Texto para pensar

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Filosofía contra la barbarie (sobre la masacre de Charlie Hebdo) RAFAEL NARBONA “Dios ha muerto”, anunció pomposamente Nietzsche. Muchos celebraron esta profecía, esencialmente religiosa, menospreciando siglos de especulación filosófica. Nietzsche solo redundaba en la interpretación de la historia de Augusto Comte, según el cual la teología y la metafísica representaban la infancia de la humanidad. Al margen de su antipatía hacia la religión, Comte y Nietzsche no coinciden en casi nada. Comte consideraba que el saber científico representa la madurez del género humano. Nietzsche, por el contrario, detestaba la noción de progreso y reivindicaba volver a los clásicos griegos, con sus valores aristocráticos y excluyentes. Al margen de las disputas filosóficas del pasado, ¿podemos permitirnos el dispendio de arrojar por la borda siglos de reflexión y especulación? ¿Se puede decir que Platón, Aristóteles, Descartes y Kant son mera arqueología, sin ningún interés para el hombre común? Excluida o minimizada en las programaciones educativas, la voz de la filosofía cada vez es más débil y menos influyente. Sin embargo, yo creo que el saber filosófico es una actividad irrenunciable, si pretendemos comprender el mundo actual y frenar las tendencias autodestructivas del ser humano. El fin de la filosofía es el fin de una humanidad racional y autocrítica. Las masacres en Gaza, Siria, Irak, París o Nigeria nos recuerdan las profecías de André Malraux: “el siglo XXI será religioso o no será”. Los fundamentalismos religiosos protagonizan una guerra global que ha escarnecido el optimismo ilustrado. El “choque de civilizaciones” ya no es una hipótesis, sino una catástrofe cotidiana. No obstante, ninguna de las tres grandes religiones monoteístas exalta la violencia. ¿Por qué se producen entonces guerras y matanzas? El materialismo histórico afirmaría que el “choque de civilizaciones” solo es una versión de la lucha de clases. Detrás de las ideas, se esconden motivaciones económicas. Esta hipótesis no es completamente falsa, pero su poder explicativo es limitado. Al margen de las injusticias y las desigualdades, la incomprensión del otro se ha agudizado escandalosamente, tal vez porque el pensamiento se ha debilitado y fragmentado, deteriorando las herramientas que nos permiten adentrarnos en lo diferente y descubrir su sentido. Nietzsche jamás se habría planteado el diálogo entre las distintas culturas, pues su modelo de referencia era la Grecia clásica. Marx habría obviado el diálogo, considerando que la lucha de clases es el único motor de progreso y el debate ideológico solo es el barniz de conflictos materiales. Algunos piensan que la deconstrucción constituye el canto del cisne de la filosofía, pero se olvidan de la Hermenéutica, que se basa en la apertura de la inteligencia humana a la alteridad. La Hermenéutica no es una doctrina, sino una interpretación del logos como un interminable diálogo con el otro y con uno mismo. Su máximo representante es el ya desaparecido Hans-Georg Gadamer, que en 1960 publicó Verdad y método, un clásico de la filosofía que propugna la “fusión de horizontes” para interpretar la realidad y los textos 1

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Filosofía Contra La Barbarie

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Filosofía contra la barbarie (sobre la masacre de Charlie Hebdo)

RAFAEL NARBONA

“Dios ha muerto”, anunció pomposamente Nietzsche. Muchos celebraron esta profecía, esencialmente religiosa, menospreciando siglos de especulación filosófica. Nietzsche solo redundaba en la interpretación de la historia de Augusto Comte, según el cual la teología y la metafísica representaban la infancia de la humanidad. Al margen de su antipatía hacia la religión, Comte y Nietzsche no coinciden en casi nada. Comte consideraba que el saber científico representa la madurez del género humano. Nietzsche, por el contrario, detestaba la noción de progreso y reivindicaba volver a los clásicos griegos, con sus valores aristocráticos y excluyentes. Al margen de las disputas filosóficas del pasado, ¿podemos permitirnos el dispendio de arrojar por la borda siglos de reflexión y especulación? ¿Se puede decir que Platón, Aristóteles, Descartes y Kant son mera arqueología, sin ningún interés para el hombre común? Excluida o minimizada en las programaciones educativas, la voz de la filosofía cada vez es más débil y menos influyente. Sin embargo, yo creo que el saber filosófico es una actividad irrenunciable, si pretendemos comprender el mundo actual y frenar las tendencias autodestructivas del ser humano. El fin de la filosofía es el fin de una humanidad racional y autocrítica.

Las masacres en Gaza, Siria, Irak, París o Nigeria nos recuerdan las profecías de André Malraux: “el siglo XXI será religioso o no será”. Los fundamentalismos religiosos protagonizan una guerra global que ha escarnecido el optimismo ilustrado. El “choque de civilizaciones” ya no es una hipótesis, sino una catástrofe cotidiana. No obstante, ninguna de las tres grandes religiones monoteístas exalta la violencia. ¿Por qué se producen entonces guerras y matanzas? El materialismo histórico afirmaría que el “choque de civilizaciones” solo es una versión de la lucha de clases. Detrás de las ideas, se esconden motivaciones económicas. Esta hipótesis no es completamente falsa, pero su poder explicativo es limitado. Al margen de las injusticias y las desigualdades, la incomprensión del otro se ha agudizado escandalosamente, tal vez porque el pensamiento se ha debilitado y fragmentado, deteriorando las herramientas que nos permiten adentrarnos en lo diferente y descubrir su sentido. Nietzsche jamás se habría planteado el diálogo entre las distintas culturas, pues su modelo de referencia era la Grecia clásica. Marx habría obviado el diálogo, considerando que la lucha de clases es el único motor de progreso y el debate ideológico solo es el barniz de conflictos materiales.

Algunos piensan que la deconstrucción constituye el canto del cisne de la filosofía, pero se olvidan de la Hermenéutica, que se basa en la apertura de la inteligencia humana a la alteridad. La Hermenéutica no es una doctrina, sino una interpretación del logos como un interminable diálogo con el otro y con uno mismo. Su máximo representante es el ya desaparecido Hans-Georg Gadamer, que en 1960 publicó Verdad y método, un clásico de la filosofía que propugna la “fusión de horizontes” para interpretar la realidad y los textos

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alumbrados por el ingenio humano. Una obra literaria o filosófica no es la simple expresión de una subjetividad, sino una realidad textual que cada época interpreta de una forma distinta. La verdadera interpretación no es un ejercicio subjetivo, sino un punto de encuentro entre un texto y una época. En la medida en que una interpretación reconoce sus límites, el horizonte de la comprensión se ensancha. Siempre hay un más allá que garantiza la continuidad del diálogo y la exclusión de la violencia, pues el ruido y la furia son incompatibles con el pensar. La filosofía siempre es una pregunta que se enriquece con el tiempo. “¿Qué es el hombre?”, se pregunta Kant. Esa pregunta siempre permanecerá viva y abierta, pero en el momento actual tal vez sea necesario formular un nuevo interrogante: “¿Qué quiere el hombre en realidad?”. Al evocar una discusión académica con varios colegas, Gadamer nos proporciona una respuesta que desborda el ámbito del saber académico: “…lo que al parecer pretendíamos es que el otro nos comprendiese, y quizás algo más. Queríamos reunirnos con el otro, obtener su aprobación o, por lo menos, que se retomara lo dicho, aun cuando fuese a modo de réplica u oposición. En una palabra: queremos encontrar un lenguaje común. A esto se llama conversación”.

Estos días es imposible eludir la tragedia del semanario satírico francés Charlie Hebdo, con su capacidad de exacerbar odios y profundizar divisiones. Sería tremendamente injusto acusar al Islam de intransigencia y fanatismo, cuando Europa ha justificado la colonización de tres continentes con argumentos racistas e imperialistas. Occidente predicó la guerra santa, quemó a sus herejes y expulsó a judíos y musulmanes. El último pogromo implicó la inmolación de seis millones de judíos con métodos industriales. La Historia no nos absuelve y nos exige un ejercicio de comprensión.

El actual “choque de civilizaciones” no se resolverá hasta que surja el diálogo. “Allí donde se logra realmente una conversación –escribe Gadamer-, los interlocutores ya no son exactamente los mismos cuando se separan. Están más cerca el uno del otro”. Algunos me reprocharán que hable de “choque de civilizaciones”, pero es innegable que el Islam y el Cristianismo se enfrentan al mundo desde perspectivas diferentes, lo cual no significa que esa discrepancia conduzca necesariamente a la confrontación o a la descalificación mutua. “Frente a episodios de fundamentalismo violento que nos inquietan –afirma el Papa Francisco en Evangelii gaudim (2013)-, el afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia” (253).

Islam, Cristianismo, Judaísmo y Ateísmo expresan diferentes formas de entender la vida, lo cual es perfectamente legítimo. El “choque” no es inevitable, pero se produce cuando no hay diálogo en un mundo cada vez más globalizado. La mundialización de la economía aboca a la coexistencia y las fronteras no pueden contener las avalanchas de inmigrantes que huyen de la pobreza y la guerra. La filosofía es una excelente herramienta contra la incomprensión y la barbarie. No podemos desperdiciar su potencial clarificador, su capacidad de humanizar los

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problemas y abordarlos desde la raíz, eludiendo tópicos y simplificaciones. Escribe Gadamer: “No deberíamos hablar de un fin de la filosofía hasta que no se produzca un fin del preguntar. Aunque es cierto que si un día se acaba el preguntar, se habrá acabado también el pensamiento”. Y si se acaba el pensamiento, la humanidad, lejos de dialogar, perderá la esperanza de vivir en paz. Las alambradas y las medidas de seguridad no resolverán los problemas.

“La ética –afirma el filósofo judío Emmanuel Lévinas– no es un momento del ser, sino que es algo más y mejor que ser”. La ética es el momento en que me hago responsable del otro y acepto su derecho a la diferencia, a la alteridad. Aunque parezca una paradoja, solo es posible echar raíces en el otro, que no es mi antagonista, sino el Tú que me interpela desde su desamparo. Cuando escucho su voz y atiendo a su llamada, surge la trascendencia, que implica la superación definitiva del odio, la ira y la confusión. La gloria de Dios es que los hombres se amen. Judaísmo, Cristianismo e Islam convergen en ese horizonte, que es del perdón, la reconciliación y el encuentro. Debemos avanzar en esa dirección, pues si escogemos el camino opuesto, solo nos esperan la rabia, el nihilismo y la desesperación.

Fuente:

http://negratinta.com/filosofia-contra-la-barbarie-sobre-la-masacre-de-charlie-hebdo/

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