dónde llego, cuando se pone el
punto f inal y después vemos el trabajo impreso, nos sentimos los seres más felices del mundo. Solo ahí, por cierto,
podemos volver al Ipad, al Facebook, al cine. Podemos volver a la vida normal con una sonrisa en la boca y la
tranquilidad de haber hecho el trabajo completo.
APUNTES SOBRE LA CRÓNICA
POR DANIELA REA
+ Comencé en el periodismo como una forma de relacionarme con el mundo. Salí de un pueblo en el centro del País y me fui a
vivir a Veracruz a estudiar la Universidad, atraída por su vida de puerto viejo. Ahí comencé a trabajar a la par de mis estudios
en un periódico donde mi tarea era contar “la historia del día”, “el personaje del día”. El periodismo se convirtió en mi con tacto
con el mundo, mi forma de ver la vida.
+ De manera natural, atraída por los submundos jarochos, comencé poniéndome del lado de excluidos, los oprimidos, “los sin
voz”, convencida del periodismo como un oficio que cumple una función social, en este caso, ponernos frente al espejo, apelar
a la “otredad”. Mis historias trataban sobre migrantes deportados, vagabundos expulsados de la ciudad, obreros requisados,
abuelos que trafican droga en las cárceles, pescadores sin mar.
+ Quizá por mi indignación con el abuso del poder, con el desprecio y la “falsa generosidad de los opresores”, como diría
Paulo Freire, mis trabajos comenzaron a ser escritos en blanco y negro, mis textos eran historias habitadas por personajes
buenos o malos, sin grisuras, sin pliegues, sin personalidad. En un momento todas mis historias me comenzaron a parecer
iguales, sin contenido para explicarme lo que pasaba en la vida, qué generaba esas desigualdades, esa violencia estructural,
esa exclusión. Yo misma comencé a aburrirme de ellos.
+ Luego vino una especie de brújula. Varios maestros que están aquí compartiendo conmigo estas charlas, me enseñaron,
entre muchas otras cosas, que la historia narrada nos debe decir algo de nosotros mismos para buscar esa conexión con el
lector, esa complicidad, ese espacio humano donde los excluidos y los incluidos nos encontramos; donde ya no hay buenos ni
malos, donde todos nos parecemos un poco pese a nuestras diferencias y miradas. Y la crónica es el género periodístico que
mejor nos permite plantarnos frente al espejo para mirar quiénes y porqué somos.
+ Ahora estoy en ese proceso, aprendiendo a contar la vida en sus distintas tonalidades de grises, asumiendo la complejidad
de los personajes y de la vida misma. Creo que el trabajo titulado “Bajo el ondear de la bandera”, que narra la historia de una
mujer detenida, torturada, violada por militares, para obligarla a acusar a su vez a otros 10 militares, quien fue liberada siete
meses después, gracias a un acto de amor, avanza hacia eso que creo es la crónica, una manera de acercarnos al otro. Y de
ahí en adelante.
TEORÍA SOBRE LA CRÓNICA
POR DANIEL HERNÁNDEZ
Escribe mucho. Mucho. Todo lo que se te ocurra si es posible.
Si en realidad te inspira un nuevo lugar, procura no sacar tu cámara o la grabadora en la primer visita. Porque el lugar
demanda una segunda visita y es entonces cuando comienzas a ver con claridad.
Las manías de las subculturas son siempre cuestionables pero nunca merecen la burla. Sí, el cronista disfruta de la facultad
de juzgar, pero sabe que lo realmente justo para una crónica y para el lector, no es hacer uso de los juicios. Hasta el punto,
claro, donde es evidente que no hay otra opción más que juzgar. De nuevo, lo que pida la crónica.
Reiteramos, trata a los personajes que aparecen en tus páginas como a ti te gustaría ser tratado. Antes de entregar el texto,
pregúntate: ¿Cuándo esta gente lea esta crónica, aunque todo dicho sea verdad, podría sentirse explotada o abusada? Ojo,
los detalles penosos no son indispensables a la narrativa.
La calle es tuya, de él, de ella, de todos, nuestra. La calle es la plaza, el transporte, la comida, el tianguis, tu barrio y el barrio
de al lado y el barrio que aún no conoces pero siempre has querido explorar. La calle para el cronista es el templo, el refugio.
Amar la calle es amar la crónica.
Cultiva el Camaleón-ismo.
En la calle, en la ciudad, en el monte, en el mar, platicar con los desconocidos es una costumbre que vale la pena explotar.
Que nunca te apene hacer una pregunta al aire libre con gente que no conoces. ¿Qué cuesta? ¿Qué tal? ¿Es cierto qué?
Inténtalo con la gente que traen pintado en el rostro un: NO ME MOLESTE. Suelen ser los más honestos.
Sin embargo, hay que evitar generalizar, simplif icar. La persona se ve como individuo, no como un tipo de representante, de
nada y de nadie. En el trabajo del reportero, la gente, los temas y los grupos se hacen más complejos, no lo contrario.
Encuentra el hilo que deje entrar y salir al lector, entrégaselo, guarda en todo caso la verdad que no se revela por completo,
pues como mencionamos anteriormente, no todo puede ser revelado.
Entrar por la puesta trasera a veces puede ser la entrada más útil, pasa lo mismo con los textos; el f inal puede ser un gran
inicio.
La disciplina se cultiva a la medida que cada quién esté buscando o necesite. Antes de salir de casa, por ejemplo, el cronista
puede pensar en un aspecto de cualquier nota – el acontecimiento, la tendencia, lo trendy- e imaginar una posible entrevista
que logre iluminar tal punto y que se pueda conseguir en el transcurso del día. La inspiración no es ni azar ni romance; es algo
que hay que planear para poder encontrar.
Ocurre pocas veces, cuando el cronista se transforma durante una crónica. Esto es un regalo raro y sagrado para el lector. Es
un gesto de confianza e intercambio. Y es porqué el cronista escribe únicamente lo que sabe. Yo fui, Yo pregunté, Yo busqué
y así lo registré. Satisfecho.
DECÁLOGO DE LA CRÓNICA:
POR EMILIANO RUIZ PARRA
1)
Cree en los clásicos como en Dios mismo: Agota a Virgilio, Ovidio, Cervantes, Balzac, García Márquez, Zweig y todos los
demás.
2)
Escribe de cualquier tema: lo que hoy parece baladí mañana se tornará prioritario. No olvides que la mejor historia de nuestra
lengua trata de un loco que se creyó héroe de novelas de caballerías.
3)
Agota el trabajo de escritorio antes de salir a la calle: lee todo lo disponible en Internet y en bibliotecas, consulta a los eruditos;
infórmate hasta el cansancio. Combate el viejo cliché de que la desinformación brinda frescura a la mirada del reportero.
4)
Observa a las personas como si fueran seres de otro mundo. Los personajes no existen: hay que inventarlos a través de sus
objetos, sus palabras y sus obsesiones.
5)
Construye redes: de fuentes, colegas, editores, amantes, amigos y enemigos. Una crónica es el reflejo de cientos de
amistades, a veces efímeras y a veces eternas. No hay reportero que trabaje solo.
6)
Habita la crónica. Escribir es vivir una historia. No hay mayor retribución en la escritura que vivir, durante un tiempo, la vida de
los héroes, antihéroes y víctimas de tus crónicas.
7)
Prohíbete llenar con la imaginación lo que no conseguiste en la investigación. Y cuando estés más cerca de tu historia, aléjate.
El periodismo es el arte de la cercanía distante. Tú no eres el héroe, el antihéroe ni la víctima de tus textos.
8)
Comprométete. La crónica coloca lo marginal en el centro y, al hacerlo, desafía las narrativas oficiales y reinventa nuestra
imagen del mundo. No lo olvides: la crónica es subversiva y transforma la realidad.
9)
Desengáñate: la crónica no sustituye a la acción política ni transforma a la realidad: Como decía el viejo moro, el arma de la
crítica no puede suplir la crítica de las armas (aunque es cierto, también, que la crónica puede convertirse en un arma en
poder de los lectores).
10)
En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: En la crónica no hay nada escrito
DECÁLOGO
POR FEDERICO BIANCHINI Uno.
Cuando era chico, durante las clases, esperaba el recreo para salir al patio y jugar a la mancha cadena con mis amigas.
Crecí.
Para los grandes, hay pocas formas de jugar. Los sueños, el sexo, la f icción.
También está la crónica.
Dos.
En el patio de la escuela, las paredes no se atravesaban.
En la crónica no se miente.
Tres.
Divertirse con la realidad.
Si uno no se divierte al leer algo que escribió, difícilmente otro lo haga.
Cuatro.
No creo en la verdad, más que como algo que uno puede decir.
Lo difícil es cómo decirlo.
Cinco.
Cada uno juega como quiere.
No hay ética profesional.
Hay ética personal.
Seis.
Si pensamos que una crónica que escribimos es demasiado buena, la estamos comparando mal.
Siete.
Aprovechar el azar.
Ocho.
Hacer archivo, armar preguntas, reportear, sufrir mientras se desgraba: odiar el periodismo, la crónica y todo lo demás,
imprimir el texto, ir a un bar, pedir un café con leche con más leche que café, escuchar música, y recién ahí armar la estructura
de la crónica. Y sólo entonces, escribir.
Nueve.
Leer la crónica en voz alta. Una vez, dos veces, tres veces.
Diez.
La crónica es una chica rápida.
Voy atrás: sólo algunas veces la alcanzo y entonces sí, durante unos metros, corremos juntos de la mano.
UN DECÁLOGO PERSONAL PARA HACER UNA CRÓNICA
POR PABLO DE LLANO
1. El tema me tiene que importar
Yo estudié Filosofía y recuerdo que un profesor muy serio que teníamos nos decía que lo importante, según su
etimología latina, era lo que te llevaba consigo, lo que te im-portaba, de im-portare. A lo mejor no lo
estoy recordando bien y lo que digo es una estupidez desde el punto de vista etimológico. En cualquier caso lo que quiero
plantear es que es preferible que el cronista escoja temas que le importen: que le gusten, que quiera conocer porque tengan
algo que ver con uno mismo o que quiera conocer simplemente porque sí, por pura curiosidad. Si el tema nos importa, nos
lleva con él y tendremos que hacer menos esfuerzos que si no nos importa un bledo.
2. Tenacidad
Reunir la información necesaria para una crónica puede llevar mucho tiempo, entre otras cosas porque los periodistas a
menudo nos interesamos por cosas de las que no tenemos ni idea y por lo tanto durante buena parte de la investigación nos
dedicamos a dar palos de ciego. Para llegar a comprender algo, primero hay que hacer el esfuerzo de llegar a la conclusión de
que no entiendes nada. Eso signif ica invertir horas en investigar tu propia ignorancia. Para hacerlo hay que ser algo tenaz y
algo obcecado, como un burro tirando de un carro. Y lo mismo se podría decir del proceso de redacción de la crónica, en el
que otra vez te encuentras con que desconoces muchas cosas y con que aún encima hay otras que sí conoces pero que no
sabes cómo escribirlas. Por lo tanto en la parte de escritura también se debe continuar con la actitud del burro. En el discurso
de apertura del foro de Nuevos Cronistas la periodista Elena Poniatowska dijo ‘insistir, siempre insistir’.
3. No hay crónica perfecta
Al mismo tiempo que creo que es bueno ser tozudo como un asno, creo que es útil ser consciente de que por mucho empeño
que se le ponga ningún artículo saldrá perfecto. Las crónicas son imperfectas y por eso el cronista debe de aprender a saber
cuándo su trabajo ha llegado a un nivel de imperfección tolerable y ya debe dejar de rebuscar información y de reescribir su
texto.
4. Hay información prescindible
Cuando recogemos información para una crónica tendemos a pensar que cada dato o cada detalle que conseguimos es un
tesoro. Eso nos puede conducir a un síndrome de Diógenes periodístico consistente en escribir por acumulación de datos y de
detalles. Por eso creo que es importante saber seleccionar la información. Y para hacerlo creo que hay dos pautas
recomendables: no descartar nunca la información primaria y, de la secundaria, escoger cosas según un criterio de
coherencia, es decir, de manera que los datos o los detalles menores que elijas se combinen con sentido y ayuden a entender
mejor las cuestiones clave. Un ejemplo: en un perfil sobre Bill Gates creo que sería un detalle descriptivo imprescindible el
hecho de que lleva gafas y estoy casi seguro de que no sería relevante el color de sus calcetines, aunque no por ello se
debería renunciar a apuntar cuál es el color de sus calcetines, por si acaso descubrimos al f inal que todos los días lleva al
menos una prenda de ese mismo color, hecho que nos aportaría un contraste interesante: que un genio de algo tan racional
como la informática se preocupe cada día en una melonada tal como llevar al menos una prenda de color rojo, azul, blanco o
del que sea. Otro ejemplo: en su discurso de apertura Elena Poniatowska contó que cuando hizo el reportaje de la matanza de
Tlatelolco un entrevistado le escribió unas 2.000 páginas sobre su experiencia personal y al f inal ella se quedó con tres líneas
de todo eso. Al parecer el entrevistado se cabreó.
5. La aporía
Aporía en griego –según los que saben griego– quiere decir problema sin solución. Y en las discusiones sobre la crónica
siempre surge una falsa aporía: si es más importante que un reportaje esté bien escrito o que aporte una información
relevante. Pues como se pueden hacer ambas cosas a la vez no hay aquí un problema sin solución y por lo tanto no hay
ninguna aporía y por lo tanto se discute demasiado sobre si hay que escribir bonito o destapar informaciones que derriben
gobiernos tiránicos. Cualquiera entiende que el ideal es derribar un gobierno tiránico con un artículo legible. Un ejemplo que es
una pregunta: ¿Es imposible escribir un artículo sobre una compañía eléctrica que estafa a sus clientes sin que los propios
clientes estafados abandonen el artículo por fatiga o por incomprensión antes de la quinta línea?
6. Humor
Todo tema, hasta los más dramáticos, tiene vetas de humor, y creo que si un cronista logra que un lector sonría al menos una
vez leyendo un texto su artículo ya habrá valido para algo.
7. Contra el lenguaje burocrático
El periodista tiene que devanarse los sesos todo lo que pueda para limpiar el texto de nombres y categorías institucionales que
nunca se acaban. Un ejemplo propio: hace unos días me encontré con el problema de que debía enunciar lo siguiente:
“Samuel González, extitular de la Unidad Especializada en Delincuencia Organizada de la Procuraduría General de la
República de México”. Son 19 palabras para definir el cargo de una persona. Entorpecía demasiado el texto, así que reduje
Procuraduría General de la República de México a f iscalía mexicana. La realidad está llena de siglas y nombres
administrativos que debemos intentar ahorrarle al lector.
8. Las descripciones deben ser concretas pero no excesivas
Hay detalles muy básicos que enriquecen las escena que describimos, las completan con discreción. Aunque el exceso
descriptivo también puede atascar el texto y hasta puede parecer ridículo. Un ejemplo. Podemos decir 1) “El candidato
Henrique Capriles está sentado en un restaurante comiendo”, 2) “El candidato Henrique Capriles está sentado en un
restaurante comiendo un plato de macarrones con queso” o 3) “El candidato Henrique Capriles está sentado en un restaurante
comiendo un plato de macarrones con queso, apoyándose con un trozo de pan y bebiendo de vez en cuando tragos de una
lata de coca-cola fría”. La primera opción es pobre, la segunda es completa y la tercera se pierde en detalles innecesarios: lo
que le da carácter a la frase son los macarrones con queso.
9. Empatía y distancia
La relación con los entrevistados debe ser cercana y distante. El otro debe sentir de algún modo que nos importa lo que nos
dice, que no solo queremos sacarle cuatro palabras para ponerlas entre comillas sino que estamos haciendo un esfuerzo
genuino por comprenderlo. Y eso solo es posible cuando en efecto nos importa la gente. Creo que esa empatía entre el
reportero y el entrevistado es algo similar a la famosa química entre las parejas. Ahora bien: el entrevistado también debe
notar que ese nexo es provisional y limitado a la conversación periodística. Debe sentir la distancia del periodista en la misma
medida en que siente su cercanía.
10. Hacer preguntas que no sean importantes
En cierto modo la gente no se define tanto por sus rasgos sustanciales (su oficio, sus principios, su aspecto) como por sus
pequeñas individualidades (hábitos, manías, gustos, aficiones). Si queremos saber cómo es un banquero es probable que
resulte más revelador conocer en qué pierde su tiempo libre cuando está en casa una tarde sin hacer nada que conocer con
qué empresarios se reúne por la mañana, a qué comida de negocios acude a mediodía y a qué cita social acude con su
esposa por la noche. Cualquier pregunta inocente o tangencial puede provocar una respuesta reveladora o con una carga
expresiva fuerte.