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1 Facultad de Geografía e Historia Departamento de Historia de América Historia de Estados Unidos T e x t o s G r a d o Dr. D. Julián B. Ruiz Rivera Ldo. D. Ismael Jiménez Jiménez Departamento Hª de América Sevilla, 2015

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Facultad de Geografía e Historia Departamento de Historia de América

Historia de Estados Unidos

T e x t o s G r a d o

Dr. D. Julián B. Ruiz Rivera Ldo. D. Ismael Jiménez Jiménez Departamento Hª de América

Sevilla, 2015

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LA DECLARACIÓN UNÁNIME DE LOS 13 ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

En el CONGRESO, 4 de julio de 1776 CUANDO EN EL CURSO DE LOS ACONTECIMIENTOS HUMANOS se

hace necesario que un pueblo disuelva los lazos políticos que lo han vinculado a otro y adopte entre los Poderes de la Tierra la posición igual y separada a la que las Leyes de la Naturaleza y de la Naturaleza Divina le dan derecho, un apropiado respeto por las creencias del género humano exige que dicho pueblo declare los motivos que lo impulsaron a la separación.

Sostenemos como certeza manifiesta que todos los hombres fueron creados por igual, que su Creador los ha dotado de ciertos Derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad.

Que para garantizar estos derechos se instituyen Gobiernos entre los Hombres, los cuales derivan sus legítimos poderes del consentimiento de los gobernados; que el Pueblo está en su Derecho de cambiar o abolir cualquier otra Forma de Gobierno que empiece a destruir estos propósitos, y de instituir un nuevo Gobierno, encontrando su fundamento en tales principios, y de organizar sus poderes en tal forma que la realización de su Seguridad y Felicidad sean más viables. La Prudencia, ciertamente, aconsejará a los Gobiernos bien establecidos no cambiar por causas ligeras y efímeras; y como toda experiencia lo ha demostrado, el género humano está más dispuesto al sufrimiento mientras el mal sea soportable, que al derecho propio de abolir las formas a las que se ha acostumbrado. Pero cuando una larga sucesión de abusos y usurpaciones, todos ellos encaminados de manera invariable hacia el mismo Objetivo, revelan la intención de someter a dicho Pueblo al absoluto Despotismo, es su derecho, es su deber derrocar a tal Gobierno y nombrar nuevos Guardianes de su futura seguridad.- Tal ha sido el paciente sufrimiento de estas Colonias; y tal es hoy la necesidad que las obliga a modificar sus anteriores Sistemas de Gobierno. La crónica del actual Rey de Gran Bretaña es una crónica de repetidas injurias y usurpaciones, todas ellas dirigidas al establecimiento de una Tiranía absoluta sobre estos Estados. Para probar esto, expongamos los Hechos a un mundo imparcial.

El [Rey] ha negado su Sanción a las Leyes, la mayoría de ellas saludables y necesarias para el bienestar público.

Ha prohibido a sus Gobernadores aprobar Leyes de inmediata y apremiante importancia, a no ser que sea pospuesta su operación hasta que se obtenga su Sanción; y una vez suspendidas, se ha negado por completo a prestarles atención.

Ha rehusado aprobar otras Leyes para la disposición de grandes distritos populares, a menos que esa gente renunciara a su derecho de Representación en la Legislatura, un derecho inestimable para ellos y sólo temible para los tiranos.

Ha convocado a los cuerpos legislativos en sitios desusados, incómodos y lejanos del depósito de sus Registros Públicos, con el solo propósito de fatigarlos con sus requerimientos.

Ha disuelto las Cámaras de Representantes una y otra vez, por su oposición decidida a sus intromisiones en los derechos del pueblo.

Ha rehusado durante mucho tiempo, luego de estas disoluciones, motivar otras a fin de llevar a cabo elecciones, por lo cual los Poderes Legislativos, incapaz de Aniquilarlos, han regresado sin restricciones al Pueblo para su ejercicio; entretanto, el

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Estado permanece expuesto a peligros de invasión del exterior, y de convulsiones en el interior.

Se ha esforzado por desalentar a la población de estos Estados; para ese propósito ha obstaculizado las Leyes de Naturalización de Extranjeros; se ha negado a aprobar otras que alienten la migración, y aumentado las condiciones de nuevas Asignaciones de Tierras.

Ha obstruido la Administración de Justicia, al negarse a emitir su Sanción a las Leyes destinadas a establecer Poderes Judiciales.

Ha logrado que el ejercicio de los cargos de Jueces y el monto y paga de sus salarios dependa exclusivamente de su Voluntad.

Ha creado una multitud de Nuevas Oficinas, y enviado a nuestras tierras un enjambre de Funcionarios para hostilizar a nuestro Pueblo y atormentar su naturaleza.

Ha mantenido entre nosotros, en tiempos de paz, Ejércitos Permanentes sin el Consentimiento de nuestra legislatura.

Ha influido para hacer que el Poder Militar sea independiente y se halle por encima del Poder Civil.

Se ha unido a otros para imponemos una jurisdicción extraña a nuestra constitución y desconocida por nuestras leyes al otorgar su Sanción a esos actos de pretendida legislación:

Por acuartelar numerosos contingentes de tropas armadas entre nosotros; Por protegerlas, mediante un Tribunal falso, del Castigo por todos aquellos

Asesinatos que han cometido entre los Habitantes de estos Estados; Por bloquear nuestro comercio con otras partes del mundo; Por imponernos Impuestos sin nuestro Consentimiento; Por privarnos en muchos casos de los beneficios de un Juicio por Jurado; Por llevarnos al otro lado del Mar para ser juzgados por pretendidos delitos; Por abolir el Sistema libre de Leyes Inglesas en una Provincia aledaña,

estableciendo allí un gobierno Arbitrario, y extender sus Fronteras a fin de convertirlo de inmediato en un ejemplo y disponer de un instrumento para introducir la misma regla absoluta en estas Colonias;

Por eliminar nuestras Cartas Constitucionales, abolir nuestras Leyes más caras, y alterar en su fundamento las Formas de nuestros Gobiernos;

Por suspender nuestra propia Legislatura y declararse investidos del Poder de legislar por nosotros en todos y cada uno de los casos.

Ha abdicado a su Gobierno sobre estas tierras al declararnos fuera de su Protección y librando una Guerra en nuestra contra.

Ha saqueado nuestros mares, asolado nuestras Costas, quemado nuestros poblados y destruido las vidas de nuestro pueblo.

En este momento ha dispuesto el envío de grandes ejércitos de mercenarios extranjeros para culminar su obra de muerte, desolación y tiranía, iniciada con incidentes de Crueldad y perfidia difícilmente igualadas en las épocas de mayor barbarie e indignas del Juicio de una nación civilizada.

Ha obligado a nuestros conciudadanos tomados Presos en alta Mar a levantarse en Armas contra su Patria, a convertirse en verdugos de sus amigos y Hermanos, o a caer aquellos en Manos de éstos.

Ha alentado insurrecciones internas en nuestra contra, y ha tratado de inducir a los habitantes de nuestras fronteras, los despiadados Indios Salvajes, cuya conocida regla de lucha es la destrucción sin distinción de edad, sexo y condición.

En cada etapa de estas Opresiones, Nosotros hemos Solicitado Compensación en los términos más humildes: Nuestras repetidas Peticiones sólo han sido respondidas con

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más injurias. Un Príncipe, cuyo carácter está por tanto marcado por actos que definirían a un Tirano, es incapaz de ser el soberano de un pueblo Libre.

Tampoco Nos han hecho falta las atenciones de nuestros hermanos Británicos. De tanto en tanto, ellos nos han advertido sobre los intentos de su legislatura por ampliar una injustificable jurisdicción sobre nosotros. Les hemos recordado las circunstancias de nuestra emigración y colonización aquí. Hemos apelado a su natural justicia y magnanimidad, y les hemos implorado, por los lazos de nuestro común antepasado, que rechacen semejantes usurpaciones, las cuales interrumpirían en forma inevitable nuestras conexiones y correspondencia. Ellos también han sido sordos a la voz de la justicia y de consanguinidad. Debemos, en consecuencia, aceptar la necesidad, que augura nuestra Separación, y considerarlos, como al resto del género humano, Enemigos en la Guerra, Amigos en la Paz.

POR TANTO, NOSOTROS, los Representantes de los ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA, reunidos en un Congreso general, apelando al Supremo Juicio del mundo por la rectitud de nuestras intenciones, en Nombre y por la Autoridad del virtuoso Pueblo de estas Colonias, publicamos y declaramos que estas Colonias Unidas tienen el Derecho de ser ESTADOS LIBRES E INDEPENDIENTES; que están Exentas de toda Lealtad a la Corona Británica, y que todo contacto político entre ellas y el Estado de Gran Bretaña está y debe ser disuelto; y que como ESTADOS LIBRES E INDEPENDIENTES tienen todo el Poder de emprender la Guerra, alcanzar la Paz, contraer Alianzas, establecer el Comercio y llevar a cabo todos los otros Actos y Cosas que los Estados Independientes tienen a bien hacer. Y en apoyo de esta Declaración, con una firme confianza en la Protección de la Providencia Divina, brindamos nuestras Vidas, nuestras Fortunas y nuestro sagrado Honor.

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Artículos que como agregados y enmiendas a la Constitución de los Estados Unidos de América propuso el Congreso y ratificaron los distintos Estados, en cumplimiento con el artículo quinto de la Constitución original.

- ENMIENDA I. - 1 El Congreso no legislará respecto al establecimiento de una religión o la

prohibición del libre ejercicio de la misma; ni pondrá cortapisas a la libertad de expresión o de prensa; ni coartará el derecho de la gente a reunirse en forma pacífica ni de pedir al Gobierno la reparación de agravios.

- ENMIENDA II. - En consideración a que una Milicia bien regulada resulta necesaria para la

seguridad de un Estado libre, el derecho de la población a poseer y portar Armas no será restringido.

- ENMIENDA III. - En tiempo de paz, ningún Soldado deberá alojarse en una casa sin el

consentimiento del Propietario; ni en tiempo de guerra, pero de conformidad con lo que la ley prescriba.

- ENMIENDA IV. - El derecho de la población a la seguridad en sus personas, sus casas, documentos

y efectos, contra incautaciones y cateos arbitrarios no deberá ser violado, y no habrán de expedirse las Órdenes correspondientes si no existe una causa probable, apoyada por Juramento o declaración solemne, que describa en particular el lugar que habrá de ser inspeccionado y las personas o cosas que serán objeto de detención o decomiso.

- ENMIENDA V. - Ninguna persona será detenida para que responda por un delito capital, o

infamante por algún otro concepto, sin un auto de denuncia o acusación formulado por un Gran Jurado, salvo en los casos que se presenten en las fuerzas terrestres o navales, o en la Milicia, cuando éstas estén en servicio efectivo en tiempo de Guerra o de peligro público; tampoco podrá someterse a una persona dos veces, por el mismo delito, al peligro de perder la vida o sufrir daños corporales; tampoco podrá obligársele a testificar contra sí mismo en una causa penal, ni se le privará de la vida, la libertad o la propiedad sin el debido proceso judicial; tampoco podrá enajenarse la propiedad privada para darle usos públicos sin una compensación justa.

- ENMIENDA VI. - En todas las causas penales, el acusado disfrutará del derecho a un juicio público

y expedito a cargo de un jurado imparcial del Estado y distrito donde el delito haya sido cometido; tal distrito previamente habrá sido determinado conforme a la ley y dicho acusado será informado de la índole y el motivo de la acusación será confrontado con los testigos que se presenten en su contra; tendrá la obligación de obtener testimonios a su favor, y contará con asistencia jurídica para su defensa.

- ENMIENDA VII. –

1 Las primeras 10 Enmiendas (Carta de Derechos) fueron ratificados el 15 de diciembre de 1791

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En Demandas de derecho consuetudinario, cuando el valor que sea motivo de controversia ascienda a más de veinte dólares, prevalecerá el derecho a juicio por jurado y ningún hecho que haya sido sometido a un jurado podrá ser reexaminado en Corte alguna de los EUA si no es con apego a los mandatos del derecho consuetudinario.

- ENMIENDA VIII. - No deberá exigirse una fianza excesiva, ni habrán de imponerse multas

exageradas ni aplicarse castigos crueles y desusados. - ENMIENDA IX. - El hecho de que en la Constitución se enumeren ciertos derechos no deberá

interpretarse como una negación o menosprecio hacia otros derechos que también son prerrogativas del pueblo.

- ENMIENDA X. - Los poderes no delegados a los Estados Unidos por la Constitución, ni

prohibidos por ésta a los Estados, quedarán reservados respectivamente a los Estados o al pueblo.

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THE REPORT ON MANUFACTURES

Alexander Hamilton

Afirmar que el trabajo del productor de manufacturas es improductivo porque consume tanto el producto de la tierra como el valor que añade a la materia prima que transforma, no tiene mayor fundamento que sostener que el trabajo del agricultor que abastece de materiales al productor de manufacturas es improductivo porque consume un valor semejante de artículos manufacturados. Cada uno provee al otro de una cierta cantidad del producto de su trabajo, y cada uno destruye una cantidad semejante del producto del trabajo del otro. Entre tanto, se mantienen dos clases de ciudadanos en lugar de una; el Estado cuenta con dos miembros en lugar de uno, y ambos, unidos, consumen el doble del valor de lo que la tierra produce ...

Es necesario dar un paso más adelante y enumerar las principales circunstancias de las que se pueda concluir que el establecimiento de la industria no sólo da la ocasión a un aumento positivo en la producción y la ganancia de la sociedad, sino que también contribuye, esencialmente, a que éstas se incrementen hasta donde sea posible. Estas circunstancias son:

1. División del trabajo. 2. Ampliación del uso de maquinaria. 3. Empleo adicional de los sectores de la comunidad que habitualmente no

emprenden este negocio. 4. Fomento a la emigración de las naciones extranjeras. 5. Suministro a gran escala para la diversidad de habilidades y disposiciones que

separan a los hombres entre sí. 6. Abastecimiento de modo más vasto y variado para la empresa. 7. Creación, en algunos casos, de una demanda nueva y, en todos, de una

demanda más segura y constante para la producción excedente de la tierra. Cada una de estas circunstancias representa una influencia notable sobre el total

del esfuerzo productivo de la comunidad; y, en su conjunto, éstas añaden un nivel de energía y de resultados que no son fáciles de estimar ...

Aun cuando sea cierto que en los países desarrollados la diversificación de la industria conduce a un incremento en las fuerzas productivas de trabajo, y a un aumento en la ganancia y el capital, apenas se puede concebir que en ello pueda haber una ventaja tan sólida y permanente para una nación despoblada y sin cultivos, capaz de convertir su tierra yerma en distritos cultivados y habitados. Si el ingreso, entre tanto, ha de ser menor, el capital, en este caso, debe crecer.

A estas objeciones, la siguiente parece ser la respuesta adecuada: Si el sistema de perfecta libertad para la industria y el comercio fuese el que predominara en las naciones, los argumentos que apartan a una nación, en las circunstancias de los Estados Unidos, del fomento entusiasta de la industria, gozarían sin duda de gran fuerza. No se puede afirmar que éstos no habrán de servir, salvo algunas excepciones, como regla de conducta nacional. En este estado de cosas, cada nación se beneficiará de sus ventajas a fin de compensar sus deficiencias. Si una nación estuviese en la disposición de proveer, en mejores condiciones que otra, artículos manufacturados, la otra encontrará abundante retribución en suministrar el producto de la tierra. Ya entonces, puede llevarse a cabo entre ellas un libre intercambio, benéfico para ambas, de las mercancías que cada una puede aportar en las mejores condiciones apoyando, con pleno vigor, la industria de cada una ...

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Pero la industria que acabamos de mencionar está lejos de ser el rasgo que define la política general de las naciones. La que prevalece ha estado dominada por el espíritu opuesto. Su consecuencia es que los Estados Unidos se hallan, en cierta medida, en la situación de un país excluido del comercio extranjero. En realidad, pueden obtener del extranjero, y sin dificultad alguna, los productos manufacturados que necesitan, pero padecen innumerables y graves impedimentos para la producción y venta de sus propias mercancías ...

En semejante posición, los Estados Unidos no pueden establecer un intercambio igualitario con Europa y la falta de reciprocidad haría de ellos víctimas de un sistema que los obligaría a limitar sus perspectivas respecto de la agricultura y abstenerse de fomentar su industria. Una necesidad creciente y constante por parte de los Estados Unidos respecto de las mercancías de Europa, y en cambio, sólo una demanda limitada y ocasional de sus mercancías en el extranjero no haría sino arrojarlos a un estado de empobrecimiento, que contrasta con la opulencia a la cual sus ventajas políticas y naturales los autorizan a aspirar.

Las objeciones que restan acerca del fomento de las manufacturas en los Estados Unidos requieren ahora ser examinadas.

Una de ellas se funda en la proposición de que la industria, dejada a merced de sí misma, encontrará de modo espontáneo su camino hacia un desempeño más útil y benéfico. De donde se concluye que las manufacturas, sin apoyo del gobierno, crecerán tan pronto y tan rápido como el estado natural de las cosas y el interés de la comunidad lo demanden ...

La experiencia enseña que a menudo los hombres son gobernados a tal punto por lo que ven y practican de continuo, que las mejoras más claras y sencillas en los desempeños más ordinarios se adoptan con duda, de mala gana y muy lentamente. La transición espontánea hacia una nueva actividad en una comunidad que de antiguo está acostumbrada a otras distintas, crea la expectativa de que está acompañada de dificultades proporcionalmente mayores ...

La conciencia del fracaso en los nuevos intentos representa, tal vez, un impedimento aún más serio. Hay disposiciones que pueden verse influidas por la mera novedad de una empresa; pero éstas no siempre son las que mejor se planean para alcanzar el éxito. Para esto es de importancia que se fomente la seguridad de los capitalistas prudentes y sagaces, trátese de nacionales o extranjeros. y para alentar la seguridad en esta clase de personas es imprescindible que se les haga ver en cada nuevo proyecto -y por ello, único y precario- la certidumbre, en cierto grado, de la aprobación y el apoyo del gobierno a fin de que puedan superar los obstáculos que son inseparables de los primeros experimentos.

La superioridad que de antaño gozan las naciones que se dedican a una rama de la industria y la han perfeccionado, constituye un obstáculo aún mayor que todo el que hemos mencionado respecto a la introducción de la misma rama en un país en que antes no existía ...

Empero, el obstáculo más grande al que debe enfrentarse quien desea emprender con éxito una nueva rama de la industria en una nación en que antes era desconocida consiste, según indican los ejemplos, en las subvenciones, las gratificaciones y demás ayudas que se otorgan en innumerables casos por las naciones en que las industrias que deban de imitarse se han introducido previamente ... Por lo tanto, los empresarios de una nueva industria no sólo deben luchar con las naturales desventajas de una nueva empresa, sino con las dádivas y remuneraciones que otros gobiernos conceden. A fin de poder competir con éxito, resulta claro que la injerencia y la ayuda de sus propios gobiernos sea indispensable ...

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Editorial del New York Morning News de 13 octubre 1845 a propósito de la admisión de Texas, que sentaría la pauta para otras acciones futuras:

Se la considera una agresión y se le atribuyen todos los rasgos malos y odiosos

que los hábitos de pensamiento de los europeos asocian con acciones agresivas... Pero ¿qué tiene en común Texas con Bélgica, Silesia, Polonia o Bengala? En verdad no es necesario insistir que las adquisiciones de territorio en América, incluso cuando se logran por la fuerza de las armas, no han de ser consideradas bajo la misma luz que las invasiones y conquistas de los Estados del viejo mundo. El patriota de corazón no puede asestar una agresión americana, tensar el brazo de Kosciusko o apuntar a la declamación de Burke; nuestra manera de hacer las cosas se apoya no sobre naciones atropelladas sino sobre lugares desérticos abandonados para traerlos por medio de nuestra industria y energía al dominio del arte y de la civilización. Somos vecinos de una vasta porción del globo, que aún permanece a salvo para el salvaje y para las fieras, y somos conscientes de nuestro poder para volverlos sumisos al hombre. Esta es una actitud que debe dar vida a una ley pública, cuyos axiomas no tuvieron ocasión de discutir Pufendorf o Vattel. En la medida en que se toma en consideración la disposición a despreciar las puras reclamaciones convencionales, la adquisición de Texas, comenzando con los primeros asentamientos de Austin hasta el último acto final, puede admitirse de entrada que fue agresiva. Pero ¿qué se deduce? Se ha establecido y de ello se deriva que las extensiones solitarias de América son propiedad de los hijos inmigrantes de Europa y de sus descendientes. Este es el fundamento del derecho de gentes en América, aunque no se haya repetido suficientemente. El sentir público entre nosotros rechaza la propiedad sin el uso y este sentir está adquiriendo la fuerza de derecho público establecido. Ha enviado a nuestros aventureros exploradores a las praderas de Texas, los llevará al río del Norte, e incluso esa frontera, puramente nominal y de compromiso como es, no los detendrá en su marcha hacia el Pacífico, el límite que ha proporcionado la naturaleza. De igual manera sucederá que las democracias confederadas de la raza angloamericana darán a la humanidad este gran continente como herencia. Los rasgos de esta empresa magnífica no pueden ser la rapacidad y el espolio no sólo porque estamos por encima del influjo de tales puntos de vista, sino porque las circunstancias no admiten tal modo de actuación. No tomamos nada de nada. Al contrario, damos cosas. Esta política nacional -necesidad o destino- sabemos que es justa y beneficiosa y podemos, por consiguiente, permitirnos despreciar las acusaciones que nos lanzan las naciones rivales. Con los valles de las Montañas Rocosas convertidos en pastos y llenos de rebaños, podemos con propiedad volvernos hacia el mundo y preguntar ¿a quién hemos ofendido?

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SÉPTIMO DEBATE LINCOLN-DOUGLAS Respuesta del Sr. Lincoln He afirmado en anteriores ocasiones y del mismo modo puedo volver a

corroborar lo que entiendo es el meollo auténtico de esta controversia entre el Juez Douglas y yo... El tema verdadero de esta controversia -la que apremia a todas las mentes- es el sentir de parte de un sector que considera la institución de la esclavitud como un mal, y de otro sector que no la considera como un mal. El sentir que contempla la institución de la esclavitud en este país como un mal es el sentir del partido Republicano. Es el sentir alrededor del que giran todas sus acciones y sus argumentos, y desde el que irradian todas sus propuestas. Ellos la consideran un mal moral, social y político; y mientras la contemplan como tal, sin embargo tienen la debida consideración a su implantación actual entre nosotros, y a las dificultades para eliminarla de un modo satisfactorio, y a las obligaciones constitucionales implicadas. Sin embargo, reconociendo el debido respeto a esas consideraciones, desean una política que tienda a no crear mayor peligro. Insisten en que, en la medida de lo posible, sea tratada como un mal; y uno de los métodos de tratarla como un mal es proveer para que ya no crezca más. También desean una política que tienda a terminar en una fecha determinada pacíficamente con la esclavitud, dado que se trata de un mal. Estos son los puntos de vista que mantienen sobre el tema, según yo lo entiendo; y todos sus sentimientos, argumentos y propuestas se mueven dentro de este ámbito. Yo he dicho, y lo repito aquí, que, si hay alguien entre nosotros que piensa que la institución de la esclavitud no es mala en alguno de los aspectos de los que he hablado, está fuera de lugar y no debiera hallarse entre nosotros. Y si hay alguien entre nosotros, que es tan impaciente con lo que considera un mal, como para no tener en cuenta su implantación presente entre nosotros y la dificultad para eliminarlo bruscamente de forma satisfactoria y como para no tener en cuenta las implicaciones constitucionales de ello derivadas, esa persona está fuera de lugar, si está en nuestro programa. Nosotros le negamos el apoyo. El no se encuentra con nosotros en el lugar apropiado.

En este contexto de tratar el tema como un mal y de limitar su extensión dejadme decir dos palabras. ¿Ha habido algo que haya amenazado la existencia de esta Unión salvo esta institución de la esclavitud? ¿Qué es lo que más apreciamos entre nosotros? Nuestra propia libertad y prosperidad. ¿Qué es lo que ha amenazado alguna vez nuestra libertad y prosperidad sino esta institución de la esclavitud? Si esto es así ¿cómo se puede proponer una mejora de la situación de las cosas ampliando la esclavitud, extendiéndola y haciéndola mayor? Uno puede tener un cáncer dentro y no ser capaz de extirparlo sino sangrando hasta morir, pero ciertamente no hay forma de curarlo, de inocularlo y sanar el resto del cuerpo. Ese no es el modo apropiado de tratar lo que se considera un mal. Usted considera un mal esta forma pacífica de hacerle frente -restringiendo su extensión y no permitiendo que se extienda a nuevas tierras donde no ha existido. Esta es la forma pacífica, la forma antigua, la forma en que nos enseñaron nuestros antepasados.

Por otra parte, he dicho que hay una opinión que lo trata como que no es un mal. Este es el sentir Demócrata actual. . .

La política Demócrata en relación a la institución no tolerará el mínimo aliento, la más ligera insinuación de que sea un mal en ínfimo grado. Intentadlo con alguno de los argumentos del Juez Douglas. El dice que "no le importa que se apruebe o rechace"

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en los Territorios. Por mi parte tampoco me importa, al analizar esa expresión, el que intente expresar su sentir individual sobre el tema o solo la política nacional que quisiera haber dejado establecida. Tiene el mismo valor para mí. Cualquiera, que no vea nada malo en la esclavitud, puede decirlo, pero nadie, que vea algo malo en ella, puede lógicamente decirlo, porque nadie puede lógicamente decir que no le preocupa que se apruebe o rechace algo malo. El puede decir que no le preocupa el que algo indiferente se apruebe o rechace, pero tiene que tener su elección hecha entre una cosa buena y otra mala. El defiende que cualquier comunidad que quiera tener esclavos puede tenerlos. Y es licito, si no es un mal. Pero si es un mal, no puede decir a la gente que tiene derecho a hacer mal. El dice que sobre la base de la igualdad debiera permitirse llevar esclavos a nuevos Territorios, como otra propiedad. Esto es perfectamente lógico, si no hay diferencia entre ella (la esclavitud) y otra propiedad. Si ella y otra propiedad son iguales, este argumento es enteramente lógico. Pero si usted insiste en que una cosa está mal y la otra está bien, no sirve establecer la comparación entre lo bueno y lo malo. Usted puede poner patas arriba toda la política demócrata de principio a fin, bien tome el libro de los estatutos, o la decisión Dred Scott, o la conversación normal o los argumentos proverbiales -en todas partes se excluye cuidadosamente la idea de que haya algo malo en ella.

Ese es el verdadero tema. Ese es el asunto que continuará en este país cuando estas pobres lenguas, la del Juez Douglas y la mía hayan callado. Es la lucha perenne entre estos dos principios -el bien y el mal- por todo el mundo. Son los dos principios que se han enfrentado desde el origen de los tiempos y seguirán haciéndolo. Uno es el derecho común de la humanidad y el otro el derecho divino de los reyes... y siempre que podamos eliminar la niebla que oscurece el tema real, cuando podamos conseguir del Juez Douglas y de sus amigos que secunden una política tendente a su perpetuación, podremos salir de aquella clase de hombres y traerlos al lado de los que lo consideran como un mal. Entonces habrá un final y ese final será su "última extinción".

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EL NUEVO SUR

Henry W. Grady

Hablando del brindis con que me habéis honrado, acepto el término El Nuevo Sur, como algo que de ninguna manera denigra al viejo. Caro para mí, señor, es el hogar de mi niñez, así como caras son las tradiciones de mi pueblo. Si pudiera, no querría borrar la gloria que conquistó en la paz y en la guerra, ni de palabra ni de obra retroceder ante el esplendor y la gracia nunca igualados de su civilización, y, acaso, nunca igualables en su caballeresca fuerza y elegancia. Hay un Nuevo Sur no como protesta contra el viejo, sino por causa de condiciones nuevas, de ajustes nuevos y, si queréis, de nuevas ideas y aspiraciones. A esto me dirijo, y a la consideración de lo cual me apresuraré antes de que llegue a ser un Viejo Sur antes de que yo termine. La edad no dota a todas las cosas con fuerza y virtud, ni todas las cosas nuevas son despreciables. El zapatero que puso a su puerta: "Taller de John Smith. Fundado en 1760" encontró digna respuesta en su joven rival del otro lado de la calle, quien colgó este anuncio: "Bill Jones. Establecido en 1886. No se guardan zapatos viejos en este taller". El doctor Talmage ha trazado para vosotros con mano maestra el cuadro de vuestros ejércitos al retornar. Os ha mostrado cómo, con toda la pompa y el esplendor de la guerra, volvieron a vosotros, marchando con paso orgulloso y triunfal, y leyendo su gloria en los ojos de una nación. Me permitiréis que os hable de otro ejército que volvió a su hogar al término de la última guerra: un ejército que marchó de regreso en derrota y no en triunfo, en el patetismo y no en el esplendor, pero en una gloria que pudo equipararse con la del vuestro, y hacia unos corazones tan amantes como los que más hayan recibido de regreso a sus héroes. Permitidme describiros al exhausto soldado de la Confederación cuando, abotonando en su desteñida casaca gris la palabra que daría testimonio ante sus hijos de su fidelidad y su fe, volvió el rostro hacia el sur desde Appomattox en abril de 1865. Pensad en él, harapiento, medio muerto de hambre, con el corazón destrozado, debilitado por el hambre y las heridas, habiendo luchado hasta el agotamiento; entrega su arma, da las manos a sus camaradas en silencio y, elevando su rostro manchado por las lágrimas, pálido, por última vez hacia las tumbas que puntean las viejas colinas de Virginia, inclina su gorra gris sobre sus cejas y comienza su lento y penoso viaje. ¿Qué encuentra?, permitidme preguntaros a vosotros que volvisteis a vuestros hogares ansiosos por encontrar la bienvenida que os habíais merecido, el pago justo por cuatro años de sacrificio; ¿qué encuentra cuando, habiendo seguido la cruz, manchada por la batalla contra fuerzas abrumadoras, no temiendo tanto a la muerte como a la rendición, llega al hogar que dejó tan próspero y bello? Encuentra su casa en ruinas, devastada su granja, libres sus esclavos, muerto su ganado, vacíos sus graneros, destruida su hacienda, devaluado su dinero; su sistema social, feudal en toda su magnificencia, ha desaparecido; su gente no tiene ley ni situación legal; sus camaradas han muerto, y las cargas de otros pesan sobre sus hombros. Abrumado por la derrota, han muerto hasta sus tradiciones: sin dinero, crédito, empleo, material ni preparación; y además de esto, ante el más grave problema al que jamás se enfrentara la inteligencia humana; el de establecer una situación para el gran cuerpo de esclavos liberados.

¿Qué hace este héroe vestido de gris, con corazón de oro? ¿Se sienta, abrumado por la desesperación? Ni por un momento. Sin duda Dios, que le quitó su prosperidad, le inspiró también en la adversidad. Así como la ruina jamás había sido tan abrumadora, nunca la restauración fue más rápida. El soldado saltó de las trincheras al surco del arado; los caballos que habían cargado contra los cañones federales tiraron del arado, y

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los campos enrojecidos con sangre humana en abril estaban verdes con la cosecha de junio; las mujeres criadas en el lujo cortaron sus vestidos e hicieron pantalones para sus maridos y, con una paciencia y un heroísmo que siempre son adorno para las mujeres, pusieron manos a la obra. Y todo esto, con poca amargura. La alegría y la franqueza prevalecieron. "Bill Arp" tocó la nota clave cuando dijo: "Bueno, maté tantos de ellos como ellos de los míos, y ahora voy a trabajar". O el soldado que, volviendo a casa después de la derrota, y asando unas mazorcas al borde del camino, hizo esta observación a sus camaradas: "Podéis dejar el Sur si queréis, pero yo voy a ir a Sandersville, besar a mi mujer y cultivar una cosecha, y si los yanquis vienen a jugar conmigo, otra vez les daré una paliza". (Renovados aplausos.) Quiero decirle al general Sherman -quien es considerado como un hombre capaz en nuestros rumbos, aunque algunos creen que es muy descuidado jugando con fuego- que de las cenizas que nos dejó en 1864 hemos construido una ciudad valerosa y bella; que de una u otra manera hemos atrapado la luz del sol en los ladrillos y el mortero de nuestras casas, y que ahí no queda ningún prejuicio ni recuerdo innoble. (Aplausos.)

Pero con todo esto, ¿qué hemos realizado? ¿Cuál es la suma de nuestro trabajo? Hemos descubierto que en el sumario general, el negro libre cuenta más que cuando era esclavo. Hemos plantado la escuela en lo alto de la colina, haciéndola libre para blancos y negros. Hemos colocado pueblos y ciudades en lugar de teorías, y hemos puesto los negocios por encima de la política. (Aplausos.) Hemos desafiado a vuestras hilanderas de Massachusetts y a vuestros acereros de Pennsilvania. Hemos aprendido que los 400 millones de dólares anualmente recibidos por nuestra cosecha de algodón nos harán ricos cuando los abastos que los crearon sean cultivados en casa. Hemos reducido la tasa de interés comercial, de 24 a 6%, y estamos lanzando bonos al 4%. Hemos aprendido que un inmigrante norteño vale tanto como cincuenta extranjeros, y hemos allanado el camino al sur, hemos limpiado el lugar en que solía estar la línea Mason y Dixon, y damos la bienvenida a vosotros y a los vuestros. (Prolongados aplausos.)

Pero, ¿qué decir del negro? ¿Hemos resuelto el problema que presenta o avanzado con honor y equidad hacia la solución? Que nuestros antecedentes lo prueben. Ninguna región del país muestra una población laboral más próspera que los negros del Sur; ninguna que sienta más simpatía por la clase empleadora y terrateniente. Comparte los fondos de nuestra escuela, cuenta con la más completa protección de nuestras leyes y con la amistad de nuestro pueblo. Nuestro interés, así como el honor, exigían que tuviera esto. Nuestro futuro, nuestra existencia misma dependen de que solucionemos este problema con plena y exacta justicia. Comprendemos que cuando Lincoln firmó la Proclama de Emancipación, vuestra victoria quedó asegurada; pues entonces os comprometió con la causa de la libertad humana, contra la cual no pueden prevalecer los brazos del hombre, mientras que quienes, entre nuestros estadistas, confiaron en hacer de la esclavitud la piedra de toque de la Confederación nos condenaron a la derrota, comprometiéndonos con una causa que la razón no podía defender ni la espada sostener a la luz del avance de la civilización. (Renovados aplausos.) Si el señor Toombs hubiera dicho --cosa que no dijo- que leería la lista de sus esclavos al pie de Bunker Hill, habría sido necio, pues habría podido saber que dondequiera que la esclavitud interviene en la guerra, debe perecer, y que el mercado de carne humana terminó para siempre en Nueva Inglaterra, cuando vuestros padres -a quienes no hay que censurar por separarse de lo que no pagaron- vendieron sus esclavos a nuestros padres -a quienes no hay que elogiar por saber que había algo por lo que tenían que pagar cuando lo veían-. (Risas.) Las relaciones de la gente del Sur con el negro son íntimas y cordiales. Recordamos la fidelidad con que durante cuatro años el negro cuidó de nuestras indefensas mujeres y niños, cuyos esposos y padres estaban luchando contra

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su libertad. Para su eterno crédito, dígase que cada vez que dio un golpe por su propia libertad, luchó en batalla campal, y que cuando por fin levantó sus negras y humildes manos para que le quitaran los grilletes, esas manos eran inocentes de todo mal contra sus indefendibles opresores, y dignas de ser tomadas en un amante apretón por todo hombre que sepa honrar la lealtad y la devoción. (Aplausos.)

El viejo Sur fundamentaba todo en la esclavitud y la agricultura, inconsciente de que éstas no podían darle ni mantener un crecimiento saludable. El nuevo Sur presenta una democracia perfecta. Los oligarcas encabezan un movimiento popular -un sistema social compacto y tenso, menos espléndido en la superficie, pero robusto en el corazón-, cien granjas por cada plantación, cincuenta casas por cada palacio, y una industria diversificada que satisface las complejas necesidades de esta época compleja.

El nuevo Sur está enamorado de su nueva obra. Su alma se estremece con el aliento de una vida nueva. La luz de un día más grande ilumina su rostro. Se estremece en la conciencia de su creciente poder y prosperidad. Al ponerse en pie, con toda su estatura, no inferior a ninguno de los pueblos de la tierra, respirando el aire fresco y contemplando su horizonte en expansión, comprende que su emancipación ocurrió porque en la inescrutable sabiduría de Dios su honrado propósito se frustró, y sus valerosos ejércitos fueron vencidos. (Aplausos).

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LA RIQUEZA

Andrew Carnegie

El problema de nuestra época es la adecuada administración de la riqueza, de modo que los nexos de fraternidad puedan aún unir a ricos y pobres en una relación armoniosa. Las condiciones de la vida humana no sólo han cambiado, sino que se han revolucionado en los últimos siglos. En tiempos anteriores había poca diferencia entre la morada, el atuendo, el alimento y el medio del jefe y de sus seguidores. Hoy, los indios son lo que entonces era el hombre civilizado. Al visitar a los sioux, me llevaron a la tienda (wigwam) del jefe. En su apariencia exterior era exactamente como las otras, y aun adentro era insignificante la diferencia entre la de él y las de sus más pobres guerreros. El contraste entre el palacio del millonario y la cabaña del labrador entre nosotros puede medir, en la actualidad, el cambio que ha venido con la civilización.

El precio que pagamos por este cambio saludable es indudablemente grande. Reunimos a miles de operarios en la fábrica, en la mina y en la casa de contabilidad, de quienes el patrono sabe poco o nada, y para quienes el patrono es poco más que un mito. Toda relación entre ellos ha terminado. Se han formado castas rígidas y, como de costumbre, la mutua ignorancia engendra mutua desconfianza. Ninguna de las castas siente simpatía por la otra y está dispuesta a creer todo lo que pueda desacreditarla. Según la ley de la competencia, el patrono de miles se ve obligado a hacer economías más estrictas, entre las cuales ocupan un lugar predominante los salarios pagados, y a menudo hay fricción entre el patrono y el empleado, entre el capital y el trabajo, entre el rico y el pobre. La sociedad humana pierde homogeneidad.

El precio que la sociedad paga por la ley de la competencia, como el precio que paga por comodidades y lujos baratos, también es grande, pero las ventajas de esta ley son más grandes aún, pues a esta ley le debemos nuestro maravilloso desarrollo material, que trae consigo mejores condiciones. Pero, sea benigna o no la ley, debemos decir de ella, como decimos del cambio de condiciones de los hombres al que nos hemos referido: aquí está, no podemos evadirlo, no se han encontrado sustitutos para él; y aunque la ley a veces pueda ser dura para el individuo, es la mejor para la raza, porque asegura la supervivencia del más apto en cada departamento. Por consiguiente, aceptamos y recibimos con júbilo, como condiciones a las que debemos adaptarnos, la gran desigualdad del medio, la concentración de negocios industriales y comerciales en manos de las minorías, y la ley de la competencia, porque éstos no sólo son benéficos, sino esenciales para el futuro progreso de la especie.

Hemos empezado, pues, en un estado de cosas que promueve los mejores intereses de la especie, pero que inevitablemente lleva riqueza a una minoría. Hasta aquí, aceptando las condiciones tal como existen, se puede analizar la situación y declararla buena. La pregunta que surge -y si lo anterior es correcto, es la única pregunta que hemos de responder: ¿cuál es el modo apropiado de administrar la riqueza, después de que las leyes en que está fundada la civilización la han puesto en manos de una minoría? Y a esta pregunta creo yo poder darle la solución auténtica. Debe comprenderse que aquí se habla de fortunas, no de sumas moderadas, ahorradas con muchos años de esfuerzo, cuyos rendimientos son requeridos para el confortable mantenimiento y educación de las familias. Esto no es riqueza, sino tan sólo competencia, adquirir la cual debe ser objetivo de todos.

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Sólo hay tres modos en que se puede disponer de un excedente de riqueza. Se puede dejar a las familias de los finados, o se puede legar con propósitos públicos, o, por último, se puede administrar durante la vida de sus poseedores. Según el primero y el segundo modos se ha aplicado la mayor parte de la riqueza del mundo que ha llegado a las minorías. Ahora, consideremos cada uno de estos modos. El primero es el menos juicioso. En los países monárquicos, las tierras y la mayor parte de la riqueza se dejan al hijo primogénito para halagar la vanidad del padre, con la idea de que su nombre y su título descenderán, intactos, a generaciones sucesivas. La condición de esta clase en la Europa actual nos enseña la inutilidad de esas esperanzas o ambiciones. Los sucesores se han empobrecido por sus locuras, o por la baja del valor de la tierra.

En cuanto al segundo modo, el de dejar la riqueza al fallecer con propósitos públicos, puede decirse que sólo es un medio para disponer de la riqueza, siempre que un hombre se contente con aguardar a estar muerto antes de hacer algún bien en el mundo. Y los resultados de tales legados no ayudan a inspirar las más brillantes esperanzas de que se logre mucho bien póstumo.

Así pues, sólo queda un modo de utilizar las grandes fortunas, pero en esto tenemos al verdadero antídoto de la distribución temporalmente desigual de la riqueza, la reconciliación de los ricos y los pobres -un reinado de la armonía-, otro ideal, que difiere en realidad del comunista, que sólo requiere mayor evolución de las condiciones existentes, y no el total derrocamiento de nuestra civilización. Se funda, hoy, en el individualismo más intenso, y nuestra especie está dispuesta a ponerlo en práctica, por grados, en cuanto le plazca. Bajo su égida tendremos un Estado ideal, en que el excedente de riqueza de las minorías se convertiría, en el mejor sentido, en propiedad de las mayorías, porque, administrado para el bien común, y pasando esa riqueza por manos de las minorías, puede llegar a ser una fuerza mucho más poderosa para la elevación de nuestra especie que si hubiese sido distribuida en pequeñas sumas al pueblo. Hasta los pobres pueden llegar a ver esto y convenir en que las grandes sumas reunidas por algunos de sus conciudadanos y gastadas con propósitos públicos, de las que las masas obtienen los principales beneficios, son más valiosas para ellos que si se hubiesen distribuido entre ellos en el curso de muchos años, en cantidades insignificantes.

Así, esto considero que es el deber del hombre de riqueza: primero, poner un ejemplo de vida modesta, sin ostentaciones, evitando toda ostentación o despilfarro; subvenir moderadamente a las legítimas necesidades de quienes dependen de él; y después de hacerlo, considerar todo excedente de ingreso que le llegue simplemente como un fideicomiso que él fue llamado a administrar y está estrictamente obligado, como deber, a administrar de la manera que, a su juicio, sea la mejor para dar los resultados más benéficos a la comunidad. De este modo, el hombre de riqueza se convierte en simple agente y fideicomisario para sus hermanos más pobres, poniendo a su servicio su superior sabiduría, experiencia y capacidad de administrar, haciéndolo para ellos mejor de lo que ellos lo harían o podrían hacerlo.

Al hacer una obra de caridad, la consideración principal deberá consistir en ayudar a quienes se ayudan a sí mismos; ofrecer parte de los medios por los que, quienes desean mejorar, puedan hacerlo; dar a quienes deseen aumentar la ayuda por la que pueden subir; ayudar a hacer, pero rara vez o nunca hacerlo todo. Ni el individuo ni la especie se mejoran dando limosnas; los que son dignos de ayuda, salvo en raros casos, rara vez necesitan ayuda. Los hombres verdaderamente valiosos de nuestra especie, salvo en casos de accidente o de súbito cambio, nunca lo hacen. Desde luego, cada quien conoce casos en que una ayuda temporal puede hacer un bien auténtico, y no los pasamos por alto. Pero la cantidad que sabiamente puede dar el individuo al

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individuo por necesidad es limitada, por su desconocimiento de las circunstancias relacionadas con cada quien. El único auténtico reformador es el que tiene tanto cuidado de no ayudar a los indignos como de ayudar a los dignos, y tal vez más aún, porque al dar limosna es probable que se cause mayor daño recompensando el vicio que ayudando a la virtud.

Así debe resolverse el problema del Rico y del Pobre. Dejad actuar libremente a las leyes de la acumulación; libres las leyes de la distribución. El liberalismo continuará, pero el millonario sólo será un fideicomisario del pobre; se le habrá confiado durante una temporada una gran parte del aumento de riqueza de la comunidad, pero lo administrará para la comunidad mucho mejor de lo que ella lo haría por sí misma.

Tal es, en mi opinión, el verdadero Evangelio respecto a la Riqueza: la obediencia a quien está destinado a resolver un día el problema del Rico y del Pobre, y traer "Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad". .

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COROLARIO ROOSEVELT

It is not true that the United States feels any land hunger or entertains any projects as regards the other nations of the Western Hemisphere save such as are for their welfare. All that this country desires is to see the neighboring countries stable, orderly, and prosperous. Any country whose people conduct themselves well can count upon our hearty friendship. If a nation shows that it knows how to act with reasonable efficiency and decency in social and political matters, if it keeps order and pays its obligations, it needs fear no interference from the United States. Chronic wrongdoing, or all impotence which results in a general loosening of the ties of civi1ized society, may in America, as elsewhere, ultimately require intervention by some civilized nation, and in the Western Hemisphere the adherence of the United States to the Monroe Doctrine may force the United States, however reluctantly, in flagrant cases of such wrongdoing or impotence, to the exercise of an international police power. If every country washed by the Caribbean Sea would show the progress in stable and just civilization which with the aid of the Platt amendment Cuba has shown since our troops left the island, and which so many of the republics in both Americas are constantly and brilliantly showing, all question of interference by this Nation with their affairs would be at an end. Our interests and those of our southern neighbors are in reality identical. They have great natural fiches, and if within their borders the reign of law and justice obtains, prosperity is sure to come to them. While they thus obey the primary laws of civilized society they may rest assured that they will be treated by us in a spirit of cordial and helpful sympathy. We would interfere with them only in the last resort, and then only if it became evident that their inability or unwillingness to do justice at home and abroad had violated the rights of the United States or had invited foreign aggression to the detriment of the entire body of American nations. It is a mere truism to say that every nation, whether in America or anywhere else, which desires to maintain its freedom, its independence, must ultimately realize that the right of such independence can not be separated from the responsibility of making good use of it.

In asserting the Monroe Doctrine, in taking such steps as we have taken in regard to Cuba, Venezuela, and Panama, and in endeavoring to circumscribe the theater of war in the Far East, and to secure the open door in China, we have acted in our own interest as well as in the interest of humanity at large. There are, however, cases in which, while our own interests are not greatly involved, strong appeal is made to our sympathies. Ordinarily it is very much wiser and more useful for us to concern ourselves with striving for our own moral and material betterment here at home than to concern ourselves with trying to better the condition of things in other nations. We have plenty of sins of our own to war against, and under ordinary circumstances we can do more for the general uplifting of humanity by striving with heart and soul to put a stop to civic corruption, to brutal lawlessness and violent race prejudices here at home than by passing resolutions about wrongdoing elsewhere. Nevertheless there are occasional crimes committed on so vast a scale and of such peculiar horror as to make us doubt whether it is not our manifest duty to endeavor at least to show our disapproval of the deed and our sympathy with those who have suffered by it. The cases must be extreme in which such a course is justifiable. There must be no effort made to remove the mote from our brother's eye if we refuse to remove the beam from our own. But in extreme cases action may be justifiable and proper. . .

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DISCURSO DE LA SOCIEDAD DE NACIONES

Henry Cabot Lodge

Me opongo del modo más enérgico a que los Estados Unidos acepten, directa o indirectamente, ser dominados por una sociedad que en cualquier momento puede, por ley y de conformidad con los términos del convenio, verse obligada a intervenir en los asuntos internos de otros países, sin importar de qué conflictos se trate. Por ningún motivo debemos permitir que los Estados Unidos se involucren en los asuntos internos de otro país, salvo cuando la voluntad de su pueblo así lo exprese por mediación del Congreso que lo representa.

En cuanto a las guerras de agresión extranjera contra alguno de los miembros de la Sociedad, el asunto es del todo claro. No puede haber controversia alguna acerca de la primera cláusula del artículo 10. En primer lugar, se distingue de toda otra obligación al ser un aspecto individual y depender de cada nación sin la intervención de esta Sociedad. Cada nación se compromete a proteger de la agresión extranjera las fronteras y la independencia política de cualquier miembro de la Sociedad.

Todo análisis de las medidas de este convenio pone de manifiesto, en forma alarmante, un hecho inequívoco. Dígase lo que se diga, no se trata de una liga de paz; es una alianza, dominada en la actualidad por cinco grandes potencias, en realidad por tres, y tiene todas las características de las alianzas. Se niega el desarrollo del derecho internacional. La corte que debe decidir las controversias ocupa un lugar de poca importancia. Las condiciones para las que, en realidad, la Sociedad está preparada con sumo cuidado, son condiciones políticas, no asuntos jurídicos que sean asequibles al consejo ejecutivo y a la asamblea, meros cuerpos políticos sin vestigio alguno de carácter jurídico. Siendo ésta su maquinaria, estando el dominio en manos de los políticos que sean elegidos, cuyos votos dependerán del interés y la conveniencia, la Sociedad muestra el rasgo más claro de las alianzas: que sus decisiones deben realizarse por la fuerza. Los artículos sobre los que descansa toda la estructura son artículos que contemplan el uso de la fuerza: es decir, la guerra. En cuanto a imponer la paz, esta sociedad tiene mucho que ver con la imposición y muy poco con la paz. Cuenta con medidas más esenciales para la guerra que para la paz en lo que respecta a resolver las controversias.

Tomadas en conjunto, estas provisiones para la guerra muestran lo que en mi opinión es la más grave objeción a la Sociedad en su forma actual. Desde luego, se nos dice que no se emprenderán actos beligerantes sin el consentimiento del Congreso. Si tal es el caso, digámoslo en el convenio. Pero como se muestra ahora, no me cabe la menor duda de que las tropas y los barcos estadunidenses pueden recibir la orden de dirigirse a cualquier parte del mundo por otras naciones que no sean los Estados Unidos, y que se trata de una propuesta que de ninguna manera debemos aprobar. Debe quedar perfectamente claro que ningún soldado estadunidense, ni siquiera un cabo, ni un infante de marina, ni una tripulación de un submarino, pueden trabar ningún combate ni recibir órdenes salvo de las autoridades constitucionales de los Estados Unidos. Gracias a la Constitución, se ha otorgado al Congreso el derecho de declarar la guerra, y no debe permitirse por ningún motivo que las tropas salgan del país ante la llamada o la demanda de otras naciones, sino sólo por decisión del Congreso. Las vidas de los estadunidenses nunca deberán sacrificarse, a no ser que ésa sea la voluntad del pueblo de los Estados Unidos, expresada por medio de sus representantes elegidos en el

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Congreso. Éste es un asunto sobre el cual no debe permitirse duda alguna. Los soldados y los infantes de marina estadunidenses nunca han defraudado a su país cuando éste los ha convocado. Fueron por cientos de miles a participar en esta reciente guerra. Murieron por la gran causa de la libertad y la civilización. Acudieron [al llamado de su país y ya que éste los reunió] para cumplir con su deber. Entramos tarde en esa guerra. No nos preparamos para ello, como debimos hacerlo, para esa prueba que claramente caía sobre nosotros; pero así llegamos y movimos la balanza. Fue una empresa acometida por el soldado estadunidense, por el infante de nuestra marina, así como por el espíritu y la fuerza del pueblo estadunidense. Superaron todos los obstáculos y todas las deficiencias de la administración y del Congreso, y dieron a su país una gran victoria. Fue la primera vez que se nos pidió salvar al mundo civilizado. ¿Fracasamos acaso? Por el contrario, tuvimos éxito de modo claro y noble, y lo hicimos sin recibir orden alguna de la Sociedad de Naciones. Cuando llegó la emergencia, la enfrentamos, y fuimos capaces de hacerlo porque habíamos construido en este continente la Nación más grande y poderosa de todo el mundo, gracias a nuestra propia política, a nuestro modo, y gran parte de nuestra fuerza se debió a que nos habíamos mantenido apartados y no nos entrometimos en los conflictos europeos; y no teníamos intereses mezquinos que servir. Hicimos enormes sacrificios. Hicimos un trabajo notable. Considero que no necesitamos que las naciones extranjeras nos digan cuándo debemos trabajar en favor de la libertad y la civilización. Pienso que podemos alcanzar la victoria de modo óptimo si seguimos nuestras propias órdenes y no las de otros. Unámonos con el mundo para promover el arreglo pacífico de todas las controversias internacionales. Tratemos de desarrollar un derecho internacional. Asociémonos con otras naciones que compartan estos propósitos. Pero mantengamos en nuestras manos y en nuestro dominio las vidas de los jóvenes de esta tierra. No permitamos que un solo estadunidense sea enviado a la batalla, a no ser que así lo señalen las autoridades constituyentes de su propio país y la voluntad del pueblo de los Estados Unidos.

Aquellos de nosotros, señor Presidente, que se oponen del todo a la Sociedad, o bien los que tratan de conservar la independencia y seguridad de los Estados Unidos al modificar los términos de la Sociedad, y los que emprenden su mejor esfuerzo por hacer de ella, si hemos de ser miembros suyos, una organización que no promueva la guerra sino la paz, se les ha reprochado un enfoque egoísta y el deseo de mantener a nuestro país en un estado de aislamiento. En lo que respecta al asunto del aislamiento, es imposible aislar a los Estados Unidos.

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DISCURSO DE TOMA DE POSESIÓN DE F. ROOSEVELT, 1933 Y lo que es peor aún, una multitud de ciudadanos desempleados enfrenta el

severo problema de la existencia, y un número igualmente enorme trabaja por una mínima retribución. Sólo un torpe optimista puede negar la oscura realidad del momento.

Sin embargo, nuestra desgracia no proviene de un error esencial. No padecemos una plaga de langostas. Si comparamos nuestra situación con los peligros que nuestros antepasados vencieron, teniendo fe y careciendo de temor, aún tenemos mucho que agradecer. La naturaleza nos prodiga aún su generosidad y los esfuerzos humanos la multiplican. La encontramos a nuestros pasos, aunque si abusamos, acabaremos con ella cuando apenas se atisban las provisiones. Todo esto sucede, principalmente, porque quienes gobiernan el intercambio de bienes han fracasado, víctimas de su contumacia y su ineficiencia y, después de reconocer su fracaso, se han dado por vencidos. El desempeño de los cambistas de dinero, faltos de escrúpulos, está señalado ante el juicio de la opinión pública, rechazado por los corazones y las mentes de los hombres.

Es verdad que se han empeñado por encontrar una solución, pero sus esfuerzos se forjan en el molde de una tradición gastada. Atribulados por la falta de crédito, sólo se han propuesto dar más dinero en préstamo. Despojados de la tentación de la ganancia, por la que inducen a nuestro pueblo a seguir su falso liderazgo, han rogado, lastimosamente, que se restablezca la confianza. Sólo conocen las reglas de una generación de egoístas. Carecen de visión, y cuando ésta falta, el pueblo perece.

Los cambistas de dinero han huido de sus encumbrados sitios en el templo de nuestra civilización. Ahora podemos restaurar en este templo las verdades antiguas. La medida de esta restauración descansa en el grado en que apliquemos valores sociales más nobles que la mera ganancia monetaria.

La felicidad ya no depende sólo de la posesión del dinero; descansa en la alegría del logro, en la emoción del esfuerzo creador. La alegría y el estímulo moral del trabajo no deben depender de la búsqueda insensata de ganancias que se desvanecen. Estos días aciagos han de valer todo lo que nos cuestan, si nos enseñan que nuestro verdadero destino no nos será otorgado, sino que debemos guiamos a nosotros mismos y guiar a nuestros semejantes.

El reconocimiento de la falsedad de la riqueza material como norma del éxito se halla estrechamente unido al abandono de la falsa creencia de que los cargos públicos y los altos puestos políticos sólo han de valorarse considerando la dignidad de la posición o del beneficio personal; y debe terminar la conducta de los bancos y de la empresa que a menudo ha dado a una tarea sagrada la apariencia de una fechoría dura y egoísta. No es de extrañar que se pierda la confianza, pues ella sólo ha de existir en la honradez, el honor, el sagrado carácter de las obligaciones, la protección leal, el desempeño generoso. Sin ello, no se puede vivir.

Sin embargo, la restauración no sólo exige que se hagan cambios en la moral. La nación pide acción, y acción ahora mismo.

Nuestra principal tarea es poner al pueblo a trabajar. No es un problema insoluble si lo enfrentamos con sabiduría y valentía. Podemos lograrlo, en parte, con el reclutamiento directo por parte del gobierno, acometiendo la tarea como si se tratara de la emergencia de una guerra; pero al mismo tiempo, por medio de este empleo, realizando proyectos muy necesarios para estimular y reorganizar el uso de nuestros recursos naturales.

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Unidos en este propósito, debemos todos reconocer, sinceramente, el exceso de población en nuestros centros industriales y, comprometiéndonos a una redistribución en el nivel nacional, debemos empeñamos en un mejor uso de la tierra por parte de los más aptos. Es posible colaborar en esta tarea si se hacen esfuerzos precisos con el fin de elevar los precios de los productos agrícolas y así, el poder de adquisición de nuestras ciudades. Se puede colaborar también impidiendo, en realidad, la tragedia que significa la pérdida creciente de nuestros hogares y granjas a causa de los procedimientos hipotecarios. Se puede contribuir si se insiste en que los gobiernos federal, estatales y municipales reduzcan drásticamente sus gastos. Se puede ayudar unificando las actividades de beneficencia que, en estos momentos, son dispersas, antieconómicas y desiguales. Es posible, también, contribuir gracias a la planificación nacional y la supervisión de todas las formas de transporte y comunicación, así como de otros servicios de carácter público. Hay muchos otros medios para colaborar en esta tarea, pero nada se remediará si sólo nos dedicamos a hablar de ellos. Debemos actuar, y hacerlo de inmediato.

Por último, en nuestro avance hacia el restablecimiento del empleo, es menester que contemos con dos garantías para impedir que vuelvan los males del antiguo orden: deben supervisarse estrictamente todas las actividades bancarias, créditos e inversiones, con lo que se pondrá fin a las especulaciones con el dinero del pueblo; y debe existir, además, una medida que establezca la paridad monetaria adecuada y firme.

Éstas son las líneas de ataque. Convocaré, urgentemente, a un nuevo Congreso, en sesión extraordinaria, a fin de que se consideren detalladamente las medidas necesarias para alcanzar estos propósitos, y buscaré el apoyo inmediato de los diversos estados.

Por medio de este programa de acción, nos dirigimos a poner en orden nuestra nación y a mejorar el balance de ingresos. Nuestras relaciones comerciales con el extranjero, aunque de suma importancia, resultan secundarias si se considera el momento y la necesidad de establecer una economía nacional sólida. Me inclino por una política práctica que aborde primero los asuntos fundamentales. No escatimaré esfuerzos para restablecer el comercio mundial con un reajuste económico internacional, pero la emergencia de la nación no puede esperar a que esto se logre.

El pensamiento básico que guía estas medidas de recuperación nacional no se limita al ámbito nacional. Se insiste, como primera consideración, en la interdependencia de los diversos aspectos y partes de los Estados Unidos: el reconocimiento de la antigua y siempre importante manifestación del espíritu emprendedor de los estadounidenses. He ahí el camino hacia la recuperación. He ahí el camino inmediato. La salvaguarda más firme de que la recuperación perdurará.

En el ámbito de la política mundial, me esmeraré en que esta nación se consagre a la política del buen vecino: el vecino que, en efecto, se respeta a sí mismo, puesto que así respeta los derechos ajenos, el vecino que respeta sus obligaciones y respeta la inviolabilidad de sus acuerdos en un mundo de vecinos.

Si he de interpretar correctamente el temperamento de nuestro pueblo, nos percatamos, como nunca antes, de nuestra independencia respecto de los demás; de que no sólo debemos tomar, sino también dar; de que si hemos de avanzar, debemos actuar como un ejército leal y entrenado, dispuesto al sacrificio para el bien de una disciplina común, puesto que sin ella no se puede lograr ningún progreso, y ninguna guía es eficiente. Sé que estamos listos y dispuestos a someter nuestras vidas y propiedades a esa disciplina, ya que esa disciplina tiende a un bienestar perdurable. Me propongo ofrecerles esto, prometiendo que los más caros propósitos nos unirán a todos, como obligación sagrada con una unidad de deberes que hasta ahora sólo se ha evocado en

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tiempos de guerra armada. Haciendo esta promesa asumo, sin vacilación alguna, el liderazgo de este gran ejército de nuestro pueblo, empeñado al ataque disciplinado de nuestros problemas comunes.

Con este panorama Y con tal propósito, es factible acometer esta acción siguiendo la forma de gobierno que hemos heredado de nuestros antepasados. Nuestra Constitución es tan sencilla y práctica que siempre puede satisfacer necesidades extraordinarias subrayando rasgos o introduciendo modificaciones sin perder su forma esencial. Por eso nuestro sistema constitucional ha demostrado ser el mecanismo político más duradero que el mundo moderno haya creado. Ha enfrentado las diversas presiones de la vasta expansión territorial, las guerras extranjeras, las enconadas luchas internas, las relaciones internacionales.

De conformidad con mis deberes constitucionales, estoy dispuesto a proponer las medidas que exige una nación atribulada. Estas medidas, u otras que el Congreso pueda establecer siguiendo su experiencia y su sabiduría, son las que, dentro de mi autoridad constitucional, buscaré adoptar de modo inmediato.

Pero en caso de que el Congreso no tome uno de estos dos caminos, y en caso de que la situación nacional siga siendo crítica, no negaré la ruta clara del deber que tendré que seguir. Pediré al Congreso el único instrumento que me falta para enfrentar la crisis: amplias facultades ejecutivas para emprender una lucha contra la emergencia, tan vastas como las que se me otorgarían si, de hecho, fuésemos invadidos por un enemigo extranjero.

A cambio de la confianza que en mí se deposita, mostraré el valor y la dedicación necesarios en esta época. No puedo hacer menos.

Enfrentemos los días difíciles que están ante nosotros con la ardiente valentía de la unidad nacional; con la clara conciencia de la busca de antiguos y caros valores morales; con la limpia satisfacción que surge del firme cumplimiento del deber para con los ancianos y los jóvenes. Aspiramos a asegurar una vida nacional plena y permanente.

No desconfiamos del futuro de la democracia esencial. El pueblo de los Estados Unidos no ha fracasado. En su necesidad, ha subrayado el mandato de que desea una acción enérgica y directa. Ha pedido disciplina y orientación siguiendo una guía. Ha hecho de mí el instrumento actual de sus deseos. En el espíritu de facultad, lo acepto.

Al consagrarme a la nación, pido humildemente la bendición de Dios. ¡Que Dios proteja a todos y cada uno de nosotros! ¡Que Dios me guíe en los días por venir! .

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TEMA X I

THE FOUR FREEDOMS (1941) Franklin D. Roosevelt

I suppose that every realist knows that the democratic way of life is at this moment being directly assailed in every part of the world -assailed either by arms or by secret spreading of poisonous propaganda by those who seek to destroy unity and promote discord in nations that are still at peace. . . .

There is much loose talk of our immunity from immediate and direct invasion from across the seas. Obviously, as long as the British Navy retains its power, no such danger exists. Even if there were no British Navy, it is not probable that any enemy would be stupid enough to attack us by landing troops in the United States from across thousands of miles of ocean, until it acquired strategic bases from which to operate.

But . . . as long as the aggressor nations maintain the offensive, they, not we, will choose the time and place and the method of their attack.

That is why the future of all American Republics is today in serious danger. . . Just as our national policy in internal affairs has been based upon a decent

respect for the rights and dignity of all our fellow-men within our gates, so our national policy in foreign affairs has been based on a decent respect for the rights and dignity of all nations, large and small. And the justice of morality must and will win in the end.

Our national policy is this: First, by an impressive expression of the public will and without regard to

partisanship, we are committed to all-inclusive national defense. Second, by an impressive expression of the public will and without regard to

partisanship, we are committed to full support of all those resolute people everywhere who are resisting aggression and are thereby keeping war away from our hemisphere. By this support we express our determination that the democratic cause shall prevail, and we strengthen the defense and the security of our own nation.

Third, by an impressive expression of the public will and without regard to partisanship, we are committed to the proposition that principles of morality and considerations for our own security will never permit us to acquiesce in a peace dictated by aggressors. We know that enduring peace cannot be brought at the cost of other people’s freedom.

Our most immediate and useful role is to act as an arsenal for them as well as for ourselves. They do not need man-power. They need billions of dollars worth of the weapons of defense …

As men do not live to bread alone, they do not fight by armaments alone. Those who man our defenses and those behind them who build our defenses must have the stamina and the courage which come from an unshakable belief in the manner of life which they are defending. The mighty action that we are calling for cannot be based on a disregard of all the things worth fighting for.

The nation takes great satisfaction and much strength from the things which have been done to make its people conscious of their individual stake in the preservation of democratic life in America. Those things have toughened the fibre of our people, have renewed their faith and strengthened their devotion to the institutions we make ready to protect. . . .

In the future days which we seek to make secure, we look forward to a world founded upon four essential human freedoms.

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The first is freedom of speech and expression -everywhere in the world. The second is freedom of every person to worship God in his own way--

everywhere in the world. The third is freedom from want -which, translated into world terms, means

economic understandings which will secure to every nation a healthy peacetime life for its inhabitants--everywhere in the world.

The fourth is freedom from real, which, translated into world terms means a world-wide reduction of armaments to such a point and in such a thorough manner that no nation will be in a position to commit an act of physical aggression against any neighbor-anywhere in the world.

That is no vision of a distant millennium. It is a definite basis for a kind of world attainable in our own time and generation. That kind of world is the very antithesis of the so-called "new order" of tyranny which the dictators seek to create with the crash of a bomb.

To that new order we oppose the greater conception-the moral order. A good society is able to face schemes of world domination and foreign revolutions alike without fear.

Since the beginning of our American history we have been engaged in change, in a perpetual peaceful revolution, a revolution which goes on steadily, quietly, adjusting itself to changing conditions without the concentration camp or the quick-lime in the ditch. The world order which we seek is the co-operation of free countries, working together in a friendly, civilized society.

This nation has placed its destiny in the hands, heads, and hearts of its millions of free men and women, and its faith in freedom under the guidance of God. Freedom means the supremacy of human rights everywhere. Our support goes to those who struggle to gain those rights and keep them. Our strength is in our unity of purpose.

To the high concept there can be no end save victory.

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PLAN MARSHALL

No necesito decirles, caballeros, que la situación del mundo es muy seria. Ello debe ser claro para toda persona inteligente. Considero que una dificultad

radica en que la situación es de tan enorme complejidad, que el mero conjunto de hechos que se presentan al público por la prensa y la radio hacen extra- ordinariamente difícil que el hombre de la calle alcance a valorar la situación. Asimismo, el pueblo de este país se halla alejado de las zonas de conflicto, por lo que resulta difícil que comprenda los compromisos y las reacciones que surgen en pueblos que han sufrido por mucho tiempo, así como el efecto de esas reacciones en sus gobiernos, en relación con nuestros esfuerzos para promover la paz en el mundo.

Al considerar los requisitos para la rehabilitación de Europa, se estimaron con toda precisión la pérdida de vidas, la destrucción visible de ciudades, fábricas, minas y ferrocarriles; pero se ha hecho patente durante los últimos meses que la destrucción visible ha sido, acaso, menos seria que la dislocación de todo el fundamento de la economía europea. Durante los últimos diez años, las condiciones han sido profundamente anormales. La febril preparación de la guerra, así como el mantenimiento, aún más febril, de la lucha ahogaron todos los ámbitos económicos de la vida de esas naciones. La maquinaria es difícil de reparar, o bien es del todo obsoleta. Durante el gobierno arbitrario y destructivo de los nazis, casi todas las empresas se vieron involucradas en la maquinaria bélica de Alemania. Antiguos negocios comerciales, instituciones privadas, bancos, compañías de seguros y empresas navieras desaparecieron tras perder su capital, siendo absorbidos por la nacionalización, o sencillamente por la destrucción. En muchos países, la confianza en la moneda nacional se vio enormemente menoscabada. Durante la guerra, la quiebra de la estructura comercial de Europa fue completa. Mucho se ha retardado la recuperación porque, dos años después del fin de las hostilidades, no se ha alcanzado ningún convenio de paz con Alemania ni con Austria. Pero aun si lográramos una rápida solución de estas dificultades, la rehabilitación de la estructura económica de Europa demandará mucho más tiempo y esfuerzo de lo que habíamos previsto.

Hay un matiz del asunto que resulta tan interesante como grave. El granjero siempre ha producido. bienes alimenticios que intercambia con el habitante de la ciudad por otros artículos, necesarios para la vida. Esta división del trabajo es la base de la civilización moderna. Actualmente, esta base se halla amenazada. Las industrias urbanas y las de los pueblos no producen ya una cantidad suficiente de artículos para intercambiarlos con el granjero que proporciona bienes alimenticios. Las materias primas y el combustible escasean. Hace falta maquinaria, o la que hay está en malas condiciones. El granjero o el campesino no encuentran los bienes que desean adquirir. El intercambio, pues, de sus productos por dinero que no puede emplear le parece una transacci6n poco ventajosa. Por lo que el campesino ha dejado de cultivar muchas de sus tierras para dedicarse a la crianza. Tiene más grano que almacenar y dispone para sí y su familia de un vasto suministro de alimento, sin importar su precaria condici6n en lo que respecta a la vestimenta y demás artefactos de la civilizaci6n. Entre tanto, la gente de las ciudades carece de comida y combustible. Por ello los gobiernos se ven forzados a emplear la divisa extranjera y los créditos para adquirir esos bienes del exterior. Este proceso menoscaba los fondos que se necesitan con urgencia para la reconstrucci6n, con lo que crece una situaci6n enormemente delicada que en nada beneficia al mundo. El

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sistema moderno de la divisi6n del trabajo en el que se basa el intercambio de productos se halla en peligro de desaparecer.

La verdad del asunto es que las necesidades de Europa para los pr6ximos tres o cuatro años en lo que concierne a la importaci6n de alimentos y de otros productos esenciales -principalmente de los Estados Unidos- son mucho mayores que su capacidad actual de pago, por lo que deberá recibir ayuda adicional, o enfrentará un deterioro econ6mico, social y político de graves dimensiones.

El remedio consiste en romper el círculo vicioso y hacer que los pueblos europeos recuperen la confianza en el futuro econ6mico de sus propios países y de Europa en su conjunto. El fabricante y el granjero, en regiones muy extensas, deben tener capacidad y estar dispuestos a intercambiar sus productos por dinero, cuyo valor constante no ha de someterse a discusi6n.

Además del efecto desmoralizador en todo el mundo y de las posibilidades de que surjan dificultades como resultado de la desesperaci6n de los pueblos afectados, las consecuencias que esto tendrá en los Estados Unidos es asunto que debe ser claro para todos. Lógico es que los Estados Unidos deben hacer todo lo que sea posible para colaborar en el restablecimiento de la salud econ6mica del mundo, sin la cual no habrá estabilidad política ni podrá asegurarse la paz. Nuestra política no se dirige contra ninguna naci6n ni doctrina, sino contra el hambre, la pobreza, la desesperaci6n y el caos. Su prop6sito debe ser la revitalizaci6n de una economía funcional en el mundo que permita el surgimiento de las condiciones políticas y sociales en que las instituciones libres pueden existir. Estoy seguro de que semejante ayuda no debe darse gradualmente en tanto estallen las diversas crisis. Toda ayuda que este gobierno pueda prestar en el futuro debe representar una cura y no un mero paliativo. Todo gobierno que esté dispuesto a colaborar en la tarea de recuperaci6n encontrará una vasta cooperaci6n, estoy seguro, por parte de los Estados Unidos. Todo gobierno que se esfuerce por entorpecer la recuperaci6n de otras naciones, no puede esperar ayuda alguna de nosotros. Asimismo, los gobiernos, los partidos o grupos políticos que traten de perpetuar la miseria humana con el fin de beneficiarse políticamente o en cualquier otro sentido encontrarán la oposici6n de los Estados Unidos.

Ya es claro que, antes de que el gobierno de los Estados Unidos pueda llevar más allá sus esfuerzos de aliviar la situaci6n y colaborar a que el mundo europeo avance en su recuperaci6n, debe existir algún acuerdo entre los países de Europa considerando las necesidades de la situaci6n y la parte que esos países desempeñarán a fin de que resulte adecuada cualquier acci6n que este gobierno pueda emprender. No sería ni adecuado ni conveniente que este gobierno emprendiera, unilateralmente, la preparación de un programa destinado a levantar la economía de Europa. Éste es asunto de los europeos. La iniciativa, pienso yo, debe surgir de Europa. El papel de este país debería consistir en la ayuda amistosa en la elaboración de un programa europeo y en el posterior apoyo de ese programa en la medida en que podamos hacerlo. El programa debería ser un programa conjunto, apoyado por un buen número de las naciones europeas, si no por todas.

Parte esencial de toda acción exitosa de nuestro país consiste en que el pueblo de los Estados Unidos comprenda la dimensión del problema y los remedios que deben aplicarse. La pasión y los prejuicios políticos no deben intervenir. Con prudencia y buena voluntad por parte de nuestro pueblo al enfrentar la enorme responsabilidad que la historia ha encomendado a nuestro país, podrán superarse las dificultades que he planteado. .

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TENGO UN SUEÑO

Martin Luther King

Estoy contento de reunirme hoy con vosotros y con vosotras en la que pasará a la historia como la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestra nación.

Hace un siglo, un gran americano, bajo cuya simbólica sombra nos encontramos, firmó la Proclama de Emancipación. Este trascendental decreto llegó como un gran faro de esperanza para millones de esclavos negros y esclavas negras, que habían sido quemados en las llamas de una injusticia aniquiladora. Llegó como un amanecer dichoso para acabar con la larga noche de su cautividad.

Pero cien años después, las personas negras todavía no son libres. Cien años después, la vida de las personas negras sigue todavía tristemente atenazada por los grilletes de la segregación y por las cadenas de la discriminación. Cien años después, las personas negras viven en una isla solitaria de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después, las personas negras todavía siguen languideciendo en los rincones de la sociedad americana y se sienten como exiliadas en su propia tierra. Así que hemos venido hoy aquí a mostrar unas condiciones vergonzosas.

Hemos venido a la capital de nuestra nación en cierto sentido para cobrar un cheque. Hoy es obvio que América ha defraudado en este pagaré en lo que se refiere a sus ciudadanos y ciudadanas de color. En vez de cumplir con esta sagrada obligación, América ha dado al pueblo negro un cheque malo, un cheque que ha sido devuelto marcado “sin fondos”.

Pero nos negamos a creer que el banco de la justicia está en bancarrota. Nos negamos a creer que no hay fondos suficientes en las grandes arcas bancarias de las oportunidades de esta nación. Así que hemos venido a cobrar este cheque, un cheque que nos dé mediante reclamación las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia.

Sería desastroso para la nación pasar por alto la urgencia del momento y subestimar la determinación de las personas negras. Este asfixiante verano del legítimo descontento de las personas negras no pasará hasta que haya un estimulante otoño de libertad e igualdad. Mil novecientos sesenta y tres no es un fin, sino un comienzo.

Pero hay algo que debo decir a mi pueblo, que está en el caluroso umbral que lleva al interior del palacio de justicia. En el proceso de conseguir nuestro legítimo lugar, no debemos ser culpables de acciones equivocadas. No busquemos saciar nuestra sed de libertad bebiendo de la copa del encarnizamiento y del odio. Debemos conducir siempre nuestra lucha en el elevado nivel de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra fecunda protesta degenere en violencia física.

Y mientras caminamos, debemos hacer la solemne promesa de que siempre caminaremos hacia adelante. No podemos volver atrás. Hay quienes están preguntando a los defensores de los derechos civiles: “¿Cuándo estaréis satisfechos?” No podemos estar satisfechos mientras las personas negras sean víctimas de los indecibles horrores de la brutalidad de la policía. No podemos estar satisfechos mientras nuestros cuerpos, cargados con la fatiga del viaje, no puedan conseguir alojamiento en los moteles de las autopistas ni en los hoteles de las ciudades. No podemos estar satisfechos mientras la movilidad básica de las personas negras sea de un ghetto más pequeño a otro más amplio. No podemos estar satisfechos mientras nuestros hijos sean despojados de su personalidad y privados de su dignidad por letreros que digan “sólo para blancos”. No

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podemos estar satisfechos mientras una persona negra en Mississippi no pueda votar y una persona negra en Nueva York crea que no tiene nada por qué votar. No, no, no estamos satisfechos y no estaremos satisfechos hasta que la justicia corra como las aguas y la rectitud como un impetuoso torrente.

Volved a Mississippi, volved a Alabama, volved a Carolina del Sur, volved a Georgia, volved a Luisiana, volved a los suburbios y a los ghettos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de un modo u otro esta situación puede y va a ser cambiada.

No nos hundamos en el valle de la desesperación. Aun así, aunque vemos delante las dificultades de hoy y mañana, amigos míos, os digo hoy: todavía tengo un sueño. Es un sueño profundamente enraizado en el sueño americano.

Tengo un sueño: que un día esta nación se pondrá en pie y realizará el verdadero significado de su credo: “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres han sido creados iguales”.

Tengo un sueño: que un día sobre las colinas rojas de Georgia los hijos de quienes fueron esclavos y los hijos de quienes fueron propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la fraternidad.

Tengo un sueño: que un día incluso el estado de Mississippi, un estado sofocante por el calor de la injusticia, sofocante por el calor de la opresión, se transformará en un oasis de libertad y justicia.

Tengo un sueño: que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel sino por su reputación.

Tengo un sueño hoy. Tengo un sueño: que un día allá abajo en Alabama, con sus racistas

despiadados, con su gobernador que tiene los labios goteando con las palabras de interposición y anulación, que un día, justo allí en Alabama niños negros y niñas negras podrán darse la mano con niños blancos y niñas blancas, como hermanas y hermanos.

Tengo un sueño hoy. Tengo un sueño: que un día todo valle será alzado y toda colina y montaña será

bajada, los lugares escarpados se harán llanos y los lugares tortuosos se enderezarán y la gloria del Señor se mostrará y toda la carne juntamente la verá.

Y si América va a ser una gran nación, esto tiene que llegar a ser verdad. Y así, suene la libertad desde las prodigiosas cumbres de las colinas de New Hampshire. Suene la libertad desde las enormes montañas de Nueva York. Suene la libertad desde los elevados Alleghenies de Pennsylvania.

Suene la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve de Colorado. Suene la libertad desde las curvas vertientes de California.

Pero no sólo eso; suene la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia. Suene la libertad desde el Monte Lookout de Tennessee. Suene la libertad desde cada colina y cada topera de Mississippi, desde cada

ladera. Suene la libertad. Y cuando esto ocurra y cuando permitamos que la libertad

suene, cuando la dejemos sonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y cada ciudad, podremos acelerar la llegada de aquel día en el que todos los hijos de Dios, hombres blancos y hombres negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de juntar las manos y cantar con las palabras del viejo espiritual negro: “¡Al fin libres! ¡Al fin libres! ¡Gracias a Dios Todopoderoso, somos al fin libres!”

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ICH BIN EIN BERLINER

John Fitzgerald Kennedy

Me siento orgulloso de venir a esta ciudad como invitado de su distinguido alcalde, que ha simbolizado en todo el mundo el espíritu de lucha de Berlín Occidental. Y me siento orgulloso de visitar la República Federal con el ilustre canciller, que durante tantos años ha comprometido a Alemania con la democracia, la libertad y el progreso, y venir aquí en compañía de mi compatriota, el general Clay, quien ha estado en esta ciudad durante los momentos de crisis graves, y volverá de nuevo si alguna vez es necesario.

Hace dos mil años, el mayor orgullo era reconocerse como civis Romanus sum. Hoy, en el mundo libre, el mayor orgullo es decir: «Ich bin ein Berliner» (soy berlinés). Le agradezco a mi intérprete que traduce mi alemán.

Hay muchas personas en el mundo que realmente no comprenden, o dicen que no comprenden, cuál es la gran diferencia entre el mundo libre y el mundo comunista. Decidles que vengan a Berlín.

Hay algunos que dicen que el comunismo es el movimiento del futuro. Decidles que vengan a Berlín.

Hay algunos que dicen en Europa, y en otras partes, que pueden trabajar con los comunistas. Decidles que vengan a Berlín.

Y hay unos pocos que incluso dicen que es verdad que el comunismo es un sistema diabólico, pero que permite un progreso económico. Decidles que vengan a Berlín.

La libertad tiene muchas dificultades y la democracia no es perfecta. Pero nosotros no tenemos que poner un muro para contener a nuestro pueblo, para prevenir que ellos nos abandonen. Quiero decir en nombre de mis compatriotas, que viven a muchas millas de distancia al otro lado del Atlántico, que, a pesar de esta distancia que nos separa de vosotros, sentimos el orgullo más grande porque hemos podido compartir con vosotros, incluso desde la distancia, la historia de los últimos dieciocho años.

No conozco ninguna ciudad, ni ninguna población, que haya sido sitiada durante dieciocho años y que todavía conserve la vitalidad, la fuerza, la esperanza y la determinación de Berlín Occidental. El muro es la manifestación más obvia y evidente de los errores del sistema comunista, porque todo el mundo lo ve, no sentimos ninguna satisfacción por ello, pues es, como su alcalde ha dicho, una ofensa no solo contra la historia, sino un delito contra la humanidad, que desune familias, separa maridos y esposas, y hermanos y hermanas, y divide a las personas que desean vivir juntas.

Lo que es cierto de esta ciudad es verdad para Alemania, la paz real y duradera en Europa nunca puede estar asegurada, mientras a un alemán de cada cuatro se le niegue el derecho elemental de los hombres libres, que consiste en tomar una decisión libre. En dieciocho años de paz y de buena fe, esta generación de alemanes se ha ganado el derecho a ser libre, incluyendo el derecho a unir sus familias y su nación en paz y en buena voluntad con todos los pueblos. Vosotros vivís en una isla defendida por la libertad, pero vuestras vidas forman parte de lo más importante. Así que déjenme preguntarles, para concluir, elevando vuestra mirada más allá de los peligros de hoy, hacia las esperanzas de mañana, más allá de la libertad de esta ciudad de Berlín, o en vuestra nación de Alemania, ante el avance de la libertad en todas partes, más allá del

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muro, hasta el día de la paz con justicia, más allá de vosotros mismos y de nosotros mismos a toda la humanidad.

La libertad es indivisible, y cuando un hombre está esclavizado, nadie puede considerarse libre. Cuando todos sean libres, entonces podremos esperar el día en que esta ciudad se una en una sola y esta nación, y este gran continente que es Europa en un mundo pacífico y lleno de esperanza. Cuando ese día llegue, que lo hará, el pueblo de Berlín Occidental podrá sentir la satisfacción ante el hecho de haber estado en primera línea durante casi dos décadas. Todos los hombres libres, dondequiera que vivan, son ciudadanos de Berlín, y, por tanto, como un hombre libre, me enorgullezco de las palabras: “Ich bin ein Berliner”.

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LA GUERRA FRÍA HA TERMINADO (1989)

Ha terminado la Guerra Fría de envenenados sentimientos entre soviéticos y norteamericanos, de histeria política doméstica, de acontecimientos magnificados y distorsionados por la confrontación entre Este y Oeste y de casi bloqueo diplomático perpetuo.

El mundo de “nosotros y ellos”, que emergió después de 1945, está dando paso a las más tradicionales pugnas de las grandes potencias. La contienda es más manejable. Permite negociaciones serias. Crea nuevas posibilidades para la cooperación contra el terrorismo, contra la difusión de armas químicas y las amenazas comunes sobre el medio ambiente y a favor de alumbrar un mundo menos violento.

Es cierto que Europa permanece partida en dos, pero el espacio donde comenzaron cuatro décadas de enfrentamiento, se está modificando y transformando en complejas estructuras. Es cierto que dos enormes maquinarias militares todavía se enfrentan una a otra alrededor del mundo, pero ambos lados buscan vías para reducir los costos y los riesgos. Los valores continúan chocando, pero con menor profundidad a medida que los ciudadanos soviéticos comienzan a participar en las libertades.

Los expertos, que contribuyeron a una serie de escritos en la contraportada del periódico, titulada “¿ha terminado la Guerra Fría?”, están de acuerdo con matices en cuanto al énfasis y la definición en que rusos y americanos están entrando en una nueva era. Mantienen diferencias sobre si Mihail Gorbachov puede durar o si sus políticas pueden sobrevivirle o sobre cuánto puede o debe hacer Occidente para ayudarle y qué debe pedirle a cambio. Pero estos temas son la sustancia de un genuino debate de política, no el grano para las viejas diatribas ideológicas.

¿Qué ha hecho Mihail Gorbachov en sus cuatro años en el poder para generar esta reconsideración de la guerra fría?

Mucho, según ha apuntado acertadamente Jeremy Stone de la Federación Americana de Ciencias. Mr. Gorbachov ha presionado a Yaser Arafat a renunciar al terrorismo y a aceptar a Israel, ha apoyado arreglos políticos en Angola y Camboya, ha sacado las tropas soviéticas de Afganistán, ha acordado ingentes reducciones de gasto en misiles de medio alcance y se ha comprometido a una significativa reducción unilateral de las fuerzas soviéticas en Europa Central.

A nivel interno, dijo Stone con propiedad, el líder soviético está introduciendo la descentralización económica, permitiendo a las nacionalidades afirmar su identidad separada, animando a expresarse libremente y a experimentar con las elecciones. Estas medidas mantienen la esperanza de que la sociedad y el gobierno soviético caminen hacia la apertura. Y, como ha señalado Graham Allison de la Escuela Kennedy de Harvard, este ha sido el verdadero objetivo de la política de contención americana.

¿Pero qué sucederá si Mr. Gorbachov es desplazado? ¿Podrían sus sucesores con facilidad dar marcha atrás a sus actuaciones?

Frank Carlucci ha argumentado que es muy temprano para predecir la suerte del Sr. Gorbachov y para juzgar si él o sus sucesores podrían o no cambiar de política. El anterior Secretario de Defensa ha afirmado que la política soviética está en una fase de cambio.

Dimitri Simes de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional por su parte, ha argumentado con convicción que los cambios son de naturaleza más honda. Quienquiera que lidere la Unión Soviética no tendría más remedio que responder a la debilidad económica y política de Moscú y seguir el camino de Gorbachov.

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El Sr. Simes argumenta acertadamente que el debate en la Unión Soviética gira alrededor del objetivo y del ritmo del cambio, no de si es necesario. Y no existen pruebas de que la política exterior y militar del Sr. Gorbachov esté siendo atacada. Sencillamente Moscú no cuenta con recurso para unos retos globales y costosos.

Si la Unión Soviética está tan mal ¿por qué no presionamos más fuerte para conseguir concesiones?

William Luers, antiguo diplomático norteamericano, ofreció una razón. Advirtió contra la tentación de humillar al Sr. Gorbachov, pues podría unir a un pueblo orgulloso contra Occidente. Ed Hewitt del Instituto Brookings aportó otra: los líderes soviéticos aún tienen suficiente fuerza económica y opciones políticas exteriores para hacer la vida más fácil o más dura a Occidente.

Hay que tener en cuenta estas precauciones. Pero Occidente no debe ceder a mantener negociaciones duras. Eso se puede hacer, como ha demostrado Ronald Reagan, sin destruir las relaciones.

¿Cuál debería ser entonces la política de Occidente? Zbigniew Brzezinski ha afirmado con acierto que Occidente necesita una

estrategia para manejar la gravedad de este reto y la magnitud de la oportunidad. Pero Occidente debería unirse firmemente, si se sigue su consejo, para insistir en que cualquier ayuda sustancial debe ser correspondida con reformas que institucionalicen el pluralismo económico y político.

Por el contrario, Occidente no puede dirigir las reformas soviéticos como tampoco puede salvar al Sr. Gorbachov. Puede impulsar y reforzar las reformas, cuando los intereses occidentales estén en riesgo proporcionando créditos y tecnología en una escala modesta y segura facilitando las restricciones al comercio. El punto para Occidente es eliminar las restricciones autoimpuestas para expandir las relaciones económicas de modo que las decisiones puedan hacerse para cada caso.

La perspectiva de tal apertura económica y del decrecimiento de la amenaza soviética probablemente dará paso a un juego más libre de los conflictos entre los poderes industriales de Occidente, según Edward Luttwak del Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales.

Nadie parece tener una buena respuesta sobre la división de Europa, la más peligrosa cuestión siempre en las relaciones Este-Oeste. Michael Mandelbaum del Consejo de Relaciones Exteriores ofreció la mejor propuesta. Consideró las conversaciones entre las superpotencias para crear naciones soberanas en Europa Oriental y un arreglo especial para las dos Alemanias.

La Administración Bush parece menos atenta a estos temas y más preocupada por la atención que los titulares mundiales otorgan al Sr. Gorbachov. Sería mejor considerarlo como parte de la solución, no del problema, tal como ha aconsejado Richard Ullman de la Universidad de Princeton. Quién tome la iniciativa, ha escrito, importa menos que el resultado.

La Administración está próxima a realizar una revisión de la política Este-Oeste. Algunas insinuaciones de funcionarios expertos evitan preocuparse de las muy amistosas relaciones del Sr. Reagan con el Sr. Gorbachov y no tanto por el control de armas. Esas son conversaciones frustrantes. El tratado para eliminar los misiles de medio alcance en Europa significa una victoria sustancial de Occidente. De igual manera, el Sr. Bush y el país ganarían mediante la rápida consecución de un tratado para reducir los misiles y bombarderos de alcance intercontinental.

Ninguno de los participantes ha recomendado unos acuerdos de desarme cósmico y el Sr. Bush acertaría en evitarlos. Pero se equivocaría de medio a medio si no

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aprovechara la disposición de Moscú a acordar la reducción de tropas en Europa y de cualquier manera a reducir los costes y los riesgos de la seguridad.

Tampoco sería acertado que el equipo de Bush se preocupara en exceso de su flanco derecho e intentara probar que puede ser más duro que el Sr. Reagan. Eso le restaría la imaginación y el arrojo necesarios para superar la guerra fría. Los Presidentes Bush y Gorbachov tienen la oportunidad del siglo para redirigir las energías y los recursos de conflictos estériles hacia las amenazas comunes de la humanidad

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WHATEVER HAPPENED TO CIVIC ENGAGEMENT?

Robert D. Putnam

We begin with familiar evidence on changing patterns of political participation, not least because it is immediately relevant to issues of democracy in the narrow sense. Consider the well-known decline in turnout in national elections over the last three decades. From a relative high point in the early 1960s, voter turnout had by 1990 declined by nearly a quarter; tens of millions of Americans had forsaken their parents' habitual readiness to engage in the simplest act of citizenship. Broadly similar trends also characterize participation in state and local elections.

It is not just the voting booth that has been increasingly deserted by Americans. A series of identical questions posed by the Roper organization to national samples ten times each real over the last two decades reveals that since 1973 the number of Americans who report that "in the past year" they have "attended a public meeting on town or school affairs" has fallen by more than a third (from 22 percent in 1973 to 13 percent in 1993). Similar (or even greater) relative declines are evident in responses to questions about attending a political rally or speech, serving on a committee of some local organization, and working for a political party. By almost every measure, Americans' direct engagement in politics and government has fallen steadily and sharply over the last generation, despite the fact that average levels of education -the best individual-level predictor of political participation- have risen sharply throughout this period. Every real over the last decade or two, millions more have withdrawn from the affairs of their communities.

Not coincidentally, Americans have also disengaged psychologically from politics and government over this era. The proportion of Americans who reply that they "trust the government in Washington" only "some of the time" or "almost never" has risen steadily from 30 percent in 1966 to 75 percent in 1992. These trends are well known, of course, and taken by themselves would seem amenable to a strictly political explanation. Perhaps the long litany of political tragedies and scandals since the 1960s (assassinations, Vietnam, Watergate, Irangate, and so on) has triggered an understandable disgust for politics and government among Americans, and that in turn has motivated their withdrawal. I do not doubt that this common interpretation has some merit, but its limitations become plain when we examine trends in civic engagement of a wider sort. . . .

Religious affiliation is by far the most common associational membership among Americans. Indeed, by many measures America continues to be (even more than in Tocqueville's time) an astonishingly "churched" society. For example, the United States has more houses of worship per capita than any other nation on Earth. Yet religious sentiment in America seems to be becoming somewhat less tied to institutions and more self-defined… The 1960s witnessed a significant drop in reported weekly churchgoing -from roughly 48 percent in the late 1950s to roughly 41 percent in the early 1970s. Since then, it has stagnated or (according to some surveys) declined still further. Meanwhile, data from the General Social Survey show a modest decline in membership in all "church-related groups" over the last 20 years. It would seem, then, that net participation by Americans, both in religious services and in church-related groups, has declined modestly (by perhaps a sixth) since the 1960s.

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For many years, labor unions provided one of the most common organizational affiliations among American workers. Yet union membership has been falling for nearly tour decades, with the steepest decline occurring between 1975 and 1985. Since the mid-1950s, when union membership peaked, the unionized portion of the nonagricultural work force in America has dropped by more than half, falling from 32.5 percent in 1953 to 15.8 percent in 1992. By now, virtually all of the explosive growth in union membership that was associated with the New Deal has been erased. The solidarity of union halls is now mostly a fading memory of aging men.

The parent-teacher association (PTA) has been an especially important form of civic engagement in twentieth-century America because parental involvement in the educational process represents a particularly productive form of social capital. It is, therefore, dismaying to discover that participation in parent-teacher organizations has dropped drastically over the last generation, from more than 12 million in 1964 to barely 5 million in 1982 before recovering to approximately 7 million now. Next, we turn to evidence on membership in (and volunteering for) civic and fraternal organizations. These data show some striking patterns. First, membership in traditional women's groups has declined more or less steadily since the mid-1960s. For example, membership in the national Federation of Women's Clubs is down by more than half (59 percent) since 1964, while membership in the League of Women Voters (LWV) is off 42 percent since 1969.

Similar reductions are apparent in the numbers of volunteers for mainline civic organizations, such as the Boy Scouts (off by 26 percent since 1970) and the Red Cross (off by 61 percent since 1970). But what about the possibility that volunteers have simply switched their loyalties to other organizations? Evidence on "regular" (as opposed to occasional or "drop-by") volunteering is available from the Labor Department's Current Population Surveys of 1974 and 1989. These estimates suggest that serious volunteering declined by roughly one-sixth over these 15 years, from 24 percent of adults in 1974 to 20 percent in 1989. The multitudes of Red Cross aides and Boy Scout troop leaders now missing in action have apparently not been offset by equal numbers of new recruits elsewhere.

Fraternal organizations have also witnessed a substantial drop in membership during the 1980s and 1990s. Membership is clown significantly in such groups as the Lions (off 12 percent since 1983), the Elks (off 18 percent since 1979), the Shriners (off 27 percent since 1979), the Jaycees (off 44 percent since 1979), and the Masons (down 39 percent since 1959). In sum, after expanding steadily throughout most of this century, many major civic organizations have experienced a sudden, substantial, and nearly simultaneous decline in membership over the last decade or two.

The most whimsical yet discomfiting bit of evidence of social disengagement in contemporary America that I have discovered is this: more Americans are bowling today than ever before, but bowling in organized leagues has plummeted in the last decade or so. Between 1980 and 1993 the total number of bowlers in America increased by 10 percent, while league bowling decreased by 40 percent. (Lest this be thought a wholly trivial example, I should note that nearly 80 million Americans went bowling at least once during 1993, nearly a third more than voted in the 1994 congressional elections and roughly the same number as claim to attend church regularly. Even after the 1980s' plunge in league bowling, nearly 3 percent of American adults regularly bowl in leagues.) The rise of solo bowling threatens the livelihood of bowling-lane proprietors because those who bowl as members of leagues consume three times as much beer and pizza as solo bowlers, and the money in bowling is in the beer and pizza, not the balls and shoes. The broader social significance, however, lies in the social

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interaction and even occasionally civic conversations over beer and pizza that solo bowlers forgo. Whether or not bowling beats balloting in the eyes of most Americans, bowling teams illustrate yet another vanishing form of social capital. . . .