Texto de Presentación Documentos El Antifascismo Argentino
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El antifascismo argentino
Condiciones de posibilidad, nacimiento, desarrollo, esplendor y ocaso de una apelación política nacional (1922-1946)
Introducción: en busca del objeto de estudio.
Uno de los tantos imaginarios acerca de la Argentina, que se
hallan extendidos a nivel mundial, es el de haber sido el nuestro un país
especialmente afín a la recepción y desarrollo de las ideologías nazi y
fascista, a la connivencia con sus maquinarias de espionaje y
propaganda y al reclutamiento militante y protección de sus criminales
de guerra.
La definición de la Argentina como lugar preferido por los nazis
derrotados en Alemania, para refugiarse y desde allí cumplir la
construcción de un futuro IVº Reich, ha sido una de las más notables
fantasías que la literatura política contemporánea ha sabido cursar en
ese sentido1. En ese supuesto plan no se descartaba siquiera la
presencia del mismísimo Hitler en nuestro país, aprovechando la
extensión del territorio para ocultarse2.
Aún hoy, esta visión de una Argentina mayoritariamente
nazificada forma parte de un imaginario común en los Estados Unidos,
donde dicha caracterización fue tempranamente desarrollada y
reproducida con vehemente constancia en las discusiones y decisiones
1 Newton, Ronald C., El cuarto lado del triángulo. La amenaza nazi en la Argentina (1931-1947), Buenos Aires, Sudamericana, 1995, Capítulo 18: “El mito del Cuarto Reich, 1943-1945”, pp. 409-430.2 Como señalaba Eugenia Silveyra de Oyuela, sin dejar de tomar algo en serio el rumor: “¿cómo descubrir a Hitler en la inmensidad de nuestras pampas o en el torbellino de nuestra urbe?”. Documento Nº 61 de la presente recopilación (de ahora en más, nos referiremos a los documentos incluidos en esta colección, a través de la cita: “Documento Nº...” junto con el número que le ha correspondido en esta selección).
1
relativas a la política y la diplomacia internacional, por parte de la
prensa y de ciertos círculos del gobierno norteamericano3.
Este imaginario supo esparcirse posteriormente en el resto del
mundo y contar incluso en la Argentina con amplios cultores,
especialmente en el periodismo y el cine histórico de difusión, ámbitos
desde los que se ha realizado, en líneas generales y como lo señala el
historiador Cristian Buchrucker, “una desafortunada producción”4, en
la que se ha llegado a confundir, entre otras cosas, parte de la
propaganda fabricada por publicistas de los años cincuenta con
documentos reales del período bélico5.
Afortunadamente, una historiografía académica bastante reciente
–que en su tardía aparición marca la incontrovertible persistencia
inicial del imaginario ya presentado- comenzó a describir el carácter
mítico de ciertas representaciones cursadas en ese sentido y a calibrar
sistemáticamente los alcances concretos de la presencia nazi y fascista
en el país, desechando las hipótesis cuyas bases carecían de
fundamento o documentación y desmintiendo, a través de la
comparación con lo sucedido en otros países, la pregonada perversa
particularidad argentina en torno de la intromisión totalitaria6.
3 Para un análisis del papel que cumplió la imagen de la Argentina nazificada como catalizadora y legitimadora de los conflictos diplomáticos preexistentes entre nuestro país y los Estados Unidos, ver entre otros: Bendaña, Alberto, “Churchill, Roosevelt y la neutralidad argentina”, Todo es historia, Nº 113, Octubre de 1976, pp. 7-33 y Rapoport, Mario, “La política de los Estados Unidos en la Argentina a comienzos de los ´40” (1979). Reproducido en El laberinto argentino, Buenos Aires, EUDEBA, 1997, pp. 239-264.4 Buchrucker, Cristian, “Reseña al libro de Uki Goñi, ‘Perón y los alemanes. La verdad sobre el espionaje y los fugitivos del Reich’”, Ciclos en la historia, la economía y la sociedad (de ahora en más, Ciclos), año 10, Vol. X, Nº 19, 2000, p. 287. Si bien en esta reseña el autor valora inicialmente al libro en cuestión como un aporte más serio que el resto de la producción periodística realizada sobre este tema, luego se encarga puntillosamente de destacar algunas aserciones no probadas en el libro de Goñi, que aparecen más deudoras del mito de la amenaza nazi que de un esfuerzo serio de comprobación histórica.5 Como lo ha demostrado Ignacio Klich en su ponencia Documentos, desinformación y la llegada de nazis al Río de la Plata, presentada en la Conferencia Internacional de Investigación de la Latin American Jewish Association en la ciudad de México, en noviembre de 1995.6 Entre esta bibliografía, centrada específicamente en la tarea de desmitificación, pueden citarse las siguientes obras: Klich, Ignacio, “Los nazis en la Argentina:
2
Sin embargo, y a pesar de la gran utilidad desmitificatoria de esta
renovación historiográfica, el grueso de dicha obra no ha tendido a
centrarse en la pregunta acerca de los orígenes profundos que dieron
curso a la representación histórica –tan exitosa como perdurable en el
campo político e ideológico- que se ponía en cuestión.
Creemos en la necesidad de realizar esa tarea, ya que los
componentes de este imaginario sociocultural, allende su variable dosis
de fantasía, no parecen haber derivado de la mera imaginación
maravillosa, sino haberse originado, nutrido y justificado a través de la
existencia de disputas y entrecruzamientos de posicionamientos
políticos reales ocurridos en la Argentina de entreguerras, Segunda
Guerra Mundial e inmediata postguerra, que alimentaron la salud de las
visiones arriba referidas.
Es que, en la construcción de la imagen de la complicidad
nacional con el fascismo, se advierte que no sólo la estrategia de
política internacional de Estados Unidos y otros países aliados fue
decisiva, sino que -acompañándola (y en algunos casos, nutriéndola)-
fue la acción de un movimiento antifascista específicamente argentino,
anudado fuertemente al entramado político local, la que en su
desarrollo político supo labrar lenta pero consecuentemente dos de las
imágenes más populares acerca de la Argentina generadas en relación
con el conflicto ideológico mundial: la del fascista criollo y la de la
amenaza nazifascista.
A través de ellas y de la ferviente oposición que en Argentina
numerosos grupos demostraban a los regímenes de Mussolini, Hitler y
a los gobiernos satélites y amigos del totalitarismo, fueron
desarrolladas una serie de caracterizaciones antifascistas que supieron
revisando algunos mitos”, Ciclos, año 5, Vol. V, Nº 9, 2º semestre de 1995, pp. 193-220; Newton, El cuarto lado del triángulo. La amenaza nazi en la Argentina (1931-1947) y Rapoport, Mario, “Argentina y la segunda guerra mundial: mitos y realidades”, EIAL, Vol. VI, Nº 1, enero-junio de 1995, pp. 5-21.
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funcionar como verdaderos mitos movilizadores políticos y sociales en
nuestro país7.
Más allá de ser puntualmente verdaderas o no, las denuncias
sobre la influencia del nazifascismo en Argentina apuntaban a una
creencia instalada en la sociedad que podía ser traducida en
movilización política concreta y que suponía, en gruesas líneas, que la
debilidad y alteración de las instituciones democráticas se correspondía
con una mayor vulnerabilidad de la Nación frente a ciertas asechanzas
extrañas8.
La verosimilitud de cada denuncia o expresión antifascista se
reactivaba a través de ciertos sucesos relacionados con la guerra que
afectaban al país en forma directa (como el episodio del Graf Spee en la
batalla del Río de la Plata)9, o con la detección de la actividad de
organizaciones fascistas y nazis en las comunidades étnicas locales10,
pero su conversión en una creencia o mito movilizador se originaba en
la capacidad que tenía para producir hechos políticos que repercutieran
en las luchas internas que se desarrollaban en el país.
La posibilidad de esta operación se fundaba en la facilidad que
iría adquiriendo la mayoría de los actores políticos y sociales (y no sólo
7 Hemos tomado la idea de mitos movilizadores, del revelador trabajo de Leonardo Senkman: “El nacionalismo y el campo liberal argentinos ante el neutralismo: 1939-1943”, EIAL, Vol. VI, Nº 1, junio-diciembre de 1995, pp. 23-49.8 En ese esquema, el fraude y la violencia eran las alteraciones institucionales básicas para los grupos antifascistas y democráticos. Así lo señalaba el diputado radical Alberto H. Reales: “Cuando desaparezca el fraude, cuando la violencia haya sido desplazada para siempre de nuestras prácticas políticas, el país podrá sentirse fuerte para afrontar los problemas que esta hora tremenda que vive el mundo, plantea a la nación; quienes se opongan en forma directa o indirecta a aquello que es un reclamo de la ciudadanía argentina, habrán traicionado a la patria y comprometido la soberanía nacional”. Citado en AAVV, El presidente Ortiz y el Senado de la Nación, Buenos Aires, Comisión de Homenaje, 1941, p. 338.9 Ver Newton, El cuarto lado del triángulo. La amenaza nazi en la Argentina (1931-1947), Capítulo 15: “Hermosísimos pedazos de jóvenes. La internación de la tripulación del Graf Spee, 1939-1946”, pp. 318-341. 10 Ver Gaudig, Olaf y Peter Veit, “El Partido Nacionalsocialista en Argentina, Brasil, y Chile frente a las comunidades alemanas”, EIAL, Vol. VI, N° 2, julio-diciembre 1995, pp. 71-87 y Newton, Ronald C., “¿Patria? ¿Cuál Patria?, Ítalo-argentinos y Germano-argentinos en la era de renovación nacional-fascista, 1922-1945”, Estudios Migratorios Latinoamericanos (De ahora en más EML), año 7, Nº 22, abril 1986, pp. 401-423.
4
los antifascistas), para anudar los sucesos locales con los hechos
producidos en la situación internacional.
Expresada en caracterizaciones de tipo político-ideológico, la
imagen que se tenía de las posibles repercusiones del fenómeno
fascista en la Argentina tendía principalmente a funcionar como
instrumento de movilización de los sectores democráticos opuestos a la
dinámica fraudulenta (y luego dictatorial), más que de meditación o
análisis –en términos de políticas de Estado o de calibración de
posturas internacionales- del lugar que ocupaba la Argentina frente a
ese fenómeno.
Incluso un tema como el de la defensa nacional, ampliamente
promovido por la dirigencia antifascista argentina, podía llegar a
involucrar discusiones de interés partidario que podían aparecer,
inicialmente, como ajenas a tan delicada cuestión.
En tal medida los aspectos partidarios llegaban a afectar un
acuerdo sobre Defensa, que el senador socialista Mario Bravo, luego de
señalar que “un plan integral de defensa nacional debe empezar por el
levantamiento del censo general de la Nación”, censuraría a los
conservadores que se oponían a ello argumentando que eso los
perjudicaría ya que cambiaría la cuota de diputados nacionales a favor
de las provincias litoraleñas donde más fuerte era la oposición. Al
denunciar la mezquindad de los conservadores, Bravo descubría
también la importancia que, en términos electorales, suponía su
proyecto11.
Estas derivaciones de la lucha antifascista y democrática no
deberían ser vistas, a nuestro entender, como el mero resultado de la
imposición preferencial de móviles sectarios o mezquinos. Deberíamos
considerar, más prudentemente, que en la práctica cotidiana de los
dirigentes, las proposiciones patrióticas, los resultados políticos y los
11 Bravo, Mario, “Proposiciones sobre defensa nacional”, Argentina Libre, año 1, Nº 15, 13 de junio de 1940, p. 2.
5
beneficios partidarios –e incluso, las posibilidades de promoción
individual- eran comprendidos como parte de una misma estrategia
destinada a “salvar al país del fascismo” y en la que la eficaz
consecución de este fin primordial no podía traer más que –
conjuntamente- beneficios absolutos al movimiento democrático y
utilidades relativas a los dirigentes y a los partidos que mejor lo
supieran promover.
En todo caso, incluso los análisis de cuño antifascista, dedicados a
intentar analizar objetivamente las características fundamentales del
fascismo, no podían sustraerse a la idea que esa tarea intelectual era
solamente admisible como forma de combate. Así lo concebía el
militante izquierdista Ernesto Giúdici: “es más fácil ‘repudiar’ al
fascismo que estudiarlo. Y sin estudiarlo no se lo combatirá jamás. Por
no ser estudiado, pasó desapercibido, precisamente, el progreso del
nazismo en América”12.
Estas palabras eran dichas por uno de los intelectuales más
tempranamente interesados en determinar, desde una visión marxista,
la naturaleza estructural del fascismo en Argentina, al que interpretaría
bajo la lupa de la lucha de clases en su etapa estudiantil13, para
considerarlo dos años después, una modalidad política del
imperialismo14.
A contrapelo de los análisis de intención dialéctica, el Comité
Ejecutivo Nacional del Partido Socialista, agrupación en la que Giúdici
comenzó militando, evitaba expresar una definición cerrada acerca de
la naturaleza del fascismo. Al favorecer la multiplicidad interpretativa
con que lo abonaban los diferentes miembros, la dirigencia del partido
12 Giúdici, Ernesto, Hitler conquista América, Buenos Aires, Acento, 1938, p. s/n.13 “Personalmente, sé que, en definitiva, no hay más que un medio para aplastar al fascismo -la lucha de clases”, Documento Nº 87.14 Giúdici, Ernesto, “El pensamiento fascista en la cultura”, Claridad, año 14, Nº 290, Junio de 1935, p. s/n.
6
lograba una mayor flexibilidad para utilizar la consigna antifascista
como herramienta política y de movilización social15.
Esta visión que privilegiaba los resultados de la movilización
antifascista extendida, por sobre la necesidad de dar una definición
terminológica más precisa sobre el fascismo, había sido inicialmente
respetada por Giúdici16. Sin embargo, tras su posterior disenso con el
Partido Socialista, Giúdici criticaría esa postura, resaltando las
derivaciones fascistizantes a las que –a su juicio- la falta de rigurosidad
dialéctica podía conducir.
De esta forma, el autor del libro Hitler conquista América
condenaría –por lo que consideraba una falta de rigurosidad analítica-
tanto al socialismo de inspiración justista, como a los trabajos del
anarquista italiano Luce Fabri, autor del libro Camisas Negras, por
sostener, “sin quererlo, una posición francamente liberal, y
culturalmente, el pensamiento fascista”17.
Sin embargo, el caso de Giúdici, quien solía recalcar a menudo su
propia persistencia, precocidad y coherencia analítica frente al peligro
fascista en Argentina, sirve paradójicamente de ejemplo para demostrar
lo atados que podían quedar ciertos aportes a la lucha antifascista -por
más rigurosos que buscaran ser- con otras cuestiones políticas e
ideológicas, de imprevisible surgimiento en el despliegue de la
contienda internacional.
En 1940, ya adscrito al comunismo, luego de su antigua
participación en el socialismo obrero, Giúdici publicaría una frase
reveladora: “hay que ver y apreciar que, muchas veces, detrás de esa
15 Ver Bisso, Andrés, “Los socialistas argentinos y la apelación antifascista (1938-1943)” en Camarero, Hernán y Carlos Miguel Herrera (comp.), El Partido Socialista en la Argentina, Buenos Aires, Prometeo, 2005, pp. 321-341.16 Como cuando en 1933 decía: “No discutamos mucho, para distanciarnos luego cada vez más. Pongámonos de acuerdo en la acción inmediata (...) ¿Coincidimos en abatir al fascismo para que no tome cuerpo y se arraigue firme y sólidamente? Bien. Estrechemos filas, entonces, aunque sólo sea para marchar del brazo juntos y juntos castigar al insolente fascismo que surge”. Documento Nº 87.17 Giúdici, “El pensamiento fascista en la cultura”, p. s/n.
7
ideología fascista late un anhelo de masas, que por ser de masas poco
importa que sea fascista o no”18.
Esta definición parece cambiar -por completo- la forma en que el
autor había encarado la cuestión previamente, cuando advertía que la
tarea principal era “ilustrar, (...) enseñar a todos, especialmente a las
clases humildes, sobre el peligro fascista”19. En solamente 7 años, la
misma concepción del fascismo como forma política del capitalismo era
capaz de sugerir estrategias de actuación política extremadamente
diferentes en relación con los sectores populares.
La nueva posición frente al fascismo, que en 1984 era evocada
retrospectivamente por el autor como un aporte pionero para la teoría
de la liberación nacional 20, sólo era pasible de ser explicada -en 1940,
el año de primera edición del libro- en el marco del reposicionamiento
que el Partido Comunista argentino había estado obligado a efectuar
ante la firma del Pacto de no agresión germano-soviético del 23 de
agosto de 1939.
La pretendida precisión terminológica del análisis de Giúdici, al
transformar –en tan poco tiempo- sus dictámenes acerca de cómo
pensar y tratar al fascismo, no hacía entonces más que resaltar la
aparente imposibilidad de transitar caminos separados de la gran
convulsión ideológica internacional en que solían verse atrapados los
actores políticos locales y que los llevaba, a menudo, hacia
posicionamientos que suponían, en palabras de Borges, “la extinción o
la abolición de todos los procesos intelectuales”21.
La misma sensación de esquematismo sería advertida por Oliverio
Girondo en un notable artículo, escrito como el de Borges en época de
18 Giúdici, Ernesto, Imperialismo inglés y liberación nacional, Buenos Aires, Problemas, 1940, p. 10.19 Documento Nº 87.20 En el prólogo a la edición de 1984, Giúdici diría que desde 1935, había descubierto “un país real en una ‘nación formal’ y pens(aba) entonces en cómo debía construirse una nación verdadera”. Imperialismo inglés y liberación nacional, Buenos Aires, CEAL, 1984, p. 8. 21 Documento Nº 149.
8
guerra mundial, en el que señalaba que “hoy, más que nunca, el lector
se halla dispuesto a comprender, únicamente, lo que pueda agradarle o
le convenga”. El tono de recriminación ortodoxamente aliadófilo con el
que Adolfo Mitre censuraría esas palabras, parecen ratificar la
sensación inicial del poeta22.
Tanto en las variaciones interpretativas de Giúdici, como en los
debates entre Girondo y Mitre, se daba una tensión subyacente en la
prédica antifascista que se producía por los intentos de presentar
unificada bajo una posición granítica y una coherencia atemporal, a una
multiplicidad de grupos y personas que diferían, no sólo en importantes
aspectos políticos e ideológicos, sino también en la forma de definir e
identificar a ese enemigo en común –el fascismo- contra el que se
buscaba luchar.
Sin embargo, y a pesar de las dificultades en su construcción, los
aportes constantes por constituir una apelación antifascista argentina
conformarían una tradición cultural capaz de mutar con el transcurso
del tiempo y esparcirse, flexible y potentemente, tanto para definir el
ropaje del enemigo al que se buscaba atacar como para conferir a los
grupos unidos heterogéneamente bajo esa apelación, cierto enfoque en
común con el que comulgar.
De esta manera, y aunque definido inicialmente a través de su
mismo nombre, con el prefijo negativo de “Anti-”, el antifascismo
argentino fue conformando también cierta identidad positiva, que pese
a su imprecisión, sería utilizada a menudo como fundamento de un
discurso unificador.
Esto no significa que el debate acerca del acuerdo mínimo sobre
el que podía congregarse el antifascismo estuviera cancelado. Todo lo
contrario, y aunque a menudo se expresaran de manera poco explícita,
las diferencias sobre este punto eran constantes entre los diferentes
22 El debate íntegro entre Girondo y Mitre figura en el documento Nº 142..
9
grupos que pretendían participar, de una manera u otra, en el
movimiento antifascista, en su prensa y en sus organizaciones.
Algunos sectores enrolados en el catolicismo llegaban a censurar
–incluso- el acento en el carácter meramente antagónico de la lucha
que se emprendía bajo la prédica antifascista y subrayaban lo que
consideraban las características positivas de un nucleamiento de tal
magnitud.
Esto puede observarse en relación con la editorial fundacional del
semanario Antinazi, que al poner el acento en la condición antagónica
de la empresa que llevaba a cabo23, obligaba a la escritora católica
Eugenia Silveyra de Oyuela a realizar una serie de consideraciones por
las cuales se entendiese su aceptación a participar en la revista,
haciendo señalar que:
“A pesar de las reiteradas declaraciones de la señora de Oyuela sobre
que el católico no debe adoptar la posición negativa de ‘ANTI’, por ser el
catolicismo una posición constructiva, la escritora ha aceptado colaborar en
ANTINAZI, en mérito de presentarse este periódico con un programa de
acción positiva cristiana, ‘por una Argentina libre y democrática’”24.
A pesar de la notable pirueta discursiva –afín a otras cabriolas
ideológicas ya realizadas por la autora25, Silveyra de Oyuela no se
equivocaba tanto al resaltar esas tres facetas del antifascismo local que
recuperaba y que ella pretendía, como no podía ser de otra manera,
23 La editorial señalaba: “Quien desee compartir estas semanales fiestas del espíritu, habrá de mostrar un título inequívoco de antinazi, y no, de meramente no nazi. El que, sospechoso de nazismo, se limite a contestar: ‘yo no soy nazi, sino tal o cual cosa’, y elude el uso del definidor prefijo (es decir, “Anti”. A. B.), merece la sospecha”. Documento Nº 27. 24 Antinazi, año 1, Nº 1, 22 de febrero de 1945, p. 5.25 Eugenia Silveyra de Oyuela, activa participante en movimientos aliadófilos argentinos (algunos que enviaban sus mayores contribuciones de guerra a Rusia, como la Junta de la Victoria), había sido, sin embargo, en los años de la Guerra Civil Española, una igualmente ferviente postuladora de la necesidad de la victoria del General Franco y aclamadora de los discursos de su considerado émulo local, el gobernador Manuel Fresco. Ver, para la mención de un artículo en este último sentido: Zanatta, Loris, Del estado liberal a la nación católica, Buenos Aires, UNQ, 1997, pp. 200.
10
esencialmente cristianas: la argentinista, la liberal (forma en que
Antinazi expresaba la libertad) y la democrática.
Somos conscientes que nosotros también hacemos aquí una
relectura particular de este discurso –sobre todo en el aspecto liberal,
con el que incluso los católicos argentinos más democráticos habían
demostrado no cuadrar del todo-, pero la posibilidad de entender de esa
manera, por parte de un lector de la época, la tríada mencionada por
Silveyra de Oyuela, era no sólo bastante elevada, sino la más factible de
todas.
Y es que, a pesar de no lograr nunca la pretendida homogeneidad,
el antifascismo será reconocido principalmente –y en especial desde el
estallido de la Segunda Guerra Mundial- como un pilar más dentro del
movimiento general de defensa de la tradición histórica argentina y las
instituciones democráticas que llevaban a cabo los opositores al fraude
y la dictadura. En ese esquema, y sin exagerar mucho sus alcances, la
tríada concebida por Silveyra, era lo que a menudo definía más
expresivamente al antifascismo local y la que más adeptos congregaba.
Estos apuntes iniciales han buscado identificar –provisoriamente-
el complejo marco ideológico, político, social y cultural del que se
hicieron eco la prensa y las organizaciones antifascistas, cuyos
documentos hemos seleccionado.
En la advertencia de dicha complejidad y multiplicidad, esta
selección ha pretendido rescatar un número extenso de documentos
producidos por ese difuso –aunque reconocible- movimiento de opinión.
Hemos privilegiado la presentación de un panorama general -lo más
representativo posible- de las respuestas que dio este movimiento
político-social a la notable convulsión ideológica operada en los años
que lo acompañaron.
No obstante, cabe advertir la presencia de otros documentos –
algo más anómalos- que han sido incorporados por su capacidad de
aportar matices al cuadro interpretativo general que ha venido
11
desarrollándose acerca de esta época. La suma de fuentes
bibliográficas concluye así, un muestrario surtido de las formas que
tomó la lucha antifascista y de la multiplicidad de causas que supo
reclamar como propias.
Para la tarea emprendida, hemos intentado mostrar, a través de
la combinación de ejes temáticos y cronológicos, las principales
transformaciones y permanencias existentes en el movimiento
antifascista. El arco histórico recorrido cubre, desde las iniciales
repercusiones negativas –producidas en la comunidad italiana
argentina- por el ascenso de Mussolini al poder, hasta el ocaso
definitivo del antifascismo como apelación política de uso nacional,
detectable a partir de la derrota de la Unión Democrática.
Confiamos en que, a través de las lecturas aquí recogidas, el
juicioso lector pueda descifrar la respuesta acerca de los móviles que
llevaron a la prolífica difusión y particular confección de ese armazón
polimorfo de ideas y prácticas que se llamó el antifascismo argentino y
a comprender la razón de la exitosa permanencia –en el imaginario
ideológico y político- de algunos de sus principales y más usados
estandartes discursivos.
Por nuestra parte desarrollaremos, a continuación, la lectura del
fenómeno antifascista argentino que nos ha guiado en la elección de los
textos.
Para mejor progreso de esta presentación, la hemos estructurado
de forma afín a los apartados en los que hemos dividido los documentos
presentados. Ello no será obstáculo para introducir, en comentarios
sobre determinada sección, la mención a documentos situados en otra.
La estricta taxonomía es imposible en la constante interrelación
temática y cronológica que se advierte en los textos escogidos y
creemos que ello es para el análisis una muestra de riqueza, más que
de mendicidad.
12
1) En el inicio, el Manifiesto.
Los manifiestos, declaraciones, cartas de presentación y
editoriales fundacionales, junto con otras formas de exposición inicial
de intenciones y objetivos que figuran en la primera sección de este
libro documental, conforman un buen punto de vista para mirar el
deber ser que las diferentes agrupaciones y medios de prensa
antifascistas se fueron imponiendo a lo largo de su historia, desde los
primeros años de la década del veinte, al arrullo del antifascismo de
origen italiano, hasta los últimos alegatos pro-aliados de los sectores
democráticos argentinos, que habían sabido hacer ya, del antifascismo,
un eficiente lugar de apelación, un eficaz motor de movilización y un
efectivo punto de ubicación político-ideológica interna.
Estos verdaderos documentos de identidad del antifascismo
argentino no son sólo útiles en tanto partidas de nacimiento de las más
importantes agrupaciones antifascistas (o de cumpleaños –en los casos
en los que falta la inicial partida26), sino también como materia prima
que alimentaría las posteriores versiones laudatorias, presentes en las
memorias de los participantes del movimiento y en los de cierta
historiografía posterior, que analizaron al movimiento, casi
exclusivamente, desde el mirador que la lectura literal de sus actas
fundacionales otorgaba27.
Dichos acercamientos históricos iniciales, al acompañar el
carácter prescriptivo e idealista de la producción originaria antifascista,
26 Es el caso de la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (A. I .A. P. E), que pareciera carecer de una declaración fundacional unívoca, y cuyo antecedente inicial es el “Mensaje a los intelectuales de Latinoamérica” de Aníbal Ponce, cuya versión íntegra se juzga perdida por el encargado de sus Obras Completas y antiguo secretario de la comisión directiva de la organización (Héctor Agosti), aunque extractos de ella pueden consultarse en el Documento Nº 7 de la presente selección. 27 En un trabajo que mixtura las memorias personales del autor con un trabajo de referencia historiográfica, se retrata a las agrupaciones antifascistas, por sus fines declarados de “denunciar y combatir el fascismo infiltrado en el país y sus instituciones”. Rocca, Carlos José, Juan B. Justo y su entorno, Buenos Aires, Editorial Universitaria de La Plata, 1998, p. 159.
13
no tendían a captar ni la historia concreta de las prácticas ni la tensión
entre los múltiples discursos circulantes del antifascismo argentino,
sino que partían, para analizarlo, de los mismos presupuestos que ese
movimiento consideró indiscutibles, es decir, la unidad granítica
originaria frente al fascismo –también él, monolítico- y la preeminencia
de la intención heroica y sacrificada de combatirlo, por sobre cualquier
divergencia accidental de intereses e identidades.
El aspecto heroico del antifascismo argentino, prestado de la
práctica europea y reproducido en la Argentina inicialmente por la
colectividad italiana en su denuncia del asesinato de Giacomo Matteoti,
fue indudablemente el pilar inicial en donde se fundamentó esa visión
romántica. Tomando en referencia ese “pensamiento puro y rebelde a la
memoria luminosa de quien supo morir heroicamente reafirmando
hasta el último aliento, su fe ardiente en el triunfo total de la libertad y
de la justicia”28, resulta comprensible que el antifascismo se
identificara, inicialmente, con una fe militante e intransigente.
La creciente radicalización ideológica, mundial y nacional,
llevaría a que ciertos sectores expresaran en términos más violentos los
alcances de su adscripción a la causa antifascista. Es así, que en los
Estatutos del Frente Único Popular Argentino Antiguerrero y
Antifascista, se explicite que “sus miembros sabrán defenderse
individual y colectivamente con toda la violencia que sea menester,
contra cualquier ataque directo y violento del fascismo” y denunciar
como fascista ante el Comité Barrial, a toda persona sospechosa de tal,
incluyendo –si fuera el caso- al vecino de enfrente29.
Con estas propuestas, y otras más moderadas, los antifascistas
estaban convencidos, al fundar las nuevas organizaciones que los
congregaban, de “haber respondido a las exigencias de un momento
histórico”30 que se juzgaba determinante para el futuro de la
28 Documento Nº 1.29 Documento Nº 3.30 Documento Nº 9.
14
humanidad y, por consiguiente, del país. Como podrá advertirse, los
manifiestos recogidos abundan en la certeza de la necesidad de la
movilización activa.
La referencia a la urgencia de la hora era el alegato principal
para justificar la necesidad de constitución de las diferentes
organizaciones antifascistas, como lo expresaba uno de los manifiestos
aquí recogidos: “en el fascismo está, dentro y fuera de Italia, el peligro
más inmediato que hay que combatir con redoblada energía, dado el
retroceso social que implica y la inminente ruptura de la paz”31.
La urgencia por atender las sucesivas tareas que deparaba la
tormenta del mundo, era repetida, también, para justificar el tono
político que adquiría cualquier expresión de pretensiones intelectuales,
aunque fuese proferida –incluso- desde una revista principalmente
dedicada a la literatura y el arte. Como puede leerse en la editorial de
la revista cultural De Mar a Mar, integrada mayormente por argentinos
y republicanos españoles32, la lucha ideológica debía ser privilegiada,
aunque ella pudiera interferir en la tarea artística individual:
“hoy tienen las horas una categoría tal de fecha decisiva que requieren
del literato o del investigador o del artista una contribución moral tan
apremiante que no siempre puede conciliarse con el ritmo de su obra
específica”33.
Nada parecía, por otra parte, más comprensible que esa actitud,
para aquellos refugiados republicanos que habían sido obligados a
dejar sus tierras y ante quienes, en un mismo tono de urgencia, en ese
“instante crucial en el que se juegan los destinos de la humanidad
31 Documento Nº 4. 32 Lorenzo Varela y Arturo Serrano Plaja eran sus secretarios de redacción y entre sus colaboradores figuraban los españoles Rafael Alberti, Alejandro Casona y los hermanos Eduardo y Rafael Dieste; los argentinos Eduardo Mallea, José Luis Romero, Renata Donghi Halperin y Horacio Butler; el brasileño Newton Freitas; el mexicano Octavio Paz y el italiano Atilio Rossi. 33 Documento Nº 24.
15
entera”, apelaba el llamamiento de la revista Timón, dirigida por Diego
Abad de Santillán y Carlos de Baráibar34.
Con la creciente interacción entre las comunidades étnicas y los
sectores democráticos locales, la idea de la unidad de la lucha a
encarar se haría cada vez más patente. En las concepciones más
generalizadas, se instaba a señalar la necesidad de comprender que
ambos grupos –extranjeros y nativos- tendían por igual a la defensa de
la libertad35; mientras que en otras menos recorridas –como la del
italiano Nicolás Cilla- se pronosticaba la utilidad de la lucha antifascista
como medio de absorción de las comunidades en el crisol argentino36.
A los manifiestos y estatutos se le sucedían una serie de prácticas
políticas concretas que intentaban conservar la fidelidad al texto
fundacional, a pesar de las transformaciones sufridas en el transcurso
del tiempo en el cambiante clima político-ideológico. Y si bien no
siempre era posible mantener el tono heroico y olímpico de los
manifiestos, las diversas actividades y discursos llevados a cabo no
resultaban, para quienes los realizaban, del todo incompatibles con los
ideales generales enunciados.
En su carácter de iniciadores de la movilización o de
amplificadores de la propuesta ya comenzada, la vastedad de las
proclamas y demás documentos que aquí figuran, sirven para desmentir
una popularizada imagen de pasividad social en una Argentina
virtualmente nazificada.
Por el contrario –y en tanto la imagen de la nazificación era no
sólo la inspiradora de la creación de varios proyectos antifascistas, sino
34 Documento Nº 12.35 Como expresaba el Comité De Gaulle al señalar la necesidad de “agrupar en torno de nosotros a todos los amigos de la libertad que son también los de Francia, los de nuestra Francia, de la Inmortal... Y por de pronto, a nuestros amigos argentinos”. Documento Nº 15. 36 En el caso de la comunidad italiana, Cilla decía: “El fascismo, cuna de un nuevo y peligroso imperialismo, desearía explotar a los italianos residentes en la República, conseguir sus contribuciones en dinero para fines fascistas, atrasar y evitar su absorción en la gran familia argentina, e inculcar en sus hijos ideas fascistas y lealtad al fascismo”. Documento Nº 17.
16
también una resultante de la repercusión exitosa que tenía la alerta que
ellos expresaban- el amplio eco y respuesta que tenía cada una de las
iniciativas resalta la extensión de la desafección de numerosos
ciudadanos frente a los fascistas (“quien quiera que ellos sean”, como
rezaba uno de los manifiestos37).
La adhesión de amplios grupos y de gran parte de la dirigencia
política e intelectual –cuyos nombres pueden rastrearse a través de las
firmas presentadas en varios de los documentos seleccionados- muestra
la influencia y repercusión que el discurso antifascista argentino tenía
en la sociedad y en la política locales.
En ese sentido, la capacidad de convocatoria del manifiesto “En
defensa de nuestra soberanía”38, aparecido en Argentina Libre y
firmado por unos pocos notables, que logrará presentarse una semana
después en La Nación y La Vanguardia bajo la aprobación de más de
3000 suscriptores, desatando la rápida popularización de la agrupación
Acción Argentina y una interminable marea de actos y afiliaciones de
escala nacional, muestra no sólo la capacidad de representatividad
social de los impulsores de la convocatoria, sino también la no hostil
recepción de las ideas antifascistas39.
A medida que el movimiento antifascista se acercaba a los años
cuarenta, veía redoblada su imagen de prestigio y convocatoria, con la
misma rapidez con que perdía sus aristas más radicalizadas. Esta
moderación en los propósitos, justificada con la necesidad de mantener
una consistencia policlasista, no suponía sin embargo una igual
moderación en el tono de acusaciones y denuncias contra los gobiernos,
sectores e individuos a los que se consideraba facilitadores de la obra
de fascistización.
37 Documento Nº 3.38 Documento Nº 14.39 Bisso, Andrés, Acción Argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundial, Buenos Aires, Prometeo, 2005.
17
Una muestra de este curioso clima de convivencia de moderación
ideológica con altisonancia discursiva que generaban los mítines
antifascistas fue expresada a través de la participación del ex
embajador en Londres, Tomás Le Bretón, en un mitin de Acción
Argentina, acusando a “una justicia dormida para los grandes
delincuentes y demasiado avisada y dispuesta para los que se
preocupan de devolver al país a su cauce normal”40.
Esta altisonancia en una persona respetable como Le Bretón sólo
podía ser justificada bajo una prédica de denuncia patriótica y cívica,
que en su capacidad de renovar y hacer tentadora la movilización
social, principalmente luego del golpe uriburista de septiembre de
1930, sirviese de contrapartida a la sucesión de dictaduras y gobiernos
fraudulentos que marcarían toda la década del treinta y la mitad de la
del cuarenta.
Este generalizado tono acusatorio se complementaba, en varias
proclamas, con la necesidad de despojarse de cualquier interés político
o sectorial, en aras de la consecuente adscripción al ideal antifascista.
El manifiesto de Acción Argentina resulta uno de los más notables, al
señalar que la situación de Segunda Guerra Mundial y de amenaza que
ella significaba, imponía
“el momento de elevarse por sobre las divergencias que esas
definiciones implican, dejar de lado momentáneamente los compromisos de
partido y unirse para sostener ciertos principios elementales, cuya vigencia
ha constituido hasta ahora nuestra razón de ser como nación”41.
Frente a la Guerra Mundial, la misión antifascista predicaría una
cruzada cívica y patriótica con la que nadie parecía poder discrepar,
salvo que estuviera abiertamente a favor de la invasión nazifascista del
país o quisiera beneficiarse sectariamente. A partir de esa visión se iría
40 Citado en Fitte y Sánchez Zinny, Génesis de un sentimiento democrático, p. 388.41 Documento Nº 14. Cursivas mías.
18
labrando un discurso que gustaba caracterizar a los sucesivos
gobiernos (exceptuando el breve interregno orticista) como proyectos
de poder desligados de la voluntad popular.
A diferencia de las noticias provenientes del exterior sobre la
nazificación en Argentina, los grupos antifascistas locales deseaban
demostrar constantemente (tanto en el país como en el exterior) que el
pueblo argentino era en su mayoría antifascista y que sólo por la
curiosa instalación en el gobierno de unos pocos traidores a ese
sentimiento, se llevaban a cabo políticas neutralistas y cómplices con
los fascismos42.
Sin embargo, en ocasiones la referida altisonancia del tono de
denuncia y alerta dramática que a menudo se empleaba, asimilaba a los
dirigentes antifascistas a incomprendidos predicadores en el desierto,
cuya insularidad parecía confirmar una generalizada fascistización del
país y hacía decir al socialista Mario Bravo:
“nosotros somos una Alemania hitlerista en pequeño (...) aquí hay un
pequeño campo de concentración, más chico, es natural, que los de Alemania.
Son los calabozos de la Sección Especial contra el Comunismo”43.
Esto mostraba la dificultad discursiva que a menudo tenían estos
grupos que basaban la movilización en la denuncia de las actividades
antiargentinas de cuño totalitario, pero que de ninguna manera podían
señalar que este sentimiento estaba extendido en las masas que
pretendían movilizar. Esa ambivalencia, solía expresarse en una
discursividad levemente paranoica, que sería acrecentada por el
estallido de la guerra y que indudablemente no afectaba únicamente a
42 Como señalaba Nicolás Repetto a periodistas estadounidenses: “nuestro pueblo no tiene nada contra el pueblo americano y que si pudiera votar libremente otra habría sido la actitud del gobierno argentino en política exterior”. Repetto, Nicolás, Impresiones de los Estados Unidos, Buenos Aires, La Vanguardia, 1943, p. 58.43 Bravo, Mario, “La lucha contra el racismo es el aspecto de una lucha político-social universal”, en AAVV, El pueblo contra la invasión nazi, Buenos Aires, CCRA, 1938, pp. 51-52.
19
los grupos antifascistas, sino, en mayor o menor medida, a toda la
sociedad.
Los llamamientos efectuados combinaban un espíritu de
movilización parabélica –exteriorizado en la creación de brigadas
juveniles o femeninas- con el fomento de cotidianas actividades cívicas,
más atentas a mostrar la existencia de una comunidad particular de
intereses que no exigiera los sacrificios de la guerra verdadera. Quizás
sólo de esa manera son explicables las tareas asignadas a la mujeres
que deseaban participar en la Defensa Civil femenina que incluían,
además de los populares cursos de primeros auxilios, la asistencia a
clases de historia argentina44.
Pero la realización de estas actividades menos peligrosas que las
que parecían llevar a cabo la mayoría de los militantes antifascistas
europeos, sobre todo durante la movilización bélica, no evitaba que la
radicalización discursiva operase en los términos similares a los dados
en ultramar.
En ese sentido, desde la internacionalización del fascismo con el
ascenso de Hitler al poder, los diversos grupos antifascistas
subrayarían la imposibilidad de medias tintas. La polarización
ideológica se había consumado y aparecía como natural la división ya
invocada en el manifiesto de los estudiantes antifascistas de 1930 en el
que se aseguraba: “No hay términos medios: se está con el fascismo o
contra él. Toda posición ambigua sólo es en definitiva, un refuerzo de la
dictadura”45.
Más allá de esa polarización, la presentación cronológica de los
manifiestos puede mostrar asimismo la variabilidad de los argumentos
sobre la necesidad de estructurar un frente antifascista. Estas
mutaciones discursivas servían para canalizar otro tipo de inquietudes,
que a primera vista podían aparecer diferentes a las del combate del
44 Documento Nº 23.45 Documento Nº 2.
20
fascismo, pero que se justificaban siempre y cuando pudiera canalizarse
retóricamente bajo ese motivo.
Así, el antifascismo lograba, al identificar al fascismo en diversos
formatos, labrarse una perdurabilidad casi infinita. Si como decía el
escritor Aníbal Ponce, el fascismo era “la guerra, el terror y la miseria
(…) la cultura estrangulada, la universidad convertida en un cuartel, la
inteligencia envilecida y muda”46, entonces las posibilidades de
combatirlo y representarlo se ampliaban espacial y geográficamente, de
una manera geométrica.
Porque si bien el antifascismo surgió nominalmente como una
oposición al fascismo, su construcción como movimiento político no
podía construirse constantemente desde la oposición exacta de la
deriva política del que se presentaba como su enemigo eterno.
Lo que se construía teóricamente como un opuesto constante al
fascismo era un discurso que no se correspondía textualmente con la
realidad de las prácticas cotidianas a la que el antifascismo argentino
se enfrentaba en sus luchas locales. Esto sucedía porque el movimiento
antifascista recorría caminos propios que no tenían que ver
necesariamente con los del fascismo, aunque discursivamente se
tuvieran que justificar en oposición a él.
Mientras tanto, simultáneamente con la movilización local, cada
uno de los sucesos internacionales confirmaba a los antifascistas la
urgencia de su combate. Así, la invasión a Etiopía, la explosión de la
Guerra española, el Anschluss, la invasión a los Sudetes, los Pactos de
Munich y germano-soviético y la invasión a Polonia, habían sido sólo los
principales hechos dentro del proceso general de renovación de la
carrera belicista.
En cada uno de esos difíciles momentos, se analizaba no sólo la
situación de las naciones afectadas, sino la suerte de los fundamentos
46 Ponce, Aníbal, “Condiciones para la Universidad libre”, en AAVV, 1998-1918 La reforma Universitaria, Buenos Aires, La página, 1998, p. 49.
21
básicos del mundo en que se vivía, lo que, por otra parte, no podía dejar
de afectar a nuestro país. Bajo esa sensación, los grupos de apoyo a la
República española aseguraban que “en los actuales momentos el
pueblo español lucha por su libertad. El resultado de esta lucha
orientará la marcha del mundo por vías decisivas”47.
La interrelación de sucesos era aún más evidente para los
miembros del Comité Contra el Racismo y el Antisemitismo, que
señalaban que lo que afectaba a Europa, repercutía en América, ya que
“nuestra civilización americana se ha desenvuelto siguiendo el ritmo de
la civilización europea”48, y que el recrudecimiento del antisemitismo
en Argentina, no podía deberse sino al éxito que las teorías totalitarias
tenían en algunos países europeos y que repercutía en el nuestro.
La fortaleza y dramatismo de la prédica de los manifiestos y
demás proclamas antifascistas se renovaban con cada nuevo suceso
internacional o nacional que conmoviera la conciencia de los grupos
democráticos crecientemente movilizados frente a los procesos de
deformación o cancelación del proceso electoral. La necesidad de
fundación de nuevas iniciativas amparadas bajo el objetivo antifascista
se reactivaba constantemente, manteniéndose incluso en los mismos
estertores de la guerra mundial, como lo demuestran las editoriales
fundacionales de los periódicos Antinazi y El Patriota, órganos de
prensa antifascistas fundados pocos meses antes de la definitiva
rendición alemana49.
Junto con los manifiestos inaugurales pueden recogerse otros
ecos más cotidianos, relacionados con los inicios de las agrupaciones y
periódicos antifascistas, a través de las presentaciones menos atentas a
la apelación militante y más abiertas a la dinámica heterogénea de la
movilización concreta.
47 Documento Nº 8. 48 Documento Nº 9.49 Documentos Nº 27 y 28.
22
En estas producciones puede el lector deleitarse, por ejemplo, con
la precisión de las instrucciones de Nicolás Cilla acerca de cómo se
podía colaborar financieramente con su diario y en las que no se
olvidaba resaltar que hasta el más mínimo aporte de cinco centavos
resultaba provechoso50. O con los reportajes particularmente
minimalistas de presentación de agrupaciones –hechos casualmente por
tres mujeres, Núñez, Ratto de Sadovsky y Piquet51- en los que resalta de
forma particular la tensión entre la pregonada popularidad de las
organizaciones y la preeminencia del carácter marcadamente notable
de su dirigencia.
En estos relatos podemos ver cómo Adriana Piquet cuenta, entre
divertida, sorprendida y orgullosa, la anécdota en la que un joven más
bien morocho, adherente al Comité De Gaulle, se dirigió a ella -
confundiéndola con una extranjera- hablándole en un francés que
Piquet juzgaría de “pronunciación deplorable”52. En un tono, más
solemne, la dirigente de la Junta de la Victoria, Cora Ratto de Sadovski,
no dudará en resaltar el hecho que en la convención de su agrupación
hubiera, entre tantas damas notables y de origen profesional, hasta
“una analfabeta”53.
Más allá del uso de este tono coloquial para presentar a las
agrupaciones o de las diferencial intensidad dramática con que se
expresaba la tarea a llevar a cabo, a todos los textos los reúne una
misma pasión, que aunque en ocasiones centraba su eficacia en la
remisión a la continuidad histórica54, en todos se muestra transida -de
50 Documento Nº 17.51 Documentos Nº 16, 22 y 26.52 Documento Nº 16. 53 Documento Nº 22. La Junta de la Victoria surgió el 13 de septiembre de 1941 y constituyó la más reconocida expresión del antifascismo femenino organizado. Su presidenta era Ana Rosa Schlieper de Martínez Guerrero y sus dirigentes más destacadas eran, entre otras, Cora Ratto de Sadovsky, Matilde Porta Echagüe de Molinas, María Teresa Obarrio de Pinedo, Margot Portela Cantilo de Parker, María Rosa Oliver, Silvina Ocampo de Bioy Casares, Norah Borges de De Torre y María Carmen de Aráoz Alfaro. 54 Ver Documento Nº 13.
23
manera ubicua- por la necesidad de expresar una voluntad fundacional,
un “clarinetazo anunciador de la necesidad de una fe, un entusiasmo,
algo nuevo”55.
Con esa voluntad innovadora en el campo de la política nacional,
el antifascismo resultaba tentador como fuente de identificación,
movilización y apelación de vastos sectores nacionales, aunque
sostuviera en parte –o precisamente por eso- valores de circulación
social ya reconocidos y aceptados.
2) Las múltiples caras del antifascismo
Más allá de la heterogeneidad interpretativa que provocó el
fenómeno antifascista y de la pluralidad de intereses temáticos que su
prensa fue absorbiendo, es menester remitirse primero a las dos
principales y más efectivas formas por las que se produjo la efectiva
movilización antifascista argentina: la lucha contra el fascismo criollo y
contra la amenaza nazifascista.
El poder de convocatoria y movilización de estas ideas, centrado
inicialmente en la conexión internacional y en el atractivo que suponía
la existencia de complots misteriosos y velados de dominación
extranjera, se fortaleció a partir del aura heroica que proporcionaba su
militancia, frente al empantanamiento de las prácticas políticas que
generaba el fraude y el estado de sitio.
Finalmente, su conversión en puntales contra la dictadura militar,
las convirtió en armas de resistencias, capaces de unificar de forma
relativamente eficaz a la oposición democrática hasta la aparición del
último ejemplo de fascista criollo identificado por ellas: el coronel
Perón.
El antifascismo frente al variable fascismo criollo
55 Expresión de Delio Cantimori en Los historia y los historiadores, Barcelona, Península, 1985, p. 184.
24
Como hemos señalado, la construcción de la imagen del fascismo
criollo fue uno de los referentes de unificación de la prédica
antifascista. Su mención sirvió para condenar constantemente a los
nacionalistas, quienes como grupo político, resultaban ser los más
enconados enemigos del movimiento.
Sin embargo, en el proceso de construcción de la imagen del
cómplice nativo de los regímenes totalitarios, los individuos concretos –
incluyendo presidentes y gobernadores- acusados como promotores del
fascismo local, mutarían a través del tiempo.
Inicialmente, concentrada la disputa en la colectividad italiana, la
referencia a un fascismo criollo fue muy esporádica y expresamente
metafórica. Aunque en los primeros años de la década del veinte podían
encontrarse en los diarios antifascistas de lengua italiana, algunas
referencias al fascismo comparativas con la historia argentina, éstas
eran utilizadas para desacreditar a Mussolini y no para intentar hacer
alguna posible mención a la existencia concreta de un fascismo criollo
dispuesto a tomar el poder.
A través de las investigaciones de la historiadora María Victoria
Grillo, hemos podemos rastrear, en un suplemento de L´Italia del
Popolo, una comparación sistemática entre el ex gobernador
bonaerense, Juan Manuel de Rosas, y el jefe de Estado italiano, Benito
Mussolini, realizada por el militante antifascista Enrico Pierini, en la
que incluso se señalaba que había que esperar al “Urquiza italiano” que
terminara con la dictadura fascista en Italia56.
Sin embargo, en este caso, puede verse, como señala Grillo, que
el uso de estas comparaciones tendía a ocupar fines principalmente
didácticos. Los redactores del diario se servían de la comparación entre
Rosas y Mussolini para establecer un lenguaje que los hijos argentinos
de italianos pudieran comprender. Es así como funcionaba, al
56 Documento Nº 36.
25
compararlo con Rosas, tirano oficial de la Argentina, el
desmerecimiento para con Mussolini57.
Por otro lado, según hemos podido indagar nosotros mismos, a
través de la lectura de otras páginas de L´Italia del Popolo, dicha
comparación entre rosismo y fascismo sería cuestionada inicialmente
en los sectores argentinos, sobre todo en uno que –como Crítica- se
convertiría a posteriori en uno de los más vehementes explotadores de
la prédica antifascista. Frente a la comparación hecha por Pierini,
Crítica la deploraba de esta manera: “El simple parentesco espiritual
que pudieran tener uno y otro, considerados como tiranos, no basta
para autorizar este extraño acoplamiento”58.
De esa forma, la mención conjunta del fascismo y la política
nacional permaneció en ese estado larvado y alegórico durante la casi
totalidad de la década del veinte. Sin embargo, y aunque lentamente, la
imagen del fascismo como tema de discusión se iría volviendo parte del
repertorio común de las referencias políticas de los argentinos.
La construcción de la imagen del fascismo criollo sería, en ese
marco, uno de los más notables aportes del movimiento antifascista
argentino a las estrategias de movilización política y social en la
Argentina de los años de fraude y dictadura militar.
A partir de los años treinta la prédica antifascista comenzaría a
ser vista, crecientemente, como un discurso asimilable a la realidad
argentina y útil para denostar a los grupos locales enemigos. Se
produciría el afianzamiento de la imagen del fascista criollo, cómplice
del fascismo de allende los mares, reproducida constantemente en
innumerables artículos de prensa y discursos.
57 Grillo, María Victoria, El antifascismo en la prensa italiana en Argentina: el caso del periódico L’Italia del Popolo (1922-1925), pp. 13-14. Trabajo presentado el 6 de octubre de 2000 en el seminario “Fin de siglo y entreguerras”, coordinado por Lilia Ana Bertoni y Luis Alberto Romero.58 L´Italia del Popolo, 22 de septiembre de 1922, p. 2.
26
En esta construcción, el Partido Comunista tendrá un papel
seminal, a través de su iniciativa política, de expresar una cercanía,
casi identificatoria, entre el fascismo y el yrigoyenismo.
El mote de fascista criollo sobre Yrigoyen se producirá en los
últimos años de su segundo gobierno, y comenzará sosteniendo la
multiplicidad de puntos de contacto entre el fascismo e yrigoyenismo59
para condenar finalmente la orientación del yrigoyenismo “hacia la
dictadura nacional-fascista”60, justamente una semana antes del golpe
uriburista.
A pesar de contar inicialmente con el respaldo de los partidos
políticos enemistados con el yrigoyenismo, el prestigio del uriburismo
entre los sectores democráticos se desvanecerá de forma fulminante. Ya
en diciembre de 1930, los grupos estudiantiles más radicalizados no
dudaron, frente a un conflicto que les atañía, en recurrir al concepto de
fascista criollo para acusar al gobierno de ser una dictadura clerical-
fascista61. La maleabilidad de la apelación empezaba a permitir ese tipo
de construcciones semánticas que parecían hacer la definición más
precisa y certera.
Paralelamente, algunos defensores del yrigoyenismo señalaban,
como podemos ver en el texto de Ugarte62, que las fuerzas armadas que
habían derrocado al gobierno radical se inspiraban en una “ideología
fascista”, tanto menos loable por ser, además, producto de la
inspiración elitista.
Esa única mención de Ugarte en un texto de diatriba contra el
uriburismo, resulta más relevante que las prolíficas menciones previas
de los comunistas, ya que anuncia la entrada de la imagen del fascista
criollo en otros y más amplios sectores de la política nacional, que
59 Documento Nº 29. 60 Citado en Vargas, Otto, El marxismo y la revolución argentina, Buenos Aires, Ágora, 1999, tomo II, p. 543.61 Documento Nº 2.62 Documento Nº 30.
27
incluso podrían rehuir –en principio- a estas categorizaciones de
exportación.
Más allá de que Uriburu no creyese del todo conveniente
fomentar el prestigio de la prédica fascista en Argentina, por lo que él
juzgaba su falta de carácter nacional, la fractura de la política mundial
en dos campos de disputa paralelos, expresados en las polarizaciones
fascismo-antifascismo y comunismo-anticomunismo, parecía
desarrollarse con fuerza en el país y alcanzar las coordenadas políticas
locales.
Adicionalmente, y ante esta situación dual, Uriburu no colaboraba
demasiado para evitar que se lo identificara con uno de los dos campos,
cuando gustaba advertir que “si tuviéramos que decidir forzosamente
entre el fascismo italiano y el comunismo ruso y vergonzante de los
partidos de izquierda, la elección no sería dudosa”63.
El episodio dictatorial llegaría relativamente rápidamente a su fin,
no sin antes preparar el camino del fraude electoral siguiente. Las
consecuencias que la dictadura había tenido no dejaban de ser
resaltadas por Roberto Mariani, quien señalaba: “Si en vez de Uriburu
tomaba el poder un Mussolini, estábamos fritos todos los habitantes del
país; y se hubieran liquidado tantas ideas liberales, avanzadas,
izquierdistas”64.
Esa sospecha que Mariani explicitaba, en vez de mostrar
inoportuna la imagen de fascista criollo, no hacía más que descubrir los
temores crecientes que surgían en los sectores izquierdistas acerca de
la posibilidad de la fascistización. No era acerca de la torpeza de
Uriburu de lo que pretendía hablar centralmente Mariani, sino más
bien de la debilidad que el sistema político argentino mostraba frente a
experimentos dictatoriales que, en su heterodoxia, podrían desembocar
finalmente en una imitación del fascismo.
63 Citado en Rock, David, La Argentina Autoritaria, Buenos Aires, Ariel, 1993, p. 108.64 Mariani, Roberto, “Las enseñanzas de la dictadura”, año 10, Nº 243, 30 de abril de 1932, página sin numerar.
28
Este temor se iba a volver perceptible, a partir de la herencia que
el uriburismo dejaría en las innumerables agrupaciones nacionalistas
congregadas bajo la memoria del general, muchas atentas al desarrollo
del experimento italiano65. Cada agrupación tenía un líder y eso
facilitaría que, posteriormente, Giúdici pudiera identificar directamente
con nombres personales a las diferentes facciones del fascismo criollo
que permitían, a su vez, la penetración nazi en el país66.
Luego de culminado el proyecto uriburista, se presentaría de
manera más constante, a todo un grupo que se diría su heredero, aquél
identificado con el movimiento nacionalista, como el más enconado
enemigo de los antifascistas y, por consiguiente, como matriz de los
sucesivos fascismos criollos.
Frente a los nacionalistas, y para que el antifascismo no fuese
entendido como un mero producto de la exportación de ideas europeas
al país, era necesario demostrar precisamente lo contrario: que el
antifascismo era el antídoto nacional contra un fascismo foráneo que
pretendía infiltrarse en el país67.
Más concretamente, se remarcaba la conexión de ese
nacionalismo con el nazismo, estableciendo la complicidad y
financiamiento de la embajada alemana en el desarrollo y difusión de
dichas ideas en el país. Bajo esas premisas resultaba, para los
antifascistas argentinos, “en vano que los nazionalistas se indignen si
optamos por abreviar el apelativo llamándolos simplemente ‘nazis’”68.
Es que a los nacionalistas no sólo se los acusaba de remitir su
ideología a totalitarismos ajenos al sentir autóctono, sino también de
reivindicar junto con esas formas exóticas, lo que se consideraba lo
peor del pasado argentino y que era identificado con el rosismo y el
caudillismo. Era otra forma, utilizada por demócratas y antifascistas
65 Ver: Finchelstein, Federico, Fascismo, liturgia e imaginario. El mito del general Uriburu y la Argentina nacionalista, Buenos Aires, FCE, 2002.66 Ver Documento Nº 53. 67 Ver Documento Nº 34. 68 Documento Nº 35.
29
argentinos, de separar a los nacionalistas de la tradición histórica
patria, al concebir como lo hacía Adolfo Mitre que: “la República
Argentina está contra Rosas, y quienes están con él están contra la
República Argentina”69.
Las interpretaciones, valorando el rol de Rosas, principalmente en
la defensa nacional, eran vistas como intentos de conectar la historia
argentina con la realidad de las nuevas dictaduras totalitarias. Es por
esa razón que Américo Ghioldi señalaba: “hay entre nosotros personas
conspiradoras (...) son restauradores disfrazados de fascistas y otras
veces fascistas disfrazados de restauradores”70.
Como habíamos visto, la inicial entrada de la figura de Rosas en la
prédica antifascista se había dado de forma marginal a la política local,
con la identificación hecha por los redactores de L´Italia del Popolo. Sin
embargo, las posteriores comparaciones realizadas entre esa figura y el
fascismo, tenderían a incluir sobre todo a los grupos revisionistas
históricos como pro-fascistas, realizando una inversión del objeto
incriminado.
En esta reversión del objeto calificador (en la que ahora,
Mussolini al ser comparado con los revisionistas, calificará
negativamente a éstos) comenzaron a jugar los antifascistas argentinos,
quienes no sólo actualizaron la comparación, sino que además
agregaron paulatinamente a ese entramado discursivo otros nombres,
haciéndolos participar de una misma comunión fascista-rosista.
La comunión negativa de las principales figuras aborrecidas por
el antifascismo argentino era ratificada por Antonio Gallo, quien
señalaba que el culto a Rosas era una “política para introducir de
contrabando el totalitarismo germano” y que no podía ser sino él, la
única figura del pasado argentino que podían reclamar nacionalistas y
69 Mitre, Adolfo, “Juan Manuel de Rosas o la literatura de guerra”, Argentina Libre, año 2, nº 67, 19 de junio de 1941, p. 9.70 La Vanguardia, 24 de mayo de 1941, p. 1. Cursivas en el original.
30
fascistas71. De esta manera, todo el movimiento revisionista argentino
era, en la mirada de Salazar Altamira, el obediente respaldo a “la orden
que están cumpliendo ahora los agentes del propaganda nazi en
nuestro país (...) de profanar la memoria de los próceres argentinos”72.
La extendida repulsión a rever la conceptualización sobre figuras
ya anatemizadas por el canon liberal histórico argentino, no dejaría de
plantear ciertos debates al interior del movimiento antifascista, con
respecto a figuras del caudillismo, a las que algunos buscaban separar
de la imagen negativa que significaba el rosismo.
Así, frente a los intentos de Saúl Taborda por reivindicar la figura
de Facundo Quiroga como caudillo democrático73, le seguirá la
respuesta de Diego Novillo Quiroga, quien advertía sobre el uso que esa
figura significaba en la retórica nacionalista y fascista y se preguntaba:
“¿no se ha ‘enterado’ (Taborda) de que hay entre nosotros una
quinta columna socavando los pilares de la argentinidad y que echa
mano de cualquier artimaña, así sea la de utilizar el nombre de
Facundo?”74.
Mientras tanto y afín al juego de coincidencias históricas ya
creado, la figura política que resultaría más estrechamente ligada a la
contaminación y a la influencia del fascismo en el sistema político
argentino, sería otro gobernador bonaerense: Manuel Fresco. Primero,
en su calidad de representante del fraude patriótico conservador, y
luego como líder nacionalista.
A partir de allí, el estigma del fresquismo podía ser trasladado a
toda la dirigencia conservadora en el poder, la que al realizar
especiales recepciones a los embajadores y funcionarios italianos o
71 Documento Nº 38.72 Documento Nº 37.73 Documento Nº 39a. 74 Documento Nº 39b.
31
contestando desde una disyuntiva entre fraude patriótico o comunismo,
dividía aguas tan tajantemente como se hacía desde el otro sector.
Tras la creciente polarización ideológica, definitivamente activada
a mediados de los treinta, el presidente Agustín P. Justo –quien había
intentado diferenciarse de los sectores nacionalistas y que no
simpatizaba con la Italia de Mussolini- también sufrirá la definición de
fascista, en una estrategia más claramente electoral y política que
ideológica, por parte de los diferentes sectores antifascistas y
democráticos. La acusación de fascista a un presidente, acuñada por los
comunistas, dejaba de parecer trasnochada y cada vez más sectores se
plegaban a dicha práctica.
Esta definición del general Justo como fascista criollo sería
ampliada por dos sucesos: la neutralidad argentina en la Guerra Civil
española y la continuidad de la represión emprendida contra diversos
sectores políticos y sociales de izquierda.
En el primer caso, la imagen del Justo fascista como cómplice de
la rebelión franquista estaba anudada a la estrategia de una oposición
que bregaba por la restauración democrática frente a un régimen
fraudulento. En ese sentido, los socialistas condenaban la neutralidad
que el gobierno conservador de Justo demostraba en torno al conflicto
español, al considerarla una demostración velada de “fobia
antirrepublicana en los asuntos españoles”75 y, por ende, una muestra
más del carácter antidemocrático del gobierno.
En el segundo caso, eran los anarquistas y comunistas los más
dedicados a remarcar que “el pueblo tiene la certidumbre de que el
gobierno de Justo lo entrega al fascismo”76, resaltando los aspectos
represivos del gobierno, al que equiparaban, por el uso de la violencia y
por sus prácticas antipopulares, con las dictaduras nazifascistas.
75 La Vanguardia, 8 de octubre de 1936, p. 1. 76 Documento Nº 31.
32
El sucesor de Justo en la presidencia, elegido también por la vía
del fraude, fue Roberto M. Ortiz. A diferencia de su predecesor y de
varios de los miembros de la Concordancia, Ortiz no sería acusado de
encarnar el fascismo criollo. Su fuerte aliadofilia y su intento de
retomar el camino de la normalidad democrática lo hacían un político
difícil para ser enmarcado en esa definición77.
Por otro lado, fue este presidente quien llevó a cabo la
intervención de la provincia de Buenos Aires, despojando a Fresco de
su cargo de gobernador y evitando el fraude preparado para asegurar
la continuidad del fresquismo en la provincia.
Este hecho que fue aplaudido por los sectores democráticos, dejó
-sin embargo- a la confluencia antifascista sin un enemigo encumbrado
y con la sensación de que al ser combatido el fraude podría pensarse
que las posibilidades de fascistización del país, contra las cuales
luchaban estos grupos, habían sido eliminadas y se podía desvanecer la
justificación misma de la lucha antifascista. A tal punto estaban
conectados los dos sucesos, fraude y fascistización, que la ausencia de
uno parecía estar relacionado con la imposibilidad del otro.
En ese panorama, la misión de Ortiz que parecía preparar el fin
del fraude, hacía correr peligro de desmoronar la capacidad de
movilización de la apelación antifascista en la que confiaban los
partidos opositores que no estaban plegados del todo al proyecto
encarado por el presidente antipersonalista. En efecto, Ortiz confiaba
en restablecer la democracia formal, pero pensaba hacerlo bajo una
confluencia que no seguía del todo las perspectivas de la unidad
antifascista que había venido fraguándose desde la recepción de la
política de Frentes Populares78.
77 Documento Nº 32.78 La falta de definición política clara de Ortiz, que algunos demócratas percibían similar al juego político de Agustín Justo, se muestra en los versos de tapa de Caras y Caretas que decían del entonces presidente: “Por no disgustar a nadie, hoy se encuentra en este estado. Quiso ser de todo un poco y no es carne ni pescado”. Caras y caretas, año 42, Nº 2123, 17 de junio de 1939.
33
De allí que el cauto apoyo dado por los partidos democráticos a la
gestión de Ortiz, se complementaba, en esos mismos grupos, con un
recrudecimiento de la idea de penetración nazi basada en agentes
enemigos y ya no en la imagen de un gobierno cómplice. En el marco de
esta campaña de denuncia se creía ante todo en la buena voluntad del
presidente Ortiz, pero se resaltaba constantemente que debían
recrudecerse las investigaciones. La presión directa que ejercían los
antifascistas sobre el Ejecutivo en tiempos de Justo, había sido
transformada –en tiempos de su sucesor- por llamados de atención que
involucraban al gobierno con tiros por elevación.
La enfermedad de Ortiz, que canceló el proceso de normalización
democrática, proveyó a la campaña antifascista de un nuevo enemigo
de primer nivel, con el encumbramiento del vicepresidente y
conservador catamarqueño, Ramón S. Castillo, a las tareas de la
primera magistratura, inicialmente en forma interina y luego, de forma
definitiva con la renuncia y muerte de Ortiz79.
La figura de Castillo encarnó la unión de fascistas de adentro y de
afuera en la imaginación de los antifascistas, ya que sumando fraude y
neutralidad cómplice, Castillo era representado como el tipo de
enemigo con el que no había contactos posibles y frente al que nada se
podía negociar. Esta imagen sería muy útil para activar populosas
movilizaciones contra el fraude, muchas de las cuales serían prohibidas,
reactivando la combatividad que los grupos antifascistas y
democráticos habían perdido durante el interregno orticista.
Oponiéndose al fraude reactivado por Castillo, el antifascismo
funcionaba como fortalecedor de las instituciones y neutralizador de las
conspiraciones del Eje durante la guerra. El diputado nacional
Alejandro Maino señalaba que “con el fraude electoral, y la violencia
79 En su enfermedad, Ortiz se había vuelto la imagen del prohombre del antinazismo y el antifraude, para convertirse, luego de su muerte, en una figura mártir de la democracia y la libertad, situada a la altura de la de Roque Saenz Peña. Ver: Palacios, Alfredo, El pueblo argentino ha perdido un hombre pero ha conquistado una bandera, Buenos Aires, Ateneo Esteban Echeverría, 1942.
34
sobre el pueblo soberano, sólo la cobardía del pueblo se produce; y ya
vemos cómo en Europa proceden los pueblos esclavos”80.
Así, bajo la denuncia de la patria amenazada se procuraba
mostrar al antifascismo ligado a la defensa de las instituciones más
tradicionales de la Argentina. Si el fraude permanecía, se corría el
riesgo de debilitar la patria, tal como lo habían sufrido Francia y otros
países europeos.
En ese esquema, Castillo era el principal acusado por permitir, no
sólo el desarrollo del fraude, sino por imponer, además, el Estado de
sitio, valiéndose –con intenciones contrapuestas a las de los
antifascistas- de la idea de amenaza que la Segunda Guerra Mundial
significaba para el continente, a partir del ingreso de los Estados
Unidos en la misma, para desmovilizar las concentraciones opositoras.
Entretanto, Castillo será acusado de fomentar la acción de los
grupos nacionalistas (entre ellos, los liderados por Fresco, bautizado
ahora “el Duce de Haedo”) y de dejar prosperar la prédica de la
propaganda totalitaria, con el sólo objetivo de cumplir sus afanes
reeleccionistas81. La dificultad de Castillo para encontrar socios dentro
de su propio partido que, más allá del nacionalismo, pudieran
sostenerlo eficazmente, produciría su caída.
En ese marco de cada vez más duros ataques a Castillo, el golpe
del 4 de junio de 1943, liderado por el general Pedro Pablo Ramírez,
será recibido como un bálsamo por la mayoría antifascista –
exceptuando a los comunistas.
A poco de instaurado el gobierno, la filial sanjuanina de Acción
Argentina señalaba al presidente Ramírez, la necesidad “de restituir a
la Nación, al imperio de la constitución, al goce de sus instituciones
republicanas y a la decencia administrativa “82. Eso se traducía, en
términos más directos, en un pedido de rápido retorno la vuelta a
80 AA. VV., El presidente Ortiz y el Senado de la Nación, p. 51.81 Ver el Documento Nº 33.82 Documento Nº 40 a.
35
elecciones libres y en un acercamiento al esfuerzo de guerra
panamericano, a través de la ruptura de relaciones con el Eje. Este
pedido, en expresiones un poco menos confiadas, lo reproducía también
la AIAPE83.
Sin embargo, la ilusión que había despertado el golpe del 4 de
junio se disolverá para los antifascistas de forma dolorosa y tajante. A
aquellos que creían en la posibilidad de la ruptura de relaciones con el
Eje, los militares los sorprenderían de manera nada grata, al clausurar,
el 11 de julio de ese año, las entidades de ayuda a los aliados.
Las agrupaciones responderían indignadas ante lo que
consideraban una arbitrariedad, sobre todo en casos como el de “la
acción de la Junta de la Victoria que se ha realizado al margen y por
encima de toda actividad política”84. Aunque era comprensible que sus
participantes no creyeran que estuvieran haciendo política, la
significación interna de toda acción relacionada con la guerra no podía
más que perturbar al reciente gobierno militar.
En octubre de ese año, el gobierno respondía duramente un
manifiesto de intelectuales y políticos argentinos que volvía a reclamar
la ruptura de relaciones, ahora en términos menos corteses que los que
habían despertado las iniciales esperanzas85.
La respuesta del gobierno será declarar cesantes a los profesores
de la Universidad que lo habían firmado. A esas medidas, se agregarían
la disolución de todos los partidos políticos, producida el 31 de
diciembre de 1943. Mientras tanto, la ruptura de relaciones prometida
por el ministro de Relaciones Exteriores, Segundo Storni, no se
efectivizaba, impacientando tanto a los sectores antifascistas locales
como a los miembros del Departamento de Estado norteamericano.
Frente a esta situación de creciente represión y continuado
neutralismo, los demócratas incorporaron las nuevas apelaciones
83 Documento Nº 40 b.84 Documento Nº 41. 85 Documento Nº 42.
36
movilizadoras circulantes en la madurez de la Guerra Mundial e
identificaron sus esfuerzos con el rótulo de Resistencia Civil argentina,
emulando la combatividad y clandestinidad de los partisanos
franceses86 y rememorando la heroicidad de las generaciones
patricias87.
Esta inflexible oposición civil popularizaría, junto con la acusación
de fascista criollo para militares o nacionalistas, la de colaboracionista
o Quisling para aquellos que participaran de una u otra forma en
conversaciones con los militares o admitieran cargos en el gobierno.
Ángel Borlenghi, el antiguo militante socialista y signatario del
mencionado manifiesto de Octubre del ‘43, fue una de las tantas
víctimas de esa acusación88.
Todo el año de 1944 resultó ser muy difícil para la llamada
Resistencia argentina, a pesar de las constantes victorias aliadas. Al
finalizar el año, el antiguo secretario de Acción Argentina, Alejandro
Ceballos, diría “no han desaparecido totalmente los negros nubarrones
del cielo argentino, a pesar de estar ya disipándose en otros cielos por
el soplo de la civilización democrática”89.
Sin embargo, estas dificultades parecían templar el ánimo del
conglomerado antifascista y democrático. A mediados de 1944, quedó
organizada la llamada Junta de Exiliados con sede en Montevideo90. El
86 Como señala Halperín Donghi: “La resistencia argentina quiso incluirse en la vasta saga antifascista que abarcaba todo el mundo; de ella tomó los mitos, desde Juana de Arco hasta los soldados de Valmy y los defensores de Madrid, y tomó también la táctica: una presión continua y despiadada contra un enemigo con el cual no era posible imaginar acuerdos”. Halperín Donghi, Tulio, “Del fascismo al peronismo”, Argentina en el callejón, Buenos Aires, Ariel, 1995, p. 37.87 Ver nuestro artículo: “La recepción de la tradición liberal por parte del antifascismo argentino”. EIAL, Vol. XII, Nº 2, julio-diciembre de 2001, pp. 85-113.88 Documento Nº 43.89 Ceballos, Alejandro, “Enseñanzas de la guerra”, Argentina Libre, año 5, Nº 158, 7 de diciembre de 1944, p. 3.90 La Junta de Exiliados congregaba a dos sectores políticos de la Resistencia. Por un lado, el de Asociación de Mayo, integrado por Alfredo Palacios, José Gabriel, David Tieffenberg, Nicolás Repetto, Luciano Molinas, Guillermo Korn, Santiago Nudelman, Esteban Rondanina y Gumersindo Sayago. Por el otro, el de Patria Libre, compuesto por Rodolfo Aráoz Alfaro, Julio González Iramain, Julio Noble, Rodolfo Ghioldi, Enrique Cantón, Gregorio Topolewski, Rodolfo Moreno, José Aguirre Cámara y Agustín
37
clima de endurecimiento frente al gobierno y la condena a una ruptura
de relaciones que se creía fingida, dominaban el ambiente de esos años
entre los demócratas.
Pasado el turbulento año de 1944 que había significado un gran
descenso del nivel de poder de maniobra de la oposición, 1945 fue el
año del despertar. El socialista Juan Antonio Solari definía, de esta
forma, los nuevos tiempos:
“1945 señala una jornada honrosa y por momentos gloriosa, para la
democracia argentina (…) La inmensa mayoría del pueblo mantúvose en su
acción de resistencia civil y exteriorizó, en todas las ocasiones, su repudio al
régimen posesionado del gobierno”91.
En efecto, luego de grandes presiones ejercidas sobre el régimen
militar y ante la perspectiva de democratización abierta en el
continente a partir del fin de la guerra, el gobierno militar cumplía dos
de los grandes sueños de la llamada Resistencia argentina: la
declaración de guerra al Eje, cumplimentada el 27 de marzo de ese año,
y el comienzo de las tratativas para la apertura electoral.
Estas iniciativas militares en vez de calmar los ánimos de una
oposición endurecida, sólo sirvieron para asegurar en la mente de los
demócratas y antifascistas la necesidad de una táctica de a todo o nada,
en la cual no se permitía ninguna relación ni negociación con el
gobierno y en la cual se predecían grandes castigos para los
gobernantes militares92.
La vuelta de las agrupaciones antifascistas volvía a incomodar al
gobierno, a través de un discurso que, en su amplitud antinazi, era
leído, en el clima de la Resistencia, como una declaración política más
Rodríguez Araya.91 Documento Nº 47.92 Hablando específicamente de Perón se decía que había que lograr “que la justicia lo deposite permanentemente en el establecimiento de seguridad que le corresponde de acuerdo a sus antecedentes personales”. García, Eduardo Augusto, “Confrontando acontecimientos”, Antinazi, año 1, Nº 39, 22 de noviembre de 1945, p. 2.
38
contra las autoridades. Así, la Junta de la Victoria decía volver para
combatir al “nazismo en todas sus formas, (y a) todo lo que el nazismo,
ya sea declarado o embozado, tiene de obscuro, de retrógrado, de
malsano, de vil y de antihumano”93. Una de esas formas de nazismo no
dichas en el documento, pero ya identificadas por el movimiento
democrático, era el gobierno militar.
En esta estrategia el escritor Ezequiel Martínez Estrada llegó a
definir a la Argentina, como un país ocupado, señalando que
“mientras que el fascismo y el nacionalsocialismo no serán más que un
recuerdo en Alemania, en Europa central e incluso en Italia, ellos continuarán
infectando la vida institucional y cultural de los países hispánicos en la forma
derivada de innumerables especies de raquitismo y anemia moral”94.
A pesar de la declaración de guerra al Eje, los demócratas
seguían mostrando al gobierno como cómplice de Alemania y resultaba
francamente contradictoria la situación de ser un país en guerra que no
podía festejar el triunfo aliado95. La rendición de Japón fue
comprendida en los mismos términos por los antifascistas, pero esta
pudo ser festejada más ampliamente al haberse levantado el Estado de
Sitio.
Para los demócratas, la victoria estadounidense en el mundo
concordaba con las acciones benéficas de sus delegados en nuestro
país. En una comparación, que en ese momento de seguro no era
considerada tan infeliz como podría serlo actualmente, Eugenia
Silveyra de Oyuela asimilaba el resultado político que causaban las
declaraciones de Spruille Braden en Argentina, con el efecto militar
producido por la primera bomba atómica sobre Hiroshima96.93 Documento Nº 44.94 Martínez Estrada, Ezequiel, “L´Argentine, pays ‘occupé’”, La Revue argentine, año 7, nº 33, Octubre de 1945, pp. 46-47. 95 Documento Nº 122. 96 Documento Nº 45. La dureza de las declaraciones de Braden refiriéndose al gobierno militar, puede citarse: “Hay en el continente un gobierno que en rigor de verdad nadie podría llamar otra cosa que fascista y típicamente fascista”. La Prensa,
39
En un clima de festejo internacional y resistencia nacional,
comenzó con mayor fuerza a identificarse al coronel Perón,
vicepresidente de facto, como el verdadero conductor del experimento
militar detrás de Farell. La mención a su figura iría reproduciéndose de
manera cada vez más asidua en la prensa y, luego de los sucesos de
octubre –que significaron su inicial confinamiento y posterior
liberación- se convertirá en el foco principal de identificación con el
fascismo criollo.
Mientras tanto, las conversaciones por enmarcar a la Resistencia
en una propuesta electoral, tomarían la forma de Unión Democrática.
La Universidad parecía llevarse la palma de la combatividad frente al
gobierno militar y representar el sector más representativo de la
confluencia antifascista. Por otro lado, en 1941, ya un eminente
profesor y futuro Premio Nobel decía que “la universidad de(bía) actuar
contra el peligro nazi”97, el que parecía ahora –en 1945- definitivamente
instalado.
Puesta en marcha la campaña electoral, irían apareciendo
cristalizadas en Perón, todas las pústulas y manchas que el antifascismo
argentino había sabido reunir discursivamente, a través de los años,
sobre el caudillismo y el fascismo criollo. Parecía como si ese enemigo
inmemorial al que había que combatir, y al que se venía combatiendo
desde 1810, hubiera encontrado en Perón una corporización casi
perfecta.
Incluso, la movilización del 17 de octubre sería vista por el diario
comunista Orientación, bajo el mismo aspecto, definiendo a los
participantes en la misma, como el
22 de enero de 1946, p. 2. 97 Documento Nº 97.
40
“malevaje peronista que repitiendo escenas dignas de la época de Rosas
y remedando lo ocurrido en los orígenes del fascismo en Alemania e Italia,
demostró lo que era arrojándose contra la población indefensa”98.
Y aunque desgraciadamente para los demócratas, Perón resulto
mucho menos previsible en la realidad política y en los apoyos que supo
suscitar, que lo que permitía pensar ese gran molde naziperonista y
rosista que se le había construido, esa triple identificación gozaría de
una larga vida en el imaginario político nacional.
La definición de Giúdici, que entendía al peronismo como un
“engendro tardío de una larga gestación nazi incubada en la
Argentina”99 y la declaración de los Abogados Democráticos que
enunciaban “una paridad total entre Adolfo Hitler y el candidato
imposible (Perón): identidad en el espíritu, identidad en los métodos,
identidad en los fines e identidad en las reacciones más
espontáneas”100, no son sino dos ejemplos, bastante representativos por
cierto, de una andanada general de identificación y de una literatura de
campaña inagotable que machacaría, de manera incesante durante tres
meses, en el concepto de naziperonismo.
A los dirigentes obreros pasados a las filas peronistas, José Peter
los acusará señalando que “no son ya ni siquiera obreros, son nazis y
como tales enemigos irreconciliables del proletariado mismo. Se han
entregado al naziperonismo y por ello no tienen nada que ver con la
clase obrera”101.
Las culpas del naziperonismo también serán anotadas en el plano
económico, sobre el que Rodolfo Ghioldi diría:
“El ‘naziperonismo’ ha desarmado la defensa económica de la
república, dejándonos desprotegidos en la posguerra. Gracias a las aventuras
98 Citado por Luna, Félix, El 45, Madrid, Hyspamérica, 1984, p. 342.99 Documento Nº 59. 100 Documento Nº 48.101 La Prensa, 9 de diciembre de 1945, p. 9.
41
irresponsables en materia de orientación económica y financiera, y a los
gastos astronómicos en burocracia, armamentismo y electoralismo, la
República afronta condiciones sumamente difíciles”102.
Sin embargo, aunque se sentían seguros de obtener una mayoría
abrumadora103, a través de su estrategia de enmarcar a la Unión
Democrática en la disyuntiva electoral en el eje fascismo-antifascismo,
los demócratas sufrirían la decepción de una derrota.
Luego de la victoria electoral peronista, la comparación entre ese
movimiento y el nazismo no sería cancelada. Pocos días después de
conocido el resultado final, un desconcertado Dardo Cúneo diría:
“Hitler también gana elecciones. Y no por eso deja de ser nazi”104.
En el nuevo clima político iniciado por el peronismo, se daría un
proceso de lenta declinación de la apelación antifascista argentina, ante
la aparición de nuevos ejes de definición política que el ascenso del
peronismo había planteado. La herencia que el antifascismo argentino
había dejado, sólo sería respetada con una fidelidad que rozaba la
obsesión, por parte de los socialistas, quienes la mantendrían intacta
más allá del periodo justicialista105.
Y aunque incluso el intransigentismo radical no evitará la
oportunidad de acusar al peronismo como promotor de la entrada de
nazis al país, ese tipo de notas no pretendían configurarse como eje
central de la estrategia apelativa del sector, sino como un elemento
más de propaganda contra el gobierno106.
Posteriormente, el concepto de fascista ocuparía un lugar más
que marginal en la política nacional y recorrería un camino cada vez 102 La Prensa, 16 de diciembre de 1945, p. 9.103 Como puede verse en el documento Nº 138 en el que Dickmann auguraba un 90% a favor de la candidatura unionista. 104 Documento Nº 50.105 Esto puede verse en el Documento Nº 52, escrito por Américo Ghioldi en 1952 y publicado luego de la caía de Perón. Este mantenimiento de la apelación antifascista, le permitiría reintegrar ese eje bajo el proceso iniciado por la llamada Revolución Libertadora. Sin embargo, la apelación se revelará inútil para re-estructurar la vieja unidad democrática pre-peronista.106 Documento Nº 51.
42
menos claro y más polisémico, usándose más como imprecación
desdibujada que como concepto político de análisis y movilización.
El antifascismo y la defensa de la nación amenazada frente
a los países del Eje
La otra apelación unificadora de la movilización del antifascismo
argentino fue la de la nación amenazada por la potencias fascistas. Esta
apelación sostenía la existencia de una constante amenaza de
dominación externa del país, fomentada por agentes totalitarios que se
encargaban de fomentar la acción de espionaje y sabotaje, a través de
las embajadas y minorías existentes en el país y provenientes de los
países fascistas.
La idea de una subvención externa a la tarea de desprestigio de la
democracia justificaba –en la prédica antifascista- la existencia de
fascistas criollos y grupos internos de subversión. De otra forma
hubiese sido impensable, en un país de tradición democrática cómo
solía recordarse era el nuestro, que esos grupos minoritarios tuvieran
la mínima posibilidad numérica o moral de amenazar a la patria107.
Ya en 1936 y bajo una perspectiva de análisis imperialista, Giúdici
planteaba las posibilidades que surgiera –en Argentina- un gobierno
amparado por la colusión de la oligarquía local y las potencias
fascistas108.
Las posibilidades del dominio fascista en la Argentina se
presentaban en forma variada para los núcleos antifascistas. La
invasión, la penetración, la influencia y otras formas de amenaza y
dominación extranjera eran pregonadas.
107 Sobre todo si creía como Alvear que: “la Argentina no está amenazada ni por el comunismo ni por el fascismo, que son políticamente y socialmente minorías sin significación”. La Vanguardia, 23 de agosto de 1936, p. 1. 108 Documento Nº 53.
43
Es indudable que el grueso de las denuncias acerca de la
existencia de esta penetración comenzó entre 1937 y 1938, a partir del
creciente poderío nazi, la participación de fuerzas ítalo-germanas en las
Guerra Civil Española y los procesos de Anschluss y ocupación de los
Sudetes checos por parte de las tropas alemanas.
En los momentos iniciales, las colaboraciones de Ernesto Giúdici
al diario Crítica109 y el artículo de Juan Jorge Menéndez en Claridad110
planteaban que el fascismo italiano constituía una posibilidad de
infiltración tan importante como la del nazismo alemán.
Esta identificación entre penetración imperial nazifascista y
existencia de colonias étnicas italianas y alemanas en el país labraría
uno de los más repetidos puntos de justificación de la existencia de una
amenaza nazifascista, que sería francamente fastidioso para no pocos
miembros de aquellas etnias.
Existía una generalizada prevención de defensa nacional frente a
la minorías étnicas que llegaba –incluso- a envolver en la acusación a
miembros de las más diversas colectividades. En una serie de rumores y
situaciones confusas que se retroalimentaban para causar más temor y
prevención frente al extranjero en general, los territorios nacionales
comenzarían a ser conceptualizados como los focos de mayor
indefensión frente a una posible penetración.
Es el caso de una denuncia, reproducida por el periódico Noticias
Gráficas, contra el ciudadano de origen polaco Estanislao Kolachesky,
poblador de Apóstoles (Misiones), al que se acusaba de haber “izado
una bandera de Polonia en un mástil que hay en la plaza de dicha
localidad” y producir con ello “la alarmante particularidad de coincidir
con la tendencia de otros que están acaparando el comentario
público”111.
109 Muchas de ellas incorporadas en el ya citado libro Hitler conquista América.110 Documento Nº 54. 111 Noticias Gráficas, 6 de abril de 1938, p. 7.
44
La andanada de denuncias contra actos antiargentinos servía para
fomentar la idea que algunas minorías étnicas estaban formadas, según
lo consideraba el senador nacional Alfredo Palacios, por:
“grupos de extranjeros enquistados, que deliberadamente no quieren
arraigar en esta tierra generosa (y que) conspiran contra nuestra soberanía,
pretendiendo imponer el jus sanguinis para que sus hijos argentinos sigan
siendo extranjeros”112.
Incluso, y aunque no se olvidaban de señalar a los argentinos la
necesidad de hacer una “severa distinción entre los alemanes que
abusan de la hospitalidad argentina y los que acatan respetuosamente
los conceptos y las leyes del país”, la organización de alemanes
antinazis, en su necesidad de participar de la propaganda local,
confirmaban dicha imagen:
“los alemanes son agrupados en organizaciones nacional socialistas,
organizaciones en las que han de convertirse en dóciles instrumentos para los
designios de Hitler. El delirio racista y las pretensiones de dominación
mundial de la Alemania nazi constituyen el punto álgido de esta influencia.
Hasta se ha llegado a comprobar que en un país vecino, el Brasil, las
juventudes y los miembros aptos para la guerra de las organizaciones
nacional socialistas reciben instrucción militar, para en caso de guerra, poder
apoyar activamente los planes de conquista de Hitler contra el país que los
acogió en forma hospitalaria”113.
Fue, precisamente a partir del año 1938, con la ofensiva pre-
bélica alemana en Europa, que la idea de amenaza se centró en la
denuncia de las organizaciones de origen germano. El primer intento de
estructurar de manera sistemática la idea de amenaza nazi con fines de
resonancia parlamentaria, estuvo a cargo de Enrique Dickmann, quien
112 Citado en AA. VV., El presidente Ortiz y el Senado de la Nación, p. 218.113 Documento Nº 11.
45
propondría la realización de una comisión dedicada a combatir la
influencia totalitaria114.
En el análisis de Dickmann, el peligro principal estaba dado por la
infiltración nazi, y no por la del fascismo italiano, ya que
“el italiano inmigrado al país argentino es, en general, individualista y
liberal; es difícil operar con él, es indisciplinado como todo latino; y, además,
los hijos de italianos que nacen en la Argentina, son argentinos sin vuelta de
hoja”115.
Este tipo de esquematizaciones sobre las diferentes
colectividades era común en las opiniones de los legisladores y
funcionaba a menudo en forma de preconceptos legitimadores de cierta
posición política, ideológica o teórica116.
La inicial denuncia de la amenaza nazi difícilmente hubiese
fructificado de la forma en que lo hizo, sino se hubiera desencadenado
la Segunda Guerra Mundial, verdadera popularizadora de la idea. Con
la explosión de una contienda de tipo internacional, que como vimos
podía llegar incluso a las costas rioplatenses, la verosimilitud de la
invasión por parte de una de las potencias beligerantes iría captando la
atención de un público más general que el de la militancia antifascista.
A partir de mayo de 1940, los países neutrales europeos
comenzaban a caer bajo el dominio militar alemán y finalmente la
misma Francia era ocupada, ante la consternación y la sorpresa de los
antifascistas liberales y socialistas, que no podían comprenderlo sino
114 Para ver las exposiciones parlamentarias de Dickmann referentes a ese tema, consultar La infiltración nazifascista en la Argentina, Buenos Aires, Ediciones Sociales Argentinas, 1939.115 Ídem., pp. 11-12.116 Ver: Bisso, Andrés “Los legisladores argentinos: cuestión étnica y cuestión nacional en torno a la segunda guerra mundial (1939-1943)” en Bermúdez E., Isabel Cristina (Comp.), Poder regional y discurso étnico, Cali, Universidad del Valle (Colombia)- Universidad Pablo de Olavide (España), 2003, pp. 217-244
46
como el triunfo de lo Inverosímil, que había “entrado a formar parte de
la crónica de los sucesos diarios”117.
La rapidez de la Blitzkrieg parecía incluso dar curso a los más
fuertes temores de invasión alemana, que en un principio se
enarbolaban de manera genérica bajo el símbolo de la influencia o la
penetración. En los momentos de mayor dominio del nazismo en
Europa, el diputado Adolfo Lanús, en un libro dedicado a Acción
Argentina, intentaba mostrar los alcances de la disputa mundial en
nuestro país, señalando que “si triunfa Alemania (…) todos los niños del
mundo dejarán de ser niños” y que ante la acción del nazismo “la
República Argentina, por causas extrañas a la voluntad de su pueblo,
presenta en estos momento las características de un campo minado”118.
El tono buscaba producir una conmoción en la conciencia de la
opinión pública que la hiciera partícipe del esfuerzo por derrotar al
nazismo y que procurara hacer creíble la idea que cada esfuerzo por la
defensa institucional y la normalización democrática en Argentina
tendría efectos en el desarrollo de la guerra mundial.
A partir de la expansión nazi, la verosimilitud de la amenaza tuvo
incluso a su servicio la pluma de un natural escéptico como Borges,
quien expondría lo mejor de su talento literario para justificar, a través
de una narración paradojal acerca de la realidad bélica y la ficción
literaria, la validez de los temores suscitados119.
La fortaleza del mito de la amenaza nazi en la Argentina,
indudablemente no surgía de la nada. El derrotero del expansionismo
alemán que retrataba Borges desde las páginas de Sur no dejaba de
sorprender y de mostrar que lo que en principio resultaba inverosímil
para una mente refinada -como parecía ser la idea de la existencia de
un complot alemán para dominar el mundo- resultaba estar cada vez
más ligado a la realidad que a la producción de mala literatura
117 Documento Nº 107. 118 Lanús, Adolfo, Campo Minado, Buenos Aires, Esmeraldo, 1942, p. 7.119 Documento Nº 60.
47
fantástica a la que parecía pertenecer. A quienes dudaban de la lejanía
de nuestro país del centro de operaciones bélicas, un Borges irónico les
señalaba: “siempre las colonias distan de la metrópoli; el Congo Belga
no es lindero de Bélgica”120.
Claramente desligados de esa escritura sutil, los políticos y
publicistas antifascistas recurrían a la reproducción de la idea de
amenaza nazi en trazos más gruesos y con un objetivo diferente que el
que animaba a Borges para superar el estupor inicial y desarrollar, a la
vez, su técnica ensayística. De lo que se trataba, para ellos, era de
dramatizar el llamado de alerta con fines de movilización política y
presión sobre los gobiernos encargados de desterrar el fraude.
Tanto en la versión de “El hitlerismo conspira en todas partes”
como en “Radiografía de la Quintacolumna”121, Guillermo Salazar
Altamira se muestra como el más incansable publicista de la amenaza
nazi desde las páginas de Argentina Libre. Su estilo llano, grueso, de
tintes alarmistas, pero no necesariamente carente de interés, lo volvía
el periodista perfecto para llevar a cabo una campaña de tal tipo.
La idea central que animaba sus innumerables aportes a la causa
antifascista era desmentir cualquier duda que pudiese surgir en torno a
la realidad de los principales alegatos del movimiento. “Vivimos en el
limbo de una conciencia insensata” decía Salazar en uno de los
artículos señalados. Quizás, la necesidad de repetir ese tipo de frases
muestre ciertos límites de recepción para el discurso más alarmista del
antifascismo, que a menudo chocaba con cierto escepticismo
generalizado. Sobre todo, porque en ocasiones, ese discurso de alarma
tendía a ser excesivamente abarcador, como cuando Salazar
identificaba a la Quinta Columna con una serie de elementos tan
variados como “los espectadores de lo malo”, “los inválidos de la
120 Ídem.121 Documento Nº 56 y 59.
48
política”, “la burocracia criolla” o “la deficiente cultura de nuestro
pueblo”.
En el caso de los dirigentes de los partidos identificados con la
causa antifascista, la idea de la amenaza buscaba ser formalizada desde
un organismo oficial que se encargase de investigar y difundir las
denuncias sobre la penetración totalitaria (que no descartaban, en un
inicio, la infiltración comunista122).
Con ese fin, el 20 de junio de 1941, la Cámara de Diputados con
mayoría radical y socialista (gracias a la normalización orticista)
retomaría una idea inicial de Dickmann y aprobaría la creación de una
Comisión parlamentaria de Investigación de Actividades
Antiargentinas123.
La idea de crear una comisión bajo el rótulo de investigadora de
“actividades antiargentinas” mostraba claramente la estrategia de los
diputados demócratas. Su misión, relacionada con la misma defensa
nacional, era demostrar que los nazis estaban complotando en la
Argentina, favorecidos por el clima de indefensión institucional y
constitucional existente que fomentaba el Poder Ejecutivo dirigido por
Castillo.
Los diputados Damonte Taborda y Solari, en su sucesivo carácter
de presidentes de la comisión, fueron los más reconocidos participantes
de esta ofensiva parlamentaria. A través de las diferentes
intervenciones que estos diputados llevaban a cabo, la amenaza
nazifascista se presentaba como “una vasta conspiración para
122 Aunque en sus comienzos, y debido a la división producida en la comunidad antifascista por el pacto Hitler-Stalin, el presidente de la Comisión señalaba que “los comunistas serán interrogados y se tratará de precisar en forma terminante, de una vez, si tienen o no concomitancia con los otros totalitarios”, la casi simultánea invasión de Hitler a Rusia, hizo que la comisión se dedicase exclusivamente a la penetración nazi-fascista. Ver Documento Nº 58.123 La referida Comisión fue integrada inicialmente por: Raúl Damonte Taborda (presidente), Juan Antonio Solari (secretario) y Silvano Santander, Adolfo Lanús, Fernando Prat Gay, José Aguirre Cámara y Guillermo O’ Reilly (vocales). Otros miembros posteriores fueron: Jorge Albarracín Godoy, Luis Carlos Caggiano, Miguel Osorio y Julio A. Vanasco.
49
adueñarse del poder público e imponerle a la nación un sistema
totalitario que los nazis verdaderos aprovecharán para su objetivo de
dominio mundial”124.
En el caso de Solari, el interés primordial se centró en la
penetración nazi del territorio de Misiones, haciéndose eco de una ya
vasta serie de denuncias sobre el accionar de las escuelas alemanas en
el territorio, acerca de las cuales advertía que funcionaban como
“medio de penetración y catequización de la mentalidad nacional y el
espíritu de la infancia argentina”125.
A medida que Solari se interesaba por la situación de Misiones,
iba descubriendo y denunciando la marginación a la que estaban
sometidos los territorios nacionales con respecto a las provincias. A
partir de allí, el diputado realizó varios proyectos que unificaban el celo
antinazi con el mejoramiento de la calidad de vida de los misioneros126.
Ese sería, otro de los inesperados resultados de la prédica antifascista.
La idea de nación amenazada, amplificada por la explosión de la
guerra mundial, supo dar muchos argumentos a la oposición política
para combatir al fraude y la política gubernamental. Sin embargo, su
utilización indiscriminada podía transformarse en un arma de doble filo,
al favorecer a los grupos conservadores en el poder que la
aprovechaban como forma de mantener una estricta vigilancia sobre la
oposición y la movilización políticas.
Con el transcurso del tiempo, esta imagen, nunca del todo
desactivada de sus condiciones de uso político, ingresaría al imaginario
popular sobre la Argentina, siendo hasta nuestros días recurrentemente
retomada, muy a menudo con ánimo polémico o sensacionalista.
Otras formas e interpretaciones del antifascismo argentino.
124 Documento Nº 58. 125 Documento Nº 57.126 Los proyectos fueron publicados en: Solari, Juan Antonio, Problemas de Misiones, Buenos Aires, Acción Argentina, 1940.
50
El antifascismo argentino, además de las principales formas ya
mencionadas de apelación, parece haber trashumado diferentes
tiempos, espacios y medios de movilización. Esta sección pretende
rescatarlos.
¿Cuál es el tiempo del antifascismo? La apelación bifronte
frente al fascismo retardatario.
Hemos hablado previamente de la multiplicidad de enfoques e
interpretaciones que podían anidar en ese amplio espectro ideológico
ocupado por el antifascismo argentino.
La selección de documentos realizada en esta sección trata de
expresar la profundidad de esa multiplicidad y de la lucha larvada por
hegemonizar, en el nivel interpretativo, la visión antifascista. Junto con
ello, esta sección busca recordar los principales puntos de interés
transitados por la prensa antifascista.
Uno de las principales puntos de torsión en el discurso
antifascista estaba dado por la disyuntiva entre tradición y revolución
que intentaba ser coordinada. Como lo definiría Mario Bravo, la
convivencia de apelaciones tradicionalistas y revolucionarias en el
antifascismo, era producto de la necesidad de seguir una causa “que
resulta paradógica (sic) en boca de los miembros de partidos
revolucionarios: debemos salvaguardar las tradiciones y las conquistas
de nuestra cultura y de nuestra historia”127.
Este intento de concordar ideas, a primera vista incompatibles,
surgía de las diferentes orientaciones ideológicas del espectro
antifascista, pero también de la necesidad de responder a las críticas
que desde el nacionalismo y el conservadurismo apuntaban a confundir
127 Bravo, Mario, “La lucha contra el racismo es el aspecto de una lucha político social-universal” en AAVV, El pueblo contra la invasión nazi, p. 54.
51
al movimiento antifascista como un mero caballo troyano de los
comunistas.
Así, frente a contribuciones que parecían corroborar la identidad
final de la lucha del comunismo con la del antifascismo, y que valoraban
los aspectos internacionalistas, revolucionarios, anti-imperialistas y
anticapitalistas de ese proceso128, había otras, que sin renunciar a
expresarse en forma dura contra el fascismo, reclamaban la necesidad
de unir esa lucha a una tarea principalmente preservadora de la
nacionalidad y de defensa de la civilización, la modernidad y las
instituciones democráticas y liberales129. En ese último sentido, el
conservador Reynaldo Pastor señalaba que la cuestión era mantenerse
bajo la tradición actual, y que la mejor manera de luchar contra el
fascismo no era otra que la “de retorno a las costumbres”130.
La convivencia de ambas estrategias discursivas producía lo que
podemos definir como la apelación bifronte del antifascismo argentino.
Esta bifrontalidad, como la del dios Jano, era simultánea, ya que las dos
grandes estructuras apelativas que conjugaba el antifascismo, una
utópica y otra tradicionalista, se encontraban a menudo
entremezcladas, no siendo ninguna de ellas del todo monopolizada por
ningún sector político.
Puede advertirse, entonces, un intento de conjugar la
consideración del fascismo como “forma última que asume la dictadura
en la clase capitalista”, con la apelación institucional y liberal del
antifascismo argentino. En palabras de Rodolfo Aráoz Alfaro:
“nosotros como representantes de la clase trabajadora, constructora de
todo el edificio nacional y que pobló los campos y ciudades, seguimos hoy
estando con Alberdi y con Sarmiento. Y contra Hitler”131.
128 Ver los documento Nº 63, 71 y 72.129 Ver los documentos del Nº 65 al 68 y del Nº 73 al 76. 130 Documento Nº 68.131 Aráoz, Alfaro, Rodolfo, “Decisión y capacidad de organización es necesario para librar la lucha contra el racismo”, en AA. VV., El pueblo contra la invasión nazi, pp. 19-20.
52
Fuese como forma de honrar el pasado, reafirmar el presente o
bosquejar un futuro mejor, de lo que se trataba era de desmentir la idea
que el fascismo representara una novedad. Para la gran mayoría de
quienes pretendían combatirlo, el fascismo no era sino una forma
recrudecida del peor pasado que había vivido la humanidad, que
algunos como Moltedo identificaban con la tradición espartana –
otorgando claro está, al antifascismo, la ateniense132- y que otros podían
comparar con la brutalidad asiria133.
En todos los casos, la imagen del fascismo se modelaba en
relación de oposición con lo que los actores antifascistas pensaban que
eran los valores fundamentales de la civilización134. En un esquema de
larguísima duración, algunos consideraban al fascismo como una
continuación del “ideal teocrático de los imperios del Antiguo Oriente,
Egipto, Asiria, Fenicia, Babilonia, Israel, China…con diferencias nimias
de hombres y formas”135 y otros lo comparaban con la Edad Media. De
allí, que el triunfo del fascismo sólo pudiese suponer “quemar la
imprenta, volver al candil y a la mugre”136.
Esta defensa de la modernidad era expresada en forma
militantemente liberal por los socialistas que no olvidaban resaltar que
la imposición de la educación religiosa era un eslabón en la marcha del
“totalitarismo, hacia el que se está arrastrando al pueblo argentino”137 y
significaba la destrucción “de las columnas de aquellas bases para la
estructuración de la Argentina moderna”138.
132 Documento Nº 75.133 Puede verse el artículo de Sebastián F. Pernales, “La antigua Asiria, digna antecesora del Tercer Reich”, Argentina Libre, año 2, Nº 81, 25 de septiembre de 1941, p. 7. 134 Documento Nº 74. 135 Villaroel, Raúl, “Las dos sendas humanas antitéticas”, La Vanguardia, 1º de Mayo de 1943, p.10. 136 Documento Nº 73.137 Documento Nº 69.138 Ídem.
53
Dentro de la defensa de esa modernidad, cabía también la
publicación, aunque bastante excepcional, de solicitadas de los
masones en la prensa antifascista, ratificando su apego a la lucha de los
Aliados139, para cierto beneplácito de los nacionalistas integralistas que
confirmaban así los alcances del complot al que se creía sujeta la
Cristiandad a partir del antifascismo, quien por otra parte, no dejaba de
enemistarse crecientemente con la Iglesia, al advertirle la cercanía de
varios sacerdotes, incluso obispos, con “individuos que proclaman en
todos los tonos su militancia nazista”140.
Estos aspectos de la lucha antifascista podían llegar a
comprometer en cierta medida las relaciones internas en el
movimiento, siendo a menudo causa de un debate –dado
preferentemente entre socialistas y católicos- en el que se notaba, a
pesar de la buena voluntad expuesta, cierta incomprensión fundamental
entre ambos sectores, tal lo demuestra el debate entre Arturo Orgaz y
Eugenia Silveyra de Oyuela, en el que el socialista cordobés no podía
entender las actitudes de los fieles católicos ante un episcopado que en
sus actos oficiales nunca demostraba la necesaria “devoción por la
tradición democrática del país”141.
Frente a esos debates, un menos puntilloso Víctor Codovilla,
instaba a que la tarea del antifascista comunista frente a los cristianos
debía ser la de “respetar sus creencias y obrar en forma que ese
sentimiento cristiano se transforme en un factor activo de la lucha
común contra Hitler y los demás agresores del Eje”142.
En todo caso, y más allá de las diferencias, el consenso
antifascista entendía su causa, plegada a diferentes lecturas y capas de
139 Documento Nº 70.140 Documento Nº 83. 141 Documento Nº 81 c. Esto no significa que faltaran en el socialismo intentos de convivencia entre socialistas y cristianos, como lo demuestra el texto de Guillermo Korn: Católicos y socialistas en la Unión Nacional, Buenos Aires, Mirador Argentino, 1945. 142 Documento Nº 82.
54
la historia humana, como una fase más –quizás la última- de una
constante lucha contra las fuerzas de la reacción.
¿Cuál es el lugar del antifascismo? Patriotismo,
nacionalismo, americanismo, internacionalismo y humanitarismo
bajo un mismo referente.
Hemos señalado la constante afirmación del carácter autóctono
de la prédica antifascista argentina, por parte de quienes la
expresaban. Esa posición se justificaba en la intención de desmentir a
los nacionalistas que hostigaban al movimiento, a través de recordarle
su origen europeo, e incluso soviético.
Frente a los ataques, los antifascistas señalaban:
“Tenemos, pues, personalidad nacional y somos dueños de una noble
tradición de democracia y libertad. Nos corresponde afrontar la difícil tarea
de nuestro tiempo con la misma creadora voluntad y la fe en el pueblo de
nuestros mayores”143.
Esta imagen expresada a menudo por los sector liberales, era
ratificada por los socialistas, quienes no sólo permitían ese proceso de
nacionalización creciente del antifascismo argentino, sino que incluso lo
fomentaban, desde hacía algunos años atrás, buscando instalarse
definitivamente fuera de la no deseada imagen internacionalista. Es que
desde el antifascismo, entre otros móviles, el Partido Socialista se
fundía en esa ya adquirida personalidad nacional que Dickmann
certificaba en su artículo acerca de la necesidad de seguir la senda de
los próceres144.
A diferencia de esta postura, otros intelectuales discursivamente
más radicalizados, como Isidro J. Odena, reclamarían la necesidad de
143 Solari, Juan Antonio, “Tenemos personalidad nacional”, Argentina Libre, año 1, nº 23, 8 de agosto de 1940, p. 2.144 Documento Nº 66.
55
“organizar el ejército antifascista mundial para actuar no en una batalla
futura y remota, sino en una contienda actual”145.
Esta propuesta que pretendía transformar los belicosos discursos
antifascistas en una realidad, no era de las más populares entre los
sectores más moderados, pero estaba seguramente bien vista en
aquellos que buscaban hacer convivir dicha prédica con un cariz de
transformación revolucionaria e internacionalista.
Frente a estas ubicaciones entre el país y el mundo, se colocaba
una posición que tendría amplia vigencia en el discurso antifascista y
que subrayaba el aspecto continental de la lucha emprendida: el
americanismo.
Según señalaba Mario Bravo, había sonado definitivamente “la
hora del despertar de América”, y era preciso, sin dejar de dar “gracias
a nuestra vieja nodriza, cuya casa está en llamas (Europa)”,
concentrarse en las posibilidades que la juventud del continente daba
para la realización de un proyecto nuevo de convivencia y armonía146.
Por otro lado, y fuera de puntuales cuestiones de cruda política
internacional, en el discurso espacial del antifascismo, no faltaban
menciones a la humanidad en general. De esa manera, se llegaba a un
antifascismo de tono humanitarista, identificado con el pro-aliadismo
pero menos atado a las posibles derivaciones políticas concretas que
pudiera significar la construcción de una prédica antifascista argentina
algo más coherente.
En estos aportes se buscaba, acusando a Hitler de “monstruo”,
puntualizar aquellas características del nazifascismo que se
consideraban evidentemente negativas y que a su vez se encontraban
desligadas de una posible interpretación a escala interna. De allí,
surgían artículos periodísticos como los de la revista Gedeón,
publicación de interés general -aunque anudada indirectamente al
145 Documento Nº 63.146 Documento Nº 64.
56
proyecto político de Agustín P. Justo- que situaba sus críticas a los
países del Eje en consonancia con el derrotero de las censuras papales
y cristianas contra el neopaganismo147.
La comprensión que ciertos grupos justistas (y el mismo Justo)
hacían del antifascismo difícilmente podía suponer otro tipo de
artículos, ya que su posicionamiento –aunque abiertamente aliadófilo-
debía ser necesariamente difuso en relación con la imposibilidad
ideológica y política que tenía el viejo general del fraude, de compartir
la prédica más radicalizada que portaba la mainstream del movimiento,
sobre todo en lo referente a sus connotaciones antifraudulentas y
anticonservadoras.
¿Cuáles son los medios de propagación del antifascismo?
De la cultura de masas a los círculos cerrados.
El antifascismo supo a través de diferentes medios, movilizar a
vastos sectores de la población y difundirse, aunque de manera no
proporcional, en casi todo el país.
Uno de los medios que más amplificó la propaganda antifascista y
antinazi, fue el cine. A través del rodaje de películas que producían los
estudios norteamericanos en contra del espionaje nazi fue realizada en
Argentina una profunda labor de movilización y difusión.
Las películas que acababan de ser estrenadas en los Estados
Unidos eran proyectadas en salones especialmente alquilados por las
agrupaciones antifascistas argentinas, suscitando el interés general, no
sólo de quienes querían ver documentada la labor de penetración nazi,
sino de un público más extenso que lograba –de esa manera- ver
películas nuevas en forma gratuita.
Tras el rodaje seleccionado, las agrupaciones antifascistas
desarrollaban a menudo una conferencia que ilustraba los aspectos de
147 Documento Nº 62.
57
la penetración nazi en nuestro país y que era encomendada a algún
destacado dirigente democrático. A menudo, luego de la conferencia, se
procedía al debate entre los espectadores.
Sin embargo, el caso más particular e interesante de movilización
a través del cine bélico, lo dio el hecho de la prohibición por parte del
gobierno nacional, del film El gran dictador de Charles Chaplin.
Esta decisión, que también había sido tomada con respecto a
Confesiones de un espía nazi, sería considerada por los antifascistas
argentinos como especialmente “irritante”148. La prohibición del film
produjo masivos traslados en ferry al Uruguay para ver la película,
siendo algunos de estos viajes organizados –incluso- por agrupaciones
antifascistas como Acción Argentina.
Sin embargo, en la concepción de los integrantes del movimiento
antifascista, no siempre era considerada positiva la acción del cine
comercial como difusor de ideología. Un caso lo muestra la repulsa por
la amplia repercusión que tuvo la película “Lo que el viento se llevó”,
considerado un film disolvente para la democracia, que atacaba la
memoria de Lincoln y que significaba “la apología del rancio orgullo de
los aristócratas del Sur (estadounidense)”149.
Esta visión sería corroborada posteriormente en Argentina Libre
por el crítico de cine Alfredo de la Guardia, quien luego de enterarse –
como no podría ser de otro modo para él- que este film era uno de los
favoritos de Hitler, se jactaba de haber advertido ya en 1940 acerca de
su carácter nocivo150.
Junto con la estrategia del cine, la difusión antifascista podía
extenderse también a través de la inserción de notas de divulgación
científica en revistas de interés general. Tal es el caso de la
participación de Gregorio Bermann en la revista De aquí, de allá, en la
148 Documento Nº 78.149 Documento Nº 77. 150 De la Guardia, Alfredo, “Hitler y ‘Lo que el viento se llevó”, Argentina Libre, año 4, Nº 153, 17 de junio de 1943, p. 7.
58
cual el reconocido psicólogo no dudaba en explicar la superioridad rusa
sobre la alemana a través de patrones de teoría de la neurosis.
Así, Bermann diría: “del lado ruso hay una estructura moral y
mental monolítica. Su ejército, no está expuesto como el germano a
frecuentes desequilibrios nerviosos”151. Esta subyacente aliadofilia
basada en explicaciones científicas solía darse sobre todo en revistas de
contenido general, en las cuales buscaban presentarse temas de interés
general, sin hablar de “política” directamente.
Otras formas de ampliar la difusión, aunque en grupos más
selectos, era la aparición de dirigentes antifascistas en revistas de
sociedad. Esto puede rastrearse en el animado artículo aparecido en
Matices sobre la presidenta de la filial platense de la Junta de la
Victoria. Esa misma revista, que solía centrar sus páginas en la revisión
de las reuniones del Jockey Club, no encontraría ningún problema,
luego del golpe de 1943, en dar un pormenorizado y caluroso
seguimiento de la actividad social de las autoridades militares
bonaerenses, las mismas que promoverían la clausura de la agrupación
antifascista mencionada152.
Queda claro, entonces, que todas las formas eran respetadas en la
búsqueda del objetivo central que era el de movilizar y difundir la
prédica antifascista.
3) La evolución temporal de la apelación antifascista
argentina.
151 Documento Nº 79. 152 Documento Nº 80. Es que, por otra parte, la Junta de la Victoria explotaba un ideal de prestigio social que podía verse, no sólo a través de sus propias revistas, que no tenían nada que envidiarle a las revistas de moda de la época, sino también en publicaciones de interés general como la que aquí se señala. En el caso de las revistas propias de la agrupación, podemos ver el anuario de 1942, en el que puede detectarse la ubicación social de sus principales representantes, al ver las fotos de las integrantes de la Junta de la Victoria realizando sus tareas predilectas, entre las que se cuentan la práctica del golf, la ejecución del laúd, la pintura y la lectura del libro La dance aujourd’ hui de André Levinson (Junta de la Victoria, Mujeres en la Ayuda, 1942, pp. 12-13).
59
Una historia del antifascismo en la Argentina, más allá de su
previsible relación (concreta e imaginaria) con el fascismo, debe
entenderse a partir de su enmarcamiento en una propuesta política
concreta capaz de crear una identidad que resultara eficaz en conectar,
de una manera tentadora y creíble para sus usuarios, los sucesos
internacionales con la disputa política interna, estableciendo los
términos de posibles alianzas y caracterizando los potenciales
enemigos.
En esta sección intentamos desprendernos de una visión que
resalta las características ahistóricas del antifascismo y que lo expresan
como un mero antídoto de un fascismo ubicuo o como una idea
platónica de estatismo invariable. Consideramos que es necesario
historiar el desarrollo de la prensa y los movimientos antifascistas que
pretendieron encarnar, de diferencial manera, ese ideal.
Indudablemente, el momento inicial de construcción de la prédica
del antifascismo argentino como apelación política de uso interno no
puede señalarse a través de una fecha exacta. Se trata de un lento
proceso a través del cual iría conectándose a la realidad argentina, un
discurso originado transatlánticamente, que luego de cierto tiempo fue
volviéndose pasible de ser utilizado dentro de ella como coordenada de
posicionamiento político.
Para dar cuenta de esta realidad, hemos creído necesario realizar
una distinción analítica inicial, que separa las expresiones de
antifascismo en Argentina, ya conocidas desde el ascenso mussoliniano
al poder en 1922, del desarrollo de una apelación política antifascista
específicamente argentina. Porque si bien desde el mismo momento de
aparición del fascismo en Italia, hay antifascistas italianos en la
Argentina y argentinos que están en contra del fascismo italiano, esto
no significa de por sí que una apelación antifascista argentina estuviera
a disposición para ser operada por grupos políticos nacionales de peso
en la situación local.
60
Una apelación de uso interno va construyéndose lentamente,
hasta volverse parte del sentido común de movilización de ciertos
grupos, y surge como tal a partir de la aceptación de formas conocidas
y avaladas por la experiencia, que luego serían repetidas por aquellos
sectores políticos que buscan reproducir el ciclo de la movilización.
Es por ello que debemos rastrear los orígenes de posibilidad de
una apelación antifascista argentina, para confirmar el proceso diferido
que se da entre el origen de posibilidad de ese discurso y la efectiva
instrumentalización del mismo.
La irrupción del fascismo como un fenómeno particular
dentro de la escena política mundial (1922-1933).
El 28 de octubre de 1922, el fascismo, encabezado por Benito
Mussolini, tomaba el poder en Italia al formar un gobierno de mayoría
propia por encargo del rey Víctor Manuel III, después de la llamada
Marcha sobre Roma. Hacia 1925, luego de salir relativamente airoso
del asesinato del diputado socialista Giacomo Matteoti producido en
junio de 1924, el Duce suprimía los partidos opositores. En diciembre
de 1926 eran redactadas las leyes fascistísimas que abolían las
libertades de reunión y de expresión.
Paralelamente, el movimiento de oposición al régimen dictatorial
instaurado en Italia se conocería con el nombre de “antifascismo”. Los
emigrados italianos comenzarán a llevar la prédica antifascista por los
diferentes países del mundo, preferentemente a Francia, donde cerca
de un millón de disidentes se establecieron, concentrando la mayor
actividad política del movimiento153.
Sin embargo, la inicial exclusividad italiana del fenómeno fascista
hacía que la lucha antifascista no estuviese acompañada de manera
153 Ver Droz, Histoire de l’antifascisme en Europe, 1923-1939, capítulo II: L’antifascisme italien, pp. 25-72.
61
abierta por los sectores democráticos de otros países, quienes la veían
como una causa más amiga que realmente propia.
Ante esta situación, los italianos en Argentina intentarían
demostrar lo contrario y fomentar un apoyo mayor por parte de la
comunidad argentina a su causa. El tono utilizado mostraba la
necesidad de romper la indiferencia local frente al fascismo, quizás
incluso entre los mismos italianos que habían adoptado ya a nuestro
país como el referente principal de interés y para quienes lo sucedido
en Italia podía resultar algo ajeno154.
Parece claro que en la década del veinte, “el fascismo ya
resultaba un anatema para los demócratas de la Argentina”155. Sin
embargo, las causas de la repulsa se fundamentaban sobre todo en
hechos puntuales de conflicto entre la Argentina e Italia, como la
política emigratoria altamente restrictiva que desde 1927 existía en la
Península, o en concepciones generales de disgusto por las
características represivas del gobierno mussoliniano.
Esta parcial indiferencia se sustentaba en el hecho que Italia no
era la única nación dominada por la violencia en esos tumultuosos años
de primera posguerra, en los que la instalación de gobiernos fuertes se
veían como una consecuencia de la amenaza de anarquía social.
A pesar de la retórica inflamada de Mussolini y sus seguidores, el
fascismo todavía no parecía poder ser diferenciado de un modelo
dictatorial y reaccionario típico, definido primordialmente por su
carácter conservador y burgués, como lo señalaba todavía en 1930
Deodoro Roca156, quien lo reputaba incluso como aún menos peligroso
que la autocrática monarquía hispánica.
Asimismo, y sea cual fuere la particularidad de la violencia
italiana, no eran pocos los que auguraban que el fascismo estaba
154 Documento Nº 84.155 Newton, Ronald C., “El fascismo y la colectividad ítalo-argentina, 1922-1945”, Ciclos, año 5, Vol. V, Nº 9, 2º semestre de 1995, p. 16.156 Documento Nº 86.
62
condenado a perecer en forma rápida. El socialista Enrique Dickmann,
a sólo cuatro años del inicio del experimento fascista no dudaba en
pronosticar que:
“el fascismo no cabe más en Italia ni en Europa. El mundo retorna a la
sensatez, al juicio sereno y a los procedimientos normales y constitucionales.
Vuelven a imperar en los países más cultos la democracia y el sufragio
universal”157.
Aunque Italia ya se estaba convirtiendo en una novedad que
según algunos debía ser combatida y según otros debía ser aplaudida
como la anticipadora de un nuevo futuro promisorio, en todos los casos
parecía dudosa la posibilidad de su importación como régimen.
Al permanecer en su insularidad nacional, no parecía existir
todavía la posibilidad de movilizar políticamente, a través del ideal
antifascista, a grandes grupos de demócratas no italianos. El interés del
fenómeno fascista en la Argentina seguía basándose en la curiosidad
que despertaba su líder y en el seguimiento de sucesos originados en el
país donde gran parte de los habitantes locales conservaban sus
raíces158.
La palabra fascista como descalificación, todavía no lograba
prender en una comunidad política argentina que seguía pensando en
el régimen mussoliniano como un intento parcialmente exitoso de
superar la crisis de postguerra.
En ese sentido, muchos políticos llegaban a desacreditar a
aquellos grupos tradicionalistas nativos que se querían valer del
prestigio del fascismo. El discurso del ex presidente del Concejo
Deliberante porteño, Eduardo F. Maglione, sería aplaudido por el
157 Documento Nº 85. 158 En 1927 vivían en la Argentina aproximadamente 1.800.000 italianos, casi el 18% de la población total. Newton, “El fascismo y la colectividad ítalo-argentina, 1922-1945”, Ciclos, pp. 3-4.
63
director del diario fascista en Argentina, Il Mattino d’Italia, porque
fustigaba
“con razones a esos conservadores reaccionarios que deforman el
espíritu del fascismo para servirse de él como un medio para lograr objetivos
políticos y sociales que son la antítesis del pensamiento fascista”159.
Por otro lado, las constantes discrepancias entre grupos de
inmigrantes daban fronteras afuera de la comunidad italiana, cierto aire
de mezquindad o sectarismo a la disputa, sobre todo cuando dentro del
mismo antifascismo emigrado “las primeras manifestaciones de
reacción al movimiento fascista en el poder [tenían] un carácter
episódico y [no existía] entre los exiliados ni unidad de ideas ni de
acción”160.
La dispersión no fortalecía, indudablemente, el uso del
antifascismo como una prédica de interés general en el país. Sin
embargo, inauguraría una tendencia que se volvería común: la de
acusar de fascista a los grupos antifascistas con los cuales no se
concordaba, tal puede verse en las declaraciones de la Alianza
Antifascista Italiana en la Argentina, que aseguraba que el diario
antifascista “L´Italia del Popolo que hasta hoy se había preocupado de
salvar al menos las apariencias, pasa decididamente al campo del
seudo-fascismo burgués”161.
La relativa insularidad de los círculos emigrados antifascistas no
impedía, sin embargo, el comienzo de intentos por unificar una acción
159 Prólogo de Mario Appelius al libro de Maglione, Eduardo F., Fascismo, hitlerismo y comunismo frente a la Democracia Argentina, Buenos Aires, Rosso, 1932, p. 5. El discurso de Maglione tiene, además, la peculiaridad de hablar sobre el nazismo antes de su acceso al poder, y en los mismo términos positivos: “Hitler viene conquistando el sufragio, nuestros graciosos hitleristas quieren suprimirlo” (p. 14). En una estrategia que no volverá a ser utilizada ante el desarrollo de los hechos, Maglione se valía del carácter democrático del hitlerismo y el fascismo para contrarrestar a aquellos que querían suprimir la ley Sáenz Peña. 160 Fanesi, Pietro Rinaldo, “El antifascismo italiano en Argentina (1922-1945)”, EML, año 4, Nº 12, agosto 1989, p. 324.161 La Internacional, 28 de diciembre de 1939, p. 2.
64
antifascista entre emigrados italianos y sectores locales. De ello da
cuenta el convenio entre antifascistas y masones argentinos y
uruguayos, en el cual se mencionaba, incluso, un posible apoyo del
presidente Yrigoyen162.
Estas apariciones algo marginales del fenómeno fascista en el
país se volverían cada vez más copiosas a partir de la radicalización e
internacionalización del fascismo como fenómeno universal, momento
en que el campo ideológico internacional se polarizó perceptiblemente
y en el que las distancias acerca de la consideración del experimento
totalitario se hicieron cada vez más irreductibles.
Los procesos de internacionalización del fascismo y del
antifascismo desencadenaron en el país, un cúmulo de estrategias
políticas que fueron aprovechadas diferencialmente por cada uno de los
actores políticos que presentaron al enemigo local bajo los términos
tentadores de la contienda internacional. Pero para que el fascismo
fuese considerado una posible y peligrosa ideología de importación,
sería necesario un hecho que le diese a su evolución un salto
definitorio.
Y si todavía –en 1932- la C. G. T. para explicar los asesinatos
políticos en Italia se seguía refiriendo al fascismo como un fenómeno
meramente delincuencial y se preguntaba “¿quién es el temerario que
intenta traer un retoño de ese árbol de ignominia a tierras de
América?... ¿Quién se atreverá a vestir aquí la trágica camisa negra,
manchada con la sangre de los apóstoles de la libertad italiana?”163, la
creación –en ese mismo año- del Partido Fascista Argentino parecía
darle la respuesta.
El triunfo del nazismo, ante la sorpresa de los sectores
democráticos y de izquierda, significó el comienzo de un período en el
cual esa pregunta, tan común inicialmente, iría quedando fuera de
162 Fanesi, “El antifascismo italiano en Argentina (1922-1945)”, EML, p. 331.163 Boletín de la Confederación General del Trabajo, año 1, Nº 6, 25 de junio de 1932, p. 3.
65
lugar, ante la multiplicación de admiradores de los sistemas totalitarios
de gobierno y ante la efectividad creciente de la apelación antifascista
que los buscaba desmentir.
Ante la toma de poder del nazismo y en la época de los
Frentes Populares (1933-1936)
En 1933, el ascenso del nazismo al poder hará finalmente del
fascismo un problema de envergadura mundial. Los grupos que
tomaban, aunque más no fuera en forma parcial o en aspectos
puntuales el ejemplo de los países nazi-fascistas, parecían corroborar
con su ímpetu y más allá de las diferencias entre ellos existentes, el
comienzo indeclinable del aparentemente paradójico arraigo
internacional de una ideología ultra nacionalista.
Entre estos sectores, el concejal socialista Julio González Iramain
señalaría que los grupos como la Fuerza Social-Nacionalista y la Legión
Cívica, pretendían “imitar a Mussolini y a Hitler, olvidando que este es
un país muy distinto de aquellos y que nosotros hemos vivido hasta hoy
en plena democracia, mala o buena, pero democracia al fin”164 e
impulsaría, junto a toda la bancada de su partido, un proyecto de
disolución de dichas entidades.
La C. G. T. misma, de dirección sindicalista y ya profusamente
acusada por los comunistas de no querer abordar el problema del
fascismo, debería explicar a través de su secretario general y frente al
renovado interés que tomaba el tema en cuestión por la victoria
nacional-socialista en Alemania que, aunque más cauta por el rol
responsable que cumplía como institución y a pesar de mantener la
calma frente a otros sectores que utilizaban el tema como mero
material de conmoción ideológica, la central obrera en cuestión
desplegaba una consecuente acción antifascista en el país.
164 Versiones Taquigráficas del Concejo Deliberante, 19 de mayo de 1933, p. 720.
66
A poco más de un año de la pregunta de 1932, en donde se
desestimaba completamente la posibilidad de existencia de fascismo en
el país, el secretario general de la central obrera, aunque marcando la
enunciación hipotética, reafirmaba la necesidad de la lucha antifascista
y declaraba:
“si el caso llega, (la C.G.T.) sin vanos alardes, pero con firmeza sabrá
ocupar el lugar que le corresponde oponiendo a la reacción y a las hordas
fascistas del capitalismo intransigente, todo el peso de su fuerza organizada
en defensa de los derechos obreros”165.
Por su parte, en la política comunista, y teniendo en cuenta la
situación francesa, particularmente temerosa de una expansión nazi,
también comenzará a producirse el viraje desde la línea de acusación a
los sectores denominados social-fascistas hacia un entendimiento
mayor con las grandes democracias con vistas a frenar el avance
fascista. El 2 de mayo de 1935 se celebrará un pacto franco-soviético,
entre Pierre Laval y Stalin, que sellará en el papel esta política.
Frente a la llamada internacionalización parda que se avecinaba,
el antifascismo comenzaba a mostrarse como una medicina preventiva
ubicua frente al posible ascenso de las dictaduras totalitarias.
En este marco se produjo un hecho fundacional que dotó al
antifascismo de una fecha simbólica de cristalización. Fueron las
palabras del comunista búlgaro Georgy Dimitrov en su informe al VII
Congreso Mundial de la Internacional Comunista, a través de las que se
rubricó la necesidad de construcción de un antifascismo internacional,
promovido por los Frentes Únicos y Populares.
165 Documento Nº 88.
67
Dimitrov166 será el decisivo internacionalizador del antifascismo,
al proclamar y popularizar la idea de Frentes Únicos y Populares en
todo el mundo para luchar contra Hitler, Mussolini o cualquier posible
nuevo representante de la “dictadura terrorista descarada de los
elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del
capital financiero”167.
Como hemos visto previamente, el fascismo volvía a ser entendido
como dictadura, y desde esa convicción parecía poder reproducirse en
todos lados. Ante esa nueva ubicuidad, su utilización como imagen del
enemigo comenzaba a ser, ya desde la proclama de Dimitrov, no sólo
multivalente sino incluso hasta algo paradójica. Así lo muestra la
siguiente opinión de Dimitrov sobre el fascismo norteamericano:
“El incipiente fascismo norteamericano, consiste en que, en la fase
actual, actúa predominantemente en forma de oposición al fascismo,
considerándolo como una corriente ‘no americana’ (…) A diferencia del
fascismo alemán, (…) el fascismo norteamericano intenta presentarse como
paladín de la Constitución y la ‘democracia americana’”168.
Se cumpliría, con esa definición de un fascismo en forma de
oposición al fascismo, un papel muy importante en la configuración de
la apelación antifascista, ya que sentaba, con su teoría del aspecto
mutable, engañoso y multifacético del fascismo, una estrategia política
para descubrirlo por doquier y fundar con ese descubrimiento, la
inmediata necesidad de formar un antifascismo donde fuera que el
166 Parecía que no podía ser otro que Dimitrov, el que fundara la prédica del antifascismo internacional. Su participación en el juicio en el que se acusaba a los comunistas de incendiar el Reichstag, a través de la cual consigue invertir los roles de acusado a denunciante del régimen nazi, lo hacían el más preparado para fundar la prédica antifascista a nivel internacional. Por un relato del juicio, “Dimitrov” en Vergés, Jacques M., Estrategia judicial en los procesos políticos, Barcelona, Anagrama, 1970, pp. 60-66. 167 Dimitrov, Jorge, Fascismo y frente único, Buenos Aires, Nativa, 1974, p. 9. 168 Ídem, p. 58. Cursivas mías.
68
fascismo de diverso tipo fuera detectado. Así, de no existir el fascismo,
habría que inventarlo, o el antifascismo devendría imposible.
De la explosión de fascismos autoproclamados por todo el mundo,
parecía surgir -luego- con la internacionalización del antifascismo, la
construcción de unos fascismos vergonzantes que no eran conscientes
de, o que aviesamente ocultaban, su carácter totalitario. Esa tarea -casi
nigromántica- de desenmascararlos debía pertenecer, según Dimitrov,
al antifascismo.
Con esa teoría comenzaba a darse una transformación muy
sintomática de ver las cosas. Si como decíamos, el fascismo
mussoliniano había sido visto al principio como una ejemplar más del
género dictadura, ahora, ante la nueva descripción del fascismo como
forma más desembozada de la dictadura, todas las dictaduras
comenzaban a ser pensadas a través de él. Así se invertían las
categorías y el concepto genérico de dictadura terminaba siendo
absorbido por el fenómeno particular de fascismo.
En ese esquema, todas las dictaduras parecían ser fascistas o
bien, en análisis de mayor refinamiento, tener características del
fascismo, estar fascistizadas o ir en camino al fascismo169. Frente a esta
situación, los antifascistas funcionaban, en cada país, como clarines de
alerta frente al posible avance fascista y al desencadenamiento de la
guerra.
En ese clima de alerta promovido entre los sectores democráticos,
la propuesta dimitroviana de Frentes Únicos y Populares, rápidamente
refrendada por los comunistas argentinos -el 20 de octubre de 1935- en
la 3ª Conferencia Nacional del Partido Comunista en Avellaneda, no
pasará inadvertida en los partidos opuestos al fraude. La ductilidad del
frentismo como apelación se sustentó en la capacidad que tenía para
169 Y no sólo los gobiernos, también los sectores sociales correrían este peligro. Esto se advierte en las palabras de Giúdici, quien diría que “en América del sur, todas las oligarquías están fascistizadas”, Hitler conquista América, p. 59.
69
mostrarse como una unidad de varios grupos que no dejaban de
conservar su singularidad.
Esta característica hacía posible una confluencia entre sectores,
que si bien diferían en sus propuestas, comenzaban a considerar que la
tarea contra la reacción y el fascismo no sólo era superior a los
particulares intereses partidarios, sino que también y que quizás era lo
más importante, no interfería con ellos e incluso podía motorizarlos.
A través del Frente Popular, Aníbal Ponce notaba, siguiendo el
ejemplo español, que “las tendencias políticas en que antes se dividían
[los diferentes sectores] se habían atenuado dentro de un firme bloque
antifascista”170 y esto, le resultaba comprensible, porque los sectores en
que se dividía la opinión mundial eran –para él- dos y estaban
separados de manera tan intransigente como homogéneos eran en su
interior. De un lado, estaba “la reacción sangrienta y guerrerista,
enemiga de la cultura”; del otro, “el proletariado revolucionario a la
cabeza de todos los explotados: desde el intelectual ofendido y vejado
hasta el campesino triturado por la crisis”171.
De esta manera, y aunque pronto se plantearían las diferencias
que en términos electorales y partidarios podían tener las formas que
adoptaría ese posible Frente Popular, tal como veremos en el análisis
de una sección posterior, la fuerza que tenía esa idea como motor de la
movilización popular, democrática y antifascista, quedaría refrendada
el 1º de mayo de 1936, en el que participaría la casi totalidad del
espectro identificado con la lucha contra el fascismo.
En tiempos de la Guerra Civil Española, el Anschluss y el
Pacto de Munich
(1936-1939)
170 Ponce, Aníbal, “Examen de la España actual” en El viento en el mundo, Buenos Aires, Futuro, 1963, p. 161.171 Documento Nº 89.
70
El 18 de junio de 1936 se producía la sublevación que daría lugar
a la Guerra Civil Española. Esta guerra resultaría muy cercana a los
argentinos, ya que no solamente interesaba en la disputa fascismo-
antifascismo a la otra comunidad mayoritaria de la Argentina, como lo
era la española172, sino que además lograba presentarse como una clave
para comprender las coordenadas en las que se debatía el futuro
político argentino.
De allí que la causa antifascista española hiciera carne entre la
población local que sentía la situación española unida a la historia
latinoamericana, y que como Enrique Anderson Imbert, pensaba que:
“nos golpea en el pecho el sentimiento de que en España también se
juegan nuestros destinos, que es en nuestra misma patria, en el ámbito de
nuestra cultura, donde se ha renovado la milenaria lucha entre las fuerzas
caducas -pero aguerridas de la sociedad, y las fuerzas más nuevas –más
desguarnecidas”173.
El carácter de la disputa estaba tan claro para los socialistas
argentinos, que no dudaban en sostener que “nadie puede haberse
equivocado sobre el sentido de la lucha que se desarrolla en España. Es
un combate a muerte entre la democracia y el fascismo. Las dos fuerzas
sintetizan todas las corrientes de ideas de la península”174.
Esta idea, que suponía la condena a la neutralidad del presidente
Justo ante la guerra civil, tenía también otras importantes
consecuencias en relación con las llamadas grandes democracias
172 Pocos días antes del desencadenamiento de la Guerra Civil española, la máxima autoridad de la socialdemocracia internacional, Karl Kautsky, veía en el socialismo argentino debido a la “numerosa inmigración italiana” existente en la Argentina, al encargado de lograr “no solamente que los trabajadores de su país se eleven intelectualmente y mejoren su organización para llenar su misión histórica y tomar en sus manos su propio destino, sino también que los trabajadores italianos no se dejen sumergir en la degradación moral de que (sic) los amenaza la dictadura”. Carta de Kautsky enviada a La Vanguardia, publicada el 28 de junio de 1936, p. 17. Cabe imaginar lo duplicada que estaría esta misión para los socialistas, al estar ahora, no una, sino las dos comunidades más importantes del país, tocadas por ese mal.173 Documento Nº 99. 174 La Vanguardia, 3 de agosto de 1936, p. 8.
71
europeas, Francia e Inglaterra, que parecían poco dispuestas a actuar
frente la cada vez más evidente participación de tropas italianas y
alemanas a favor del franquismo.
Entre la infinidad de cartas que deben haber recibido el gobierno
del Frente Popular liderado por Blum en Francia y el partido Laborista
en Inglaterra, se encontraban las que unas mujeres mendocinas se
habían encargado de redactar, instando al primero a tomar “las
medidas pertinentes que tiendan a evitar en España la intromisión de
ejércitos extranjeros que convierten la lucha civil española en una
verdadera invasión fascista” y censurando al segundo por “la pasividad
del partido democrático por excelencia de Gran Bretaña ante el avance
fascista en el continente”175.
Opuestos a la pasividad anglo-francesa, los comunistas argentinos
disfrutarán de la ola de prestigio propagada por el protagonismo de sus
camaradas españoles. La participación de la Unión Soviética como
única potencia en apoyo de la República española los mostraba como
los verdaderos representantes de la causa antifascista, ligando los
destinos de esos dos países de manera indisoluble. El poeta Raúl
González Tuñón dirá: “atacar a la Unión Soviética es atacar a España y
servir al fascismo internacional”176.
La Guerra Civil española marcó, de manera definitiva, el ingreso
de la apelación política antifascista como una utopía política del nivel
de las que se destilaban en Europa y permitió superar la profunda crisis
de monotonía y decepción política que los conservadores habían
logrado hábilmente crear a través de esa república tan poco idealista de
la democracia fraudulenta. Aquel idealismo permitió continuar sin
desesperanzas en la actividad política local, como lo muestra la
propaganda del socialismo porteño, quien repitiendo la consabida
identificación entre fresquistas, franquistas y fascistas, promoverá sus
175 Documento Nº 91.176 Citado en Schneider, Luis Maria, II Congreso de Escritores Antifascistas, Barcelona, Laia, 1978, p. 287.
72
candidaturas bajo el lema –popularizado por el Madrid republicano- de
“No pasarán” (en este caso, el Riachuelo)177.
La pasión republicana provocó un gran desarrollo de la actividad
conjunta de intelectuales y políticos argentinos democráticos, en una
unión civil que tenía larga data en la historia nacional178.
Pero mientras la mayoría de los sectores interpretaban el apoyo a
la causa republicana, como una acción principalmente centrada en la
defensa del derecho, el triunfo de la libertad, y el fracaso de las fuerzas
reaccionarias, otros grupos, como los anarquistas de Acción Libertaria
la plegaban a una más extensa acción anticapitalista179, repitiendo en el
país, las distancias que, también en España, separaban a demócratas,
comunistas y anarquistas en el desarrollo de la resistencia republicana.
La necesidad de evitar reproducir ciertas divisiones en la ayuda
argentina en España fue marcada acentuadamente por Gervasio Guillot
Muñoz al reivindicar la labor unitaria de algunas de las entidades
republicanas180.
El énfasis que Guillot Muñoz puso en la necesidad de la unión,
demuestra la dificultad que existía para aquellos que querían evitar que
la causa republicana se convirtiese en instrumento político, puente de
propaganda electoralista, monopolio de alguna agrupación o pantalla
para disimular el juego de las fracciones políticas181.
La caída de Madrid producida de forma irreversible con la
entrada de Franco en la ciudad -el 28 de marzo de 1939- y la posterior
revelación de las disputas entre los republicanos producirían una gran
desilusión entre los demócratas argentinos. Era la primera muestra
clara de la posibilidad de partición del antifascismo argentino: la
177 Documento Nº 95.178 Documento Nº 90.179 Documento Nº 92.180 En este caso de la Federación de Organizaciones de Ayuda a la República Española, cuyo estatuto figura en el Documento Nº 10. 181 Documento Nº 97.
73
España republicana a la cual tantos honores se habían tributado, ya no
existía más.
A poco de caída la heroica capital, los rumores que decían que las
causas del derrumbe habían estado, principalmente, en la desunión
interna en el bando republicano, eran recibidos con estupefacción y
abatimiento moral en los sectores democráticos de nuestro país.
La publicación de la correspondencia entre los líderes
republicanos Juan Negrín e Indalecio Prieto182, quienes se achacaban
mutuamente las responsabilidades de tan grande defección, mostró los
entretelones de la compleja disputa interna existente entre las
diferentes facciones republicanas.
Mientras tanto, la incorporación de Austria al Tercer Reich y los
avances de los ejércitos alemanes sobre Checoslovaquia repercutieron
en Argentina, no sólo a través del repudio que los sectores antifascistas
mostraban con respecto a dichas acciones183, sino a través de la
realización –en Buenos Aires- del célebre plebiscito a favor del
Anschluss, que reforzaría la idea de amenaza nazi sobre el país y que
contaría con la oposición y movilización de la FUA, a través de un acto
patriótico en honor a San Martín, entendido como “sencilla ceremonia
de desagravio a la patria ofendida en su soberanía por la realización,
dentro del territorio argentino, del plebiscito organizado por los
nazis”184.
En todos los aspectos, la guerra mundial se presentía cada vez
más cercana. En ese contexto, un acto sucedido una semana antes de
182 Ya en agosto de 1939 salía una edición de ese debate: Epistolario Prieto y Negrin. Puntos de vista sobre el desarrollo y consecuencias de la guerra civil española, París, Imprimiere Nouvelle, 1939. En la Argentina, La Vanguardia comenzó publicar las primeras cartas de esta correspondencia a partir del 15 de agosto. Esta y otro tipo de querellas relacionadas con la suerte de los líderes del POUM, las peleas finales internas antes del desastre de Madrid y las denuncias anarquistas contra el accionar comunista en Cataluña habían preparado el terreno para la ruptura posterior de la unidad antifascista producida por el Pacto nazi-soviético.183 Documentos Nº 94 y 98. 184 Documento Nº 96.
74
que se produzca la invasión alemana a Polonia, desencadenaría la
división de los antifascistas argentinos.
Durante el Pacto Hitler-Stalin: el antifascismo dividido
(1939-1941).
El 23 de agosto de 1939, los antifascistas argentinos se
conmocionaban con una noticia que daba vueltas por el mundo. En
Moscú, el presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética,
Molotov, y el ministro de Asuntos Exteriores del Tercer Reich alemán,
Ribbentrop, habían firmado un Pacto de No Agresión entre los dos
países. Las interpretaciones sobre este Pacto germano-soviético entre
los grupos que antes habían estado unidos en la defensa de la
República Española comenzaron a fluir como un manantial inagotable.
Desde diversas posiciones se discutió acerca de la conveniencia o
no de la decisión soviética y una abierta discusión surgió entre los
sectores argentinos en la semana posterior al pacto. En ese lapso, los
grupos antifascistas todavía hablaban desde la idea de pertenencia a
una comunidad antifascista íntegra y en la cual se discutían ideas
dentro de un mismo espíritu, permitiéndose las visiones encontradas
sobre la utilidad o no de dicho pacto para frenar la guerra que Hitler
buscaba desencadenar185.
El clima de discusión podía ir desde el tono jocoso y condenatorio
de la carencia de coherencia fascista186 hasta el más abiertamente
reprobatorio que desde el trotskismo enunciaba Liborio Justo sobre
185 Desde la noticia del Pacto, La Vanguardia llamó a un “debate libre” sobre el Pacto, en el cual participaron tanto detractores como favorecedores del mismo. Participaron en ese debate: Rómulo Bogliolo, Liborio Justo, Alfredo López, Dardo Cúneo, Pedro Chiaranti, José Campos, Brasil Gerson y Narciso Márquez. El 31 de agosto La Vanguardia convocó también a un plebiscito popular sobre dicho tema, pero fue suspendido al día siguiente, ante el estallido de la guerra, argumentando que “una vez más los hechos han vencido a las palabras”. 186 Documento Nº 102.
75
Stalin187. Sin embargo, el panorama general de contribuciones estaría
todavía signado, en general, por la creencia que este debate seguía
siendo un intercambio de opiniones encontradas dentro de un mismo
campo antifascista188.
Desde un primer momento, lo que se puso en cuestión fue la
utilidad o no del pacto. En ese sentido, incluso podía hallarse a
socialistas argentinos que, como Rómulo Bogliolo, se congratularan del
pacto, al entender que “el tratado en debate no puede tener sino
alcances convenientes, vale decir, la detención de la carrera victoriosa
del nazismo alemán”189. El reconocimiento de un campo antifascista
unificado pero con diferentes visiones sobre el pacto entre Stalin-Hitler
duró tan sólo una semana.
La discusión quedaría cancelada el 1º de septiembre de 1939, día
del comienzo de la invasión de las tropas de Hitler a Polonia. La
Segunda Guerra Mundial comenzaba, con las posteriores declaraciones
de guerra de Gran Bretaña y Francia al Tercer Reich. Frente a la
antigua desconfianza hacia las democracias por su acción en la Guerra
Civil, el socialista Anderson Imbert ahora estaba seguro que Francia e
Inglaterra habían decidido atrapar a Hitler porque “no era posible
187 Liborio Justo diría “cabe recordar aquí que no es la primera vez que Stalin ayuda directamente al fascismo. Ya en oportunidad de la guerra en Etiopía, surtió de petróleo a la flota italiana durante toda la campaña de avasallamiento de este indefenso pueblo colonial”. Documento Nº 101. La dureza con que respondían los comunistas era algo mayor y mostraba lo profundo del encono entre los dos grupos, al definir a los trotskistas como “caracterizados agentes del nazismo, (que) van y vienen en estos momentos procurando sembrar la confusión” que es el lugar donde “el bacilo trostkista se encuentra en el medio propicio a su peligrosidad” Orientación, 31 de agosto de 1939, p. 5. 188 Esto puede verse al comentar los comunistas ciertas declaraciones de Dickmann y Palacios, comparando a Hitler con Stalin. En vez de la demonización que impartían a los trostkistas, en este caso los comunistas sólo se dedicaron a advertir la ingenuidad de esos socialistas, pero sin alejarlos el campo antifascista y definiéndolos como: “demócratas y antifascistas que en vez de alegrarse de un paso (…) destinado a salvaguardar la paz (…) demuestran inconsecuencia y carencia de principios serios”. Orientación, 24 de agosto de 1939, p. 2.189 Bogliolo, Rómulo, “Las consecuencias del tratado”, La Vanguardia, 24 de agosto de 1939, p. 8.
76
dejarlo suelto. Ya lo están persiguiendo. Si no cae de un balazo se
rendirá de extenuación”190.
En ese nuevo contexto, el tiempo de la unión entre los grupos
antifascistas que creían poseer los mismos intereses había pasado y
surgían dos posiciones, la pro-soviética y la liberal-socialista, que se
presentaban ahora con un aspecto irreconciliablemente antagónico191.
A partir de ese momento, el antiguo aliado pasaba a ser un
engranaje más en la maquinaria fascista, porque por ignorancia o
complicidad le hacía el juego a Hitler. Así, el demócrata progresista
Julio Argentino Noble diría:
“la gran estafa del antifascismo comunista quedó al descubierto (…) El
mundo, inclinado a concederle al comunismo un sentido moral elevado,
comprendió el engaño en que había caído (…) Ese día el comunismo perdió la
batalla fuera de Rusia (…) Ese día se derrumbó el imperio espiritual del
camarada Stalin”192.
A partir de la división que se produjo en la comunidad
antifascista, los dirigentes intentaron disciplinar ese sentimiento de
decepción en forma de defensa unilateral de los partidos que
representaban, recordando las viejas disputas que habían parecido
quedar atrás, frente a la amenaza común del fascismo. Por un lado, la
Revista Socialista señalaba:
“durante veinte años el comunismo ha colaborado eficazmente en la
destrucción del movimiento obrero, del brazo casi siempre con la reacción, en
estos momentos acaba de asestar un golpe de muerte a las últimas ilusiones
de sus simpatizantes leales”193.
190 Documento Nº 104. 191 Los radicales también condenarían el pacto, que representaba para ellos, la unión de dos potencias que sentían “con igual intensidad un odio y un rencor indisimulado por las ideas democráticas y (…) un mismo desprecio por la personalidad humana”. Hechos e ideas, año 5, tomo IX, Nº 34, octubre de 1939, p. 68.192 Documento Nº 106. 193 Revista Socialista, año 10, Nº 112, agosto de 1939, p. 136.
77
Por el otro, en Orientación, órgano del comunismo, todos los
artículos confluían inicialmente en una misma estrategia: continuar la
lucha antifascista en el país, a través de formas que habían
popularizado la presencia comunista, demostrar que el pacto germano-
soviético no era una transacción entre fascismo y socialismo y expresar
una toma de posición distanciada, en la que sin olvidar que el peligro
mayor era el nazismo, se definía al conflicto como de carácter más
inter-imperialista que antifascista194.
De manera creciente los comunistas, en franca minoría, se
dedicarían a tomar más radicalizadamente el tono antiimperialista, para
labrar duras acusaciones contra Roosevelt195 y contra el Cabildo Abierto
de Acción Argentina por su carácter contrarrevolucionario196.
El distanciamiento de los comunistas con respecto de los grupos
liberales se expresaría recíprocamente. Alberto Gerchunoff, enrolado
de manera decidida en la causa aliada, mostraría un fuerte rechazo y
sorpresa ante la reactivación en las “juventudes generosas (...) y las
multitudes obreras” pro-soviéticas, del discurso antiimperialista y
antibritánico al que entendía –en esos momentos- como una forma más
de germanofilia y a partir del cual detectaba un curioso acercamiento
entre los comunistas y la derecha aristocrática197.
A pesar de la seguridad con que los dirigentes socialistas y
comunistas certificaban sus nuevos derroteros de acción, la situación
que presentaba la división del arco antifascista era sentida
descorazonadoramente por otros sectores militantes, democráticos y de
independientes liberales, que experimentaban una sensación de 194 Documento Nº 103. 195 Ver Ghioldi, Rodolfo, “El ‘Lebensraum’ de Roosevelt”, Orientación, 5 de junio de 1941, p. 5. 196 Giúdici, Ernesto, “Mister Mangan en el ‘Cabildo Abierto’”, Orientación, 29 de mayo de 1941, p. 5.197 Eran “germanófilos (…) los que han descubierto que Gran Bretaña constituye un imperio rebalsante”. La de Gerchunoff intentaba, sin embargo, no ser una posición tan sencilla, ya que consideraba también germanófilos a aquellos que eran “enemigos de la difusión de los métodos soviéticos en economía”. Documento Nº 105.
78
creciente repudio de la política. Entre ellos, algunos intelectuales
concluían que “en política internacional, como en política interna, no
hay sentimientos, ni ideales sino intereses materiales y relaciones de
fuerza”198. Era la desazón total de aquellos grupos no muy adaptados a
los vaivenes de la alianzas partidarias.
Ese sentimiento era recogido por Josefina Marpons, una socialista
particularmente crítica de las grandes democracias199, quien daba
cuenta de la desorientación existente en todo el espectro antifascista y
sin dejar de reconocer que “ya no se trata de elegir entre lo bueno y lo
malo. El deber indica colocarse junto a los que hoy son mejores”, hacía
un desesperado llamado a quienes podían poner fin a tanta
desorientación –pensando seguramente en los máximos dirigentes de su
partido-, para que lo hicieran de manera clara y convincente200.
Lo cierto es que el antifascismo que siempre había intentado
representarse a sí mismo como una indestructible roca, ahora
comenzaba a mostrarse como una aleación inestable, conformada
básicamente por dos discursos que si bien en ciertos climas podían
fusionarse a través de no pocos renunciamientos y malentendidos, en
otros momentos no podían sino resquebrajarse ante la incontestable
realidad que frente al enemigo único, unos habían optado por
apaciguarlo y otros por pactar con él.
En estos momentos, unos veían al fascismo peligrosamente
cercano al comunismo, por sus modos políticos y otros lo asociaban a
las democracias occidentales por el origen económico capitalista en
común.
198 Barrenechea, Mariano Antonio, “¿Qué ocurre en el mundo?”, Nosotros, año 4, Nº 54-63, septiembre 1940-Junio de 1941, p. 186. 199 Marpons diría “necesitamos contagiar nuestra confianza a las masas descreídas, que sonríen al oír la palabra democracia luego de conocer la conducta mantenida implacablemente por las dos grandes democracias europeas: porque sea cual fuere su actitud futura, la seguida hasta ahora en lo internacional por Francia e Inglaterra hizo tanto daño al concepto de libertad, igualdad y fraternidad de los pueblos, como Italia fascista y Alemania nazi”. La Vanguardia, 1º de mayo de 1939, p. 9. 200 Documento Nº 108.
79
En ese dilema, sólo unos pocos –como Girondo- optaron por un
tercer camino, en el que sin dejar de condenar a aquellas tiranías que
“ensoberbecidas por una mística que se basa en una absurda
superioridad racial, o en el advenimiento de un utópico paraíso
proletario (…) privan al ser humano de toda libertad”201, lamentaban
que –asimismo- la mayoría de los intelectuales olvidasen criticar al
capitalismo extranjero, únicamente por “el solo hecho de que la
propaganda alemana afirme esa verdad y la utilice con propósitos
inconfesables”202.
De cualquier manera, en lo que se refiere a los espíritus y no
tanto al intelecto, la Blitzkrieg nazi producía un clima de temor y
angustia creciente en todos los grupos que alguna vez habían abrazado
la causa antifascista y que habían experimentado la forma en que las
tropas alemanas había invadido, fácil y rápidamente, varios de los
países neutrales para luego ocupar la bien amada Francia, produciendo
un asombro y una desesperación comunes, expresables en las palabras
de Roberto Giusti:
“Lo inverosímil ha entrado a formar parte de la crónica de los sucesos
diarios. Se rinden ejércitos de centenares de miles, de millones de soldados.
La línea Maginot, que parecía desafiar el empuje de las más violentas fuerzas
bélicas, ha prestado tantos servicios en las horas de la gran prueba como el
foso que un niño pudiera haber cavado en Bretaña o en Gascuña”203.
Ciertamente, en el plano estrictamente bélico, las cosas no podían
ir peor para los simpatizantes aliados. El año 1940 significó la invasión
por parte de Alemania de Dinamarca y Noruega (9 de abril) y de los
Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia (10 de mayo). Esta última
firmaba su rendición y se dividía en una parte ocupada por Alemania y
otra conocida como República de Vichy.
201 Documento Nº 142 a.202 Ídem.203 Documento Nº 107.
80
Desde ese momento, Francia había dejado de existir para los
demócratas argentinos, ya que veían a la Francia de Vichy como mero
satélite alemán en el que “la conmemoración del aniversario de la
Bastilla no tendría sentido. Pondría más al desnudo la contradicción
entre el pasado y los días que corren”204.
Sólo la detención de la marcha alemana en Gran Bretaña alivió a
los antifascistas argentinos. A pesar de pesimismo general, Alberto
Gerchunoff pronosticaba, de manera acertada, que ese retraso sería
una de las claves del futuro descalabro de Alemania: “sus pausas largas
son grietas que llevarán fatalmente al invasor codicioso al fondo de un
abismo que cava con sus propias herramientas”205. Mientras tanto,
Repetto confiaba –junto con el poco perceptible apoyo de “la fuerza
indestructible e invencible de ciertos principios morales”- en el otro
refuerzo que un poco más tardíamente, pero finalmente llegaría con la
incorporación de Estados Unidos a la guerra206.
Ese nuevo país, que a causa del Japón se sumaría a fines de 1941
a la guerra, completaría la nómina definitiva de las potencias aliadas,
ante la previa incorporación –casi un semestre antes- de la Unión
Soviética que había debido responder a la invasión hitleriana.
En el caso de Argentina, esas dos incorporaciones servirían para
reunificar, hasta el final de la guerra, el campo antifascista local. Los
comunistas se reintegraban, no sin tensiones, al amplio movimiento
pro-Aliados.
De la incorporación de la Unión Soviética y de Estados
Unidos a la guerra, al desenlace bélico (1941-1945)
El año 1941 revitalizó la apelación antifascista, justo cuando
parecía que el triunfo nazi era inminente. Luego del aislamiento bienal
204 La Vanguardia, 14 de julio de 1940, p. 8.205 Documento Nº 109. 206 Documento Nº 110.
81
sufrido, la invasión de Hitler a Rusia devolvió a los comunistas la
seguridad de pertenecer a ese gran núcleo del que -algo
dolorosamente- se habían desprendido y en el cual podían presentarse
como el ala radicalizada de un movimiento democrático más amplio.
Ante la incorporación, el secretario general Arnedo Álvarez
convocaba a movilizar a “todos los amigos de la libertad y la
democracia al lado del gran pueblo soviético”, permitiendo la
confluencia de la renovación de la idea de unidad antifascista con el
ambicioso proyecto de convertir al comunismo argentino en un gran
partido de masas, a través de una consigna sencilla: “reclutar, reclutar
y reclutar”207.
Del otro lado del campo antifascista, aquel ataque que Noble
había hecho a los soviéticos en momentos del pacto, quedaba disuelto
en las palabras de Gerchunoff, quien reafirmaba la vieja concepción de
unidad moral construida en la época de la Guerra Civil española, al
decir que ahora “se develaban entre los que gobiernan a Rusia y los que
regentean al Reich disparidades de naturaleza distinta, de raíz vital”208.
Hitler volvía a ser así, “el enemigo de todos”, y desde esa mirada se
certificaba su futura derrota: “El señor Hitler es una expresión de
satanismo. Es Satán. Y Satán no triunfa”209.
El mismo Noble, aunque en términos menos idealistas, certificaba
la transformación operada y señalaba que el llamado antiguamente
Herr Stalin, volvía a ser el camarada Stalin210. El imperio moral
soviético parecía volver a resplandecer sobre Argentina, a pesar de la
persistencia de aquellos grupos minoritarios que seguían resaltando la
permanencia de su imperio concreto y mal habido en Polonia211.
207 Documento Nº 113.208 Documento Nº 112. 209 Ídem.210 Documento Nº 114. 211 Como puede verse en el Documento Nº 111 en el cual el circulo Polonia Libre expresaría: “Que el haber sido agredida ahora no puede significar en ningún modo justificación ni menos solidaridad para con Rusia, dada su política tradicional. En consecuencia, se entiende que Polonia sigue en guerra tanto contra Alemania como
82
Al comienzo de la invasión, algunos antifascistas liberales
seguirán expresando que “el stalinismo sigue siendo quinta columna y
debemos combatirlo, (…) hoy más que ayer”212, pero rápidamente
abandonaron esa seguridad ante lo contundente de la voluntad de
olvidar las viejas disputas. Si bien permanecían las críticas al
comunismo, estas volvieron a ser presentadas, en su mayoría, en
términos de estrategia dentro del campo antifascista, y no como antaño,
como maniobras de un cómplice de Hitler213.
Por su uso multivariable, por su carácter idealista, por las
tradiciones que encarnaba, los partidos políticos democráticos
empezarían a considerar cada vez más tentadora la apelación
antifascista que nuevamente volvía a reunir a los antiguos compañeros
de ruta.
La idea de una lucha contra el nazifascismo volvía a darse con la
idea de una lucha de todos contra el enemigo único. Ricardo Setaro
supo plantear en términos de irrebatible lógica la necesidad de esa
unidad:
“Si el nazifascismo es enemigo de todos y cada uno de nosotros,
independientemente de quienes y qué seamos todos y cada uno de nosotros,
es evidente que cada uno y todos tenemos un solo enemigo, que ese enemigo
lo es de todos y cada uno”214.
En ese clima era necesaria, más que nunca, la extensión más
amplia de la movilización antifascista y aún más, la creación de nuevos
organismos unificados de ayuda a los países aliados. Como señalaba
contra Rusia, guerra a la cual la obligaron ambas naciones, hoy enemigas”.212 Argentina Libre, año 2, Nº 68, 26 de junio de 1941, p. 3. 213 Algunos republicanos españoles seguirán mostrándose fuertemente anticomunistas. Indalecio Prieto dirá: “sé también desoír los cantos de sirena que en pro de la unión lanza el comunismo (y) repudio el sistema de ‘borrón y cuenta nueva’”. Prieto, Indalecio, “Sobre el caso de España”, España Republicana, 17 de enero de 1942, p. 4. 214 Setaro, Ricardo M., ¿Contra qué lucha el nazismo?, Buenos Aires, Anteo, s. a., p. 58.
83
Paulino González Alberdi, era necesario comprender que, incluso,
“gente que es adversaria del régimen del régimen político-social
predominante en la URSS comprende sin embargo que asegurar el
triunfo del ejército rojo representa hoy el único camino para librar al
mundo de la dominación nazi-fascista”215. Precisamente de ese espíritu,
surgiría la Junta de la Victoria.
Esa misma unidad podía volverse sin embargo, algo más delicada
de tratar en relación con la perspectiva de clase. A pesar de ello, José
Peter no dudaría en dirigirse de forma cortés a los empresarios
frigoríficos ingleses, instándolos a que comprendiesen “que los obreros
que militan en el movimiento sindical (...) son precisamente los más
demócratas y los más sinceros partidarios de las fuerzas aliadas”216.
Retomando el ataque a Castillo, las agrupaciones antifascistas
comenzarían a conocer sus mejores momentos de capacidad de
movilización, anudando la política interna con la suerte de los aliados
en el campo de batalla mundial. Una de las agrupaciones más
capacitadas y experimentadas en esa tarea fue la liberal-socialista
Acción Argentina que publicaría en varios diarios capitalinos y del
interior, el llamado al pueblo, a expresar un repudio conjunto al fraude,
a la política de aislamiento, al ministro de relaciones exteriores, a la
pasividad frente a la quinta columna y al asesinato en masa de civiles y
a mantener una política de adhesión a los aliados, a Estados Unidos y a
los pueblos oprimidos217.
A poco de producida esa adhesión a los Estados Unidos, los
antifascistas argentinos se levantarán con la noticia que la base
estadounidense de Pearl Harbor era atacada por aviones japoneses. La
percepción de varios argentinos conocerá un vuelco decisivo, sintiendo
215 Documento Nº 115.216 Documento Nº 116.217 Documento Nº 117.
84
ya total y definitivamente como propia, tal señalaba María Rosa Oliver,
la guerra mundial: “¡América, mi América está en peligro!”218.
Con las nuevas incorporaciones bélicas, la suerte de las armas
aliadas fue mejorando de manera notable y la ciudad de Stalingrado, en
donde las tropas nazis habían quedado estancadas en su marcha
oriental, se volvían un símbolo de la lucha antifascista219. Del otro lado
de Europa, la suerte de Alemania también parecía sentenciada y los
italianos antifascistas en Argentina celebraban la declaración de guerra
contra el nazismo sentenciada por Badoglio, la que los reintegraba
nuevamente, de alguna manera, a su patria220.
Cada triunfo aliado y cada país liberado se presentaba, en el
clima de euforia, como la contraparte de los sufrimientos pasados,
cuando parecía invencible la máquina de guerra alemana. De todos esos
exitosos hechos de guerra aliados no hubo, indudablemente, ninguno
más celebrado en nuestro país que la liberación de París, ocurrida el 24
de agosto de 1944.
La Libération fue un hecho de enorme repercusión en la
Argentina, tanto que la ciudadana francesa Suzanne Labin, diría:
“estaba tan emocionada por la reacción de los argentinos, como por la
liberación misma de mi país”221 y Borges enunciaría, sorprendido, el
descubrimiento, tanto de su felicidad física, como el “de que una
emoción colectiva puede no ser innoble”222.
Finalmente, en la escalada que llevaban de la mano los triunfos
aliados y la configuración del movimiento de resistencia argentina
contra la dictadura militar, se produjo, casi un año después de la
liberación parisina, la recepción de la noticia de la rendición de
218 Documento Nº 118. 219 Documento Nº 160.220 Documento Nº 119.221 Labin, Suzanne, “Le 25 Août á 12.000 kilomètres de Paris…”, La Revue argentine, año 7, Nº 33, Octubre de 1945, p. 36. Traducción mía. 222 Documento Nº 120.
85
Alemania, que fue expresada ya no bajo un efecto de festejo liberador
sino de incontenible revanchismo223.
Berlín, a ojos de los antifascistas argentinos, representaba el
centro del mal combatido durante tantos años y merecía, por lo tanto,
ser destruida como lo había sido la ciudad de Nínive en la
antigüedad224. Lo que lamentaban era sentir esa victoria algo ajena, al
deber soportar un régimen que ellos asimilaban a los ya vencidos en la
guerra y que tenía el descaro de haber declarado la guerra al Eje sin
permitir luego –bajo el imperio del estado de sitio- celebrar comme il
faut la victoria aliada.
El antifascismo de inmediata postguerra (1945-46)
Aunque en los últimos años del conflicto bélico ya se había
comenzado a pensar en la posguerra, con la convicción que tarde o
temprano los aliados victoriosos deberían encarar la construcción de un
mundo nuevo225, la cima de la literatura de posguerra en nuestro país se
daría entre 1945 y 1946.
Como no podía ser de otra manera en las predicciones del campo
antifascista local, se fueron mezclando las esperanzas de un mundo
mejor con una lectura política que tendía a prever el momento de la
definitiva caída de la dictadura local226.
223 Sería precisamente Manuel Ordóñez quien presentaría ambos hechos, de esa manera contrapuesta, en su artículo “Liberación y caída”, Antinazi, año 1, Nº 10, 26 de abril de 1945, p. 2.224 Documento Nº 121.225 Uno de los ensayistas extranjeros preferidos en Argentina que disertaban sobre este tema era el británico Harold J. Laski. Sus vaticinios tenían una amplia acogida no sólo en el campo antifascista, sino en otros sectores, como el intransigentismo radical, según recuerda Félix Luna. Ya en julio de 1941, se reproducía su artículo “La paz que habrá de implantarse” en Argentina Libre, año 2, Nº 69, 3 de julio de 1941, p. 5. Sería el primero de 32 artículos de Laski que publicaría en ese semanario. 226 Ver en ese sentido mi trabajo “La campaña electoral de la ‘Unión Democrática’ frente a un nuevo orden mundial en gestación. Visiones de desarrollo e industrialización en un supuesto ‘mundo antifascista’”. Ciclos, año 11, Vol. XI, Nº 22, 2º semestre de 2001, pp. 181-201.
86
Mientras Enrique Dickmann expresaba, en el clima de euforia de
mayo de 1945, la previsión de un “mundo de mañana” en términos
absolutamente idealizados, en el que no habría “minorías selectas, ni
gobiernos surgidos del fraude y la violencia” sino un “gobierno del
Derecho y de la Justicia”227, dos meses después, ya era dable pensar,
con Ernesto Sábato, en las condiciones concretas que podían hacer de
la paz conseguida, una duradera y sobre todo admisible228.
Y si en esos relatos el enemigo principal había sido liquidado
entre abril y mayo de 1945, restaba concluir con la amenaza que
significaba el Japón. En ese sentido, el revanchismo que se había
expresado en relación con Alemania, se redobló con el odio adicional
que una aguda incomprensión cultural fomentaba con el Japón, cuyos
súbditos ya venían siendo retratados -por Clément Moreau desde las
páginas de Argentina Libre- con innegables rasgos simiescos.
Este odio antijaponés podía llegar a coordinarse con ciertas
explicaciones que adeudaban su inspiración al positivismo y a la
ilustración intelectualista que el triunfo del progreso dejaba
nuevamente florecer a raudales. En ese clima optimista, Enrique
Amorim no dejaba de congratularse de la invención (y lo que parece ser
más grave, de la puesta en práctica) de la bomba atómica,
simbolizándola como “la paloma de la Paz” que acabaría
definitivamente con la Guerra229.
Amorim se congratulaba de las bombas que destruyeron
Hiroshima y Nagasaki, costando la vida de más de 150 mil personas,
porque realizaban -en su visión, segura de la astucia de la historia-, la
tarea de vincular la raza amarilla a los destinos de la Humanidad, de la
que parecía estar desvinculada al no sostener los principios
occidentales. La “Paloma Atómica” era un acto esencialmente
227 Documento Nº 123. 228 Documento Nº 124. 229 Documento Nº 125.
87
antibárbaro en la explicación de Amorim, y las perspectivas de la
posguerra parecían abrigar la victoria definitiva del Ingenio230.
Sin embargo, en las confiadas expectativas de un mundo
antifascista, comenzaban a depositarse los nubarrones de la larvada
Guerra Fría que podía empezar a intuirse en los llamados de atención
que, ya a fines de 1945, el comunista Rodolfo Ghioldi advertía contra
“los focos reaccionarios de Occidente –que son los que antes se reunían
en Clieveden House o en el cuartel aislacionista norteamericano-, (que)
inclinan el inmenso poder de sus monopolios contra la amistad leal entre las
tres grandes naciones organizadas de la victoria, y cuyos representantes
firmaron en Crimea el compromiso de luchar por desarraigar las fuentes
sociales del fascismo”231.
En la incipiente posguerra comenzaban a despuntar ya las
innumerables dificultades que tendría para realizarse el ideal mundo
antifascista soñado por Dickmann.
4) El antifascismo entre la unidad partidaria y las propias
divisiones.
En el presente apartado realizaremos el análisis del antifascismo
desde una doble perspectiva. Analizaremos la participación de ese
discurso en los intentos de unidad entre los sectores democráticos (y
los obstáculos existente para su consecución) paralelamente a las
fuertes disputas, debates y divisiones operadas fronteras adentro de las
organizaciones antifascistas que impulsaban esa unión.
Hemos visto la forma en que la idea de Frentes Populares cuajó
en la estrategia unionista democrática, la que si bien había concretado
experimentos anteriores como la Alianza Civil entre el
230 Ídem.231 Documento Nº 126.
88
demoprogresismo y el socialismo, nunca había incluido de manera
abierta la integración del principal partido opositor: el radicalismo.
Con el fin del abstencionismo radical en 1935, los demás partidos
opuestos al gobierno conservador habían entendido que sobre el
partido de Alvear iba a recaer la única posibilidad concreta de derribar
el fraude. Ante este cambio de la situación política, el antifascismo se
mostró útil como prédica para aquellos que alentaban una lucha
anticonservadora conjunta bajo el liderazgo radical.
Los partidos que se habían beneficiado con la abstención radical
durante los primeros años del justismo, principalmente el socialismo y
el demoprogresismo, reconociendo la conclusión de una situación
política que había permitido sobreestimar sus fuerzas reales en la lucha
electoral, comenzaron a pensar resueltamente en perfilarse como
aliados del radicalismo y beneficiarse de su compañía, tal como antaño
se habían beneficiado de su ausencia.
En el ya mencionado proceso de adopción de la propuesta de
Frentes Populares y de unidad, el 1º de mayo de 1936 marcó una
importante fecha en el comienzo de la apelación antifascista argentina.
A pesar de todos los resquemores partidarios, el acto mostrará el
gran poder de movilización que poseía la confluencia de las apelaciones
democrática, frentista y antifascista. En las palabras de la comisión
organizadora del evento, se procuraba unificar una “poderosa
conjunción democrática y popular para poner un dique contra el
fascismo, contra la dictadura y la oligarquía”232.
Al entender la formación del Frente Popular como una alineación
encargada de restituir las libertades políticas que el fraude
obstaculizaba y el fascismo amenazaba suprimir, aquellos aspectos de
reforma social, que su creación podía en teoría aparejar, eran reducidos
u obviados. La mayoría de los interesados en la construcción frentista
232 Citado por Iscaro, Rubens, Historia del movimiento sindical, Buenos Aires, Ciencias del hombre, 1974, tomo IV: “El movimiento sindical argentino”, pp. 48-49.
89
parecían acordar en que el programa a adoptar debía consistir en la
búsqueda de la democracia mediante una prédica radicalizada, pero
basada en objetivos limitados a la normalización constitucional.
Pocos eran los que dentro de los partidos democráticos defendían,
como lo hacía Benito Marianetti, la idea que “el proceso del Frente
Popular nos lleva a la instauración del socialismo y por eso no debe
alarmarse nadie de que (en su programa) se incluya la cláusula de
expropiación”233. La idea de ampliación de los alcances de un Frente
Popular convertiría a Marianetti en un expulsado del Partido Socialista
y mostraba los límites que incluso el más proletario de los partidos
democráticos ponía a las pretensiones de transformación social.
El Frente Popular, más allá de sus prédicas idealistas, estaba
demasiado ligado a procedimientos electorales, cortoplacistas o
sectarios que llevaban a la imposibilidad de mantener constantemente
una oposición unificada, como lamentaba Rogelio Frigerio, al advertir la
imposibilidad del festejo unitario del 1º de mayo en 1937234.
Por su parte, el Partido Socialista ya había dejado en claro que no
admitiría una posible unidad electoral con el comunismo, al que
consideraba, según palabras de Adolfo Dickmann, como un partido que
“acepta la democracia y la libertad como tragos amargos que no le es
dable evitar”235.
De esta forma, aunque sin desconocer el origen comunista de la
propuesta236, muchos socialistas intentarían excluir a sus primos
enemigos de la Unidad, a través de la realización de un Frente Popular
Democrático, en el cual los comunistas no podrían participar.
233 La Vanguardia, 30 de junio de 1936, p. 1.234 Documento Nº 128.235 Documento Nº 127. 236 El concejal socialista Adolfo Rubinstein reconocerá, en su particular visión, que el Frente Popular surge “como consigna después del último congreso internacional comunista donde Dimitroff sostuvo que el comunismo debía abandonar la propaganda de paparruchas como la ‘dictadura del proletariado’ y embarcarse en una acción conjunta con agrupaciones afines y burguesas”. La Vanguardia, 30 de junio de 1936, p. 1.
90
Indudablemente, el intento de exclusión del comunismo no
parecería surgir tanto de la necesidad de establecer un Frente Popular
Democrático, como de la ventaja que su exclusión daría a los socialistas
al situarlos en el papel de únicos intérpretes de los trabajadores en una
coalición antifascista y democrática.
Lo cierto, es que más allá de los nombres y de los participantes
involucrados, el antifascismo se volvía una prédica útil como cemento
de la unidad contra el conservadurismo, unidad que parecía
indispensable para los demócratas. Los ataques dispersos que se venían
dando desde el golpe uriburista contra el orden conservador,
comenzaban a nuclearse –ahora- en torno de una idea tentadora y a
tono con el clima internacional.
El mandato de Ortiz, cubierto inicialmente de expectativas,
permitió pocos intentos de madurar una unión opositora formateada
bajo la reivindicación antifascista. En ese lapso, además, la división fue
el tono predominante en la experiencia de las organizaciones e
individuos antifascistas, generando segmentaciones, odios personales y
heridas que tardarían (algunas nunca lo harían) años en cicatrizar237.
La confusión existente en ese sentido era tal que, algunos
radicales como Carlos M. Noble, la explotarían para resaltar el carácter
nacional del radicalismo y reparar en el hecho que “la extrema derecha
representada por un diario fascistizante, aconseja a sus lectores votar
las candidaturas de la extrema izquierda”. Ello estaría mostrando “el
pacto de Hitler y Stalin consumado en la Argentina (y) la unión de dos
ideologías antagónicas y extranjerizantes” en la que incluso los
socialistas, contrarios al pacto, estarían involucrados, ya que
“los acusados por la Casa del Pueblo de mantener vinculación y de estar
a las órdenes de la Tercera Internacional, se plegaron de pronto a las
237 Las disputas llegaban al punto de acusar como nazi a una entidad de lucha contra el antisemitismo (Ver Documento Nº 143) y a inventar la definición de comunazi (Documento Nº 136).
91
candidaturas del socialismo, sin explicar de donde vinieron las órdenes de
firmar el vergonzante pacto”238.
Estas alusiones sólo podían desprestigiar la posibilidad del
antifascismo como cemento de la unidad democrática y algunos
radicales no dudarían en suponer un triple acuerdo entre comunistas,
socialistas y conservadores contra su partido. El dirigente radical Mario
Guido acusará al Partido Socialista como instrumento de imposición del
pacto “Berlín-Moscú” en la Argentina. A esto los socialistas
responderán: “sólo un analfabeto desconoce la línea existente entre el
socialismo democrático y el comunismo ¿Es tan bruto el señor
Guido?”239.
Hacia 1940, las diferentes agrupaciones pro-aliadas comenzaban
a buscar un apoyo multipartidario a su causa, centrándose inicialmente
en la adscripción individual. Esto que podía ser un comienzo favorable
de unión entre antifascistas particulares de diversos partidos, era
obstaculizado por los resquemores existentes por aquellos grupos
partidarios que se sentían perjudicados por la prédica de estas
agrupaciones, como lo muestra la negativa reacción de un grupo de
radicales cordobeses ante Acción Argentina240.
Por el otro lado, la persistencia de reticencias en diferentes
sectores partidarios sobre los reales motivos por los que se suponía
movilizadas a las agrupaciones antifascistas, provocaba un especial
recelo y una decepción marcada frente a las políticas de los partidos
tradicionales, a los que se consideraban movidos únicamente por fines
sectarios. Rodolfo Moltedo, desilusionado frente al conservadurismo y
al radicalismo, diría: “La Argentina es mejor que sus dos grandes
fuerzas políticas, pero corre el riesgo de colocarse a la altura de
estas”241.
238 Hechos e Ideas, año 5, tomo V, Nº 36, marzo-abril de 1940, p. 372.239 Revista Socialista, año 11, Nº 125, Octubre de 1940, p. 224. 240 Documento Nº 129.241 Documento Nº 131.
92
A las disputas existentes entre partidos y agrupaciones cívicas,
cabe agregar las diferencias existentes en el mismo seno antifascista
que planteaba abismos entre grupos separados ideológicamente, como
vemos en la respuesta negativa que Acción Argentina de Mendoza
elevaría a un grupo que decía poder completar los objetivos políticos de
aquella, con una acción de emancipación económica242.
Los debates entre Girondo y Mitre también muestran los alcances
de la identidad antifascista y revelan que la visión hacia Inglaterra, la
posición frente al desarrollo económico y otras cuestiones de interés
local e internacional podían distanciar a individuos ubicados en un
mismo desprecio a los regímenes nazi y fascista243.
Estos debates moderados podían trasladarse hasta la disputa
altisonante y el agravio personal cuando se trataba de las discusiones
en torno de los grupos antifascistas separados por la visión acerca de la
Unión Soviética y del comunismo durante el pacto.
Notables en ese sentido, son las alocuciones en las que se
mezclaba de manera incesante la ideología de sus autores con su
sensibilidad individual y que, en los casos de artistas e intelectuales,
conformaron toda una literatura en la que se podía descollar tanto
polémica como estilísticamente, como lo muestran los textos de José
Gabriel y Gregorio Bermann244.
Mientras tanto, las posibilidades de retorno a la democratización
de las prácticas electorales, a través de un acuerdo promovido por
Federico Pinedo, se verían descartadas no sólo por la intransigencia
castillista sino por el desapego de Alvear a llevar las conversaciones a
un grado más concreto. Ante el fracaso de estas gestiones, Acción
242 Documento Nº 141.243 Documento Nº 142 a, b, c y d.244 Documentos Nº 144 y 145. En uno de los casos, incluso, las respuestas polémicas se centraban sobre personas equivocadas, ya que, como recuerda Larra –para el caso del documento 221- José Gabriel atribuyó equivocadamente un artículo escrito por aquél, como realizado por Córdova Iturburu, por lo que éste último sufriría los ataques más iracundos en esa polémica, en vez de Larra. Ver Larra, Raúl, Etcétera, Buenos Aires, Ánfora, 1982, p. 15.
93
Argentina lamentaría el hecho, instando nuevamente a los dirigentes de
los partidos tradicionales (muchos de ellos, militantes de sus filas) a
que “dejando de lado los intereses subalternos sólo nos inspiremos en
la grandeza de la patria”245.
A pesar de las posibles interferencias, la prensa antifascista siguió
intentando demostrar que los miembros del radicalismo estaban
mayoritariamente concentrados en la lucha contra el Eje. Para ello
apelaban a la figura de Alvear, poniendo a contraluz las opiniones y
prácticas de otros grupos neutralistas o, simplemente, escépticos con
relación a la prédica antifascista246.
Por su parte, fueron los socialistas quienes estructuraron desde
su organización, más tempranamente, la necesidad de la conjunción de
las fuerzas antifascistas como pilar de la futura unidad partidaria y
electoral. Ya en diciembre de 1941, Adolfo Rubinstein señalaba: “sólo
por la unión sagrada de los argentinos libres, superaremos nuestras
dificultades, crearemos una opinión pública vigilante, despierta, activa
y salvaremos la democracia”247.
En esta lógica, la actividad de “reaccionarios y nazifascistas
criollos” era la que intentaba frenar la unidad y todo aquel que
evidenciara las divergencias existentes entre los partidos democráticos,
además de intransigente, era considerado cómplice de la infiltración
fascista248.
Más allá de los discursos previos, la posibilidad concreta de
estructurar una alianza anti-conservadora, con el nombre de Unión
Democrática Argentina, fue volviéndose admisible en 1942, a partir de
las conversaciones existentes entre los partidos políticos democráticos
y del clima generado por las movilizaciones multipartidarias de las
agrupaciones civilistas y antifascistas.
245 Documento Nº 130.246 Documento Nº 132.247 Documento Nº 133.248 Ídem.
94
En medio de luchas intestinas y ante la muerte de su líder
(Alvear), los sectores antipersonalistas del radicalismo incorporarían la
cuestión de la Unidad como una batalla más en la lucha por la primacía
interna. De esta forma, la idea de Unidad para el radicalismo pasó de
ser un útil recurso de negociación y presión frente al fraude, a
funcionar como instrumento de fractura y competencia interna.
Mediando entre los partidos minoritarios y el radicalismo se
encontraban las agrupaciones cívicas que promovían los ideales más
puros de unidad. Una mezcla de personajes prominentes y dirigentes
partidarios comenzaron a participar de asociaciones que intentaban
establecer la dirección del movimiento democrático.
En esa situación, el Partido Radical era quien más sufría los
ataques moralizadores de estas agrupaciones que lo instaban
constantemente a hacer “el sacrificio que espera la Patria” y de no
facilitar “la posibilidad de que (sic) se malogren tantos esfuerzos
generosos”249.
Los sectores independientes sabían que expuestos a la decisión
del partido Radical de cerrar filas internas, sobre todo ante la presión
de su sector intransigente, las agrupaciones de Unidad dejarían de
tener sentido y se perdería el protagonismo de sus participantes
cívicos, quienes no podrían recuperarlo a través de la militancia en las
cerradas filas partidarias.
Sin embargo, las negociaciones en torno a la conformación de la
Unión Democrática fueron finalmente truncadas con el golpe del 4 de
Junio de 1943. A partir de allí, muchos dirigentes de los partidos
tradicionales confiaron en un pronto retorno a elecciones libres. En
cierta medida, junto con la prensa y las agrupaciones civiles, como lo
señalaba Rodríguez Araya, ellos se sintieron también artífices de la
revolución250.
249 Solicitada de Acción Argentina en La Vanguardia, 8 de mayo de 1943, p. 3.250 Documento Nº 137.
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A medida que los militares decepcionaban a quienes habían
creído en una pronta restitución del derecho electoral, se reflotaban los
ánimos opositores y renacía paralelamente la pretensión de unidad en
la llamada Resistencia Civil, ahora acompañada por un sector
importante del conservadurismo, al que la oposición frente a la
dictadura había parcialmente redimido de la anterior experiencia del
fraude y para el que algunos grupos cívico de notables pedirían un
lugar formal en las conversaciones de unidad.
Sólo el -cada vez más mermado- partido Concentración Obrera,
recordando que su inicial llamado a “la unión de las fuerzas populares
(…) contra el nazifascismo”251 resultaba imposible si se sostenía una
unión entre “los que son víctimas del fraude con sus victimarios”252, se
seguiría negando vehementemente a participar en una Unión
Democrática formada con grupos conservadores253.
Tomando prestados los discursos enfáticos que durante más de
una década había logrado hacer circular el antifascismo argentino y
enmarcándolos en una confluencia partidaria (reunida únicamente en
torno a la candidatura de la dupla presidencial formada por dos
radicales unionistas), los partidos políticos tradicionales y una multitud
de asociaciones civiles presentaban en la Unión Democrática, una
solución particularmente híbrida para oponerse a una conjunción
electoral que –aunque no menos heterogénea- tenía delante un nombre
ampliamente reconocible e identificable.
En lo concerniente a los discursos, la unidad alcanzada en 1945
era reivindicada por sus dirigentes como un logro fundamental, en
tanto significaba “antes que una circunstancial agitación electoral (…)
251 Frente Democrático, año 1, Nº 2, 1º de julio de 1942, p.1. 252 Ídem.253 Todavía en 1945 el partido penelonista confiaba su estrategia partidaria en resaltar “el derecho de intervenir como los demás partidos en el caso de que fuese un frente de los partidos del centro y de la izquierda, con exclusión de los conservadores”. Documento Nº 139.
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la significación trascendente de una milicia civilizadora y aguerrida de
la civilidad nacional”254.
Dentro de esa concepción de trascendencia -a pesar de los
limitados alcances de la Unión Democrática en el plano electoral- una
de las formas más reiteradas de concebirla por parte sus dirigentes y
simpatizantes, fue la de verla como una reproducción a escala local de
la coalición que los países Aliados en el mundo habían instaurado luego
de vencer al nazismo255.
Esta primera recepción de la prédica antifascista y antinazi no
será la única realizada por esta agrupación, en tanto también varios
aspectos discursivos y constitutivos del antifascismo argentino
intentarán ser adoptados. Entre ellos el lema mismo, que no podía estar
más contundentemente anclado en esa tradición: “¡Por la libertad,
contra el nazismo!”
Los participantes de esta agrupación eran, en gran medida, los
mismos que habían celebrado la caída de Berlín, no sólo como la
victoria de las fuerzas progresistas del mundo frente a Hitler sino
también como el preludio de la desaparición del gobierno militar
surgido en la Argentina el 4 de junio de 1943 que constituía para ellos
un remedo de los sistemas nazifascistas derrotados en la guerra256.
Sin embargo, hacia 1946, en Argentina, la herramienta
antifascista había cumplido su edad útil, desgastada por el uso
constante e intenso al que había sido sometida durante más de una
década. Había generado en su último acto que los demócratas confiaran
254 Solari, Juan Antonio, “La jira triunfal es precursora de la victoria”, Antinazi, año 2, nº 49, 31 de enero de 1946, p.1.255 En un plano altamente optimista, el dirigente socialista Enrique Dickmann concebía a la Unión Democrática como “la marcha hacia la izquierda que, después de aplastar a la bestia apocalíptica nazifascista, deciden inaugurar los pueblos libres de la tierra. La Argentina no quedará rezagada en la gran marcha”. Documento Nº 138.256 Se trataba de resaltar constantemente la continuidad entre la Resistencia y la Unión Democrática. Fundando una genealogía de las mujeres unionistas, Alicia Moreau de Justo dirá: “Las mujeres son las mismas que festejaron en plaza Francia la liberación francesa, que festejaron la caída de Berlín, las que pidieron la libertad de sus hijos y que fueron a Villa Devoto”. La Prensa, 9 de diciembre de 1946, p.10.
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demasiado en ella debido al esplendor con el que había llegado luego
de arduas disputas en ambientes difíciles de fraude, estado de sitio y
dictadura. Había demostrado su utilidad y parecía ser la vectora de los
tiempos futuros, justo en el momento de su desgaste definitivo. La
última actuación a la que asistió, con sus más preciados galones, sería
precisamente la que la marginaría como apelación tentadora en el
futuro. A ella seguiría un lento languidecer de su poder de atracción, en
las mente de los demócratas argentinos.
Por algunas razones, algunas casuales y otras estructurales, el
democratismo y el antifascismo que encarnaban la Unión Democrática
lucieron en la posguerra argentina, como una apelación más cercana al
pasado que al futuro. Había perdido el equilibrio de Jano.
El candidato a presidente por la Unión Democrática lo reconocía:
“este modesto ciudadano –decía Tamborini- será en la presidencia de la
Nación el hombre del pasado (…) porque creo que a esta altura de mi
vida no se adquieren nuevas virtudes”257.
5) Escritores e historiadores en la prensa antifascista
Ya hemos señalado la especial adscripción al antifascismo que
circulaba entre escritores, artistas e intelectuales, muchos de ellos
convencidos del predominante carácter de defensa de la cultura que
tenía la oposición a los regímenes fascistas.
Esta sección ha intentado rescatar los diferentes aportes hechos
en la prensa de carácter antifascista, por algunos de los escritores e
historiadores que contaban con mayor relevancia y prestigio en nuestro
medio (o que los obtendrían posteriormente, como Halperin Donghi258).257 La Prensa, 6 de febrero de 1946, p. 9.258 La inclusion del artículo “¡Libros noo...!”, escrito por el en ese entonces estudiante secundario Tulio Halperin Donghi, pretende tener la característica de hallazgo. En este artículo, el autor, inserto en el campo resistente juvenil –campo que luego analizaría tan perspicazmente en su libro Argentina en el callejón- criticaría la rebaja del nivel académico y evaluativo en los colegios y universidades llevado a cabo en 1945 por la Dictadura como medida electoralista en favor de Perón. Sin la estridencia
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En el caso de los escritores, el recurso poético resultaba
particularmente útil para expresar las características ligadas a la
heroicidad que la apelación antifascista invocaba y promovía. Sea en la
forma de estremecedora apología del héroe colectivo popular (de
Madrid en el caso de Alberti259, de Stalingrado en el de Yunque260) o en
el martirologio individual de Rodolfo Ghioldi -expresado por Jorge
Amado261- la forma poética tendía a expresar las notas más altas del
dramatismo político en la prensa antifascista.
A través de la forma poética no sólo se intentaba reproducir la
sensibilidad de los lejanos hechos del conflicto bélico, sino también
dotar a los hechos domésticos de una trascendencia dramática que
podía –aunque la tuviera- no ser reconocida a simple vista por todos los
lectores.
En ese último sentido, Silvina Ocampo escribiría los sucesos de
septiembre de 1945, inspirada en una corriente que llegó a ser llamada
“la poesía de la Resistencia”262. En ella los aspectos idealista y juvenil
estaban particularmente marcados, como lo muestra el título y el tono
estridente del poema de Tonita Semelis de De Robertis: “Rebeldía
suprema”263.
En el caso de Victoria Ocampo, para explicar lo que los
antifascistas consideraban inexplicable, es decir la caída de París, se
recurriría a un dramatismo similar, en una forma epistolar que
corporizaba a toda Francia como si fuera una amiga caída en desgracia
a la que hacía falta consolar, para consolarse a si mismo264. Aunque
también a través de Sur, una forma diferente de hablar de Francia
del característico tono de polémica antifascista y esbozando algunos aspectos estilísticos e interpretativos que luego desarrollaría en su tarea profesional, Halperín retomaba, sin embargo, la recorrida identificación de Crocce, entre fascismo y falta de cultura, para atacar al gobierno de facto. Documento Nº 151. 259 Documento Nº 146.260 Documento Nº 160.261 Documento Nº 147.262 Documento Nº 158.263 Antinazi, año 2, Nº 46, 10 de enero de 1946, p. 6.264 Documento Nº 159.
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tendría Martínez Estrada, no sólo porque se refería a su salvación,
cuatro años después, sino por que su análisis difería estilísticamente en
mucho, de la esquela sentimental de Ocampo.
Fuera de la relación con los hechos políticos, las revistas
antifascistas promovían constantes intercambios artísticos e
intelectuales, formando una red social que integraba no sólo a las
personalidades locales, sino también a los emigrados de los regímenes
a los que se combatía. En ese clima, se volvían entendibles las
referencias de un artista hacia el otro, como en el caso del romance de
Manuel Mujica Láinez sobre el ya mencionado Alfredo de la Guardia265.
A diferencia de los aportes recién mencionados, en el caso del
escrito “Fosco, o la economía política al revés” de Roberto Arlt266, las
intenciones son más bien polémicas y realizadas en un tono diferente al
que usualmente utilizaba Argentina Libre, la revista en que se publicó.
Al colaborar en una revista que difundía una visión del antifascismo
diferente a la que él cultivaba, Arlt mostraba las posibilidades de
apertura y movilidad que permitía el amplio espectro cultural
antifascista.
Otro aporte que se distingue, en este caso por su característica
divergente con el enfático tono comúnmente utilizado por la producción
antifascista, es el ensayo de Borges titulado precisamente “Ensayo de
imparcialidad”267, en el que se ponen en evidencia no sólo las
contradicciones del campo germanófilo, sino también ciertas
inconsistencias discursivas de la aliadofilia268.
En el caso del aporte de los historiadores en la prensa
antifascista, esa intención de revisar los fundamentos del discurso
antifascista era opacada por la necesidad de demostrar la coherencia
265 Documento Nº 154.266 Documento Nº 148.267 Documento Nº 149.268 Como aquella que señalaba: “El que ha jurado que la guerra es una especie de yihad liberal contra las dictaduras, acto continuo anhela que Mussolini milite contra Hitler: operación que aniquilaría su tesis.”. Ídem.
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entre la lucha que se llevaba a cabo y la tradición histórica liberal
argentina.
De lo que se trataba, entonces, era de justificar la toma de
posición política del momento, a través de la alusión a la historia patria
y a sus próceres. En ese sentido, tanto Levene como Ravignani
resaltaban la importancia didáctica y política del uso de la historia.
Levene, al decir que “la historia es del pueblo y para el pueblo, y
si no, no es nada” y que es “vida vuelta a vivir”, justificaba la utilización
presentista que hacía el discurso antifascista de los próceres. En
“Meditación sobre el Libertador”, Levene resaltará una visión de San
Martín favorable a la visión cívica, desprendida y liberal de la historia
nacional que tenían los grupo democráticos269.
La legitimación profesional del discurso presentista, por parte del
más célebre y reconocido historiador argentino de ese momento,
permitía en el plano político otras operaciones más audaces como la de
Repetto, que mostraba a un San Martín opuesto a la neutralidad:
“El gran libertador pudo mostrarse en este último aspecto (es decir,
neutral. A.B.) frente a las luchas mezquinas de la política interna de su país,
pero no fue neutral cuando se trató de llevar la libertad a una mitad del
continente”270.
En un sentido similar, Ravignani refrendaría el carácter político
de la historia patria, al señalar que “las conmemoraciones de los fastos
fundamentales de una nación adquieren, sin duda alguna, la tonalidad
que les da el momento en que se celebran”271. Esa tonalidad permitía al
historiador y político radical correlacionar dos momentos de la patria,
que podían parecer tan distantes como 1816 y 1942.
269 Documento Nº 152.270 Repetto, Mi paso por la política. De Uriburu a Perón, p. 258.271 Documento Nº 156.
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No otra cosa había hecho en 1941 el médico Repetto al justificar
la coherencia y legitimidad histórica del nombre Cabildo Abierto de
Acción Argentina, señalando:
“(por) el hecho de que (sic) todos estos cabildos se han realizado en
momentos críticos de nuestra historia podemos aceptar la denominación de
cabildo abierto (...) sin temor de incurrir en irreverencia alguna, ni histórica
ni patriótica”272.
La agrupación pro-Aliados Acción Argentina fue una de las más
atentas a captar la tradición histórica liberal argentina para hacerla
jugar a favor de la lucha contra el neutralismo gubernamental, de allí
que en uno de sus manifiestos exigía “denunciar a los que adulteran
nuestro pasado histórico, denigran a los hombres que lucharon por
nuestra libertad y en cambio elogian, los regímenes tiránicos”273.
En el campo comunista, tanto historiadores como escritores
reivindicarían –casi homogéneamente- la visión liberal del pasado
argentino, considerándose a ellos y a la clase proletaria como los
continuadores de la obra libertadora llevada a cabo por los próceres. En
su poesía cruda, perfeccionada en las antiguas etapas de la estrategia
“clase contra clase”, Raúl González Tuñón reivindicaba ahora una
combatividad alimentada con las imágenes de la historia patria, al
decir: “Nuevamente ahorcaremos a Álzaga y desenterraremos a Rosas y
lo fusilaremos para siempre”274.
Por su lado, Rodolfo Puiggrós -en su calidad de director de la
revista Argumentos- hacía saber desde una de las editoriales de esa
publicación que “el 25 de Mayo tiene para nosotros una significación
272 La Vanguardia, 23 de mayo de 1941, p. 1..273 “Nuestra opinión”. 5º Comunicado público de Acción Argentina. Citado en: de Mendoza, Juan C., La argentina y la swástica, Buenos Aires, Victoria, 1941, pp. 178-179. 274 Documento Nº 150.
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actual y militante (...) es bandera de unidad, de democracia y de
patriotismo”275.
Frente a las seguridades de los paralelismos históricos repetidos
constantemente, puede advertirse, sin embargo, la queja del historiador
José Luis Romero, quien dudaba de la eficacia que tenían esos traslados
en las temporalidades y que, bajo esa premisa, señalaba que era “un
hecho no por repetido menos exacto que nunca se ha leído menos
historia que en nuestro tiempo”276. Como escritor e historiador, Romero
intentaría expresar la manera de compatibilizar el necesario apoyo a la
causa antifascista, con el distanciamiento que su actividad reflexiva
suponía. Una muestra de esa difícil tarea puede verse en sus
contribuciones en las revistas De Mar a Mar y Argentina Libre277.
Desde el ángulo de reflexión que fuera, la historia resultaba, poco
leída o no, un instrumento infaltable en el diseño de las apelaciones
políticas democráticas y en casi todos los casos, su formato de pasado
refería –aunque más no fuera elípticamente- a la lucha política
presente, que permanecía cruzada por dos ejes fundamentales: el apoyo
a la causa antifascista y el pedido por el retorno a la normalidad
democrática perdida en 1930.
275 Documento Nº 155. 276 Romero, José Luis, “De historia y política. Variaciones sobre un lugar común”, Argentina Libre, año 2, nº 68, 26 de junio de 1941, p. 9.277 Once veces colaborará Romero en Argentina Libre, una de ellas en forma de entrevista, reproducida aquí en el Documento Nº 157 en el cual reivindicará cierto distanciamiento crítico del historiador o escritor en relación con las posiciones adoptadas en las disputas políticas, no para evitar tomar un lugar en los campos antagónicos prefigurados, sino para revelar nuevas interpretaciones que a futuro pudieran superar las polémicas contemporáneas. Así dirá: “Este deber específico del escritor es lo que hace de él un hombre de minorías, en cuanto puede no coincidir con las opiniones consagradas contemporáneamente, precisamente porque prepara las opiniones que en el futuro serán unánimes”.
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