Textos sobre héroes
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Texto 1: El Cantar de Mio Cid
En cuanto el Cid hubo recogido sus bienes, salió de Vivar con sus amigos y mandó ir camino de Burgos. Allí dejó su casa vacía y abandonada. Suspiró el Cid, con preocupación, y habló con gran serenidad: —¡Gracias a ti, Señor, que estás en el cielo! ¡Esto han tramado contra mí mis malvados enemigos! El Cid Rodrigo Díaz entró en Burgos, en compañía de sesenta caballeros, cada uno con su pendón.Salieron a verlo mujeres y varones, la ciudad entera se asomó por las ventanas derramando abundantes lágrimas ¡tan fuerte era su dolor!, y diciendo por sus bocas una misma opinión: —¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor! Lo convidarían con gusto a su casa, pero ninguno se arriesgaba, pues el rey don Alfonso le tenía gran rabia al Cid. El día de antes había mandado una carta a Burgos, severamente custodiada y debidamente sellada, en la que ordenaba que al Cid Rodrigo Díaz nadie le diese posada y que el que se la diese tuviese por cierto que perdería sus bienes y también los ojos de la cara, e incluso la vida. El Campeador se dirigió a su posada, y al llegar a la puerta, la encontró bien cerrada: por miedo del rey Alfonso así la tenían atrancada, y, a no ser que la forzasen, no la abriría nadie. Los que iban con el Cid con grandes voces llamaron, los de dentro no les respondieron una sola palabra. El Cid se acercó a la puerta, sacó el pie del estribo e intentó abrirla, pero no se abrió, pues estaba bien cerrada. Entonces una niña de nueve años apareció ante sus ojos: —¡Oh, Campeador, que en buena hora ceñisteis la espada! El rey lo ha prohibido, anoche llegó su carta severamente custodiada y debidamente sellada. No nos atreveremos a acogeros por nada del mundo; si no, perderíamos los bienes y las casas, e incluso los ojos de la cara. Marchaos, por favor, o el mal caerá sobre esta casa. Esto dijo la niña. Un silencio recorrió la escuadra de temibles guerreros. Tenían hambre y sed, ¿su señor se dejaría humillar? El Cid miró a la niña a los ojos y con una voz inflexible gritó, en marcha. Al ciego sol, la sed y la fatiga, por la terrible estepa castellana, al destierro con doce de los suyos, polvo, sudor hierro, El Cid cabalga. Sabedlo: el Cid Ruy Díaz, el que en buena hora ciñó la espada, acampó al aire libre con los caballeros que lo acompañaban, pues nadie lo acogió en su casa; así pasó la noche el Cid, como si fuese un pordiosero, en medio del campo.
Texto 2:
El lazarillo de Tormes
[El ciego]. Solía poner junto a sí un jarrillo de vino cuando comíamos. Yo lo cogía y bebía de él sin hacer ruido y lo volvía a poner en su lugar. Pero esto me duró poco, porque al ir a beber el ciego conocía la falta del vino y así, por guardar el vino, nunca soltaba el jarro y lo tenía siempre cogido por el asa. Pero yo con una paja, que para ello tenía hecha, metiéndola por la boca del jarro, dejaba al viejo sin nada. Pero pienso que me sintió y desde entonces ponía el jarro entre las piernas, le tapaba la mano y de esta manera bebía seguro. Yo, como me gustaba el vino, moría por él; y viendo que la paja ya no me aprovechaba ni valía, decidí hacer en el fondo del jarro un agujero y taparlo con un poco de cera. Al tiempo de comer, me ponía entre las piernas del ciego, como si tuviera frío, para calentarme en la lumbre que teníamos; al calor de la lumbre se deshacía la cera y comenzaba el vino a caerme en la boca y yo la ponía de tal manera que no se perdía ni una gota. Cuando el pobre ciego iba a beber no encontraba nada. Se desesperaba no sabiendo qué podía ser. -‐ No diréis, tío, que os lo bebo yo -‐decía-‐ pues no soltáis el jarro de la mano. Tantas vueltas dio al jarro que encontró el agujero, al poner el dedo en él, comprendió el engaño, pero aunque él supo lo que era, hizo como si no hubiera visto nada. Al otro día, me puse como de costumbre, sin pensar lo que el ciego me estaba preparando. Y estando recibiendo aquellas dulces gotas, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos para degustar mejor el vino, el desesperado ciego, levantando con toda la fuerza de sus manos el jarro, lo dejó caer sobre mi boca, ayudándose como digo con todo su poder, de manera que yo, pobre Lázaro, que nada de esto esperaba, sentí como si el cielo, con todo lo que hay en él, me hubiese caído encima. Fue tal el golpe que me hizo perder el sentido y el jarrazo tan fuerte que los pedazos de jarro se me metieron en la cara rompiéndomela en muchos lugares y rompiéndome también los dientes, sin los cuales hasta hoy me quedé. Desde aquella hora quise mal al ciego, y aunque él me quería y me cuidaba bien, bien vi que se había alegrado mucho con el cruel castigo. Me lavó con vino las heridas que me había hecho con los pedazos del jarro y riéndose decía: -‐ ¿Qué te parece Lázaro? Lo que te enfermó te pone sano y te da la salud. Actividades:
-‐ ¿Qué rasgos caracterizan al Cid? ¿Y al Lazarillo? -‐ ¿Cuál de los dos encaja mejor en el prototipo del héroe? Justifica tu respuesta: -‐ Relaciona los siguientes valores con uno u otro: Inteligencia, honradez, don de
palabra, liderazgo, picardía, poder, paciencia. -‐ ¿Con cuál de los dos héroes te identificas más? Justifica tu respuesta: -‐ ¿Qué crees que hubiera hecho el Lazarillo de encontrarse en la situación del
Cid? ¿Y el Cid en el lugar del Lazarillo? -‐ ¿Cuántos tipos de héroe crees que hay? Escribe los que se te ocurran.